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Contenido
Sinopsis ___________________________________________________________ 4
1 _________________________________________________________________ 6
2 _________________________________________________________________ 18
3 ________________________________________________________________ 23
4 ________________________________________________________________ 33
5 ________________________________________________________________ 44
6 ________________________________________________________________ 56
7 ________________________________________________________________ 69
8 ________________________________________________________________ 77
9 ________________________________________________________________ 89
10 _______________________________________________________________ 99
11 ________________________________________________________________ 115
12 _______________________________________________________________ 117
Epílogo ___________________________________________________________ 130

Sobre la autora ___________________________________________________ 133


Créditos __________________________________________________________ 134
El Amor Verdadero nunca debe someterse a votación familiar.

Elle
Todo lo que quería eran unas agradables y relajantes fiestas
navideñas en casa con mi familia. Pero no, todos tuvieron que arruinarlo
invitando a mi amor platónico de la infancia, Oliver Moore, y uniéndonos
en cada momento posible. Qué el cielo me ayude.
Ahora, en lugar de beber chocolate caliente junto al fuego, estoy
esquivando los intentos de buscar pareja y tratando de fingir que no me
atrae la sonrisa adorablemente perfecta de Oliver. No seré un proyecto
más de mi familia.

Oliver
Quiero decir, ¿estoy molesto porque la familia de Elle nos engañó
para pasar estas fiestas de Navidad juntos? No. ¿Alguna vez admitiré eso
en voz alta? También no. Hace mucho tiempo que llegué a un acuerdo
con la zona de amigos en la que Elle me colocó allá por el noveno grado.
Pero esta semana hay algo diferente en ella. Algo que está
generando sentimientos que en realidad debería ignorar.
Para mis seis hijos,

que me enseñaron que cualquier cosa se puede hacer en medio


del caos con suficiente determinación y M&M de maní.
—Castañas asadas al aire...
Golpeo el dedo contra el dial de la radio.
Nat King Cole puede tomar sus castañas asadas y metérselas en la
garganta esta mañana gélida. Está claro que nunca ha tenido que
raspar el hielo del parabrisas con una tarjeta de crédito ni conducir un
auto tan viejo que su calefacción solo funciona a un cincuenta por ciento
de su capacidad.
Lo bueno es que, si alguna vez llega un apocalipsis, mi cuerpo sabe
cómo sobrevivir al clima glacial. Practico todos los días durante mi viaje
al trabajo.
Cuando me detengo ante un semáforo en rojo, mi teléfono vibra
en el clip del tablero. Algún día, tendré un auto lo suficientemente nuevo
como para tener tecnología Bluetooth. Ese día aún no ha llegado.
El nombre de mi madre aparece en la pantalla, y aunque no estoy
de humor para chismes familiares, sé que si no contesto, me llamará cada
quince minutos hasta que finalmente lo haga. Suspirando, toco el botón
del altavoz.
—Hola, mamá. —Los músculos de mi mandíbula se han congelado,
y espero que ella aprecie el esfuerzo que estoy haciendo para ponerlos
en movimiento—. ¿Qué tal tu día?
—¡Elle, no tienes idea del alboroto que hay esta mañana en nuestra
casa! —exclama mamá, ignorando mi saludo—. Tu papá olvidó poner su
despertador y estuvo totalmente malhumorado hasta que lo saqué por
la puerta. Y luego, mi lavadora dejó de funcionar, en medio de una
carga. ¡Solo hizo puf! En serio te digo…
Me desconecto lentamente. Mamá (bendita sea en esa forma
irónica en que lo dicen los sureños) puede hacer una avalancha con un
copo de nieve.
La luz se pone verde, y aprieto el acelerador. Aunque,
considerando que hay una capa de hielo en la carretera que está
esperando para darle a alguien un reclamo de seguro, lo que eso
significa en realidad es que acelero de cero a veinticinco kilómetros por
hora. Cuidado, 500 Millas de Daytona.
Deslizo una mano debajo de mi muslo, esperando que el calor de
mi cuerpo pueda evitar la congelación.
—… y como Oliver se quedará en la ciudad, le dije a papá que
podíamos…
Sus palabras son como una descarga eléctrica.
—¿Qué?
Hace una pausa para respirar, algo que no ha sucedido desde
hace cinco minutos, y entonces dice:
—¿El problema de los aspersores? Creo que la fuga comenzó en
los macizos de flores.
—No, mamá, no los aspersores. ¿Qué acabas de decir de… —trago
como si no fuera difícil pronunciar el nombre—, Oliver?
—¿Oliver? ¿Mencioné a Oliver? —Su voz se vuelve estridente—.
Estoy bastante segura de que lo que dije fue, um, olivas o queso. Sabes,
aún estoy intentando crear una tabla de embutidos para la cena de
Navidad. ¿Qué opinas del gruyere? La tía Sharon sigue diciéndome que
es un gran queso de mesa.
—Mamá. —Puede que mi madre se haya perdido su vocación
como filibustera profesional, pero no hay manera de que su charla sin
sentido vaya a funcionar conmigo.
Se queda en silencio por un momento, y casi puedo escuchar sus
ruedas girar.
—Ahora que lo pienso, podría haber mencionado el nombre de
Oliver. Es un chico tan encantador, ¿sabes?
—Mamá, es un hombre de veintinueve años.
—Ah, el tiempo parece volar estos días. De todos modos, volviendo
a Navidad, ¿cuándo te veremos?
Contengo un gemido. Obtener una respuesta directa de esta mujer
es como encontrar dónde guardan los palillos en una tienda de
comestibles. Imposible.
—¿Oliver Moore estará esta Navidad en casa?
—Bueno, no conozco su horario al pie de la letra.
Si mamá no sabe la hora exacta en que llegará, me comeré mi
sombrero, si tuviera sombrero.
—Aunque, es posible que su madre haya mencionado algo de que
él estaría en la ciudad durante las fiestas.
Esta vez ni siquiera intento ocultar mi gemido.
—Uf, no. ¡Mamá! Organizaron esto, ¿verdad? ¿Tú y Lauren? —
Lauren, la mamá de Oliver, y la mía han sido vecinas de al lado y mejores
amigas desde que usaba pañales. No tengo ninguna duda del nivel al
que podrían llegar sus intrigas en estas fiestas de Navidad. Miro con furia
las tiendas decoradas festivamente por las que paso. Fiestas. Lo arruinan
todo.
—No sé de qué estás hablando. Si sucede que Lauren decidió
pedirle a su hijo que se quedara esta Navidad en casa, ¿qué nos importa
a ti o a mí?
—Porque sabes tan bien como yo que Oliver siempre pasa la
Navidad con su padre, desde que estábamos en la escuela secundaria.
—Agarro el volante como si intentara retorcerle el cuello—. ¿Y no parece
irónico que ésta sea una de las primeras Navidades en los últimos cinco
años en las que también he podido volver a casa?
—Elle, ¿quién soy yo para quejarme cuando el destino nos da una
mano bendita? Ahora, ya que estamos hablando de Oliver, ¿podemos
hablar de tu guardarropa? Por favor, empaca algo adecuado. Algo
además de esos pantalones deportivos holgados o…
—Voy a colgar. Te llamaré cuando haya dado tiempo para que mi
ira se calme, ¡si es que alguna vez lo hace! —grito por el altavoz.
—Maravilloso, querida. Me alegra que hayamos tenido esta charla.
Nos vemos la próxima semana. —La voz alegre de mamá te haría pensar
que acabamos de hablar del clima.
Miro furiosa por mi ventana empañada. No es mi clima. Más del
clima de Hawái.
Oliver Moore estará esta Navidad en casa. De todas las tragedias
navideñas que podrían ocurrir, tenía que ser ésta.
Inclinándome hacia adelante, aprieto el botón para apagar mi
teléfono con toda la frustración en mi cuerpo. Lo que no me doy cuenta
es que la manga de mi abrigo se ha enganchado en el borde de la funda
del volante. Mientras llevo mi brazo de regreso a mi regazo, mi manga
atrapada hace girar el volante con él, empujando el auto hacia una
divisoria de cemento a mi derecha.
Chillando, lo corrijo en exceso y tiro del brazo hacia la izquierda, lo
que significa que ahora me estoy desviando hacia un camión gigante
que probablemente sea la compra de algún tipo durante la crisis de la
mediana edad, de esos cuyos tapacubos están al nivel de la ventanilla
del pasajero.
Voy a morir.
Usando la adrenalina a mi favor, tiro de la manga de mi abrigo con
una fuerza de la que mi entrenador personal estaría orgulloso. Y cuando
digo entrenador personal, me refiero al adicto a los esteroides que me
ayudó durante la sesión de fitness gratuita que incluía mi membresía en
el gimnasio. Suena mejor cuando no lo explico.
¡Snap!
El ruido, junto con el hecho de que ahora tengo mis manos en sus
posiciones correctas a las diez y las dos, confirma que mi manga ha
escapado de su trampa. Mi corazón late como un ultramaratonista, y
tengo sudor real corriendo por mi espalda a pesar del frío.
Necesito unos cinco segundos más de respiración profunda antes
de que todos mis demás sentidos empiecen a funcionar de nuevo.
Entonces es cuando lo escucho.
¡Bip! ¡Bip! ¡Bip!
¿Alguien me está tocando la bocina? Miro a mi alrededor, el
paraíso invernal que es mi vida, lista para fulminar con la vista a cualquier
imbécil que esté intentando agravar mis problemas. Todo lo que veo son
ojos curiosos mirándome.
Mi mirada cae hacia mi volante, y hay una pieza plana de plástico
con algunos cables deshilachados donde se supone que está el botón
de la bocina.
Oh, Dios. Soy yo. Mi auto está tocando la bocina.
La luz frente a mí se vuelve roja, dándome un segundo para evaluar
lo que está pasando. Mis manos se arrastran sobre el volante
destartalado, las puntas de alambre de metal tirando bruscamente de
mis dedos.
¿Dónde está el botón de apagado de emergencia? ¿No debería
haber un interruptor en alguna parte?
La luz roja se pone verde, y no me queda más remedio que
empezar a conducir de nuevo.
Y ahí es donde estoy, cruzando el tráfico del trabajo a una terrible
velocidad de veinticinco kilómetros por hora, tocando la bocina al
conductor que va delante de mí cada cinco segundos.
Este es uno de los momentos más vergonzosos de mi vida.
Culpo completamente a Oliver.

Me he descongelado con la ayuda de una taza de chocolate


caliente de mala calidad y mi mini calentador dos horas más tarde.
Sophie, mi mejor amiga y compañera de cubículo, insiste en que esto
hace que nuestra oficina esté tan seca como el desierto del Sahara, pero
la apaciguo con una nueva loción para manos cada pocas semanas. Y
con apaciguar, me refiero a que normalmente pone los ojos en blanco
ante mi generosa oferta de tres dólares.
Sin embargo, de momento daría casi cualquier cosa por estar de
vuelta en ese escritorio, luchando contra el calor del desierto, en lugar de
sentarme aquí charlando en la oficina de mi jefe.
Charlas. Así le gusta llamar a estas reuniones en las que me
sermonea sobre mi error más reciente.
El sillón en el que estoy tiene demasiadas tachuelas de latón y muy
poco cojín, pero apenas me doy cuenta porque estoy sentada en el
borde. Mi jefe, Thompson (¿quién tiene un apellido por nombre?) se sienta
frente a mí, con una sonrisa condescendiente en su rostro.
—Elle, sabes que nos enorgullecemos de la excelencia aquí en
Keller Accounting. No somos más que un servicio de primera categoría.
Entonces, ¿puedes decirme por qué tus marcas en la cuenta de Wells
Grocery están todas en azul?
Da vuelta a su computadora portátil como si no tuviera idea de
cómo son las hojas de cálculo en las que he estado trabajando durante
la última semana.
—Como asesora, entiendes que tus marcas deben estar en rojo,
¿verdad? ¿Cómo el revisor sabrá cuáles son las suyas y cuáles las tuyas?
Deslizo una mano debajo del brazo opuesto y pellizco la suave piel
allí como recordatorio de que debo mantener la calma.
—Thompson, lo siento. Conozco el sistema de colores. —Inhala por
la nariz, y exhala por la boca—. Como probablemente recuerdes, este
fue el proyecto de Darren del que me hice cargo un tiempo después. —
Darren, el gerente senior que había renunciado con dos semanas de
antelación, y pasó sus últimos catorce días investigando condominios en
Miami en lugar de terminar sus proyectos—. Desde que Darren comenzó
a usar el rojo, pensé que sería más eficiente continuar con su sistema en
lugar de regresar y cambiar todos sus tics. —Estoy tan contenta de haber
obtenido un título de cuatro años para poder sentarme aquí y discutir las
opciones de color con mi jefe.
Sus manos avanzan, entrelazando esos dedos regordetes sobre su
escritorio.
—Por supuesto, y puedo ver cómo alguien con… —hace una
pausa como lo hace la gente cuando es completamente innecesario,
pero están intentando hacerte sentir inferior—, tu nivel de experiencia
pensaría eso.
Me pellizco más fuerte. No voy a romperme. No lo haré.
—Pero independientemente de las circunstancias, ¿te das cuenta
de que espero que sigas los protocolos, incluso si eso significa un poco
más de trabajo?
Asiento. Aceptaré casi cualquier cosa para salir de aquí.
—Está bien, eres libre de irte, pero la próxima vez…
No espero escuchar sus consejos para la próxima vez. Teniendo en
cuenta que será algo parecido a elegir azul real en lugar de azul cielo,
probablemente no importe.
Los ojos de Sophie se disparan hacia mí cuando me dejo caer en
la silla de mi escritorio, con lástima escrita en su rostro.
—Tan malo, ¿eh?
—Ten cuidado con los colores que usas en tus hojas de cálculo —
digo, abriendo mi computadora portátil—. Thompson está canalizando
esta semana sus habilidades internas de diseño de interiores.
Recomiendo utilizar un bonito carmesí u óxido para tus ediciones.
Una sonrisa ya se dibuja en el rostro de Sophie.
—Escuché que Tammy se metió en problemas la semana pasada
por usar un formato de fecha incorrecto. Años de dos dígitos en lugar de
cuatro.
Sacudo la cabeza, mi irritación aún está demasiado fresca para
reírme. Intento hacer clic para abrir mis correos electrónicos, pero el
mouse se ha congelado en mi pantalla. Lo golpeo contra el escritorio
laminado con un resoplido molesto, esperando poder devolverlo a su
utilidad.
Sophie me mira por encima de su monitor.
—¿Estás bien ? Has estado un poco borde toda la mañana.
Golpeo mi mouse una vez más, pero mis intentos con el
desfibrilador no logran que la cosa vuelva a la vida.
—No he tenido el mejor día —digo, recostándome en mi silla.
Sophie imita mi posición.
—Cuéntamelo todo. He estado escuchando esta aplicación de
meditación todas las noches durante las últimas dos semanas, así que en
este momento soy básicamente una terapeuta certificada.
Resoplo y levanto los pies para descansar en el asiento de mi silla.
Claro, estoy usando falda, y cualquiera que venga a la vuelta de la
esquina podría ver más de lo que quiero, pero ni siquiera me importa en
este momento.
—Sabes de mi debacle con la bocina.
—Hmm, sí. Eso fue bastante desafortunado, pero Dave pudo
apagarla por ti, ¿verdad?
Dave, un conocido adicto a los autos que trabaja en ventas, hizo
un vudú mágico con mi bocina y consiguió que dejara de sonar. Ahora
con suerte no tendré que usarla nunca más, porque no tengo idea de
cómo volver a encenderla.
—Sí, pero eso no es todo. ¿Recuerdas al vecino amigo con el que
crecí? ¿Oliver?
Sus ojos se estrechan como si estuviera intentando ubicarlo.
—Ya sabes, mi vecino de al lado. ¿Con el que mi familia ha estado
intentando enrollarme desde que llegamos a la pubertad? ¿Con el que
mi madre insiste en que tendría bebés hermosos?
—¡Ah, ese Oliver! ¿Qué pasó? —Agita las cejas—. ¿Alguien más va
a tener su bebé?
Pongo los ojos en blanco.
—Saca tu mente de la cuneta.
—Oye, tú lo mencionaste.
—Mamá me informó esta mañana que Oliver estará para Navidad
en casa.
—¿Lo cual es malo porque...?
—Lo cual es malo porque Oliver nunca pasa la Navidad en casa.
Siempre la celebra con su padre en Washington.
Me mira en blanco.
En serio, ¿esta chica nunca ha leído un libro de Agatha Christie?
¿Dónde están sus habilidades de deducción?
—Casualmente, esta es la primera Navidad que estaré en casa en
casi cinco años. ¿No crees que es un poco sospechoso? —Agito mis
manos en el aire—. Nuestras madres están tramando alguna actividad
clandestina.
Su rostro arrugado se relaja.
—Ah, ya veo. Entonces, crees que esto es algún tipo de trampa
romántica. Un plan de proximidad forzada.
Olvidé que Sophie es una gran fanática de Hallmark.
—Sí, algo así, pero menos serendipia y más tías intrigantes. De todos
modos, no sé si estoy preparada mentalmente para la avalancha de
esfuerzos de emparejamiento que sucederán esta semana. Tal vez
debería simplemente fingir que estoy enferma y decir que no puedo ir.
—Ah, no, esta es la primera Navidad en casi cinco años en la que
no has estado haciendo un recuento de inventario de fin de año. Tienes
que ir. Hazlo por aquellos de nosotros que vamos a estar encerrados en
algún almacén, contando bolsos para Macy's o algo así.
Me rio. Es cierto. Me encanta mi trabajo como auditora, pero tiene
algunas desventajas, como el trabajo obligatorio de fin de año de
comprobar el inventario para nuestras empresas más grandes.
Finalmente he alcanzado un puesto lo suficientemente alto como para
poder transmitirlo a otros.
—¿Cómo es que se llama el chico? ¿Oliver?
Las manos de Sophie están sobre su teclado.
—Oliver Moore. —Lo está buscando en las redes sociales. Espero un
poco.
Hay un poco más de escritura y entonces:
—¡Elle! ¿Qué caraj…?
Lo encontró.
—¿Este? ¿Este es el tipo que estás evitando? ¿Este es el proyecto
de caridad con el que tu familia está intentando prepararte cruelmente?
Sus ojos están tan abiertos como esos panecillos de canela de la
panadería al lado de mi apartamento, que visito de manera demasiado
religiosa. ¿Qué puedo decir? Apoyo a las pequeñas empresas. Y al
azúcar.
—Elle, ¿qué diablos? Si no lo quieres, me lo quedo. ¡Es todo un
bomboncito! —Su nariz está a centímetros de la pantalla como si le
ayudara a ver mejor su rostro pixelado.
Exhalo una bocanada de aire.
—Sí, bueno, nunca dije que fuera feo. Solo que no quería casarme
con ese tipo.
—Llámame superficial, pero por lo general esas cosas van de la
mano. —Sus ojos finalmente abandonan el monitor—. No me importa
cuáles sean sus complejos. Mi posteridad se beneficiaría de tener esa
mandíbula en su acervo genético.
Dejo caer los pies y, a pesar de que tengo memorizado cada
cabello de su cabeza, no puedo evitar inclinarme hacia adelante para
mirar su computadora. Sí, no ha cambiado su imagen. Aún es una de él
parado sobre una máquina excavadora gigante y de aspecto varonil,
del tipo que utiliza su empresa de paisajismo.
Mis ojos bailan sobre sus rasgos. En realidad, es la personificación
de la belleza con esa piel bronceada naturalmente que ninguna loción
bronceadora ha podido lograr en mí. Sus hombros anchos y su cintura
contrastante hacen que te preguntes si tiene que confeccionar todas sus
camisas para que le queden tan bien. Tiene cabello oscuro que siempre
es un poco largo, como si le correspondiera un corte de cabello pero aún
no lo hubiera logrado, y hay un mechón ondulado que siempre cae sobre
sus ojos…
Caray. Tranquilízate, Elle. Me reclino y miro hacia otro lado.
—Ves, es por eso que no quería mostrarte su foto. Sabía que te
dejarías engañar por su buena apariencia. —Ah, la hipocresía es algo
gracioso, ¿no?
—Disculpa por tener debilidad por una sonrisa con hoyuelos
perfectos y ojos del color del chocolate. Llámame loca, pero...
—¿Podemos volver a hablar de mí? Puedes tener tus fantasías con
Oliver en tu propio tiempo. —Enderezo los hombros y fuerzo todas mis
fantasías a salir de mi cabeza con un escudo antidisturbios mental.
Sophie gira su silla para enfrentarme con un dramatismo propio de
Hollywood.
—Bien. Estoy lista. —Una mano se extiende para apagar la
pantalla—. Dime todas las razones por las que la Navidad con tu vecino
el dios griego va a ser tan terrible.
—Va a ser terrible porque estaré rodeada de mi familia. —Mi mente
se dirige al caótico grupo de personas esperándome en Bluffdale Lane.
Si solo fueran mis padres y hermanos, probablemente podría hacerlo.
Mamá es un poco exagerada, pero papá se mantiene al margen del
drama. Claro, mis tres hermanos son un poco molestos, pero puedo
soportar algunos comentarios sarcásticos y empujones aquí y allá. El
problema es que no son solo ellos.
Dos puertas más abajo está mi tía Sharon, una mujer cuyas
capacidades para cotillear hacen que mi propia madre parezca una
santa. La tía Sharon estaba casada con el hermano de mi padre que
murió hace diez años por complicaciones cardíacas. Sin embargo, aún
tiene dos hijos. Una hija llamada Jenny, que dirige un orfanato en África
desde hace tres años y está comprometida con un médico. (Es
maravilloso que te comparen con logros anodinos como ese). Y un hijo
llamado Logan, que afortunadamente es tan promedio como yo tanto
en su vida amorosa como en su carrera.
Si la tía Sharon no es suficiente, al lado de ella está mi tía Lisa, que
está casada con el segundo hermano de mi padre, el tío Marlo. El tío
Marlo, al igual que mi papá, es uno de los pocos familiares que prefiere
mantenerse al margen de los asuntos de los demás. Por otro lado, su
esposa no comparte sus preferencias. En realidad, es sorprendente que
mi papá y sus hermanos, en general hombres tranquilos y reservados,
lograran casarse con mujeres tan extrovertidas. Mi única salvación es que
la tía Lisa tiene dos hijos en la escuela secundaria que la mantienen
ocupada, por lo que mi vida amorosa está relativamente abajo en su lista
de tareas pendientes.
—Ah, vamos. —Sophie levanta sus tacones sobre su escritorio. Hoy
lleva pantalones, así que no se preocupa por mostrarle nada al mundo.
Suertuda—. ¿Qué es lo peor que puede pasar?
—Por favor, no me maldigas con una pregunta como esa —digo y
dejo caer mi cabeza entre mis manos—. No se trata tanto de lo que
podrían hacer, aunque definitivamente es una lista ilimitada. Es solo el
hecho de que todos piensan que soy su pequeño proyecto. En sus
cabezas, Oliver y yo somos perfectos el uno para el otro. Somos una
pareja hecha en el cielo. Y odio eso. Odio que todos estén sentados con
sus tazones de palomitas de maíz, esperando que montemos un
espectáculo para ellos. Solo quiero que se ocupen de sus propios asuntos
y me dejen con los míos.
Sophie se muerde una uña y me estudia con atención.
—Está bien, suéltalo. ¿Qué estás pensando?
Sus cejas se levantan.
—¿Qué te hace pensar que estoy pensando en algo?
—Te estás mordiendo las uñas y me miras así, pero tu mente está a
un millón de kilómetros de distancia. Claramente estás pensando en algo.
—Muy bien, James Bond, ahora que sé que estoy siendo vigilada
por una espía. —Deja caer su mano y se concentra en mí—. Solo me
pregunto si tal vez te hayas equivocado. Tal vez el objetivo final de tu
familia no sea demostrar que te conocen mejor que tú misma. —Se
encoge de hombros—. Tal vez solo tienen en mente tus mejores intereses.
¿Y si Oliver en realidad es la pareja perfecta para ti?
Se me cae la boca.
—Brutus, ¿tú también? ¿Ni siquiera lo conoces y ya estás de su
lado?
Levanta las manos, y el movimiento hace retroceder la silla.
—Mira, no estoy del lado de nadie. Y, por cierto, es et tu brute.
Vamos, ¿nunca has visto Aladdin? Solo sé que si mi familia intentara
tenderme una trampa con un hombre digno de convertirse en mi
salvapantallas, no estaría dando tanta pelea.
Giro mi silla hacia mi computadora con un resoplido final.
—Créame, mi familia no tiene idea de qué es lo mejor para mí.
Estoy cantando «Frosty the Snowman» mientras entro al vecindario
de mamá. Bueno, al menos canto las primeras tres palabras de la
canción, que resultan ser las únicas palabras que estoy seguro de que
alguien conoce.
De todos modos, la música combinada con los Santas y los renos
cubriendo la mayor parte del césped cubierto de nieve me está dando
la dosis de espíritu navideño que necesito.
Al principio, dudé cuando mamá me pidió que me quedara en
casa durante Navidad en lugar de ir a casa de mi padre. Aunque, pidió
es bastante engañoso, más bien ordenó. Mencionó el hecho de que me
había perdido el día de Acción de Gracias este año, lo cual no fue culpa
mía ya que ella fue la que reservó un viaje a Hawái durante las fiestas,
pero es sorprendente cuánta culpa puede hacerte sentir una madre
incluso después de treinta años de vida.
De todos modos, aquí estoy, deteniéndome en la acera de la casa
de mi infancia, sintiendo que un momento de felicidad nostálgica me
invade. Fue una buena decisión, un pequeño cambio en mi rutina normal
es justo lo que necesito.
Y entonces veo a mamá.
Está parada en la acera, con una mano en la cadera y la otra
agitándose salvajemente. Junto a ella está Tammy, su vecina y mejor
amiga desde hace treinta años. Las manos de Tammy están apretadas
bajo su barbilla, sus ojos clavados en mi madre. Apuesto diez dólares que
llevan treinta minutos de una buena sesión de chismes.
Considero alejarme, tal vez dar vueltas por el vecindario durante
otra media hora hasta que terminen, pero ya me han visto y toda
esperanza está perdida.
—¡Oliver! —chilla mamá como si hubiera regresado de entre los
muertos. Como si no viviera a menos de veinte minutos de distancia, y no
hubiésemos hablado por teléfono la noche anterior. Y cuando digo que
hablamos, lo que quiero decir es que mamá habló y yo escuché mientras
veía los momentos destacados en ESPN. Las bendiciones y maldiciones
de ser hijo único.
Salgo y envuelvo mis brazos alrededor del pequeño haz de energía
materna.
—Hola, mamá. Me alegro verte.
Un segundo después, otro par de brazos viene hacia mí desde un
costado y reconozco las muñecas forradas con brazaletes como las de
Tammy.
—Oliver, qué bueno verte. Ha pasado una eternidad.
Una vez más, las exageraciones son demasiado considerando que
mi negocio de paisajismo acaba de renovar la casa de Tammy dos meses
antes. Es decir, pasé semanas literalmente en su patio trasero todos los
días.
La rodeo con un brazo y también le doy un fuerte apretón.
—Hola, Tammy, también es bueno verte.
Y hablo en serio. Al crecer, Tammy fue como una segunda mamá.
Asistió a tantos eventos deportivos como mi propia madre, siempre me
escuchó y me alimentó mejor que a cualquiera de sus hijos.
—Este es el momento perfecto —dice mamá, dándome una sonrisa
traviesa—. Estaba pensando en sacar a Buzz a caminar, pero ahora
puedes hacerlo por mí.
Buzz es el golden retriever de mi madre, el que voté firmemente en
contra de que lo comprara hace un año cuando era un cachorro. Le
sugerí que consiguiera algo más fácil, como un hámster o, mejor aún, un
pez dorado. Pero a mi madre se le había metido en la cabeza que
necesitaba un compañero y, aparentemente, nada más serviría que una
máquina de pelos de treinta y cinco kilos.
—Genial —digo, sabiendo que no hay escapatoria.
—Oliver, ¿no te ves elegante estos días? —interrumpe Tammy,
mirándome con los ojos entrecerrados—. Supongo que no hay ninguna
chica especial en tu vida, ¿verdad?
Mamá le da un codazo a su amiga, y sus ojos se abren como platos.
Casi puedo ver la comunicación silenciosa. Es como su propio lenguaje
de cejas levantadas.
—Tammy, por supuesto que no —dice mamá. Me dirige una sonrisa
sospechosamente alegre—. Pero hablando de mujeres jóvenes atractivas
y exitosas…
¿Estábamos hablando de eso?
—… Tammy justo me estaba diciendo que Elle estará en la ciudad
este año para Navidad. ¿No es una sorpresa agradable?
Y ahí es cuando las piezas encajan. Es como finalmente golpear
esa botella de kétchup en el lugar correcto y toda la salsa cae en tu plato
de una sola vez. Ella. Esa es la razón por la que mamá insistió en que me
quedara esta Navidad en la ciudad. Por eso me llamó para confirmar
que seguiría viniendo no una, ni siquiera dos, sino tres veces la semana
pasada. Como si tuviera montones de otras invitaciones navideñas que
estuviera considerando.
Intento no gemir en voz alta.
—¿Elle estará en la ciudad?
Esto puede parecer un poco dramático. ¿Quién no estaría
emocionado de ver a uno de sus amigos de la infancia? Especialmente
alguien que era como una hermana. Pero ese es el punto. Elle no es mi
hermana. La preciosa mujer vivaz no tiene ningún tipo de relación
conmigo. Y ese es el problema.
Cuando éramos pequeños no había ningún problema entre
nosotros. Noah, su hermano mayor, era uno de mis mejores amigos, y a
Elle le encantaba acompañarnos a dondequiera que íbamos. No pasó
mucho tiempo antes de que la familia Carter se sintiera como mía. Y
cuando digo la familia Carter, me refiero a todos los Carter. Me refiero a
la tía Sharon, que vive al otro lado de la casa de mi madre con sus dos
hijos. Me refiero a la tía Lisa y el tío Marlo y su grupo, dos puertas más
abajo. Me refiero a cada celebración de cumpleaños, barbacoa del 4
de julio, celebración de graduación, lo que sea: mi mamá y yo
estábamos allí, parte de la pandilla.
Creo que al principio sintieron pena por nosotros. Allí estaba yo, hijo
único con padres divorciados y mi madre intentando criarme sola. Estoy
seguro de que nuestra situación familiar parecía bastante vacía en
comparación con su grupo revoltoso. Estuvieron más que felices de ser
mis casi hermanos y primos.
Y luego llegué a la pubertad.
Fue alrededor de mi decimocuarto cumpleaños cuando recuerdo
claramente que miré a mi alrededor y noté que Elle era una niña. Una
niña atractiva.
Aún recuerdo haberla estudiado al otro lado de la mesa mientras
todos me cantaban una versión desafinada de «Feliz cumpleaños».
Llevaba un mono descolorido y un coletero gigante en rojo y rosa
sujetaba su cabello largo.
Era la cosa más hermosa que mis ojos frescos de catorce años
hubieran visto jamás.
Después de eso, las cosas se pusieron raras entre nosotros. Fue
como si un día fuéramos amigos, pateáramos la pelota de fútbol en el
parque, y al día siguiente, Elle ya no quisiera hablarme.
Pasaba por la casa para ver un partido con su padre y sus
hermanos, y ella subía inmediatamente a su habitación. Su mamá nos
invitaría a cenar el domingo y ella era la primera en levantarse de la mesa
y ofrecerse a lavar los platos. Diablos, incluso tuvimos una clase de
biología juntos en mi último año donde ella se sentó deliberadamente al
otro lado del aula, negándose incluso a hacer contacto visual durante
todo el semestre.
Fue una lástima que mis hormonas adolescentes se negaran a
aceptar su rechazo descarado. Elle estaba en mi mente
constantemente, aunque hice lo mejor que pude para fingir que no la
notaba. Después de todo, era un hombre vivo de sangre caliente, y Elle
era una de esas chicas que llegaron temprano a la pubertad. Digamos
que no fui el único chico que le lanzó miradas disimuladas entre clases.
No ayudó que hubiera habido un impulso obvio de nuestras familias
para unirnos. Cuando éramos pequeños, era divertido cuando nuestras
madres decían cosas como: «¡Elle y Oliver van a casarse y seremos
abuelas!» En ese momento, pusimos las muecas de disgusto apropiadas,
atragantándonos ante la idea misma del matrimonio. Las burlas se
volvieron mucho menos divertidas cuando nos dimos cuenta
exactamente de lo que implicaba convertirlas en abuelas.
A medida que sus hermanos y primos crecieron, se unieron a las
bromas subliminales (y algunas no tan subliminales) en cuanto a unirnos a
los dos. Me reí y traté de sonreír la mayor parte del tiempo, pero Elle nunca
lo manejó bien. Por lo general, terminaba con ella pisoteando fuerte
hasta su habitación, con la cara roja y jurando darles a todos el trato
silencioso.
Cuando llegó el día en que volé a la universidad, estoy bastante
seguro de que ambos dimos un suspiro de alivio. Desde entonces, solo
nos hemos visto esporádicamente cuando nuestros viajes a casa se
alinean, algo que estoy seguro de que Elle evita deliberadamente.
La última vez que la vi fue en la boda de su hermano, hace cuatro
años. Y no, definitivamente aún no tengo la imagen de ella esa noche
(vestida con un vestido negro escotado que interrumpió mi sueño
durante al menos una semana después) y el perdedor presuntuoso
(quiero decir, el caballero llevando un traje demasiado ajustado y camisa
de vestir rosa) que trajo grabada en mi mente. Simplemente resulta que
me gustó mucho el pastel que estuvieron sirviendo esa noche, y la asocio
con ese recuerdo.
—¿Oliver?
Salgo de mi estado inducido por el sueño y veo a mamá y a Tammy
observándome con miradas curiosas.
—¿Qué? Ah, sí, Elle vuelve a casa. Estoy tan... emocionado. —
Emocionado por recibir su frialdad junto con los guiños y codazos
interminables de su familia durante la próxima semana.
Me dirijo hacia la puerta principal de mi mamá, con un suspiro.
—Voy a llevar a Buzz a caminar. —Me vuelvo hacia Tammy al último
segundo—. ¿Cuándo se supone que llegará Elle?
Ella me da una sonrisa que alberga demasiadas expectativas.
—Por la mañana.
Genial, entonces tengo doce horas más para configurar mis
barreras internas de atracción anti-Elle.
Doblo unos jeans oscuros, ignorando el recuerdo de mamá
diciéndome que llevara algo atractivo. No voy a empacar estos jeans por
Oliver. Y definitivamente tampoco llevaré ese escote en V ajustado ni mi
vestido verde ceñido favorito por él. Solo quiero estar preparada para
cualquier evento.
Miro la pila de mallas y sudaderas inmensas. Estoy empacándolas
por él.
La alarma de mi teléfono suena, mi recordatorio de que necesito
salir por la puerta en los próximos diez minutos para llegar al aeropuerto
a tiempo. Meto la ropa restante en mi maleta y solo puedo cerrar la
cremallera una vez que me siento encima y uso mi peso corporal para
comprimir todo.
Solo cuando me pongo los zapatos me doy cuenta de que olvidé
empacar la ropa interior. Gimiendo, miro la maleta ya abarrotada.
¿Quizás pueda meter un poco en los bolsillos exteriores?
Mientras enrollo la tela de algodón en pequeños cilindros que, con
suerte, encajarán, mi mente vaga hacia la semana que tengo por
delante.
Todos los planes anteriores de pasar tiempo con mi familia, ver
películas de Hallmark y comer mi peso en galletas de azúcar se han visto
eclipsados por el miedo a lo que nos han preparado a Oliver y a mí. ¿A
qué tipo de planes de emparejamiento recurrirán?
No es la primera vez que deseo que la relación entre Oliver y yo
fuera diferente. Desearía que esos años incómodos de la secundaria,
aquellos en los que apenas podía mirarlo sin que me sonrojara, nunca
hubieran sucedido.
Aunque, en mi defensa, mi familia seguro que no lo había puesto
más fácil. Fue alrededor de mi decimoquinto cumpleaños cuando todos
decidieron que era hora de hacer planes para el futuro matrimonio de
Oliver y mío. No podía ir a ningún lado sin que alguien hiciera un
comentario vergonzoso o intentara unirnos. Se puso tan mal que durante
mi tercer año comencé a salir con Miles Grover, un estudiante de último
año que usaba demasiada colonia y tenía una obvia historia de amor
con sus bíceps. Sin embargo, fue un sacrificio que estuve dispuesta a
hacer solo para quitarme a la gente de encima.
Aún recuerdo la forma inquietante en que Oliver me miró la vez que
llevé a Miles a casa para una fiesta familiar. Fue la primera y última vez
que lo hice. Y dado que todos pasaron toda la noche interrogando a
Miles sobre sus objetivos de vida y planes futuros, no fue una sorpresa que
rompiera conmigo una semana después.
Mi familia puede ser un poco intensa.
No, las cosas entre Oliver y yo siempre han sido raras. Y a pesar de
lo que piensa mi familia, nunca hubo ni habrá nada romántico entre
nosotros dos. Y solo ellos tienen la culpa.
Mi alarma pospuesta vuelve a sonar y el primer milagro de la
Navidad ocurre cuando puedo cerrar la cremallera del bolsillo exterior de
las bragas.
Dos minutos más tarde, salgo por la puerta, más decidida que
nunca a dejar a Oliver detrás de mí.

