Está en la página 1de 242

1

Es una traducción de fans para fans.


Ninguna traductora, correctora, editora o diseñadora recibe dinero a
cambio por su participación en cada uno de nuestros trabajos. Todo
proyecto realizado por nosotras es a fin de complacer al lector y así dar
a conocer al autor.

Si tienes la posibilidad de adquirir sus libros, hazlo como muestra de tu


apoyo. También puedes apoyarlo con una reseña, siguiéndolo en las redes
sociales y ayudándolo a promocionar su libro.

¡Disfruta la Lectura!
CONTENIDO
CRÉDITOS ................................................................................................................ 5
SINOPSIS .................................................................................................................. 6
INTRODUCCIÓN ..................................................................................................... 7
CAPÍTULO UNO .................................................................................................... 11
CAPÍTULO DOS .................................................................................................... 28
CAPÍTULO TRES ................................................................................................... 50
CAPÍTULO CUATRO ............................................................................................ 57
CAPÍTULO CINCO ................................................................................................ 69
CAPÍTULO SEIS .................................................................................................... 85
CAPÍTULO SIETE ................................................................................................. 96
CAPÍTULO OCHO ...............................................................................................113
CAPÍTULO NUEVE .............................................................................................121
CAPÍTULO DIEZ .................................................................................................135
CAPÍTULO ONCE ...............................................................................................141
CAPÍTULO DOCE ...............................................................................................152
CAPÍTULO TRECE ..............................................................................................163
CAPÍTULO CATORCE ........................................................................................172
CAPÍTULO QUINCE ...........................................................................................190
CAPÍTULO DIECISÉIS .......................................................................................202
CAPÍTULO DIECISIETE .....................................................................................209
EPÍLOGO ..............................................................................................................220
Este Libro Llega A Ti En Español Gracias A .......................................................242
CRÉDITOS
Hada Musa
Hada Nayade

Hada Tinkerbell Hada Anya


Hada Nerissa

Hada Anjana
Hada Nyx
Hada Ryu
SINOPSIS
Juré destruir a todos y a todo...

Él es el Pakhan de la Bratva rusa.


Ella ya no es la princesa de la Cosa Nostra.

Ella se convirtió en su redención.


Él se convirtió en la suya.

Pero la felicidad no duró mucho.


El enemigo se la llevó y lo despojó de su cordura.

Ahora nadie quedará de pie.


Él destruirá a todos.

Advertencia: Es necesario leer primero Pakhan’s Rose, antes de


empezar Pakhan’s Salvation. Este libro concluye la serie Pakhan Duet.
INTRODUCCIÓN
Mi amor... te has ido y la vida no es lo mismo sin ti. Los días, las noches,
todo se ha convertido en una larga pesadilla que no tiene fin. Solía creer que
vivía en el infierno en la tierra, y en cierto modo, así era. Pero el dolor que
experimenté durante mis años de cautiverio nunca podrá igualar al dolor que
siento dentro del corazón tan ferozmente que a veces me cuesta respirar.
Tus recuerdos me rodean allá donde voy o miro. La almohada aún
conserva tu olor, aunque ya no puedo enterrar la nariz en ella y fingir que yaces
a mi lado. He probado rociarla con tu perfume, pero no es lo mismo.
Nada es lo mismo sin ti.
Cada día tengo que tomar decisiones que me hunden más y más en una
espiral de oscuridad de la que no hay salida. Mi alma, empañada para empezar,
está destrozada y nada puede recomponerla.
Anoche destruí toda tu ropa y todos los cuadros que me recuerdan a ti... no
porque quiera olvidarte, amor mío... sino porque no soporto tenerlos en tu
lugar.
Escribo esta carta ahora, sentado en mi despacho mientras otro nombre
aparece en mi pantalla. Sí, sé que no querrías que siguiera el camino de la
venganza. Pero es el único camino que conozco.
En verdad creía que podía vivir sin felicidad. No la necesitaba, pero como
dice el refrán, no se llora por algo que nunca se tuvo.
Pero lo tuve.
Tuve tu amor, y él me lo arrebató.
Perdóname por escribirte esto, por expresar todas mis emociones y
exponer mi negro corazón. Pero estas cartas, la posibilidad de hablar contigo
mientras seguro me observas desde el cielo con una mirada de desaprobación,
es lo único que me mantiene lo suficientemente cuerdo como para funcionar.
A veces desearía que no nos hubiéramos conocido, porque así no tendría
que aprender a vivir en este mundo en el que tú ya no existes. Y sí, se siente casi
como hacer trampa, porque tú eras la mejor parte de mi mundo.
Mi corazón y mi cuerpo te pertenecen para siempre, Rosa. Ninguna mujer
tendrá jamás lo que tú tuviste. ¿De lo único que me arrepiento? No haberte
dicho lo mucho que te quiero. No haberte tomado antes para que pudiéramos
tener más tiempo. Y no tener a tu bebé... quizá si tuviera un pequeño bulto qué
cuidar y que me recordara a ti, no caería en el olvido de la locura.
Pero como aprendí hace mucho tiempo, la felicidad es un privilegio que no
todo el mundo tiene.
Te quiero, krasavica.
Siempre te querré.
¿Cómo podría no hacerlo? Mi corazón está enterrado para siempre
contigo.
Tuyo,
Dominic
Cerrando los ojos, arqueé la espalda para darle mejor acceso a mi cuello
mientras me mordisqueaba la piel, dejándome una sensación ardiente y
desconocida en todo el cuerpo. Mis manos intentaron acercarlo con
desesperación, aunque ya me tenía aplastada entre la puerta y su pecho. Su
erección me oprimió y gemí de necesidad, deseándolo dentro de mí, aunque
estaba mal.
Tan, tan mal.
Entrelazando las manos en su cabello, tiré de él para que levantara la cabeza
y me mirara con sus expresivos ojos ámbar que encerraban tantos secretos y un
deseo en el que podría ahogarme.
—¿Qué me estás haciendo?
Sin responder, me lamió los labios, exigiendo su entrada. Con un gemido, se
lo permití y su lengua buscó la mía mientras nos besábamos de forma tan
apasionada y posesiva que me dolían los pulmones por falta de oxígeno.
Mis manos bajaron hasta su pecho, donde sentí los rápidos latidos de su
corazón. Mis dedos desabrocharon lentamente su camisa, mientras él rodeaba su
cintura con mis piernas, levantando mi vestido rosa en el proceso para que no
nos separara nada más que mis bragas de encaje y sus pantalones de vestir.
Empujó hacia adelante, justo contra mi clítoris, y yo jadeé en su boca. Volví a
apoyar la cabeza contra la puerta y respiré el aire que tanto necesitaba mientras
él me arrancaba las bragas y se bajaba la cremallera de los pantalones.
Mordiéndome el cuello con dureza, murmuró:
—Mía.
Sin querer hablar, porque lo que estábamos haciendo era inaceptable a
muchos niveles, volví a besarlo mientras me penetraba con un movimiento
suave. Grité mientras me invadía una sensación de euforia. Empujando hasta la
empuñadura, se aferró a mi pezón, chupándolo con dureza a través del fino
material de mi vestido mientras yo lo abrazaba más cerca, más cerca, tan cerca
como pude.
—Dominic. —Mi susurro áspero detuvo su movimiento mientras tiraba del
lóbulo de mi oreja.
Susurró:
—Así se siente ser propiedad de un hombre, krasavica.
Al levantar la mano para acariciar su mejilla, mis ojos vieron el anillo de
compromiso de diamantes en mi dedo y me quedé helada cuando el frío
recordatorio de la realidad se coló en nuestro momento y lo rompió en
pedacitos.
¿Por qué?
Porque Dominic Konstantinov no era el hombre con el que tenía que
casarme en dos días.
Pero antes de que me juzguen por engañar a mi prometido, tengo que
empezar por el principio y explicar los acontecimientos que nos llevaron hasta
aquí.
CAPÍTULO UNO
UN AÑO DE DIFERENCIA

Dominic
New Bern, Carolina del Norte
Septiembre de 2017

Tragando de la botella de whisky que tenía en la mano izquierda, la derecha


pulsó el botón de repetición del ordenador para empezar a reproducir de nuevo
el vídeo.
Rosa tumbada en el suelo mientras los hombres de Alfonso le daban golpes
en la cara. Sus nudillos hacían un sonido familiar de crujido y rotura, mientras
sus risas resonaban en la habitación. Uno de ellos se quitó el cinturón y le dio
una fuerte bofetada en la mejilla con la hebilla metálica.
—Qué chica tan guapa. Lástima que tengamos que destruirla. —Otro
hombre le dio más patadas en las piernas mientras ella gritaba de dolor—.
Ruéganos que paremos —le pidió, y luego hizo una pausa. Pero cuando ella no
respondió, se inclinó, la agarró fuerte del cabello, le levantó la cara y se la
apretó entre los dedos, dejando moretones rojos en su hermosa piel
bronceada—. Morirás con tu orgullo. —Se echó hacia atrás, casi dispuesto a
escupirle en la cara, cuando le interrumpió una voz excitada.
—Basta, Bob —dijo Alfonso, saliendo de la esquina oscura y permitiendo
por fin que la cámara lo captara—. Necesito estar dentro de ella. —Se palpó la
polla y se lamió los labios—. Ya he esperado bastante. —Rosa apoyó las palmas
de las manos en el suelo, se levantó sobre ellas, pero de inmediato se desplomó
de debilidad. Apoyó la espalda contra la pared, con los ojos enormes de miedo
y asco, pero aún mantenía la barbilla alta. La sangre le goteaba de la nariz y se
mordió los labios, sin querer hacer ruido.
—Una princesa de la Cosa Nostra y la mujer del Pakhan —proclamó
Alfonso con avidez—. Nunca pensé que me follaría a una de esas. —Se lamió
los nudillos, saboreando su sangre, mientras gemía de placer. Sus ojos, en
constante movimiento, recorrieron su cuerpo y sus ropas, mejor dicho, lo que
quedaba de ellas. Los cabrones se las arrancaron, dejándola en bragas y una
tela blanca manchada, que solía ser su vestido. Hizo lo posible por cubrirse los
pechos con ella, aún en esta situación manteniendo el pudor—. Disfrutaré
probando su pequeña Rosa. —Lentamente empezó a quitarse la ropa, pieza a
pieza, y su repugnante piel cubierta de varias cicatrices, que parecían arañazos,
salió a la luz. Tenía un enorme tatuaje de dragón situado justo en medio del
pecho. Con sus armas recogidas de la mesa cercana apuntándole y un atisbo de
lujuria en sus miradas hacia Rosa, sus dos hombres se rieron entre dientes.
—Te arrepentirás de haberme tocado —advirtió ella con voz temblorosa,
intentando una vez más quitarse las cadenas de las manos, pero éstas no
cedieron—. Dominic te matará por ponerme una mano encima.
Alfonso sonrió satisfecho, aspiró su cigarrillo una vez más y lo tiró al suelo.
—Lo dudo, pero para cuando vengan el precioso papá y el novio, ya te
habrás familiarizado con mi polla unas cuantas veces. —Se palpó y gimió de
placer—. Sí, será una tortura exquisita para ambos. Se lo merecen. Me convertí
en un daño colateral en su guerra por ti. Ahora, me llevaré el botín. —Con esas
palabras, se abalanzó sobre ella y su grito de terror resonó en el sótano.
El vídeo se cortó, dejando mi reflejo en la pantalla oscura.
Mi dedo índice pulsó el botón Intro para volver a verlo.
Otra vez.
Otra vez.
Otra vez.
Hasta que se acabaron las dos botellas de whisky que tenía a mi lado. Con
un rugido, las lancé contra la pared mientras golpeaba la máquina con los puños.
Dominic te matará.
Dominic me salvará.
Dominic.
No salvé a mi chica. No llegué a tiempo para detener la locura de este
hombre.
Ella se convirtió en un daño colateral en la guerra que yo no tenía ni idea de
quién había empezado ni por qué.
Una vez que me sangraron las palmas de las manos y los nudillos,
despertando al menos alguna emoción en mi interior, me levanté, pisando todos
los cristales rotos, agradeciendo el escozor que proporcionaban a mi magullada
piel. Exploré el sótano de Alfonso por millonésima vez, buscando alguna pista
para poder infligir un dolor insoportable a todos los implicados en la
organización que operaba detrás de este loco.
Ningún cabrón podía hacer esto solo, y para empezar no era muy listo.
El FBI encontró todo lo que pudo: vídeos, varios dispositivos de tortura,
huellas dactilares y fluidos corporales con luces ultravioletas. Ropa, lubricantes,
condones e incluso algo de jodida pornografía infantil, que me hizo recordar mi
estancia en la celda. Se lo llevaron todo, incluidas sus notas, carpetas, pizarras
con todos los miembros de la mafia de ambas casas y su enorme ordenador.
Lo que se les escapó fue su portátil, que Vitya sacó a escondidas bajo mi
orden, y me pasé semanas en este puto lugar, intentando encontrar alguna pista
en los estúpidos archivos, pero solo tenía los vídeos de la unidad USB.
El fuerte pitido me sacó de mis pensamientos, mientras un pequeño disco
aparecía de la unidad de disco en el lateral del ordenador. ¿No habían
desaparecido en los últimos años? ¿Quién demonios los usaba hoy en día? Lo
agarré y leí el texto, que consistía en un código de nueve dígitos y firmaba:
"Para ella".
Cerré la tapa y apagué el aparato, pero una corazonada insistió en que
abriera el compartimento de las pilas y, en efecto, había una llave pequeña.
Y así, la imagen se hizo clara.
Una caja de seguridad.
2 DÍAS DESPUÉS

Me senté en una silla cerca de una mesa blanca en la sala privada del banco.
Mis manos descansaban sobre la caja plateada, que con suerte contenía
respuestas a todas mis plegarias. Entrar no fue difícil, el código y la llave
coincidían con la caja que ya tenían, así que lo único que tuve que hacer fue
falsificar la identidad que Honey me proporcionó. Fue también la que consiguió
la información de los principales bancos e inspeccionó sus cámaras para que
pudiéramos encontrar su banco, ya que no se daban nombres. Aunque su
atención se centraba en Estados Unidos, decidió, sin decirme nada, investigar
también en Italia.
Y qué razón tenía. El suyo se encontraba en una pequeña ciudad de la
Toscana, en algún banco relacionado con la familia.
Una chica lista.
Al quitar la tapa, las carpetas quedaron a la vista y empecé a leerlas.
Cuando terminé, la silla y la mesa estaban destrozadas.
Pero tenía nombres.
Todos los nombres, menos uno.
Pero mi misión sería averiguar quién tenía todas las cartas, porque Alfonso
no era más que un peón en el tablero.
Encontraría a un rey y lo castigaría por haberme quitado a mi reina.
Que comience el juego.
Nueva York, Nueva York
Octubre de 2016

Sin molestarme en llamar a la puerta, entré mientras Melissa se tomaba el


café y miraba algo en el móvil. Sin levantar la cabeza, dijo:
—No estoy de humor para otra disculpa, Connor. ¿Puedes dejarlo ya? —
Sonaba agotada. Me fijé en varios envoltorios de caramelos esparcidos junto a
carpetas sobre la mesa en la que estaba ocupada.
Su despacho era una habitación redonda con un escritorio cuadrado de
madera en el que había un ordenador de mesa y varios organizadores de papel,
junto con bolígrafos y una caja de pañuelos. La silla de cuero giratoria era
demasiado grande para la menuda mujer y la estantería que tenía detrás estaba
polvorienta y llena de libros de derecho que seguro utilizaba como referencia
para sus casos. Su espacio de trabajo parecía tan aburrido y poco interesante
como Melissa. Duro, pero cierto. No encontré nada interesante en su expediente
privado ni durante las pocas interacciones que habíamos compartido.
—Me temo que tendrás que hacer tiempo para mí. —Mi voz áspera y fuerte
la asustó.
Con cara pasmada, se incorporó en su asiento, se enderezó y se ajustó las
gafas en la nariz.
—Dominic, hola. —Saludó, y luego señaló el asiento frente a ella—.
Siéntate, por favor. —Se colocó un mechón de cabello detrás de la oreja. Y me
pregunté cuándo se resolvería toda esta situación con Connor.
Según la información que tenía sobre ellos, se había acostado con ella hacía
unos dos años y nunca se había molestado en volver a llamarla. Era del tipo
"ámalas y déjalas" y Melissa fue tan tonta como para enamorarse de él. Poco
después, él se enamoró de Honey y eso creó tensión entre ellos.
Melissa tenía el cabello castaño, los ojos azules y un cuerpo en forma. No
es que prestara atención a las mujeres a mi alrededor, pero se escondía en todos
esos trajes masculinos, que no le hacían justicia. Aunque suene duro, siendo
sincero me preguntaba por qué demonios Connor se acostó con ella. Estaba más
claro que el agua que no era una mujer de una sola noche.
Sin muchas explicaciones, tiré las carpetas sobre la mesa y ella las agarró.
En cuanto empezó a leer, frunció el ceño y casi se le cae la mandíbula al suelo
del susto.
—¿Cómo has conseguido esto?
Encogiéndome de hombros, respondí:
—No importa.
Sus ojos se entrecerraron, el disgusto escrito en su cara.
—¿Ilegalmente?
Me reí entre dientes y me incliné hacia delante.
—Soy el Pakhan de la Bratva. Agradece que te haya permitido tenerlo en tus
manos.
Cruzándose de brazos, me estudió durante un segundo y al final preguntó:
—¿Qué quieres, Dominic?
—Tu ayuda. Tendrás el caso, pero primero me divertiré con ellos.
—¿Quieres decir, matarlos primero?
Sacudiendo la cabeza, llegué a la conclusión de que la mujer podría estar
dirigiendo su departamento en el FBI, pero no era tan inteligente como yo
suponía.
—Tortura más bien. Necesito llegar al último eslabón de la cadena. Me
ayudarás a ingresar y a no dejar rastros. Cuando llegue el momento, quiero
justicia para mi mujer. —Pasó un rato, mientras le daba tiempo para pensar, y
luego le tendí la mano—. ¿Tenemos un trato?
Ella soltó una carcajada carente de humor.
—Sin tener ni idea de lo que pretendes hacer, sería estúpido por mi parte
hacer un trato contigo. —Esta conversación me aburría, y no tenía tiempo para
chácharas estúpidas cuando el reloj corría. Esos rastros no estarían frescos por
mucho tiempo, así que tenía que rastrearlos de inmediato.
Me levanté, apoyando las palmas de las manos en la esquina del escritorio, y
afirmé:
—No habrá una segunda oportunidad para esta propuesta, Melissa.
Resopló molesta, mientras sus ojos seguían enviando dagas hacia mí, pero
asintió.
—De acuerdo.
—Sabía qué harías una buena elección.
—No me dejaste elección —me espetó, pero yo ya estaba fuera de su
despacho. Tenía que hacer unas llamadas importantes.
Confucio dijo una vez que, si estás decidido a vengarte, cava dos tumbas.
No se equivocaba.
Sospechaba que no quedaría nada del Pakhan de la Bratva, ni de Dominic
Konstantinov para el caso.
Nueva York, Nueva York
Noviembre de 2016

—Piedad —suplicó el hombre, mientras se ahogaba con su propia sangre


que se derramaba de su boca sobre el suelo de mármol blanco como la nieve,
frío y brillante. Intentó levantarse desesperado, pero sus piernas rotas no se lo
permitieron.
Sus manos, atadas con una cuerda, descansaban sobre su espalda, mientras
el sudor goteaba sobre sus heridas abiertas, haciéndolo gritar de dolor.
Riéndome, lo agarré del cabello y lo golpeé contra una esquina de la mesa
de hierro. Cuando su grito agónico resonó por toda la habitación, disfruté de los
sonidos.
¿Quién necesitaba música? Qué pena que no pudiera grabarlo, para
escucharlo más tarde en mi apartamento o en el auto.
Ah, vivía para esos momentos.
—¿Qué he hecho? Dímelo, por favor. ¿Es por dinero? Te pagaré el doble.
—Agarrando un martillo de acero junto con unos cuantos clavos, sostuve el
cuchillo entre los dientes mientras me arrodillaba detrás de él, a horcajadas
sobre su espalda mientras se desplomaba sobre el frío suelo de cemento con un
ruido sordo—. Esto es una locura. Por favor, suéltame —exigió, haciendo uso
de la última pizca de valentía que le quedaba.
Una sonrisa siniestra se dibujó en mi rostro mientras escribía el nombre de
mi amada en su espalda, asegurándome de que cada corte doliera tanto como mi
corazón. Luego enterré un clavo en la herida para marcarlo permanentemente
con él.
Gimió, gritó y volvió a suplicar.
Repetí.
Repetí.
Repetir. Repetir.
A la segunda letra, se calló.
A la tercera letra, el olor de su orina llenó el espacio.
En la cuarta, su cuerpo se rindió mientras el último aliento abandonaba sus
pulmones.
No, no fue solo por lo que hice.
Los preparaba antes de darles la marca. Los torturaba durante horas,
golpeaba y rompía todo.
Esta acción siempre la guardaba para el gran final.
Vivía para los momentos en que podía infligirles una agonía insoportable en
mi sótano. Cada victoria iba acompañada de una botella de whisky después.
La muerte de quienes me hicieron daño me ayudaba a sobrevivir hasta
alcanzar mi objetivo final.
La bebida me proporcionaba el olvido que necesitaba para recuperar fuerzas.
Un día pasado sin matar era un día sin valor.
Pensarías que soy un monstruo.
No te equivocarías.
Rosa, mi Rosa, me fue arrebatada.
Y el Pakhan de la Bratva fue despojado del último hilo que mantenía intacta
su cordura, y se instaló en la oscuridad, tan consumidora que nunca quiso volver
de ella.
¿Qué sentido tenía?
El amor de su vida, mi vida, estaba muerta.
Moscú, Rusia
Diciembre de 2016

Inhalando el cigarrillo que tenía en la mano, escudriñé el tablón de anuncios


que tenía delante a la tenue luz de mi despacho y me pregunté si lo tenía todo
preparado.
La enorme construcción consistía en varias líneas rojas, verdes y negras,
que indicaban las casas de la mafia o una conexión en el mundo criminal. Fotos
de personas que en un momento u otro hicieron tratos con Alfonso y que
podrían haber tenido una venganza contra Don o contra mí. Su valía, posesiones
y familia. Localizaciones de sus sedes y de los bancos que frecuentaban.
La pizarra tenía más de doscientas fotos.
Agarré un rotulador de la esquina de mi escritorio y taché al último cabrón,
llamado Rufus, que era el centésimo décimo muerto, y mi boca se abrió en una
sonrisa siniestra. Suministraba a Alfonso todos los aparatos de tortura. No
podría haber descuartizado a todas esas mujeres sin los cuchillos únicos que
fabricaba Rufus. Fueron juntos a la universidad, así que me pareció apropiado
que ambos murieran a mis manos.
La euforia de vengar a mi amor nunca envejecía, y el ansia profunda y
oscura de mi interior ya no podía calmarse. Vivía para sus gritos de dolor.
Entonces mi atención se fijó en la foto principal del centro, donde todos los
rastros llevaban en una dirección u otra, el jefe mafioso más temido de todo el
mundo.
Sin moral, sin principios, sin piedad. Estabas con él o estabas a sus órdenes.
Sin hijos, sin esposa, ni un lugar vulnerable.
Vito Rossi.
Mi objetivo final.
Pero primero, tenía que matar a los que estaban cerca de él.
Nueva York, Nueva York
Mayo de 2017

—Una locura —susurró Connor, mientras seguía tirando fotos sobre la


mesa, con los ojos casi saliéndosele de la cabeza mientras Luke, Vitya, Michael
y Damian me observaban con expresiones de preocupación en sus rostros—.
Debe ser algún tipo de error.
—¿Lo es? ¿O lo supiste todo el tiempo y me ocultaste a mi mujer? —rugí
en el almacén, y Melissa se interpuso entre nosotros en actitud protectora.
—¡No teníamos ni idea! No es ella, Dominic. La enterramos. —Me
presionó el pecho con la palma abierta, mientras intentaba tranquilizarme con su
voz.
La aparté de mi cuerpo.
—No vuelvas a tocarme, Melissa. ¿Qué mierda hace ella aquí? —Se
estremeció ante mi tono, pero me importó una mierda. La mujer era astuta y una
buena agente, pero era tonta cuando se trataba de hombres—. ¿Ni siquiera
puedo tener una reunión contigo sin que el FBI esté presente?
—Pensamos que era lo mejor —murmuró Connor, y se pasó los dedos por
el cabello, tirando de él.
—La hemos registrado en el sistema. Se llama Angélica Rossi, es hija del
magnate financiero Ercole Rossi, dueño de media ciudad en Sicilia, y tienen una
estrecha relación con la banda mafiosa de los Rossi. Tiene una esposa y otra
hija, Ciara. Angélica está prometida a Oliver Karev. Él es estadounidense, y se
conocieron en un crucero mientras él recorría Europa como mochilero. No es
ella —Melissa me soltó toda esta información, pero mi mente se negó a
escuchar.
—¡Es un calco de ella! —grité, pero me negó con la cabeza, mientras ponía
las manos en las caderas con obstinación.
—Se parecen, sí, pero ella tuvo un accidente hace un año y tuvieron que
operarla varias veces. No es Rosa, aunque parezca que tienen la misma cara —
terminó con suavidad, pero me negué a creerlo.
—Ella lleva mi cruz.
Connor se aclaró la garganta y contestó:
—Se parece, pero no puedes estar seguro. ¿Sabes cuántos católicos llevan
cruces? Por favor, Dominic, sabemos que estás afligido. Nosotros también. Pero
no es nuestra Rosa.
Incorrecto. Todo mal, pero no era como si esperara otra respuesta de ellos.
La gente que decía quererme tanto no me mostró mucho apoyo en los meses
siguientes a la muerte de Rosa. Lo único que me repetían era que lo dejara ir y
siguiera adelante.
Damian se levantó, sus botas chasquearon en el suelo de cemento mientras
caminaba hacia mí y se detenía a escasos centímetros. Sus ojos ámbar se
clavaron en los míos.
—Lo que necesites, hermano. Estaré a tu lado. —Si mi destrozado corazón
fuera capaz de sentir, sus palabras lo habrían hecho doler, pero lo único que
parecía capaz de hacer era asentir y darle los papeles.
Él me ayudaría a averiguar de una vez por todas si Angélica Rossi era Rosa
Giovanni.
Lo curioso era que, más allá de la respuesta, el resultado sería el mismo.
Destruiría todo y a todos en mi camino.
Nueva York, Nueva York
Junio de 2017

—Por favor, no tengo ni idea de lo que estás hablando —suplicó un hombre,


mientras la máquina zumbaba con fuerza mientras Damian preparaba el acero
para que estuviera caliente y pudiéramos dejar una marca en la piel de este
cabrón.
Sonriendo, torcí la cabeza, estudiando a mi objetivo con mirada impasible.
El hombre estaba clavado a la pared en la silla metálica, mientras unas
pesadas cadenas le rodeaban el cuello y el pecho, clavándose con dolor en su
piel y dejando que la sangre bajara hasta su regazo. Sus muñecas y tobillos
estaban esposados al suelo, así que por mucho que intentara huir, no podía.
Maldición, trabajar con Damian era una experiencia nueva. Mi gemelo sí
que sabía cómo torturar a la gente a nivel de maestro. Tirando de mi codo hacia
atrás, le di un golpe con todas mis fuerzas, justo en la nariz. Se rompió, y
mientras gritaba, me invadió la satisfacción.
El hombre que golpeó y torturó a mi Rosa.
—Deja de lloriquear como una putita —le ordené, agarrando unas tenazas y
acercándome unos pasos a él. Luego, una a una, le arranqué las uñas de los
dedos mientras gritaba y lloraba, con la voz cada vez más ronca. Pero que me
jodan si me importaba. Al terminar la tarea, me reí al ver la humedad que se
extendía por toda la parte delantera de su ropa mientras el olor a orina llenaba el
aire. Tiré los alicates, caminé detrás de él y lo estrangulé mientras Damian se
unía a nosotros con una barra de acero caliente que presionó justo entre el
pliegue del cuello y el hombro de Mark. Un gemido agónico resonó en el
sótano. Se convulsionó en el asiento varias veces y luego su cuerpo se detuvo al
desmayarse. Aún respiraba, según el pulso bajo mis dedos.
Disgustado de que no experimentara todo el dolor que yo había planeado,
levanté los ojos acusadores hacia Damian, que me dijo:
—Tranquilo, Dom, sé lo que hago. —Con eso, tomó una botella del armario,
derramó sobre un pañuelo el antiséptico que usan los médicos para despertar a la
gente que se ha desmayado y cubrió la nariz de Mark con él. El cabrón se
sacudió y gimió, y el dolor volvió a manifestarse en él.
Damian me dio un cuchillo de cocina mientras sostenía el martillo.
—Escribe el nombre.
Procedí a llevar a cabo mi ritual habitual mientras Damian lo apuñalaba en
el pecho, lo suficiente para provocarle una agonía insoportable pero no para
matarlo.
Luego le clavé los clavos mientras Damian le cortaba la polla. Sangre
repugnante voló en todas direcciones. Por suerte, teníamos guantes y máscaras.
Una vez hecho todo, Vitya llegó en un todoterreno negro y metió a Mark en la
camioneta. Tenía un mensaje que entregar a Vito Rossi, porque Mark era su
guardaespaldas. No, no matamos al cabrón.
Matarlo significaría piedad, liberarlo del castigo. Tenía que pagar el precio
por tocar al amor de mi vida, a mi mujer, a mi Rosa.
Vito Rossi no aceptaba excusas de debilidad, así que confiaba en él para
que ideara un plan adecuado para que Mark pagara por ello.
Ah, Vito.
Prepárate, porque pronto me vengaré de ti.
Nueva York, Nueva York
Julio de 2017

Rosalinda Francesca Giovanni


Amada Hija.
2.03.1994 - 10.09.2016

Colocando veintitrés rosas rojas sobre la lápida, inhalé el aire fresco de julio
y me arrodillé mientras la ligera brisa tocaba mi piel magullada por la pelea de
anoche.
—Hola, krasavica. Quería verte antes de ir a Italia a averiguar la verdad. —
Al detenerme, recordé el funeral como si fuera ayer.
Al salir del auto, mis ojos recorrieron a la multitud mientras hacía todo lo
posible por quedarme a presentar mis respetos a la mujer que amaba, aunque
eso pudiera matarme. Curiosamente, el tiempo era cálido. Con marrones y
amarillos, la primera floración del otoño creaba una imagen sacada de algún
tipo de película.
El ataúd negro se hundió en la tierra mientras todos los miembros de la
familia lloraban y arrojaban tierra y flores a la tumba.
Mi rostro inexpresivo lo estudiaba todo, casi como un extraño, mientras
mis ojos se dirigían a Damian, que sostenía a una sollozante Sapphire, Luke y
Juanita con los ojos llorosos, y luego a Vitya y Michael.
Mis manos se cerraron en puños, mientras la rabia dominaba todas las
demás emociones, y no podía ver bien por la neblina roja. El arma que llevaba
en el bolsillo suplicaba que la usara conmigo, que acabara con mi vida por lo
que Alfonso le había hecho a mi krasavica. Quizá si hubiera escuchado aquel
día... si hubiera dejado a un lado mi orgullo herido... y si, y si, y si. La vida era
un puto y largo y sí.
Sacudiendo la cabeza, me espabilé y seguí hablando mientras el tiempo
pasaba y el avión me esperaba.
—La única razón por la que lo hago... es para descubrir con seguridad que
no eres tú. Solo la posibilidad de que estés viva... no tienes ni idea de lo que me
hace. —Besándome los dedos, toqué la lápida y respiré hondo—. Aunque te
parezca una traición, no puedo evitar los sentimientos que se despiertan en mi
interior cuando miro su foto. Tengo que saber la verdad. Perdóname también por
eso, amor mío. —Frotando la piedra, me levanté y me dirigí al auto, donde Vlad
ya tenía la puerta abierta para mí.
Volvería a este lugar.
O para destruir la piedra o para meterme una bala en la cabeza.
Porque una vez cumplida mi venganza, mi vida no tenía sentido.
CAPÍTULO DOS
UN AÑO DE DIFERENCIA

Rosa
New Bern, Carolina del Norte
Septiembre de 2016

Se oían a lo lejos los quejidos de dolor desconocidos mientras Alfonso se


subía la cremallera de los pantalones, mientras yo yacía a sus pies, con la piel
aún palpitante por todos los moretones que me había infligido. Temblaba
mientras el frío penetraba en cada hueso mientras su guardaespaldas reía a
carcajadas, dando un paso para ocupar su lugar entre mis piernas.
De algún modo, cuando Alfonso saltó antes sobre mí, mi mente lo bloqueó,
porque su golpe en la mejilla fue tan fuerte que me dejó inconsciente.
Despertarme cuando todo había terminado me pareció un regalo del cielo.
Lo agradecida que estaba de que Dominic y yo compartiéramos nuestra
mágica noche juntos, de que él fuera mi primero. El amor y la adoración que
recibí en sus brazos fueron indescriptibles. No todo el mundo tenía la suerte de
encontrar al amor de su vida a una edad tan temprana, pero nosotros sí.
Mi corazón palpitaba de dolor por no volver a verlo y por cómo terminó
nuestra relación.
—Espero que seas feliz, mi amor —susurré, justo antes de que mis
párpados se sintieran demasiado pesados para permanecer abiertos y el reino de
los sueños sin imágenes me tomara.
Si no estuviera tan débil, habría oído la vertiginosa voz de Alfonso, que
resonó con fuerza en el asqueroso sótano.
—Dominic y Don, no tienen ni idea de lo que está pasando aquí.
Charlotte, Carolina del Norte
Septiembre de 2016

Mis ojos se abrieron de golpe cuando una ligera lluvia cayó sobre mi piel
ardiente. Grité de dolor, intentando apartarme, pero fracasé porque mis
músculos no respondían. Escudriñando el entorno que me rodeaba, gemí cuando
vi un auto ardiendo boca abajo con el fuego extendiéndose rápido por la hierba
hacia mi cuerpo desnudo a solo unos metros de distancia.
—No, no —susurré, con la mente confusa. ¿Dónde estaba? ¿Por qué estaba
aquí? ¿Dónde estaban Alfonso y su equipo?
Sin embargo, no tuve mucho tiempo para pensar en ello cuando unas llamas
naranjas me alcanzaron y tocaron mi cuerpo ya magullado. Grité de dolor
mientras me quemaban la piel, la lluvia al menos calmaba de algún modo la
agonía.
¿Realmente merecía una muerte tan violenta? ¿Por qué no me mataban sin
más después de lo que me habían hecho? Este mundo carecía de justicia; ¿qué
otra cosa podía explicar la locura en que se había convertido mi vida?
Unas fuertes sirenas a lo lejos fueron lo último que oí antes de que el dolor
se volviera demasiado insoportable para soportarlo más.
Mi pobre ruso.
¿Cómo sobreviviría sin mí?
Charlotte, Carolina del Norte
Enero de 2017

—Cariño, por favor, despierta. —Los sollozos silenciosos penetraron en mi


mente como la sensación molesta cuando alguien te pincha en el costado. Por
desgracia, no podía apartarme de él. Mi cuerpo se negaba a obedecer mis
órdenes—. No sé cómo vivir sin ti. —La persona de la voz depositó suaves
besos en mi hombro mientras me hablaba, y un escalofrío me recorrió.
Su tacto no era bienvenido.
—Hay tantas cosas que no hemos hecho... tantos sueños —dijo. Su mano
cubrió la mía y apretó con fuerza.
¿Quién era? ¿Por qué lloraba? ¿Dónde estaba yo?
No podía soportar su presencia, su olor, y la oscuridad que me rodeaba me
llamaba mientras todo en mí me suplicaba que sucumbiera.
Lejos del hombre y del dolor que se deslizaba por cada hueso de mi cuerpo.
Y entonces otra voz entró como el suave roce de una pluma en mi piel.
Krasavica.
La oscuridad ya no me atraía y una luz brillante me llamó al final del túnel.
Krasavica.
Solo quería alcanzar la voz, disfrutar de su calor y no soltarla nunca.
Krasavica, abre los ojos.
Dispuesta a obedecer, a encontrar por fin la fuente de la voz, mis pesados
párpados se levantaron mientras la brillante luz me cegaba.
—Angélica —gritó el hombre que estaba a mi lado mientras me abrazaba, y
yo grité de agonía por el dolor que me asaltaba.
Pero lo más importante es que no pude soportar la sensación de pérdida,
porque el desconocido con la voz más increíble del mundo no estaba allí.
Charlotte, Carolina del Norte
Febrero de 2017

