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Hamlet.

Horacio

Hamlet

Claudio

Laertes

Polonio

Ofelia

Gertrudis

Espectro

Guildenstern

Rosencrantz

Actor 1

Bufón

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Primer Acto

Escena 1

Hamlet se encuentra haciendo picar una pequeña pelota de goma. La deja caer y el sonido

inunda el lugar. Un sonido que genera un ritmo agobiante en ese silencio. Ingresan Claudio,

Gertrudis, Polonio, Laertes.

Claudio: Al Rey Noruego, debemos informarle todo lo que sabemos de su sobrino

Fortimbrás. Apuesto que el anciano poco conoce de los atrevimientos del joven sobrino. No

nos guardaremos nada, que los alistamientos y los suministros son a costa del pueblo del

pobre Rey viejo que todo ignora. Demasiado joven ese Fortimbrás para tanta ambición.

Polonio: Usaremos exactamente esas palabras. Si me lo permite, aquí mi hijo quería darle un

mensaje…

Claudio: Claro, Laertes, ¿qué quieres decirme?

Laertes: Más que un decir es una petición.

Claudio: Para mí entonces será una oferta.

Laertes: Quería solicitar su favor para volver a Francia, mi Señor, de dónde de buena gana

vine para presenciar su coronación.

Claudio: ¿Ya partir? ¿Con tanta premura? ¿Qué dice tu padre?

Polonio: Puse a su voluntad, mi Señor, el arduo sello de mi consentimiento. Y en efecto, le

suplico le dé licencia para partir.

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Claudio: Goza, Laertes, de tu hermosa hora y dispón de tu tiempo, entonces. Los días pasan

tan rápido en esta suerte de júbilo frustrado, con un ojo esperanzado y el otro sin consuelo,

con alegría en el funeral y lamentos en la boda, sopesando el luto de la muerte de mi querido

hermano y el deleite por el casamiento con antes mi querida hermana y ahora mi amada

esposa. Que por eso se vuelven inadmisibles los avances del joven Fortimbrás, que quizá

pensando en que nuestro reino se encuentra en luto, cree encontrarnos débiles para defender

las tierras que mi hermano conquistó. No dejemos pasar más tiempo sin enviar esa nota al

viejo Fortimbrás…

Polonio: Será enviada hoy mismo, mi Señor.

Claudio: Hamlet… primo e hijo mío…

Hamlet: (Sin que se escuche) Tanto parentesco y tan poco cariño. // Algo más que sobrino y

menos que hijo

Claudio: ¿Por qué sigues debajo de esos nubarrones?

Hamlet: Nada de eso, señor, me encuentro al sol.

Gertrudis: Mi buen Hamlet, debes cambiar esos tintes oscuros y mirar como a un amigo al

Rey de Dinamarca. Dejar de buscar con párpados apretados la sombra de tu noble padre en el

polvo, sabiendo que es la ley común que todo lo que vive debe morir. De ser naturaleza a

eternidad.

Hamlet: En efecto, madre, es lo común.

Gertrudis: Y si es lo común, ¿por qué en tus ojos parece tan inusual?

Hamlet: ¿Parece? No, señora. ¡Es! Yo no sé de apariencias. No es ni mi oscuro manto, ni el

luto, ni el río imparable en mis ojos, ni mi expresión abatida, ni ninguna otra figura externa

del dolor que puede expresarme. Esas son todas apariencias y son cosas que cualquiera puede

fingir. Pero lo que tengo dentro es mucho más fuerte que lo que se ve.

Claudio: No es más que ser honroso con tu padre, Hamlet, es tierno de tu parte. Pero no

olvidemos que tu padre perdió un padre y que ese padre perdió al suyo también. Qué debe

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hacer el sobreviviente más que llevar un luto por un tiempo sin que esta actitud se vuelva

rebeldía o apenas una obstinación que esconde una vulgar incomprensión. Que no se vuelva

ese peso una falta contra el cielo, contra los muertos y la naturaleza, y bajo ese inútil

desconsuelo pensar en mí como un padre, ya que sos lo más cercano a nuestro trono y te

profeso un amor del todo noble como el que un padre siente por su hijo. Y frente a tus deseos

de irte para retomar tus estudios, nada contraería más nuestros deseos. Queremos que te

quedes para ser nuestro cortesano, nuestro sobrino y nuestro hijo.

Gertrudis: ¿Se oyen mis ruegos para que te quedes, Hamlet?

Hamlet: Los obedeceré en todo cuanto pueda…

Claudio: Qué respuesta amable y justa… Brindaremos hoy porque se extienda tu estadía…

Todos salen dejando solo a Hamlet.

Hamlet: Si esta carne tan dura se disolviera en rocío… Que enviciado este mundo, es un

huerto sin cultivo y sin desmalezar. Lo fétido y grosero lo ha invadido. Dos meses de muerto.

Ella se aferraba a él como si el deseo le creciera al saciarse y sin embargo en un mes…

fragilidad es un nombre de mujer. Si con esta rapidez se corre al tálamo incestuoso nada es

bueno y nada mejor se puede esperar .

Ingresa Horacio.

Horacio: Hamlet, mi señor.

Hamlet: ¿Horacio?

Horacio: El mismo mi señor. Y por siempre su amigo.

Hamlet: ¿Y por qué no estás estudiando, Horacio? ¿Qué te devolvió a Elsinor? Aquí solo se

enseña a beber.

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Horacio: Los funerales de su padre, Señor.

Hamlet: No me burles, Horario. Querrás decir al casamiento.

Horacio: Sin duda poco tiempo existió entre uno y otro.

Hamlet: Economía, Horacio, apenas economía. Los manjares cocidos de uno, sirvieron como

fiambres al siguiente. Preferiría encontrar a mi peor enemigo en el cielo, que haber vivido ese

día… Creo que veo a mi padre, Horacio.

Horacio: ¿En dónde, mi señor?

Hamlet: En los ojos de mi alma.

Horacio: Ah, entiendo, claro… Y yo creo haberlo visto anoche.

Hamlet: Yo lo veo todo el tiempo.

Horacio: Señor, escúcheme, creo haber visto al rey, su padre, anoche.

Hamlet: Horacio…

Horacio: Contenga por un momento el asombro, mi señor, y deme sus oídos atentos que debo

contarle este prodigio: las últimas tres noches, justo a medianoche, una sombra igual a su

padre. De pies a cabeza, sus manos igual, sin duda su padre, que vagó las tres noches por la

explanada como esperando algo o a alguien.

Hamlet: Mi padre…

Horacio: Sin duda alguna.

Hamlet: ¿Y no intentaste hablarle?

Horacio: No la primera vez porque estaba muerto de miedo. Pero la segunda y la tercera,

mientras caminaba solemne, me atreví a hablarle, a exigirle unas palabras, pero solo la tercera

noche pareció querer decir algo, abrió su boca, y el sonido de los gallos lo hizo volver a

callar.

Hamlet: ¿Mi padre…?

Horacio: No me atrevería a mentir algo así.

Hamlet: ¿Estarás de guardia esta noche?

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Horacio: Sí.

Hamlet: Te ruego que si hasta ahora esto ha sido solo una confidencia hacia mí, así quede

hasta que yo lo diga.

Horacio: Nadie más lo sabe, mi señor.

Hamlet: Y así, sin más, esperar que sea medianoche.

Escena 2

Ingresa Laertes seguido de Ofelia.

Laertes: Ya tengo que irme, el equipaje ya está embarcado

Ofelia: Sí, ya es hora.

Laertes: Pero espero que siempre los vientos sean favorables y haya algún transporte

disponible, me escribas.

Ofelia: Lo haré, hermano.

Laertes: Y en cuanto a Hamlet… considera esos galanteos como efímeros pasatiempos.

Como una violeta de su juventud, que no permanece más que una primavera. Es perfume y

deleite de un instante.

Ofelia: ¿Nada más?

Laertes: Ofelia, puede amarte en serio y sin ningún tipo de engaño pero qué fuerza tendrá

contra su rango cuando llegue el momento. Él no tiene voluntad porque ha nacido preso de su

cuna. No puede como cualquier otro mortal decidir por sí mismo, cuando de él depende la

suerte de un reino y su gente. Si dice amarte, sé prudente y no prestes oídos ingenuos a sus

canciones perdiendo la cabeza o abriendo el cofre de tu castidad a su porfía.

Ofelia: Hermano… mi pudor.

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Laertes: Solo estate atenta. Debes estar atenta. El gusano siempre merodea los brotes tiernos

aún antes de su primavera.

Ofelia: Prometo tener en cuenta tus consejos y espero que no seas como esa clase de pastores

que muestran la espinosa senda al cielo mientras vagan sobre los jardines prohibidos sin

acatar sus propios preceptos.

Laertes: No temas por mí.

Ofelia: Entonces tampoco por mí. Ahí viene Papá a regañarte.

Ingresa Polonio.

Polonio: ¿Aún con nosotros, hijo? ¡A bordo! Querrán aprovechar el viento a favor.

Laertes: Yendo, Padre.

Polonio: Tienes mi bendición y te repito: no des voz a tus pensamientos, ni acciones en

formas desmesuradas. Siempre sencillo, pero nunca vulgar. A tus amigos con méritos

probados, los amarras fuerte pero no des la mano a cada ventajero que se acerque…

Ofelia: Padre, ya debe irse…

Polonio: Evita las peleas, pero ya en una, haz que tu enemigo te tema. Tu oído a todos, pero

tu voz a unos pocos, escucha la opinión de todos, pero no des la tuya…

Laertes: El barco, Padre.

Polonio: No interrumpan a un padre y sus preceptos: Vístete tan bien como tus medios lo

permitan, pero sin afectación, una cosa es la elegancia y otra cosa es la ostentación. No pidas

dinero ni lo prestres…

Laertes: Padre…

Polonio: Sé sincero contigo mismo para que nadie pueda llamarte falso…

Ofelia: Debe irse, padre.

Polonio: …Y así he terminado. Adiós.

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Laertes: Adiós, Padre. Adiós, Ofelia. Y recuerda, Ofelia, lo que hablamos.

Ofelia: Está guardado en mi memoria y es tuya la llave.

Laertes sale.

Polonio: ¿Qué es lo que te ha dicho, Ofelia?

Ofelia: Si lo digo también tendré que escuchar tus tormentos.

Polonio: Espero entonces que sea mi mismo predicamento. Ya te he prevenido sobre actuar

con el pudor que conviene a una hija mía y nunca me hablas con la verdad sobre él. ¿Qué hay

entre ustedes dos?

Ofelia: Me ha dado muestras de afecto. De tener interés en mí. Solo eso.

