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ESCUELA DE COMERCIO Nº 1

RECUERDOS DE LA PROMOCION 1973

Ingresamos en 1969, en el mundo finalizaba una década cargada de guerras y


descubrimientos. Estados Unidos y Vietnam en guerra, la masacre de My Lai y el
reconocimiento de una niña casi sin piel quemada por bombas de fósforo nos desnuda la
realidad del llanto y la impotencia que marca una fotografía. Nuevos movimientos
pacifistas nacen en el mundo, nace el Flower Power y la generación Hippie, esa contra
cultura de jóvenes que, en vez de guerra, promulgaban la paz y el amor. La libertad de
un nuevo signo colgado en los cuellos de todos, la indumentaria libre y divertida, barbas
y melenas largas, el consumo de una droga, hoy reconocida medicina.

En Argentina, el conflicto era con la democracia, donde un gobierno militar con apoyo
de minorías civiles tomó el timón de nuestro futuro, conduciéndonos a multitudinarias
rebeliones sociales, cuya máxima expresión fue el “Cordobazo”. Surge así, el
nacimiento de la propia defunción ilegítima. The Beatles edita sus últimos temas
(Abbey Road) y después se separan, pero en Buenos Aires nace un nuevo grupo
llamado Almendra, donde una muchacha ojos de papel nos funde en esa paz tan
necesaria.

El recuerdo de nuestro ingreso al secundario nos lleva a pensar en cambios y desafíos.


El primero fue girar el reloj y pensar que a las 14,30 horas debíamos ingresar a clase.
Con ganas de una siesta y la comida casi sin digerir, llegábamos de guardapolvo blanco
a encontrarnos con nuevos compañeros y compañeras e iniciábamos nuestras primeras
relaciones de educación en aulas mixtas. La distribución interna era antojadiza, hasta
que nos dimos cuenta de la libertad de expresión de las últimas filas. Los docentes de
entonces dictaban sus clases sentados en su escritorio o frente al pizarrón y muy pocos
deambulaban por el aula repitiendo su lección. El aula era inmensa, con grandes
ventanales y pisos de madera suspendidos en vigas estructurales que daban un único
nivel a la gran escuela. Dependiendo de las aulas, los desniveles generaban espacios
casi sótanos que servían para esconderse de alguna clase. Los techos, también de
madera, eran altísimos y contrarrestaban las altas temperaturas del verano.

A los varones, el guardapolvo más la camisa con cuello cerrado y corbata, muchas veces
nos hacia sudar y no precisamente por no saber la lección. Durante el invierno, el aula
no nos acompañaba, el sol se ponía muy temprano y nuestras clases recién terminaban a
las 19 horas. Nace entonces una peligrosa picardía para evitar tener clase e irnos por
falta de luz. En el último recreo de la tarde se solían apilar mesas pupitres debajo de las
lámparas que iluminaban el aula, y un acróbata compañero subía lentamente por ellas
acompañado por una moneda de un peso. Desde abajo, un compañero campana vigilaba
que no venga la celadora y otro cortaba el interruptor de la lámpara. Acto seguido, el
acróbata compañero desenroscaba el foco y colocaba dentro del porta lámpara la
moneda, causando instantáneamente un corte de luz en toda esa línea eléctrica de la
escuela. Alumnos actuales y futuros de nuestra escuela de Comercio, no repitan esa
picardía porque es muy peligrosa.
Ser alumno Perito Mercantil, para nosotros era muy novedoso. Materias como
contabilidad, caligrafía o derecho comercial, resonaban entre las clases de lengua,
idioma o matemáticas. Recordar a los docentes es también recordar a sus sabias
enseñanzas de vida. Una clase de cualquier tipo, podía detenerse para hablar de temas
de interés general o particular de los alumnos. Prescindir de nombrar a alguno, es evocar
el nombre de todos. Volver a encontrase con ellos una vez ya egresados, fue y continúa
siendo motivo de sonrisas y admiración.

Nace la década del 70 y con ella también nace una generación. Tres cambios de
presidentes de facto: la vuelta a la democracia es inminente. Por Ley Nº 18.188, y para
malestar de nuestros abuelos, cambia la designación de nuestros pesos incorporándose
varios ceros a los ya existentes. En Ciencia, Federico Leloir es premiado como Premio
Nobel de la Química y en boxeo Carlos Monzón vence a Benvenutti consagrándose
campeón del mundo.

Nuestra Rioja tranquila se ve movilizada, ya no por procesiones ni chayas. En mayo y


en conmemoración del Cordobazo del ’69, surge un movimiento de trabajadores y
estudiantes que reunidos en protesta social se enfrentan al gobierno provincial en la
Plaza 25 de mayo, la que tantas veces nos cobijó en algunas inasistencias escolares
(rabonas) o encuentros de amigos y vueltas del perro los fines de semana. Ahora, el
escenario se impregnaba de jóvenes con pantalones anchos y azules agentes de policía.
Esa tarde, la ciudad de los naranjos tuvo varias naranjas menos. Las mismas eran
poéticamente dirigidas hacia la policía, sin acuse de recibo ni persecuciones dado el
estado físico de algunos oficiales. Todo parecía terminar en poco tiempo, pero para
asombro de los civiles presentes, a contramano desde la ex Mitre, hoy calle San Nicolás
de Bari, venían bajando policías de uniforme diferente. Era el bautismo de fuego de la
nueva fuerza de seguridad policial. Ante el aspecto físico de bien entrenados, las caras
de los jóvenes se transforman en gestos de risas preocupadas, hasta que un oficial grita
¡dispersen! Por primera vez, se sintieron los bastones largos y los gases lacrimógenos en
la plaza sitiada. Varios fueron detenidos, desde hijos de funcionarios hasta el director
del Diario el Independiente. Este fue sin duda el primer “Riojanazo”, aunque también
podría llamarse el “Naranjazo”.