La enfermera ajustó la almohada detrás de mí para que estuviera más


cómoda y me volvió a colocar sobre ella.
—Pobrecita —me dijo con lástima, levantándome la manta por debajo de
los codos y envolviéndome en un capullo de calor. El aire acondicionado
funcionaba de mil maravillas en el hospital y por mucho que lo intentara, no
podía evitar que mi cuerpo temblara.
La boca seca me daba asco, así que gemí en voz alta y me señalé los labios
con las manos vendadas. La acción me provocó un dolor electrizante y por un
segundo, dejé de respirar.
—No, no te muevas, cariño —exclamó, acercándome una pajita a los labios
y permitiéndome sorber. Gemí al sentir alivio en mi cuerpo. Aprendí a no
prestar atención a cuánto me dolía la cara cuando comía o bebía. Unas vendas
apretadas me envolvían como a una momia, de modo que no se me veía nada
aparte de los ojos y los labios.
Un escalofrío me recorrió al recordar cómo el más leve contacto con el aire
infligía un dolor agonizante en mi piel quemada y cómo el olor a gasolina se me
quedaba en la nariz. Por las miradas de asombro y los cuchicheos constantes
entre el personal médico, comprendí que mi cara era horrible de ver.
—Angélica. —Una voz procedente de la puerta me sacó de mis
pensamientos y vi al hombre llamado Oliver apoyado en el marco de la puerta
con una sonrisa radiante y unas rosas rojas en las manos.
¿Rosas?
Cerré los ojos cuando me asaltó el recuerdo de otro hombre con unas rosas
parecidas, pero vestido de traje. Fruncí el ceño, deseando que la imagen de mi
cabeza no desapareciera y me dejara centrarme en su cara, pero no me dejó.
Sin más, el flash desapareció y no pude pensar.
—Hola —respondí con voz ronca, mientras él se acercaba despacio a mí y
colocaba las flores sobre las sábanas de mi cama.
—Son tus favoritas. —Se me aguaron los ojos por un recordatorio más de
que no recordaba nada.
Mi cerebro estaba en blanco.
Podía nombrar diferentes cosas, pero por mi vida, no reconocía a mi familia
ni al hombre que amaba.
—Oh, no, cariño —me dijo con amabilidad, mientras sus labios rozaban mi
frente vendada—. No te preocupes ni te estreses. Recordarás nuestro amor. —
No podía faltar la esperanza en sus palabras, mientras las enfermeras nos
observaban con adoración y tristeza.
¿Lo haría?
Charlotte, Carolina del Norte
Marzo de 2017

Con la espalda apoyada en el cabecero, tenía el pulgar casi entumecido de


tanto pulsar el mando a distancia mientras los canales de televisión cambiaban a
la velocidad de la luz. Nada mantenía mi interés.
Llorando de frustración, lo lancé y aterrizó con un suave ruido sordo al
chocar contra la mullida alfombra blanca. Con los nudillos, me rasqué la cara
vendada. Las quemaduras dolían una barbaridad, sobre todo cuando me
aplicaron una especie de crema cicatrizante. La pomada no hacía más que
convertir mi vida en un infierno, ya que la piel me picaba como una loca
después de cada aplicación. En una de esas sesiones, un médico me dijo que me
quedaban otros tres tratamientos de ese tipo antes de que pudieran hacer algo
con las quemaduras. Me dijo que no me preocupara.
Un hombre muy gracioso. ¿Qué chica podría no preocuparse por su aspecto
físico? Aunque, siendo sincera, me importaba una mierda, porque tenía
problemas más serios en la cabeza. Como recuperar la memoria, para conocer a
toda la gente que me rodeaba. Me sentía como si alguien intentara encajar
bloques de madera en mi cerebro, pero en vez de eso salían volando por todas
partes.
Así es como me sentía al no ser capaz ni siquiera de recordar mi nombre.
No paraban de llamarme Angélica, pero mi interior no respondía a ello.
Hablaban de la chica, pero me parecía a otra persona. Mi psicóloga me explicó
que era normal por la pérdida de memoria, pero de algún modo lo dudaba. ¿Qué
demonios sabía ella? No tenía ni idea de lo que era tener la mente en blanco.
Se podría decir que estaba amargada.
—Alguien está de mal humor. —Una voz alegre desde la puerta sacó mi
atención de mi triste vida y mi boca se levantó en una sonrisa cuando Ciara
entró en la habitación, sosteniendo una bolsa con donas y dos tazas de
Starbucks.
—Estoy aburridísima. —Puso los ojos en blanco, colocó la comida sobre la
mesa y me tendió la mano con una taza, mientras se inclinaba para darme un
beso en la mejilla.
—No seamos gruñonas, ¿bueno? —Se sentó en la silla cercana, poniendo
una pierna sobre la otra. Su pie adornado con un tacón de aguja rojo se
balanceaba de un lado a otro. En general, la hermanita tenía un gran sentido del
estilo.
Ciara fue la segunda persona que vi después de Oliver, y afirmó ser mi
hermana. Nunca se separaba de mí, se aseguraba de que me mantuviera ocupada
y a diferencia de Oliver, no intentaba bombardearme con recuerdos o exigencias
con la esperanza de que recordara. Ahora interactuaba conmigo como yo, y no
podría estarle más agradecida.
Pero había algo que me preocupaba. Ni una sola vez en todas las fotos que
me enseñaron ella o nuestros padres estábamos juntos.
—¿Tú no lo harías si fueras yo?
Ella fingió pensárselo, pero luego asintió con una carcajada.
—Cierto. Entonces... ¿Cómo fue la visita con el doctor? —Encogiéndome
de hombros, di un sorbo tentativo al té verde con menta que había traído y casi
gimo de placer. No había nada mejor para el estómago y las papilas gustativas.
Lo único que me hacía llevaderas las mañanas.
—Bien, supongo. Quedan tres intervenciones más y entonces podremos
pensar en la cirugía plástica.
Mordió por un segundo su labio inferior.
—No te preocupes, Vito conoce a un cirujano buenísimo. Lo arreglará todo
—dijo convencida, mientras yo me encogía por dentro al oírla mencionar el
nombre de mi tío.
El feroz jefe de la mafia se presentó aquí hace unos días con todos sus
guardaespaldas y consejero para ver cómo estaba. Al fin y al cabo, ningún
miembro de la familia debía sufrir, y él se encargaría de que yo estuviera lo más
cómoda posible.
No hacía falta decir que estaba demasiado conmocionada con toda la
información para siquiera reaccionar.
—No estoy segura de querer su ayuda.
Ciara suspiró pesado, conociendo mis sentimientos al respecto. No dudé en
compartirlos con ella poco después de que Vito se fuera.
—Nena, no es tan malo. — Levantando la ceja, le dirigí una mirada que
decía ¿Estás tomando bromeando? Y ella soltó una risita—. De acuerdo, de
acuerdo. Pero en serio, él nunca te haría daño. Eras su favorita. Eras la favorita
de todos, en realidad. —Su voz tenía un significado que no pude captar. No me
gustaba, ni el tono que usaba cuando hablaba del pasado. ¿Era yo una zorra para
ella o algo así? Abriendo la boca, quise preguntarle por nuestra relación, cuando
una enfermera nos interrumpió.
—¿Angélica Rossi? —La enfermera era una chica joven, con uniforme rosa,
quizá una interna por las miradas nerviosas que no dejaba de dirigir a la costosa
habitación en la que me encontraba. Tenía un televisor de pantalla plana,
paredes pintadas de beige, un sofá y una silla de cuero marrón, una mesa con un
jarrón de rosas rojas y, por último, la cama electrónica con varias funciones. Por
no hablar del enorme baño con ducha y bañera. No entendía por qué un paciente
necesitaba todo esto, pero Vito insistió en lo mejor. La chica era nueva, y solo
por el temblor de sus manos me di cuenta de que sostenía una caja que emitía
sonidos al mover objetos en su interior—. Tenían esto en recepción y querían
que te lo trajera. Estas cosas se encontraron contigo en el lugar del accidente de
auto. La policía lo trajo después de la investigación. —Parpadeé sorprendida,
señalé el espacio vacío en la cama y ella lo colocó allí. Se tiró de la coleta—.
¿Quieres algo más?
Sacudiendo la cabeza mientras Ciara le hacía un gesto con la mano, abrí la
tapa de la caja con una esperanza floreciente en el pecho. Tal vez era como una
caja mágica que contenía todas las respuestas a mis secretos o la llave de esas
puertas que mi mente no podía abrir.
No esperaba encontrar solo una cosa dentro, una cruz con una pesada
cadena de acero demasiado áspera para la piel de una mujer.
Envolviéndola en la palma de la mano, la levanté para verla más de cerca, y
un profundo anhelo se instaló en mi interior. Ciara silbó con fuerza.
—¿Te volviste religiosa de repente en Estados Unidos?
Sin dejar de frotarla con el pulgar, pregunté:
—¿Antes no lo era?
—No. Una de las razones por las que te peleaste con papá por tu programa
de estudios en el extranjero. Estaba furioso de que su hija católica y virgen se
fuera sola de crucero. Allí conociste a Oliver —murmuró, se inclinó hacia
delante para estudiar la cruz conmigo y luego frunció el ceño—. Pero es una
cruz ortodoxa. —Su voz sonaba confusa y apoyó la barbilla en la palma de la
mano—. De todas las cosas, no dejes que papá vea esto. Enloquecerá. —A pesar
de su advertencia, no pude resistirme a ponérmela por la cabeza. Al apoyarla en
la clavícula, me invadió una sensación de paz, como si hubiera recuperado un
pedacito de mi alma y pudiera respirar con más libertad. Respirando hondo, la
cubrí con la palma de la mano, apretándola más contra mi piel hasta que me
dolió, y una burbuja de risa escapó de mi boca.
Quizá algún día me ayudará a recordar qué demonios me había pasado;
hasta entonces, la cruz no iba a ir a ninguna parte.
Charlotte, Carolina del Norte
Mayo de 2017

—Angélica, ha llegado el momento —dijo el doctor Kit, mientras sus manos


retiraban con delicadeza el vendaje que me envolvía la cara. Capa a capa se
desprendió, dejando que la brisa acariciara mi piel y me proporcionara
sensaciones refrescantes, que casi me hicieron sonreír—. ¿Estás preparada? —
me preguntó, y mis ojos avellana chocaron con los suaves azules cuando asentí.
Aunque, a decir verdad, estaba muerta de miedo y no paraba de limpiarme las
palmas sudorosas en la sábana.
Kit y la psicóloga local, Nia, se habían negado a darme ningún tipo de
espejo y habían tapado los que había en la habitación. Al tratar con muchos
casos así, creían que yo no tenía por qué sentarme a estudiar mis
imperfecciones. Solo por los resoplidos de asco de mi padre y las miradas
preocupadas de mamá, comprendí que tenía muy mal aspecto.
Aclarándome la garganta, respondí:
—Sí.
Se rio entre dientes, pues ambos habíamos descubierto que hablaba en mi
lengua materna solo cuando estaba nerviosa. Prefería el inglés, y aunque mis
padres no paraban de soltarme discursos sobre mi herencia, Ciara conseguía
callarlos con rapidez.
En serio, no tenía ni idea de lo que habría hecho sin ella durante los últimos
tres meses en este hospital.
Cortando un último trozo de gasa blanca con unas tijeras, Kit la quitó, se
echó hacia atrás y parpadeó un par de veces, confundido. Frunció el ceño, como
si tratara de ubicar mi cara o algo así y se quedara en blanco. Luego sacudió la
cabeza, sonrió y señaló con el índice el espejo de mano que tenía sobre el
regazo. Exhalando un fuerte suspiro, hice acopio de toda mi determinación y lo
levanté hacia mi cara al mismo tiempo que oía a Ciara y Oliver jadear.
Sin embargo, no les presté atención, ya que toda mi atención se centró en
mi reflejo.
Impresionante era una palabra para describirme.
Mi larga melena color moca caía por mis hombros, rizándose al final. Mi
piel suave brillaba y combinaba bien con mis ojos avellana cubiertos de pestañas
oscuras y exuberantes que no parecían necesitar máscara. Pómulos altos y labios
carnosos sin rastro de haber sido tocados por el fuego.
Eso fue hasta que mi mirada bajó hasta mi cuello y mi clavícula, y no pude
contener el grito de horror en mi boca.
La piel desgarrada, fruncida, enrojecida y sin tratar de la clavícula y el
cuello contrastaba con mi piel lisa, ya que el color pálido resaltaba en la imagen
general. Los médicos se negaron a hacer nada al respecto en mi estado ya
debilitado, porque temían complicaciones. Me habían prometido que, en un año,
conmigo bien curada, podríamos arreglar todas las "imperfecciones", como ellos
las llamaban. Mis dedos recorrieron la piel dañada, que al tacto era tan suave
como pétalos de rosa.
—Ella es... diferente —susurró mamá, estudiándome.
—Como si fuera otra persona. Parecida, pero otra persona —dijo papá,
sorbiendo furioso su café.
Bajando los ojos, admití que había verdad en sus palabras, ya que la foto de
Angélica antes del accidente estaba justo delante de mí. La foto era de Oliver y
yo después de nuestro compromiso. Él me abrazaba mientras yo mostraba mi
precioso anillo de diamantes a la cámara. La mujer que estaba allí tenía los
mismos pómulos altos, el cabello negro y los ojos color avellana, pero
parecíamos más gemelas fraternas que la misma persona.
—Las heridas eran graves. Intentamos cotejar su aspecto con lo que me
mostraste... y este es el mejor resultado. A veces, es casi cien por cien exacto,
pero a veces, hay diferencias importantes —dijo Kit con cuidado, todo el tiempo
midiendo mi reacción a la noticia.
—Ya veo.
Oliver y Ciara permanecieron callados, pero pude ver la devastación en sus
miradas. Estaba claro que no les hacía ninguna gracia no encontrar a la mujer de
las fotos en la cama del hospital.
Y de repente, todo esto se convirtió en demasiado para mí. ¿Por qué estaban
todos aquí durante mi momento importante?
Me quité la manta con rapidez, puse los pies sobre la alfombra blanca,
apreté los dedos un segundo y corrí hacia el baño. Conseguí cerrar la puerta
antes de que nadie tuviera tiempo de alcanzarme. Apoyé la cabeza en la puerta
de madera, cerré los ojos y respiré con dificultad.
Ciara y Oliver intentaron razonar conmigo a toda costa, pero fue inútil.
—Angélica, por favor, déjanos entrar. —Sacudiendo la cabeza, aunque ellos
no podían verla, me limpié furiosa las lágrimas que resbalaban por mis mejillas
y de inmediato siseé de dolor cuando mis ásperas palmas tocaron una piel
sensible—. Nena, eres preciosa —susurró Oliver, como si sus palabras fueran a
mejorar la situación. Ignorando sus súplicas, me dirigí al lavabo, apoyando las
palmas en la fría porcelana mientras me obligaba a mirar mi reflejo en el espejo.
—Vamos, Angélica —gritó Ciara, con la frustración evidente en su voz.
Cualquiera diría que estaba deprimida por encontrar todas las
imperfecciones de mi cuerpo o por no haber recuperado mi antigua cara, por así
decirlo.
Sin embargo, la verdad, lo que me desolaba era que incluso verme así no me
traía ningún recuerdo.
Nada.
Un puto lienzo en blanco.
¿No debería haber despertado algún tipo de detonante? No sabía mucho de
otras víctimas como yo con pérdida temporal de memoria, pero llevaba tres
meses en este lugar sin resultados. ¿Lo temporal podía medirse en años?
¿Y por qué, Dios? ¿Por qué al tener esta cara había sentido que recuperaba
más de mi identidad, que con la cruz apoyada en mi clavícula?
De camino a Roma, Italia
Junio de 2017

El tintineo de los cubitos de hielo dentro del vaso desvió mi atención del
estudio de las nubes blancas como el algodón a través de la ventanilla del avión
privado, y me volví hacia la fuente del sonido.
¿Nubes blancas como el algodón? ¿Por qué iba a utilizar semejante
descripción? Me sonaba familiar.
Ciara se detuvo justo en medio de poner un cubito de hielo más en su
martini y se encogió de hombros con culpabilidad.
—Lo siento, Angélica. No quería molestarte. —Tirando de la manta de lana,
me cubrí las rodillas congeladas mientras acurrucaba las piernas debajo de mí en
el asiento. Qué alivio quitarse esos tacones.
—No lo has hecho.
Puso los ojos en blanco y se sentó a mi lado.
—Vito debe quererte mucho. Nunca había dado su avión a nadie de la
familia. —Una sonrisa se dibujó en sus labios—. No es tan malo después de
todo.
Decidí no seguir hablando de nuestro tío, porque me daba miedo y sus
visitas semanales al hospital no me hacían cambiar de opinión sobre él.
—¿Vamos a Florencia? —Ciara respiró dentro de la pajita, creando burbujas
en su bebida, y resopló . —¡Ciara!
Resopló molesta y me miró mal.
—Tranquila, hermanita. ¿Dónde si no? Después de todo, tienen una boda
dentro de unos meses. —Su voz se detuvo en las últimas palabras y se aclaró la
garganta como si tuviera algo atascado.
Todo dentro de mí se congeló cuando el pánico me ganó, dejándome fría y
con la piel de gallina.
—¿Boda?
Asintió con la cabeza y abrió el teléfono para ver las fotos.
—¿Ves? Aquí está el programa. Mamá todavía planea añadir más gente a la
lista de invitados. Te lo juro, es como si quisiera complacer a toda la Toscana.
Apretando las manos temblorosas, afirmé:
—Pero... nadie me ha hablado de ello.
Sus ojos se desviaron del aparato hacia mí y frunció el ceño.
—Tenían que habértelo dicho. Lo planearon hace un año.
Mi mente exigía que gritara de frustración, pero no podía, ya que Ciara no
tenía nada que ver.
—¿Cómo pueden pensar que todavía lo quiero? Ni siquiera recuerdo haberlo
amado.
Cada vez que aparecía, me sentía incómoda y no podía esperar a que alguien
entrara. Su tacto me repugnaba y me sentía culpable. Oliver era maravilloso y
comprensivo, y tan jodidamente molesto. No podía evitar sentirme enfadada con
él por rememorar el pasado junto con traer fotos o vídeos de nosotros juntos.
Pensaba que eso me traería recuerdos.
Todo lo que hizo fue hacerme sentir miserable.
Ciara bajó su bebida y me rodeó con sus brazos mientras apoyábamos
nuestras cabezas la una en la otra.
—No puedo ni imaginar lo duro que es para ti, Angélica. Siento que sean
unos imbéciles insensibles. —Bromeamos bastante al respecto. Su pecho subía y
bajaba, mientras continuaba—. Pero quizá sea lo mejor. Tendrás una sensación
de normalidad y, si los médicos tienen razón, podrías recuperar pronto la
memoria. —Me dio un ligero beso en la mejilla—. Y entonces nos darás las
gracias por la rápida boda con el hombre de tus sueños —terminó, y por alguna
razón, este último dato nos deprimió a las dos... si su pesada exhalación servía
de algo.
Cerrando los ojos, deseé con toda mi alma que lo que decía fuera verdad.
Pero ¿cómo iba a hacerlo si soñaba con un hombre de voz ronca que ponía
mi cuerpo en una alerta electrizante?
Florencia, Italia
Julio de 2017

—Vamos —canturreé, mientras mis dedos intentaban crear pequeñas


estrellas con la arcilla marrón mientras sonaba la música de mi teléfono, alta ya
que el estudio tenía paredes con eco. Casi podía hacerme olvidar todos mis
agitados pensamientos o lo jodida que se había vuelto mi vida.
Envolviendo con la mano el jarrón casi terminado mientras la máquina
giraba sin parar, el grito de victoria estaba a punto de salir de mis labios, cuando
todo implosionó y volvió a convertirse en una masa pegajosa sobre la rueda.
Golpear la mesa con las palmas de las manos hasta que me dolieron no
ayudó a mi frustración, y respiré con dificultad, secándome el sudor que me
goteaba de la frente. El descanso me permitió volver a ver el estudio y
preguntarme por enésima vez:
—¿Qué tiene de atractivo todo esto del arte?
Por lo visto, a Angélica Rossi le gustaba esculpir jarrones y figuritas de
cerámica, y su negocio tenía bastante éxito, a juzgar por los diez mil "me gusta"
que tenía en Facebook y la acumulación de pedidos. El estudio tenía un baño,
materiales como arcilla y pintura, y una enorme ventana por la que entraba una
luz brillante que creaba un ambiente cálido, mientras que el aire acondicionado
del gran espacio producía una ligera brisa que refrescaba la piel y conservaba la
cerámica.
Lástima que no tuviera ni idea de quién era Angélica, ni siquiera cinco
meses después de despertar en el hospital. Tenía fotos, historias, vídeos y
personas que decían conocerme a mí y mis preferencias, pero seguía sin
encontrar a la chica que llevaba dentro.
Agarrando una botella de la pequeña nevera de la encimera, me cuestioné
mi cordura y si todas aquellas horas pasadas en aquel maldito lugar habían
merecido la pena.
Estaba claro que el talento artístico no iba a volver pronto, a menos que
encontrara a algún chamán con la habilidad mágica de curarme. Solté una risita,
casi ahogándome con el agua, y luego me tensé cuando la puerta se abrió y el
pequeño aparato de feng shui sonó con fuerza, indicando que tenía un invitado.
—¿Angélica? —llamó Oliver, y me estremecí al ver que el hombre se
negaba a dejarme sola incluso durante el día. ¿Era siempre tan pegajoso? ¿Qué
había visto en él?—. Aquí tienes. —Su boca se ensanchó en una sonrisa,
dándole un aspecto infantil mientras me guiñaba un ojo y colocaba una bolsa de
delicioso olor sobre la pequeña mesa redonda de plástico—. He traído el
almuerzo. Seguro que te has saltado el desayuno. —Fruncí el ceño, dejé la
botella en su sitio y me crucé de brazos.
—¿Por qué sigues diciendo eso? —Se detuvo mientras sacaba unos platos
de pasta humeante y me miró interrogante. Así que añadí—. Sobre lo del
desayuno. Yo como sano. Esta mañana he tomado gofres con té —Mirando el
reloj, que marcaba las doce—, hace unas tres horas.
Algo parecido a la ira pasó por sus ojos, pero lo enmascaró rápido con
suavidad, y por un segundo me pregunté si tal vez mi vista me estaba jugando
una mala pasada.
—Debe ser algo nuevo. Antes del accidente, lo único que tolerabas era el
café, y luego te escondías en tu estudio. —El anhelo en su voz no podía ser
ignorado, y esa era una de las razones por las que odiaba estar en su compañía.
La culpa siempre presente de su dolor no me gustaba. Sabía que no era su
intención, pero a veces parecía que me culpaba por no recordar nuestro amor.
O por mi completa negativa a dejar que me tocara.
De repente, se puso justo delante de mí, aprisionándome entre sus brazos
mientras apoyaba las manos en el mostrador detrás de mí. Su aliento me
abanicaba el cabello mientras me hablaba.
—Cómo echo de menos tocarte —susurró, pasándome la nariz por el cuello,
lo que me puso la piel de gallina... y no de la buena. Se me crisparon las manos,
pero me obligué a soportarlo y esperé que mejorara.
Se lo debía a mi prometido.
Sus labios se acercaron peligrosamente a los míos mientras sus penetrantes
ojos azules se clavaban en los míos. Acortó la distancia que nos separaba,
juntando nuestras bocas, y fue como si me echaran agua fría en la cabeza.
Lo aparté de un empujón y respiré con dificultad mientras mi cuerpo
temblaba de miedo. No pude evitar tragar saliva mientras las náuseas me
golpeaban con fuerza.
—Shh —susurró de nuevo, asustado esta vez—. No lo volveré a hacer. —
Me abrazó con fuerza, cuando todo dentro de mí gritaba que me soltara.
¿Cómo demonios encontraría mi identidad si despreciaba mi trabajo, los
constantes regaños de mi familia e Italia no me parecía mi hogar?
Y lo que es más importante, ¿cómo iba a casarme con Oliver en tres meses,
cuando cada parte de mi cuerpo se rebelaba ante la idea?
Huir lejos, muy lejos, parecía la mejor solución cada día que pasaba.
Roma, Italia
Agosto de 2017

—Krasavica —me susurró al oído, mientras su barba corta rozaba mi


mandíbula y su mano bajaba, apretándome posesivamente la cadera. Mi
espalda se arqueó ante sus caricias, buscando el consuelo que solo él podía
proporcionarme.
Me mordió con suavidad la barbilla, arrastrando sus suaves labios hasta
mi cuello mientras me seducía.
—Krasavica —dijo, mientras un gemido escapaba de mis labios, y entrelacé
los dedos en su cabello, disfrutando de las sedosas hebras bajo ellos.
Abrí la boca y estaba a punto de responder, cuando de repente el paisaje
cambió.
En su lugar, un hombre con un horrible tatuaje de dragón se cernía sobre
mí, con un brazo a cada lado de mi cabeza, mientras yo intentaba apartarlo sin
éxito.
—Rosa —se rio, apretando su erección contra mi carne maltratada—. Por
fin.
Mis ojos se abrieron de golpe cuando mi grito resonó en la habitación. Mi
cuerpo estaba empapado en sudor. Mi pecho subía y bajaba rápido mientras
intentaba desesperadamente aspirar aire en mis pulmones.
La puerta se abrió y Ciara entró corriendo y me rodeó los hombros con los
brazos mientras me acariciaba la espalda.
—Shhh, Angélica. Solo ha sido una pesadilla —canturreó, mientras mi
corazón latía contra mi caja torácica.
Cerrando los ojos, deseé volver a la parte del sueño en la que un hombre
guapo me llamaba su krasavica y todo parecía estar bien en el mundo.
Aunque solo durara un segundo en la noche.
Florencia, Italia
Septiembre de 2017

—Eh, ¿estás segura de que estás prometida, belissima? Quizá debería


robarte de tu prometido, ¿eh? —Echando la cabeza hacia atrás, solté una risita,
mientras me aseguraba de que el goteo intravenoso se colocaba bien y se
controlaba el pulso del Sr. Piero.
—Me temo que no se puede.
Asintió, pero sus ojos seguían brillando con picardía.
—Lástima, pero al menos te trata bien.
Mientras el líquido entraba en su organismo, le di unas palmaditas suaves
en el brazo y le dediqué una sonrisa forzada. Me había convertido en toda una
experta en eso desde que nadie podía callarse sobre Oliver.
—Todo listo, Piero. —Me di la vuelta para atender a otro paciente, pero me
agarró la mano y, para mi sorpresa, me la apretó con fuerza. Por mucho que al
viejo le gustara bromear y charlar, ni una sola vez había intentado algo más. Al
instante, mis instintos de supervivencia se pusieron en alerta y se me erizó el
vello de la nuca. No tenía ni idea de por qué reaccionaba así cada vez que me
tocaba un hombre, pero así era.
Al notar mi tensión, me soltó de inmediato y murmuró con suavidad:
—Nunca hagas en la vida algo que no quieres. Nunca acaba bien.
Bien, quizá no era tan buena como pensaba fingiendo felicidad por la boda
que se avecinaba.
Sin responder porque, en realidad, qué se podía decir en aquella situación, di
media vuelta y salí, apoyándome en la pared que separaba las habitaciones y
cerrando los ojos para serenarme un segundo.
Los pasillos de la planta de cirugía del hospital apestaban a antiséptico y
lejía, y a veces deseaba poder bañarme en su aroma para que desaparecieran
todos mis miedos y dudas.
Después de un mes intentando inspirarme en el arte, estaba dispuesta a
dejarlo. Ciara estaba en contra, pero me aconsejó que fuera al hospital donde
solía dejar mis juguetes de cerámica en el ala de pediatría para animar a algunos
niños. Encontré algunos en el almacén y, como me moría de ganas de salir
corriendo del estudio, acepté sin pensármelo mucho.
Entrar fue como volver a casa después de un largo viaje, la energía y la
adrenalina me atrajeron. Me quedé horas viendo las urgencias, donde los
médicos hacían todo lo posible por ayudar a todo el mundo. Y entonces hice
algo que cambió mi vida.
Una mujer gritaba que necesitaba un puto vendaje, porque no podía
soportar más el dolor de sus quemaduras y cortes, pero ninguna enfermera ni
ningún médico parecían prestarle atención.
Por instinto, corrí hacia ella. Entonces mis manos por sí solas, sin que mi
cerebro registrara la acción, retiraron la piel dañada, untaron las quemaduras con
pomada, envolvieron bien sus manos y le dieron un sedante, porque estaba casi
histérica. Comprobé varias veces los latidos de su corazón, estaba satisfecha y
dispuesta a marcharme, cuando vi a dos cirujanos que me miraron estupefactos.
Después me preguntaron si me gustaría trabajar allí, y les dije que sí.
Y nunca había sido tan feliz como durante las horas pasadas en el hospital,
donde los fantasmas del pasado no me perseguían. Aunque sabía que Vito tenía
algo que ver con mi contratación, ya que nadie contrataba a internos sin
comprobar sus antecedentes, no me importaba. Me supervisaron durante el
primer mes, pero fue como si la memoria muscular hiciera efecto. Se limitaban a
observarme, aburridos, porque no necesitaba instrucciones.
Mi puerto seguro.
Mi teléfono vibró con fuerza en el bolsillo y bajé la mirada para leer que mi
madre me estaba llamando. Respirando hondo, contesté al cuarto timbrazo.
—Hola, mamá.
—¿Dónde estás? —preguntó brusco.
Sorprendida por su actitud, respondí:
—En el hospital.
—¡Es la una de la mañana! —Su chillido fue tan fuerte que tuve que apartar
un poco el teléfono e hice una mueca de dolor—. Una chica bien educada no
debería salir tan tarde. Tenemos una boda dentro de diez días.
—Madre… —Empecé, con toda la intención de cambiar de tema y
maldiciéndome por no acordarme de la prueba del vestido de novia que iba a
tener lugar por la mañana. Pero no me dejó terminar. El humor que tenía me
hizo pensar que papá tampoco había pasado la noche en casa.
Como había descubierto en los últimos meses, su vida matrimonial no era
más que una farsa y en aquel momento, no podía culpar a mi padre.
—No quiero oírlo. No me importa siempre y cuando aparezcas por la
mañana. Irás a esta prueba. —Colgó el teléfono y me quedé allí de pie con el
corazón acelerado mientras una enfermera al teléfono me indicaba que fuera a la
habitación donde un paciente necesitaba su dosis diaria de medicación.
El resto de la noche estuve ocupada y una vez terminado mi turno, me senté
en el banco de los vestuarios y me pregunté cuándo demonios le había dado el
control de mi vida a mi familia.
Durante el trayecto de vuelta a casa, recordé las palabras que me dijo Piero
y, en ese momento, me propuse acabar con él.
Incluso si eso significaba perder a mi familia en el proceso.
CAPÍTULO TRES
VESTIDO DE NOVIA

Rosa
Florencia, Italia
Septiembre de 2017

—Dios mío, este vestido es perfecto —chilló Ciara, secándose las lágrimas
que resbalaban por sus mejillas. Le siguieron jadeos femeninos, mientras las
mujeres del salón nupcial parecían hipnotizadas por la visión que hacía de
blanco.
Era un vestido de sirena con encaje, confeccionado en el mejor material,
con un corsé que me ceñía la cintura a la perfección, resaltando la plenitud de
mis pechos y mi diminuta cintura. La falda me seguía varios centímetros, y
como mamá y Ciara habían planeado una especie de peinado en cascada para
mí, se decidió que no necesitaba velo.
Sí, preciosa.
Lástima que mi interior me pedía a gritos que me lo arrancara y lo tirara a la
basura, y que huyera para salvar mi vida, lejos de aquí. De las voces de mi
cabeza que lloraban ante la idea de mi matrimonio con Oliver.
—Se volverá a enamorar de ti —añadió Ciara, y algo parecido al dolor brilló
en sus expresivos ojos verdes, pero fue con rapidez sustituido por la felicidad.
Sus tacones negros chasqueaban sobre el suelo enmoquetado mientras
colocaba la copa de champán vacía sobre la mesa, lo que me permitió estudiar a
mi hermana más de cerca. Su vestido veraniego verde de tirantes hasta la rodilla
resaltaba su piel bronceada, que de alguna manera brillaba bajo el sol. El cabello
castaño brillante le caía por la espalda en mechones alborotados que rebotaban
con cada movimiento de sus caderas. Estaba en forma, excepto el culo. Su culo
respingón llamaba la atención de los hombres allá donde íbamos.
En otras palabras, mi hermana era un bombón que disfrutaba con los
hombres.
Al menos, esa era la observación que yo había hecho en los meses que pasé
en su compañía.
—¿Qué tal París? —Por el bien de mi cordura, decidí cambiar de tema. Lo
que más le gustaba a Ciara era alabar a mi prometido, y entre ella y mi madre,
no estaba segura de poder soportarlo más.
Meneó la nariz con disgusto.
—Horrible. En serio, Jean no es el hombre que yo creía. Me aburría como
una ostra. La próxima vez que decida salir con un artista, recuérdame que es una
mala idea. —Se levantó del sofá azul y se ajustó el vestido, deslizándolo hacia
abajo para cubrirse los muslos—. Siendo sincera, renunciar a los hombres
parece un buen plan en este momento —proclamó, y con esto, terminó su vaso y
tomó otro.
Meneando la cabeza divertida, respondí:
—Dijiste lo mismo la última vez. Con... ¿era Dino o Dan? —Mis cejas se
fruncieron, mientras mi mente buscaba el nombre de su último novio de hacía
unas semanas.
—Salí con los dos al mismo tiempo —añadió y se rio—. Esos idiotas. —
Ciara no se explayaba sobre las razones de sus rupturas, solo decía siempre que,
o eran aburridos o idiotas. No podía evitar preguntarme si ese exceso de citas era
normal. No la idea, porque las mujeres podían salir con quien quisieran. Pero la
forma en que actuaba con los hombres, cambiándolos como si fueran guantes,
no encajaba con su personalidad en general.
—¡Ay! —exclamé cuando la costurera, una mujer joven de unos treinta
años, me clavó una aguja en la piel y murmuró:
—Lo siento, es que sigues adelgazando y tenemos que ajustar la talla. —Me
apretó más el corsé en la espalda, casi dejándome sin aliento.
¿Cómo podía siquiera pensar en comida cuando faltaban nueve días para
tomar una decisión que cambiaría mi vida y eso me asustaba muchísimo?
—Gracias a Dios, te he convencido para que cambies de opinión sobre el
verde —dijo mamá mientras se unía a nosotras con un par de zapatos de tacón
de diez centímetros cubiertos de seda blanca. Los colocó junto a mis pies y me
indicó que me los probara. Metiendo el pie derecho en ellos, pregunté
frunciendo el ceño:
—¿Qué quieres decir?
Ciara puso los ojos en blanco, sacó el móvil del bolso, se desplazó por su
cronología de fotos hasta hace un año y se detuvo en la imagen de un fascinante
vestido esmeralda tipo bailarina con una larga cola de encaje como mi vestido
actual.
—¿Recuerdas que te lo probaste y nos diste un susto de muerte a las dos?
Imagínate asistir a la boda con esto puesto. —Le quité el móvil de las manos y
lo amplié para verme a mí misma en la foto.
De alguna manera, la chica de la foto era yo, pero no era yo al mismo
tiempo. Ella posaba, inclinándose hacia un lado y soplando un beso a la cámara,
mientras sus ojos brillaban de felicidad y chispeaban de risa y picardía. Su piel
resplandecía mientras sus altos pómulos destacaban en su precioso rostro. Un
anillo de diamantes brillaba en su dedo, reflejando el sol, y la foto podría haber
salido fácilmente en una revista nupcial; así de fotogénica era.
Un maldito anillo que pesaba mucho en mi mano y que soñaba con tirar al
mar y no volver a ver. Mi parte favorita del día era la noche, donde podía
esconderme en mi habitación, quitármelo y no asfixiarme con solo pensar en
Oliver.
Levantando los ojos hacia el espejo que tenía delante, me concentré en mi
reflejo, casi gritando de desesperación porque no encontraba a la mujer de hacía
un año.
Mis ojos solo contenían dolor y confusión, mientras que mi rostro era algo
diferente junto con mi figura, aunque había perdido un poco de peso. Hacía poco
que me había empezado a crecer el cabello hasta los hombros. En el cuello, la
clavícula y otros lugares aún tenían cicatrices de quemaduras, que ninguna
cirugía plástica había arreglado.
Sacudiéndome los recuerdos, sonreí débil y me bajé del banco, quitándome
el vestido y los zapatos.
—Sigo queriendo explorar Florencia antes de volver. ¿Podemos programar
la misma hora para la semana que viene? —Tara, el sastre, accedió con
entusiasmo y antes de que mamá pudiera protestar, porque al parecer la mujer
era una momzilla1 cuando se trataba de los preparativos de la boda, le
supliqué—: Mamá, por favor. —Su rostro se suavizó y suspiró derrotada,
mientras Ciara me daba el visto bueno, dándome luz verde para irme,
entendiendo que necesitaba mi intimidad.
Me cambié rápido, salí fuera y aspiré el aroma de la ciudad, y algo de
ansiedad me abandonó.
En esos pocos momentos de soledad, no tenía que fingir que era feliz o que
todo iba bien.
En esos pocos momentos, podía reconocer el hecho de que mi vida se había
convertido en una larga pesadilla de la que, por mucho que lo intentara, no podía
escapar.
Mi vestido corto, cubierto de coloridas rosas en flor, se arremolinaba ligero
con la suave brisa que venía de la orilla del mar, y yo lo agradecía. Con la
cabeza echada hacia atrás, disfruté de la luz del sol en las mejillas. Las gafas de
sol marrones me protegían de la brillante luz del sol y me permitían estudiar la
belleza de Florencia.
Una ciudad magnífica.

