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PERSONAJES:
Hamlet
Ofelia - Reina Gertrudis
Rey Claudio
Polonio
ACTO 1
Escena 1
Hamlet entra solo en la explanada frente al castillo.
HAMLET: (comenta en voz alta) El aire cala duramente; es muy frío (se frota las manos). Se
siente la algarabía de Claudio y la celebración del matrimonio (se oye música a lo lejos). Este
exceso que embrutece el entendimiento, nos infama ante otras naciones desde Oriente a
Occidente. Un poco de perversidad logra que toda la parte noble se corrompa para su propia
vergüenza.
HAMLET.- ¿Padre?
HAMLET.- Lo haré.
VOZ FANTASMA.- Ya casi llega la hora en que debo restituirme a las sulfúreas y atormentadoras
llamas.
VOZ FANTASMA.- No me compadezcas, sólo presta atentos oídos a lo que voy a revelarte.
VOZ FANTASMA.- Yo soy el espíritu de tu padre, destinado por cierto tiempo a vagar de noche y
aprisionado en fuego durante el día, hasta que sus llamas purifiquen las culpas que cometí en el
mundo. La historia que voy a contarte hará que tus ojos, inflamados como estrellas, saltaran de sus
órbitas; y cada uno de tus cabellos quedará erizado, como las púas del colérico puerco espín.
¡Atiende, atiende, oh, atiende! Si alguna vez tuviste amor a tu padre...
HAMLET.- ¿Asesinato?
VOZ FANTASMA.- El asesinato más cruel, como todos lo son; pero éste fue más cruel, inconcebible
e inhumano.
HAMLET.- Refiéremelo presto, para que, con alas veloces como las de la fantasía o las de los
pensamientos amorosos, me precipite a la venganza.
VOZ FANTASMA.- Ahora, Hamlet, escucha. Se esparció la voz de que durmiendo en mi huerto, me
mordió una serpiente. Así, todos los oídos de Dinamarca, con esta fabulosa invención acerca de mi
muerte, fueron terriblemente engañados. Pero tú debes saber, noble mancebo, que la serpiente que
mordió a tu padre, ahora ciñe su corona.
HAMLET.- ¡Oh, por todos los ejércitos celestiales! ¡Oh, Tierra! ¿Y quién más? ¿Invocaré al
infierno también? ¡Oh, no! Detente, corazón mío, detente; y ustedes, mis fuerzas, no se
debiliten en un momento; manténganme robusto. ¿Recordarte? Sí, alma infeliz, mientras haya
memoria en esta agitada cabeza. ¿Recordarte? Sí, borraré de mi memoria todos los recuerdos
frívolos, todas las máximas de los libros, todas las ideas e impresiones del pasado que la
juventud y la observación grabaron en ella. Y únicamente tu recuerdo, sin mezcla de otra cosa
menos digna, vivirá escrito en el volumen de mi entendimiento. ¡Sí, por los cielos te lo juro!
¡Oh, mujer tan culpable! ¡Oh, villano, villano, sonriente y endemoniado villano! Apuntaré en
mi diario que un hombre puede sonreír y sonreír, y ser un villano. Al menos estoy seguro que
eso puede ser en Dinamarca. Pues así eres tú, tío.
Escena 2
2
Escena 3
Se van todos, quedando solo en escena HAMLET.
HAMLET: ¡Oh, si tan solo el suicidio fuera permitido por las leyes divinas!… ¡Que injusto me
parece todo esto! El mundo es un lugar lleno de desgracias, donde el mal se expande cada vez
más, y tan hace solo dos meses que mi padre murió... Un rey tan admirable comparado con
éste… ¡Dios! Un animal irracional hubiera llorado su muerte durante más tiempo ¡Y con mi tío!
¡Casada con el hermano de mi padre! … aunque se parece tanto a mi padre... sin tiempo de
que se le secaran las simuladas lágrimas… vuelve a casarse… y a meterse con prontitud… en
una cama incestuosa. No está bien, solo hace que me duela más el corazón, pero debo de
callar.
