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EL MONOLOGO INTERIOR

Antes que nada debemos tener en cuenta que si deseamos escribir una buena novela, o
un relato, podemos usar ciertos recursos literarios, que aportarán una mayor
expresividad y riqueza.
El monólogo interior es aquel que refleja el libre discurrir de la conciencia. Se encuentra
en el extremo opuesto al narrador omnisciente, que cuenta la historia conociendo todos
y cada uno de sus detalles, los hechos y las motivaciones de los personajes. Aquel al que
se le supone objetividad. Eso es lo que ha pasado, nos dice, lo que ha sucedido en
realidad.
En el monólogo interior, en cambio nos encontramos ante un personaje que describe sus
propios pensamientos o sensaciones. Más que dirigirse al lector se orienta hacia su yo
más íntimo. A diferencia del narrador omnisciente, su discurso no está organizado, las
ideas, las imágenes, los personajes fluyen sin un orden lógico, y lo hacen bajo un punto
de vista completamente subjetivo.
Esta técnica, propia de la novela de vanguardia y asociada a autores universalmente
conocidos como James Joyce y Virginia Woolf, resulta especialmente útil como recurso
literario, ya que enriquece el texto y se da paso a otros puntos de vista. Hay algunos
claves para construir un buen monólogo interior.
Utilización de las asociaciones y los sentidos
Tanto el uso de los sentidos para atrapar las imágenes, y las sensaciones que nos
produce la contemplación de un paisaje o un objeto, como las asociaciones inesperadas
y sorprendentes entre las palabras, son un buen recurso a la hora de construir el
monólogo interior. A este respecto, André Babelon afirma: “Una simple cualidad física
puede conducir al espíritu que se ocupa de ella a infinidad de cosas diversas. Tomemos
un color, el amarillo, por ejemplo: el oro es amarillo, la seda es amarilla, la inquietud es
amarilla, la bilis es amarilla, la paja es amarilla; ¿con cuántos hilos se corresponde este
hilo?”
Cambio de temas y enumeraciones
Una de las características de la conciencia es que no establece un foco principal de
atención, una idea o un tema en concreto, ya que no acaba de hacerlo, cuando irrumpe
otro que toma el relevo. El pensamiento fluye sin ataduras, como sucede también con
las enumeraciones, en la que cada elemento sigue al otro sin aparente conexión. Este
fragmento de Tiempo de Silencio, de Luis Martín Santos, lo pone de manifiesto:
“Esferoidal, fosforescente, retumbante, oscura-luminosa, fibrosa-táctil, recogida en
pliegues, acariciadora, amansante, paralizadora recubierta de pliegues protectores…”
Romper las normas
La ruptura de la ortografía, de las reglas de puntuación, es otras de las formas de hacer
creíble el monólogo, pues se trata de un texto hablado y no leido.La lengua es libre en la
mente del personaje, no atiende a las leyes de la gramática. Y dentro de ella, los juegos
de palabras, la invención o deformación de términos, la onomatopeya, juegan un papel
muy importante. Para ejemplificarlo, veamos este fragmento del Ulises, de Joyce:
“Trota trot trotó se paró. Elegante zapato claro del elegante Boylan calcetines moteados
azul celeste bajaron ligeros a tierra”
Hay otros recursos, como el de la tipografía, que puede señalar al lector el cambio de
orientación, o bien remarcar algún aspecto del discurso. Todos ellos están dirigidos a
hacer creíble ese personaje que habla a solas, para sí mismo, en la intimidad más
inaccesible, y que muchas veces es un trasunto del autor o del lector, o mejor dicho, del
yo colectivo. Para desarrollarlo conviene conocer al personaje, escoger una imagen o un
hecho del pasado que pueda desencadenar esa sucesión de ideas. La literatura es
conocimiento pero también es juego, pues a través de él y la libre asociación de palabras
y conceptos, se logra descubrir el yo, ese al que va dirigido nuestro monólogo.

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