1
Es un juego de palabras. Mamá+Godzilla. En inglés Momzilla
Estaba en la calle principal, donde se hacían todas las compras, junto a
varias catedrales y edificios llenos de cuadros famosos. Una de las mejores
cosas de esta ciudad era el hecho de que, fueras donde fueras, el arte te rodeaba
en su forma más pura y hermosa.
Leonardo Da Vinci, Miguel Ángel, Rafael. Podría haber contemplado la
obra de esos hombres por siempre. El Renacimiento, la época del renacimiento,
seguía siendo mi favorita de todas las épocas.
—¿Contenta de que estemos aquí? —Unas manos fuertes me rodearon la
cintura y tiraron de mí hacia su pecho musculoso. Me apartó el cabello del
cuello y apoyó la barbilla en mi hombro—. Siempre te ha gustado Florencia.
Aquí es donde te propuse matrimonio. —La voz de Oliver, ronca y profunda, no
me hizo nada y por enésima vez, me pregunté por qué había pensado en casarme
con él.
Aunque todas aquellas fotos enmarcadas en las que disfrutábamos de
cruceros, Europa y estaciones de esquí demostraban que una vez compartimos
un vínculo irrompible. La mujer de esas fotos parecía enamorada, aunque yo no
pudiera reconocerlo.
No es que él no estuviera bueno, sino todo lo contrario. Tenía un corte de
cabello a lo James Dean, el cabello rubio y una piel aceitunada que brillaba
perfecta al sol. Su cuerpo delgado y musculoso llamaba la atención de muchas
mujeres. Estaba guapísimo con traje.
Pero había algo en su tacto que siempre parecía estar mal.
—Sí, es preciosa —murmuré—. No sabía que habías vuelto.
Oliver tenía algunos asuntos serios que atender en Estados Unidos. No me
dijo de qué se trataba, pero quería terminar con todo antes de nuestra boda, que
debía celebrarse en unos días.
Si, estaba enloqueciendo.
No importaba cuántas veces iniciara la conversación sobre posponerlo con
mi familia, ellos se negaban, alegando que todo tenía que ver con el accidente, y
que algún día, mi memoria volvería a mí. Pero, ¿cómo iba a ser la esposa de
nadie mientras tanto, si no recordaba haber amado a aquel hombre?
Solo la idea oscurecía la belleza que tenía ante mí, y ya no me excitaba.
—Quería darte una sorpresa. —Me hizo girar y me tocó la cara—. ¿Me ha
echado de menos mi chica? —Se inclinó, sus labios a un suspiro de los míos,
pero antes de que pudiera apretarlos contra mí, moví la cabeza hacia un lado, de
modo que sus suaves labios rozaron apenas mi mejilla. Desde que desperté en el
hospital, no habíamos compartido ni un beso de buena gana. Se rio entre dientes
mientras la picardía jugaba en sus ojos—. Todavía tan inocente. Pero estoy
dispuesto a esperar.
La idea de compartir la cama con él me provocaba náuseas. Antes de que
pudiera contestar, anunció:
—Mi socio ha venido conmigo. Aceptó asistir a la boda. Dominic
Konstantinov. —Oliver me rodeó el hombro con la mano y nos giró hacia un
lado. Me encontré cara a cara con el hombre más magnífico y peligroso que
jamás había visto.
Sus ojos penetrantes chocaron con los míos y se me cortó la respiración.
Contenían tantas cosas en su interior, y todo en mí quería sacudirse el
control que Oliver ejercía sobre mí y correr con todas mis fuerzas hacia el
desconocido. Ambos dimos un paso hacia el otro mientras mi mente bloqueaba a
todos los demás, y cuando él se detuvo, su boca perfecta se abrió en una sonrisa
de bienvenida que no llegó a sus ojos.
—Encantado de conocerte, Angélica.
Por sí solas, mis manos se cerraron sobre la cruz que colgaba de mi cuello,
y su atención se centró allí. Me pregunté por qué -durante todo este año después
del accidente de auto, cuando estaba rodeada de mi familia y del hombre que me
amaba, y a quien yo supuestamente correspondía- la voz de este desconocido
creaba un capullo protector y seguro alrededor de mi corazón.
Dominic
Ella era mía.
Mía.
De nadie más.
CAPÍTULO CUATRO
ILUSIONES

Rosa
Por el ceño fruncido de Oliver, mi sorprendido silencio había durado
demasiado.
—Yo... —Me tembló la voz y tragué saliva antes de aclararme la garganta y
volver a esbozar una sonrisa—. Encantada de conocerte a ti también. —Mis
mejillas se encendieron por su intensa mirada que creó una inusual conciencia
en mi interior. Los hombres no evocaban ninguna emoción en mí, pero Dominic
solo necesitó un segundo para cambiar eso.
Las vírgenes no las tenían, o al menos todos a mi alrededor así lo
afirmaban. No tenía ningún deseo de explorar una relación física con Oliver. A
Ciara le gustaba señalar mi falta de experiencia cada vez que me sonrojaba al
mencionar alguna posición sexual. Sobre todo, cuando hablaba de lo malo que
era el sexo oral, y me venían a la mente imágenes de una mujer excitada perdida
en el placer con un moreno entre los muslos.
No es que pudiera compartirlo con nadie más. Ya me consideraban una
loca.
La amnesia resultante del accidente de auto no dejaba recuerdos dentro de
mi magullada cabeza, y la mayoría de las veces lo detestaba. Sobre todo, cuando
a mi familia se le ocurrían las cosas más raras, alegando que eran mis favoritas.
Seguro, en ese caso, sentiría alguna alegría o felicidad haciéndolas.
Tal vez entonces, mi cuerpo no reaccionaría ante extraños mientras mi
prometido estaba a mi lado.
—Perdónala, Dom. —Se rio Oliver—. Es tímida. —Los ojos de Dominic
destellaron furia, pero desapareció tan rápido que pensé que me lo había
imaginado.
—¿Lo es ahora? —Por la forma en que hizo esta pregunta, casi burlona,
parecía que pensaba que yo era cualquier cosa menos eso—. Como una buena
chica siciliana. —Sus palabras murmuradas me quemaron y me invadieron
sentimientos inquietantes.
Solté:
—¿Y las conoces, Dominic? —Dios, ¿por qué decir su nombre me hacía
sentir tan bien? ¿Y por qué diablos la idea de él y otra mujer me ponía roja y me
dolía el corazón al mismo tiempo? Como si no tuviera derecho a conocer a otras
mujeres italianas que no fuera yo.
Mío.
¿Estás loca, Angélica?
Quizá fueran algunas de las consecuencias sobre las que nos advirtió el
médico. A veces los pacientes actuaban de forma irracional ante personas o
situaciones, más aún si desencadenaban o perturbaban la mente. Sin embargo,
¿cómo podía hacerlo este desconocido, teniendo en cuenta que no nos
conocíamos de nada?
Debería haber hecho caso a todo el mundo y seguir asistiendo a mis
sesiones con el psicólogo que me había asignado el hospital. Pero, en mi
defensa, solo se podía responder a la pregunta "¿Cómo te hizo sentir?" durante
determinado tiempo hasta que empezaba a molestarte sobremanera.
La sonrisa de satisfacción apenas visible de Dominic me cegó por un
segundo mientras me hipnotizaba -la imagen de un parque apareció como un
flash de un clip de película con él corriendo hacia mí y besándome a más no
poder- mientras yo permanecía aturdida y desorientada. Me llevé los dedos a los
labios y me los froté suave, pues aún me ardían por el beso imaginario.
—¡Angélica! —exclamó Oliver, consternado por mi pregunta o por mi
atrevimiento. Fuera lo que fuese, no pude detenerme mucho en ello, ya que fue
interrumpido cuando dos hombres se unieron a nuestro grupo, y mi mandíbula
casi se cae al suelo.
¡Santo cielo!
El hombre que estaba junto a Dominic a su derecha era sin duda su gemelo.
Ambos exudaban un aura de dominación y peligro. Ambos compartían piel
bronceada, ojos ámbar, cabello negro y cuerpos desgarrados. Sin embargo, ahí
acababan las similitudes y empezaban las diferencias.
El cabello de Dominic era mucho más largo que el corte desgreñado de su
gemelo, y ambos brazos tenían varios tatuajes, junto con el cuello, y sospechaba
que también la espalda. Sus pestañas largas y oscuras parecían casi fuera de
lugar en su rostro duro como el granito. Tenía una forma voluminosa y, de algún
modo, imaginé que una chica podría perderse entre sus brazos fuertes y
protectores. O subirse a él como un mono a un árbol enorme y no soltarlo nunca.
—Hola, Angélica. —Su hermano sonrió suave, aunque no llegó a sus ojos
mientras me estudiaban como una especie de germen bajo un microscopio—.
Soy el gemelo de Dominic, Damian.
—Más o menos lo suponía —dije, quitándome un mechón de cabello de la
frente e intenté actuar con despreocupación, cuando sentía cualquier cosa menos
eso.
Aunque Damian parecía tan sexy como su hermano, su presencia no
despertaba nada y en realidad me calmaba un poco. Había algo en su presencia...
como si pudiera protegerme de cualquier peligro y pudiera confiar en él. Él
tendría mis mejores intereses en el corazón, no como mi familia, que solo quería
moldearme en alguien que no era.
¡Genial! Ahora crees que conoces a hombres que acabas de conocer. Un
poco más de esto y un psiquiátrico será una gran posibilidad, chica.
El segundo hombre, con una larga cicatriz en la cara, me tendió la mano y
yo le di la mía. Cuando me besó los nudillos, me pregunté si había oído un
gruñido de Dominic.
—Vitya, guardaespaldas de Dominic.
Mis cejas se alzaron sorprendidas por sus palabras. ¿Por qué un hombre
como él necesitaría un guardaespaldas? En ese momento, noté un tatuaje de
serpiente en su muñeca, que su camiseta no cubría, y me esforcé por no jadear
cuando me di cuenta.
Un miembro de la Bratva.
Mi familia tuvo una larga conversación conmigo, con fotos y diapositivas
que explicaban la jerarquía y las formas de nuestro mundo. Según ellos, por mi
seguridad, era lo más importante que debía aprender. Vito Rossi era uno de los
jefes mafiosos más despiadados de Sicilia, del mundo en realidad. Nadie estaba
a su altura, porque no tenía nada que perder en comparación con los demás.
Como resultado, tenía muchos enemigos de otras casas de la mafia, y de ellos
tenía que mantenerme alejada o saber mostrar el debido respeto cuando, por
ejemplo, su consejero llegaba a nuestra casa. Una de las lecciones incluía logos
de la mafia irlandesa y rusa con los que bajo ninguna circunstancia debía
relacionarme. Hacían hincapié en que nadie se atreviera a poner un pie en Italia
sin el permiso de Vito.
Dominic Konstantinov no me parecía de los que pedían, así que ¿qué
demonios hacía paseándose por el país como si fuera su dueño?
Y lo que es más importante, ¿qué hacía Oliver? A Vito no le caía bien, y
esto tampoco le daría el premio al mejor sobrino del año. No quería al tipo, pero,
vaya, nunca le había deseado la muerte, y a saber lo que haría el loco de mi tío.
Decidiendo seguirle el juego para disimular un poco mi estado de ánimo -o
el hecho de que no disminuía mi atracción por Dominic, aunque no era tan
diferente de Vito- pregunté:
—¿Tú también vienes a la boda? —Esto provocó tensión entre los hombres,
mientras Dominic se apretaba las manos hasta que se le blanquearon los
nudillos.
—Oliver fue generoso al invitarnos a todos. Vinimos por negocios, así que
creo que nos quedaremos —respondió Damian, y sentí alivio ante esta
información. En ese momento, renuncié a intentar comprender mi estado de
ánimo ante aquellos hombres.
—¡Claro que sí! Después de toda la ayuda que me han prestado, es lo
menos que podía hacer. —Oliver quiso decir más, pero el timbre de su teléfono
lo interrumpió, y lo sacó con una sonrisa de disculpa—. ¿Sí? Espera un segundo,
Lane. —Me besó en la sien, y no pude evitar apartarme de él, lo que pasó
desapercibido para él, pero no me perdí las intensas miradas de los tres
desconocidos—. Necesito atender esto, cariño.
Con eso, se alejó de nosotros unos metros en dirección a la catedral,
discutiendo por teléfono sobre algún envío que no estaba bien hecho. Por lo
general me desconectaba durante nuestras cenas o conversaciones con él, porque
no podía mantener mi atención durante mucho tiempo. Pero recordé vagamente
cómo mencionó su empresa de transportes, que estaba a punto de conseguir un
costoso contrato para el nuevo proyecto que tenía miles de millones en ciernes.
O eso soñaba. Incluso sin mi conocimiento del tema, sonaba como un desastre
en ciernes.
—Bueno, hola —Ciara silbó desde detrás de mí. Debía haberme seguido, ya
que la chica tenía un radar increíble cuando se trataba de mi paradero. Dio un
paso adelante, sus ojos se iluminaron con interés mientras estudiaba a los tres
hombres. Saludó a Oliver con la mano y luego se colocó las gafas de sol en la
cabeza mientras me guiñaba un ojo y murmuraba—. No me habías dicho que
traería a semejantes hombres. —Sus palabras me irritaron, sobre todo la forma
en que seguía centrando su mirada en Dominic. Yo sabía mejor que nadie de su
debilidad por los chicos tatuados.
—¿No has terminado con las citas? —le recordé el pequeño discurso en el
salón nupcial.
Me miró con cara de ¿Estás de broma? y susurró:
—¿Los has visto? Puedo hacer una excepción con tanta masculinidad. —
Levantando la mano en la cara de los gemelos, dijo en voz alta—. Ciara Rossi.
Encantada de conocerlos. —Ambos hombres solo levantaron las cejas y no
mostraron ningún interés en querer besarla. De hecho, Damian dio un paso atrás
y se limitó a asentir, reconociendo su presencia, mientras que Dominic dudó un
segundo mientras yo contenía la respiración.
Luego le tomó la mano y, con ligereza, sus labios rozaron su piel, todo
mientras sus ojos acalorados permanecían clavados en mí como retándome a
decir algo.
Por alguna extraña razón, mi corazón palpitó de dolor cuando le vi hacerle
esto a mi hermana. Sus labios rozaron su impecable piel, y no pude evitar
frotarme las cicatrices de la clavícula mientras me invadía una incómoda
sensación de inseguridad. Atrapé la mirada de Vitya, y la suavidad en ella me
sorprendió, ya que iba en contra de la brutalidad de su rostro.
—Dominic Konstantinov. El placer es todo mío. —Su voz sexy y áspera me
inundó como una ola caliente en la que podía deleitarme. Dios, ¿qué estaba
pasando con mi jodida persona?
Ciara echó la cabeza hacia atrás y se rio, atrayendo la atención de los
hombres que pasaban por allí, luego se inclinó hacia delante y murmuró:
—Aún no has visto nada. —Por un segundo, algo brilló en sus ojos,
parecido al asco, pero desapareció tan rápido que de nuevo pensé que me lo
había imaginado.
En un instante, su boca se abrió en una sonrisa siniestra mientras le daba un
repaso a Ciara y le apretaba la palma de la mano.
—Estoy intrigado. —Su respiración se entrecortó, le gustaba su atención.
Noté que Damian y Vitya observaban todo este intercambio con confusión, e
incluso con enojo, pero eso no podía importarme menos.
Mi interior ardía de dolor y rabia.
Odiaba que la tocara, que la mirara así, que la bañara con sus sonrisas. Mi
prometido estaba de pie, a unos metros de mí, y yo solo podía pensar en este
gánster ruso que representaba todo lo que había aprendido a despreciar durante
mi vida en Italia, pero que, al mismo tiempo, creaba tal conciencia en mí en
cuestión de minutos que mi mente daba vueltas.
No pudiendo soportarlo más, la agarré del codo y la empujé hacia atrás,
rompiendo el agarre entre ellos.
—Ay, Angélica, ¿qué demonios? —preguntó, mientras yo centraba mi
atención en ella, temerosa incluso de mirar a los hombres que quizá pensaban
que había perdido la cabeza.
Sí, únete al club.
—Tenemos que ir a comprobar... los zapatos.
Ciara frunció el ceño.
—¿Qué zapatos?
En serio, ¿qué zapatos? Lo último que tenía en mente era ir de compras,
pero tenía que salir de aquí, y un viaje al museo no era algo para lo que mi
hermana estuviera de humor.
—Para el ensayo de la boda. —Al menos eso era cierto.
Rodando los ojos, dijo:
—De todos los momentos para decidir ir de compras, elegiste ahora. —Pero
luego saludó a los chicos y les guiñó un ojo—. Encantada de conocerlos. Nos
vemos, Dominic. —Esa última parte fue sensual, como si estuviera tendiéndole
la red, y a él no pareció importarle, lo que me cabreó tanto que apreté los puños.
—Adiós, caballeros —respondí, y casi la arrastré hasta Oliver, que la
abrazó con fuerza, y ella cerró los ojos, inhalando su aroma. Y una vez más, me
pregunté cuán profundo era su afecto por él. A veces, cuando creía que nadie se
daba cuenta, se quedaba mirándolo durante horas y escuchaba cada palabra que
decía como si colgara de la luna.
¿Por qué, entonces, no era ella la que unía su vida a la de él en unos días?
La soltó y, al instante, sus brazos me rodearon la cintura. No tuve más
remedio que rodearle el cuello mientras me abrazaba. Decidí seguir el ejemplo
de Ciara, cerré los ojos y abrí todas mis emociones para sentir algo.
Cualquier cosa.
Pero no pasó nada. Su olor masculino y bien afeitado no puso mi cuerpo en
alerta. No ansiaba quedarme abrazada a él para siempre y dejar que me tocara.
Inclinándose hacia atrás, su boca se levantó en una media sonrisa mientras me
colocaba el cabello detrás de la oreja mientras su pulgar me frotaba lento el
labio inferior.
—Te prometo que, una vez cerrado este trato, seré todo tuyo. Incluso
podemos viajar unos días a Roma antes del gran día. —Sacudiendo la cabeza, di
un paso atrás, obligándome a mantener una expresión calmada en mi rostro y no
mostrar el pánico que me gritaba que huyera de este hombre y de esta situación.
En preferencia hacia Dominic, que me atraparía y nunca me soltaría.
Dios mío, por el amor de todo lo sagrado, cállate.
—No es necesario el viaje. Nos iremos ahora. —Le di un beso en la mejilla
para que no intentara atrapar mis labios con los suyos. Entrelacé mi codo con el
de Ciara mientras nos empujaba en dirección a la zona comercial de Florencia,
deseando como el demonio que todo esto fuera una pesadilla y me despertara
pronto.
¿Por qué?
Porque demostraba que podía sentir deseo, ganas y necesidad de un
hombre. Que mi memoria no era el problema y mi cuerpo no era frígido. Podía
desear a un hombre.
Solo que no era a mi prometido.
Dominic
La rabia latente amenazaba con romper mi control, con hacer que me
abalanzara hacia Oliver y le pegara una paliza por acariciar la mejilla de mi
mujer.
Por acariciarla.
Por llevar su anillo.
Por creerse con derecho a poseer o reclamar a mi mujer, que, para empezar,
nunca le perteneció.
Mis manos se crisparon, mis músculos se tensaron, listos para golpear,
cuando dos pares de brazos fuertes me agarraron, y dos cuerpos me bloquearon
la vista mientras se colocaban frente a mí, formando un muro de ladrillos que
me separaba del cabrón que destruyó mi vida.
—Quítense de en medio —gruñí, pero no se movieron.
—No te precipites —afirmó Vitya, y apenas me contuve de asestarle un
golpe justo en medio de la cara por ordenarme.
—Él tiene la culpa. No es el cerebro, si su idea de negocio es un indicio de
su inteligencia, pero tiene que ser parte de ello —Damian maldijo y luego se
pasó los dedos por el cabello.
—No lo sabemos, Dom. No podemos actuar sobre nuestras emociones.
Tienes que verlo. Tengo la sensación de que hay cosas más importantes en
juego, sobre todo teniendo en cuenta toda la información que hemos recopilado
durante este año.
Sí, dijera lo que dijera era la voz de la razón, y puede que tuviera razón,
pero no podía dejarlo pasar.
Rosa.
Mi Rosa estaba viva. La reconocería en cualquier parte, por el
inconfundible brillo avellana de sus ojos, sus labios carnosos con un pequeño
lunar en uno, apenas visible para cualquiera que no estuviera tan familiarizado
con su cuerpo como yo, y sus largas pestañas... el rostro que veía en mis sueños.
Mis ojos absorbieron su cuerpo, su belleza, su olor, y si por mí fuera, la
habría secuestrado de aquí y habría huido a Rusia, donde estaría a salvo.
Pero no podía.
El juego acababa de empezar.
—Es ella. —Apreté los dientes, el corazón se me aceleraba solo de decirlo
en voz alta.
Toda la oscuridad, todas las pesadillas, todas esas noches con botellas de
whisky rotas. Todas se desdibujaron en la nada, como si nunca hubieran
ocurrido. Porque mi mujer estaba viva, y que me jodieran si algún idiota me la
arrebataba. Mis ojos no pasaron por alto cómo ella se estremecía ante cualquier
muestra de su afecto o cómo el aire se electrizaba a nuestro alrededor. No quería
preguntarme si alguna vez había tenido acceso a su perfección, pero, aunque lo
hubiera hecho -por mucho que la sola idea me diera ganas de matar al cabrón y
gruñir-, no cambiaría mi amor ni la situación.
Rosa Giovanni era mía de cualquier manera, pero aquellos que le hicieran
daño tenían que ser castigados.
Damian se ablandó, me puso la mano en la nuca y me la apretó ligeramente,
dándome todo el apoyo que necesitaba.
—Lo sé.
Y sin más, lo que estaba en juego cambió.
Mierda, creía que hacía un año habíamos tenido una guerra y habíamos
lidiado con la mierda resultante.
Eso no tenía nada que ver con lo que pasaría a continuación.
Director
Gritando con fuerza, golpeé con los codos todos los artículos de tocador de
mi mesilla de noche, que se desparramaron por el suelo, rompiéndose o rodando
bajo la cama mientras me tiraba fuerte del cabello.
Abriendo varios armarios, busqué lo único que podía calmarme antes de
que alguien apareciera para silenciarme. Al final encontré las tijeras grises, me
quité los jeans, me senté en la cama y cerré la palma de la mano mientras las
tijeras me rompían lentamente la piel del muslo. La sangre caía al suelo,
hipnotizándome con su color.
Una vez hecho esto, respiré y me limpié la sangre con un pañuelo mientras
mi mente se despejaba de la niebla de la locura y podía pensar racionalmente y
planear un contraataque.
Dominic Konstantinov estaba aquí. El hombre seguía teniendo la misma
aura de confianza a su alrededor, y todo lo femenino que había en mí ansiaba su
clase de dominación y posesividad que le había visto dar a Rosa en Nueva York.
La eligió como suya, cuando debería haber sido yo.
Debería haber sido mi salvador, no el suyo. ¿Por qué demonios necesitaba
su amor y su protección? Lo tenía todo, la princesa de la Cosa Nostra adorada
por su padre.
Todo pertenecía ya a esa zorra, que había arruinado mi vida antes incluso
de que yo naciera.
Alfonso era un tonto estúpido e ingenuo que creía de verdad que mi plan lo
convertiría en el jefe de la Cosa Nostra, y podría infligir su venganza a todos los
que lo subestimaban. Y sus celos del Pakhan me ayudaron a convencerlo de que
actuara con dureza, tanto que no se dio cuenta de que nunca estuvo destinado a
sobrevivir al plan.
Rosa Giovanni se convirtió en Angélica Rossi por una razón. Se merecía un
castigo por lo que me había hecho pasar, y ahora, de algún modo, su hombre lo
había descubierto. Solo así podía explicarse que apareciera en Italia de la nada, y
en compañía de Oliver. El idiota no tenía ni idea de cómo llevar un negocio, así
que ¿por qué iba el Pakhan de la Bratva a invertir en su idea sin tener un motivo
oculto?
Quería salvar a su preciosa Rosa, una vez más. ¿Qué tenía ella para que los
gemelos Harrison estuvieran dispuestos a recibir una bala? Incluso el Sociópata
la consideraba una hermana y se jugaba mucho por ella. Según mis fuentes e
investigaciones, era una de sus chicas favoritas después de su mujer y su hija.
La rabia que ya me era familiar volvió a apoderarse de mí, acelerando los
latidos de mi corazón, y me sudaban las palmas de las manos mientras me
picaban las uñas de arañar las cortinas de las ventanas. La medicación ya no
parecía ayudarme. Tendría que buscar otra cosa.
Deslizando la mano bajo la almohada, saqué una foto en blanco y negro de
una preciosa mujer de cabello negro que saludaba feliz a la cámara mientras un
hombre la sostenía en brazos. Estaba tan feliz, sin saber el mal que le esperaba
en el futuro. Frotándole la cara con el pulgar, le susurré:
—Te lo prometo, mamá. Pagarán por esto. —Mientras por mi mente
pasaban voces molestas de mis recuerdos.
Querida, los hombres han venido a jugar.
Tapándome los oídos con la esperanza de acallar para siempre esa voz, me
mecí de un lado a otro en la cama mientras una frialdad familiar me helaba;
podía oler el semen en mi piel cuando él me lo frotaba y siempre me hacía
saborearlo. ¿Cómo podría alguien perdonarlo y olvidarlo?
La única forma de lograrlo era destruir a Rosa Giovanni. Solo entonces, mi
madre descansaría en paz, y yo podría morir sabiendo que la felicidad
privilegiada a la que se sintió con derecho toda su vida le fue arrebatada,
mientras moría lento, poco a poco, desesperada en una vida peor que la muerte.
Solo ese desenlace sería justo.
Solo ese resultado vengaría a la niña que una vez fui.
Solo un resultado podría lograrlo.
CAPÍTULO CINCO
REUNIÓN