ACTO 2
Escena 1
En la habitación se encuentran Polonio y Ofelia.
POLONIO: (con tono de consejo) Dime Ofelia, en cuanto a Hamlet, ¿solo es la atracción del
momento, nada más?
OFELIA: (inquisitiva) ¿nada más Padre?
POLONIO: Deja de pensar en él, por su rango no puede decidir su futuro, en cambio de su
elección depende el futuro de nuestro reino, por lo que debe escoger lo que es mejor para
este, no te dejes seducir por sus palabras.
OFELIA: como sé que quieres protegerme, recordaré tus palabras. Eso está encerrado en mi
memoria y tú mismo puedes guardar la llave.
POLONIO.- De verdad, piénsalo bien. Me han dicho que últimamente te ha visitado varias
veces en forma privada, y que tú lo has admitido con mucha complacencia y libertad. Si esto es
así como me lo han expuesto, a fin de que prevenga el riesgo, debo decirte que no te has
portado con la delicadeza que corresponde a una hija mía y a tu honor. ¿Qué hay entre
ustedes? Dime la verdad.
OFELIA.- Últimamente me ha declarado con mucha ternura su cariño.
POLONIO.- ¿Cariño? ¡Bah! Tú hablas como una muchacha inmadura, inexperta en
circunstancias tan peligrosas. ¿Crees en su ternura, como tú la llamas?
OFELIA.- No sé, mi señor, lo que debo creer.
POLONIO.- ¡Vamos! Yo te lo diré. Piensa que eres una niña y que has recibido esas ternuras
como verdadera paga, pero sin valor genuino. Estímate con más cuidado, pues si te aprecias
en menos de lo que vales, harás que yo pierda la razón.
OFELIA.- Mi señor, él me ha hablado de amor con honorable apariencia.
POLONIO.- Sí, puedes llamarla apariencia. Prosigue, continúa.
OFELIA.- Y reafirmó cuanto me decía, mi señor, con las más sagradas promesas.
POLONIO.- Sí, esos son lazos para atrapar codornices. Yo lo sé, cuando la sangre hierve, con
cuánta prodigalidad presta el alma juramentos a la lengua. Estas llamaradas, hija mía, dan más
luz que calor, apagándose pronto, y no debes tomarlas por fuego verdadero a pesar de lo que
te prometa. De hoy en adelante cuida de ser más avara de tu presencia virginal; dale a tu trato
un precio más alto que a una invitación a platicar. En cuanto al príncipe Hamlet, debes creer
solamente que él es joven, y que si aflojas las riendas, llegará hasta donde tú puedas
permitirlo. En suma, Ofelia, no creas sus promesas, porque son falsas, distintas a lo que
aparentan. Sólo son para implorar profanos deseos, alentadas como santos y piadosos
juramentos. Lo mejor para engañar. Por último, realmente no quisiera que de ahora en
adelante, pierdas los momentos ociosos en mantener conversación con el príncipe Hamlet.
Cuidado con hacerlo, yo te lo ordeno. Ve a tu aposento.
POLONIO: Él mismo confiesa que se siente perturbado, pero no ha querido hablar de la causa.
No estaba dispuesto a dejarse examinar, porque siempre huye de la cuestión con un rasgo de
locura cuando ve que tratamos de que nos diga la verdad de su estado. Señora (dirigiéndose a
Gertrudis), sucedió que nos encontramos casualmente a ciertos cómicos en el camino. Se lo
dijimos y pareció alegrarse al oído. Ellos están ya en la corte y creo que tienen orden de
representarle esta noche una obra
REY CLAUDIO.- Amada Gertrudis, debes retirarte también, porque hemos dispuesto que
Hamlet venga aquí y como si fuera casualidad, pueda encontrarse con Ofelia. Su padre y yo
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mismo, seremos los más aptos testigos para el fin; nos colocaremos donde veamos sin ser
vistos. Así podremos juzgar de lo que ocurra, y en la conducta y las palabras del príncipe
conoceremos si es la aflicción de su amor o no, por lo que sufre.
