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T S ELIOT
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A Laura y Cristina
por ser.
A Cristian y Joan
por estar.
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A mis padres
a mis hermanas
por lo que me dan.
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—Pronto estarán aquí tus amigos para vestirte, así que, pre-
párate.
—De acuerdo —contesté—.
Al levantarme de la cama, mientras la figura de mi madre iba
desapareciendo por el pasillo, me encontré, de nuevo, con el
traje de novio. En aquel momento tuve una sensación extraña
mirando aquella ropa que cambiaría mi vida completamente.
—No deberías casarte —resonó una voz muy fuerte en mi
cabeza—.
—No deberías casarte …
De repente el sonido de mi teléfono móvil me devolvió a la
realidad. Un momento antes estaba recordando mi boda y un
segundo después, un teléfono móvil reclamaba mi atención
¡veinte años después!
¡Como pasa el tiempo! —pensé mientras intentaba averiguar
quién me estaba llamando—.
“LOLI MOVIL” era el dato que aparecía en la pantalla. ¡Que
causalidad! —pensé—. Hacía unas semanas que quería hablar
con ella, pero no me había decidido todavía, y ahora era ella
quién reclamaba mi atención.
Habían transcurrido algo más de diez años desde el día que
nos vimos por primera vez. Desde ese momento nació en mi
una atracción muy especial hacia ella que no lograba entender.
Han tenido que pasar muchas cosas, y mucho tiempo, para
que pudiera conocer a un nivel muy profundo y aceptar desde
el corazón, de donde venía esa atracción y porqué. Finalmente
he logrado comprender que en la vida todo tiene su “sentido”.
Nada es casual. Todo lo que pasa es una maravillosa “causali-
dad” cuando somos capaces de verlo a través de los ojos del
corazón.
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—Al año que viene —les dije—, cumpliré 50 años. Es algo muy
importante para mí porque, seguramente, no viviré otros 50.
Así que me he propuesto realizar 50 viajes, dar 50 abrazos de
verdad, disfrutar 50 comidas y 50 cenas con verdaderos amigos,
vivir “50 formas de amar” y, por supuesto, tener 50 recaídas de
mi enfermedad. Todo ello antes del día de mi cumpleaños.
—“50 formas de amar”… —repitió con un tono algo cómico
Cristina—, no está mal papá, aunque no se si lo vas a conse-
guir…
—Seguro que si —intervino Laura—. Últimamente está muy
fuerte…
Y los tres nos unimos en una fuerte carcajada.
Cristina se levantó de la silla y se dirigió hacia el sillón donde
estaba su bolso.
—Te va a gustar lo que te he comprado, papá —me dijo—.
Traía una especie de revista, de pequeño tamaño, que dejó
sobre la mesa. Es para tí. Estoy segura de que te va ayudar en
tus 50 viajes. Claro que para tus “50 formas de amar” lo tendrás
que solucionar tú solito…
Nuevamente una fuerte carcajada resonó en la habitación.
Se trataba de la revista ”Aloha”. En la portada aparecía: “Espe-
cial Viajes. 50 nuevas rutas por la Península Ibérica más bella y
sorprendente. Las excursiones más desconocidas para disfrutar
en soledad, hacia tu interior”.
La primera de las rutas me llamó poderosamente la atención.
Se trataba del Parque Rural de Teno, en Tenerife.
—Bueno, nos vamos ya. Hemos quedado con Jaume para ir
a comprar ropa —dijo Cristina mientras me daba un beso y
miraba a Laura—. Nos vemos mañana. Cuídate mucho papá.
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—¿Cómo dices?
—Suspiró muy lentamente. Hizo una pequeña pausa. Me miró
fijamente a los ojos y lo volvió a repetir.
—Este es un lugar precioso, lleno de vida, naturaleza y mar.
Nos volveremos a ver nuevamente aquí, en las Islas Afortunadas
muy pronto, pero tendrás que visitar otros lugares antes de vol-
ver a ver mi Isla.
—Bueno. Si tú lo dices nos volveremos a ver. Encantado de
haberte conocido. Mi nombre es Miguel.
—Encantada de conocerte, Miguel. Mi nombre es Alba.
Un escalofrío recorrió mi espalda de arriba abajo. Miré hacia
Luis. No podía articular palabra.
—Bueno espero que tengáis un buen viaje a la península.
Ucero os espera.
—Muchas gracias por todo.
—Muchas gracias , Alba.
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señal, pues nos será muy útil para comprender todo lo que voy
a contaros. Contemos ahora siete piedras desde la esfera supe-
rior del grabado. Pero en esta ocasión hacia la izquierda.
En mitad de aquella nueva piedra se podía divisar una señal.
Era como la huella de un ave.
—Es la forma de la pata de una oca —nos dijo—. Ahora ya
tenemos toda la información para dirigirnos hacia la gran cueva.