Dominic
—Al menos en el futuro, avísame que vamos a una escena de lucha
clandestina. Yo me lo saltaría —murmuró Michael, mientras Vitya sacudía la
cabeza con exasperación apretándose el cuello.
—Créeme. Nadie quiere estar aquí —dijo Damian, desplazándose una vez
más por su teléfono para escribir un mensaje a Sapphire. No podía estar lejos de
ella sin mandarle mensajes todo el puto tiempo mientras suspiraba triste.
—Cariño, compórtate. Te prometo que mañana te llevaré a hacer turismo.
—Vitya le dio un rápido beso justo antes de llegar a las escaleras de la esquina
de la calle que conducían al subterráneo y directo a una enorme puerta de metal.
La música sonaba a todo volumen, mientras dos guardaespaldas permanecían de
pie con expresión indiferente.
—Les agradecería que no se quejen, maldición —¿De qué mierda iba todo
esto? Yo era el único que podía quejarse, teniendo en cuenta que mi mujer
estaba por ahí con un cabrón que decía que le pertenecía.
Mis puños se cerraron mientras me imaginaba ahogando la mierda de
Oliver, pero incluso en mi estado de rabia, las cosas no cuadraban. Nunca salió a
relucir su nombre, ni el de la familia, y por las miradas desesperadas que no
dejaba de dirigirle, comprendí que sí sentía algo por ella. El hombre era como
un puto unicornio, sonriendo y soñando con su futura novia, mientras su negocio
era un barco que se hundía. Con toda mi experiencia en el mundo criminal,
dudaba mucho que tuviera algo que ver con el plan maestro. Pero las apariencias
engañan, así que no se podía descartar a nadie fácilmente. En este punto, todos
en el clan Rossi eran sospechosos.
Damian les mostró nuestras identificaciones a los guardaespaldas.
Asintieron con la cabeza, nos dejaron entrar y de inmediato nos recibió el olor a
sexo, alcohol, sudor y sangre.
Mujeres semidesnudas contoneaban las caderas al ritmo de la música en las
jaulas situadas sobre la pista, doblando sus cuerpos alrededor del poste para
exponer al máximo sus activos mientras los hombres borrachos cerca de la barra
tomaban más chupitos y silbaban.
Las camareras con faldas cortas y tops ajustados se movían con eficacia
entre las mesas, mientras los voluminosos guardias de seguridad golpeaban a
cualquiera que decidiera juguetear con ellas. Diez o quince cabinas de terciopelo
estaban repartidas por el local, con mesas marrones de madera en el centro, y el
suelo de mármol brillaba bajo la costosa lámpara de araña de diamantes, que
colgaba tan baja que parecía a punto de caerse en cualquier momento. En la
barra de la esquina derecha había cinco camareros que preparaban bebidas a
borbotones, rugidos y gemidos resonaban por todo el local mientras varias
personas apostaban por el resultado del combate.
El ring, o más bien jaula, tenía barrotes de metal, solo los luchadores
estaban dentro del amplio espacio con suelo duro, así que quien se golpeara con
algo no tendría piedad ni una "caída" fácil. Los barrotes tenían bordes afilados,
así que quien rebotara en ellos se magullaría la piel en el proceso. Como estaba
situado justo en el centro del recinto, todo lo demás giraba a su alrededor.
Parecía que llegábamos justo al final, ya que las apuestas eran demasiado altas.
La quinta o sexta ronda seguro.
—¿Ves a Vito? —preguntó Vitya, manteniendo un apretado agarre sobre
Michael, que estaba casi pegado a su lado, sin gustarle la violencia que nos
rodeaba.
—Debería estar aquí —respondí, escudriñando el lugar una vez más, y al
final, mis ojos se posaron en Vito Rossi, que estaba sentado en la cabina más
grande, rodeado de sus guardaespaldas. Tenía a una mujer entre las piernas
dándole porros mientras otra le murmuraba algo al cuello, y él se reía, aunque la
vibración general que daba era de aburrimiento.
Debía estar muy mal de la cabeza.
La razón por la que arrastré a todo el mundo hasta aquí fue para reunirme
por fin con el jefe de la mafia y decidir hasta qué punto estaba implicado en la
desaparición de Rosa. Empezar una guerra con él en su territorio era estúpido,
imprudente, y no era algo a lo que sometería jamás a mi Bratva. ¿Pero establecer
una relación con él, crear un interés curioso para que se alejara de Italia?
Sí, por algo me eligieron Vasya y Radmir.
—Damas y caballeros —gritó la voz en el micrófono, lo que me sacó de
mis pensamientos. El locutor que había entrado en la jaula hacía unos segundos
iba vestido de blanco y negro.
Blyat, esos italianos iban a por todas cuando creaban algo ilegal. En Rusia o
América, esos lugares se celebraban en el sótano, con suelo de cemento,
habitaciones oscuras y, por supuesto, nada de cosas lujosas tiradas por ahí. Allí,
me recordaba mucho a una pelea callejera, pero al entrar aquí, uno pensaría que
se estaban celebrando MMA profesionales.
—¡Stefano gana esta pelea sobre Stone! —Estallaron vítores, se rompieron
vasos y una rubia que solo llevaba un tanga corrió hacia ellos sosteniendo una
cadena dorada en las manos. Hasta tenían premios. Qué lindo, mierda.
Acercándome al escenario, estudié el cuadro que tenía delante y tuve que
dárselo al ganador. Estaba claro que había destrozado a su oponente.
Stone yacía boca arriba, respirando con dificultad y ahogándose con la
sangre mientras se ponía morado y azul. No podía inhalar suficiente aire y,
como tenía mucha experiencia, comprendí que se había roto las costillas.
Stefano rugía, se golpeaba el pecho con los puños y corría alrededor de la jaula
disfrutando de la atención. Todo el mundo aplaudió, sin preocuparse siquiera de
Stone, medio moribundo en el suelo.
Tras un examen más detenido, me quedé helado, ya que el chico no podía
tener más de dieciocho años.
—Tienes que estar jodiendo —espetó Damian furioso, dispuesto a
abalanzarse sobre él, pero mi mano se lo impidió. Por mucho que agradeciera
que mi hermano me siguiera hasta aquí y me ofreciera su apoyo mientras su
alma clamaba por estar con su mujer... esta no era su batalla.
—¿Alguien más es lo suficientemente valiente como para enfrentarse a
Stefano el de Acero?
Michael resopló ante el poco convincente apodo, mientras Vitya le tapaba
la boca con la mano. No necesitábamos atención innecesaria.
Quitándome la chaqueta y luego la camisa en un rápido movimiento, grité:
—Yo.
El público se calló mientras me observaba, sorprendido, mientras Stefano
echaba la cabeza hacia atrás como midiéndome y luego se reía.
—Claro. —Pasé junto a una rubia, que se relamió, recorriendo mi pecho con
la mirada y sonriendo seductora, pero la ignoré y entré en la jaula.
Como nadie se molestó en ayudar al chico, Stone, hice un gesto con la
cabeza a Vitya, y él asintió, sacando el teléfono del bolsillo. En un segundo,
Knyaz y Artur aparecieron, recogieron al chico y se lo llevaron a nuestro cuartel
general. Tenía algunas preguntas para él, y mostró un buen potencial.
El Pakhan nunca perdía la oportunidad de reclutar sangre buena y fresca.
Las cosas debían estar desesperadas para que incluso compitiera contra Stefano.
El chico no tenía el físico ni la fuerza para ello. La única explicación podía ser el
dinero.
Crujiendo el cuello de lado a lado, me enfrenté a él mientras volvía a gruñir
y se abalanzaba sobre mí. El tipo era macizo, con músculos desgarrados, como
si viviera y respirara el gimnasio, y me llevaba ventaja física. Sin embargo, su
cansancio tras el combate anterior y mi excesivo entrenamiento en la Bratva nos
ponían en igualdad de condiciones.
Giré a la derecha, lo golpeé con fuerza en la espalda y cayó al suelo, sin
esperarlo. El público me abucheó mientras coreaba su nombre. Se levantó, casi
de un salto, y me dio un golpe en el estómago. Me lancé en dos, pero luego le
asesté un golpe justo entre los ojos y le di una fuerte patada en el hígado,
sabiendo muy bien que era uno de los lugares más vulnerables para un hombre
como él, que se ganaba el dinero dando palizas a todo el mundo.
Se balanceó, mareado, pero no le di la oportunidad de recuperarse. Toda la
rabia contenida al ver a Rosa en brazos de Oliver volvió a mí y la trasladé a cada
una de mis acciones. Agachándome, lo apoyé en mi hombro, lo levanté del suelo
y le golpeé la espalda contra el suelo. Mientras aullaba, me aseguré de presionar
con el dedo un punto específico de su estómago que activaría su vesícula biliar y
enviaría el jugo gástrico a su garganta. En un segundo, Stefano vomitó por todas
partes, sin poder levantarse ni girarse hacia un lado, ya que le había magullado
la columna vertebral. Su entrenador se apresuró a entrar con unos cuantos
hombres, pidiendo ayuda a gritos mientras lo ponía de lado para que no se
ahogara con su propia mierda.
Un murmullo recorrió la multitud, que no sabía cómo reaccionar ante lo
ocurrido, y entonces oí un fuerte aplauso.
Al girarme, vi que Vito Rossi se levantaba de su asiento y caminaba
lentamente hacia la jaula mientras sus palmas seguían golpeándose, y me
dedicaba una media sonrisa que más bien parecía una mueca en su rostro de
granito. Hizo una pausa, chasqueó al camarero y, en un segundo, tenía un vaso
de whisky en la mano, lo levantó y dijo:
—Benvenuti a Firenze, Pakhan. —Sus guardaespaldas se levantaron
mientras Vito me daba la bienvenida a Florencia, empuñando las armas mientras
se cortaba la música y las mujeres con expresiones de asombro desaparecían
detrás de la barra. Más de veinte hombres de la Cosa Nostra nos rodearon, y fue
entonces cuando asentí, dando la señal a la Bratva.
En un instante, mis byki y mis fuerzas de seguridad entraron en el sótano y
retuvieron a los enemigos a punta de arma. ¿Olvidé mencionar que traje
conmigo a mis mejores soldados? No podía arriesgarme a perder a Rosa otra
vez, no ante la locura que este jefe parecía tener flotando en su casa mafiosa.
Vito echó la cabeza hacia atrás, se rio, aunque no le llegó a los ojos, y luego
me hizo un gesto para que me uniera a él en la mesa.
—Hablemos, Pakhan. Siempre hay tiempo para matar después.
Ocultando mi sonrisa de victoria, me senté en el extremo opuesto de la
mesa y le tendí la mano.
—Dominic Konstantinov.
La estrechó con un apretón fuerte y apretado.
—Vito Rossi. ¿Qué te trae a mi territorio, Pakhan?
Recostándome en el asiento, puse las manos sobre la mesa y decidí empezar
el juego.
—Tu sobrina.
Frunció el ceño, y en sus ojos brilló algo parecido a la furia y los celos,
mientras gritaba:
—¿Ciara?
Levantando la ceja, la información me pareció interesante. Por mucho que
quisiera hacerse el indiferente, estaba más claro que la puta agua que sentía algo
por la chica de ojos verdes. Teniendo en cuenta que no era su sobrina de sangre,
estaba en su derecho, pero qué puto pervertido por querer a una chica que creció
delante de sus ojos.
La madre de Angélica, la hermana de Vito, Inés, se enamoró de un chico
sencillo llamado Amedeo, que tenía una heladería y muchos sueños. Sobra decir
que la familia no aprobó inicialmente la unión, pero debían querer mucho a Inés,
pues sucumbieron a su deseo y le dieron permiso para casarse. Tras un año de
feliz matrimonio, Amedeo murió en un accidente de auto, dejando a Inés sola y
embarazada de su hija. El padre de Vito, entonces jefe del clan Rossi, unió a
Ercole a su lado y le ordenó que se casara con ella para que su nieta tuviera un
padre. Ercole se casó con Inés, aunque los rumores decían que nunca le fue fiel,
y ella aprendió a lidiar con ello. A juzgar por las imágenes, ella tampoco sentía
mucho amor por él. Ciara era la sobrina de Ercole, a quien tuvo que criar como
propia cuando su hermano francés murió junto con su mujer. Las niñas crecieron
juntas y tenían edades cercanas, por lo que ni siquiera estaba seguro de que
conocieran la historia entre las familias.
—No, Angélica. —Ante mi respuesta, encendió su puro, lo aspiró y luego
exhaló el humo con expresión curiosa.
—¿Ella?
—La quiero para mí. —Aunque sonara arcaico, las mujeres rara vez tenían
voz en el mundo de la mafia. Los matrimonios o las alianzas se formaban en
función de la necesidad o de las conexiones; el amor ni siquiera era un factor.
Los hombres se limitaban a elegir a quien querían y se acercaban al cabeza de
familia.
Tiró el puro al suelo, me estudió mientras pensaba algo con detenimiento, a
juzgar por cómo se frotaba la barbilla, y finalmente dijo:
—¿Por qué iba a dártela? —Es curioso que pensara que era decisión suya.
Solo confirmó que no estaba contento con Oliver para empezar. Esos italianos
preferían mantener los matrimonios en la familia o cuando podía ayudar a la
línea de sangre. Casarse con un empleado americano que no tenía ni puta idea de
cómo llevar un negocio sin actuar como un idiota no hablaba bien de toda una
organización. Sin embargo, según los informes que obtuve, Vito adoraba a sus
sobrinas y solo accedió porque Angélica se lo suplicó. A pesar de su mala
reputación, el hombre parecía tener una debilidad excepcional por las mujeres
de su familia.
—Porque así podrás tener acceso a Nueva York.
Se quedó inmóvil, se inclinó hacia delante y afirmó:
—Nueva York está controlada por Emiliano Giovanni. —Sí, Don se llevó
una sorpresa, ya que nunca le hablé de mi sospecha ni de mi plan. No podía
hacer sufrir al hombre por nada. Hacía poco que había empezado a rehacer su
vida y ya tenía bastantes problemas propios.
—Ya no. Es débil. Puedo asegurar tu liderazgo allí mientras Angélica sea
mía.
—¿Tuya? —preguntó, aunque yo ya lo tenía enganchado. ¿Quién no querría
reinar sobre la Gran Manzana? Esta conversación se movió en la dirección
exacta que yo había predicho. Vito Rossi no me sorprendió.
Esperando un segundo, mi boca derramó las palabras que guardaba en mi
corazón desde hacía mucho tiempo.
—Mi mujer. —Se sacudió, dio un sorbo a su whisky, me miró con
intensidad y luego sonrió.
—Tienes valor, chico. Lo reconozco. —Luego sus ojos grises se volvieron
de acero y me dijo, letal—. Pero puedes irte a la mierda. La felicidad de mi
sobrina significa más para mí que un trato jodido. Por no hablar de mi respeto
por Don.
Damian, que estaba de pie junto a la cabina, compartió una mirada
conmigo, y yo levanté la mano, esperando a que colocara las carpetas en ella.
Vito Rossi acababa de pasar una prueba y, por desgracia, eso me devolvía
al punto de partida.
Si no era él quien lo había organizado todo, ¿quién carajo lo había hecho y
dónde podíamos encontrar a esa persona?
Y lo más importante... ¿Estaba Rosa a salvo?
Sin decir nada más, le pasé los papeles y los leyó. Luego escuchó mi
historia.
Y entonces se convirtió en parte de mi plan.
Viva Italia.
Rosa
El chasquido de los tenedores contra la vajilla de porcelana era el único
sonido que se oía en el comedor, mientras papá hacía lo posible por ignorar a mi
madre y ella lo fulminaba con la mirada. Confundida, dirigí una mirada a Ciara,
que se limitó a encogerse de hombros, sorbiendo su vino tinto, indiferente a sus
actitudes. Vivir con ellos durante los últimos meses había demostrado que no
tenían una relación amorosa, así que me preguntaba por qué se molestaban en
seguir casados.
El amplio salón podría servir con facilidad para una sesión fotográfica de
una revista cara; así de artificial parecía todo. Paredes de papel Bourbon, caros
muebles de roble hechos a mano por Andy, que al parecer era uno de los
mejores maestros de nuestra generación. La mesa rectangular con doce sillas de
comedor estaba colocada en el centro de la habitación, bajo la reluciente araña
de cristal rosa, mientras que el suelo de madera estaba cubierto de raras y lujosas
alfombras persas. La base de Vila de Rossi era de mármol dorado, tan
resbaladizo que prefería llevar calcetines, lo que a mi madre le provocaba un
infarto. Al parecer, nada que no tuviera tacones era aceptable.
Varios cuadros colgaban de las paredes, creando de algún modo una
sensación claustrofóbica tan fuerte que no disfrutaba comiendo aquí. Por lo
general, me despertaba temprano para comer en la cocina, pero las cenas
familiares una vez a la semana eran innegociables. La villa en su conjunto tenía
el mismo ambiente frío, ya que contaba con más de treinta habitaciones y
cincuenta personas para servirnos. El rojo, el dorado y el verde dominaban el
diseño, y me irritaba la vista. ¿Quién demonios combinaba esos colores?
Eliza, nuestra ama de llaves, recogió mi plato vacío y preguntó:
—¿Quieres un postre? —Negué con la cabeza, le dediqué una débil sonrisa,
me limpié la boca con una servilleta blanca de mi regazo y me levanté, con el
ruido de la silla deslizándose hacia atrás en el suelo crispando los nervios de
todos.
—Si me disculpan, tengo que irme. —Papá frunció el ceño y mamá resopló.
—No me gustan tus salidas nocturnas. Una buena chica no lo hace. —Sus
ojos se entrecerraron mientras escudriñaba mi aspecto—. Y menos con esa ropa
tan asquerosa. —Apenas me contuve de reírme en su cara: unos jeans y una
camiseta le provocaban semejante reacción, ¿en serio? Nada le gustaba, a menos
que fuera un vestido de flores o un traje de baile.
—Papá...
Madre me cortó, queriendo saltar al sermón rutinario de ellos.
—¡Ni siquiera entiendo por qué lo necesitas tanto! Tienes una boda dentro
de nueve días, que debería ser tu principal preocupación. No un niño que de
todas formas tiene los días contados.
La frialdad se apoderó de mí mientras un temblor me recorría y la
mandíbula casi se me cae al suelo de lo sorprendida que estaba. Nunca
aprobaron que fuera voluntaria en el hospital, pero ¿una falta de respeto tan
flagrante a los pacientes? Sobre todo, a los más pequeños, ya que eran los más
difíciles de ver cuando la enfermedad les succionaba la vida.
—Madre. —Rezaba por tener paciencia, ya que las peleas a gritos con ellos
nunca ayudaban, y se negaban a ver nada desde mi perspectiva. Esa era una de
las razones por las que los hijos no debían vivir con sus padres cuando llegaban
a los veinte años—. Dentro de nueve días, como tú dices, mi vida cambiará para
siempre. Antes de eso, por favor, permíteme gobernarla como mejor me parezca.
—¡No! No lo permitiré. Llevamos siglos esperando este día. —La voz de
mamá se volvió casi desesperada, con pánico, y eso me confundió. La boda
parecía ser más importante para ella que yo. Como una especie de salvavidas al
que se aferraba.
Colocando las manos en las caderas, ladeé la cabeza mientras levantaba una
ceja.
—¿Y por qué exactamente necesitaría tu permiso? —Con lo poco
afectuosos que se habían mostrado conmigo y con mi hermana, me
desconcertaba que siguiéramos viviendo con ellos. La independencia parecía
una opción mucho mejor que esta. Una de las muchas razones por las que no
podía conectar con la Angélica del pasado. La chica dejaba que todo el mundo
pasara por encima de ella, si sus órdenes servían de algo. Pero yo no podía
permitirlo. Todo en mí se rebelaba contra la idea como una poderosa tormenta.
Padre golpeó la mesa con el puño, haciendo temblar y saltar los vasos y los
platos, y gritó:
—¡Cuidado con lo que dices, Angélica! —respiró agitado mientras las venas
de su frente estallaban, mostrando su ira y su control amenazando con romperse.
Dando un paso atrás, parpadeé varias veces. No me lo podía creer. Por mucho
que se comportaran como viejos chapados a la antigua, no me habían asustado
ni una sola vez.
Ciara se unió rápido a mí, enlazó su brazo con el mío e hizo todo lo posible
por calmar la situación.
—Padre, ella no quiso decir eso. Por favor, no ha recuperado la memoria y
se siente vulnerable. ¿Recuerdas que el médico nos dijo que podría tener un
comportamiento extraño? Es una de esas cosas. —Me dio un pellizco en el
costado, sin dejar de mirar a nuestro padre, que nos estudiaba a ella y a mí,
decidiendo si le estaba vendiendo mentiras o no. Como ella me dio la señal,
asentí, y él se relajó un poco.
Su enfado se transformó en calma en un instante mientras levantaba la
mano y me acariciaba la mejilla, y por el fuerte apretón que Ciara tenía en mi
codo y sus uñas clavándose en mi piel, comprendí que no debía hacer muecas ni
mostrar ningún tipo de repulsión.
—Angélica, lo siento. Puedes irte. Solo asegúrate de hacerles saber que no
continúas después de la boda. —Lamiéndome los labios secos, me obligué a
actuar con normalidad y asentí.
Subimos las escaleras, Ciara me empujó a mi habitación y cerró la puerta en
silencio.
—¿Qué demonios te pasa? —siseó, pasándose los dedos por el cabello. Me
froté el brazo y parpadeé rápido, aún aturdida por la escena de abajo, mientras
ella seguía despotricando—: ¡Nadie se comporta así con papá! A diferencia de
ti, él no tiene ningún daño cerebral, sorella. Esto es inaceptable.
Encontrando por fin mi voz a medida que aumentaba mi ira, agarré mi
bolso del suelo, comprobé mi cartera y mi dinero, y repliqué:
—Padre o no, no tiene derecho a actuar así. —¿Siempre tenía esas
tendencias abusivas? Ciara sabía bien cómo calmar la situación lo suficiente
como para que él saliera ganando, y no me sentó nada bien—. ¿Por qué vivimos
con él? —Sus ojos se abrieron de par en par y exhaló un suspiro pesado.
—Porque cualquier otra cosa es impropia de buenas chicas católicas. —Lo
que de nuevo tenía cero sentido para mí. Los domingos íbamos a la iglesia y,
aparte de eso, él no actuaba religioso ni nos daba sermones sobre el
comportamiento perfecto. Lo que exigía era más propio de la cultura de las
bandas mafiosas que otra cosa. Pero los destellos de su carácter que había
presenciado abajo me inquietaban. Cualquier acto de violencia, ya fuera aquí o
en una película, me producía una sensación de hormigas mordiendo mi piel
mientras el terror me mantenía prisionera. Nadie podía explicarme por qué, solo
que antes del accidente nunca me había ocurrido.
—No lo entiendo... te permite viajar por todo el mundo y salir con quien
quieras. ¿Y sin embargo no puede aceptar que nos mudemos?
Una expresión de desolación se dibujó en su rostro antes de volver a
serenarse y decir con cansancio:
—Yo no soy tú. —Antes de que pudiera preguntarle a qué se refería, me
echó fuera—. Vete, haz lo tuyo o cambiará de opinión. —Si no se me hubiera
hecho tarde, me habría quedado con ella, ya que estaba muy alterada. Pero mis
responsabilidades en el hospital me llamaban y, siendo franca, después del
incidente de hoy, que se sumó a los sentimientos ya agitados desde que conocí a
Dominic, necesitaba que las paredes del hospital me centraran lo suficiente
como para funcionar. Durante varias horas, necesitaba ser egoísta.
Me incliné, le di un rápido beso en la mejilla y la abracé durante unos
segundos.
—¡Te quiero, hermanita! —Se sobresaltó como de costumbre y salí
corriendo, no sin antes gritar por encima del hombro—. ¡Llámame! —Con eso,
escapé al único lugar donde nadie esperaba que fuera alguien que no era, y en
esos raros momentos allí, mis pulmones respiraban libres sin el peso de un
futuro desagradable sobre mis hombros.
Director
Contemplando el espejo, intenté estudiar mi reflejo mientras la bañera se
llenaba de agua y se formaban burbujas que desprendían el aroma de la lavanda
en el aire.
El sedoso albornoz negro se deslizó por mi piel, dejándome desnuda y
permitiendo que la dura luz dejara al descubierto mi cuerpo perfecto. La forma,
el tamaño y la figura en los lugares correctos. Al menos, según todas esas
revistas de glamour que había en la casa.
Levantando el dedo, me recorrí los labios carnosos y los pómulos altos,
preguntándome qué tenía Rosa Giovanni que me faltara a mí. ¿Por qué Dominic
había perdido la cabeza con solo posar sus ojos en su foto, mientras que
conocerme a mí no le hacía nada?
Ella no podía entenderlo al mismo nivel que yo. Compartíamos un pasado
común, podíamos estrechar lazos, y podíamos tener un pequeño cielo perfecto el
uno con el otro.
La gente como Rosa Giovanni no pertenecía a nuestro mundo.
El recuerdo de su rechazo aún me escocía, reproduciéndose como una vieja
película en blanco y negro en mi cabeza.
Desde luego, Moscú tenía un atractivo que no esperaba. La nieve caía
sobre mí mientras giraba y levantaba los brazos. Los copos de nieve tocaban
con suavidad mi piel y se derretían en mi lengua mientras mi ligero abrigo
apenas ofrecía calor.
De pie en medio de la calle Arbat, con la gente pasando a mi lado y
dándome codazos cuando me negaba obstinada a moverme, no podía sentirme
más feliz. El aire de Rusia era diferente, casi me liberaba, y cerrando los ojos lo
inhalé, sintiéndome casi como un ser humano normal.
Y entonces una voz ronca me sacó de mi aturdimiento, y mi mirada chocó
con el hombre más guapo y peligroso que había visto nunca. Parpadeé un par
de veces y por un segundo pensé que era un sueño, un producto de mi
imaginación, pero allí estaba. Frunciendo el ceño, preguntó:
—¿Eugenia?
Asentí con la cabeza, ya que tenía que dar a todo el mundo mi nombre
falso, como había insistido mi padre, y me arrepentí de no haberme puesto algo
más atractivo para que pudiera verme mejor. El sombrero en el cabello, la
larga bufanda y las anchas gafas de sol, que tapaban un ojo morado, no
delataban nada de mi belleza.
—Sí.
—El asunto ha terminado con Vasya. Tengo que llevarte de vuelta al auto.
—Hizo un gesto detrás de él hacia el Volvo negro, donde el conductor me tenía
la puerta abierta, seguro para acompañarme de vuelta al aeropuerto.
—Yo… —Mi mente buscó con ahínco algo que prolongara esta
conversación para permitir que este príncipe oscuro me entendiera o tuviera
algún tipo de reacción hacia mí, pero él ya había dado media vuelta, sin
importarle lo más mínimo mi bienestar.
En pocos minutos, estaba dentro del cómodo auto mientras las luces de la
ciudad nocturna parpadeaban en la ventanilla, y me preguntaba por el
desconocido.
Más tarde, utilicé todas mis habilidades de hacker para conocer su pasado.
Lo que descubrí me puso de rodillas, mientras lloraba por él, sabiendo lo que
era vivir a merced de hombres hambrientos que te tocaban sin permiso con sus
sucias manos. Mi vida cobró un nuevo sentido durante dos años mientras
acechaba obsesionada al hombre, asegurándome de que su corazón no
perteneciera a nadie.
Pero entonces me distraje por un momento al descubrir que Rosa Giovanni
estaba viva tras su secuestro, y entonces se habían conocido.
Y él la quería.
Una vez más, alguien prefería a esa zorra antes que a mí y no podía
perdonarlo.
Sacudí la cabeza de la neblina antes de que la locura irracional se apoderara
de mí, metí un dedo del pie en el agua caliente y, al gustarme la temperatura, me
deslicé dentro y apoyé la espalda contra la bañera, gimiendo de satisfacción
mientras me aliviaba los doloridos músculos de la espalda.
De algún modo, todos los contactos que había utilizado antes estaban
muertos o permanecían en silencio. Nadie parecía poder ayudarme en esta
batalla.
Parecía que el castigo final tendría que venir de mis manos.
No podía esperar.
CAPÍTULO SEIS
CONEXIÓN

Rosa
—Ya está. —El niño apretó más fuerte el osito contra su pecho, mientras se
examinaba el dedo meñique con una tirita verde de Mickey Mouse.
—¿No te duele? —le pregunté casi acusadoramente mientras sus padres
gemían. Todavía se sentían avergonzados por el incidente que había ocurrido
antes. No habían dejado de disculparse desde entonces.
Ben Walker era uno de los pacientes más dulces que el Dr. Bellucci tenía en
la planta de pediatría; era un pequeño luchador. Al niño le habían diagnosticado
cáncer de riñón hacía unos meses, pero por fortuna a tiempo para que el
tratamiento lo ayudara. Se sometió a quimioterapia y tenía que hacerse análisis
de sangre con regularidad, pero su miedo constante hacía que el procedimiento
fuera, como mínimo, difícil. Lloraba, gritaba, maldecía y escupía al médico
hasta que se debilitaba lo suficiente para que pudiéramos realizar el
procedimiento. Solo mis promesas parecían calmarlo, y por eso me unían a él
para las inyecciones o cualquier cosa relacionada con la enfermería.
Metí la mano en el bolsillo y saqué un caramelo de cereza que había
guardado para él.
—¡Mi favorito! —chilló, lo rodeó con sus deditos, abrió el papel y empezó a
devorarlo de un tirón.
Su madre me sonrió cansada.
—Gracias. —Le di unas palmaditas suaves en el brazo, sacudí la cabeza y
salí de la habitación mientras se me hacía un nudo en la garganta al pensar por
lo que habían tenido que pasar. La enfermedad de un hijo destruía a los padres,
ya que estaban indefensos ante las enfermedades.
Devolví la tableta con la información de los pacientes a la mesa de
administración y me apreté la nuca, gimiendo por el dolor de cuello. Después de
casi seis horas de pie o corriendo por las plantas, me vendría muy bien un café
para reponer fuerzas.
Matilda, la enfermera jefa, sin apartar la atención del ordenador donde
tecleaba, preguntó:
—Una noche dura, ¿eh?
Asintiendo con la cabeza, me pregunté si tal vez yo también debería ir a
comer algo. La cena en casa no llenaba mucho.
—Sí. —Me miró con simpatía y, asegurándose de que nadie nos veía, abrió
el armario de su escritorio y me tiró un paquete de M&M. Lo agarré justo a
tiempo antes de que me diera en la cara. La mujer no tenía puntería, en serio.
—No te lo he dado yo. León ya es duro conmigo por todos los dulces.
Me reí, recordando a su marido, que había decidido perder peso hacía
varios meses, y Matilda, como su esposa y apoyo, se unió a su reto. Solo había
un problema: ella no podía vivir sin azúcar. Era un alma tan buena. Con
regularidad compartía su alijo con nosotras cuando necesitábamos un
empujoncito.
—¡Gracias! —Me metí uno amarillo en la boca, disfrutando del sabor,
cuando el buscapersonas emitió un pitido.
La paz no duraba mucho, pero en el hospital tampoco existió nunca.
—¡Tengo que irme! —Volví a dejar los caramelos en el escritorio y bajé
corriendo cuando me llamaron de Urgencias. En un tiempo récord, casi me topo
con Nick, que era el cirujano jefe de traumatología—. Hola, ¿me has llamado?
Me hizo un gesto para que lo siguiera. Abrió la cortina y mi respiración
acelerada por la carrera se atascó en mi garganta cuando mis ojos chocaron con
unos perfectos estanques ámbar que recorrían posesivamente mi figura.
¿Quién hubiera pensado que volvería a encontrarme con Dominic
Konstantinov tan pronto? Estaba en compañía de Vitya y de un tipo delgado y
rubio que me estudiaba como si fuera un fantasma mientras se quedaba con la
boca abierta. Sin fijarme mucho en su extraña reacción, centré mi atención en el
joven tumbado en la cama que berreaba con fuerza.
—Ha estado en una pelea. Costillas y nariz rotas, sin hemorragia interna —
explicó Nick, mientras le revisaba el estómago—. Está blando, pero me gustaría
hacerle una resonancia magnética. Tendremos un quirófano preparado por si
acaso. —Silbó a Antony, que se unió a nosotros—. Ayúdame a llevarlo a
reconocimiento.
Frunciendo el ceño, pregunté:
—¿Por qué no yo?
Señalando a Dom, explicó:
—Este hombre necesita que le curen las contusiones. Por favor, ocúpate de
ello. —Se fueron con la camilla, dejándome de pie con tres hombres. Solo
entonces me di cuenta del labio partido, los nudillos ensangrentados y Dios sabe
qué bajo esa camisa suya, que le abrazaba como una segunda piel y dejaba al
descubierto un paquete de seis que suplicaba ser tocado.
Mente fuera de la cuneta, chica.
Aparté otra cortina con una cama vacía y la acaricié. Por suerte, habíamos
pasado una noche tranquila en Urgencias, así que tenía espacio y tiempo para
ocuparme de sus heridas.
—Siéntese, por favor. —Abrió la boca como para protestar, pero luego la
cerró e hizo lo que le pedí. Bajo su intensa mirada, se me puso la piel de gallina
e inconscientemente quise tirar de mi bata o cambiármela. No quería estar
delante de él oliendo a vómito infantil, con el cabello alborotado y la cara sin
maquillaje. ¿Qué mujer lo haría?
Me puse guantes y procedí a curarle las heridas con un antiséptico y una
crema para aliviar los moretones, ya que no tenía nada roto. A decir verdad, la
única razón por la que lo hice fue que, por muy traicionero que resultara para
Oliver, ansiaba sentir su piel caliente contra la mía, aunque solo fuera por un
segundo.
En el momento en que lo hice, la electricidad nos recorrió, haciéndome
jadear mientras mi cuerpo se sacudía con una conciencia que no sabía que
existía, y al mismo tiempo, sus ojos ardían de deseo.
Quizá no debí hacerlo, después de todo, porque la vida se me complicó
muchísimo.
Dominic
Que me jodan por elegir este hospital de todos los sitios, sabiendo de sobra
que Rosa trabajaba aquí. Sin embargo, tras una conversación con Vito, mis
ejecutores se aseguraron de informarme que el chico no tenía tiempo que perder
y que teníamos que tratarlo rápido. Vito se limitó a encogerse de hombros,
diciendo que él no hacía caridad y que el chico sabía dónde se metía. No
podíamos ocuparnos de todos. Puede que fuera así, pero a la mierda si iba a
dejarlo allí. Por desgracia, el lugar de lucha clandestina estaba a veinte minutos
de este hospital, y me preparé para volver a ver a mi amor, aunque seguro la
había asustado más que conquistado.
Después de descubrir la existencia de Angélica Rossi, Anton fue enviado a
Florencia y de inmediato, puesto de guardia para vigilarla todos los días, cada
maldito segundo. Me enviaba informes diarios con los lugares a los que iba, lo
que comía y lo que le gustaba. También me adjuntaba varias fotos, pero yo
intentaba no estudiarlas, porque si no era mi Rosa... no quería malgastar tanta
energía en una mujer cualquiera. Anton se convirtió en una sombra que siempre
estaba ahí para protegerla en caso de que fuera mía.
Y era mía.
Allí estaba ella, con su bata rosa, que solo dejaba entrever sus hermosos
atributos, pero que al mismo tiempo le quedaba sexy. Me entraron ganas de
arrancársela y pasar las palmas de las manos por su carne suave. Llevaba el
cabello negro y brillante recogido en una coleta, mientras que su rostro, sin más
maquillaje que el rímel en las pestañas, resaltaba el color avellana de sus ojos.
Casi cerré los ojos cuando sus dedos, aun enguantados, tocaron mi piel y se
le escapó un jadeo apenas audible. Dios, la forma en que me miraba, como si me
deseara sin entender por qué, mataba y despertaba al mismo tiempo mi
acalorado corazón. Me deseaba. Su cuerpo, o tal vez su subconsciente, me
reconocía como suyo, aunque su mente se revelara ante la idea, desde que
aquellos tipos le lavaron el cerebro con la patética historia de Angélica Rossi.
Al menos tenía eso, si no otra cosa, pero con un hospital lleno de gente y
toda la historia, no podía actuar según mis sentimientos y necesidades.
—¿Qué le ha pasado? —Sus suaves palabras me sacaron de la neblina
creada por su cercanía. Carraspeé y me moví en la camilla para ocultar mi
creciente excitación.
—Pelea callejera. —Hizo una mueca de dolor mientras agarraba la tirita y
me la ponía en el dedo. Tendría que arrancármela en cuanto nos separáramos.
¿Qué clase de hombre iba por ahí con esto cuando tenía un pequeño moretón?
—Deberían prohibirlas.
Una sonrisa se dibujó en mi boca, más bien una mueca. Mi ingenua Rosa.
—Nunca se acabará. A veces tienes que aprender a protegerte pase lo que
pase.
Ella levantó los ojos de mi mano y nuestras miradas chocaron, sus ojos
avellana llenos de curiosidad. Lamiéndose los labios resecos que debía haberse
mordido sin descanso, si el pequeño parche de piel fruncida que había en ellos
servía de referencia, preguntó:
—¿Tuviste que hacerlo muchas veces?
Los flashbacks de mis años de cautiverio se sucedieron ante mí, y luego los
años en la calle. Por mucho que la gente me hiciera daño, aprendí a defenderme,
pero solo cuando Radmir me había enseñado. ¿Quién lo diría? Quizá si hubiera
tenido estas habilidades desde el principio, la vida habría sido diferente.
Aunque, ¿qué niño a los seis años sabía esta mierda? Pensar en ello era un punto
discutible.
—Sí.
Abrió la boca, queriendo decir algo, pero un empujón por detrás de ella de
un niño enfadado que se peleaba con su enfermera la cortó. Abriendo más mis
rodillas, se metió entre ellas mientras mi brazo derecho rodeaba su cintura. Me
clavó las uñas en el hombro y nuestros labios quedaron a escasos centímetros.
Siseó al entrar en contacto directo con mi erección, pero no se apartó. Las
ligeras bocanadas de aire que salían de ella eran rápidas, como si se aferrara
desesperada al control, pero ¿por qué?
—Lo siento mucho, Angélica —dijo la mujer morena desde detrás de ella,
pero no le hicimos caso. Nuestras miradas no se apartaban, mientras su pulso
latía rápido en su cuello. Bajando la mirada, observé bien las cicatrices que le
había dejado el fuego abrasador en el que la encontraron, y no pude evitar frotar
con los dedos la carne fruncida, mientras mis labios ansiaban aliviarla con cada
roce y cada beso. Necesitaba que no tuviera ninguna duda de que era tan
deseable para mí como antes.
—Tú —susurró, y por un segundo, nada existió en este momento excepto
nosotros. Los ruidos del hospital y la gente de alrededor se desvanecieron. Pero
así terminó, con un médico abriendo la cortina, con una tableta en las manos.
Nos miró con el ceño fruncido y Rosa se echó hacia atrás, cruzándose de
brazos, mientras él se encogía de hombros y empezaba a hablar.
—Vengo a ponerlo al día con respecto a su sobrino.
Mirando por encima de mi hombro, asentí con la cabeza en señal de
agradecimiento a Vitya y Michael, a quienes se les ocurrió la historia de fondo.
Estos hospitales no querían revelar nada a menos que fueras de la familia.
—Está en el quirófano 1 y nos pondremos en contacto con usted en cuanto
tengamos noticias. Necesito que venga conmigo y rellene el papeleo para él.
—Michael. —Sin esperar ni un segundo, mi ayudante siguió al doctor fuera,
no sin antes guiñarle un ojo a Rosa.
—Encantado de conocerte, Angélica.
Ella frunció el ceño por un segundo, pero luego una amplia sonrisa se
dibujó en su rostro.
—Igualmente.
Michael sopló un beso a Vitya, que no reaccionó y desapareció tras las
cortinas.
—Yo me ocuparé de algunas llamadas —dijo Vitya, y con un gesto de
cabeza hacia nosotros, se marchó también, dejándome a solas con mi mujer.
Debió de notar la tensión sexual en el ambiente y no quiso participar.
Bien.
Sentí el chasquido de sus guantes cuando se los quitó, los tiró a la papelera
y se pasó los mechones de cabello por detrás de la oreja.
—Ya está. Ya puedes unirte a ellos.
Intentó rodearme, pero la agarré por las muñecas. Siseó cuando la giré para
que me mirara. De pie, no le di tiempo a pensar y enredé su coleta en mi puño,
manteniéndole la cabeza quieta mientras colocaba mi boca sobre la suya cuando
la abrió para protestar.
Sus puños golpearon mi pecho, queriendo zafarse de mi agarre, pero no se lo
permití. En cambio, su silbido me permitió introducir mi lengua en su boca. Su
sabor familiar me llenó y gemí de placer. Era un hombre hambriento que había
encontrado su primer sorbo de agua en un desierto, por muy cliché que sonara.
Los sueños de su sabor me perseguían en mis pesadillas, ya que los recuerdos
eran lo único que quedaba de nuestro amor, o eso creía yo. Incluso si nada más
me convencía de que era mía, esto habría sellado el trato. Nadie se sentía como
ella, y nadie más lo haría jamás.
Rosa dejó de forcejear e inclinó la cabeza hacia atrás, permitiéndome un
contacto más profundo. Sus manos se deslizaron desde mi paquete de seis a mis
hombros y finalmente llegaron a mi cuello. Cuando me rodeó con los brazos, se
apretó más contra mí mientras mi erección se clavaba en su vientre. Se le escapó
un gemido mientras mis manos apretaban su culo y la levantaban del suelo,
haciéndola rodear mi cintura con las piernas. Dios, me moría de ganas de
colocarla sobre la superficie más cercana y follarla hasta que se olvidara de todo
menos de nosotros. Tal vez eso aceleraría su pérdida temporal de memoria, o
como quiera que se llamara su jodido diagnóstico. Incapaz de resistirme, deslicé
la palma de la mano bajo su camisa, necesitaba sentir su piel desnuda y, era tan
suave como la recordaba. Me ardían los pulmones por el deseo de respirar, pero
no podía soltarla. Ni ahora ni nunca, maldición.
Pero sus necesidades siempre eran lo primero, y palmeando mi cara, retiró
su boca de la mía, tragando aire mientras mis labios se desplazaban hacia su
cuello, dejando besos con la boca abierta sobre su piel. Mis puños se cerraron
sobre su espalda por la imposibilidad de marcarla, ya que no podía exponer
nuestra conexión por ahora. Pasé la lengua por la cadena de plata de mi cruz y
sonreí al ver que aún la tenía y que nunca se la había quitado. Gracias a Dios.
Apoyé la frente en la suya, respiramos agitados y yo estaba dispuesto a
empujarla contra la pared y hacerlo, sobre todo sabiendo cuánto me deseaba.
Seguía apretándose contra mí, queriendo encontrar la fricción, lo que supuse que
la confundía muchísimo.
—Oye, Connie, ¿has visto a Angélica? Me han dicho que debería estar en
Urgencias. —La voz de Oliver resonó en la habitación, a pesar del ruido
habitual del hospital, y ambos nos quedamos quietos un segundo. Entonces, me
exigió con su lenguaje corporal que la bajara. Apenas tuvimos tiempo de
separarnos y alisarnos la ropa, cuando entró, con los ojos desorbitados mientras
su mirada se movía entre nosotros.
—Dominic. —Frunció el ceño, pero aun así me tendió su mano libre y yo
se la estreché. Sea el ejemplo de mi maldita paciencia que no lo aplasté en mi
apretón, odiando a Oliver solo por el hecho de ser el prometido de mi Rosa.
Culpable o no, en ese momento, deseé matarlo—. Qué encuentro tan inesperado.
—Cambiando su atención hacia Rosa, sonrió y le rozó la mejilla con los
nudillos, mientras ella forzaba la felicidad en su cara, como si la aparición de
este imbécil le trajera alguna alegría.
—Hola. Él estaba... herido.
Oliver asintió y le dio la bolsa que llevaba en la mano.
—Aquí tienes algo de cenar. Pensé en pasarme esta noche, ya que mañana
tienes una despedida de soltera con las chicas. —¿Incluso tenía una celebración
de esta unión?
Le abofetearía el culo tan fuerte una vez que la tuviera en mi cama; no sería
capaz de sentarse durante una semana entera sin que le escociera. Mi krasavica
no tenía por qué estar tan metida en este matrimonio, aunque no supiera que no
era Angélica.
Racional en este momento no era.
—Nos vemos luego, Oliver. —Apretando su hombro un poco más fuerte de
lo necesario, decidí marcharme antes de sucumbir al deseo de arrebatársela aquí.
Al llegar a la recepción, vi que Michael y Vitya discutían acalorados sobre
asuntos personales y, por la expresión sombría de Vitya, no le gustó lo que dijo
Michael. ¿Qué mierda le había pasado a nuestra pareja feliz?
Se detuvieron cuando me puse delante de ellos y Michael me puso al
corriente de la situación.
—Todavía está en quirófano. Puede que tarde varias horas. Yo puedo
quedarme aquí. Ustedes pueden ir a hacer sus cosas.
No me extrañó que a Vitya no le gustara el plan, pero me mantuve neutral
en esto. Su vida personal no era asunto mío hasta que interfiriera en su trabajo.
Michael levantó la ceja de forma sugerente.
—Tienes que prepararte para una noche de chicas, ¿eh? —Lo ignoré
mientras se reía a carcajadas. Ignorándolos a ambos, saqué mi teléfono y caminé
hacia la entrada, decidido a tener por fin la conversación que había pospuesto
durante tanto tiempo.
A pesar de que Damian volvió a Rusia, mientras que Connor trajo a
Sapphire y Kristina con él, no podía dejar que fuera él quien diera la noticia. Ya
le debía bastante a mi gemelo; a veces sentía que nunca podría pagarle toda la
ayuda que me había dado.
Al quinto timbrazo, Don descolgó el teléfono y contestó con voz ronca.
—¿Diga?
Carraspeando, respondí:
—Don, tenemos que hablar.
Rosa
—Muchas gracias —le dije a Oliver, todavía estupefacta por la escena
anterior, mientras él se encogía de hombros con una sonrisa infantil.
—Encantado de ayudar a mi pequeña enfermera —bromeó—. Una noche
ajetreada, ¿eh?
Asentí con la cabeza y me senté en la camilla, esperando que se calmaran
los rápidos latidos de mi corazón. Mis dedos tocaron mis labios ardientes,
mientras que, por un segundo, cerré los ojos, recordando nuestro apasionado
beso. Su abrazo apretado, su cuerpo caliente y su abrumadora sensación de
pertenencia.
Infidelidad, Angélica. ¡Fue un maldito engaño! Tres días antes de tu boda.
Aunque mi mente me gritaba esas razones, no podía sentirme culpable, por
mucho que lo intentara. Tal vez porque, en este beso, de alguna manera me
encontré a mí misma y no me cuestioné nada. ¿Cómo podía ser posible?
Dominic Konstantinov era un desconocido y, sin embargo, eso no reducía en
nada mi deseo o mi curiosidad por él.
—¿Angélica? —preguntó Oliver, mientras me levantaba la barbilla con los
dedos índice y pulgar, mirándome directo a los ojos. Por un segundo, noté culpa
y lástima en ellos, pero por qué, no lo sabía—. ¿Estás bien?
Lamiéndome los labios, asentí, aunque me sentía de todo menos bien.
Una cosa estaba clara.
Dominic Konstantinov era una droga peligrosa que mi cuerpo ansiaba, pero
tenía que mantenerme alejada de él. De lo contrario, amenazaba con traer caos a
mi vida, por descabellado que sonara.
CAPÍTULO SIETE
DESPEDIDA DE SOLTERA