REINA GERTRUDIS.- Te obedeceré, y deseo que la exquisita hermosura de Ofelia sea la feliz
causa de la locura de Hamlet. Entonces esperaré la mutua felicidad, restituirle la salud perdida.
(Sale la Reina).
Escena 2 (Se encuentran esperando a Hamlet, Polonio y el Rey Claudio y Polonio le pide a
Ofelia que esté oculta hasta que llegue y ellos saldrán para que converse con él.)
POLONIO.- Ofelia, camina por aquí, podemos ya ocultarnos. Lee este libro, que tal ocupación
disculpará tu soledad. Nosotros somos frecuentemente culpables en esto -y está comprobado-
que con semblante de devoción y de acciones piadosas, podemos engañar al mismo diablo.
REY CLAUDIO. (Aparte).- ¡Oh, es muy cierto! ¡Qué sufrimiento produce esta reflexión a mi
conciencia! El rostro de la meretriz, embellecido con arte, no es más feo despojado del
maquillaje como lo es mi delito, disimulado con palabras traidoras. ¡Oh, qué pesada carga
llevo!
Ser o no ser, esa es la cuestión ... Si es o no esta nobleza del pensamiento para sufrir los tiros y
flechas de la desdichada fortuna, o para tornar las armas contra un mar de problemas, y darles
fin con firmeza. Morir ... Es dormir ... No más. Y con un sueño decimos el final. Los dolores del
corazón y las miles de aflicciones naturales que nuestra carne hereda, se acaban. Este
momento sería deseado devotamente. Morir, es dormir ... Y dormir, tal vez soñar. Sí, aquí está
el obstáculo; porque ese sueño de muerte que soñamos puede llegar, cuando hayamos
abandonado este despojo mortal. Debemos darnos una pausa ... Ahí está el respeto que
imponen las calamidades de una larga vida. ¿Para qué desafiar los azotes y desprecios del
tiempo, los errores opresores, el orgullo ofensivo del hombre, las angustias de un mal pagado
amor, los quebrantos de la ley, la insolencia de los oficiales y los desdenes de los soberbios,
cuando uno mismo podría procurarse la quietud con una daga? ¿Quién podría tolerar tanta
opresión, sudando y gimiendo bajo el peso de una vida agotadora, si no fuera por el temor de
que existe alguna cosa más allá de la muerte: el desconocido país, de cuyos límites ningún
viajero regresa, que nos llena de dudas y nos hace sufrir esos males que tenemos, antes de ir a
buscar otros que no conocemos? De este modo la conciencia nos hace a todos cobardes; así la
tintura del valor se debilita con los barnices pálidos de la prudencia; y las empresas de gran
importancia, por esta sola consideración, toman otro camino y se reducen a designios vanos.
Pero ... ¡qué veo! ¡La hermosa Ofelia! Ninfa, espero que mis pecados no sean olvidados en tus
oraciones.
OFELIA.- ( sale de su escondite) Mi buen señor, ¿cómo se siente después de tantos días que no
lo veo?
OFELIA.- Mi señor, tengo en mi poder algunos recuerdos suyos que deseo regresarle desde
hace mucho tiempo. Le ruego que ahora los reciba.
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OFELIA.- Mi honorable señor, usted sabe muy bien que sí; y con ellos me entregó palabras
compuestas de tan dulce aliento que aumentaron su valor. Pero ya disipado aquel perfume,
recíbalos de nuevo, que un alma noble considera como pobres los más opulentos regalos, si
llega a perderse el afecto de quien los dio. Aquí están, mi señor.
HAMLET.- Que si eres honesta y hermosa, no debes consentir que tu honestidad compita con
tu belleza.
OFELIA.- ¿Puede acaso tener la hermosura mejor compañera que la honestidad, mi señor?