Polonio: ¿Afecto? ¡Qué inocencia! Son esas palabras las que demuestran con la imprudencia

que estás jugando estos juegos. ¿Realmente creés en lo que él te dice?

Ofelia: No sé. ¿Qué debería pensar, entonces?

Polonio: Yo te lo diré. Sos una chiquilina por haber siquiera considerado genuinas esas

muestras falsas de cariño que solo demuestra el poco cariño que te tienes, y que terminará

mostrándome a mí como un tonto en la corte.

Ofelia: Hamlet siempre me ha hablado en formas respetuosas.

Polonio: Respetuosas… claro…

Ofelia: Y ha apoyado cada palabra con juramentos sagrados.

Polonio: Cuando quema la sangre, con mucha soltura el alma le presta promesas a la lengua.

Te dejas llevar por la luz pero son apenas destellos que no provocan calor alguno. No hay

fuego, hija, entiende, son chispazos. Nunca debes rendirte fácil al apuro del otro. Desde este

momento, te ruego que reduzcas tu presencia frente al príncipe Hamlet. Él aún es joven y

puede moverse con más libertad que nosotros. Entonces, Ofelia, no creas en sus promesas.

Son falsas. Persigue oscuras intenciones profanando las palabras sagradas del amor. No

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quiero que malgastes un instante más conversando con el príncipe Hamlet. Espero, querida

hija, que mi deseo se cumpla a partir de este momento.

Ofelia: Sí, señor.

Ofelia sale.

Escena 3

Hamlet observa una figura en el horizonte. Horacio está detrás de él, como refugiado en una

trinchera.

Hamlet: Ahí está.

Horacio: Como le he dicho, señor.

Hamlet: Vengas con ráfagas del cielo o aliento del infierno, sean tus intenciones bondadosas

o perversas, te presentas ante mí de esta forma tan honesta, que te llamaré Hamlet, rey mío,

padre mío, soberano de Dinamarca. ¿Qué significa esto? No me dejes con la duda. ¿Por qué

tus santos huesos resquebrajaron tu santa sepultura dónde tan eterno te vimos reposar? ¿Qué

significa que tu cuerpo muerto vuelva a visitar con su armadura las estrellas que alguna vez

vimos juntos? ¿Qué debo entender de todo esto?

Horacio: Está por hablar…

Hamlet: ¡Horacio!

Horacio: Puede ser peligroso… No lo escuche…

Hamlet: Quiere hablar.

Horacio: No lo hará delante mío. Por favor, señor, vayamos, puede ser peligroso.

Hamlet: No hay nada que temer. Ya nada aprecio de esta vida y mi alma es tan inmortal

como la de él. Déjame solo con él, Horacio.

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Horacio: Señor… (Indeciso, sale)

Hamlet: Estoy preparado para oírte…

Espectro: Y para vengarte, cuando termines de escuchar a este cuerpo errante que purga sus

crímenes por la noche y padece durante el día en las llamas hasta que haya sido perdonado.

Escuchame, Hamlet, si alguna vez amaste a tu padre, venga su repugnante asesinato.

Hamlet: ¿Asesinato?

Espectro: Vil, inhumano, perverso. Es sabido por todo Dinamarca que una serpiente me

mordió al estar dormido en el jardín.

Hamlet: Esa es la historia que nos contaron…

Espectro: Debes saber que la serpiente que mató a tu padre, lleva ahora su corona.

Hamlet: Mi tío.

Especto: Esa bestia adúltera que ganó para su lujurioso apetito la virtud de mi reina que cayó

desde lo alto de nuestros votos de amor que le hizo tu padre el día de la boda, a las promesas

perversas de un miserable. Mientras dormía despreocupadamente en mi jardín, tu tío virtió en

mis oídos ese veneno tan hostil a la sangre de los buenos hombres, que recorre el cuerpo

como mercurio coagulando la sangre al instante. Así fue que durmiendo, fui despojado por mi

hermano, de mi vida, mi corona y de mi reina. Sin comunión, sin perdón. Si tienes corazón,

no lo toleres pero no dejes que tu alma trame nada en contra de tu madre. Déjasela al cielo, y

en las espinas que ya lleva sobre su pecho que la torturan. Me despido. Adiós. Adiós.

Recuérdame. (Sale)

Hamlet: Aguanta, aguanta, corazón… ¿Qué recuerdas? Por siempre. Mientras la memoria

tenga un espacio en este globo enloquecido. ¡¿Que te recuerde?! Voy a borrar de mi memoria

toda trivialidad, todas las máximas de los libros, todas las huellas del pasado que atesoro,

todo, voy a borrar de mis sesos y lo único que se mantendrá es tu mandato: recuérdame.

Villano, villano, villano y desgraciada mujer. Esto sí voy a recordar y debería anotarlo: Se

puede ser un villano y sonreír.

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Horacio: Señor… mi buen señor…

Hamlet: Hay más cosas en el cielo y en la tierra que las que sueña tu filosofía, Horacio.

Necesito que jures que nada de todo esto será dicho, será nombrado, será comentado con

nadie.

Horacio: Lo juro.

Hamlet: Que por muy extravagante que me muestre, adoptando un humor disparatado o

murmurando frases misteriosas, o cualquier otro tipo de ambigüedades, me jures que a nadie

le dirás de esto.

Horacio: Lo juro, mi señor.

Hamlet: Que descanse ese espíritu perturbado y yo confío en mi amigo Horacio, y en todo lo

que este pobre pobre Hamlet pueda hacer para expresar su amistad, nunca ha de faltarte.

Vayámonos juntos con tu dedo sobre tus labios. El mundo está fuera de quicio. Suerte

maldita haber tenido que nacer para ordenarlo. Vamos, Horacio.

SEGUNDO ACTO

Escena 1

Ofelia está detenida. Perturbada. Inmóvil. Llega Polonio.

Polonio: ¿Qué sucede, Ofelia?

Ofelia: Tengo tanto miedo…

Polonio: ¿De qué, en el nombre de Dios? ¿Qué sucedió?

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Ofelia: Estaba cosiendo en mi aposento cuando se presentó el príncipe Hamlet con su jubón

entreabierto y sus medias caídas, sin sombrero, pálido como su camisa y con una mirada que

parecía escapado del infierno…

Polonio: ¿Loco de amor por mi Ofelia?

Ofelia: No lo sé, mi señor, pero en verdad eso me temo.

Polonio: ¿Qué dijo?

Ofelia: Me tomó de la muñeca, fuerte, me apartó y con una mano sobre su frente comenzó a

observarme como si quisiera dibujarme. Se quedó así un largo rato y finalmente, sacudiendo

su brazo levemente y moviendo su cabeza así dos o tres veces, lanzó el suspiro más profundo

y lastimoso que pareció resquebrajar todo su cuerpo y acabar con su ser. Y así, salió por la

puerta.

Polonio: ¿Lo has tratado mal últimamente?

Ofelia: No señor, pero como me dijiste anteriormente, he rechazado todas sus cartas de amor.

Polonio: Eso debe haberlo vuelto loco. Siento no haber observado este tema con mayor

atención y mejor juicio. Temí que iba a perderte, me doy cuenta que han sido mis propios

celos. Es tan propio de nuestra edad el exceso de prudencia en nuestros juicios como es

corriente entre ustedes, los jóvenes, la falta de discreción. Ven. Vamos a ver al Rey. Creo que

puede ser peor ocultar este amor que revelarlo.

Escena 2

Ingresan el Rey, la Reina, Rosencrantz y Guildestern.

Rey: Queridos Rosencrantz y Guildenstern, los convoca una urgencia. Nuestro Hamlet ni por

dentro ni por fuera se parece al que era. Y no habría otra cosa que la muerte de su padre la

que pudo haberlo puesto así. Les ruego que, puesto que se han criado juntos, siendo tan

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cercanos a su edad y su humor, le hagan durante un breve tiempo compañía y traten de inferir

si hay algo desconocido que lo ha puesto así.

Gertrudis: Es cierto que ha hablado mucho siempre sobre ustedes, estimados. Si son tan

amables de mostrarnos cortesía y buena voluntad de quedarse con nosotros por un tiempo

para cumplir con nuestro pedido, recibirán las gracias que solo un Rey puede darles.

Rosencrantz: Por su autoridad sobre nosotros, podrían obligarnos en vez de suplicarnos, su

majestad.

Guildenstern: Nos inclinamos ante ustedes para llevar adelante lo que nos pidan, su majestad.

Claudio: Gracias Rosencrantz y gentil Guildenstern.

Gertrudis: Gracias Guildenstern y gentil Rosencrantz, y les ruego que de inmediato visiten a

mi hijo, tan cambiado.

Guildenstern: Que nuestra presencia lo ayude.

Guildenstern y Rosencrantz salen. Ingresa Polonio.

Polonio: Mi buen señor, los embajadores han vuelto felizmente de Noruega.

Claudio: ¿Felizmente? Siempre trayendo buenas noticias.

Polonio: El viejo rey ha hecho comparecer a Fortimbrás, y le ha ordenado que todos sus

esfuerzos sean para invadir Polonia y no a nuestra Dinamarca, su Majestad. El Rey se

disculpa por todos los abusos que el joven Fortimbrás ha realizado, y asegura que todos ellos

han acabado para siempre.

Claudio: Excelentes noticias. Hoy brindaremos por eso.

Polonio: Y hay más. Le aseguro, mi señor, que como cuido mi alma cuido cumplir mis

deberes con mi Rey, y le aseguro que a menos que mi cabeza haya empezado a fallar, he

descubierto el verdadero origen del delirio de Hamlet.

Claudio: Polonio, dilo. ¿Cuál es la razón?

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Polonio: La brevedad es el alma del talento, y el tedio sus miembros y su adorno, y por eso

seré breve: el noble Hamlet está loco. Lo llamo loco, porque definir la locura verdadera, ¿no

sería acaso estar loco?

Gertrudis: Más sustancia y menos arte, Polonio.

Polonio: Le juro que no uso arte en absoluto. Que está loco es verdad, es verdad que es una

pena y una pena que sea verdad. Está loco y ese es su defecto, y ese defecto es efecto de una

causa.

Gertrudis: Señor, dígalo.

Polonio: El resto resta y lo que resta es esto: Tengo una hija.

Claudio: Lo sabemos.

Polonio: Quién cumpliendo con su deber y obedeciéndome, me ha dado esto. (Sostiene una

carta en la mano) ‘A la celestial, al ídolo de mi alma, a la muy hermoseada, Ofelia’.

Gertrudis: ¿Ha recibido esa carta de Hamlet?

Polonio: ‘Hermoseada’, qué palabra horrible, ¿no? ‘Pon en duda que los astros tengan fuego,

pon en duda los movimientos del sol, duda que en la verdad no haya mentira, pero nunca

dudes de mi amor’.

