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Marina Esborraz
“Por supuesto, para ella también hay constitución del objeto a del deseo. Resulta que las
mujeres hablan. Habrá quien lo lamente, pero es un hecho. Ella, por lo tanto, también quiere
el objeto, e incluso un objeto tal como el que ella no tiene.”
Jacques Lacan
Introducción
Si hay un tipo de goce que Lacan denominó “femenino”, la referencia al deseo parece
estar siempre en relación a lo masculino, por su dependencia respecto del falo, la castración y
el lenguaje. Por supuesto que en tanto sujeto efecto del lenguaje la mujer también es deseante,
pero la cuestión sería interrogar si hay deseos propiamente femeninos, es decir, si es posible
deslindar deseos femeninos de deseos histéricos u obsesivos en una mujer.
Para eso conviene recordar que no se “es” sujeto del deseo en tanto agente, siendo esa
es la vertiente que toma la neurosis, sino que el deseo es el deseo del Otro y se está afectado
por él. No hay deseo que no pase por la mediación del Otro, y si la mujer representa al Otro
por excelencia, ¿cuál es el modo que adquiere su realización?
Para Freud la solución era bastante simple, podríamos suponer, en tanto la verdadera
feminidad se sostenía de un único deseo: el de ser madre. La salida femenina que implica buscar
un hombre que tenga lo que ella no, y de ese modo concebir un hijo de él que le aporte el falo
faltante. Es por esta razón que se ha considerado que para Freud el deseo femenino era un deseo
masculino por excelencia: el falo. De todos modos, ¿es posible hablar de deseo sin que ello
remita a una estrecha ligadura con el falo? Creo que en este punto conviene diferenciar la
posición de aquellos sujetos en la cual prevalece el objeto como causa de deseo, o sea, donde
hay una estrecha dependencia del deseo al objeto, de aquella en la cual el interés es por el deseo
en sí, y el objeto queda ligado secundariamente a él. En todo caso, eso es lo que puede
interpretarse de este párrafo de Lacan del Seminario 10:
Ella se tienta tentando al Otro, algo en lo que el mito también nos servirá. Como lo
muestra el complemento del mito de hace un momento, la famosa historia de la
manzana, cualquier cosa le sirve para tentarlo, cualquier objeto, aunque para ella sea
superfluo, porque, después de todo, esta manzana, ¿para que la quiere? Para nada más
de lo que quiere un pez. Pero resulta que con esta manzana ya es suficiente para que
ella, el pececito, haga picar al pescador de la caña. Es el deseo del Otro lo que le
interesa (Lacan, 1962-63, p. 207).
Ella está interesada en el deseo del Otro, porque es por su mediación que puede desear
y no hace del objeto su condición, como sí lo hace el hombre, ya que su goce (el del hombre)
depende de ello debido a que el complejo de castración esta en el núcleo de su deseo. Para la
mujer, en cambio, la relación con la falta no es relevante, por lo cual ella desearía “por
mediación”, y si bien no depende tanto del objeto, sí podemos afirmar que lo hace del amor.
De hecho para Freud el equivalente en la mujer a la angustia de castración en el hombre es la
pérdida de amor por parte del objeto. [1]
“Amorcito”
Según Colette Soler, de la mujer podría decirse quiere gozar mientras que “El histérico
busca insatisfacer al Otro, apunta a un plus de ser. Se podría decir entonces: una mujer quiere
gozar, la histérica quiere ser. Incluso exige ser, ser algo para el Otro, no un objeto de goce sino
un objeto precioso que sustente el deseo y el amor” (Soler 2004, p. 75). Sin embargo, unos
párrafos después, también sostiene que el amor femenino es celoso porque “demanda el ser”
(Ibidem, p. 80). Ello encuentra su razón, además, en el hecho que el goce femenino no identifica
a la mujer, contrariamente al goce fálico en el hombre, por lo cual el amor puede producir
momentáneamente el efecto de borramiento de la falta en ser.
Si el amor es condición de deseo para una mujer, o sea, la condición por la cual puede
desear al mismo tiempo que ser deseada, para la histérica el amor es condición para soportar
ser causa de deseo. La histérica sintomatiza el amor, porque entregarse al amor conlleva la
fantasía de ser objeto de un deseo perverso. La mujer “se asoma a él” como la fuente que le
otorga un ser.
Una mujer puede querer gozar, sí, pero el goce no necesariamente es deseable. Lo
propio de una mujer es querer ser amada, y de allí se puede suponer la afinidad de la erotomanía
con lo femenino. El amor, en cambio, sí es deseable, o más bien se conjuga con el deseo a pesar
de de sus constantes bifurcaciones. ¿Qué es el amor para una mujer? A veces simplemente
puede ser tener a alguien con quien hablar, que la rescate de su silencio. Y que le hable, sobre
todo que le hable, lo que para ella es equivalente a poder desear.
Entiendo que ese un modo de interpretar el siguiente párrafo de Lacan del Seminario
20:
Un hombre no es otra cosa que un significante. Una mujer busca a un hombre a título
de significante. Un hombre busca a una mujer a título - esto va a parecerles curioso –
de lo que no se sitúa sino por el discurso, ya que si lo que propongo es verdadero, a
saber, que la mujer no toda es, hay siempre en ella algo que escapa al discurso (Lacan
1972-73, p. 44).
Si sólo ex˗iste La mujer por fuera de la naturaleza de las cosas, es decir, de las palabras,
una de las formas del deseo femenino puede ser la de “apalabrarse” por medio del amor. O
como lo dice Ritvo en “El silencio femenino”: “En un lado no hay ninguna palabra; en el lado
opuesto está toda la palabra (…) El resultado implica que el sujeto es masculino en su función,
sea cual sea su sexo anatómico. Si una mujer habla no lo hace como mujer; si extremamos un
poco las cosas, nos topamos con la oposición de Otto Weininger: el hombre es; la mujer no es”
(Ritvo, 2017 p. 47)[2]
[1] Si bien Freud en principio marca esta condición respecto de la niña, posteriormente señala
que al tener la histeria mayor afinidad con la feminidad, la pérdida de amor sería la condición
de angustia en la histeria.
[2] La postura del autor es un tanto crítica respecto de este enunciado, sin embargo no es
menos cierto que el mismo puede desprenderse de los postulados de Lacan de las fórmulas de
la sexuación.