El paisaje en este lugar era maravilloso. Parecía que el tiempo
se había detenido mientras nos dirigíamos hacia allí. El rio for-
maba un recodo donde el agua se embalsaba, dando la sen-
sación de estar en un jardín exótico oriental. Unos inmensos
olmos franqueaban la entrada de la cavidad. Por la parte mas
estrecha del rio había un pequeño puente que salvaba la distan-
cia entre las dos orillas.
Al acercarnos, pudimos comprobar el gran tamaño de la cueva
que teníamos delante. Antes de entrar nos sentamos en el suelo
y nuestro acompañante empezó hablar.
—Quiero contaros algo. Mi nombre es Ángel y llevo muchos
años estudiando la historia de los Templarios. La verdadera his-
toria no es la que se ha escrito o la que se tiene como oficial,
sino la que ni se escribe ni se cuenta. Es la que se comunica de
corazón a corazón. Como ya os he dicho, para los Templarios,
todo el universo estaba constituido por tres distintas realida-
des. De hecho, también había algo así como tres tipos diferen-
tes de Templarios. Los religiosos, los guerreros y los místicos.
Los Templarios místicos estudiaban la energía del ser humano
y del universo. Les gustaba visitar lugares donde, desde la anti-
güedad, se celebraban oficios religiosos porque, por lo visto,
eran lugares donde existía una energía muy especial. Se dice,
incluso, que estudiaban la Cábala con los antiguos judíos. Se
trataba de una escuela de pensamiento esotérico relacionado
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me has dado.
Ya puedo morir tranquila.
No cambies nunca.
Un abrazo muy fuerte desde el corazón.
Alba.”
Una lágrima rodó por mi mejilla, y llegó al suelo. Descansa,
Alba —me dije—. Nos volveremos a ver. Estoy seguro. Nos vol-
veremos a ver.
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—¿Cómo dices?
—Digo que, antes de que te pusieras enfermo, me estabas
empezando a decir algo importante. ¿Te acuerdas?
—Sí —asentí lentamente—. Te estaba diciendo que, según me
dijo Mariano, la sensación de peligro que siento al estar junto
a ti, probablemente, era consecuencia del lazo de unión que
tienes con alguien. Con alguien que vive fuera.
Hice una pequeña pausa.
—Además, también me dijo que quizás no eres la persona con
la que yo voy a compartir mi vida. Que esa mujer, que todavía
no conozco, la encontraré en un viaje.
—¿Y tú qué piensas de todo eso?
—Bueno. Yo quería que Mariano estuviera totalmente equivo-
cado. Incluso, he puesto mi vida en riesgo por apostar por esta
relación cuando, desde el principio, parecía no tener futuro.
Contigo he pasado uno de los momentos más hermosos de mi
vida y, también, alguno de los más duros. Pero no me arrepiento
de nada. He aprendido mucho a tu lado. Me he pasado toda la
vida luchando y, desde luego, voy a seguir haciéndolo. Me va
a costar mucho, como casi todo en mi vida, pero estoy seguro
que lo voy a conseguir. No me siento orgulloso de estar enfermo,
pero, nunca más voy a avergonzarme de ello ni ante ti ni ante
nadie, como ya te dije anoche. Este que ves soy yo.
—No sé qué decirte, Jorge.
—Será mejor que no digas nada. Cuando el silencio vale más que
las palabras, no vale la pena decir nada. Creo que ya lo tenemos
todo dicho.
El viaje de vuelta parecía no tener fin. Finalmente llegamos a casa.
—Gracias por todo, Loli.
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—Gracias a ti.
—No ha sido como esperaba, pero, de alguna manera, es
como tenía que ser.
—Espero que te recuperes pronto y que encuentres a alguien
que te haga feliz. Yo no puedo ser. Me gustaría que, al menos,
podamos ser buenos amigos.
—Gracias Loli. Cuídate mucho. Creo que, en un futuro, podre-
mos ser buenos amigos. Ahora mismo necesito tiempo para
poner en orden mi mundo. En estos momentos mi vida está
patas arriba. Espero que lo entiendas.
—Lo siento —se despidió—.
—Yo también lo siento.
La puerta del coche se cerró y, junto con ella, mi relación con
Loli. Todo había acabado tan rápido como empezó. Lo habíamos
tenido todo y, ahora, no teníamos nada. Puede que, el todo y la
nada fueran las dos caras de una misma moneda. En este pre-
ciso momento lo estaba experimentando. Quizás ahora lo que
tocaba era sentirlo en primera persona con toda su intensidad.
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—Claro, Loli. Como bien dices, fue. Y estuvo bien pero, por
alguna razón, eso ya ha acabado.
—Te vas a ir en busca de la chica que te dijo Mariano, ¿ver-
dad?
