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La Segunda Revolución Industrial favoreció el desarrollo de las empresas, que comenzaron a crecer. En este sentido, se
fortaleció el sistema capitalista, apoyado en la inversión y reinversión de los empresarios, que comenzaron a adquirir
nuevas fábricas, más máquinas y más mano de obra. Este proceso de crecimiento empresarial conllevó a la fabricación de
mayores cantidades de productos, es decir que resultó en un incremento de la oferta. Los productos debían ser vendidos
en el mercado, ya que esa venta permitía el proceso de reinversión. Los países industrializados, como Gran Bretaña,
Alemania, Francia y más tarde Estados Unidos y Japón, vieron acrecentar su capacidad productiva desde mediados del
siglo XIX. Si bien podían optar por vender solo en el mercado interno, al crecer tanto la producción, necesitaron llegar a
otros países del mundo: debieron preocuparse por encontrar mercados que demandaran esa producción, es decir, países
que compraran sus productos.
Este proceso se denominó división internacional del trabajo (DIT), una organización económica que hacia fines del siglo
XIX implicaba una división del mundo en dos partes: por un lado, los países centrales, industrializados, productores de
manufacturas, y por otro, países periféricos, productores de materias primas. En este período, por ejemplo, Gran Bretaña
era denominada como el “taller del mundo”, mientras que la Argentina era el “granero del mundo”.
La división internacional del trabajo generó una fuerte dependencia hacia los países centrales, porque los productos
industriales tenían un valor agregado en comparación con las materias primas. Además, los precios eran fijados por las
potencias industriales, y el trabajo fabril utilizaba más cantidad de mano de obra, que a su vez era más calificada que la
de las economías agrícolas periféricas, lo que beneficiaba la economía de los países centrales. Así, las periferias eran
mercados donde los países centrales vendían sus productos industriales, proveían de tecnología y prestaban capitales. Por
su parte, los centros mundiales compraban a las periferias algunas de sus materias primas porque les resultaba más barato
importarlas que producirlas.
El neocolonialismo
En el sistema de división internacional del trabajo, hacia la segunda mitad del siglo XIX, en el marco de la segunda fase de
la Revolución Industrial, los Estados latinoamericanos se insertaron en el mercado mundial como proveedores de materias
primas y compradores de productos industriales. Esta relación desigual que establecía un vínculo de dependencia
económica respecto de los grandes centros industriales se denominó “pacto neocolonial”.
A partir del siglo XVI, España y Portugal impusieron un primer “pacto colonial” en América, en el que se destacó la
extracción de metales preciosos y la imposición de un régimen monopólico (América solo podía comprarles y venderles a
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ellos). En esta etapa, España y Portugal impusieron su cultura y su religión, e implementaron trabajos forzados. De las
colonias americanas se extraían diferentes productos como oro, plata, azúcar, café, que tenían como destino las
metrópolis europeas. A esta etapa de explotación le siguió el período de independencias latinoamericanas, en la primera
mitad del siglo XIX (entre 1810 y 1825).
La segunda etapa colonialista fue la denominada neocolonialista. Las potencias europeas no solo compraban las materias
primas latinoamericanas, sino que llevaron a tierras americanas sus numerosos productos (manufacturas de origen
industrial). Latinoamérica ingresó así al nuevo mercado mundial.
Pero para que se estableciera esta relación fueron necesarios intereses locales en los países periféricos, con el objetivo
de constituir elites dirigentes que se vieran favorecidas por el nuevo intercambio. La asociación de intereses entre los
gobiernos de las potencias centrales y algunos sectores de Latinoamérica fue central para el nuevo pacto colonial
(neocolonial). Las elites dirigentes se relacionaron con el mercado externo y favorecieron el intercambio. Los menos
favorecidos en los países periféricos fueron los pequeños y medianos productores, que no pudieron competir con la
producción fabril que llegaba de Europa.