Claudio: ¿Eran penas de amor? ¿Tu hija lo ha rechazado?

Polonio: ¿Qué hubiese pensado de mí, si de haberlo sabido no hubiese actuado? No bien fue

de mi conocimiento le advertí: ‘El príncipe Hamlet está fuera de tu alcance y de tu rango, esto

se debe terminar’, y así le ordené que debía encerrarse, no recibir mensajes del príncipe

Hamlet, no recibir propuestas. Y así lo hizo, y él, rechazado, para no hacerlo largo, cayó en

tristeza, luego en ayuno, de ahí en vigilia, ¿y que es la falta de sueño sino el inicio del delirio

y la locura?

Claudio: ¿Creés que esto puede ser verdad, mi Reina?

Gertrudis: Puede ser… Es probable.

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Polonio: ¿Ha ocurrido alguna vez, y me gustaría saberlo, que yo haya afirmado: esto es así

pero fuese en realidad de otra forma?

Claudio: No en mi conocimiento.

Polonio: Separemos esta cabeza de mi cuerpo si esto que digo es de otro modo. Pero ya sé la

forma de saberlo definitivamente. Él pasa largas horas en esta galería. En uno de sus paseos,

le soltaré a mi hija. Usted, mi Rey y yo podremos observar todo a escondidas… Ahí viene…

Por favor, retírense, déjenme abordarlo sin que nada sospeche. Por favor, vayan, vayan,

déjenme solo con él si confían en mi juicio.

Claudio y Gertrudis salen. Hamlet ingresa leyendo.

Polonio: ¿Cómo está mi buen príncipe Hamlet?

Hamlet: Bien, gracias a Dios.

Polonio: ¿Me conoce el señor?

Hamlet: Perfectamente. Un vendedor de pescado.

Polonio: No, no lo soy.

Hamlet: Ojalá fueras tan honrado como uno de ellos, entonces.

Polonio: ¿Honrado?

Hamlet: Ser honrado en este mundo es ser elegido entre miles.

Polonio: Eso es muy cierto, mi señor.

Hamlet: Si el mismo sol que es un Dios engendra gusanos en un perro muerto e ilumina

benigno un cadáver corrupto. ¿Tiene una hija, verdad?

Polonio: Sí.

Hamlet: No la expongas al sol. Debes estar alerta…

Polonio: Claro… ¿Y qué está leyendo, mi príncipe?

Hamlet: Palabras, palabras, palabras.

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Polonio: Me refiero al asunto que está leyendo… ¿De qué se trata?

Hamlet: Es un poeta lleno de mentiras. Dice que los hombres viejos tienen barbas grises,

rostros arrugados, que carecen totalmente de ingenio y que tienen las nalgas bien flácidas. Y

aunque crea lo mismo con vehemente convicción, no me parece dejarlo así por escrito. Usted,

mi señor, sería tan joven como yo si pudiera marchar hacia atrás como un cangrejo.

Polonio: Claro… ¿Querrías que paseemos en un lugar con menos aire?

Hamlet: ¿En mi tumba?

Polonio: Realmente ahí no da el aire, señor. Con la mayor humildad, le pido su permiso para

dejarlo.

Hamlet: No podrías pedirme algo que dé con más placer, excepto mi vida. Excepto mi vida.

Excepto mi vida.

Sale Polonio. Ingresan Guildenstern y Rosencrantz.

Guildenstern: Mi señor.

Rosencrantz: Querido señor.

Hamlet: Mis excelentísimos amigos. Guildenstern, Rosencrantz, ¿cómo se encuentran?

Rosencrantz: Como el resto de los mortales, mi señor.

Guildenstern: Felices de no estar felices en exceso. No estamos en el sombrero de la fortuna.

Hamlet: Ni tampoco en la suela de sus zapatos.

Rosencrantz: Tampoco, mi señor.

Hamlet: Deben de estar ahí justo en el medio, en su cintura, cerca de sus favores.

Guildenstern: La conocemos muy íntimamente, claro.

Hamlet: La fortuna es una puta, claro está. ¿Y qué noticia traen?

Rosencrantz: Ninguna, señor.

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Hamlet: Entonces, ¿qué le han hecho a la Fortuna que la muy puta los trajo acá, a esta

prisión?

Guildenstern: ¿Prisión, mi señor?

Hamlet: Dinamarca es una prisión.

Guildenstern: Entonces el mundo está lleno de prisiones.

Hamlet: Y Dinamarca es la peor. Entonces, vuelvo a preguntar: ¿qué hacen acá en Elsinor?

Rosencrantz: Solo visitarlo, mi señor.

Hamlet: Soy pobre hasta en las gracias, pero les agradezco. ¿Están aquí por su propia

voluntad? ¿O los han mandado a llamar? Me gustaría una franca respuesta.

Guildenstern: ¿Qué deberíamos decir, mi señor?

Hamlet: Cualquier cosa que responda a mi pregunta. Los han mandado a llamar porque hay

una suerte de confesión en sus miradas ingenuas que no tienen la astucia suficiente para

ocultarlo. Sé que el buen Rey y la buena Reina han requerido sus presencias. Si realmente me

aman no me oculten nada.

Guildenstern: Mi señor, nos han llamado.

Hamlet: Y les diré por qué. Me adelanto a su confesión así la promesa que le han hecho al

Rey no será rota. Desde hace un tiempo, perdí la alegría y abandoné todas mis actividades y

mi estado de ánimo es tan malo que el mundo me parece un monte estéril, que este cielo

magnífico, mírenlo, este techo majestuoso apenas es para mí un viciado y pestilente conjunto

de vapores. ¡Qué obra de arte es un hombre! ¡Noble su razón e infinitas sus facultades! Un

ángel en sus acciones y semejante a Dios en su espíritu. El más perfecto de todos los animales

y yo lo aborrezco. Aborrezco al hombre y aborrezco a la mujer.

Polonio grita en off.

Polonio: Han llegado los actores.

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Guildenstern: Efectivamente, vimos sus carruajes en la entrada.

Hamlet: Deben ser los de la compañía que tanto me han deleitado.

Rosencrantz: Lo son, señor.

Hamlet: Es posible que mi bienvenida a los actores les resulte más calurosa que las que les

impartí a ustedes, quizá será muy pomposa, y no es porque ustedes no sean bienvenidos. Lo

son, pero mi Tío Padre y mi Madre Tía se equivocan: no estoy loco salvo cuando sopla el

viento del noroeste. Cuando el viento sopla del sur, sé distinguir un búho de un serrucho.

Ingresa Polonio.

Polonio: Han llegado los actores. Los mejores actores del mundo. Tanto para la tragedia

como para la comedia, historia o pastoral, en lo cómico pastoral, histórico pastoral, trágico

pastoral, trágico histórico, trágico cómico, tragi cómico histórico pastoral, escena indivisible,

poema ilimitado, y en cuanto a las reglas de composición y a la franqueza cómica, éstos son

los únicos.

Ingresan los actores.

Hamlet: Que se los atienda bien, porque ellos son el compendio y la crónica de este tiempo.

Mejor tener un mal epitafio al morir que mala fama entre ellos mientras estamos vivos.

Polonio: Les daré el tratamiento que se merecen.

Hamlet: No, por favor, debe ser mucho mejor. Si cada hombre recibe el trato que se merece

quién evitaría los latigazos. Hay que tratarlos como corresponda a tu nobleza y a tu propio

honor, que cuanto menor sea su mérito, mayor será tu bondad.

Polonio: Vengan conmigo, señores.

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Hamlet: ¡Mañana habrá comedia! Viejo amigo, tu cara se ha llenado de pelos desde la última

vez que nos vimos. ¿Podrían representar mañana ‘La muerte de Gonzago’?

Actor 1: Sí, mi señor.

Hamlet: Entonces lo haremos mañana por la noche. ¿Y podría, si fuese necesario, estudiar un

nuevo parlamento que yo podría escribir para insertar en algún momento de la

representación?

Actor 1: Claro, mi señor.

Hamlet: Entonces sigan a ese caballero y no se burlen de él.

Salen Polonio y los actores.

Hamlet: Mis buenos amigos, los dejo hasta la noche. Bienvenidos a Elsinor.

Rosencrantz: Gracias, mi señor.

Salen Rosencrantz y Guildestern.

Hamlet: ¿No es monstruoso que un actor, fingiendo apenas, soñando una pasión, puede

subyugar su alma hasta tal punto que palidece su rostro, derrame lágrimas, su aspecto se

perturbe, se le corte la voz y todo el cuerpo exprese esas imágenes. ¿Y todo eso por nada?

¿Qué haría él si tuviera los motivos que yo tengo? ¿Si tuviese mi dolor? Inundaría el

escenario de lágrimas y desgarraría los oídos del público. Enloquecería al culpable y

ahorraría al inocente. En cambio yo, sin fuerzas, estúpido, sueño adormecido, permanezco

mudo… ¿Nada merece un rey al que despojaron del reino y de la vida? ¿Soy cobarde, que

todavía no engordé los buitres con la carroña de ese miserable? ¡Villano lascivo y

sanguinario. Cruel, pérfido, impúdico, monstruoso villano! A trabajar, cerebro mío… ciertos

delincuentes, presenciando una obra, se han visto afectados con tal fuerza por la destreza de

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la representación que revelaron su culpa de inmediato. Un crimen, aún mudo, se delata por

medios increíbles. Debo tener, para actuar, pruebas contundentes. El drama es el lazo con el

que te atraparé la conciencia del Rey.

TERCER ACTO

Escena 1

Claudio, Gertrudis, Polonio, Ofelia, Guildenstern y Rosencrantz.

Claudio: Quizá puedan, con algunos pequeños artilugios, conseguir que les diga qué es lo que

lo tiene así, tan extraviado, con esa locura tan violenta.

Rosencrantz: Mi buen señor, él reconoce que se siente perturbado. Pero no hemos podido

conocer la causa.

Guildenstern: Y tampoco nos permite muchas preguntas para que sigamos indagando.

Enseguida con locura afectada se escapa cuando intentamos que confiese algo.

Gertrudis: Pero los recibió con afecto.

Rosencrantz: Como un amigo y caballero.

Guildenstern: Pero un poco forzado.

Rosencrantz: Un poco, es verdad. Parco de preguntas pero generoso en las respuestas.

Gertrudis: ¿No armaron alguna reunión? ¿Algo que lo distraiga?

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Rosencrantz: Justo, mi señora, habíamos visto a unos actores llegar a la corte, y de solo

nombrarlos, su cara cambió.

Guildenstern: Les propuso la obra, repasaron parlamentos y esta noche harán función.

Polonio: Es todo cierto, mi Reina, y suplicó a vuestras majestades que asistan a la

representación.