—No te preocupes, lo tengo —le digo a mi conductor de Uber, que


parece no tener más de catorce años.
Él observa mientras saco mi enorme bolso del maletero, y creo que
está más preocupado por su trabajo de pintura que por mi contractura
muscular inminente.
Me pregunto cómo este bolso superó el límite de peso del
aeropuerto cuando finalmente cae a la calle con un ruido sordo. Me
obligo a dejar de jadear y le dedico una sonrisa.
—Muy bien. Gracias de nuevo.
Mira su parachoques una vez más, luego se encoge de hombros y
regresa al asiento del conductor.
Bueno, al menos hay una persona en estas navidades que no me
molestó con preguntas. De hecho, no creo que nos hayamos dicho más
de dos palabras durante todo el viaje. Quizás debería quedarme con él
durante los próximos días.
Mis ojos se dirigen a mi casa y luego a la de Oliver. ¿Ya está aquí?
Debí haberle preguntado a mi madre exactamente cuánto tiempo
estaría residiendo en Bluffdale Lane.
Me pregunto si ha cambiado en algo. En cuanto a su apariencia,
sé que es tan atractivo como siempre (gracias, redes sociales), pero ¿es
el mismo Oliver? ¿Tiene la misma personalidad tranquila que siempre ha
tenido? Oliver era el tipo de persona que tenía una sonrisa para todos y
podía hacer que cualquier situación pareciera divertida. Me pregunto si
la vida lo ha cansado en los últimos años.
Me gusta pensar que he cambiado, madurado con los años, pero
una parte pequeña de mí espera que Oliver no lo haya hecho.
Mientras estoy en medio de estos pensamientos profundos e
introspectivos, escucho un ruido detrás de mí. Girando (literalmente, hay
algo de hielo resbaladizo en este camino) me encuentro cara a cara con
el hombre cruzando la calle.
Santa vaca. Es diez veces mejor en persona que en pantalla. Lo
devoro como si fuera un vaso de sidra de manzana caliente. Del tipo en
el que sabes que alguien fue un poco duro con los clavos, porque te da
una patada embriagadora justo después de calentarte hasta los dedos
de los pies.
Está vestido con pantalones deportivos y una camiseta ajustada
que parece ser una protesta pasivo-agresiva ante los bancos de nieve
que nos llegan hasta las rodillas a nuestro alrededor esta mañana. Mis
ojos pasan una cantidad vergonzosa de tiempo estudiando los
abdominales y el pecho que son algo visibles a pesar de su camisa antes
de subir a su cara. Ojos marrones que son tan oscuros que son casi negros
me miran bajo cejas pobladas, la mirada silenciosa haciéndome
contener el aliento.
Entonces, sonríe.
Las líneas de risa profundas y familiares que tenía incluso cuando
era niño se extienden por su rostro. Aparecen hoyuelos que te dan ganas
alcanzar y deslizar el pulgar para ver si son reales, y por un momento, no
puedo recordar por qué alguna vez me alejé de este hombre precioso.
—Hola, Elle…
Antes de que pueda terminar el saludo articulado que está a punto
de dar, un montón de pelos dorado salta hacia mí.
—¡Buzz!
A pesar del grito de Oliver, la bola de pelos continúa avanzando
con la boca bien abierta.
Asumiendo que estos son mis últimos momentos, me encojo con los
brazos delante de mi cabeza. Si voy a morir, al menos me enterrarán con
la cara completamente intacta.
Los arrepentimientos inundan mi mente. Debí haberle dicho a
mamá que la amaba más. Debí haberle agradecido a Sophie por ser
siempre una buena amiga. Debí haberle dicho a Oliver...
¡Riiiip!
Miro entre mis dedos, preguntándome si me han mordido y aún no
he registrado el dolor, cuando veo una ráfaga de tela en colores pastel
volando por el aire.
Abro aún más los dedos.
Espera. Eso no es tela. Eso es ropa interior para toda una semana
esparcida por el camino de entrada.
Mi ropa interior.
Quizás después de todo la muerte no fuera tan mala.
—¡Buzz!
Escucho la voz de Oliver de nuevo y comprendo que está
apartando por el cuello de mí la bola de pelos atacando la maleta.
En un instante, mis sentidos regresan y me pongo en movimiento.
Corro como una loca, agarrando bragas en el aire y del suelo cubierto
de hielo. Soy el Doctor Octopus: nada puede escapar de mis brazos
giratorios.
A medida que me lanzo por un par final, particularmente
vergonzoso, rojo con corazones rosados por todas partes, mis dedos
chocan con la mano enorme de Oliver.
Miro hacia arriba y veo que sostiene un par de color amarillo sol y
también una negra de encaje. Aparentemente, mi suplantación de Doc
Oct no es tan buena como pensaba.
—Um, creo que estas son tuyas —dice, ofreciéndome las bragas
traicioneras.
Se las arrebato de la mano, solo un poco apaciguada al ver que
su propio rostro está al menos la mitad de rojo de lo que estoy segura que
está el mío. Su otra mano sujeta al animal travieso, aunque puedo ver
que el perro tira del borde de su correa y sigue persiguiendo mi bolso.
—¡Buzz, ya para, idiota! —Oliver vuelve a bajar la mirada al animal,
y me tomo un momento para admirar la forma en que los músculos de
sus antebrazos intentan controlar al golden retriever excitado. En uno de
ellos late una vena y me fascina. ¿Qué porcentaje de grasa corporal
debe tener alguien para que le palpiten las venas en los antebrazos?
—¿Qué está pasando aquí? Buzz, ven aquí, muchacho. —Lauren,
la madre de Oliver, sale de mi casa acompañada de mi propia madre.
¿En serio? ¿En serio, Universo? ¿Por qué no me dejas caer un
yunque en la cabeza mientras lo haces?
—¡Elle, estás aquí! Y Oliver, ¿estás ayudando con su equipaje? Qué
gentil… —Las palabras de mamá se desvanecen a medida que se
acerca.
Sé cómo se ve esto. En realidad, no tengo idea de cómo se ve esto.
No todos los días esparzo mis prendas innombrables por el camino de
entrada de mis padres. Pero supongo que parece cuestionable.
—Elle acaba de llegar, pero Buzz decidió atacar su equipaje y las
cosas se pusieron un poco… eh… desastrosas. —El rubor en el rostro de
Oliver se intensifica hasta convertirse en un carmesí oscuro.
No me di cuenta de que hablar sobre la ropa interior de una mujer
lo avergonzaría tanto. Habría guardado esa información para usarla en
el futuro si no hubiera planeado pasar el menor tiempo posible con él en
este viaje.
—¿Qué? Buzz, perrito travieso —dice Lauren con una voz que uno
pensaría que estaría reservada para bebés lindos, no para monstruos
come bragas.
Vuelvo a meter la ropa interior traicionera en cualquier rincón
disponible de mi equipaje. En este momento, no me importa adónde
vaya; solo la quiero fuera de vista.
—Llevaré a Buzz adentro —dice Oliver, apretando más la correa del
perro. Se vuelve hacia mí—. Elle, lamento otra vez todo esto. Espero que
no haya arruinado nada.
Le doy una sonrisa tensa que es principalmente por mamá, quien
me observa expectante.
—No te preocupes, todo está bien.
Él asiente y corre hacia la puerta principal de su madre.
Y entonces solo somos las casamenteras y yo.
—Dios mío, Elle, esa táctica pareció un poco atrevida, pero admiro
tu audacia. —Mamá me mira con los ojos muy abiertos.
A Lauren se le escapa una risita.
—En mis tiempos, solo cierto tipo de mujer le arrojaba las bragas a
un hombre.
Las dos se echan a reír, y sé que mi sonrisa se ha convertido en una
mueca. A pesar de mi expresión, mamá se acerca y me sujeta para
abrazarme.
—Me alegra que finalmente te estés abriendo a él —dice,
apretando aún más mis brazos mientras da un paso atrás.
—Mamá, no le arrojé mis bragas. El perro rompió mi maleta, y Oliver
solo me estaba ayudando a recoger mis... cosas. —Levanto el asa de mi
bolso, decidida a entrar y encerrarme en mi habitación durante al menos
las próximas veinticuatro horas—. Y no sé qué quieres decir con «abrirme
a él». Oliver y yo somos los mismos de siempre. Vecinos cordiales.
Mamá hace este movimiento de ojos combinado con un aleteo de
pestañas que solo ella domina.
—Por favor, he estado esperando que claves los ojos en ese chico
durante años. No me digas que tengo que esperar más.
Coloco mis puños en mis caderas, decidida a terminar con esto de
una vez por todas.
—Mamá, de ninguna manera, de ninguna forma, voy a poner los
ojos en Oliver. Tanto porque no tengo ningún interés en él… —palabras
que no tienen nada que hacer en mi boca—, como porque estoy
felizmente involucrada con otro hombre. —Espera. ¿Estoy qué?
Silencio. Miradas en blanco y silencio.
—¿E-estás involucrada con alguien? Como en, ¿estás saliendo con
alguien?
No sé por qué un anuncio como ese debería producir tanto shock
en ambas.
Enderezo los hombros, y agarro el asa de la maleta con dedos
rígidos.
—Sí, mamá. Tengo novio. Que es una de las muchas razones por las
que no habrá una conexión romántica entre Oliver y yo. —Al no tener
energía para seguir discutiendo esta mentira que inventé hace treinta
segundos, me dirijo hacia el camino de entrada—. Voy a desempacar.
No puedo evitar preguntarme si esta será la mentira más genial de
mi vida o la más problemática.

