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LA ÉTICA
Cuestiones iniciales
“La palabra “moral”, en su origen, tiene que ver con las costumbres, pues eso precisamente es
lo que significa la palabra latina mores, y también con las órdenes, pues la mayoría de los
preceptos morales suena así como “debes hacer tal cosa” o “ni se te ocurra hacer tal otra”. Sin
embargo, hay costumbres y órdenes que pueden ser malas, o sea “inmorales”, por muy
ordenadas y acostumbradas que se nos presenten. Si queremos profundizar en la moral de
verdad, si queremos aprender en serio como emplear bien la libertad que tenemos (y en este
aprendizaje consiste precisamente la “moral” o “ética” de la que estamos hablando aquí) más
vale dejarse de órdenes, costumbres y caprichos. Lo primero que hay que dejar en claro es que
la ética de un hombre libre nada tiene que ver con los castigos o premios repartidos por la
autoridad que sea, autoridad humana o divina, para el caso es igual. El que no hace más que
huir del castigo y buscar la recompensa que dispensan otros, según normas establecidas por
ellos, no es mejor que un pobre esclavo. A un niño quizás le basten el palo y los dulces como
guías de su conducta, pero para alguien crecidito como tú más bien es triste seguir con esa
mentalidad. Hay que orientarse de otro modo. Por cierto, una aclaración terminológica.
Aunque yo voy a usar las palabras “moral” y “ética” como equivalentes, desde un punto de
vista técnico, no tienen idéntico significado. “Moral” es el conjunto de comportamientos
normas que tú, yo y algunos de quienes nos rodean solemos aceptar como válidos; “ética” es
la reflexión sobre por qué los consideramos válidos y la comparación con otras “morales” que
tienen personas diferentes. Aquí seguiré una u otra palabra indistintamente, siempre
como arte de vivir”.
Las normas morales son internas, porque están dictadas por nuestra propia conciencia. Sin
embargo también podemos actuar en contra de nuestras convicciones morales más profundas.
En ciertas ocasiones sentimos remordimientos por haber desobedecido a nuestra conciencia,
aunque nadie vaya a castigarnos por lo que hemos hecho.
Para entender mejor el concepto de moral, podemos distinguirlo del concepto de ley. Hemos
dicho que la norma moral nace de nuestra conciencia, mientas que la ley puede definirse como
una norma de comportamiento dictada por la sociedad y recogida materialmente en el
derecho. Esta distinción es importante porque nos lleva a reflexionar sobre un punto crucial
para la ética, esto es, la autonomía.
Está claro que todos somos, en parte, heterónomos, pues nos encontramos en sociedades
cuyas leyes no hemos creado nosotros. Pero por otra parte, debemos decir que somos seres
autónomos, pues somos capaces de darnos normas a nosotros mismos a través de nuestra
conciencia, incluso si estas normas van en contra de las leyes. Un ejemplo de esto podemos
encontrarlo en los que actuaron en contra de la esclavitud en los Estados Unidos de América,
pese a que esta fuera legal. En conclusión, podemos decir que el hecho de que seamos
autónomos y tengamos una moral concreta hace que podamos distinguir entre legalidad y
legitimidad, es decir, que comprendamos que las leyes no siempre son justas y por tanto debe
cambiarse la ley.
Pero, ¿cómo podemos llegar a cuestionarnos nuestra propia moral? Aquí es donde podemos
establecer la distinción entre ética y moral. Si hemos dicho que la moral es el conjunto de
normas que un individuo se da a sí mismo, debemos ahora definir la ética como la reflexión
sobre la moral. Como decía Savater en el texto que hemos leído más arriba, la ética es la
disciplina filosófica que se pregunta por el “porqué” de nuestros códigos morales, de nuestro
estilo de vida. En términos más técnicas, la ética reflexiona sobre la vida buena, sobre una vida
que merezca la pena ser vivida, una vida en la que intervengan la justicia, el bien, el cuidado
del otro y la felicidad.
