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(Saca de un cajón muchas cartas, y entre ellas, una de Hamlet padre)

Oh mi rey… estas cartas aún huelen a ti… puedo sentir tu mano empuñada sobre la
pluma y el peculiar sonido que hacía al deslizarse por el papel cuando me escribías, si,
sentado casi a mi lado mientras yo te sonreía… una relación inusual entre un rey y una
reina, casados la mayoría de las veces por negociaciones y acuerdos familiares, ya que te
amo… más bien te amaba porque debo olvidar y obligar a mi corazón a borrar toda huella
que tus ojos pudiesen haber dejado. Te han encontrado muerto, así, de improviso, y tu
hermano Claudio es mi marido y rey, compartimos el lecho que nos abrigó y el beso que
nos unió… los sucesos corren con velocidad por mis ojos, mi mente ni siquiera intenta
comprenderlos… no es lo correcto, debo ser sumisa por muy reina que sea… debo
aceptarlo y creer amarlo como de toda la vida.
(Lanza las cartas al suelo con fuerza)
¡Soy una mujer nueva!
Soy Gertrudis, reina de Dinamarca… mi hijo Hamlet… tan parecido y admirador de su
padre… se me parte el corazón cada vez que observo su semblante duro, que se va
quedando sin vida luego de la muerte de su padre… me preocupa en demasía pero aún así
no dejaré que se salga con la suya, soy su madre y no puedo permitir que impida que
nuestra vida siga. Se que no le agrada la idea del matrimonio con su tío Claudio y pienso
yo que es ese el motivo de su repentina locura… si, locura, mi hijo está loco y le llamo
loco, porque (si en rigor se examina) ¿qué otra cosa es la locura, sino estar uno
enteramente loco? No consigo que diga siquiera una sola oración coherente… está
perdido en un vacío y no se como llegar a él… tampoco pienso intentarlo por ahora, estoy
recién casada y debo dedicarme a esas labores.
La locura de Hamlet preocupa también a Polonio, pero ¡ja! solo porque involucra según
él, a su hija Ofelia y recalco el su ya que él afirma, le pertenece totalmente. Nos ha
mostrado a mi y a Claudio una carta que mi Hamlet le ha escrito a la doncella y ah, tuve
que contener las lágrimas en lo más profundo y casi imperceptible de mi interior… ¡pero
digna! Estoy de lo mejor con mi marido Claudio. La escritura de mi hijo parecía recitada
por mi difunto rey, la hermosura y dulzura hereditaria de nuestra sangre. ¡Olvídalo
Gertrudis! Tú eres esclava de tu presente y amante única del rey de Dinamarca.
Polonio sembró la duda y decidimos comprobar si es pasión de amor el mal que le
adolece. Por mi parte, ¡cuánto desearía que la rara hermosura de Ofelia fuese el dichoso
origen de la demencia de mi Hamlet! Así podría ella, para su mutua felicidad, restituirle
la salud perdida.
Esto comenzó a írseme de las manos… recuerdo con claridad el día en el que unos
cómicos representaron una obra en el palacio… El ambiente del lugar comenzó alegre y
festivo y a medida que la acción se desarrollaba comencé a sentir como se tensaban los
más cercanos a mi ¡oh mi Claudio temblaba en la silla! Tuvo que dejar el lugar,
atemorizado por un fuego aparente lo que me hizo verme en la obligación de llamar a mi
gabinete con mi mayor aflicción a Hamlet.
Polonio se quedaría escondido oyéndolo todo y como siempre sin poder cerrar la boca,
me rogó le mostrara entereza y le enrostrara sus locuras atrevidas e intolerables.
Llegado Hamlet a mi habitación comencé segura a hablar… “Muy ofendido tienes a tu
padre” le dije… Mal comienzo… muy mal comienzo, desde ahí mi propio hijo puso un
espejo en el que vi lo más oculto de mi conciencia. Recuerdo sus palabras grabadas en mi
piel “…acción sangrienta y casi tan horrible como la de matar a un rey y casarse después
con su hermano…” Oh mi buen Hamlet, hijo mío ¿por qué has de hacerme esto? En ese
momento descubrió a Polonio tras el cortinaje y creyendo que era mi marido lo mató
precipitada y sangrientamente… Pero este no fue el momento que más me marcó, no fue
siquiera un inconveniente mayor en nuestra conversación ya que Hamlet con espantosa
voz de trueno continuó: “¿Pudiste abandonar las delicias de aquella colina hermosa por el
cieno de este pantano? Ni puedes llamarlo amor ya que a tu edad los hervores de la
sangre están ya tibios y obedientes a la prudencia…” Y ah! Sentía la palidez de mi tez…
no podía oírle más. Sus razones me hacían dirigir la vista a mi conciencia y advertir allí
las más negras y groseras manchas que nunca podrían borrarse. Sus palabras herían mis
oídos como agudos puñales. En ese momento no podía entender lo que sucedía… ¿en qué
pensaba mi hijo que dirigía la vista donde no hay nada razonando con el aire incorpóreo?
Estaba fuera de sí, decía que estaba su padre con el mismo traje que vestía, pero en la
habitación no había nadie más que nosotros y el cadáver inerte de Polonio. Luego
comenzó a desmentir su locura, despedazando mi corazón en manos de la confusión e
impotencia… No podía entender nada, Hamlet me instruía… debía yo permitirle a
Claudio me llevara al lecho y agradecida declararle que la locura suya no era verdadera,
debía hacerlo ya que una reina hermosa, modesta y prudente no podía ocultarle secretos
de tal importancia a aquel gato viejo, muerciélago y sapo torpísimo… pero aguarden…
todo lo que Hamlet decía y ahora repito carece de sentido, ¿estaba tan loco como
proclamaban?
El tiempo que le siguió a este suceso fue rápido indoloro y me sentía totalmente
vegetal… Hamlet debía marcharse a Inglaterra y tras su partida mi misión no fue más que
la de comunicar hechos fatales y andar tras los pasos de mi adorado marido.
Llego el día del funeral de la dulce Ofelia… ¡cuánto quise que hubiera sido esposa de mi
Hamlet!, ¡cuánto esperé cubrir de flores su lecho nupcial, no su sepulcro! Se de todo corazón que
más allá de su delirio Hamlet amó a Ofelia como cuatro mil hermanos no podrán con todo su
amor exceder. Esto causo disputa entre mi hijo y Laertes, hermano de la difunta… Hamlet
colérico no descansaría hasta ver a Laertes cerrar los ojos bañados de muerte… lo que yo pensé al
comienzo que eran efectos de su frenesí, esa violencia que le agitaba pero mi corazón habló y
conozco a mi hijo… realmente no descansaría.

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