—Necesito tu ayuda. Acabo de decirle a toda mi familia que estoy


saliendo con alguien.
—Pero no estás saliendo con nadie.
La voz de Sophie suena fuerte por teléfono e inmediatamente
apago el altavoz. Nunca se sabe dónde pueden estar los oídos atentos
en esta casa.
—Lo sé —digo, susurrando ahora—. Ese es el punto. Mentí, y ahora
necesito que me ayudes a cubrir mi mentira.
—¿Por qué estamos susurrando?
Pongo los ojos en blanco y me dejo caer sobre el edredón floral
que ahora cubre la cama de mi infancia. Mamá no perdió el tiempo
transformando mi habitación en su habitación de invitados formal. La
única pista que queda de mí son mis contenedores de cosas que guarda
en el armario.
—Porque tu voz es lo suficientemente fuerte como para que todos
en mi vecindario la escuchen, y estoy intentando discutir una operación
secreta contigo.
—Como, ¿al estilo 007?
Sí, si eliminas los aparatos caros, la ropa elegante y la capacidad
de tener un regreso perfecto en cada escenario.
—Básicamente. —Me pongo de lado y miro la maleta que aún
tengo que desempacar—. Si bien puede ser una mentira, en realidad es
la manera más sencilla de quitarme a todos de encima esta semana. No
puedo creer que no haya pensado antes en eso. No puedo salir con
Oliver si estoy saliendo con otra persona.
—¿Tienes a alguien preparado para interpretar a este novio falso?
Me muerdo el labio inferior.
—Tú.
Hay un silencio por un segundo antes de que ella responda.
—Elle, aunque me siento halagada, creo que ambas sabemos que
no estoy interesada en ti de esa manera. No es nada personal…
—Sophie, deja de ser tan idiota. No lo digo en serio. Quiero decir
que me vas a ayudar a fingir que tengo novio. —Mi mente cuestiona las
opciones—. No es que en realidad necesite un chico. Diré que se fue a
casa con su familia para las fiestas o algo así. Quizás solo necesite alguna
prueba de que es real. Ya sabes, tal vez te llame por teléfono, y puedes
pretender ser él. Algo así.
—No lo sé. Esto suena como una de esas comedias románticas
cliché. Esas en las que alguien finge estar en una relación, y todo termina
en un choque de trenes metafórico.
—¿De qué estás hablando? Las comedias románticas siempre
terminan con un final feliz. ¡Este plan es infalible! —Ahora estoy agitando
los brazos, y he dejado de fingir que estoy susurrando.
—¿Y cuál es exactamente el plan? ¿Tú diciéndole cosas dulces a
tu novio inexistente? ¿Lo llamarás, a mí, en medio de la mañana de
Navidad como prueba para todos?
En serio, está matando la vibra de todo esto.
—¡No lo sé! Es un trabajo en progreso. Solo necesito saber que estás
a bordo en caso de emergencia. —Vuelvo a mi tono de susurro. James
Bond estaría muy orgulloso.
Ella suspira, y es uno de esos largos y dramáticos que te hacen
preguntarte si queda algo de aire en su cuerpo.
—Bien. Te ayudaré. Pero aún no creo que sea una buena idea.
Sabes, lo que es una buena idea: reunirte con ese precioso amigo tuyo
de la infancia.
—Por eso yo soy la generadora de ideas y tú eres la facilitadora de
esta operación. —Me deslizo fuera de mi cama y aterrizo sobre un
montón junto a mi maleta. Bien podría abordar esto mientras hablo.
—Bien, bien, llámame cuando necesites alguna conversación
íntima.
—Ew. Te llamaré si necesito tener una conversación normal con mi
novio imaginario.
—Afirmativo. Alpha fuera.
—Sophie, no somos parte del ejército.
—Tango Bravo.
Pongo los ojos en blanco.
—Adiós.
—Fin de la transmisión.
Hago clic en el botón de desconexión antes de que pueda
colmarme con más de sus terribles términos de espionaje. Mientras mis
dedos agarran la cremallera exterior de mi maleta, me doy cuenta de
que el perro de Lauren la dobló. Menos mal que nunca me gustó este
bolso.
Hago un trabajo rápido al volcar mis cosas en el suelo, organizando
instintivamente mi ropa en conjuntos lindos y ropa de estar en casa fea.
Puedo garantizar que mamá y Tammy han corrido la voz de que
estoy saliendo con alguien. Esas dos tienen radares de chismes que se
mueven a la velocidad de la luz. La clave ahora será interpretarlo lo mejor
posible, lo que me pone un poco nerviosa teniendo en cuenta que fui
uno de los pocos niños en un drama de séptimo grado que fue elegida
cuidadosamente para ser parte del equipo de escena, y definitivamente
no fue por mis habilidades técnicas.
Le doy la vuelta a mi maleta para asegurarme de haber sacado
todo cuando cae un envoltorio del bolsillo exterior. Me agacho y recojo
un paquete vacío de cecina.
Por supuesto. No es de extrañar que esa bola de pelos estuviera
atacando mi maleta como un maníaco. Debo haber dejado esto aquí
de mi último viaje.
Sintiéndome un poco menos vengativa con el animal, termino de
organizar mi ropa a la velocidad de un caracol. Cualquier cosa para
posponer hacerle frente a la música de abajo.
Solo cuando he doblado mis calcetines y mi ropa interior en las
líneas más perfectas y pulcras acepto que es hora de seguir adelante.
Respiro profundamente, abro la puerta y bajo las escaleras.
He decidido que la clave de estas fiestas será pasar el menor
tiempo posible en la casa de Elle, lo cual es una tarea bastante inviable
ya que ella solo ha estado en casa durante cuarenta y cinco minutos, y
sus hermanos ya me han enviado dos mensajes de texto para ir y ver el
partido.
Solo puedo usar la excusa de que me ducho tantas veces antes de
que la gente sospeche.
Mientras me seco después de la ducha (después de todo, bien
podía tomar una), miro fijamente mi maleta abierta y me pregunto qué
camiseta debería ponerme. Es una pregunta estúpida. Todas son iguales,
solo que en colores diferentes. Pero por alguna razón, la decisión parece
importante. Elle está allí.
Suspirando, agarro la azul marino que está encima y me la paso
por la cabeza. Técnicamente, no necesitaba empacar para esta
semana ya que solo vivo a unos veinte minutos de distancia, pero pensé
que sería más fácil tener todo aquí para no tener que seguir conduciendo
de ida y vuelta desde mi casa a la de mamá.
Ahora desearía tener una razón para hacer ese viaje de veinte
minutos, aunque solo fuera para ganar más tiempo. Me pongo unos jeans
y me peino con los dedos hasta conseguir algo que espero que luzca
presentable. Por una fracción de segundo, la idea de usar colonia pasa
por mi cabeza, pero luego pienso en los hermanos de Elle y me doy
cuenta de que solo estoy pidiendo algunas bromas.
Al salir por la puerta, corro los catorce escalones hacia su patio.
Claro, podría haberme puesto un abrigo, pero luego me lo volvería a
quitar, así que el esfuerzo parece inútil. Doy mi golpe de advertencia
superficial, y me doy cuenta de que dos pasos fueron en vano, dados los
niveles de volumen aquí.
Una sonrisa se dibuja en mi cara. Extrañaba esto. Extrañaba la loca
y directa dinámica familiar de los Carter.
Me quito los zapatos por costumbre, y los meto debajo del banco
de la entrada que ya alberga un montón de zapatillas, pantuflas y botas
para la nieve. Después de atravesar el pasillo lleno de fotografías, llego a
la parte de atrás, donde el ruido se multiplica por diez.
Observo el amplio espacio abierto que sirve como principal lugar
de reunión de los Carter.
Al otro lado de la habitación, los hermanos gemelos de Elle y al
menos dos primos están descansando de todas las formas posibles en el
enorme sofá seccional, viendo un partido. Drew, su padre, está sentado
en un La-Z-Boy con un ojo en la pantalla y el otro en el libro que tiene en
el regazo. La tía Sharon está en la mesa del desayuno, con el teléfono
pegado a la oreja y la boca y la mano libre moviéndose sin parar.
Luego, mis ojos se dirigen al área que evito deliberadamente: la
cocina. El lugar donde Elle y su madre trabajan juntas en una especie de
bonanza de galletas.
Elle está de espaldas a mí. Lleva unos leggins negros ajustados que
estoy seguro de que le resultan inocentes y casuales, pero la forma en
que abrazan esas piernas curvilíneas hace que mi ritmo cardíaco se
acelere. Y ahora de repente siento curiosidad por saber qué ropa interior
lleva puesta. Me pregunto si será ese par negro de encaje.
Trago pesado, y me comprometo silenciosamente a mantener mis
ojos al nivel de los hombros y más arriba.
Se gira, y su perfil ahora está a la vista. Las pestañas gruesas
apuntan hacia la encimera donde trabajan sus manos. Ni siquiera
necesito verlos para recordar esos ojos verdes. Son del tipo que en
realidad no notas hasta que se viste de verde, y luego sobresalen tanto
que te preguntas si es en parte duende o algo así.
Su cabello, de un color castaño lo suficientemente claro como
para saber que era rubia cuando era niña, está recogido con un coletero
que parece aterciopelado en lo que estoy seguro de que las chicas
llaman un moño desordenado. La forma en que deja al descubierto su
cuello largo me hace pensar que debería tener algunas cosas más
complicadas en mi vida.
—¡Oliver, cariño, entra!
Mientras estaba ocupado comiéndome con los ojos a su hija, la
mamá de Elle me vio rondando en la puerta.
Fuerzo mi boca a sonreír y me apoyo contra el marco de la puerta.
Como en, mírame, tan tranquilo y despreocupado fingiendo que mi pulso
late a sesenta latidos por minuto.
—Hola, Tammy. —Asiento hacia el televisor al otro lado de la
habitación—. Solo reviso el puntaje para ver si quiero ver este juego. —Sí,
claro, amigo.
Ella parece creer mi excusa tonta y señala la pantalla con la mano.
—Fútbol, qué tontería. Ven a comer una galleta; estás demasiado
flaco. Acabo de guardar el almuerzo si quieres un sándwich.
Me sentiría halagado, pero Tammy les dice a todos que están
demasiado flacos. Es su forma indirecta de obligar a la gente a comer la
comida que prepara. Camino hacia la cocina, pero solo por las filas de
galletas dispuestas, no porque eso me acerque un paso más a Elle.
—No, ya comí. Pero vaya, ¿le están dando galletas a todo el
vecindario?
Tammy me envía un guiño, pero Elle simplemente continúa
colocando glaseado verde en un árbol de Navidad. Su madre le da a
Elle un empujón no tan sutil con la cadera.
Al parecer, no soy el único que notó la respuesta mediocre de Elle.
Está bien, de acuerdo. No hubo respuesta alguna.
—Es maravilloso que te hayas quedado en casa para Navidad —
dice Tammy—. Estábamos encantados de escuchar la noticia, ¿verdad,
Elle?
Elle finalmente levanta la vista.
—Emocionada —dice inexpresiva.
Tammy no parece darse cuenta a medida que levanta una mano
con un estilo dramático.
—Ah, no. ¡Olvidé cambiar la ropa a la secadora! —Retrocede, sus
ojos oscilando entre Elle y yo—. Voy a hacer eso. Elle, termina estas
galletas y ponte al día con Oliver. Pregúntale por el trabajo. O cómo les
está yendo a su increíble equipo. ¿Quizás qué películas ha visto
últimamente? Su mamá mencionó acababa de ver...
—¡Mamá!
Tammy sale corriendo de la cocina con un extra de ánimo en su
paso, sin duda para regresar de su tarea falsa y espiarnos en unos treinta
segundos.
Tomo una galleta con forma de muñeco de nieve de la encimera
solo para tener algo que hacer.
—¿Todo bien con tu maleta? —pregunto porque todos sabemos
que de ninguna manera Elle me preguntará qué películas nuevas he
visto—. Otra vez, lamento mucho lo de Buzz. No sé qué le pasó.
En lugar de parecer enojada, se encoge de hombros a medias.
—Sí, fue mi culpa. Había una bolsa vacía de cecina en el bolsillo.
Estoy segura de que eso era lo que buscaba.
Asiento y le rompo el sombrero a Frosty.
—Eso tiene sentido. A mí también me cuesta dejar pasar la carne
seca.
Me envía una sonrisa tan breve que ni siquiera estoy seguro si
sucedió, luego vuelve a sus galletas.
Esto va bien.
—Entonces, ¿cómo va el trabajo?
—Aun perseverando.
—Siempre te encantaron los números.
Ella asiente.
—Aún lo hago.
—¿Qué tal Denver?
—Muy bien.
—Estupendo. —Doloroso. Así es como describiría esta
conversación. Me meto el sombrero en la boca, intentando pensar en mi
próximo enfoque—. Entonces, también…
—¡Oliver! ¡Aléjate de esas mujeres, y ven a ver el partido!
No estoy seguro de qué gemelo es el responsable del comentario
ridículo (creo que es Brett), pero sus caras me miran desde el otro lado
del sofá.
—¡Tráenos algunas galletas mientras lo haces!
Definitivamente fue Rhett.
—Si quieren alguna de estas galletas, pueden caminar hasta aquí
y conseguirlas ustedes mismos —grita Elle, sin siquiera mirar a sus
hermanos.
Ya estoy del lado malo de Elle con todo el incidente de la ropa
interior, así que me dirijo al sofá sin galletas.
—Cobarde —murmura Rhett a medida que me dejo caer a su lado.
Él es el único lo suficientemente amable como para mover las
piernas de modo que pueda sentarme, así que le ahorro una respuesta
cortante.
—¿Qué me perdí? —pregunto. Pasan los siguientes diez minutos
dándome resúmenes contradictorios sobre los dos primeros cuartos.
Drew finalmente interrumpe la discusión de sus hijos sobre de qué
lado están favoreciendo los árbitros.
—Oliver, ¿qué tal el trabajo?
—Sí, quería preguntarte por mis petunias. Parecían un poco secas
esta semana. —Brett se ríe disimuladamente y choca los puños con Rhett
justo antes de que lo golpee en el brazo.
Gime y se aferra el hombro como un bebé mientras su hermano y
sus primos se ríen histéricamente.
El pasatiempo favorito de los hermanitos de Elle es hacerme sentir
patético por mi negocio de jardinería. Según ellos, paso mis días
cantándole a los girasoles y regando margaritas.
—El trabajo va bien —respondo, dirigiéndome a Drew—. Las cosas
siempre van un poco lentas en invierno, pero tengo un montón de diseños
en los que estamos trabajando para la primavera.
Charlamos unos minutos más de su propio jardín rediseñado,
discutiendo el minigolf que Tammy nunca aprobó y, por lo tanto, nunca
estuvo en los planes.
—Entonces, Oliver, ¿escuchaste lo de Elle? —pregunta Rhett.
Me siento erguido y pongo mis manos detrás de mi cabeza,
manteniendo mis ojos en la pantalla para asegurarme de que él sepa
que no estoy interesado en lo que quiera decirme (lo cual es mentira,
estoy 100% interesado en cualquier cosa que tenga que decirme de su
hermana).
—¿Escuchar, qué?
Ahora el resto de los chicos se están inclinando, lo que me hace
recelar. Tengo la sensación de que se trata de información que se supone
que no deben compartir.
—Ah, no es nada demasiado interesante. —Brett se estira y sus pies
aterrizan en la mesita gastada frente a nosotros—. Quiero decir, no es
como si a nadie en esta familia le importara de verdad su estado civil ni
nada por el estilo.
Mis manos caen antes de que pueda detenerlas, arruinando la
vibra despreocupada que estoy buscando.
Rhett y Brett me dan esa sonrisa maníaca de gemelos y, por
enésima vez, me pregunto por qué sus padres les pusieron nombres tan
ridículamente similares. Saben que me tienen con sus estúpidos
comentarios de cebo y cambio.
—No me importa, si no quieres decírmelo —digo, a medida que mi
mente repasa todos los estados de relación que podrían ser posibles.
¿Podría estar saliendo con alguien? ¿Quizás rompió con alguien? ¿Quizás
alguien rompió con ella? ¿Quizás necesito ir a romperle algunos huesos al
imbécil que rompió con ella?
Rhett me interrumpe, antes de que pueda empezar a buscar
tácticas de venganza.
—Parece que nuestra hermana está…
—Oliver, ¿a dónde fuiste?
Tammy regresó a la cocina y debe haberse dado cuenta de que
su hija y yo no estamos en el proceso de confesar nuestro verdadero amor
como ella había planeado.
Levanto la cabeza sobre el sofá y la saludo con la mano.
—Oye, Tammy, solo estoy viendo el juego.
Me da un movimiento rápido de su espátula, una orden silenciosa
que no soy lo suficientemente hombre como para ignorarla.
Dejo la seguridad del sofá mullido con una palmada en la espalda
de Brett y una mirada de disculpa de Drew. Todos sabemos que ninguno
de ellos ignoraría una orden de Tammy.
Elle vuelve a ignorar mi mirada a propósito mientras camino hacia
la encimera. Me doy cuenta de que ha pasado de los árboles de
Navidad a los muñecos de jengibre con glaseado.
—Oliver —dice Tammy a medida que comienza a secar los platos—
. Quiero saber cómo va tu negocio. Sabes que Drew y yo estamos muy
contentos con el resultado de nuestro jardín. —Envía una mirada no tan
astuta hacia su hija, como para comprobar que está escuchando—. Elle,
¿has oído lo bien que le está yendo a la compañía de Oliver? Estoy muy
impresionada con lo que ha logrado por su cuenta.
—Tammy, eres muy amable. —Voy a apoyarme en la encimera,
pero me doy cuenta de que cada centímetro está cubierto de galletas—
. En general, las cosas van muy bien. El invierno puede ser un poco lento,
pero debería mejorar nuevamente en la primavera.
—No seas modesto. —Se vuelve hacia Elle—. ¿Sabías que la
empresa de Oliver ganó el premio como Mejor Negocio en Sandpoint el
año pasado?
Siento que mi cara se calienta.
—De hecho, solo fue como Empresario de…
—¿Puedes creerlo? Sabes, él construyó todo esto desde cero. —Me
da una sonrisa amplia—. Tanta dedicación y trabajo duro solo pueden
admirarse.
No creas que no veo qué es esto. Siento como si tuviera doce otra
vez, en una entrevista para mi primer trabajo con mi madre rondando mi
hombro, intentando convencer al gerente de que soy lo suficientemente
digno de confianza como para repartir periódicos.
Elle finalmente levanta la vista, y lo veo: la grieta en la fachada que
está intentando mantener en su lugar con tanto esfuerzo. Las esquinas
exteriores de sus ojos están ligeramente entrecerradas, y se muerde el
interior de la mejilla para mantener esa sonrisa contenida.
No es mucho, pero es suficiente para relajarme un poco.
—Sí, mamá. Oliver siempre ha tenido mucho éxito en cualquier
cosa que se proponga. —Sus palabras son para su mamá, pero sus ojos
se encuentran con los míos—. Estoy segura de que si sigue así vivirá una
vida muy larga y próspera.
No soy tan fuerte como ella. Una risa comienza a escaparse de mí,
y tomo una galleta sencilla en forma de estrella y me la meto en la boca.
Ella levanta una ceja.
—Aún no le he puesto glaseado a esa.
—Estoy empezando una dieta nueva —digo, mis palabras
amortiguadas por el brebaje mantecoso—. Es una dieta sin glaseados.
Sus labios se abren, y veo un indicio de dientes perfectamente
rectos que, según sé, requirieron de frenillos durante cuatro años.
—Guau, admiro tu compromiso. Un hombre más débil se habría
limitado a no usar chispas, pero tú lo llevaste hasta el glaseado.
—A veces hay que hacer sacrificios.
Y lo he hecho. Su boca se abre en una sonrisa amplia, y un resoplido
inconfundible la abandona.
Casi había olvidado que su madre estaba parada a un metro de
distancia, observando.
—Ustedes dos siempre se llevaron tan bien —dice, sus ojos
cuestionablemente brillantes—. Elle, ¿sabías que Oliver aún viene y corta
el césped de su madre todas las semanas? Sabes, no todos los días
encuentras a un hombre con una dedicación como…
—¿Ya están listas estas galletas?
Rara vez aprecio una interrupción por parte de uno de los gemelos,
pero en este caso, es muy bienvenida. Rhett pasa a mi lado y agarra dos
muñecos de nieve, logrando de alguna manera devorar uno de cada
dos bocados.
—¿Siquiera las probaste? —pregunta Elle, volviendo a su glaseado.
—Por supuesto. Pero solo para asegurarme, tomaré otra. —Rhett se
mete la segunda galleta en la boca y ésta muere tan rápido como la
primera.
—Elle, es un niño en crecimiento —interrumpe Tammy, dándole a
Rhett una sonrisa maternal—. Toma, cariño, come unas cuantas más.
—Mamá, tiene casi veinticinco. Si aún está creciendo, entonces
tenemos problemas mayores entre manos.
Rhett recompensa a Elle masticando grandes bocados asquerosos
con la boca bien abierta.
—Que asco, no puedo trabajar con eso en mi visión —dice ella,
empujándolo hacia atrás.
Su hermano se ríe y se gira hacia mí, golpeándome el hombro con
un brazo.
—Le estaba contando a Oliver las buenas noticias cuando lo
llamaste. —Inclina su cabeza hacia mí, pero sus ojos permanecen fijos en
Elle—. Elle se consiguió novio en Denver.
Sé que hace esto principalmente para provocar una reacción de
Elle, pero todo mi cuerpo se congela cuando escucho esas palabras.
Creo que estoy intentando sonreír, pero soy como el Hombre de Hojalata
de Dorothy que necesita una gran inyección de aceite para que sus
articulaciones vuelvan a moverse.
¿Elle tiene novio? Sé que es ridículo esperar que permanezca
separada románticamente por el resto de su vida, pero pensar en ella
con otro hombre me enferma lo suficiente como para arrepentirme de
cada galleta que he comido.
—Nunca mencionaste por qué tu novio no vino a casa contigo en
Navidad. —Rhett está pasando el mejor momento de su vida—. No te
avergüenzas de nosotros, ¿verdad?
Finalmente tengo el valor de ver cómo reacciona Elle. Parece
tranquila. Si no fuera por el hecho de que está arrojando glaseado sobre
la encimera en lugar de la galleta frente a ella, diría que no se ve
afectada en absoluto.
—No pudo venir —responde, con la mandíbula rígida como si
también necesitara un poco de aceite—. Su trabajo está muy movido en
este momento, y no podía escapar.
Rhett asiente y sigue acabando con la fila de muñecos de nieve
azucarados.
—¿En serio? ¿Qué hace? Debe ser algo importante como para no
poder tomarse un tiempo libre por Navidad, especialmente por su novia.
Una parte de mí quiere taparme los oídos y fingir que esta
conversación no está sucediendo, y la otra parte está pendiente de
cada palabra. Sí, ¿quién es este tipo? ¿Quién es el hombre que Elle
considera lo suficientemente digno para reclamar un lugar en su vida?
Desde que la conozco, que es básicamente desde toda la vida, siempre
ha evitado las relaciones serias.
No es que la haya estado vigilando. Simplemente escucho cosas a
través de rumores, eso es todo. Y los rumores me han informado que el
único novio real que tuvo fue en su último año de universidad. E incluso
eso no fue nada serio, al menos según Tammy; quiero decir, los rumores.
—Tiene un trabajo muy importante. No es que deba importarte. —
Elle se ha dado cuenta del percance del glaseado y está intentando
recoger el desastre con una toalla de papel—. Pero si tienes que saberlo,
trabaja en gestión. Para una empresa gestionadora. Está muy ocupado...
gestionando cosas.
—Tengo la sensación de que no sabes lo que hace tu novio.
Me alegro de que Rhett lo haya dicho, porque de ninguna manera
iba a hacerlo.
—Claro que sé lo que hace. —Elle arroja su toalla de papel a la
basura y luego pone sus manos en esas caderas que están tan bien
definidas por esos leggins negros.
Oliver, mantén los ojos arriba.
—Es director de proyectos para una empresa de gestión de
eventos. Gestiona muchos... eventos para empresas. Por eso no está
aquí. Actualmente está gestionando fiestas corporativas de Navidad.
Aún estoy cincuenta por ciento seguro de que está mintiendo,
dado que ha dicho gestionar al menos diez veces en el último minuto,
pero no puedo entender en qué está mintiendo. ¿Por qué mentiría del
trabajo de su novio? ¿Quizás no tiene trabajo?
Rhett no está de acuerdo con esto.
—¿Qué, como en un organizador de fiestas?
—Está bien, deja a tu hermana en paz. —Tammy rodea la barra y
agarra a su hijo del brazo—. ¿Por qué intentas arruinarlo todo? —pregunta
en un susurro que definitivamente no es un susurro—. Elle y Oliver
finalmente se están poniendo al día, y tú vienes y…
—Entonces, ¿el trabajo va bien? —pregunta Elle, su pregunta tan
alta obviamente es un intento de ahogar la voz de su madre.
Asiento, aun pensando en este novio suyo.
—Sí, todo muy bien.
—¡Oh Dios, el servicio al cliente estos días es ridículo! —La tía de Elle
golpea su teléfono sobre la mesa del comedor antes de dirigirse hacia
nosotros.
Casi había olvidado que estaba en la habitación.
—Tía Sharon, ¿qué pasa? —Elle toma su glaseado y vuelve a
decorar.
—¿Recuerdas esos sofás que pedí el mes pasado? Vine a
enterarme…
Y ahí es cuando vuelvo al sofá sigilosamente, con la cabeza llena
de más preguntas de las que quiero contar.
Nunca debí haber vuelto a casa. Debí haber inventado una excusa
al momento en que descubrí que Oliver estaría aquí. Tengo
mononucleosis. Me ahogué en un jacuzzi. Cualquier cosa.
Ha estado en casa de mis padres durante cuatro horas, y ha sido
una mezcla cruel de cielo y tortura. Aunque, para ser justos, la mayor
parte de la tortura la infligen mis hermanos y mi madre. Oliver puede
atribuirse todo el mérito por los momentos escasos del cielo.
Miro hacia la mesa donde ha estado hablando con mi tía Sharon
sobre sus macizos de flores durante casi veinte minutos. Un hombre inferior
ya se habría quebrado, pero Oliver no. Él aún está sonriendo y
respondiendo dulcemente a todas las preguntas que ella tiene sobre el
nivel de pH del suelo y si cantarles a sus flores les ayuda de verdad.
Él asiente ante su último comentario, levantando una mano para
frotar lo que probablemente sea la barba de dos días cubriendo su
mandíbula. En cualquier otra persona, supongo que había pasado al
menos una semana desde que se afeitaron, pero Oliver siempre ha tenido
habilidades sobrehumanas para hacer crecer el vello. Incluso cuando era
adolescente, podría haber tenido una barba completa si hubiera
querido.
Lo que la mayoría de la gente no sabe es que si lo ves justo después
de afeitarse, cuando no hay nada más que piel suave en su mandíbula,
te das cuenta de que tiene una cara de bebé total.
No es que lo sepa ni nada por el estilo.
Me muevo nerviosa en el sofá y trato de concentrarme en la
televisión. Aunque, considerando que este tiene que ser al menos el
tercer partido de fútbol hoy, es difícil mantener el interés. No tengo idea
de cómo voy a aguantar tres días más tan cerca de este hombre.
Sorprendentemente, sobreviví dieciocho años viviendo junto a él sin
ceder a mis sentimientos, por lo que uno pensaría que unos días no serían
nada.
Echa la cabeza hacia atrás y se ríe y, de repente, me encuentro
contando cuántas veces aparecen esos hoyuelos. Uno. Dos. Tres.
Todo ese dicho de «la ausencia hace crecer el cariño» podría tener
algún mérito.
Me muevo de nuevo, apoyando un cojín en el lado derecho de mi
cabeza, para mayor comodidad... y tal vez porque bloquea de mi vista
al cliché del hombre alto, moreno y atractivo.
En realidad, lo que me molesta de verdad es el hecho de que
nadie en mi familia cree que tengo novio.
Cuando bajé por primera vez, me encontré con una sala de caras
expectantes, todos queriendo saber los detalles sobre este tipo misterioso
que aún no había mencionado. Había podido desviar la mayoría de las
preguntas y miradas sospechosas, pero luego Rhett tuvo que ir y
empeorar todo al interrogarme frente a Oliver.
No es que a Oliver le importe un bledo si tengo novio.
Probablemente esté agradecido de habernos quitado a todos de
encima. Solo desearía haber encontrado una versión más sólida de quién
es mi novio falso antes de la inquisición de Rhett, como dónde trabaja y
cómo se llama.
Necesito refuerzos. Saco mi teléfono y lo escondo entre mis piernas.
Elle: ¡Necesito ayuda!
Sophie: ¿Te están asaltando? ¡¿Por qué me envías mensajes?!
¡Llama al 911!
Elle: No, no así. Caray, ¿por qué te enviaría un mensaje si me
estuvieran asaltando? Me refiero al drama de chicos.
Elle: Nadie cree que mi novio falso sea real.
Sophie: Lo siento, últimamente he estado viendo documentales
sobre crímenes y estoy investigando cuántos cerrojos se pueden instalar
en una puerta de entrada.
Sophie: Además, tu novio falso no es real, así que tienen razón.
Elle: ¿De qué lado estás?
Sophie: Lamento que tu familia piense que tu novio imaginario es
simplemente imaginario. ¿Cómo puedo mejorar esto?
Puedo escuchar el sarcasmo a través de sus palabras. Por suerte,
no es suficiente para detenerme.
Elle: ¿Puedes llamar haciéndote pasar por mi novio?
Sophie: ¿En serio? ¿Llegaremos a eso? Pensé que estabas
bromeando cuando dijiste eso.
Sophie: Además, ¿cómo está McDreamy? ¿Puedes tomarle una
foto y enviármela?
Elle: ¿Sabes lo acosador que sonó eso? No. No voy a tomarle una
foto para enviártela.
Sophie: Una verdadera amiga lo haría.
Elle: Una verdadera amiga me ayudaría. Llámame en dos minutos
haciéndote pasar por mi novio.
Sophie: Hablando de acosadoras...
Dejo mi teléfono a un lado, mis palmas ya sudando a medida que
observo lo que me rodea. N realidad, este es el escenario perfecto si voy
a realizar una llamada falsa. Todos los importantes están en la sala. Y por
importantes me refiero a todos los que no dejan de molestarme con
Oliver.
Mis hermanos gemelos están al otro lado del sofá, turnándose para
gritarle al televisor. Mi primo Logan, de la misma edad que los gemelos y
casi a la altura de su fastidio, está tumbado a mi lado.
Mamá se unió a la tía Sharon y ahora están en una discusión
profunda sobre mi prima Jenny y aproximadamente cuánto tiempo
pasará antes de que su prometido y ella comenzarán a darles nietos.
Y luego está Oliver. Aún está en la mesa con mi mamá y mi tía,
luciendo perfectamente a gusto, como si simplemente estuviera
descansando en su propia sala de estar con su propia familia. Que, para
ser justos, es como siempre lo hemos tratado. Otra razón por la que él y
yo nunca seremos compatibles. No puedes tener una relación
sentimental con alguien a quien creciste considerando un hermano.
Un hermano muy sexy y carismático con el que resulta que no tienes
ningún vínculo sanguíneo real.
Las vibraciones de mi teléfono me hacen saltar casi un metro en el
aire.
Logan me mira con las cejas levantadas.
—¿Estás bien?
Ignoro su pregunta y levanto mi teléfono.
—Mira, es… —mierda, ¿cuál era el nombre falso que había
elegido?—, ¡Danny! —Excelente. Todo lo que tengo que hacer es
llamarme Sandy y podríamos hacer una recreación de Grease.
No sé si son mis palabras o el volumen de mi voz que se proyecta a
través de la habitación, pero todos los ojos se fijan en mí.
Agito mi celular en el aire como un trofeo.
—Es mi novio, Danny. —Dándole a mis hermanos una sonrisa
particularmente tonta, me acerco el teléfono a la oreja—. Hola... bebé
—digo al teléfono, tropezando apenas un poco con la expresión de
afecto digna de vergüenza.
—Oh, Dios. No lo llames bebé. Nadie va a creer que esto es real si
intentas poner un apodo cariñoso como ese.
La voz de Sophie resuena en mi oído y agradezco al cielo que
tenga la sensatez de susurrar. Por mucho que quiera argumentar que soy
el tipo de persona que usa un apodo para su novio, sonrío y digo:
—¡Aww, también te extraño! ¿Qué estás haciendo?
—Bueno, estaba a punto de salir a almorzar de esta prisión que
llamamos trabajo. Voy a tratar mi cerebro sobrecargado con una
hamburguesa grasienta de comida rápida y un batido. —Puedo
escuchar ruidos de movimiento por parte de Sophie.
—¿El trabajo está movido? ¿Crees que estarás allí toda la noche
otra vez? Lo siento mucho. Desearía que no te necesitaran tanto. —Miro
a mi alrededor, absorta, mientras digo esto, con los ojos muy abiertos,
como si dijera: ¿Ven? Mi novio está muy ocupado manejando todo tipo
de cosas en su puesto directivo.
Mis hermanos y mi primo me miran entrecerrando los ojos, y no sé si
soy lo suficientemente fuerte como para ver las reacciones de mi mamá
y Oliver.
—¿Qué puedo decir, no todo el mundo tiene la capacidad de
contar inventarios como yo? Algunas personas dejaron de ir a la escuela
después del tercer grado. —El tono monótono de Sophie en realidad no
me ayuda a crear el ambiente acaramelado que busco.
—¿Qué estoy haciendo? —Me recuesto en los cojines y levanto la
mano para jugar con mi cabello como si estuviera tan despreocupada y
feliz de estar hablando con mi pareja—. Ah, simplemente estoy pasando
el rato con la familia. Ojalá estuvieras aquí.
—Sí, ojalá estuviera allí, para poder estar sentada frente a ese
vecino astuto…
La respuesta de Sophie es interrumpida por Logan que se acerca.
—¿Siquiera estás hablando con alguien?
Frunzo el ceño y articulo la palabra «cállate». Ahora Brett se inclina
hacia mí, y ambos han roto cualquier indicio de la burbuja del espacio
personal que estoy intentando mantener.
—Sí, está hablando con alguien —dice en voz tan alta que me
habría avergonzado si en realidad hubiera estado hablando con mi
novio—. El teléfono aún está encendido.
Le clavo el dedo en el estómago de una manera muy cariñosa, y
él salta hacia atrás.
—Deberías tener una video llamada para que todos podamos
verlo —dice la tía Sharon desde la mesa.
—¡Qué buena idea! —chilla mi mamá a su lado, aplaudiendo con
entusiasmo—. Quiero ver a Danny.
Por enésima vez en mi vida, me pregunto por qué tengo una familia
tan prepotente. El pánico se apodera de mí, y mis dedos se hunden en
mi teléfono.
—¿Qué? ¿Quieren que charle por video con ellos? Elle, no creo que
mis habilidades de actuación puedan llegar tan lejos —dice Sophie, sin
susurrar más.
Sacudo la cabeza hacia mi madre y mi tía, pero ahora toda la
familia se ha aferrado a la idea.
—Sí, hermana, queremos ver a este hombre que te ha dejado
boquiabierta. —Rhett tiene un brillo burlón en sus ojos.
Mi mirada encuentra a Oliver, probablemente la única persona
cuerda en esta habitación. Observándome con lástima en sus ojos, una
mirada que dice que quiere ayudar, pero no tiene idea de cómo hacerlo.
Mi corazón se aprieta por un momento, y me pregunto por qué
diablos estoy haciendo todo esto. ¿Por qué estoy esforzándome tanto
para resistir cualquier apariencia de que pueda estar interesada en este
hombre?
Oigo cerrar la puerta de entrada y, un segundo después, entra mi
tía Lisa.
—¿Qué está sucediendo? —pregunta a la habitación que está
clavada en mí.
—Elle va a chatear por video con su novio de modo que todos
podamos verlo —dice mamá, aun observándome con ojos expectantes.
—Ni siquiera sabía que estaba saliendo con alguien. —La tía Lisa se
sienta inmediatamente en la mesa, sus ojos yendo y viniendo entre Oliver
y yo.
Y luego vuelvo a la realidad. Esta es la razón de todo. Por eso nunca
buscaré nada con Oliver. Hay diez pares de ojos mirando, esperando que
le pida a mi compañera de trabajo Sophie, interpretando el papel de mi
novio falso Danny, que charle por video con ellos.
—¿Qué dijiste? —digo por teléfono, buscando profundamente mis
mejores habilidades de actuación—. ¿Acabas de salir de la ducha? Ah,
maldita sea. Está bien, se los diré. —Cubro el teléfono con una mano
como si protegiera los delicados oídos de mi novio—. Lo siento chicos,
acaba de salir de la ducha, así que no puede chatear por video en este
momento. —Fuerzo el mayor arrepentimiento posible en mi tono.
—Espera un segundo, acabas de decir que estaba en el trabajo —
dice Rhett, regresando a la habitación con una bolsa de papas fritas de
tamaño familiar.
Mierda.
—Su trabajo es uno de esos lugares con todo incluido —digo, sin
tener idea de lo que estoy hablando—. Tienen gimnasio y ducha en el
lugar. —Levanto la nariz, intentando parecer ofendida por su pregunta
tan legítima.
—Bueno, definitivamente no quiero ver a otro tipo en toalla, así que
será mejor que después tengamos esa video llamada.
Creo que nunca en mi vida he estado más agradecida por el fuerte
tono de barítono de Oliver. Me envía una sonrisa desde el otro lado de la
habitación, pero puedo ver que hay confusión en sus ojos. Como si
supiera que me está salvando la espalda, pero no está seguro de por
qué.
De todos modos, no voy a perder esta oportunidad para escapar.
—Saben, voy a terminar esta conversación en mi habitación,
donde haya menos distracciones —le digo a mi audiencia muy
cautivada—. Espera un momento, bebé —le digo al teléfono, una vez
más luchando por pronunciar la última palabra—. Me voy a cambiar de
habitación muy rápido. —Me levanto mientras hablo, pasando por
encima de todas las piernas descansando sobre la mesita de café y que
ninguno de los hombres de mi familia tiene los modales de mover.
Lo último que escucho a medida que escapo escaleras arriba es la
frase de despedida de mi hermano:
—¡Mándale nuestros saludos a Danny!

