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Contenido

Contenido ................................................................................................ 4
Créditos ................................................................................................... 6
Sinopsis ................................................................................................... 7
Prólogo .................................................................................................... 9
1 ............................................................................................................. 10
2 ............................................................................................................. 16
3 ............................................................................................................. 22
4 ............................................................................................................. 29
5 ............................................................................................................. 36
6 ............................................................................................................. 43
7 ............................................................................................................. 49
8 ............................................................................................................. 56
9 ............................................................................................................. 63
10 ........................................................................................................... 70
11 ........................................................................................................... 77
12 ........................................................................................................... 84
13 ........................................................................................................... 91
14 ........................................................................................................... 98
15 ......................................................................................................... 106
16 ......................................................................................................... 113
17 ......................................................................................................... 119
18 ......................................................................................................... 125
19 ......................................................................................................... 132
20 ......................................................................................................... 139
21 ......................................................................................................... 145
22 ......................................................................................................... 152
23 ......................................................................................................... 159
24 ......................................................................................................... 166
25 ......................................................................................................... 176
26 ......................................................................................................... 183
27 ......................................................................................................... 190
28 ......................................................................................................... 196
29 ......................................................................................................... 202
30 ......................................................................................................... 209
Epílogo uno ......................................................................................... 216
Epílogo Extra ...................................................................................... 224
Este Libro Llega A Ti En Español Gracias A .................................................... 230
Créditos

Traducción
Hada Vicky

Corrección Corrección Final


Hada Ulexia Hada Nyx
Hada Anya

Lectura Final Diseño y


Hada Aurora Maquetación
Hada Muirgen
Sinopsis

Sofia Barnes
Siempre me ha gustado jugar a disfrazarme.
Crear bodas falsas era mi pasatiempo de infancia.
Ahora es mi sueño hecho realidad.

Finalmente me entregaron mi primer cliente.


Pero nada podía prepararme para quién me saludó ese día.

Él fue mi primer beso, mi primer todo.


Incluido mi primer y único desamor.
Ahora tengo que planificar su boda.

Matthew Petrov
Mi familia está llena de la realeza del hockey.
De mi abuelo a mi tío y a mi padre.
Ahora es mi turno de ascender en la clasificación.
Tuve todo lo que siempre quise en mi vida.
O eso pensé.

Nada podría prepararme para encontrarme cara a cara con Sofia.


La conocía por dentro y por fuera.
Ella conocía mis secretos más íntimos.
Hace dos años la dejé ir y ahora está planeando mi boda con otra persona.

Dicen que el tiempo cura viejas heridas. Ellos mintieron.


Tal vez ella sólo sea mía para tomarla.
Prólogo

Querido amor,
Es ese momento otra vez...
Temporada de bodas.
La mejor estación del año.
Sofia se ha hecho cargo.
Las estrellas se han alineado y parece que no solo ha regresado su primer
amor a su vida, sino que también tiene que planificar su boda.
¿Caminará hacia el altar?
¿Quién será la novia?
Tú sabes qué dicen ellos.
Sólo el tiempo dirá.
XOXO NM
1

Sofia
Doy un salto cuando la alarma empieza a sonar en la isla que tengo detrás. La
leche que estaba sirviendo en mi taza de café se derrama, por un lado. Dejo el
espumador mientras que la alarma suena cada vez más fuerte a medida que pasan
los segundos.
—¡Ya voy, ya voy! —le grito a la alarma, que a estas alturas está sonando
tan alto que estoy a punto de taparme los oídos como hacen mis primitos cuando
les digo que los quiero mucho.
Presiono la tecla Posponer por error.
—Maldita sea —digo, tomo el móvil y vuelvo al lavabo. Abro el grifo del
agua caliente y mojo un trapo antes de limpiar la leche derramada—. Creo que
esto es de buena suerte —murmuro antes de enjuagar el trapo y regreso junto al
café. Agarro la taza y me la llevo a los labios, oler el aroma del café llenando mi
nariz me hace sonreír justo antes de dar un sorbo—. Es como pedacitos de cielo
—susurro antes de volver a subir las escaleras hacia mi habitación.
Cuando llego al rellano, miro por encima de la barandilla que deja ver el gran
salón. Esta casa es enorme, demasiado grande para mí, pero intenta decírselo a
mi abuelo. Compró la casa y le instaló seguridad antes que yo la viera.
—No discutas conmigo —dijo en voz baja—, soy viejo. —Lo que me hizo
soltar una carcajada. Mi abuelo es muchas cosas, pero viejo y delicado no son
ninguna de ellas. Si buscaras caballero sureño en el diccionario, habría una foto
suya.
Sacudo la cabeza pensando en la última vez que tuvimos esa conversación, y
hoy lo echo un poco más de menos. Mientras me dirijo hacia mi habitación,
camino por el pasillo. Miro todas las fotos de mi familia que he colocado en la
pared. La foto del medio es de toda la familia. Tardé algunas horas en juntar a
todos, y luego unas cien fotos para conseguir la foto adecuada. Mis bisabuelos
están de pie en el centro y todos a su alrededor. Al lado hay una foto mía con mis
padres tomada el día de mi graduación. Mi padre me rodea con el brazo y me
acerca a él mientras mira a mi madre con todo el amor que siempre he visto en
sus ojos. Está justo al lado de la primera foto que nos hicimos juntos. Estoy
sentada en el caballo con él detrás, sin camisa, y me rodea con los brazos. Según
me contaron, mis padres compartieron una noche juntos antes que mi padre se
alistara en el ejército. Los hilos se cruzaron y me descubrió la primera vez que
nos vimos. Incluso en la foto, tenemos la misma sonrisa. Desde aquel día, se
aseguró que yo supiera cuánto habría cambiado el pasado. Sonrío cuando pienso
en él, enviándole un mensaje.
Solo te envió un mensaje para decirte que te quiero, papá.
Entro por las dos puertas francesas abiertas y voy directo a mi cama.
Enciendo el televisor que está frente a la cama, la suave luz llena la habitación en
penumbra mientras veo las noticias antes de encender el canal Discovery de
investigación. Estoy enamorada de mi cama, algo que me preparó mi abuela
Olivia. En realidad, toda la casa tiene su sello de aprobación. Quisiera decir que
yo ayudé a elegir las cosas de mi casa, pero no fue así, ella lo hizo todo. No es
porque no quisiera, es porque sé lo mucho que le gustan estas cosas.
Literalmente, toda la familia la deja hacer cosas porque la hacen feliz. Mi abuelo
la dejó decorar una de sus casas en blanco. Incluso la llaman la Casa Blanca, y
nadie quiere quedarse en ella.
Suena mi teléfono, lo tomo y vuelvo a sonreír al ver que es mi padre.
—Hola.
—Hola, Sunshine —me llama por mi apodo como hace siempre—. ¿Por qué
estás levantada tan temprano?
—No es tan temprano. —Miro hacia abajo y veo que son las seis y diez—.
De acuerdo, quizás sea un poco temprano. —Me llevo la taza de café a los
labios—. Pero el primer día de trabajo es algo importante.
—Lo es. —Asiente, y oigo cerrarse la puerta de la camioneta a su lado del
teléfono—. Llevas soñando con esto desde que tenías siete años y la abuela
Olivia te compró un minivestido de novia.
—Fue el mejor regalo que me han hecho nunca. —Suspiro, recordando todo
el tiempo que pasé con ese vestido. Si no estaba en el colegio, estaba usando ese
vestido. Preparé tantas bodas con tantos de mis peluches que era una locura.
—Te compré un caballo y Abuelo te compró un tractor rosa. —Nombra los
otros dos regalos que también están en la lista de los mejores regalos que me han
hecho. Decir que estaba mimada era quedarse corto.
—Está bien, de acuerdo —resoplo—, tú también me has hecho buenos
regalos.
—Bien —dice riendo entre dientes—. De acuerdo, me voy al gimnasio.
—Que tengas un buen día, papá. Te quiero.
—Te quiero más. —Cuelga el teléfono y yo coloco el mío a mi lado.
Tomo otro sorbo de café y pulso el botón para abrir las persianas. Salgo de la
cama y me acerco a la ventana para contemplar los árboles que me rodean.
Definitivamente, no pensaba acabar aquí. Cuando estaba en el instituto, soñaba
con ir a Chicago, Los Ángeles o Nueva York y organizar eventos. Quería estar
entre la ostentación y el glamour. Organizar los mejores eventos que pudiera, con
todo un equipo a mis órdenes. Pero en lugar de eso, vine a visitar a mi tía,
Harlow, y me enamoré de esta ciudad. Un fin de semana aquí y todos mis planes
se fueron por la ventana. Además, las cuñadas de Harlow tenían su propia
empresa de eventos. Es como si fuera el destino.
Termino mi café.
—Hora de conocer a mi primer cliente.
Tres horas más tarde, subo los escalones del pequeño bungalow que
construyeron con cinco oficinas donde estarían los dormitorios. El salón y el
comedor es donde está la sala de espera, está llena de fotos de eventos pasados
que han hecho. Me tomo un segundo para mirar el lateral del granero. O al menos
lo que parece un granero. Una vez dentro, encuentras suelos rústicos de madera y
vigas de madera a vista. Tiene capacidad para quinientas cincuenta personas.
Justo detrás del granero hay una cocina donde pueden instalarse los servicios de
catering.
Respirando hondo, giro el picaporte de la puerta para empezar mi primer día
como parte del equipo.
—¡Sorpresa! —gritan Clarabella, Shelby y Presley.
Me llevo una mano al pecho en estado de shock.
—¿Qué es esto? —les pregunto mientras entro en la fría habitación.
—¿Por qué pensamos que sorprenderla era algo bueno? —Clarabella mira a
sus hermanas.
—Yo especialmente dije que era una estupidez, pero nadie me hizo caso —
afirma Shelby, cruzándose de brazos sobre la cabeza.
—Creo que ni siquiera formé parte de la conversación —se queja Presley, y
ellas la fulminan con la mirada. Las tres hermanas se han convertido en mis
mejores amigas. Haría cualquier cosa por ellas y sé que me cubren las espaldas.
—Bueno, fuera lo que fuera —digo sonriéndoles—, es maravilloso.
Shelby se adelanta.
—¿Estás lista? —pregunta, y yo la miro confundida.
—¿Para hoy? —digo, llevándome la mano al estómago. Los nervios me
invaden desde que abrí los ojos a las cinco de la mañana—. Ni un poquito.
—¿A qué hora es la cita? —pregunta Clarabella.
—A las diez —respondo, con los dedos temblándome un poco—. Así que
tengo una hora para tener todo listo. —Aunque ya repasé el expediente tres
veces.
—Bueno, tomaremos algo en cuanto consigas este cliente —anuncia Shelby
y yo me limito a levantar las manos en el aire. Me acerco a un lado y entro en mi
nueva oficina. Era una oficina vacía antes que yo llegara y, poco a poco, mientras
hacía prácticas con ellas, se convirtió en mía.
El escritorio blanco en forma de L está en el lado derecho de la habitación.
En la esquina del escritorio hay un jarrón con peonías blancas y delante un
tarjetero dorado. Detrás hay una pizarra con el calendario. También hay marcos
sobre el amor y el romance, así como un par de eventos que ayudé a planificar
cuando aún estaba en la escuela. Mi computadora está colocada a un lado de la
mesa, junto a una lámpara blanca y dorada que solo sirve de adorno. La silla rosa
está frente a la puerta y hay otras dos sillas rosas frente al escritorio. Dejo el
bolso en una de las sillas antes de acercarme y sentarme.
Enciendo la computadora para ver si ha llegado algo desde que salí de casa
hasta ahora. Vuelvo a abrir el correo electrónico que recibimos de Helena.
Cuando llegó, Shelby se acercó, me entregó el expediente y me dijo:
—Buena suerte.
Leo el formulario de interés que completaron en la página web. La verdad es
que no me dice mucho. Dejó espacios en blanco por todas partes. Pongo un par
de fotos de bodas anteriores que hemos hecho para que se haga una idea de lo
que podemos hacer. Una hora más tarde, me levanto de la mesa y me miro antes
de entrar en la sala de espera.
De pie frente al largo espejo, me miro. Los pantalones azul claro me quedan
ajustados en las caderas, pero sueltos hasta los tobillos. Llevo un grueso cinturón
a juego alrededor de la cintura y un body blanco sin mangas. Una chaqueta azul a
juego completa el look con unos zapatos neutros Christian Louboutin. Llevo el
cabello castaño con raya al medio y recogido en una coleta a la altura de la nuca.
Giro el extremo de la coleta y me la coloco sobre el hombro derecho.
—Es la hora del espectáculo —me digo, tomo la carpeta y salgo de mi
oficina.
Doy dos pasos antes de oír un alboroto procedente de un lado. Asomo la
cabeza y veo que las chicas se han unido a la fiesta. Todas están sentadas y
hablando.
—Voy a ir a esperar a la pareja en el frente —digo, intentando no ponerme
nerviosa pero probablemente fracasando estrepitosamente.
—Lo tienes —me tranquiliza Clarabella desde detrás de su escritorio.
—Sólo recuerda que ninguna de nosotras sabía qué demonios estábamos
haciendo —dice Presley mientras amamanta a su hijo en el sofá, entre tanto su
otro hijo está rebotando con el platillo justo enfrente.
—Y si necesitas algo, estamos aquí —me recuerda Shelby, y lo único que
puedo hacer es asentirle.
—Yo puedo. —Intento sonar más segura de mí misma de cómo me siento,
ignorando la forma en que me tiemblan un poco las manos y el hecho que el
estómago me sube hasta la garganta, haciéndome sentir que voy a vomitar—. Yo
me encargo.
—¿Quién manda en el mundo? —Clarabella pregunta.
—Los chicos y las chicas, según Violeta —bromeo con ella.
—Sal de mi oficina y ve atrapar a esa pareja. —Señala la puerta, giro y
continuo por el pasillo.
Tengo un nudo en el estómago desde la semana pasada, cuando me
entregaron este cliente. Sé que puedo hacerlo. Sólo tengo pánico escénico.
—Allá vamos —digo mientras abro la puerta de la habitación donde está la
pareja de espaldas a mí.
Miro mis tacones por un segundo y, cuando levanto la vista, todo se detiene
en mi interior. Allí, de pie frente a mí con una chica rubia de la mano, está mi
primer amor, Matthew Petrov.
2

Matthew
Dicen que en la vida hay momentos que siempre recordarás. Como la
primera vez que marqué un gol a los siete años en el tiempo extra, en un torneo
de hockey. O cuando me ficharon para la NHL1. Incluso el momento en que me
vestí y marqué mi primer gol como jugador de la NHL. Y luego estará este
momento. Definitivamente este momento.
Mi mano está en la de Helena mientras miramos una foto de un elaborado
altar. No para de hablar de él y de cómo ella habría añadido color a las flores.
Cuando oigo el ruido de unos tacones detrás de mí, cada vez más cerca de
nosotros, veo a la mujer acercándose en mi visión periférica. El sol entra por las
ventanas a su alrededor. Mi cabeza gira a cámara lenta, o tal vez es así como
siento que ocurre. Parpadeo una, dos, tres veces, preguntándome si mi cabeza me
está jugando una mala jugada.
Mi visión es casi borrosa en este punto, o al menos eso es lo que siento, hasta
que la mujer está de pie más cerca de nosotros. No puede ser. Vuelvo a
parpadear, deseando por Dios que esto no me esté pasando a mí. Incluso levanto
mi mano libre y me froto los ojos para ver si todo está en mi cabeza.
Por desgracia, no.
Mi corazón late tan rápido y tan fuerte en mis oídos que lo único que oigo
son sus latidos. Me sudan las manos y el calor me sube hasta la nuca. Ella mira
hacia abajo, a sus pies, y cuando por fin levanta la vista, me ve y hacemos
contacto visual. Contacto visual total. No se puede negar que es ella y no una

1
Siglas en inglés para la National Hockey League.
gemela perdida que todo el mundo tiene. Ya sabes, esa de la que todo el mundo
te habla pero que probablemente no existe. Sí, esa.
Se detiene a medio paso, y si no la conocieras, no verías la forma en que sus
ojos se iluminan durante un segundo, antes que la pared se venga abajo,
encerrándola. Sus ojos van de los míos a Helena y luego bajan a nuestras manos.
Mi cabeza me grita mientras me hago la pregunta una y otra vez. ¿Qué diablos
hace ella aquí?
—Hola. —Saluda Sofia cuando está frente a nosotros—. Tú debes ser
Helena. —La mira y le tiende la mano—. Yo soy Sofia.
—Encantada de conocerte —dice Helena—, este es mi prometido. —Me toca
el brazo con las manos y me mira—. Matthew Petrov. Le decimos Matty.
Miro a Sofia y veo que sus ojos azules se oscurecen un poco cuando me
mira, todo el mundo me llama Matty, excepto Sofia. Ella siempre me llamaba
Matthew o MVP, pero eso era en broma cada vez que ganaba un partido.
—Matty. —Extiende su mano hacia la mía como si no me conociera, como si
nunca nos hubiéramos visto. No sé cómo me siento al respecto. Por un lado,
debería estar feliz de no tener que explicarle esto a Helena, y por otro lado, estoy
enojado. Ya que no debería estarlo, especialmente por cómo terminaron las
cosas—. Es un placer conocerte. —Mi mano sube y se aferra a la suya, y juro por
Dios que es como si me estuvieran electrocutando o algo así—. Muchas gracias
por venir hoy —me dice y no puedo evitar asimilarla. Lleva el cabello castaño
recogido en una coleta, pero veo que la punta del cabello está rizada y le cae
sobre el hombro. Su sonrisa es de lo más falsa. Créeme, me pasé dos años
conociendo todo sobre Sofia. Nadie me conocía mejor que ella. Nadie me conoce
mejor que ella, es más. Ni siquiera Helena, no sé, y ni siquiera puedo explicarlo.
Con Sofia era tan fácil, ser yo mismo nunca la perturbaba—. Y felicidades por el
compromiso —dice, y veo que sus ojos miran directamente al anillo en el dedo
de Helena.
—Muchas gracias —contesta Helena, y mi lengua se hace cada vez más
grande en mi boca. Levanta la mano para mirar el diamante que tiene delante y se
gira para sonreírme. Lo único que puedo hacer es devolverle la sonrisa—. Fue
una sorpresa especial.
Casi me río, porque no fue una sorpresa en absoluto. De hecho, me dejaba
mensajes sutiles desde la segunda semana que empezamos a salir. Estaba en la
flor de la vida y quería casarse cuanto antes y salir estupenda en las fotos.
Llevábamos nueve meses juntos y éste era el siguiente paso, así que pensé por
qué no.
—Eso suena muy romántico —dice Sofia, negando con la cabeza—. ¿Nos
sentamos y revisamos un par de cosas? —sugiere Sofia, señalando la mesa
redonda que hay a un lado—. ¿Te apetece tomar algo? —Primero mira a Helena.
—Tomaré una botella de agua —dice Helena—, con gas si tienes, si no, igual
está bien sin gas. —Ella asiente y luego tiene que mirarme. La estoy esperando, y
cuando lo hace, realmente desearía que no lo hubiera hecho. Sus ojos me
atraviesan el alma y hacen que mi corazón se detenga en mi pecho—. Suele
tomar agua sin gas.
—Enseguida —declara Sofia, dándose la vuelta y alejándose de nosotros,
desapareciendo alrededor de una pared. Juro que, si pudiera, soltaría un profundo
suspiro y agacharía la cabeza.
Realmente quiero largarme de aquí. Al verla, no sé ni qué decir. Estoy
sorprendido. Estoy impactado. Estoy malditamente sorprendido que ella esté
aquí. No sólo está aquí, sino que voy a sentarme a hablar de mi boda con ella.
Cierro los ojos; ni siquiera estoy seguro de querer pensar en cómo serían las
cosas si se invirtieran los papeles. No estaría de acuerdo con nada de esto.
Supongo que me alegraría por ella, tal vez, no estoy seguro. Mi cabeza da vueltas
y vueltas, estoy literalmente pendiendo de un hilo.
—¿Qué te pasa? —Helena me sisea—. Estás actuando muy raro.
—No, no lo estoy —me burlo de ella, sacudiendo la cabeza mientras todo mi
cuerpo quiere tomar la silla y lanzarla al otro lado de la habitación, justo antes de
salir corriendo de aquí—. Estoy bien —confirmo, caminando hacia la mesa
redonda que Sofia señaló antes de salir. Saco una silla y me siento, con el pie
moviéndose arriba y abajo, los nervios irradiando en mi cuerpo—. Siéntate. —
Saco la silla de al lado—. Antes que aceptes nada... —Quiero decirle más, pero
vuelvo a oír los chasquidos de los zapatos de Sofia.
Lleva una bandeja de plata en la mano, entra en la habitación y nos ve
sentados. Se acerca y deja la bandeja de plata sobre la mesa.
—No sabía si querías limón o lima. —Sonríe a Helena mientras pone dos
pequeños recipientes de plástico sobre la mesa, cada uno con limón y lima—.
Tampoco sabía si las querían frías o no, así que he traído las dos —continúa,
poniendo las cuatro botellas sobre la mesa, junto con un vaso de cristal para cada
uno. Ella se sienta en la silla frente a nosotros y yo tomo la botella de agua que
tengo más cerca, sin fijarme en si está fría o caliente o con gas o no.
—Bueno, antes de empezar —dice Sofia. Mira a Helena y luego me mira a
mí, y pienso que ya está. Este es el momento en que ella va a decir que salimos.
Mi corazón se acelera aún más y mis dedos aprietan con fuerza la botella de agua
que tengo en la mano. Coloca las manos delante de ella, cruzándolas. Tranquila.
Controlada. Con clase. No como yo, que empiezo a sudar y a preguntarme cuánto
va a durar esto—. ¿Por qué no vemos si somos compatibles?
Oh, sí que somos compatibles, grita mi cabeza, riéndose.
—Eso suena increíble —dice Helena mientras toma una botella de agua,
abriéndola—. Como te he mencionado antes, mi prometido es Matthew Petrov.
—Cierro los ojos, sabiendo a dónde se dirige esto, creo que incluso pongo los
ojos en blanco ante ella—. ¿No sé si te suena su nombre?
—No —responde Sofia, y mis ojos vuelven a ella cuando mira a Helena—.
Ese nombre no me suena. —Quiero soltar un pfff y recordarle todas las veces que
me ha llamado por mi nombre mientras estábamos juntos. Maldita sea, ahora no
es el momento. No debería estar tan afectado por ella. No después de tanto
tiempo. Cierro los ojos para borrar los recuerdos que de repente han llegado con
toda su fuerza.
—Juega al hockey en los Carolina Whalers —anuncia Helena con orgullo
desde mi lado, y miro hacia ella para ver cómo le brillan los ojos castaños. Lleva
el cabello rubio bien peinado con un rizo al final, es la viva imagen de la belleza
sureña.
—Yo no veo hockey —dice Sofia y lo único que puedo hacer es mirarla,
esperando a que me mire para poder llamarla mentirosa en silencio—. Prefiero el
fútbol. —Le sonríe a Helena, que se limita a sonreír y encogerse de hombros.
—Bueno, debido a su horario, tendríamos que casarnos en verano —explica
Helena y lo único que puedo hacer es asentir ante eso.
—¿Sabes qué servicios buscas? —le pregunta Sofia y Helena se limita a
mirarla estupefacta—. Hay planificadores de bodas y hay coordinadores de
bodas. —Dios, echaba de menos su voz—. Un planificador de bodas te ayuda a
planificar toda la boda o actividades específicas de la boda. Lo que nosotros
hacemos es proporcionarte una lista de proveedores para la boda y tú nos dices si
tienes en mente algún proveedor específico, nosotros nos encargamos de todos
los contratos en tu nombre. —Helena me mira—. Estaré ahí en cada paso del
camino desde que firmes el contrato hasta que el último invitado se haya ido de
su banquete de bodas.
—¿Qué hace un coordinador? —Helena pregunta, y yo literalmente quiero
largarme de aquí tan rápido y tan pronto como pueda. Mi cuerpo se siente como
si hubiera estado dormido durante los últimos dos putos años, y de repente, cada
sentido de mi cuerpo se ha despertado.
—Un coordinador está a tu disposición durante un tiempo determinado, ya
sea un mes antes de la boda o incluso a veces dos semanas antes. Tú me
proporcionas la lista de lugares y yo me encargo que todo el mundo se presente
—dice Sofia, y luego empieza a hablar de otras cosas, pero yo ni siquiera puedo
concentrarme en lo que está diciendo ahora. Lo único que puedo hacer es
suplicar que esto termine.
—Eso hay que hablarlo. —Finalmente encuentro mis palabras y miro a
Helena—. Deberíamos discutir las cosas y luego podemos volver contigo. —Me
giro ahora para mirar a Sofia, la veo sonreír y luego bajar la mirada. Todo en ella
está pulido, desde la suavidad de su maquillaje hasta la forma en que sus uñas
están cuidadas. Siempre iba muy arreglada, excepto cuando montábamos a
caballo. Era la única vez que se soltaba el cabello. Era una de sus cosas favoritas.
Me pregunto si todavía lo es.
—Esa es la mejor manera de hacerlo —sugiere y se aparta de la mesa. Se
levanta y Helena la sigue.
Vuelvo a dejar la botella de agua sobre la mesa, intacta salvo por el momento
en que la estaba exprimiendo.
Me pongo de pie mientras Helena camina delante de mí para colocarse frente
a Sofia.
—Si tienen alguna pregunta —dice Sofia mientras sale con nosotros—, por
favor, llámenme. Uno de los miembros del equipo estará encantado de ayudarlos
en todo lo que podamos. —Deja de caminar cuando estamos frente a la puerta y
mi corazón se acelera por un motivo totalmente distinto. Voy a dejarla y no estoy
preparado.
—Muchas gracias —contesta Helena, tendiendo la mano para estrechar la de
Sofia—, por tomarte el tiempo de sentarte con nosotros y discutir las cosas con
nosotros.
—Para eso estoy aquí —responde ella, extendiendo su mano para estrechar la
de Helena.
—Señor Petrov —dice con una sonrisa tensa—, ha sido un placer conocerlo.
Extiendo mi mano para estrechar la suya y, a diferencia de antes, la aprieto
sólo un poco.
—Estaremos en contacto.
Me suelta la mano, pero parece como si aún la sostuviera mientras mi mano
cae a mi lado.
—Bueno, sea lo que sea. Felicidades por el compromiso y mucha suerte con
la boda.
Le hago un gesto con la cabeza y miro a Helena, poniéndole la mano en la
parte baja de la espalda y acompañándola fuera del local. La puerta se cierra tras
de mí y me cuesta todo lo que tengo no mirar atrás.
—No la vamos a contratar.
3

Sofia
Espero a que se cierre la puerta y cuento literalmente hasta diez antes de
soltar el enorme aliento que he estado conteniendo. Miro al techo, parpadeando
mientras inhalo y exhalo para bajar mi ritmo cardíaco. Me sorprende que no me
haya dado un maldito infarto.
—¿Qué. Mierda. Acaba. De. Pasar? —maldigo en voz alta mientras la
adrenalina que me recorría se va poco a poco y la realidad me golpea—. Esto no
está pasando. —Camino con mis rodillas temblorosas, miro en las oficinas y veo
que no hay nadie. Oigo una charla al final del pasillo y entro en nuestra
improvisada sala de conferencias.
Las tres están sentadas alrededor de la mesa redonda, cada una mirando el
papel que tiene delante. Entro y dejo la carpeta en la mesa.
—Renuncio —les digo, saco una silla y me siento en ella porque me van a
fallar las rodillas. Estoy tan nerviosa que me levanto rápidamente y empiezo a
pasearme por la habitación—. No voy a hacer esto. —Señalo el expediente que
hay sobre la mesa y siento como si fuera una bomba de relojería antes de salir
rápidamente de la habitación.
—Oh, mierda —susurra Presley desde detrás de mí mientras el sonido de las
tres levantándose llena la habitación.
—Necesita un poco de té dulce —dice Clarabella en un susurro, pero sin
llegar a susurrar.
—Esto no presagia nada bueno —dice Shelby en voz baja.
—Eso sí. —Las señalo—. Eso es exactamente lo que necesito. —Mis pies se
dirigen directamente a mi oficina y hacia la botella de té dulce que tengo
escondida en el armario para situaciones de emergencia. Agarro la botella y
desenrosco el tapón dorado antes de darle un trago al líquido. Sabe dulce, pero
quema hasta el fondo. Dejo la botella en el escritorio y me quito la chaqueta
cuando siento un calor repentino.
—Oh, mierda. —Vuelvo a oír detrás de mí cuando veo que Presley entra en
mi oficina y va a sentarse en una de las sillas rosas frente a mi escritorio. Cruza
las piernas y espera a que yo diga algo.
—¿Este código es morado? —pregunta Shelby, sin saber qué hacer mientras
entra en la habitación con las manos por delante, retorciéndoselas.
—Todo el mundo tiene que calmarse —dice Clarabella, con voz suave,
mientras se acerca y da la vuelta a una de las sillas rosas para que me siente—.
¿Por qué no te sientas? —Clarabella intenta mantener la calma, pero por la forma
en que respira agitadamente, no está relajada.
—Sí, sentémonos —ordena Presley, palmeando la silla junto a ella—. Para
que lo sepas, no puedes dejarlo, así como así. —Se ríe nerviosamente, intentando
que no cunda el pánico. Me doy cuenta que las tres empiezan a asustarse poco a
poco al mirarse entre ellas.
—No puedo creer que vaya a decir esto —dice Clarabella—, pero Presley
tiene razón. —Mira a Presley, que se sopla las uñas y se las limpia en la camisa
de seda blanca que lleva puesta—. No puedes dejarlo, así como así.
Ojalá fuera tan fácil. Ojalá tuvieran razón. Pero mierda, ver a Matthew de
nuevo, después de todo este tiempo, fue un shock. También sentí como si alguien
me hubiera dado una patada en la vagina con un taco de fútbol.
—Sea lo que sea que haya pasado —me tranquiliza Shelby con una suave
voz maternal—, podemos recuperarnos de ello.
—No lo creo —respondo, tomando la botella y dándole otro trago. Esta vez
el ardor no me afecta, lo que debería ser un indicador que no debería beber nada
más.
—No es tan malo como crees —dice Clarabella en voz baja, esperándome.
Echo la cabeza hacia atrás y cierro los ojos, pero entonces vuelvo a ver la cara de
Matthew y nadie necesita eso ahora mismo.
—Realmente lo es —respondo finalmente, mirándolas a las tres.
—Te puedo asegurar que no lo es. —Shelby se acerca a mí, me pone las
manos en los brazos y me sonríe.
—Acabo de ver a mi exnovio y a su prometida —digo las palabras en voz
alta al universo para que ahora todo el maldito mundo lo sepa.
—Mierda —espeta Clarabella—, realmente sí que es tan malo como crees.
—Si no estuviera en esta situación, me reiría de todo esto. Las cabezas de Presley
y Shelby se giran hacia Clarabella, que levanta las manos—. No le disparen al
mensajero. Sólo estoy diciendo lo obvio.
—De acuerdo —comenta Shelby—, esto puede ser un pequeño contratiempo.
Me río de ella.
—Un pequeño contratiempo. —Mira a su alrededor.
—Un pequeño bache en el camino. —Presley sigue el ejemplo de Shelby.
Miro a Clarabella, esperando sus palabras de ánimo, pero en lugar de eso
sacude la cabeza.
—Esto es como un asteroide viniendo a la tierra.
—¿Qué te pasa? —Shelby sisea entre dientes apretados a Clarabella—. Esto
no ayuda a nadie.
—Bien. —Clarabella pone los ojos en blanco—. ¿Por qué no empezamos
desde el principio?
—Sí —dice Presley, mirándome—, define exnovio.
—Ohhh, esa es buena. —Clarabella asiente con la cabeza—. Definamos qué
tipo de exnovio es.
—¿Cuánto tiempo salieron? —pregunta Presley.
—Dos años —le digo al grupo.
—¿Hace cuánto fue la ruptura? —pregunta Shelby.
—Hace casi dos años —respondo, intentando no pensar en el día en que todo
se vino abajo.
—¿Fue el mejor sexo que tuviste? —pregunta Clarabella, mientras Presley y
Shelby gimen.
—¿Qué?
—Es una gran pregunta. Necesitamos saber en qué nivel estuvo. —Se limitan
a fulminarla con la mirada—. De acuerdo, dejaremos esa pregunta para después.
—Mira a sus hermanas—. En una escala del uno al diez. —Pone su mano en mi
escritorio y empieza a golpear con el dedo—. Siendo diez el máximo, ¿cuántas
ganas tenías de darle un puñetazo en la garganta cuando lo viste con su nueva
novia?
—Prometida —la corrijo—. No es que nos encontráramos en un bar o en
Walmart. Vino aquí con su prometida. —Clarabella se encoge ante esa
afirmación y juro que, si no me estuviera pasando a mí, podría reírme de toda
esta situación—. Quiero decir, ¿cuáles son las probabilidades de que tu exnovio
entre en tu lugar de trabajo en tu primer día de trabajo y te toque planear su
boda? La ironía detrás de esto, no puedo ni siquiera pensar en ello. Pero la
respuesta es diez.
—De acuerdo, lo siento —dice Shelby—, pero tengo que preguntar, ¿lo sabe
la prometida?
Sacudo la cabeza y me río.
—Entré allí y juro por Dios que fue como si el tiempo se detuviera y todo
fuera a cámara lenta. Sentí que me miraban, y cuando levanté la vista, lo vi a él.
—Agarro la botella y le doy otro trago al té dulce, limpiándome la boca con el
dorso de la mano—. Fingimos que no nos conocíamos.
—¿Qué? —grita Clarabella—. ¿Y qué hiciste tú?
—Fingí que no sabía quién era —digo, cruzando los brazos sobre el pecho—.
Incluso fingí que no me gustaba el hockey —exclamo.
—¿Juega al hockey? —pregunta Clarabella—. ¿Como profesional?
—Sí. —Asiento—. Incluso cuando estábamos en la escuela, lo reclutaron
cuando tenía dieciocho años, pero quería obtener un título antes de jugar.
—Cállate —interrumpe Clarabella, sacando su teléfono—. ¿Cómo se llama?
—Matthew Petrov —le respondo mientras ella abre Google y teclea su
nombre.
Sus ojos se dirigen a mí.
—Para.
—Déjame ver. —Presley extiende la mano para tomar el teléfono. Ella lo
toma y yo ignoro el grito ahogado de ella y luego desvío la mirada cuando me
mira con la boca abierta, y luego la cierra de nuevo mientras le entrega el
teléfono a Shelby.
Ella lo toma y veo que sus ojos se agrandan.
—Tiene un aspecto horrible —intenta decir, e incluso yo sé que está
mintiendo.
—Maury dijo que eso es mentira —bromea Clarabella, sacudiendo la
cabeza—. ¿Pero te miró y fue como, mierda, qué hacemos?
—No tengo ni idea. Lo evité todo lo que pude. Dirigí mis preguntas
directamente a Helena —afirmo, orgullosa de mí misma—. No importaba
cuántas veces mis ojos quisieran mirarlo, yo sólo miraba al frente. Lo juro, podía
sentir sus ojos sobre mí todo el tiempo, pero no lo miré. Ni una sola vez. La
única vez que lo hice fue al final e incluso eso fue demasiado para mí.
—¿Tenían una fecha en mente? —Clarabella se echa hacia atrás en su silla y
yo niego con la cabeza.
—No, obviamente tiene que ser en verano ya que él está libre entonces —les
cuento el único detalle al que realmente presté atención. Todo el intercambio fue
un poco raro y no sólo porque fuera con mi ex, sino porque ella mencionaba
quién era cada vez que podía—. Probablemente será una gran boda —añado—.
Tiene una gran familia.
—Define grande. —Shelby levanta las cejas.
—Tan grande como la mía, si no más —le digo e ignoro la tentación de
quitarle el teléfono.
Shelby deja el teléfono y me pregunto qué fotos habrá mirado. Después de
romper, bloqueé su número de mi teléfono. En realidad, no, pero desde luego no
lo busqué en Google. Quiero decir, tal vez lo hice sólo una vez, pero eso fue
después de un largo día de beber y una cita sin éxito donde tuve que darme placer
a mí misma. Fue un momento de debilidad.
—¿Cómo terminaste la reunión? —Shelby da golpecitos con su dedo con una
perfecta manicura en el teléfono.
—Se pondrán en contacto conmigo —digo y me río—, si es que decidiera
hacer esto. —Pongo los ojos en blanco.
—De acuerdo, tengo que preguntar, ¿quién terminó con quién? —Clarabella
finalmente hace la pregunta más difícil.
Sacudo la cabeza y me llevo la mano a la frente.
—El rompió conmigo. —Creía haber superado el dolor de aquel día, pero
está claro que no. Estoy lejos de haberlo superado. Han pasado dos años. Debería
estar muerto y enterrado en mis recuerdos. Tristemente, verlo por cinco minutos
me lo trajo todo de vuelta.
—Esto se está poniendo triste —dice Clarabella—, así que volvamos a las
preguntas sobre sexo.
—Dios mío —murmura Shelby—. Tal vez hay algunas cosas que no debería
compartir.
—Muérdete la lengua —replica Clarabella—, literalmente los escuché a Ace
y a ti haciéndolo en un cobertizo.
—¡Fue en mi patio trasero, mi patio trasero que estaba vallado! —chilla, y yo
aprieto mis labios. Las tres se han visto tantas veces en situaciones
comprometedoras que siempre es una historia nueva. Incluso alguna vez yo las
he encontrado u oído con alguno de ellos. Si tuviera una relación comprometida
como todas ellas, supongo que haría lo mismo. Sobre todo, porque se suponía
que Shelby y Clarabella se casarían con una persona y luego se casaron con otra
diferente. Presley estaba tan asustada que luchó mucho para alejar a Bennett,
pero él no la dejó marchar. Me encantaría tener un amor así. Pensé que tendría un
amor así. Lamentablemente, me equivoqué.
—También hacía ciento veinte grados Fahrenheit, me sorprende que no te
desmayaras —le recuerda Presley—. Saliste hecha una sopa de sudor.
—Me sorprende que no tuviéramos que llevarte al hospital por
deshidratación. —Shelby sacude la cabeza.
—¿Podemos centrarnos en Sofia por una vez? —Shelby redirige.
—Sí, podemos. —Asiente Clarabella—. ¿Sexo en una escala del uno al diez?
Miro a las tres y me llevo la mano al estómago.
—Él fue mi primer beso —admito, exhalando el aire y mirando al techo para
apartar las lágrimas que ahora se me han escapado—. Mi primer todo, en realidad
—susurro mientras camino alrededor del escritorio, evitando mirarlas. No estoy
segura de poder soportar que me miren y ver la lástima en sus ojos—. No hay
más que decir, no voy a trabajar con ellos. —Finalmente las miro a las tres y
ellas se limitan a mirarme y asentir.
—Si te vuelven a llamar —dice Shelby levantándose—, lo aceptaré.
—¿De verdad crees que volverán? —Clarabella me cuestiona y lo único que
puedo hacer es encogerme de hombros—. De acuerdo, ha venido hoy, pero
¿sabía que había quedado contigo?
—No lo creo —respondo con sinceridad—. Rellenaron el documento online
y toda la correspondencia se hizo a través de la dirección de correo electrónico
principal, así que no hay un nombre fijo ahí —digo, poniendo la mano delante de
mí—. De cualquier manera, esa fue la única cita que haré con él.
—O… —sugiere Clarabella—, le demuestras que significa una mierda para ti
y le planeas la mejor maldita boda de su vida.
—¿Cómo le va a ayudar eso a ella? —Shelby hace la pregunta que yo casi
hago.
—Piénsalo. —Clarabella sonríe—. Cada vez que piense en su boda, va a
pensar en ella. —Si tengo que admitirlo, me parece una genialidad, pero no me
pondré en esa situación—. Depende de ti. —Ella se levanta—. Y no más té
dulce, ya tienes la cara sonrojada.
Respiro hondo.
—Supongo que veremos si llaman o no.
4

Matthew
Resoplo mientras salgo patinando del hielo, me quito uno de los guantes y
desabrocho mi casco. Me dirijo por el pasillo rojo hacia los vestuarios y dejo mi
bastón junto a los demás. Entro en el vestuario y tomo una botella de Gatorade de
la bandeja que está en el centro antes de dirigirme a mi sitio en el banco grande y
largo, y coloco los guantes en el pequeño estante cuadrado que hay encima con
mi nombre.
—Estaba arrastrando mi culo ahí afuera —digo, intentando recuperar la
respiración mientras me siento en el banco y destapo la botella.
—Creo que todos nos arrastrábamos ahí afuera —comenta Jeff desde mi
lado. Se quita la camiseta que lleva puesta y la tira en la gran papelera que hay en
medio de la habitación, justo al lado del logotipo del equipo en la alfombra.
—El inicio de la temporada siempre es así —le digo a Jeff mientras el
vestuario se llena con los chicos que han salido del hielo. Cada uno se sienta en
su sitio mientras recuperan la energía—. Al menos esta noche no tenemos
partido. —Pongo el Gatorade a mi lado antes de inclinarme y desatarme los
patines.
Llevo jugando al hockey desde antes de tener uso de razón. Creo que en casa
de mis padres hay una foto mía en patines con un año. Apenas podía caminar,
pero mi padre me ató mis pequeños patines y patinó conmigo. Siempre supe que
quería jugar al hockey. Viniendo de la familia de la que vengo, era algo obvio.
Mi abuelo era un dios del hockey, por decir algo. Literalmente, aún tiene récords
que nadie ha batido. Mi padre jugaba al hockey. Mis tíos y la mayoría de mis
primos juegan al hockey profesional, así que no me sorprendió que yo también
quisiera hacerlo. Solo que lo hice de una forma un poco diferente a la de mis
primos. Me reclutaron cuando tenía dieciocho años. No el primero como la
mayoría de ellos, pero no me importaba, porque fuera el número que fuera, iba a
terminar la escuela antes de jugar. Fue algo que decidimos juntos mi padre y yo
cuando tenía trece años. Me llamarían a filas y después me licenciaría en
administración. Jugué al hockey en la universidad, donde marqué veintidós goles
y diecinueve asistencias en treinta y seis partidos. Estaba en lo más alto de la
clasificación. Cuando volví el segundo año, dominé aún más, con treinta y dos
goles y cincuenta y siete puntos en treinta y un partidos.
Ni qué decir que, cuando por fin obtuve mi título y me gradué, me fui
directamente a la NHL. Por suerte para mí, Carolina me reclutó, así que no tuve
que desplazarme muy lejos, ya que estudié aquí. En marzo, antes de graduarme,
firmé un contrato de entrada y, por fin, me puse el traje en abril para el equipo de
la granja. Marqué dos goles y di una asistencia en ese partido y rápidamente me
llamaron para jugar mi primer partido en la NHL. Tardé tres partidos en tomar el
ritmo y por fin marqué mi primer gol en la NHL.
Aún recuerdo lo que sentí, como si la familia se sintiera orgullosa de mí. Fue
tan duro crecer y caminar a la sombra de los demás, tener que demostrar que
perteneces a ese lugar, y no que estabas allí por la dinastía en la que creciste. Me
pongo las zapatillas y pongo los patines debajo del banco antes de desvestirme
del todo. Oigo alguna conversación a mi alrededor, pero ahora que no estoy en el
hielo, mi mente divaga. Me lleva de vuelta a ayer. Volviendo a ver a Sofia.
En cuanto entré en el auto con Helena, le dije que deberíamos buscar otros
organizadores de eventos. Sabía que nunca, nunca, usaríamos a Sofia. ¿Te
imaginas? Incluso cuando dejé a Helena en su casa, ella seguía diciéndome lo
mucho que quería a Sofia. Sólo necesitaba tener mi espacio para aclarar todo en
mi cabeza. Las noticias sólo empeoraron las cosas. Juro que me siento como si la
caja de Pandora que éramos Sofia y yo se hubiera abierto por arte de magia, y
ahora lo único en lo que puedo pensar es en ella.
Salgo del entrenamiento con mi chándal y la gorra de béisbol hacia atrás. Mi
cabello castaño bajo ella aún está húmedo de la ducha, mientras agito mi vaso de
batido de proteína. Desbloqueo la puerta de mi auto antes de deslizarme dentro y
arrancarlo. Me alejo del aparcamiento y llamo a mi padre. Hablamos a diario, a
veces dos veces al día. Me contesta enseguida.
—Hola —saluda, y oigo que también está en su auto.
—Hola —le contesto, sonriendo y echándolo de menos de repente. Es
extraño cómo funciona el tiempo. Cuando era adolescente, me moría de ganas de
salir de sus reglas y ahora no hay nada que me calme tanto como hablar con mi
padre—. ¿Qué haces?
—Acabo de salir de la pista —me dice, y me río. Jugó muchos años en la
NHL. De hecho, lo traspasaron a Nueva York mientras estaba en rehabilitación.
Mi tío Matthew apostó por él. Conoció a mi madre, Zoe, que es la hermana
pequeña de Matthew, cuando estaba buscando casa.
—¿Con quién entrenabas? —pregunto mientras me dirijo a mi casa.
—Tío Evan, Max y Matthew —dice—, también vino el abuelo Cooper. —
Sonrío al pensar en mi abuelo, que todavía se está atando los cordones. Puede
que no tenga la velocidad de antes, pero tiene las jugadas en la cabeza—. ¿Qué
haces?
—No mucho —resoplo—, acabo de salir del entrenamiento y me voy a casa
a montar en bici.
—¿Qué te pasa? —pregunta enseguida. Sabía que si alguien podía darse
cuenta que algo me molestaba, sería mi padre. Si estuviera delante de mi madre,
se daría cuenta enseguida. Es como si tuvieran un superpoder de padres.
—En realidad, nada —le miento, pero mi padre se ríe.
—Parece como si alguien te hubiera robado tu merienda favorita en el
colegio —se burla, y yo no puedo evitar soltar una risita—. ¿Qué tal es volver al
hielo? —Cambia de tema, sin presionarme, sabiendo que cuando esté preparado
le contaré lo que me preocupa.
—Bien, hoy me he sentido un poco mal, pero... —Mi voz se entrecorta y
espero a que mi padre diga algo, pero él sabe que no he terminado—. ¿Puedo
preguntarte algo? —Los nervios empiezan en mi estómago y suben por mi pecho.
—Puedes preguntarme cualquier cosa —me asegura en voz baja.
—¿Cómo supiste que mamá era la elegida? —Por fin le hago la gran
pregunta que me he hecho toda la noche.
—Matty —me llama por mi apodo, su voz se vuelve suave—, me gusta
Helena, es una buena chica por lo que veo. —Sonrío porque, aunque no le
gustara, no me lo diría, toda la familia me apoyaría pasara lo que pasara—. Pero
si estás pensando esto ahora, ¿cómo crees que será en el futuro?
—¿Qué quieres decir? —pregunto, con la confusión recorriéndome.
—No se supone que pienses que has encontrado a la elegida. Se supone que
lo sabes. Si es la elegida, no hay preguntas —me explica—. No hay dudas,
simplemente lo es. No hay dudas cuando sabes que es la elegida.
—Está bien, papá. —Lo disimulo todo lo que puedo para que no se
preocupe—. Sólo estaba...
—Es un gran paso, Matty. Por el bien de los dos, si no estás seguro, no te
precipites —me aconseja, y yo solo asiento mientras ingreso a la entrada de mi
casa.
—Gracias, papá —digo sonriendo antes de apagar el auto y salir de él,
tomando el batido de proteína y el teléfono—. Voy andar en la bici, te llamo
luego.
—Te quiero —me dice, como siempre, justo antes de colgar. Cada vez,
aunque hablemos diez veces al día.
—Yo también te quiero. Saluda a mamá de mi parte —le respondo antes de
colgar. Camino a un lado de la casa en lugar de atravesarla. Me dirijo a la casa de
la piscina, que he convertido en un gimnasio casero, introduzco el código en el
teclado de la cerradura y oigo cómo gira la cerradura para abrir la puerta. Una
vez abierta, me dirijo a la bicicleta que está en un rincón, junto a la cinta de
correr.
Cuando me subo a la bici, empiezo despacio y luego voy aumentando la
velocidad. Me quito la chaqueta y luego la camiseta. Dos horas después, me he
terminado la botella de agua que empecé hace treinta minutos mientras me siento
en el banco de pesas e intento recuperar el aliento. El sudor me cae a chorros
mientras suena mi teléfono al lado de la bicicleta.
Me levanto y me acerco a tomarlo, miro hacia abajo y veo que es Christopher
quien me llama.
—Hola —digo, saliendo del gimnasio.
—Hola —saluda, y puedo oír que él también está sin aliento—. ¿Qué hay?
—No mucho, acabo de terminar con la bici —le digo, caminando hacia la
puerta trasera y poniendo el código de la misma. Oigo el sonido de la cerradura
al girar, y entonces entro por la puerta trasera y directo a la cocina. Me acerco a
la enorme nevera doble de acero inoxidable, la abro y tomo uno de los platos
preparados que la señora de la limpieza pone allí cada dos días—. ¿Y tú?
Doy la vuelta a la isla hasta la cocina de ocho fuegos, con horno doble, giro
el mando rojo del horno y coloco el recipiente sobre la sartén que ya está dentro.
Programo el temporizador para treinta minutos antes de subir a mi dormitorio.
Las persianas siguen cerradas, así que la habitación está completamente a
oscuras, pero me dirijo hacia mi baño.
—Acabo de terminar con la cinta de correr —dice, y oigo un portazo en su
extremo—. ¿Qué hay de nuevo?
—No mucho —le digo, poniendo el teléfono en altavoz antes de dirigirme a
la ducha—. He quedado con la organizadora de mi boda —le digo antes de abrir
la puerta de espejo y encender la ducha.
—Oh, bien, todavía no puedo creer que realmente te vayas a casar. —Se ríe.
—Es Sofia —corto por lo sano y vuelvo a acercarme al teléfono que está
sobre la encimera mientras lo miro.
—Um, ¿perdón? —dice Christopher sorprendido, y juro que puedo oír cómo
deja de moverse.
—Sí —resoplo, quitándome los zapatos de una patada—, ya me has oído.
—¿Qué diablos? —No puedo evitar sacudir la cabeza.
—Sí, eso es lo que he dicho yo también —le confieso.
—¿Qué mierda? —Continúa en estado de shock.
—Sí, yo también dije eso. —Me quito los calcetines y los tiro al cesto de la
ropa sucia en la esquina de mi vestidor, añadiendo a él mis pantalones de
chándal.
—Jesús, ¿cómo fue?
—¿Qué demonios significa eso? —le pregunto.
—Quiero decir, ¿qué has dicho? ¿Qué dijo ella? —Está haciendo todas las
preguntas que yo haría si los papeles estuvieran invertidos.
—Yo no dije nada y ella tampoco —le digo—. Hizo como si no me
conociera.
—Ay, eso debió doler —dice riéndose y yo pongo los ojos en blanco.
—No me dolió —Mi cabeza grita que, de hecho, me dolió—. Lo hizo.
—¿Le dijiste a Helena quién era? —me pregunta, y me atraganto.
—¿Estás loco? Los dos fingimos que no nos conocíamos. ¿Qué querías que
hiciera? Que me subiera al auto y dijera: Oye, sabes, esa chica tan hermosa que
acabamos de conocer, salimos durante dos años antes que yo... —Dejo de hablar
al pensar en ello cuando oigo su pregunta.
—¿Sigue estando sexy? —pregunta, y yo gimo.
—De todo lo que te acabo de contar, ¿eso es lo único que has retenido? —
digo entre dientes apretados. Luego me dan ganas de darme una patada por haber
sacado el tema que era hermosa.
Se ríe.
—Bueno, ¿por qué ibas a notar que es hermosa si estabas con Helena? —
pregunta. Abro la boca, la cierro y la vuelvo a abrir, pero no sale nada—. ¿Qué
vas a hacer?
—¿Cómo que qué voy a hacer? —pregunto.
—¿Vas a llamarla? —me pregunta, y yo me limito a bajar la mirada hacia el
teléfono.
—¿A quién?
—¿A Sofia? —dice su nombre.
—Por supuesto que no. ¿Por qué demonios iba a llamarla? —Es dos años
tarde para eso, idiota, grito en mi cabeza.
—¿Qué vas a hacer? —me pregunta de nuevo—. ¿Vas a contratarla para tu
boda?
—¿Estás loco? —chillo—. No volveré a hablar con ella.
5