Claudio: De todo corazón, me alegra mucho oír que está tan bien dispuesto. Caballeros,

seguir empujándolo a los placeres que tan bien parece estar recibiendo. Ahora, vayan.

Guildenstern y Rosencrantz salen.

Claudio: Y también, dulce Gertrudis, te pido que te retires también. Hemos enviado a llamar

a Hamlet para que se encuentre como por casualidad con Ofelia, y Polonio y yo seremos

testigos ocultos del encuentro. Ver sin ser vistos, Gertrudis… Juzgar sin obstáculos su

encuentro, inferir por su comportamiento, si es o no el amor lo que en definitiva lo perturba.

Gertrudis: Lo haré si creés que podría ayudarlo. Ofelia, si es tu belleza la feliz causa de los

tormentos de Hamlet, que sea tu virtud que lo traiga de vuelta a su humor usual.

Ofelia: Así lo espero, mi señora.

Gertrudis sale.

Polonio: Ofelia, hija, aquí tengo este libro, un poco censurable, sin duda, pero que si simulas

que lees, dará el pretexto a tu soledad. Mantén tu rostro devoto y una actitud piadosa, que

consiguen con frecuencia edulcorar al mismo diablo, y mi majestad, si le parece, podremos

quedarnos allá.

Claudio: Eso es verdad, Polonio.

Polonio. Lo oigo venir.

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Claudio y Polonio se retiran.

Hamlet: Ser o no ser, esa es la cuestión. ¿Es más noble soportar con temple golpes y dardos

de la insultante fortuna, o alzarse en armas contra un mar de adversidades, y enfrentándose,

ponerles fin? Morir, dormir. Nada más. Y pensar que durmiendo le damos fin al dolor del

corazón y a los mil males que carga nuestra carne. Morir, dormir… dormir tal vez soñar. Ahí

está el problema. Nos detiene ignorar que sueños pueden asaltarnos en el sueño de la muerte,

después de que abandonemos las mortales ataduras. Ese es el motivo que le da larga vida a la

desgracia. ¿Quién toleraría la indiferencia del mundo, la injusticia del tirano, las palabras del

soberbio, el tormento del amor burlado, los tiempos de la ley, la insolencia del poder, quién lo

toleraría pudiendo quitarse los males con un simple puñal? ¿Quién soportaría toda esta vida

agotadora si no fuera por el temor a alguna cosa tras la muerte, ese desconocido país de cuyas

fronteras nadie vuelve? Terminamos eligiendo las desgracias que conocemos por temor a las

nuevas. La conciencia nos acobarda a todos y cualquier aventura tuerce su destino y nos

detiene. No hay acción. Hermosa Ofelia. En tus plegarias, recuerda todos mis pecados.

Ofelia: Mi buen señor. ¿Cómo se encuentra luego de tantos días sin verlo?

Hamlet: Bien, bien.

Ofelia: Me gustaría devolverle algunos de los regalos que me ha hecho, mi señor. Si usted me

lo permite, se los puedo dar ahora mismo.

Hamlet: Yo nunca regale nada.

Ofelia: Bien sabe que sí, mi señor. Y con dulces palabras que lo hacían más valioso. Pero han

perdido su perfume, y los regalos ricos se han pobres para un espíritu virtuoso cuando el que

los hizo resulta odioso.

Hamlet: Sos virtuosa.

Ofelia: ¿Señor?

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Hamlet: ¿Sos hermosa?

Ofelia: No entiendo.

Hamlet: Si fueras virtuosa y hermosa, la virtud no debería admitir trato con la belleza.

Ofelia: No habría mejor compañera para la virtud que la belleza.

Hamlet: El poder de la hermosura degradará a la virtud antes de que la fuerza de la virtud

convierta en su semejante a la hermosura. Alguna vez esto fue una paradoja, pero ahora el

tiempo da prueba de eso. La amé una vez.

Ofelia: Por cierto, eso me hizo creer alguna vez.

Hamlet: No debiste haberme creído. Aunque la virtud ingrese en mi cuerpo no puede

contrarrestar la podredumbre que ya tengo. Yo nunca te amé.

Ofelia: Entonces el engaño fue bien llevado.

Hamlet: Por qué no irte a vivir a un convento. ¿Por qué alguien querría andar pariendo

pecadores? Yo que me considero moderadamente virtuoso, podría acusarme de cosas que

sería mejor que mi madre nunca me hubiese echado al mundo. Soy soberbio, vengativo,

ambicioso con más impulsos criminales que pensamientos para darles nombre, imaginación

para darles forma o tiempo para llevarlos adelante. ¿Por qué debería haber personas como

yo? Todos somos canallas, todos. Harías bien yéndote a un convento. ¿Dónde está tu padre?

Ofelia: En casa, mi señor.

Hamlet: Deberías controlar que sus puertas estén bien cerradas para que no haga tonterías

cuando sale afuera. Adiós.

Ofelia: Ojalá el cielo lo ayude.

Hamlet: Si alguna vez llega tu casamiento, te doy como dote esta maldición: Aunque seas

pura como la nieve, no vas a poder liberarte de la falsedad. Deberías irte a un convento. Y si

realmente necesitás casarte, casate con un tonto, porque los hombres inteligentes saben bien

en qué monstruos los convertís. A un convento. Rápido. De prisa. Adiós.

Ofelia: Señor… ojalá el cielo lo sane.

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Hamlet: Deberías usar menos maquillaje. Dios les dió un rostro y ustedes se inventan uno

nuevo. Bailan cuando caminan, hablan afectadamente, le dan apodos a todo ser viviente y

quieren hacer pasar esa ligereza como ingenuidad. Ya puedes irte. Me volvieron loco. Y les

advierto a todos que no habrá más casamientos. Todos los casados, menos un matrimonio,

vivirán, los demás, quedarán igual que ahora. A un convento, te dije.

Hamlet sale. Polonio y Claudio se acercan. Ofelia se queda quieta, callada, perturbada.

Claudio: ¿Amor? No creo que sus emociones vayan por ese lado. Y tampoco lo que dijo,

aunque carecía de ciertas formas, parece producto de la locura. Hay algo en su alma, que su

melancolía está incubando. Y temo que lo que surja, cuando rompa el cascarón, sea peligroso.

Polonio: Yo creo que el origen sigue siendo el amor desairado, mi señor.

Claudio: Debe viajar de inmediato a Inglaterra. Quizá alejándose pueda permitirse expulsar lo

que sea que en su pecho ha echado raíces, eso que golpea su cerebro y lo desquicia.

Polonio: Me parece correcto, Señor.

Claudio: Que sea el próximo pedido a Guildestern y Rosencrantz.

Polonio: Me encargaré de eso, Señor. Si me permite, si le resulta oportuno, tras la

representación, dejemos que su madre, la Reina, le pida a solas que revele su dolor. Que sea

directa con él. Y yo estaré, si cuento con su permiso, escuchando todo. Si ella no logra

arrancarle el secreto, envíelo a Inglaterra o a dónde considere prudente.

Claudio: Así será, Polonio. La locura de los grandes no debe quedar sin vigilancia.

Claudio sale. Polonio acaricia la mejilla de Ofelia y sale.

Ofelia: Ver lo que veo tras haber visto lo que vi… La agudeza, la lengua y la espada. Del

cortesano, del letrado y del guerrero… Perdido… la flor y la esperanza del estado,

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quebrantado, perdido, arruinado. Y yo, la más miserable e infeliz de todas las mujeres…

ahora me toca oír ese espíritu noble como campanadas discordantes en la noche, ver lo que

veo tras haber visto lo que vi.

Escena 2

Hamlet: (Aplaudiendo para que los actores se reúnan a su alrededor) Les ruego que el

parlamento lo digan con lengua ágil. Tampoco mover la mano afectadamente como si

quisieran serruchar el aire. Lo mejor es ser mesurado en todo, porque aún en el torbellino de

la pasión deberán transmitir una templanza que les permita dar elegancia a la expresión. No

puedo decirles claramente lo que me provoca ver a un actor empelucado, hacer jirones una

pasión, convertirla en viejos trapos, desgarrando los oídos del público que en su mayoría,

igualmente, son incapaces de apreciar más que absurdas pantomimas y alboroto. Habría que

azotar a todo actor que sobreactúa. Pero tampoco exageren la moderación. No duerman a la

audiencia. Ajusten la acción a la palabra y la palabra a la acción, cuidando especialmente no

transgredir los límites del pudor de la naturaleza. Toda exageración es ajena al propósito de la

actuación. El objetivo de la actuación, tanto en su origen como ahora, fue y es constituir un

espejo de la naturaleza, mostrar a la virtud su propio rostro, al desdén su propia imagen y

cada época, su forma. Ahora, todo esto sobreactuado o sin nervio, por más que haga reír al

ignorante, solo puede agraviar a los hombres sensatos. Y es ese juicio el que debe importar

más, el de los pocos hombres sensatos que el de un teatro lleno de los otros. Hay actores

altamente renombrados a quienes he visto actuar, y no quiero ser grosero, pero era tan

abominable la forma en la que representaban la humanidad, que solo pude pensar que… que

aprendices inútiles de la naturaleza son los que engendran tales actores. Y les pido por

último, que los bufones solo digan lo que ha sido escrito para ellos y que no agreguen

palabras, porque con tal de buscar la risa de la platea ignorante, son capaces de arruinar un

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momento trascendental. Eso es algo infame y revela la más lamentable ambición en el tonto

que lo hace. Ahora, a prepararse.

Hamlet queda solo (Me imaginaba que cuando le habla a los actores, le hable al público)

Ingresa Horacio.

Hamlet: ¿Asistirá el Rey a la obra, señor?

Horacio: Y la Reina, también. Están todos viniendo. ¿En qué puedo ayudarlo?

Hamlet: Horacio, sos sin duda el hombre más cabal que conozco. Desde que mi alma es

dueña de sus elecciones y puede distinguir entre los hombres, te ha elegido para ella y

siempre, desgraciado o feliz, haz aceptado los premios y los golpes de la suerte con ánimo

sereno. Benditos los que balancean tan bien las pasiones y la razón. Dame al hombre que no

sea esclavo de sus pasiones y lo llevaré siempre en el corazón. Donde te llevo, querido

Horacio.

Horacio: Señor… solo dígame qué necesita.

Hamlet: Esta noche, ante el Rey, vamos a presentar esta obra. Una de las escenas, tiene un

cierto parecido con lo que te conté de la muerte de mi padre. Te ruego que cuando ese

momento llegue, prestes atención con toda tu fuerza, a la reacción de mi tío. Si el crimen

oculto no se vislumbra cuando llegue ese momento, entonces ese espíritu que vimos es un

espíritu maligno y mis ideas, por lo tanto, sucias. Yo tampoco voy a apartar mi mirada de él,

y luego de la representación, compartiremos opiniones.