Veinte minutos después, en mi habitación, aún estoy furiosa por


toda la situación.
—Solo sé que voy a pensar en la respuesta perfecta que debería
haberles dicho a mis hermanos dentro de dos semanas. —Estoy parada
en mi baño, estudiando mi cara de cerca en el espejo porque cada vez
que me inquieto, lo que más me gusta hacer es buscar un grano para
reventar.
—Sí, todo el asunto de la video llamada fue una bola curva que no
habíamos planeado —coincide Sophie, aun simpatizando conmigo con
toda la bondad de su corazón—. Aunque creo que te recuperaste muy
bien. Estoy segura de que hay muchas empresas que tienen gimnasios y
duchas internas.
—No les viste las caras. Ni siquiera creo que mi papá me creyera, y
es el tipo de persona que siempre ve el vaso medio lleno.
—Bueno, el peor de los casos es tener que decirle a tu familia que
lo inventaste para que se olvidaran de Oliver. Estoy segura de que todos
se sentirían tan culpables que te dejarían en…
—¿Estás bromeando? —Renuncio a encontrar un buen grano y
busco unas pinzas en mi bolsa de maquillaje. Depilarme las cejas es mi
siguiente actividad favorita—. ¿Te das cuenta de la munición que les
daría a mis hermanos si admitiera algo así? No, no me rendiré. Solo
tenemos que ser más estratégicas de ahora en adelante. Adoptar un
enfoque ofensivo en lugar de uno defensivo… proactivo en lugar de
reactivo.
—Siento como si estuviera de vuelta en el equipo de fútbol de mi
escuela secundaria. Gracias por la charla, entrenador.
—Sophie, lo digo en serio. ¿Qué puedo hacer para agregar
evidencia de este novio? ¿Qué hacen los novios normalmente?
—¿Existir?
La ignoro y me concentro en los vellos de bebé que recubren el
exterior de mis cejas.
—Regalos. Un novio le enviaría un regalo a su novia si estuvieran
separados. ¿Flores?
—¿Quieres que te pida un ramo de rosas rojas? ¿Quieres la versión
de lujo con osito de peluche y chocolates o simplemente la estándar?
—Obviamente, la de lujo, pero no te preocupes. Me las enviaré a
mí misma. Esto es bueno, ¿qué más?
Sophie suspira y puedo decir que aún no está a bordo.
—No lo sé, ¿tal vez deberías tener una foto de él? Probablemente
una contigo, de lo contrario todos asumirán que es falsa.
Tiene razón. Veo un vello grande y retorcido, y lo agarro con mis
pinzas, tirando con fuerza.
—¡Auch! —Quizás no debí haber hecho eso. Froto el pequeño
espacio ahora visible en mi arco que alguna vez fue perfecto.
—No te estás reventando los granos, ¿verdad? Sabes que eso hace
más daño que bien, ¿verdad?
—Para tu información, no estoy reventándome granos —digo,
mirando el punto dolorido—. Me estoy depilando las cejas.
—Espera, espera. Elle, deja las pinzas y aléjate del espejo. Ya
conoces la regla de oro. Nunca te depiles las cejas cuando estés
enojada. Siempre te excedes y tienes que vivir arrepentida durante los
próximos dos meses hasta que vuelven a crecer.
Amo y odio que me conozca tan bien.
—Solo estoy arrancando los vellos descarriados —miento, aunque
guardo las pinzas y vuelvo a mi cama—. Está bien, entonces una foto.
Solo necesito una foto conmigo y un chico, ¿verdad?
—Sí, un chico que tu familia no conozca.
El silencio llena el espacio. Sé que ambas estamos pensando lo
mismo. No tengo una foto conmigo y otro chico. ¿Por qué? Porque he
pasado los últimos (ah, no lo sé) diez años criticando a todos los hombres
con los que he salido. Tengo excusas por días.
Ese tipo era demasiado superficial. Ese era demasiado silencioso.
Ese era demasiado hablador. Sophie está convencida de que tengo un
problema de compromiso, pero sé la verdad.
Estoy comparando a cada hombre con Oliver. Comparando la
apariencia, personalidad y ética de trabajo de cada hombre con el
único hombre con el que nunca me permitiré formar un vínculo. El
hombre del que me niego a enamorarme a pesar de los mejores esfuerzos
de mi familia.
Es más fácil simplemente estar de acuerdo con Sophie en que
tengo un problema de compromiso.
—¿No tomé una de ti y mi primo cuando fuimos juntos a ese
concierto? —El tono de Sophie es tan esperanzador que resulta un poco
patético.
—Tal vez. —Abro mi aplicación de redes sociales y encuentro el
perfil de Sophie, y me desplazo hacia abajo para ver sus publicaciones
antiguas. Bingo—. Sí, tienes razón. —Hago clic en la imagen para
ampliarla—. Desafortunadamente, tú también estás en esta, pero al
menos él está a mi lado. —Servirá en caso de apuro. No es que tuviera
ningún interés real en su primo. Su sonrisa era demasiado amplia.
Definitivamente no podría entablar una relación seria con un defecto
como ese.
—Está bien, bueno, por mucho que me guste hablar de los puntos
más finos de tu plan de novio falso, necesito volver a trabajar hoy en
algún momento.
Sonrío.
—Gracias, Soph, eres la mejor. Lamento ser una amiga tan
psicótica y por meterte en este lío.
—Cuando quieras. Y si alguna vez necesito fingir un novio en mi
vida, sabré cómo hacerlo después de esto.
Me despido, riendo.
Paso los siguientes diez minutos investigando las opciones de
entrega de flores más cercanas y tratando de decidir si una docena de
rosas rojas es demasiado cliché cuando mis hermanos irrumpen en mi
habitación.
Salto y meto mi teléfono debajo de la almohada, porque eso no es
nada sospechoso.
—Aprecio que llamen —digo, mi voz solo un poco temblorosa—.
Será mejor que ustedes dos agradezcan a sus estrellas de la suerte que
no estaba aquí desnuda o algo así. —Ambos hacen muecas de disgusto,
Rhett incluso llega a fingir una arcada, lo cual creo que es
completamente innecesario.
Finalmente, se enderezan y se paran hombro con hombro frente a
mí.
—Querida hermana —dice Rhett con voz robótica.
—Vinimos aquí para disculparnos por hacerte sentir incómoda
mientras compartías términos cariñosos con tu pareja por teléfono. —El
tono de Brett es igualmente anormal.
—Sí —añade Rhett—. Odiamos la idea de haberte avergonzado
delante de tu media naranja.
—Tu compañero ideal.
—Probablemente tu alma gemela.
—El futuro padre de tu…
—Ya pareeeennn —gimo, tapándome los ojos. Sé que en algún
momento se supone que mis hermanos crecerán y serán adultos
maduros, pero me pregunto si eso sucederá antes de que muera—.
¿Mamá los metió en esto?
—Sí —responden al unísono.
Coloco una mano sobre mi corazón.
—No, de verdad, sean honestos. Odio pensar que estaban
preocupado por mis sentimientos o algo así.
Rhett salta sobre mi cama, todo indicio de arrepentimiento
desapareciendo a medida que se estira.
—No, no tienes que preocuparte por eso. También se supone que
debemos decirte que Noah y Autumn acaban de llegar, y mamá quiere
que bajes y socialices.
Brett mira la cama de la que Rhett se ha hecho cargo y se tumba
en el suelo.
—Para ser específico —dice, levantando un dedo—, mamá dice
que debes bajar y socializar después de ponerte algo un poco más
atractivo. —Levanta la cabeza y mira mis mallas y mi suéter inmenso—.
Lo cual, para que sepas, creo que te ves bien.
Rhett le arroja una almohada a su gemelo.
—A mamá no le preocupa lo que pienses de ella. —Sus ojos se
dirigen hacia mí—. Aunque, hay alguien abajo con «un corazón de oro
que no podemos dejar escapar de esta familia» —termina con una voz
aguda que creo que se parece a nuestra madre.
No soy tonta. Sé que no está hablando de mi hermano y mi cuñada
que acaban de llegar. Está hablando de Oliver.
—Fuera —digo, señalando hacia la puerta.
—Ah, entonces vas a cambiarte de verdad —dice Brett,
levantándose de un salto—. Supuse que ignorarías esa petición con todas
las vibras independientes y obstinadas que has estado posponiendo
últimamente.
Rhett empieza a tararear «Miss Independent» de Kelly Clarkson
hasta que lo empujo fuera de mi cama.
—Pueden decirle a mamá que estaré abajo en dos minutos y usaré
exactamente la misma ropa que he usado toda la tarde. —Muevo una
mano en el aire para enfatizar mi atuendo cómodo—. Y Kelly Clarkson fue
mucho antes de tu tiempo, así que me preocupa por qué conoces esa
canción.
—Soy un hombre culto —dice Brett, levantándose del suelo.
—¡Fuera!
Salen corriendo por mi puerta al unísono perfecto que solo los
gemelos, y las nadadoras sincronizadas parecen ser capaces de lograr.
Me dejo caer en la cama y mi mal humor de hace media hora
regresa. Iré allí y socializaré, pero solo porque me agrada mi cuñada,
Autumn. No tiene nada que ver con Oliver o mi madre entrometida.
Debí haberme ido a casa después de ese fiasco de la llamada
telefónica con el novio de Elle, excepto por el hecho de que no tengo
ninguna razón para volver a la casa vacía de mi madre considerando
que apareció hace unos minutos. ¿Quizás Buzz necesita dar otro paseo?
Justo cuando estoy pensando en escapar, un cuerpecito cálido se
precipita hacia mí. Mis brazos lo rodean y levanto la forma retorcida de
uno de los hijos de Noah.
—¿Qué es esto? ¿Un pequeño monstruo para comer? —gruño con
mi mejor voz aterradora de tío adoptivo.
—¡No, no! ¡Soy Jack! —El chillido agudo del niño de tres años me
hace sonreír—. ¡No me comas, tío Oliver!
Le doy la vuelta para que quede boca abajo, pretendiendo
dejarlo caer antes de dejarlo suavemente en el suelo al último segundo.
Aunque no tengo ningún parentesco consanguíneo con los
sobrinos de Elle, aún me llaman su tío, un título al que no planeo renunciar
pronto.
—Los tíos Brett y Rhett están en el sótano con tu hermano —dice su
padre, Noah, mientras se sienta a mi lado en el sofá—. Ve a enfrentarlos.
—Me da una palmada en la espalda que le hace crujir la columna a
medida que su pequeño se aleja corriendo—. Hola, Oliver, tanto tiempo
sin verte. ¿Qué hay de nuevo?
Miro al hombre que ha sido mi mejor amigo durante los últimos
veinte años. Nuestra amistad ha pasado a un segundo plano desde que
se casó con su esposa, hace cuatro años, pero considerando todo el
asunto de los votos hasta que la muerte los separe, no me siento
demasiado ofendido.
—Ya sabes, solo estoy acabándome el plato de galletas de tu
madre —digo, señalando con la cabeza la bandeja medio vacía que
trajeron de la cocina. No quiero pensar en cuántas he comido esta tarde.
Pasamos los siguientes minutos poniéndonos al día con cosas
importantes como el trabajo y por qué ninguno de nuestros equipos
llegará a los playoffs.
Elle debe haber bajado las escaleras en algún momento de nuestra
conversación, porque cuando miro hacia la cocina, Autumn y ella están
apoyadas en la encimera, riéndose. Debe ser algo muy divertido, porque
esa línea extra de risa que está en su mejilla derecha solo aparece
cuando sonríe muy fuerte.
¿Su novio sabe ese pequeño detalle de ella? Sacudo la cabeza.
Probablemente sepa eso y mucho más.
Debo pasar demasiado tiempo mirando, porque Noah me
pregunta:
—Entonces, ¿supongo que has oído hablar del nuevo novio de Elle?
Mi cabeza vuelve bruscamente hacia la televisión.
—Ah, sí, escuché a alguien mencionarlo. —Sí, lo que sea, puede
que haya tenido casualmente un pequeño ataque al corazón cuando
me dieron la noticia, pero no es gran cosa.
Noah se inclina hacia adelante y toma una galleta.
—Rhett y Brett creen que está fingiendo —dice en voz baja.
Me ahogo con el aliento que estoy inhalando.
—¿Q-qué? —digo, intentando controlar mis jadeos antes de que
me dé otra palmada en la espalda.
Una de sus cejas se levanta.
—Creen que el novio es falso. —Ahora ambas cejas se levantan—.
Que es un plan para quitarse de encima a la familia por culpa de cierta
persona. —Prolonga las últimas palabras y no tengo ninguna duda de
que está hablando de mí.
Claro, hemos sido objeto de burlas desde que tengo uso de razón,
pero no es lo suficientemente malo para que tenga que fingir un novio,
¿verdad? Elle se gira hacia mí como si escuchara mis pensamientos, y su
mirada conecta con la mía por un segundo antes de alejarse.
—¿Sabían que esta noche iluminarán el árbol del ayuntamiento?
—La voz de la tía Lisa se escucha por todo el espacio.
—¿En serio? —Los ojos de Elle se iluminan.
Puedo ver su color verde brillante, incluso al otro lado de la
habitación, como hierba recién cortada en una mañana fresca.
—Hace años que no veo eso —añade.
—Pero el Potato Bowl es esta noche —dice Drew desde el La-Z-Boy
del que no se ha movido en toda la tarde.
Noah se inclina hacia su padre.
—¿Viste al mariscal de campo en…?
—Chicos, tendrán que levantarse del sofá en algún momento de
esta semana —dice Tammy desde su posición en la mesa.
Elle tiene las manos en las caderas.
—Vamos, no los he visto encender ese árbol en años. Alguien tiene
que ir conmigo.
Tammy se endereza tan de repente que, temo que vaya a caer
volando de su silla. Tiene la boca fruncida, y una mirada calculadora en
los ojos.
—Sabes Elle, a las chicas nos encantaría ir contigo, pero tenemos
eso que hacer esta noche. —Mira a mi madre y a las dos tías que la
rodean—. ¿Verdad, señoras? —Hay un movimiento de cabeza no tan sutil
hacia mi extremo del sofá, y las cuatro mujeres ahora están mirando en
mi dirección.
La tía Sharon es la primera en responder.
—Tienes razón —chilla alegremente, llevándose una mano al
pecho—. Olvidé todo sobre eso.
—Oh, Dios —dice mi mamá—, ¿es esta noche?
Están cayendo como moscas.
—Debo haberme olvidado de ponerlo en mi calendario —dice
finalmente la tía Lisa, aunque tiene un ceño fruncido como si aún no
hubiera captado nada.
Tammy se levanta, agitando la mano hacia el televisor.
—Está bien. Chicos, pueden ver su juego esta noche; de todos
modos, todas estaremos ocupadas. ¿Pero a quién podemos enviar con
Elle? —Y me señala con un gesto del brazo por el que mi profesora de
teatro de secundaria habría matado—. ¡Oliver! ¡Puedes ir con Elle!
También han pasado años desde que viste la iluminación del árbol. No te
importará perderte un partido de fútbol, ¿verdad?
Asiento, sabiendo que no me negaría, aunque mi vida dependiera
de ello.
Tammy chilla y aplaude.
—Entonces, está arreglado.
Noah se inclina a mi lado y susurra:
—Hombre, lo siento. Gracias por sacrificarte por el equipo.
Lo que no sabe él es que esto no es ningún sacrificio para mí. Pasar
tiempo a solas con Elle es como si la Navidad llegara temprano este año.
—No. —Elle parece como si alguien le acabara de ofrecer un trozo
gigante de pastel de frutas—. Quiero decir, es muy amable por parte de
Oliver ofrecerse y todo eso, pero… —extiende su brazo y se fija en el
hombro de Autumn—, Autumn justo estaba mencionando que quería ver
esta noche la iluminación del árbol.
Las cejas de Tammy se arquean a medida que mira a su nuera. Se
están poniendo a prueba las lealtades.
—Pero Autumn ya aceptó venir esta noche con nosotras a lo
nuestro.
Autumn le da a Elle una sonrisa débil, y todos sabemos que no tiene
otra opción en este asunto.
—Eh, sí. Lo s-siento, Elle. Tengo una... cosa.
Mi mamá se pone de pie.
—Bueno, si ese es el caso, será mejor que Oliver y yo corramos a
casa y nos preparemos para nuestras salidas esta noche.
No estoy seguro si estoy agradecido o molesto por su intervención.
De todos modos, sé cuándo ceder y seguirla hacia el frente de la casa.
Al pasar por la cocina, miro hacia Elle y le doy una sonrisa cautelosa.
—Encienden el árbol alrededor de las ocho, ¿verdad?
Se muerde el labio, pero asiente.
—Entonces, ¿qué tal si paso a recogerte alrededor de las siete y
media? —No soy inmune al hecho de que tenemos al menos ocho pares
de ojos mirándonos, y siento como si le estuviera pidiendo una cita a una
chica por primera vez.
Ella traga visiblemente.
—Claro. Te veré entonces.
Asiento y sigo a mamá cuando me doy cuenta de algo: tengo
aproximadamente tres horas hasta mi primera cita con Elle Carter.

Agarro la camisa con cuello que empaqué para este fin de


semana. No es que a Elle le vaya a importar, pero mi madre hizo un gran
escándalo para que me preparara para mi cita (que le informé
firmemente que no era una cita), así que me siento obligado a ponerme
algo más que una camiseta.
Miro la hora: las seis. Una hora y media para matar. Camino por el
pasillo hacia el sonido de voces. Nuestra casa no es ni de lejos del tamaño
de la de los Carter, lo que significa que escuché fácilmente a la tía Sharon
y a la tía Lisa entrar por nuestra puerta hace unos quince minutos.
Las encuentro a todas sentadas alrededor de la mesa, mientras se
reparte una baraja de cartas.
—Oliver, ¿ya estás listo? —pregunta mi madre a medida que la tía
Sharon le envía una carta como una especie de dealer de Las Vegas.
—Mamá, solo vamos a ver las luces navideñas. No creo que eso
requiera un esmoquin.
Estudia mi ropa con ojo crítico.
—Supongo que eso servirá.
Me alegro de que mi madre haya decidido que puedo vestirme
aceptablemente después de treinta años.
—Oliver, únete a nosotras —dice la tía Sharon mientras las cartas
vuelan a mí.
Me siento en la silla disponible, sabiendo que podría arrepentirme
de esto.
—Entonces —empieza la tía Lisa, inclinándose hacia mí—, ¿cuál es
tu opinión del nuevo novio de Elle?
Supongo que vamos a hablar de eso.
—Estoy muy feliz por ella. —Recojo mis cartas y las barajo sin
pensar—. Asumo que debe ser un buen tipo si Elle está saliendo con él. —
La tía Sharon resopla, y ese arrepentimiento que me preocupaba antes
está apareciendo otra vez.
La tía Lisa continúa.
—Entonces, ¿crees que es real?
—Por supuesto que el tipo no es real. —La tía Sharon señala mis
cartas—. Estamos jugando Knock Out Whist. Siete rondas. Los ases son
altos.
—Sharon, conozco tu opinión, por eso pregunto por la del chico —
responde su cuñada.
Se juegan cartas frente a mí a la velocidad de la luz y me cuesta
recordar cuáles son las reglas.
—Um, bueno, supongo que es real. —Dejo un diez y me arrepiento
inmediatamente cuando mi mamá me da una palmadita reconfortante.
—Deberías haber dejado tu reina —susurra.
—Entonces, ¿no crees que hay alguna posibilidad de que
simplemente esté fingiendo tener novio? —pregunta la tía Sharon,
retomando el truco.
Olvidé cuán usureras eran estas mujeres.
—Um, ¿debería? —Pienso en lo que dijo Noah en el sofá. ¿Elle
fingiría algo como esto? Esta vez arrojo mi reina y mi mamá simplemente
niega con la cabeza. Creo que voy a perder.
—¿Pueden dejarlo en paz? —dice mamá—. Van a darle un
complejo a Oliver. —Me da una sonrisa cálida—. No te preocupes por lo
que todos digan…
¿Todos?
—… simplemente ve y pasa un buen rato con Elle, y sé natural.
Simplemente deja que pase lo que pase.
No estoy seguro de lo que ella cree que va a pasar. Veremos cómo
se ilumina un árbol de Navidad gigante con una horda de niños y familias
del vecindario. No es exactamente una salida arriesgada.
Suelto una jota para la siguiente ronda, lo cual sé que es un mal
movimiento, pero en este punto, solo estoy intentando encontrar una
salida. Suena un teléfono en el bolso de alguien.
—Ah, esa soy yo —dice la tía Lisa, rebuscando en el bolso
gigantesco que está colgando en el respaldo de la silla. Mira la pantalla
y luego nos anuncia a todos que es Tammy—. Hola, Tammy, te voy a
poner en altavoz. ¿Qué pasa?
Este parece el momento perfecto para desaparecer, pero justo
cuando estoy a punto de escabullirme, la voz de Tammy suena fuerte y
clara.
—Si hay algo que Elle me ha dado es un lugar asegurado en el
cielo. Señoras, se los aseguro, ¡lograr que esa chica haga cualquier cosa
es como sacarse los dientes!
Todos los ojos se fijan en mí, y me siento como un pez en un
recipiente de cristal.
—¿Qué está pasando? —pregunta la tía Lisa.
—Simplemente le dije que pensaba que estaría bien que se
arreglara un poco. Se rizara un poco el cabello, un toque de perfume
detrás de las orejas, un poco de brillo para dar volumen a los labios...
cualquiera pensaría que le pedí que me enviara la luna y las estrellas. —
Tammy deja escapar un suspiro dramático—. Ahora está en la ducha,
aunque creo que es más que nada para alejarse del resto de nosotros.
Una visión de Elle en la ducha con agua escurriendo sobre ella pasa
por mi mente, y tengo que apoyarme físicamente contra la mesa para
evitar que mis pensamientos vayan allí.
—De todos modos, solo tiene unos treinta minutos antes de que se
acabe el agua tibia, así que no puede quedarse allí para siempre.
¿Cómo está Oliver?
La tía Sharon me agita las cejas.
—Está justo aquí. ¿Algo más que quieras decirle para cimentar su
confianza?
La voz de Tammy se vuelve dulce y azucarada.
—¡Oliver! No sabía que estabas escuchando.
Tengo la sensación de que si estuviera sentada aquí, estaría
mirando fijamente a sus cuñadas.
—Oliver, Elle está muy agradecida de que vayas esta noche a la
iluminación del árbol con ella. Estoy segura de que estará lista en poco
tiempo.
Fuerzo una sonrisa y dejo mis cartas sobre la mesa. No hay manera
de que pueda sentarme aquí y escuchar el resto de esta conversación.
—Genial, bueno, acabo de recordar un correo electrónico que
necesito enviar por trabajo, así que las dejo para que charlen. —Me alejo
de la mesa—. Veré a Elle a las siete y media —grito al teléfono antes de
girar sobre mis talones.
Estoy empezando a ver cómo Elle pudo haber sentido la necesidad
de inventar un novio falso.