El ser humano no puede dejar de preguntarse sobre cuál es la mejor vida que puede vivirse, y
cuál es la mejor manera de alcanzarla, y esas preguntas son la columna vertebral de la ética.
Por ello, podemos decir que una de las características más significativas de los seres humanos
es nuestra capacidad para elegir cómo queremos actuar. A diferencia de lo que sucede con los
animales, las personas podemos controlar nuestros instintos y decidir lo que queremos hacer
gracias a nuestra libertad.
Pero, ¿a qué nos estamos refiriendo cuando hablamos de la libertad? Para evitar confusiones,
conviene distinguir entre dos sentidos diferentes de este concepto. Por un lado, la libertad
significa “ausencia de coacción” . Nadie puede ser libre si está amordazado o si le están
apuntando con un arma. Una primera dimensión de la libertad consiste en que no haya ningún
obstáculo que nos impida actuar. Esto es lo que se conoce como libertad negativa. La libertad
negativa es una “libertad de”, porque tenemos libertad en este sentido cuando estamos libres
de presiones, amenazas y ataduras.
Pero para conseguir lo que deseamos no falta con la ausencia de ataduras. También hace falta
que podamos proponernos nuestras propias metas y podamos trabajar para alcanzarlas. En
eso consiste la libertad positiva. Esta es una “libertad para”, ya que consiste en que seamos
libres para conseguir nuestros propios objetivos. El concepto de libertad positiva se relaciona
con la autonomía, puesto que sólo tenemos libertad en este sentido cuando podemos
realmente decidir por nosotros mismos. Nuestra libertad positiva se reduce en una situación
de analfabetismo o de pobreza.
La capacidad de elegir también nos hace responsables de nuestros actos. Ser responsable
significa hacerse cargo de las decisiones que tomamos. Como somos libres de elegir, también
tenemos la obligación de justificar por qué hemos elegido una cosa y no otra.
En definitiva, tenemos normas morales que podemos someter a reflexión gracias a la ética.
Con ella elegimos cuál es la mejor vida posible y cómo podemos vivirla, pero para ello
necesitamos no sólo libertad, sino que eligiendo, también nos volvemos responsables de
nuestras elecciones.
Kohlberg comparte con Piaget la creencia en que la moral se desarrolla en cada individuo
pasando por una serie de fases o etapas. Estas etapas son las mismas para todos los seres
humanos y se dan en el mismo orden, creando estructuras que permitirán el paso a etapas
posteriores. Sin embargo, no todas las etapas del desarrollo moral surgen de la maduración
biológica como en Piaget, estando las últimas ligadas a la interacción con el ambiente. El
desarrollo biológico e intelectual es, según esto, una condición necesaria para el desarrollo
moral, pero no suficiente. además, según Kohlberg, no todos los individuos llegan a alcanzar
las etapas superiores de este desarrollo.
Kohlberg extrajo las definiciones concretas de sus etapas del desarrollo moral de la
investigación que realizó con niños y adolescentes de los suburbios de Chicago, a quienes
presentó diez situaciones posibles en las que se daban problemas de elección moral entre dos
conductas. El análisis del contenido de las respuestas, el uso de razonamientos y juicios, la
referencia o no a principios, etc. -se analizaron treinta factores diferentes en todos los sujetos-
fue la fuente de la definición de las etapas. Posteriormente, y para demostrar que estas etapas
eran universales, Kohlberg realizó una investigación semejante con niños de una aldea de
Taiwan, traduciendo sus dilemas morales al chino y adaptándolos un poco a la cultura china.
El desarrollo moral comenzaría con la etapa cero, donde se considera bueno todo
aquello que se quiere y que gusta al individuo por el simple hecho de que se quiere y de que
gusta. Una vez superado este nivel anterior a la moral se produciría el desarrollo según el
esquema que presentamos a continuación.
Explica con tus propias palabras en qué consiste el desarrollo moral y di cuáles son
los estadios por los que se pasa
¿Cuáles son las principales características del nivel preconvencional?