Horacio: Bien, mi señor. Si algo de mi atención se pierde, yo pagaré por eso.

Suena una trompeta.

Hamlet: Ya vienen a la función. Debo hacerme el loco.

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Ingresan el Rey, la Reina, Ofelia, Polonio, Rosencrantz, Guildenstern y séquito.

Claudio: ¿Cómo está nuestro sobrino, Hamlet?

Hamlet: Excelente, para ser sincero. Me mantengo del aire, como el camaleón y engordo de

esperanzas. Los pavos que alimentan para los festines no podrían estar mejor alimentados.

Claudio: Cuántas palabras que poco me dicen, querido sobrino.

Hamlet: A mí tampoco ahora, señor.

Gertrudis: Ven al lado mío, querido Hamlet. Sentate junto a mí.

Hamlet: (Refiriéndose a Ofelia) Querida madre, es que acá hay un imán mucho más atractivo.

Polonio mira al Rey para que observe el acercamiento de Hamlet a Ofelia.

Hamlet: ¿Puedo apoyarme en su regazo?

Ofelia: ¿Señor?

Hamlet: Me refiero a apoyar mi cabeza en su falda.

Ofelia: Sí, mi señor.

Hamlet: No habrás pensado que sugeriría algo indecente…

Ofelia: No pienso nada, mi señor.

Hamlet: ¡Qué bello pensamiento! Descansar entre las piernas de una dama.

Ofelia: Se lo ve alegre, mi señor.

Hamlet: Es que no hay mejor bufón que yo y que deberíamos hacer en definitiva si es no estar

alegres. Siempre debemos estar alegres. Sin importar por qué. Solo hace falta mirar a mi

madre lo animada que está y hace dos horas que quedó viuda.

Ofelia: Hace dos veces dos meses, señor.

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Hamlet: Entonces la memoria de un gran hombre no dura ni un semestre. Bueno, basta de

charla. Ahí empieza. ¡Es una pantomima! ¡Me gustan las pantomimas! Silencio, silencio, ahí

empieza. (Relatando lo que ve a Ofelia) Es un rey y una reina, ¿no? Se ve que hay amor, o

parece que hay amor entre ellos. ¿No creés? Él la abraza, la abraza con amor. Y ahora

se duerme en el regazo de su reina.

Ofelia: Lo estoy viendo, mi señor.

Hamlet: ¿Le gusta la obra, Madre?

Gertrudis: Recién comienza, aún no puedo decirlo.

Hamlet: Se quieren, ¿no? Eso se ve seguro. Ahí hay amor.

Ofelia: Así parece, sí.

Hamlet: Se ha quedado dormido el Rey con su amada reina y ahora ella se va. Parece

que se va y lo deja solo. ¿Y quién es ese hombre que ingresa?

Ofelia: No lo sé, señor.

Hamlet: Le está quitando la corona al Rey y la besa. Y ahora… algo está tramando…

vierte veneno en su oído… y ahora se va. Huye.

Claudio se siente incómodo.

Polonio: ¿Se siente bien, señor?

Claudio: Sí, sí…

Hamlet: Silencio… silencio. Ahí vuelve la Reina. Está engañada y piensa que su Rey

sigue durmiendo… Ahí se da cuenta que ha muerto… Se la nota realmente dolorida…

¿No es así?

Ofelia: Sí, mi señor.

Hamlet: Cuidado, ahí vuelve el asesino… Simula bien la angustia. La Reina parece

creerle. Engaña bien, ¿verdad?

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Ofelia: Si usted lo cree, mi señor.

Claudio sigue incómodo.

Hamlet: Cómo se acerca a ella con descaro. Le da regalos, la corteja…

Ofelia: Es tan bueno como un coro, mi señor.

Hamlet: Podría ser un buen coro explicando lo que hace con sus amante si pudiese ver su

juego de marionetas. Ella lo rechaza, sigue angustiada… pero ante la insistencia…

fragilidad… Acepta el cortejo, acepta su amor…

Claudio se para.

Polonio: ¡Detengan la obra!

Gertrudis: ¿Qué sucede, mi señor?

Claudio: Me retiro… debo retirarme.

Polonio: Y con usted, todos nosotros…

Solo quedan Hamlet y Horacio.

Hamlet: Ahora podría apostar todo a las palabras del espectro.

Horacio: Creo lo mismo, señor.

Hamlet: ¿Viste su cara cuando envenenaban al Rey?

Horacio: Lo vi todo, señor.

Ingresa Polonio.

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Polonio: Mi señor, la reina y lo busca de inmediato.

Hamlet: Esa nube parece un camello, ¿no es verdad?

Polonio: ¡Por dios! Realmente parece un camello.

Hamlet: Más una comadreja, diría yo.

Polonio: Efectivamente, tiene el lomo de una comadreja.

Hamlet: O el de una ballena.

Polonio: Parece una ba…

Hamlet: (Interrumpiendo) Me exaspera tanto que me voy a volver loco. Voy a ver a mi madre

enseguida.

Polonio: Voy a informarlo.

Polonio sale. Horacio observa.

Hamlet: En la hora de las brujerías nocturnas, podría hacer cosas horribles que el día

temblaría al contemplarlas. Y ahora, mi madre. No debo perder mis sentimientos, poder ser

cruel pero no inhumano. Palabras que serán puñales, pero no usaré ninguno. Mi lengua y mi

alma estarán ahora separadas y por mucho que las palabras la castiguen, que mi alma no

consienta en sellarlas con la acción.

Salen. Ingresa Claudio, Rosencrantz y Guildenstern

Claudio: No me gusta como actúa. Y tampoco es seguro. He decidido despachar prontamente

una comisión para que vuelvan con él a Inglaterra. Nuestra dignidad no puede tolerar tan

cerca de nosotros un peligro que crece a cada instante a causa de sus arrebatos.

Guildenstern: Es una piadosa obligación velar por la seguridad de los incontables seres que

dependen de su majestad.

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Rosencrantz: Si cada vida singular está obligada a usar toda la fuerza para mantenerse fuera

de peligros, mucho más lo está el espíritu de aquel en cuyo bien descansan tantas vidas. Un

rey nunca sufre solo.

Claudio: Gracias, mis queridos. A prepararse, se los ruego, para el urgente viaje. Vamos a

ponerle grilletes a los pies de este temor que corre ahora demasiado libre.

Guildenstern: Así será.

Guildenstern y Rosencrantz salen. Ingresa Polonio.

Polonio: Mi señor, se dirige a los aposentos de la reina. Me voy a esconder detrás de los

tapices para oírlos. Como bien ha dicho, es necesario que unos oídos menos parciales que los

de una madre, también escuche con la conversación. Antes de su sueño pasaré a contarle lo

que escuche.

Claudio: Gracias, señor.

Polonio sale.

Claudio: Mi crimen es atroz y no hay en el bendito cielo lluvia suficiente para limpiar mi

crimen. ¿Para qué sirve la piedad sino para enfrentar el rostro de la culpa? Si la oración sirve

para evitar nuestra caída y para perdonarnos cuando ya caímos, voy a mirar al cielo y

preguntar qué tipo de oración le sirve a un hecho consumado. ¿Alguna oración sirve cuando

aún poseo todo por lo que asesiné? ¿Pedir perdón cuando aún disfruto lo que me dió el

delito? Yo puedo con todo el oro del mundo sortear la justicia pero allá arriba no hay

artilugios posibles, cuando frente a frente me encuentre con mis pecados… entonces… ¿solo

queda arrepentirme? Porque si es así, voy a doblar las rodillas y hacer de este corazón oscuro

y duro uno tierno, como el de un recién nacido. Quizá aún tengo una posibilidad…

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Claudio se arrodilla. Hamlet ingresa y lo ve.

Hamlet: Ahora que está rezando, podría hacerlo. Pero no me voy a vengar cuando él está

justo liviano de culpas, no lo voy a matar cuándo él está purificando sus culpas. Voy a elegir

un momento más horrible y que su alma sea tan condenada y negra que no quede otra que ir

al infierno.

Hamlet sale. Claudio se incorpora.

Claudio: Mis palabras vuelan, mis pensamientos quedan en la tierra. Sin pensamiento, las

palabras nunca van al cielo.

Claudio sale.

Escena

Gertrudis y Polonio.

Polonio: Está viniendo. Debe asegurarse de hablarle con dureza. Que quede claro en su

cabeza que sus locuras ya son intolerables, y que usted lo ha intentado proteger de toda la

furia que viene provocando pero que ha llegado a su fin. Yo voy a estar aquí en silencio. Pero

su majestad, debe hablarle con claridad.

Hamlet: (Gritando en off) ¡Madre, madre, madre!

Gertrudis: Garantizo que seré dura con él. A esconderse, que lo escucho llegar.

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Polonio se esconde tras un tapiz. Ingresa Hamlet.

Hamlet: ¿Qué ocurre, Madre?

Gertrudis: Hamlet, has ofendido a tu padre.

Hamlet: Madre, has ofendido a mi padre.

Gertrudis: Estás respondiendo sin ningún sentido.

Hamlet: Estás preguntando con infamia.

Gertrudis: ¡¿Qué pasa, Hamlet?!

Hamlet: ¡¿Qué pasa, Madre?!

Gertrudis: No olvides quién soy.

Hamlet: Por la cruz que no me olvido. Sos la reina, la esposa del hermano de tu marido. Y

lamentablemente, también mi madre.

Gertrudis: Entonces podemos dar por terminada esta charla.

Hamlet: No, no, no. No nos vamos a mover de acá. No te irás a ningún lado hasta que no te

muestre en un espejo el fondo de tu alma.

Gertrudis: ¿Qué pensás hacer, Hamlet? ¿Vas a matarme? ¡Ayuda! ¡Ayuda!

Polonio: (Escondido) ¡Ayuda! ¡Ayuda!

Hamlet: ¿Hay una rata? ¿Una rata? ¡Hay que matar a la rata!

Hamlet mata a Polonio.

Gertrudis: ¿Qué hiciste, Hamlet? ¡Qué acción tan sanguinaria!

Hamlet: Tan sanguinaria y horrible como matar a un rey y casarse con su hermano.

Gertrudis: ¿Cómo matar a un rey?

Hamlet: Eso dije, señora. Matar a un rey.

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Hamlet corre el cortinado y lo ven a Polonio.

Hamlet: Miserable. Imprudente. Entrometido. Idiota. Esto le sucede a los que se toman el

trabajo tan a pecho. Que me disculpe, pero yo pensé que era su superior.