Uno pensaría que caminar de regreso a la casa de mi vecina, la


misma casa en la que he estado pasando el rato toda la tarde, sería
bastante libre de estrés. Pero al momento en que entro en el camino de
entrada de los Carter, me golpea un muro de nervios que me hace
preguntarme por un segundo si necesito sentarme.
¿Cuál es mi problema? Solo es Elle. Claro, he estado un poco
enamorado de ella básicamente desde siempre, pero eso no puede ser
suficiente para justificar el sudor que gotea en mis palmas. ¿Quizás usé
demasiadas capas?
Miro los jeans, y la chaqueta fina. Considerando que la
temperatura es de un grado, esto no es exactamente exagerado.
Inspiro un par de veces antes de continuar mi caminata, mis
zapatos crujiendo en los pocos parches de nieve que no fueron quitados.
Sin embargo, antes de que pueda llegar al porche, la enorme puerta de
roble se abre de golpe y un coro de voces me saluda.
—¡Oliver! ¡Estás aquí!
—¡Que alguien vaya a buscar a Elle!
—¡Entra!
—No va a entrar. Se va con Elle.
Estoy apretando los dientes con tanta fuerza que todos mis
empastes deben estar preocupados por sus vidas.
—¿Qué está sucediendo?
Miro más allá de la horda de tías y hermanos sonrientes y veo a Elle
parada al pie de las escaleras, con una mano en la cadera. Ha
cambiado esos leggins negros por unos jeans igualmente favorecedores
que abrazan su figura de curvas. Lleva un abrigo sobre un brazo, y una
gigantesca bufanda blanca y negra alrededor de su cuello, gritando que
alguien se acurruque con ella junto a un fuego crepitante.
Debe haberse hecho algo en el cabello, porque ahora está suelto
alrededor de su cara. Las hebras marrones sedosas no están rizadas, pero
tampoco son rectas. Están en algún lugar en esa media base ondulada
que te hace preguntarte si simplemente se secó así o si lo hizo a propósito.
Mis ojos se posan en su rostro, y tiene una de esas cejas finas
arqueadas hacia mí. ¿Cuánto tiempo llevo boquiabierto?
—Hola, Elle. Te... te ves bien. —El eufemismo del año. Se ve preciosa,
y una parte pequeña de mí se pregunta si es por mí o simplemente
porque su mamá le dijo que se arreglara.
Todo el mundo sigue mirando desde la puerta, y la mayoría de las
mujeres tienen sonrisas cursis en sus rostros. Siento que estoy recogiendo
a mi cita para el baile de graduación. ¿Dónde está nuestro ramillete y la
flor en el ojal a juego?
—¿Estás lista para partir? —Es hora de poner las cosas en
movimiento.
Ella asiente y se abre paso a codazos hacia la puerta.
—Adiós a todos —dice por encima del hombro, lanzando una
última mirada penetrante a su madre—. Espero que todas ustedes se
diviertan haciendo eso.
—Lo haremos. —Las manos de Tammy están apretadas bajo su
barbilla—. ¡No se apresuren a regresar ni nada así!
Estoy intentando no reírme a medida que sigo a Elle por el camino
hacia mi SUV. Puedo ver un tinte rosado en sus mejillas, y creo que es
mejor mantener la boca cerrada.
Mientras nos acomodamos, una ola de un cálido aroma a vainilla
me golpea, y de repente me envían al Carril de los Recuerdos de un
Oliver adolescente que solía inhalar la vainilla horneada de su madre
porque le recordaba el spray corporal que Elle siempre usaba. Me
sorprende no haberme asfixiado nunca.
Le doy a Elle una mirada de reojo a medida que se pasa las manos
por los jeans, notando el color rojo baya con el que se pintó las uñas. Me
recuerda a la ropa interior roja que salió volando de su bolso ayer por la
mañana y, de repente, me doy cuenta de lo cerca que están nuestros
asientos. ¿Por qué este auto se siente tan pequeño?
Hago lo mejor que puedo para recordar los pasos de conducción.
Insertar mi llave. Girarla hacia la derecha. Poner el auto en marcha.
El silencio pesa entre nosotros.
Empiezo a hacer crujir mis nudillos en el primer semáforo en rojo
antes de recordar que es una de las cosas que le molestan a Elle. El
silencio me está matando. Necesito decir algo.
Mis manos van al dial de la radio, una solución fácil.
—¿Qué quieres escuchar? ¿Sigues siendo una gurú del country? —
Elle pasó la mitad de sus años de secundaria enganchada a Garth Brooks
y LeAnn Rimes y la otra mitad intentando convencernos al resto de
nosotros de que también los escucháramos.
Una sonrisa pequeña juega en su rostro.
—Me sorprende que recuerdes eso.
Porque claramente he perdido toda capacidad de pensar antes
de hablar con esta mujer, dejo escapar:
—Recuerdo todo de ti.
Y luego está ese momento incómodo digno del Libro Guinness de
los Récords Mundiales en el que ambos nos miramos fijamente. Elle, no
me hagas caso, solo soy el chico de al lado que aparentemente tiene
como objetivo en su vida decir cosas vergonzosas en tu presencia.
Parpadea, y el momento se rompe. Mi cabeza gira de vuelta para
ver la carretera, y ella comienza a jugar con los botones de la radio.
—Aún me encanta el country —dice mientras encuentra una
estación que reproduce suficiente sonido como para llenar todo el
estado de Texas—. Hace mucho que no escucho esta —chilla Elle,
subiendo el volumen tan alto que me preocupa que mis parlantes se
mantengan firmes.
—¿Es famoso? —pregunto.
Se le cae la boca.
—Oliver Moore, será mejor que estés bromeando. Esta es una de las
mejores canciones country femeninas de todos los tiempos.
Arrugo la cara como si estuviera escuchando, pero sobre todo, solo
me concentro en las pequeñas líneas bonitas entre sus cejas.
—Hmm, no creo que la reconozca.
Frunce los labios.
—¿En serio? Si no recuerdo mal, escuchamos esta canción todas
las mañanas mientras compartíamos el viaje en mi primer año porque
estaba en esa mezcla en CD que la novia de Noah hizo para él. Juro que
la escuchó repetidas veces durante seis meses seguidos.
Ahora no puedo contener mi sonrisa. Recuerdo esta canción. Y sí
recuerdo haber amenazado con romper el tonto CD solo para que Noah
dejara de reproducirlo.
—Tal vez eso te suene un poco.
Empieza a cantar en lugar de responder, y decido que los
altavoces reventados son un pequeño precio a pagar para escuchar su
voz a mi lado. Es baja y melódica, no un sonido que haría que una caja
golpeara ni nada parecido, sino simplemente suave y cómodo. Como
untar mantequilla sobre un trozo de pan caliente.
—Espero que bailes...
Me mira y agita la mano en el aire como si dirigiera un coro.
Cuando no me uno al canto, baja las cejas y comienza a agitarla más
rápido. Me rio y finalmente canto la única línea que se repite.
—Espero que bailes... —canto, mi voz más profunda sonando bien
con la de ella.
La canción termina justo cuando entro al estacionamiento y he
decidido que me convertiré a la música country de por vida.
Miro por la ventana el centro de la ciudad frente a nosotros.
Sorprendentemente, hay poca gente caminando, considerando que
este solía ser uno de los eventos más concurridos de la ciudad cada año.
—No parece haber mucha gente aquí —dice Elle, expresando mis
propios pensamientos.
Abro la puerta y el aire frío de la noche se filtra en mi piel.
—Vamos a comprobarlo.
Nos dirigimos hacia el grupo pequeño de personas y toco el
hombro de un hombre mayor.
—Hola, ¿la iluminación del árbol sigue pautada esta noche?
Él se gira y me hace un gesto de asentimiento.
—Así es. Aunque, están teniendo algunos problemas eléctricos, así
que lo retrasaron media hora.
—Ah, entendido. Gracias. —Camino de regreso hacia Elle, que está
parada junto al árbol de Navidad de seis metros de altura en el centro
de la plaza—. Buenas y malas noticias. La iluminación del árbol aún
continúa, pero será media hora más tarde. —Miro mi reloj—. Así que,
tenemos unos cuarenta y cinco minutos para matar.
La expresión de Elle cae un poco.
—¿En serio?
Aunque sé que esto no es una cita, siento la responsabilidad interna
de asegurarme de que Elle la pase bien.
—¿Hay algo que quieras hacer mientras tanto? —Miro a mi
alrededor. Hay un gran parque conectado con el centro de la ciudad.
La mayor parte está cubierta por una fina capa de nieve, pero alguien
tuvo la buena voluntad de sacarla de la cancha de baloncesto—. ¿Aún
recuerdas cómo encestar canastas? —Miro las botas que lleva puestas,
queriendo retractarme de mi pregunta. Por supuesto que ahora no quiere
encestar canastas. Hace mucho frío y está oscuro.
Pone los ojos en blanco a medida que su mirada se posa en la
cancha.
—Moore, por favor. No actúes como si no recordaras esa vez que
te vencí en Horse. Si mal no recuerdo, nunca me has desafiado desde
entonces. —Esa sonrisa pequeña está otra vez en su rostro—. Estás
demasiado asustado.
Saco las llaves del bolsillo y mi mente vuelve al juego del que está
hablando. Lo recuerdo muy bien, y definitivamente no porque haya
perdido. Porque ese día fue la primera vez que me pregunté cómo sería
besar a Elle. Había hecho esta cesta que había estado intentando
durante todo el juego y me sorprendió saltando a mis brazos en
celebración. Acababa de cumplir quince, y cada hormona adolescente
en mi interior estuvo rugiendo con ese segundo de contacto corporal.
Sí, nunca más la reté a un partido de baloncesto después de eso.
Pero no tenía nada que ver con el hecho de que ella hubiera ganado.
—A ver si la historia se repite. Tengo una pelota en la parte trasera
de mi auto.
Si hace dos días me hubieras dicho que estaría jugando un partido
de Horse en una cancha de baloncesto de la ciudad con poca luz con
Oliver Moore, habría dicho que estabas soñando.
Y sin embargo, aquí estoy.
Driblo el balón y las puntas de mis dedos se sienten más
entumecidas con cada rebote. Alineando mi codo, hago el mismo tiro
que he estado intentando durante los últimos diez minutos, maldiciendo
en voz baja cuando rebota en el aro.
—Esta vez casi lo logras —dice Oliver mientras recupera mi pelota—
. Quiero decir, a este nivel, seguramente entrarías en el equipo de primer
año de la escuela secundaria.
Recojo un trozo de nieve y se lo lanzo a la cara. Por desgracia, solo
le golpea el hombro, pero me siento mejor al ver la salpicadura blanca
en su chaqueta.
Sonríe y dribla un par de veces.
—Está bien, encestaré desde detrás del palo. —Apunta con su
zapatilla a una rama perdida a sus pies. Dispara y el balón se cuela por la
red con demasiada facilidad.
Gimo cuando rebota hacia él.
—Tienes una ventaja injusta. No sabía que jugaríamos baloncesto o
no habría usado botas para la nieve. —Es parcialmente cierto. Estas cosas
me están hundiendo. Pero también puede ser que no haya lanzado una
canasta en cinco años.
—Me decepciona que no hayas usado tacones o algo así.
Entonces, en realidad tendría una ventaja… y un espectáculo. —Agita
las cejas antes de estirar el brazo con el balón.
Pisoteo hacia él y se lo arrebato de las manos. ¿Noto lo calientes
que se sienten sus dedos? Sí. ¿Nada me encantaría más que él
envolviéndome en un abrazo feroz reconfortante? Tal vez.
Aunque, solo desde un aspecto de supervivencia puro. El frío mata.
Me estoy poniendo en posición de tiro cuando siento un brazo
fuerte alrededor de mi cintura, empujándome hacia un lado.
—Por aquí, señorita. No intentes hacer trampa.
Miro hacia abajo y me doy cuenta de que el palo está a medio
metro a mi derecha, así que me acerco, muy consciente de que su mano
descansa sobre mi cadera una fracción de segundo más de lo necesario.
Sus ojos oscuros son casi negros en la penumbra y no está
sonriendo, pero hay una expresión feliz en su rostro. Como si estuviera
perfectamente contento de jugar baloncesto conmigo en esta noche
helada en lugar de salir con sus amigos y ver fútbol. Un mechón de su
cabello rebelde le ha caído sobre la frente, dándole ese aspecto juvenil
de nuestra infancia.
¿Cuánto ha cambiado en este hombre a lo largo de los años?
¿Qué pasa con él y su vida, no lo sé? Tengo esta necesidad repentina de
aprender todo de él.
Miro la pelota en mi mano, mis dedos apenas sintiendo los bordes
de goma debajo de ellos.
—¿Cómo va el negocio en estos días? —Puedo ver la forma en que
sus cejas se elevan por el rabillo del ojo.
—¿Quieres saber de mi trabajo?
Lanzo la pelota al aire rápidamente, más que nada para matar la
tensión extraña entre nosotros. Rebota en el tablero. Maldita sea.
—Sí, no te he visto en, no sé, ¿tres o cuatro años? En aquel
entonces, tu empresa apenas estaba despegando. Parece que ya estás
establecido.
Dribla la pelota y, por primera vez, me doy cuenta de que lo único
que lleva es una chaqueta ligera. Típico. Cuando éramos niños, él solía
insistir en usar pantalones cortos durante todo el año, sin importar lo que
dijera su mamá.
—Va bien. Mucho mejor de lo que esperaba. —Planta sus pies
como si estuviera a punto de encestar, pero solo sostiene el balón en sus
manos—. Al principio tuve algunos proyectos importantes que ayudaron
a correr la voz, pero me gusta pensar que la calidad de nuestro trabajo
habla por sí sola.
—Siempre fuiste bueno prestando atención a los detalles —le digo
justo cuando lanza el balón. Si no me equivoco, su brazo parece
tambalear al último segundo y el disparo rebota en el aro.
—¿Atención a los detalles?
Me encojo de hombros y miro la pelota rodar por la cancha.
—Sí, quiero decir, no te acomplejes ni nada por el estilo, pero eras
mucho más consciente de lo que al menos mis hermanos alguna vez lo
fueron.
Se cruza de brazos.
—Voy a necesitar más información que esa.
Puedo sentir mis mejillas calentarse. No había querido darle tanta
importancia.
—No lo sé, como en esa clase de biología que tomamos juntos.
Estoy bastante segura de que fuiste el único que en realidad siguió e hizo
toda la presentación de PowerPoint como la pidió el maestro. El resto de
nosotros simplemente hicimos algunos carteles de mierda. —Me agacho
y agarro la pelota de baloncesto que está parada a mis pies—. O el
hecho de que siempre le agradecías a mi mamá cada vez que ibas a
comer. Mis hermanos simplemente comían todo lo que ella les ponía
delante, pero tú siempre te tomabas el tiempo para decirle lo deliciosa
que estaba su comida. Siempre preparaba sus mejores comidas cuando
sabía que ibas. —Esa era la mitad de la razón por la que Noah invitaba a
Oliver a cenar con tanta frecuencia—. O incluso el simple hecho de que
recuerdes que la música country es mi favorita. Dudo que alguien más en
mi familia lo sepa.
Él sonríe y da un paso hacia mí.
—Elle, estoy seguro de que todos en el vecindario saben que el
country es tu música favorita por la forma en que la escuchabas a todo
volumen las veinticuatro horas del día.
—Alguien tenía que ahogar el sonido incesante de ESPN. —Él
simplemente me está mirando ahora, y me siento como un insecto bajo
un microscopio.
—Bueno, supongo que gracias. Nunca pensé que me estuvieras
prestando atención.
Mi cuerpo se calienta como un horno a pesar del frío. Consideraría
quitarme la chaqueta si no fuera totalmente extraño. Básicamente
estamos en un campo de nieve.
—Quiero decir, no es como si te estuviera prestando atención
especial ni nada por el estilo. Esas simplemente fueron cosas que noté.
De vez en cuando. Ya sabes, cuando surgió la oportunidad, y no pude
evitar... notarlas. No estaba intentándolo a propósito. —Elle, cállate.
Se muerde el labio como si estuviera conteniendo una risa.
—¿Alguien te ha dicho alguna vez que eres muy buena
manteniendo bajo control el ego de un chico?
Da otro paso hacia mí, y lo sigo como una cazadora. Dos pasos
más y estará a mi lado.
—Eso sonó más duro de lo que pretendía. Ignórame. Solo quiero
decir que, no me sorprende el éxito de tu empresa. —Driblo el balón.
Necesitamos volver al baloncesto. Eso es seguro—. Te lo mereces. —Sin
mirar la canasta, lanzo la pelota hacia arriba, sin importarme siquiera lo
que le pase hasta que escucho el silbido revelador.
Mis ojos se disparan hacia el aro. La red sigue moviéndose y la
pelota rebota justo debajo de ella.
—¿Lo hice? ¿Encesté? —Salto en el aire y mis brazos se extienden
instintivamente para dar un abrazo de victoria. Solo al último segundo
recuerdo quién está parado frente a mí y que abrazar no es nuestro status
quo.
Los ojos de Oliver están muy abiertos, sus manos ligeramente
levantadas como si estuviera a punto de protegerse del ataque de un
oso.
Dios mío, ¿qué le parece esto?
Dejo caer un brazo y levanto el otro como si estuviera esperando
que me choque los cinco. Obviamente, ¿por qué iba a intentar un
abrazo? ¿Por qué alguien querría un abrazo de esos hombros anchos y
músculos cincelados? No, gracias. Soy estrictamente del tipo de chica
que choca las manos y no toca otras partes del cuerpo. Celebraciones
solo en la zona de amigos.
Trago pesado, diciéndome que le estoy dando dos segundos para
devolverme ese choque de manos antes de bajar la mano.
Casi a cámara lenta, levanta su palma hacia la mía. Sin embargo,
en lugar de darle una fuerte palmada, toma mi mano y entrelaza nuestros
dedos, levantando nuestros brazos en señal de victoria.
—Buen trabajo —dice finalmente, su voz más baja que antes. Sus
ojos están quemando los míos con su mirada penetrante, como si
estuviera buscando en mi alma una respuesta a algo.
Tengo la boca seca y trago con fuerza, pero aparentemente el
desierto del Sahara se ha instalado en mi cuerpo y no hace nada para
ayudarme.
Oliver da otro paso hacia mí y baja nuestras manos. Hay menos de
un metro de espacio entre nosotros y puedo oler la colonia en él. Es leve,
pero el aroma fresco y limpio me da una sensación ligeramente
embriagadora. Ordeno a mis ojos que se peguen a su frente, pero hacen
autostop hasta su boca, donde sus labios se separan suavemente.
Va a besarme.
Oliver Moore va a besarme.
He pasado casi quince años intentando poner tanto espacio y aura
platónica entre nosotros como sea posible, y en este momento, no puedo
pensar en nada que quiera más en este mundo que sus labios sobre los
míos. Contengo la respiración y mis párpados ya se están medio cerrando
cuando él se inclina.
—Y aquí estaba yo, pensando que tendría que acunar tu ego
magullado todo el camino a casa.
Su voz es baja e íntima, y me toma un segundo comprender que
no está susurrando términos cariñosos en mi oído, sino una mofa a mis
habilidades de baloncesto.
Es como entrar en la ducha y poner el agua fría accidentalmente
en lugar de tibia. Mis ojos se abren de golpe, y respiro profundamente el
aire gélido, lo que aumenta la sequedad de mis pulmones y provoca un
ataque de tos que un asmático podría reclamar.
Oliver salta detrás de mí y golpea mi espalda.
—¿Elle? ¿Estás bien?
Puedo escuchar su voz entre ataques, pero hay poco que pueda
hacer en este momento hasta que la tos cese. Doy un paso atrás,
quitándomelo de encima.
Él ignora mis gestos y permanece cerca, imitando mi posición
encorvada, con las manos en las rodillas.
—Estás bien. Respira lenta y profundamente —dice, su voz baja
sorprendentemente tranquilizadora dado el hecho de que estoy muy
irritada con él.
Sigo sus palabras, intentando calmar mis sibilancias. Solo después
de otro minuto vacilando entre más toses y respiraciones profundas
puedo recuperar el control.
Me levanto, limpiando las lágrimas corriendo por mi rostro,
deseando poder borrar con la misma facilidad los últimos tres minutos de
la memoria de Oliver. Sé que ese momento se repetirá en mi mente
durante toda la noche, como una pesadilla que sucedió de verdad. ¿Por
qué pensaría que iba a besarme? Oliver no siente lo mismo por mí, e
incluso si lo hiciera, tengo novio. Puede que sea un novio completamente
falso, pero Oliver no lo sabe.
—L-lo siento —digo, mi voz aún un poco ronca.
Siento un apretón en mi brazo y me doy cuenta de que es la mano
de Oliver intentando estabilizarme.
—No hay problema —dice, su voz aún con ese tono tranquilo—.
Olvidé que tienes ataques de tos. ¿Quieres un poco de agua? Creo que
tengo un poco en mi auto.
Sacudo la cabeza.
—No, ya estoy bien. —Desgraciadamente tiene razón. Estos
ataques de tos han sido algo común para mí toda mi vida. Me habían
hecho pruebas de asma, pero siempre salían negativas. Los médicos solo
me dijeron que tengo tendencia a tener las vías respiratorias secas, un
problema agravado por el aire invernal.
La mano de Oliver aún tiene un agarre firme en mi brazo, como si
pensara que voy a caer en cualquier segundo.
El sonido de unas voces nos llega desde el centro del pueblo.
Oliver consulta su reloj.
—Son las ocho y media. Apuesto a que van a encender el árbol. —
Sus ojos recorren mi cuerpo de arriba abajo como si no estuviera seguro
de que pueda caminar los treinta metros—. ¿Quieres verlo o simplemente
irte a casa?
Pongo los ojos en blanco, aunque me encanta lo preocupado que
está. Hay algo innatamente atractivo en un caballero de armadura
brillante. Aunque esa información me acompañará a la tumba.
—Oliver, estoy bien. Vayamos allí.
No parece convencido, pero se encoge de hombros y recupera la
pelota.
Un minuto más tarde, estamos parados al borde de la multitud que
se ha reunido para ver la iluminación del árbol. Hay mucha más gente
que hace cuarenta y cinco minutos, pero el árbol es tan grande que se
puede ver desde cualquier lugar.
—¡Bienvenidos, bienvenidos a todos! —Un hombre corpulento que
lleva un sombrero rojo festivo y un suéter navideño habla por un
micrófono al frente. No lo reconozco, pero debe ser el actual alcalde.
Habla durante unos minutos, agradeciendo a todos por venir y contar la
historia de la iluminación del árbol.
Puedo sentir el frío de la noche filtrándose por mis extremidades
ahora que ya no nos movemos. Oliver planta su pie a mi lado y me
pregunto cómo le irá con su chaqueta ligera.
—Tres... dos... uno...
Debo haberme perdido el inicio de la cuenta regresiva, pero la
capto justo cuando todos gritan: ¡Ahora!
El árbol oscuro frente a nosotros se ilumina con miles de luces
blancas parpadeantes que se sienten un poco mágicas contra la
oscuridad de la noche. Las bombillas rojas reflejan la luz y los adornos en
forma de palitos de helado que deben haber sido proporcionados por
algunas de las escuelas locales le dan al conjunto un aspecto acogedor.
Alguien retoma un coro de «Oh, Christmas Tree» y pronto todos
cantan.
Miro a nuestro alrededor. Hay un puñado de familias con niños
pequeños colgados de las piernas de sus padres, mirando el árbol con
asombro. Hay parejas mayores con los brazos cómodamente
entrelazados y parejas más jóvenes mirándose fijamente tanto como
miran el árbol.
¿Dónde encajamos Oliver y yo en esta mezcla?
Él gira su cabeza hacia mí.
—Si miras muy de cerca, verás que falta una fila de luces a mitad
de camino. —Señala a unos dos metros por encima de nuestras
cabezas—. Teníamos un hilo de luces roto, pero no nos dimos cuenta
hasta que ya estuvieron allí encendidas. Tomé la decisión ejecutiva de
seguir adelante en lugar de desenrollarlo todo.
Levanto las cejas.
—¿Ayudaste a armar el árbol? —Aparecen sus hoyuelos y llego a
la conclusión en ese momento de que su sonrisa es la más adorable que
he visto en mi vida.
—No sé si me ofende o no tu sorpresa —dice, aun acercándose—.
Pero sí, soy un ciudadano excepcional y ayudo a menudo en estos
eventos de la ciudad. Necesitan un joven fuerte para subir las escaleras.
Me guiña un ojo, y me derrito un poco más. ¿Por qué esperaría
menos de Oliver? Le sonrío.
—Hiciste un gran trabajo a pesar de que las luces estaban rotas. El
árbol parece mágico.
Me mira, y tiene la misma expresión de la cancha de baloncesto,
aquella en la que parece que está intentando resolver algo.
—Me alegro de que te guste. —Luego, como si fuera la cosa más
cotidiana del mundo, entrelaza su brazo con el mío y me acerca. Sin decir
una palabra más, comienza a cantar con la multitud que ahora ha
pasado a «Silent Night».
Una parte pequeña de mí sabe que debería dar marcha atrás,
sabe que debería protestar en honor de mi novio. (¿Cuál es su nombre?
¿Matt?) Pero tal vez, solo por esta vez, esté bien. Apoyo mi cabeza contra
su hombro, el calor de su cuerpo llenando mi mejilla.
En este momento, nada se siente más correcto.
8

¿Conoces esas mañanas después de una gran cita? ¿Ese tipo en


el que tus compañeros de piso se reúnen para analizar cada palabra que
se dijo, cada gesto romántico dado, cada momento digno de gritar de
la noche anterior?
Es una sensación completamente diferente cuando es tu madre la
que te interroga.
—Tenían que haber hecho algo más que mirar un árbol tonto —
dice mamá, volviendo a limpiar el mismo lugar en la encimera que ha
estado puliendo durante los últimos cinco minutos—. Solo se necesitan
unos, diez segundos, para encender las luces navideñas.
Tomo otro bocado de cereal, deseando poder enterrar mi cara en
el brebaje azucarado. Oliver y yo nos quedamos junto a la iluminación
del árbol durante aproximadamente media hora, cantando villancicos y
simplemente disfrutando del ambiente antes de regresar a casa.
Había sido un error. Mi mamá había interpretado cada minuto que
estuvimos fuera como un minuto más trabajando para que Oliver fuera
su futuro yerno.
—Mamá, ya te lo dije, comenzaron a encender el árbol tarde. Y
luego, cuando llegué a casa, ustedes estaban todos jugando en la sala
familiar, así que solo subí a acostarme. —Dejo escapar un bostezo
dramático como evidencia de mi somnolencia—. Eso es todo. Vimos
cómo iluminaron el árbol, cantamos algunas canciones con el
vecindario, y luego regresamos a casa. —Mi respuesta es cierta a nivel
superficial. Técnicamente, eso es todo lo que hicimos. ¿Es necesario
mencionar el medio coqueto juego de baloncesto? ¿Mi deseo extraño
que me bese? ¿Nuestra conexión obvia mientras veíamos la iluminación
del árbol? ¿El hecho de que había disfrutado cada minuto que pasé
anoche con Oliver?
Me meto otro bocado en la boca. Me estoy debilitando. Tengo que
volver a mi plan: seguir hablando con este novio mío (¿se llamaba
James?) y pasar el menor tiempo posible con Oliver.
El cronómetro del horno suena, y mi mamá arroja el trapo al suelo
con un resoplido.
—Literalmente le preparé una noche romántica perfecta, y la
chica ni siquiera puede lograr…
Tarareo para ignorar los murmullos de mi madre.
—Buenos días —dice Noah, entrando con mi sobrino de dos años
en brazos—. Mmm, mamá ¿esos son rollos de canela? Vamos a necesitar
un par de esos cada uno.
—Por supuesto, mi bebé necesita alimento —dice mamá, sirviendo
panecillos calientes en un plato.
—Mamá, soy un poco mayor para que me llames bebé —dice mi
hermano, colocando a su hijo en un taburete junto a la barra.
—No estoy hablando de ti. Puedes valerte por ti mismo. —Mamá
desliza el plato frente a su nieto—. Estoy hablando de uno de los niños
más lindos del mundo.
Noah me mira y sonríe.
—Un consejo sabio... si alguna vez quieres que mamá comience a
ignorarte, dale algunos nietos a la mujer. Serás la noticia de la semana
pasada.
Mamá lo golpea con una espátula, pero también le entrega un
rollo de canela.
—Elle, ¿puedes ayudarme a envolver los regalos? —Mamá también
me acerca un plato—. Tengo algunas bolsas de la recaudación de
juguetes de la comunidad. Mañana irán al refugio.
Le quito el plato, una parte pequeña de mí deseando poder decir
que no, únicamente porque una sesión de envoltura es solo otra
oportunidad para que me pregunte por Oliver.
—Claro —digo, rompiendo un trozo de masa saturada de canela.
—¡Huelo algo bueno!
La voz de la tía Lisa se escucha por el pasillo seguida por el portazo
de la puerta principal. Dobla la esquina con los brazos llenos de papel de
regalo.
—¡Rollos de canela! Dios, me encantan las fiestas, pero seguro que
afectan mi cintura. —Saca un trozo del molde—. Elle, ¿cómo estuvo tu
cita de anoche? ¿Saltó alguna chispa?
Esta será una mañana larga.
—No fue una cita. Tengo novio, y Oliver y yo solo somos amigos.
Le da una mirada significativa a mamá.
—Está biiieeennn… pero en mis tiempos, cuando un hombre
llevaba a una mujer a un evento romántico como la iluminación de un
árbol en una noche nevada, por lo general algo-algo sucedía antes…
—Hay niños presentes —dice Noah, tapando los oídos de su hijo
que definitivamente no tiene idea de qué está hablando la tía Lisa.
Necesito llenar mi vida con más hijos, como protección.
Mi tía y mi hermano empiezan a discutir a qué hora vendrán mis
primos hoy mientras enjuago mi plato.
—Está bien, mamá —digo, cerrando el lavavajillas con la cadera—
, ¿qué necesitas de mí?
—Hay un par de bolsas de juguetes en mi habitación —dice,
hurgando en su bolso sobre la encimera—. Tengo una lista aquí con todos
los nombres de qué es para quién. —Agita un papel doblado en el air .
Ajá, aquí está. ¿Puedes bajarlos, y yo iré a buscar las tijeras y la cinta
adhesiva? Lo haremos en la mesa del comedor. —Le da una palmada
en el hombro a su cuñada mientras sale de la cocina—. Ve a sentarte a
la mesa. Elle va a agarrar los juguetes.
Quince minutos más tarde, tenemos instalada una estación de
embalaje entera de la que cualquier gran almacén estaría orgulloso. Mi
mamá está creando las etiquetas, mi tía y yo estamos a cargo de
envolver, y Autumn, quien se dejó engañar para ayudar tan pronto como
bajó las escaleras, está a cargo de los lazos.
—Entonces, cuéntanos más de este novio tuyo —dice mamá,
literalmente siempre presente en nuestra operación—. Tienes que saber
que aún estoy en shock porque nunca había oído nada de ese hombre
hasta ahora.
Mido una hoja de papel de regalo de muñeco de nieve para un
juego de Barbie.
—Mamá, ¿has visto las molestias que me han dado desde que
llegué a casa? Por supuesto que no voy a decirte cuando esté saliendo
con alguien. Eso es todo lo que escucharé a partir de ese momento.
—Sabes que tu madre solo quiere lo mejor para ti —dice la tía Lisa
a medida que toma un rollo de papel de árbol de Navidad—. Todas las
mamás lo hacen. Es nuestro trabajo. Ahora bien, ¿a qué se dedica este
hombre? ¿Será un buen proveedor?
Y así es cómo me encuentro pasando los siguientes quince minutos
creando una personalidad falsa para el hombre inventado con el que no
estoy saliendo. Cuando Autumn me pregunta cuáles son sus
pasatiempos, ni siquiera estoy segura de mantener los datos claros.
—¿Cómo van los regalos? —Rhett se inclina sobre el hombro de mi
madre y mira el juego de Lego Batman que sostiene—. Espero que sea
para Brett y no para mí. Sabes que prefiero a Superman.
Mi mamá le pone un lazo en la frente.
—Estos son juguetes para el refugio local. Siéntate, y ayuda.
Rhett deja el lazo en su rostro y encuentra un asiento libre.
Comienza a desenredar un carrete de cinta ondulada que dudo que
sepa siquiera cómo usar.
—Entonces —dice, con un brillo en sus ojos que me pone nerviosa—
, Brett y yo estábamos hablando de las compras navideñas que nos
quedan, y me estaba preguntando qué le regalarás a tu querido novio
este año, Elle. Debe ser algo bueno ya que ustedes dos ni siquiera están
juntos durante las fiestas.
Aprieto los dientes y corto el papel con más fuerza de la necesaria.
—Acordamos no regalarnos nada este año. —No sé si se me
ocurrirá en el acto un buen regalo de Navidad para un hombre atractivo
de poco más de treinta años, que es directivo de una empresa y le gusta
el golf y la comida italiana. Por alguna razón, esa fue la personalidad que
se me ocurrió para él.
—¿Conseguiste algo para Oliver? —interviene mamá.
Arrugo la nariz.
—¿Por qué le daría algo a Oliver? No somos exactamente el tipo
de amigos que intercambian regalos.
Mamá me envía una mirada molesta.
—¿Qué quieres decir? Oliver y tú siempre iban a las fiestas de
cumpleaños del otro mientras crecían. Se han estado dando regalos
desde que eran bebés.
¿Por qué es tan difícil razonar con tu propia madre?
—Sí, mamá, en la escuela primaria.
—No estoy de acuerdo —dice Rhett, aun girando el mismo carrete
de cinta y sin hacer ningún trabajo—. ¿No recuerdas ese anillo de
promesa que te regaló cuando cumpliste dieciséis? ¿El que conservaste
durante años?
Puaj. Solo mi hermano puede recordar todos los detalles oscuros y
embarazosos de mi vida. Tomo la decisión ejecutiva de fingir que no sé
de qué está hablando.
—¿Qué anillo?
Se recuesta en su silla, con una sonrisita pequeña en su rostro.
—No seas tímida conmigo. Ese plateado con una pequeña joya
morada que guardabas en tu joyero.
De hecho, era una joya rosa y de repente estoy muy absorta en mi
trabajo de envoltura.
—¿Estás seguro de que no estás pensando en un anillo que le diste
a tu novia?
Se aleja de la mesa, y sé inmediatamente que he cometido un
error.
—Te garantizo que aún lo tienes. Iré a buscarlo.
Me pongo de pie, pero estoy atrapada en una red de papel y cinta
adhesiva.
—¡Rhett, no te atrevas! —Sin embargo, él ya se fue y yo me quedo
devanándome los sesos, intentando recordar si alguna vez me deshice
de ese anillo.
El anillo no era de ninguna manera un anillo de promesa, a pesar
de lo que dice Rhett. Y había sido mi decimoquinto cumpleaños, no el
decimosexto. Pero era verdad… Oliver me lo dio.
Mi familia había ido a una bolera para celebrar mi cumpleaños.
Todas mis tías, tíos, primos y, por supuesto, Oliver y su mamá estuvieron allí.
Porque a pesar de lo que nos diría una prueba genética, son familia. A
mitad de la noche, fui al baño y salí para ver a Oliver apoyado en uno de
esos dispensadores de monedas de juguete, esos en los que metes la
moneda y sale un pequeño premio envuelto en plástico cuando giras la
perilla.
Me deseó un feliz cumpleaños y dijo que se sentía mal por haber
olvidado traerme un regalo. Lo había ignorado, pasando la mayor parte
de la conversación mirando mis zapatos porque esos días me costaba
mirarlo a los ojos sin sonrojarme. De alguna manera, Oliver terminó
dejando caer unas cuantas monedas de veinticinco centavos en uno de
los dispensadores, con la intención de hacerme un regalo. El primero
había salido con un soldadito de juguete y el segundo fue una goma de
borrar. Pasé la mayor parte del tiempo hipnotizada por esos hoyuelos
adorables de los que estaban enamoradas la mitad de las chicas de mi
grado. Casi me lo perdí cuando insistió en que la tercera vez era la
vencida. Segundos después, salió disparado un contenedor con un anillo
plateado que albergaba una joya de color rosa claro en el medio. Era
uno de esos de metal barato que se podía apretar simplemente
empujando las clavijas. Pero por la forma en que me lo presentó, uno
habría pensado que contenía un diamante raro.
Fue una de las pocas veces que recuerdo relajarme en su
presencia. Ya fuera por lo ridículo del regalo o por el hecho de que era
mi cumpleaños y me sentía audaz, dejé de lado mis tendencias
reservadas y le quité el anillo, riendo.
Cuando llegué esa noche a casa, no podía decidir qué hacer con
él. Una parte pequeña de mí pensó que debía tirarlo. En realidad, no
tenía valor monetario y solo era una broma. Pero en lugar de eso, me
encontré colocándolo en el joyero donde guardaba todas mis cosas
especiales. Cosas que quería atesorar y no quería que nadie más las
viera.
Sacudo la cabeza. Al parecer, no había sido tan buena
manteniendo esa caja tan escondida como pensaba.
Se oyen pasos escaleras abajo y, un segundo después, Rhett entra
sosteniendo el anillo en lo alto de su cabeza.
—Te dije que nunca te deshiciste de esta cosa.
El sonido de la puerta principal cerrándose seguido de una voz
demasiado familiar dispara mi ritmo cardíaco a territorio peligroso.
Oliver.
Lo siguiente que sé es que él, Brett y mi primo Logan entran en la
habitación.
—¿Qué han estado haciendo ustedes tres? —pregunta la tía Lisa
cuando doblan la esquina.
—Papá me pidió que arreglara las luces navideñas de la casa —
dice Logan, levantando un cable de extensión naranja en sus manos—.
Brett y Oliver querían una lección de iluminación, así que los dejé
acompañarme.
Brett le da un codazo, y Oliver le quita el cordón de las manos.
—Logan intentó mejorar las luces navideñas —dice Oliver—. Se
disparó el interruptor y necesitó nuestra ayuda para arreglarlo antes de
que el tío Marlo se enterara.
La cara de Logan se pone roja brillante, pero se encoge de
hombros de buen humor.
—Papa, pa-ta-ta. Tía Tammy, ¿quedan galletas?
Mi mamá señala el Tupperware gigante sobre la encimera.
—Coman. Están demasiado flacos.
Sacudo la cabeza. Las últimas palabras de mi mamá serán que
todos estamos demasiado flacos.
—Oye, Oliver —dice Rhett, y sus ojos se posan en mí—. Adivina qué
encontramos hoy en la caja sagrada de recuerdos de Elle.
Puedo sentir mi cara calentarse, y estoy segura de que le estoy
haciendo competencia al sonrojo de Logan. Sé que muy dentro de mí,
muy profundamente, amo a mi hermano menor, pero en este momento,
podría matarlo literalmente.
Oliver está mirando el anillo en la mano de Rhett, con las cejas
fruncidas. Estoy segura de que no tiene idea de qué es. Ni siquiera sé por
qué diablos lo he guardado durante tanto tiempo. No es nada. Un anillo
estúpido de un dispensador de monedas estúpido. Preferiría tener mi ropa
interior tirada por todo el camino de entrada otra vez que estar sentada
aquí, escuchando esto.
—¿Qué es eso? —pregunta Oliver, dando un paso hacia Rhett.
—¿No recuerdas el anillo de promesa que le diste a Elle en la
escuela secundaria? —Rhett está disfrutando demasiado de esto.
—No es un anillo de promesa —murmuro, con la cara ahora
presionada entre mis manos.
Ahora Brett se está metiendo en la mezcla.
—Oye, recuerdo esa cosa. La encontramos en el joyero de Elle y
mamá nos obligó a devolverla.
Eso es todo. No lo soporto más. Me levanto y le arrebato el anillo de
la mano a Rhett. Antes de que pueda subir las escaleras y regodearme
en un buen llanto y probablemente en una llamada telefónica a Sophie,
Oliver me agarra la mano.
Si hubiera sido cualquier otra persona, habría liberado mis dedos.
Pero su toque, aunque fuerte, es gentil, casi como si estuviera acunando
a un gatito recién nacido.
—¿Puedo verlo? —pregunta en voz baja, como si la pregunta fuera
solo para mí.
Abro el puño, y el anillo parece diminuto en el centro de mi palma.
Su mano roza la mía por una fracción de segundo antes de quitarme el
anillo y acercarlo a su cara. Por muy pequeño que pareciera en mi mano,
queda eclipsado por sus dedos gruesos. Lo desliza sobre su meñique, sin
siquiera poder pasar el primer nudillo.
—Recuerdo esto —dice, mirándome. Su voz sigue siendo baja,
aunque sé que todos en la sala están escuchando a escondidas con un
entusiasmo del que el FBI estaría orgulloso—. Te lo di en tu decimoquinto
cumpleaños en la bolera.
Al menos alguien recuerda que fue mi decimoquinto. Asiento,
mordiéndome la comisura del labio.
Mientras él estudia el anillo, yo lo estudio a él. Lleva pantalones de
pana grises y una camisa de franela que le da una combinación extraña
de aspecto de chico de al lado junto con un aspecto rudo, a punto de
talar un árbol. Mis ojos se posan por un segundo en sus brazos, aquellos
que habían estado unidos a través de los míos la noche anterior. El calor
que se había acumulado en mi cara hace un momento ahora se
encuentra en todo mi cuerpo.
Me ofrece el anillo.
—No puedo creer que lo hayas conservado todos estos años —
dice, pero no lo dice en forma de broma, como las palabras de mis
hermanos. Lo dice casi con una pizca de asombro, como si se sintiera
honrado.
Trago pesado y agarro el anillo, haciéndolo girar entre mis dedos.
—Bueno, ya sabes, es de mala educación deshacerse de un regalo
y todo eso, ¿no? —Estoy tartamudeando un poco, pero es difícil pensar
con claridad cuando él me mira como si fuera domingo por la mañana
y fuera un buffet.
—Sí, por supuesto. —Su voz vuelve a ser suave, y el tiempo parece
haberse detenido entre nosotros dos. Es casi como si estuviera esperando
que le dijera la verdad. Decirle que me quedé con el anillo porque me
recordaba a él. Me recordaba su bondad y lo mucho que se
preocupaba por la gente. Cómo podía hacer que el gesto más pequeño
pareciera la cosa más grande del mundo. Decirle que si las cosas
hubieran sido diferentes, si no hubiéramos estado atrapados en este
alboroto de dinámica familiar, las cosas podrían haber sido diferentes
entre nosotros.
Pero entonces escucho a alguien toser detrás de mí y el momento
se rompe.
Olvidé que estábamos rodeados por una de las familias más
entrometidas y chismosas del mundo.
Miro a la mesa para ver todas las miradas puestas en nosotros.
Mamá se está limpiando un ojo con la manga, y la tía Lisa tiene su
teléfono afuera y graba todo.
Por el amor…
—De todos modos, no hay nada como los buenos recuerdos de la
infancia —digo en voz alta a medida que doy un paso atrás. Por aquí no
pasa nada. No hay chispas volando por el aire, ni miradas significativas,
ni emociones escalofriantes recorriendo mi cuerpo. Aplaudo—. Entonces,
¿dónde estábamos con los regalos?
Me acomodo en mi silla, intentando volver a la corriente. Aunque,
es un poco difícil sabiendo que Oliver aún está a unos sesenta centímetros
detrás de mí. ¿Qué pasó con toda mi determinación con la que me
presenté hace veinticuatro horas? ¿Qué pasó con el plan de mantener
mis emociones bajo control? ¿De mantener a distancia al único hombre
que podía convertir todas mis entrañas en puré de manzana?
Miro por encima del hombro y lo veo aun observándome. Se
acerca y se agacha, con los codos apoyados en la mesa.
—¿En qué estás trabajando aquí?
Dios, huele bien. ¿Por qué tiene que oler tan bien? Mi respiración se
siente irregular, y me sudan las manos.
—Solo estoy envolviendo algunos juguetes para el refugio para
personas sin hogar. ¿Quieres ayudar? —¿Por qué lo invité a ayudarme?
—Por supuesto. —Acerca una silla a mí—. ¿Qué puedo hacer?
Me vienen a la mente algunas sugerencias no aptas para familias,
pero gracias a mi jefe, he tenido mucha práctica para ignorar las malas
ideas.
—¿Por qué no ayudas con la cinta adhesiva? —digo, haciendo lo
mejor que puedo para no pensar si su voz siempre suena tan ruidosa y
llena de tensión.
—¿Te has recuperado de nuestro partido de baloncesto de ayer?
—pregunta un momento después, arrancando un trozo de cinta
adhesiva y entregándomela.
—¿Recuperado? Estoy bastante segura de que ni siquiera sudé. —
Puedo verlo sonreír por el rabillo del ojo—. Para ser honesta, ni siquiera me
esforcé tanto. Sé que tu ego quedó lastimado la última vez que te vencí,
y no quería que la historia se repitiera. —El trozo de cinta adhesiva se
atasca en mi pulgar, y agito mi mano en el aire, intentando liberarla
mientras mi otra mano sujeta los bordes del papel de regalo hacia abajo.
Sin pausa, sus manos se ponen a ambos lados de las mías,
sosteniendo juntos los trozos de papel cortados para que pueda quitar la
cinta de mi dedo.
—Estoy empezando a pensar que fingiste todo ese ataque de tos
solo para escapar de la competencia.
Me está costando actuar con normalidad ahora que su cuerpo
está completamente presionado contra el mío. El gesto parece inocente
por fuera, pero se siente como un ataque deliberado a la funcionalidad
de los latidos de mi corazón. Agarro la cinta con mi pulgar y la lanzo al
papel de regalo con la esperanza de que retroceda y pueda respirar de
nuevo.
Sin embargo, en lugar de quitar las manos, prácticamente se
inclina más cerca, obligándome a tomar una respiración entrecortada
que no es nada vergonzosa ni nada por el estilo.
—Entonces, ¿lo admites?
No estoy segura si se refiere a mi lucha por llevar oxígeno a mi
cuerpo o a algo más.
—¿Admitir, qué?
—Que perdiste intencionalmente nuestro juego de anoche.
¿Es de eso de lo que estamos hablando? Parece un tema
tremendamente insulso, dada la proximidad de nuestros cuerpos. Sin
mencionar el hecho de que nunca había estudiado sus labios tan de
cerca. Espera. ¿Qué hago mirando sus labios?
—Eh, no. D-definitivamente no. —Oh Dios, ahora estoy
tartamudeando—. Acabaré contigo cuando quieras.
Sus ojos se clavan en los míos, esa sonrisa pequeña y esos malditos
hoyuelos provocando seductoramente cada hormona femenina en mi
cuerpo.
—Elle, te enfrentaría donde quieras.
Un hombre sordo habría podido oír la tensión sensual en ese
comentario.
—¿Crees que va a besarla?
El susurro de mi tía me devuelve al presente como si Dorothy
regresara a Kansas. Tanto Oliver como yo giramos la cabeza para ver al
resto de la mesa observando nuestra interacción.
Retrae los brazos en cámara lenta, y se aleja muy educadamente
a medio metro de mí y de mis ovarios rabiosos. Aun así, en lugar de
recostarse en su silla, se pone de pie.
—Saben, debería irme —dice, su voz lo suficientemente alta como
para que todos la escuchen—. De hecho, vine porque mamá quería que
le confirmara que aún cantaremos villancicos esta noche.
Reprimo un gemido. Olvidé la tradición navideña de los Carter de
cantar villancicos en la villa de retiro cada Nochebuena. Era un gesto
lindo cuando todos éramos pequeños y lindos niños de cinco años,
cantando «Here Comes Santa Claus», pero comenzamos a realizar
algunas protestas serias durante mis años de escuela secundaria. Si no
fuera por la voluntad de hierro de mi madre, la tradición se habría
extinguido hace mucho tiempo.
—Por supuesto —dice mamá—. Dile a tu madre que saldremos a
las siete.
Oliver se aleja, y dejo escapar una lenta bocanada de aire.
Solo quedan cuarenta y ocho horas hasta que termine este viaje.
Puedo mantenerme fuerte por tanto tiempo.
La pregunta es, ¿aún quiero hacerlo?
Una locura. Elle me ha convertido oficialmente en un lunático los
últimos dos días.
Una parte pequeña de mí sabe que siempre he albergado una
llama por ella. Pero siempre he asumido que esa llama se reduciría en
algún momento hasta convertirse en nada más que una vela moribunda
de pastel de cumpleaños.
Sin embargo, en los últimos dos días esa llama se ha convertido en
una hoguera ardiente. Del tipo que se obtiene quemando la tarea de un
año, los árboles de Navidad del vecindario y todo lo demás
potencialmente inflamable en el universo, lo cual no está bien,
considerando que no estoy seguro de dónde se encuentra Elle.
Claro, anoche hubo algunas vibras coquetas, pero se mezclaron
con momentos en los que Elle retrocedería, como si se diera cuenta de
que estábamos cruzando hacia un territorio inexplorado.
Y luego está este novio misterioso. ¿Siquiera es real? Quiero decir,
aparte de la llamada telefónica de ayer, no he visto ninguna evidencia
de que ella esté en una relación comprometida. Lo juro, si hoy no
hubiéramos estado rodeados por su familia entusiasta, nada me habría
impedido inclinarme hacia delante y besarla hasta dejarla sin sentido
después de ver ese anillo. Porque no se puede negar que es un beso con
el que he soñado durante años.
—¡Voy a casa de los Carter! ¿Puedes darle de comer a Buzz
cuando salgas? —La voz de mamá me saca de mi ensueño.
—Sí —le devuelvo el llamado. Salto de la cama y agarro mis
zapatos en la esquina. Normalmente soy un tipo conservador. Un seguidor
de reglas y un observador de líneas. Pero tal vez sea hora de romper esa
racha. Tal vez sea hora de presionar un poco a Elle.
Pienso en esa expresión aturdida en su rostro, en la forma en que se
mordió el labio inferior, un tic nervioso que ha tenido desde que era
pequeña. Quizás no sea necesario apagar esa llama nuestra. Quizás solo
necesite un poco más de combustible.