Rosa
—¡Por las erecciones y los orgasmos! —gritó Ciara, mientras las chicas a
nuestro alrededor ululaban con aprobación mientras lamíamos la sal, bebíamos
chupitos de tequila y chupábamos limones.
El líquido me quemó la garganta y de inmediato me calentó por dentro
mientras una risita escapaba de mis labios.
—Creo que deberíamos parar un rato —dije, limpiándome las manos
pegajosas en un pañuelo, con la cabeza mareada por los cuatro chupitos que nos
habíamos tomado.
—¿Me tomas el cabello? ¡Solo se celebra una despedida de soltera una vez!
Ni de broma, ¡señorita! —exclamó, e indicó al camarero que trajera otra ronda
mientras yo estudiaba la barra que nos rodeaba. El establecimiento había abierto
aquí hacía poco. El restaurante principal estaba en Nueva York, pero el dueño
quería explorar el mercado italiano. Así que recreó el bar aquí, hasta en los
pequeños detalles, y basándose en las fotos de la web, los locales eran idénticos.
El menú de aquí tenía más cosas italianas, pero hasta ahí llegaban las
diferencias.
Mis pies se balanceaban de un lado a otro mientras me sentaba en la silla
alta, con una pierna sobre la otra y la barbilla apoyada en la palma de la mano.
Lujoso sería la palabra apropiada para ello, o anticuado.
Dependía de cómo se mirara, supongo.
El café tenía dos plantas con un escenario redondo justo en el centro, donde
cada noche actuaban músicos y cantantes con talento, recreando éxitos de
grupos famosos con su propio toque. Actualmente, tocaban todos los éxitos de la
legendaria Queen. "Bohemian Rhapsody" era uno de mis favoritos. Fue
maravilloso que volviera a hacerse popular; los niños deberían recordar algunos
buenos clásicos.
Los colores predominantes eran el dorado, el negro y el rojo. El mobiliario
consistía en mesas redondas de madera con dos sillas más cerca del escenario y
varias cabinas cerradas en varios rincones. Estaban ocultas por cortinas de gasa
dorada y creaban un aura de privacidad e intimidad.
El personal vestía ropa bastante extravagante, ya que recreaban el look de
los años veinte, con camareras que se recogían el cabello con horquillas,
mientras llevaban vestidos de flapper y guantes de encaje. Los hombres, por su
parte, llevaban pantalones, zapatos de cuero, sombreros y camisetas con
chaleco. El aire acondicionado funcionaba todo el tiempo, resultando cómodo
para los clientes y el personal. La iluminación era tenue y solo había lámparas
en las mesas, por lo que toda la atención se centraba en el escenario, con luces
resplandecientes para que brillaran las estrellas.
Cuando llegamos, nos recibió la anfitriona, Sonya, que llevaba un vestido
rojo largo con la espalda abierta. Por alguna razón, me miraba de forma extraña
y fruncía el ceño cada vez que alguien pronunciaba mi nombre. También era la
directora y supervisaba los viajes de negocios entre Italia y Estados Unidos.
Quizá Angélica era un nombre poco corriente para Estados Unidos, aunque
lo dudaba mucho. ¿No era el país que tenía antepasados de todo el mundo?
Me propuso una cabina acentuada por cortinas, alegando que era mi
favorita. No entendía cómo podía tener una favorita en un lugar que nunca había
visitado, pero nos negamos, ya que Ciara siempre prefería estar más cerca de la
barra.
—Como buena dama de honor, tengo que hacerte una pregunta. —Ciara se
inclinó hacia delante, apenas unos centímetros nos separaban, y susurró—.
¿Estás segura de este matrimonio? Todavía puedo ayudarte a huir mañana.
Lamiéndome los labios secos, respondí con sinceridad:
—Por favor.
Sus ojos se abrieron de par en par y abrió la boca para responder, pero
luego sonrió y me hizo un gesto severo con el dedo índice.
—Por un momento pensé que hablabas en serio. —Luego llamó a las chicas,
que en su mayoría eran amigas suyas, para decirles que teníamos que bailar y
divertirnos.
Según Ciara, en mi vida anterior yo era más bien solitaria y no me juntaba
mucho con la gente, así que no encontró a nadie de mi entorno a quien invitar.
En su lugar, eligió a las mujeres más despreocupadas que conocía. Sugerí no
hacer mucho con la fiesta, ya que, en realidad, ¿no se suponía que debía ser todo
risas y diversión porque la novia no podía esperar a que llegara el gran día? Pero
Ciara no quiso y creó todo lo que quiso. Llegó un momento en que dejó de
importarme, igual que me pasó con la boda en la que reinaba mamá.
Yo era una pusilánime, patética en realidad. Pero entonces, para luchar
había que preocuparse, y ¿por qué iba a preocuparme por las flores o el vestido
que se eligieran para el evento, cuando el evento en sí me deprimía más allá de
toda medida?
Suspirando pesado, le di un sorbo a mi bebida y me pregunté cuándo sería
el momento apropiado para irme por fin y dormir un poco.
Dominic
—Así que, hombre, una fiesta para todos esta noche ¿eh? —Michael rugió
de risa, golpeándose la rodilla con la palma de la mano mientras los labios de
Vitya temblaban un poco, como si apenas contuviera su propia diversión, y
Anton bajó la mirada, quizá encontrando toda esta situación divertidísima.
—Cállate, Michael. —Mi tono no dejaba lugar a discusiones, y los tres se
enderezaron, adoptando expresiones serias en sus rostros. Qué bien. ¿Quién
demonios se creían para hablarme así? Por mucho que fueran mis amigos, yo
ocupaba el puesto de Pakhan, no ellos—. En cuanto cruce esa puerta, vigilen el
lugar como halcones —les dije a los seis ejecutores junto al auto, y una vez que
asintieron, continué—. Vitya y Michael, entren conmigo y asegúrense de que el
lugar esté seguro. Anton, asegúrate de que Ciara esté ocupada.
Medio sonrió.
—No hay problema, Pakhan.
Le dirigí una mirada dura y aclaré:
—Ocupada, no follada. —Anton tenía buena reputación con las mujeres; en
otras palabras, le encantaban. A pesar de la mierda de historia de ser hombre de
una sola mujer -lo que le hacía creer a Rosa cuando actuaba como su amigo de
la universidad-, no era ningún santo. De hecho, los tríos eran lo que más le
gustaba hacer en su tiempo libre. Al parecer, también le gustaba el bondage y
los azotes con flogger.
No importaba. Mientras a las mujeres les gustara y no se hicieran daño, yo
me mantenía al margen. Solo me preguntaba si su comportamiento le pasaría
factura algún día, cuando decidiera estar con alguien de forma permanente.
—¿Oliver?
—Igor está con él. Cenan con Ercole, así que dudo que aparezca. En
cualquier caso, lo sabríamos.
Satisfecho con la respuesta de Anton, di media vuelta y me dirigí hacia la
puerta del café al que a Rosa y a mí nos encantaba ir en Nueva York. Era
divertidísimo que hubieran abierto una sucursal precisamente aquí.
En la recepción, Sonya me saludó con una amplia sonrisa. Antes de que
pudiera decir nada, me señaló el bar.
—Rosa está ahí.
Mierda, la había reconocido.
—¿Le has dicho algo?
Dio un paso atrás, quizá sorprendida por mi tono.
—Solo que podía darle tu cabina favorita, pero se negó.
Abrí la boca para contestarle que debería haber sabido que no podía darle
opciones, pero mi atención se centró en la barra, donde Rosa estaba sentada en
un taburete con un sexy vestido rojo que se ceñía perfecto a su cuerpo,
mostrando su increíble piel bronceada, sus piernas torneadas y su cabello
cayendo en cascada por su espalda. Sorbía por la pajita de algún tipo de bebida
rosa, mientras animaba con la mano a la pista de baile donde Ciara y sus amigas
bailaban, y noté que Anton se abría paso hacia ella, igualando los movimientos,
y sus ojos se iluminaron con interés.
Buen trabajo, Byk.
Rosa suspiró pesado, como si el peso del mundo recayera sobre sus
hombros, pero luego se aquietó, parpadeando al chocar nuestras miradas.
Uniéndome a ella en el asiento de al lado, le dije:
—Angélica.
—¿Qué haces aquí? —preguntó furiosa, sin dejar de mirar a su hermana.
—¿No es evidente? He venido por ti. —¿En qué puto universo pensaba
alguien que iba a permitir que mi mujer, mi Rosa, fuera a un bar a
emborracharse sin supervisión?
Ella era mía.
Mía para amarla, mía para protegerla y mía para calmarla. Mi cuerpo la
anhelaba, y también me necesitaba, si el calor que mostraba en el hospital era
algo a tener en cuenta. Era hora de acabar con esta puta mierda y reclamar por
fin lo que por derecho me pertenecía. Aunque Don y Damian me rogaron que
tuviera cuidado y esperara hasta el gran final, no podía. Vito ya conocía mis
planes, así que todo lo demás era discutible.
Esta noche, planeaba darnos lo que tanto habíamos esperado.
El uno al otro.
Rosa
Estaba aquí.
Mi corazón latía rápido contra mi caja torácica mientras mis ojos se lo
bebían. Dios, el hombre era magnífico.
Sus anchos hombros estaban cubiertos por una camisa de seda y llevaba
unos jeans bien ajustados. Con una ligera sombra de las cinco de la tarde, tenía
un aire que me llamaba, rogándome que corriera a sus brazos y lo dejara
ocuparse de todos los problemas de mi vida. Quería volver a sentir sus labios en
los míos, sin tener que fingir ser alguien que no era.
Y todas esas emociones me asustaban. Sobre todo, con él sentado tan cerca,
su muslo rozando el mío, despertando mi cuerpo a otro nivel.
—Yo… —Mi voz tembló por mi agitación e hice lo único racional en esta
situación.
Corrí hacia el lavabo de la parte trasera del establecimiento, y con las prisas
olvidé incluso el bolso. Entré rápido, cerré la puerta y me dirigí hacia el espejo.
Respiré hondo, abrí el grifo y humedecí unas toallitas de papel con las que me
limpié el sudor del cuello, esperando que el frescor me calmara.
¿Qué demonios estaba haciendo aquí? Esta noche de chicas no era para mí,
por no mencionar que ninguna era mi amiga íntima. Solo estaba un poco
mareada por las copas, no estaba borracha en absoluto, así que tal vez podría ir
al hospital, ponerme un goteo intravenoso para eliminar todo el alcohol de mi
cuerpo, ¿y trabajar toda la noche? Así no tendría que ver a mis padres ni a
Oliver hasta mañana por la noche, lo que sería una solución perfecta.
Seguro Dominic se iría con alguien más. Por mucho que su compañía me
inquietara, sabía muy bien que solo tenía que ver con la persecución. Era el
Pakhan de la Bratva después de todo. Vito se prostituía todo el tiempo,
cambiando de mujer como de guante. Casadas, comprometidas, solteras. Las
amaba a todas. ¿Por qué Dominic iba a ser diferente? Tal vez tenía mujeres por
todo el mundo. Solo sucedió que esta vez me encontró intrigante, o tal vez
quería algo que Oliver tenía. La idea de él y otras mujeres me produjo dolor,
como si alguien me clavara un cuchillo justo en el pecho.
Qué pensamiento tan dramático. Este tipo apareció en mi vida de la nada y
me deseaba.
Decidida, salí, con los tacones resonando en el suelo de mármol y la mirada
fija en el escenario donde Ciara charlaba y bailaba con un tipo pelirrojo.
Deteniéndome en seco, lo estudié durante un segundo, preguntándome dónde lo
había visto antes.
Imágenes borrosas de la universidad y un auditorio pasaron por mi mente,
pero fue tan fugaz que tuve la sensación de haberlo imaginado. No pude pensar
mucho en ello, ya que unos fuertes brazos me agarraron, llevándome al rincón
en sombra entre el lavabo y el escenario. Habría gritado si mi nariz no hubiera
percibido el aroma familiar de Dom.
Inclinándose hacia delante, me atrapó entre su pecho y la pared, poniendo
sus brazos a ambos lados de mi cara mientras su aliento me abanicaba las
mejillas.
—Suéltame, Dominic. —El estúpido escalofrío que siempre me recorría
cuando pronunciaba su nombre se negaba a ceder, y me molestó muchísimo.
—¿De verdad quieres que lo haga, Angélica? —me susurró al oído, y
apenas me resistí a cerrar los ojos un segundo para disfrutar de la sensación que
despertaba en mí. Sacudiendo la cabeza para quitarme la niebla, estudié la
expresión de su rostro, y a pesar del deseo reflejado en sus piscinas ambarinas,
su mandíbula estaba dura, como si estuviera enfadado.
—¿Por qué haces esto? —pregunté, sorprendiéndome a mí misma. Arrugó
las cejas, creando una profunda línea entre ellas.
—Hago muchas cosas, preciosa. ¿Qué quieres decir exactamente?
—¿Por qué dices mi nombre así... como si... te burlaras de él o algo así?
Casi como si te diera asco —terminé, sintiéndome como una maldita tonta.
En primer lugar, a quién le importaba lo que pensara el tipo, y, en segundo
lugar, aunque lo hiciera, no era asunto mío. Lo había conocido ayer, había
dejado que me besara y, de algún modo, le había dado la impresión de que
estaba bien suponer que estaría dispuesta a acostarme con él.
Aunque mi cuerpo gritaba "claro que sí" y estaba de acuerdo con la idea,
comprendí lo estúpido que era.
Esa mañana había contactado con mi psicóloga para interrogarla sobre esta
situación, y me aseguró que a veces ocurría con la amnesia. Cuando no
reconocíamos a las personas o a los seres queridos que nos rodeaban, tendíamos
a formar vínculos inexplicables con desconocidos. Ella pensó que mi
fascinación por Dominic provenía de un profundo trauma por el hecho de haber
olvidado mi amor por Oliver, y de alguna manera mis emociones por él
despertaron el deseo por Dom.
Menuda estupidez. Le di las gracias y, una vez más, me felicité por haber
interrumpido mi sesión. ¿Dónde encontraron Ciara y papá a esta psiquiatra?
—Oye, ¿a dónde fuiste? —Me levantó la barbilla, para que no pudiera
ocultarle mi mirada—. ¿Estás bien? —No se me escapó cómo decidió no
responder a mi pregunta.
Todo se volvió demasiado para mí y solté:
—¿Sabes qué, Dominic? No, no estoy bien. Apareces en mi vida, creando
caos, no escuchas cuando te digo que te alejes, y luego esperas a que me meta en
la cama contigo solo... porque sí. Sin mencionar que mi familia me presiona
para que me case con un tipo que no recuerdo. No olvidemos a mi hermana, que
parece estar enamorada de él. En tres días tiene que ocurrir el acontecimiento
más importante de mi vida, y me da mucho miedo. —Solté una bocanada de
aire, derramando sobre él todas mis oscuras preocupaciones. Tragándome el
nudo de la garganta, lo aparté—. Déjame en paz. —Con eso, centré mi atención
en Ciara, y justo en ese segundo, ella giró sobre sí misma, encarándome.
—Hola, chica. ¿Qué está pasando? —preguntó preocupada, mientras el tipo
detrás de ella me sonreía.
¿En serio, Rosa? Podrías haberle dicho que tenemos exámenes finales
dentro de una semana, así que tenemos que estudiar juntos. Ahora me va a
matar.
¿Aarón? ¿Anton? ¿Por qué me vienen esos nombres a la cabeza junto con
esas palabras tan extrañas? Ciara me sacó de mis pensamientos.
—¿Angélica?
La abracé para que no me viera la cara y le susurré al oído:
—Me necesitan en el hospital. Creo que pasaré allí la noche.
—¡Pero es tu noche de chicas!
—Ciara, por favor, entiéndelo. —Se tensó en mis brazos, pero luego
suspiró pesado.
—Bien, de todas formas, no te interesaba mucho, a pesar de las pocas fotos
que te has tomado. —Me dio un suave beso y soltó una risita—. Este chico me
mantendrá muy ocupada.
Seguro que sí.
Con eso, saqué mi teléfono, pedí un Uber y pasé junto a Sonya, que me
miró sorprendida. ¿Qué le pasaba a esta mujer?
El auto llegó bastante rápido, junto con el chico del parking, que llevaba
traje y expresión hosca. Huh, ¿no se vestían parecido a los camareros? ¿Cuándo
tuvo tiempo de cambiarse? Me senté dentro y estaba a punto de cerrar la puerta,
cuando Dominic entró corriendo y me tapó la boca con la palma de la mano
mientras yo gritaba dentro de ella. Ignorándome, dirigió al conductor:
—A mi hotel, Vlad. —Y el auto avanzó suave pero veloz.
Dominic retiró la mano, me colocó en su regazo con rapidez y tanta
habilidad, como si pesara tan poco como una pluma, para que pudiéramos estar
frente a frente.
—Así está mejor, cariño.
—¡Esto es un secuestro!
Se rio, apoyando la cabeza en el asiento de cuero.
—Llama a la policía.
En lugar de marcar el número, me crucé de brazos y miré con odio al tipo.
Dios, ¡esta situación era tan estúpida!
—¿Qué quieres de mí? Viniste aquí como socio de Oliver, ¡y lo único que
haces es acosarme!
Sus ojos se entrecerraron, mientras gruñía:
—No soy su socio. No hago negocios con idiotas. Y la última vez que lo
comprobé, ni una sola vez me apartaste, así que ¿a quién estoy acosando
exactamente?
Parpadeé un par de veces al asimilar la información y me decidí a hablar
cuando el auto se detuvo de repente, haciéndome perder el equilibrio. Me habría
caído si no fuera por los fuertes brazos de Dominic.
—Fuera, Pakhan. —No reconocer esta voz era imposible. Crecimos juntos
y siempre se supuso que nos casaríamos.
O así era el plan entre nuestros padres cuando éramos niños.
—¿Lorenzo?
Casi como una película, escenas similares se reprodujeron en mi mente,
solo que la diferencia era el hombre de cabello negro que siempre aparecía en
mis pesadillas.
Lorenzo. ¿Era él? El hombre apuesto no se parecía al monstruo que me
perseguía.
Su nombre me produjo escalofríos. Me quedé quieta y solo salí del miedo
que me dominaba cuando me di cuenta de que Dominic había salido del
vehículo, me había tomado en brazos y había atravesado el vestíbulo del hotel
de cinco estrellas. Pulsó el botón del ascensor. Sonó y entró. Me lanzó miradas
curiosas, probablemente preguntándose por qué no luchaba.
A decir verdad, no tenía respuesta para esa pregunta. Sin embargo, mientras
subíamos en el ascensor hasta el séptimo piso, comprendí con claridad que mi
vida solo me pertenecía a mí y que solo podía vivirla una vez. Con hombres en
mis sueños y pesadillas, un prometido que me inspiraba cero emociones y un
padre que podía ser tan cruel... Dominic Konstantinov era el único hombre que
me proporcionaba un aura de dominio con seguridad, el único hombre que mi
cuerpo ansiaba. ¿Por qué no explorarlo entonces durante una sola noche?
¿Olvidar todos los problemas, las responsabilidades, los recuerdos que no
parecían quedarse y la familia... y solo vivir el momento?
Dominic caminó hacia la tercera puerta de la izquierda, entró en ella y la
puerta se cerró con un sonoro clic.
Soy tuya, Pakhan. Solo por una noche.
Dominic
La luz de la luna brillaba en la habitación del hotel. Tenía unas ventanas
enormes sin cortinas, como yo había pedido. Mientras podíamos admirar la
belleza de Florencia y la luna junto con las estrellas, el mundo exterior no podía
vernos. Quería poder ver cada centímetro de su piel durante nuestra noche
juntos, en la mullida cama donde ella estaría más cómoda. Por mucho que
necesitara follármela toda la noche, Rosa no sería capaz de soportar mi deseo de
golpe. Un año de celibato podía convertirme en una bestia, y ella necesitaba un
amante suave esta noche.
Y lo tendría. Sabía que debía haber llegado a alguna conclusión en su
cabeza para que aprobara quedarse, y me importaba una mierda. Nos
pertenecíamos el uno al otro, y el mundo exterior podía esperar.
Colocando a Rosa de pie, nuestras miradas chocaron un segundo y entonces
ella sonrió tímidamente. Se lamió los labios, matándome, y susurró:
—Nunca he hecho esto antes.
La posesividad se apoderó de mí, amenazando con romper mi control y
atacar a mi mujer en el acto. El cabrón nunca la había tocado. Me había sido tan
fiel como yo a ella. Le acaricié la cara, apoyé la frente en la suya y le susurré:
—Yo te guiaré.
Ella asintió y se dio la vuelta, dándome su elegante espalda, permitiéndome
que la desnudara. Tirando de la cremallera hasta abajo, la hice girar de nuevo
mientras el vestido caía a sus pies, dejándola de pie en tacones y bragas rojas de
encaje, abrazando su culo perfecto, pero al mismo tiempo mostrando las
mejillas.
No me jodas.
Sin apartar los ojos de los suyos, me llevé la mano a la parte de atrás de la
camisa y me la saqué por encima de la cabeza, y luego me quité los zapatos y el
cinturón. El jean se clavaba dolorosamente en mi erección, que ella no pasó por
alto, escapándosele un gemido.
—Pronto, nena. Toda tuya. —Sin darle mucho tiempo para pensar, le rodeé
la cintura con el brazo y la abracé, apretando contra mi pecho sus apetitosos
pechos con pezones rosados y puntiagudos. Gemí al sentir su piel caliente. Con
la otra mano enredada en su cabello, acerqué nuestros labios y al final conecté
nuestras bocas con un beso profundo y apasionado que solo dos amantes de toda
la vida podían compartir.
El beso fue como volver a casa tras un largo viaje, crear conciencia de que
con ella no tenía que ser nadie más que Dominic. El Pakhan de la Bratva
rodeado de muerte y traición no existía con ella.
Me ardían los pulmones por la falta de oxígeno y la solté, mientras ella
tragaba el aliento que tanto necesitaba. Empujándola hacia la cama, se dejó
llevar, no sin antes quitarse los zapatos y subirse al colchón de espaldas a mí, y
Dios, estaba poniendo a prueba mi paciencia. Rosa poseía la gracia de un gato,
arqueando el culo de un modo que me hizo desear machacarla por detrás durante
horas. Miró por encima del hombro, estudió mi reacción y soltó una risita.
Pequeña descarada.
Me bajé la cremallera y me quité los pantalones, esperando su siguiente
movimiento. Aunque podía pensar que era virgen, su cuerpo recordaba todo lo
que habíamos compartido, ya que no mostró ninguna vergüenza ni sensación de
incomodidad.
Se arrodilló en la cama mientras contemplaba mi aspecto. Sus ojos se
abrieron de par en par al ver mi polla.
—¿Esto... cabrá? —preguntó, con el pánico tiñendo su voz.
—Confía en mí, nena. A pesar del tamaño, cabe.
Resopló, tirándose del cabello.
—No tengo ni idea de tallas. Solo me lo preguntaba.
Sus palabras me pararon en seco y no supe cómo reaccionar ante semejante
afirmación. ¿No era un poco ofensivo?
Rosa soltó una risita y se tumbó lento en medio de la cama. Su cuerpo se
desparramó frente a mí como un regalo sin abrir pidiendo ser desenvuelto
mientras su pecho subía y bajaba. Me olvidé por completo de la estúpida
conversación de hacía unos segundos y me subí a la cama junto con ella,
asomándome por encima.
Era tan hermosa. Sus ojos color avellana brillaban de deseo.
Suave. Esta noche necesita delicadeza.
Bajé el dedo desde su cuello hasta su vientre plano, que se contrajo al
contacto, hasta su coño empapado, y le arranqué las bragas.
—Trabajo rápido —murmuró, y le lamí el cuello, cubriendo mi sonrisa.
Rosa tenía una conversación sexual de lo más extraña, mi preciosa niña.
Le acaricié los pechos y le agarré los pezones mientras respiraba agitada. De
inmediato sus dedos se enredaron en mi cabello, tirando de él dolorosamente
mientras sus uñas me arañaban, demostrándome sin palabras lo mucho que le
gustaba lo que le hacía. Pasé la lengua por su pezón y se lo mordí mientras ella
jadeaba, pero al mismo tiempo abría más los muslos para que mi polla empujara
su húmedo coño. Seguí mimando sus pechos, embriagándome con el sabor de su
piel mientras ella se agitaba debajo de mí. Pero no era suficiente.
Deslizándome más abajo, lamí su vientre, mordí su ombligo y luego chupé
la piel con dureza para que tuviera una marca durante días. Mi piel, mi cuerpo,
mi mujer. Aunque mataría a cualquier hombre antes de que tuvieran la
oportunidad de ver las marcas, seguirían dándome satisfacción por la mañana.
Propiedad de Dominic Konstantinov, después de todo.
Abriendo más sus piernas, rasqué con mi barba el interior de su muslo
aterciopelado y suave mientras aspiraba el olor de mi mujer. Colocando la mano
sobre su vientre, hundí los dedos en su cadera izquierda y comencé mi festín.
Rosa
En el momento en que su lengua lamió mi núcleo de arriba abajo, pensé que
había muerto y había ido al cielo. Oleadas de sensaciones electrizantes se
extendieron por mí; las sensaciones desconocidas saludaban cada uno de mis
nervios, despertando partes de mi cuerpo que no sabía que existían.
Con su lengua hasta el fondo, me saboreó y devoró como si yo fuera su
golosina favorita. Sus fuertes manos me mantenían quieta, sin permitirme
esconderme de su pasión. Como si pudiera. Nada en la tierra me habría hecho
esconderme en ese momento. Me acercaba cada vez más a la cima, pero cada
vez que intentaba alcanzarla, se detenía y volvía a dar suaves mordiscos y
lametones para luego reanudar un acercamiento más duro. Me volvía loca de
necesidad y deseo y... algo más que no podía nombrar.
—Dominic, por favor —sollocé, no pudiendo soportar más esta gloriosa
tortura, anhelándolo dentro de mí en vez de su lengua dura.
Levantó la cabeza y volvió a chuparme el muslo izquierdo, dejándome un
chupetón y poniéndome la piel de gallina.
—Mía —dijo ronco, me besó el coño con ternura una vez más y se levantó
para que sus manos atraparan mi cabeza entre ellas.
Por instinto, le rodeé las caderas con las piernas y le rodeé la espalda con los
tobillos, mientras él me penetraba con su polla, estirándome mientras mis
paredes se cerraban sobre él. Grité de dolor y placer al mismo tiempo, al no estar
acostumbrada a semejante invasión. Pero no había ninguna barrera. ¿No era
virgen, después de todo?
—Shh, preciosa. —Se impulsó hacia atrás y volvió a penetrarme, esta vez
alcanzó un punto diferente, lo que me produjo una sensación de pertenencia.
Gruñó, tirando de mis pezones con la boca mientras sus dedos bajaban hasta mi
clítoris y lo acariciaban. No sabía en qué placer concentrarme, pues todos
amenazaban con hacerme perder la cordura.
Dentro y fuera. Dentro y fuera. Todo el tiempo gemía, cantaba, suplicaba,
rogaba sin saber muy bien qué. Solo que no quería que se detuviera, pero al
mismo tiempo intentaba memorizar cada momento de dicha que seguía
escapándose de mis dedos en cuanto él cambiaba el ángulo de sus embestidas.
Agarrándome las caderas con más fuerza, empujaba cada vez más
profundo. Hizo tambalear mi mundo y cualquier idea que tuviera del sexo y de
hacer el amor. No sabía que podía ser así... donde nada existía y solo importaban
dos personas que se deseaban, mientras compartían su aliento, sus latidos y su
amor. Deslicé mi mano entre su cabello húmedo y arqueé la espalda, dándole
acceso a mi cuello. Él aceptó la invitación, mordiéndome con suave presión. Sus
atenciones, junto con su polla introduciéndose en mi interior, me llevaron a la
cima.
Mis músculos se cerraron en torno a él, agarrándolo como un guante
mientras una especie de nudo se deshacía dentro de mi pecho. Mis ojos se
pusieron en blanco y mi grito resonó en la noche, mientras mi orgasmo me
desgarraba, llevándose a Dominic conmigo mientras gemía sobre mí,
corriéndose dentro de mí, y yo lo abrazaba aún más fuerte mientras su propio
placer lo sacudía.
Respirando agitados, yacíamos entrelazados mientras el sudor cubría
nuestras sábanas y cuerpos, pero ninguno de los dos se movía.
Mía.
¿Cómo iba a ser suficiente? Ni siquiera miles de noches eran suficientes
con un hombre como Dominic Konstantinov. Había tomado una parte de mí y
de sí mismo, y nos había fundido de tal manera que ya no sabía dónde empezaba
él y dónde acababa yo. ¿Cómo podía ser el sexo tan íntimo? ¿Qué demonios era
hacer el amor entonces, si esta conexión tan profunda se consideraba un rollo de
una noche? No me extrañaba que Ciara pasara tanto tiempo con todos los
chicos.
Mi mente descartó esta idea, ya que ningún hombre habría sido capaz de
darme lo que Dominic me había dado.
Yo misma y un momento en el tiempo, cuando no tenía que ser Angélica
Rossi.
CAPÍTULO OCHO
DECISIÓN

Rosa
Aunque la brillante luz del sol perturbaba mi sueño, el calor detrás de mí
relajaba tanto mi cuerpo que no quería despertarme. Una pierna pesada se echó
sobre mí mientras un brazo me inmovilizaba justo en el centro, y lo inusual de
todo aquello hizo que mis ojos se abrieran de golpe mientras un suave jadeo de
sorpresa escapaba de mi boca.
Estaba tumbada de lado en una habitación de hotel mientras Dominic me
envolvía con seguridad y calor, y me dolían todos los músculos en lugares que
no tenía ni idea de que existieran.
¿Qué había hecho?
¿Dónde tenía la cabeza cuando decidí acostarme con este hombre? Engañar
a Oliver, fuesen cuales fuesen mis sentimientos hacia él, estaba muy mal, ¿y
cómo podían no cruzárseme por la cabeza pensamientos sobre él cuando me
dejaba llevar por besos y caricias?
En todo caso, todo esto no hacía más que reforzar mi convicción de que
debía poner fin a esta farsa de compromiso. Puede que amara a Oliver en mi
vida anterior, pero él no me inspiraba ninguna emoción. ¿Qué tan triste sería una
vida con él?
Mi familia tendría que aceptarlo sin más, pero por extraño que sonara, la
idea de herir o decepcionar a mi madre y a mi padre no me inquietaba ni me
preocupaba demasiado.
¡Mierda! ¡Mis padres!
Miré el reloj de la mesilla de noche y vi que los números electrónicos
verdes marcaban las cinco de la mañana, y me recorrió un escalofrío. ¿Cómo
demonios explicaría aquello?
Tan silenciosamente como me fue humanamente posible, retiré despacio su
mano de mí y me deslicé hacia un lado, escapando de su abrazo.
Mis dedos se enroscaron en la alfombra blanca de felpa mientras, desnuda,
intentaba cubrirme todo lo que podía con la almohada cercana, que ocultaba
desde mis pechos hasta mis partes femeninas. Tras escudriñar el lugar en busca
del baño y de mi ropa, tuve tiempo de prestar atención a la suite y a su enorme
ventanal, que se abría al panorama de Florencia y mostraba la hipnotizante
belleza de la naturaleza de la Toscana.
La suite de la habitación doble principal tenía un espacio amplio con
mobiliario limitado, que en mi opinión funcionaba perfecto para un hombre
solo. El bar tenía todos los licores caros imaginables con una máquina de hielo.
Una pequeña zona de oficina tenía un escritorio negro, una silla, un fax y un
teléfono fijo. La habitación también incluía un sofá de cuero, que tenía una
pequeña otomana para descansar las piernas después de una larga reunión o un
día agotador. Y, por último, una cama tamaño king estaba situada justo en el
centro de la habitación, una especie de centro de atención. El ambiente era frío y
sin alma, pero ¿por qué iba a ser diferente?
Mi ropa estaba amontonada en el suelo. Rápidamente la agarré y corrí al
baño donde me vestí e intenté peinarme con los dedos, pero el trabajo parecía
inútil ya que mis mechones se retorcían en diferentes direcciones y gritaban
¡Follada dura toda la noche! Gemí exasperada en las palmas de las manos y recé
para que mis padres siguieran durmiendo.
Lavándome la cara con rapidez, fui consciente de la piel enrojecida de mi
cuello por su sombra de las cinco, mis labios rojos y carnosos, que estaban
hinchados de tanto besar, y lo más importante, mis ojos, que brillaban con algo
femenino y desconocido.
Y yo que pensaba que era frígida. Mis mejillas se calentaron solo de
recordar todo lo que habíamos hecho la noche anterior, lo mucho que me había
gustado y disfrutado, pero en ese momento, no pude evitar sentir repulsión por
la idea de que Oliver fuera mi primero.
Debería haber sido Dominic, ¿y cuán traicionero era ese pensamiento?
Cuando salí del baño con la única misión de huir, mis pasos se detuvieron
al contemplar a Dominic tumbado boca abajo en la cama, con el culo desnudo y
el cuerpo musculoso a la vista mientras la luz del sol tocaba suavemente su piel,
acentuando su masculinidad y su poder. Era como un gran león descansando
sobre una roca sin ninguna preocupación en el mundo, porque no había
depredador más fuerte que él. Sin pensarlo, le acaricié la barba y le di un ligero
beso en la mejilla.
Quizá algún día volvería a encontrarme con él, pero era consciente de que
no había sido más que una noche de borrachera que había cambiado mi vida
para siempre, pero que seguro no había afectado tanto a la suya. Sobre todo,
considerando el tatuaje bajo su corazón...de una mujer que una vez amó y
perdió.
—Adiós, Dominic —susurré, y con una última mirada, corrí hacia la puerta
y luego afuera, donde tomé un taxi.
Me inventé una historia creíble de una urgencia hospitalaria por si me
encontraba con mis padres.
No lo hice. La casa seguía dormida cuando Elza me coló dentro, y me
escondí en mi habitación. Mi casa parecía aún más fría que la habitación del
hotel, donde yacía el hombre más increíble.
Al ver mi reflejo en el espejo del otro extremo de la habitación, me juré que
borraría esa expresión de desdicha permanente, y que tendría que empezar con
una conversación con Oliver.
Teníamos planeada la fiesta de Vito para esta noche en su barco. Insistía en
invitar a todo el mundo a la boda que se avecinaba, y bueno, ¿quién demonios
podría negárselo? No queriendo terminar en una posición incómoda para Oliver
o para mí, tendría que terminar después.
La vida era demasiado corta para vivirla según las reglas de los demás.
Exhalando una pesada bocanada de aire como si las cadenas invisibles que
rodeaban mis pulmones se hubieran liberado, sonreí y, por primera vez en
mucho tiempo, unas mariposas revolotearon en mi estómago de felicidad.
Y bloqueé por completo mi mente cuando me susurró que no tenía nada que
ver con mi decisión y todo que ver con el sexy ruso que había dejado en la
ciudad.
Dominic
En la silenciosa habitación del hotel, la máquina de café expreso emitió un
fuerte pitido. Tomé mi café y bebí el primer sorbo, disfrutando del sabor
amargo, que hacía juego con mis emociones después de que la puerta
chasqueara detrás de Rosa mientras escapaba de mí como una pecadora huyendo
del infierno.
Michael silbó fuerte al entrar en el apartamento con su propia llave, y el
delicioso olor a gofres llenó el aire.
—¡Por favor, dime que no te acabas de beber esa mierda! —Se burló,
mientras colocaba la taza de café humeante y el desayuno sobre la barra y se
desplomaba a mi lado—. ¿Has tenido suerte?
No estaba de humor para sus idioteces, gruñí y engullí la comida mientras
mi estómago gruñía ruidosamente y me preguntaba si mi mujer tendría hambre
después de despertarse. Maldita sea, solo la idea me enfurecía, porque no quería
que se quedara sin mi protección ni mis cuidados ni un solo segundo.
Vitya se rio entre dientes. Por supuesto, él también tenía que acompañarnos.
Al fin y al cabo, los dos íbamos unidos de la cadera cada vez que visitábamos un
país extranjero.
—La tuve, pero luego ella se escapó. —Michael se rio entre dientes.
—¿No lo hiciste bien? Suele pasar.
¡Por el amor de Dios!
—Sé cómo dar placer a mi mujer.
Asintió y dijo:
—Claro que sí, Dom. Pero como no tienes práctica, quizá no la
impresionaste como debías, y por eso Anton casi no la ve cuando se movía
como un rayo. —Se rio de su propia broma, y yo lo golpeé por la espalda
ligeramente, pero los ojos de Vitya se entrecerraron de todos modos.
—Pakhan…
¡Basta con esta mierda!
—Controla a tu hombre.
Puso la mano en la nuca de Michael y la apretó.
—¿Cariño? —preguntó Vitya.
—¿Sí, cariño?
¡Denme un respiro! Demasiado para la amistad. Estos dos tenían que ser
tan dulces delante de mí mientras Rosa ignoraba mi culo.
—Deja de tomarle el cabello.
Michael puso los ojos en blanco y me dio una palmadita en el brazo.
—Lo siento, hombre. Sabes que solo estoy bromeando. —Hizo una pausa y
luego añadió—. Si te sirve de ayuda, creo que en realidad se quedó boquiabierta.
Así era, pero ahora mismo no podía permitirme pensar en mi mujer; de lo
contrario, irrumpiría en la estúpida mansión de su “familia” y la secuestraría.
—¿Está todo listo para esta noche? —Un cambio de tema era una buena
idea. Necesitaba asegurarme de que el plan estaba en marcha. No teníamos
tiempo que perder.
—Sí. Melissa llamó.
—¿Se lo has dicho?
Vitya asintió y sacó un sobre blanco.
—Ella envió esto por fax, tiene algunos sospechosos en la lista de invitados
de esta noche que podrían haber estado detrás de esto. Estudió todos esos casos
y tiene la sensación de que a todos se nos escapa algo.
—La mujer básicamente descubrió América —dijo Michael sarcástico. No
le caía muy bien, pero no sabíamos por qué. Se negaba a dar más detalles.
—Ella sabe que no debe involucrarse, ¿verdad?
—Sí, no le hace gracia, pero tiene que aceptarlo a cambio de tener todos
esos nombres. Tiene las manos atadas.
—Bien. —A pesar de que le pedí ayuda, ella no tenía nada que hacer en mis
asuntos, y si hubiera sabido que la mujer sería un dolor en el culo, nunca me
habría acercado a ella en primer lugar.
—¿Y el chico? —Vitya y Michael se estremecieron y compartieron una
mirada.
—Mal, Pakhan. Creo que le dañaron el hígado permanentemente, así que no
estoy seguro de que sirva de mucho a menos que tenga algún otro talento. —Si
pudiera aplastar a Stefano de nuevo, lo haría. Lo que le hizo al chico fue
inaceptable, y ahora toda su vida estaba arruinada por ello.
—¿Antecedentes?
—Hogar de acogida, luego la calle. Tiene novia. Quizá un motivo para que
ganara esa pelea, ya que ella está forrada.
Maldiciendo, le di un sorbo al café mientras mi mente absorbía toda esta
información.
—Justo lo que necesitábamos, otro Romeo y Julieta. —Frotándome la cara
con la palma de la mano, ordené—. Reclútenlo de todas formas. Le
encontraremos un trabajo. Nunca me lo perdonaré si le pasa algo al chico. —
Luego arranqué el sello del sobre y escaneé los nombres.
Mi instinto nunca me fallaba. Por eso esta lista no me trajo más que
frustración y rabia, y mis puños se cerraron.
Quienquiera que hubiera hecho daño a mi Rosa y tuviera algún tipo de
venganza contra mí y Don, no estaba en esta puta lista.
Director
Exhala e inhala.
Inhala y exhala.
Inhalar y exhalar.
Apretando las palmas de las manos una contra otra en una postura de
Namasté, mantuve la espalda recta mientras un pájaro piaba por encima de los
árboles, y deseé calmarme y sanar con el fresco clima otoñal.
El interior del muslo me palpitaba de dolor por las laceraciones que me
había infligido allí con un cuchillo de cocina, tocando cerca de la arteria, lo que
podría haber acabado fatal para mí, pero de ahí surgió la excitación y el subidón
de adrenalina. La dicha momentánea bloqueó la realidad en la que Dominic y
Rosa habían pasado la noche juntos, donde él hizo cantar el cuerpo de ella.
Aunque nadie lo conocía en verdad en la cama, seguro usaba sus mejores
encantos para su Rosa.
Encantos y habilidades que debían ser míos y solo míos, pero él eligió a
otra.
Rosa Giovanni me había arruinado la vida, pero yo casi bailaba de felicidad
cuando se acercaba el gran día, y acabaría en un matrimonio infeliz, que yo me
aseguraría de convertir en el infierno en la tierra. Quería que supiera lo que era
rogar y rezar por solo un momento de felicidad.
En cuanto a Dominic Konstantinov, tendría que aceptarlo o hundirse con
ella.
Sencillamente, no había una tercera opción.
CAPÍTULO NUEVE
BARCO