Gertrudis: ¡Dios! ¡Mi señor! ¿Qué hiciste?

Hamlet: ¡Basta! Siéntese, deje de retorcerse las manos y déjeme a mí retorcerle el corazón, si

es que no está endurecido, si el hábito del mal no lo convirtió en una armadura contra el

sentimiento.

Gertrudis: ¿Qué hice? ¿Qué hice que te atrevés a hablarme así? Que te atrevés a hacer todo

esto.

Hamlet: ¿Cómo pudiste dejar la montaña para saciarte con un pantano? ¿No tenés ojos? A tu

edad no puede llamarse amor, porque el brío ya está domado y sumiso se somete a la razón.

¿Qué demonio puede enceguecer de esta manera? La vista sin tacto, el tacto sin vista, los

oídos sin las manos ni los ojos, el puro y simple olfato, o aún la parte más enferma de un

único sentido, habría bastado para no errar de ese modo.

Gertrudis: Hamlet, no hables más. Me hacés mirar al fondo de mi alma y allí solo veo

manchas tan negras y profundas que nunca perderán su color.

Hamlet: Y todo para vivir en el hediondo sudor de un lecho infecto y corrompido, dando

palabras endulzadas y caricias en una ciénaga inmunda.

Gertrudis: ¡No hables más! Tus palabras son cuchillas en mi oído, no hables más, Hamlet.

Hamlet: Un asesino y un villano, un miserable que no vale ni la vigésima parte del décimo de

mi padre. Un rey payasesco, un ratero del imperio y de la ley.

Gertrudis: ¡Basta! Son todas fantasías de tu mente. Todo lo que sale de tu boca se convierte

en locura.

Hamlet: ¿Locura? Mi pulso está acompasado como el tuyo. Por la desgracia de Dios, madre,

no alivianes tu alma suponiendo que es mi locura y no tu pecado el que te habla.

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Gertrudis: Hamlet, me has partido en dos el corazón.

Hamlet: Entonces mejor perder la peor de esas partes y vivir más pura con la otra mitad.

Buenas noches. Y no vayas a la cama de mi tío. Si ya no queda nada de virtud en tu cuerpo, al

menos intenta aparentarla. En cuanto a este caballero, lo siento, pero ha querido el cielo

castigarme a mí con él y a él conmigo. Me ocuparé de él y me haré responsable por la muerte

que le dí. Así, nuevamente, buenas noches. Debo ser cruel para ser bueno, así empieza lo

malo y lo peor aún espera.

Gertrudis: ¿Qué debo hacer?

Hamlet: Nada de lo que yo digo que hagas. El rey ha preparado todo para mi retorno a

Inglaterra. ¿Sabías eso?

Gertrudis: Sí. Está resuelto.

Hamlet: Y mis dos compañeros de estudios, tan amigos como serpientes venenosas, tienen

cartas selladas que definen mi destino. Va a ser divertido hacer explotar al fabricante con su

propia bomba. Dos astucias se enfrentan, madre. Y este hombre muerto hará que toda la

empresa se acelere. Aún muerto, sigue siendo un consejero aunque ahora más secreto, más

grave y silencioso. Terminemos con todo esto de una vez. Buenas noches, madre.

Hamlet sale arrastrando a Polonio. Gertrudis permanece. Ingresa Claudio.

Claudio: ¿Qué se esconde detrás de esa agitación? ¿Dónde está Hamlet?

Gertrudis: Dios mío, lo que he presenciado.

Claudio: ¿Qué pasó? ¿Cómo está Hamlet?

Gertrudis: Loco como el mar y el viento cuando pelean por quién es más fuerte. Fuera de sí,

diciendo cosas inentendibles, escuchó ruido detrás del tapiz y lo atravesó con su espada al

grito de ‘¡rata! ¡rata!’.

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Claudio: ¿Polonio? ¿Mató a Polonio? Lo mismo habría pasado de estar ahí… Su libertad es

una amenaza para todos, para vos, para mí, para todos. ¿Cómo explicaremos este hecho

sanguinario? Vamos a ser los culpables por no haber tenido el buen recaudo de haberlo

apartado y frenado a este joven demente. A veces con tanto amor no se puede ver qué es lo

mejor. ¿Dónde se fue?

Gertrudis: Se llevo el cuerpo.

Claudio: Cuando el sol toque las montañas lo embarcaremos y se irá y con todo nuestro tacto

deberemos explicar y excusar lo sucedido. A nuestros más sabios amigos informaremos sobre

esta desgracia y lo que vamos a hacer. Tal vez así la calumnia no alcance nuestros nombres.

¡Guildenstern!

Guildenstern ingresa.

Guildenstern: Señor.

Claudio: En su locura, Hamlet ha matado a Polonio y se ha llevado el cuerpo. Necesito que lo

encuentren, y que encuentren el cuerpo de Polonio para llevarlo a la capilla. Necesito que

todo sea con premura y dulzura y que mañana partan a Inglaterra con las cartas que les he

dado.

Guildenstern: Sí, señor. Así será.

Claudio y Gertrudis salen. Hamlet ingresa.

Hamlet: ¡Qué casualidad! Mis amigos están aquí.

Rosencrantz: ¿Qué ha pasado, señor? ¿Qué ha hecho?

Guildenstern: ¿Dónde está el cadáver?

Hamlet: Lo mezclé con el polvo, su pariente.

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Rosencrantz: Si usted nos dice dónde se encuentra, nosotros podemos llevarlo a la capilla.

Hamlet: No deberían ser tan crédulos.

Guildenstern: ¿Sobre qué, mi señor?

Hamlet: De que yo pueda guardar su secreto y que no sea capaz de conservar el mío.

Rosencrantz: ¿Dónde está el cuerpo de Polonio, mi señor?

Hamlet: ¿Cómo debe responder el hijo de un rey a esponjas?

Guildenstern: ¿Por qué nos trata de esponjas?

Hamlet: Porque están chupando de la protección del rey, sus recompensas y el poder. Y son

el tipo de serpiente que al rey le gusta tener a su lado, mascándolos primero y devorándolos

después. Cuando haya recogido lo que necesitaba de ustedes, no hará sino estrujarlos como

las esponjas que son, y quedarán los dos secos nuevamente.

Rosencrantz: No lo comprendo, mi señor.

Hamlet: Es una bendición a veces que las palabras agudas no hagan mella en los oídos tontos.

Ingresa Claudio.

Claudio: Hamlet.

Hamlet: Tío.

Claudio: ¿Dónde está Polonio?

Hamlet: En una cena.

Claudio: ¿En una cena? ¿Dónde?

Hamlet: No dónde come él, sino dónde es comido. Una asamblea de gusanos lo está

comiendo. El gusano es el único emperador de la alimentación: nosotros cebamos a todas las

criaturas para engordarnos a nosotros mismos, y nos engordamos a nosotros mismos para los

gusanos. El gordo rey y el escuálido mendigo no constituyen más que un menú variado: dos

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platos, pero para una misma mesa. Ese es el fin. Un hombre puede pescar con el gusano que

comió de un rey, y comerse al pescado que alimentó con ese gusano.

Claudio: ¿Qué estás queriendo decir con todo esto?

Hamlet: Simplemente mostrarle como un rey puede tomar una excursión por las tripas del

mendigo.

Claudio: ¿Dónde está Polonio, Hamlet?

Hamlet: En el cielo. Mande a alguien a ver allá y si no lo encuentra, usted puede ir a buscarlo

en persona al otro lugar. Ahora, si no puede encontrarlo en el transcurso de este mes, lo

podrán oler debajo de la escalera.

Rosencrantz y Guildenstern van a buscarlo.

Claudio: Hamlet, por tu seguridad, lo que has hecho obliga a que te vayas de acá.

Urgentemente. Debes prepararte, el barco está listo y el viento es propicio. Es necesario que

viajes a Inglaterra.

Hamlet: ¿Inglaterra?

Claudio: Sí.

Hamlet: Bien.

Claudio: Mis intenciones son claras. Te estamos protegiendo.

Hamlet: Conozco muy bien esas intenciones. Iremos a Inglaterra, entonces, querida madre.

Claudio: Tu cariñoso padre, Hamlet.

Hamlet: Madre, padre. Significa marido y mujer, marido y mujer son una misma carne. Por lo

tanto, madre, parto a Inglaterra.

Hamlet sale.

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Claudio: Está todo sellado, y si el rey de Inglaterra me tiene en estima, hará lo que ordeno en

la carta sellada: la inmediata ejecución de Hamlet. Hasta que eso no esté acabado, sea cual

sea mi suerte, mis gozos no habrán comenzado.

Claudio sale.

Escena

Ofelia: ¿Dónde está mi hermosa majestad?

Gertrudis: Ofelia…

Ofelia: ¿Cómo podría reconocerte, mi verdadero amor? Por el sombrero, las sandalias y el

bastón.

Gertrudis: ¿Qué significa esa canción?

Ofelia: Si su majestad quiere saberlo, le ruego que escuche con atención. Está muerto y se ha

ido. Está muerto y ya se fue. Lo cubre un tapiz de césped verde y hay una piedra en sus pies.

Gertrudis: Ofelia…

Ofelia: Escuche… blanco su sudario como la nieve en el monte…

Ingresa Claudio.

Gertrudis: Señor, ¿Qué vamos a hacer?

Ofelia: El sepulcro con fragantes flores adornado, no fue regado por lágrimas sinceras de

aquellos que lo habían amado.

Claudio: ¿Cómo estás, preciosa niña?

Ofelia: Bien, gracias. Mi señor, nosotros sabemos lo que somos pero no sabemos en lo que

nos podríamos convertir. Dios bendiga su mesa.

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Claudio: El dolor que está sufriendo…

Ofelia: Les ruego que no digan ni una palabra sobre esto, pero cuando les pregunten qué

significa, digan: Mañana es el día de San Valentín, muy temprano en la mañana pasaré por

su ventana, para ser su Valentina. Él se levanta y abre la puerta del cuarto, hace entrar a la

doncella, qué doncella no saldrá.

Claudio: ¡Hermosa, Ofelia!

Ofelia: Hermosa, sí. Sin una grosería llegaré hasta el final. Ay de mí, qué vergüenza me da,

los jóvenes lo harán si tienen ocasión… por Dios son culpables de pecar. Ella dijo: ‘juraste

ser mi marido antes de echarte conmigo’. Y él respondió: Juraste ser mi marido, si no

hubieras venido tú a mi lecho.

Claudio: ¿Cuánto tiempo hace que está así?

Ofelia: Espero que todo salga bien. Debemos ser pacientes, pero no puedo menos que llorar

al pensar que lo pondrán en tierra fría. Mi hermano sabrá de esto. Agradezco los buenos

consejos de todos, pero ahora digo: Vamos, cochero. Buenas noches señoras y señores,

dulces señoras, buenas noches…

Ofelia sale.