Justo cuando avanzo por el camino de entrada de los Carter, oigo


que un auto se detiene junto a la acera. Me vuelvo y veo a un tipo con
una chaqueta negra para la nieve, y un jarrón con… ¿esas son flores?
Se detiene cuando me ve, la nieve crujiendo bajo sus zapatos.
—Hola, tengo una entrega para... —Mira el trozo de papel
adherido a las rosas rojas—. ¿Elle Carter?
Un escalofrío recorre mi cuerpo. ¿Rosas rojas? Eso solo puede ser de
una sola persona. Alcanzo el jarrón.
—Sí, estás en el lugar correcto.
Me entrega el jarrón.
—Estupendo. Que tengas un buen día.
Asiento, pero mi mente está ocupada yendo a un millón de
kilómetros por hora. Elle de verdad tiene novio. En serio hay alguien más
en su vida. El escalofrío se ha disuelto en un agujero sordo en mi
estómago. No puedo infringir algo así.
Al mirar el pequeño sobre blanco, tengo una necesidad
inconfundible de sacar la tarjeta y leer exactamente lo que este tipo le
ha escrito.
Pero en lugar de eso, camino hacia la puerta. No soy ese tipo de
persona.
Me quito los zapatos y sigo el sonido de las voces hasta la parte
trasera de la casa. Cuando entro a la sala familiar, una ráfaga de
movimiento saluda a mis ojos. Mamá y las tías están en el sofá,
discutiendo quién sabe qué. Todos los hombres están en la cocina,
devorando cualquier brebaje que Tammy les haya preparado. Y luego
están Elle y Autumn, sentadas a la mesa, coloreando con los dos niños
pequeños. De fondo suena música navideña, y en la chimenea arde un
fuego pequeño.
Incluso en su caos, luce perfecto. Esta familia, estos vínculos son los
que sé que quiero tener para siempre. Solo desearía que Elle sintiera lo
mismo por mí.
—¿Oliver? Dios mío, ¿le trajiste flores a Elle? —La voz de tía Carol
atraviesa la habitación con un estridente ensordecedor. De repente, el
grupo se queda en silencio, y todos se vuelven para mirarme.
Mi mamá es la primera en reaccionar.
—Ah, cariño, ¿rosas? ¡Eso es tan dulce de tu parte!
Se levanta de un salto, seguida rápidamente por Tammy. Ambas
mujeres se adelantan y no estoy seguro si es por mí o por las flores.
—No. —Levanto el jarrón en alto, fuera del alcance de sus uñas
pintadas—. No lo hice. Son para Elle, pero no son mías. —A pesar de la
avalancha de preguntas que me llegan, mis ojos se centran en ella en la
mesa. A diferencia de los demás, ella no mira las flores sino a mí.
—Entonces, ¿de quién son? —grita alguien.
Como si de repente comprendiera que hay una horda de
miembros de su familia a punto de estampar el regalo de su novio, Elle se
pone de pie y viene hacia mí.
—Deben ser de… —Su voz se apaga, y se muerde el labio inferior a
medida que toma el jarrón—. De Brad, por supuesto.
—¿Brad? —Uno de los gemelos se inclina sobre su hombro y, a la
velocidad del rayo, agarra la tarjeta blanca. Al parecer, él no tiene los
mismos escrúpulos que yo a la hora de leer notas ajenas—. Pensé que
habías dicho que se llamaba Danny.
Ella le arrebata la tarjeta de las manos, pero no antes de que él lea
en voz alta:
—Mira, aquí dice: Te amo y te extraño, Danny.
La cara de Elle está roja como una remolacha y, sin prestar
atención, está desmenuzando la tarjeta entre sus dedos.
—Brad es s-su segundo nombre. Así lo llaman la mayoría de sus
amigos.
Los ojos de Brett aún están entrecerrados.
—¿Danny Brad?
Debo admitir que suena un poco extraño.
—Sí, ¿no es lindo? —Sus palabras suenan tan convincentes como
nada—. Voy a poner esto en mi habitación y buscar mi chaqueta para
cantar villancicos.
Al oír la palabra villancicos, todo el mundo parece descongelarse.
—Sí —dice Tammy, aplaudiendo—, todos asegúrense de tener
zapatos y un abrigo. Nos vamos en cinco minutos a la villa de retiro.
Hay una ráfaga de actividad a mi alrededor, pero mi mente aún
está concentrada en Elle corriendo escaleras arriba.
—Oliver, querido —la mano de Tammy está en mi brazo—. ¿Te
importaría conducir? No estoy segura de que tengamos suficientes autos.
—Sus ojos pasan de mí a la escalera ahora vacía—. Si no te importa
llevarte a Elle, sería bueno. Creo que necesita cierta separación de sus
hermanos.
Casi digo que creo que necesita cierta separación de toda la
familia, pero logro contenerlo y asiento.
—Claro, puedo hacer eso.
Me da una palmadita en el brazo y se aleja.

—… ¡les deseamos una Feliz Navidad y un próspero año nuevo!