Nuestro tercer año trascendió en 1971, año de fiesta para todos, sobre todo para las
mujeres del curso que festejarían sus 15 años. Los preparativos ameritaban tanto
aprender a vestirse de etiqueta, como aprender a bailar. A un paso de ser “tenedores de
libros”, algunos perfilaban a una carrera contable, y los que no, entrábamos en el
camino de la indecisión de oficios y profesiones. Con orgullo, nuestra división contaba
con la abanderada y el escolta bandera de la escuela. Antes o después de asistir a clase,
nuestra amistad se fortalecía a través de encuentros en los bares del centro. Al cine
asistíamos muchas veces a la siesta. En días de mucho calor era el mejor refugio fresco
y oculto. El acuerdo entre los alumnos y el cine era entrar sin guardapolvo para evitar
posibles mal intencionados rumores de rabonas. Lo mismo sucedía en una confitería que
adoptamos como aula anexa, ubicada en una esquina, a una cuadra de la escuela, cuya
estratégica ubicación de un sótano nos libraba de todo posible hallazgo familiar; hasta
que un día, por esas cosas del destino se descubrió. Un día de clase sin clase. Los
códigos entre los compañeros estaban ya preparados para pasar una agradable siesta
escuchando música fumando un cigarrillo. Al mozo le pedíamos una gaseosa para
compartir con dos más. Entre risas y anécdotas propias de nuestra juventud, vimos bajar
a una persona mayor de sexo femenino a quien nadie conocía. Mientras se aproximaba,
su mirada era fija sobre uno de nosotros. Era la madre de un nuevo compañero de curso
que ingresó en tercer año, a los fines de proteger su identidad, solo puede comentarse
que su tonada era santafesina, y siempre vestía con pantalones tan ajustados que la
profesora de matemáticas le preguntaba si se los ponía con calzadores. Una compañera
cuya madre era también madre y amiga del curso, nos facilitaba el garaje de su casa
para estudiar. Nunca éramos menos de cuatro o cinco, y el que tenía más facilidad de
comprensión en una materia le explicaba al resto. Cuando no se llegaba a estudiar bien
para un examen, el mismo era postergado por problemas ambientales. Una ampollita
similar a la de una vacuna se rompía en el piso del aula, bien llamada “Bombita de
Olor”. El año escolar pasaba tan rápido que muchas materias quedaban adeudadas para
diciembre o marzo.

Comienzo del 73, año de elecciones. Con amplia mayoría, el pueblo supera la
proscripción y conquista la democracia. En La Rioja, un joven político de cabellera
larga y patillas asume como gobernador. Si bien por nuestra edad no participamos en
los comicios, sí fuimos partícipes de la alegría del pueblo riojano. Algunos de nuestros
docentes ocuparon importantes ministerios.

Nuestro pensamiento estaba más dirigido al viaje de egresados que al futuro laboral o
profesional. Alteramos la rutinaria ida a Bariloche o Mar del Plata por Misiones, para
ver por primera vez tantísima agua reunida en la selva. Ideas, estrategias y reuniones
interminables para conseguir fondos económicos fueron dando sus frutos. Ferias de
empanadas, sorteos, bailes y hasta limpieza de parabrisas fueron acumulando recursos,
pero no alcanzaba. Ante ello, recurrimos al gobierno provincial para solicitar ayuda y
con beneplácito, desde el Gobernador hasta los ministros hicieron posible nuestro
sueño.

Esa fue nuestra primera experiencia juntos durante tantos días. Viajamos en colectivo
por más de veinte horas, acompañados de una madre y profesores que se adaptaron
fácilmente a nuestras vivencias. Ruinas y cataratas durante el día, confiterías bailables
durante la noche. Chayas con harina y albahaca fueron cantadas en bares y comedores.

Al regreso, nuestra amistad era ya diferente. En pocos meses todos partiríamos hacia
distintos caminos. Córdoba, Tucumán o San Juan eran los destinos universitarios. Para
las fiestas, regresamos a nuestra tierra a visitar a familiares en primer término y luego a
los entrañables compañeros de promoción. Año tras año, esos recuerdos imborrables
alimentan encuentros y aniversarios. A cincuenta años de tantas experiencias vividas,
los mensajes y dibujos de nuestros guardapolvos se impregnan de memorias, destinos y
reencuentros. Compañeros de estudios siempre tendremos, pero a los compañeros de la
promoción 1973 nunca los olvidaremos.

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