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Conocemos el
Se trata de una propuesta para enseñar a leer y a escribir que integra diferentes
tipos de conocimiento y supera las antinomias aparentemente irreconciliables de varios
enfoques o métodos. Las prácticas del lenguaje y el conocimiento sobre el sistema
lingüístico se presentan en forma integrada y equilibrada, dentro de las secuencias de
enseñanza con intencionalidad comunicativa.
El eje está puesto en que los alumnos se apropien de diferentes prácticas sociales
del lenguaje: buscar información, escribir una nota, leer para estudiar, interactuar en
ámbitos formales, comparar y contrastar información, registrarla, entre otras. Al mismo
tiempo, dado que estas prácticas están sostenidas en un determinado sistema de
escritura, es indispensable que se enfatice en su conocimiento con el fin de que los
niños conozcan el funcionamiento de ese sistema. Para ello, es necesario que tengan
oportunidades de identificar, conocer y reconstruir los diferentes niveles lingüísticos:
discursivo, pragmático, léxico, sintáctico, morfológico y fonológico, tal como se
explicitará más adelante en estas páginas.
Para que los alumnos logren ser partícipes plenos de la cultura escrita en la cual están
insertos, la lectura y la escritura no pueden pensarse alejadas de las prácticas sociales y
culturales en donde se desarrollan, de los usos que hacen los hablantes del lenguaje en
diferentes ámbitos en los que se desenvuelven y de los propósitos que se les asignan en
cada circunstancia. Esto es: se leen instrucciones para indicar un procedimiento, una
poesía para entretenerse, un diario para informarse, etc. Ofrecer diferentes géneros
discursivos, comprenderlos y producirlos de acuerdo a su función social es uno de los
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pilares centrales de la alfabetización. Los niños cuando leen, tienen que entender qué
están leyendo, quién lo escribió, para qué, qué función tiene ese texto, cómo circula
socialmente, qué van a encontrar en ese género, qué variantes existen y luego, en el
momento de producirlo tienen que tener en cuenta también esas mismas variables.
Vale aclarar que, si bien propone empezar por los textos, no cualquier texto sirve
para iniciar los caminos de la alfabetización. Una lista, una etiqueta de cuaderno, de un
producto comestible, un cartel, un folleto, las tapas de los libros conocidos por los niños
son buenos textos para iniciar este trabajo.
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En cambio, los enfoques de corte fonológico comienzan por las letras y los
mecanismos de conversión. ¿Por qué consideremos conveniente comenzar por ahí? En
realidad, estos enfoques enfatizan en la necesidad de mecanizar la conversión de
grafemas en fonemas a partir del supuesto de que el castellano es una lengua
transparente. Si bien en comparación con otras lenguas el castellano parece serlo, en
realidad tiene un sinfín de posibilidades a la hora de convertir fonemas en grafemas. Un
sonido como /s/ puede escribirse con “s”, “z”, “c”. El sonido /i/, por usar vocales
también, puede ser representado por la “i” o por la “y”. Incluso, las reglas ortográficas
como “m/p” “n/v” expresan, precisamente, la necesidad de reglar su uso dado la
dificultad de percibir esas combinaciones en forma discriminada y percibirlas con
claridad.
Estos ejemplos, a los que podemos sumar la “b”, “v”, la “g”, “j”, “güe”, entre
otros tantos, dan cuenta de que la transparencia del español no es tal. Sí, en cambio, se
puede decir que, una vez que esas combinaciones son aprendidas, se mantienen estables.
Pero un breve repaso por el alfabeto y sus múltiples posibilidades de escritura nos
permite ver que aprender todas estas combinaciones de entrada no es un camino fácil ni
sencillo para iniciar la lectura. Enseñar a un niño las reglas de conversión requiere de un
trabajo sistemático que se beneficia si, además, se involucran otros aspectos, como
veremos a continuación.
En cambio, si un niño, al ver una imagen, puede anticipar de qué se trata y activar
sus conocimientos previos para identificar algunas palabras conocidas o deducir y
corroborar sus ideas, la lectura se verá beneficiada. Un texto que está contextualizado
permite a los niños utilizar todo su repertorio de conocimientos del mundo y de
conocimientos previos para poder inferir y extraer conocimiento. De este cartel, habrá
mucha información que los niños pueden utilizar para saber si dice “prohibido” o “no”
fumar (inicio de las palabras, longitud, otras letras conocidas, etc.). El conocimiento
contextual interactúa con el conocimiento lingüístico generando mejores experiencias
de lectura.
El lugar de la oralidad
Entre el lenguaje oral y escrito existen similitudes y diferencias que los niños
tienen que empezar a descubrir. Cuando hablar, existe una cantidad de información
contextual compartida con su interlocutor, así como información paraverbal (gestos,
entonaciones, etc.) que complementan lo que se está diciendo. 3. Enseñanza del
conocimiento lingüístico Para que el niño entienda que aquello que se puede decir se
puede escribir también, es necesario que vea este tipo de correspondencias entre lo
escrito y lo oral, por ejemplo, a través de la lectura en voz alta de carteles, del registro
de ciertos acuerdos que se hicieron oralmente en un reglamento o entre un mensaje
oralmente y ese mismo mensaje a través de una nota.
- Un ambiente alfabetizador no es plagar los espacios de textos que los niños no puedan
utilizar, no es ilustrar, no es decorar con palabras. Es tener textos que los niños
entiendan y que puedan servirse de ellos para poder confrontar con sus propias
escrituras o los ayuden para despejar dudas. Es decir, fuentes confiables que les
permitan leer y escribir nuevos textos y, para ello, es necesario que los niños sean
partícipes en la construcción de ese contexto alfabetizador.
- No enseña primero las letras o las sílabas para luego unirlas en palabras y frases: pero
sí enseña haciendo un trabajo sistemático sobre las letras o las combinaciones de letras
que precisan mayor nivel de consolidación.