Sofia
Aparco mi auto y apago el motor. Me desabrocho el cinturón antes de tomar
la manilla de la puerta, la abro y la empujo con el pie. Me inclino y tomo la
bandeja con las cuatro tazas de café que acabo de comprar. Luego tomo mi
cartera y la bolsa de mano con mi computadora.
Salgo y cierro la puerta con la cadera antes de subir los escalones. Los
chasquidos de mis tacones llenan la silenciosa mañana. El sol ya está alto en el
cielo, pero por suerte corre un poco de brisa. Mi cabello se echa hacia atrás al
igual que los pantalones pirata blancos que llevo. El vello de mis brazos
desnudos también empieza a erizarse por ello. Incluso siento que atraviesa la
parte delantera de mi camisa de satén entrecruzado. Toco el pomo de la puerta
antes de entrar.
—Lo has hecho parecer tan fácil. —Miro y veo a Presley saliendo de la
cocina con un vaso de agua en la mano.
Me río al verla.
—Feliz viernes. —La saludo con las tazas de café en la mano—. ¿Dónde
tendremos la reunión? —le pregunto y ella se limita a señalar el pasillo, hacia la
sala de conferencias—. Perfecto. —Me encamino con la bandeja en la mano.
Todos los viernes tenemos una reunión sobre lo que estamos trabajando. Lo
que hemos hecho en la semana. Lo que nos espera y, lo más importante, si
tenemos algún problema para el que necesitemos ayuda.
Dejo el café sobre la mesa redonda antes de darme la vuelta y dirigirme a mi
oficina. Me quito las gafas de sol en cuanto dejo los bolsos. Tomo la
computadora del bolso y luego la carpeta de notas que tengo.
—Buenos días —dice Shelby desde el pasillo mientras camina hacia su
oficina seguida de Clarabella, que también refunfuña un buenos días.
Salgo de mi oficina y me dirijo hacia la sala de conferencias donde están las
tres.
—Tengo que preguntarte —empieza Clarabella, sentándose en una de las
sillas y luego inclinándose para tomar uno de los cafés de la bandeja—. ¿Cuántas
veces a la semana haces ejercicio? —La miro confundida—. Dios, ni siquiera
tienes que hacer ejercicio para tener ese cuerpo. —Echa la cabeza hacia atrás y
da un sorbo al café.
—Suelo hacer ejercicio de tres a cuatro veces por semana —le digo—.
Últimamente no, pero normalmente si.
—Sigo olvidando, cuando te miro, que tu abuela era modelo de Victoria's
Secret y que lo llevas en los genes. —Shelby me mira y lo único que puedo hacer
es negar con la cabeza.
—Es la mujer más guapa que he visto en mi vida —dice Clarabella
asombrada, y yo no puedo evitar sonreír. Fue modelo de moda toda su vida, pero
es muy conocida por ser un ángel de Victoria's Secret—. Todavía recuerdo
cuando te mudaste aquí y ella te mandaba ropa.
—Solía recibir cajas semanalmente —rememoro, tomando mi propio café—,
pero luego empecé a quedarme sin espacio, así que ahora me las envía
mensualmente.
—Bueno, no es que me quede tu ropa. —Hace un mohín Shelby—, pero si
pudiera.
—Mi armario está abierto para todas —les digo mientras abro mi
computadora. Las tres hacen lo mismo mientras empezamos la reunión.
Shelby inicia como siempre.
—Bien, empecemos. Alguna noticia del uhm...
—Exnovio —termino por ella, y se limita a asentir—. No —afirmo con una
sonrisa en la cara—. Ha pasado una semana, así que voy a arriesgarme y decir
que están buscando en otra parte.
—Maravilloso —dice Shelby, sonriéndome y luego volviéndose para mirar a
Presley.
Hace una semana que no veo a Matthew. Quiero decir que en cuanto salió de
aquí, fue la última vez que vino a mi mente, pero estaría mintiendo. Todo lo que
he hecho esta semana ha sido pensar en él. Miro por la ventana el campo a lo
lejos. Los colores de los árboles están ahora en pleno cambio de verde a naranja.
El viento hace que los árboles se muevan de un lado a otro y ahora sólo puedo
pensar en él. Especialmente en la primera vez que nos vimos o, mejor aún, en la
primera vez que nos hablamos.
Entré en la clase de finanzas y vi que estaba casi vacía, excepto por dos
chicos sentados en la segunda fila. Agaché la cabeza y me senté en la fila de
delante. Oí a los dos chicos hablar detrás de mí y cometí el tonto error de mirar
hacia ellos. Mis ojos encontraron enseguida los suyos, de color azul oscuro. En
cuanto cruzamos nuestras miradas, me sonrió y fue como si la tierra se moviera,
que era la cosa más estúpida que había pensado en mi vida. Me di la vuelta con
la misma rapidez y miré al frente. Sentí que me miró en toda la clase, pero me
negué a darme la vuelta y mirarlo.
Cuando el profesor dio por terminada la clase, fui la primera en levantarme
de mi asiento y salí corriendo de allí como si el edificio estuviera ardiendo. No
volví a pensar en él hasta que estuve en el bar el sábado por la noche. Me senté
en medio de la larga barra mientras daba sorbos a mi cerveza e intercambiaba
anécdotas de la semana con mi mejor amiga, Ella. Oí el parloteo de la gente a
mi alrededor antes de girar la cabeza hacia la puerta, preguntándome porqué de
repente todo el mundo estaba gritando. Allí estaba, el chico de mi clase de
finanzas. Pero no llevaba vaqueros ni camisa. No, llevaba un traje. Tenía el
cabello mojado y entró chocando los cinco con todos.
—¿Pero qué...? —murmuré, sin saber qué estaba pasando.
Estaba a punto de girar la cabeza cuando sus ojos se cruzaron con los míos.
La sonrisa que tenía en la cara se convirtió en una mueca. Sus ojos no se
apartaron de los míos hasta que se acercó a mí.
—Eres tú —dijo mientras me señalaba.
—¿Perdón? —Fue lo único que salió de mi boca.
—Tú eres la de la clase, me estabas mirando. —Se apoyó en la barra e hizo
un gesto al camarero con la barbilla, y tuve que preguntarme si era un lenguaje
secreto que yo no conocía.
—Debes haberme confundido con otra persona —dije, molesta—. Creo que
nunca te he visto —le mentí, y él se limitó a reír.
—Clase de finanzas. —Me refrescó la memoria, pero, a decir verdad,
obviamente lo recordaba—. Te diste la vuelta y compartimos un momento.
—¿Compartimos un momento? —repetí tras él para ver si realmente había
escuchado bien. Se limitó a asentir mientras el camarero se acercaba y le daba
una botella de agua—. Fue una mirada de cinco segundos.
—Se dijeron muchas cosas en esa mirada de cinco segundos —afirmó, y
tomé mi teléfono de la barra, abriendo la aplicación de mensajes.
—¿Qué haces?
—Mandándole un mensaje a mi cartero —le dije, intentando ocultar la
sonrisa de mi cara—. Hoy lo he mirado durante siete segundos y me pregunto si
eso significa matrimonio.
—Eres graciosa —señala sonriendo y se le iluminaron sus ojos.
—No lo soy —repliqué, y él se limitó a echar la cabeza hacia atrás y reír
aún más fuerte. A pesar que el bar estaba abrumado por el ruido, todo lo que oí
fue su risa.
—Soy Matthew. —Me tendió la mano—. La gente me llama Matty.
Pensé en no contestarle e ignorarlo, pero mi mano se movió antes que mi
cabeza le dijera que no.
—Soy Sofia. —Sonreí—. La gente me llama Princesa Sofia. —Su mano
envolvió la mía y sentí un cosquilleo que iba desde la punta de mis dedos hasta
la punta de mis pies.
Esa fue la noche en que me besó por primera vez. También fue la misma
noche en que caí bajo el hechizo de Matthew Petrov.
—Sofia. —Oigo que Shelby me llama por mi nombre y parpadeo dos veces.
Me giro para mirar la mesa en lugar de mirar por la ventana hacia el vasto
campo—. ¿Estás bien?
Golpeo con el dedo el escritorio.
—Creo que debería empezar con las citas de nuevo —les digo a las tres, y
todas me miran con los ojos brillantes.
—Uhm, sí, por favor. —Asiente Clarabella.
—Me parece una idea fantástica —dice Shelby, aplaudiendo delante de ella.
Presley se levanta y extiende la mano para tomar mi teléfono.
—No hay mejor momento que el presente —declara con una enorme sonrisa
en la cara—. Vamos a crear un perfil ahora.
—Esta es la mejor reunión en la que he estado en mucho tiempo. —
Clarabella toma el teléfono, haciendo que Shelby la mire y la fulmine con la
mirada—. Oh, por favor, Presley también lo dijo.
—No, no lo dije —Presley lo niega.
—Lo tengo en texto —replica Clarabella, levantando su teléfono.
—¿Podemos centrarnos en Sofia? —dice Presley—. ¿Qué estás haciendo?
—Estoy rellenando su nombre y esas cosas —explica Clarabella.
—¡No pongas su nombre real! —grita Shelby.
—Sólo se comparte su nombre de cuenta que es Sunshine45 —dice
Clarabella—. De acuerdo, ¿qué haces al final del día?
—Ver un reality —respondo y las tres me miran.
—Acurrucarme con un buen libro o ver una película de acción —reformula
Clarabella y yo jadeo.
—¿Por qué?
—Bueno, un buen libro, te va a tocar el chico estudioso, y una película de
acción, te toca un chico aventurero. —Clarabella me mira.
—Oh, buena idea —coincide Presley—. Deberías poner senderismo, así
consigues a los que les gusta hacer todas esas cosas al aire libre.
—Sí. —Shelby chasquea los dedos—. También le encanta salir. —Todas la
miramos—. No queremos que piense que se queda dentro con sus ocho gatos.
—Ah, sí —dice Clarabella y empieza a teclear cosas—. Persona de ¿gatos o
de perros?
—Soy una chica de caballos —afirmo, y todas sacuden la cabeza—. ¿Qué?
Me encanta mi caballo. —Señalo a Clarabella—. Pon que prefiero los caballos.
—¿Puedes poner salvar a un caballo, montar a un vaquero? —Presley le
pregunta a Clarabella, que se limita a sonreír.
—No pongas eso —refunfuño entre dientes apretados.
El teléfono que tiene en la mano empieza a sonar y me lo pasa. Veo que es
un número que no está guardado en mi teléfono, así que pongo el altavoz y
contesto:
—Sofia Barnes.
—Sofia. —Cierro los ojos al oír la voz femenina—. Soy Helena. —Abro los
ojos y miro hacia las chicas, cuyos ojos se agrandan—. Nos conocimos la semana
pasada, mi prometido es Matthew Petrov.
¿Por qué siempre dice su nombre? me pregunto.
—Sí, claro —digo, golpeando con el dedo el escritorio—. ¿Cómo estás?
—Estoy estupendamente —responde alegremente—. Te llamo porque nos
gustaría reunirnos contigo.
Miro al cielo, pensando que esto no puede estar pasando.
—Sería estupendo —digo, y levanto la mano para que las chicas dejen de
hablar. Saltan de sus sillas—. ¿Cuándo estarías libre?
—¿Qué tal el martes que viene? —me pregunta, y saco mi calendario.
—Tengo el martes a la una, si te viene bien —le digo, y ella chilla.
—Haré que funcione. En el peor de los casos, Matty puede reunirse conmigo
allí —dice—. Muchas, muchas gracias, Sofia.
—Nos vemos entonces —respondo, y el teléfono se desconecta.
—¿Qué diablos estás haciendo? —pregunta Clarabella, poniendo las manos
en las caderas. Es la misma pregunta que me gritaba en la cabeza.
—Hago mi trabajo —respondo, enojada—. Que se vaya a la mierda. Si a él
no le importa que yo organice su boda, ¿por qué demonios debería importarme a
mí?
—Ese es el espíritu —dice Clarabella, y mi corazón se acelera aún más
cuando por fin me doy cuenta que va a venir y que tengo que organizar su boda.
Vuelvo a tomar el teléfono.
—¿Qué haces? —pregunta Shelby.
—Llamando a mi bisabuelo. —Las miro—. Si voy a estar haciendo esto, voy
a necesitar una caja de té dulce para aguantar.
6

Matthew
Bajo del avión y el aire frío me recorre. Agarro con una mano la barandilla
de la escalera y con la otra sujeto mi maleta. Nadie dice nada mientras cada uno
se dirige a su auto. Vengo de un viaje de cuatro días en el que nos han puesto el
culo en bandeja de plata. No ha salido nada bueno de este viaje, y no soy el único
que se alegra de estar en casa.
—Hasta luego, Petrov —dice Brock, nuestro capitán, mientras sube a la
camioneta que está a mi lado. Levanto la mano mientras abro las puertas. Al
pulsar el botón del maletero, guardo mi maleta con la mochila. Me meto en el
auto y me dirijo a mi casa. Al llegar, veo el auto de Helena en la entrada.
Llevamos un tiempo juntos y mudarnos habría sido la opción obvia, pero para ser
sincero, nunca le pedí que se mudara. Eso y nuestra apretada agenda nos impiden
siquiera discutirlo. Ella también está de viaje frecuentemente con su trabajo de
ventas farmacéuticas. Trabaja principalmente con spas y salones de belleza para
todos los aspectos cosméticos.
Supongo que, cuando nos casemos, se vendrá a vivir conmigo, pero ni
siquiera ha sacado el tema. Lo único que realmente tiene en mi casa es un cepillo
de dientes y quizás algo de champú. Cada vez que viene, siempre trae una bolsa
de viaje, y cuando se va, también lo hace la bolsa.
No sé por qué, pero me irrita que esté aquí ahora mismo. Después de cuatro
días de viaje, lo único que quiero es descansar. Pulso el botón para abrir la puerta
del garaje, entro y aparco el auto. Apago el auto, salgo y tomo mis cosas antes de
dirigirme a las escaleras que llevan al cuarto de limpieza. Pulso la puerta del
garaje antes de entrar en la casa. Veo que los zapatos y el bolso de Helena están
en el banco gris. Me quito los zapatos de vestir y los dejo a un lado antes de
entrar en la cocina.
Helena se sienta en uno de los taburetes de la isla y levanta la vista cuando
me oye entrar.
—Hola. —Me sonríe, pero no se levanta ni se acerca a mí.
—Hola —saludo, pasando junto a ella con mis maletas—. No sabía que
estarías aquí.
Me mira mientras paso a su lado.
—Estaba por la zona y pensé en venir a trabajar aquí un rato.
—Genial —digo, y no sé por qué me siento malditamente incómodo.
¿Cuándo empecé a sentirme incómodo? ¿Siempre fue así? ¿Siempre me irritaba
cuando venía?
Paso por delante de la sala de estar y me dirijo a las escaleras, hacia mi
dormitorio. Abro una de las puertas dobles, entro y veo que las cortinas están
abiertas. Cuando compré esta casa, tenía cinco dormitorios y no vi la necesidad
de todos los dormitorios, así que combiné dos dormitorios para hacer uno
enorme. Hay seis ventanas a lo largo de toda la pared trasera con una zona de
estar justo enfrente con un sofá en forma de U que realmente no uso. Da a la
pared de ladrillo que tiene una chimenea en la parte inferior y la televisión
encima. La cama king-size está contra la pared del fondo, de cara a todo. Camino
por la alfombra de felpa hasta el final de la habitación, donde está el vestidor.
Dejo allí las maletas antes de quitarme la chaqueta. Me desabrocho la camisa
blanca de vestir y la saco de los pantalones. Me pongo rápidamente unos
pantalones cortos de baloncesto antes de bajar las escaleras.
Oigo la voz de Helena cuando entro en la cocina y me dirijo directamente a
la nevera.
—El martes estaría genial —dice, y yo la miro y abro una botella de
Gatorade, apoyándome en la encimera. En cuanto deja el teléfono, suena el
timbre—. La comida está aquí. —Se baja del taburete y se acerca a la puerta
principal. Lleva unos vaqueros negros ajustados y una camiseta de punto, y
espero a que mi polla se despierte, pero no pasa nada.
Debo estar muy cansado, pienso al mismo tiempo que mi cabeza se ríe de
mí.
Vuelve a entrar con dos bolsas marrones para llevar.
—Te he pedido un par de cosas, ya que no sabía cuanta hambre tendrías —
me explica, dejando las bolsas sobre la isla mientras saca los recipientes negros
para llevar—. Te he pedido pollo y también filete —dice, y yo me giro para
tomar dos tenedores y dos cuchillos antes de caminar a su lado—. He pedido una
patata asada y también espárragos.
—Gracias. —Me pongo a su lado y la miro sonriendo. Ella toma sus dos
recipientes negros mientras camina hacia donde estaba sentada, apartando su
computadora a un lado. Saco el taburete a su lado, me siento y abro mis propios
recipientes.
—¿Qué tal el vuelo? —me pregunta mientras corto un trozo de filete.
—Corto, gracias a Dios —respondo mirándola. Me doy cuenta que no me ha
saludado, pero yo tampoco la he saludado. ¿Habíamos entrado antes en una
habitación sin besarnos?
—Tengo noticias —dice, y la miro mientras toma su salmón a la plancha y se
mete un poco en la boca—. He llamado a Sofia.
En cuanto dice su nombre, todo dentro de mí se estremece.
—¿Qué? —digo, mirándola, intentando calmar mi cuerpo. Pero es como si
mi cuerpo se estuviera preparando para entrar en guerra con un huracán.
Helena ni siquiera se da cuenta del cambio en la habitación mientras sigue
comiendo su salmón, como si no acabara de lanzarme una bomba.
—He comprobado tu horario —continúa lentamente, y quiero gritarle que se
dé prisa, pero todas mis palabras se quedan atascadas en el fondo de mi garganta.
La comida que he ingerido empieza a subir—. Y sé que tienes el martes libre, así
que hemos quedado con ella en su oficina. —Me sonríe.
No puedo hacer otra cosa que parpadear.
—¿Por qué? —Hago una pregunta estúpida. Obviamente, sé por qué.
—Porque es la única con la que he conectado —aclara—. Me reuní con otros
cuatro planificadores después de ella, y es la única que sabía lo que hacía.
Vuelvo la vista a mi comida y me pregunto si debería decirle quién es Sofia.
Pero entonces, algo me detiene.
—Deberíamos repasar un par de cosas. —Empujo la comida alrededor de los
recipientes, pensando en las cosas que deberíamos repasar.
—Por eso hemos quedado con Sofia —dice—, ella nos va a ayudar en todo
momento.
—¿Has pensado en no tener organizadora de bodas? —le pregunto—. Mis
tías y mi madre son casi todas organizadoras de fiestas a estas alturas.
—En absoluto —declara, sacudiendo la cabeza—. Las he visto tres veces. No
conocen mi estilo, ni quiero pasar tanto tiempo con ellas.
—¿Qué? —pregunto, sorprendido—. Mi familia es una gran parte de mi
vida.
—Y tú puedes tener esa parte de tu vida y yo estaré ahí cuando tenga que
estar, pero ellos son simplemente... ¿cuál es la palabra en la que estoy pensando?
—Increíble —digo, más molesto con ella de lo que ya estaba.
—Prepotentes —responde ella—. Espera, esa no es una buena palabra.
Dominantes. —Me señala con el tenedor—. Esa es una descripción exacta de
ellos.
—Ni siquiera los conoces —digo, poniéndome a la defensiva—. Pasaste
cuánto... ¿una hora con ellos?
—Pasé todo el domingo con ellos en la comida del domingo. —Ella sacude
la cabeza—. Todos se meten en los asuntos de todos. Hacen preguntas que no
deberían.
—¿Cómo cuáles? —Estoy sorprendido y enojado. ¿Mi familia puede ser
dominante? Mil y un millón por ciento, pero no querría a nadie más a mi lado.
Todos juntos hasta la muerte. Tienes un problema, haces una llamada, y tienes el
apoyo de todos. Así pensaba que eran todas las familias hasta que conocí a la
familia de Helena, y ellos no me hicieron ni una pregunta sobre mí. Eran
educados y todo lo contrario a mi familia. Lo sabía entonces, pero no tenía ni
idea que ella se sintiera así.
—No sé, fue intrusivo. Quizás si los conociera mejor, pero era la segunda
vez que nos veíamos. —Se encoge de hombros—. Aun así, me portaré bien. —Se
aparta del mostrador y coloca las tapas sobre sus recipientes de comida para
llevar—. Me tengo que ir. Las chicas tienen una mini reunión en casa de Sierra.
—Pone sus cosas en una bolsa de comida para llevar antes de tomarla junto con
su computadora. Se acerca a mi taburete—. Te llamo luego. —Me besa la mejilla
antes de dirigirse al guardarropa.
Miro el plato, con el estómago revuelto de repente, y me pregunto por qué.
¿Es porque vamos a vernos con Sofia o porque odia a mi familia?
—No te olvides del martes —me dice justo antes que oiga la puerta del
garaje cerrarse tras ella.
—Sí —le digo a la habitación vacía. No me molesto en comer otro bocado.
En lugar de eso, me levanto y lo vuelvo a empaquetar todo, y lo meto en la
nevera. Echo un vistazo y veo que son más de las seis, pero en lugar de ponerme
cómodo en el sofá, vuelvo a mi habitación.
Me deslizo sobre la cama, tomo el control y enciendo la televisión. La cabeza
me da vueltas como un hámster en una rueda. Cambio de canal, pero mi cabeza
vuelve a mi primera cita con Sofia.
Después de encontrarnos en el bar, la acompañé a su casa. Me dejó besarla,
y juro por Dios que sentí como si flotara en el aire. Entró en su apartamento y yo
me alejé para después volver a llamar al timbre. Salió, con la cara aún alterada
por el beso.
—¿Estás bien? —me preguntó y lo único que hice fue sonreírle.
—Sí —le dije—. Ten una cita conmigo.
—¿Ahora? —Ella se limitó a inclinar la cabeza hacia un lado, y lo único
que pude pensar en ese momento fue que era la mujer más hermosa en la que
había puesto mis ojos.
La vi enseguida cuando entró en clase. Le miré la nuca y esperé a que se
girara y mirara hacia mí. Cuando lo hizo, juro que oí cómo se me caía la
mandíbula al suelo. Sus ojos azules me hipnotizaron; lo único que quería era
preguntarle su nombre. Supuse que podría hacerlo después de clase, pero no, se
escabulló. Cuando entré en el bar esa noche después del partido, nunca pensé
que la vería, y cuando lo hice, supe que tenía que intentarlo con ella. Pensé que
era astuto. No lo era. Ella me lo hizo saber de inmediato, y me intrigó aún más.
—Mañana —dije las palabras, aunque le hubiera dicho que sí en ese
momento.
—Supongo que sí. —Sonrió con satisfacción—. Tuvimos una mirada de diez
segundos, así que asumo que no tenemos otra opción en este momento.
No pude contenerme, aunque hubiera querido, y di un paso adelante. Le
rodeé la cintura con un brazo y la atraje hacia mí.
—Gracias —dije justo antes de recibir otro beso suyo. Este fue suave y
lento. Su lengua se deslizó rápidamente en mi boca. Sus manos se apoyaron en
mi pecho. Me habría pasado la noche besándola, pero la solté lentamente.
—Buenas noches —dije antes de bajar las escaleras y alejarme de ella—.
Nos vemos mañana a las cinco, princesa Sofia.
Me paso las manos por la cara para dejar de pensar en el pasado.
—Se acabó —me digo, igual que me lo vengo diciendo desde que la he
vuelto a ver—. Pero diablos, qué hermosa está.
7

Sofia
Salgo del auto e intento no prestar atención a las mariposas que siento en el
estómago. Pero soy una causa perdida. Los últimos cuatro días he estado con los
nervios de punta, por no decir otra cosa. No sólo eso, ahora cuando salgo, miro a
mi alrededor buscándolo, que es la cosa más estúpida que podría hacer. Como si
fuera a estar al azar en el supermercado o en la panadería.
Apenas dormí anoche, sabiendo que lo vería hoy. Voy a fingir que es porque
estoy nerviosa y no porque mi ex venga con su prometida para que yo organice
su boda. En cuanto vi que el reloj marcaba las cinco de la mañana, me levanté de
la cama, poniéndome parches dorados bajo los ojos. Mi bisabuela probablemente
me habría dado bolsitas de té si aún estuviera en casa.
Hoy he puesto especial cuidado en mi atuendo. Elegí uno que resulta
elegante y sexy a la vez. La falda de cuadros champán y negros me llega a media
pantorrilla, lo que moldea mis caderas y hace que mi culo luzca perfecto. La
camisa de seda de manga larga, color champán, con cuello en pico y botones, me
moldea los pechos. Las mangas se ciñen a mis muñecas, haciéndolas lucir lisas y
elegantes. No podía dejar de ponerme los zapatos negros altísimos porque sabía
que a él le encantaban, y también sabía que lo volvía loco cuando me los ponía.
Esta vez llevo el cabello suelto con gruesos rizos, sabiendo de nuevo que a él le
encantaba lo largo y frondoso que era mi cabello. Así que se podría decir que hoy
me vestí para Matthew, pero no porque quisiera.
Es más como un vete a la mierda y espero que sufras de disfunción eréctil.
Al abrir la puerta, el aire frío me golpea de inmediato.
—¡Buenos días! —grito para que me oiga quienquiera que esté aquí.
—Vaya, vaya, vaya —dice Shelby, saliendo de la cocina con una taza de café
en la mano—, creo que alguien vino a matar.
No puedo evitar soltar una risita.
—No sé a qué te refieres —respondo, dándome la vuelta para dirigirme a mi
oficina, mis pies ya me informan que estos zapatos no durarán mucho. Entro en
mi oficina, me quito los zapatos y me pongo las zapatillas, Ugg. Dejo el bolso en
la silla y me dirijo a la cocina para tomarme un café.
—No han durado mucho. —Shelby se da cuenta cuando paso a su lado en el
pasillo—. Esos zapatos son muy sexys, pero sólo sirven para sentarse o tener
sexo.
—Lo sé —coincido, girándome e intentando no pensar en la vez que me los
puse para nuestra cita y él se negó a que me los quitara cuando llegamos a casa—
. Está comprometido —me recuerdo mientras tomo una taza y la coloco debajo
de la salida de la cafetera antes de tomar una cápsula de café y meterla. Pulso el
botón antes de ir hacia la nevera para tomar la leche.
Estoy echando un poco de leche en mi taza de café cuando oigo sonar mi
teléfono desde mi oficina. Vuelvo corriendo a mi oficina para contestar, rezo
para que sea Helena decidiendo que ha cambiado de opinión, pero en lugar de
eso, miro hacia abajo y veo que es mi papá.
—Hola —resoplo mientras vuelvo a la cocina.
—Pareces sin aliento —me dice—, ¿estás haciendo ejercicio?
—Estoy en la oficina, papá, y ni siquiera finjas que no lo sabes. —Tomo mi
taza de café de la cocina y regreso a mi oficina—. ¿Crees que no sé que anotaste
mi ubicación la última vez que estuvimos juntos?
—¿Qué? —Intenta actuar como si estuviera sorprendido—. No sé a qué te
refieres.
—Papá. —Me río entre dientes—. Sabes que aparece que compartí mi
ubicación, ¿verdad?
—Creía que lo había borrado —dice, ya ni siquiera intentando disimular.
Camino alrededor de mi escritorio, dejando la taza en el posavasos antes de
tomar mi computadora.
—Lo hiciste, pero tengo mi iPad y mi computadora todos conectados a mi ID
de Apple, así que... —Me siento en la silla—. Te he pillado.
—Tomo nota —dice—, ahora, ¿qué es eso que he oído que estás en una
aplicación de citas?
Echo la cabeza hacia atrás y gimo.
—No volveré a contarle nada a mamá.
—¿Tu madre lo sabía? —grita, y yo aprieto los labios—. ¡Hazel! —grita su
nombre—. ¿Por qué no me dijiste que Sofia estaba en una aplicación de citas?
—¿Quién te lo ha dicho? —Oigo preguntar a mi madre, y entonces me
incorporo.
—¿Tengo el teléfono hackeado? —pregunto, sorprendida por no haberlo
pensado nunca.
—¿Has hackeado su teléfono? —grita mi madre.
—Adiós —digo, desconectando la llamada y llamando a la única persona que
sé que lo hizo.
—Si es mi primera nieta favorita —saluda, y hasta puedo imaginármelo
sonriendo. Pulso el botón de la cámara y su cara llena la pantalla un par de
segundos después—. Hola, preciosa. —Sonríe al teléfono. Sé que está en la sala
de guerra cuando veo todas las pantallas detrás de él.
—Oh, no me digas preciosa. —Miro el teléfono y él se echa hacia atrás en la
silla—. Voy a preguntarte algo, pops —digo el apodo que le puse cuando tenía
siete años—. ¿Has o no has hackeado mi teléfono?
Lo miro fijamente a los ojos, y no sé por qué me sorprende que no desvelen
nada. Este es el mismo tipo que entrenó con los SEAL de la Marina por
diversión.
—Creo que voy a necesitar un poco más de contexto que eso.
—Ni siquiera intentes mentir al respecto. Acabo de descubrir a mi papá —le
informo, alzando las cejas.
—No estoy confirmando ni negando nada. —Desvía el tema, tomando su
taza de café—. La pregunta es, ¿por qué demonios crees que necesitas estar en
una aplicación de citas?
—¡Pops! —grito y golpeo mi escritorio—. Esta es la mayor invasión de la
privacidad. —Pone los ojos en blanco—. ¿Y si estuviera enviando desnudos a un
hombre y tú tuvieras a uno de tus hombres revisando mis cosas?
Es su turno de mirarme.
—Una vez que esas fotos están en el universo, es para siempre.
—Quítalo de mi teléfono ahora mismo —lo amenazo entre dientes—, o se lo
diré a la abuela Olivia.
Me mira fijamente, preguntándose si no lo digo en serio.
—Bien, entonces eso significa que vas a venir a casa de visita porque ella te
obligará.
—Y a la abuela Charlotte. —Juego mi última carta y él se limita a
fulminarme con la mirada—. No estoy bromeando. Te juro que esto se siente
como si estuviera en la universidad otra vez cuando pusiste todos esos
rastreadores en mi bolso sin que yo lo supiera.
—Sofia —murmura mi nombre en voz baja—. ¿Cómo iba a saber que no te
iban a traficar sexualmente o a secuestrar?
—¡Trescientos cuarenta y siete rastreadores! —grito—. Me sorprende que no
me siguiera el FBI.
Se ríe.
—Por favor, mis chicos son mucho mejores que el FBI.
—De acuerdo, ahora me voy a comprar un teléfono nuevo y no te voy a dar
el número —le digo—. Entonces voy a tener diez citas a ciegas y nunca lo
sabrás.
—De acuerdo, de acuerdo —concede, levantando la mano y girándose para
pulsar dos cosas en su teclado.
—Ya está. —Me mira—. Ahora, ¿cuándo vuelves a casa?
—Nunca. —Lo miro de reojo, intentando ignorarlo.
—Tu caballo te echa de menos —dice en voz baja. Sabe que haría cualquier
cosa por Peaches.
—Volveré a casa en algún momento de la semana que viene, pero
probablemente será sólo por un día —le informo—. Ahora, tengo que irme. Te
quiero, aunque seas tú.
Se ríe.
—Yo te quiero más, Sunshine. —Usa mi apodo, y de repente echo de menos
mi casa.
—Adiós. —Alargo la mano para pulsar el botón rojo, sin esperar a que se
despida.
Enciendo la computadora y compruebo los correos electrónicos. Respondo a
los que puedo responder y luego reenvío los que necesitan ser revisados a
Shelby.
—¿Estás lista para hoy? —Clarabella entra en mi oficina un par de horas más
tarde. Lleva pantalones de vestir, una camiseta sin mangas y zapatillas de
deporte. Se sienta en una de las sillas.
Levanto la vista de las notas que tomé ayer con otra pareja.
—No —le digo inmediatamente, echándome hacia atrás en la silla.
—¿De qué están hablando? —pregunta Presley, que entra en la oficina con la
bebé en su portabebés atado al pecho.
—De si está lista para hoy —responde Clarabella y Presley sólo levanta las
cejas.
—¿Qué llevas puesto? —pregunta Presley, y yo me pongo de pie y camino
alrededor del escritorio.
—Maldita sea, chica, mira ese culo —declara Clarabella—. Es el mejor traje
de venganza que he visto.
—No es un traje de venganza —intento decirles—. Es más bien un lo estoy
haciendo bien sin ti.
—Bueno, sea lo que sea, está funcionando —dice Clarabella.
—Y —les digo, caminando de nuevo alrededor de mi escritorio—, tengo una
cita.
Jadean, la bebé salta delante de Presley, así que se mece de lado a lado para
no despertarla.
—¿Qué quieres decir? —pregunta en un susurro.
—Significa que conecté con alguien en la aplicación —les cuento de la cita
que hice mientras llevaba tres copas de vino blanco el otro día.
—Veamos su foto —dice Presley. Tomo el móvil, abro la aplicación y me
giro para enseñarle la foto.
—Es guapo —afirma Clarabella y veo el teléfono cuando me lo devuelve.
Miro al hombre, que va vestido con un polo. Tiene el cabello negro y rizado y
lleva gafas, no es alguien con quien normalmente saldría, pero se trata de
cambiar las cosas.
—Le gustan los paseos por el bosque —les digo mientras las miro y
Clarabella hace una mueca—. ¿Qué? —pregunto.
—Eso me suena impreciso —advierte—. Paseos por el bosque. Será mejor
que lleves un mazo.
—Y un Taser —añade Presley, todavía moviéndose de lado a lado—. Vas a
tener que compartir tu ubicación con nosotras.
Estoy a punto de decirles algo cuando suena el timbre, alertándonos que
alguien ha entrado.
—Mierda, ¿son ellos? —Miro el reloj y veo que han llegado cinco minutos
antes.
—Dios mío. —Clarabella salta de su silla y sale corriendo por la puerta—.
Los atiendo.
—Espera a que te llame —dice Presley en un susurro mientras veo que
Shelby también sale corriendo por el pasillo.
—¿Esto es un espectáculo? —susurro.
—Si es un espectáculo —se burla Presley—, ¿de qué tamaño es la berenjena?
—Lárgate. —Me acerco a los tacones y deslizo los pies dentro de ellos.
Juraría que los siento llorar en secreto mientras me acerco al escritorio y tomo mi
teléfono, y la carpeta manila que es de la pareja. Me siento en la silla tratando de
calmar la forma en que mi corazón se acelera, sabiendo que él está ahí afuera.
—Puedes hacerlo —me digo—, todo va a salir bien. Vas a salir ahí afuera y
vas a darles el mejor servicio que puedas.
Oigo que se enciende el altavoz.
—Sofia. —La voz de Clarabella llena ahora mi oficina—. Tu... —Cierro los
ojos esperando que no diga que tu examante está aquí—... la cita está aquí.
—Hora del espectáculo —digo, levantándome y parándome junto al espejo
antes de salir, me aliso un poco la falda.
El pasillo parece ser más corto que nunca, y justo antes de entrar en la zona
abierta, pongo mi cara de póker. Sonrío en cuanto entro en la sala.
Mis ojos encuentran los suyos mirándome fijamente, haciéndome odiar que
lo primero que mirara fuera a él. Sus ojos azules me miran directamente, y puedo
ver el pulso de la vena de su mandíbula mientras muerde con fuerza. Mis ojos se
apartan rápidamente de él, dirigiéndose a Helena.
—Helena —la saludo en primero lugar—, me alegro de volver a verte. —Le
tiendo la mano para estrechársela.
—Sofia —dice mi nombre y miro para ver que lleva pantalones y una camisa
de botones con tacones. Su mano sujeta su Chanel negro mientras con la otra
sujeta a Matthew—. Recuerdas a mi prometido, Matthew Petrov.
—Sí, lo recuerdo. —Vuelvo mi atención hacia Matthew y veo que hoy va
bien vestido, menos la chaqueta—. Matty, encantada de verte de nuevo. —Uso el
apodo con el que todos lo llaman, todos menos yo.
Me arrepiento de haberlo tomado de la mano en cuanto se desliza por la mía.
Juro por Dios que un cosquilleo me recorre como una descarga eléctrica. La
aparto rápidamente y saco mi mano de la suya.
—¿Empezamos?
8

Matthew
Me meto la mano en el bolsillo en cuanto la suelta, por dos razones. Una, me
hormiguea literalmente y, dos, mi polla, que ha estado hibernando, se asoma de
repente. Todo esto me pone de mal humor, eso, y el hecho que todavía me llama
Matty.
—¿Empezamos?
Oh, sí que voy a empezar, grito en mi cabeza. Cometo el error de volver a
mirarla y odio que mi cuerpo reaccione así ante ella. Sólo es mi exnovia, y qué si
la deseo de nuevo. Y qué, si una mirada suya vestida con esos putos zapatos me
trajo todos los recuerdos en los que nunca había pensado hasta ahora. Qué, si
cuando se gira para llevarnos a la parte de atrás, lo único que puedo hacer es
mirar cómo mueve el culo de un lado a otro. Su cabello también se agita, y
recuerdo cómo ella sabía que me gustaba con el cabello suelto, así que lo llevaba
así todo el tiempo.
Deja de andar, y si no fuera porque Helena me toma de la mano, me habría
chocado con ella. Lo que probablemente habría sido algo malo, ya que ella
probablemente sentiría mi polla y entonces pensaría que soy un pervertido raro.
Eres un pervertido, un grito se apresura en mi cabeza.
Sofia me tiende la mano.
—Por favor, adelante. Siéntense. —Espera a que entremos en su oficina
antes de seguirnos. Espero a que Helena tome asiento antes de sentarme en una
de las sillas rosas. Mis ojos recorren la oficina, mientras ella camina alrededor
del escritorio en forma de L y va a sentarse en su silla.
Mis ojos se dirigen a las estanterías detrás de ella y veo algunas de las fotos
de ella con su familia. Mis ojos encuentran una foto de ella con un bebé en el
brazo. Sostiene al niño en la cadera mientras sonríe a la cámara, con la mejilla
apoyada en la cabeza del niño, y el corazón se me hunde hasta los pies al mismo
tiempo que se me sube a la garganta. Seguro que está con alguien. Mis ojos
vuelan directamente a sus manos para mirar si hay un anillo en su dedo, viendo
que no hay ningún anillo allí.
Sacudo la cabeza, preguntándome: ¿Qué tonto soy? Aquí estoy, sentado al
lado de una mujer a la que le he pedido pasar el resto de su vida conmigo, y aquí
estoy preocupándome por Sofia. Miro a Helena y ella me mira a mí, y le sonrío.
—De acuerdo —dice Sofia, mirándonos y abriendo la carpeta de su escritorio
mientras toma un bolígrafo—. Estoy emocionada por empezar. —Mira a
Helena—. ¿Por qué no empezamos con algunas preguntas para que pueda
hacerme una mejor idea de con qué estoy trabajando?
—Estoy muy emocionada —dice Helena mientras me mira.
—Sé que la primera pregunta que se suele hacer a la gente es cuál es el
presupuesto, pero antes me gustaría hacer algunas preguntas para ver si su
presupuesto es factible. —Baja la mirada—. ¿Cómo de grande es el cortejo
nupcial?
Helena habla antes que tenga la oportunidad de pensar en ello.
—Anoche hice un rápido recuento; tendré al menos diez damas de honor, así
que una buena cuenta es veinte. —Mi cabeza se gira hacia un lado para mirarla y
ver si la he oído bien—. Los dos tenemos muchos amigos. —No, no tenemos.
Yo tengo un montón de familiares que he descubierto que ni siquiera le caen
bien. Vuelvo a mirar a Sofia, que parece como si también le sorprendiera ese
número, pero lo único que hace es tomar nota.
—¿En qué número están pensando para la lista de invitados? —Vuelve a
levantar la vista y en ningún momento me mira. Es como si yo no estuviera aquí.
—De trescientas a quinientas —afirma Helena.
—¿Personas? —digo en voz alta en lugar de en mi cabeza, y ella se ríe de mí.
—Es algo importante —dice Helena—. Tienes que invitar a todos tus
compañeros de equipo, además tu familia tiene muchos contactos a los que
seguramente invitarán. —Oh, ahora está de acuerdo con mi familia, quiero decir,
pero en vez de eso miro al techo—. No me gustaría ofender a nadie por no
invitarlo —le dice a Sofia, que se limita a asentir mientras anota otra cosa.
Me pregunto si estará tomando nota que esto no se parece en nada a lo que
yo pensaba que sería mi boda. Mentiría si dijera que no lo habíamos hablado
mientras estábamos juntos. Ambos queríamos una boda íntima con sólo nuestra
familia. Sí, probablemente serían más de doscientas personas, pero nadie que no
conociéramos.
—Sé que mencionaste que querías una boda en blanco y negro —le dice
Sofia a Helena—. ¿Se puede decir que es elegante?
Helena se ríe.
—Definitivamente va a ser elegante.
—¿Qué se considera una boda elegante? —le pregunto a Sofia, y ella no
tiene más remedio que mirarme. Nuestras miradas se cruzan y empieza a hablar
de negocios. Nunca había conocido a esta Sofia. Estoy acostumbrado a la Sofia
juguetona, siempre sonriente, siempre sarcástica conmigo, pero siempre cariñosa.
—Una boda elegante se centra en los elementos lujosos que lo unen todo. —
Cruza las manos sobre los papeles en los que está tomando notas—. Es como un
evento de cinco estrellas. Todo es extravagancia y belleza. —Vuelve a mirar a
Helena—. Por supuesto, todo depende del presupuesto, pero cuando es tan
grande como quieres, poco se tiene en cuenta el costo.
—Ya me encanta —le dice Helena.
—¿En qué mes estábamos pensando? —Sofia vuelve a mirar ahora sus notas.
—Tiene que ser verano, ya que él juega al hockey —le recuerda Helena a
Sofia, y yo quiero gemir porque todo el mundo lo sabe. Helena pone su mano
sobre la mía y yo me limito a asentir.
—Julio sería lo mejor para asegurarnos que todo el mundo está fuera de las
eliminatorias.
—¿Estamos pensando en el exterior o interior? —Sofia ni siquiera levanta la
vista hasta que Helena habla.
—Me encantarían las dos cosas —dice Helena, y en mi cabeza grito: Claro
que sí—. Me encantaría casarme dentro y hacer la fiesta afuera.
—Podemos hacerlo —le dice Sofia—. Normalmente, la ceremonia es dentro,
a no ser que haga un día fresco y la novia quiera un ambiente rústico. Pero
entonces podemos montar una carpa que salga del espacio de la ceremonia. —
Sofia evita mirarme—. ¿Será un evento de un solo día? —Mis cejas se fruncen
ante esta pregunta.
—Definitivamente tenemos que hacer una cena de ensayo. —Miro a Helena
y en silencio tengo que admitir que odiaría asistir a esta boda—. Estoy pensando
tal vez dos días antes de la boda y luego tal vez un brunch el día después.
—¿Supongo que con los invitados que vendrán tendrías que proporcionarles
alojamiento? —Sofia pregunta, y todo lo que Helena hace es asentir—. Entonces,
necesitamos proporcionar transporte desde el hotel hasta el lugar de celebración.
—¿La boda durará todo el día? —En este punto, ni siquiera sé si nos está
haciendo la pregunta o nos lo está diciendo.
—Tiene que serlo —dice Helena—. A su familia le encanta hacer fiestas.
—Invitaciones —Sofia continúa—. Supongo que hubo una sesión de fotos de
compromiso. —Sonríe y, por primera vez, veo que algo parpadea en sus ojos y
miro hacia abajo. ¿Qué mierda estoy haciendo aquí? Esto no puede pasar; ella no
puede planear mi boda.
—No las hemos hecho... todavía —dice Helena—. Me encantaría
organizarlo.
—Yo puedo hacerlo por ti —le asegura Sofia.
—Podemos pedírselo a mi prima Gabriella. —Miro a Helena, que pone los
ojos en blanco.
—Podemos usar las fotos de compromiso para una invitación de reserva la
fecha —sugiere Sofia—. Lo recomiendo, ya que será una gran boda.
—La boda del año —canta Helena y sonríe.
—Eso parece. —Sofia le devuelve la sonrisa—. Ya que es tan grande,
sugiero enviar las invitaciones para que la gente pueda reservar la fecha.
—¿Cuándo deberíamos hacerlo? —pregunta Helena.
—Cuanto antes, mejor —afirma Sofia—. Normalmente, la gente envía la
invitación de boda cuatro o cinco meses antes, así que la reserva de la fecha
debería hacerse de siete a nueve meses antes.
—Bueno, si Gabriella no puede hacerlo —dice Helena esperanzada—,
tendremos que buscar en otra parte.
—Tenemos una pareja con la que trabajamos estrechamente. —Sofia intenta
suavizar la tensión—. Podemos revisarlo.
—De acuerdo, las siguientes preguntas son para el cortejo nupcial —dice
Sofia, y yo quiero levantarme y salir, pero en lugar de eso mis pies se quedan
quietos—. Tenemos una suite nupcial —informa Sofia a Helena—. Supongo que
necesitarás un maquillador y un peluquero, ¿o traerás a los tuyos?
—Oh, no he pensado en ello —dice Helena, y me dan ganas de reír. Algo en
lo que ella no ha pensado, impactante.
—Tenemos una lista de personas con las que trabajamos. Estoy pensando
que necesitarías tres de cada una para ayudar a hacer todo el cortejo nupcial, más
las mamás.
—Y mis tías —digo yo—. Lo más probable es que mis primas también lo
necesiten.
—No podemos con todos, Matty —dice Helena, y yo la miro, luego vuelvo a
mirar a Sofia.
—¿Tienes a más de tres personas en la lista? —pregunto y ella se echa hacia
atrás en su silla—. ¿Crees que podemos alojar a la gente extra en el hotel?
—Podemos hacer lo que quieras —confirma Sofia—. Es tu boda.
—Entonces quiero hacerlo —digo, con la pierna moviéndose ahora arriba y
abajo por los nervios. De ninguna maldita manera voy a permitir que mi familia
sienta que no es incluida o que no importa. Ya ni siquiera me importa; me
levanto y estiro las piernas.
—¿Quieres agua? —Sofia me mira.
—Si no es mucha molestia —le respondo y ella se aparta de su escritorio.
—Ahora vuelvo —dice, y luego mira a Helena—. ¿Quieres un poco de agua
también?
—Estoy bien. —Helena le sonríe con fuerza. Espero a que salga de la
habitación antes de mirar a Helena.
Ni siquiera espero a que diga nada antes de hablar.
—Esta es nuestra boda. —Me mira—. Pero mi familia forma parte de esa
boda, te guste o no. Yo haría lo mismo por tu familia.
—Es nuestra boda, no la suya —declara, poniendo los ojos en blanco—. No
vamos a pagar para que se maquillen.
—Nosotros no —le digo—, pero yo sí. —No puedo ni imaginarme ir a hablar
con mis tías y pedirles que se paguen su maquillaje. Mi padre me patearía el culo
muy rápido, tacha eso, mi madre me patearía el culo aún más rápido.
—No vamos a usar a Gabriella —afirma como si fuera a ganar.
—Entonces no estamos reservando la fecha —le contesto.
—¿Podemos no discutir esto aquí? —dice Helena entre dientes apretados
cuando mira por encima del hombro al oír el chasquido de los tacones
acercándose a nosotros—. Es muy embarazoso, y estás haciendo que esta
experiencia no sea divertida.
Cierro los ojos y sacudo la cabeza antes de volver a sentarme en la silla.
Sofia vuelve a entrar con las botellas de agua en una bandeja de plata. Helena
toma las dos botellas y me da una.
—Lo siento —digo, sin saber por qué me disculpo.
Sofia vuelve a sentarse.
—No tienes por qué disculparte. Planear una boda es algo importante. —
Sonríe y mira a Helena—. ¿Y el vestido?
—Me encantaría tener uno original y estoy trabajando en conseguir un
diseñador. —Ella sonríe ampliamente—. Pero estoy abierta a cualquiera que
puedas sugerir.
—Tengo un par de nombres para ti. —Sofia le sonríe y mi pecho se contrae
al pensar en ella ayudando a Helena con un vestido de novia. Abro la botella de
agua y me la bebo. El agua fría me golpea enseguida, y entonces ella dice—:
Podemos hacerlo sin el novio.
9