Explica la diferencia entre el nivel convencional y el nivel posconvencional del
desarrollo moral
SESIÓN 3. LA ÉTICA DE ARISTÓTELES. LA EUDEMONÍA.
Hasta el momento hemos visto los aspectos teóricos de la filosofía aristotélica. Hemos
visto su cosmovisión, completada por Ptolomeo; su teoría de las cuatro causas y su concepción
del cosmos movido por un motor inmóvil (theós) que genera cambios en la realidad de manera
que las cosas pasan de la potencia al acto, es decir que permite a las cosas llegar a ser lo que
son. Por ejemplo, una semilla sufre una serie de cambios hasta llegar a ser árbol, y en él, las
flores cambian hasta convertirse en frutos. Esta tendencia de la realidad de hacer que las cosas
lleguen a su ser, a su estado de “completitud” es lo que permite decir que la realidad para
Aristóteles sea teleológica. No hay que confundir el término teológico con teleológico.
Teológico hace referencia a Dios, pero TELEOLÓGICO proviene del griego TELÓS, que significa
fin o finalidad.
Centrándonos en la ética, también para Aristóteles el ser humano tiende hacia un fin.
El filósofo griego dirá que todas las actividades humanas buscan alcanzar un bien concreto e
inmediato. El fin último al que tienden todas nuestras acciones y el mayor bien al que puede
aspirar el ser humano es la consecución de la felicidad. En griego, este término se traduce por
eudemonía, y por esa razón, la ética aristotélica recibe el nombre de eudemónica o
eudemonismo.
Es importante entender lo que Aristóteles define como felicidad. Esta puede definirse
como la satisfacción que se consigue al alcanzar el fin que nos corresponde. Uno puede pensar
que la felicidad hoy consiste en tener todas las necesidades cubiertas y tener tiempo para vivir
una vida de ocio, lujo o placeres sin límite. Pero esto no es la felicidad para Aristóteles. Una
manera de aproximarnos a su concepto de felicidad, puede ser comparándola con la felicidad
que sienten los juguetes de ToyStory cuando Andy, su propietario, juega con ellos. Si los
juguetes son felices es porque están realizando la tarea, llevando a cabo la actividad que les
corresponde o por decirlo así, “para lo que fueron creados”.
Aceptamos que un juguete está hecho para jugar, pero ¿para qué está hecho el ser
humano? Aristóteles dirá que lo que caracteriza al ser humano es su razón, su capacidad de
razonar. Si éste quiere alcanzar la felicidad, debe usar su razón y pensar cómo puede llegar a
ella.
Aristóteles dice que la felicidad va ligada a la excelencia. El máximo bien al que puede
aspirar un ser humano es la virtud, en vivir una vida virtuosa. Para ver en qué consiste, el
filósofo distinguirá entre una parte volitiva en el ser humano y otra parte racional. La primera
se corresponde con los deseos, y se relaciona con el carácter, que en griego se llama éthos.
Nuestro carácter nos define en la medida en que genera unos impulsos o comportamientos
que nos son inherentes. Pero esta parte volitiva puede ser sometida a análisis crítico, a
reflexión, a deliberación. Por ejemplo, uno, por su éthos, por su carácter puede ser muy
sensible con las cuestiones relacionadas con la sangre o con las heridas. Si estamos hablando
de encontrar la felicidad, está claro que una persona así no deberá elegir como camino para su
felicidad la carrera de médico, sino que deberá reflexionar sobre cuál es el bien que debe
buscar, cuál es el fin hacia el que debe tender.
Nuestra parte racional es la que reflexiona sobre cuáles son los mejores medios para
conseguir un fin. Es decir, la que piensa en cómo quiero vivir y cuál es la mejor manera de
conseguirlo. La vida virtuosa consiste en controlar y someter al dictado de la razón las pasiones
y los deseos que conforman el carácter. Y esto sólo puede lograrse mediante el hábito y la
costumbre. Aristóteles no está diciendo que no se deban tener deseos, sino que estos deben
someterse a los principios de la razón. Las pasiones y los deseos están en el hombre como el
mármol en manos de un artista: el arte de vivir consiste en esculpir los deseos con el cincel de
la razón para llegar a adquirir la excelencia que corresponde a la forma humana. En conclusión,
solo es feliz el que elige deliberadamente –es decir, a través de la reflexión- qué es lo que
quiere conseguir en su vida y cuál es la mejor manera de conseguirlo.