El imperialismo
La búsqueda de mayor cantidad de compradores y la ampliación del mercado se volvieron una necesidad para aquellos
países centrales que se habían desarrollado y acrecentado con la Segunda Revolución Industrial. Una de las formas en las
cuales se aseguraron mercados fue el pacto neocolonial. Sin embargo, eso pareció no alcanzar. Durante las últimas
décadas del siglo XIX, algunas potencias como Gran Bretaña, Francia, Alemania, Italia, Holanda, Bélgica, Estados Unidos y
Japón, se lanzaron a la conquista de la mayor parte de Asia y África. Lo hicieron mediante la fundación de colonias o
interviniendo militarmente en otros Estados.
Entre 1884 y 1885, los países europeos se reunieron en la Conferencia de Berlín. Esta conferencia fue convocada por
Francia y Gran Bretaña, y organizada por el canciller de Alemania, Otto Von Bismarck, con el fin de resolver los problemas
que planteaba la expansión colonial en África y su repartición, para que no se produjesen futuros conflictos entre los
principales países colonizadores (Francia, Gran Bretaña, España, Portugal, Bélgica y Holanda). Esta nueva fase del
colonialismo recibió la denominación de imperialismo, ya que tendió a la formación de grandes imperios y constituyó una
constante fuente de conflictos. Tras la Conferencia de Berlín, solo dos países africanos conservaron el derecho a preservar
su independencia: Etiopía y Liberia (país que estaba bajo la protección de Estados Unidos).
A diferencia de otras conquistas anteriores, esta tuvo fuertes connotaciones nacionalistas: los Estados imperialistas
pretendían la conquista sistemática de la mayor cantidad posible de territorios con el objetivo de alcanzar el rango de
potencias mundiales. No buscaban tanto la transformación cultural de estas zonas como su control político, económico y
militar. Esto conformó una competencia entre los países y una carrera por conquistar.
Los conflictos que se pretendían solucionar con la Conferencia de Berlín se agravaron, y provocaron tensiones territoriales,
políticas y económicas entre las principales potencias europeas, que desembocarían en el estallido de la Primera Guerra
Mundial en 1914.
La paz armada
La gran expansión de los países imperialistas motivó diversos conflictos, dado que todos competían por controlar o
influenciar más cantidad de áreas del mundo. Entre 1875 y 1914, esta competencia se profundizó, fue un período
denominado de “paz armada”, porque buscaron resolver sus problemas por la vía diplomática. Los países europeos
desarrollaron un complejo sistema de alianzas: se agrupaban por intereses comunes y firmaban pactos de defensa mutua
en los que se comprometían a intervenir militarmente, en caso de que un país aliado fuese atacado.
A principios del siglo XX se habían conformado dos ligas: la Triple Alianza (Imperio Alemán, Imperio Austro-Húngaro e
Italia) y la Triple Entente (Gran Bretaña, Francia y Rusia).
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Imperialismo y racismo
La expansión de las potencias europeas generó consecuencias tanto económicas y políticas como en el ámbito de las ideas
y la cultura. La mirada europea sobre los “otros” (asiáticos, africanos o americanos) estuvo marcada por la cultura científica
de la época y por las teorías racistas. La cultura científica occidental intentó producir explicaciones biológicas del
comportamiento social, a partir de la división de la humanidad en razas “superiores” e “inferiores”. Muchos años más
tarde, sus ideas fueron recuperadas por los ideólogos del nazismo para justificar sus persecuciones raciales.
Las ideas racistas se fusionaron con el “darwinismo social”, una corriente de pensamiento que proponía aplicar las ideas
evolucionistas de Charles Darwin al estudio de las sociedades. Así, el pensamiento europeo del siglo XIX diseñó esquemas
que posicionaron a las sociedades jerárquicamente según su lugar en las “etapas” de la evolución. La filosofía positivista,
desarrollada por el francés Auguste Comte, influyó también en la difusión de estas ideas. Para el pensamiento
evolucionista, la civilización europea se encontraba en la cúspide de la “pirámide”, y las sociedades de Asia, África y
América estaban en estadios anteriores de evolución.
ACTIVIDADES
La DIT
El neocolonialismo
El imperialismo
Imperialismo y racismo
15) Explica cuáles eran las ideas racistas de la época y como eran consideradas las sociedades africanas y asiáticas.