Sofia
Miro el papel que tengo delante, no estoy segura de poder disimular el hecho
que voy a ayudar a esta mujer a elegir su vestido de novia. Miro el papel con el
resto de las preguntas vacías, pero creo que ya he hecho mi parte por hoy. El
resto de las preguntas no son tan importantes, y siempre puedo contactar con ella.
—Creo que tengo todo lo que necesito. —Evito volver a mirar hacia arriba,
pero no puedo bajar la vista a mis papeles hasta que se vayan.
—¿Cuál es el siguiente paso? —pregunta Helena emocionada, dando palmas.
Si fuera cualquier otra pareja, probablemente yo también estaría aplaudiendo.
Esta boda va a ser realmente la boda del año y la comisión será increíble. No sólo
eso, sino que tener esto en mi cartera será aún más increíble.
—El siguiente paso es tener en cuenta todo lo que me dijiste y hacer un plan
de boda —le digo—. Puedes repasarlo y ver si hay algo que crees que
deberíamos cambiar o quizás hay cosas que ves por ahí y que quieras cambiar. —
Repaso el guión y sigo ignorando el ardor en la boca del estómago—. Después
que todo esté dicho y hecho, tendremos días en los que nos dediquemos a cosas
diferentes.
—¿Qué significa eso? —pregunta Matthew.
—Bueno. —Lo miro, cruzo las manos y me inclino un poco hacia delante,
sabiendo que se me van a subir las tetas—. Un día veremos los arreglos florales.
Luego el servicio, por supuesto. Hacemos una maqueta de todo lo que has
elegido para que veas exactamente cómo será el día de tu boda.
—Me encanta —dice Helena, a quien se le han iluminado los ojos.
Durante toda la reunión, ella era la que hablaba todo el tiempo. La única vez
que Matthew habló fue sobre el maquillaje. Toda esta boda no es nada como yo
pensaba que sería su día. No es nada como él dijo que sería su día. Cuando
estábamos juntos, siempre hablábamos de cuándo nos casaríamos y siempre
estábamos de acuerdo. Lo único que queríamos era nuestra familia y amigos más
cercanos. Definitivamente no quinientas personas.
—Esperen a que llegue el momento de probar la comida. —Les sonrío a los
dos, todo este tiempo evitando mirarlo—. Trabajaré en eso mañana —afirmo, en
lugar de decir esta noche, porque ¿cómo se vería eso, que estoy sola en casa por
la noche? Grita que estoy soltera—. Entonces, te lo mando. Si tienes alguna
duda, puedes llamarme cuando quieras. Si llegan a casa y discuten algunas de las
respuestas que dieron, y les gustaría cambiar algo, no es demasiado tarde para
cambiar nada.
—Esto va a ser increíble —dice Helena mirando a Matthew, que solo asiente.
La sonrisa que le dedica es tan falsa como puede serlo. Puedo ver la tensión en
sus hombros—. Va a ser el mejor día de nuestras vidas.
Estoy esperando a que Matthew diga algo, pero no dice nada, en lugar de eso
se levanta de su asiento. Helena lo sigue mientras se levanta, la sonrisa nunca
abandona su rostro. Le tiende la mano a Matthew y él le hace caso cuando
desliza su mano en la suya, y se me hace un nudo en la garganta. Sé lo que se
siente al ser tomada por esas manos, algo que desearía no recordar.
Los sigo, mis ojos van directos al culo de Matthew. Sacudo la cabeza y miro
hacia abajo antes que Helena me vea observando a su prometido. Cuando
doblamos la esquina y entramos en la sala de espera, Helena se detiene y me
mira.
—Muchas gracias, Sofia —me dice tendiéndome la mano. Me toma la mano
con las dos suyas—. Estoy muy contenta que hayamos decidido venir contigo. —
Cometo el error de mirar hacia Matthew para ver qué dice su cara ante esta
afirmación, pero evita mirarme.
—Gracias por confiar en mí —le digo y luego miro a Matthew—. Prometo
hacer que tu boda sea increíble —le aseguro, mirándolo a los ojos mientras le
tiendo la mano, llamándolo en secreto idiota y cabezota. Me aprieta la mano un
poco más que antes. Yo hago lo mismo, y cuando me suelta la mano, aún puedo
sentir el calor de la suya.
Se gira para mirar a Helena y le pone la mano en la parte baja de la espalda
para sacarla de la habitación. Cuando la puerta se cierra tras ellos, hago lo que
cualquier persona normal y cuerda que planea la boda de su primer amor haría.
Vuelvo a mi oficina, abro la puerta del armario y tomo la botella medio vacía del
té dulce.
Cuando me quito los zapatos y me dirijo a mi escritorio, oigo unos pasos que
se acercan a mi oficina. Las veo entrar a las tres, mirándome. Sólo después de
sentarme y dar un trago al té dulce, Shelby empieza:
—¿Cómo te encuentras?
Espero a que se me pase el ardor del té dulce, que me quema hasta el
estómago, y tengo que preguntarme si es el té o los nervios en este momento.
Exhalo un profundo suspiro.
—Como si me hubiera atropellado un camión de cemento. —Es la
descripción más exacta de cómo me estaba sintiendo durante toda la reunión.
Evitaba mirarlo y mi terquedad sólo me decía que es un cliente más.
—¿Pero estaba lleno el camión de cemento? —pregunta Clarabella, y Presley
se limita a negar con la cabeza.
—¿Y eso qué más da? —pregunta Presley, tratando de no reírse.
—Hace toda la diferencia del mundo. Con el cemento sería cincuenta veces
más pesado, si no más —explica Clarabella, y yo sólo me río.
—Creo que está en estado de shock —sugiere Presley, y yo me limito a negar
con la cabeza.
—No sé si estoy en estado de shock en sí —admito, volviendo a poner la
tapa al té dulce—. Pero sí sé que éste puede haber sido uno de los días más duros
que he tenido en mi vida.
—Sólo va a empeorar —me dice Clarabella.
—¿Qué demonios te pasa? —chilla Shelby, lanzando las manos al aire.
—No voy a mentirle —dice, poniendo los ojos en blanco—. ¿De qué
serviría?
—No sé ustedes —digo, levantándome y volviendo a dejar el té dulce donde
lo tomé—, pero yo me voy a casa a pasar el día. —Me vuelvo a poner los
zapatos.
—Deberías irte a casa y emborracharte —me dice Clarabella y tanto Presley
como Shelby le golpean el brazo—. ¿Qué? Es lo que yo haría.
—Te lo dice la mujer que no se acostó con su marido en su noche de bodas
—dice Shelby, riendo.
—No fui la única. —La señala y Shelby jadea.
—Me acosté con Ace dos días después —se defiende—, dos días es
muchísimo.
—Si tú lo dices —dice Clarabella mientras se dan la vuelta para salir de la
habitación—. Avísame si me necesitas.
—Lo haré —le aseguro, mientras recojo el expediente y mi computadora
antes de salir de mi oficina. Estoy aturdida mientras me dirijo a casa. La cabeza
no deja de darme vueltas mientras cierro la puerta del auto con la cadera antes de
subir las escaleras hasta la puerta principal y abrirla pulsando el código. Me quito
los zapatos en cuanto entro, me dirijo a la cocina y dejo los bolsos en la isla.
Me duele todo el cuerpo y tengo que preguntarme si tal vez me esté
enfermando de algo. Me acerco al congelador y saco uno de los pasteles de carne
de pollo que me hizo mi bisabuela la última vez que estuve con ella. Lo pongo en
una bandeja para hornear antes de encender el horno y meterlo dentro. Pongo el
temporizador en cuarenta y cinco minutos antes de subir a mi habitación. La
cama está hecha porque hoy ha venido la señora de la limpieza. No me detengo
hasta que estoy frente a la ducha, abro la puerta de cristal y enciendo el agua
caliente.
Una vez desvestida y atándome el cabello en lo alto de la cabeza, me meto en
el agua caliente. Mi cabeza sigue dando vueltas mientras veo su cara. Siempre su
malditamente hermosa cara.
—Esto sería mucho más fácil si hubiéramos tenido un cierre cuando
rompimos —me digo mientras cierro el grifo y salgo, tomo la toalla blanca de
felpa y me envuelvo en ella—. No, no lo sería —me respondo mientras me
pongo unos pantalones sueltos de cachemira color crema y un jersey de manga
larga y cuello de pico a juego, antes de bajar las escaleras. El olor del pastel llena
la casa. Me acerco y tomo la botella de vino blanco de la nevera antes de abrir el
armario y sacar una copa de cristal. Sirvo vino hasta llenar la copa hasta la mitad
y bebo un sorbo mientras me acerco al bolso y tomo la computadora y los
apuntes de hoy.
Sentada en el taburete, abro la carpeta y miro hacia abajo, viendo su nombre
y luego el de Helena. Nunca pensé que esta sería mi realidad. Quiero decir,
después de romper, no tenía ni idea de lo que él estaba haciendo. Literalmente
desapareció de mi vida después de una pelea. Mi cabeza vuelve a esa fatídica
noche.
Sonó el teléfono y supe que acababa de salir del hielo. Estaba en un partido
fuera de casa.
—Hola —le contesté.
—Hola, cariño —dijo suavemente, y no podía evitar sonreír cuando su voz
se suavizaba así—. ¿Qué haces?
—Estaba esperando a que llamaras —le dije—. ¿Ha sido una buena
victoria?
—Fue en el último minuto del partido —dijo, y pude ver la sonrisa de
satisfacción en su cara.
—¿Aún estás bien para salir? —le pregunté por los planes que habíamos
hecho cuando recibí una llamada de la agencia de eventos más importante de
Chicago, pidiéndome que fuera a reunirme con ellos.
—Puedes apostar tu trasero —dijo, y me levanté—. Nos vemos en mi casa
dentro de unas dos horas. Tengo que irme, te amo, nena.
—Yo también te amo —le dije y colgué el teléfono.
Pasé una hora preparándome y me dirigí a su casa. Me senté en su entrada y
lo esperé. Cuando se retrasó diez minutos, le envié un mensaje para ver si estaba
bien, pero no recibí nada. Lo único que decía era entregado. Una hora más
tarde, entré en pánico y lo llamé, pero me mando al buzón de voz. Me paseaba
por el porche de un lado a otro con el teléfono en la mano mientras veía pasar
los minutos. Esperé a ver si aparecía la burbuja gris, pero nada.
Me temí lo peor cuando unos faros se detuvieron en la entrada de su casa.
No era su camioneta, sino la de su amigo Jake. Bajé los escalones, con el
corazón latiéndome en el pecho, el miedo se había apoderado de mi cuerpo. La
puerta del auto se abrió, él dio un paso y se cayó. Corrí hacia él, pero me detuve
al oírlo reír. Jake se apresuró a rodear la camioneta para recogerlo.
—¿Él está bien? —El miedo abandonó mi cuerpo ahora que sabía que
estaba bien y en su lugar había ira—. Vaya.
—Hola, cariño. —Arrastró las palabras y yo me limité a negar con la
cabeza—. ¿Cuál es tu problema? —Puso las manos en sus caderas y, en ese
momento, era lo que no debía decir.
—¿Cuál es mi problema? —siseé—. Me he pasado las dos últimas horas
preguntándome si estabas herido. Te llamé.
—El teléfono murió —dijo Jake, pero le eché una mirada y se calló.
—No es para tanto —resopló Matthew.
—Me voy —dije, y pasé junto a él, pero me siguió.
—Eres una aguafiestas —dijo. Sus palabras me golpearon justo en el
corazón—. Me tomé un par de copas con los chicos. —Se detuvo cuando me di
la vuelta—. No es para tanto.
—Teníamos planes, Matthew —le recordé, intentando que viera mi versión.
—Los planes cambian. —Levantó las manos—. Da igual.
—Llámame mañana —le dije.
—¿O qué tal si no lo hago? —dijo, y me di la vuelta tan despacio que era
como si fuera en cámara lenta—. Si te vas, se acabó. —Está borracho me
gritaba la cabeza. Era inútil hablar con él, así que me limité a sacudir la cabeza
y caminar hacia mi auto, marchándome.
Esperaba que me llamara al día siguiente, pero en lugar de eso abrí la
puerta y allí estaban mis cosas, en una caja, en el umbral de mi puerta. Esa fue
la última vez que hablé con Matthew.
El zumbido del horno hace que me espabile. Las sensaciones son como las de
entonces, como una herida fresca que se vuelve a abrir. Sacudo la cabeza.
—Vete a la mierda, Matthew, y que te vaya bien.
10

Matthew
—Empuja, empuja, empuja —me grita el entrenador mientras patino sobre el
hielo con alguien en mi espalda. Llevamos tres horas sobre el hielo. Me arden las
piernas de lo mucho que las he forzado hoy. Oigo el silbato y dejo de acelerar,
patinando el resto de la pista.
Mi pecho se agita mientras avanzo lentamente para salir del hielo. Patino un
poco para que mis latidos vuelvan a la normalidad. Cuando salgo del hielo,
camino por el pasillo oyendo a los chicos gritar. No hablo con nadie mientras me
dirijo a mi sitio en el banquillo. Coloco los guantes en la estantería, tomo mi
móvil y veo que tengo un mensaje de Helena.
No olvides que hemos quedado a las tres.
Gruño y suelto el teléfono con más fuerza de la que debería y un par de
chicos me miran. Los miro mientras me interrogan con la mirada y niego con la
cabeza entre tanto me desvisto y me dirijo a la ducha. Han pasado diez días desde
que Sofia me envió el correo electrónico con el plan de la boda.
Para ser sincero, ni siquiera presté atención al plan. Nunca hice clic en el
archivo adjunto, lo único en lo que me centré fue en su nombre y su número de
teléfono al final del correo electrónico. Un número de teléfono que yo no
conocía. Un número de teléfono que se puso en marcha después de esa fatídica
noche. La noche en que la cagué tanto que nunca he hablado de ella.
Meto la cabeza bajo el agua caliente de la ducha y cierro los ojos. Han
pasado diez días desde que llegaron los detalles oficiales de la boda. Llevo diez
días enterrando la cabeza en el gimnasio, en el partido. En cualquier sitio menos
en lo que se supone que debo centrarme y que es mi boda. ¿No se supone que es
un momento feliz? Pensé que lo sería, pero está resultando ser el peor momento
de mi vida.
Bueno, no el peor momento de mi vida, eso fue hace dos años, cuando era un
maldito idiota. Cierro el grifo, tomo la toalla y vuelvo al vestuario. Está bastante
despejado, muchos de los chicos se dirigen a la sala de pesas después del
entrenamiento sobre hielo o para ir a comer.
Me pongo los boxers y luego los vaqueros cuando suena mi teléfono. Lo
tomo y veo que es Helena.
—Hola —contesto mientras me pongo la camiseta.
—Hola, cariño —me dice, y cierro los ojos. ¿Desde cuándo su voz suena
como uñas en una pizarra?—. Sólo te recuerdo lo de la cita.
—Sí —le digo—. Lo sé, ¿te recojo?
—No —resopla—. ¿No recuerdas que te dije que tenía una cita con la
modista? —Su voz está llena de fastidio.
—Se me habrá olvidado —le digo—. ¿Nos vemos allí?
—Sí —sisea—, ahora tengo que irme. —Cuelga la llamada y yo tomo la
gorra de béisbol y me la pongo en la cabeza antes de ponerme la chaqueta.
Tomo las llaves, la cartera y el teléfono y salgo. Al abrir la puerta y entrar en
el auto, el teléfono vuelve a sonar y echo la cabeza hacia atrás al ver que es mi
padre. Normalmente estoy encantado de hablar con él, pero sé que se va a enterar
que pasa algo. Es como si tuviera sentidos arácnidos.
—Hola —saludo, intentando sonar lo más alegre posible.
—Hola —responde—. ¿Qué haces?
—No mucho —le digo, saliendo del estacionamiento—. De camino a ver a la
organizadora de bodas. —No menciono el nombre de Sofia.
—¿Ah, sí? —Me doy cuenta que su tono ha cambiado—. ¿Qué pasa?
—Nada. —Intento fingir. Estoy esperando a que diga algo, pero no lo hace,
así que sé que está esperando a que yo diga algo.
—Ya basta —me dice finalmente—, no has sido tú mismo en las últimas, no
sé, dos semanas... puede que incluso tres.
Me detengo en un semáforo en rojo y cierro los ojos, aunque no me ha visto
en persona, ha notado el cambio en mí. Ahora me pregunto ¿por qué no lo ha
hecho Helena?
—Es que... —Inhalo profundamente antes de dejarlo salir—. No sé... todo
esto de la boda.
—Puede ser abrumador, seguro. —Intenta calmarme.
—Es que... —Miro por la ventana y oigo que alguien me toca la bocina—. Es
que...
—¿Es que qué? —pregunta mi padre en voz baja.
—No lo sé, papá —le digo con sinceridad—. Te juro que siento que mi vida
gira sin control y no consigo detenerla.
—Se avecinan muchos cambios. —Me hace bajar de la cornisa como tantas
otras veces—. Vas a pasar de soltero a casado. Van a vivir juntos y van a
empezar una nueva vida juntos, es un gran paso.
—Pero esa es la cuestión —le digo—. ¿No debería ser fácil?
Él se ríe.
—Nada en la vida es fácil.
—Lo sé, pero saber que vas a empezar a compartir una vida con alguien, ¿no
debería ser más fácil? No ser agotador.
—En eso tienes razón —dice, y tengo que preguntarme si no me lo está
diciendo sólo para que no me sienta idiota ahora mismo—. Lo más grande que
hiciste en tu vida fue declararte a una mujer y pedirle que pasara el resto de su
vida contigo. —Cierro los ojos, no estoy preparado para decirle que en realidad
nunca me declaré.
Estábamos cenando y hablando de nuestro futuro. Lo siguiente que supe fue
que me estaba diciendo que quería que nos casaramos el próximo verano. Le
seguí la corriente porque pensé que era el siguiente paso.
—¿Tal vez sea miedo? —le pregunto y se ríe.
—Puede ser —baja la voz—. ¿Has hablado de ello con Helena?
—No —digo enseguida—, no he hablado con nadie más que contigo.
—¿Por qué no le dices como te sientes? —sugiere.
—Quiero contarle lo que siento, pero probablemente me diría que es una
estupidez y que todo está en mi cabeza. —Llego a la oficina, veo un auto en el
aparcamiento y aparco a su lado—. Acabo de llegar donde la organizadora de
bodas. Te llamo luego.
—De acuerdo —dice—, no tengas miedo de hablar de cómo te sientes.
Sí, claro, grita mi cabeza. Si hubiera escuchado ese consejo hace dos años y
no hubiera dejado que mi estúpido orgullo se interpusiera, quizás las cosas serían
diferentes. Tal vez, sólo tal vez.
Subo las escaleras y abro la puerta de la sala de espera de Sofia cuando veo
un mensaje de Helena.
Llego tarde de la modista, te veo pronto.
Me asusto al ver el mensaje y me dispongo a dar media vuelta y esperar en el
auto, pero el sonido de un clic me hace levantar la vista y veo a Sofia entrando en
la sala. Tiene la cabeza agachada, lo que me da la oportunidad de estudiarla sin
sentir que no debería estar mirándola.
Lleva otra maldita falda que se ciñe a sus caderas y le cae justo por la rodilla.
Un top negro ajustado deja ver sus malditas tetas perfectas. Siempre va tan
elegante y arreglada. Siempre lo ha hecho, incluso cuando montábamos a
caballo, parecía recién salida de una pasarela. Lleva el cabello recogido detrás de
la oreja.
Debe de sentir que la miran, porque levanta la vista y me ve. Nuestras
miradas se cruzan cuando se acerca a la sala. El corazón se me acelera en el
pecho, que ahora está lleno de nervios.
Ella mira a su alrededor, sin saber qué hacer.
—Hola —me saluda, poniendo la carpeta delante de ella, y me pregunto si
estará tan nerviosa como yo. Me pregunto qué habrá estado haciendo estos dos
últimos años. Pero lo más importante, me pregunto si alguna vez podrá
perdonarme.
—Hola. —Es lo único que puedo decir porque de repente se me seca la boca.
Echa un vistazo a su alrededor, de nuevo ya no está segura.
—¿Está Helena? —pregunta.
—Está con la modista y se le está haciendo tarde —respondo, alzando el
teléfono y ella me hace un gesto con la cabeza—. Umm —tartamudeo, pensando
qué decir a continuación—. Quizás deberíamos... —Ni siquiera tengo la
oportunidad de terminar de formular la pregunta porque ella niega con la cabeza.
—No deberíamos hacer nada más que esperar a Helena —afirma, y me duele
literalmente el estómago, y lo odio. Odio que esta mujer, que una vez fue mi
mejor amiga, a la que le conté mis secretos más profundos, esté ahora delante de
mí y no quiera hablar conmigo.
¿Qué mierda esperabas? grita mi cabeza. Terminaste con ella en tu momento
más borracho y nunca fuiste a buscarla.
—¿Cómo está tu familia? —pregunto, sabiendo lo mucho que significan para
ella. Era una de las cosas que teníamos en común. Mi familia es enorme, y antes
de ella, nunca había conocido a nadie que pudiera enfrentarse a mi familia.
—Bien —responde secamente, y de nuevo, lo odio.
—Sofia, creo que deberíamos… —Doy un paso adelante, pero me detengo
cuando oigo la puerta abrirse detrás de mí. Miro por encima del hombro y veo a
Helena. Lleva unos vaqueros ajustados y un jersey grueso.
—Lo siento, cariño —dice, caminando hacia mí y sonriéndome, poniéndose
de puntillas y besándome los labios—. ¿Han empezado sin mí? —Mira a Sofia,
que se limita a sonreírnos.
—No —dice Sofia en voz baja—. Te estábamos esperando. Si me siguen por
aquí. Tengo tres mesas que he colocado como muestras.
La sigo fuera del salón, por un pasillo que conduce a una gran sala.
—Esta habitación es bonita —digo con admiración, mirando la zona rústica.
—No es nuestro estilo —dice Helena, mirándome a mí y luego a Sofia.
—Esta es una zona de ambientación —le informa Sofia—. Si quisieras
hacerlo en el exterior, habría que instalar una carpa. Esta zona es para bodas más
pequeñas y más para un ambiente íntimo. —Miro fijamente a Helena, que ni
siquiera se inmuta por mi mirada, ni le importa.
—Esta es la primera mesa que he preparado. —Se detiene en una mesa
redonda—. Obviamente esta es una versión más pequeña de la mesa. He puesto
un mantel blanco, como puedes ver. Verán el gran plato negro en la parte inferior
que nunca abandona la mesa hasta después del servicio. —Señala el último plato
con dos platos blancos apilados encima—. He preparado un menú de muestra que
irá en cada plato.
—Me gusta —dice Helena—. Me gusta el jarrón negro alto. —Señala el
jarrón alto en el centro de la mesa lleno de flores blancas.
—Me gustan los pequeños. —Señalo los pequeños jarrones negros
cuadrados, más pequeños y llenos de tulipanes y margaritas—. Es más fácil
hablar con la persona que tienes enfrente.
—Entonces esta otra mesa es un poco más ostentosa. —Se acerca a la mesa y
lo odio todo de ella—. Lujosa —dice y Helena jadea.
Es una mesa con un mantel negro y todos los jarrones son transparentes con
brillantes. Los platos blancos y negros del centro tienen una servilleta negra
dentro de esos anillos que los mantienen unidos, de nuevo llenos de diamantes.
—Esto —declara Helena—, es lo que estábamos buscando.
Sofia comete el error de mirarme, esperando que yo diga algo, pero en lugar
de eso me limito a bajar la vista hacia la mesa. A mi alrededor se oyen
conversaciones, pero yo me limito a mirar la mesa.
—Creo que ni siquiera necesitamos ver la mesa número tres —dice Helena a
mi lado. Aunque ella camina hacia la tercera mesa, pero yo no, sólo miro de la
primera mesa a la segunda. Sabiendo que nunca elegiría nada de esto.
—De acuerdo, entonces trabajaré en eso —dice Sofia—. Y te enviaré un par
de decoraciones que añadirían más brillo —continúa, y yo ni siquiera puedo
empezar a pensar en más accesorios brillantes.
—Además, me encantaría que la pista de baile fuera de color blanco con
nuestras iniciales en negro —añade Helena, y Sofia le hace un gesto con la
cabeza mientras toma nota.
—Me parece bien —le asegura Sofia mientras volvemos a la sala de
espera—. Trabajaré en ello y les enviaré los precios de cada uno para que puedan
echarle un vistazo. De nuevo, todo se puede modificar.
—¡Muchas gracias! —Helena chilla y aplaude toda feliz—. Esperaremos tu
correo electrónico. —Se gira hacia mí—. ¿Quieres añadir algo?
—No, creo que estoy bien —respondo, volviendo a mirar a Sofia, que se
queda allí de pie—. Hasta pronto. —Me despido asintiendo, y salgo a la brisa
cálida.
—¿Cuál es tu problema? —sisea Helena cuando llegamos a su auto.
—No tengo ningún problema —le digo, molesto—. Es que es demasiado —
le digo finalmente, y ella pone los ojos en blanco y cruza los brazos sobre el
pecho.
—Esposa feliz, vida feliz —afirma—. Ahora, ¿dónde vamos a comer?
—Me voy a casa —le digo—. Tengo que madrugar. —Por primera vez en
nuestra relación, le miento.
—Ugh, está bien. —Pone mala cara—, me iré a casa y seguiré planeando la
boda.
—De acuerdo —digo, inclinándome y besando sus labios antes de caminar
hacia mi auto.
—Estás muy callado últimamente —dice Helena, justo antes que entre en mi
auto.
—¿Lo estoy? —pregunto, esperando a que me pregunte por qué. Esperando a
que me pregunte si estoy bien, pero no lo hace, en lugar de eso se limita a asentir.
—Sí, y no me gusta. —Se da la vuelta y camina hacia su auto—. No me
arruines esta experiencia. —Entra en su auto y se marcha, dejándome, mirando
sus luces traseras.
Miro hacia la oficina, veo una luz encendida y me pregunto si debería ir a
hablar con ella. Pero, al igual que hace dos años, me doy la vuelta y me voy.
11

Sofia
Estoy de pie en la sala de conferencias, repasando los diferentes cuadros de
flores que tengo delante.
—Toc, toc, toc. —Escucho la voz que viene del pasillo justo antes de oír el
ruido de unos pies corriendo—. Charlotte, ten cuidado. —En cuanto oigo su
nombre, una sonrisa me llena la cara.
—Sofia —dice Charlotte, mi prima pequeña, entrando corriendo en la sala,
con voz brillante y clara, a juego con la enorme sonrisa de su cara—. Sofia,
Sofia. —Veo sus coletas castañas moverse de un lado a otro mientras se acerca a
mí.
—Charlie, Charlie —la llamo por su apodo, me pongo en cuclillas y le abro
los brazos, ella se lanza hacia ellos.
—Sofia. —Se ríe de mi nombre mientras entierro mi cara en su cuello
soplándole besos—. Eso hace cosquillas. —Se retuerce en mis brazos.
—Vaya —dice mi tía Harlow desde la puerta—, llevas una camisa blanca y
literalmente acabas de tomar a una niña en brazos. —Menea la cabeza—.
Valiente. —Me miro la camisa blanca sin mangas que llevo con los pantalones
de cuadros blancos y negros.
Le sonrío y vuelvo a mirar a Charlie, que juega con mi cabello mientras me
mira.
—Podría estar cubierta de pintura roja y yo seguiría queriendo todos los
mimos.
—No tengo pintura roja —dice Charlie, mirándose a sí misma.
—No la tienes —le digo, y la traigo de nuevo hacia mí para besarla otra vez.
Desde que era pequeña, mi tía Harlow siempre estuvo a mi lado. Lo hacíamos
todo juntas hasta que se mudó aquí hace unos diez años. Vino para asistir a la
boda de su exnovio, sin saber que la boda se iba a suspender ese mismo día. Un
par de personas me contaron que regresaron esa misma noche. En cualquier caso,
ella se mudó aquí, y Travis es el hermano mayor de Shelby, Clarabella y Presley.
—¿Escucho a mi pequeña? —Clarabella dice, sacando la cabeza de su
oficina—. Tengo regalos para ti.
Charlie se retuerce de mis brazos y sale corriendo.
—Traidora —murmuro, haciendo reír a Harlow, que se acerca a mí y me da
un abrazo—. ¿Dónde está Theo?
—Está teniendo un día padre/hijo —dice con una enorme sonrisa en la
cara—. Además, no creo que a Clarabella le haga gracia que vuelva por aquí. La
última vez fue como el Correcaminos por todas partes, y luego vomitó en su
oficina y no se lo dijo. —Intenta no reírse, pero no lo consigue—. En fin, ¿cómo
está mi sobrina favorita? —pregunta y yo le doy el abrazo más fuerte.
—Increíble —le digo con sarcasmo.
—¿Qué es ese tono? —dice, soltándome.
Vuelvo a la mesa, ella me sigue y mira las fotos de las flores.
—Estoy planeando mi primera boda. —La miro mientras mueve las
imágenes—. La boda de Matthew —digo, y ella gira la cabeza para mirarme.
—¿Qué Matthew? —pregunta, pero tengo la sensación que ya sabe lo que
voy a decirle—. ¡No, no lo estás haciendo! —grita y levanta las manos—. De
ninguna maldita manera.
—Es una mala palabra, mamá —dice Charlotte desde el pasillo.
—Lo siento. —Se pone las manos en las mejillas—. Explícame qué está
pasando ahora, por favor.
Me río de su reacción, que creo que es la razón por la que no se lo he
contado.
—Bueno, su prometida, Helena, se puso en contacto conmigo —empiezo a
contarle la historia mientras ella me acerca una silla. Me siento a su lado mientras
recapitulo todo lo que ha estado pasando—. La última vez que vino, estaba solo
—le digo, con el estómago revuelto al recordar el día de la semana pasada—. Me
dijo que teníamos que hablar, pero lo corté.
—¿No crees que deberían tener una conversación? —me pregunta y la
fulmino con la mirada. Me levanta las manos en señal que no le responda—. Sólo
digo que ustedes no han tenido exactamente un cierre.
—Es decir, es bastante obvio que rompió conmigo y luego dejó mi mierda en
mi puerta —le digo.
—¿Pero no le devolviste sus cosas con un chico? —me recuerda, y pongo los
ojos en blanco. ¿Me enfadé cuando me devolvió mis cosas? Sí. ¿Hice la cosa más
mezquina de todos los tiempos y le pedí a un chico muy bueno que me hiciera un
favor? Sí.
—¿Qué otra opción tenía? —pregunto.
—No sé, ¿quizás llamarlo y preguntarle si podían hablar? —La mirada que
tenía antes no se parece en nada a la de ahora—. Sólo digo que ustedes dos nunca
tuvieron un cierre.
—Oh, nada grita más claro que todo terminó, que cuando encuentras una caja
con tu mierda que él tenía en su casa en tu puerta después de dejarte plantada
para una cita y llegar borracho a casa. —Sacudo la cabeza.
—Esto explica por qué el abuelo necesitaba que te trajera un poco más de té
dulce —dice Harlow, y yo sacudo la cabeza riendo.
—Puede que haya pedido un pequeño favor. —Levanto las manos y las
aprieto—. De todos modos, estaré bien. Hoy revisamos las flores, y creo que me
alejaré de él hasta que se acerque la boda. —Me mira, no muy segura de lo que
estoy diciendo—. Cambiando de tema, adivina quién tiene una cita esta noche.
—Ahora abre aún más los ojos.
—¿No es de esa aplicación de citas? —resopla.
—¿Nada es un secreto? —Levanto las manos.
Harlow echa la cabeza hacia atrás y se ríe.
—Si querías mantener las cosas en secreto, ¿por qué demonios ibas a dejar
que mis cuñadas te ayudaran?
—Tienes razón —concedo, riendo—. Bueno, esta noche sabremos si es un
buen o un mal plan. Pero antes, tengo una cita para escoger flores en treinta
minutos.
—Oh, esto debería ser bueno —dice Harlow, levantándose.
—Muy bueno. —Levanto las manos en puños y las agito de lado a lado con
sarcasmo. Harlow se inclina para besarme el hombro mientras sale de la sala de
conferencias. Me levanto y me llevo las fotos al espacio en el que estábamos
antes.
Las tres mesas están dispuestas con los mismos platos que Helena eligió en la
última reunión y me pidió que añadiera más adornos. Tomo las flores y las
dispongo en la mesa tal y como las tengo en las fotos.
Oigo sonar el timbre, avisándome que ya están aquí. Miro el reloj y veo que
han llegado cinco minutos antes. Me acerco a la puerta, la abro para dar a la sala
de espera y, de nuevo, está solo. Lleva pantalones de chándal y una chaqueta a
juego. Tiene la gorra de béisbol hacia atrás y tengo una visión repentina de él
entrando y besándome. Es tan vívido que me quedo a medio camino, haciendo
que me mire.
—Hola —me dice suavemente, sus ojos parecen como si no hubiera dormido
en mucho tiempo y su cara parece preocupada—. Perdona, he venido justo
después del entrenamiento. —Se mira la ropa.
—No te preocupes —le digo, entrando en la habitación, retorciéndome las
manos delante de mí nerviosamente—. ¿Quieres tomar algo? —le pregunto al
mismo tiempo que me doy la vuelta para dirigirme a la cocina.
—Agua estaría bien —me responde mientras me dirijo a la nevera que hay
detrás de la encimera.
—¿Te parece bien que esté en la nevera? —le pregunto y me hace un gesto
con la cabeza. Tomo una botella de agua y se la acerco—. Aquí tienes. —Le
tiendo la botella. Sus dedos rozan los míos y siento un cosquilleo en el cuerpo.
Levanto los ojos hacia los suyos para ver si ha sentido lo mismo que yo y,
efectivamente, me está mirando.
—Gracias —dice en voz baja mientras suelto la botella. Lo único que puedo
hacer es asentir porque el corazón se me ha ido del centro del pecho a la
garganta. Sacudo la mano, intentando borrar el calor de su mano cuando se abre
la puerta.
Helena entra, y tengo que decir que no podríamos ser más diferentes. Es
como la noche y el día. Ella tiene el cabello claro, mientras que yo lo tengo
oscuro. Sus ojos también son claros, mientras que los míos son más oscuros. Su
piel es como la de una muñeca de porcelana, mientras que yo tengo un aspecto
dorado y bronceado.
—Siento llegar tarde otra vez —dice mientras se dirige a Matthew, que le
sonríe—. Hola. —Lo saluda ella, inclinando la cabeza hacia atrás y él se inclina
para besarle los labios, pero yo me aparto antes de verlo. Soy masoquista, pero
no una psicópata.
—¿Vamos? —Los miro mientras vuelvo a la habitación donde están las
flores. Les abro la puerta—. Para que se vean mejor las flores —les explico
cuando entran—, lo he preparado con el cubierto que elegiste. —Nos acercamos
a la mesa.
—Oh, mira qué bonitos son —dice Helena de los jarrones para velas de
candelabro que dijo que quería—. Es exactamente como pensé que quedaría.
—Como puedes ver en este arreglo floral, opté por flores blancas en su
mayoría —le digo del ramo de rosas blancas que está atado con un par de rosas
negras entrelazadas. Las rosas negras tienen un diamante en el centro. Miro a
Matthew para ver qué piensa, pero creo que ni siquiera me está escuchando.
Seamos honestos, la novia suele tener todas las ideas y la visión. El novio es sólo
para el paseo. Yo diría que uno de cada cinco novios realmente tiene una
opinión—. Al siguiente —continúo—, le añadí verde para darle un toque más
terrenal.
Helena no para de pensar en los centros de flores. Soy muy práctica, así que
estoy ahí mismo creando la pieza perfecta para ella.
—Ya está —me dice después de cambiarlo unas veinticinco veces.
—Va a quedar impresionante. —Le sonrío y saco el móvil para hacerle una
foto, y vibra en mi mano.
Estoy deseando verte.
Charles y yo hemos intercambiado un par de mensajes en los últimos tres o
cuatro días. Por fin he cedido y he aceptado salir a cenar esta noche. No sé en qué
estaba pensando.
—¿Y ahora qué? —pregunta Helena cuando nos volvemos hacia la puerta
principal.
—Te enviaré algunos menús de muestra y podemos organizar una prueba de
comida para la semana que viene.
El teléfono vibra en mi mano, pero lo ignoro.
—Si quieres probar algo que no esté en el menú, sólo tienes que decírmelo.
Nuestro chef interno es muy bueno buscando lo que necesitamos. —Estoy a
punto de decir algo más cuando se abre la puerta principal y entra Charles con un
ramo de flores en la mano.
—Oh, lo siento mucho, he llegado temprano —se disculpa Charles y lo único
que puedo hacer es sonreírle, mientras grito en secreto internamente.
Esto no está pasando, me digo, esto no puede estar pasando. No aquí, no
ahora, y menos con Matthew aquí.
Mi corazón se acelera mientras doy un paso hacia él. Veo que Matthew lo
mira y luego me mira a mí.
—No pasa nada —le digo, caminando hacia él—. Estábamos terminando. —
Me paro frente a él y lo miro a los ojos marrones—. ¿Quieres esperar en mi
oficina? —Por favor, Dios, no le hagas decir que no sabe cuál es. Le pido al
universo que sea amable conmigo.
—Oh, no te preocupes por eso —dice Helena—. Te quitamos demasiado
tiempo. —Me sonríe y luego mira a Matthew, que se limita a mirar a Charles—.
Que pasen una buena noche.
—Gracias —les digo mientras se marchan, y juro que siento que suelto el
mayor suspiro de alivio.
—Lo siento mucho. Pensé que habías dicho que habías terminado —dice
Charles.
—No, no, está bien. —Trato de disimular, riendo nerviosamente—. Ha sido
más largo de lo que pensaba.
—Estas son para ti —anuncia, entregándome el ramo de claveles.
No lo juzgues, dice la parte izquierda de mi cerebro, mientras que la derecha
dice que esas flores son para los funerales.
—Gracias, voy a ponerlas en agua y luego podemos irnos —le digo, y él se
limita a asentirme. Me acerco a la cocina, echándole un par de miradas mientras
él mira a los cuadros de la pared. Está de pie, con pantalones chinos y un jersey.
Mide 1,80 y tiene el cabello negro y rizado. Se sube las gafas hasta la mitad de la
nariz.
¿Por qué haces esto? me pregunto justo antes que la otra parte de mi cabeza
diga: Está intentando no pensar en el tipo que se acaba de ir.
12

Matthew
Entro en casa y dejo las llaves en la isla de la cocina. Siento que la cabeza me
va a estallar. Me quito la chaqueta y la dejo en el taburete. Me dirijo al baño de la
planta principal, abro el primer cajón y tomo el frasco de ibuprofeno. Abro la
tapa y pongo dos en la mano antes de metérmelos en la boca. Abro el grifo y me
inclino para meterme un poco de agua en la boca y tragarme las pastillas. Vuelvo
a guardar el frasco en el cajón, cerrándolo de golpe al mismo tiempo que oigo
cerrarse la puerta. Menudo día de mierda llevamos.
Llegar al lugar antes que Helena no era algo que hubiera planeado, pero
tampoco me enfadaba por ello. La última vez que estuvimos juntos, intenté que
hablara conmigo, pero me ignoró en todo momento. ¿Cómo demonios voy a
disculparme con ella si no me da ni la hora? Sólo quería decirle que lo sentía.
Explicarle que lo que había pasado era que yo era joven y tonto, pero no quiso
escucharme. Podría haber sido peor, podría haberme mandado a la mierda, que es
algo que creo que me habría hecho a mí mismo. O podría haberme dado una
patada en los huevos, que también es lo que me merecía. Pero en lugar de eso,
fingimos que no nos quisimos durante dos años. Fingimos que apenas nos
conocíamos cuando, de hecho, conocía cada puto centímetro de ella con los ojos
cerrados. Ella fue mi primer amor y sé que dicen que nunca olvidas a tu primer
amor. Sólo esperaba poder sobrevivir a mi primer amor.
—Ya estoy aquí —anuncia Helena desde la puerta—, y traigo comida. —
Cierro los ojos mientras mi cabeza cae hacia delante. Apoyo las manos en el
mostrador de mármol blanco, inhalo profundamente y exhalo. El dolor de cabeza
es ahora aún más fuerte—. Matty —me llama.
—En el baño —le digo por encima del hombro, y la oigo dirigirse hacia la
cocina. Me tomo un par de minutos para mí antes de enderezarme de la encimera
y salir.
Las luces de la cocina están encendidas y ella se mueve para tomar los platos.
—¿Quieres beber algo? —me pregunta por encima del hombro.
—Solo agua —le digo mientras se acerca a la nevera y toma una botella de
agua. Ella se inclina sobre mí y toma la botella de vino blanco que abrió el fin de
semana pasado cuando vino a cenar. Se acerca a un lado, toma una copa de
cristal, saca el corcho y se sirve una copa.
Me acerco a las bolsas de la isla, meto la mano y tomo uno de los recipientes
de comida para llevar.
—Te he traído pollo —me dice mientras tomo el segundo y veo que es pollo.
Tomo los dos recipientes y los acerco a los taburetes. Coloco uno frente al suyo,
me siento en el mío y abro el recipiente—. ¿No vas a usar un plato? —pregunta
ella, acercándose con dos platos en la mano.
—No —le digo, tomando un tenedor y un cuchillo mientras ella se sienta en
el taburete a mi lado.
Se sienta y emplata su comida antes de empezar a comer.
—¿Qué flores te gustaron más? —me pregunta, y yo me encojo de hombros.
—Todas me parecían iguales —le respondo con sinceridad, sin decirle que
mi cabeza intentaba concentrarse en las flores, pero en cambio intentaba no salir
corriendo de allí.
—¿Te han gustado los nuevos toques que he añadido? —me interroga,
tomando su copa de vino y dando un sorbo—. Creo que más adornos lo hacen
más elegante.
—Podemos estar de acuerdo en que no estamos de acuerdo en eso —digo,
tratando de terminar mi pollo.
Sé que quiere decir algo, pero no dice nada. Corta un trozo de salmón y se
gira hacia mí.
—Estás callado. —No sé si me lo pregunta o me lo dice.
La miro y veo que me mira con el tenedor en el plato.
—No, no estoy callado. —Sacudo la cabeza y evito mirarla a los ojos.
Tengo que quitarme esto de encima, pienso.
—Sí, lo estas —replica ella, subiendo el tono de voz al final—. Ya no me
llamas. Siempre te llamo yo. —Intento encontrar una respuesta para decirle algo,
pero no recuerdo cuándo fue la última vez que la llamé. Hablamos casi todos los
días; he viajado bastante. A veces la diferencia horaria era un problema. Cierro
los ojos, pensando que lo único que estoy haciendo es buscar excusas para ser un
idiota.
—Ha sido un mes ajetreado —digo, evitando mirarla.
—No hemos tenido sexo en más de seis semanas. —La miro, segura que está
mal—. Ni lo intentes —me advierte, con un tono cada vez más molesto—.
Llevamos sin hacerlo desde que empezamos a planear la boda. —No me jodas,
grité en mi cabeza.
Dejo el tenedor en la barra, sabiendo que no va a dejarlo pasar. También sé
que quizás deberíamos tener esta conversación. En el fondo sé que esta
conversación llega un mes tarde. Esta conversación debería haber tenido lugar en
cuanto me dijo que Sofia era la organizadora de nuestra boda. Debería haberme
puesto firme y haberle dicho que no.
—¿No quieres hacerlo? —me pregunta.
—¿Qué quieres decir? —Miro mi mano sobre la isla. Mi dedo da golpecitos
nerviosos mientras mi corazón se acelera.
—¿No quieres casarte? —En cuanto dice esas palabras, es como si mi cabeza
gritara. Cierro los ojos un segundo, antes de mirarla. No tengo que decirle nada.
No digo nada porque todas las palabras parecen dar vueltas en mi cabeza
mientras intento encontrar las adecuadas. Pero ella no me da ese minuto para
componerlas y, para ser sincero, ¿no es un minuto demasiado tiempo? Debería
ser una respuesta rápida—. ¡Dios mío, no! —grita y se aparta de la isla.
La veo caminar hacia el otro lado de la isla mientras me mira fijamente.
—No lo sé. —Las palabras salen en un susurro mientras lo admito por fin.
Pensé que decirlo en voz alta sería como quitarme un peso de encima, pero no es
así en absoluto.
—¿Qué mierda está pasando, Matty? —grita, levantando las manos. Sí, esto
es una mierda, y mi cabeza no ayuda en nada a esta situación.
Inspiro profundamente mientras la boca del estómago me arde y el calor
empieza a subirme hasta el cuello.
—No creo que debamos casarnos. —Las palabras que he tenido en la punta
de la lengua durante el último mes por fin salen. Sorprendiéndome a mí mismo.
La miro, esperando a que diga algo. Esperando una señal que tal vez
deberíamos casarnos. Tal vez debamos hablarlo. Pero cuando dice las siguientes
palabras, sé que al final no habría funcionado.
—¿Estás bromeando? Acabo de hacer el pedido de mi vestido de novia. —
Cierro los ojos. En lugar de decirme que nos queremos y que podemos superar lo
que sea, está más preocupada por su vestido de novia y el dinero que ha pagado.
Me tomo un segundo para mirarla, veo sus ojos mirándome como si pudiera
matarme. Ahí no hay lágrimas porque nuestra relación se acaba.
—Te lo reembolsaré. —Es lo único que le digo, y si antes pensaba que su
mirada podía matarme, me equivocaba. Esta mirada me tendría a tres metros de
la tumba.
—Vete a la mierda, Matty —sisea—. ¿Sabes lo embarazoso que va a ser
esto?
Cierro los ojos mientras ella resopla y me froto la cara con las manos.
—¿Crees que esto es fácil para mí?
—Me importa una mierda si es fácil para ti o no. ¿Qué mierda se supone que
le voy a decir a mi familia?
Sacudo la cabeza.
—No tengo ni idea. Podríamos decir que lo dejamos en pausa. —Intento
pensar en algo para decirle.
—En pausa —repite lo que he dicho y hasta yo quiero sacudir la cabeza por
lo tonto que ha sonado—. Que te den, Matty. —Se da la vuelta y toma sus
cosas—. Que te den hasta el infierno, donde te pudrirás por hacerme esto.
—Helena —la llamo por su nombre antes que salga de la habitación—. Lo
siento mucho.
—No puedo creer que fuera a conformarme casándome contigo —dice—. Mi
madre decía que estabas por debajo de mí —continúa, y yo casi me río de lo
infantil que suena—. Quiero decir, mira tu familia.
La miro fijamente durante cinco segundos, dándole la oportunidad de no
decir las siguientes palabras que están a punto de salir de su boca. Quiere cagarse
en mí, de acuerdo, me lo merezco, pero mi familia...
—Cuidado. —Es todo lo que digo.
—¿O qué? —Ladea la cadera—. Eres una triste excusa de hombre.
—En realidad. —Levanto la mano—. Una triste excusa de hombre habría
seguido adelante con la boda y luego se habría divorciado de ti. —Me echa una
mirada más antes de negar con la cabeza y salir por la puerta, cerrándola tan
fuerte como puede tras de sí.
Mi cabeza cae hacia delante y no sé si suspiro de alivio o por que la he
cagado. En cualquier caso, me alejo de la isla y me dirijo al salón. Me siento en
el sofá y reclino la cabeza hacia atrás. Miro al techo y pienso en todo lo ocurrido
durante la última hora.
Intento descifrar el rompecabezas que tengo en la cabeza sobre cuándo se fue
todo a la mierda. ¿Cuándo cambió? ¿Siempre fue así y yo no me di cuenta?
Me levanto, tomo la chaqueta y vuelvo al sofá. Al mirarlo, sé que sólo hay
una persona a la que puedo llamar. Sólo hay una persona a la que quiero llamar
ahora mismo. Marco el número y pongo el altavoz. Un timbre da paso a dos y sé
que nunca suenan tres.
—Hola —contesta antes que termine el segundo tono.
—Papá —digo, con voz monótona—, se cancela la boda. —Cierro los ojos
mientras me salen las palabras.
—Voy para allá —me dice—. Estaré allí mañana. —Miro el teléfono—.
¿Estás bien?
—No tengo ni idea. —Es la única respuesta que puedo dar—. Estoy un poco
entumecido, para ser sincero.
—Todo irá bien —me asegura en voz baja—. Te prometo que todo irá bien.
Voy a organizar las cosas aquí y te enviaré los detalles.
—De acuerdo —le digo. Aunque sé que debería decirle que no pasa nada,
hay algo en él que me hace sentir que todo va a salir bien.
Cuelgo el teléfono, pero no me muevo del sofá. Mi teléfono suena cinco
minutos después. Cuando miro hacia abajo, pensando que es mi padre, en lugar
de eso veo que es Christopher.
—Hola.
—¿Qué mierda pasó? —pregunta en cuanto contesto el teléfono.
—¿Quién te lo ha dicho? —pregunto, cerrando los ojos.
Se ríe por lo bajo.
—Han enviado la Bati-señal.
Por primera vez desde que Helena y yo rompimos, me río, y siento el pecho
más ligero. No sé por qué me sorprende que ya le haya llegado la noticia. En
realidad, me sorprende que haya tardado cinco minutos.
—Estaba todo mal, hombre —admito por fin en voz alta—. Todo
malditamente mal.
—¿Esto tiene que ver con Sofia? —Fue al único al que le dije que la había
vuelto a ver.
—No —respondo sin pensármelo dos veces—. Esto tiene todo que ver con
Helena y conmigo.
—Bueno, ojalá pudiera estar ahí para ti mañana. —Se ríe—. Te llamaré por
FaceTime pronto, ¿de acuerdo?
—Gracias —le digo—. Te llamaré mañana. Voy a ir y...
—Definitivamente no a ahogar tus penas —bromea conmigo.
—No —digo, después de la noche en que lo fastidié todo, no volví a tomar
una copa. Nunca iba a dejar de tener la cabeza despejada. En realidad, tacha eso,
la única vez que haría una excepción era si ganaba la copa Stanley, por lo demás
siempre será un no.
—Gracias por ver cómo estoy.
—Siempre —afirma antes de colgar.
Dejo el teléfono a mi lado, disfrutando de la tranquilidad de la casa, cuando
suena a mi lado.
Al mirar, veo que Helena me ha enviado un mensaje. No sé qué espero, pero
me da una extraña sensación que sea ella.
No voy a pagar a la organizadora de bodas.
13