Rosa
Apoyando los codos en la barandilla del barco, mis ojos admiraban la
belleza del mar Mediterráneo que brillaba mágicamente bajo la luz de la luna,
creando una atmósfera misteriosa pero acogedora. Las estrellas brillaban en el
cielo azul profundo, reflejándose en el agua donde se veían ondulaciones y
peces nadando. La ligera brisa me acariciaba la piel. Mi vestido de cóctel rosa
hasta las rodillas se levantaba con rapidez, pero siempre era consciente de que
debía tirar de él.
Lo último que me faltaba era enseñar mis galas para que todo el mundo las
viera.
Unas risas detrás de mí llamaron mi atención y me di la vuelta. Ciara
entretenía a un grupo de personas junto a la cubierta mientras Oliver la miraba
con desprecio. Rara vez le gustaba su carácter extrovertido, afirmando que, si
dedicara más tiempo a su educación que a ligar, podría llegar lejos. Teniendo en
cuenta que ya era una patinadora mundialmente famosa con dos medallas de
oro, no entendía su afirmación. Como si una mujer joven y vibrante tuviera que
disculparse por disfrutar de su vida al máximo. La única razón por la que me
molestaba su vida amorosa era porque seguía dejando a todos esos hombres.
Bueno, quién sabía, ¿quizás con nuestra ruptura podrían darle una
oportunidad a esto? Después de ese fallido intento de beso en mi estudio, Oliver
no enviaba una vibra sexual. Besos castos aquí y allá, y promesas, pero después
de la pasión con la que Dom fue tras de mí, dudaba que Oliver tuviera un gran
deseo por mí para empezar.
Dominic. Mi corazón latió al instante más rápido contra mi caja torácica,
amenazando con desbordarse ante el mero recuerdo y la belleza de nuestros
momentos. Cómo creó un mundo en el que solo existíamos nosotros dos
mientras su tacto unía todas las piezas que faltaban de mi identidad como mujer.
En sus brazos, comprendí que la pasión no era un concepto extraño, sino más
bien un lenguaje que pocos hombres hablaban. Aunque no podía imaginarme a
otro hombre aparte de él.
Pero tendría que hacerlo. Él no formaba parte de mi vida, solo era un
amante de fantasía que me abrió los ojos a los errores de mi camino. Una señal
de Dios y un regalo. Todo dependía de cómo uno quisiera verlo, supuse.
Sacudiéndome la cabeza de la neblina y la tristeza rastrera, decidí centrarme
en la fiesta y no perder la cabeza aquí.
El barco era enorme, uno de los yates más caros, según mi padre, y
pertenecía al tío Vito, el anfitrión de la fiesta. La cosa lujosa tenía tres niveles,
cada uno con un tema diferente, y estaba hecho de oro.
No es broma, oro.
El primer nivel era para el personal, el capitán del barco, las camareras, la
seguridad y los chefs. La amplia cocina contaba con el equipamiento más
moderno, varios camarotes con camas dobles e incluso salas de juego con mesas
de billar para que el personal descansara durante las pausas. Vito valoraba el
trabajo duro como nadie, y le gustaba recompensar a su personal por el
excepcional servicio que prestaban. Como si alguien se atreviera a darle otra
cosa.
En el segundo nivel había más de veinte amplios camarotes con baños
interiores, que permitían a los huéspedes pasar la noche o realizar un crucero
más largo cuando a mi tío le apetecía viajar. Los camarotes estaban diseñados
con temas de películas de los años cincuenta y sesenta. Cada habitación estaba
decorada con una escena específica, con varios cuadros y fotos esparcidas por
las paredes de actores y las famosas frases que interpretaron durante el rodaje.
Los brillantes suelos de madera y las luces mortecinas creaban una atmósfera de
lo más chic, y por mucho que detestara la tendencia de Vito a presumir, incluso
yo tenía que admitir que me encantaba la idea. Durante un breve espacio de
tiempo, los invitados pudieron trasladarse atrás en el tiempo para sentir la
belleza y el aura del pasado. Imaginaba que no muchos lugares podrían presumir
de ello.
Los pasillos eran tantos y tan complicados que una vez me perdí y no pude
encontrar la salida. Menos mal que este loco tenía cámaras por todas partes y un
guardia que vigilaba el lugar se fijó en mí.
Y, por último, el tercer nivel, el que tenía la fiesta en pleno apogeo, era la
zona principal de "diversión". Tenía un escenario con músicos que tocaban blues
ligero -el favorito de Vito-, un bar con bebidas caras preparadas tan rápido por el
talentoso camarero, que apenas tuve tiempo de pestañear; y una pista de baile de
mármol que se pulía a diario, porque ¿de qué otra forma podía permanecer tan
brillante y no resbaladiza? Y, por último, la terraza de madera tenía pequeñas
mesas para comer y lugares para estar de pie y admirar las vistas. Los colores
dominantes eran el rojo, el negro y el dorado. Estatuas doradas, jarrones y
bandejas estaban a la vista de todos. Vito no podía permitir que la gente dudara
de su poder o riqueza, después de todo.
—Pequeña solitaria —me llamó, sosteniendo mi mirada mientras caminaba
lentamente hacia mí. El olor de su puro me invadió al instante y, curiosamente,
me trajo un recuerdo. Cada vez me ocurrían más incidentes de ese tipo, con
olores, sonidos o simples palabras que me ponían nerviosa. Como si debiera
recordarlo, algo hacía que me doliera la cabeza.
O tal vez solo me dolía porque Vito estaba cerca de mí. Por mucho que lo
intentara, no podía soportar al hombre que tenía tanta sangre en las manos. A
diario, en el hospital, trataba a personas sometidas a la violencia, una palabra
que él representaba bien.
—Tío —le contesté, y su boca se abrió en una sonrisa y pequeñas arrugas
aparecieron en las comisuras de sus ojos, suavizándolos, penetrantes y verdes
como la hierba. En aquel momento parecía casi humano.
Vito tenía aspecto de leñador, con su cara barbuda, su cabello mohawk y
sus brazos desgarrados. Medía alrededor de 1,90 m y llevaba una camiseta y
unos pantalones blancos que realzaban su físico. No era de extrañar que las
mujeres se volvieran locas por él. Al parecer, el hecho de que tuviera cuarenta y
tantos años no las hacía cambiar de opinión.
—¿Te estás divirtiendo?
Sorbiendo mi copa de vino tinto, asentí con la cabeza, haciendo un esfuerzo
por mostrar al menos algo de interés en toda esta farsa.
—Por supuesto. La comida es excelente. —Al menos estaba eso. Su chef,
Ricardo, cocinaba una de las mejores pastas del mundo con la cantidad justa de
salsa. En el estado depresivo en el que me encontraba desde hacía un par de
meses, el único consuelo era la buena comida italiana, que se deshacía en mi
lengua. ¿Una ventaja añadida? Los nervios quemaban esas calorías muy rápido.
Echando la cabeza hacia atrás, soltó una sonora carcajada que atrajo la
atención de todos hacia nosotros, ya que el estado de ánimo del "jefe" era una de
las cosas más importantes. Nadie respiraba mientras evaluaban si su risa era algo
bueno o si significaba que estallaría en llamas y dispararía a alguien.
Mamá bebió el champán con nerviosismo mientras se pasaba los dedos por
el pesado collar de perlas que no dudaba en mostrar a todas aquellas señoras con
maridos ricos.
Padre, por su parte, nos miraba con desprecio, pero seguía sonriendo a sus
socios. Recordé vagamente que Oliver y él trabajaban duro para hacer realidad
su acuerdo de embarque, por lo que buscaba más inversores para acelerar el
proceso. No le gustaba mucho que su hija se acercara a la familia mafiosa de su
mujer, a menos que tuviéramos que asistir a una reunión bajo órdenes estrictas.
Entonces jugábamos a la farsa. Después de todo, el dinero de la mafia era
demasiado bueno para dejarlo pasar.
—Es curioso que no lo dude. No puedes mentir para salvar tu vida,
Angélica —murmuró Vito, levantando la mano y acariciándome la mejilla, y yo
apenas me contuve de moverme hacia atrás para evitar su contacto—. Lástima
que acabaras con un americano débil. Nunca entenderé qué ves en él. —Centró
su atención en Oliver, que discutía por algo con Ciara, que agachó la cabeza con
culpabilidad, como disculpándose por algo—. Lo que las dos ven en él —añadió
en voz tan baja que casi pensé que me lo había imaginado.
¿Qué? Seguro que no quería decir lo que yo pensaba. Antes de que pudiera
pensarlo, las palabras salieron de mi boca.
—¡Es tu sobrina!
Sus ojos se entrecerraron y me arrepentí de mi arrebato. Después de todo,
quizá no quería que nadie ajeno a su familia se mezclara con extranjeros.
—Es interesante cómo defiendes a tu hermana, pero no haces lo mismo con
tu prometido —reflexionó, y luego dio un paso atrás—. ¿Pero lo es? —Con este
último dato chocante, se marchó para unirse al círculo de mujeres jóvenes que
habían sido traídas aquí para atraer a los hombres con o sin pareja que querían
sexo ocasional. De inmediato, dos de esas mujeres se colgaron de sus brazos,
mientras él tomaba el vaso de whisky, lo alzaba y estaba a punto de beber de él,
cuando llegaron unos invitados inesperados.
Y todo en mi interior se congeló mientras luchaba por respirar.
Dominic.
No, no, no. ¿Qué demonios hacía él aquí? Seguro que no esperaba volver a
verlo después de mi despedida de soltera y lo que hicimos después.
Dominic
Vito me sacudió la barbilla como señal antes de extender una amplia
sonrisa falsa en su rostro y saludarme en voz alta:
—¡Pakhan, bienvenido! —Se reunió conmigo a mitad de camino mientras
nos dábamos palmadas en la espalda y la gente a mi alrededor escudriñaba mi
aspecto y a mi byki detrás de mí. La mayoría ni siquiera pestañeó al ver que otro
mafioso se unía a la fiesta, pero algunos hombres tiraban de sus corbatas como
si les costara respirar. Michael entró en la cubierta, sosteniendo un plato con
recuerdos rusos como matrioshkas y un instrumento conocido como bololaiki
junto con vodka caro, y preguntó:
—¿Dónde pongo los regalos? —Vito chasqueó los dedos y, en un segundo,
un camarero apareció ante nosotros siguiendo nuestras instrucciones.
—Muéstrale al caballero aquí presente dónde está la cocina y otras cosas. —
El joven, de unos dieciocho años, asintió secamente y sonrió a Michael,
señalando el ascensor a unos metros de nosotros.
Desaparecieron tras las puertas grises mientras Vito murmuraba solo para
mis oídos.
—Grino es mi recluta. Le ayudará a instalar las cámaras y los dispositivos
de escucha. —Luego soltó una risita, mientras notábamos que Oliver se
acercaba a nosotros a zancadas, emocionado—. Como un puto cachorro —
murmuró Vito, justo antes de que Oliver exclamara:
—¡Dominic! —Me estrechó la mano, sosteniéndola con las dos suyas—.
Estaba hablando con unos inversores y ha surgido tu nombre. —Buscó a alguien
y luego le hizo un gesto con la mano para que se acercara, y en un momento, un
hombre de cabello gris y ojos entrecerrados, con pantalones cortos y camisa
negros, se puso a su lado, como si pocas veces algo en esta vida le trajera
alegría. Además, mis sentidos nunca me fallaban, y tenía la sensación de que el
dinero era lo más importante para él—. Ercole Rossi, este es Dominic
Konstantinov. —Nos presentó Oliver. No importaba con qué nombre hubieras
nacido, quien se unía a la familia mafiosa tomaba su apellido, incluso los
hombres—. Está dispuesto a invertir diez millones de dólares en nuestra misión.
—De inmediato, la actitud de Ercole cambió de reservada a interesada e incluso
esbozó una sonrisa que más bien parecía una mueca, como si alguien se hubiera
cagado en su auto.
—Encantado de conocerle.
—Igualmente. —No le vi sentido a involucrarme en el juego de la cortesía
con el tipo, no cuando no era la razón para aparecer en esta fiesta. Vito invitó a
toda la élite y a todos los miembros del consejo de su empresa. En otras
palabras, la persona detrás del plan de Alfonso estaba aquí, y necesitábamos
instalar cámaras y micrófonos en cada camarote y pasillo para poder rastrearlos
si era posible más adelante. Por el momento, era nuestra única pista, además de
que solo doscientas personas también podían estar implicadas en ello.
Ya había matado al resto, lo que a Vito le hizo una gracia excepcional.
Según él, si eran tan tontos como para ir contra él y no sabían cubrir sus huellas,
se lo merecían.
Oliver seguía hablando de su estúpido proyecto que tenía escrito estafa por
todas partes, lo que seguro era obra de Ercole. Cuando mis ojos chocaron con
unos de color avellana, me miraban como un ciervo atrapado en los faros.
Mi krasavica.
Se sonrojó bajo mi mirada, tragó saliva y se llevó una mano a la cruz del
cuello mientras se mordía el labio, preocupada, tal vez pensando en cómo
alejarse de mí, teniendo en cuenta que huyó después de nuestra noche perfecta
juntos.
O permítanme decirlo de otro modo. Era consciente de lo que estaba
haciendo, escabullirse de mí. Anton la vigiló todo el camino a casa, mientras
Vitya se limitaba a regañarme con un sermón de que el sexo no cambiaría nada,
solo confundiría aún más a la pobre chica. Anton la vigilaba las 24 horas del día,
asegurándose de conocer su paradero y de que nadie la siguiera. Rosa ya tenía
suficientes pesadillas. Nadie volvería a hacerle daño.
Para Vitya era fácil decirlo, ya que se follaba a Michael con regularidad,
mientras que yo tenía que ser célibe por mi chica durante un año. ¿Qué sabía él
del hambre si nunca se quedó sin el amor de su vida? Me necesitaba esa noche
tanto como yo a ella. Su sorpresa por no ser virgen, que parpadeó en su cara por
un momento mientras la penetraba... Tuve que hacer acopio de todo mi control
para no gritar que yo fui su primero y su puto último.
Gracias a Dios que Oliver nunca la tocó, no solo por mi bien, sino también
por el suyo. Una vez que recupere la memoria, no necesitará un hombre más que
se aprovechara de su estado mental.
Su suave vestido rosa resaltaba su belleza en la penumbra, y mi corazón y
mi alma ansiaban estrecharla entre mis brazos y no soltarla jamás. No podía
hacerlo, aunque pronto me la llevaría de vuelta a Rusia.
Ella seguía sin moverse de su sitio, agarrada con fuerza a la barandilla, pero
su hermana no tuvo ningún problema en acercarse a mí. Ciara se paseaba
contoneando las caderas de un lado a otro, con una expresión depredadora en el
rostro.
—Dominic —ronroneó—. Qué agradable sorpresa. —Sí, por suerte no me
había visto en el club, así que no tenía sospechas sobre mí y su hermana.
Mirando de reojo a Rosa, noté que se le blanqueaban los nudillos, y por
muy jodido que sonara, me alegró. Los celos no eran el sentimiento que quería
entre nosotros, pero si ayudaban a acelerar el proceso, ¿por qué no?
En algún momento, los hombres se desesperaban.
—Efectivamente. —Los músicos empezaron una nueva canción, lenta, y las
parejas se reunieron en la pista de baile. Ciara abrió la boca para hablar, y yo ya
había pensado en cómo declinar, cuando Vito habló.
—Ciara, baila conmigo. —Aunque estaba redactado como una petición, era
una orden simple y llana. Con una sonrisa de disculpa, ella tomó su mano
mientras él la hacía girar y luego la apretó contra su pecho. Ella rio a carcajadas,
disfrutando del ritmo mientras él le guiñaba un ojo. Qué pareja tan interesante
habrían hecho. En lugar de eso, él follaba con putas y ella saltaba entre hombres.
Como Oliver era tan tonto como para enzarzarse en otra conversación con
un viejo, me lancé tras Rosa, que seguía de pie en el mismo sitio como si tuviera
los pies pegados a él.
Mi niña preciosa. Sus ojos se abrieron de par en par, justo antes de que le
susurrara:
—Baila conmigo. —Sacudió la cabeza en señal de negación, pero ya era
demasiado tarde. La agarré por el codo, la hice girar y luego la abracé con un
brazo, mientras con el otro le tomaba la palma sudorosa de la mano para que
pudiéramos bailar el vals al ritmo de la música mientras la brisa refrescante
calmaba nuestra piel acalorada.
—No deberías haberlo hecho —dijo furiosa, mientras mantenía la agradable
sonrisa en su rostro para que todos la vieran, en especial Oliver, que saludaba
feliz. ¿Qué clase de hombre permitía que su prometida bailara con un hombre
como yo? Ni siquiera me hizo sentir culpable. Una parte de mí lo sentía por él,
porque la verdadera Angélica Rossi había muerto en los juegos de Alfonso. Pero
sin embargo no tenía derecho a la mía.
—¿Exactamente qué? ¿Bailar contigo ahora o haberte follado anoche? —
Ella se sacudió e hizo un gesto de dolor como si la hubiera abofeteado con mis
crudas palabras.
—¿Tienes que ser tan grosero?
Riéndome, la apreté más contra mí para que sintiera la erección que
inspiraba.
—Nunca he pretendido ser un caballero. Y tú tampoco quieres que lo sea.
Frunció el ceño, lanzándome dagas.
—¿Y sabes tan bien lo que quiero?
—Mejor que nadie, krasavica.
Ella se aquietó en mis brazos, alzando los ojos hacia mí mientras negaba
con la cabeza.
—¿Cómo me has llamado?
Maldiciendo mi estupidez por soltar el cariñoso apelativo con el que la
llamaba, decidí quedarme con él.
—Krasavica.
—Siempre lo murmura —susurró, relamiéndose los labios.
—¿Quién? —gruñí. ¿Cuántos putos hombres husmeaban alrededor de mi
mujer? Con cada día, sonaba más como un sicario sumiso que como un
poderoso Pakhan.
—El hombre de mis sueños. Siempre me llama krasavica justo antes de…
—Se interrumpió y me di cuenta como un latigazo.
Había estado soñando con nosotros. De algún modo, su memoria y su mente
intentaban decirle la verdad sobre el lugar al que pertenecía. Sin importarme el
público, apoyé la frente en la suya, respirando su olor a lavanda mientras su
suave aliento me acariciaba la mejilla.
—Mía —gruñí, mientras su boca se entreabría y su pecho subía y bajaba.
Inspiró profundo y se apartó de mí. Nos miramos durante un segundo, un
minuto, una hora. No tenía ni puta idea, pero entonces la energía del aire cambió
y ella se dio la vuelta, corriendo hacia los escalones que llevaban abajo, donde
estaban las cabañas. A pesar de las miradas de desconcierto que me dirigieron
los invitados y del ceño de desaprobación de Vitya, la seguí.
Al diablo con las consecuencias. Esta farsa terminaba esta noche.
Rosa
Corriendo deprisa, mis tacones chasqueaban ruidosamente en el suelo de
madera. Busqué una puerta abierta en la que esconderme. Al ver una al final del
pasillo, me apresuré a alcanzarla y salté dentro. Estaba a punto de cerrar la
puerta, cuando un zapato de cuero negro me detuvo. Rápido, Dom entró y cerró
la puerta, sus peligrosos ojos ámbar recorrieron mi cuerpo de pies a cabeza
mientras yo respiraba agitada.
Lamiéndome los labios secos, le dije:
—Tienes que irte. —Se limitó a reírse entre dientes, me empujó contra la
puerta, donde me dolía un poco la espalda, y apretó su cuerpo todo lo que pudo.
Levantando la mano, me pasó un dedo por la mejilla, lentamente.
Cerrando los ojos, arqueé la espalda para darle mejor acceso a mi cuello
mientras me mordisqueaba la piel, dejándome una sensación de ardor
desconocida en todo el cuerpo. Mis manos intentaron acercarlo
desesperadamente, aunque ya me tenía aplastada entre la puerta y su pecho. Su
erección me oprimió y gemí de necesidad, deseándolo dentro de mí, aunque no
era lo correcto.
Tan, tan incorrecto.
Entrelazando mis manos en su cabello, tiré de él para que levantara la
cabeza y me mirara con sus expresivos ojos que guardaban tantos secretos y un
deseo en el que podría ahogarme.
—¿Qué me estás haciendo?
Sin responder, capturó mis labios, exigiendo la entrada. Con un gemido, se
lo permití, su lengua buscó la mía mientras chocábamos en un beso tan
apasionado y posesivo que me dolían los pulmones por falta de oxígeno.
Mis manos bajaron hasta su pecho, donde sentí los rápidos latidos de su
corazón. Mis dedos desabrocharon lentamente su camisa mientras él rodeaba su
cintura con mis piernas, levantando mi vestido rosa en el proceso para que no
nos separara nada más que mis bragas y sujetador de encaje y sus pantalones de
vestir. Empujó hacia delante, justo contra mi clítoris, y yo jadeé en su boca. Mi
cabeza se apoyó en la puerta y respiré el aire que tanto necesitaba mientras él me
desgarraba las bragas y se bajaba la cremallera de los pantalones.
Mordiéndome el cuello con dureza, murmuró:
—Mía.
Sin querer hablar, porque lo que estábamos haciendo era inaceptable a
muchos niveles, volví a besarlo mientras él me penetraba con un movimiento
suave, y grité cuando las sensaciones eufóricas se extendieron a través de mí.
Empujando hasta la empuñadura, se aferró a mi pezón, chupándolo con dureza
sobre el fino material de mi vestido mientras yo lo abrazaba más cerca, más
cerca, tan locamente cerca como me fuera posible.
—Dominic. —Mi susurro áspero detuvo su movimiento mientras tiraba del
lóbulo de mi oreja.
Susurró:
—Eso es lo que se siente ser propiedad de un hombre, krasavica.
Al levantar la mano para acariciar su mejilla, mis ojos vieron el anillo de
compromiso de diamantes que llevaba en el dedo y me quedé helada cuando el
frío recordatorio de la realidad se coló en nuestro momento y lo rompió en
pedacitos.
¿Por qué?
Porque Dominic Konstantinov no era el hombre con el que tenía que
casarme en dos días.
—Oliver.
Dominic se impulsó hacia atrás y me penetró con fuerza mientras se me
escapaba un grito, y él siseaba con dureza:
—No menciones el nombre de otro hombre mientras mi polla está dentro de
ti.
Su tono, como si tuviera todo el derecho sobre mí, me cabreó.
—¡Otro hombre que es mi prometido!
Se rio entre dientes, quedándose quieto dentro de mí una vez más, mientras
me frotaba la mejilla con la suya, mientras su aliento caliente me excitaba más...
si es que era posible en nuestra situación actual.
—Sin embargo, estás aquí conmigo. —Se retiró y volvió a empujar hacia
delante, atrapando mi grito ahogado con sus labios, sin dejarme hablar.
Quizá no fuera tan mala idea. Mientras mantuviera la boca cerrada, no tenía
que escuchar a mi conciencia. Podía olvidarme de mí misma con su olor
masculino que me hacía cosquillas en la nariz, sus músculos desgarrados bajo
mis dedos mientras le arañaban la espalda y, por último, la sensación de su polla
golpeando justo en el lugar adecuado. Sabía cómo tocar, besar, moverse. Como
si lo hubiéramos hecho miles de veces.
—Siempre serás solo mía, krasavica.
Las palabras me hicieron estallar, enviándome a una espiral de felicidad en
la que nada importaba. Me aferré a él, con los ojos cerrados, atreviéndome a
creer que en ese momento sus palabras eran ciertas, por muy irreales que
sonaran.
Director
Mientras gemían al liberarse, me alejé de la puerta, sintiéndome pervertida
por escucharlos, pero eso no aplacó la rabia que me producía la idea de que
Dominic amara a su mujer como lo hacía. Nunca nadie me había hecho el amor
ni me había acariciado así.
Con los tacones en las manos, caminé de puntillas por el suelo para que no
se oyera ningún ruido. Me di cuenta de que algunos miembros de la Bratva
husmeaban por las esquinas con diversos aparatos y me escondí detrás de una
columna, no sin antes comprender sus intenciones.
Vito les había permitido venir aquí y hacer esto. La pregunta era por qué.
¿Significaba que buscaban a la rata o al cerebro dentro de la familia? Mi
corazón bombeaba contra mi caja torácica y el sudor cubría mi espalda ante la
idea de que me atraparan. No podían hacerlo, no hasta que me hubiera vengado.
Escaneando el círculo cercano de Vito, tuve poco tiempo para colocar las
pruebas necesarias para alejar las sospechas sobre mí.
El tiempo corría.
CAPÍTULO DIEZ
SECUESTRO

Dominic
Ajustando su vestido apropiadamente, concluí que esto no podía continuar.
Y como Vito me había dado su permiso para llevármela de aquí, lo haría. Se
lamió los labios, hinchados y rojos por nuestros besos.
—Tienes que irte primero, para que nadie nos vea.
Riéndome de sus palabras, me agaché y me la eché al hombro mientras ella
chillaba sorprendida, golpeándome el culo con los puños.
—¿Qué estás haciendo?
Abrí la puerta y caminé con ella hasta la cubierta, donde la gente nos miraba
con los ojos abiertos. Las mujeres jadeaban cuando sus copas de champán se
caían, derramando el burbujeante líquido, y los músicos dejaban de tocar. Todas
las miradas se fijaron en Vito, que fumaba un puro despreocupado, apoyado en
la barandilla con una expresión divertida en el rostro.
—Pakhan, no pierdes el tiempo.
Inés agarró a Ercole, sacudiéndole el brazo.
—¿Qué hace este hombre? —Ercole dio un paso al frente, pero fue detenido
por Vitya, que los retuvo a él y a Oliver a punta de arma. Oliver sonrió con
satisfacción durante un segundo y luego pareció desolado. ¿A qué demonios
venía aquello?
—Angélica —Él puso su vaso de whisky sobre la mesa—. ¿Qué significa
esto?
Rosa se subió a mi hombro, intentando estar lo más presentable posible en
esta posición tan poco agraciada.
—Oliver, te lo puedo explicar. —Sonriendo, le di una palmada en el culo,
haciéndome el bruto machista.
—No, no puede. Ahora me pertenece. —Entonces volví mi atención a Vito
mientras notaba por el rabillo del ojo que Michael se había unido a la Bratva.
Con un movimiento de barbilla hacia mí, Michael me indicó que había
terminado el trabajo—. Vito, me gusta tu sobrina y la reclamo como mía.
Pídeme cualquier regalo que quieras, pero dámela a mí.
Todo esto podía sonar arcaico para la gente ajena al estilo de vida, pero aquí
todos conocían las reglas. Vito mandaba sobre todos, y su palabra era absoluta.
Con su permiso, no importaba lo que sus padres o incluso Angélica querían.
Practicamos y preparamos el texto hace tres días mientras lo incluíamos en
nuestro plan. Levantó la copa en alto, proclamando:
—Es tuya. Quiero que el tráfico de drogas se arregle pronto.
—Hecho. —Si me la hubiera dado sin una condición, habría parecido
extraño e increíble.
—¡Tío, no puedes hacerme esto! —Rosa gritó, pero todos la ignoraron
mientras los hombres de Vito ayudaban a despejar el camino y nosotros
bajábamos al muelle con ella todavía mordiéndome, arañándome y
golpeándome la espalda todo el camino hasta el BMW que esperaba, donde Igor
ya tenía el motor en marcha. La metí dentro con cuidado y me senté con ella en
el asiento. Michael se sentó al otro lado de ella para que no pudiera intentar
escapar. Con Vitya en el asiento delantero, el vehículo se dirigió rápido hacia el
aeropuerto, situado a veinte minutos.
—¿Quién demonios te crees que eres?
—Tu hombre —le contesté simple, y aún me sorprendía que no entendiera
este concepto tan fácil. Se corrió en mi polla dos veces, me entregó su hermoso
cuerpo, y aun así le costaba saber que éramos el uno para el otro.
Mujeres.
—¡Yo no he elegido a nadie! Vito puede irse al infierno con sus decisiones y
exigencias —gritó, con la cara húmeda de lágrimas, haciéndome doler el
corazón. No podíamos tenerla histérica en la aduana, así que, con la respiración
agotada, le hice un gesto con la cabeza a Michael, que le inyectó un sedante.
Dejó de moverse. Apoyó lento la cabeza en mi hombro y susurró—: ¿Qué me
has hecho?
—Descansa, pequeña. —Acaricié su mejilla mientras sus párpados
temblaban y ella intentaba luchar contra el sueño, pero fue inútil. En unos
segundos, estaba inconsciente, respirando de manera uniforme, con el pecho
moviéndose arriba y abajo.
—Una vez que despierte, se pondrá furiosa.
—Vivirá. —Mientras yo viviera nunca dejaría que mi mujer estuviera en
ningún sitio que no fuera a unos metros de mí o rodeada de mi gente, bajo la
protección de la Bratva.
Tendría que perdonarme por quererla tanto.
Al cabo de unos minutos, nos encontramos con que Oleg tenía el jet privado
listo para nosotros. Senté a Rosa en una silla cómoda, le abroché bien el
cinturón y le puse una almohada bajo la cabeza. El vuelo solo duraría dos horas
y media, así que no necesitaba recostarla. El efecto de la medicina debería
desaparecer más o menos en ese tiempo, así que por unos momentos pude
relajarme y disfrutar de la idea de que mi mujer estaba segura en mis brazos, en
sentido figurado.
Dejándome caer en el asiento de enfrente, miré por la ventanilla y me
pregunté si esas pesadillas dejarían algún día de producirse en nuestras vidas
para poder tener por fin la felicidad que tanto merecíamos.
Rosa
Mi cabeza seguía deslizándose por la superficie mientras me dolía el cuello,
y no entendía por qué la cama de nuestra casa era tan incómoda. Con un duro
golpe que casi me hizo saltar, mis ojos se abrieron de golpe y jadeé al
comprender el origen de mi incomodidad.
Me encontraba en un avión, un jet privado con todas las comodidades de
lujo, que acababa de aterrizar. Me tomé un minuto para estudiar el mobiliario,
fabricado con maderas costosas. La zona principal, con seis amplios asientos de
primera clase, tenía un televisor de pantalla plana y conexión Wi-Fi. En el otro
extremo parecía haber dos aseos y otra puerta que podría ser un dormitorio.
Estaba claro que al Pakhan le gustaba viajar con clase y comodidad.
Maldito imbécil. Me pregunté cuántas mujeres había tenido aquí,
exactamente en el mismo lugar. El monstruo de ojos verdes se levantó dentro de
mi pecho, y casi respiré fuego con solo pensarlo. Era seguro decir que
necesitaba cambiar el foco de mi atención.
El avión aminoró la marcha, rodando poco a poco por la pista, y me asomé
con curiosidad por la ventanilla, esperando ver un nombre para averiguar a
dónde me habían llevado.
¿Roma? ¿Milán? ¿Verona? Seguro no lo suficientemente lejos; para eso,
necesitaría mi pasaporte.
—Estás despierta, bien. —Dominic entró, bebiendo whisky
despreocupadamente, con las mangas de la camisa remangadas hasta los codos.
Se había cambiado los pantalones de vestir por unos jeans—. El auto nos está
esperando. —Se levantó para darme la mano, pero lo aparté y me levanté con
brusquedad, casi tropezando en mi afán de alejarme. Estaba mareada y me
balanceaba, pero él me atrapó a tiempo—. Tranquila, se te está pasando el efecto
de la medicación. —Fruncí el ceño, pues sus palabras no tenían mucho sentido
para mí, y entonces recordé.
Habíamos estado en el barco, luego en un auto, donde me drogó con algunas
cosas, y acabé aquí. De hecho, ¡ni siquiera recuerdo haber entrado en esta cosa!
Por alguna extraña razón, el avión me resultaba familiar, como si hubiera volado
en él muchas veces. Por eso no me di cuenta de inmediato.
—Estás loco, ¿lo sabías? —Los gritos de mi madre y las súplicas de Oliver
aún resonaban en mis oídos—. Mi familia debe estar muy preocupada.
—Vivirán.
Sorprendida por su fría respuesta, busqué algún signo de dulzura en su
rostro, pero me quedé en blanco. ¿Dónde estaba el hombre que susurraba que yo
era su krasavica?
—No tienes corazón.
Soltó una risita, aunque carente de humor, asintiendo con la cabeza.
—Mi corazón no está conmigo, correcto. —Sin entender su vaga respuesta,
no tuve mucho tiempo para pensar en ello ya que la puerta del avión se abrió y
las escaleras nos esperaban—. Vamos.
Quería rebelarme, pero quedarme aquí no me haría ningún bien, así que, con
la barbilla alta, lo seguí. Casi se me cae la mandíbula al suelo cuando nos
recibieron tres autos con al menos siete personas, todos ellos vestidos de negro y
armados. El conductor del Mercedes del medio nos abrió la puerta con un brillo
de felicidad en los ojos. ¿Por qué demonios nuestra aparición provocaría tales
emociones?
—¿A dónde vamos?
—Al cuartel general de la Bratva.
—¿Qué? —chillé, cuando llegamos a la escalera de abajo escudriñé el
entorno en busca de una salida. El hombre había perdido la cabeza. Cruzándome
de brazos, grité—: No voy a ninguna parte contigo. —Su calma desapareció y se
abalanzó sobre mí a la velocidad del rayo.
Supongo que solo se puede pinchar a un oso durante un tiempo antes de que
reaccione, y por extraño que parezca, la familiar emoción del deseo sacudió mi
cuerpo.
Olvídate de que se volviera loco. Ambos habíamos entrado en la tierra
donde el sentido común, las reglas y las obligaciones no existían.
Que Dios nos ayude a ambos.
CAPÍTULO ONCE
VERDAD