—No voy a ir a buscar nada, ni a nadie. Si realmente hay
alguien que está predestinada a encontrarme, el tiempo ya lo
dirá. Ahora necesito todo el tiempo para mí.
—¿Crees que podrás cambiar de opinión más adelante?
—Creo que no. Lo siento. Lo hemos intentado y, finalmente,
hemos superado nuestro miedo a amar. Ese miedo a amar ha
estado junto a nosotros desde siempre y, al superarlo, nos ha
permitido vivir esta experiencia que, realmente, ha sido mara-
villosa. Para amar hay que ser muy valiente. Gracias por todo.
—Gracias a ti.
—Cuídate mucho.
El timbre de la puerta sonó de repente. Había quedado con mi
hermano Joan, pero todavía era muy pronto.
Descolgué el telefonillo del portero electrónico.
—Hola, Jorge. Soy Ángel. ¿Puedo subir?
—Hola, Ángel. Claro. Sube.
Poco después, la figura de Ángel entraba en mi casa.
—¿Que tal, Jorge? ¿Cómo te encuentras? No te veía desde
que te acompañé hasta aquí el día de tu caída con la bicicleta.
—Es verdad. Ya hace algún tiempo de todo aquello.
—¿Te recuperaste bien de la caída?
—La verdad es que, recuperar, puede que no sea el verbo que
mejor indique como me encontraba.
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—Estas son las reglas del juego. Todos los seres que, volun-
tariamente, decidimos jugar aquí nos regimos por las mismas
normas. Así, por ejemplo, al igual que tú has experimentado las
vivencias de Jorge y de Miguel, Joan ha experimentado también
las de Luis. La única diferencia es la ignorancia. Su mente toda-
vía no contempla esa posibilidad.
—¿Quién es Luis? —preguntó Joan—.
—Luis es el hermano de Miguel —contesté—.
—¿El hermano de Miguel? —volvió a preguntar Joan—.
—Aunque no lo creas, Joan, Luis eres tú.
—¿Estás seguro, Jorge?
—Completamente. No es algo que sé por lo que nos ha con-
tado Ángel. Yo hoy lo he podido experimentar. La información
intelectual de todas las cosas está bien tenerla. Pero no suelen
producir cambio alguno. Sirve para caminar, pero nada más.
Puede resultar curiosa e incluso, interesante, pero, todo lo
importante en este juego lo tienes que experimentar personal-
mente.
—Ahora tengo que irme —dijo, de repente, Ángel—. Tenéis
que estar preparados porque, la próxima semana, nos vamos
nuevamente de viaje.
—¿De viaje otra vez? —preguntó Joan—. ¿Dónde se supone
que tenemos que ir en esta ocasión?
—Tenemos que acabar todo este proceso en el final del
mundo. Donde la tierra se acaba —le dije—.
—¿Quién se supone que está ahora contestando? —preguntó
nuevamente—.
—Es Miguel —contesté—.
Joan parecía no comprender.
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—Chico listo.
Nuestras risas resonaron, nuevamente, por toda la Catedral.
La verdad es que no me equivocaba. Había algo dentro de ella
que me llamaba poderosamente la atención.
Cenamos deprisa y cogimos el último autobús hacia el hotel.
—Sara, sé que mañana saldrás pronto hacia Finisterre. Quiero
que sepas que me lo he pasado genial. Hacía tiempo que no
había disfrutado tanto.
—Yo también lo he pasado muy bien, la verdad.
—Nos vemos el domingo en Finisterre.
—Perfecto. Nos vemos el domingo en “El finis Terrae”
—Buen camino.
—Buenas noches.
Había amanecido con un cielo inusualmente despejado y el sol
ya empezaba a brillar.
—Buenos días, Ángel.
—Buenos días, Jorge ¿Que tal la visita de ayer por el centro de
Santiago?
—Muy interesante, la verdad. Nos lo pasamos genial.
—Estupendo.
—Voy a coger algo para desayunar ¿Te apetece algo?
—Gracias, Jorge. Ya he desayunado.
Me preparé un Té con limón y cogí algo de fruta. Me acerqué
de nuevo a la mesa donde estaba sentado Ángel.
—Buenos días, Joan, ¿Qué tal has dormido?
—Muy bien. Realmente lo necesitaba.
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—Estupendo.
Acabamos de desayunar y nos dirigimos hacia el municipio
gallego de Cabana de Bergantiños. Tras unos sesenta y tres kiló-
metros llegamos al parking del Dolmen de Dombate.
—Hoy vamos a realizar una visita privada al Dolmen de Dom-
bate. No suele estar abierto al público, pero hoy vamos a poder
ver su interior —nos dijo Angel—.
Dejamos el coche en el parking y nos dirigimos a la entrada
del Dolmen. En esta ocasión estaba totalmente cubierto para
protegerlo de las inclemencias ambientales.