Sofia
Subo los escalones de la oficina y abro la puerta. Echo un vistazo a mi
alrededor y veo que no hay nadie esperándome, lo cual es extraño porque anoche
tenía una cita.
—Buenos días —digo en voz alta mientras me doy la vuelta para caminar por
el pasillo hacia mi oficina.
—¡Ya estamos en la sala de conferencias, esperando a que nos informes! —
grita Clarabella.
—Tenemos café y mimosas —dice Presley—, sin champán porque Shelby es
un palo en el culo. —Aprieto los labios—. Y tenemos que trabajar —imita a
Shelby.
—Está recién exprimido —añade Shelby.
Me río al pasar por delante de mi oficina y entrar directamente en la sala de
conferencias.
—¿Así que café y zumo de naranja? —digo, mirando la bandeja que hay en
medio del escritorio, en la que hay una cafetera y una jarra de zumo de naranja
con cuatro vasos al lado. También hay una bandeja de croissants al lado con fruta
fresca—. Mira qué desayuno continental. —Saco una silla y me siento, dejando
el bolso a un lado.
Tomo una taza para el café y me lo sirvo, añadiendo un chorrito de leche.
—¿Y? —Shelby me mira.
—Entonces —digo—, estuvo bien. —Intento sonar optimista.
—Estuvo bien —repite Presley y luego mira a Clarabella, que se encoge de
hombros antes de hablar.
—Sólo voy a decir que tenía razón. —Mira a sus hermanas y vuelve a
mirarme.
—¿Tenías razón? —pregunto, dando un sorbo a mi café.
—Dije que no te acostaste con él anoche —dice finalmente, y yo jadeo—.
Dijeron que lo harías.
—¡Fue una primera cita! —Miro tanto a Shelby como a Presley, que
fulminan con la mirada a Clarabella.
—Ni siquiera fue así —corrige Presley—. Dijiste que no haría el paseo de la
vergüenza.
—Y tenía razón. —Ella me señala—. Ni siquiera entró aquí con ánimo. Era
monótona, como su vagina.
—Ummm. —No sé qué decir—. Uno, no iba a acostarme con él en la
primera cita —declaro y entonces todas me miran—. Y dos, ¿creen que vendría a
trabajar vestida igual que la noche anterior? —Pongo los ojos en blanco y miro
los vaqueros negros que me he puesto esta mañana con un jersey blanco de
cuello alto y una chaqueta de cuadros—. Al menos iría a casa a cambiarme.
—¿Te acostaste con él? —Shelby se apoya en la mesa, esperando mi
respuesta.
—¡No! —chillo mientras todas me miran—. De acuerdo, fue un rato
agradable. Pero...
—Nada bueno sale después de un pero —dice Presley, echándose hacia atrás
en su silla—, ni una cosa. Te quiero, pero estás usando demasiado los dientes.
—Te quiero, pero —agrega Clarabella—, no podemos tener sexo todo el día,
ahora tenemos un bebé.
Entorno los labios intentando no reírme de ellas, pero no puedo evitarlo.
Echo la cabeza hacia atrás y me río mientras Shelby se limita a negar con la
cabeza.
—Puedo superarlo; te quiero, pero tu madre está en la cocina.
—Ewwww —Clarabella hace una mueca de dolor—. ¿Ibas a tener sexo con
mamá en la cocina de tu casa?
—No. —Shelby sacude la cabeza—. Estábamos en casa de mamá.
—Por el amor de Dios —dice Clarabella—, más vale que fuera en tu
habitación.
Shelby mira alrededor de la habitación.
—No pusiste tu asqueroso culo en una zona común —dice Presley entre
dientes apretados.
Shelby jadea en voz alta.
—Uno, no tengo un culo asqueroso. Es mi marido. —Levanta la mano con
sus anillos—. Y dos, ¿qué zona común? Es la casa de mamá.
—El baño —dice Clarabella con una sonrisa burlona—. No te sientas mal,
también lo hicimos allí.
—Nunca volveré a usar ese baño —asegura Presley, con cara que va a
vomitar.
—Pusimos una toalla —dice Shelby, mirando a Clarabella.
—No lo hicimos —nos informa, y ahora Presley finge vomitar.
—¿No podían esperar a llegar a casa? —Presley les pregunta—. Como es la
casa de mamá, ¿qué diablos estaban haciendo que los puso tan calientes y
molestos que necesitaban atacar a la erección?
—Luke vino y me trajo mi comida favorita —aclara Clarabella.
—Ace estuvo fuera dos días, y cuando entró, me echó una mirada —explica
Shelby y tengo que decir que creo que yo nunca he perdido la cabeza por alguien
que con una sola mirada lo haya conseguido.
Mentirosa, grita mi cabeza. Con Matthew, bastaba una mirada, y te ponías de
rodillas o te empujaba contra una superficie dura, mierda, cualquier superficie.
Una vez lo hicimos en el armario de un restaurante porque me besó el cuello y
me dijo al oído que estaba malditamente guapa.
—En fin —dice Shelby—. ¿Cómo estuvo?
—Estuvo bien —repito—. Estuvo bien. Sólo que no teníamos mucho en
común.
—No hay que tener nada en común para tener sexo —dice Clarabella y las
otras dos están de acuerdo con ella.
—Ugh, está bien —concedo, levantando las manos como agitando la
bandera blanca—. Fue aburrido. Era simpático, pero juro por Dios que creo que
me lo habría pasado mejor viendo secarse la pintura.
—¿Qué le dijiste? —pregunta Shelby y yo me golpeo literalmente la cabeza
contra la mesa.
—Oh, no se lo has dicho —dice Presley en voz baja, y yo me limito a
sacudir la cabeza.
—¿Qué se supone que tenía que decir? —les pregunto cuando por fin
levanto la cabeza—. No eres tú, eres realmente un buen tipo. —Las miro y deben
saber que no he terminado—. Eso es lo más horrible que puedo decir.
—No si es la verdad —afirma Clarabella y ahora todos la fulminamos con la
mirada—. Oye, soy un maldito unicornio, así que nunca soy yo, son ellos.
—No creo que debas rendirte tan fácilmente —dice Shelby—, tal vez estaba
nervioso.
—Sí, a lo mejor es aburrido por fuera y un bicho raro en la cama —añade
Clarabella, y yo me limito a mirarla, con las cejas subiendo y bajando—. ¿Qué?
Sonaba bien decirlo, pero probablemente sólo hace el misionero.
Cierro los ojos.
—No quiero ni saberlo. —Me levanto—. Voy a llamarlo más tarde.
—O ignóralo —me dice Presley.
—Eso te funcionó muy bien. —Shelby se levanta riendo—. ¿No acabas de
tener su segundo hijo?
—No lo ignoré —dice ella, evitando mirar a nadie—. Estaba ocupada.
No puedo evitar reírme antes de salir de la habitación e ir a mi oficina. El
jarrón de claveles está a un lado de mi mesa. Lo tomo y salgo hacia la cocina con
él.
—¿Quién ha muerto? —me pregunta Presley cuando paso por delante de su
oficina.
—Me las trajo antes de la cita. —Las lanzo por encima del hombro, y ella
suelta un grito ahogado.
—Deberías haber empezado con eso antes —dice riendo—. Hubiera fingido
que vomitaba en el baño antes de irnos.
Dejo las flores en la encimera de la cocina antes de volver a mi oficina y
encender el ordenador. Analizo mis correos electrónicos, sorprendida de no tener
ninguno de Helena con sus preguntas sobre las flores. Cada vez que nos
reunimos, me enviaba al menos cinco correos con preguntas diferentes.
Contesto a un par de correos de nuevos clientes y preparo cinco reuniones
para la semana siguiente. Las chicas se van a comer y yo opto por limitarme a
trabajar, con la esperanza de terminar las cosas para poder ir a visitar a la familia
el fin de semana.
Suenan los timbres, que me avisan que alguien acaba de entrar en la oficina.
Me levanto y salgo con una sonrisa en la cara que se desvanece rápidamente
cuando veo quién está allí.
—Hola —le digo a Matthew, cruzando los brazos sobre el pecho. Un
escalofrío me recorre—. ¿Va todo bien?
Lleva otra vez chándal y esa estúpida gorra de béisbol hacia atrás. ¿Por qué
hace tanto calor? Oh, ya sé por qué, porque solía llevarla así todo el tiempo para
poder besarte sin que te golpeara la frente, por eso.
—Sí —resopla, y no sé por qué algo me parece raro—. Vine a darte esto. —
Sostiene un sobre blanco en la mano y, por mi vida, mis manos se quedan
pegadas a mí—. Puedes tomarlo —insiste.
Me arde el estómago cuando pienso que podría ser una carta que me ha
escrito, ya que no le doy ni la hora. Mi nombre está escrito en el centro, con una
línea debajo. Le doy la vuelta, intentando que no vea que me tiembla la mano. Al
abrirlo veo la parte superior de un cheque y no sé si me decepciona que no sea
una carta o me alegra.
—Es un cheque —dice cuando lo saco y veo que es un cheque por toda la
factura de los servicios—. Por tus servicios.
—Umm —digo, bajando la mirada—. Ahora no tienes que pagarlo todo —le
digo—. Sé que lo puedes hacer sin problema. —Levanto la mirada, intentando
hacer una broma, pero todo esto me parece mal. Cada vez que estoy a solas con
él, me siento mal. Como si hubiera un enorme elefante en la habitación y no
habláramos de él. Y ese elefante parece que me está aplastando el pecho.
—En realidad —dice, y por fin lo miro a los ojos—, también estoy aquí para
decirte que la boda se ha cancelado.
En cuanto lo dice, me zumban los oídos.
—¿Cómo dices? —digo sorprendida, pensando que tal vez he oído mal.
—No sé si se han hecho depósitos para alguna otra cosa —continúa,
ignorando mi pregunta—. Si falta algo, también lo cubriré.
Me he quedado sin palabras y no sé qué decir. Lo miro a él, luego al cheque
y vuelvo a mirarlo a él. Se me seca tanto la boca que ni siquiera creo que sea
capaz de tragar agua fría.
—Sofia —dice casi susurrando.
Parpadeo para apartar las lágrimas que me escuecen en la nariz y en los ojos
mientras lo miro, sus ojos de un azul tan oscuro que parecen las profundidades
del océano. Cuando te adentras en el mar y el agua se vuelve cada vez más
oscura, eso es exactamente lo que parece. Estoy a punto de decir su nombre
cuando se abre la puerta. Ambos miramos y vemos a Charles entrando con dos
cafés en la mano. Me mira y sonríe.
—Me iré —dice Matthew, mis ojos vuelven a mirarlo mientras asiente como
despedida. Se gira para salir por la puerta, asintiendo al mismo tiempo a Charles.
—Lo siento —dice Charles, riendo nerviosamente—, parece que realmente
no es un buen momento. —Intento que lo que acaba de pasar no me afecte, pero
no puedo evitarlo. Lo único que oigo es que la boda se ha cancelado—. Estaba
por la zona —explica, viniendo a colocarse frente a mí—, y se me ocurrió traerte
un café.
Me fuerzo a sonreír porque si no, sé que mis padres me darían una patada en
el culo si fuera maleducada.
—Gracias —digo, extendiendo la mano y tomándole una taza.
—También te he traído esta, no sabía si querías leche normal o de avena —
dice refiriéndose a la otra taza de café que tiene en la mano.
—Es muy amable de tu parte —le digo, tomando la otra.
—También me preguntaba si estarías libre esta noche —me pregunta,
metiendo las manos en los bolsillos, y no puedo evitar comparar lo diferente que
es de Matthew.
—Lo siento, estoy hasta arriba toda la semana —le digo—, y luego me voy a
casa a ver a la familia este fin de semana. —Me mira incómodo—, pero ¿qué tal
si me pongo en contacto contigo la semana que viene?
—Me parece perfecto —responde, con una sonrisa en la cara—. Te dejaré ir.
—Se inclina para besarme la mejilla—. Pásalo bien con tu familia —dice,
dándose la vuelta y dirigiéndose a la puerta.
—Gracias —le digo—, y por traerme café. —Se marcha y yo suelto un gran
suspiro y vuelvo a mi oficina. Me siento y dejo el café a un lado antes de volver a
mirar el cheque, con mi nombre escrito. Oigo a las chicas volver a la oficina y
me levanto para ir donde Shelby.
Está sentada leyendo algo en el ordenador cuando levanta la vista. Le pongo
el cheque delante, sin decirle nada. Ella lo mira, lo toma y me mira.
—¿Qué es esto?
—Es el cheque de la boda de Matthew y Helena —le digo, intentando no
asustarme—, que acaba de ser cancelada.
14

Matthew
Entro en casa, dejo las llaves en la mesa junto a la puerta y me dirijo al sofá.
Me tiro en él, echo la cabeza hacia atrás y cierro los ojos, dejando escapar el
mayor suspiro de alivio.
Maldita sea, hoy ha sido un día brutal. Entré en el entrenamiento sin saber
si alguien me preguntaría algo, pero ¿por qué iban a hacerlo? Entré en el hielo,
hice lo que tenía que hacer y luego saqué el culo de allí, sabiendo que tenía que ir
donde Sofia. No sé qué iba a hacer Helena o si iba a llamarla, pero quería que al
menos lo supiera por mí. ¡Qué mal suena eso! Quería que mi ex se enterase por
mí que la boda que estaba planeando se había cancelado. Practiqué lo que iba a
decir durante todo el trayecto. Cómo iba a decirle que se había cancelado y
pedirle que se sentara conmigo un minuto. Ya casi estaba allí hasta que su novio
entró en la habitación.
Me froto las manos por la cara mientras me río, pensando que esto es como
una telenovela.
Estoy a punto de tumbarme cuando se abre la puerta principal.
—Cariño, estoy en casa.
—Matthew —Oigo a mi padre sisear a mi tío—. Demasiado pronto.
—Puedes quitarle la estupidez al chico, pero no puedes evitar que el chico
sea estúpido —dice mi tío Max, y no puedo evitar reírme en silencio. Por primera
vez en mucho tiempo, me siento bien, o al menos siento que las cosas van a ir
bien.
Quiero decir, no creo que nada vaya a ir bien hasta que Sofia y yo nos
sentemos y hablemos de una maldita vez. Puede seguir evadiéndome todo el
tiempo que quiera, pero tarde o temprano vamos a tener una discusión. Una
discusión que deberíamos haber tenido hace dos años.
—Eso no tiene ningún sentido —dice mi tío Evan, y yo me levanto y me
dirijo a la entrada.
Miro hacia abajo y veo que los cuatro caminan por el pasillo como una
banda de chicos.
—¿Qué está pasando? —les pregunto y miro para asegurarme que nadie
más está entrando por la puerta.
—Tú llamaste —me recuerda mi padre, cuando está lo suficientemente
cerca, me agarra del cuello y tira de mí hacia él—. He llamado a Evan.
—Quien me ha llamado —dice mi tío Matthew, abrazándome una vez que
mi padre me suelta, tras el abrazo me da una palmada en el brazo.
—Y todos sabemos que no va a ninguna parte sin este —dice mi tío
Evan—. M&M de por vida.
Matthew y Max gimen.
—Ese maldito apodo probablemente estará en mi lápida.
—Oh, lo estará —asegura Evan, dándome una palmada en el brazo—,
aunque tenga que pintarlo con spray.
Mi padre se dirige al salón mientras mi tío Evan se dirige a la nevera, Max
y Matthew se acercan a mirar al patio.
—¿Qué está pasando? —Los miro a todos—. Parece una intervención.
—Muérdete la lengua —me regaña mi padre—. Ven y siéntate.
—Sí, ven y siéntate para que nos enteremos de todo —dice Evan,
acercándose al sofá y sentándose al otro lado—. Deberíamos pedir pizza o algo.
—Esta no es una fiesta de pijamas —dice Max, sentándose a su lado
riendo.
—También iba a añadir cerveza —le dice Evan.
—Ven aquí. —Mi padre me hace un gesto con la cabeza.
Gimo, echando la cabeza hacia atrás, sabiendo que voy a tener que
contarles toda la historia. Me acerco y me siento junto a mi padre.
—¿Deberíamos, no sé, tomar algo? —nos dice Evan.
Mi padre y yo gritamos:
—¡No!
—Jesús —dice Matthew levantando las manos, acercándose y sentándose
al lado de Max—. De acuerdo, ¿qué está pasando?
Apoyo los codos en las rodillas e inspiro profundamente, con la cabeza
colgando hacia delante.
—No sé cómo decirlo —empiezo—, es lo que decidimos.
—¿Decidimos? —pregunta Matthew y cierro los ojos, sabiendo que con
ellos cuatro es imposible que me salga con la mía. Si uno me deja libre, es sólo
porque el otro sabe que me va a pillar. Siempre fue así mientras crecía. Nos
salíamos con la nuestra con uno de ellos, y en cuanto celebrábamos nuestra
victoria, el otro nos barría y nos aplastaba el alma.
—Empezamos a planear la boda. —Miro a los chicos mientras se me
quedan mirando, esperando más—. Y, no sé, es como si todo lo que ella eligió
fuera lo contrario de lo que yo hubiera querido.
—¿Cancelaste tu boda porque no tenías los mismos gustos de decoración?
—pregunta Evan, casi riéndose.
—Fue más que eso —le digo—. Es que... —Sacudo la cabeza y bajo la
mirada hacia mis manos que están entrelazadas—. Me sentí mal.
—Es mejor que lo hayas hecho ahora —dice Matthew—, a que te
divorcies después.
—Eso es lo que le dije, pero no se lo tomó tan bien —les digo a los chicos
y luego respiro hondo—. Puede que haya más.
—¿Puede que haya o hay más? —pregunta Max mientras apoya el codo en
el brazo del sofá.
—Bueno, no sabía que ella estaba buscando organizadores de bodas. —
Los miro a ellos y luego a mi padre, que en realidad no ha dicho mucho—.
Fuimos a nuestra primera cita y...
—¿Te follaste a tu organizadora de bodas? —dice mi padre entre dientes
apretados, y yo me limito a mirarlo fijamente y a negar con la cabeza. Es decir,
me la follé, pero no recientemente. Suelta un enorme suspiro de alivio—. No me
gustaría tener que darte una patada en el trasero.
—Yo lo haría por ti —dice Evan, mirándome fijamente, y yo me limito a
sacudir la cabeza, no seguro que al final de esto no vaya a darme una patada en el
trasero.
—Entré y Sofia estaba allí —digo su nombre en voz alta y mi tío Matthew
es el primero en levantar la mano.
—¿Sofia? —repite el nombre, asegurándose de haber oído bien—. ¿La
Sofia?
—La Sofia —digo su nombre en un susurro.
—¿La mujer de la que estabas enamorado? —Max pregunta y mi pecho se
aprieta y lo único que puedo hacer es asentirle.
—¿Pero rompieron? —pregunta mi padre y yo inspiro profundamente.
—Lo hicimos —admito—, más o menos.
—¿Más o menos? —dice Evan y me quedo mirándolo—. Oh, hay mucho
más. —Me señala—. Y tengo la sensación que voy a tener que patearte el trasero.
—Yo tengo la misma sensación —coincide Matthew, mirándome
fijamente, y cuando miro a Max, él se limita a encogerse de hombros.
—Nadie le va a patear el trasero a nadie —declara mi padre—. Nunca nos
lo has dicho.
—Supongo que no hay momento como el presente. —Me froto la cara y
me levanto, los nervios me dominan—. Estábamos en un partido fuera de casa —
empiezo, recordando el puto día que ojalá nunca hubiera pasado, mierda—.
Ganamos por poco y los chicos querían ir a celebrarlo. —Puedo oír sus voces con
toda claridad en mi cabeza. "Vamos a tomar una copa" me dijeron, y supe que
debería haber dicho que no y haberme ido a casa. Pero no lo hice, por supuesto,
me tomaría una copa y luego me iría. Empiezo a caminar por la habitación—.
Sobre todo porque sabía que Sofia me estaba esperando para salir. —Cierro los
ojos—. Íbamos a ir a celebrar su entrada en la organización de eventos de
Chicago. —Miro a los chicos, que siguen sin decirme nada—. No paraba de
mirar mi teléfono y entonces los chicos de allí fueron implacables: Quédate,
tómate una más. —Mis manos se cierran en puños—. Deja de mirar el móvil,
Petrov. —El ardor empieza en mi estómago—. Eres tan cobarde. —Levanto la
vista y cierro los ojos, pellizcándome el puente de la nariz—. Así que seguí
bebiendo con ellos para demostrarles que no estaba domesticado. —En cuanto
digo esas palabras, los cuatro gimen—. Ni qué decir, estaba echo una mierda, y
cuando llegué a casa, ella estaba allí esperándome toda vestida. Su cara estaba
llena de preocupación porque no podía localizarme. —Juro que tengo que
frotarme el pecho al recordar su cara, como si hubiera sido ayer y no hace dos
años—. Estaba frenética de preocupación porque no respondía a sus llamadas o
mensajes de texto porque mi teléfono había muerto en algún punto del camino.
Intentó alejarse de mí y yo...
Max se levanta.
—¿La tocaste? —Hace la pregunta, y si no lo supiera mejor, creo que me
habría golpeado primero y habría hecho la pregunta después si no fuera pariente
suyo.
—Claro que no —respondo, y él vuelve a sentarse—. Pero tampoco fui
amable con ella. Le dije que dejara de quejarse y luego rompí con ella.
—¿Mientras estabas borracho? —pregunta Evan. Me niego a mirar a mi
padre por miedo a ver lo disgustado que está conmigo.
—Sí. —La palabra sale casi en un susurro, pero lo bastante alto como para
que saber que todos me oyen.
—Oh, mierda —maldice Matthew—. Pero fuiste a verla al día siguiente,
¿no?
—No, hay más —admito, y su cabeza se echa hacia atrás, y suelta un
siseo—. Mis amigos estaban allí diciéndome que no la necesitaba. Ella me estaba
reprimiendo. No tenía derecho a enfadarse conmigo, era mi noche. —Ojalá
nunca los hubiera escuchado—. Así que después que ella se alejara furiosa de mí,
entré en mi habitación y recogí todas sus cosas. —Me trago el nudo en la
garganta—. Y la tiré en su puerta esa noche.
—Maldito idiota —dice Matthew—, maldito, maldito idiota.
—¡Lo sé! —grito—. ¿Crees que no lo sé, maldita sea? Me levanté al día
siguiente y todo estaba borroso. Recuerdo fragmentos, pero cuando me senté en
la cama, vi que todas nuestras fotos habían desaparecido. Vi mi mesita de noche
donde guardaba todas sus cosas, vacía. —Tengo ganas de vomitar, como aquel
día de hace dos años—. Me levanté de la cama e iba a ir a buscarla cuando sonó
el timbre. Corrí, pensando que era ella, pero en vez de eso era uno de sus amigos
y tenía una caja en la mano. La caja que dejé en su casa. Pensé que eran sus
cosas, pero me la puso en las manos y, cuando miré dentro, estaban todas las
mías. Estaba destrozado, pero cuando me di la vuelta, todos los chicos estaban
allí. —Sacudo la cabeza—. Dejé que ganara mi orgullo.
—Oh, Matty —dice mi padre suavemente, y miro hacia él y tiene sus
propias lágrimas en los ojos.
—¿Tu orgullo? —dice Matthew, subiendo el tono de voz—. ¿Has
conocido a su familia?
—Sí —le confieso—. Sólo a sus padres.
—¿Lo arruinaste así? —sisea, sacudiendo la cabeza.
—No lo arruiné así —digo finalmente, e incluso yo sé que lo arruiné.
—Tiraste a la basura dos años porque tenías amigos de mierda y cediste
ante la presión de grupo —afirma Evan con calma—. ¿Acaso la amabas?
—Más que a nada —admito por primera vez, con la voz quebrada—. La
llamé un par de veces, pero su número había sido cambiado —admito también
por primera vez—. Intenté ir a verla, pero ya se había ido.
—Helena —dice mi padre—, ¿ella lo sabía? —Niego con la cabeza.
—No, cuando entramos en la oficina, ella hizo como si no me conociera, y
yo hice lo mismo. —Me siento, pensando en lo malditamente loco que es esto—.
Actuó como si yo fuera un extraño.
—La amas. —Mi padre ni se inmuta—. Puedes decir lo que quieras de
Helena y las excusas de mierda que quieras decirte para sentirte mejor. —No
tiene pelos en la lengua—. Fuiste tonto y estúpido. —Baja la mirada—. Créeme,
si alguien sabe algo sobre ceder a la presión de grupo, tengo que ser yo. —Mi
padre lleva limpio y sobrio desde antes que yo naciera y nunca, nunca me lo
ocultó ni lo escondió bajo la alfombra—. Pero, hijo, piénsalo. Estás viviendo tu
vida, y en el momento en que vuelvas a verla, toda tu vida se tambaleará. —
Quiero decirle que se equivoca, pero no puedo. Dejo que sus palabras calen
hondo—. Tienes que admitir tus faltas, y por la historia que me has contado, más
te vale estar dispuesto a suplicarle que vuelva a hablar contigo.
—Papá, lo intenté —le explico—. Un día llegué antes y lo intenté.
—Después de lo que le hiciste, tienes suerte que no te haya cortado los
testículos y hecho papilla con ellos —dice Evan, y mi padre se ríe.
—Tienes que dejar de escuchar a Zara. —Mi padre se gira y me dice—: Lo
intentaste y no te hizo caso. Eso no significa que estés libre de culpa. Luego
tienes que demostrarle que no eres el idiota que le rompió el corazón porque
querías ser varonil. —Estoy a punto de decirle que lo sé, pero levanta la mano—.
Sea cual sea el resultado, tienes que cerrar el libro, la historia sigue esperando un
final. —Sus palabras tienen más sentido del que yo podría haber tenido.
—¿Conociste a su padre? —Max pregunta, y yo asiento—. Tuviste suerte
que no fuera por ti.
—¿Cuál es su apellido? —Matthew pregunta.
—Barnes —digo—. Sofia Barnes.
—¿Por qué me suena ese nombre? —dice Matthew, ganándose un gemido
de Max, que pone los ojos en blanco.
—No conoces a todo el mundo en el planeta —declara Max.
—Casey Barnes —dice Matthew, y yo lo miro.
—Ese es su abuelo —digo, sorprendido que realmente lo conozca.
—Maldito imbécil. —Matthew se levanta de un salto y mira a mi padre,
que se queda mirándolo—. Corporación CBS.
—¿La empresa de seguridad? —pregunto, y él se pone las manos en las
caderas. Su mandíbula se tensa y juro que veo un tic en la vena de su frente—.
¿Es de su abuelo? —le pregunto.
—Maldita sea —suelta Evan desde al lado de Matthew, con el móvil en la
mano—. Este señor es... —Levanta la vista hacia Matthew.
—Podría hacerte desaparecer, y ni siquiera yo sería capaz de encontrarte
—afirma Matthew, y yo trago saliva—. Cálmense todos. —Todos lo miramos, y
luego miramos a Max, porque es el único que puede hacer que se calme—.
¿Crees que soy poderoso?
—Uno —dice Max, levantándose—, nadie piensa que eres poderoso
excepto Karrie. —Levanta un dedo—. Y dos, si ella se lo hubiera dicho, ya le
habrían hecho una visita.
—¿Está en la mafia? —pregunto, llevándome las manos al cabello.
—Ya quisieras —dice Evan—. Este señor entrenó con los SEAL de la
Marina por diversión. —Se ríe y miro a mi padre, estoy seguro que la sangre se
me ha ido de la cara.
—Todo el mundo tiene que relajarse —dice mi padre, levantándose—.
Max, por favor, sácalo de aquí antes que le explote la cabeza. —Señala a
Matthew, que se limita a negar con la cabeza.
—Voy a preguntar por ahí —comenta Matthew—, a tantear el terreno. —
Nos mira, y Evan se ríe al verlo levantarse.
—Oh, Tony Soprano, hora de llevarte a casa y en bata. —Evan le da una
palmada en la espalda antes de mirarme—. Será mejor que lo hagas bien. —Todo
lo que puedo hacer es asentir porque sé que, si no lo hago, voy a hacer que estos
cuatro me pateen el trasero junto con su familia.
15

Sofia
El viento me agita el cabello mientras avanzo por la única carretera que lleva
a casa de mis padres. El sol brilla tanto en el cielo que es como un abrazo de
bienvenida a casa. Saco la mano por la ventanilla, moviéndola a través del
viento, como solía hacer cuando era adolescente. El crujido de las rocas bajo mis
ruedas llena el silencioso auto.
Ni siquiera lo he aparcado cuando mi padre sale de casa. No puedo evitar
sonreír cuando lo veo en vaqueros, con una camisa de franela abotonada y las
botas vaqueras sucias que creo que lleva en los pies desde que yo tenía cinco
años. Nuestras miradas se cruzan y sonríe tanto que se le iluminan los ojos.
—Mi niña está en casa —grita bajando los cinco escalones hacia mí. Tengo
tiempo de apagar el auto antes que abra la puerta del conductor.
—Hola, papá. —Le sonrío mientras me desabrocho el cinturón. Ni siquiera
me da la oportunidad de orientarme antes de sacarme literalmente del auto y
darme el abrazo más fuerte que he recibido. Bueno, desde la última vez, cuando
me dijo que hacía un año que no me veía, pero en realidad era sólo un mes.
—Estás en casa. —Me levanta de los pies, con los brazos todavía alrededor
de mi cintura—. Hazel —le grita a mi madre—. ¡Está en casa!
—Papá, actúas como si volviera de la guerra —le digo mientras me deja en el
suelo y me sujeta la cara con las manos.
—Pareces cansada —dice, y suspiro al mismo tiempo que mi madre abre la
puerta y la cierra de un portazo.
—No acabas de decirle eso —lo regaña mi madre, poniéndose las manos en
las caderas. Lleva vaqueros y camiseta. La camiseta parece que lleva mermelada,
y sólo puedo imaginar que ha estado horneando desde esta mañana, cuando llamé
para avisarles que estaba de camino.
Hace dos días que sabía que iba a venir, pero no quise avisarles porque sabía
que iban a armar un escándalo. De ahí que mi madre horneara. Cuando volvimos
a la ciudad, cuando yo tenía cinco años, mi tía Savannah le ofreció a mi madre la
mitad de su cafetería si ella se encargaba de la repostería. No hace falta decir que
funcionó tan bien que ahora mi madre tiene una cocina industrial y envía todos
sus productos horneados a todo Estados Unidos, Hazel's Sweets.
—¿Qué? Parece cansada —afirma de nuevo mi padre, bajándome la cara—.
Te están haciendo trabajar demasiado.
—Oh, ¿quieres callarte? —dice mi madre, apartándolo—. A nadie le gusta
que le digan que parece cansado. ¿Por qué no le dices que parece una mierda?
Mi padre jadea.
—¿Cómo puede parecer una mierda? Es exactamente igual que tú. —Le
sonríe, creyendo que la está halagando, pero errando el tiro.
—Reed —advierte mi madre—, yo que tú dejaría de hablar. —Me toma en
brazos y me besa la mejilla—. Te noto delgada —dice mi madre, y yo cierro los
ojos.
—Eso es lo que yo también pensaba. Voy a llamar a la abuela Charlotte para
contárselo. —Saca el teléfono del bolsillo y se aleja de nosotras.
—Ves, ahora se ha olvidado de lo cansada que estás —dice mi madre, y yo
me río de ella—. Es una bonita sorpresa —dice. Me limito a sonreír porque temo
que, si digo algo, lo que sea, voy a estallar en lágrimas.
Me mira a los ojos y sé que se da cuenta que no estoy bien. Pero el ruido de
una camioneta que se acerca me hace bajar la mirada y controlarme. Parpadeo
para ahuyentar las lágrimas que han amenazado con salir estando en brazos de mi
madre.
—Vaya, vaya, vaya —dice mi abuelo Casey mientras sale de su camioneta—
. Mi primera nieta ha vuelto.
—Debo decirlo. —Me pongo las manos en las caderas mientras lo veo
caminar hacia nosotras. Lleva unos vaqueros azules con los que parece haberse
revolcado en la tierra y una camisa aún más sucia. Parece que se le están cayendo
las suelas de las botas—. Me sorprende que no me hayan parado en los límites de
la ciudad. —Sacudo la cabeza—. Debes de estar resbalando por la edad.
Da una palmada y suelta una carcajada.
—Te encontré en cuanto llegaste a la ciudad. Pensé en darle a tu padre un par
de minutos contigo antes de llevarte —dice, envolviéndome en sus brazos. Lo
huelo, y huele a casa. El olor de cuando tenía cinco años y se enteró que era su
nieta, me abrazaba fuerte y fingía que no lloraba, pero yo notaba humedad en la
camisa.
—¿Estás llorando? —preguntaría.
—No, es el cielo que te rocía de felicidad —me diría, y yo creía cada una de
sus palabras.
—¿Estás lista? —pregunta, y mi padre jadea.
—Literalmente acaba de llegar a casa —le sisea a su padre—, han pasado
cinco minutos.
—Cuatro minutos y segundos —dice mi abuelo—, pero el abuelo Billy está
ensillando su caballo mientras hablamos.
Mi padre echa la cabeza hacia atrás.
—No puedes tentarla para que se vaya con su caballo —dice, y sabe que él
puede hacerlo por completo.
—¿Recuerdas cuando le compró un tractor rosa porque ella se lo pidió y
luego le tembló el labio inferior cuando ella le dijo que no pasa nada porque no
tenga dinero? —le dice mi madre a mi padre mientras yo me río.
—Por cierto, ese tractor sigue en el granero —le dice mi abuelo—. Fue una
inversión.
—Lo utilizó cinco veces. —Mi padre se ríe—. De acuerdo, vamos a montar
—dice dando una palmada.
—Ni hablar. —Mi abuelo levanta la mano para detenerlo—. Esto es lo
nuestro.
—¿Cómo que es cosa tuya? —le pregunta mi padre—. Fui yo quien le
enseñó a montar.
—No muy bien —replica mi abuelo antes de mirarme—. Hasta has venido
vestida para montar. —Miro mis pantalones blancos de montar que me he puesto
esta mañana, sabiendo que iba a montar, y una camisa vaquera de manga larga
abotonada y metida por delante. La camisa remangada hasta los codos deja ver el
reloj que me compró para la graduación y la pulsera de Love -Cartier- que me
compraron mis padres cuando cumplí dieciocho años—. Tienes las botas en el
granero.
—Ahora vuelvo. —Me acerco y beso a mi madre y luego a mi padre—. Y
me tendrás todo el fin de semana. —Se le iluminan los ojos.
—¿Hasta el domingo por la noche? —pregunta.
—No. —Sacudo la cabeza—. Hasta el lunes por la mañana.
Subo a la camioneta con mi abuelo y en cuestión de minutos estoy llegando a
casa de mis bisabuelos. Toda la familia vive a unos cinco minutos unos de otros
en todas direcciones. Mi abuelo es dueño de la mayoría, si no de todas, las tierras
del pueblo. Puede que sea el experto en tecnología más importante, pero su
corazón está en la granja.
Salgo de la camioneta y prácticamente corro hacia mi caballo. Mi bisabuelo
está de pie sujetando sus riendas.
—Sunshine —me llama, y lo único que puedo hacer es sonreírle. Lleva lo
mismo que mi abuelo, pero con el sombrero de vaquero en la cabeza. La única
vez que se quita eso de la cabeza es para irse a dormir.
—Abuelo Billy —digo su nombre mientras corro hacia él, igual que hacía
cuando era pequeña. Me abraza con una sola mano. Me besa la mejilla. La yegua
me olisquea mientras me acerco a ella y le froto el cuello—. Hola, Peaches —la
arrullo suavemente—, te he echado de menos. Voy a ponerme las botas y vuelvo.
—Me apresuro hacia la zona donde cada uno tiene una taquilla con su nombre.
Somos tantos que hemos tenido que habilitar tres salas. Abro mi taquilla, me
quito las zapatillas y me pongo las botas de montar. Antes de salir, veo que el
establo está vacío, el caballo ya está fuera. Me dirijo hacia mi caballo, que está al
lado de mi abuelo Casey. Él está con su semental negro mientras sujeta las
riendas de mi caballo. Pongo el pie en el estribo y balanceo la pierna—. Igual que
montar en bici. —Le guiño un ojo y él se ríe.
Arrancamos uno al lado del otro despacio y, cuando estamos en terreno
despejado, los dos empujamos a nuestros caballos. Yo me pongo más abajo para
tomar más velocidad. No sé cuánto tiempo cabalgamos, pero cuando él se detiene
delante de mí, reduzco la velocidad de mi caballo mientras nos dirigimos al
arroyo para que los caballos tomen un poco de agua.
—Qué bien me ha sentado —digo, bajando del caballo y llevándolo hasta el
agua.
—¿Qué te pasa? —me pregunta, y yo miro hacia abajo, dándome una patada
por pensar que estaba tapando mi mierda.
—Nada —digo en voz baja. El sonido de los pájaros gorjeando a lo lejos
llena el silencioso bosque—. Estoy pensando en el trabajo —le miento. Me mira
y sé que sabe que estoy mintiendo, pero lo deja estar—. Estoy trabajando en algo.
Asiente.
—Sabes que estoy aquí, ¿verdad? —me recuerda, y no puedo evitar la
lágrima que se me escapa mientras me la limpio—. Sea lo que sea que necesites,
aquí estamos.
—Lo sé —respondo en voz baja, y él lo deja pasar. Volvemos y, en lugar de
volver al granero de mi abuelo Billy, me dirijo a mi casa.
Mi padre está fuera cuando llego.
—Yo la llevaré —me ofrece cuando le doy las riendas—. Mamá está dentro.
—Subo los escalones del porche trasero y me quito las botas antes de entrar. El
olor a fresa y limón inunda la casa.
—Algo huele increíble —digo, entrando en la enorme cocina que mi padre
ha construido para ella, con la cesta de magdalenas sobre la encimera.
—No toques eso a menos que te laves las manos —me regaña dándome la
espalda, y yo pongo los ojos en blanco—. Entonces sube tu flaco trasero a ese
taburete para que podamos hablar.
Gruño mientras me dirijo al fregadero de acero inoxidable, abro el grifo y me
lavo las manos. En cuanto tengo las manos limpias, tomo una magdalena de fresa
y me siento en el taburete mientras mi madre le echa glaseado a sus pasteles de
limón.
—Habla —dice, y yo la miro.
—No sé qué decir —le respondo con sinceridad mientras el corazón se me
acelera en el pecho y, en lugar de disfrutar de la magdalena, de repente se me
sube el estómago a la garganta. Soy un puto desastre desde que Matthew entró en
el oficina y me dijo que la boda se cancelaba.
—¿Qué tal si empiezas por el por qué parece que alguien te ha dicho que
Papá Noel no es real? —me pregunta mientras me mira de reojo.
Miro hacia abajo, preguntándome cómo pronunciar las siguientes palabras,
pero se me escapan todas.
—Tengo mi primer cliente —le digo, y ella me mira sonriendo.
—Sabía que lo harías —dice.
—Es Matthew —digo su nombre y su mano se detiene a medio decorado—.
Sí, ése.
—¿Se va a casar? —pregunta en un susurro.
—No —respondo—. Bueno, se iba a casar, pero la boda se ha cancelado.
Deja el tenedor.
—¿Qué?
—No lo sé, mamá —le digo, frustrada—. No sé nada. Lo único que sé es que
yo estaba bien. Lo había superado.
Me mira con las cejas alzadas.
—Lo habías superado. —Se da cuenta que lo he dicho en pasado.
—Lo he superado —me corrijo rápidamente, pero luego me pongo la mano
en la cabeza—. Pensé que lo había hecho. Lleva dos años fuera de mi vida. —
Doy una palmada en la isla—. Ni siquiera pensaba en él, excepto cuando era el
día de su cumpleaños y nuestro aniversario —admito por primera vez—. ¿Pero
por qué, en apenas un par de semanas, ahora él consume mis pensamientos todo
el tiempo? —Mi voz va subiendo de tono a medida que me frustro más y más—.
Todo esto me está enfadando porque se supone que no me importa una mierda.
—A lo mejor es porque no has conseguido cerrar el asunto —sugiere mi
madre en voz baja, y yo ladeo la cabeza hacia un lado—. Devolverle sus cosas
con un chico que siempre pensó que le gustabas no es un cierre.
—Podría haberme llamado. —La fulmino con la mirada.
—¿No cambiaste tu número? —Cruza los brazos sobre el pecho,
imitándome—. En resumen, Sofia, tienes que sentarte y hablar con él.
—¿Sobre qué? —Levanto las manos—. ¿Sobre cómo es un idiota y me ha
roto el corazón? ¿Sobre cómo esperé a ver si me buscaba, pero me decepcionó
porque nunca vino por mí? ¿Sobre cómo lo amaba tanto que comparo con él a
todas las personas con las que he salido desde entonces? —Las lágrimas se me
escapan y corren por mis mejillas—. No quiero hablar con él. No quiero
discutirlo. Tuvo su tiempo para discutir conmigo y ¿qué hizo? Me devolvió mis
cosas.
—Sofia, las cosas cambian en dos años. Los dos son personas diferentes. —
Intenta ser la voz de la razón—. Te debes a ti misma hablar con él. Si no, estarás
siempre comparando a todo el mundo con él. —Vuelve a tomar el tenedor y
sigue decorando la tarta.
Mi teléfono suena en el sofá y me levanto, caminando hacia él, sin saber qué
decirle a mi madre. Lo saco del bolso y miro el mensaje del hombre del que de
repente no puedo escapar.
¿Podemos hablar?
16

Matthew
Salgo del avión, agacho la cabeza y me agarro a la barandilla lateral para
bajar a la pista. La brisa me recorre mientras me dirijo a mi auto y el sol se oculta
lentamente en el cielo. Abro la puerta del asiento trasero y meto la maleta de
mano antes de sentarme en el asiento del conductor. Estuvimos fuera por un
partido, así que no me llevó tanto tiempo. Saco el teléfono, lo enciendo y miro
hacia abajo para ver si he recibido un mensaje. El círculo sigue girando y girando
mientras finalmente se carga. Los pings vienen uno tras otro mostrándome que
me perdí cuatro mensajes.
Abro la aplicación de mensajes y veo que tengo uno de mi madre.
Estoy pensando en ti.
Quiero reírme porque sé que quiere decirme mucho más. Sé que tiene
muchas más preguntas para mí, pero también sé que mi padre la mantiene a raya.
El segundo es de mi hermana, Zara.
He oído la noticia que te has librado del cepo. Debes sentirte ciento cuatro
punto tres libras más ligero. Avísame si necesitas hablar.
Me salto el de Christopher y voy al último mensaje que le envié, hace dos
días.
Han pasado dos días desde que le envié el mensaje pidiéndole que
habláramos, y todo han sido grillos. Todo lo que dice es entregado. Estaba
tumbado en la cama del hotel, viendo no sé qué, cuando lo único que quería era
hablar con ella. Todo lo que quería era oír su voz. No podía explicarlo, así que
saqué el correo electrónico que había guardado de ella en mi bandeja de entrada.
En lugar de llamarla como quería, le envié el mensaje. Puse el teléfono sobre mi
estómago, pensando que me contestaría, pero nada. Nada en los últimos dos días.
Arranco el auto y empiezo a conducir, pero en lugar de ir a mi casa, conduzco
directamente a su oficina. Veo un auto en el aparcamiento y aparco junto a él.
Al salir, veo que el sol ya casi se ha ido. Subo las escaleras hasta el salón y
abro la puerta. Al entrar, veo que no hay nadie. Camino hasta el centro de la
habitación y miro a mi alrededor. La misma habitación en la que, hace dos
meses, mi vida volvió a cambiar. Miro los cuadros de las paredes, intentando
calmar los latidos erráticos de mi corazón.
¿Qué mierda haces aquí? pregunta mi cabeza, y ni siquiera sé si puedo
responder. ¿Está ella aquí? No tengo ni idea. Lo único que sé es que aquí es
donde ella trabaja, así que tenía que aparecer.
Oigo el ruido de los zapatos cada vez más cerca cuando sale del pasillo. Me
mira, sorprendida.
—Matthew —dice mi nombre en un susurro—. ¿Estás bien? —pregunta,
acercándose a mí, lo que me da la oportunidad de asimilarla.
Esta vez lleva vaqueros blancos, y creo que es la primera vez que la veo aquí
en vaqueros. Tiene un cinturón marrón y un jersey beige claro de manga larga
con los puños enrollados en las muñecas. Su cabello está recogido en una coleta.
—Te mandé un mensaje. —Es lo único que sale de mi boca, y tengo que dar
gracias que no sea una declaración de amor porque, a estas alturas, no sé qué me
pasa.
Me he esforzado tanto por hacer lo correcto todo este tiempo que no he sido
yo mismo. Me he estado mordiendo la lengua y reprimiendo todo, así que ahora
me siento como si fuera una bomba de reloj, y con un solo empujón, todo va a
salir de mí.
—Oh, sí, lo siento —dice, evitando mis ojos—. Estaba... —deja de hablar y
finalmente me mira. Sucede a cámara lenta, o tal vez me golpea como un tren de
carga que no sabía que venía. Fue en esta habitación donde mi mundo se
tambaleó no hace mucho, y por fin me di cuenta que ella era la elegida. Que
siempre ha sido ella y estoy jodidamente seguro y puedo apostar mi vida a que
siempre será ella—. ¿Qué está pasando? —Pone las manos delante de sí mientras
las retuerce y sé que está tan nerviosa como yo.
—Tenemos que hablar. —Oigo la voz de mi padre en mi cabeza. Tienes que
ir lento. Han pasado dos años. Los dos son diferentes. Sólo por eso no la atraigo
hacia mí y la beso hasta la muerte. Solo de pensarlo se me pone dura como una
piedra. Miro hacia abajo y me aseguro que mi camiseta tapa lo que siento.
—Pero no lo haremos. —Su tono está lleno de descaro. Me imagino
empujándola contra la pared, con las manos extendidas junto a su cabeza,
mientras devoro su boca y le muestro lo mucho que tenemos que hablar. Puedo
saborear literalmente el beso en mis labios.
—Te debo una cena. —En cuanto las palabras salen de mi boca, sé que
debería haber elegido otras. Lo sé porque lo único que hace es fulminarme con la
mirada, lo que me hace desearla aún más—. ¿Puedo invitarte a cenar? —le
pregunto, sabiendo que va a decir que no. También sé que esta vez es diferente,
no se va a deshacer de mí tan fácilmente. Ya no soy el chico estúpido de antes.
—No —responde ella sin pensárselo dos veces ni fingir que se lo piensa y
luego me decepciona.
—Por favor —le digo en voz baja.
Ella se limita a mirarme.
—¿Qué quieres? —Me hace la misma pregunta que me he estado haciendo
desde que conté lo que realmente pasó entre nosotros. Sé cuál es el objetivo final,
sólo que no sé cómo llegar a ella.
—Sólo hablar contigo —admito en voz baja—. Sólo quiero hablar contigo.
Creo que deberíamos hablar. —El corazón me vuela de la boca del estómago a la
garganta y pienso en arrodillarme y rogarle si hace falta.
—Bien —resopla y luego inhala profundamente—. ¿Por qué no te mando un
mensaje cuando termine y quedamos?
Lo juro por todo, quiero saltar por los aires y levantar las manos por encima
de la cabeza en señal de victoria mientras lo celebro. No puedo evitar la sonrisa
que llena mi cara.
—Acepto. —Asiento—. Esperaré tu mensaje. —Empiezo a salir de la
habitación, dispuesto a escapar mientras puedo, y me detengo de repente. Me
giro hacia ella—. Esto no es un truco, ¿verdad? —La miro, perdiéndome en sus
ojos, preguntándome qué habrá visto ella en los últimos dos años que yo no haya
visto. Queriendo saber todos los recuerdos que ha hecho. Bueno, quizás no todos
los recuerdos. No quiero saber una mierda de con quién salió.
—¿Qué no es un truco? —pregunta.
—Que digas lo que quiero oír y luego nunca te pongas en contacto conmigo.
—Pongo las manos en mis caderas.
Ella pone los ojos en blanco.
—Ya sabes dónde trabajo. —Levanta las manos hacia las paredes y no puedo
evitar echar la cabeza hacia atrás y reírme. Una risa de verdad, como hacía
tiempo que no me reía—. ¿Hasta dónde crees que puedo llegar antes que te des
cuenta que no estoy contactando contigo?
—Tienes razón —le digo de una manera que ella tiene que saber que puede
correr, pero no esconderse—. Hasta luego.
Bajo los escalones de su oficina y me dirijo a mi auto. Una vez dentro, busco
su nombre y, en lugar de mandarle un mensaje, la llamo. Me sorprende más que
nada que conteste en vez de mandarme al buzón de voz.
—Te acabas de ir —me dice en vez de saludarme—. Literalmente, todavía te
veo afuera. —Sale por la puerta y se queda de pie al final de las escaleras. La
miro, deseando quitarle el elástico del cabello.
—Lo sé —Me río, golpeando el volante con el dedo—, me preguntaba
cuánto tiempo más crees que tardarás.
—¿Qué? —dice al teléfono sin dejar de mirarme.
—Si no vas a tardar mucho, puedo esperarte —le digo, y ella se limita a
negar con la cabeza.
—Tengo una cita dentro de treinta minutos, puede que dure una hora. Te
mandaré un mensaje cuando acabe. —Lo único que puedo hacer es mirarla
fijamente—. Te prometo que no te ignoraré. —Estoy a punto de decir algo
cuando ella continúa—. Al menos no por hoy.
—Esperaré tu mensaje, entonces —le digo al teléfono, y ella se da la vuelta
para volver a la oficina—. Por cierto, estás preciosa. —Se detiene a medio
camino y no se gira. No podía no decirlo. Lo he tenido en la punta de la lengua
desde que la volví a ver, lo que me convierte en el mayor idiota de la historia.
—Hablamos luego. —Es todo lo que dice antes que la puerta se cierre y la
línea se desconecte. Salgo del aparcamiento y me dirijo a mi casa. Mi cuerpo está
lleno de nervios y de una energía que parece no tener fin. Aunque mi cuerpo está
agotado por el partido que jugamos contra Los Ángeles, siento que podría correr
5 kilómetros.
Activo la función de teléfono en mi pantalla y llamo a mi padre, que contesta
al cabo de una llamada.
—Hola —me dice—, ¿cómo estás?
—Um —digo nervioso—. ¿Crees que puedes venir este fin de semana? —le
pregunto.
—Por supuesto. —Ni siquiera espera un segundo, antes de responderme—.
Eso sí, tendré que llevar a tu madre, porque si no, no podré volver a esta casa —
dice riendo—. Al parecer, según ella, perderé algunas partes preciosas de mi
cuerpo que me gustaría mucho conservar.
Me río, sabiendo lo duro que debe ser para ella.
—Sí, trae a toda la familia —le digo—. Incluso podemos hacer la comida
familiar en mi casa el domingo.
—¿Estás enfermo? —me interrumpe mi padre—. ¿Te has dado un golpe en
la cabeza?
Vuelvo a reírme, dos veces en menos de una hora, esto debe ser un récord.
—Nah —respondo, omitiendo que espero que Sofia también se una a
nosotros para que puedan conocerla de nuevo—. Sólo los echo de menos.
—De acuerdo, haré unas llamadas —dice.
—Tantea el terreno —imito a mi tío Matthew.
Se ríe.
—Nos pondremos al día este fin de semana, sí —dice—, ahora voy a hacer
feliz a tu madre con la noticia.
—Gracias, papá —le digo mientras aparco el auto—, por todo.
Me dice que me quiere antes de colgar y yo salgo del auto y entro en mi casa,
espero a que Sofia me llame. Bromeaba antes, si no me llama, sé exactamente
adónde iré mañana por la mañana.
17

