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En una noche clara y estrellada, en un pueblo en las colinas, vivía una joven llamada
Luna. Luna era conocida por su amor por las estrellas y la luna, y pasaba horas cada
noche observando el cielo brillante desde su ventana.
Una noche, mientras miraba las estrellas, Luna escuchó un suave susurro en el
viento. Las estrellas parecían estar hablándole, invitándola a unirse a ellas en un
viaje mágico. Intrigada, Luna siguió el susurro y se adentró en el bosque oscuro que
rodeaba su casa.
A medida que avanzaba entre los árboles, las estrellas parecían brillar más
intensamente, iluminando su camino. Pronto llegó a un claro en el bosque donde un
portal de luz brillaba en el suelo. Sin dudarlo, Luna cruzó el umbral y se encontró en
un lugar mágico y maravilloso.
Estaba en el Reino de las Estrellas, un lugar donde las estrellas brillaban como
diamantes en el cielo y las constelaciones danzaban alrededor de ella. Luna estaba
maravillada por la belleza del lugar y sintió una alegría indescriptible en su corazón.
Fue entonces cuando una estrella brillante descendió del cielo y tomó forma
humana ante sus ojos. Era Estella, la guardiana del Reino de las Estrellas. Estella le
dijo a Luna que había sido elegida para una misión especial: restaurar el brillo de una
estrella perdida en el cielo.
Con amor y compasión en su corazón, Luna extendió sus manos hacia la estrella y
comenzó a cantar una canción suave y melodiosa. Su voz resonó en el vacío y las
sombras comenzaron a disiparse. La estrella empezó a brillar con una luz cálida y
brillante, recuperando su brillo perdido.
Desde ese día en adelante, Luna continuó observando las estrellas cada noche,
recordando su aventura mágica en el Reino de las Estrellas. Y cada vez que miraba
al cielo, escuchaba el suave susurro de las estrellas, recordándole que la magia y la
luz siempre están presentes, incluso en los momentos más oscuros.