El director del centro nos explicó nada mas entrar, que el Dol-
men de Dombate es una cámara poligonal ancha, formada por
siete ortostatos y un corredor de tres tramos.
Pudiera tratarse de un lugar funerario, —siguió con su expli-
cación—, aunque hay también indicios de que se utilizó como
lugar de rituales. Se encontraron treinta y seis pequeños ídolos
en el segmento inicial. Además, todas las losas, tanto las de las
cámaras como las del corredor, cuentan con pinturas y petrogli-
fos. Habitualmente no se permite la entrada en el interior del
Dolmen, pero Ángel me ha pedido el favor de autorizarlo en
esta ocasión. Tan solo os pido que tengáis mucho cuidado y,
por favor, no toquéis nada. Tenéis unos veinte minutos antes
de que se vuelva a abrir al público. Es todo lo que puedo hacer
por vosotros.
—No te preocupes Manuel —le dijo Ángel—. Es suficiente.
—Muy bien. Espero que disfrutéis. Nos vemos después.
Nada más entrar nos encontramos con los diminutos ídolos de
piedra, con cierta apariencia humana, que parecían proteger el
conjunto.
—Jorge, ahora es mejor que entres —me dijo Ángel—. No es
un sitio muy grande y no tenemos mucho tiempo.
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—Hola, Jorge.
—Hola, Sara. Que causalidad. Hemos decidido hacer el último
tramo a pie. ¿Qué tal te encuentras?
—La verdad es que estoy bastante cansada.
—¿Quieres dejar la mochila en el coche?
—Creo que será lo mejor.
Dejamos la mochila en el coche y los cinco nos dirigimos hacia
el final del mundo.
Mientras caminábamos, Sara empezó hablar.
—El Camino de Santiago es una experiencia que, a través del
dolor físico, te prepara para descubrir el dolor emocional, que
es en realidad, el que te abre las puertas de tu espíritu. Es como
si tu cuerpo, a la vez que te permite disfrutar de los placeres físi-
cos, te bloqueara el camino espiritual que te dirige al encuentro
contigo mismo. ¿No te parece curioso?
—Pues la verdad es que, últimamente, todo me parece muy
curioso. Pero he podido comprender que todo tiene su sentido
preciso, aunque a veces no lo podamos ver.
Las vistas eran impresionantes. El mar parecía unirse a un cielo
totalmente azul. Unas pequeñas islas aparecían y desaparecían
con el movimiento de las olas. Un pequeño monolito de granito
con una flecha amarilla indicando la dirección del faro, nos infor-
maba que ya solo nos quedaban 369 metros para nuestro destino.
Un poco rezagados, Joan y Ana seguían hablando. Se les veía
muy compenetrados. ¡Qué alegría me producía ver otra vez,
después de tanto tiempo, la felicidad en los ojos de mi hermano!
—¿Y tú qué tal estás? —me preguntó Sara—.
Muy bien. Aunque algo cansado. Esta noche no he dormido
—
mucho. Además, he tenido un sueño muy raro.
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—¿Raro?
—He soñado que me encontraba en una Isla. Curiosamente,
era como si yo realmente hubiera estado ya allí.
—¿Y recuerdas de que Isla se trataba?
—Bueno, no lo sé exactamente. Tan solo puedo recordar que,
tras bajar del avión, cogíamos un taxi blanco con una raya roja
en la puerta que nos dejaba en un hostal llamado Zafiros. Este
hostal estaba cerca de unas playas de color turquesa preciosas.
Después aparecía mi amiga María y me daba unas indicaciones,
muy importantes, que ahora apenas recuerdo, sobre ese lugar
y, sobre todo, su significado.
—Dices que “cogíamos un taxi”. ¿Quién estaba contigo?
—Eso también es muy curioso. Eras tú quien me acompañaba
en ese viaje.
—¿Y quién es María? Quizá ella sea la clave que nos indique el
verdadero significado de lo que estamos buscando.
—Mi hermano Joan, Rafael, Mónica, María y yo, formamos un
pequeño subgrupo, dentro de un grupo mayor de meditación.
Realizamos reuniones en las que, a través, básicamente, del
conocimiento oculto en los signos, señales y números, intenta-
mos incrementar nuestra consciencia. María es una mujer muy
intuitiva y una gran buscadora de su propio Ser. En alguna oca-
sión en la que, bien por problemas de salud o por trabajo, no
ha podido viajar con todo el grupo, por una extraña causalidad,
también ella ha experimentado lo mismo que nosotros. En el
momento en que los demás recibíamos la información objeto
de nuestro desplazamiento hasta ese lugar, ella también era
consciente de la misma. Su “doble cuántico”, como bien dice,
siempre está con nosotros. Tiene un gran corazón.
En ese momento llegamos al final de la Tierra.
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