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HAMELT (WILLIAM SHAKESPEARE)

Acto III – Escena I

HAMLET:
Ser o no ser, esa es la opción.
¿Es más noble sufrir mentalmente el golpe de las flechas de la fortuna, o alzarse
en armas contra el mar de las dudas y, en el ataque, terminar con ellas? Morir,
dormir, no más. Y si al dormir es cierto que acaban los dolores del alma y las
heridas mil que nuestra carne hereda, es una apetecible consumación. Morir,
dormir; dormir, tal vez soñar. He ahí el inconveniente: dormidos en la muerte,
una vez despojados de los mortales vínculos, el temor a los sueños nos paraliza;
ese recelo hace tan duradera la desgracia. Pues ¿quién soportaría el denigrante
azote de los tiempos, el mal del opresor, la ofensa del soberbio, la angustia del
amor menospreciado, la tardanza en la ley, el poder arrogante, pudiendo, con un
simple puñal, liquidar cuentas? ¿Quién llevaría el fardo de una cansada vida de
sudores sin el temor de lo que puede haber tras la muerte (el salvaje país de cuyos
límites ningún viajero vuelve), que debilita el ánimo y hace que soportemos los
males conocidos antes que perseguir los que desconocemos? El raciocinio nos
hace a todos cobardes, y así el color natural de la audacia queda empañado por
los tintes sombríos del pensamiento, y proyectos de altura y magnitud por esos
miramientos tuercen el curso y dejan de llamarse acciones. Cállate ahora.
¡La hermosa Ofelia! Ninfa, en tus oraciones recuerda mis pecados.

OFELIA:

¿Cómo estáis, mi señor,


después de tantos días?

HAMLET:

Con humilde agradecimiento: bien, bien, bien.

1
OFELIA:

Señor, guardo unos recuerdos vuestros


que hace tiempo deseo devolveros.
Os ruego que ahora los aceptéis.

HAMLET:

No, yo no.
Yo nunca te di nada.

OFELIA:

Mi señor, sabéis muy bien que sí, y con ellos palabras de tan fragante aliento que
los hacía más ricos. Disipado el perfume, tomadlos de nuevo; para un corazón que
sea noble los regalos valiosos se empobrecen si el que los da es voluble. Tened,
señor.

HAMLET:

(Risas) ¿Eres decente?

OFELIA:

¿Señor?

HAMLET:

¿Eres hermosa?

OFELIA:

¿Qué queréis decir?

HAMLET:

Que si eres decente y hermosa, tu decencia no debería permitir el parloteo con tu


belleza.

OFELIA:

¿Qué mejor acompañante para la belleza, señor, que la decencia?

HAMLET:
Pues lo hay, porque el poder de la belleza transformará a la decencia en una
alcahueta antes de que la fuerza de la decencia pueda convertir a la belleza en su
semejante. En el pasado esto era una paradoja, pero los tiempos actuales lo
corroboran. Una vez yo te amé.

2
OFELIA:

Es verdad, señor, me lo hicisteis creer.

HAMLET:

No tendrías que haberme creído; la virtud no puede inyectarse


en nuestra sangre viciada y limpiarla del todo. No te amaba.

OFELIA:

Aún más engañada.

HAMLET:

Vete a un convento, si no quieres engendrar pecadores. Yo soy


medianamente decente, y sin embargo podría acusarme de tantas cosas
que mejor hubiera sido que mi madre no me trajese al mundo. Soy muy
soberbio, vengativo, ambicioso, con más maldades a mi alcance que
oportunidad para pensar en ellas, imaginación para darles forma o tiempo
para llevarlas a cabo.
¿Qué han de hacer los individuos como yo, arrastrándose entre cielo y
tierra? Somos unos redomados bribones, no nos creas. Ve derecha al
convento. ¿Dónde está tu padre?

OFELIA:

En casa, mi señor.

HAMLET:

Ciérrale todas las puertas, que no sea el hazmerreír más que en su propio
hogar. Adiós.

OFELIA:

Ayudadle, cielos misericordiosos.

HAMLET:

Si te casas, te daré este disgusto como dote: aunque seas tan casta como
el hielo, tan pura como la nieve, no escaparás a la calumnia. Vete a un
convento, adiós. Y si es necesario que te cases, cásate con un bobo; los
hombres con cabeza saben muy bien con qué facilidad se la deformáis. A
un convento, venga, a toda prisa. Adiós.

OFELIA:

Poderes celestiales, curadle.

3
HAMLET:

También he oído hablar de que te pintas. Dios os ha dado una cara y


vosotras os fabricáis otra. Andáis dando saltos o arrastrando los pies,
habláis con la nariz, ponéis apodos a las criaturas de Dios, y hacéis pasar
vuestros melindres por ignorancia. Vamos, no quiero saber más; eso me ha
vuelto loco. Y te digo que no tendremos más bodas. Los que ya se han
casado (todos menos uno) vivirán. Los demás que sigan como están. Al
convento, ¡hala!

Sale.

OFELIA:

¡Una mente tan superior desmoronada!


Lengua de sabio, espada de soldado, ojo de cortesano, esperanza y flor
que adornaría el reino, espejo de costumbres y molde de conductas,
centro de las miradas de admiración, todo arrasado. Y yo, la más
desconsolada mujer, que me bebí la música de sus dulces promesas,
ahora veo esa inteligencia clara y suprema chirriando destemplada como
campana rota, esos incomparables rasgos de lozanía deshaciéndose por el
delirio. Desdichada de mí, ver lo que veo después de lo que vi.

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