Aunque no soy futbolero, en aras de una mejor convivencia escolar colaboro con las
actividades deportivas del recreo porque me parece preferible que los alumnos peguen
patadas y manotazos al balón a que se los den entre ellos. Además, así me familiarizo con los
chavales de la ESO ya que, si nuestros próximos representantes políticos no detienen la
aplicación de la LOMCE, los profesores de Filosofía nos veremos desplazados del bachillerato y
trataremos de cubrir horarios impartiendo “Valores éticos” a quienes no se apunten a Religión
Católica. No es que se nos vayan a caer los anillos por ello, ojo —en mi opinión, cuanto más
niños, mayor inclinación filosófica tenemos los humanos—, pero es lamentable que
sustraigamos al conjunto de nuestros jóvenes la reflexión crítica asociada a las humanidades.
Pero dejémonos de lamentaciones y volvamos al patio. El otro día había tal cantidad de hojas
acumuladas ante una de las porterías que me pareció temerario empezar el partido, por lo que
propuse a los chavales que las intentáramos sacar del campo empujándolas con los pies. Me
puse a ello y cuando conseguí que unos cuantos alumnos me secundaran comprendí que la
juerga consistía en tirármelas a mí ante los divertidos comentarios de los consabidos mirones.
Molesto, suspendí el partido y me dirigí al interior del instituto. Con la ayuda del equipo
directivo localizamos unos rastrillos y unas bolsas de basura con los que reintenté organizar la
recogida.
Para mi sorpresa, apenas un alumno de entre muchas decenas se ofreció a ayudar de buen
grado. Los demás miraban, se reían, decían que menganito quería ayudar y se sorprendían
cuando les pedía colaboración, como si fuera una humillación inaceptable agacharse y meter
las hojas húmedas en sus bolsas. Sólo cuando les amenazaba con algún tipo de sanción o
perjuicio a quienes, además de no colaborar, se chanceaban de la situación, fui consiguiendo
una cierta respuesta. Lentamente algunos chavales más se fueron implicando por sí mismos.
Eso sí, a poco que me descuidara, el palo del rastrillo acababa en la cabeza de alguien, las
bolsas medio llenas volvían a volcarse o las hojas re invadían el campo... Pensarán que
exagero, pero no crean. Volví a clase con un sentimiento penoso: no solo por la poca
participación sino por la tristeza de sospechar que la mayoría de la gente, en el patio como en
la sociedad, cree sentirse mejor cuando no colabora que cuando sí.
Justo lo contrario de lo que me tocaba explicar sobre Aristóteles unos minutos después. Por
último año, todos los alumnos de 2º de Bachillerato han de dedicar un tiempo a las reflexiones
del estagirita sobre la sociedad, ya saben, la preeminencia de lo colectivo, la búsqueda de la
felicidad, el bien común, la subordinación de la ética a la política, la satisfacción derivada de
hacer las cosas bien, en fin, nada que ver con lo que acababa de vivir en el patio. ¿Será por
esto que quitan la Historia de la Filosofía, porque lo que decían esos señores ya no sirve de
nada en este mundo en que vivimos tan ensimismados en nuestras cuitas particulares? ¡Qué
desazón!
Les confesaré que me sentía un imbécil intentando explicar lo del holismo, el organicismo,
la phronesis o la politeiasin referirme a las dichosas hojas. ¿Acaso la Política de Aristóteles no
se caracteriza por su carácter pragmático, en contraste con el utopismo de su maestro Platón?