Dominic
Sin importarme lo más mínimo su arrebato, me agaché y me la eché al
hombro mientras ella pedía ayuda, era inútil en realidad, teniendo en cuenta que
mis hombres nos rodeaban.
Vlad ya tenía la puerta abierta para nosotros, y yo me senté rápido dentro
con ella en mi regazo mientras ladraba la orden:
—Cuartel general. —Él asintió, y en un segundo, el auto se movió rápido
mientras ella intentaba zafarse de mi regazo, pero mis manos sujetaron sus
caderas con firmeza, sin permitir ni un pequeño meneo. Dios sabía que mi polla
no aguantaría más tentaciones antes de estallar y volver a tomar lo que por
derecho me pertenecía.
—¿Dónde estamos? —gritó, dándome una bofetada tan fuerte que sus uñas
me rozaron la mejilla, pero me importó una mierda. Agarrándola por las
muñecas, se las empujé por detrás y luego le apreté con fuerza la cadera derecha
mientras acercaba mi cara a la suya. Ella respiraba agitada, su aliento me
abanicaba la cara y el olor a rosas y lavanda me envolvía.
—En Rusia. Donde está tu casa.
Sus ojos se abrieron de par en par y su color avellana brilló de ira. Abrió la
boca para protestar, pero la hice callar y le di un beso ardiente que ella resistió al
principio.
Cinco segundos después, sus forcejeos disminuyeron, así que solté sus
manos y ella las deslizó por mi cuello, acercándome mientras nuestras lenguas
se entrelazaban. Levantándola un poco, se sentó a horcajadas sobre mí, con las
rodillas a ambos lados de mi cintura e inconscientemente empezó a empujarme.
La agarré del cabello con fuerza, haciéndola gemir, y bajé los labios hasta su
cuello, lamiendo la marca de propiedad que había dejado allí antes.
—Esto es…
Como no estaba de humor para otra excusa de mierda, volví a besarla,
ansiando estar dentro suyo, casi corriéndome de gusto ya que nada en todo este
mundo se sentía como ella.
Por desgracia, no duró mucho, ya que el auto llegó a nuestro destino,
estacionó justo delante del edificio y, por lo que parecía, Vlad ya se estaba
bajando.
Rosa se echó hacia atrás, con la cara enrojecida por el deseo y los labios
carnosos enrojecidos por el beso, y la satisfacción me recorrió al verla así.
A mis hombres no se les permitía admirar aquella belleza, así que la
desplacé de modo que una mano rodeara su espalda y la otra quedara bajos sus
rodillas mientras prácticamente se tumbaba sobre mí.
—¿Qué demonios…?
Vlad abrió la puerta y yo me levanté con ella en brazos en un rápido
movimiento, y solo entonces mi mujer recordó que volvía a odiarme.
Suspirando para mis adentros, recé por tener paciencia para lidiar con esta
mierda.
Rosa
—¡Déjame ir, maldito psicópata! —grité, y golpeé el pecho de Dom, pero él
no se movió. Siguió caminando con la determinación escrita en su rostro hacia
la entrada principal de la enorme mansión.
El vasto edificio se extendía horizontalmente como si estuviera dividido en
diferentes secciones. Hecho de ladrillo marrón, quizá podía resistir incendios y
tornados. Varias ventanas tenían balcones, y todo estaba rodeado de bosque.
Rejas metálicas con cámaras rodeaba la zona, de modo que nadie podría entrar
sin permiso, ni escapar. En conjunto, la mansión reflejaba opulencia, pero al
mismo tiempo desesperanza y depresión, porque en el verde césped no había
flores, fuentes ni árboles. Solo caminos de cemento para dar largos paseos y una
amplia zona de estacionamiento para numerosos autos, motos y… ¿era una
camioneta? Decidida a pensar en este lugar más tarde, continué con mi ofensa.
—¿Quién demonios te crees que eres, secuestrándome dos días antes de mi
propia boda?
Su mandíbula se tensó, mientras sus brazos me rodeaban con fuerza.
—Tu hombre. —Volvió a responder con sencillez, aunque su voz era tensa.
Sus palabras hicieron que mi cuerpo sintiera un cosquilleo al recordar nuestra
noche juntos.
¡Solo una noche, maldita sea!
Abrí la boca para hacerle algún comentario arrogante, pero me quedé muda
cuando entró en el enorme recinto, y todo el mundo -y por todo el mundo me
refería a unas treinta personas- se quedaron paralizadas y cesó todo sonido.
La música que sonaba por los altavoces se cortó cuando Dom me puso en
pie y de inmediato sentí la pérdida del calor de su cuerpo, pero eso no me
impidió retroceder mientras mis ojos estudiaban frenéticos el lugar.
A través de la bruma de mi ira, observé sofás azul marino, mesas de billar,
hombres con tacos de billar y armas, junto a mujeres que servían bebidas y
hojeaban revistas o incluso se frotaban contra los hombres. Un suelo de mármol
negro reflejaba la colorida araña de cristal que colgaba peligrosamente baja,
teniendo en cuenta la estatura de aquellos hombres. Las cortinas estaban
cerradas, sujetas a la pared con clavos puntiagudos donde colgaban algunas
chaquetas.
En la esquina de la sala había un bar con un mostrador de madera y un
surtido de alcohol mejor que en algunos clubes. Un camarero con un enorme
tatuaje de un tigre en el brazo me miraba estupefacto, mientras una joven de
cabello azul con los brazos rodeándole la cintura por detrás tenía la boca abierta
de incredulidad.
Damian, Vitya, Michael y otro hombre interrumpieron su conversación
mientras nos estudiaban con las cejas levantadas. Una mujer, que supuse que era
la esposa de Damian, se tapó la boca con un puño, parpadeando mientras se
apoyaba en el pecho de su marido.
—¿Qué ha detenido a este grupo de…? —Un hombre mayor se detuvo en
seco mientras nos estudiábamos. Tenía el cabello canoso y los ojos verdes con
algunas arrugas en las comisuras, mientras que su físico musculoso estaba
enfundado en un caro traje de tres piezas. Sostenía un puro entre los dedos y un
vaso de whisky. Su rostro tenía una expresión de tristeza permanente, como si
tuviera el peso del mundo sobre sus hombros.
—Está aquí. —Exhaló en un susurro, lanzándose hacia mí, pero negué con
la cabeza y se detuvo.
—¿Quién eres? —Me tembló la voz y, a pesar de intentar controlar mi
temperamento, no pude evitar gritar aquellas palabras. La histeria no me
ayudaría en esta situación—. No importa. Dominic me secuestró antes de mi
boda. —Volviendo mi atención de nuevo a Dom, golpeé su pecho con cada
palabra—. ¡Llévame de vuelta a casa!
Me agarró la mano, envolviéndola con la suya, y con la misma fuerza me
contestó:
—¡Estás en casa!
Exhalé un fuerte suspiro.
—¿Estás loco? Mi casa está en Roma.
—No, está aquí, en Moscú conmigo.
Tras dudar un par de veces, tragué fuerte y pregunté:
—¿De verdad estamos ahora en Rusia? —¿Me drogó, me subió en un avión
y me llevó a un país del que no sabía nada? ¿Cómo no me di cuenta de que
estaba loco? ¿Tal vez tenía problemas de acosador, y yo caí fácilmente con su
atractivo personaje?
—Bueno, duh. —Vino de la barra, de la chica de cabello azul que habló—.
¿Te acabas de dar cuenta?
Me molesté, porque lo último que necesitaba era que me gastaran una broma
pesada, le respondí:
—Lo siento, Konstanciya. Es un poco difícil ver fuera del polarizado del
auto mientras estas drogada en un avión —Justo cuando las palabras salían de
mi boca, fue como si se abriera un cerrojo en mi mente y la luz brillara tanto que
se me cerraron los ojos mientras luchaba por respirar de la fuerza que
desprendían.
Recuerdos como imágenes vívidas de una película se reproducían en mi
cabeza, cambiando una tras otra en breves clips.
Escuela católica.
Mi cautiverio.
Damian y años de esconderse.
Sapphire y Kristina.
Mi padre.
Dominic.
Nuestro primer encuentro en el parque, besarnos, hacer el amor.
Y por último lo que me hizo Alfonso.
—Violó y descuartizó a una chica inocente, de apenas dieciséis años,
delante de mis ojos. —Mi susurro era el único sonido en la habitación, pero
sentí un cambio en el ambiente en cuanto las palabras salieron de mis labios—.
Justo antes dio permiso a sus guardias para que me dieran una paliza. Luego
saltó para terminar el trabajo. —A pesar de los recuerdos que me venían, seguía
sin recordar qué me hizo con exactitud. Quizá mi mente traumatizada intentaba
protegerme de ello, pero hubiera preferido saberlo. Las lágrimas resbalaban por
mis mejillas mientras los sollozos sacudían mi cuerpo, pero tenía que dejarlas
salir—. Debieron meterme en algún auto, porque me desperté con él ardiendo
y… —Exhalando fuerte, intenté controlar mis emociones, pero fracasé, porque
¿quién podría mantener el control en una situación así? —. El fuego lamía mi
piel. Solo pensaba en ti. —Mis ojos subieron para chocar con los de Dominic,
que mostraban agonía y dolor, con las manos cerradas en puños.
Mi sexy ruso. Las lágrimas seguían cayendo, mientras yo decía:
—Los médicos decían que mi mente estaba bloqueando algo, que tal vez no
quería recuperar los recuerdos para poder protegerme. En lugar de eso, acabé en
una familia que me reclamó como suya, y casi me caso con otro hombre. —
Cubriéndome la boca con las palmas de las manos, sacudí la cabeza de un lado a
otro, sin acabar de creérmelo.
¿Por qué me ha pasado esto a mí? ¿Me lo merecía? ¿Qué demonios hice mal
en este mundo? Primero, Erik, y luego Alfonso, y solo Dios sabía quién estaba
detrás de él. ¿Dónde estaba la justicia que nos enseñaron en la escuela católica?
¿Sé bueno, y el bien vendrá a ti? ¿Qué demonios hice mal?
Cayendo de rodillas, grité y sollocé al mismo tiempo, sujetándome la cabeza
con las manos ante la devastación de cómo gente malvada había arruinado mi
vida, jugando conmigo como si fuera una muñeca. Los párpados me pesaban
demasiado, el mareo me abrumaba y me balanceaba hacia un lado.
Me habría golpeado la cabeza si unas manos fuertes no me hubieran
levantado, y eso fue lo último que recordé antes de que la obscuridad se
apoderara de mí.
Dominic
—Uno más. —Mi pedido fue recibido con una mirada preocupada, pero
Kostya cumplió y me dio otro vaso de vodka. Me lo acabé de un trago como el
anterior, hice una mueca de dolor y mordí el tomate que tenía al lado para
endulzar el sabor. Chasqueando los dedos, esperé otro, cuando una voz a mi
espalda habló.
—Emborracharse no la ayudará en esta situación. —Radmir se sentó a mi
lado en un taburete y de inmediato, Kostya le preparó un whisky.
Levantando la ceja, señalé:
—Es curioso que me digas esto, teniendo en cuenta que tú tampoco eres un
santo.
Se rio entre dientes, mientras estudiaba a las chicas que bailaban en la mesa
de billar.
—A diferencia de ti, tengo mejores razones para ello.
Golpeando el vaso con la barra gruñí:
—Mi mujer fue maltratada y luego convertida en alguien que no es, todo por
culpa de un enfermo hijo de puta al que todavía no puedo localizar. ¿No es
razón suficiente para ti?
Apenas reaccionó, sorbiendo tranquilo su bebida.
—¿Dónde está?
Me desconcertó un poco el cambio de tema y contesté automáticamente:
—Arriba. Ruslan dijo que se había desmayado por el shock y los nervios. La
dejé con Michael, ya que sus palabras aún me dolían. No podía quedarme ahí
sentado.
Incluso diciéndolo, sonaba como un traidor a mi mujer. Ella era quien más
me necesitaba, pero su voz quebrada aún resonaba en mis oídos. La habían
herido profundo, y yo no protegí lo que era mío. Sí, fueron castigados, pero ¿a
qué precio? Todos esos recuerdos… para ella, ocurrieron ayer. Así que aquí
estaba yo, ahogándome en mis penas, mientras mi mejor amigo y su hombre
velaban por ella.
Inexcusable y patético. El Pakhan de la Bratva se convirtió en un cobarde.
—Cierto. Pero ella es tuya. A diferencia de mí… Vivian se casó con Alex y
tuvo a su hijo. —La fría voz de Radmir me devolvió a nuestra conversación,
pero antes de que pudiera comentar nada, una pelirroja se acercó a nosotros con
una enorme sonrisa en la cara. Llevaba una falda corta que mostraba sus largas
piernas y un top blanco sin sujetador, de modo que se le veían los pezones. Mi
repulsión debió de manifestarse cuando desvió su atención hacia Radmir.
No entendía por qué mierda se le había ocurrido acercarse a mí. Nunca
había tocado a las putas de la Bratva, antes prefería a las acompañantes. Por no
mencionar que no había nadie y nunca habría nadie después de mi krasavica.
—Sovietnik —murmuró ella, pasando el dedo índice por el pecho de él, sus
ojos escudriñando su torso sin camiseta con aprecio. El hombre acaba de llegar
del gimnasio en chándal—. ¿Te gustaría mi compañía?
Radmir no se movió y compartimos una mirada con Kostya. Desde que
Radmir salió de la cárcel, hacía cinco meses, nunca había llevado a una mujer a
su departamento, a pesar de haber estado célibe esos cinco años en prisión. Solía
adorar a las mujeres, nunca había tenido una más de una noche, pero a todas les
había gustado. Generoso en regalos y cenas, no se limitaba a follárselas como la
mayoría. Vasya me dijo una vez que intentó encontrar a la única entre ellas,
pero fracasó. Una vez que conoció a Vivian, todas las demás dejaron de existir,
y él vivía y respiraba para ella.
Le agarró el cabello y ella gimió de placer, acercándose a él y buscando un
beso, pero él la apartó con dureza. Ella casi tropieza con los talones.
—Voy a repetirte una vez más lo que ya te había dicho, y si no me haces
caso, tu culo se irá de aquí para siempre —gimoteó, aferrándose al sofá, y bajó
la mirada, incapaz de soportar su escrutinio—. Nunca me toques sin mi permiso.
—Se dirigió al resto de las putas que estaban en la esquina, con los ojos muy
abiertos—. Lo mismo va para todas. No me interesa una mierda de lo que
ofrecen —asintieron frenéticas. La pelirroja se unió a ellas y la envolvieron en
un fuerte abrazo—. Estoy harto de darles explicaciones a cada una de ustedes —
ladró—. Pongan la puta música.
Igor puso rápido los altavoces, ya que nadie necesitaba a un Radmir
enfadado. No era un espectáculo agradable, y los miembros presentes estaban
todos aquí antes de su encarcelamiento, por lo que eran conscientes del infame
temperamento.
Radmir giró sobre el asiento y volvió a su whisky. Solo su puño cerrado y su
mandíbula crispada eran indicios de su emoción, y tuve la sensación de que
volvería al ring a pelear muy pronto. Eso era todo lo que hacía, pelear y beber.
Ni siquiera hacía su trabajo como mi sovietnik, y no podía permitir que siguiera
así, o la gente exigiría un cambio de liderazgo. A decir verdad, a este paso,
Vitya merecía el título más que Radmir.
Nosotros habíamos sido los mejores amigos. Él fue mi mentor.
Sin embargo, mi mejor amigo sufría y yo no calmaba su dolor. Ya era
suficiente, maldición.
¿Habría repercusiones? Sí. ¿Declararía una guerra y haría estupideces por
las que la Bratva tendría que salvarle el culo? Sí. Pero él era parte de la
hermandad.
Jode con quien quieras, pero no jodas con la Bratva.
Ese era el credo por el que vivíamos, y que me jodan si mi sovietnik no
podía aprovecharse de ello.
Entonces le dije las palabras que nunca esperó oír, pero que cambiarían el
curso de su vida para siempre.
—Su hijo, se llama Jake y tiene cinco años. Es tuyo. —Se congeló,
inhalando brusco—. La razón por la que se casó con Alex Jordan fue porque él
la chantajeó. No conozco los detalles. Pero nunca la tuvo. Sigue siendo tuya.
La silla voló al suelo mientras él se levantaba, agarrándome por los lados de
la camisa, mientras escupía furioso.
—¿Dónde está tu lealtad? Te voy a matar, maldición. —Los hombres se
abalanzaron sobre nosotros, porque nadie se atrevía a amenazar al Pakhan.
Levanté la mano para detenerlos, porque teníamos que arreglarlo entre nosotros.
Por el brillo en sus ojos y su postura feroz, estaba en trance y tenía ganas de
pelea.
Una lucha que tenía que permitirle, porque tenía que dar rienda suelta a toda
la rabia contenida antes de ir a buscar al amor de su vida. De lo contrario, no
pensaría con la cabeza. Y yo no podía permitirlo.
El Pakhan de la Bratva siempre cuidaba de su hermandad.
En ese momento, significaba permitir que mi sovietnik vertiera toda su
frustración, furia, e ira sobre mí. Retiró el puño y me dio un golpe en la cara. Mi
cabeza se inclinó hacia atrás, me reagrupé rápido y le asesté un golpe en el
estómago, doblándolo en dos mientras los hombres formaban un círculo a
nuestro alrededor y las mujeres jadeaban, huyendo del bar.
—¡Ella tiene a mi hijo! ¡Mi hijo, Dominic! —Me asestó un golpe en el
hígado; el enfermo hijo de puta conocía los lugares débiles donde golpear. Le di
una patada para que perdiera el equilibrio, pero no antes de que me agarrara el
cuello, golpeándome rápido. Caímos al suelo y nuestros puños volaron, hasta el
punto en que era difícil saber qué estaba dónde. Nos hacíamos daño a ciegas.
—¿Qué carajos? —Don gritó, y en un segundo, envolvió sus brazos
alrededor de Radmir desde atrás y lo levantó de mí mientras Vitya me sostenía,
pero todavía nos enfrentamos el uno al otro, incluso de pie y listos para ir de
nuevo. Ambos lo necesitábamos.
—De todas las personas, no lo esperaba de ti, Dom. —Esto dolía mucho
más que los moretones de la pelea, pero explicar el hecho de que entonces no
tenía elección no parecía tener sentido. Nunca entraría en razón si alguien me
ocultara a mi hijo.
—Adelante, nunca atrás, Radmir. ¿Recuerdas? —Nos quedamos quietos,
estudiándonos el uno al otro, mientras sus enseñanzas pasaban por mi mente.
Siempre que me enfurecía en la adolescencia o me hundía en el ring, sin querer
levantarme, estas palabras eran como un mantra para mí. Solo esperaba que me
escuchara y comprendiera su importancia, como él me enseñó una vez.
En unos breves segundos, su rostro se aquietó y una expresión indiferente
cubrió cualquier tipo de emoción que debiera haber sentido.
—Suéltame —exigió en voz baja y Don así lo hizo mientras Radmir se
dirigía a Vitya, ignorándome por completo, lo que en otras circunstancias le
habría valido un balazo en la frente—. Dame toda la información sobre mi hijo y
Vivian. —Hizo una pausa y luego, todavía sin mirarme, preguntó—: Lo que me
dijiste en la cárcel… sobre ella testificando contra mí. ¿Fue verdad? ¿O una más
de tus mentiras?
Tal vez decirle que nunca fueron mentiras mías, sino de Vasya para
empezar, no resolvería nada, así que mantuve la boca cerrada. Antes de que
cumpliera su misión, ninguna conversación le importaría. Tenía que verlo de
otra manera.
Y para eso, debía conocer a su hijo.
—Sí, fue la verdad. —Le tembló la mandíbula. Asintió y desapareció en
dirección a su ala en la mansión con Vitya pisándole los talones. Vitya sabía qué
hacer si alguna vez surgía la información.
Don me escaneó de pies a cabeza y negó con la cabeza.
—Dominic, te sugiero que te limpies antes de que Rosa se despierte. Lo
último que necesita es verte así, oliendo como un puto camión de basura —
resopló, y sus hombres de la Cosa Nostra se pusieron detrás de él al instante—.
No puedo quedarme. Mary me necesita. Tráela de vuelta cuando esté lista.
Mis cejas se fruncieron; no tenía sentido. ¿Por qué se iría Don antes de tener
la oportunidad de reconciliarse con su hija? Venir aquí no tenía sentido.
Leyendo mi pregunta, dijo:
—Mary está embarazada. Necesito estar con ella ahora, y Rosa… tengo la
sensación de que no querrá la compañía de nadie durante un tiempo. Me alojaré
en el hotel Marriott de New Arbat. —Así que no se iba del país, solo prefería
estar tranquilo con su mujer. Me dio una palmada en la espalda, abrazándome
fuerte, y susurró solo para mis oídos—: Ella te necesita. —Agarrando la
chaqueta de las manos de Igor, se adentró en la noche, dejándome con
pensamientos agitados y un cuerpo que dolía como un hijo de puta.
CAPÍTULO DOCE
RECONCILIACIÓN

Rosa
Me despertó el fuerte susurro del viento que entraba en la habitación y
agitaba las cortinas. Abrí los ojos de golpe y por un segundo, observé la
habitación, desorientada.
¿Dónde demonios me encontraba?
La luz de la luna brillaba intensamente en la amplia habitación con un único
colchón donde me tumbé. Era cómodo, ya que se amoldaba a cada una de mis
curvas. Había lienzos y cuadros esparcidos por el suelo, contra la pared, por
todas partes. Algunos estaban deslustrados, como si alguien los hubiera roto de
un golpe justo en el centro.
Y entonces recordé.
Dominic.
Estaba en el ala de su departamento después del día lleno de
acontecimientos que me abrió los ojos a lo que realmente había estado pasando
en mi vida.
—Hola, cariño. Me alegro de tenerte de vuelta. —Michael se sobresaltó y lo
vi en la puerta con una botella de agua en la mano. A pesar de la brisa que
refrescaba mi piel, sentía calor por todo el cuerpo, el sudor corría por mi
espalda, empapaba las sábanas y humedecía el vello de mi cuello. Quité la
manta, me puse de rodillas y tomé la ofrenda de Michael, porque tenía la
garganta demasiado seca para hablar. El líquido frío me alivió y, relamiéndome
los labios resecos, sonreí a Michael—. Hola, forastera. —Sonrió, se arrodilló a
mi lado y me abrazó más fuerte. Envolví mis brazos alrededor de él, lo disfruté,
porque se sentía como tener un pedazo de mi vida de vuelta—. Por fin has
vuelto.
Apoyando la barbilla en su hombro, le pregunté:
—¿Quién está en la ducha?
—Dominic. —Su voz sonaba apagada, y me molestó.
—¿Qué es lo que no me dices?
Exhaló un fuerte suspiro cuando entró Vitya y frunció el ceño.
—Sirena escurridiza, ¿ya encima de mi hombre?
Poniendo los ojos en blanco ante sus burlas, me dirigí a él.
—¿Qué pasa con Dom? —¿Por qué demonios mi posesivo hombre me dejó
con sus dos amigos más cercanos y se fue a duchar? Esperaba que se recostara a
mi lado y me abrazara durante mis pesadillas. En cambio, parecía no afectarle
mi presencia aquí.
Aunque suene raro, recuperar mi identidad fue como la última pieza del
rompecabezas que encajaba en su sitio, y recuperé mis sentimientos y mi
personalidad. Donde antes estaban la timidez y la incertidumbre… volvieron la
confianza y el fastidio. Tal vez podría haberme sentado y vuelto a perder la
cabeza por todo lo que pasó durante todo el año pasado, y repetir la histeria,
pero siendo sincera, ¿qué sentido tenía? La familia donde acabé era buena gente
y nunca me hizo daño. Sin embargo, la culpa me golpeaba, sabiendo que Oliver
había amado de verdad a Angélica. Pero me devolvieron la salud y me cuidaron
bien. Enfadarme no solucionaba nada, y solo me negaba a perder más tiempo en
recuperar mi vida.
¡Ya no habría más lágrimas en mi vida!
—Se emborrachó y luego se agarró a golpes con Radmir. —Tal vez al ver
mi gesto inexpresivo ante el nombre, Vitya me explicó—. Sovietnik de la
Bratva. Había estado en prisión. —Sí, Dominic me contó su historia. Me dolió el
corazón por el tipo que fue a prisión por un crimen que no cometió y luego su
mujer se casó con otro—. Tu padre también se fue.
Aquello me sorprendió, y me froté la frente, preguntándome por qué no
esperaría a hablar conmigo. Aunque podía entender su vacilación, seguro no
quería agobiarme de golpe.
—Bien, gracias. —Me levanté y chillé al ver que mi cuerpo solo estaba
cubierto por un camisón blanco transparente.
Vitya maldijo, girando tan rápido que seguro tuvo un latigazo cervical,
mientras Michael silbaba “caliente”.
Sonrojada, me crucé de brazos, así al menos mis pechos eran invisibles.
¡Caramba! Gays o no, mis chicas no necesitaban que nadie las viera excepto
Dom.
—¡Michael, deja de mirar, maldición! —exigió Vitya, mientras Michael
suspiraba exasperado.
—Esas son tetas, bebe. ¿Qué demonios haría yo con ellas? Pero son bonitas,
si nos guiamos por las revistas que los chicos tienen esparcidas por el cuartel. —
Se me escapó una risita y él me guiño el ojo, intentando aliviar mi vergüenza—.
Siéntete orgullosa, nena.
—¡Suficiente! —Su hombre no era conocido por su paciencia; lo agarró por
la nuca, le empujó el pecho hacia atrás y le susurró algo al oído. Michael se
ruborizó al instante y su respiración se aceleró.
Con una sonrisa de suficiencia, Vitya lo arrastró fuera, no sin antes
hablarme por encima del hombro:
—Todo es como la última vez, Rosa.
Hundiéndome de culo, comprendí enseguida lo que quería decir. Tuvimos
una escena parecida antes de la boda de Damian, cuando él llegó hecho polvo y
se escondió en la ducha. Entonces, me uní a él y hablamos.
Pero mis instintos me gritaron que hablar no era lo que él necesitaba en ese
momento. La idea apareció en mi mente tan de repente que ni siquiera me paré a
pensar en ella, solo salté y procedí a hacerla realidad.
Dominic
Salí de la ducha y me sequé mientras observaba mi reflejo en el espejo, con
una mueca de dolor por el ojo morado y los moretones que me habían dejado los
golpes de Radmir. Me dolía el estómago como a un hijo de puta, pero,
curiosamente, agradecí el dolor porque me hizo recuperar la sobriedad. Lo
último que Rosa necesitaba era mi culo borracho llorando, o peor aún, haciendo
insinuaciones sobre su cuerpo.
Me envolví la cintura con la toalla, me pasé los dedos por el cabello revuelto
para no despertarme con el cabello alborotado y entré en el dormitorio, mientras
mi interior me gritaba que me uniera a mi mujer en la cama.
¡Maldición, la cama! Después de mi descubrimiento en Italia, se suponía
que iba a pedir una cama adecuada para nosotros, porque ella no se merecía
estar tumbada en el suelo, pero se me escapó de la cabeza con su boda y después
con nuestra noche juntos.
Exhalando con fuerza, apagué la luz y cerré la puerta del baño tras de mí.
La imagen que me recibió me detuvo en seco; todo el aire abandonó mis
pulmones de golpe.
Tres docenas o incluso más, de velas encendidas estaban esparcidas por el
suelo, creando una atmósfera misteriosa y seductora mientras la luz de la luna la
realzaba. Rosa estaba arrodillada sobre el colchón, con las manos sueltas a los
lados. Su cabello caía en cascada hasta los hombros en ondas sedosas y
húmedas, mientras que su piel besada por el sol brillaba con la luz y algunas
gotas de agua se deslizaban por su clavícula, suplicando ser lamidas. Debía
haberse duchado en la habitación de invitados.
Su cuerpo perfecto, con las curvas más increíbles, estaba envuelto en un
camisón de encaje negro transparente que mostraba la plenitud de sus pechos y
sus pezones apretados y sonrosados, y mis ojos bajaron hasta su coño, que por
desgracia desde este ángulo era imposible de ver. Mi polla se endureció bajo la
toalla, cada uno de mis músculos se tensó, y mi voz se volvió áspera y grave
cuando pregunte:
—¿Qué haces?
Sacó la lengua, humedeció sus labios carnosos que pedían ser besados y
arrastró el dedo desde su elegante cuello hasta su pecho que se agitaba rápido,
rodeó mi cruz de propiedad y se sumergió en el valle de sus pechos.
—Seduciéndote. ¿Funciona? —susurró, y por un segundo me abandonó el
sentido común y solo pude concentrarme en que ella me deseaba y zumbaba de
deseo.
Pero entonces, como agua fría cayendo sobre mi cabeza, los recuerdos me
inundaron y di un paso atrás.
—No, krasavica. Acabas de recuperar tu identidad. Estás en estado de shock
y necesitas descansar.
Además, todas sus palabras sobre las cosas horribles por las que pasó… no
podríamos tener sexo ahora.
Levantándose un poco más, hizo un gesto de asfixia y, en un instante, estaba
a su lado, tocándole la cabeza y tumbándola para poder flotar sobre ella mientras
buscaba alguna herida en su piel y ella soltaba una risita, Caí en la cuenta de que
estaba actuando.
—Rosa. —Pero antes de que pudiera apartarme, usó toda su fuerza y me
volteó para que mi espalda chocara contra el colchón y ella se sentó a horcajadas
sobre mis muslos.
—Dominic —susurró, inclinándose, sus labios a centímetros de los míos. Su
cabello nos encerraba, como si un capullo nos protegiera de fuerzas externas—.
Hablas demasiado. —Con eso, cubrió mi boca con la suya, yendo ávidamente
tras mi lengua y manteniéndola prisionera, usándola como su juguete personal.
¿Quién carajos sería capaz de resistirse?
Deslicé la mano hacia su cabello, la empuñé y la acerqué mientras gemía,
besándome con más pasión y algo más. Una nueva conciencia, como si al
conocer su verdadera identidad recordara todos los momentos íntimos que
habíamos compartido en el pasado. Cuando conoció mi cuerpo y yo el suyo.
Cuando me dio su virginidad e hicimos el amor por primera vez.
La posesividad se apoderó de mí como una ola furiosa mientras mi mente
coreaba una sola cosa.
Mía. Mía. Mía.
Me soltó y me empujó hacia abajo, presionándome los hombros y
respirando agitada. Mis manos rozaron sus muslos y subieron hasta descubrir su
culo desnudo, mis dedos se clavaron en él, apretando cada nalga.
—Mía.
Sus ojos ardían de deseo mientras asentía.
—Tuya, pero quiero jugar esta noche.
Me frotó suave bajo los ojos, su tacto como una pluma sobre mi piel
magullada. Si mi mujer quería tener el control, lo tendría.
Me dio un ligero beso y me dejó besos de mariposa por toda la cara, bajando
para morderme la barbilla con los dientes y chuparme el cuello, un poco
demasiado fuerte, dejándome chupetones.
—Mío —gruñó tan adorablemente que sonreí.
—De nadie más, krasavica. Solo tuyo. —Me lamió el pecho rozándome los
pezones con las uñas mientras me abanicaba con su respiración, y me metió la
lengua en el ombligo. ¿Cómo carajos sabía que podría ser tan sensible? Se sentó
erguida, me dio una sonrisa arrogante y luego sus ojos se abrieron de par en par
con fingida sorpresa cuando me agarró la polla dura a través de la toalla,
arrancándome un gemido. Luego pregunto:
—¿Es un regalo para mí?
—Siempre para ti. —Se dio golpecitos con el dedo en el labio inferior, como
preguntándose qué debía hacer a continuación, pero despacio, agonizantemente
despacio en mi opinión, desenvolvió la toalla, y yo la levanté para que pudiera
tirarla a un lado.
Jadeó, mientras sus ojos bailaban con picardía.
—Es enorme. —Teniendo en cuenta que lo había visto muchas veces, y lo
mucho que me dolía la polla en ese momento, no me pareció tan gracioso como
a ella. Pero era su espectáculo, así que tuve que mantener la boca cerrada.
Su pulgar barrió el presemen que goteaba de la cabeza, y ella lo saboreó,
cerrando los ojos con placer.
—Rosa —le advertí, mientras sonreía y bajaba un poco para que su aliento
abanicara mi polla erecta, que se sacudía en anticipación.
Murmuró:
—Relájate y disfruta, cariño.
Como nunca me sujetaba de las manos, decidí acelerar el proceso; de lo
contrario, podría explotarle en la cara y se acabaría la fiesta, como un puto
adolescente. Así era como ansiaba a mi mujer, que había ganado su confianza
sexual. Volví a enredarle el cabello y presioné la cabeza de mi polla contra sus
labios. Su boca se abrió y chupó suave, justo en la punta, y pensé que me
correría allí mismo. Que me jodan a mí y a su talentosa lengua. Se adentró más
profundo, mientras con una mano me acariciaba los huevos y con la otra me
acariciaba la base.
Su boca virgen, hace un año, soy el único que la ha reclamado. La
satisfacción en mi interior, mientras mi bestia posesiva se golpeaba el pecho al
pensarlo.
Me soltó la polla con un chasquido, la lamió y volvió a chupármela.
Una y otra vez repitió la acción, volviéndome loco.
Mi piel ardía de necesidad mientras el deseo se extendía por cada hueso de
mi cuerpo a través de la sangre que corría por mis venas, y ya no podía soportar
más esta tortura. Aunque me encanta su boca, mi lugar favorito para correrme
siempre sería su coño. Tirando de su cabello, casi la arrastré hacia arriba
mientras ella se relamía los labios. La besé con fuerza, saboreándome en ella.
Ella entrelazó los dedos en mi cabello, aferrándose a mí con todas sus fuerzas.
La acomodé en mi regazo mientras mis manos le acariciaban los pechos y
los pezones puntiagudos. Se inclinó hacia mí con los pechos frente a mi boca.
Lamí uno y lo chupé mientras ella echaba la cabeza hacia atrás y gemía con
fuerza aumentado mi excitación.
Pasé al otro y repetí la acción mientras se apoyaba en mis muslos y su
humedad me cubría la piel. Sosteniéndola con un brazo alrededor de su espalda,
deslicé mi mano más abajo hasta su suave vientre, entrando en su húmedo coño
con mi dedo corazón. Se apretó al mi alrededor y gimió, suplicando:
—Dominic, por favor. —Mi propia necesidad rozaba la locura, así que
prolongar la tortura y disfrutar del sabor de su coño tendría que dejarse para otro
momento.
Levantándola por encima de mí, la penetré de un fuerte empujón mientras
nuestros gemidos se entremezclaban. Sus uñas me arañaban la espalda mientras
me mordía el cuello. Mierda, me agarró con tanta fuerza que pensé que me
correría allí mismo. La sensación de su coño húmedo sobre mi polla desnuda era
el paraíso. No necesitaba nada más, solo el latido de su corazón contra el mío,
mientras estaba enterrado dentro de ella.
Me mordió la oreja y susurro:
—Dominic, muévete.
Empujando mis caderas hacia delante, pregunté:
—¿Quieres darme ordenes, krasavica?
Gimió, intentando empujar hacia arriba y hacia abajo, pero mis manos en
sus caderas no se lo permitieron.
—No, quiero sentir tu semen caliente dentro de mí.
Blyat.
Tenía que decir algo que me impacientara, ¿no? Pequeña descarada.
Al ponerla boca abajo, su culo se elevó más, y no pude resistirme a arrastrar
la lengua por la suave piel y luego abofetearla por la tortura a la que me había
sometido antes de suavizar la piel rosada, dejando besos con la boca abierta por
toda su carne.
Se contoneó y mordió la almohada. Dobló las rodillas para que yo tuviera
mejor acceso a ella. Su coño brillaba, llamándome.
—Prepárate para un polvo duro, Rosa. Dios sabe que lo pediste.
Miró por encima del hombro, con los labios hinchados de tanto besar y
chupar, y sonrió arrogante.
—Adelante, Pakhan. —Entré en ella por detrás, deslizando la mano desde su
culo hasta su cuello, y le agarré el cabello, subiéndoselo para poder disfrutar de
cada sonido que escapaba de su boca sexy. Me eché hacia atrás y volví a
penetrarla, haciendo eco en la habitación mientras maullaba con cada embestida.
—Es…—Empezó, pero no pudo terminar la frase porque se le pusieron los
ojos en blanco de placer.
La subí más, para que pudiera apoyar la espalda en mí mientras tomaba sus
pesados pechos entre mis manos.
—Eso es lo que se siente al ser mía. —Dentro y fuera, dentro y fuera,
chocamos en nuestra pasión mientras nuestras respiraciones se mezclaban, y
nada existía en este momento excepto nosotros. Este sexo áspero pero dulce,
apasionado pero cariñoso, era una extensión de nuestro amor, nuestro momento
de estar juntos, y deseé que durara para siempre.
Me rodeó el cuello con una mano y tiró de mí para que nos besáramos
mientras la penetraba profundo. Sus movimientos se congelaron mientras
gritaba y se estrechaba contra mí, alcanzando su clímax. Se hundió en mis
brazos, pero la giré, la puse boca arriba, coloqué sus piernas por encima de mis
hombros y la penetré duro. Agarró el borde del colchón mientras éste se movía
bajo nosotros. Sentí un hormigueo en la columna vertebral. Mis venas del cuello
se tensaron, mis nalgas se apretaron y rugí dentro de ella. Unos puntitos negros
bailaron ante mis ojos y me desplomé, cayendo sobre los codos mientras los dos
respirábamos con dificultad, intentando recuperar el aliento.
Me rodeó con los brazos y las piernas, jugando con mi cabello húmedo.
—Te amo, Dominic. Gracias por traerme de vuelta a casa.
El trozo de corazón que me faltaba volvió a su sitio cuando le froté la
mejilla y recogí la lágrima que le caía por el puente de la nariz.
—Siempre, krasavica. Te amo. Siento la pesadilla que has tenido que
soportar.
Sacudió la cabeza.
—No, no más arrepentimientos. Estoy harta de ellos. —Luego soltó una
risita—. Creo que tenemos que tomar una ducha de nuevo. Estamos pegajosos.
Sonriendo, le acaricie el cuello, disfrutando de sentirla entre mis brazos.
—Todavía no, krasavica. —Y en la tranquila atmósfera de la noche, nos
quedamos dormidos, sabiendo que por la mañana nos tendríamos el uno al otro.
Ojalá todo fuera tan sencillo como pensábamos.
Director
Si querías hacer algo bien, tenías que hacerlo tú mismo.
Parecía que nadie más que yo sería capaz de eliminar a Rosa para siempre.
La vigilancia de Vito y su constante búsqueda de información no escapaban a mi
radar, y solo podía engañarlo durante un tiempo antes de que descubriera la
verdad.
Esta locura tenía que terminar, para que todos pudiéramos respirar libres y
disfrutar de la vida al máximo.
CAPÍTULO TRECE
SORPRESA