HAMLET.- Sin duda alguna. Porque el poder de la hermosura puede convertir más pronto a la
honestidad en una alcahueta, que la fuerza de la honestidad dar a la hermosura su semejanza.
En otro tiempo se consideraba esto una paradoja; pero ahora es cosa probada. ¿Yo te amé
alguna ocasión?
HAMLET.- Tú no debes creerme, porque la virtud no puede ser inyectada en nuestro duro
tronco, sino que nosotros debemos atraerla. Yo no te amaba.
HAMLET.- Vete a un convento. Porque, ¿para qué te expones a ser madre de hijos pecadores?
Yo soy moderadamente honesto, pero al considerar algunas cosas de que puedo acusarme,
sería mejor que mi madre no me hubiera parido. Soy muy orgulloso, vengativo, ambicioso; con
más pecados sobre mi cabeza que pensamientos para explicarlos, imaginación para darles
forma y tiempo para llevarlos a cabo. ¿Qué hacen tales tipos como yo, arrastrándose entre el
Cielo y la Tierra? Todos somos muy malvados. No creo en ninguno de nosotros. Vete a un
convento... ¿Dónde está tu padre?
HAMLET.- Pues que cierre bien todas las puertas, para que pueda hacer tonterías sólo dentro
de su casa. Adiós.
OFELIA.- ¡Oh, bondadosos cielos, ayúdenlo! ¡Oh, qué trastorno ha padecido esta alma
generosa! Los ojos del cortesano; la lengua del sabio; la espada del guerrero; la esperanza y
delicias del Estado; el espejo de la cultura y el modelo de la gentileza; el respeto de todos los
que lo rodean. ¡Todo, todo lo ha perdido! Y yo, la más desconsolada e infeliz de las mujeres,
que probé la miel de sus promesas suaves, veo ahora aquel noble y sublime entendimiento
como una campana sonando fuerte y fuera de tono, que altera la incomparable presencia de
florida juventud, maldiciéndola con frenesí. ¡Oh, cuánto es mi dolor, por haber visto lo que vi,
y por ver ahora lo que veo!
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ACTO 4
HAMLET.- ¡Excelente! ¡Por mi fe! Me alimento del aire como el camaleón; engordo con
esperanzas.
HAMLET.- No, ni a las mías. (A Polonio). Mi señor, ¿me dijiste que una vez actuaste en la
universidad?
HAMLET.- ¿Señorita, puedo ponerme sobre tu falda? (Se coloca a los pies de Ofelia).
HAMLET.- Nada.
HAMLET.- ¡Oh, Dios! Lo hago sólo por divertirte. ¿Qué debe hacer un hombre sino vivir alegre?
observa a mi madre qué contenta está, y eso que mi padre murió hace dos horas.
HAMLET. (Declama).- ¿Tanto tiempo? Pues entonces quiero vestirme de armiño y que se vaya
al diablo el luto. ¡Oh, cielos! ¡Murió hace dos meses y todavía se acuerdan de él! De esa
manera hay esperanza que la memoria de un gran hombre le sobreviva quizá medio año. Pero
él tiene que construir iglesias, pues si no, ¡por la Virgen!, no habrá nadie que lo recuerde.
Déjenme solo, amigos. (Salen los demás) Esta es la hora de la noche apropiada para los
maleficios. Cuando los cementerios se abren y el mismo infierno exhala contagiando a este
mundo. Ahora podría yo beber sangre caliente y ejecutar acciones tan malvadas que el día se
estremecería al verlas. Pero vamos a ver a mi madre. ¡Oh corazón! No pierdas tu naturaleza, ni
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permitas que el alma de Nerón se albergue en este fuerte pecho. Déjame ser cruel, pero no
insensato. El puñal (para herida ha de estar en mis palabras, no en mi mano. Mi corazón y mi
lengua en esto sean hipócritas y aunque mis palabras sean como reproches, nunca mi alma
consentirá que se cumplan.