Como habíamos dedicado alguna clase previa a la amistad según la Ética a Nicómaco, utilicé
una de sus frases: “Cuando los hombres se aman unos a otros no es necesaria la justicia”, para
lanzar algunas cuestiones al vuelo: ¿puede funcionar la recogida de hojas sin amenazas, leyes
ni normas (justicia), exclusivamente por la satisfacción de participar de algo que a todos nos
beneficia? ¿Son los ciudadanos más felices cuando se sienten parte activa de su comunidad y
disfrutan del trabajo bien hecho o, por el contrario, la felicidad mayor estriba en la habilidad
para escaquearse y burlarse del trabajo ajeno? ¿Lo que valía en la Grecia antigua sigue siendo
válido en lo sustancial o hemos mutado? ¿Para bien o para mal?
No sé muy bien si son preguntas éticas o dianoéticas pero sí que me parecen necesarias, por
mucho que a Aristóteles le expulsen de los currículos. Los profesores de Filosofía, desde donde
nos dejen, no somos una parte accesoria o accidental dentro del sistema educativo, porque la
educación cívica y política de las próximas generaciones es más urgente que nunca vistos los
desafíos que nos depara la convivencia intercultural. Desde la tarima o desde el recreo, no
importa —uno sospecha que lo aparentemente irrelevante a veces es lo principal—, estamos
obligados a recordar a la sociedad que la educación filosófica, artística y literaria es
imprescindible para no resignarnos a que nuestros hijos sean de los que se quedan mirando
mientras los demás se mojan las manos para que ellos puedan seguir jugando.
SESIÓN 4. LA ÉTICA DEONTOLÓGICA DE KANT. EL IMPERATIVO CATEGÓRICO
La ética de Aristóteles estaba basada en la virtud. Es decir, que para él, uno encuentra
la felicidad haciendo lo que debe. Uno de los aspectos más importantes de la modernidad será
la separación de los conceptos felicidad y justicia. Esto se debe a que el proceso de ilustración
que culminará con la creación de gobiernos constitucionales (Estados Unidos proclamó su
independencia el 1776 y Francia una revolución el 1789) distinguen entre una dimensión
pública y privada del ser humano, del ciudadano.
Uno debe actuar conforme a las leyes pero estas no pueden determinar aspectos
privados de su vida como la creencia religiosa, sus relaciones afectivas, sus aficiones, etc. En
esta distinción se encuentra la ética kantiana. Si decíamos que Aristóteles tenía una ética
eudemonista, ahora hablamos en Kant de una ética deontológica, esto es, una ética basada en
el deber. Ahora bien, no hay que pensar en un moralista que pretendiera dictar normas de
conducta a la gente, es decir, que no iba por ahí diciendo “debes hacer esto, o no debes hacer
aquello otro” . La reflexión sobre el deber en Kant será FORMAL, puesto que analizará la
forma, los ingredientes necesarios para considerar una acción de MORAL. Por tanto, su interés
no es tanto saber qué es bueno o malo, sino saber por qué algo es bueno o malo.
¿Qué es lo que hace que una acción sea moral? ¿Por qué una determinada acción es
buena? La respuesta de Kant será la siguiente. Porque se hace con BUENA VOLUNTAD. Hay
que entender por buena voluntad la INTENCIÓN que acompaña una acción, considerándola un
FIN EN SÍ MISMA. Esta idea de “fin en sí” será muy importante en Kant y se entiende de la
siguiente manera. Uno podrá realizar una acción que normalmente se considere buena, por
ejemplo, ayudar a un anciano a subir la compra a un tercer piso sin ascensor para obtener una
recompensa económica; otro ejemplo, uno decide no robar por miedo a que le sancionen. En
este caso, Kant dice que no hay buena voluntad, que la acción no es moral y que por tanto se
está obrando mal. La acción moral es aquella que se realiza porque la considera buena, y no
porque se espera obtener nada a cambio de ello.
Por todo esto, Kant asocia la buena voluntad con la noción de deber. Actuar por deber
es lo contrario de actuar por interés. Actuar por deber es lo contrario de actuar por intereses,
móviles o inclinaciones. Obrar moralmente o por deber supone actuar de forma desinteresada,
obrar únicamente porque uno cree que es su deber, aunque la acción le pueda acarrear
consecuencias negativas. Por ejemplo, es propio de la conducta moral ayudar a los amigos. Sin
embargo, no estamos obrando moralmente si sólo lo hacemos cuando nos apetece y nos
desentendemos en caso contrario.