Claudio: Las desgracias nunca llegan de a una, como espías, sino en batallones, Gertrudis. El

pueblo está tejiendo conjeturas, rumores y nosotros los alimentamos. Primero, el asesinato de

Polonio, enterrado a prisa y a escondidas. La pobre Ofelia ahora enajenada de su juicio, tu

hijo en destierro por su violenta acción. Y ahora, Laertes, ha vuelto en secreto desde Francia

y han venido llenando sus oídos con mentiras putrefactas y él nutriendo su angustia en la

oscuridad. Vamos a tener que ponernos a salvo porque el mar furioso no se desborda sobre la

llanura con más odio que el que trae el joven Laertes.

Gertrudis: ¿Dónde estás mis guardias? ¿Qué son esos ruidos?

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Ingresa Laertes con violencia.

Laertes: El rey más vil… ¡Devuelvan a mi padre!

Gertrudis: Con calma, buen Laertes.

Laertes: Una gota en mi sangre calma me haría un bastardo, llamaría miserable a mi padre y

puta a mi madre. ¿¡Dónde está mi padre!?

Claudio: Está muerto.

Gertrudis: Pero no por él.

Claudio: Dejemos que pregunte lo que quiera.

Laertes: ¿Cómo murió? No quiero engaños. Solo quiero la más cabal venganza por la muerte

de mi padre.

Claudio: ¿Quién te detendrá?

Laertes: Nadie en el mundo.

Claudio: Deseas saber la verdad sobre la muerte de nuestro padre y la tendrás. ¿Pero exige la

venganza arrastrar a amigos y enemigos indiscriminadamente?

Laertes: Solo a los enemigos.

Claudio: Eres un buen hijo y un verdadero caballero. Soy inocente de la muerte de tu padre, y

estoy muy apenado a causa de ella.

Ofelia: (En off) ¡Quiero entrar! ¡Déjenme entrar!

Laertes: Ofelia…

Gertrudis: Laertes, noble caballero, debe saber que su hermana se encuentra con la razón

nublada desde la muerte de su padre.

Laertes: Alguien va a tener que pagar por la locura hasta que el peso del castigo se incline de

nuestro lado de la balanza. Querida niña, buena hermana, dulce Ofelia…

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Ofelia: (Ingresando) Con el rostro descubierto lo llevaron a enterrar, ¡tralalá, tralalá! Y

muchas lágrimas llovieron en su tumba.

Laertes: Si en tu cordura me quisieras guiar a la venganza, no podrías conmoverme como

ahora.

Ofelia: Hay ruda para vos, y alguna para vos, y otras para mí. Cada uno usará la ruda a su

modo. Acá hay una margarita. Les daría algunas violetas, pero se marchitaron todas cuando

mi padre murió. Dicen que tuvo buen fin. ¿Y ya no volverá? ¿Y ya no volverá? No, no, él está

muerto. Acaba con tu vida, él nunca volverá. Su barba era blanca cuál nieve, y rubia su

cabellera, se ha ido, se ha marchado, son vanas nuestras quejas, que Dios se apiade de él. Y

a todas las almas cristianas, ruego a Dios. Dios los guarde.

Ofelia sale.

Laertes: Dios mío.

Claudio: Laertes, debo conversar con tu dolor, y sino es así me estarías negando un derecho.

Si a tu juicio de algún modo estamos implicados en la muerte de tu padre, cederé el reino,

nuestra corona y vida en desagravio. Pero si no, te pido nos concedas la gracias de tu

paciencia y juntos trabajaremos con tu alma para darle su satisfacción debida.

Laertes: Una muerte horrible, un funeral a escondidas, sin celebraciones, gritan desesperados

que yo debo pedir una explicación .

Claudio: Y la tendrás… y que dónde esté la culpa, caiga el hacha. Ven conmigo.

Salen.

Escena

41
Horacio lee una carta en voz alta.

Horacio: ‘Horacio, una vez que hayas leído estas líneas, llévale el resto de las cartas al rey.

No habían pasado dos días en el mar cuando un barco pirata nos dio caza, y en medio de la

lucha yo los abordé. En ese instante, nuestro navío comenzó a alejarse y yo quedé prisionero

de ellos. Dale la cartas al rey y luego ven a buscarme’.

Escena

Claudio y Laertes.

Claudio: Ahora debés alojarme en tu pecho como un amigo, porque ya me escuchaste y con

una escucha aguda, que aquel que mató a tu padre, perseguía en realidad mi vida.

Laertes: No comprendo por qué no hiciste caer sobre él, el peso de la justicia.

Claudio: Por dos razones que pueden resultar leves, pero que son fuertes para mí. La reina, su

madre, no vive más que sus ojos y yo por suerte y desgracia, estoy con ella en cuerpo y alma.

Y la otra razón es la del gran amor que le profesa el pueblo, que habría hecho de sus cadenas

un trofeo.

Laertes: Y yo he perdido en todo esto a mi noble padre, y tengo en situación sin esperanzas a

mi hermana que solo merece la cumbre de este tiempo. Mi venganza va a llegar.

Claudio: No debes perder el sueño.

Ingresa Horacio con una carta y se la entrega al rey.

Claudio: ¿Qué sucede?

Horacio: Carta de Hamlet, mi señor.

42
Claudio: Agradezco la entrega, ya puede retirarse.

Horacio: Sí, señor.

Claudio: Leamos juntos, Laertes. (Lee) ‘Alto y poderoso, debes saber que me han dejado en

tu reino nuevamente. Mañana solicitaré permiso para comparecer nuevamente ante su mirada

real, ocasión en la que daré explicaciones de mi súbito y extraño retorno. Hamlet’.

Laertes: ¿Es su letra?

Claudio: Lo es.

Laertes: Alivia el desconsuelo de mi corazón saber que podré verlo y decirle: ¡Esto es lo que

hiciste!

Claudio: Así será, Laertes. Solo debo saber si te dejarás guiar por mí.

Laertes: Sí, mi señor. Siempre y cuando no me obligues a hacer la paz.

Claudio: Es tu paz la que espero que llegue. Voy a inducirlo a actuar según el plan que en mi

mente ha madurado, de tal modo que su muerte sea un accidente del que ni su madre pueda

dudar. Cada vez que han nombrado en esta corte tu habilidad para el esgrima, Hamlet se

transformaba de la envidia y la desesperación por poder enfrentarse algún día contigo. Y

ahora con tu presencia y la de él nuevamente juntos, podemos presentar el desafío. ¿Qué

estarías dispuesto a hacer para mostrar que eres hijo de tu padre con hechos y no palabras?

Laertes: Podría degollarlo dentro de una Iglesia.

Claudio: Ningún lugar debería proteger del crimen ni la venganza encontrar fronteras. Tu

quédate en tu habitación. Al llegar Hamlet le diremos que estás aquí y haremos que alguien

elogie tu práctica y adornaremos aún más tu fama. Él de envidia querrá enfrentarte.

Apostaremos por uno y por otro y él, por confiado que es, no mirará los floretes y podrás

elegir uno sin botón, y con una sola embestida intencionada, podrás vengar la muerte de tu

padre.

Laertes: Así se hará. Y untaré mi espada con un veneno tan mortal que ningún remedio ni

planta curativa podrá torcer.

43
Claudio: Pensemos un poco más sobre eso… Si nuestro plan fallara y nuestra torpeza

descubriera las intenciones, mejor habría sido no intentarlo. Debemos tener otro plan por si

ese nos falla… Cuando en medio de la lucha esté sofocado y sediento y pida de beber, yo voy

a tener lista una copa de la que apenas tome un sorbo, si acaso tu florete no lo hubiese

encontrado antes, nuestro propósito sea logrado. Silencio. Viene alguien.

Ingresa Gertrudis.

Claudio: ¿Qué sucede, mi reina?

Gertrudis: Una tragedia sucede tras otra tragedia, mi señor. Se ahogó…

Claudio: ¿Quién, quién se ahogó?

Gertrudis: Tu hermana se ha ahogado, Laertes.

Laertes: ¿Ahogada? ¿Dónde?

Gertrudis: A orillas del arroyo crece un sauce y ahí tejió unas hermosas guirnaldas de

margaritas y ortigas, y cuando trepaba para colgarlas del árbol, una rama traidora se quebró y

la hizo caer juntos a sus trofeos de flores al río lloroso. Sus ropas se extendieron en el agua y

la mantuvieron a flote mientras ella cantaba viejas canciones completamente ingenua del

peligro en el que se encontraba, y finalmente el peso de su vestido mojado, le arrancó su

melodía y la arrastraron a una muerte cenagosa.

Laertes: Ahogada…

Gertrudis: Ahogada.

Laertes: Demasiada agua y no voy a agregar mis lágrimas pero, ¿cómo evitarlas? Ofelia.

Pobre Ofelia. El llanto es algo natural, a pesar de la vergüenza. Cuando deje de llorarte seco

de lágrimas, la mujer que habita en mí se habrá extinguido. Adiós, mi señor. Mis palabras

arderían como el fuego si no fuera por este llanto ahogado.

44
Laertes sale.

Claudio: Vamos con él, Gertrudis. Todo lo que debí hacer para calmar su furia, que ahora se

ha dado inicio nuevamente. Vayamos con él.

Escena

Un cementerio. Un bufón cava. Hamlet y Horacio se acercan.

Bufón: Va a recibir cristiana sepultura cuando a propósito buscó su salvación. Nadie se ahoga

en defensa propia. Si el hombre va hacia el agua y se ahoga, lo haya querido o no, el caso es

que él va hacia el agua. Pero si el agua viene hacia él y lo ahoga, él no se ahoga a sí mismo.

Aquel que no es culpable de su propia muerte, no acorta su propia vida. ¿Quién construye

más sólidamente que el albañil, el que construye barcos o el carpintero?

Horacio: No lo sé.

Bufón: El sepulturero. Lo que construye dura hasta el día del juicio final.

Hamlet: Muy cierto.

Bufón: (Cantando) De joven, cuando yo amaba, me resultaba muy grato, gastar el tiempo a

mi gusto, dejar que pasara el rato.

Hamlet: Canta mientras cava como si no tuviese conciencia de lo que hace.

Horacio: La costumbre te vuelve indiferente.

Hamlet: La mano que menos trabaja tiene más sensible el tacto. ¿De quién habrá sido esa

calavera? ¿De quién es esta tumba, compañero?

Bufón: Mía.

Hamlet: Es tuya porque estás dentro de ella.

Bufón: Usted está fuera de ella y por lo tanto suya, no es.