Logan le da a las campanas que sostiene un tintineo extralargo
cuando terminamos la canción. La multitud de oyentes mayores nos
ofrecen algunos aplausos y sonrisas, que es más de lo que podemos pedir,
dado nuestro nivel de talento. Creo que las travesuras divertidas de Brett
y Rhett durante la actuación compensaron nuestra falta de talento
musical.
Miro al otro lado del grupo y veo a Elle ajustando las astas de reno
en su cabeza. Es la única en el mundo que puede hacer que un par de
astas de plástico luzcan adorables.
Condujimos hasta aquí juntos, como lo pidió su madre. Aunque no
creo que fuera el pacífico viaje romántico que Tammy estaba
imaginando. De alguna manera, sus hermanos gemelos y Logan
terminaron en el asiento trasero, y pasamos la mayor parte del tiempo
discutiendo por qué el fútbol universitario era más entretenido que la NFL.
Lo que no daría por volver a la iluminación de ese árbol donde
estábamos solo ella y yo.
Tammy comienza a sacar a nuestro grupo de la habitación.
—Muy bien, vamos a cantar en la cafetería y luego terminaremos
en la biblioteca.
Hay una cantidad esperada de murmullos y movimientos de pies a
medida que todos siguen a nuestra abeja reina de regreso al pasillo. Estoy
seguro de que nuestros villancicos aportan cierta alegría, pero a veces
creo que estas personas apreciarían más si nos sentáramos y
conversáramos con ellos. Mientras caminamos por el pasillo, veo una sala
con rompecabezas, juegos de mesa y gente esparcida en diferentes
mesas. Antes de que pueda dudar de mis actos, me deslizo hacia Elle y
la engancho por el codo.
Ella da un grito pequeño, pero coloco un dedo en mis labios. Con
la esperanza de que nadie se dé cuenta, la empujo hacia la puerta de
la habitación que estoy inspeccionando.
—¿Qué estamos haciendo? —pregunta, oponiendo poca
resistencia.
—No lo sé, simplemente pensé que sería divertido charlar un rato
con algunas de estas personas. No es que el grupo necesite nuestras
voces. —En realidad, eso es mentira. Elle es una de las mejores cantantes,
y extrañarán profusamente su fuerte contralto.
Sus ojos recorren la habitación antes de volver a mí.
—Está bien —dice encogiéndose de hombros.
Un hombre mayor que está haciendo un rompecabezas levanta la
vista y nos hace señas para que nos acerquemos.
—¿Son buenos en esto?
Sonrío y asiento hacia Elle.
—No puedo decir que sea un experto, pero esta chica es una de
las personas más inteligentes que conozco. Además, es contadora, así
que tiene que ser buena resolviendo acertijos.
Elle levanta una ceja.
—¿Una de las personas más inteligentes que conoces?
Inclino mi cabeza.
—Bueno, sí. Eres la que atravesó la secundaria con sobresalientes
como si nada. Y ni siquiera finjas que no tuviste un recorrido académico
pleno durante toda la universidad.
Sus mejillas están teñidas de ese color rosa que amo demasiado.
—Gracias, supongo. Nunca pensé que fuera más inteligente que
nadie.
Miro el rompecabezas.
—Supongo que en unos minutos veremos si alardear de ti es lo
correcto.
Sus labios se abren en una sonrisa amplia, cada línea de risa en su
rostro visible.
—Por suerte para mí, de hecho, soy buena con los rompecabezas.
Nos instalamos en la mesa del hombre y, en unos quince minutos,
conocemos los aspectos más destacados de su vida. Su nombre es Bill, y
es un cartero jubilado que tiene tres hijos y ocho nietos. Su esposa vivió
aquí en la villa con él hasta hace dos años, cuando falleció de cáncer.
Hacemos los murmullos apreciativos apropiados durante sus
historias hasta que finalmente todos caemos en un silencio cómodo. Hay
música navideña de fondo y un aroma agradable a pino que debe
provenir del pequeño árbol de Navidad al otro lado de la habitación. Es
como un pequeño rincón de paraíso navideño, solo para nosotros.
—Entonces, hablando de contabilidad, nunca terminaste de
hablarme del trabajo —le digo a Elle, moviendo algunas piezas con el
dedo—. ¿Crees que permanecerás en tu empresa a largo plazo? ¿O solo
es un trampolín?
Estudia las dos piezas que tiene en las manos.
—No lo sé. Cuando comencé, pensé que estaría en esto por
mucho tiempo. Ya sabes, manteniéndome firme hasta convertirme en
socia. —Coloca una de sus piezas en una ranura abierta y encaja
perfectamente.
Sacudo la cabeza. Tiene que estar en su sexta o séptima pieza, y
aún tengo que encontrar una.
—Pero estoy empezando a preguntarme si no es el camino
correcto para mí. En realidad, odio a mi jefe y las largas horas de trabajo
me están cansando.
Mi Hulk interno retumba ante la idea de que ella trabaje para
alguien que no la aprecia. Si hay algo que sé, es que cuando Elle se
propone algo, acelera a fondo. Su jefe tiene suerte de tenerla.
—No es que esté diciendo que tenga todas las respuestas —dice
Bill, sin siquiera levantar la vista de la pieza que está examinando—, pero
sí tengo ochenta y siete años de experiencia de vida en mi haber. —
Extiende la mano y coloca su pieza en un lugar abierto.
Al parecer, soy el eslabón débil de este grupo.
—Si hay algo que sé —continúa—, es que no vale la pena trabajar
para una persona o empresa que no te agrada. Antes de convertirme en
cartero, trabajé en una empresa de inversiones importante. Estuve ahí
durante unos cinco años hasta que me volví lo suficientemente
inteligente como para darme cuenta de que odiaba mi vida y para quién
trabajaba. Hice un giro completo y nunca me arrepentí ni una sola vez.
Elle asiente ante sus palabras.
—Estoy empezando a sentir lo mismo.
—Entonces, deberías volver. —Me sorprendo ante la afirmación.
¿Quién soy yo para decirle a Elle lo que debe o no debe hacer?
No se ríe como creo que lo hará, sino que apoya la cabeza en la
mano.
—¿Qué haría? No hay muchas firmas de contabilidad corporativa
en Sandpoint.
—Ven a trabajar para mí. —Vaya, Oliver, apuntemos a la luna.
Ahora sus ojos se abren como platos.
—¿Trabajar para ti? ¿Haciendo qué? ¿Moviendo bolsas de
estiércol? Sabes que no tengo experiencia en diseño de paisajes.
Me encojo de hombros y trato de actuar como si no me
sorprendiera en absoluto que ella esté siquiera considerando esta idea.
—No, pero le pago a alguien para que se ocupe de mis finanzas.
Probablemente no sea suficiente para llenar una agenda completa, pero
apuesto a que si corres la voz, habrá toneladas de empresas que
buscarán a alguien que les ayude con su contabilidad.
—Una vez más, no es asunto mío, pero parece una idea que vale
la pena seguir —dice Bill mientras empuja su silla hacia atrás—. He
disfrutado muchísimo conocerlos a ambos. Y agradezco su ayuda con mi
rompecabezas. —Hace un gesto no tan sutil hacia Elle.
Sí, todos sabemos que no he puesto ni una sola pieza.
—Pero es la hora punta, así que eso significa que es hora de ir a
tomar mis pastillas. —Alcanza el andador que descansa detrás de él y se
aleja arrastrando los pies.
—Las personas mayores son muy divertidas —dice Elle a medida
que nos despedimos con la mano—. Siempre son tan directos.
—Estoy seguro de que es porque han pasado toda su vida siendo
educados y sutiles. —Me froto las manos por las perneras de mis
pantalones—. Al final, han aprendido que simplemente decir lo que
piensan es el mejor enfoque. —Me pregunto si alguna vez aprenderé esa
lección.
Ella asiente y vuelve al rompecabezas.
No estoy del todo listo para terminar esta discusión.
—Entonces, ¿por qué te mudaste a Denver en primer lugar? ¿Por
qué nunca volviste a Sandpoint después de la universidad?
Sus manos se quedan inmóviles.
—La oportunidad laboral en Denver era demasiado buena para
dejarla pasar. —Agarra otra pieza y la levanta como si la estuviera
estudiando. Al parecer, no se da cuenta de que la está sosteniendo del
revés y está mirando el cartón marrón.
Tengo el presentimiento de que el trabajo no fue su única razón
para mantenerse alejada de Sandpoint.
—¿Algún otro factor?
Deja escapar un suspiro lento, y deja caer la pieza en su mano. Me
preparo cuando sus ojos se encuentran con los míos.
—Mi familia. Ya no podía soportar vivir cerca de mi familia. No sé si
te habrás dado cuenta, pero son autoritarios y siempre están metidos en
mis asuntos. Cada vez que tengo que tomar una decisión, están justo ahí
con sus propias opiniones. Simplemente... simplemente ya no podía
soportarlo más.
Nos quedamos en silencio por un minuto, ambos perdidos en
nuestros propios pensamientos. No me sorprende su respuesta. Todo lo
que ha dicho es verdad. Pero al mismo tiempo, estoy un poco triste por
ella.
—¿Por qué nunca te mudaste?
Levanto la cabeza para verla estudiándome. Ni siquiera tengo que
pensar en mi respuesta.
—Por tu familia. Porque son completamente autoritarios y siempre
están metidos en mis asuntos. Porque siempre me dicen sus opiniones
sobre cada aspecto de mi vida, incluso cuando no les pregunto. —No
puedo contener la sonrisa pequeña que se dibuja en mi rostro—. Porque
sé que puedo recurrir a ellos en cualquier momento. Sé que puedo
depender de ellos para cualquier cosa, y estarán ahí.
Deja caer su mano desde su barbilla, con una comisura de su boca
levantada.
—Supongo que tienes razón. Es fácil olvidar las cosas buenas que
tienes.
Pienso en Bill y su franqueza. Pienso en las cosas que quiero decirle
a Elle, pero que nunca he hecho. ¿Terminaré arrepintiéndome de estos
momentos si no hablo?
Casi en cámara lenta, mi mano alcanza su palma descansando
sobre la mesa. Sus dedos están fríos, y soy consciente de la forma en que
su cuerpo salta ligeramente ante mi toque. Mis palabras se sienten como
si estuvieran construyendo un bloqueo en mi garganta, protestando por
todos los intentos de sacarlas. Trago fuerte.
—Elle, tu familia es maravillosa, pero no voy a mentir. No ha sido la
misma desde que te fuiste. Simplemente se siente como si algo, o alguien,
faltara.
Mira mi mano, con los labios entreabiertos. Lo que daría por saber
cada pensamiento pasando por esa mente suya. Puede que sea
simplemente mi propia esperanza, pero no parece sentir repulsión por
nada de lo que he dicho.
—Yo... Oliver…
—Ahí están —dice el padre de Elle, asomando la cabeza por la
esquina—. Aviso, todos se van y mamá quiere asegurarse de que ustedes
dos regresen a casa para comer los pasteles de manzana que la tía Lisa
y ella hicieron toda la tarde. —Sin decir una palabra más, sin siquiera una
mirada significativa hacia nosotros, apiñados muy juntos, su padre sale
de la habitación.
Eso es lo que me gusta de Drew. Probablemente sea el único
miembro de su familia que sabe cuándo ocuparse de sus propios asuntos.
Elle retira su mano y, en lugar de terminar su pensamiento, se
levanta y me da una sonrisa brillante y extremadamente falsa.
—Supongo que será mejor que nos vayamos.
Es oficial. Este año voy a arruinar la Navidad.
Miro la sartén con salsa de caramelo ennegrecida y me
estremezco. Esta será la primera Nochebuena en unos cuatrocientos
años en la que la familia Carter no come pudín de caramelo pegajoso
de postre.
¿A alguien le gusta el pudín de caramelo pegajoso?
Honestamente, no. ¿Pero alguien se dará cuenta si el pudín de caramelo
pegajoso no está ahí? Absolutamente. Si hay algo que le encanta a mi
familia son sus tradiciones.
Y aquí estoy, la Parca de la tradición del pastel de pudín de
caramelo.
Reviso el armario una vez más para confirmar que en realidad nos
hemos quedado sin azúcar. Sí. Harina, cereal seco, una cantidad absurda
de mezcla de chocolate caliente... pero nada de azúcar.
Por un lado, no debería responsabilizarme por este desastre. Es
culpa de mi mamá. ¿Quién no tiene grandes reservas de azúcar durante
las fiestas de Navidad?
Por otro lado, esta es mi tercera tanda arruinada de salsa de
caramelo, así que no es que haya sido prudente con el azúcar que
teníamos.
Lo bueno es que, ahora conozco unas cincuenta maneras de
quitar el azúcar quemado de una sartén. Gracias, Google.
¿Por qué es que me ofrecí a encargarme del postre en lugar de
mamá? Claro, estaba intentando ser útil. La levadura en su triple tanda
de panecillos caseros no subió, y ya era demasiado tarde para empezar
otra vez el proceso. Juro que casi lloró de alegría cuando me ofrecí como
voluntaria para hacer el pastel mientras ella salía corriendo hacia la
tienda de comestibles.
Es casi gracioso ahora que estaba tan estresada por arruinar la
Navidad con panecillos comprados en la tienda. Lo que ella no sabía era
que, me encargaría de eso con este pudín fallido.
Me masajeo las sienes, pensando en todas las opciones. Todos los
miembros de mi familia y mi familia extendida ya están reunidos en la
casa de la tía Lisa. Podría llamar a una de mis tías y pedirle prestado un
poco de azúcar, pero si se lo digo, mamá se enterará en unos dos
minutos. Lo más probable es que, vuelva corriendo a casa desde la
tienda, intentando solucionar todo el desastre. Podría llamar a Autumn,
pero ya está bastante ocupada lidiando con sus dos hijos. Podría correr
a la tienda, pero el cronómetro de mi horno dice que solo tengo veinte
minutos hasta que salga el pastel. No hay forma de que deje que esa
cosa también se queme.
Gimo y apoyo la cabeza en la encimera fría. ¿Quizás pueda traer
una bolsa de chispas de chocolate? Dios sabe que son una de mis
delicias favoritas.
Entonces, se me ocurre una idea. Oliver.
Puedo llamar a Oliver y pedirle que me traiga un poco de azúcar
de la casa de su madre. Sería lo suficientemente discreto como para que
nadie lo supiera.
Miro el reloj, sabiendo que no tengo tiempo para debatir el tema.
Saco mi teléfono y le envió un mensaje de texto rápidamente.
Elle: Oye, ¿crees que podrías prestarme un poco de azúcar de la
casa de tu madre? ¿Ya estás en casa de la tía Lisa?
Oliver: Sí, pero puedo correr a casa y buscar un poco. ¿Estás en
casa de tus padres?
Elle: Sí y gracias.
Elle: Además, ¿puedes intentar que nadie más sepa lo que estás
haciendo? Estoy haciendo pudín de caramelo pegajoso y las cosas van
mal.
Elle: Pero no te preocupes, lo estoy arreglando por completo. Estará
bien.
Oliver: Qué emoción. No por el pudín de caramelo pegajoso.
Elle: ¿Siquiera te gusta el pudín de caramelo pegajoso?
Oliver: Por supuesto que no. Soy más del tipo pastel de calabaza.
Oliver: Es el principio del asunto. Además, tu mamá enloquecerá.
Elle: Lo sé. Por eso debes ser astuto.
Oliver: ¿Debería ponerme mi traje de espía?
Elle: Eres tan tonto.
Elle: ¿Tienes un traje de espía?
Oliver: ¿No te gustaría saberlo?
Estoy intentando no reírme de su mensaje mientras pongo la última
cacerola de salsa de caramelo arruinada en el fregadero y la lleno con
agua caliente.
No he visto a Oliver en todo el día, algo por lo que sé que debería
estar agradecida, sobre todo considerando la situación desafortunada
de ayer con las flores (y allí estaba yo, pensando que era muy inteligente
enviándome rosas). Pero, curiosamente, no estoy nada agradecida.
Extraño a Oliver.
Menos de cinco minutos después, cruza la puerta con una bolsa de
azúcar de cinco kilos en los brazos.
—Guau —digo, fingiendo mirar la bolsa pero sobre todo mirando a
Oliver. ¿Por qué perder un momento oportuno?—. Cuando le prestas a
alguien una taza de azúcar, en serio le das una taza de azúcar.
Él sonríe y deja caer la bolsa en mi encimera.
—No estaba seguro de cuánto necesitabas. Estamos hablando del
pudín de caramelo pegajoso. —Me envía una sonrisa que me derrite las
rodillas, y de repente agradezco la encimera que nos separa.
Esta noche está vestido elegante... bueno, vestido elegante para
Oliver. Lleva un suéter de color óxido que debe haberse encogido
ligeramente con el lavado, porque juro que no estaba hecho para
ajustarse a hombros de su talla. Lo bueno es que me da una gran vista de
la parte superior tonificada de su cuerpo. Los pantalones oscuros que
lleva puestos son un paso más que sus jeans habituales. Aunque, no les
voy a mentir, tampoco tengo ningún problema con sus jeans. Incluso se
ha peinado esta noche, lo cual solo puede deberse a que su madre se
acercó a él con un cepillo, o a que está intentando impresionar a alguien.
¿Ese alguien soy yo?
De repente siento frío en la muñeca, y me doy cuenta de que he
estado apretando la esponja que tengo en la mano lo suficiente como
para hacer que agua corra por mi brazo. Basta de soñar despierta. Tengo
un trabajo que hacer.
—Muy bien, dámela —digo, extendiendo mis brazos hacia la bolsa.
En lugar de pasármela, la recoge y camina hasta llegar a la cocina.
Hasta aquí la red de seguridad de la encimera.
—Entonces, ¿qué vamos a hacer? —pregunta, mientras sus dedos
ya abren el azúcar.
Agarro una sartén limpia y la preparo.
—Vamos a hacer la salsa de caramelo que se vierte encima. La he
arruinado tres veces, así que estoy bastante segura de que sé
exactamente qué no hacer.
—De verdad sabes cómo generar confianza en una persona.
Frunzo el ceño antes de agarrar la taza medidora.
—Basta de charlas. —Mido el azúcar y el agua, rezando en silencio
a los dioses del caramelo para que esto funcione.
Oliver apoya una cadera contra la encimera y se cruza de brazos
en una postura varonil parecida a la de un oso grizzly, que parecería
intimidante si no tuviera esa pequeña media sonrisa en su rostro.
—Te das cuenta de que estás conteniendo la respiración, ¿no?
Intento dejar salir la bocanada de aire gigantesca que he estado
reteniendo de la manera más imperceptible posible.
—No, no lo hago —digo cuando estoy completamente desinflada.
Ignoro su sonrisa con hoyuelos—. Está bien, ahora la clave es revolver esto
durante los primeros cinco minutos hasta que el azúcar se disuelva por
completo. Después de eso… —levanto las manos en el aire—, no
podemos tocarlo hasta que alcance los trescientos cincuenta grados.
—¿Qué pasa si lo tocamos? —susurra Oliver.
—Los dioses de la repostería bajarán y estropearán tu salsa de
caramelo hasta que se vuelva granulada. O quemará el fondo. O se
pondrá dura como una roca. O tal vez tengan más trucos bajo la manga
que aún no he visto. Lo único que sé, es que se supone que no debo
hacerlo.
Él extiende su mano para chocar mi puño.
—Podemos hacer esto.
Está siendo ridículo, pero yo también estoy siendo un poco ridícula,
así que extiendo la mano y choco su puño justo cuando las primeras
burbujas comienzan a aparecer en el agua.
Agarro mi batidor y lo revuelvo.
Para mantener mis nervios a raya, y porque en secreto amo el
sonido de la voz de Oliver, le pregunto sobre su día.
—¿Qué tal te fue cortando leña? ¿Asumo que nadie resultó herido?
—Esa mañana, mi papá había llevado a Oliver y a mis hermanos a cortar
leña para algunos de los vecinos mayores de nuestra calle.
—Nada más que el orgullo de los gemelos —responde, metiendo la
mano en el fregadero para limpiar el último trozo de caramelo que
arruiné.
¿El gesto hizo que mi corazón se derritiera un poco? Sí. ¿Qué puedo
decir? Soy débil con los hombre que limpian.
—Tu papá los puso en un concurso, y Logan les ganó a ambos.
Me rio.
—Se lo merecen. Necesitan un poco de humildad. —Y como no
puedo evitar preguntar, digo—: ¿Y tú? ¿No fuiste parte de la
competencia?
Se gira y me guiña un ojo.
—La primera competencia fui yo contra todos. Digamos que años
de jardinería me han mantenido en excelente forma para cortar leña.
Obviamente. Miro el suéter que se está convirtiendo rápidamente
en mi prenda favorita. Mi cara se calienta, pero le echo la culpa al agua
humeante frente a mí. Definitivamente no tiene nada que ver con el físico
de mi amigo del vecindario en el que no tengo ningún interés romántico,
un punto que parece que me cuesta recordar.
—¿Me extrañaste?
Su pregunta no ayuda en nada a mi situación de sonrojo.
—¿Extrañarte? Oliver, todo el mundo te extraña. Eres el único
hombre menor de cincuenta años en esta familia que puede mantener
una conversación inteligente.
Se limpia las manos con jabón en una toalla, y se acerca.
—Lo sé, pero ¿me extrañaste?
No puedo evitar el significado de esta pregunta.
—Yo… eh... —Trago pesado. ¿Hoy extrañé a Oliver? Sí. Cada fibra
de mi cuerpo grita que sí. Extrañé su presencia tranquilizadora, la forma
en que puede hacer que cualquier situación parezca alegre con esa
pequeña sonrisa suya. Extrañé verlo interactuar con mi familia, la forma
en que sabe intuitivamente cuándo mamá necesita que alguien vacíe la
basura por ella o cuando papá necesita que alguien escuche su opinión
sobre la decisión de un árbitro. Extrañé la forma en que me mira como si
lo fuera todo. Como una pequeña e insignificante yo hace girar todo su
mundo.
El cronómetro de mi teléfono suena, y uso mi torpeza para limpiar
el batidor como excusa para no responder.
Por desgracia, Oliver debe tener una misión esta noche, porque
simplemente pasa a otra pregunta incómoda.
—Entonces, cuéntame más sobre ese anillo que tus hermanos
encontraron ayer.
¿Podríamos volver a hablar de si lo extrañé o no hoy?
—Ah, sí, ja, ja. ¿No fue una locura? —Ahora que ya no revuelvo, no
tengo nada que ver con mis manos. Agarro un trapo y empiezo a limpiar
la encimera limpia—. ¿Quién sabe qué otras cosas quedaron en ese
armario? —Mi risa se siente forzada, y estoy segura de que también suena
así.
Oliver ha vuelto a apoyarse en los gabinetes como el pepino fresco
y tranquilo que es. ¿Podría hacerme un favor y actuar un poco nervioso?
No puedo ser la única a la que se le forman gotas de sudor en la espalda.
—Solo me preguntaba por qué lo conservaste.
—¿Conservar qué? —Tal vez si me hago la tonta, se rendirá.
—Quedarte con el anillo. Ya sabes, del que estamos discutiendo.
Bien. Ponme en evidencia. Agito mi mano en el aire.
—Ni siquiera lo sé. Estaba en mi caja de recuerdos aleatorios. Soy
una acumuladora. No me sorprende que estuviera ahí. —Me agarra del
brazo a medio giro y, aunque su agarre es suave, me siento incapaz de
alejarme de él.
—Elle Carter, si hay algo que sé, es que no eres una acumuladora.
Lo que más te gusta hacer es tirar basura. —Su mano se desliza por mi
muñeca hasta acunar mi palma.
Estoy mirando nuestras manos, la forma en que nuestros dedos
parecen entrelazarse tan perfectamente. Nunca había tomado la mano
de Oliver antes de este fin de semana, pero de alguna manera, se siente
como la cosa más natural y maravillosa del mundo.
—Entonces, quiero saber por qué, entre todos los trastos en tu vida,
elegiste guardar mi anillo.
Mi boca se seca. ¿Por qué? ¿Por qué elegí guardar una pequeña
joya endeble que me regaló Oliver Moore? Siento que la respuesta
debería ser obvia.
—¿Quieres que te cuente algo que he guardado durante años?
Me toma un segundo registrar su pregunta ya que estoy muy
perdida en mis propios pensamientos.
—¿Qué?
Mete la mano en el bolsillo y saca una cartera de cuero marrón
que parece gastada en los bordes.
—Este podría ser uno de mis secretos más grandes y vergonzosos —
dice, abriéndola—. Pero considerando la cantidad de molestias que
nuestras familias te han dado conmigo, mereces ver esto. —Sus dedos
sacan una fotografía pequeña que se parece al tipo que obtendrías en
esos glamorosos fotomatones del centro comercial.
Da vuelta la imagen y es una foto de la cabeza de una chica con
la boca llena de aparatos de metal y cabello rizado que necesita un
buen tratamiento de acondicionamiento profundo.
Extiendo la mano y le arrebato la foto, con sirenas sonando en mi
cabeza.
—Oh Dios mío. —Mi mandíbula está en el suelo—. ¿De dónde...?
¡Esta es una foto mía absolutamente espantosa!
Echa la cabeza hacia atrás y me regala una de sus risas
contagiosas.
—Puedo decir que no fue así como pensé que reaccionarías.
Mientras intento superar el hecho de que aquellos días en la
escuela secundaria fueron algunos de los peores de mi vida, me doy
cuenta de algunos detalles que al principio me perdí. La imagen está muy
gastada en los bordes, como si la hubieran sacado y mirado numerosas
veces. Puedo sentir la textura en la parte posterior y darle la vuelta para
ver las palabras: ¡Que tengas un gran verano, Oliver! escrito con un
bolígrafo de gel de color rosa intenso.
—¿Qué año fue este?
Su risa ya ha disminuido, y me está mirando fijamente.
—Era tu séptimo grado y mi octavo grado. Estabas repartiendo
fotos de la escuela a todos tus amigos, y de alguna manera logré
conseguir una.
No recuerdo esto, lo cual es extraño ya que básicamente cada
detalle de mi vida que involucra a Oliver está grabado en mi memoria.
Vuelvo al punto de partida de lo que estábamos hablando y uso su
propia pregunta con él.
—¿Por qué guardaste esto?
Una mano se levanta y pasa por su cabello, despeinando los
mechones peinados.
—Elle, de eso quiero hablarte. Estos últimos días... —Su voz se apaga
como si estuviera intentando con tanta fuerza como yo ordenar sus
pensamientos—. Durante años, he ignorado mi atracción por ti. No, más
que eso. La he metido tan profundamente dentro de mí que ni yo ni nadie
más sabríamos que existe. Porque por mucho que me importaras, por
mucho que me sintiera (me siento) atraído por ti, sabía que tú no sentías
lo mismo por mí. Sabía que era unilateral. —Sus ojos se arrugan un poco
en las esquinas—. A pesar de los mejores intentos de tu familia.
No creo que haya notado que su agarre en mi mano se ha vuelto
más fuerte.
—Pero estos últimos días... no lo sé, tal vez solo estoy siendo un
idiota. Tal vez estoy interpretando las cosas más de lo que debería.
Su mirada se encuentra con la mía como si quisiera que intervenga,
pero me cuesta respirar, y mucho menos hablar.
—Siento que ha habido momentos —continúa—. Pequeños,
momentos minúsculos en los que me preguntaba si he juzgado mal tus
sentimientos todo el tiempo. Tal vez no pienses en mí simplemente como
el vecino molesto con el que tu familia intenta timarte para que tengas
citas.
Su pulgar acaricia el dorso de mi mano, enviando un hormigueo de
arriba abajo por mi brazo.
—Tal vez no me eres tan indiferente como pensaba.
Este es uno de esos grandes momentos. La bifurcación del camino.
Los caminos divergentes. El momento en el que en realidad necesito
sopesar mis opciones y tomar una decisión que me cambie la vida.
Odio las decisiones que cambian la vida.
Mis ojos estudian el rostro con el que estoy tan familiarizado. Ojos
de color marrón oscuro y líneas de expresión profundas. Mejillas cubiertas
de una ligera barba por la que he soñado pasar mis dedos para ver si es
espinosa o suave. Esos hoyuelos que te paran el corazón y una mandíbula
fuerte que, como afirmó Sophie, de hecho mejorarían el acervo genético
de cualquier persona.
Este es un hombre con un corazón de oro. Un hombre amable,
trabajador y bueno hasta la médula. Un hombre que me pide que
finalmente, después de todo este tiempo, sea honesta con él.
Siento las piernas como sopa, y no hay mariposas delicadas sino
una horda de palomas revoltosas en mi estómago.
—Oliver, ese anillo... lo guardé porque era un vínculo contigo. Era
algo tuyo que era todo mío. Algo que nadie de mi familia planeó ni te
obligó a darme. —Dejo escapar un suspiro tembloroso—. Era algo que
sabía que era real.
Él inclina la cabeza.
—¿Cuándo he sido algo más que real contigo?
—No es que crea que no has sido real. —Mi cuerpo está
experimentando una serie de sofocos, pero se me pone la piel de gallina
en ambos brazos y de repente tengo una nueva apreciación por esos
años de menopausia por los que pasó mi madre—. Simplemente, es que
nunca hemos sido solo nosotros. Siempre ha sido mi zoológico de familia
interviniendo, haciendo comentarios astutos y empujándote hacia mí. No
lo sé, creo que solo quería algo que sabía que era cien por ciento sobre
mí. Quería a alguien que me persiguiera y me amara por sí solo. Y no... no
sé si alguna vez podré tener eso contigo. —Agacho la cabeza, sintiendo
que debería alejarme pero queriendo permanecer cerca de él—. Sé que
esto suena ridículo y juvenil, y probablemente lo sea. Pero al menos es
honesto.
Debe haberme rodeado con el brazo en algún momento, porque
una mano aprieta mi espalda mientras la otra acuna mi mejilla. Todo en
él es tan cálido y sólido. Tan reconfortante.
—Elle, sé que parece que tu familia siempre está en medio de todo.
Entiendo que te preguntes si algo de lo que hago es de mi propia
elección o algo creado por uno de ellos. Pero puedo prometerte que,
todos mis sentimientos, todos mis pensamientos sobre ti son míos. Amo a
tu familia, y espero estar siempre cerca de ellos, pero no son nada para
mí comparados contigo. —Sus ojos se cerraron por una fracción de
segundo, como si se estuviera preparando para algo—. Pero quiero lo
mismo de ti. Quiero saber que si nadie de tu familia estuviera involucrado,
y solo fuéramos tú y yo, sentirías lo mismo.
Nuestros rostros están a centímetros de distancia, y nuestras
respiraciones se entremezclan. Tiene ese olor fresco a colonia que he
catalogado como el mejor aroma del mundo, y la tela suave de su suéter
me rodea como una manta cálida. Todo lo que haría falta sería levantar
la cabeza un centímetro y nuestras bocas se encontrarían.
Mi alma está cantando sí. Todas las fuerzas gravitacionales del
mundo actúan sobre mí, atrayendo mi cuerpo hacia el suyo. Pero diez
años de reservas, diez años reprimiendo mis sentimientos son un obstáculo
difícil de superar, y dudo.
Mi teléfono comienza a sonar en la encimera, sus vibraciones son
como una mosca molesta zumbando por la habitación. Lo ignoro. No
tengo la capacidad mental en este momento para hablar con mi mamá
o mis tías o quien sea que esté intentando comunicarse conmigo.
Desafortunadamente, quien está al otro lado de la línea no siente
lo mismo. Hay un segundo en el que el zumbido se detiene y digo:
—Oliver...
Entonces, el zumbido comienza de nuevo y maldigo en voz alta.
Oliver deja caer una de mis manos, con un atisbo de sonrisa en sus
labios.
—Debe ser importante —dice, alcanzando el teléfono. Lo levanta
y mira la pantalla, y puedo ver literalmente el momento en que se apaga.
Con el rostro tallado como una losa fría, me lo ofrece con la pantalla
hacia arriba.
Puedo ver al otro lado el nombre Danny en letras negras.
—Parece que tu novio quiere hablar contigo —dice Oliver, dejando
caer mi mano y dando un paso atrás.
Siempre he escuchado esa descripción en la que una situación
hace que alguien se congele, pero esta es la primera vez que
experimento esa sensación en la vida real. Mi cuerpo no puede moverse.
Cada nervio, cada músculo está en este estado de limbo de indecisión.
Oliver claramente no tiene ese problema cuando se da vuelta.
—Parece que tienes todo controlado aquí. Te veré en la casa de la
tía Sharon.
Y luego se ha ido.

He pasado casi toda la Nochebuena, una de mis noches favoritas


del año, en la bruma.
Terminé con éxito la salsa de caramelo (y aprendí que si en realidad
quieres dominar una receta, la clave es arruinarla varias veces de
antemano). Pero aparte de eso, pasé la mayor parte de la tarde
manteniéndome ocupada. La casa de mi tía es un circo que no me da
la oportunidad de realizar la introspección profunda que necesito con
desesperación. Y no hay manera de que esté lista para hablar con Oliver
sin pensar las cosas detenidamente.
Por fortuna, mi mamá y mis tías están tan preocupadas de que la
comida sea perfecta que no pierden el aliento conmigo mientras corto
hierbas diligentemente y remuevo salsas de último momento a medida
que ellas revolotean por la cocina como un grupo de gallinas graznando.
Oliver debe tener un plan similar al mío ya que se mantuvo
involucrado en varias actividades toda la noche, todas en lados opuestos
de la habitación donde yo estaba.
Por desgracia para él, conozco sus tics nerviosos. Su crujido de
nudillos está a toda marcha, y se ha pasado los dedos por el cabello
tantas veces que casi lo tiene de puntas. Aunque, ¿quién puede
culparlo? No es exactamente como si estuviera saltando allí, intentando
arreglar el escupitajo gigante en el que he convertido nuestras vidas.
Después de la cena, soy la primera en ofrecerme voluntaria para
lavar los platos.
—¿Estás segura de que esos panecillos no arruinaron la comida? —
pregunta mi mamá mientras entra a la cocina unos minutos después.
Esta es probablemente la decimoquinta vez esta noche que me
pregunta esto. Sumerjo otra cacerola en el fregadero con jabón frente a
mí.
—Mamá, los panecillos estaban deliciosos. Si no me hubieras dicho
que fueron comprados en la tienda, no tendría idea. —Levanto las
cejas—. Aunque, aun me sorprende que hayas podido encontrarlos con
tan poca antelación.
Se preocupa efusivamente doblando los paños de cocina frente a
ella.
—¿Mamá? ¿Cómo conseguiste estos panecillos?
Me desestima con la mano.
—No te preocupes por eso. Pero como consejo, si alguna vez te
encuentras en una situación difícil, tener algunos dólares a mano nunca
está de más cuando lidias con el departamento de panadería.
Apenas contengo la risa. Solo mamá sobornaría al personal de la
panadería en Nochebuena.
—Además, hiciste un gran trabajo con el pudín de caramelo
pegajoso. Mucho mejor que lo que hizo la tía Lisa el año pasado, pero no
le digas que dije eso.
Sacudo la cabeza y tomo otra sartén
—Mamá, no diré ni una palabra.
La mujer en cuestión entra a la cocina acompañada de la tía
Sharon.
—Señoras, no quiero alardear, pero esa fue una comida exitosa, si
es que alguna vez he servido una. —Deja una pila de platos sucios de un
kilómetro de altura a mi lado y de repente me arrepiento de mi decisión
de encargarme de los platos.
—Incluso Autumn tomó dos porciones (siempre fue un peso ligero)
y Oliver me dijo que fueron las mejores papas gratinadas que jamás haya
probado.
Todos emitimos los aplausos apropiados ante su declaración.
—Hablando de Oliver —dice la tía Sharon, apoyándose en la
encimera como si se estuviera preparando para una conversación
larga—, ¿qué les pasó a ustedes dos ayer en la villa de retiro? —Agita las
cejas—. Un segundo estaban armonizando conmigo cantando «Silent
Night» y al segundo siguiente, tanto tú como él se habían ido. Una
persona más fisgonea podría preguntarse qué estaban haciendo ustedes
dos.
No sé si será posible encontrar una persona más fisgona, pero me
guardo esa opinión. Necesito cortar esto de raíz porque no estoy en
condiciones de lidiar con ningún tipo de burla en este momento.
—Uno de los asistentes preguntó si podíamos ayudar en la sala de
juegos. Tenían poco personal y querían algunas personas más para
entretener a los miembros. —De acuerdo, tal vez sea una mentira
piadosa, pero a veces el fin justifica los medios—. No pasó absolutamente
nada interesante.
Debe haber un matiz en mi tono, porque mi madre hace un gesto
con la mano derecha sobre su garganta. La tía Lisa retoma la
conversación contando una historia sobre el último partido de
baloncesto de su hijo.
Vuelvo a lavar. Tal vez me inventé la parte de un trabajador
pidiendo la ayuda de Oliver y la mía, pero aparte de eso, todo lo que dije
era completamente cierto. No había pasado nada entre él y yo, ni ayer
ni en ningún otro momento antes. Y todo era por mi culpa.
Pienso en la forma en que me había mirado esta noche, en la forma
en que sus cejas se juntaron y su boca se presionó en esa línea delgada
cuando tomó mi teléfono.
¿Mi familia ha tenido razón todo el tiempo? ¿Sus años de
empujarnos a Oliver y a mí a estar juntos han sido porque en realidad
somos perfectos el uno para el otro?
Me gusta pensar que soy una persona sensata. Que sopese los pros
y los contras antes de tomar decisiones y emitir juicios. Pero quizás esta
vez he dejado que mi orgullo se interponga en mi camino. Quizás mi
renuencia a dejar que mi familia me ayude, a escuchar sus consejos, me
ha impedido ver la razón que tienen. Porque al final del día, no es que su
influencia importe de verdad. Oliver y yo somos adultos, y podemos tomar
decisiones por nosotros mismos.
Entonces, ¿por qué los uso como excusa?
Miro al otro lado de la habitación, y encuentro a Oliver preparando
una partida de ajedrez con mi tío Marlo. Pienso en la forma en que
jugaba a los dinosaurios con mis sobrinos antes de cenar para que
Autumn pudiera tener un descanso. La forma en que escuchó a mi primo
Logan hablar durante la mitad de la comida sobre su carrera como
jugador de videojuegos (y uso el término carrera de manera muy vaga).
La forma en que felicitó a mi mamá y a mis tías por toda la comida,
haciendo que cada una de sus caras se sonrojara de orgullo.
Él es perfecto.
Él es todo lo que podría desear.
Y ya dejé de hacer el ridículo con toda esta situación. Ya terminé
de contenerme.
Dejo caer la pila de platos en el fregadero, provocando una
marejada de agua jabonosa que salpica la encimera.
Mamá agarra un doble puño de paños de cocina.
—Elle, ¿estás bien? —pregunta, con la boca apretada en una línea
de preocupación.
Le doy una sonrisa amplia, la primera que tengo ganas de regalar
en toda la noche.
—Sí, creo que de hecho voy a estar bien.