Sofia
—Como pueden ver —digo mientras entramos en el gran espacio del local—
, podemos acoger hasta mil personas. —Los novios me miran con ojos grandes—
. Hay paredes que se repliegan en ambos extremos. —Señalo las paredes de
deslizamiento, agrandando el espacio—. O podemos hacerlo más íntimo cerrando
otras dos paredes retráctiles. —Señalo hacia un lado, donde otras dos paredes
están ahora abiertas, pero pueden cerrarse.
La novia pasea por el espacio, mientras yo permanezco a un lado dándole
tiempo. La cabeza me da vueltas desde que entraron. Intento no pensar en la
razón por la que me da vueltas, pero esa razón apareció diez minutos antes que
llegaran los novios. No tuve tiempo de compartimentarlo. Todavía puedo oír su
voz.
Estás preciosa.
Quise darme la vuelta y tirarle el móvil al auto, pero me contuve y fingí que
no me afectaba. ¿Qué demonios me estaba pasando? Pasé dos años
perfectamente bien sin él, y ahora es como si no hubiera perdido el tiempo.
—¿Podríamos volver con nuestros padres? —pregunta emocionada la novia.
—Por supuesto —le respondo—. Incluso podemos hacer un montaje con
mesas para que se hagan una idea. —Mira al novio, que la mira con tanto amor
en los ojos.
—¿Tú qué opinas?
—Creo que si esto es lo que quieres. —Le sonríe aún más—, entonces así
será. —Me mira—. ¿Qué tenemos que hacer ahora?
Asiento y procedo a decirles los siguientes pasos. Se sientan en mi oficina
mientras repasamos un par de cosas. Son más de las siete cuando se marchan,
cierro la puerta y vuelvo a mi oficina para terminar el papeleo. Me siento en mi
escritorio, con la mirada baja, sabiendo que puedo hacerlo por la mañana y que
en este momento sólo estoy dando largas.
Cuando recibí el mensaje el sábado, ignoré el impulso de responderle de
inmediato. Lo dejé y me dispuse a pasar el fin de semana con mi familia. Monté
a caballo, me puse al día con mis primos, fui al bar el sábado por la noche y bailé
hasta que me dolieron los pies. Bebí demasiado, lo que hizo que los recuerdos
que guardaba de él afloraran con toda su fuerza. El domingo lo pasé en la
barbacoa familiar, donde me reí más que en mucho tiempo. Esa noche decidí que
iba a ignorar el mensaje y hacer como si no hubiera pasado nada. Incluso lo borre
para no caer en la tentación de contestarle. En mi cabeza no había nada de qué
hablar, aunque, según mi madre, necesitaba cerrar el tema.
Me quedo mirando el móvil durante lo que me parece una eternidad.
—¿Y si no le mando un mensaje? —me pregunto—. ¿Qué es lo peor que
puede pasar? —Me reclino en la silla y miro por la ventana hacia la oscuridad.
Que aparezca mañana y te obligue a hablar con él delante de las chicas.
Cierro los ojos y decido morder la bala. Es mejor acabar con esto de una vez.
Pienso en mandarle un mensaje, pero entonces estaría esperando a que me
contestara.
Respiro como nunca antes, justo antes de pulsar el botón para llamarlo.
—Por favor, no contestes —le ruego al universo que me ayude. Un timbre se
convierte en dos y mi corazón empieza a latir muy deprisa—. Voy a colgar a los
tres timbrazos —murmuro para mis adentros mientras el segundo timbrazo se
detiene y, en cuanto empieza el tercero, él contesta.
—Hola —dice, con la voz atontada y parece que estuviera durmiendo.
—¿Estás durmiendo? —digo suavemente, sintiendo el cuello caliente
mientras los nervios flotan a través de mí—. Debería haberte mandado un
mensaje. —Las palabras salen de mi boca en lugar de quedarse en mi cabeza.
Él se ríe y algo más pasa dentro de mí, pero no voy a prestarle atención.
—¿Esperabas que no te hubiera contestado?
—No —digo, riendo nerviosamente. Sé que estoy mintiendo y tristemente sé
que él también sabe que era mentira—. ¿Por qué no lo hacemos mañana? —
Intento apartarlo.
—No puedo —dice enseguida, y oigo crujidos desde su lado del teléfono—.
Mañana tengo partido. —Cierro los ojos.
—Podemos hacerlo la semana que viene. —Estoy literalmente tirando de un
clavo ardiendo para cancelar todo esto—. ¿O qué tal la semana que sigue? —Me
balanceo en la silla de un lado a otro, tratando de encontrar aún más razones.
—¿Terminaste? —me pregunta y me detengo a mitad del balanceo.
—Sí. —Empiezo, pero rápidamente añado—: Pero pareces agotado. —Bajo
la voz.
—Estoy bien. Puedo descansar más tarde. —Su voz me produce escalofríos y
me siento mal por no haberle contestado antes. Quizás podríamos haber tenido
esta conversación por teléfono y no cara a cara.
—Matthew. —Su nombre me sale de la lengua con tanta naturalidad. Creo
que es la primera vez que lo llamo así desde que volvió a mi vida—.
Honestamente podemos hacerlo en otro momento. Te prometo que no te dejaré
plantado ni fingiré estar enferma. —Me río entre dientes—. O que alguien ha
muerto.
—No, está bien —dice con firmeza—. ¿Dónde quieres que quedemos?
—No tengo ni idea. —Pienso en sitios en los que podemos quedar. Quizás
podría mencionar la casa de Luke, pero ¿y si nos encontramos con gente que
conozco o que conoce a Harlow o a las chicas, y entonces es como noticia de
primera plana?
—¿Quieres venir aquí? —me pregunta. Ya estoy negando con la cabeza, pero
la curiosidad me puede.
—¿Dónde es aquí? —Cierro los ojos al pronunciar las palabras. No es asunto
mío. Desde que se canceló el compromiso, ¿está viviendo en un hotel? ¿Se mudó
de la casa? ¿Ella se mudó de la casa? Hay tantas preguntas que quiero hacer, pero
también sé que no es asunto mío.
—Vivo en la ciudad —responde, y yo jadeo.
—¿Vives aquí? —El asombro en mi voz debe de ser evidente, porque se ríe
de mí.
—¿Dónde creías que vivía? —pregunta.
—No tengo ni idea —le digo la verdad—. La verdad es que no lo había
pensado.
—Tenemos que ponernos al día. —En cuanto oigo esas palabras, se me
revuelve el estómago.
—¿Por qué no lo hacemos en otro momento? —De nuevo intento apartarlo
porque quizás no estoy preparada para ponernos al día.
—Sofia, tienes tres opciones, puedes venir aquí. —Su voz es clara ahora—.
Puedo ir allí o podemos quedar en algún lugar. —Espero cinco segundos para ver
si me va a dar una cuarta opción—. Así que tú eliges, ¿qué va a ser?
Mi pierna empieza a moverse arriba y abajo.
—¿Por qué no vienes a mi casa? —Si vamos a hacer esto, lo haré en mi
terreno. Además, ¿quiero ir a su casa donde probablemente las cosas de Helena
sigan tiradas por la casa? ¿O no?
—¿Estás segura? —pregunta mientras oigo cerrarse una puerta.
—No —respondo con sinceridad—, pero no lo dejaras ir, así que aquí
estamos.
Se ríe.
—¿Puedes enviarme tu dirección? Iré por comida y luego iré a tu casa.
—O podemos tomar un café —sugiero, golpeando mi escritorio.
—Mándame la dirección, Sofia. Te enviaré un mensaje con la hora estimada
una vez que la sepa.
—De acuerdo —digo.
—Esperaré al teléfono mientras la envías.
—¿Qué? —pregunto, sin estar segura de haberle oído bien.
—Sofia, ya eres un riesgo de fuga. —Cierro los ojos, apretando los labios—.
Así que no voy a dejarte ir hasta que tenga tu dirección. U, opción número
cuatro. —Espero—. Te recojo en el trabajo y te llevo a casa.
—Vaya —respondo, sorprendida que me conozca un poco mejor de lo que
pensaba—. Como si no fuera a enviarte mi dirección. Me siento insultada.
—Buena tapadera, Sofia. —Se ríe—. Sigo esperando en mi auto.
—¿Estás en tu auto? —Salgo volando de mi silla—. ¿Cómo? —Busco a mi
alrededor el bolso y me apresuro a salir de mi oficina—. Estabas literalmente
dormido hace cinco segundos.
—Me quedé dormido en el sofá esperando tu llamada —explica—. Luego,
cuando llamaste, me levanté y salí por la puerta. Ahora, ¿voy a buscarte o nos
vemos en tu casa?
Abro los mensajes tecleando su nombre que almacené antes de borrar el
texto.
3216 Elm Street
—Listo —le digo una vez que presiono enviar.
—Entendido. Estaré allí en unos treinta y cinco minutos.
—Nos vemos entonces —le digo, colgando antes que me retenga más tiempo
al teléfono. Salgo corriendo de la oficina, tomo la chaqueta y los bolsos y salgo
volando. Subo al auto y llego a casa en veinte minutos. Durante todo el tiempo,
pienso en cómo va a ser la conversación. Cada vez preparando lo que le voy a
decir.
Aparco en la entrada y subo corriendo las escaleras, marcando mi código.
Dejo los bolsos en la puerta, me quito los zapatos y enciendo las luces del pasillo
y de la cocina. Enciendo también las luces de la habitación contigua y de la
chimenea.
—Oh, vamos —me regaño, apagándola rápidamente—. ¿Por qué no pones
'Let's Get It On'?
Me paseo por la habitación, asegurándome que no haya nada que grite
romanticismo o que quiero acostarme con él.
—¿Por qué iba a pensar que quieres acostarte con él? —Estoy literalmente
teniendo una conversación conmigo misma—. No quiero acostarme con él —me
digo, mientras puedo oír a mis primos riéndose de mí desde el sábado, cuando
dije lo mismo, y en la siguiente frase mencioné lo bonita que era su polla.
—¿Me cambio? —Miro el conjunto que me he puesto esta mañana, justo
antes de salir de casa de mis padres y conducir directamente al trabajo—. Sí, ¿por
qué no te pones algo un poco más cómodo? —Me burlo de mí misma—. Quizás
algo de encaje y una liga. ¡Tienes que calmarte y controlarte! —me digo a mí
misma, entrando en la cocina y tomando la botella de té dulce—. Un trago y
luego tienes que calmarte. Esto va a salir bien.
Desenrosco el tapón de la botella y le doy un trago al té, que arde por un
segundo.
—Ya está, ahora relájate y mantente profesional —me digo, sintiendo que
mis mejillas empiezan a calentarse. Pongo las palmas de las manos sobre ellas y
siento como si estuvieran ardiendo—. ¿Y si cree que te estás acalorando porque
viene aquí? —chillo, corro hacia el lavabo y abro el grifo del agua fría. Me mojo
las manos y las pongo en mis mejillas. Ni siquiera he terminado con la primera
mejilla cuando suena el timbre.
Mi cabeza vuela hacia un lado mientras pienso en no contestar, y es como si
él pudiera oír mis pensamientos.
—Ya estoy afuera, así que no puedes hacer como si no estuvieras —dice, y
yo lo fulmino con la mirada—, y te bloqueé la entrada.
Lo único pensamiento que se me ocurre es:
—Idiota.
18

Matthew
Llamo al timbre con las manos temblorosas. Me miro los zapatos y luego
levanto la mirada, sin oír nada al otro lado de la puerta. Miro hacia atrás, hacia la
entrada, donde he aparcado mi auto justo detrás del suyo.
—Ya estoy afuera, así que no puedes hacer como si no estuvieras —le digo
en voz alta a la puerta, sabiendo que se está debatiendo entre contestar o no—, y
te bloqueé la entrada. —Ella trató de cancelar esto unas quince veces en el lapso
de una conversación de diez minutos—. Me sentaré aquí en tu entrada y comeré
—anuncio a la puerta y entonces oigo girar la cerradura. El corazón me martillea
tan fuerte en el pecho que, en cuanto oigo el ruido, me pregunto si ella será capaz
de oírlo.
La puerta se abre y la veo, y mi corazón se ralentiza de inmediato al saber
que está aquí.
—Estaba en el baño —dice—. Entra. —Se aparta y entro, yendo
directamente al pasillo.
—Me imaginé que te debía una cena —le digo mientras ella cierra la puerta y
camina hasta pararse frente a mí—. Y tal vez una disculpa —intento bromear con
ella, pero por la mirada que me lanza, no lo consigo.
—¿Tal vez? —resopla—. ¿Tal vez? —Se acerca a la puerta y la abre—.
Fuera. —Me señala el exterior.
—De acuerdo, de acuerdo —le digo—. Definitivamente te debo una disculpa
—digo en voz baja—. Te debo mucho más que eso.
Cierra la puerta y cruza los brazos sobre el pecho.
—Continúa. —No se mueve de delante de la puerta.
Sabía que haríamos esto, pero pensé que sería mientras comíamos. Dejo la
comida a mi lado, por si acaso me echa de su casa, al menos va a comer.
—Vaya, así que vamos a hacer esto enseguida —empiezo, mirándola—. Lo
siento.
—¿Por qué? —pregunta, con los ojos entornados. Ojalá me diera una opción
para hablar, pero la he irritado y está dispuesta a entrar en guerra conmigo. Lo
veo en sus ojos, ahora tan oscuros, y lo único que quiero es abrazarla y besarla
hasta que sus ojos vuelvan a iluminarse. También sé, por la mirada que me lanza,
que si lo hago me va a pegar un tiro en el trasero y luego en el pie.
—Por jodidamente todo —admito finalmente.
—Oh, no. —Menea la cabeza—. Tú querías esta charla. Vamos a tener una
pequeña charla. Empecemos con porqué no me llamaste para cancelar los planes.
Cierro los ojos, no quiero hacerlo, pero sé que no tengo elección. Yo me lo
he buscado y es hora de afrontarlo.
—Porque en vez de llamarme y, ya sabes, cancelarlo, hiciste que me
preocupara que estuvieras herido en algún sitio. —La miro porque tiene razón.
Estoy a punto de decírselo, pero levanta la mano—. ¿Y qué haces? ¿Vienes a
casa y me enfado porque no estás en la carretera desangrándote? —Estoy a punto
de reírme, pero mantengo los labios firmes—. No sólo no te estás desangrando,
sino que estás borracho como una puta cuba. ¿Y qué haces tú, Matty? —Ladea la
cabeza y cruza los brazos sobre el pecho. Su pecho sube y baja como si hubiera
corrido una maratón.
Levanto la mano.
—Si quieres hacer esto, llámame por mi nombre. Para ti soy Matthew —le
recuerdo—, y sé lo que hice. La cagué de una forma que ni siquiera puedo
explicar. —Por fin empiezo a hablar, y las palabras me salen como vómito—. La
cagué tanto que no hay palabras que pueda decir para que me perdones. Tienes
que saber, Sofia, que fue el alcohol el que habló.
—¡Rompiste conmigo borracho y al día siguiente me enviaste todas mis
cosas! —me grita—. ¡Al día siguiente! —Levanta las manos—. ¡No puedes
echarle la culpa a la bebida!
—En eso te equivocas —le digo suavemente—. Lo hice esa noche. —Las
palabras salen suaves—. Estaba tan enojado porque te fuiste, que entré en la casa
y empecé a recoger tus cosas. —Sus brazos caen a los lados—. Así que soy aún
más idiota, lo sé. Pero cuando me desperté al día siguiente, todo estaba borroso.
Te lo juro, Sofia, ni siquiera recordaba que había recogido tus cosas. Me desperté
y vi que todas tus cosas habían desaparecido de la mesa auxiliar y luego fueron
volviendo trocitos. Pero entonces iba hacia ti cuando David —digo, su nombre
me hace enarcar las cejas—, llamó a mi puerta y me presentó mi propia caja. —
Ella pone los ojos en blanco—. Sí, David; el mismo David que te dije que tenía
la polla mojada por ti. Me devolvía mis cosas con todas nuestras fotos cortadas
por la mitad.
—¡No lo hizo! —declara ella, sin mirarme—. Y estas perdiendo el punto de
esta conversación. —Me mira—. ¡Me has roto el maldito corazón! —grita a
pleno pulmón, la rabia llena la habitación—. ¡Me has destrozado, mierda!
—¿No crees que rompí también mi propio corazón? —pregunto, odiando
haberla herido tan profundamente—. ¿No crees que me mató tanto como a ti?
—No tengo ni idea —dice suavemente—. Sabes por qué, porque ni siquiera
te molestaste en venir a verme, en venir a hablar conmigo. De hacer nada.
—Intenté llamarte una semana después —le digo—, pero tu teléfono ya
estaba desconectado.
—Mierda, fue desconectado dos días después. Dos días esperando a que
vinieras a verme. Dos días, diciéndome a mí misma, sabes que va a venir, sólo
tienes que esperar. —Ella sacude la cabeza—. Estaba equivocada.
—Hay algunas cosas que he hecho en mi vida de las que me arrepiento —le
digo, tragándome el nudo de la garganta—. Esa noche es la número uno de esa
lista. Perdí lo mejor que me había pasado nunca. Perdí a la mujer que amaba más
que a la vida misma. Perdí la mitad de mi alma esa noche.
—Bueno, la recuperaste. —Se ríe—. Te ibas a casar. —Menea la cabeza—.
No sé qué querías hacer esta noche. No sé por qué importa, para ser honesta,
hemos seguido adelante.
—Lo siento mucho —me disculpo con ella en lugar de decirle que no lo he
superado, no digo las palabras. Dos años después, y una mirada suya y vuelvo a
las andadas—. Siento haberte hecho daño. Siento habernos roto. Lo siento
mucho, diablos —digo en un susurro.
—Llegas dos años tarde —me dice y el corazón se me rompe en el pecho.
—¿No decías siempre que más vale tarde que nunca? —La señalo, esperando
que me lance una cuerda porque estoy en el agua y siento que me ahogo.
—De acuerdo, de acuerdo, acepto que eres un culo de caballo. —Me mira—.
¿Qué quieres?
Todo, mi cabeza grita, pero mi boca tiene el control.
—Que seamos amigos. —Decir las palabras se siente como ácido en mi
boca.
—No voy a ser tu amiga. —Ella niega con la cabeza.
—¿Por qué no? —pregunto, sorprendido—. ¡Soy un buen amigo! —chillo—.
Soy muy buen amigo.
—Ya tengo suficientes buenos amigos —me informa.
—A todo el mundo le vienen bien más amigos. —Me meto las manos en los
bolsillos porque mi polla ha decidido que esta es la parte en la que le demuestro
lo mucho que quiero ser su amigo.
—A mí no, pero gracias. —Ladea la cabeza y con el cabello recogido me da
acceso a su cuello.
—De acuerdo —concedo, caminando hacia la puerta y hacia ella. Veo que
sus ojos se vuelven un poco más claros, e incluso veo la decepción en su cara—.
Gracias por tomarte el tiempo de hablar conmigo. —Me inclino y nuestras
miradas se cruzan antes de besarle la mejilla—. Hasta pronto, Sofia. —Me dirijo
a la puerta y ella no se ha movido del sitio en el que está—. Te he traído una
hamburguesa con queso, tocino y pepinillos fritos. —Abro la puerta, esperando
que me diga que no me vaya, pero la conozco.
Sé que me dejará ir. Me lo merezco. Lo sé. Ella lo sabe. Pero lo que ella no
sabe es que yo no voy a ninguna parte.

Salgo caminando del hielo, y por primera vez en mucho tiempo, dormí como
un campeón. Por supuesto me desperté con la mayor erección de mi vida, incluso
después de ducharme y masturbarme pensando en ella, dos veces.
Cuando entro en la habitación, el sudor me corre por la cara. Pongo el bastón
contra la pared y me dirijo a mi sitio en el banco. Tomo el móvil y veo que tengo
un mensaje.
Rhonda: El paquete ha sido entregado esta mañana y ha sido aceptado por
Sofia Barnes.
Sonrío mientras dejo el teléfono y me meto deprisa en la ducha. Me pongo
unos pantalones cortos y una camiseta con un jersey del equipo. Tomo la gorra
de béisbol, poniéndomela al revés, la cartera y el teléfono.
—Nos vemos esta noche, chicos —digo, saliendo a toda prisa de la
habitación y dirigiéndome a mi auto.
Llego a su oficina veinticinco minutos más tarde; hoy el tráfico era una
locura. Subo las escaleras de dos en dos, abro la puerta y entro. Hay una mujer en
el mostrador.
—Hola, ¿en qué puedo ayudarle? —me pregunta mirándome de arriba abajo.
—Vengo a hablar con Sofia Barnes —le contesto sonriéndole. Toma su
teléfono y la llama. La mujer se da la vuelta para que no la oiga hablar.
Se da la vuelta y cuelga el teléfono.
—Enseguida sale —dice antes de salir de la habitación y bajar hasta donde sé
que está el oficina de Sofia. Oigo sus tacones antes de verla.
Lleva una falda blanca ajustada que le llega hasta la mitad de las pantorrillas,
pero tiene una abertura en la parte delantera que le llega hasta las rodillas, y la
camisa negra que lleva es demasiado corta por delante para mi gusto.
—¿Qué haces aquí? —pregunta sonriendo, pero veo que está enfadada.
Aprieta los dientes.
—Quería asegurarme que recibiste mi regalo —le digo sonriendo. Esta
mañana he ido corriendo a la pista de patinaje por una de mis camisetas y luego
he hablado con Rhonda, de relaciones públicas, para pedirle dos entradas para el
partido de esta noche. Luego le rogué que se asegurara que Sofia las recibiera.
Llegué al hielo con un minuto de sobra. Ahora le debo una camiseta firmada por
mi abuelo.
—Así es. —Me hace un gesto con la cabeza.
—¿Y? —digo, esperando.
—Y nada, ya lo tengo. —Cruza los brazos sobre el pecho, haciendo que sus
tetas se levanten.
Doy un paso más hacia ella.
—¿Irás?
—No. —Maldita sea, es tan guapa—. No me gusta el hockey. Últimamente
me gusta más el fútbol. —Sus ojos se oscurecen cuando miente. Y mueve los
ojos de un lado a otro.
—Estás mintiendo —señalo.
—No estoy mintiendo —resopla.
Cruzo los brazos sobre el pecho.
—Entonces deberías venir para que veas lo que te pierdes. —Me acerco aún
más a ella.
—No lo echo de menos —insiste tan rápido que no tiene oportunidad de
ocultar la mentira.
—Sabes que sé cuándo mientes. —Me río.
—No me conoces, Matthew —declara y acorto la distancia entre nosotros,
poniéndome a su altura.
—Oh, te conozco, nena —le digo suavemente, justo antes de alejarme de
ella—. Nos vemos esta noche —le digo una vez que llego a la puerta—, y ponte
mi camiseta.
Abro la puerta para salir.
—Cuando los cerdos vuelen. —Es lo último que oigo antes que la puerta se
cierre tras de mí.
19

Sofia
Sale y la puerta se cierra justo cuando digo:
—Cuando los cerdos vuelen. —Me quedo mirando la puerta un par de
segundos antes que me invada la ira. Me acerco y abro la puerta justo cuando él
abre la de su auto—. No puedes seguir haciendo esto, Matthew.
Me mira y la mueca de su cara se convierte en una sonrisa que me da ganas
de darle una patada en la espinilla con los zapatos de punta.
—¿Qué es lo que no puedo hacer, Sofia?
—Bueno, para empezar, no puedes seguir apareciendo aquí donde trabajo —
empiezo ahí—, y dos, tienes que parar todo esto.
—Sólo vengo a visitar a una amiga para ver si quiere venir a ver un partido
de hockey. —Cruza los brazos sobre su pecho y desearía que no lo hubiera hecho
porque sus brazos parecen más grandes.
—No soy tu amiga, Matthew —le informo—. Me pediste que habláramos y
lo hicimos, pero es hora que ambos sigamos adelante. —Lo miro fijamente,
esperando ver algo en sus ojos que me diga que ha oído lo que he dicho, pero sus
ojos sólo centellean—. No voy a hacer esto contigo. No voy a jugar a este juego.
—En lugar de darle la oportunidad de responder, agarro el pomo de la puerta y
entro.
—Nada entre nosotros es un juego —dice justo antes que se cierre la puerta,
dándole la última palabra. Pienso en volver a salir y mandarlo a la mierda.
—¡Hijo de puta! —grito, y ahora oigo el sonido de tacones chasqueando en
su camino hacia mí. Salen del pasillo de una en una. Todas miran a su alrededor.
—¿Qué está pasando? —Shelby pregunta como si no tuviera ni idea, cuando
en realidad probablemente lo sabe todo.
—Nada. —Sacudo la cabeza y vuelvo a entrar en mi oficina. Sé que no he
dicho nada, pero también sé que no me van a dejar marchar, así como así. Entro
en mi oficina y veo el jarrón de tulipanes que me entregaron junto con la caja
blanca en la silla. Ni siquiera tuve la oportunidad de abrir la caja, todo lo que
hice fue abrir la tarjeta que estaba en las flores. Honestamente pensé que eran de
mi papá, así que abrí el sobre toda feliz hasta que leí la maldita nota.
Sofia,
Espero que puedas venir.
Tu amigo
Matthew
Decir que estaba sorprendida era quedarse corta, cuando se fue de mi casa
anoche, sentí como si hubiéramos roto de nuevo. Recogí la bolsa de comida antes
de entrar en la cocina. La metí directamente en la nevera antes de apagar todas
las luces y subir las escaleras. Estaba entumecida, por no decir otra cosa,
mientras la conversación que habíamos tenido sonaba una y otra vez en mi
cabeza. Era una conversación que llevaba dos años gestándose. Era una
conversación que había reproducido en mi cabeza una y otra vez durante dos
años. Le dije lo idiota que era y cómo me había roto el corazón.
Para lo que no estaba preparada era para su versión de la historia. Durante los
últimos dos años, pensé que no le molestaba. Pensé que no le afectaba tanto
como a mí, pero la forma en que me dijo:
—Hay algunas cosas que he hecho en mi vida de las que me arrepiento, y
esa noche es la número uno de esa lista. Perdí lo mejor que me había pasado
nunca. Perdí a la mujer que amaba más que a la vida misma. Esa noche perdí la
mitad de mi alma. —Pensé que mis piernas se habrían rendido en ese mismo
momento.
Todo el mundo dijo que no había cierre. Bueno, ahora tenemos un cierre. La
puerta está cerrada y bloqueada. El libro está cerrado, y ambos podemos seguir
adelante. Excepto que algo me dice que esto está lejos de terminar.
—¿Recibiste flores? —pregunta Clarabella cuando entra y va a sentarse
tranquilamente.
—Sí —digo, señalándolas—. Y algo ahí dentro —le digo mientras toma la
caja blanca y la agita de lado a lado.
—Podría ser una bomba —se burla Presley, riendo entre dientes—. ¿Sabes lo
que no es? —Espera a que digamos algo—. Su polla.
—Definitivamente no es su polla —declara Shelby, y yo la miro
boquiabierta—. Lo he visto, debe tener un gran paquete para andar con toda esa
arrogancia. —Pongo los ojos en blanco porque Matthew Petrov es el dueño de su
fanfarronería y, de hecho, lleva las cosas a otro nivel por debajo del cinturón.
—Bueno, ¿vamos a abrirlo o vamos a jugar a las adivinanzas todo el día? —
Clarabella pregunta mientras me entrega la caja.
—Probablemente sea algo para irritarme los ovarios. —Agarro la caja y
deshago el lazo de satén de la parte superior antes de abrir la parte superior de la
caja y mover el papel de seda blanco a un lado—. Dios mío —digo, mirando la
camiseta blanca.
—¿Es una camiseta de hockey? —pregunta Clarabella, tratando de torcer los
labios para no estallar en carcajadas.
—Por desgracia —confirmo, dejando la caja en el suelo y sacando la
camiseta. No tengo que darle la vuelta para ver que tiene su nombre en la
espalda.
—¿Qué está pasando? —Presley me mira, luego vuelve a la camiseta y
después a las flores.
—Nada —respondo, volviendo a meter la camiseta en la caja—. Menos que
nada. Me envió flores y entradas para el partido, y al parecer eso.
—¡Código púrpura! —grita Shelby.
—Estamos todas —afirma Clarabella, y luego se gira hacia mí—. ¿Te vas a
poner esto?
—¡Ni de broma! —grito—. Ni siquiera voy a ir al partido.
—Oh, aquí vamos —empieza Clarabella—, vas a ir al partido esta noche.
La miro fijamente, con las cejas fruncidas.
—Oh, no, no voy. —Sacudo la cabeza al mismo tiempo.
—Eso sí, no bebas nada de alcohol porque podrías acabar acostándote con él
—me aconseja Shelby—. Yo bebí en mi falsa luna de miel, y bueno, tuvimos
sexo. Mucho.
—Yo bebí cuando me escapé de mi boda —añade Clarabella—.
Definitivamente tuvimos sexo esa noche.
Miro a Presley, que se ríe.
—Tuve sexo todo el tiempo, no había necesidad de beber.
—Estabas borracha la primera vez que le pediste que te quitara tu virginidad
—le recuerda Clarabella.
—Oh, sí —recuerda Presley—, definitivamente no tomes alcohol.
—No voy a ir, así que eso no es un problema —les digo a todas.
—Si no vas, él sabrá que te ha sorprendido —dice Shelby, cruzando los
brazos sobre el pecho.
—Si voy, él gana —respondo.
—A menos que vayas y le hagas comer su corazón —anuncia Clarabella.
—No quiero ir. —Las palabras salen de mi boca antes que mi cabeza diga: si
quiero ir—. Hablamos anoche. —Les cuento los pequeños detalles con los que
estoy segura que van a volar, y en cuanto digo las palabras, todas jadean. Levanto
la mano para que dejen de hablar—. Se acabó. Él ha dicho lo suyo. Yo he dicho
lo mío y seguimos adelante. —Las miro a las tres y estallan en carcajadas—.
¿Qué?
—Ha estado aquí cuatro veces desde que rompió con su novia. —Shelby
ladea la cabeza.
—En realidad, su prometida —le recuerdo—. Estaba comprometido hace
menos de una semana, ¿y ahora quiere meterse en mi espacio y desarraigar mi
vida? —grito, sacudiendo la cabeza—. Ni de broma. A la mierda.
—Vas a ir —afirma Clarabella—, aunque sólo sea para decirle que no lo
necesitas.
—Acabo de decirle que no lo necesito. —Señalo detrás de mí, hacia la
ventana—. Así que no tengo que ir.
—Esa fue una danza de apareamiento si alguna vez vi una —declara
Clarabella—. Parecía que iba a follarte contra la puerta, con o sin nosotras
mirando por la ventana.
—¿Danza de apareamiento? —digo, sin estar segura de haberla oído bien—.
Le estaba diciendo literalmente lo mucho que lo odiaba.
—Eso sólo lo excita aún más. —Presley se ríe—. Solía decirle a Bennett al
menos una vez al día que no éramos pareja.
—Pero todo el mundo sabía que lo eran —comenta Shelby—. A la única que
engañabas era a ti misma.
—Señoritas —digo en voz baja—, no voy a ir.
—Tienes que hacerlo —dice Shelby, que suele ser la voz de la razón entre las
tres.
—No tengo con quién ir —digo finalmente—, y no voy a ir sola a un partido
de hockey.
Clarabella levanta el dedo antes de caminar hacia la puerta. Asoma la cabeza
por la puerta.
—Addison —llama a la nueva recepcionista que ha empezado a trabajar aquí
esta semana. Con la expansión del negocio, necesitábamos contratar a alguien
que hiciera la mayor parte del papeleo y devolviera las llamadas.
Addison entra en la habitación y nos mira a todas, se le cae la sonrisa de la
cara.
—¿Algún problema? —pregunta mientras se coloca el cabello rubio detrás
de la oreja.
—¡No! —gritamos todas al mismo tiempo, y el ceño fruncido vuelve a
convertirse en sonrisa.
—¿Ese tipo que acaba de estar aquí? —le pregunta Clarabella.
—¿El caliente? —pregunta, y lo único que puedo hacer es poner los ojos en
blanco. No está tan bueno, y no sé por qué me molesta que ella piense eso.
—Sí, él —confirma Clarabella, girándose hacia mí para sonreírme como si
hubiera aclarado su punto.
—No está tan caliente. —Levanto las manos.
—Ahora estás mintiendo, diablos. —Shelby me señala—. Addison, ¿qué vas
a hacer esta noche?
La mira a ella y luego a mí.
—Probablemente colorear un poco y luego quizás algo de plastilina, y sí, es
realmente una noche loca pinturas. —Sonríe. Su hija tiene cuatro años y ella es
madre soltera, y por lo que dijo, el padre no está involucrado en absoluto.
—Esta noche no. Vas a ir a un partido de hockey —le dice Shelby, y sus ojos
se agrandan.
—Um —dice ella—, muchas gracias, pero no tengo niñera. —Tuerce los
dedos delante de ella—. Y no tengo el dinero extra para contratar a alguien.
—Yo la cuidaré —dice Shelby con una sonrisa—. Las niñas se lo pasan muy
bien cuando están juntas. —Los ojos de Addison se agrandan aún más.
—No he salido sin ella desde que nació. —Echo la cabeza hacia atrás,
sintiéndome como una idiota ya que soy yo quien arruinará su única salida
nocturna.
—Esto es una locura —digo finalmente en voz alta—. ¿Vamos a olvidar que
estaba comprometido hace menos de una semana?
—Déjame preguntarte algo —dice Shelby, y por su tono, tengo la sensación
que va a venir por mí con armas de fuego.
—¿Cómo estuvo durante las reuniones de la boda? —Pone sus manos en sus
caderas.
—Muy bien. —Clarabella aplaude, señalando a Shelby.
—Era como cualquier otro novio —miento entre dientes. Cruzo los brazos
sobre el pecho, una mirada y pueden ver a través de mí—. De acuerdo, se
despistó un poco, pero sólo porque era incómodo que su ex estuviera planeando
su boda. —La miro—. ¿Cómo crees que se sentiría Ace si tú estuvieras
planeando su boda?
Clarabella sólo se ríe.
—Ella estaría quemando esa maldita iglesia. —Mira a Shelby—. Ni siquiera
intentes mentir.
—Ni siquiera voy a intentarlo —dice Shelby—. ¿Has hablado con él de lo
que pasó con la prometida?
—No. —Jadeo—. Ni una parte de mí quiere saber nada de su relación con su
prometida. —Las miro.
—Bueno, otra razón para volver a hablar con él —dice Clarabella.
—Se acabó —les digo y miro a Presley, que es la más sensata en este
momento—, todo.
—¿Entonces no iremos al partido esta noche? —pregunta Addison, y yo me
limito a mirarla.
Respiro hondo, mirando las flores y las entradas.
—Sólo al partido. —Miro a todas chillando, señalando la camiseta blanca—.
Pero no voy a llevar esa puta cosa.
20

Matthew
Las suaves campanadas de alarma me despiertan de mi sueño, justo antes de
tomar a Sofia. Mis ojos se abren en la habitación a oscuras. Miro a mi alrededor
un segundo, asegurándome que fue un sueño y no la realidad.
Me estiro y siento que las sábanas están frías.
—Sólo ha sido un sueño —murmuro, tomo el teléfono de la mesita y apago
la alarma antes de quitarme la sábana y levantarme de la cama. Cuando es día de
partido, siempre duermo una siesta de dos horas durante el día. Normalmente me
cuesta dormirme, pero como no dormí bien la noche anterior, me desmayé en
cuanto acosté la cabeza. También puede ser porque vi a Sofia justo antes de
acostarme, o puede ser que me siento en mi piel por primera vez en mucho
tiempo. No sé explicarlo, pero se lo preguntaré a mi padre este fin de semana
cuando venga.
Pulso el botón para abrir las persianas oscuras y me dirijo al vestidor. La
mitad está vacío, claro, porque es muy grande. Me doy la vuelta, me dirijo al
perchero y tomo un traje azul. Lo descuelgo de la percha y lo coloco en la isla
con cajones que hay en medio de la habitación. Deslizo los pantalones fuera de la
percha y me los pongo, me giro para tomar una camisa blanca de botones. La
abrocho hasta arriba, abro el cajón de arriba y tomo una corbata azul oscuro.
Termino de vestirme y me paso las manos por el cabello antes de salir de casa y
meterme en el auto.
Llego a la pista y veo al equipo de cámaras preparado para hacer fotos y
vídeos de la llegada de los chicos. Tomo el móvil y entro, saludando con la
cabeza al equipo antes de mandarle un mensaje a Sofia.
¿A qué hora vas a llegar?
No sé si me va a contestar. Mierda, ni siquiera sé si va a venir. Por la cara
que puso antes al salir de su oficina, tengo suerte que no me haya fulminado un
rayo. Justo antes de dejar el teléfono, le envío una foto de un cerdo volando.
Me desvisto cinco segundos después de llegar, lo que contradice el propósito
de llegar en traje, pero las reglas son las reglas. Hago una parada en la cocina del
equipo, preparándome un batido de proteínas antes de entrar en el gimnasio y
subirme a la bicicleta. Empiezo a pedalear despacio, calentando las piernas, y
decido que voy a hacer stalk en Instagram. Mis dedos ya están tecleando su
nombre. Veo que su perfil es privado y que la foto del circulito es de ella con
otras tres personas, pero no puedo verla ni hacer zoom. Pulso seguir y le envío un
mensaje.
Hola, amiga.
Me río de mi broma, pero también sé lo mucho que se va a enfadar. Dejo el
teléfono mientras miro la enorme pantalla de televisión de la habitación. Acelero
el paso, pero no tanto. Ralentizo el paso antes de levantarme y unirme a algunos
de los chicos para calentar. Cuando llega el momento de ir a vestirme, miro
Instagram para ver si ha aceptado que la siga, solo para que me muestre que
tengo que volver a pedirle que la siga.
—Dios mío. —Me río entre dientes—. Me ha rechazado. —Sacudo la cabeza
y voy a los mensajes, viendo que ella vio el mensaje y me dejó en visto.
El corazón me da un vuelco porque sé lo buena que va a ser la persecución,
pero mejor aún, sé que va a valer la pena cuando la haga mía. Dejo el móvil a un
lado antes de desvestirme y ponerme la ropa. La música de la habitación suena a
todo volumen mientras enfoco mi mente, es hora de trabajar.
Tomo los guantes y el palo y salgo a patinar. Mis patines se deslizan sobre la
superficie brillante; no hay nada como patinar sobre hielo fresco, después del
hielo del estanque, que es lo mejor sobre lo que he patinado nunca. Durante las
vacaciones de Navidad hemos empezado a alquilar casas en el norte donde la
familia patina todo el día. Es lo mejor.
Mis ojos recorren a la gente de pie junto a las tablas, a los aficionados que
sostienen carteles y golpean la ventana. No la veo. Me paro a un lado, esperando
a que alguien me pase el disco antes de patinar hacia el portero y lanzar. Vuelvo
a patinar hacia el lateral cuando miro hacia los asientos para los que ella tiene
entradas, y entonces la veo. Lleva el cabello suelto y mira al frente con una
cerveza en mano. Lo único que le falta es la camiseta con mi nombre.
Todo a su tiempo, me digo mientras espero a que me encuentre en el hielo.
Cuando lo hace, se me dibuja en la cara la sonrisa más grande que jamás he
tenido. Tan grande que me duelen las mejillas. Levanto la barbilla y le sonrío.
Al más puro estilo Sofia, levanta una mano y me hace una seña. Echo la
cabeza hacia atrás y me río a carcajadas antes que se gire para hablar con la
mujer que está a su lado. La misma mujer que vi esta tarde cuando aparecí.
Podría ser peor, podría haber venido con un chico, me digo mientras salgo
patinando del hielo para que lo preparen para el partido.
Patino hasta el centro del hielo, con el sonido del público animándonos.
Sujeto mi palo con ambas manos mientras espero a que el árbitro se acerque con
el disco. Cole, mi hombre central, está preparado. Yo estoy a su derecha y Nick a
su izquierda.
—Vamos a jugar un partido limpio —dice el árbitro a los dos equipos. Pongo
mi palo sobre el hielo y espero a que caiga el disco.
En cuanto el disco toca el hielo, se apaga la música. Cole pierde el cara a
cara y le da el disco a Toronto. El defensa patina el disco hacia la zona neutral y
luego lo pasa por el hielo hacia el lado derecho. Mi palo sale, tratando de
bloquearlo, pero es demasiado corto. Llevan el disco a la zona y preparan su
jugada. El tipo tira a la red, rebota en la almohadilla del portero y va hacia el lado
derecho. El defensa que entra en la zona agarra el disco, se gira y lo pasa al
centro del hielo, pero Cole lo intercepta.
Ya estoy fuera de la zona con él mientras el defensa nos sigue. Acelera en la
zona neutral y me pasa el disco. Lo llevo por encima de la línea azul y se lo paso
a Cole, que está más cerca del portero. En lugar de disparar al portero, me lo pasa
rápidamente y lo meto en el fondo de la red. La luz roja de atrás se enciende al
mismo tiempo que los aficionados se ponen en pie de un salto. Los que están
alrededor del cristal dan una palmada para celebrarlo con nosotros. Levanto la
pierna antes de patinar hacia Cole, saltando sobre él. El público enloquece
mientras miro a Sofia y le levanto otra vez la barbilla. Ella sólo sacude la cabeza
y aplaude. Fútbol, mi trasero, pienso mientras me dirijo al banquillo y patino por
la línea, chocando las manos con todo el mundo.
Terminan los tres periodos y acabamos ganando cuatro a dos. Siempre es un
buen momento después de ganar. Me nombran primera estrella, así que patino
por la pista y lanzo tres discos a las gradas. Guardo el último para su sección, lo
lanzo por encima del cristal hacia ella, pero se lo arrebatan en el aire mucho antes
que llegue a sus manos.
Corro a los vestuarios, tomo el móvil y le envío un mensaje antes que los
medios de comunicación entren en la sala.
Nos vemos abajo.
Pulso enviar, espero un segundo y, cuando no veo que aparecen los tres
puntos, la llamo. Marco su número y me pongo el dedo en la otra oreja para tapar
el ruido de los chicos mientras salgo al pasillo, donde hay menos ruido. Al cabo
de tres tonos, contesta.
—Hola —dice, y oigo a la gente a su alrededor.
—¿Dónde estás? —le pregunto.
—Intentando salir de aquí. —Se ríe—. ¿Dónde estás?
—Estoy en los vestuarios —le digo—. Ven a verme.
—No tientes a la suerte —dice riéndose.
—Vamos, tengo que darte las gracias por venir. —Miro a mi alrededor—.
Además, tengo un disco aquí para ti. —Se ríe—. Ve hacia la escalera mecánica
que lleva al piso de abajo —le indico—. Una vez allí, sigue las señales que te
llevan a medios.
—Ugh —gime, y oigo crujidos en su extremo—. Cinco minutos, tengo que
estar en un sitio —dice, y aprieto el teléfono con más fuerza.
—Nos vemos pronto —le digo y cuelgo antes de enojarla haciéndole un
millón de preguntas sobre con quién ha quedado.
Me quedo aquí, en la entrada del pasillo de los medios de comunicación,
oyendo pasar a algunos aficionados, con la espalda apoyada en la pared. Las
gotas de agua de mi cabello caen sobre mi camiseta. Asomo la cabeza y entonces
la veo caminando por la esquina con esa chica, las dos hablando y riendo juntas.
Tengo la oportunidad de mirarla sin que se dé cuenta y ahora todo tiene sentido
para mí. Todo lo que me dijo mi padre cuando le pregunté cómo sabía que mi
madre era la elegida.
No se supone que pienses que has encontrado a la elegida. Se supone que lo
sabes. Si es la elegida, no hay preguntas. No hay dudas, simplemente lo es. No
hay dudas cuando sabes que es la elegida.
Tiene toda la puta razón. No es nada que pueda explicar. No es como si
estuviera escrito en un libro o luces intermitentes lo señalan. Simplemente lo
sabes, y aquí de pie, mirándola, se me aprieta el estómago, se me contrae el
pecho y siento que puedo caminar sobre el agua.
Debe de sentir que la miro porque gira la cabeza hacia mí. Mira a su
alrededor y levanta un dedo para decirme que espere un momento, mientras
señala hacia el baño de mujeres. Asiento y desaparece de mi vista.
—Maldita sea. —Oigo a mi lado, y veo a Brady, de Toronto, de pie y con el
uniforme. Lo único que le falta son los patines. El vestuario del rival está justo al
lado de donde estoy—. ¿Quién es la chica? —Cruza los brazos sobre el pecho.
—Vete a la mierda, Brady. —Hago un gesto con la cabeza hacia su
vestuario. Brady se ríe en mi cara y aplaude.
—Si fuera tuya, ¿tendrías que mandarme a la mierda? —Golpea al oso con
un palo. Me pongo de pie, mano a mano con él, pero como aún llevo los patines
puestos, soy más alto que él.
—Déjame que te lo explique con palabras que vayas a entender —digo entre
dientes apretados. Un par de personas de Toronto han asomado la cabeza fuera
de la habitación—. Si te acercas a ella, me aseguraré que comas de una pajita
durante los próximos cuatro meses.
Se ríe entre dientes y está a punto de decir algo cuando sale el capitán del
equipo y agarra a Brady por la camiseta.
—Ve a cambiarte —le dice a Brady.
Lo miro fijamente a los ojos.
—¿Te ha quedado suficientemente claro? —Brady me mira una vez más
antes de darse la vuelta y volver a la habitación. En cuanto se aleja de mí, me doy
cuenta de otra cosa, que me sorprende aún más: mi tío Matthew tenía razón en
todo.
21