45
Hamlet: ¿Para qué hombre se cava?

Bufón: Para ningún hombre, señor. Tampoco para una mujer, sino para una que alguna vez lo

fue, pero que descanse su alma, ahora está muerta.

Hamlet: ¿Cuánto tiempo puede estar un hombre enterrado antes de pudrirse?

Bufón: Si no está podrido antes de morir, como está sucediendo tan a menudo estos días,

varios años. Esta calavera lleva enterrada exactamente veintitrés años.

Hamlet: ¿De quién era?

Bufón: De un loco hijo de puta. Este cráneo, señor, fue alguna vez de Yorick, el bufón del

rey.

Hamlet: (Tomando la calavera) ¡Ay, pobre Yorick! Yo lo conocí, Horacio. Tenía

imaginación y gracia infinita. Mil veces me llevó sobre su espalda. Y ahora… de aquí

colgaban los labios que besé tantas veces. ¿Dónde están ahora tus bromas? ¿Las canciones,

las payasadas que explotaban carcajadas en la mesa? Horacio… cuidado… el Rey está

viniendo. Y con él la Reina y cortesanos. ¿Un ceremonial tan incompleto? Eso es indicio que

el muerto al que siguen destruyó, desesperado, su propia vida. Ocultémonos, Horacio.

Ingresa Laertes, Claudio, Gertrudis.

Laertes: Enterrarla acá sin campanadas, sin las oraciones, sin arreglos virginales, ¿no puede

hacerse nada más?

Gertrudis: Esperaba que fuese la esposa de mi Hamlet, adornar con flores su noche nupcial y

no su sepultura.

Hamlet: (Descubriéndose) ¿Ofelia? ¿La dulce Ofelia?

Laertes: Que caiga diez veces triplicada la desgracias sobre ese maldito cuya perversa acción

la enajenó.

Hamlet: ¿Quién es ese cuyo desconsuelo me nombra? Soy yo, Hamlet el Danés.

46
Laertes: (Se abalanza sobre él) ¡Que el diablo se lleve tu alma!

Hamlet: Te ruego que quites tus dedos de mi cuello, porque aunque no soy irascible ni

violento hay dentro de mí algo peligroso que tu prudencia debería temer. Saca tu mano.

Claudio: Sepárense.

Gertrudis: Hamlet, Hamlet.

Hamlet: Voy a luchar con cualquiera por esta causa.

Laertes: ¿Qué causa es esa?

Hamlet: ¡Yo amaba a Ofelia! Cuarenta mil hermanos no podrían con todo su amor alcanzar el

mío. ¿Qué vas a hacer por ella?

Gertrudis: Por favor, no. No se peleen.

Claudio: Hamlet no está siendo Hamlet, Laertes, tranquilo.

Hamlet: ¡Por la sangre de Dios que me diga qué quiere hacer! ¿Querés llorar, luchar, ayunar,

desgarrarnos? Yo haré lo mismo. ¿Vienes acá a lloriquear, a pegar saltos sobre su tumba?

Que te entierren vivo con ella y yo voy a hacer lo mismo. Y si vas a rugir yo voy a gritar

tanto como vos. ¿Cuál es la razón por la que me trata así? Yo siempre te quise. No importa.

No importa ya más nada. Haga lo que haga el mismo Hércules, el gato maullar y al perro le

llegará su día.

Hamlet sale.

Gertrudis: Buen Horacio, no lo dejemos solo.

Horacio y Gertrudis lo siguen.

Claudio: Paciencia, Laertes. Mantengámonos según el plan.

Laertes: Mi hermana será un ángel mediador cuando él esté aullando.

47
Escena

Hamlet: Lamento mucho haberme puesto así con Laertes. Su dolor es el mío y su causa un

reflejo de la mía. No debí haberme portado así, pero su extravagante ostentación, me

enfureció.

Horacio: Mi señor, el Rey pronto tendrá noticias de Inglaterra y sabrá que su plan fue

descubierto.

Hamlet: Es verdad y será pronto. El mientras tanto, es mío. La vida de un hombre no es más

que un instante… Él asesinó a mi padre y prostituyó a mi madre. Se entrometió entre mi

esperanza y la corona, e intentó enviarme a Inglaterra para que me asesinen en tierras

extrañas. ¿No es perfectamente justo que intente asesinarlo con este brazo? ¿Y no sería

condenable seguir permitiendo que cause tanto mal?

Horacio: ¿Y entonces, mi Señor? ¿Sería conveniente aceptar la propuesta del Rey, el que

asesinó a su padre, para enfrentarse ahora con Laertes en el arte del florete, cuando él es un

eximio practicante?

Hamlet: ¿En qué lugar me dejaría no aceptar el reto, Horacio?

Horacio: Podría ser una trampa.

Hamlet: Será por eso estos presentimientos que me angustian así el corazón.

Horacio: Puedo ir y decirles que no se siente bien, que debemos atrasar el encuentro.

Hamlet: No son más que tonterías los presentimientos.

Horacio: Si su espíritu algo recela, debería obedecerlo.

Hamlet: De ninguna manera, Horacio. Desafiemos los augurios. Hasta en la caída de un

pájaro interviene la providencia. Si tiene que ser ahora, no puede ser más tarde. Si no será

más tarde, será ahora. Si no va a ser ahora, será de todos modos. Estar preparado es todo.

48
Nadie llega a conocer en absoluto la vida que vamos a abandonar, ¿qué importa, entonces,

cuándo se la deja? Que sea lo que deba ser.

Ingresan todos: el Rey, la Reina, Laertes. Hamlet se adelanta y toma su mano.

Hamlet: ¿Me daría su perdón, señor? Ya todos acá saben que estoy afectado por una cruel

perturbación. Cualquier cosa que yo le haya hecho a su nobleza y honra, pido disculpas y que

mi locura no sea la razón de tales excesos. ¿Fue Hamlet quién agravió a Laertes? No. Eso no

ocurrió. Si Hamlet está fuera de sí, si Hamlet no es el mismo Hamlet, entonces Hamlet no

pudo haber sido. Ha sido su locura. La locura de Hamlet, entonces, también es enemiga de

Hamlet. Que mi disculpa ante esta honrosa audiencia me absuelva de toda mala intención.

Solo disparé una flecha por encima de mi casa y lastimé a mi hermano.

Laertes: Recibo como amistad la amistad que me entrega y no voy a ofenderla.

Hamlet: (Tomando el florete) Aquí vamos. Uno para mí. Podrá lucirse conmigo. Su brillante

habilidad iluminará mi ignorancia.

Claudio: Vamos, pongamos vino en nuestras copas. El Rey va a beber por la energía de

Hamlet. ¡Comencemos!

Comienzan la lucha.

Hamlet: Tocado.

Continúan la lucha.

Hamlet: Tocado.

Laertes: Lo admito.

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Claudio: Nuestro hijo ganará.

Gertrudis: Estás agitado y sin aliento, Hamlet. Vení, dejame secarte con mi pañuelo. ¡La reina

brinda por tu suerte, Hamlet!

Claudio: Gertrudis… no bebas.

Gertrudis: Claro que voy a beber. ¡Por mi hijo! (Bebe).

Gertrudis le ofrece la bebida a Hamlet.

Hamlet: Gracias, señora. Prefiero no beber aún. Pero enseguida lo haré.

Laertes: Señor, volvamos a la contienda. Ahora será mi turno.

Vuelven a la lucha. Claudio observa a Gertrudis. De a poco, Gertrudis comienza a sentirse

mal.

Hamlet: Será mi tercera estocada, entonces, Laertes. Pareciera que apenas estás jugando

conmigo. ¿Tengo que rogarte que actúes con más vigor? No me trates como a un niño.

Laertes: Tocado.

Hamlet: Para nada… (Hamlet se da media vuelta mostrando que no ha sido tocado y Laertes

lo ataca por la espalda. Se enfrascan en la pelea perdiendo modales. Los floretes caen y al

tomarlos nuevamente, Hamlet toma el de Laertes y Laertes el de Hamlet. Laertes nota que no

es su florete)

Claudio: ¡Basta! Sepárense.

Hamlet: ¡No! Que venga.

Vuelven a la lucha y Hamlet hiere a Laertes. Gertrudis cae.

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Horacio: ¡La reina!

Hamlet: ¿Qué le ocurre a la reina?

Laertes se toca la herida. Sabe que va a morir. Hamlet comienza a sentirse mal también.

Claudio: Se desmayó al verlos sangrar.

Gertrudis: ¡La bebida! La bebida… Hamlet, mi querido hijo, estoy envenenada. Estoy

muerta. (Muere)

Hamlet: ¡Traición! ¿Dónde está el traidor?

Cae Laertes.

Laertes: Está acá, Hamlet... Y también estás muerto. Como yo. Esa punta está envenenada…

y nos hirió a los dos. Y la bebida con veneno también era para mi señor… El rey… el rey es

el culpable.

Hamlet: La punta envenenada… entonces… a trabajar (Clava el florete en el rey)

¡Incestuoso, criminal y maldito rey de Dinamarca. Apure la bebida (Le hace tragar la bebida

de la reina al rey)

Laertes: Intercambiemos perdones, noble Hamlet. Que la muerte de mi padre, de mi hermana

y la mía no caigan sobre el príncipe y que la suya no caiga sobre mí.

Hamlet: Que el cielo te absuelva. Ahora te acompaño. Estoy muerto, Horacio. Ustedes, que

lucen pálidos y tiemblan ante esta escena, de la que son actores mudos o apenas audiencia, si

me quedara algo de tiempo antes de que me detuviera ese cruel oficial que es la muerte,

podría decirles… (Silencio) Dejémoslo. Horacio, estoy muerto. Que tu supervivencia sirva

para informar sobre mi conducta y sus razones a quienes lo precisen.

Horacio: Yo soy más romano que danés. Aún queda un poco de veneno…

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Hamlet: Horacio, no. Mi nombre quedará lleno de oprobio si alguien no me cuenta con

ternura. Si alguna vez me llevaste en tu corazón, tenés que renunciar por un tiempo a la

felicidad y seguir respirando en este mundo horroroso para contar mi historia. Contale a todos

los hechos que me hicieron actuar… el resto es silencio.

Horacio: Un noble corazón se rompe. Ya dejemos de mirar. ¿Qué quieren ver? Si es una

escena de horror y dolor, dejen de buscar. Ya no hay nada para contar. Los actos impúdicos,

sangrientos, monstruosos y matanzas casuales, de muertes preparadas con malicia y con

pretextos, y finalmente, de intrigas malogradas que cayeron sobre sus autores. De todo esto

puedo hacerles un retrato fiel si algo no se ha comprendido. Pero dejemos de mirar. Ya

dejemos de mirar.

FIN.

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