Pensar que voy a hacer algo y hacerlo en realidad son dos cosas
completamente diferentes.
Paso el resto de la noche haciendo este tipo de baile de ida y
vuelta con Oliver. Estoy intentando encontrar una oportunidad en la que
podamos estar al menos medio solos, y estoy bastante segura de que él
está haciendo todo lo contrario.
Vemos la última versión de El Grinch que robó la Navidad, jugamos
un emocionante juego de charadas (aunque algo borracho),
escuchamos a mi papá leer la historia navideña de la Biblia (en la que
decide parafrasear dos versículos) e incluso tomamos una segunda ronda
de postres para todos, y aun así, no tengo oportunidad para hablar con
Oliver.
No es hasta que Autumn finalmente afirma que sus hijos necesitan
irse a la cama antes de que llegue Santa que la gente hace algún
movimiento para irse.
Estoy observando a Oliver como un halcón, esperando a que se
mueva hacia la puerta para poder saltar.
—Oliver, creo que es hora de que también nos vayamos —dice su
madre, y casi podría besarla, hasta que comprendo que necesito una
razón para separarlos a los dos sin ser demasiado obvia. El azúcar.
—Ah, Oliver —digo, acercándome a ellos—, ¿por qué no pasas por
nuestra casa de camino a tu casa, y puedo devolverte el azúcar que me
prestaste?
Lauren se detiene inestablemente ante mi voz.
—¿Qué azúcar?
Ya me estoy poniendo los zapatos.
—Tuve que pedir prestado un poco para el pudín de caramelo
pegajoso. Oliver me la trajo hoy. —No miro a propósito a Oliver a la cara
porque soy una gallina, y no puedo soportar preguntarme qué está
pensando en este momento. Los tres caminamos afuera, el aire frío de la
noche haciendo que mis pulmones se aprieten—. Iré adelante y buscaré
el azúcar —digo, esperando que esto le dé suficiente tiempo a Oliver
para acompañar a su madre hasta la puerta.
Las estrellas deben alinearse, porque cuando salgo por la puerta
de mis padres tres minutos después con una bolsa de cinco kilos en mis
brazos, Oliver está parado solo en mi puerta.
Esto es todo. Es hora de mi discurso.
Una vez más, mi mente realiza su habilidad recién cultivada de
quedarse completamente en blanco.
Las manos de Oliver alcanzan la bolsa, sus dedos fríos a medida
que rozan los míos.
—G-gracias de nuevo por venir a rescatarme —digo finalmente.
—No hay problema.
Eso es todo. Ninguna sonrisa, ningún guiño, ningún chiste de
vecindad sobre pedir prestada una taza de azúcar. Mi resolución se está
debilitando.
—Oliver, sobre mi novio, sobre cuando estábamos hablando…
—Elle, no te preocupes por eso. Es agua pasada. —Apenas puedo
distinguir sus ojos, pero están mirando a un punto en la pared en algún
lugar por encima de mi hombro—. Dile a Danny que le deseo una Feliz
Navidad.
Sale del porche con eso, con paso fuerte y confiado, como si
supiera exactamente hacia dónde se dirige en la vida y cuáles son sus
planes.
Me apoyo contra el marco de la puerta y siento todo lo contrario.
Es como si me despertara la mañana después de una de mis fiestas
universitarias. Del tipo en el que te preguntas si todo lo de la noche
anterior sucedió de verdad o si solo fue un sueño.
Me doy la vuelta, y mis pies quedan atrapados por un segundo en
las sábanas. Es lo mismo que siento de mi relación con Elle. Atrapado.
¿Adónde se supone que debo ir desde aquí? Claramente, no hay
un camino romántico por delante, pero no puedo imaginarme volver a
ser simplemente su amable vecino platónico que ve en vacaciones y
funciones familiares al azar.
Libero mis piernas de una patada. Es mi culpa. He sido tan estúpido.
He pasado los últimos treinta años ignorando mis sentimientos por Elle
(bueno, tal vez no ignorándolos, pero al menos nunca actuando en
consecuencia), y entonces me presta medio segundo de atención, y voy
y lo arruino todo.
Es solo que… esta es la primera vez que Elle parece corresponder
en algo. En la escuela secundaria, era inmune a mis buenos modales y mi
encanto. (Aunque, para ser justos, era la secundaria, así que estoy seguro
de que no era tan encantador como pensaba).
Pero al encender el árbol, algo pareció cambiar entre nosotros.
Luego, estuvo nuestra conversación en la villa de retiro. También hubo
chispas por su parte, ¿no? Casi había ardido con las emociones rodando
por mi cuerpo. Y después estaba el anillo que había conservado. Para
cualquier otra persona, puede parecer algo aleatorio y sin sentido, pero
nada de lo que Elle hace es aleatorio. Hay una razón por la que conservó
mi anillo y, al parecer, decidí que anoche era el momento de obtener
respuestas.
Miro por la ventana, y noto que afuera aún está oscuro. Agarrando
mi almohada, la esponjo y luego la coloco debajo de mi cabeza.
Está bien. Elle y yo de todos modos nos iremos mañana. La clave es
simplemente salir adelante hoy, actuando lo más normal posible.
Probablemente por quincuagésima octava vez, dudo del regalo
que dejé ayer debajo de su árbol. Lo había dejado cuando llevé el
azúcar. Debería haberlo tomado al salir una vez que me di cuenta de
que todo había terminado para nosotros, pero se me había olvidado.
Por alguna razón, una parte pequeña de mí no quiere retractarse.
Quiero que Elle lo tenga.
Sacudo la cabeza y dejo caer otra almohada encima de mi cara.
A veces soy tan idiota sentimental, ¿no?
Lo bueno de tener una casa llena de adultos la mañana de
Navidad es que nadie se despierta al amanecer para abrir los regalos.
A menos que seas yo.
Aunque, no tiene nada que ver con lo que Santa puso debajo del
árbol. Voy a dejar que Oliver se lleve el mérito de este ataque de
insomnio.
Miro la hora en mi teléfono. Cinco y media. Me pregunto si Sophie
está despierta.
Obviamente no, y una buena amiga no la molestaría, pero no
debo ser una muy buena amiga.
Abro nuestro hilo de texto.
Elle: SOS
Pasa al menos un minuto antes de que ella responda, y puedo
imaginarla rodando en la cama, maldiciendo ligeramente al darse
cuenta de la hora que es.
Sophie: Será mejor que te estés muriendo para escribirme tan
temprano.
Elle: ¿Cuenta si me estoy muriendo emocionalmente?
Sophie: No.
Sonrío y la ignoro.
Elle: Oliver y yo estuvimos solos anoche porque había arruinado el
caramelo del pudín de caramelo pegajoso y necesitaba más azúcar, así
que le pedí que me trajera un poco de la casa de su madre mientras
todos los demás estaban en la casa de mi tía.
Sophie: Esa tiene que ser una de las frases más largas que he visto
en mi vida. Casi muero por falta de oxígeno al leer eso en voz alta.
Sophie: Además, ¿estás sufriendo un ataque de nervios porque
estuviste a solas con el hombre de tus sueños? Esto no se siente digno de
escribirle a tu mejor amiga a las 5 a.m.
Sophie: Ex mejor amiga. Estoy bastante segura de que me
despertaste en medio de mi etapa REM del sueño.
Elle: No había terminado. Presioné enviar demasiado pronto. Y son
las 5:30, no las 5 a.m. De todos modos, Oliver me golpeó con todas estas
preguntas sobre por qué aún tengo su anillo y lo que siento por él, ¡y no
supe qué decir!
Sophie: Entonces, ¿qué dijiste?
Elle: ¡Ni siquiera lo sé! Alguna tontería sobre no saber si sus
sentimientos por mí eran reales o si eran el resultado de que mi familia me
presionara contra él durante quince años.
Sophie: Bueno, ese es un argumento ridículo. Elle, es un hombre
adulto. Las opiniones de tu familia no son la fuerza impulsora de sus
decisiones.
Elle: Gracias por tu apoyo. Me siento mucho mejor ahora.
Elle: Además, nunca conociste a mi familia. Pueden ser muy
persuasivos. Pero esa ni siquiera es la peor parte. La peor parte es que
cuando llamaste anoche (lo siento, me acabo de dar cuenta de que
nunca te devolví la llamada) fue justo en medio de su gran declaración.
Estoy 95% segura de que estaba a punto de besarme.
Elle: Quizás un 87% segura.
Sophie: ¿¿¿Qué???
Sophie: ¿¿Casi te besó y dejaste que una llamada telefónica tonta
se interpusiera en tu camino??
Sophie: Y acepto tus disculpas por no devolverme la llamada. Solo
me sentí un poquito ofendida.
Elle: Él fue quien levantó el teléfono. Y lo peor es que no sabía que
eras tú. Pensó que era mi novio falso porque cambié tu nombre a Danny
en caso de que alguien revisara mis contactos.
Sophie: En primer lugar, es como la tercera vez que dices «la peor
parte es». Necesitas aclarar tu historia. Y en segundo lugar, ¿quién
buscaría el nombre de tu novio en tu teléfono?
Elle: Claramente no tienes hermanos. El caso es que, huyó después
de eso.
Sophie: Está bien, está bien. Pensemos en esto. Creo que necesitas
encontrar a Oliver hoy (probablemente esperar unas horas más porque
puede que no sea tan indulgente como tu mejor amiga si lo despiertas
tan temprano) y tener una conversación seria con él. Dile que no tienes
novio, que en realidad lo amas y que quieres ser la madre de sus hijos.
Elle: No voy a decir eso.
Elle: Además, ¿volvemos al estatus de mejores amigas?
Sophie: Así es como te sientes, ¿no?
Sophie: Tal vez.
Mis dedos se ciernen sobre el teclado. Tiene razón. Amo a Oliver. Y
creo que lo amo desde hace mucho tiempo.
Elle: Sí.
Sophie: Entonces, ¿cuál es el problema?
Elle: No creo que él ya sienta lo mismo por mí.
Recuesto la cabeza contra la almohada; el cojín no ayuda a
calmar mi dolor de cabeza. Solo necesito levantarme y moverme.
Quedarme aquí, hirviendo por esto, no me hace ningún bien.
Elle: Ahora que te desperté correctamente, te dejaré en paz.
Vuelve a soñar con ciruelas azucaradas o lo que sea que Santa te vaya
a dejar en la media.
Sophie: Me encantaría recibir una tarjeta de regalo Visa.
Le envío una carita sonriente y luego guardo mi teléfono. Lo que
necesito es una taza de chocolate caliente. Nada alivia los problemas
como una dosis de azúcar. Además, me estoy congelando.
Agarro mis leggins de anoche y encuentro uno de esos suéteres
gruesos que mi mamá odia en mi maleta.
Hago un trabajo rápido calentando un poco de leche en el
microondas. Por suerte para mí, mi madre tiene una gran adicción al
chocolate caliente gourmet, por lo que termino con un sabor a trufa de
frambuesa.
Cinco minutos más tarde, me estoy acomodando en uno de los
sillones inmensos de nuestra sala de estar, frente al resplandeciente árbol
de Navidad. Es curioso para mí que mamá ponga el árbol aquí porque
es la habitación más pequeña y menos utilizada de nuestra casa, pero
dice que le encanta verlo brillar a través de las ventanas delanteras.
Miro fijamente la forma en que las luces rebotan en las bombillas y
el revoltijo de adornos. Recuerdo cuando era niña y discutía sin descanso
con mis hermanos sobre quién debía poner qué adornos. Es impactante
pensar que han pasado años desde que decoré un árbol de Navidad.
¿Eso es en lo que me estoy convirtiendo? ¿El familiar lejano que aparece
de vez en cuando en vacaciones o reuniones? ¿Alguna vez voy a
establecerme y tener tradiciones y una familia propia?
Un ruido a mi derecha me hace saltar hasta que veo a mi papá
entrando arrastrando los pies en la habitación con una manta sobre los
hombros.
—Te levantaste temprano —dice, sentándose en el otro sillón.
—Me encanta mirar el árbol así. —De hecho, era tradición mía y de
mi padre ser los primeros en venir y sentarse frente al árbol en las mañanas
de Navidad. No puedo creer que lo haya olvidado. Solía decir siempre
que era nuestro momento especial para contar los regalos y asegurarnos
de aprovechar al máximo a todos. Una sonrisa llena mi rostro ante el
recuerdo.
—¿Qué sabor hiciste? —Señala mi taza humeante.
—Trufa de frambuesa. Aunque, estaba dudando entre eso y
caramelo salado.
Él asiente, recostándose en la silla.
—Ambas son opciones sólidas. Te recomiendo mantenerte alejada
del chocolate blanco, tiene un regusto extraño.
Tomo un sorbo pequeño, saboreando el rico sabor sedoso en mi
lengua.
—La colección de mamá se está saliendo un poco de control. Casi
necesitas construirle un gabinete solo para las mezclas de chocolate
caliente.
Tiene los ojos cerrados, pero sonríe.
—Lo sé. Pero la hacen feliz. Y he aprendido que cualquier cosa que
la haga feliz, me hace feliz a mí.
No es la primera vez en mi vida que creo que algún día quiero una
relación como la de mis padres. Una relación llena de amor y respeto, y
de igual preocupación por la otra persona.
—Elle, ¿estás bien?
La pregunta me sorprende. Papá, aunque es uno de los mejores
hombres, generalmente se mantiene al margen de cualquier drama
familiar. Me llevo la taza a la barbilla, y dejo que el vapor me caliente la
cara.
—Sí, estoy bien. —Me permito una mirada rápida y lo veo
estudiándome.
—Es solo que, todos han sido un poco agresivos esta última semana
contigo y Oliver. Lo siento. Sé que te hace las cosas incómodas.
Sonrío, agradecida y triste al mismo tiempo por ver las líneas de
preocupación surcando su frente.
—Son un poco exagerados, pero no es nada que no pueda
manejar.
Él asiente, pero esas líneas de preocupación no desaparecen.
Puedo ver copos de nieve cayendo suavemente afuera, un
resplandor del sol naciente resaltando la ráfaga de copos de nieve. Si tan
solo pudiera congelar este momento y vivir en la tranquilidad pacífica en
lugar del caos en el que se ha convertido mi vida en los últimos días.
—Papá, ¿hay algo de lo que alguna vez te hayas arrepentido de
no haber hecho en la vida? —Dada la forma en que sus cejas se elevan,
lo sorprendí tanto como me sorprendí a mí misma por la pregunta.
—Arrepentido… ¿hay algo de lo que me arrepiento? —La manta
cae de sus hombros, pero él no parece darse cuenta—. Aun desearía
haber probado para el equipo de baloncesto en la universidad. Estoy
seguro de que nunca hubiera visto tiempo de juego, pero desearía
haberlo intentado. —Se frota una mano distraídamente de arriba abajo
por los pantalones de su pijama de franela—. Aunque, aparte de eso, no
creo que haya mucho. Aprendí desde el principio a buscar siempre las
cosas que quiero. Tu madre me enseñó esa lección. Ella siempre ha sido
una persona emprendedora. Me dijo que nunca consigues lo que quieres
solo sentándote, y creo que me lo he tomado muy en serio.
Asiento, pero no respondo. Sus palabras me recorren una y otra vez,
como mi lavadora cada vez que me olvido de llevar la ropa a la
secadora. ¿Es así como me sentiré por Oliver por el resto de mi vida? ¿Me
arrepentiré de haberme dado por vencida?
Se oye un crujido detrás de nosotros otra vez, y me giro para ver a
Rhett, frotándose los ojos con una mano mientras deja escapar un
bostezo largo.
—¿Ya han sacudido todos los regalos?
Un segundo después, Brett está detrás de él, empujando a su
gemelo fuera del camino.
—Para que todos sepan, los conté y tengo la mayor cantidad. —
Me mira con ojos tristes que sé que son falsos—. Lo siento, Elle, estás en el
extremo inferior del tótem. Al parecer, alguien no ha sido muy buena niña
este año.
Le arrojo un cojín, que él usa para amortiguar su cabeza a medida
que se acuesta en el suelo.
Uno por uno, el resto de mi familia va llegando. Mi hermano con sus
hijos, ambos aún en esa edad mágica y asombrada cuando se trata de
Navidad. Luego, Autumn hace su debut con dos tazas de café en mano,
una de las cuales le entrega a Noah.
—Fue una noche larga —es todo lo que dice mientras se recuesta
en el sofá.
Finalmente, incluso mi mamá baja las escaleras, con rulos en el
cabello y su característica bata felpuda.
—Muy bien, todos, así es como haremos esto —dice como si
estuviera dirigiendo el tráfico, lo cual, considerando que ha manejado la
apertura de regalos de Navidad desde hace treinta años,
probablemente eso es lo que siente. Procede a darnos órdenes a todos,
las cuales obedecemos sin cuestionar.
Una hora más tarde, la habitación parece que una bomba de
papel de regalo y cajas explotaron, y solo quedan unos pocos regalos
más esparcidos debajo del árbol.
Rhett lleva el conjunto de guantes y bufanda de color rosa intenso
que le compré (Brett recibió una versión morada a juego) y está cavando
debajo del árbol en busca de los últimos regalos.
—Elle, toma, hay uno más para ti. —Levanta una caja pequeña y
mira la etiqueta con el nombre. Sus ojos se abren como platos—. Es de
Oliver.
Si mi entrenador de atletismo alguna vez tuvo alguna duda sobre
mis capacidades para correr vallas, debería haberme visto ahora.
Saltando a través de la habitación como una gacela (o al menos en mi
mente; puede que haya aplastado o no varios regalos y personas en mi
camino), le arranco la caja de la mano.
A medida que veo la etiqueta de regalo, puedo escuchar
débilmente a mi mamá quejándose de fondo de que, después de todo,
debería haberle comprado un regalo a Oliver.
Mis dedos recorren el material suave de la caja, todo en la palma
de mi mano. ¿Qué podría haberme conseguido?
Bloqueo los ruidos del resto de mi familia. Solo soy yo, esta cajita
verde y mis manos temblorosas. Desato la cinta blanca, levantando muy
lentamente la tapa antes de jadear ante lo que veo dentro.
En el interior hay un pequeño anillo de metal. En realidad, es
sencillo, solo una banda plateada con el más pequeño grabado de un
corazón en un lado. Debajo hay una nota.
Reconozco los garabatos torpes de Oliver.
Elle,
Dado que han pasado casi diez años, probablemente sea hora de
que actualices el anillo del dispensador de dulces que te conseguí tantos
años.
Supongo que si vas a ocultarme un anillo de promesa, bien podría
ser un anillo de promesa adecuado.
Con amor, Oliver.
Cierro los ojos e inclino la cabeza hacia adelante, apoyándola en
la caja frente a mí. ¿Qué significa esto? De todos los momentos en los que
hay que ser críptico y cursi, este no es el momento. ¿Y cuándo puso esto
debajo del árbol? Dadas sus palabras de despedida anoche, parece
probable que lo haya hecho ayer. ¿Había querido venir a recogerlo
antes de que lo abriera?
Necesito respuestas.
—¿Qué es?
—Creo que es un anillo. No puedo ver. Su cabeza está en el
camino.
—¿Un anillo? ¿Un anillo?
Vuelvo al presente, un eco de las conversaciones susurradas
(bueno, no susurradas, palabras habladas a un volumen completamente
normal pero dichas en un tono de siseo) de mi familia detrás de mí. Me
giro justo cuando mi mamá se abalanza, y agarra mi brazo con la caja.
—¡Es un anillo! ¡Le propuso matrimonio! ¡Vamos a tener una boda!
—Comienza a bailar por la habitación, con las manos sobre la cabeza. El
resto de mi familia parece sorprendido, pero es un buen tipo de shock,
como cuando vas al supermercado y te das cuenta de que sus barras de
helado en realidad eran: compra una y llévate otra gratis.
Necesito poner fin a esto de inmediato.
Mantengo mis manos en alto.
—Esperen, no. No. ¡No es un anillo de compromiso! —Agito la nota
en el aire, aunque la mantengo firme porque no hay manera de que deje
que ninguno de ellos la lea—. Solo es un reemplazo del de plástico que
me compró hace tantos años. Eso es todo.
Mamá deja caer las manos y frunce el ceño.
—Espera, ¿por qué un hombre te regalaría un anillo si no es un anillo
de compromiso? Eso es lo más ridículo que he...
—Tal vez quiera empezar poco a poco —interrumpe Rhett—. Ya
sabes, empezar con el anillo de plástico y pasar a un anillo de metal. —
Me da una sonrisa maliciosa—. Tal vez algún día Elle conseguirá un
diamante real.
—No, tiene que haber un paso entre un anillo sin diamantes y un
anillo de diamantes. Como un zafiro o algo así. ¿Quizás un rubí?
Mis hermanos gemelos aman demasiado esto.
Mamá continúa argumentando que un anillo solo es apropiado
para un compromiso. Noah está presionando a Autumn para que mire
más de cerca el anillo, y mis dos sobrinos están vaciando metódicamente
todas las bolsas de basura llenas de papel de regalo.
Ignoro todo y me dirijo a la única persona en la sala que tiene algo
de cordura. Papá.
Me está mirando, con los labios fruncidos y las esquinas de los ojos
arrugadas como cuando piensa mucho.
Me acerco, y él toma mi mano con la caja y la gira para poder ver
el anillo dentro.
—Sabes, Elle, como dije antes, nunca obtendrás lo que quieres si
solo te sientas tranquilamente. —Me da un ligero apretón en la mano—.
Ve tras él, si eso es lo que quieres.
Un calor se extiende por mi pecho, y me doy cuenta de que tiene
razón. No puedo imaginar una vida sin Oliver. Aunque sigo intentando
escapar de él, siempre vuelvo.
Antes de que mi lado razonable y dubitativo pueda interrumpir, me
levanto de un salto y salgo corriendo por la puerta principal con la
pequeña caja verde en la mano. Estoy pisando la nieve recién caída con
mis pantuflas que definitivamente no son impermeables, el aire helado
atravesando mis leggins finos y mi suéter.
Como una especie de loca, llego a su puerta y la golpeo con
fuerza. Una. Dos veces. La adrenalina corre por mi cuerpo y todo se siente
agitado, como si fuera un grano de palomitas de maíz justo antes de
estallar. Espero en silencio durante unos segundos, sin escuchar nada.
Considerando que solo son Oliver y su mamá, me sorprendería si en
realidad estuvieran despiertos.
Por suerte, eso no me detiene. La manija está bloqueada, así que
vuelvo a golpear la puerta.
Esta vez, escucho un movimiento leve al otro lado, una voz que me
dice que vienen. Veo el rostro de Oliver entrecerrando los ojos a través
de la ventana acristalada al costado de la puerta, pero no puedo ver su
expresión. Luego, la manija gira.
Está parado frente a mí, vestido únicamente con unos pantalones
deportivos.
Nada más que unos pantalones deportivos.
Quiero decir, estoy segura de haber visto antes a Oliver sin camisa.
Obviamente. Pero fue en séptimo grado. Ese pecho cincelado y uno, dos,
tres, cuatro... demasiados abdominales para contarlos ciertamente no
estuvieron presentes durante aquellos juegos de Marco Polo en la piscina
comunitaria. Él se mueve, y decido en ese momento que los músculos
ondulantes son definitivamente mi lenguaje de amor.
No sé cuánto tiempo llevo mirándolo en silencio, pero hago lo
mejor que puedo para ocultar la baba metafórica que cae de mi boca.
—Feliz Navidad, Elle —dice Oliver, con voz un poco atontada—. Es
bueno verte tan... brillante y temprano.
Estoy intentando que mi voz funcione, pero parece que no se me
ocurre nada que decir. Se apoya contra el marco de la puerta y cruza
los brazos, lo que creo que es un juego de poder, porque hace que sus
bíceps parezcan aún más grandes e intimidantes. Estoy aquí por esto.
—¿Santa llegó temprano a la casa de los Carter? —pregunta con
expresión estoica.
Elle, aparta los ojos de su pecho. Trago pesado y cierro los ojos; de
esa manera hay menos distracción. Aprieto mis dedos sobre la caja
verde, sus esquinas clavándose en mi carne. La levanto, y abro la tapa
para que pueda ver el anillo en el interior.
—¿Ibas en serio con esto?
Él mira la caja, su boca apretada en una línea firme.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir —digo, abriendo los ojos y agitando las manos en el
aire—, ¿vas en serio con todo este asunto del anillo de promesa? Con
todo eso de «tus sentimientos por mí siempre han sido reales», y los
momentos cargados de tensión que hemos estado teniendo, y las dos
veces que juro que casi me has besado? —Estoy bastante segura de que
todo el vecindario puede oírme a estas alturas, pero estoy en un tren de
ida y no tengo planes de bajarme—. Nunca he sentido tal montaña rusa
de emociones en mi vida como en los últimos tres días. Así que, dime muy
claro, ¿cuál es tu propósito con esto? —Sostengo la caja más arriba para
que quede al nivel de su nariz.
Extiende una mano lentamente, y la envuelve alrededor de la mía,
bajando mi brazo hasta que la caja vuelve a mi cintura.
—Elle, si has estado en una montaña rusa emocional los últimos tres
días, es cien por ciento culpa tuya. Porque si hay algo que nunca ha
cambiado, son mis sentimientos por ti.
Si esperaba una confesión asombrosa, creo que la encontré.
—Si alguna vez pensé que había una posibilidad de que
correspondieras a mis sentimientos, sería mejor que creas que te habría
estado rogando que me aceptaras. Pero si hay algo en lo que has sido
constante en los últimos diez años, es en tu evidente aversión hacia mí.
Sus palabras se sienten como si alguien acabara de cambiar la sal
y el azúcar en un lote de galletas. Y lo peor es que, tiene razón. He hecho
todo lo posible para demostrarle a él y a mi familia que no estoy en lo más
mínimo interesada en el precioso Oliver Moore.
Él aún está hablando.
—Pero algo pareció diferente en este viaje. Has sido diferente. Es
como si finalmente me hubieras abierto un poco la puerta. Y será mejor
que creas que iba a meter el pie allí y mantenerla abierta.
Miro hacia abajo y me doy cuenta de que está sosteniendo mis dos
manos. Ni siquiera sé cuándo agarró la otra, pero sus pulgares están
frotando suaves círculos en mis palmas.
—Honestamente, lo único que me detiene es este novio tuyo.
Nunca hasta ahora me había disgustado tanto el nombre Danny. —Me
da una sonrisa pequeña antes de que desaparezca—. Porque si estás
con alguien, nunca cruzaría ese límite.
Sus palabras se desvanecen, y yo inhalo y exhalo como si los niveles
de oxígeno del mundo acabaran de agotarse. Es la hora. Es hora de
confesar y ser completamente honesta. Esto va a ser vergonzoso.
—Es falso. —No agrego nada más, esperando que lo deje así.
—¿Qué?
Maldita sea.
—Danny. Mi novio. —Suspiro—. Lo inventé porque estaba cansada
de que mi familia me presionara. Pensé que tal vez si tenía novio, lo
dejarían todo en paz. —Me muerdo el labio inferior, preguntándome si
cree que estoy loca—. Lo cual ahora sé que no es un elemento disuasivo
lo suficientemente fuerte para ellos.
Él sonríe, y esos hoyuelos estúpidos que amo más que a nada en el
mundo aparecen en sus mejillas.
—Tu novio es falso. —Las ruedas de su cabeza están girando casi
visiblemente—. ¿Supongo que no hay nadie más en tu vida? ¿Nadie real,
claro está? —Levanta las cejas.
Sacudo la cabeza, aun luchando por llevar oxígeno a mi cuerpo a
pesar de que dominé esta habilidad hace veintiocho años.
Me mira fijamente en silencio, formando bocanadas de aire blanco
entre nosotros debido a nuestra respiración.
—Si ese es el caso, mi última pregunta es… —hace una pausa por
una fracción de segundo—, ¿cuáles son tus sentimientos hacia mí?
¿Cuáles son mis sentimientos hacia Oliver? ¿Qué puedo decir?
¿Que es el hombre más perfecto que he conocido? ¿Que es amable,
bueno, dulce, decidido y todos los demás adjetivos positivos que existen?
¿Debería simplemente sentarme aquí y derramarle un cumplido tras otro?
Probablemente se lo merece después de todos los años de frialdad que
le he dado. Lo miro a los ojos y veo la vulnerabilidad allí.
No, le diré lo único que sé que quiere oír.
—Oliver —digo, dando un paso hacia él—, eres el único al que he
amado. Eres el único que puede hacerme reír lo suficiente como para
hacerme orinar en los pantalones. Eres el único que puedes volverme
loca crujiéndote los nudillos y burlándote, pero nunca lo suficiente como
para hacerme enojar de verdad. Eres el único en este mundo que puede
manejar a mi loca familia y no correr huyendo despavorido. Eres el único
que he acechado en línea los últimos cinco años, desesperada por saber
todo lo que pueda de ti, y al mismo tiempo pareciendo lo más
desinteresada posible. —Doy otro paso, borrando cualquier espacio
entre su pecho duro y aún desnudo y yo. Levanto los brazos y los apoyo
cómodamente sobre sus hombros y alrededor de su cuello—. Eres el único
con quien quiero pasar el resto de mi vida —digo, mi voz un susurro suave.
No sé si termino esa última palabra antes de que su boca esté sobre
la mía. Sus brazos fuertes me rodean, apretándome contra él como si
tuviera miedo de que escapara. Su beso es audaz y explosivo, como si
hubiera estado soñando con esto durante años. Sus labios suaves
explorando los míos sin dudarlo, y lo quiero todo.
Me inclino hacia él, necesito acercarme a pesar de que no hay
una molécula de espacio entre nosotros. Mis dedos peinan su cabello y
mientras inhalo su familiar aroma limpio, decido en ese mismo momento
que nunca cambiará su marca de gel de baño por el resto de nuestras
vidas.
Es solo después de unos segundos, ¿o son minutos? ¿Horas?, que lo
escucho.
Aplausos.
Me aparto y miro por encima del hombro, sin saber si reír o llorar por
lo que tengo delante. Alineada en la nieve como un grupo de reporteros
está mi familia. Mi mamá llora en los brazos de mi papá, y mis hermanos
silban y gritan:
—¡Ya era hora!
Noah está animando a medida que esquiva las bolas de nieve de
sus hijos, e incluso Autumn se ha unido a los malos hábitos de mi familia y
está grabando todo en su teléfono.
Vuelvo a mirar a Oliver, que sonríe sin vergüenza. Levanta el puño
en el aire y suelta un grito de victoria antes de atraerme hacia su casa y
cerrar la puerta.
—Lo siento mucho… —empiezo a decir, completamente
mortificada, pero él me silencia con un beso.
—No. —Retrocede un centímetro—. Acabas de darle a toda tu
familia, especialmente a tu madre, el mejor regalo de Navidad de todos
los tiempos. —Él sonríe, sus ojos aún en mi boca—. Pero creo que eso fue
suficiente espectáculo para ellos. Ahora quiero al resto de ti para mí.
Justo cuando se inclina de nuevo, se oye el sonido de pasos.
—¿Qué es todo ese... oh Dios mío? ¡¿Finalmente está sucediendo?!
—La voz de la madre de Oliver grita detrás de él.
No creo que escapar de nuestras familias sea alguna vez una
posibilidad.
ílogo
—Sabes, para ser minimalista, seguro que tienes muchas cosas —
gruñe Oliver mientras apila otra caja junto a mi puerta.
—Todas estas cosas se mudarán a tu apartamento en
aproximadamente una semana —digo, agitando mi anillo con
incrustaciones de diamantes, cortesía de él, en el aire—. Así que será
mejor que te acostumbres.
Gime, pero regresa por otra caja.
—Entonces, ¿alguna vez tuviste noticias de esa empresa de bienes
raíces? —llama desde la otra habitación.
Sonrío y miro las paredes desnudas de lo que solía ser mi
apartamento.
—Sí, ayer me hicieron una oferta.
Escucho un grito seguido de un estrépito.
—¿Estás rompiendo mis cosas? —grito a medida que meto libros en
una caja.
—De todos modos, no te gustaba ese marco —dice cuando
regresa.
Me pongo de pie de un salto.
—¡Oliver! Si vas a romper todo…
Silencia mi protesta con un beso, aunque me resisto durante al
menos medio segundo, lo cual creo que es admirable dadas sus
habilidades para besar. Habilidades que he probado con bastante
frecuencia durante los últimos seis meses.
—Entonces, con mi negocio de jardinería, la ferretería y esta
empresa de bienes raíces, eso debería ponerte casi al máximo de tu
capacidad en términos de trabajo, ¿verdad?
Asiento, mis brazos deslizándose alrededor de su cintura.
—Supongo que estás obteniendo exactamente lo que querías
desde el principio —le digo, dándole una sonrisa—. Trabajo de
contabilidad gratuito.
—Sin mencionar una futura esposa sexy. Soy todo un hombre con
conocimientos de negocios.
Mi puerta principal se abre y una voz fuerte grita:
—Han llegado los refuerzos. ¡Ah, ew, asqueroso! ¿Pueden
conseguirse una habitación o algo así?
Pongo los ojos en blanco mientras Rhett finge cubrir los suyos. Me
acerco y le doy un abrazo a mi hermanito, aunque en realidad es una
cabeza más alto que yo.
—Un día te enseñaré sobre los pájaros y las abejitas. Pero por ahora,
gracias por venir a ayudar.
Me rodea con un brazo y me devuelve el apretón.
—Sé que Oliver está un poco avanzado en años. No quiero que se
lastime la espalda por cargar una sartén o algo así.
Oliver se acerca y le aplica una llave de cabeza a mi hermano justo
cuando hay otro golpe en la puerta de mi casa. En realidad, Rhett acaba
de irrumpir, así que supongo que esta es la primera vez que llaman.
Del otro lado está Sophie con una bolsa de comida humeante en
una mano y un rollo de cinta adhesiva en la otra.
—Lo sé, lo sé, puedes agradecerme por haberme traído el
almuerzo más tarde —dice, deteniéndose en seco cuando ve el
combate de lucha libre en mi sala vacía.
—Muchas gracias por venir. —Me giro y chasqueo los dedos hacia
Oliver y Rhett—. Oigan, ¿podrían dejar de comportarse como niños de
cinco por un segundo?
Oliver es el primero en levantar la cabeza.
—Hola, Sophie. —Le da a Rhett un último empujón mientras se pone
de pie.
Rhett se da vuelta, y sé el momento en que sus ojos se posan en mi
amiga impresionante, porque se abren tanto como esas sartenes de las
que estaba hablando.
Salta en un solo movimiento, con una mano extendida y una sonrisa
juguetona en su rostro.
—Bueno, hola. No tenía idea de que el resto de la compañía de
mudanzas fuera tan atractiva. Es bueno saber que la fea cara de Oliver
no es lo único que tendré que mirar toda la tarde.
La cara de Sophie se ha vuelto de este lindo tono rosado y puedo
decir que no sabe cómo responder.
La salvo.
—Sophie —digo, empujando a mi hermano un paso atrás a
propósito—, este es mi hermano, Rhett. Nos está honrando con su
presencia para ayudarme a mudarme. Rhett… —digo, poniendo un tono
en mis palabras con la esperanza de que deje de actuar como siempre—
, esta es mi mejor amiga en el mundo, Sophie. —Se me ocurre una idea y
no puedo evitar la sonrisa que se extiende por mi rostro—. Aunque, la
conoces más formalmente como Danny.
Los ojos de Rhett se estrechan por un minuto antes de abrirse en
comprensión. Le envía un guiño a Sophie.
—Sophie, nunca me había sentido tan feliz de conocer a una
conocida de mi hermana.
Sobre la autora

Summer Dowell es una autora de comedia romántica además de


su trabajo principal, que es ser madre de sus seis hijos. Está obsesionada
con leer y crear historias en su tiempo libre. Sus otras habilidades más
destacadas incluyen hacer un sándwich de mantequilla de maní y
mermelada y lavar grandes cantidades de ropa.
Summer tiene una licenciatura en marketing empresarial de la
Universidad Brigham Young.
Actualmente reside con su familia en el sur de California.
Cré
Moderación
LizC

Traducción
LizC

Corrección y revisión final


Flochi

Diseño
Bruja_Luna_

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