Si uno actúa por deber es porque lo hace respetando una ley moral. Esta ley se formula con el
IMPERATIVO CATEGÓRICO. Este pretende ser una frase, una fórmula que guíe las acciones
buenas. Imperativo significa orden, mandato; y categórico significa que esa orden debe regir
TODAS las acciones, y no si nos interesa o no. Ahora bien, como decíamos, este imperativo es
FORMAL, no tiene un contenido concreto. No dice haz esto o aquello, sino que se enuncia de
modo general como un criterio para identificar la acción moral.
La otra formulación es “Procede de tal modo que trates a la humanidad, tanto en tu persona
como en la de los demás, siempre como un fin en sí mismo y nunca como un medio” . De nuevo
volvemos a la idea del “fin en sí” . Esta idea hace referencia a la idea de dignidad humana, al
respeto que merecemos por el mero hecho de ser humanos y obliga a la acción moral a nunca
utilizar a la gente como un instrumento para otra cosa. Si bien uno puede utilizar a otro para
ganar dinero, Kant dice que nunca debemos utilizar a alguien solo como una ayuda para otra
cosa, sino que siempre debemos respetarlo.
Como hemos visto, la ética de Kant es formal, no nos dice que debemos hacer, sino que nos da
un criterio para distinguir la acción moral de la inmoral. La acción moral para él será aquella
que se hace conforme al deber, es decir, con buena voluntad. Como no hay mandatos
concretos para hacer x, y o z, decimos que la ética kantiana es una ética AUTÓNOMA, pues
nuestra decisión depende de cada uno de nosotros, de los principios de nuestra razón y
nuestra libertad.
"Nos contratan para ser vistas, esa es nuestra principal función". "Sólo tenemos que sonreír y
ser felices".
¡Venga ya, feministas de mierda, que queréis limitar mi derecho a congelarme con el escote y
la minifalda a ocho grados y a tener fiebre cada noche! ¡No soy una mujer objeto! ¡Que he
elegido yo que me contraten al peso y a la cinta métrica -nunca mucho más alta que los pilotos
que son bajitos- para animar el cotarro, que a los hombres les gusta ver niñas monas!
La libertad del capitalismo desbocado, en la que sólo cuenta el deseo y el dinero que tengas
para satisfacerlo. Ese concepto de libertad humana que se extingue en la propia individualidad
y que siempre, siempre, por el mero hecho de aparentar ser una elección unipersonal y
privada, consigue un objetivo ético y moralmente aceptable. Y digo aparentar porque cuando
una paragüera nos recrimina: "a mi como mujer no me están defendiendo, me están quitando
el trabajo" o "estamos en contra de que nos quiten el trabajo, en mi caso todo lo que salga es
bueno que la matrícula de la Uni son mil euros" a lo mejor tenemos que entender su voluntad
viciada por la necesidad en la provincia con más paro de España.
Más allá de eso, es conveniente atreverse a introducir la idea de que incluso lo que
aparentemente es bueno para un individuo no lo es para la colectividad, ni para la sociedad en
la que vive. Decir esto en el momento actual semeja casi revolucionario aunque, en realidad,
es la máxima por la que hemos llegado hasta como humanidad hasta el momento presente.
Kant -el filósofo de la moral de la razón- formuló su imperativo categórico para expresar la
fórmula que el individuo debería utilizar para valorar si su elección personal es una elección
moralmente aceptable. "Actúa de modo y manera que la máxima de tu voluntad pueda ser
elevada a categoría de ley universal", afirmó en una de sus formulaciones. Así vendríamos a
que la opción de una mujer aislada sobre, por ejemplo, ganarse su vida cobrando por tener
relaciones sexuales sería moralmente buena si la máxima "ganarse la vida cobrando por sexo
con desconocidos es bueno" pudiera ser elevada a ley que sirviera como aserto moral
universal y que tal opción pudiera devenir en norma de vida general. Aún no han encontrado
los interesados en mantener este mercado forma de convencernos de que prostituirse sea una
opción moral que mayoritariamente favorezca a las mujeres en general. Están en ello.