Sofia
Tiro de la cadena y salgo para lavarme las manos al mismo tiempo que
Addison vuelve corriendo al baño. Pongo la mano debajo del dispensador de
jabón y estoy a punto de lavarme las manos cuando veo su cara.
—Creo que deberíamos irnos —me apremia mirando por encima del hombro
y temo que le haya pasado algo.
Pongo las manos bajo el chorro de agua para quitarme el jabón.
—¿Va todo bien? —pregunto antes de acercarme y tomar papel de estraza
del dispensador y secarme las manos.
—No deberíamos salir —dice y mira hacia la puerta.
—¿Por qué? —le pregunto.
—¿Conoces bien a tu chico? —pregunta, bajando la voz mientras se retuerce
las manos delante de ella.
—No es mi chico —la corrijo, y ella se limita a poner los ojos en blanco.
—De acuerdo, bueno, el chico que te quiere y tú lo quieres a él —afirma—.
Amenazó literalmente a un hombre que preguntaba por ti.
—¿Por qué? —jadeo, sorprendida—. ¿Qué?
—Va a estar comiendo de una pajita. —Mi boca se abre para decir algo, pero
no sale nada. Ahora se abanica—. No he estado con nadie desde que concebí a
mi hija, pero si no estás interesada en él... —Me guiña un ojo, haciéndome
fulminarla con la mirada.
—Esto es una locura —resoplo, controlándome antes de darle una patada en
la espinilla por siquiera pensar en Matthew de esa manera.
Salgo y veo que está esperando con las manos en la cadera. Levanta la vista
cuando me oye llegar.
—Bien, ya estás aquí —dice—. Tengo que ir a hablar con la prensa. —
Señala con el pulgar hacia atrás—. ¿Pero quieres ir a comer?
¡Sí! grita mi cabeza, pero mi boca dice:
—Mañana tengo que trabajar. —Me giro hacia Addison—. Y tengo que
llevar a Addison a casa.
—Bien —refunfuña, mirando a su alrededor—, entonces dame diez minutos
y te acompaño. —La mirada en su cara es una que no creo haber visto antes.
—No necesito que me acompañes —le aseguro, y él se me queda mirando,
con los dientes rechinando.
—Bien, entonces me iré contigo ahora. —Se agacha para empezar a
desatarse los patines—. Pues que me multen por no hablar con la prensa. —
Levanta la vista una vez desatado uno de sus patines.
—Dios mío, eres un idiota —digo en voz alta.
—¿Eso es un sí? —pregunta, y su boca pasa de una mueca lateral a una
sonrisa. Todavía tiene el cabello mojado por el juego.
—Es un no tengo elección. —Levanto las manos y veo a algunos jugadores
salir de la habitación. Uno de ellos se queda mirándome y Addison me da un
codazo.
—Bien. Voy a cambiarme y a reunirme con la prensa.
—Y dúchate —le digo—, apestas a queso enmohecido y a pies. —Me
abanico la nariz.
—De acuerdo, ¿qué tal si dejas a Addison? —Le hace un gesto a Addison—.
Encantado de conocerte.
—Gracias —dice Addison—, por las entradas para el partido. Me lo he
pasado muy bien.
—Cuando quieras —responde—, siempre y cuando traigas a esta chica. —
Me señala.
—Estoy aquí mismo —le digo, agitando la mano delante de su cara, y él se
ríe—. Voy a llevar a Addison a casa, y luego no sé, supongo que puedes
mandarme un mensaje.
Me mira durante lo que parece una eternidad, mis pies quieren dar un paso
adelante hacia él y besarlo bajo su barbilla. Hace mucho que no lo veo en acción,
y juro por Dios que en cuanto lo vi patinar, me brotó un chorro de mi vagina.
—Mirada de cinco segundos —dice, y no puedo evitar soltar una carcajada.
—Lo que tú digas, Matty —digo su apodo más para molestarlo que para otra
cosa.
Me fulmina con la mirada.
—Los chicos suelen ir al Luke's Bistro —dice—. ¿Sabes dónde queda?
Me río.
—Es el lugar del marido de Clarabella.
—Bien, así la gente sabrá que no debe meterse contigo —afirma, mirando
por encima del hombro—. Bernard —llama al tipo que está hacia la puerta con
un traje azul, el tipo se acerca a nosotros—. Bernard, esta es Sofia, mi —me mira
y mis cejas se alzan—, amiga, y Addison, mi otra amiga.
—Encantado de conocerte —le digo asintiendo, preguntándome qué está
pasando.
—¿Crees que puedas acompañarlas hasta su auto y asegurarte que nadie...?
—dice, y yo me doy la vuelta sin dirigirle la palabra—. ¿Adónde vas?
—Lejos de ti —digo por encima del hombro, Addison se apresura a seguirme
el paso—. Adiós, Matty.
—¡Matthew! —grita su nombre—. Mándame un mensaje cuando subas al
auto y vayas en camino.
—Por supuesto que no —replico, sin molestarme en volver a mirarlo
mientras nos dirigimos hacia las escaleras mecánicas—. Es tan exasperante —
digo, mirando a Addison—. ¿Estás bien? —pregunto, y ella sacude la cabeza y se
ríe, mirando hacia abajo.
—Clarabella dijo algo sobre un baile de apareamiento el otro día —dice
cuando llegamos a la planta superior por donde entramos. Sigo las indicaciones
hacia el aparcamiento, donde todavía quedan algunos aficionados y los
trabajadores de los puestos de comida que están cerrando—. No lo entendía del
todo, pero ahora, después de ver eso —Mira por encima del hombro—, lo
entiendo.
—Ugh —me quejo mientras caminamos hacia el estacionamiento—.
Matthew y yo tenemos historia.
—Por lo que parece —dice—, no creo que sea historia.
—Rompió conmigo estando borracho hace dos años —le digo, y ella deja de
caminar—, y luego hace un par de meses me contrató para planear su boda con
su prometida.
—Tuve una aventura de una noche y acabé teniendo un bebé —dice por fin,
y a mí casi se me salen los ojos de las órbitas—. Conocí a un tipo en un bar.
Estaba buenísimo. —Sonríe—. Tuve el sexo más caliente de mi vida con él.
Luego me desperté y me avergoncé de haber tenido un rollo de una noche y, en
vez de quedarme a hablar con él, hice el camino de la vergüenza a las seis de la
mañana. Seis semanas después, estaba embarazada, y cuando volví para
decírselo, se había mudado y se había ido.
—Dios mío —digo llevándome la mano a la boca—. Bien, tú ganas.
—Sí, gané —declara—. Tengo la mejor hija que podría tener. Avery es toda
yo solo que con la cara de su padre —dice con tristeza—, y durante el resto de mi
vida me aseguraré que nunca sienta que se ha perdido algo por no tener un padre.
Me acerco a ella y la abrazo.
—Si te hace sentir mejor, yo no conocí a mi padre hasta los cinco años —
jadea—. Él y mi madre tuvieron una aventura de una noche antes que él se fuera
al ejército, y entonces, sorpresa, salí yo. Cinco años después, ella volvió a la
ciudad porque su abuelo había muerto y mi padre también estaba de vuelta en la
ciudad.
—Vaya —dice Addison.
—Sí, además he conocido a Avery y es la niña más genial que he conocido
nunca. Y tengo mucha práctica con mis primos —le aseguro mientras deslizo mi
brazo entre los suyos—. Quiero que me prometas algo.
—Oh —dice Addison—, no le diré a nadie lo de esta noche.
—Eso me importa una mierda. Quiero que me prometas que, si alguna vez
necesitas ayuda, vendrás a mí.
Ella baja la mirada.
—Gracias —dice en voz baja—. Mis padres me repudiaron cuando tuve a
Avery. —Me llevo la mano al pecho—. Se negaron a tener una hija que tuvo un
hijo fuera del matrimonio.
—Addison —murmuro suavemente, mi corazón literalmente se rompe por
ella.
—Mi hermana y mi hermano. —Se seca una lágrima, y ahora me siento
como una idiota por hacerla sentir mal—. No querían enojar a mamá y papá, ni
que les quitaran el fondo fiduciario, así que les pareció más fácil fingir que yo no
existía. Cuando tuve a Avery, la vestí con el vestido más bonito que encontré y
fui a verlos. Pensé que, en cuanto la vieran, entrarían en razón. —Sonríe entre
lágrimas—. Ni qué decir, ellos me cerraron la puerta en las narices y fingieron
que ni siquiera estaba allí.
Cruzo los brazos sobre mi pecho.
—Perdona, pero son unos idiotas —le digo—, y no se merecen tenerte a ti ni
a Avery en sus vidas.
—Gracias —me dice—. Conseguir este trabajo significaba todo para mí. Ser
parte de un equipo y no sólo un número.
—No eres sólo un miembro del equipo —le explico—. Ahora eres de la
familia. Quiero decir, disfuncional, pero aun así.
—Lo acepto —responde mientras nos subimos al auto. Arranco el auto y ella
se queda mirándome.
—¿Qué? —pregunto, y ella ladea la cabeza.
—Tienes que mandarle un mensaje diciéndole que te has subido al auto —
me recuerda, y yo la fulmino con la mirada.
—Si crees que voy a hacer lo que él me diga, te lo estás pensando muy mal.
—Sacudo la cabeza—. Tiene suerte que vaya a quedar con él, y la única razón
por la que voy a quedar con él es porque probablemente aparecerá en mi casa o
en el trabajo.
Se ríe a mi lado.
—Esto va a ser divertido —dice, aplaudiendo.
Sacudo la cabeza y no me molesto en discutir con ella. La dejo en casa de
Shelby, donde ha dejado su auto y a Avery. Salgo de la entrada y suena mi
teléfono. Miro la consola central y veo que me llama Matthew.
—¿Llamas para cancelar? —le digo alegremente, y él se ríe.
—Llamo porque no me has mandado ningún mensaje —resopla—. ¿Dónde
estás?
—¿Dónde estás tú? —respondo a su pregunta mientras me dirijo a la ciudad.
—Acabo de salir de la ducha —responde en realidad—. ¿Estás en el
restaurante?
—No lo estoy —le digo, y ni siquiera espera a que le responda.
—Ok, iré a tu casa —murmura y me río de él.
—Voy de camino al restaurante, no te pongas así.
—Ok, salgo en diez minutos, nos vemos allí.
—Sí, sí —le digo y le cuelgo. Entro en el aparcamiento al mismo tiempo que
Luke sale.
—¿Qué demonios haces aquí? —me pregunta cuando salgo del auto,
mirando su reloj—. Son las diez de la noche en un día de escuela.
—Lo sé —resoplo—. He quedado con un amigo.
—¿El jugador de hockey? —pregunta, y me quedo boquiabierta.
—¿Es que no hay nada sagrado? —Cruzo los brazos sobre el pecho y él se
ríe.
—El restaurante está cerrado para el equipo. —Se ríe entre dientes—. Pero
Clarabella dijo que fuiste al partido esta noche. —Mira a su alrededor—. Le
interesaría mucho saber que has venido aquí. —Empiezo a hablar y él levanta la
mano—. Eso te lo guardo para que se lo cuentes tú. —Se acerca y me besa la
mejilla—. Ve por atrás para que nadie te vea entrar.
—Gracias —digo, caminando hacia la puerta trasera. Sonrío a los cocineros
mientras me dirijo a la parte delantera, deslizándome sobre un taburete en la
barra.
—Si no es Sofia —dice Anthony, el camarero—. Mi noche acaba de pasar de
apestosa a increíble. —Me guiña un ojo y yo me río. Anthony y yo hemos
trabajado codo con codo detrás de la barra un par de veces cuando nos quedamos
atrapados en el local y tuvimos que pedir ayuda—. ¿Qué te sirvo?
—Un vino blanco, por favor —le digo y él asiente y se marcha. Estoy a
punto de sacar mi teléfono cuando siento que apartan el taburete que tengo al
lado.
Me giro y lo veo, con el cabello aún húmedo de la ducha. El olor de su
colonia me golpea de inmediato, y de repente, estoy de vuelta en el torbellino que
es Matthew Petrov. Estoy a punto de decirle algo cuando me sorprende con su
pregunta.
—¿Es un amigo tuyo?
22

Matthew
Me quedo así un par de segundos esperando a ver si me contesta, metiendo
las manos en los bolsillos del pantalón antes de hacer algo estúpido como
arrastrarla lejos de aquí y de cualquiera que quiera mirarla. Me mira.
—Anthony y yo somos amigos de verdad. —Sonrío ante su respuesta. En
cuanto accedió a quedar conmigo, volví corriendo a la habitación, di dos
entrevistas que hice a toda prisa y salí corriendo de la ducha sin esperar siquiera a
secarme el cabello. Me metí la corbata en el bolsillo de la chaqueta y salí
corriendo hacia ella. Cuando entré, tardé dos segundos en encontrarla en la barra.
—¿Dónde está la chica? —pregunto mirando a mi alrededor.
—Ha tenido que volver a casa con su hija —contesta, y me alegro aún más
que estemos los dos solos. Es decir, me la habría llevado como hubiera podido.
—Aquí tienes —dice Anthony, acercándose de nuevo. Pone una servilleta
cuadrada blanca sobre la barra antes de colocar la copa de vino blanco delante de
ella. Le sonríe antes de girarse para mirarme—. ¿Te traigo algo de beber? —
pregunta.
—Estoy bien —le digo, en lugar de hacer lo que quiero, que es darle un
puñetazo en la garganta. Me hace un gesto con la cabeza antes de girar de la
barra—. ¿Nos movemos a una mesa? —pregunto, mirando a mi alrededor para
ver que la mayoría de los chicos han salido esta noche. Definitivamente hay más
gente que viene después de una victoria que cuando perdemos. Para mí suele ser
un éxito o un fracaso. Si Sofia no estuviera aquí, me habría ido a casa, pero nada
me habría impedido hablar con ella.
—Sí. —Ella asiente, toma su bolso y levanta la mano para Anthony, que
vuelve a acercarse. Él camina como si estuviera en una pasarela, y si antes
pensaba que lo odiaba, me equivocaba—. ¿Me das la cuenta?
—Yo la pago —le aseguro—. Vamos a la mesa. La pagaré al final.
—No hay problema —dice Anthony—. Además, esa la invito yo.
¿Conoces esos dibujos animados en los que ves al tipo al que golpean en la
cabeza con una sartén una y otra vez hasta que ve estrellas? En eso pienso
cuando dice esto.
—¿No eres el más dulce? —Sofia juega con él y tengo que morderme la
lengua—. La próxima vez invito yo.
Eso no va a pasar nunca, casi digo en voz alta, pero en vez de eso le pongo
la mano en la parte baja de la espalda, guiándola hasta un reservado en la parte de
atrás del restaurante. Ella se sienta en el reservado y yo me quito la chaqueta y la
dejo en mi lado del reservado antes de sentarme frente a ella. Me subo las
mangas de la camisa hasta los codos después de desabrochármelas.
—¿Has comido? —pregunto mientras miro el menú que había sobre la mesa
antes de sentarnos. Normalmente alquilamos todo el local, así que nadie se nos
acerca mientras disfrutamos de la comida.
—Me comí un perrito caliente en el partido —dice tomando su copa de
vino—, y un pretzel. —Toma un sorbo y mira a su alrededor.
La camarera se acerca a la mesa.
—Hola, soy Suzanna. ¿Puedo servirles algo?
—Tomaré el salmón a la plancha con verduras al vapor —le digo, y luego
miro a Sofia, que ahora está mirando el menú.
—Tomaré una ensalada pequeña de la casa y un plato de patatas fritas. —
Levanta la vista y sonríe a la camarera, que la saluda con la cabeza antes de
volver a dirigirse a mí.
—¿Le traigo algo de beber?
—Un agua —le digo, entregándole mi menú para que capte la indirecta y nos
deje en paz. Desde que entré aquí y la vi, lo único que supe es que no quería
compartirla.
—Enseguida —me dice, alejándose de nosotros. Miro a Sofia, que sigue
mirando a su alrededor.
—¿Qué haces? —pregunto, girando la cabeza y mirando a mi alrededor,
preguntándome si ha visto a alguien conocido.
Por fin vuelve a mirarme y golpea con el dedo la base de su copa de vino.
—¿Esto va a ser algo de lo que hablen mañana? —pregunta, y mis cejas se
arquean porque no tengo ni puta idea de lo que está hablando.
—No tengo ni idea de lo que quieres decir con eso —le digo, apoyándome en
el asiento y estirando los brazos hacia atrás.
—Bueno —dice, tomando de nuevo su copa—, no hace mucho estabas
comprometido. —Se lleva la copa a los labios—. Y yo era tu organizadora de
bodas —añade, justo antes de dar un sorbo para dejar de hablar.
—Las cosas cambian. —Es lo único que puedo decir. En realidad, no había
anunciado que el compromiso estaba en marcha. Y si no fuera por la publicación
de Helena en las redes sociales con una foto del anillo, nadie se habría enterado.
—¿Pero lo saben? —Deja su copa y Suzanna se acerca con un vaso de agua
para mí.
—Sí —confirmo, tomando el vaso y acabándome la mitad.
—Déjame preguntarte algo. —Me mira fijamente a los ojos y, por mi vida,
no puedo recordar ninguna época en la que no la quisiera. Lo cual es lo más
extraño porque no la he visto en dos años.
—Puedes preguntarme lo que quieras —le digo. Ahora me toca a mí golpear
nerviosamente la mesa.
—Después de vernos la primera vez. —Inclino la cabeza hacia un lado—.
¿Por qué volviste?
La boca de mi estómago arde con esta pregunta.
—No lo hice —digo finalmente—, no lo tenía planeado. De hecho, en cuanto
salimos de la oficina, me di la vuelta y dije que no usaríamos tus servicios. —Sus
cejas se levantan ante esta declaración—. Helena me dijo en el último momento
que te había reservado una cita.
—¿No intentaste convencerla de lo contrario? —Hace la pregunta cargada.
Es la misma pregunta que Christopher me hizo cuando le dije que íbamos a
utilizar a Sofia. Probablemente será la primera pregunta que me harán mis primos
cuando se enteren.
—Me imaginaba que si lo hacía —Miro a mi alrededor, no dispuesto a
admitir la siguiente parte—, ella querría saber por qué.
A Sofia casi se le salen los ojos de las órbitas.
—¿Así que no sabía nada de mí?
—No —digo la palabra y veo el dolor en sus ojos, justo antes que vuelva a
levantar el muro, haciendo que me duela el corazón. Quiero que me pregunte por
qué. Estoy preparado para que me pregunte por qué. Puede que ella no esté
preparada, pero yo sí. Pero no me hace otra pregunta. En lugar de eso, toma su
copa de vino y aparta la mirada de mí mientras bebe dos tragos.
Estoy a punto de decirle por qué nunca le hablé a Helena de ella cuando
Suzanna se acerca con tres platos. Coloca mi plato delante de mí, luego el plato
delante de Sofia y el plato de patatas fritas en el centro de la mesa.
—Que lo disfruten —nos dice antes de marcharse.
Sofia sigue con los ojos clavados en su plato de ensalada, toma el tenedor
que tiene al lado y lo revuelve en el plato. Yo agarro mi propio tenedor y arranco
un trozo de salmón. Comemos en silencio mientras medito las preguntas que
quiero hacerle. Levanto la vista un par de veces y me doy cuenta que ni siquiera
se está comiendo la ensalada. Sólo está jugando con ella en el plato.
—¿Qué te pasa?
—Nada. —No levanta la vista y, aunque hace dos años que no estamos
juntos, sé que ese tono no significa nada. Significa que está enfadada. Siempre
me encantaba cuando me ponía ese tono. Sabía que la pelea valdría la pena,
porque cuando nos reconciliábamos, era electricidad pura.
—Estoy seguro que no estás actuando como si no pasara nada —digo, no
sabiendo si debería.
—Sólo estoy un poco molesta y confundida, eso es todo —declara
finalmente—. Vienes a verme, no quieres mis servicios, me usas finalmente, y ni
siquiera le mencionas a tu prometida que nos conocíamos. —Ella sacude la
cabeza—. En realidad, olvídalo. Ni siquiera me importa, la verdad. No es asunto
mío. —Le da un mordisco a su ensalada.
—¿Me estás preguntando por qué no le hablé de ti? —Doy un mordisco a mi
salmón, esperando a que me responda.
—En absoluto. En realidad, no me importa. —Sé que es mentira. Ella sabe
que es mentira.
—Bueno, considerando que no acabamos de conocernos... —Me aseguro que
sepa que odio cómo ha salido eso de su boca. Sus ojos vuelan hacia mí—. No le
hablé de ti porque no estaba seguro de qué decir.
—No sé cómo funcionaba tu relación. —Da un sorbo a su vino—. Tampoco
me importa, pero siempre hay que ir con la verdad.
—Nunca mentiría —le digo, agarrando un trozo de zanahoria—, por eso no
le hablé de ti.
—Eso no tiene sentido. —Deja su copa.
—¿No lo tiene? —Doy otro mordisco al salmón, sólo para que mis manos
estén ocupadas haciendo algo en lugar de estar sobre la mesa dándole
golpecitos—. Si le hubiera hablado de ti, habría tenido preguntas. —Miro a
Sofia—. Preguntas que habría tenido que responder. —Levanto las cejas,
preguntándome si entiende lo que digo—. ¿Cómo iba a decirle a mi prometida
que mi organizadora de bodas era la única mujer a la que he amado? —No dice
nada—. ¿Cómo crees que habría ido esa conversación? Porque ella me habría
preguntado si aún sentía algo por ti y la respuesta habría sido sí. —Ella abre la
boca y la vuelve a cerrar, sin que salgan palabras—. ¿Cómo crees que habría
sido? Helena, creo que no deberíamos ir con flores blancas y negras porque
quedan horribles. —Tomo otro trozo de salmón—. Ah, y por cierto, ¿sabías que
Sofia y yo salimos y vivimos juntos durante dos años? —Sacudo la cabeza,
enfadado porque quizás debería haber dicho esas palabras—. ¿Estás saliendo con
alguien? —pregunto justo antes de meterme el trozo de salmón en la boca, con
ganas de darme una patada. ¿He dicho esas palabras en voz alta? ¿Quiero saber la
respuesta? Al mil por cien. ¿Estoy preparado para la respuesta? Por supuesto que
no.
Evito mirarla, no estoy seguro de poder soportarlo.
—Sí —responde con voz alta y tensa. Cierro los ojos mientras la respuesta se
hunde en mi cerebro. En cuanto lo hace, me invade la rabia.
Suzanna se acerca.
—¿Has terminado? —pregunta a mi plato casi vacío, y yo asiento.
—Yo también he terminado —dice Sofia, empujando su plato hacia ella—, y
¿podemos pedir la cuenta, por favor?
—Ya está pagada —dice Suzanna—. Que pasen una buena noche.
Sofia agarra su bolso del asiento y se desliza del banco. Supongo que eso
significa que hemos terminado.
—He terminado —anuncia mientras agarro mi chaqueta con la mano y me
deslizo hasta situarme frente a ella—. No hace falta que te vayas. Puedo salir
sola.
No me molesto en decirle nada, en lugar de eso le tiendo la mano para que
camine delante de mí. Levanto la mano a un par de chicos mientras salgo. Me
entran ganas de meterla en la suya mientras rodeamos el edificio y nos dirigimos
a la parte trasera, donde veo su auto aparcado, pero ella va un paso por delante de
mí.
El sonido de sus zapatos es lo único que hace ruido. Ni siquiera hay otro auto
en la calle.
—Este es el mío —me dice desde la parte trasera del auto.
Me paro delante de ella.
—¿Cómo de serio es? —Inclino la cabeza hacia un lado, esperando a que
responda, deseando como todo lo demás que no lo sea.
—No es asunto tuyo —replica, con los ojos clavados en los míos. Niego con
la cabeza—. Somos dos amigos conversando. —Me echa en cara mis palabras.
Le sonrío, siempre supe que esas palabras volverían para morderme en el culo.
Todo mi cuerpo se llena de nervios. Me aseguro que mis ojos no se apartan
de los suyos cuando digo:
—Lo último que quiero es ser tu amigo y los dos lo sabemos.
Ella baja la mirada un segundo, antes de volver a mirarme.
—Sé un par de cosas. —Cruza los brazos delante de ella—. Una, yo no
quería estar aquí, pero tú no me diste opción. —La mentira sale de su boca tan
suavemente. Los dos sabemos que no tenía que venir aquí esta noche, pero lo ha
hecho, y no sé a quién le voy a deber que esté aquí, pero le pagaré el doble—.
Dos, lo que también sé es que compartimos algo —Ella respira hondo—, hace un
tiempo, pero ahora ya no está.
—¿Y si lo quiero recuperar? —Hago una pregunta capciosa.
Ella resopla, ladeando la cadera.
—¿Crees que voy a ser tu rebote? —Se señala a sí misma.
No puedo evitar soltar una risita, todo mi cuerpo en alerta. Mi mano aprieta
la chaqueta con tanta fuerza que creo que mis dedos se están poniendo blancos.
—Tú no eres el rebote ni la segunda opción de nadie. —Doy un paso hacia
ella, sin importarme lo que dice mi cabeza. En este momento, no pienso en nada
más que en ella. Estoy tan cerca de ella que puedo sentir su aliento en mí—. Eres
la maldita primera opción siempre. —Las palabras salen casi como un susurro.
Dejo caer la chaqueta al suelo y vuelo a sujetarle la cara. Jadea justo cuando
mis labios tocan los suyos y me siento como si acabara de entrar en el cielo.
23

Sofia
Todo sucede en cámara lenta, o al menos eso parece. Un minuto estoy
sentada en la cabina y él está diciendo cosas que necesito compartimentar, y al
siguiente, me está preguntando si estoy saliendo con alguien.
Las putas pelotas de este tipo, literalmente le pidió a alguien que se casara
con él. Ahora me pregunta si estoy saliendo con alguien y si es serio. Quería
clavarle el tenedor en el ojo. La audacia de él, y ahora sus labios están en los
míos y quiero odiarlo y decirme a mí misma que lo aleje. Pero en el momento en
que su lengua se desliza en mi boca, es como la primera vez, excepto que ahora
va a ser peor porque recuerdo lo que es ser besada por Matthew.
Sus manos se apartan de mi cara y se hunden en mi cabello mientras me
acerca aún más a él. Su cabeza se mueve hacia un lado para profundizar el beso y
me olvido de todo. Olvido que estoy enfadada con él. Olvido que quería darle
una bofetada. Mis manos se mueven solas hacia sus caderas y luego suben por
sus costados hasta llegar lentamente a su pecho, donde su corazón late bajo mis
palmas. Nuestros corazones laten casi al mismo ritmo. Quiero apartarlo de mí,
pero me pierdo en el beso. Me pierdo en todo lo que es Matthew Petrov. Es
encantador, es guapo, es divertido, es el amor de mi vida, pero también es el que
me rompió el corazón.
Mueve su nariz contra la mía.
—Matthew. —Su nombre sale como un susurro o una súplica, realmente no
sé ni me fío que me esté tocando.
—Me encanta cuando dices mi nombre. —Su voz también es un susurro,
justo antes de volver a besarme. Cierro los ojos un segundo y me digo que nunca
me he dado un último beso con él, así que este va a ser el último, pero hasta mi
cabeza se ríe de mí. Mi lengua lucha con la suya mientras dan vueltas y vueltas y
vueltas.
Mis manos se separan de su pecho y doy un paso atrás. Sus manos caen del
interior de mi cabello mientras siento un cosquilleo en la cabeza. Aún tengo los
labios húmedos por su beso y ambos nos miramos fijamente. Mis ojos recorren
los suyos y bajan hasta su pecho, donde estaban mis manos.
—Me has besado.
—Tú me devolviste el beso —replica él, sin importarle que me haya besado
afuera, en medio de un aparcamiento donde cualquiera podría habernos visto.
—Me besaste —repito mientras me hormiguean los labios por el beso y
quiero borrar su sabor de mis labios, pero mis manos permanecen pegadas a mi
costado—, en medio de un aparcamiento.
Mira a su alrededor.
—Supongo que fue aquí. —Se inclina para recoger la chaqueta que ha tirado
al suelo.
—Te dije que estaba saliendo con alguien. —Pongo las manos en las
caderas—. Y ni siquiera te importó.
Levanta las manos para que deje de hablar.
—Estabas mintiendo. —Lo fulmino con la mirada—. Cada vez que mientes,
parpadeas más rápido de lo normal. —Señala algo que me estaba esforzando en
no hacer.
—No salgo con nadie en particular —digo una verdad a medias, y él se limita
a mirarme con esa sonrisa tonta que odio.
—Sí, lo estás —declara—. Hasta mañana, princesa Sofia. —Se da la vuelta,
se acerca a su auto, se sube y se marcha.
—¡Hijo de puta! —le grito a la parte de atrás de su auto mientras entro en el
mío y me voy.
Llego a casa y entro dando un portazo.
Maldito imbécil.
Tiro el bolso sobre la mesa antes de subir las escaleras y desvestirme.
Tendría que haberle dicho que aún sentía algo por ti, me burlo de sus
palabras, poniéndome unos pantalones cortos y una camiseta de tirantes. Me
recojo el cabello y entro en el baño para quitarme el maquillaje.
No debería haber ido al partido. Me estoy volviendo loca, pienso. Estoy
teniendo una conversación conmigo misma.
—Debería haberme dejado llevar por mi instinto e ignorarlo. —Me lavo los
dientes después de tirar el paño húmedo a la pila de la ropa sucia—. Ve y
demuéstrale que no te afecta. —Sacudo la cabeza ante las palabras—. Sí, eso me
funcionó muy bien. —Salgo y apago todas las luces antes de deslizarme en la
cama—. Me besó sin pensárselo dos veces. —Me hundo en la almohada—.
¿Estuvo bien? —le digo a absolutamente nadie—. Sí, lo estuvo, pero
probablemente sea porque hace mucho que no beso a nadie. —Me río de mí
misma—. Sí, vamos con eso. Estaba desesperada porque alguien me besara.
Doy vueltas en la cama la mayor parte de la noche, durmiendo sólo un par de
horas. Finalmente, me rindo a las seis de la mañana y agarro el móvil. Al abrir
Instagram, veo que Matthew Petrov ha solicitado seguirme. Una vez más, hago lo
mismo que el día anterior: pulso el botón de borrar. En cuanto pulso el botón de
borrar, entro en su Instagram. Como juega al hockey, no está en privado, así que
puedo merodear por su página y nadie más que yo lo sabe. Me desplazo hasta las
seis fotos que tiene y veo que la última que publicó fue este verano. Es él con su
primo, Christopher, y amplío la foto un poco más para ver que está con el actor
Romeo Beckett. Los tres de esmoquin con la leyenda: Ganó el premio y se llevó
a casa a la chica. Enhorabuena por la boda, Gabriella y Romeo. Deslizo a la
derecha y veo una foto de Gabriella y Romeo en el altar, sus manos juntas, la de
ella en el aire con su ramo, la de él en el aire con el Oscar. Me desplazo hacia
abajo y veo que en ningún post aparece Helena. Ni un post sobre su boda. Ni un
post sobre nada que diga que él tenía novia.
Estoy a punto de entrar en la madriguera del conejo y teclear el nombre de
Helena cuando oigo un suave golpe. Paro de teclear para asegurarme que no lo he
oído en mi cabeza. El sonido se repite, pero un poco más fuerte. Me siento en la
cama, me quito las mantas de encima y me dirijo a la puerta para asomar la
cabeza y asegurarme que lo he oído abajo. Vuelven a llamar.
—¿Qué demonios? —murmuro, bajando los escalones y mirando por la
mirilla—. Dios mío —murmuro mientras mira directamente por la mirilla.
Ni siquiera sé cómo sabe que estoy aquí, pero dice:
—Te he traído café. —Sostiene la bandeja de café en una mano—. Y el
desayuno. —Desbloqueo la puerta, la abro un poco y mi mirada se cruza con la
suya. Su cara se transforma en una gran sonrisa cuando lo recibo. Lleva
pantalones cortos y una camiseta azul con su gorra de béisbol en la cabeza hacia
atrás.
—¿Qué haces aquí?
—Quería desayunar contigo —dice, mis pies se mueven hacia atrás para
abrirle la puerta. Da un paso y se queda mirando mi atuendo. Mis pezones están
duros y se asoman por la camiseta de tirantes que llevo—. Buenos días. —Me
saluda antes de inclinar la cabeza y darme un picotazo en los labios. Entra en
casa y yo cierro la puerta suavemente.
Me miro los pezones, que me hormiguean, y los regaño en voz baja:
—Traidores —antes de seguirle por el pasillo—. En serio —le digo a su
espalda—, no puedes presentarte aquí sin más.
Agarra una de las tazas blancas de café, se gira y me la entrega.
—Si te hubiera llamado y te hubiera invitado a desayunar, ¿habrías dicho que
sí?
—No —respondo, cruzando los brazos sobre el pecho en señal de protesta.
—Exacto, así que he improvisado. —Levanta aún más la taza para que pueda
agarrarla.
—Quizá no deberías —replico entre dientes apretados mientras agarro la taza
blanca.
—Tengo un bagel de todo con huevo y salchicha o de semillas de sésamo
con huevo y bacon —afirma abriendo la bolsa.
—Puedes llevarte los dos y comértelos en el auto. —Le señalo la puerta, pero
él se ríe mientras saca los dos sandwiches de la bolsa y los abre sobre la
encimera.
—Podemos comernos los dos.
—No quiero desayunar contigo, Matthew —le digo señalándolo.
Sí, no quiero desayunar contigo porque quiero que desayunes mi vagina,
grita mi cabeza. Tengo tanto miedo de haber dicho esas palabras en voz alta que
aprieto los labios con fuerza.
—Sólo es un desayuno. —Matthew saca un taburete para mí y luego otro
para él mientras se sienta en él.
—No te vas a ir, ¿verdad? —pregunto mientras mis pies se mueven hacia el
taburete y me subo a él.
—No hasta que comas y hablemos —dice, empujando la comida hacia mí.
—No creo que quede nada de qué hablar —digo, agarrando la mitad de un
sándwich y dándole un mordisco.
—Tenemos que hablar de anoche —replica él, dándole un mordisco a su
propio sándwich.
—¿De qué parte deberíamos hablar? —le pregunto—. ¿Deberíamos hablar
que nunca le hablaste de mí a tu prometida o del hecho que me besaste sin
pensártelo dos veces?
—Si quieres que le hable a Helena de ti, lo haré, y ese beso fue bueno. —Le
da un mordisco—. Genial incluso. —Mastica—. Es el mejor beso que nos hemos
dado.
Sacudo la cabeza.
—Increíble —murmuro antes que mi boca acepte que el beso ha sido el
mejor que nos hemos dado nunca.
—Cuando te volví a ver por primera vez —dice—, sentí como si una caja
que cerré hace dos años se abriera de repente y volviera a ver la luz.
—Espera mientras voy por el violín y me cantas una canción triste —me
burlo de él—. Estabas jodidamente comprometido con otra mujer. —Mi enfado
ahora sale a la luz—. Literalmente le pediste a otra mujer que pasara el resto de
su vida contigo.
—No, no lo hice. —Sacude la cabeza y lo único que puedo hacer es jadear.
—¡Conocí a tu prometida! —grito, apartándome de la isla—. Literalmente,
estaba planeando su boda.
—Pero nunca le pedí que se casara conmigo. —Lo miro fijamente, sin saber
qué demonios me está diciendo—. Fue como si ella dijera que debíamos casarnos
y yo dijera, sí, de acuerdo. Luego nos comprometimos. —Me quedo con la boca
abierta—. Era el siguiente paso. —Se encoge de hombros—. A decir verdad,
primero deberíamos habernos ido a vivir juntos.
—¿No vivías con ella? —pregunto, con la cabeza dándome vueltas con esta
información.
—No. A veces se quedaba a dormir, pero no de verdad —explica y yo no sé
qué decir. En cuanto nos convertimos en pareja, pasábamos casi todas las noches
juntos, si yo no iba a él, él venía a mí. Puedo contar con los dedos de una mano
las noches que no pasamos juntos—. Pensé que era el siguiente paso lógico, pero
rápidamente vi que era un error. Siento haberle hecho daño. —Ahora me mira—.
Lo lamentaré siempre, pero no puedo odiarla demasiado porque eso me trajo de
nuevo a tu vida. —Golpea nerviosamente la encimera con los dedos—. En
cuanto te vi, supe que estaba mal.
—¿Y si no me hubieras visto? —pregunto, mi voz no es más que un
susurro—. Si no me hubieras vuelto a ver, te habrías casado con ella.
—No lo creo —dice como si no hubiera pasado nada—. Desde el principio
sentí algo raro, pero salió a la luz cuando te vi.
—Esto no está pasando ahora. —Me pongo la mano en la frente, intentando
ver si tengo fiebre y estoy delirando.
—Mi familia viene este fin de semana para asistir al partido, y me gustaría
que tú también vinieras —me informa como si no acabara de soltarme una
bomba en el regazo.
—De ninguna manera. ¿Te has vuelto loco? —No sé si se lo pregunto o se lo
digo.
—Podría ser —concede, sonriéndome mientras se levanta—. Sea como sea,
quiero que vengas este fin de semana.
—Tengo que prepararme para ir a trabajar —le digo porque no se me ocurre
nada más que decir. El corazón se me acelera tanto en el pecho que es lo único
que oigo en los oídos.
Se acerca a mí y me mira a los ojos mientras me aparta el cabello de la cara.
—Eres preciosa —me dice en voz baja antes de agachar la cabeza y besarme
hasta que me cuesta recordar de qué acabamos de hablar—. Te llamaré más
tarde. —Frota su nariz con la mía antes de salir y cerrar la puerta tras de sí.
Se va como si lo hubiera soñado todo. Parpadeo un par de veces y estoy a
punto de pellizcarme.
—¿Esto acaba de pasar?
24

Matthew
—Nos vamos el domingo por la mañana hasta el miércoles —dice alguien
desde el otro lado de la sala. Todo el mundo gime, incluido yo—. Partidos
seguidos en Filadelfia y luego en Pittsburgh. Metan en las maletas los gorros y
los abrigos. —Me giro y veo al de relaciones públicas decir—: Nevó hace dos
días.
—La nieve no es tan mala —afirmo, levantándome y poniéndome mi jersey
con el logotipo del equipo en el centro y mi número cuarenta y cinco en la
esquina en números pequeños—. Si está nevando, significa que afuera no hace
bajo cero.
—Buena observación —dice Brock desde su lado del banquillo—. Recuerda
el año pasado, cuando fuimos a Winnipeg, se me congelaron las fosas nasales al
bajar del avión.
Me río de las historias de los chicos sobre cuándo hacía más frío, y tomo mi
teléfono y mis llaves.
—Hasta mañana, chicos —digo, saliendo hacia mi auto. Empujo la puerta de
acero y entro en el aparcamiento subterráneo.
Miro el teléfono, busco su nombre y sonrío al pulsar el botón de llamada.
Abro la puerta de mi auto cuando empieza a sonar el segundo timbre.
—Ugh, hola —dice ella, resoplando.
—Buenas tardes —la saludo con voz alegre.
—¿Qué quieres, Matthew? —me responde, y ya me imagino el ceño
fruncido.
—¿Quieres cenar conmigo? —le pregunto, sabiendo perfectamente cuál va a
ser su respuesta.
—No —afirma sin sorprenderme.
Entorno los labios para evitar soltar una carcajada.
—De acuerdo.
—Adiós. —Cuelga y mi pecho se llena de una sensación de plenitud.
Salgo del aparcamiento y la siguiente persona a la que llamo es mi padre, que
contesta tras el primer timbrazo.
—Hola —me saluda.
—Hola —le contesto, arrancando y yendo hacia mi casa—. ¿Qué tal?
—No mucho, sólo voy a ir a preguntarle a tu madre qué quiere cenar —me
dice—. ¿Y tú? ¿Qué haces?
—No mucho. Voy a casa, a cenar y a ver a Sofia —le digo, esperando a que
diga algo.
—¿Hablaste con ella? —pregunta en voz baja.
—Sí —confirmo, inspirando hondo y soltando el aire—. Creo que ha sido la
conversación más dura que he tenido nunca.
—¿Han aclarado las cosas? —Pienso en cómo responder a esta pregunta
porque no es tan corta y seca.
—Cuando me dijo que le había roto el puto corazón. —Puedo oír su voz en
mi cabeza—. Me odié a mí mismo. —Me trago el bulto—. Yo era el que debía
protegerla y soy el que le causó dolor.
—¿Le has dicho eso? —Mi padre nunca va a juzgarme. Ni una sola vez. Se
va a sentar a hablar las cosas. No le contesto antes que diga—: La comunicación
es clave, Matthew. —Me detengo en la entrada de mi casa y apoyo la cabeza en
el reposacabezas—. Si no le dices lo que sientes, nunca lo sabrá.
—Tienes razón —le digo frotándome la cara con las manos—. Tengo que
contárselo todo y no reprimirme.
—También tienes que prepararte para el hecho que ella pueda haber seguido
adelante —me advierte, y sólo pensarlo me destroza. Con sólo pensarlo, mi
corazón, que antes se sentía tan lleno, ahora se siente como si alguien me hubiera
metido la mano en el pecho y me lo hubiera arrancado—. No es fácil, créeme, lo
sé. —Exhala pesadamente—. Cuando no pude ir con tu madre y tuve que esperar
a que pasara el año, fue el tiempo más largo de mi vida. Saber que ella podría
seguir adelante en cualquier momento me motiva a ser el hombre que ella se
merece. Y ahora míranos —dice, y puedo imaginarme la sonrisa que se forma en
su cara.
—¿No te amenazó con cortarte los huevos la semana pasada? —Me río entre
dientes.
—Lo que significa que me ama con locura. —Él también se ríe—. No
pierdas más tiempo, Matthew.
—No lo haré —le aseguro—. Estoy deseando verte este fin de semana.
—Lo mismo —dice—, ahora me voy a ir a tomar vino y cenar a mi mujer.
—No vuelvas a decirme eso. —Cierro los ojos—. Ahora voy a imaginarlos
teniendo sexo en la cocina.
Se ríe.
—No sería la primera vez.
—Demasiado, papá —le digo—. Te quiero, adiós. —Cuelgo con el sonido de
sus carcajadas.
Salgo del auto y subo corriendo los escalones de mi casa. Abro la puerta, me
quito los zapatos y me dirijo directamente a las escaleras. Me quito el jersey y los
pantalones junto a la cama deshecha y me meto en ella. Pulso el botón para cerrar
las cortinas opacas al mismo tiempo que pongo un temporizador de una hora en
mi teléfono. Apoyo la cabeza en la almohada, cierro los ojos y lo único en lo que
puedo pensar es en Sofia.
Ni siquiera sé si duermo la siesta durante esa hora, lo único que sé es que
suena la alarma y me agarro a ella, apagándola. Me doy la vuelta y abro mi
Instagram, donde busco el nombre de Sofia. Dice que la cuenta es privada y me
da la opción del botón azul para seguirla, otra vez. Pulso seguir, y me avisa que
ha sido solicitada.
Sacudo la cabeza, vuelvo a abrir el registro de llamadas y pulso el logotipo
del teléfono junto a su nombre. Suena tres veces antes que, por fin conteste, y la
verdad sea dicha, pensé que no lo haría.
—Hola —contesta.
—¿Dónde estás? —le pregunto mientras me quito las sábanas de encima y
pulso el botón de las persianas para que entre algo de luz.
—En mi nave espacial rumbo a la luna. —Me deja pasmado y lo único que
puedo hacer es echar la cabeza hacia atrás y reírme.
—Diablos, qué graciosa eres. —Me levanto, sujetándome el teléfono con el
hombro mientras me visto—. ¿Quieres venir a cenar a mi casa? —pregunto,
aunque es una pregunta desperdiciada.
—No. —Ella ni se inmuta con esa respuesta.
—Qué sorpresa. —Me río—. Está bien, iré a verte.
—Ugh, ¿por qué? —me pregunta—. No hay ninguna razón para que
volvamos a comer juntos.
—Tenemos que hablar —le digo, pensando en lo que dijo mi padre.
—Ya lo hicimos —dice ella, su voz se vuelve suave—. Hablamos dos veces,
¿o fueron tres? En cualquier caso, dijimos lo que teníamos que decir.
—Pensé en otras cosas que decir —le informo—. ¿Estás en el trabajo?
¿Quieres que pase por allí a recogerte?
—Si estuviera en el trabajo. —Empieza ella, y me pongo el jersey en la
cabeza—, ¿cómo llegaría mañana al trabajo si me recoges?
Bajo las escaleras y me río entre dientes.
—Te llevaría al trabajo —digo mientras ella gime—. De cualquier forma,
volveré a verte.
—Matthew —refunfuña frustrada.
—Sofia —contesto, mi voz se vuelve suave—, una cena más.
—¿Por qué no te creo? —resopla.
—¿Por qué sigues negándote a que te siga en Instagram? —le pregunto
mientras agarro las llaves y salgo por la puerta.
—Porque no hay ninguna razón para aceptarla. Es para mis amigos muy,
muy cercanos.
—¿Cómo de íntimos tenemos que ser? —pregunto, entrando en mi auto.
—Tienes que saber ciertas cosas sobre mí —me reta.
—Adelante —le digo.
—Color favorito.
—Azul, pero no un azul claro como el cielo, un azul más oscuro como el azul
marino, pero no tan oscuro que parezca negro. —Sonrío cuando no me dice que
me equivoco—. ¿La siguiente?
—¿Comida favorita? —pregunta, sin decirme que mi respuesta era
incorrecta.
—Depende —le digo—. En un día de pereza te gusta casi cualquier cosa que
cocine tu abuela. En una cita tranquila por la noche, te gusta el filete o el salmón.
Cuando sales de copas, sin duda una hamburguesa con queso y bacon, bien
cargada. Cuanto más grasienta, mejor. Te gustan las patatas fritas, tus favoritas
son las crujientes, con ketchup.
—Eres irritante —dice, y no puedo evitar reírme—. ¿Persona favorita en
todo el mundo? —dice, pensando que puede engañarme.
—Si no es tu caballo —digo—, tiene que ser el abuelo Billy o la abuela
Charlotte.
—Adiós —me dice y cuelga en cuanto llego a su casa y veo que su auto está
allí.
Subo corriendo los escalones y llamo al timbre, oyéndola caminar hacia la
puerta.
—La persona que busca no está en casa —anuncia tras la puerta cerrada—.
Váyase, por favor.
Llamo a la puerta.
—Tengo que responder a más preguntas para asegurarme que aceptas mi
solicitud de seguimiento en Instagram.
—Si te acepto, ¿te irás? —pregunta, y yo pongo las manos en el marco de la
puerta inclinándome.
—¿Qué gracia tendría eso? —pregunto cuando oigo girar la cerradura y se
abre la puerta. Está de pie, con unos pantalones holgados y un jersey de manga
larga a juego que le cae por el hombro, que está desnudo y pide ser besado—.
Hola —saludo, entrando antes que me cierre la puerta en las narices.
Cierra la puerta tras de mí y me giro para mirarla. Está de espaldas a la
puerta, con el cabello suelto como a mí me encanta.
—Mierda, eres hermosa —le digo justo antes de tomarla de la cara con las
manos y pasarlas por su cabello. Mis labios bajan hasta los suyos, mi polla se
pone dura en cuanto su lengua toca la mía. Miento. Se me había puesto dura en
cuanto abrió la puerta.
—No puedes hacer eso —dice cuando suelto sus labios, su voz en un susurro
mientras abre lentamente los labios.
—¿Hacer qué? —le pregunto mientras la aprieto aún más. Froto mi nariz con
la suya y me inclino para besarla de nuevo.
—Decir cosas así —me explica—. Decirme que soy hermosa. Besarme
cuando quieras. Los amigos no hablan ni hacen cosas así.
—No soy tu amigo —le aseguro justo antes que mis labios vuelvan a
reclamar los suyos. Esta vez ella arquea la espalda hacia mí y me rodea el cuello
con las manos hasta llegar a mi cabello. Le quito las manos del cabello y le rodeo
la cintura con una mientras la empujo hacia la puerta. Ambos gemimos cuando
ella siente mi polla. La levanto por la cintura y ella rodea mis caderas con las
piernas.
—Sofia —susurro su nombre—, no he venido aquí para esto. —Le muerdo el
labio inferior.
—Entonces, ¿para qué has venido? —pregunta, y veo que sus ojos se han
oscurecido un poco.
—He venido solo para estar contigo —le digo la verdad—. He venido porque
no puedo estar lejos de ti. —Ataco su cuello, succionando—. He venido porque
lo único que quiero es estar contigo. Aguantaré todo lo que me eches, para que lo
sepas. No me voy a ninguna parte, Sofia.
Mis labios chocan con los suyos mientras me doy la vuelta y subo las
escaleras. No sé qué va a pasar, pero sea lo que sea, la quiero tumbada y quiero
poder verlo todo. Avanzo por el pasillo hasta la única puerta abierta, entro y veo
que sin duda es su dormitorio. La cama está hecha, por supuesto, con los cojines
encima. El sillón está delante de la cama.
—¿Cama o sofá? —pregunto, apartando mis labios de los suyos mientras ella
se desliza fuera de mí y se coloca frente a mí.
—Me da igual —dice, colocando las manos en sus caderas y poniéndose de
puntillas para besarme bajo la barbilla antes de deslizar las manos bajo mi
camisa. Mi cuerpo se estremece bajo sus caricias al mismo tiempo que mi cuerpo
se vuelve más vivo que en años. Es como si mi cuerpo estuviera dormido y, con
una caricia suya, volviera a despertar.
—Bésame —susurra, y eso es exactamente lo que hago. Mis labios se
encuentran con los suyos, mi lengua se desliza por los suyos al mismo tiempo
que ella me aprieta la camisa, subiendo la tela por mi pecho. El beso empieza
lento, pero acaba con nosotros luchando por profundizarlo. Me suelta los labios
para quitarme la camiseta por la cabeza—. Uno por uno —sisea mientras mi
mano vuela hasta el dobladillo de su camiseta, se la quito por la cabeza y la veo
allí de pie, sin nada puesto. Sus perfectas tetas se abren ante mí, con los pezones
erectos y suplicando que se los chupe, muerda y tire de ellos.
—Mierda. —Es lo único que puedo decir mientras mis manos suben solas y
palmo una en cada mano. Agacho la cabeza y me meto un pezón en la boca,
mordiéndola justo antes de succionarla entre los labios. Sofia sisea y, cuando
levanto la vista, tiene los ojos cerrados. Paso de un pezón a otro haciendo lo
mismo.
Su mano se acerca a mi cabeza, su dedo empuja la gorra hacia el suelo,
donde está mi camiseta y también la suya. Sigo con la lengua desde su pezón
hasta la mitad de su pecho y bajo por su vientre, poniéndome de rodillas frente a
ella. Beso su vientre, mis manos están en sus caderas y, con un movimiento
fluido, sus pantalones están en sus tobillos.
Lleva las bragas más pequeñas que he visto en mi vida. El encaje blanco me
lo muestra todo, incluida la pequeña pista de aterrizaje que siempre tiene. Mis
manos aprietan sus caderas con fuerza, asegurándose que no va a ninguna parte.
—¿Estás mojada para mí? —le pregunto, con los ojos puestos en su pista de
aterrizaje. Mis manos la atraen hacia mí mientras mi nariz roza su clítoris—.
Quiero saborearlo. —Mi voz es clara y tensa, mi polla se esfuerza por salir y
entrar en ella—. Pero, diablos. —Mi lengua sale para lamerla a través de sus
bragas, el sonido de nuestros gemidos llena la habitación.
—Más —suplica, bajando la cabeza mientras me ve mover la mano desde su
cadera hasta el lateral de sus bragas, apartándolas. Su respiración se entrecorta
justo antes que mi lengua lama entre sus pliegues—. Sí —sisea, justo después
que mi lengua gire en círculos alrededor de su clítoris, una y otra vez, justo antes
de succionarlo. Sus piernas se abren un poco más, dándome más acceso—. Más
—me suplica, y la mano que sujeta su braguita a un lado abre ahora sus pliegues
para que pueda meterle dos dedos—. Sí —vuelve a sisear, mientras mis dedos
entran y salen de ella, y sus caderas se encuentran a medio camino. Su coño
aprieta mis dedos, y maldición, es el paraíso—. Necesito más —dice, y yo sé lo
que necesita. Sofia y yo hacíamos muchas cosas muy, muy bien, pero lo que
hacíamos excepcionalmente bien era no ser tímidos cuando se trataba del
dormitorio.
Si quería que me chupara la polla, sólo tenía que pedírselo. Si ella lo quería
duro y rápido, todo lo que tenía que hacer era pedirlo. Salimos durante dos años
y, al cabo de una semana, me deslicé dentro de ella; desde ese día solíamos tener
sexo dos veces al día, a veces más. Conocía cada centímetro de su cuerpo.
Conocía cada una de sus pecas. Sabía lo que significaba cada caricia y ahora no
era diferente. Lo quería duro y rápido, y yo iba a darle lo que quería.
Me levanté de las rodillas y rodeé su cintura con el brazo, levantándola.
—¿Cómo lo quieres? —le pregunto, mirándola mientras me sonríe.
—Duro y rápido —dice, y yo me río.
—Para empezar, será duro y rápido —le digo, mientras mi boca devora la
suya y ella me rodea con las piernas, intentando acercarse aún más a mí. Nuestras
bocas se enzarzan en un frenesí por profundizar en el beso. Apoyo la rodilla en la
cama y la bajo, cayendo encima de ella, con las manos junto a su cabeza
sosteniéndome por los codos. Sus piernas siguen rodeando mis caderas, pero
ahora sus manos se dirigen a mis pantalones. Me los empuja por encima de las
caderas y mi polla se libera. Sus manos agarran la base de mi polla y gimo, pero
su boca se traga el sonido. Sube y baja su mano antes que rompa el beso—.
Llegados a este punto, va a ser muy rápido —le advierto, pero en lugar de
escucharme, se limita a atacarme la boca.
—Habla menos. —Se aparta de mi boca y me pellizca la mandíbula—. Más.
—Mueve sus bragas a un lado, frotando mi polla arriba y abajo por su coño—.
Después que me folles, voy a limpiarte. —Coloca mi polla en su entrada—. Pero
sólo si me follas en serio.
—Reto aceptado —le digo, metiéndosela de golpe, con los huevos golpeando
su culo. Mis pantalones están a la mitad de mis muslos, pero me importa una
mierda. Tengo un objetivo y sólo uno: follarme a mi chica duro y rápido. La saco
hasta la punta y vuelvo a penetrarla de golpe. Su espalda se arquea sobre la cama
y desliza la mano entre nosotros—. Piernas —le pido, y ella levanta las piernas
para ponerlas sobre mis hombros. La aprieto con más fuerza que antes, el sonido
de la piel golpeándose llena la habitación, junto con sus gemidos cada vez que
mis pelotas golpean su culo.
—Justo ahí —gime.
—Ojos —le digo, y ella abre los ojos para mirarme—, mira cómo te follo. —
Mira hacia abajo entre nosotros, mi polla martillándola mientras su dedo acaricia
su clítoris cada vez más rápido. Siento que está a punto de llegar. Me muerdo
para contener mi propio orgasmo mientras su coño me aprieta tanto que no creo
que sea capaz de sacarla, pero lo hago. Me está empapando la polla hasta los
huevos. Cierra los ojos mientras la penetro cada vez más rápido. Mis embestidas
se hacen cada vez más cortas hasta que la saco y le meto la polla hasta el fondo.
—Estoy cerca —declaro, sacándola esta vez lentamente mientras ella se
recupera de su orgasmo—. ¿Dónde la quieres?
—¿Dónde quieres meterla? —me pregunta, levantando las caderas al ritmo
de mis embestidas—. ¿En la boca? ¿Mis tetas? —Se retuerce los pezones—. ¿O
dentro de mí? —Demonios, las tres acaban conmigo ganando—. Mi boca —
decide finalmente—, para limpiarte. —La penetro una vez más y luego la saco.
Ella se sienta sobre su culo y su boca se traga mi polla. Sus piernas se abren
hacia mí, dejándola abierta.
Me agarra la polla con la mano, moviéndola arriba y abajo. Mi brazo se
inclina y desliza dos dedos dentro de ella.
—Te voy a follar con los dedos —le digo mientras me limpia—, al mismo
tiempo que me chupas la polla y nos corremos los dos. —Sus ojos me miran
mientras me masturba cada vez más rápido. Mis dedos la follan con la misma
rapidez—. Tómala —le digo mientras me traga hasta el fondo de su garganta—.
Estoy ahí. —Sé que se va a tragar todo lo que le dé, pero dándole a elegir—.
Córrete en mis dedos —le ordeno y ella mueve sus caderas hacia arriba para
encontrarse con mis dedos, su gemido vibra en mi polla mientras me corro en su
garganta.
Me corro como nunca antes en mi vida. Se traga hasta la última gota y gime
cuando le saco los dedos.
—Eso sí que ha sido duro y rápido —le digo mientras le sujeto la cara con
las manos. Le beso los labios y me sonríe.
—No sé tú. —Me lame el labio inferior de un lado a otro—. Pero creo que
podemos hacerlo más fuerte. —Su mano acaricia mi polla cada vez más blanda—
. Te quiero desnudo. —Me lame la punta de la polla, mientras con una mano
intenta bajarme los pantalones.
—Me quitaré los pantalones cuando me sueltes la polla —le digo, y ella me
mira y hace un mohín—. Después de eso, voy a tumbarme en medio de tu cama.
Vas a trabajar mi polla —le informo, bajándome de la cama y apartándome los
pantalones de una patada—. Y mientras lo haces, vas a deslizar ese coñito dulce
sobre mi cara. —Ella cierra las piernas a la altura de las rodillas—. Quítate las
bragas —le ordeno, tumbándome en la cama—, sube aquí y siéntate en mi cara.
25

Sofia
Las campanas de alarma empiezan a sonar suavemente al principio. Intento
abrir los ojos, pero me pesan mucho. Estoy a punto de estirar la mano para
apagarla cuando siento un calor añadido. O quizás quizá lo he sentido todo el
tiempo, pero apenas lo estoy registrando. Me agarra el pecho con una mano y su
frente esta recargada en mí.
—Si sigues moviendo el culo —murmura desde detrás de mí—, vamos a
empezar el quinto asalto. —Abro los ojos de golpe y lo recuerdo todo. Matthew
apareciendo, yo atacándolo. Tener sexo en mi cama. Tener sexo en la ducha.
Tener sexo en la encimera de mi cocina. Luego otra vez teniendo sexo en donde
empezamos justo antes que finalmente nos durmiéramos. Tener lo que pensé que
era el mejor sexo de mi vida y luego tenerlo de nuevo sólo para pensar que era
mejor—. Sofia —dice mi nombre, su cara enterrada en mi cuello mientras
empieza a darme besos suaves—, tienes que apagar la alarma.
—No puedo moverme —le digo mientras me agarra con más fuerza.
—Ya lo tengo —me dice, sin soltar la mano de mi pecho, pero extendiendo
todo su cuerpo sobre mí para apagarla—. Ni siquiera son las seis —dice,
volviendo a tumbarse detrás de mí.
—Um. —Empiezo a decir mientras la realidad de todo lo que ha pasado se
hunde en mí—. Matthew. —Cierro los ojos, absorbiendo el calor que me
transmite.
—No —me regaña suavemente, con la cara hundida en mi cuello—, no
pienses en eso.
—¿Pensar en qué? —le pregunto.
—Lo que sea que vayas a decir —me dice, con su aliento haciéndome
cosquillas en el cuello—. Ni se te ocurra.
Esto me enoja, así que me giro en sus brazos, escandalizándolo lo suficiente
como para que me suelte el pecho.
—Oh, cara a cara. —Me sonríe y me atrae hacia él. Me rodea con los brazos,
pero luego desliza una mano hasta mi culo, donde me aprieta antes de enganchar
mi pierna alrededor de su cadera—. Así está mejor —afirma, con su polla en mi
entrada—. Hmm —tararea justo antes de deslizarse dentro de mí. Todavía me
duele un poco el coño de anoche, pero no puedo evitar gemir—. Hecha para mí
—me dice mientras me folla lentamente—, no puedes negarlo. —Mi cabeza no
escucha nada de lo que grito, porque mi espalda se arquea para acercarme aún
más a él—. Eso es, nena. —Sus embestidas van más rápido—. Dilo. —Me tumba
boca arriba y mis piernas se abren aún más para él. Me pone las manos a los
lados, se levanta y me penetra con más fuerza que antes—. Dilo.
No puedo controlarme, mi cuerpo lo desea todo.
—Cállate y haz que me corra.
Se ríe y empieza a hacerlo.
—¿Dónde lo quieres? —pregunta, y me lo pienso un segundo.
—No me importa —le digo, y él gime, empujando una vez más antes de
deslizarse fuera de mí. Ahora soy yo la que gime, y él me penetra una vez más
antes que me corra de nuevo y él también.
Rueda hacia un lado, llevándome con él.
—Buenos días.
—Tengo que levantarme —le digo, sin confiar en no decir una estupidez.
¿Quieres quedarte en casa todo el día y tener más sexo? O mejor aún, ¿quieres
repetirlo esta noche?
Me aparto de él y me deslizo fuera de la cama.
—Voy a prepararte un café. —Se levanta de la cama y se me hace agua la
boca. Matthew hace dos años estaba en plena forma y perfecto. Tenía los
abdominales perfectos, el culo perfecto, y ni hablar de cómo su paquete era todo
lo que una mujer podía soñar. Pero ahora, sus hombros son un poco más grandes,
sus abdominales están más definidos, sus piernas gruesas, y su polla se ve aún
mejor que antes—. Sigue mirándome así. —Camina hacia mí, mi núcleo se
humedece—, y no saldremos de esta habitación.
—Es que... —Parpadeo para dejar de babear por él—. Sólo estaba... —Me
doy la vuelta y camino hacia el baño, esperando que no vaya a seguirme, pero
puedo verlo en el espejo mientras camino hacia la ducha, abriendo la puerta de
cristal y girando las manillas negras—. No deberíamos haber hecho esto. —
Cruzo los brazos sobre mi pecho y realmente deseo que estuviéramos vestidos y
no haciendo esto desnudos—. No acabamos de hacer esto.
—Pero lo hicimos —me recuerda sonriéndome—. Incluso lo hicimos en esta
habitación.
—No podemos seguir haciendo esto. —Me trago el nudo que tengo en la
garganta.
—¿Por qué no? —pregunta, y yo levanto las manos.
—Estoy saliendo con alguien —le miento. Técnicamente, Charles y yo
estamos saliendo. Aunque le dije que no estaba preparada para salir con nadie
ahora.
—Sí, lo estás —proclama—. Conmigo. —Se señala a sí mismo y yo pongo
los ojos en blanco.
—No sólo tú —le digo, esperando que se enoje lo suficiente como para salir
enfadado, pero en lugar de eso se ríe aún más fuerte.
—No, no lo estas. —Niega con la cabeza, sin una pizca de celos en sus
palabras, lo que me molesta.
—¿Cómo lo sabes? —pregunto, ladeando la cadera. Me miro en el espejo y
veo que me ha hecho un chupetón justo al lado del hueso de la cadera, y otro
justo encima de la pelvis.
—Porque si estuvieras con alguien. —Se acerca a mí y yo quiero dar un paso
atrás, pero mi cuerpo es una libertina y en vez de eso echo el hombro hacia atrás,
poniendo las tetas más a la vista para él. Me pone sus manos en mis caderas—.
No me habrías besado, y mucho menos te habrías acostado conmigo. —Se
inclina y se lleva uno de los pezones a la boca.
—Hace dos semanas estabas literalmente comprometido —le recuerdo
mirándolo y lo único que hace es encogerse de hombros, como si no fuera para
tanto.
—Pero ahora no lo estoy —confirma, besándome la clavícula.
—Pero... —Lo alejo de mí porque si me está tocando, todo en mi cabeza se
vuelve borroso—. Pero...
Vuelve a acercarse a mí y me toma la cara con las manos.
—Sofia —dice mi nombre—, cuando se trata de ti y de mí. —Sus pulgares
frotan mis mejillas—. No hay nada que se le pueda comparar. —Lo miro a los
ojos—. Lo que tuve con Helena no fue nada, y lo digo con el mayor respeto que
puedo, no fue nada como lo que tuvimos. Lo que tenemos, es algo que ni siquiera
puedo explicar. —Empiezo a decir algo, pero él besa mis labios para
detenerme—. Deja de luchar contra esto, Sofia, y escucha mis palabras. Lo que te
di a ti, nunca se lo di a nadie más. Pensé que la amaba, pensé que era eso, pero
me equivoqué y eso es culpa mía. Sea cual sea la razón, yo estaba destinado a
estar siempre contigo. Siempre fuiste mía. —Me besa suavemente—. Ahora,
¿quieres que te prepare el desayuno?
—No —suelto.
—De acuerdo, bien —dice suavemente—, iré a preparar algo. —Se gira para
salir del baño—. ¿Quieres que te traiga la comida a la cama?
—No —respondo, evitando siquiera mirarlo mientras me meto en la ducha.
Echo la cabeza hacia atrás y dejo que el agua caliente me bañe—. La has cagado
—murmuro mientras me quito el olor a sexo de encima—. Sólo tenías que
saltarle encima.
Me enjuago, salgo de la ducha y agarro un albornoz. En lugar de bajar las
escaleras como me gustaría, me quedo en el baño, maquillándome y peinándome.
—Me estás evitando. —Oigo a Matthew desde la puerta del baño. Me asomo
y veo que está vestido con el traje que se puso anoche. Lleva una taza de café en
una mano—. He pensado en traerte el café en vez de dejar que se enfríe. —Me da
el café.
—Gracias —le digo en voz baja, tomando la taza. Él sostiene la taza
conmigo.
—Me voy —dice, y se me revuelve el estómago, no queriendo que se vaya,
pero sabiendo que es lo mejor. Se inclina hacia mí y dejo que me bese—. Te
llamaré más tarde.
—De acuerdo —respondo en voz baja, con los labios aún hormigueándome
por su beso.
—¿Vas a responder a mi llamada? —me pregunta con una sonrisa burlona.
—No. —Me río y él se inclina para darme otro beso antes de irse.
—¡Hasta luego, Sofia! —grita justo antes de salir de casa, cerrando la puerta
tras de sí. Evito mirarme en el espejo, voy al armario y tomo unos pantalones
azul marino. Me los paso por las caderas y me los anudo antes de agarrar una
camisa blanca transparente con una camisola de seda color champán debajo. Me
calzo unos zapatos nude antes de salir de casa y conducir hasta el trabajo.
Subo los escalones de la oficina y abro la puerta antes de ponerme las gafas
de sol en la cabeza.
—Buenos días —digo desde la puerta. Clarabella y Presley salen de la cocina
con un café en la mano—. Hola —les digo mientras empiezo a bajar hacia mi
oficina, pasando por delante del de Shelby. Ella levanta la vista cuando sonrío y
saludo con la mano, viendo a Clarabella y Presley detrás de mí.
Entro en mi oficina y dejo el bolso en la silla.
—Te has acostado con alguien. —Miro por encima del hombro y veo a
Clarabella mirándome con un brillo en los ojos.
—¿Qué? —Me ahogo, sorprendida, con el corazón acelerado mientras
intento hacerme la tonta—. No. —Evito mirarla mientras camino detrás de mi
escritorio—. ¿Cómo puedes saberlo?
—Has entrado aquí literalmente saltando —explica Presley, moviendo los
labios y llevándose la taza a la boca.
Suelto un grito de asombro.
—¡No, no lo estaba! —Sacudo la cabeza al mismo tiempo.
—¿Era el chico de la aplicación? —Shelby entra a empujones en mi oficina y
yo me limito a mirarlas, sin decir palabra.
—Dios mío, ¿quién era? —pregunta Presley.
—Será mejor que nos digas quién era para que podamos seguir con este día
—afirma Shelby—. Una vez que ésta olfatea algo, no afloja. —Hace un gesto
con la cabeza hacia Clarabella.
Me siento en la silla detrás de mi escritorio, poniendo las manos encima y
juntándolas.
—Bien —me aclaro la garganta—. Matthew.
Su nombre ni siquiera ha salido del todo de mi boca antes que las preguntas
empiecen a llegar en fuego rápido.
—Cierra la boca —Presley grita con la boca abierta.
—No lo hiciste —dice Shelby, con los ojos mirándome como si se le fueran a
salir de las órbitas.
—¿Qué tal estuvo? —pregunta Clarabella mientras aparta la silla de delante
de mi escritorio y se sienta.
—Estuvo bien. —Le quito importancia, no queriendo hacerlo, pero sabiendo
que he soltado el gato por la ventana.
—¿Estuvo bien? —dice Clarabella, sorprendida—. Entonces no lo estás
haciendo bien. Jesús, recuerdo que la segunda vez que me enrollé con Luke fue
incluso mejor que la primera, y eso fue explosivo.
—Ugh —digo, levantando las manos—. Bien, fue increíble. Fue mucho
mejor que la última vez. No sé qué fue, pero fue como si lo estuviera buscando
desde que lo dejamos. —Las miro—. ¿Eso tiene sentido?
—¿Te acostaste con gente después de él? —pregunta Presley, y yo me burlo.
—Bueno, obviamente, tenía que sacármelo de encima. —Mis piernas
empiezan a subir y bajar—. Pero creo que fue después del segundo tipo cuando
me dije, quizás necesito conectar con alguien antes de acostarme con él.
—¿Cómo te fue con eso? —Presley pregunta, y yo la fulmino con la mirada.
—Acabo de acostarme con el hombre con el que dije que no volvería a
hablar, y creo que vi fuegos artificiales. —Me reclino en la silla—. Fue un quince
sobre diez.
—¿Y ahora qué? —Shelby hace la misma pregunta que yo me estaba
haciendo todo el rato desde que me desperté.
—Ahora, nada. Ahora, con suerte, esto está fuera de nuestro sistema y
seguimos adelante —declaro y las tres se ríen.
—Hago apuestas a que vuelve a aparecer —anuncia Clarabella,
levantándose—, y el sexo es aún mejor que anoche y que esta mañana.
—¿Cómo supiste que tuvieron sexo esta mañana? —pregunta Presley
mientras se levanta.
—¿Quién no se levanta y tiene sexo por la mañana? —Clarabella se burla de
ellas, y ahora es mi turno de torcer los labios cuando ellas simplemente evitan
mirarla.
—Chicas, tienen que cuidar más a sus hombres. —Menea la cabeza—. Mi
hombre se salta el trabajo todos los días.
—¿Todos los días? —dice Shelby, cruzando los brazos sobre su pecho.
—Si no es sexo, al menos una mamada —declara Clarabella.
—Luke no tiene permitido hablar con Bennett, nunca —dice Presley
mientras las dos salen de la oficina, discutiendo sobre cuál es un buen número de
veces para tener sexo en una semana.
Ni siquiera las escucho. En lugar de eso, miro hacia la ventana, observando
el sol en el cielo, cuando suena el timbre de mi teléfono en el bolso. Me levanto y
me acerco a sacarlo.
Matthew: Nos vemos esta noche.
Dejo el teléfono, sin molestarme en contestarle.
—No, no pasará —digo en voz alta al mismo tiempo que mi cabeza me llama
mentirosa.
26

Matthew
Salgo del entrenamiento con el teléfono en una mano y mi batido de
proteínas en la otra, agitándolo de arriba abajo. Abro mis mensajes de texto. El
último mensaje que le envié a Sofia sigue sin respuesta, pero aparece entregado.
Sonrío, sabiendo que eso era lo que iba a hacer. Ni siquiera sé por qué estoy tan
sorprendido.
Sabía que esta mañana, cuando no bajó por su café, estaba poniendo espacio
entre nosotros. Sabía cuándo la besé para despedirme que no me respondería.
Anoche fue una de las mejores noches de mi vida. Diablos, estar con ella otra
vez. Fue como si mi alma hubiera estado cerrada durante los últimos dos años y
por fin estuviera vivo. Lo cual es una locura, pero ahora veo que sólo estaba
viviendo lo que creía que debía ser mi vida en lugar de vivirla de verdad.
En lugar de volver a mandarle un mensaje, opto por llamarla. El teléfono
suena cuatro veces antes que salte el buzón de voz.
—Has llamado a Sofia Barnes. Por favor, déjame un mensaje y te llamaré en
cuanto pueda.
—Hola, nena —digo en voz baja, sabiendo que la va a enojar—. Soy yo,
llámame. Te echo de menos. —Cuelgo y me voy a casa.
En cuanto llego, salgo a la parte trasera de la casa y voy directo al gimnasio.
Me paso allí un par de horas haciendo ejercicio y el teléfono no suena en todo el
rato. Es decir, suena pero no es quien yo quiero que sea. Me llama Christopher,
incluso me llama mi madre, pero nada de Sofia.
Al entrar en casa, voy directo a la cocina y agarro una de las comidas
preparadas que tengo en la nevera. La meto en el microondas un par de minutos
antes de levantarme y comérmela directamente del envase. Me ducho
rápidamente, me pongo unos vaqueros y un polo blanco antes de salir corriendo
hacia mi auto. Vuelvo a llamar a Sofia, pero esta vez salta el buzón de voz. Me
ha ignorado todo el día y esta vez no me molesto en dejarle un mensaje.
Primero paso por delante de su lugar de trabajo y veo que su auto no está allí
y que todas las luces están apagadas. Doy media vuelta y me dirijo directamente
a su casa. Llego a su casa y veo una camioneta en la entrada, junto a su auto.
Aparco en la calle y miro la camioneta dos veces antes de subir las escaleras
de su casa. Llamo al timbre y vuelvo a mirar la camioneta. Me llevo las manos a
las caderas y se me tensa el estómago.
Oigo que abren la puerta y me giro para ver a Sofia. Sigue vestida con su
ropa de trabajo, tan guapa como siempre. La sonrisa se me borra rápidamente
cuando sale de casa y cierra la puerta tras de sí. La sensación que tenía en el
estómago se hace aún más fuerte.
—¿Qué haces aquí? —Su voz es casi un susurro mientras me mira con cara
de frenesí y luego se para a mirar la puerta cerrada.
La miro y juro que siento que voy a vomitar por todos lados.
—¿Hay alguien dentro? —pregunto mientras el corazón se me hunde en el
pecho. Empiezo a respirar entrecortadamente mientras espero su respuesta.
Está a punto de decirme algo cuando la puerta se abre detrás de ella y, lo juro
por Dios, me dispongo a darle un puñetazo en la garganta a quienquiera que esté
en su casa. La puerta se abre y veo salir a Casey. Lo reconozco de la foto que me
enseñó mi tío Matthew. Lleva pantalones de vestir y una camisa remangada. Me
mira con fijeza.
—Dios mío —murmura Sofia desde mi lado, y miro para verla cerrando los
ojos y negando con la cabeza.
—¿Quién eres? —pregunta, con voz tranquila y monótona. Se mete las
manos en los bolsillos del pantalón.
—Soy Matthew —le digo, aunque nos conocimos una vez hace mucho,
mucho tiempo.
—¿Por qué estás aquí? —Sus ojos no se apartan de los míos.
—Vengo a ver a Sofia. —La miro y le sonrío mientras parece a punto de
enloquecer.
—¿Por qué? —pregunta, y tengo que pensar cómo decirlo sin meter la pata.
—De acuerdo —corta por fin Sofia—, ya está bien de interrogatorios. —
Mira a su abuelo y luego a mí—. Íbamos a cenar. —Mira a su abuelo—.
¿Quieres venir con nosotros? —pregunta, y los nervios que me recorrían el
cuerpo desaparecen.
—No —responde Casey.
Al mismo tiempo, digo:
—Claro.
Sofia se aleja de mí para ponerse delante de Casey.
—Pórtate bien —le dice a su abuelo, y luego vuelve a mirarme.
La sigo y me pongo delante de ella.
—Hola —le digo en voz baja y luego me inclino para besarla en los labios.
—¿Me acabas de besar delante de mi abuelo? —sisea Sofia, casi gritando.
Entorno los labios y miro a Casey, que ahora me mira con más dureza que
antes. Tiene las manos fuera de los bolsillos y cruzadas delante de él.
—Sí —digo finalmente—, supongo que sí.
—No puedes —dice Sofia y le pongo la mano en el hombro. Ella mira dicha
mano—. Sólo íbamos a comer.
—No hay suficiente comida —afirma Casey, y yo me limito a sonreír.
—No te preocupes, no tengo tanta hambre —miento.
Sofia resopla y se aleja de mí, mi brazo cae a mi lado. Entra en la casa y se
detiene junto a Casey.
—¿Por qué mientes sobre la comida? —Sofia cruza los brazos sobre el
pecho—. ¿Crees que no va a ver los veintisiete platos de comida que la abuela
envió para mí?
Sacude la cabeza y entra en casa, dejándonos a Casey y a mí mirándonos
fijamente. Nos miramos el uno al otro antes que Sofia se gire hacia nosotros y
aparte a Casey de la puerta por el brazo para que yo pueda entrar. Entro en la
casa y Casey me mira una vez más antes de volver a entrar, dejándome solo con
Sofia.
—Nunca me llamaste —le digo, y ella se limita a negar con la cabeza.
—Uno pensaría que has captado el mensaje. —No puedo evitar reírme
mientras le rodeo la cintura con un brazo, atrayéndola hacia mí.
—Entendí el mensaje fuerte y claro —le digo, y sus ojos se suavizan cuando
acerco mi boca a la suya—. Ahora, vámonos antes que tu abuelo planee mi
asesinato.
Sofia echa la cabeza hacia atrás y se ríe.
—Eso ocurrió en cuanto me besaste delante de él —afirma, dándose la vuelta
para entrar en casa, pero mi mano se cuela en la suya—. Te estás pasando. —Me
mira de reojo cuando entramos en la cocina y veo los platos de los que hablaba.
Casey está de pie en medio de la cocina, frente a nosotros, con el teléfono en la
mano. Está tecleando como un loco y nos mira.
Sus ojos pasan de nosotros a nuestras manos.
—Qué bien, te has quedado —dice con sarcasmo—. Estupendo.
—Ven a comer algo. —Sofia me arrastra hasta la cocina y me da un plato.
—Gracias —respondo, tomando el plato mientras amontono comida en él.
Estoy tan nervioso que no tengo ni idea de lo que estoy poniendo en él, sólo que
necesito tener las manos ocupadas.
Cuando Sofia ve que la miro, me señala los taburetes.
—Ve a sentarte. —Le hago un gesto con la cabeza, me dirijo hacia los
asientos y vuelvo a mirarla.
—¿Dónde te sientas? —pregunto, sabiendo que voy a jugármela como dice
mi tío Matthew, y en cuanto pienso eso, sé que voy por una calle de sentido
único en dirección contraria.
—Al final —dice ella y yo saco el taburete que hay junto al extremo. Ella se
acerca y coloca su plato a mi lado, seguida de Casey, que saca el asiento frente a
nosotros.
—¿A qué te dedicas, Matthew? —pregunta, y recuerdo que mi tío me habló
de él, así que sé que sabe exactamente a qué me dedico.
—Juego hockey —respondo, cortando un trozo de filete de pollo frito.
—¿Cómo conociste a Sofia? —pregunta, y de nuevo, sé que lo sabe.
—Salimos hace un par de años.
—Ah, es verdad —dice como si se le acabara de encender una bombilla, pero
yo sé que no es así—. Y la dejaste.
—Rompimos. —Me trago la bilis—. Sí.
—Pops —dice Sofia entre dientes apretados—, ¿podemos no hacer esto?
—Bien —gruñe, y tristemente, sé que no ha terminado conmigo—. ¿Y cómo
volvieron a hablar?
Quiero gemir y golpearme la cabeza contra la isla que tengo delante, pero he
hecho mi cama y ahora tengo que tumbarme en ella, aunque no quiera. Estoy a
punto de contárselo todo.
—Nos encontramos en la ciudad —interviene Sofia—, nos cruzamos una
noche. —La miro y ella se limita a mirar a su abuelo—. Siguiente pregunta.
—¿Son novios? —pregunta.
Yo suelto:
—Por supuesto.
Al mismo tiempo, Sofia dice:
—En realidad, no.
—Eso es interesante —dice, sonriéndome, mientras yo me giro para fulminar
con la mirada a Sofia, que no me devuelve la mirada.
—Así que has pasado la noche —afirma Casey, justo antes de meterse un
trozo de filete de pollo frito en la boca.
Lo miro, sin apartar la vista ni una sola vez, porque entonces sería culpable
de algo.
—Dios mío —replica Sofia—, no acabas de preguntarle eso.
—¿Vino o no vino anoche y se fue esta mañana? —Casey ladea la cabeza.
—Pops —sisea Sofia—, dijiste que te ocuparías de tus asuntos.
—Escucha, no es culpa mía que tengas un timbre con cámara. —Levanta las
manos—. Y me informan de quién entra y sale. —Sonríe a Sofia y luego me mira
a mí.
Miro a Sofia y sonrío.
—Lo hice —le digo—. Ella está aquí, así que voy a pasar tiempo
dondequiera que ella esté.
—¿Ah, sí? —Se echa hacia atrás en la silla.
—Así es. —Imito su movimiento, intentando que no vea lo malditamente
nervioso que estoy—. ¿Cuánto tiempo estarás en la ciudad?
—Aún no estoy seguro —responde—. No lo he decidido.
Sofia se ríe de él.
—Se va después de cenar.
—Qué pena —le digo, y se me queda mirando.
—¿Y eso por qué? —Se sienta erguido, con el dedo golpeando la encimera
que tiene delante.
—Mi familia viene el sábado para mi partido de hockey, y Sofia vendrá a
conocerlos. —Apoyo el brazo en su silla—. Si estuvieras aquí, me encantaría que
los conocieras.
Me miran, los dos casi como si estuviéramos jugando al ajedrez. Salvo que
yo no sé jugar al ajedrez, pero algo me dice que él sí, y suele ganar.
—Cuenta con nosotros —declara, mirando a Sofia—. Volveré el sábado con
sus padres. —Se aparta de la isla—. Te llamo luego —le dice a Sofia y le besa la
mejilla, asintiendo hacia mí—. Nos vemos el sábado.
Se da la vuelta para salir de casa, y solo cuando la puerta se cierra de golpe
Sofia vuelve su mirada hacia mí.
—Ahora sí que lo has hecho.
—¿Hecho qué? —pregunto, fingiendo inocencia—. Acabo de invitarlo a un
partido.
Ella sacude la cabeza.
—No tienes ni idea de lo que acabas de hacer. —Cierra los ojos—. Va a traer
a mis padres.
—Bien —respondo, cortando otro trozo de carne—. Nuestros padres por fin
podrán conocerse.
—Esto es una pesadilla —resopla—. Va a ser una pesadilla.
Me río.
—¿Qué es lo peor que puede pasar? —Incluso con las palabras fuera de mi
boca, sé que ni siquiera quiero responder a esa pregunta.
Lo único que sé es que tenía que demostrarle que iba en serio.
27

Sofia
—Tienes una entrega —dice Addison entrando en mi oficina. Levanto la
vista de la pantalla del ordenador y veo que lleva un jarrón de cristal con flores y
una caja blanca cuadrada en la otra mano—. Huelen de maravilla —me dice, y
coloca el jarrón en la esquina de mi mesa; el olor a rosas inunda el oficina—. Y
esto es para ti. —Me entrega la caja—. Me pregunto de quién serán. —Me guiña
un ojo.
—Sí, yo también me lo pregunto —dice Clarabella, entrando en mi oficina—
. ¿Qué dice la tarjeta?
—No tengo ni idea —respondo, mirando la caja blanca que tengo en la mano
con un gran lazo de raso azul claro. Tiro de la tira mientras se desprende de la
caja. Al abrir la caja, la tarjeta blanca está encima del papel de seda.
Mi nombre está escrito en el centro de la tarjeta, y conozco esa escritura.
Saco la tarjeta y leo lo que me había escrito.
Te amé antes. Te amo ahora. Te amaré siempre.
M.
Se me acelera el corazón, mi estómago se tensa, es una mezcla de emociones
por la que estoy pasando y me siento como en un tiovivo que aún no se ha parado
pero que va a toda velocidad de un lado a otro.
—Um —musito, sin estar segura de poder repetir lo que pone en la tarjeta sin
que me tiemble la voz. Ni siquiera me molesto en mirarlas cuando les tiendo la
tarjeta.
No sé quién la agarra hasta que oigo un grito ahogado.
—Oh, cielos —dice Addison, y yo parpadeo para que no se me salten las
lágrimas. La veo dársela a Clarabella, que mira la tarjeta con ojos grandes como
platos cuando se vuelve para mirarme.
—¿Qué hay en la caja? —pregunta, y me tiemblan las manos al abrir la
solapa del pañuelo por un lado y luego por el otro.
En el centro de la caja hay un marco con tres ranuras para fotos.
Antes, Ahora, Después son los títulos bajo las tres ranuras. No soy yo la que
se queda boquiabierta cuando miro la primera foto de la caja. Fue tomada en
nuestra primera salida nocturna, hace cuatro años. Matthew está mirando a la
cámara con su gorra hacia atrás sonriendo, y mi cara está vuelta hacia su lado de
perfil y está llena de una sonrisa tan grande que mis ojos se arrugan a los lados.
Mis ojos se dirigen inmediatamente a la siguiente foto, tomada anoche a
última hora, después que termináramos de limpiar mi cocina y guardar la comida
que envió mi abuela. Me estaba contando lo nervioso que estaba con mi abuelo y
también me dijo que iba a poner cinta blanca de hockey encima del timbre con
cámara. Me hizo reír tanto que tenía lágrimas en los ojos. Me atrajo hacia él y me
besó los labios antes de sacar su teléfono. No tenía ni idea de cómo había salido
la foto, porque en cuanto la hizo, dejó el teléfono, me tomo en brazos y me llevó
arriba, donde nos dimos un baño de burbujas juntos.
—¿Esas son? —pregunta Clarabella, inclinándose hacia mí—. ¿Fotos?
—Sí. —Me trago el bulto, mirando la ranura vacía para la tercera foto.
Levanto el marco y se lo doy.
—Vaya —dice—, eso es...
—No es nada —le digo, intentando quitárselo y volver a meterlo en la caja
blanca.
—¿Eso es? —pregunta mientras mira de una foto a otra.
—Sí, es la misma foto, solo que con un par de años de diferencia —le
confirmo, intentando no darle más vueltas, a la vez que intento no asustarme que
aún tuviera la foto nuestra por ahí, tan cerca que podría haberla encontrado.
—¿Cómo es que tienen la misma mirada en las dos fotos? —Clarabella se ríe
mientras hace la pregunta.
—¡No es cierto! —chillo—. Desde luego que no. —Miro a Addison, que
tiene cara de susto, probablemente porque ahora mismo parezco una loca
desquiciada.
Clarabella no se inmuta por mi tono y lo único que hace es mirarme y soltar
una carcajada aún mayor.
—Sí, así es. —Me devuelve el marco—. Está ahí en las dos fotos. Es amor, y
está escrito en tu cara.
Me llevo la mano al pecho, asombrada, como si acabara de decirme que el
Ratoncito Pérez no existe la mañana después de perder un diente y quedarme con
las manos vacías.
—No lo amo. —Las palabras me saben mal en cuanto las digo, y lo odio—.
Me gusta. —Levanto las cejas—. Un poco.
—Mientes. —Clarabella me señala con el dedo. Miro el marco y ni siquiera
puedo intentar decirle que está mintiendo. Si no me conociera y mirara esas
fotos, probablemente pensaría lo mismo.
—No puedo amarlo —digo las palabras. Mi voz es casi un susurro cuando
me doy cuenta que me enamoré de él, otra vez—. Esta soy yo sacándolo de mi
sistema. —Miro a Clarabella, que se limita a asentirme con la cabeza sin decirme
seguro que es eso—. Esto es lo que es. —Miro a Addison, que me sonríe casi
como diciendo, pobrecita. Me levanto, la silla volando hacia atrás—. No estoy
enamorada de él —les digo a las dos, envolviendo el marco en la caja blanca—.
Esto es... —Intento pensar en las palabras que decir—. Nada. —Las miro a
ambas mientras pongo la tapa en la caja y camino alrededor de mi escritorio. Mi
cuerpo está lleno de nervios sin fin. Agarro mi bolso y lo recojo—. Yo... —digo
mirándolas—. Las veo mañana a las dos. Buenas noches.
—Son las diez de la mañana —afirma Addison y Clarabella se limita a dar
una palmada mientras suelta una carcajada.
—Llámame si necesitas algo —le digo a Addison y salgo furiosa, enojada
conmigo misma por dejar que esto me afecte otra vez.
—Increíble —murmuro mientras tiro el bolso en el asiento de al lado y luego
pongo la caja blanca encima.
Ni siquiera sé cuánto tardo en llegar a casa, pero aparco en el garaje cuando
lo hago. Dejo la caja y el bolso en el auto antes de entrar en casa. El teléfono
suena en mi mano y veo que es de Matthew.
¿Te ha gustado el regalo?
—No —me digo—, no, no me ha gustado. —Mis dedos están en el teclado,
listos para contestarle.
¿Qué regalo? Estoy en reuniones seguidas. Hoy tengo tres reuniones de
novias, sólo terminaré muy tarde. Te llamaré cuando acabe.
Pulso enviar antes de subir directamente a mi dormitorio. Las sábanas aún
están revueltas de esta mañana, cuando tuvimos sexo en cuanto empezó a sonar
el despertador. Me quito los tacones y me desnudo antes de desvestir la cama y
lavar las sábanas. Mi teléfono suena un par de veces y siempre es Matthew. Se
pone el sol y me aseguro que todas las persianas de la casa están cerradas. Me
siento en medio de la cama con la televisión encendida, pero el sonido lo más
bajo posible. El teléfono en la mesita de noche con mensajes sin contestar de
Matthew.
¿Quieres venir después del trabajo?
Me he pasado por la oficina para dejar algo de comer. ¿Dónde estás?
¿Puedes llamarme?
Ignoro las llamadas. Ignoro los mensajes de texto. Lo ignoro todo. Tumbada
en la cama, veo pasar las horas cuando oigo mi teléfono sonar a medianoche,
justo antes que llamen a mi puerta.
—Mierda —digo sin hacer ruido.
—Sofia —dice mi nombre mientras bajo sigilosamente las escaleras,
intentando no hacer ruido—. Si no abres la puerta —me advierte, con la voz clara
como el agua—, llamaré a tu abuelo y le diré que no te encuentro. —Cierro los
ojos, preguntándome si realmente haría eso—. No tengo su número, pero seguro
que puedo localizar a alguien. —Finalmente bajo el último escalón—. Tal vez
hablaré a la cámara del timbre —dice, y sacudo la cabeza, sabiendo que no se va
a ir—. Abre la puerta, Sofia. —Desbloqueo la puerta y la abro lentamente—.
Mierda —sisea Matthew—. Gracias a Dios que estás bien. —Entra y me agarra
por la cintura, enterrando su cara en mi cuello—. Estaba muy preocupado. —Me
deja en el suelo y lo miro fijamente—. ¿Estuviste aquí toda la noche? —
pregunta.
—Sí —respondo en voz baja.
—¿A qué se debe el silencio? —me pregunta con voz tan suave como la mía.
—Porque no me apetecía hablar contigo —le respondo con sinceridad.
Me mira a los ojos, buscando algo.
—¿Quieres decirme por qué?
—No. —Sacudo la cabeza al mismo tiempo que pronuncio la palabra.
—¿Qué pasa? —Sus ojos no se apartan de los míos.
Respiro hondo.
—No quiero seguir haciendo esto —digo las palabras que me he estado
repitiendo toda la noche. Ignoro que el dolor en mi pecho es aún más fuerte ahora
que se las digo a él y no sólo en mi cabeza.
Cruza los brazos sobre el pecho.
—¿Define esto?
Levanto las manos.
—Yo, tú, el sexo. —Me trago el nudo que me sube desde el estómago hasta
la garganta—. Todo. —Sacude la cabeza—. No puedes sacudir la cabeza, así
como así —replico—. Me acosté contigo para sacarte de mi sistema —digo las
palabras que espero que lo hieran lo suficiente como para que me deje en paz.
Que simplemente se vaya, y podamos terminar con lo que sea esto.
—¿Cómo te está funcionando eso? —Su pregunta me confunde—. ¿Cómo te
está funcionando sacarme de tu sistema? —Pone las manos en las caderas—.
Porque te lo diré ahora mismo. —El escozor de las lágrimas amenaza con salir,
así que las aparto parpadeando—. Creía que antes te amaba. —Sacude la
cabeza—. Como sabía que te amaba cuando era un idiota inmaduro. —Da un
paso más hacia mí, acortando la distancia que nos separa—. Pero ahora. —Su
cara pasa de una mueca a una sonrisa de oreja a oreja—. Ahora que he estado
contigo y sin ti, puedo decir con seguridad que te amo más. —Quiero decirle que
deje de hablar, pero no me sale nada—. Acaba de cimentarlo todo.
—Dios mío, Matthew. —Por fin me animo a decir algo, y doy gracias que no
salga con mis sollozos—. No puedes decir cosas así.
—¿Por qué no? —La vieja pregunta.
—Porque lo digo yo. —Lo miro y lo único que hace es reírse de mí.
—¿Ya podemos irnos a la cama? —pregunta en voz baja—. He estado
conduciendo por la ciudad las últimas cuatro horas. Estoy agotado. —¿Por qué
me da un vuelco el corazón? ¿Por qué todo lo que dice me hace palpitar el
corazón? ¿Por qué? Ya sé por qué, porque me encanta.
—Yo me voy a la cama en mi cama y tú te vas a tu cama —le digo.
Él se limita a mirarme.
—Entonces ve a hacer la maleta. —Señala las escaleras y en dirección a mi
dormitorio.
—No quiero hacer la maleta. —Casi doy un pisotón y él se encoge de
hombros.
—De acuerdo. —Se da la vuelta y de alguna manera pienso que se va, lo que
hace que internamente me asuste aún más. En lugar de irse, cierra la puerta y se
gira hacia las escaleras.
—No me voy.
—¿Por qué? —Ni siquiera sé por qué se lo pregunto, pero no puedo evitarlo.
Se gira y se pone delante de mí, su mano se acerca a mi mejilla. Su pulgar me
frota el pómulo de un lado a otro. Respiro entrecortadamente mientras espero a
que hable. Finalmente, las palabras salen en un suave suspiro.
—Porque estás aquí.
28

Matthew
Me paro frente a ella, mi mano se acerca para acariciar su mejilla, porque
necesito tocarla después de conducir durante las últimas cuatro horas buscándola.
Buscando en todos los aparcamientos por los que he pasado en busca de su auto,
temiendo que finalmente huyera de mí. Temiendo que no me dejara volver a
verla. No puedo expresar con palabras lo desesperado que estaba. Al tener su
cara en mis manos, no puedo evitar un suspiro de alivio. Ha intentado alejarme
todos los días desde que volví a su vida por la fuerza. Pero necesita oírlo por fin,
necesita sentirlo, necesita saberlo.
—Porque estás aquí. —Mi voz es todo lo fuerte que puede ser sin quebrarse.
Veo sus ojos parpadear un millón de veces por minuto, así que sé que se
resiste. Sé que no quiere ceder.
—Sofia. —Su nombre está en mis labios todo el tiempo ahora—. Podemos ir
tan despacio como quieras. —No dejo que mis ojos se aparten de los suyos—.
Pero al final del día, Sofia. —Me trago el nudo y el miedo. Miedo que no ceda a
lo que quiere. Miedo a que no me perdone por haberla abandonado. Miedo a
tener que pasar el resto de mi vida sin ella, por mucho que la presione—. Todo lo
que quiero es estar a tu lado.
Ella se lame los labios, sin apartarme.
—¿Por qué? —Su voz es tan baja que sé que esta va a ser mi única
oportunidad.
—Porque ya no soy un niño estúpido. —Tengo tantas ganas de besarla, pero
tiene que saberlo, tiene que entender que no puedo vivir sin ella—. Porque sé lo
que es mi vida sin ti. —Inspiro profundamente, no estoy dispuesto a verlo, no
estoy dispuesto a vivirlo—. Y sé lo que es mi vida contigo. —La fuerza que tenía
para contener las lágrimas es una batalla perdida, y al igual que yo, deja escapar
una sola lágrima, excepto que estoy aquí para apartar su lágrima—. Y más claro
que el agua, te elegiría a ti siempre. —Me lamo los labios, con la boca tan seca
que no sé cómo continúo, pero lo hago, con el corazón latiéndome tan deprisa en
el pecho que ejerce una presión adicional sobre mi corazón—. La he cagado, una
cagada colosal. —Intento sonreír, pero el dolor en el pecho de cuando la perdí
vuelve a aparecer—. La forma en que volvimos a estar juntos no es la ideal. —
Sonrío por un segundo—. Pero tengo que pensar que habríamos vuelto a
cruzarnos. —La agonía que no ocurriera es demasiado para soportarlo—. Tengo
que creerlo porque no hay nadie más para mí que tú. —Me detengo.
—Tenías a Helena. —Ella pone su mano en mi muñeca que aún sostiene su
rostro.
—La tuve y desearía no haberla tenido. —Sacudo la cabeza—. Ahora veo
que lo que sentía por ella no era nada. —Me tiembla la voz—. No le di a ella a
mi verdadero yo. —Le limpio otra lágrima de la mejilla—. No le di partes de mí.
—Sus labios tiemblan al mismo tiempo que los míos—. Porque esa parte de mí
siempre fue tuya. —La miro fijamente a los ojos—. Dime que me oyes, Sofia. —
Apoyo la frente en la suya—. Dime que lo que sientes por mí no es nada. Por
mucho que no pueda y no quiera, te dejaré ir. Te amaré desde lejos. Viviré mi
vida sabiendo que nunca amaré a nadie más que a ti. —Espero un segundo, antes
que salga la súplica—. Dímelo.
—Tengo miedo —admite finalmente—. Tengo mucho miedo.
—Te fallé una vez, Sofia, al no ser lo que necesitabas. Al no ser el hombre
que merecías. Tienes que saberlo. Tienes que saber que nunca volvería a hacerlo.
Me mata por dentro saber que era el hombre que debía protegerte. Yo era el
hombre que debía hacer todo lo posible para que no sintieras dolor, pero fui, de
hecho, el que te infligió el dolor. —Ahora me tiembla la mano al sostenerle la
cara.
—No vuelvas a hacerme daño —me suplica, y las palabras me atraviesan el
corazón una a una.
—Te prometo que pasaré el resto de mi vida compensándotelo. —Esta vez
me mira fijamente a los ojos. La confusión que ambos sentimos está grabada en
nuestros rostros.
Espero a que diga algo, lo que sea, como si me estuviera sentenciando a
cadena perpetua.
—Te escucho —dice. No la dejo decir ni una palabra más, bajo mis labios
hasta los suyos, con el sabor de nuestras lágrimas en los labios mientras la beso
como si fuera la primera vez. Mi lengua se desliza en su boca mientras le rodeo
la cintura con el brazo y el otro se entierra en su cabello. Mueve la cabeza hacia
un lado y la levanto. Me rodea el cuello con los brazos y me rodea las caderas
con las piernas.
Me acerco a la escalera que lleva a su dormitorio. Todas las luces de la casa
están apagadas, pero llego a su habitación como si ya hubiera estado en esta casa
un millón de veces. Cuando entramos, se despega de mis brazos y me toca la
mejilla.
—Te amo. —Las palabras salen sin aliento—. Me resistí —admite, y odio no
poder verle los ojos—. Dije que nunca ocurriría. Me equivoqué. —Me besa el
cuello, su mano aprieta mi camiseta entre sus dedos, tirando de ella hacia arriba y
por encima de mi cabeza—. Creía que esto no volvería a ocurrir —dice, bajando
la mirada—. Lo deseé durante tanto tiempo que pensé que nunca ocurriría.
—Siempre estuvo destinado a suceder —le aseguro mientras abre el fajín de
su bata. Se la pasa por los hombros hasta los pies y se pone delante de mí con una
camisola blanca y bragas a juego.
Camina a mi lado, desliza su mano entre las mías, me besa el hombro y tira
de mí hacia la cama.
—Siempre estuviste destinado a ser tú —me dice sentándose en la cama y
tirando de mi brazo para que me siente a su lado. Me lleva las manos a la cara—.
Siempre fuiste tú —Se me acelera el corazón—. Siempre vas a ser tú.
—Puedes apostar tu culo a que lo seré —juro, justo antes de reclamar su
boca. Le rodeo la cintura con el brazo y la vuelvo a tumbar en la cama. Allí, en
medio de su habitación a oscuras, le hago el amor.
Me deslizo dentro de ella al mismo tiempo que levanta la espalda de la cama.
—Te amo —le digo con la frente apoyada en la suya.
Sube las manos para sujetarme la cara mientras jadea.
—Te amo —dice, y mi lengua vuelve a deslizarse en su boca mientras
intento no penetrarla con fuerza—. Más fuerte. —Me suelta los labios y me
abalanzo sobre ella—. Sí —susurra, rodeándome con las piernas y los brazos.
Entierro mi cara en su cuello y me abalanzo sobre ella una y otra vez. Ella
empuja sus caderas hacia arriba para encontrarse con las mías y aprieta mi polla
tan fuerte que no me muevo dentro de ella—. Matthew. —Mi nombre está en sus
labios, mientras llega al clímax, y yo no estoy lejos de ella con su nombre en mis
labios también. Me derrumbo sobre ella, sus miembros se debilitan a mi
alrededor, cayendo a un lado.
—¿Quieres ducharte conmigo? —Beso su cuello, acercándola cada vez más a
mí.
—Ok —coincide y vuelve a envolverse a mi alrededor. Me dirijo al baño y
enciendo la luz.
Por fin le veo la cara y noto que tiene los ojos rojos.
—¿Por qué llorabas?
—¿Quién dice que estaba llorando? —resopla mientras coloco su culo sobre
la encimera antes de girarse y empezar a ducharse. Se gira para mirarse en el
espejo y jadea—. Tenia pena de mí. —Se agacha e intenta arreglarse el cabello.
—No habrías tenido que compadecerte de ti misma si hubieras contestado a
mis mensajes o llamadas —le digo, inclinándome para besarle el cuello.
Ella ladea la cabeza.
—No habría tenido que compadecerme de mí misma si tú... —Ni siquiera
espero a que diga nada. Aprieto los labios contra los suyos—. Sí, eso es lo que
pensaba —dice una vez que suelto sus labios.
—¿Vas a reencontrarte con mi familia? —pregunto, inclinándome y besando
su cuello.
—Sí —dice sin aliento, mirándome—. Creo que tengo que hacerlo. Mis
padres vienen con mis abuelos.
—Sería el momento perfecto para pedirle a tu padre su permiso para casarnos
—sugiero, observando su cara mientras me mira.
—Eso sería lo contrario de un momento perfecto para pedir nada —declara y
me empuja lejos de ella.
No puedo evitar reírme.
—Bueno, mis padres vienen a la ciudad mañana por la mañana, así que les
dije que quedaríamos con ellos para comer. —Abre la boca y luego la cierra—.
Pueden venir aquí o podemos ir a mi casa.
—Yo no... —Empieza, y yo levanto la mano.
—Ella nunca vivió en mi casa —le aseguro—. Pero ya está en el mercado, y
por lo que dijo mi madre, parece que está vendida.
—¿Estás vendiendo tu casa? —pregunta, sorprendida.
—Estoy vendiendo mi casa. Nos vamos a vivir juntos —le informo—, y no
vamos a comprar un puto timbre con cámara.
Se ríe de la última parte.
—¿Nos vamos a vivir juntos?
—Sí. —Asiento.
—Podrías mudarte aquí —dice, y yo cruzo los brazos sobre el pecho.
—¿Quién compró esta casa? —pregunto, sabiendo perfectamente quién la ha
comprado. Ella no dice nada—. Exacto, así que vamos a buscar una casa. Yo voy
a comprar esa casa, y luego nos vamos a vivir juntos. —Sus cejas se levantan—.
Y luego vamos a casarnos y tener bebés.
—¿Por qué no podemos comprar la casa los dos? —pregunta, y yo pongo los
ojos en blanco y luego me río.
—Porque yo cuido de ti a partir de ahora. —Sus ojos se vuelven rasgados—.
Cualquier cosa que necesites, voy a ser yo quien te cuide.
—¿Y si digo que no? —pregunta.
—¿Me amas? —pregunto, y ella pone los ojos en blanco—. ¿No quieres que
nos acostemos juntos todas las noches? —No espero a que responda—. Porque
yo quiero irme a la cama contigo todas las noches que estoy en casa. Quiero una
casa contigo donde combinemos todas nuestras cosas. Donde pongamos marcos.
Donde me grites por dejar los calcetines al lado de la cesta y no dentro. —Le
sonrío—. Quiero saber que estás en nuestra cama cuando estoy de viaje. ¿Es
mucho pedir?
Ella me mira, esta mujer a la que dejé ir hace tantos años. La mujer que ha
sido dueña de todo mi corazón desde que la conocí. Aquí, en medio de su baño,
en mitad de la noche, me da la razón.
—Bien —resopla, caminando hacia la ducha—, mudémonos juntos.
29