Eso mismo pueden aplicarlo a todas las demás cuestiones que esbozábamos. Díganme si la
opción individual "me gano la vida de florero adornando con mi carne el márketing de un
deporte" o la opción "alquilo mi útero y el control de mi vida a cambio de un dinero a unos
desconocidos" puede convertirse en norma moral universal del tipo: "es bueno ganarse la vida
de florero" o "es bueno gestar por dinero para desconocidos". Si creen que sí, pasen a difundir
en su entorno que esa norma es la mejor para todas las personas que le rodean.
Explico todo esto a las paragüeras de Jerez para que entiendan que las feministas y quienes
quieren acabar con este bochornoso espectáculo -como ya han hecho Australia o en el País
Vasco- no les estamos limitando ninguna libertad sino que estamos asegurando la libertad y la
dignidad de las mujeres como grupo social, lo que constituye un bien muy superior al de su
propia voluntad. Lo que tienen que hacer es luchar por que las becas y no las tetas cubran el
coste de sus estudios universitarios. Esa elección sí les aseguraría un bienestar moral
remarcable incluso en estos tiempos en los que la acción humana parece haberse
independizado falsamente de la cuestión social.
SESIÓN 5. LA ÉTICA DE LA JUSTICIA DE JOHN RAWLS
En definitiva, ¿no hay razones diferentes en el mundo como para que choquen entre
ellas y sea difícil encontrar una noción universal del bien? En el mundo actual conviven muchos
grupos distintos de personas, que suelen tener opiniones diferentes acerca del bien. En
resumen, no todfos estamos de acuerdo a la hora de determinar cuáles son los objetivos más
importantes que debemos tratar de alcanzar en la vida. ¿Es posible alcanzar un acuerdo dentro
de esta realidad plural?
John Rawls pensaba que sí, y precisamente su reflexión sobre la justicia buscará una
concepción imparcial, que pueda ser aceptada por los diferentes agentes que conforman la
sociedad plural. ¿Cómo? Rawls plantea una situación hipotética que sirve como
PROCEDIMIENTO PARA DAR UNA DEFINICIÓN IMPARCIAL DE LA JUSTICIA.
Supongamos que todas las personas que van a formar parte de una sociedad pudieran
reunirse para fundar su convivencia, para decidir qué normas van a regir en la sociedad. En
este encuentro se tiene que llegar a un acuerdo sobre las normas que van a organizar una
sociedad. ¿Cuál es el procedimiento que debemos seguir para que las reglas sean justas? Rawls
hablará de la POSICIÓN ORIGINARIA y el VELO DE LA IGNORANCIA. Con estas dos ideas Rawls
plantea que en esta situación el punto de partida de las personas que están elaborando las
reglas de convivencia no saben cuál va a ser su papel en la nueva sociedad que están
construyendo. Es como si este VELO (venda en los ojos) hiciera IGNORANTES a los
participantes de si en esta sociedad serán mujeres, hombres; blancos, negros; ricos, pobres;
gays, heteros; etc. Esta situación, piensa Rawls, llevaría a dar una serie de normas imparciales
que equilibrarían la sociedad, limitando los problemas derivados de la desigualdad.
Pero Rawls va más lejos y analiza qué principios estarían a la base de estas nuevas
normas. El filósofo norteamericano piensa que en estas circunstancias todos los participantes
tratarían de conseguir que la posición social más desfavorecida tuviera las mejores condiciones
de vida posibles, y esto se traduce en dos principios.
En una sociedad justa no es preciso que todas las personas gocen de los mismos bienes y
privilegios. Sin embargo, la desigualdad en la distribución solo es justa cuando también
favorece a los que están en peor situación.