Sofia
—¿Qué te parece esto? —digo, saliendo del vestidor. Matthew desvía su
atención del teléfono que tiene en la mano hacia mí. Está tumbado encima de la
cama, vestido con unos vaqueros azules y una camiseta blanca con una gorra de
béisbol en la cabeza.
Sonríe mientras me mira.
—Estás increíble. Como siempre.
—¿Pero esto dice que quiero, de verdad, tener a tu hijo? —le pregunto.
Girándome para mirar el largo espejo, me veo con mis vaqueros blancos y un
jersey de cachemira de manga larga doblado en el cuello—. Y te haré feliz.
Se ríe entre dientes mientras se levanta de la cama y se acerca a mí,
poniéndome las manos en las caderas.
—La sonrisa de mi cara lo dice todo —me dice, y el corazón me da un
vuelco. Desde que le abrí la puerta a medianoche, sus palabras me han golpeado
justo en el centro del corazón. Sus palabras han llenado un vacío en mi alma que
no sabía que existía. Un vacío que negaba tener. Un vacío que sólo su amor podía
llenar.
—Sólo quiero gustarles —le confieso—, otra vez. —Intento bromear.
—Te van a querer, como siempre te han querido —me asegura, e intento no
pensar en lo que sentían por Helena, si les gustaba o no. ¿Estaban tristes por ello?
Tengo tantas preguntas y eso sólo alimenta la ansiedad a otro nivel.
Suena el timbre y él me guiña un ojo.
—Es la hora del espectáculo —dice, me toma de la mano y salimos juntos
del dormitorio. El timbre vuelve a sonar y él resopla mientras se dirige a la
puerta. Agarra el picaporte y abre—. ¿Quieres calmarte? —dice abriendo la
puerta, esperando que sean sus padres, pero no.
—¿Por qué abres la puerta? —dice mi abuelo Casey—. Esta no es tu puerta.
—Um —Matthew tartamudea.
—Oh, ¿quieres dejarlo ya? —dice mi abuela Olivia, empujándolo a un
lado—. Hola, Matthew —saluda ella, entrando por la puerta y acercándose a él
para darle un beso en la mejilla—. Estás diferente.
—Um. —Es todo lo que Matthew puede decir.
—¿Qué hacen aquí? —les pregunto mientras me dirijo a la puerta principal.
—Tu abuelo —afirma mi abuela, dejando el bolso sobre la mesa—, ha
venido como un murciélago hasta aquí.
—¿Qué hace aquí? —Miro hacia la puerta y veo a mi padre de pie con el
ceño fruncido—. Abriendo la puerta como si fuera el dueño.
—Papá —regaño en voz alta y sacudo la cabeza—. Él sí vive aquí.
—¿Qué? —se quejan mi padre y mi abuelo—. Um. No lo creo —replica mi
padre, poniéndose las manos en las caderas.
—¿Quieres moverte? —dice mi madre, entrando por la puerta—. Matthew,
estamos muy contentos de volver a verte.
—Otra vez —resopla mi padre—. No tan contentos.
—Señor Barnes —dice Matthew, acercándose a mi padre y tendiéndole la
mano—, me alegro de volver a verlo.
Mi padre se limita a mirar la mano y luego lo mira a él.
—Reed Barnes, si sabes lo que te conviene. —Mi madre lo fulmina con la
mirada
—Recordarás que esta es la casa de tu hija y él es... —se detiene.
—Con quien se acuesta todas las noches —dice mi abuela, y cierro los ojos
para evitar que la vergüenza me llene la cara, pero de pronto siento que el calor
me sube a las mejillas—. Ahora, ustedes dos. —Su voz se vuelve tensa—, será
mejor que se porten bien. —La miro y veo que está mirando a mi padre y a mi
abuelo—. O si no...
No tengo oportunidad de decir nada más porque oigo el ruido de las puertas
al cerrarse. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho... como un reloj.
—Que demon… —Mi padre mira por encima del hombro.
—Mi familia —dice Matthew, y me llevo la mano al estómago para que
desaparezcan los nervios. Matthew lo ve y se acerca a mí. Me agarra la cara con
las manos—. Les vas a encantar. —Me besa los labios.
Mi abuela y mi madre sonríen a Matthew mientras mi padre se ríe otra vez.
—Claro que les va a encantar. ¿Qué no les va a encantar?
—Hola. —Oigo una voz de hombre y miro hacia la puerta principal, viendo
al padre de Matthew—. Tú debes ser el papá de Sofia. —Se acerca a mi padre y
le tiende la mano. No voy a mentir, me quedo con la respiración contenida,
preguntándome si mi padre va a hacer algo, pero le tiende la mano a Viktor.
—Encantado de conocerte —murmura—, este es mi padre. —Mira hacia mi
abuelo—. Casey.
Viktor tiende la mano a mi abuelo.
—Un placer —le dice—. Estos son mis cuñados Matthew, Max y Evan.
—Caballeros —dice su tío Matthew, extendiendo la mano—, encantado de
conocerlos.
—Hola. —Mi abuela se dirige a la puerta principal—. Soy Olivia, por favor
ignoren a mi marido y a mi hijo, parecen haber olvidado sus modales. —Les
dirige una sonrisa—. Pasen.
Deslizo mi mano en la de Matthew mientras espero a que entren.
—Sofia —dice Viktor, acercándose y dándome un fuerte abrazo—, me
alegro de volver a verte. —Muy diferente de cómo mi familia trató a Matthew,
de lo que hablaremos cuando no estemos delante de tanta gente.
Suelto la mano de Matthew para abrazarlo, y él se aparta mientras la madre
de Matthew se acerca a mí.
—Hola —dice y parece que está parpadeando para que no se le escapen las
lágrimas—, estás preciosa como siempre. —Me toma en brazos y me abraza—.
¿Te acuerdas de Karrie, que está casada con Matthew senior?
—¿Acabas de llamarlo senior? —dice Max, riendo y sacudiendo la cabeza—.
Eso es nuevo. Creo que deberíamos ponerlo en tu tarjeta de visita. —Matthew lo
fulmina con la mirada.
—Allison está casada con Max, y Zara con Evan. —Saludo a la mujer con la
cabeza y, para cuando acaban las presentaciones de todas las mujeres, me apetece
un buen trago.
—Entremos en... —Empiezo a decir y luego miro la cantidad de gente que
hay en mi casa—. Quiero decir cocina, pero no creo que sea lo suficientemente
grande para todos nosotros.
—Oh, por favor —dice Allison—, estamos acostumbrados a demasiada gente
y espacios pequeños. —Ella mira alrededor de la casa—. Tienes una casa
preciosa.
—¿Sabían que están viviendo juntos? —pregunta mi padre, y mis ojos se
agrandan. Miro en silencio a mi alrededor, esperando que el suelo se abra y me
trague entera.
—¿Qué? —pregunta su tío Matthew—. No puedes vivir con ella. —Mira a
Matthew—. Tienes que casarte con ella. —Menea la cabeza—. ¿No te hemos
enseñado nada? —murmura.
—Oh, allá vamos —dice Zoe, que luego mira a mi madre y a mi abuela—.
Pido disculpas por cualquier cosa que diga mi hermano, mi marido o mi cuñado.
—Lo mismo —le dice mi madre.
—Supongo que esto lo arregla todo —dice mi abuelo, de pie junto al tío
Matthew—, no pueden vivir el uno con el otro.
—Eso no arregla nada. —Matthew se pone las manos en las caderas y mira a
mi abuelo y a su tío—. Voy a comprarnos una casa y nos mudaremos a ella,
casados o no.
—¿Comprar una casa? —pregunta mi padre—. Ella tiene una casa, ésta.
—Pero no es nuestra casa. —Me pongo al lado de Matthew, un frente
unido—. Así que vamos a comprar nuestra casa y...
—Y —dice su tío Matthew—, casarse.
—¿Qué pasa contigo y casarte? —le pregunta Zara—. Es el siglo XX.
—¿Vamos a la cocina? —sugiere mi madre—. He traído unos dulces —dice,
y luego mira a mi padre—. ¿Puedes ir a buscarlos?
—Mi madre es la dueña de Hazel's Sweets —digo y todas las mujeres jadean.
—Estoy obsesionada con los bollos de limón y arándanos —declara Zoe.
—Pues estás de suerte. He traído más —dice mi madre y luego mira a los
chicos—. ¿Por qué estamos todos aquí mirando? —Mira a mi padre y luego a mi
abuelo.
—¿Quieren que le cuente a Charlotte cómo nos hemos portado hoy? —los
amenaza mi abuela Olivia—. Quizás podamos hacerle FaceTime con ese nuevo y
reluciente iPad que le regalaste. —Se miran antes de darse la vuelta para salir de
casa.
—Vayan a ayudar. —Zoe señala a los hombres—. Y sean amables.
—Volveré —dice Matthew, besándome los labios y se marcha.
—Vamos a poner las cosas en marcha en la cocina —nos informan mi madre
y mi abuela.
—Si te parece bien —dice Zoe—, ¿podemos hablar un momento? —Me
mira.
Mi madre y mi abuela me miran, sin saber qué hacer o decir.
—Por supuesto —digo finalmente nerviosa, con ganas de vomitar por todas
partes—. Vamos a la oficina. —Señalo la puerta cerrada que tenemos delante, la
abro y entro en ella.
—Esto es muy bonito —me felicita Zoe, entrando, y cierro la puerta tras
nosotras—. ¿Podemos sentarnos? —pregunta, señalando el gran sofá blanco de
felpa.
—Por supuesto. —Asiento, me acerco al sofá y me siento. Me tiembla un
poco la mano en la pierna—. Perdona si tartamudeo o estoy nerviosa.
Zoe se sienta a mi lado y extiende la mano para agarrar la mía entre las
suyas.
—Si alguien debería estar nerviosa, soy yo —dice—. Sólo quería aclarar un
poco las cosas. Sé cómo te debes estar sintiendo con todo el... —Ella utiliza su
mano para ir en un círculo, no está segura de qué decir.
—Lo de estar comprometido con Helena y ser la organizadora de su boda —
digo las palabras por ella y echa la cabeza hacia atrás y gime, haciéndome reír.
—Pensé que iba a estar bien haciendo esto —dice en voz baja, mirando
nuestras manos—. Supe en cuanto dijo que se casaba que no era lo correcto. —El
corazón me late con fuerza—. Ni siquiera le propuso matrimonio, ¿quién hace
eso? —Me mira y veo que intenta no llorar—. Quiero a mi hijo, de verdad, pero
no tenía palabras.
—Está bien —le digo suavemente—, lo entiendo.
—No, no creo que lo entiendas —responde suavemente—. Creo que siempre
fuiste tú, Sofia. Creo que después que se separaron por esa estupidez suya. —Ella
sacude la cabeza—. Él no pensó que podría volver a amar así, así que
simplemente eligió lo que hizo. Lo que intento decir es que creo que sólo te ha
amado a ti, y ahora que has vuelto, tengo la sensación que es para siempre. —
Ella sonríe—. Sé que podemos ser mucho, créeme que lo sé, pero sólo quiero
decir lo felices que estamos por ustedes dos.
—Wow —digo, parpadeando mis propias lágrimas—. No puedo decirte lo
que significa para mí. Hoy estaba nerviosa, muy nerviosa, porque, bueno, se
acababa de comprometer y no sabía si lo aceptarías.
—No voy a decir nada que no deba, pero digamos que no encajaba bien del
todo. —Sonríe, igual que su hijo—. Este —dice señalándome—, es el ajuste
perfecto.
Estoy a punto de decirle algo cuando se abre la puerta y Matthew asoma la
cabeza.
—¿Qué? —La sonrisa de su cara desaparece cuando me ve intentando no
llorar—. ¿Qué demonios? ¿Por qué haces llorar a mi chica? —Entra, o quizás lo
empuja Viktor, que también entra.
—¿Qué haces aquí? —pregunta, sin leer la habitación. La sonrisa de su cara
también se va en cuanto nos ve a las dos llorando—. ¿Qué está pasando? ¿Por
qué llora?
—No estoy llorando —resoplo.
—Nada —dice Zoe—. Sólo intentaba decirle que nos alegramos que haya
vuelto.
—Y yo le estaba dando las gracias por ser abierta de mente conmigo, sobre
todo porque es muy poco después de lo de Helena. —Miro a Viktor, que mira a
su hijo.
—Mira, me encantaría sentarme aquí y hablar de esto durante más tiempo —
dice Viktor—, pero Matthew senior y Casey están literalmente teniendo un
concurso de meadas, y sólo espero que nadie saque una parte privada.
—Por supuesto que sí. —Levanto los brazos—. Lo siento si te hace sentir
incómodo. Soy la primera nieta.
—Por favor —dice Viktor—, no tenemos excusa para Matthew senior,
simplemente es así.
—¿Pueden darnos un minuto? —dice Matthew a sus padres, que asienten y
salen de la habitación.
—Tienes un minuto —le digo—, y luego tengo que ir a cuidar de mi abuelo.
—¿De verdad estás bien? —me pregunta, rodeándome la cintura con los
brazos y acercándome a él.
—Sí —le digo sonriéndole—. De verdad que estoy bien. Con lo que no estoy
bien es con la forma en que mi abuelo y mi padre te trataron. Eso no está bien.
—No me importa mientras estés conmigo al final del día. Pueden hacerme lo
que quieran.
—No. —Sacudo la cabeza—. Esto no está bien —le digo, y estoy a punto de
decirle más cuando la puerta se abre de golpe—. Hora del espectáculo —
murmuro.
30

Matthew
—¿Qué está pasando aquí? —Casey entra en el oficina—. ¿Por qué está
llorando? —Le echa un vistazo a Sofia y luego me mira a mí, fulminante.
—¿Quieres saber por qué estoy llorando? —pregunta Sofia, con la voz
tensa—. Te diré por qué. —Su voz sube de tono—. En realidad, esto debería
hacerse delante de todos —dice, saliendo furiosa de la habitación.
—Sofia —le digo, siguiéndola mientras se dirige a la cocina, donde todo el
mundo está de pie o sentado.
—Tengo que anunciar algo —dice en voz alta.
—Dios mío, está embarazada —dice mi tío Matthew, y yo niego con la
cabeza.
—No está embarazada —digo antes que todo el mundo se asuste—, no es
que me importe. —La miro y me lanza una mirada de "ahora no".
—Sólo quiero dar las gracias a la familia de Matthew por haberme acogido
tan bien. —Los miro, sonriendo—. Y luego tienes a mi familia. —Mira a su
padre y a su abuelo—. Ustedes dos. —Los señala—. No han sido nada amables
ni acogedores. —Su padre dice algo y ella levanta la mano—. Ahora, no sé cómo
quieres oír esto, pero quiero que escuches. Él es mi elección. —Me señala a mí.
—Gracias, cariño —le digo feliz, pero ella gira la cabeza hacia mí.
—Ahora no. —Muevo los labios y levanto las manos—. Él es mi elección, y
yo soy la suya. Lo que significa que voy a hacer vida con él. Voy a mudarme con
él. Voy a compartir mi vida con él. Mis días buenos y mis días malos. Voy a
tener hijos con él. —Vuelve a mirar a mi tío Matthew—. Ahora no, pero con el
tiempo. Estoy haciendo todo esto, y si no respetan eso, entonces no me respetan,
y si no me respetan, entonces no los tendré en mi vida. —Hazel jadea—. Así que
tienen que elegir. Pueden estar en mi vida, y con eso, significa que serán amables
con él y lo tratarán con la misma amabilidad y respeto con que su familia me
trata a mí, o pueden estar fuera de mi vida, lo que significa que cuando lleguen
las vacaciones, no vamos a estar allí.
—Espera un minuto —empieza Reed—, es sólo que...
—No es nada, Reed —le sisea Hazel—. ¿Escuchaste una palabra de lo que
dijo?
—No tuvimos elección. Dijo que tenía que hacer un anuncio —dice Reed,
ganándose una mirada fulminante de Hazel—. Bien. —Levanta la mano—.
Seremos respetuosos. —La mira—. ¿Contenta?
—Es un comienzo —dice Sofia.
—Me gustaría decir algo. —Levanto la mano y veo que mi padre y mis tíos
se limitan a negar con la cabeza, diciéndome que no es buena idea, pero que solo
voy a tener una oportunidad—. Siento lo que le hice a Sofia —me disculpo,
mirándola y rodeándola con el brazo y atrayéndola hacia mí—. Y como le dije,
me pasaré la vida haciendo que no se arrepienta de haberme dado otra
oportunidad. —Ella desliza su brazo alrededor de mi cintura—. Y espero que
todos me den otra oportunidad para probarme a ustedes y a ella.
—No tienes que hacer eso —dice Olivia—. Sofia es la única a la que tienes
que demostrárselo, y si ha elegido tenerte en su vida, tenemos que creer que sabe
lo que hace. —Mira a su marido—. Eso debería bastarnos. —Sus cejas se
levantan—. ¿Verdad?
Él le devuelve la mirada.
—Antes de acceder a nada —dice mi tío Matthew, y yo quiero gemir—.
Deberías decirles lo que estás a punto de hacer.
—¿Lo que está a punto de hacer o lo que acaba de hacer? —pregunta Max,
de pie junto a Matthew, con los ojos puestos en Casey, que se limita a mirarlos y
parece que sonríe satisfecho.
No se echa atrás como la mayoría de la gente que intenta enfrentarse a mis
tíos.
—Interesante. —Eso es lo único que Casey dice.
—Creo que es seguro decir que ambos tenemos nuestras fuentes. —Mi tío
Matthew se mete las manos en los bolsillos—. Mejor que se enteren por ti, ¿no
crees?
—¿Qué está pasando? —susurra Sofia mientras mira a su abuelo, que evita
mirarla. La culpa está ahora escrita en su cara y no puedo ni imaginar qué es lo
que ha hecho. Sea lo que sea, tiene que ser malo.
—Casey Barnes —dice Olivia con los dientes apretados—, ¿qué has hecho?
—No he hecho nada —Se niega, volviéndose hacia mi tío Matthew—,
todavía. Pero he decidido comprar un equipo de hockey. —Ni siquiera tengo
tiempo de procesar lo que está pasando hasta que oigo a mi tío Matthew reír.
—Dios mío —susurra Hazel al mismo tiempo que siento que el aire se agota
en la habitación.
—No es cualquier equipo de hockey —declara mi tío Max—, nada menos
que el equipo de Matty. —Me señala.
La sangre debe de drenarse de mi cara porque me quedo de piedra.
—¿Qué? —digo casi en un susurro. Tan pronto como el shock se desvanece,
que es segundos más tarde, se convierte en ira. Enojado, estoy muy enojado
ahora.
—¿Has comprado su equipo de hockey? —pregunta Sofia, mirando a su
abuelo, con la cara pálida.
—No es su equipo —afirma Casey—, él juega en el equipo. Es mío.
—Tengo un contrato —digo por fin, y mi padre viene a ponerse a mi lado.
—Créeme, lo sé —me asegura Casey—, por un año más, y luego ya
veremos, supongo.
—Bien —digo, soltando un enorme suspiro y sintiéndome tan derrotado que
solo quiero salir de aquí hecho una furia—. Si eso es lo que quieres, siempre
puedo jugar en el extranjero. —Lo miro fijamente mientras digo esto—. Noruega
tiene un gran equipo. Finlandia también. París. Europa es un gran lugar para
jugar. Conozco a un par de personas que juegan allí, y eso es lo que haré si tengo
que hacerlo.
—Si él se va —anuncia Sofia—, yo me voy con él. —Su voz es tan baja que
no estoy seguro que nadie pueda oírla—. Si haces eso, me iré con él. Y entonces
nunca nos verás.
—Espera un momento —dice Reed y miro a Hazel, que se levanta y toma un
pañuelo para secarse las lágrimas—. No nos adelantemos.
—Casey Barnes —exige Olivia—, no vas a comprar ese equipo. Lo cancelas
ahora mismo.
—No puede. —Mi tío Matthew se ríe, aplaudiendo—. No sólo ha comprado
el equipo, sino que lo ha hecho por un precio muy superior al que pedían. —
Menea la cabeza—. Ni siquiera es un gran equipo. —Mi tío me mira—. Quiero
decir, eres el mejor del equipo, pero si querías comprar un equipo de hockey,
deberías haberme llamado. Me investigaste hace tres semanas, seguro que tenías
mi número. Sabías exactamente lo que hacía y para quién lo hacía. Debías saber
que no sólo era dueño del equipo de Nueva York, sino que también queríamos
expandirnos a la costa oeste. —Casey ahora sólo mira a mi tío, sus cejas se
levantan—. No eres el único que sabe cómo se ocupan los ordenadores.
—Stefano Dimitris —dice Casey refiriéndose a mi primo—, sabía que él
encontraría el rastro.
—¿Qué es todo esto? —pregunta mi padre y yo lo miro—. Mi hijo cometió
un error. Un error que comete un niño y él sabe que ha cometido un error. Ha
admitido que cometió un error y ahora quieres venir aquí y qué, ¿arruinarlo? —
Su voz se tensa al final.
—No —dice Reed rápidamente, tratando de endulzar las cosas—, por
supuesto que no.
—Eso no es lo que estamos oyendo —dice—. La gente la caga, créeme, lo
sé. Yo fui uno de ellos. Pero en la vida se trata de tener la oportunidad de
enmendar tus errores. —Me mira—. No vas a ir a ninguna parte, ¿me oyes? A
ninguna parte.
—Ya he oído bastante —declara Sofia—. Discúlpenme. —Camina hacia las
escaleras y las sube.
Entra en su habitación y yo miro a su padre y a su abuelo.
—¿Están contentos ahora? —Miro a los dos hombres que están allí de pie.
Reed parece en estado de shock, Casey parece a punto de retorcerle el cuello a
alguien, seguramente el mío—. Nunca quise que fuera así —les digo—. La amo
con todo lo que tengo, pero no voy a quedarme aquí y dejar que le hagan daño.
La alejaré de todo antes de permitir que eso ocurra. —Miro a mi padre—. Voy a
ir a asegurarme que está bien.
Estoy a punto de subir las escaleras cuando la veo bajar de nuevo con un
bolso en la mano.
—¿Adónde vas? —Mi madre se levanta para ir hacia ella—. Sofia.
Ella no dice nada a nadie, sólo camina hacia la puerta, agarra su bolso y
luego vuelve y deja la llave en el mostrador.
—Aquí está la llave de la casa. —Mira a su padre y luego a su abuelo—. Ya
no la necesito. —Entonces camina hacia mí con lágrimas en los ojos y lo único
que puedo hacer es tenderle los brazos—. Gracias por venir a conocerme. —Se
gira para hablar con mi familia—. Siento todo esto, espero que no lo tomen en
cuenta —dice mientras se seca las lágrimas de los ojos—. ¿Podemos irnos?
—A cualquier sitio —le digo—. Podemos ir a cualquier sitio.
—Ok, paren —dice Casey, con la voz muy alta—. ¿Por qué no nos tomamos
todos un segundo?
—No —afirma Sofia—, tuviste un segundo. Tuviste más de un segundo.
—Tienes que ver que sólo lo hacía por ti —le dice Casey—. Haría cualquier
cosa por ti.
—No, no lo harías —replica Sofia tercamente—, porque si lo hicieras, no
habrías intentado ir a espaldas de todo el mundo y tratar de arruinar su carrera.
—No puedo arruinar su carrera —dice Casey—, ni siquiera sé patinar.
—Será mejor que lo hagas mejor que eso. —Olivia cruza los brazos sobre el
pecho.
—Ok, de acuerdo. —Levanta las manos—. Lo siento.
—¿Por? —pregunta Sofia y sé que se está saliendo con la suya. Ha hecho
todo esto para engañarlo—. ¿Lo siento por ser un burro? ¿Lo siento por actuar
como un loco delante de extraños? ¿Lo siento por comprar un equipo de hockey,
aunque no tengas ni idea de cuáles son las reglas?
—Pfft —replica Casey—, conozco las reglas.
Sofia se endereza.
—¿Cuántos innings?
—Periodos —le murmura mi tío, intentando ayudarlo—. Tres.
—Tres —dice Casey—, y se llaman periodos. Pero sí, todo eso. Prometo que
intentaré de verdad conocerlo y prometo que no interferiré en su contrato.
—¿Y la casa que compremos? —replica Sofia.
—Di que no. —Mi tío se pone la mano delante de la boca.
—Podríamos ir todos juntos a ver la casa —sugiere mi madre—. Mañana
tengo cuatro listados.
—Yo me voy por la tarde —digo y luego miro a Casey—. Pero si quieres,
podemos ver algunas hoy. —Beso la cabeza de Sofia—. Lo decía en serio, haré
lo que la haga feliz. Sé que tú la haces feliz, así que trabajaré contigo.
—¿Podemos estar todos de acuerdo en hacer una tregua? —Reed dice,
dejando escapar un enorme suspiro.
—Podemos estar todos de acuerdo —responde Casey, mirando a mi tío
Matthew—. Tengo que decirlo. —Sonríe—. Ha estado bien hacer sparring
contigo. Deberías venir a la granja. Puedo enseñarte a disparar.
—Deberías venir a mi campo de hockey. Puedo enseñarte a patinar —
responde mi tío riendo.
—Compré un equipo de hockey. —Sacude la cabeza—. Buena jugada.
—Necesito una copa —dice Olivia—. Tomemos un té dulce.
—Oh, me gusta el té —dice mi tía Zara.
Las chicas se levantan y veo que los hombres están hablando entre ellos.
—Bueno. —Miro a Sofia—. Bonito juego con la maleta, ¿está vacía?
Me mira y veo que sonríe.
—Claro que lo está, ¿creías que podía hacer una maleta en tres minutos?
Echo la cabeza hacia atrás y me río.
—Siempre fuiste mía —le digo—, y ahora te estoy tomando. —Le beso los
labios y la rodeo con los brazos.
Epílogo uno

Matthew
Nueve meses después
—¿De verdad crees que es una buena idea? —me pregunta Sofia cuando
salgo del baño. Me paso las manos por el cabello mojado y la miro frente al
espejo de cuerpo entero. Lleva unos pantalones cortos azules y una camiseta de
tirantes blanca. Su piel parece recién bañada por el sol y sé que el bronceado se
debe a que ha pasado los últimos cuatro días montando a caballo.
—En absoluto. —Sacudo la cabeza—. No hay ni una sola cosa que me
parezca buena de mi familia, y por mi familia me refiero a todo el circo,
conociendo a tu familia. —Camino hacia ella mientras me inclino y beso sus
labios—. ¿Cuándo pensaste que yo creía que esto era una buena idea? —Luego
beso su hombro desnudo mientras ella se limita a mirarme en el espejo—. Creo
que incluso negué con la cabeza mientras hablabas de esto en Navidad. —Desde
que tuvimos el enfrentamiento con su familia, nunca nos hemos separado, bueno,
excepto cuando he estado de viaje.
—Estaba borracha —me dice resoplando—, y nerviosa por conocer a todo el
mundo. ¿Cómo iba a saber que Matthew senior habría llamado a mi abuelo?
Estaban hablando de las enormes vacaciones familiares. ¿Crees que se me
ocurrió que se emocionaría tanto con nuestra reunión familiar que pensaría que
era buena idea que lo incluyera? —No puedo evitar reírme de ella mientras me
fulmina con la mirada.
—Te dije que esos dos juntos no era una buena idea, y luego añades a mi tío
Max y es una receta para el desastre. —Le pongo las manos en las caderas,
poniéndome detrás de ella—. Tenías que haberlo sabido. Diablos, ahora todo el
mundo tiene un caballo. Ni siquiera me los imagino montando a caballo. Mi
padre me envió la foto de un caballo el otro día, preguntándome si era de buena
raza. Es como Autotrader pero para caballos.
Suena el timbre y los dos nos miramos. La beso una vez más en el cuello
antes de salir y dirigirme a la puerta principal. La mitad superior de la puerta es
de cristal, algo que tendremos que cambiar la próxima vez. Ayer salí en bóxer y
su prima estaba mirando por la ventana. Hoy, le toca a mi padre.
—Es mi padre —digo por encima del hombro hacia la zona del dormitorio.
Desbloqueo la puerta, algo que al parecer no hacen aquí porque, bueno,
conocen a todo el mundo y, además, ¿quién va a entrar a robar en tu casa?
—Hola —saludo cuando abro la puerta y entra mi padre, que me abraza con
una mano antes de besarme la cabeza, como hacía cuando yo era pequeño.
—Hola —contesta mirando a su alrededor—. ¿No hay nadie cerca?
—Está en el dormitorio. —Mi voz es baja mientras miro para asegurarme
que no está cerca—. ¿Va todo bien?
—Todo está preparado —confirma y luego sonríe por encima de mi
hombro—. Hola —dice, y miro para ver a Sofia entrando en la habitación. Se
acerca y le da a mi padre un abrazo y un beso en la mejilla—. ¿Estás lista? —le
pregunta, y ella asiente.
—Supongo que todo lo preparada que voy a estar nunca —refunfuña
mientras agarra el móvil y se lo mete en el bolsillo. Salimos al soleado día y su
mano se desliza entre las mías—. Esto va a ser muy divertido —dice sarcástica, e
incluso mi padre se ríe.
—¿Dónde está Zoe? —pregunta Sofia.
—Estaba con tu madre y tus tías esta mañana. Estaban enseñando a las niñas
a hornear algo, pero luego creo haber oído que había té dulce de por medio. —Se
encoge de hombros—. Así que nadie se coma esas galletas.
Todos nos reímos mientras abro la puerta trasera de la camioneta para que
Sofia suba. Entro y la beso antes de cerrar la puerta y subirme en el asiento del
copiloto. Mi pie se mueve arriba y abajo por los nervios, hoy es un gran día en
más sentidos de los que puedo expresar con palabras. Cuando estamos cerca de la
granja de sus abuelos, veo lo que parecen ser más de cien autos.
—Maldita sea —chilla Sofia desde la parte de atrás. Echo un vistazo a lo que
está mirando y veo que mis tíos Matthew y Max están montando a caballo con
Casey y Reed—. ¿Por qué no llevan silla de montar? —pregunta y mi padre se
ríe.
—No es suficientemente varonil. —Mi padre le devuelve la mirada—.
Cuando tu padre se subió al caballo agarrándose a sus crines, bueno, Matthew lo
intentó y casi se da una patada en la cara. Max se cayó de culo. Tardó más de
diez minutos en subir finalmente al caballo.
Mi padre detiene el auto junto a los cuatro hombres y yo pulso el botón para
abrir la ventanilla.
—Hola —les digo, levantándoles la barbilla—. ¿Qué están haciendo?
—Estamos montando a cabello —afirma Max, y me estremezco.
—No vuelvas a decir eso. —Sacudo la cabeza.
—Vas a tener los huevos en la garganta. —Mi padre se inclina sobre mí para
decírselo.
—Estamos bien —dice Matthew con una mueca de dolor—, váyanse.
Mi padre avanza y aparca la camioneta. Me bajo y miro para ver a los cuatro
trotando en algún lugar a lo lejos, y me pregunto si lo tienen todo preparado.
—¿Qué te pasa? —me pregunta Sofia, que viene a ponerse a mi lado. La
miro—. Parece que vas a vomitar y luego alguien te va a dar una patada en los
huevos.
—Es al revés —bromea mi padre dándome una palmada en el hombro—,
primero le das una patada en los huevos y luego vomita.
—Estoy bien —le miento. No estoy bien. Estoy todo lo contrario de bien.
Siento que voy a vomitar, y no estoy seguro de cuánto tiempo más podré
aguantar sin vomitar o derramar el secreto.
—Tenemos que traerte sales aromáticas —me dice mi padre entre dientes
mientras me adelanta hacia la casa de sus abuelos. Ya he estado aquí un
domingo, y si pensaba que las cenas de domingo de mi familia eran ruidosas y
alocadas, tengo que concedérselo a la familia de Sofia. Todo el mundo está aquí,
siempre. Los niños corren a lo lejos, los mayores montan a caballo y hacen
carreras. Los adultos se sientan en las mesas redondas de madera repartidas por
el gran patio. Sus abuelos se sientan en una, simplemente mirando todo lo que
tienen.
Cuando entro en el patio, es lo mismo, solo que esta vez es el doble de gente,
miro y veo a mis tías sentadas con las tías de Sofia, toda la mesa de mujeres
riéndose de algo. Mi tío Evan y Justin están de pie detrás de ellas mientras se
limitan a sacudir la cabeza.
—Ve a saludar a Charlotte y Billy. —Mi padre me da un codazo hacia la
mesa donde se sientan Billy y Charlotte, pero esta vez están con mis abuelos.
—Ahí están —dice mi abuelo Cooper, levantándose y acercándose a
nosotros. Me abre los brazos y le doy un abrazo—. Cada vez estás más guapa —
declara, mirando a Sofia y abrazándola también.
—Se parece a mi mujer —dice Billy, levantándose seguido de Charlotte y mi
abuela.
Sofia se acerca a su abuelo y lo abraza, luego besa a su abuela.
—Hola. —Sonríe a mi abuela y la abraza—. ¿Lo están pasando bien? —
pregunta y mi abuela se ríe.
—Estábamos sentados, explicándoles el árbol genealógico —dice—. Es
mucha gente.
Miro a mi alrededor y deslizo mi mano por la de Sofia.
—Vamos a dar un paseo —sugiero, y ella se limita a sonreírme.
—Diviértanse —dicen nuestros abuelos al mismo tiempo y luego se ríen.
—¿Qué pasa con las tías? —pregunto por encima del hombro.
—Se han metido con el té dulce especial que Billy guarda para los hombres
—explica Charlotte.
—Deberías haber llegado hace veinte minutos. Todas estaban revolcándose
en el césped —dice mi abuela riendo.
—¿Deberíamos saludar a todos? —pregunta Sofia. Miramos y vemos a mis
primas con mis tías, que están dando sorbos a una copa y pasándosela—. Yo digo
que no.
Me río.
—¿Me llevas al arroyo? —pregunto y ella me sonríe.
—Estás obsesionado con ese arroyo —comenta, y en realidad no estoy
obsesionado con él.
—Estoy obsesionado con la forma en que se iluminan tus ojos cuando estás
cerca —le digo mientras pasamos por delante del granero—, y la forma en que
sonríes tan contenta que sueltas un pequeño suspiro. —Me sonríe.
Caminamos entre los árboles, con el sonido de las ramas bajo nuestros pies.
El sol se mantiene fuera y se puede oír el piar de todos los pájaros a lo lejos.
—¿No está demasiado tranquilo? —pregunta Sofia y yo sólo puedo asentir—
. ¿Qué demonios? —dice Sofia mientras deja de caminar. Miro hacia arriba y veo
que hay árboles envueltos en luces parpadeantes—. ¿Qué es esto? —Ella camina
lentamente mientras llega al arroyo y ve que hay un montón de luces
centelleantes por todos los árboles.
Me paro en medio del arroyo mientras ella gira en círculo y contempla todas
las luces.
—¿Crees que lo han hecho por tu familia? —me pregunta mientras se gira
para mirarme.
En cuanto sus ojos se cruzan con los míos, me arrodillo.
—Sofia —le digo, y ella jadea y se tapa la boca con las dos manos.
—¿Qué está pasando? —Da un paso atrás.
Lo único que puedo hacer es sonreírle.
—Desde el momento en que te vi. —Inclino la cabeza hacia un lado—. A los
dos segundos supe que tenía que saber quién eras. —Ella se ríe de esa pequeña
broma.
—Matthew —dice mi nombre entre lágrimas y una sonrisa radiante.
—Cásate conmigo. —Cierro los ojos—. Después de todas las formas en las
que he practicado para pedírtelo, las únicas dos palabras que recuerdo son esas.
—Sacudo la cabeza—. Cuando me estaba preparando para proponerte
matrimonio, fui donde mi padre y se lo conté. Vino conmigo para pedirle tu
mano en matrimonio a tu papá.
—Dios mío —dice ella, con su risa llenando el bosque.
—Sí, bueno, dijo que no. —Sacudo la cabeza, pensando en cuando soltó un
no, pero entonces Hazel entró en la habitación, y cambió de opinión—. Por
suerte para él, iba a hacerlo dijera lo que dijera. —Saco la caja negra de mi
bolsillo—. Cuando llegó el momento de elegir tu anillo, bueno, todo el mundo se
presentó. Hubo idas y venidas y fue una pesadilla, pero lo único que quería era
decírtelo cuando llegara a casa. Lo único que quería era ponértelo en la mano y
pedirte que fueras mía para siempre. Lo único que quiero es que seas mía. —Le
sonrío—. Sofia, has hecho realidad mis sueños al darme otra oportunidad. Me
has enseñado lo que significa el verdadero amor. Me has enseñado lo que se
siente al ser amado incondicionalmente. Quiero tener hijos contigo. Quiero
montar a caballo contigo. Quiero tomarte de la mano cuando estés contenta y
levantarte cuando estés triste. Lo quiero todo, Sofia, y no lo quiero con nadie más
que contigo. —Abro la caja y ella jadea—. Entonces, ¿qué dices, Sofia? ¿Quieres
casarte conmigo y hacerme el hombre más feliz del mundo?
No contesta porque está demasiado ocupada abalanzándose sobre mí y
rodeándome el cuello con los brazos. La caja del anillo sale volando de mi mano
mientras me aseguro que ella no cae a un lado, pero al hacerlo veo cómo el anillo
vuela literalmente por los aires.
—¡Dios mío! —chilla Sofia—. ¡El anillo! —grita, y ahora oigo voces.
—Él tenía un único trabajo —dice Reed desde el bosque.
—Ella se le lanzó. —Ahora oigo a mi padre—. ¿Tenía que dejarla caer? —
Sacudo la cabeza y miro la caja y el anillo que está junto a ella.
—Lo encontró, ya ves —afirma mi padre.
—Se suponía que íbamos a estar los dos solos —le digo, y lo único que hace
es sonreírme.
—No me gustaría que fuera de otra manera —responde, agarrándome la cara
y besándome los labios.
—¿Deberíamos ir a felicitarlos ahora? —dice mi tío Max.
—Todavía no ha dicho que sí —gruñe Casey—. Todavía puede decir que no.
—No va a decir que no —resopla mi tío Matthew—. Lo está besando.
—¡No voy a decir que no! —Sofia grita ahora por encima del hombro—.
Nunca, jamás diré que no.
—¿Eso es un hecho? —pregunto, y solo sonrío—. Entonces, ¿si dijera que
nos casemos hoy?
—No lo dijo —gime Reed—. ¿Acaba de...?
—Matthew —dice, y yo levanto la mano.
—¿Y si te dijera que me he encargado de todo y que lo único que tienes que
hacer es elegir el vestido? —La miro y veo la sorpresa en sus ojos.
—¿Cómo... cómo has hecho todo esto? —pregunta, y oigo risas.
—¿Cómo crees que lo hizo? —Ella mira por encima de mi hombro y allí
están ellas, las mujeres que han hecho posible todo esto: Shelby, Clarabella,
Presley y Addison.
—Entonces, ¿qué dices? —pregunto de nuevo—. ¿Quieres casarte conmigo
hoy?

j
Algún tiempo después...

—¿Puedo entrar? —dice una voz masculina mientras asoma la cabeza—.


Vengo con regalos —dice, y yo me paro y miro a Stefano, que es primo de
Matthew.
Mide 1,80, tiene el cabello negro y los ojos verdes. Lleva pantalones cafés
con camisa blanca y chaleco tostado, y tengo que preguntarme si forma parte del
cortejo nupcial. Ni siquiera tengo la oportunidad de decir algo cuando oigo a
Addison, a mi lado, jadear.
Los ojos de Stefano pasan de mí a Addison.
—Dios mío —dice Addison mientras se lleva la mano a la boca—. Eres tú.
A Stefano se le va el color de la cara y parece que ha visto un fantasma.
—Tú —dice en un susurro. Mi cabeza va y viene hacia él y luego hacia ella.
Nadie más en la sala se da cuenta de lo que está pasando. Estoy a punto de
preguntarles si se conocen cuando oigo gritar a Avery.
—Mamá, mamá —dice mirándola—, tengo un vestido de princesa. —Se gira
en círculo sobre un pie tropezando mientras me mira y es entonces cuando mi
boca toca el suelo.
—Dios mío —dice Stefano llevándose la mano a la boca.
—Stefano. —Oigo que alguien lo llama y, al girarme, veo a una mujer que
entra en la habitación—. Cariño, ¿adónde has ido? —dice, deslizando su mano
por la de él—. ¿A quién tenemos aquí?

Fin
Epílogo Extra

Sofia
Estoy demasiado conmocionada para decir nada. Miro a las chicas que están
al lado.
—No pensaste que nos perderíamos esto, ¿verdad? —pregunta Clarabella,
negando con la cabeza.
—Lo habríamos matado si hubiera hecho esto sin nosotras —declara Presley,
sonriendo.
—Entonces, ¿vamos a hacer esto? —Shelby me sonríe—. ¿Nos vamos a
casar? —Ladea la cabeza—. ¿Hoy?
No sé qué me pasa. No sé si es el calor, el hecho que nuestras familias estén
juntas o el hecho que lo único que quiero es ser su esposa.
—Sí.
Todas las chicas vitorean a un lado y la fila de hombres gime.
—Ok, gente. —Shelby aplaude—. Tenemos cosas que hacer.
Miro y veo a mi abuelo poner las manos en las caderas.
—Creía que habíamos hecho todo lo que teníamos que hacer.
—Tú. —Clarabella se acerca a mí—. Felicidades, pero no es momento de
celebrar. —Me pasa la mano por el brazo—. Es hora de vestirte y emborracharte.
—Um —dice Matthew—, ¿necesita el anillo? —Sostiene el anillo por el que
se arrastró justo después que me lanzara.
—Lo necesita —confirma Addison, sonriéndole—. Ve a ponérselo. —Ella
aplaude muy contenta. En los nueve meses pasados Addison ha sobresalido más
de lo que puedo decir nunca. Ella ha superado la fase de contestar los teléfonos.
Ella no lo sabe, pero el próximo mes, Shelby está dando un pequeño paso atrás y
ella tendrá a su primer cliente, y yo no podría estar más feliz por ella.
—Sofia —dice Matthew, agarrándome la mano—. ¿Quieres casarte
conmigo?
—No tenemos tiempo para esto —afirma Presley—. Ella ya dijo que sí, sólo
deslízalo sobre su dedo. Las chicas están esperando.
—Bueno, estamos tratando de ponerlas sobrias, pero la mayoría de ellas
están muy emocionadas —explica Clarabella—. Tu abuela está perdiendo la
cabeza con todos los vestidos que Zara fue capaz de conseguir. Hasta se inclinó
ante ella y luego se cayó. —Mi abuelo da un paso adelante—. Ella está bien. —
Luego murmura—: Nada que un poco de maquillaje no pueda ocultar—. Lo
tenemos —dice Clarabella, mirando a Addison, que se limita a asentir—. Ustedes
dos. —Señala a Shelby y Presley—. Reúnan a los hombres.
—Reúnan a los hombres —dice el tío Matthew—. ¿Qué mierda significa
eso?
—Creo que significa que, si intentas huir, ella va a… —Intenta decir Max sin
reírse, pero no puede parar—, echarte el lazo.
—Me lo pido —dice mi abuelo, cruzando las manos sobre el pecho mientras
el tío Matthew lo fulmina con la mirada.
Clarabella me toma de la mano y tira de mí hacia un carrito de golf que ni
siquiera había visto.
—Súbete.
—¿Adónde vamos? —les pregunto, y se limitan a sonreírme. Miro el anillo
cuadrado de diamantes que llevo en el dedo y no puedo evitar que se me salten
las lágrimas.
—Dios mío —digo cuando veo adónde nos dirigimos—. El granero del
bisabuelo Kaine. —Veo mi tractor rosa fuera, con latas en la parte de atrás con
un enorme cartel de Recién Casados.
El granero se estaba cayendo cuando nos mudamos aquí, pero lo rehicieron
hace un par de años. Lo hicieron tres veces más grande de lo que era antes, y
servía para albergar todo el equipo de la granja.
—Un dato curioso —digo bajándome del carrito de golf—, es que me
concibieron en este granero.
—Bueno, ahora se ha cerrado el círculo —dice Clarabella—, ¿quieres ver el
espacio de recepción, o quieres ir donde los vestidos?
Respiro hondo.
—Por favor, les confío mi vida —declaro—. Llévame a los vestidos.
—¡Sí! —Aplaude Addison, celebrando de nuevo—. Estoy tan emocionada,
todos tenemos apuestas —dice mientras me llevan al lado del granero que se
utiliza para espacios de oficina. En cuanto nos acercamos lo suficiente, oigo las
risas y los chillidos.
—¡Ya está aquí! —Oigo gritar a mi madre y entonces se abre la puerta—.
¿Has dicho que sí? —Tantea las palabras.
—He dicho que sí. —Levanto la mano y entonces mi abuela sale a
trompicones seguida de Zoe, que parpadea tan rápido que lo único que puede
hacer es reírse.
—¿Cuándo se me pasa este borrachera? —le pregunta a mi abuela, que no
hace más que aullar de risa.
—¿Cuánto has bebido? —le pregunto cuando me acerco lo suficiente.
—Sólo un poquito —responde mi madre levantando cinco dedos.
—Todo va a salir bien. —Clarabella debe ver la expresión frenética que
tengo en la cara—. Las únicas que tienen que estar sobrias para esto son Presley
y Shelby.
—¿Qué? —Addison jadea.
—Ellas tienen a los hombres que van a dar los toques finales al espacio de la
ceremonia —le informa Clarabella a Addison—. Todo lo que tenemos que hacer
es asegurarnos que a nadie se le caigan las tetas y no se vean todas las zonas
privadas.
—¿Podemos elegir un vestido? —dice Zara, asomando la cabeza fuera del
oficina.
—Sí, vamos —coincido, entrando y parándome en seco. Lo que era un
oficina está ahora lleno de veinte espejos alrededor de las cuatro paredes, con
mesas de maquillaje delante y sillas antiguas. En el centro de la sala hay
pequeñas mesas redondas con bancos para que la gente pueda sentarse—. Esto
es... —Miro hacia la elegante lámpara de araña que cuelga.
—Esto no es nada —afirma Addison señalando la puerta—. Deberías ver ahí
dentro.
—Ahora —dice Clarabella—, tenemos las medidas de todas y pensamos que
estaría bien hacer un vestido de color lila suave para la fiesta de bodas. —Me
llevo las manos a la boca porque hace apenas tres meses dije que eso era lo que
quería—. Zara hizo todo lo posible.
Ni siquiera tengo oportunidad de decir nada más porque mis primas entran,
junto con las suyas.
—Bueno, no hace falta decir que consiguió vestidos para cada persona en
una variedad de colores. —Entramos en la habitación, y juro que es como ir a
una tienda de novias, excepto que está en mi granero.
—Pero para ti —dice Zara, acercándose—, para ti, tu madre y tu abuela
hicieron la llamada. —Se acerca a mí—. Pero si no te gusta, tengo un plan
alternativo.
—Claro que lo tienes —digo y miro hacia el perchero donde cuelga mi
vestido. Es el vestido más bonito que he visto en mi vida. Mis manos agarran una
de las delicadas mangas, recorriendo las pequeñas flores bordadas. Están por
todo el vestido, florecitas y hojas por todas partes, con un slip color piel justo
debajo de todo el vestido.
La espalda está abierta.
—Si no te gusta —dice mi madre—, tenemos otro.
—No. —Sacudo la cabeza—. Este es perfecto. —Le sonrío, y no tengo nada
más que decir porque me agarran y me sientan en una silla, mientras los de
maquillaje me maquillan la cara y alguien viene a peinarme. Ni siquiera puedo
decir cuánta gente hay en la sala, pero parece que hay unas cien mujeres.
—Estás preciosa —me piropea Zoe, bebiendo una taza de café—. Él es tan
feliz —dice—. Gracias por quererlo como lo quieres. —Se seca las lágrimas con
el pulgar.
Estoy a punto de decir algo cuando oigo una conmoción que viene de afuera
y luego lo que suena como cuatro disparos
—¿Qué está pasando?
Addison entra jadeando.
—Todo está bien —me asegura, tratando de apartarse el cabello hacia un
lado—. Los hombres pensaban tal vez saludarlos disparando armas y una como
que falló el tiro. —Esboza una sonrisa—. No hay heridos.
Me río de ella al mismo tiempo que alguien llama a la puerta.
—¿Puedo entrar? —dice una voz masculina mientras asoma la cabeza—.
Vengo con regalos —dice, y yo me paro y miro a Stefano, que es primo de
Matthew.
Mide 1,80, tiene el cabello negro y los ojos verdes. Lleva pantalones cafés
con camisa blanca y chaleco tostado, y tengo que preguntarme si forma parte del
cortejo nupcial. Ni siquiera tengo la oportunidad de decir algo cuando oigo a
Addison, a mi lado, jadear.
Los ojos de Stefano pasan de mí a Addison.
—Dios mío —dice Addison mientras se lleva la mano a la boca—. Eres tú.
A Stefano se le va el color de la cara y parece que ha visto un fantasma.
—Tú —dice en un susurro. Mi cabeza va y viene hacia él y luego hacia ella.
Nadie más en la sala se da cuenta de lo que está pasando. Estoy a punto de
preguntarles si se conocen cuando oigo gritar a Avery.
—Mamá, mamá —dice mirándola—, tengo un vestido de princesa. —Se gira
en círculo sobre un pie tropezando mientras me mira y es entonces cuando mi
boca toca el suelo.
—Dios mío —dice Stefano llevándose la mano a la boca.
—Stefano. —Oigo que alguien lo llama y, al girarme, veo a una mujer que
entra en la habitación—. Cariño, ¿adónde has ido? —dice, deslizando su mano
por la de él—. ¿A quién tenemos aquí?
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