Rosa
—Krasavica. —La voz de Dom perturbó mi sueño, y frunciendo el ceño,
hundí la cara más profundo en la suave almohada, escondiéndome de la brillante
luz del sol que se colaba por la puerta abierta del balcón—. Despierta.
—No —me quejé. ¿Acaso estaba loco? Apenas habíamos dormido anoche.
Después de hacer el amor, nos quedamos dormidos unos minutos y Dom
llenó una bañera para nosotros, donde me tumbé en sus brazos mientras el agua
caliente y la sal marina aliviaban nuestros músculos doloridos, y la lavanda
relajaba cualquier tensión restante.
Una vez limpios, nos secó y me arropó a su lado para que pudiéramos
dormir juntos, para volver a tomarme dentro de dos horas. Por mucho que me
gustara su hambre de mí, dudaba que pudiera mover un miembro en ese
momento.
Besos suaves me recorrían desde el culo hasta el cuello, mientras Dominic
me lamía la columna, mordisqueando la piel sensible en el proceso. Me agarró el
pecho, acariciándolo y rozando suavemente el apretado pico. Gemí cuando
extendió su mano y la deslizó por mi estómago, que se apretó con anticipación.
Chupándome el cuello, dejándome más marcas, como si las que ya tenía no
fueran suficientes, su dedo jugó conmigo, esparciendo humedad por todas
partes, asegurándose de que estaba bien preparada antes de su invasión.
Me apreté contra él, mi culo rozando su polla erecta. Con un gruñido,
levantó mi pierna y entró en mí mientras mi carne se cerraba a su alrededor. Me
dolió un poco, ya que aún estaba hinchada por la dura paliza que me había dado
la noche anterior.
Sus labios tocaron mi nuca mientras susurraba:
—Respira. —Tragué aire mientras él empujaba más hondo, luego se retiraba
y volvía a entrar.
Despacio, muy despacio, se movió dentro de mí, estrechándome entre sus
brazos, donde podía sentirlo a él y a nosotros mientras nuestras respiraciones se
mezclaban. No dijimos palabras, porque no las necesitábamos. Rodeándole el
cuello con el brazo, busqué su boca con la mía y nos besamos apasionados,
mientras nuestros cuerpos se fundían en uno solo.
Me agarró la cadera con más fuerza con la mano derecha, mientras la
izquierda envolvía la mía para que nuestros dedos se entrelazaran. Nunca había
estado tan en sintonía con él como en aquel momento.
Mi piel ardía por el fuego de su pasión, dejando a su paso una inquietud y
un hambre que solo Dominic podía calmar. Las sensaciones que me invadían en
oleadas ya no podían contenerse. Grité, apretando su polla, mientras él gemía en
mi cuello. Continuó su lenta tortura con unos cuantos bombeos más, y luego
gruñó cuando su semilla caliente se liberó dentro de mi calor húmedo,
satisfaciendo nuestro deseo mutuo.
Inspirando el aire que tanto necesitaba, bromeé:
—Con esta maratón de sexo que tenemos, no necesitaré gimnasio.
Su pecho vibró por la risa mientras me ponía boca arriba, y su mirada me
estudiaba con cariño.
—Me parece bien. —Luego miró el reloj de madera y maldijo, dándome una
leve palmada en el culo, pero yo seguí mirándolo con odio—. Tenemos que
levantarnos. Ya llegamos tarde.
—¿Para qué?
—La reunión con tu padre.
—¿Qué? —Sin importarme lo más mínimo mi desnudez, que de todos
modos habría sido risible en esta situación, me levanté rápido, corrí al baño y le
hice un gesto con el dedo índice cuando quiso seguirme—. No, no podremos
ducharnos rápido. Dom, ¿cómo no lo habías mencionado?
—Lo hice. Su mensaje, o más bien orden, fue la única razón por la que te
desperté.
—Y tengo un chupetón fresco en el cuello —siseé, mientras sus ojos
brillaban de satisfacción.
—Lo tienes.
—¿Qué tan patético es ver a mi padre en este estado?
Consiguió agarrarme rápido, dándome un beso en los labios y luego
empujándome hacia el baño.
—Ve, tu ropa también te espera allí. Yo usaré el baño de invitados.
Con eso, procedí a hacer lo que me dijo, cerrando la puerta justo en su cara
de risa.
Imbécil arrogante.
Dominic
Esperé a que Rosa se preparara y llamé a Vitya en cuanto estuvo fuera del
alcance de mis oídos. Odiaba tener secretos con mi mujer, pero lo último que
necesitaba ahora mismo era otra preocupación o el miedo a un asesino a la fuga.
—Habla. —Tomé la botella de agua fría de la nevera del bar y me senté en
el sofá para beber un sorbo.
—Radmir se fue a Estados Unidos esta mañana, Yuri con él. —¿Qué
carajos? ¿Desde cuándo mi kaznachei viaja al extranjero sin informarme antes?
—¿Te avisó?
—Sí, sabía que no querías distraerte. Tenía una emergencia.
Aun así, no me importaba una mierda. Radmir tenía un pase debido a su
historia. Más le valía a Yuri aprender a respetarme mejor o tendríamos que
vernos en el ring. Con Rosa de vuelta a mi lado, tendría que controlar a mi
Bratva. Mis hombres tenían demasiado tiempo libre.
—¿En Estados Unidos?
Vitya rio entre dientes, encontrando algo humorístico en la situación, pero
no lo compartió conmigo mientras cambiaba de tema.
—Sí. Ha llamado Vito.
Eso atrajo mi atención, y me quité el teléfono de la oreja, escuchando el
dormitorio, pero la ducha seguía corriendo, así que continué la conversación.
—¿Y?
—Con el equipo y las cintas que vimos, encontró a la rata. Era su
guardaespaldas, Lucas. —Debió de leer la información del papel, ya que hizo
una pausa, y luego continuó—: Solía ser un prospecto en la mafia de Don, pero
éste lo echó por consumo de drogas. Se desintoxicó, pero ya conoces a Don. Un
error puede costarte la vida. Como Lucas apenas tenía dieciocho años, lo metió
en rehabilitación, pero le prohibió para siempre volver a la escena del crimen de
Nueva York. Lucas se convirtió en un asesino en pocos años, lo que llamó la
atención de Vito, y el resto es historia.
¿Así que todo este puto tiempo estuve buscando a un asesino profesional
que estaba delante de mis narices?
—Ninguno de los contactos de Alfonso llevó a él. —Frotándome la barbilla,
no pude evitar sentir que se nos había escapado un dato crucial.
—Eso es cierto. Pero como dijiste, tenía que protegerse de nosotros.
Aceptando a regañadientes esta excusa, pregunté:
—¿Por qué me odia? Alfonso repetía que no sabíamos lo que estaba en
juego. ¿Por qué a mí?
Vitya exhaló pesado, y pude imaginármelo pasándose la palma de la mano
por la cara.
—¿Sinceramente? No tengo ni puta idea. Su principal objetivo era Rosa,
porque odiaba a Don tanto como a Alfonso, pero como uno era de la familia,
tenía mejor acceso a ella. Encontraron pruebas en su camarote junto con los
vídeos de Alfonso. Puto enfermo —terminó, y si mi ejecutor consideraba algo
enfermo, el cabrón debía ser una auténtica mierda.
Furioso, tiré la botella.
—Tráelo a Rusia. —De ninguna puta manera este cabrón moriría sin mi
exquisita tortura. Querría estar muerto para cuando terminara con él. A
diferencia de todos los demás, su castigo duraría días, si no semanas.
—Vito estuvo de acuerdo, pero primero necesita usarlo como ejemplo para
el resto de su familia. Así que debería estar aquí en unas semanas. —Por mucho
que quería llamar y maldecir a Vito porque esta no era su venganza, no podía,
porque era su derecho.
—Rosa no lo sabe. Asegúrate de que todo el mundo mantenga la boca
cerrada. Pon al día a Don, Connor y Melissa.
—Lo haré. ¿Y Dom?
—¿Sí?
—Alégrate. Ella está de vuelta. La tienes, Pakhan.
Cerré los ojos, le agradecí mentalmente las palabras tranquilizadoras que la
bestia que llevaba dentro necesitaba, y colgué el teléfono justo cuando Rosa se
paseaba hacia mí con su vestido marrón claro que llegaba a las rodillas y
abrazaba cada puta curva deliciosa que tenía.
—Vamos, mi ruso sexy. —Me guiñó un ojo justo antes de que la tomara y la
balanceara en mis brazos mientras se reía.
Vitya tenía razón. La tenía de vuelta en casa con vida. No importaba cuándo
consiguiera mi venganza final porque cada día me despertaría con ella a mi lado.
¿Qué más podía pedir un hombre?
Rosa
Me moví nerviosa en el asiento de cuero y bajé el espejo que tenía sobre la
cabeza para comprobar mi aspecto por última vez. Me apliqué una capa más de
pintalabios y me froté los labios para que brillaran más.
—Para, krasavica. —Dominic apretó mi muslo desnudo, frotando la carne
con suavidad. De inmediato me relajé, exhalé un suspiro y apoyé la cabeza en su
hombro mientras el auto avanzaba lento entre el tráfico. El sol brillaba con
intensidad, transformando la ciudad en una gloriosa estampa con la gente riendo
y celebrando los cálidos días de septiembre.
—Solo quiero que salga bien.
Se rio entre dientes, me tomó la barbilla entre el pulgar y el índice y luego la
levantó para que nos miráramos.
—A Don le importa una mierda tu aspecto, o a Mary. Lo único que cuenta
para ellos es que estás viva. —Se inclinó y me besó con dulzura, mordisqueando
y luego tanteando la entrada.
En cuanto me rendí, profundizó el beso y sentí que no había otro lugar en el
que prefiriera estar que conmigo en ese momento. Gimiendo, metí la mano en su
cabello, inclinando su cabeza en mi beneficio, pero me soltó demasiado rápido y
me apartó de él mientras yo buscaba a ciegas su boca.
—Mierda —siseó, pasando el pulgar por mi regordete labio inferior, y sus
charcos ambarinos se volvieron un tono más oscuro—. No podemos, Rosa —me
advirtió, y por una fracción de segundo consideré la posibilidad de continuar
nuestro juego, pero entonces el auto se detuvo cerca de la entrada del Marriott y
todos los nervios volvieron.
—Dios mío. —Con un beso, ¿cómo pudo nublarme la mente tan
completamente que me olvidé de la reunión?—. Sabrá que nos besamos.
Dom puso los ojos en blanco, me abrió la puerta y me ayudó a salir. Se llevó
el teléfono a la oreja, haciendo una llamada.
—Estamos aquí, claro. Estaremos en el vestíbulo.
El empleado del hotel nos saludó con una amplia sonrisa mientras nos
indicaba la zona de recepción, que mostraba un amplio vestíbulo con suelo de
mármol dorado, varios mullidos sofás blancos e incluso adaptadores para
ordenadores. La mayoría de las personas que descansaban allí llevaban su
equipaje y estaban rellenando papeles o esperando a que se efectuara la reserva.
Un cartel luminoso que decía New York Steak House estaba justo delante de
nosotros.
—Eso explica por qué papá eligió este lugar. —El hombre adoraba sus
filetes, y ninguna advertencia sobre el colesterol y otras cosas lo detenía.
Teníamos largas charlas al respecto. Con mi formación médica, me obsesioné un
poco con ponerle una dieta sana desde que llegó a los cincuenta. La respuesta de
papá fue que, si volvía a llamarlo viejo o que había llegado a la marca,
eliminaría toda la pasta del menú de casa.
Acordamos no estar de acuerdo, porque de ninguna manera renunciaría a
eso.
—Mi hija me conoce bien.
Giré sobre mí misma y me encontré cara a cara con mi padre, que vestía un
jersey negro y jeans, mientras el anillo de mi madre colgaba de su cuello.
Aunque tuve tiempo de verlo en el cuartel, mi mente no registró su pérdida de
peso ni la nueva y profunda línea entre sus cejas. Por mucho tiempo que hubiera
estado ausente, nunca me había afectado tanto como en aquel momento. Tal vez
porque mi amnesia me había despojado de mi identidad y otro hombre, que ni
siquiera podía compararse con mi padre, decía ser mi padre.
Las emociones de soledad, pena y agradecimiento afloraron y se me escapó
un sollozo cuando me abrazó. Me rodeó con sus musculosos brazos y apretó mi
mejilla contra su pecho, meciéndome de un lado a otro, mientras yo cerraba los
ojos y respiraba el olor a puro y a su colonia especial mientras la humedad de
mis lágrimas empapaba su jersey.
—Te he echado de menos, papá.
Su mano, que me acariciaba la espalda, se detuvo cuando exhaló un suspiro
entrecortado y me echó la cabeza hacia atrás, y yo jadeé al notar sus propias
lágrimas cuando dijo:
—No tanto como yo, Rosa. No tanto como yo.
Mary y Dominic se quedaron a nuestro lado mientras teníamos nuestro
momento, y por mucho que amara a mi hombre y lo que me dio, no me sentí
completa hasta que papá me recordó una vez más que cada vez que quisiera
volver a sentirme como una niña pequeña, y tener la protección de mi padre,
solo tenía que llamar.
Eso era verdadera familia, amor y devoción.
CAPÍTULO CATORCE
DOS SEMANAS DESPUÉS.

Rosa
—Para que lo sepas, esto es malditamente asqueroso —dijo Michael,
viéndome mojar la galleta en mi té para que se derritiera un poco, y luego me la
metí rápido en la boca. Masticándola ruidosamente para su fastidio, le saqué la
lengua mientras pasaba junto a Vitya, que se acercó a tomar algo durante su
partida de billar, y él puso los ojos en blanco.
—Se comportan como niños.
Encogiéndose de hombros, Michael me lanzó una uva, pero me incliné hacia
un lado para que no me diera.
—Da igual.
El calor a mis espaldas puso de inmediato mi cuerpo en alerta máxima. Casi
tarareé anticipando sus próximas acciones, y llegarían. Estaba segura.
Una mano fuerte me rodeó los pechos y me apretó contra él mientras me
acariciaba el cuello, arrancándome una risita cuando su barba me hizo
cosquillas.
—Krasavica, ¿estás creando problemas otra vez?
Volví la cara hacia él y pestañeé.
—¿Qué te ha hecho pensar eso? —gruñó Kostya, mientras limpiaba el vaso
con una toalla que colgaba de su hombro mientras Konstanciya leía las
instrucciones de un arma que había adquirido hace poco. Ni siquiera sabía que
esas cosas venían con instrucciones—. ¿Quieres dejar este festival de amor
dondequiera que vayas? —Aunque su voz estaba acalorada, guiñó un ojo.
Kostya fue el primero de los miembros de la Bratva que me abrazó después de
que bajé corriendo una vez que Dominic y yo tuvimos tiempo suficiente para
disfrutar el uno del otro.
Habían pasado dos semanas desde que recuperé la memoria y, siendo
sincera, no podía ser más feliz. Dominic y yo pasábamos cada minuto despiertos
el uno con el otro, mientras Yuri y Vitya se encargaban de la mayoría de los
negocios, lo que nos daba el tan necesario tiempo juntos. Exploramos Rusia de
nuevo. Me llevó a su mansión de Irkutsk, donde ambos disfrutamos de la belleza
del lago Baikal. E hicimos el amor, todo el tiempo, en todas las superficies
posibles. Y de formas que ni siquiera había imaginado, pero vivir era aprender,
¿no?
Papá nos visitó una vez antes de volver a Estados Unidos debido al estado
de Mary, aunque no sin darle un sermón a Dom sobre comprarme una casa
porque el cuartel no era bueno para las mujeres. Aunque estábamos de acuerdo
con él, por ahora nos venía bien, y yo no tenía fuerzas ni ganas de buscar casa.
Por otra parte, ¡tener un hermanito o una hermanita era una noticia enorme!
Mary era la mujer más dulce del mundo, y debía ser especial si había
conseguido atrapar el corazón de mi padre, teniendo en cuenta que se había
convertido en piedra tras la muerte de mamá. Sería divertido tener pequeños
correteando por ahí.
—Cuida cómo le hablas —gruñó Dom a Kostya, y le di unas palmaditas en
el brazo, tranquilizándolo un poco. Cavernícola hasta la médula.
De repente, las puertas principales de la entrada se abrieron cuando Radmir
irrumpió, sosteniendo a un niño dormido en sus brazos mientras una belleza de
cabello castaño los seguía, gritándole en un tono bajo, claramente en beneficio
de su hijo.
—¿Cómo has podido hacer esto?
Radmir la ignoró, colocó al niño dormido en el sofá y giró para mirarnos a
todos.
Estaba seguro de que la mayoría de nosotros nos habíamos quedado con la
boca abierta del susto, porque... hola... ¿había traído a un niño aquí? No
habíamos sabido mucho de él desde que voló a Estados Unidos la misma noche
que Dominic compartió la revelación con él, y aquí estaba. ¡Apareciendo con
toda la familia!
—Pakhan. —Nada más que cortesía reservada en el gruñido, mientras se
quitaba la chaqueta y cubría al chico con ella debido al aire acondicionado en
marcha.
—¡Radmir! —siseó la despampanante mujer, y en serio, nunca había visto a
nadie como ella. Llevaba unos pantalones negros ajustados y una camisa
transparente morada con mangas de encaje que resaltaban sus rasgos delicados y
su belleza femenina. Sus vivos ojos azules miraban al sovietnik, y también había
algo más en su mirada, pero era difícil de captar, teniendo en cuenta que no tenía
ni idea de ella.
Excepto que le rompió el corazón a Radmir, testificó contra él y tuvo un hijo
suyo, lo cual no la hacía quedar en muy buen lugar.
—No tenemos nada de qué hablar.
—¡Secuestraste a mi hijo!
Su rostro se volvió letal, tanto que me aferré más al lado de Dom, buscando
protección. El sovietnik, seguro como el infierno, era una persona mala. No me
gustaría estar en el extremo receptor de su furia.
—Nuestro hijo. Y si pensaste por un segundo que permitiría que se quedara
contigo y con tu marido, eres más tonta de lo que pensaba.
Konstanciya y yo dimos un respingo, pues sus palabras eran duras, y no se
me escapó cómo el dolor relampagueó en los ojos de Vivian antes de que se
recompusiera, mostrando nada más que indiferencia.
—Ninguna ley te lo entregaría.
—Estás en Rusia. Aquí solo se aplica mi ley. Y si se te ocurre traer aquí a
ese cabrón exigiendo sus derechos solo porque su nombre figura en la partida de
nacimiento…
Vivian sacudió la cabeza y habló, no sin antes darle una palmada
tranquilizadora en la espalda a Jake, que se revolvió al oír sus voces.
—Su nombre no aparece en ella.
Radmir hizo una pausa ante esta información, y luego murmuró:
—A la mierda. —Y la agarró por el cuello -ante mi jadeo- mientras acercaba
su cara a la suya—. ¿Quieres recuperar a nuestro hijo? —Ella asintió y él le
dedicó una sonrisa siniestra—. Entonces aprenderás a obedecer. —Se dirigió a
Kostya—. Vigila a mi hijo. —La tomó en brazos mientras ella le pedía a gritos
que la soltara, y desaparecieron escaleras arriba, tal vez a su ala de la mansión.
—Jodidamente increíble —murmuró Michael, y luego sonrió—. Kostya,
¿ahora eres niñera?
Kostya le hizo una mueca, mientras Konstanciya se reía.
—Vitya, unas palabras —dijo Dom, soltándome, pero no sin antes rozarme
la mejilla con el dedo—. Rosa, tengo que discutir un asunto importante con
Vitya. No te atrevas a salir del cuartel general antes de verme.
Molesta, di un sorbo a mi bebida con expresión inocente.
—No era mi intención.
—Prométemelo. —Esperó y yo asentí. Satisfechos, se marcharon a su
despacho, dejándome pensando en la situación. Bastardo astuto, sabía que, si le
prometía algo, no lo incumpliría. Si tan solo pudiera ver todo esto desde mi
perspectiva, pero se negó, alegando que había perdido la cabeza y que no se
disculparía por protegerme.
Mi teléfono sonó cuando apareció un mensaje.
<Ciara> ¿Estás tan emocionada como yo?
<Yo> ¿Has aterrizado? *Asombrada*
<Ciara> El Wi-Fi funciona en el avión privado de Vito.
Tenía que involucrar al jefe del crimen en su escapadita, ¿no? No es que
tuviera malos sentimientos hacia él, teniendo en cuenta que, con mi memoria de
vuelta, como que dejé de tener miedo de todas las cosas de la mafia, pero, aun
así, tenía una reputación.
Mala, por cierto, y mi supuesta hermana no tenía ni idea del deseo que
sentía por ella. Me preguntaba qué le impedía ir tras ella y estar de acuerdo con
que saltara de una cama a otra.
<Ciara> ¡No puedo esperar a ver la pista de hielo! *Baile feliz*
El patinaje era algo muy importante aquí, con los atletas rusos ganando
medallas y esas cosas por sus logros. Para Ciara venir de visita era un sueño
hecho realidad. Todo el tiempo me enviaba fotos de lugares que soñaba visitar.
Uno de ellos era Sochi, ciudad donde se celebraron los Juegos Olímpicos de
Invierno de 2014, pero Dominic se apresuró a ponerle fin con un firme no.
<Yo> No podremos ir sin guardaespaldas.
<Ciara> ¿Cuántos sueles tener?
<Yo> Dos, conductor y byki.
Por mucho que alguien pudiera tachar a Dom de psicópata obsesivo, tenía
que admitir que tener a esos hombres cerca me tranquilizaba, y estaba harta de
que todo el mundo pensara que podían secuestrarme fácil cuando les diera la
maldita gana. Además, ¿qué daño podía haber en la protección?
<Ciara> Está bien. ¿Nos vemos en el aeropuerto?
Levanté la vista para ver que la llegada estimada sería en una hora, y como
ya llevaba mis jeans y una camisa blanca con bailarinas puestas, llegaría a
tiempo.
<Yo> Sí.
<Ciara> Entonces podemos ir directamente allí.
<Yo> Claro.
<Ciara> Ahora me voy a echar una siesta. Adiós, hermanita.
<Yo> *Soplando un beso*
<Ciara> Aww... que lindo. *Corazón*
Sonriendo, escuché a Michael y Konstanciya discutiendo sobre la última
película y la banda sonora utilizada en ella, cuando surgió el recuerdo de mi
llamada telefónica de hace diez días con Ciara.
Respirando hondo, marqué el número, esperando a que la línea nos
conectara, y al quinto timbrazo, ella descolgó, con curiosidad en la voz.
—¿Hola?
Me aclaré la garganta y dije:
—¿Ciara? —Se quedó callada, quizá pensando en colgarme. Yo no sabría
cómo reaccionar en su situación. Tal vez lloraba la pérdida de su hermana;
¿cómo no iba a hacerlo?
Ciara no era mi hermana biológica, como yo pensaba, pero la pérdida de su
compañía me dolía, porque era la única persona a la que consideraba una
amiga y me había guiado en todos los procesos. Según mis investigaciones
sobre diversos estudios psicológicos, las personas tienden a bloquear todas las
cosas desagradables que les han sucedido y a seguir adelante. Por extraño que
fuera, no tenía ningún deseo de bloquear a Ciara de mis recuerdos.
—¿Angélica… quiero decir, Rosa? —se corrigió.
—Sí.
Otro silencio, y entonces empezó a hablar como en los viejos tiempos.
—La verdad, no esperaba que volvieras a llamarme.
Aliviada de que estuviera abierta al contacto, le contesté:
—¡Por supuesto! Me gustaría pensar que podemos ser amigas.
Soltó una risita al teléfono.
—Más o menos lo éramos. No puedes dejar de serlo de la noche a la
mañana.
—Sí. —La risa se apagó, borrando la incomodidad que habíamos sentido al
principio, y me armé de valor para hacer la pregunta que me molestaba.
—¿Cómo están tus padres?
Exhaló con fuerza, y el sonido me resultó incómodo al oído. Debía de tener
el teléfono muy cerca de la boca.
—Devastados sería la palabra adecuada. Han perdido a su hija —bajó
la voz, llena de tristeza—. Yo perdí a una hermana. Angélica… me duele el
corazón por lo que tuvo que pasar por culpa de ese enfermo. —Entonces Vito
les contó mi historia—. Sin embargo, la amarga verdad siempre es mejor que
una dulce mentira. Al menos ahora podemos conservar su recuerdo —luego
añadió—. No quieren hablar contigo por si…
La interrumpí:
—Entiendo. —Y siendo sincera, nunca fue mi intención mantener el
contacto con ellos. No me daban ninguna calidez, y eso que yo tenía unos
padres increíbles. La mayor parte del tiempo, se concentraban solo en sus
deseos, teniendo solo ceños fruncidos para mí. Ciara tenía que alejarse de su
ambiente tóxico, aunque solo fuera para pasar unas vacaciones.
—¿Has pensado alguna vez en visitar Rusia?
Su sonoro chillido fue respuesta suficiente mientras ideábamos un plan para
ella.
El roce de la palma de una mano me sacó de mis pensamientos cuando el
niño de ojos grises me estudió con curiosidad, muy parecido a su padre. Sí, era
el hijo de Radmir hasta la médula.
—Hola —dijo con calma—. ¿Sabes dónde están mi mamá y mi papá? —
Levantando los ojos, pedí ayuda en silencio, pero Michael, Kostya y
Konstanciya se limitaron a encogerse de hombros.
De maravilla. ¿Quién dejaba a un niño con desconocidos sin crear algún tipo
de historia?
—Están hablando ahora mismo, cariño.
Le tembló el labio inferior y se frotó la mejilla, pero antes de que pudiera
echarse a llorar, Kostya lo llamó:
—Jake. —El chico centró su atención en Kostya mientras el hombre tatuado
colocaba el plato que contenía una hamburguesa en la mesita junto al sofá donde
el chico se había tumbado.
—¿Te apetece un bocadillo? Ahora llamaré a tus padres y vendrán. —Jake
parpadeó un par de veces, pero luego le dio un enorme mordisco a la comida.
—Radmir te va a despellejar vivo si los interrumpes —dijo Michael.
—Sí, bueno, debería haberlo pensado antes de traer a un niño aquí.
—Yo lo llamaré. No me dará una patada en el culo. —Se ofreció
Konstanciya, y Michael y yo compartimos una mirada. ¿Desde cuándo ayudaba
ella a Kostya? Sacudió la cabeza y salió del bar.
Salté del taburete y me despedí.
—Tengo que ir a recoger a Ciara al aeropuerto.
—No sin antes pasar por la oficina de Dominic —añadió Michael—. Se
enojó conmigo cuando te escapaste a la universidad por lo del semestre de
otoño.
Haciendo caso omiso de su advertencia, me dirigí al despacho, mientras
gritaba por encima del hombro:
—Lo prometí, ¿no? —Lo cual podría morderme el culo ahora, así que recé a
Dios para que mi sexy ruso estuviera de buen humor.
Dominic
—Vito está poniendo a prueba mi paciencia. —Me serví un vaso de whisky,
sin importarme un carajo que era demasiado temprano para esa mierda, y me
senté en mi silla, apoyando las piernas en la mesa, mientras Yuri y Vitya se
sentaban frente a mí con expresiones ilegibles.
—Pakhan…
—Te juro por Dios, Vitya, que, si vuelves a intentar soltarme toda esa
mierda del 'entendimiento', te meto una bala en la cabeza.
Apretó los puños, pero no dijo nada.
Por lo visto, Vito había llegado en pocos días a la conclusión de que el tal
Lucas se había cargado a su sobrina querida y favorita y, por consiguiente, el
asesinato le pertenecía. Me invitó a Florencia para infligir mi venganza, pero el
golpe mortal debía venir de él.
No hace falta aclarar que lo mandé a la mierda y exigí que me trajera al tipo
o se enfrentaría a una guerra no solo por mi parte, sino también por parte de
Don, y Dios sabe de quién más. De momento, no saqué a relucir mi carta
secreta, alias Melissa. Trabajar con el FBI tenía sus ventajas.
—¿Quieres que prepare a nuestros chicos? —La mirada de Yuri se volvió
calculadora, ya que seguro hacía todas las cuentas en su cabeza para determinar
cuánto invertir en armas y combustible.
—Le he dado un día más. Si no contesta o su respuesta no me hace feliz,
entonces sí, te llamaré. —Me picaban las manos por usar todos mis retorcidos
conocimientos en una forma de arte y mostrarle la mayor de las torturas en el
apartamento específico que había comprado y decorado solo para esta ocasión.
Este capítulo tenía que cerrarse de una vez, porque mi chica no se contentaría
para siempre tras las puertas cerradas, y las pesadillas que aún tenía por las
noches alimentaban más mi rabia. Lástima que Vito no tuviera una mujer propia
para poder “entender” mi punto de vista.
Yuri asintió, se levantó, pero se detuvo en el aire cuando le pregunté.
—¿Qué demonios hacías en Estados Unidos? —Volvió a sentarse—. ¿Yuri?
Estoy harto de que se comporten como les da la gana. Soy el Pakhan y me darán
explicaciones.
Se le afinaron los labios, no le gustaba que lo pusieran en esta situación,
pero finalmente dijo:
—Melissa está embarazada de mí. —Vitya, que estaba sorbiendo su café, se
atragantó con él y derramó un poco por el suelo, mientras yo me limitaba a
parpadear.
Blyat, ¿qué?
—¿Melissa, como la agente del FBI, Melissa? —aclaré, y ante su
asentimiento, mis cejas se alzaron, porque, por mi vida, no podía imaginar cómo
podía ocurrir esto.
Después de que Savannah muriera hace tantos años, él nunca prestó
atención a las mujeres. Nunca se folló a nadie en el cuartel general, así que no
tenía ni idea de si se mojaba la polla o no, pero desde luego, nunca quiso tener
hijos ni una relación.
—Felicidades. —Vitya le dio una palmada en la espalda con una sonrisa en
la cara.
Yo añadí:
—Enhorabuena. No sabía que estabas con ella.
Resopló con disgusto, sorprendiéndonos a los dos.
—No lo estoy. Follamos y quedó embarazada. —Se trataba de una situación
cuanto menos inusual. Los miembros de la Bratva se casaban con la madre de
sus hijos o pedían que estuvieran bajo la cúpula de nuestra protección. Yuri no
hizo ninguna de las dos cosas.
—Ya veo. —Aunque maldición, no entendía. Pero a Yuri no se le podía
presionar mucho, y no sacó el tema, así que no podía obligarlo. Su hijo era su
responsabilidad.
Abrió la boca para añadir algo o faltarle más al respeto a la madre de su hijo,
cuando sonó un suave golpe en la puerta y Rosa entró en la habitación con una
sonrisa vacilante, mordiéndose el labio inferior.
Por supuesto, vendría suplicando que la dejara marchar.
—Déjennos solos. —Los chicos se levantaron, inclinaron la cabeza ante ella
y se fueron mientras ella se acercaba. Volví a poner los pies en el suelo, abrí las
piernas y se metió entre ellas, rodeándome el cuello con los brazos mientras la
levantaba y la sentaba frente a mí en la mesa. Con nuestras diferencias de altura,
quedamos frente a frente. Le froté los muslos, odiando la tela vaquera de sus
jeans, que no me permitía llegar a su piel.
—Dominic. —Al instante, mis labios estaban sobre los suyos, pues ¿quién
podría resistirse a una boca tan pecaminosa? Abrió la suya en señal de protesta,
seguro queriendo discutir el tema primero, como si yo no tuviera ya una
respuesta, pero aproveché la oportunidad para introducir mi lengua y
profundizar el beso.
Al cabo de unos segundos, dejó de forcejear y se rindió al beso. Rosa apretó
la parte delantera de mi camisa, abrazándome más fuerte, me arañó la nuca con
las uñas, provocándome un cosquilleo en la polla, y gimió suave. Como no me
gustaba esta distancia, la levanté y ella me rodeó la cintura con las piernas
mientras mi erección presionaba su coño cubierto. Más aún cuando la tumbé
sobre el escritorio, tirando toda la mierda al suelo, y arqueó la espalda mientras
me frotaba en ella, asegurándome de excitar su clítoris.
El beso fue caliente y profundo, tiré de su cabello e incliné mejor su cabeza
para mi penetración. Su lengua aterciopelada jugó con la mía, pero el ardor de
nuestros pulmones me obligó a despegar los labios de los suyos. Nos separamos
entre jadeos y respiraciones entrecortadas, y mientras tragaba el aire que
necesitaba, yo le mordisqueaba la barbilla.
—Dominic —medio gimió, medio susurró.
—Lo sé, nena. Dios, lo sé. —Volví a su boca, y ahora el beso era más lento,
más suave, más sensual.
¿Existía algo más perfecto en este mundo? Estaba hecha para mí, mi
krasavica. Nunca comprendí la importancia del amor hasta que me la
arrebataron y tuve que enfrentarme a vivir sin ella. ¿Cómo se le ocurrió a Vito
prohibirme mi venganza? Era mi derecho vengarme por la hermosa mujer que
tenía en mis brazos.
Rosa
No quería que se detuviera.
Bajó la cremallera de mi abrigo y dejó al descubierto mi camisa, y sentí que
mis pezones se endurecían por el frío, sensibles por el deseo que él evocaba en
mí. Miró hacia abajo y luego se inclinó hacia delante, puso su boca sobre uno y
lo chupó a través de mi camisa y mi sujetador. El placer era increíble. Me estaba
dejando marcas húmedas en la camisa, pero no me importó. Empecé a frotarme
sobre él, justo antes de que mis ojos se posaran en el reloj detrás de él, y me
quedé quieta, y él conmigo.
—¿Qué pasa? —Me levantó para que me sentara en la mesa, mientras me
pasaba los dedos por el cabello, con la esperanza de dejarlo presentable.
—Tengo que recoger a Ciara en el aeropuerto. —Levanté la mano en señal
de alto—. Antes de que protestes, Vlad e Iván estarán con nosotras, y solo
vamos a visitar la pista de patinaje sobre hielo del centro de Moscú. ¿Por favor?
—Me recorrió el cuerpo, frunció el ceño y le froté el pecho, esperando que me
escuchara—. Dominic, por favor, quiero tener una relación con ella. No puedes
estar presente durante esta primera vez. Podría ser incómodo contigo en medio.
—Me acarició con suavidad la mejilla, pero sus ojos permanecieron fríos como
el hielo.
—De acuerdo. Lo permitiré esta última vez. —Con un chillido de alegría, lo
apreté, pero él refunfuñó—. Iván y Vlad estarán contigo todo el puto tiempo.
—¡Sí! —Entonces bajé de un salto y salí de su alcance antes de que pudiera
atraparme—. Llego tarde. —Soplándole un beso antes de que la puerta se
cerrara en sus narices, tome rápido mi bolso colgado en el taburete de la barra y
me fijé en Jake sentado con las manos en el regazo mientras Radmir discutía a
gritos con Vivian. El chico se precipitó hacia mí, rodeándome la pierna con la
mano, y me preguntó:
—¿Puedo ir contigo? —Un poco desconcertada por aquella confianza,
teniendo en cuenta que no nos conocíamos de antes, intenté pensar en una forma
educada de negarme, cuando Radmir se dirigió a mí.
—¿Podrías hacerlo, por favor? No quiero que escuche todo esto —
¿Qué clase de padres eran, en serio? Para empezar, Radmir no debería haber
traído al niño si no tenía un plan adecuado.
Y había algo raro en Vivian; parecía mareada, como drogada. Dominic se
enteraría de esto. Que me condenaran si esta casa de la mafia no tenía las
mismas reglas que la de mi padre. Radmir no tenía derecho a abusar de ella ni a
secuestrar a su hijo, aunque testificara contra él. Ella tenía un bebé. Ella lo
amaba y crio sola a su hijo. ¿Qué esperaba?
Hecha una furia, le lancé una mirada fulminante, que él ignoró, y luego
sonreí suave a Jake. Lo insté a salir, donde Vlad nos tenía preparado el auto.
Estábamos de acuerdo con Radmir en una cosa. El niño no necesitaba presenciar
así a sus padres, sobre todo cuando acababa de conocer a su padre. Además,
patinar sobre hielo podía ser divertido, y pasaríamos por una tienda de golosinas
para animarlo.
Sentada dentro, le puse el cinturón de seguridad mientras sonreía.
—Viaje por carretera. —Luego sus ojos se quedaron pegados a la ventanilla
tintada mientras llegábamos al aeropuerto en un tiempo récord. El chico no
parecía nervioso por el hecho de ir a algún sitio con una desconocida.
El avión ya había aterrizado, y mientras Vlad aparcaba el auto e Iván
tamborileaba con los dedos en el salpicadero al ritmo de la música, se abrió la
puerta del aeropuerto y salió Ciara. Los chicos silbaron mientras yo fruncía el
ceño.
Llevaba pantalones, camisa y botas negras, el cabello recogido en un moño
sobre la cabeza y una mochila colgada del brazo. Bajó las escaleras
despreocupada y se despidió del grupo con la mano. Nunca llevaba más que
vestidos brillantes y mucho maquillaje, así que este cambio de estilo me
sorprendió, y se me puso la piel de gallina, como una corazonada que me
advertía de que había algo raro en esta situación.
Sacudiéndome los estúpidos pensamientos que se debían a ataques de
ansiedad, que los médicos predijeron que ocurrirían de vez en cuando, me bajé
mientras ella balanceaba las caderas, levantando los brazos en el proceso y
haciendo un baile feliz.
—¡Chica, ya estoy aquí! —Nos abrazamos y la mecí de un lado a otro,
disfrutando de su olor y su voz.
—¡Claro que sí! —Ella me soltó y luego miró dentro del auto, y una
expresión extraña se dibujó en su cara cuando vio a Jake.
—¿Quién es el chico? —Su voz sonaba rara.
—El hijo de Radmir. Pensé que le gustaría patinar. —Se ajustó mejor la
bolsa en el brazo y luego se encogió de hombros—. Perfecto. —Haciendo un
gesto para que me sentara primero, palmeé la pierna de Jake mientras Ciara se
unía a mí, cerrando la puerta.
—Pista de patinaje sobre hielo en Arbat, Vlad —dije, pero Ciara intervino.
—¿Podríamos pasar primero por casa de mi amiga?
—¿Tu amiga? —Ella volteó su teléfono, mostrándome la foto de una chica
rubia mientras se paraban con medallas.
—Sí, Olga. Solo quiero saludarla, porque no tendré más tiempo —
suplicó, pero yo no sabía qué hacer. Las instrucciones de Dominic eran claras.
No debía ir a ningún lado sin informarle primero, pero seguro un viaje a alguna
casa con dos de sus hombres no contaba como peligroso—. Está en las afueras
de Moscú, en Himkis. Tienen una casa de ladrillo de dos niveles.
—¿Rosa? —preguntó Vlad, encontrándose con mi mirada en el espejo
retrovisor, y no se me pasó por alto que no le entusiasmaba la idea. Después de
todo, su culo estaba en juego. Imaginé que Iván compartía su opinión.
—Claro. —Me oí decir, mientras ella juntaba las palmas de las manos,
dándome un beso. Siguió charlando de Italia, de nuevos chismes y rumores, o de
cómo Oliver había huido del país a Dios sabe dónde, y ninguna emoción teñía su
voz, como si mágicamente él ya no le importara una mierda.
El camino hasta la casa estaba lleno de baches, pero, en efecto, se
encontraba en las afueras de Moscú. A medida que Vlad se acercaba con el
vehículo a la vieja casa de ladrillo, que estaba bastante alejada de cualquier alma
viviente, con acres de terreno desatendidos mientras la hierba crecía más de lo
normal, todo el ambiente me recordaba a todas esas películas con casas
espeluznantes que nadie quería visitar.
—¿Estás segura de que es aquí?
Ciara se rio a carcajadas y, por primera vez, su risa me heló hasta los huesos
cuando algo se clavó en mi costado, como la picadura de un mosquito. La
cabeza me dio vueltas, la visión se me nubló y, en cuestión de segundos, quedé
inconsciente.
Director – Ciara
En el momento en que su cuerpo se hundió contra mí, presioné la aguja en
uno de los byki, y como tenía los ojos cerrados, durmiendo mientras sonaba
música a todo volumen en los auriculares, solo dio una sacudida y luego se
apagó.
—Da miedo —dijo el niño mientras miraba por la ventana, y yo apenas me
contuve para no gritar de frustración por el cambio de planes. ¿Por qué tenía que
llevar al niño con ella? No iba a ir por ahí matando a niños inocentes que no se
lo merecían. Tenía un código moral, aunque nadie pudiera entenderlo.
Rosa Giovanni no merecía vivir, pero el niño no había hecho nada malo.
Pero, ¿cómo podía salvarlo en esta situación?
Vlad paró el motor y le apliqué mi última inyección. Incluso con mi
entrenamiento y mis armas, mi fuerza no me habría permitido derribar a dos
hombres musculosos. Incluso los villanos se volvían creativos bajo estrés y en
circunstancias menos que ideales.
Jake le dio un codazo en el brazo a Rosa, pero cuando ella se quedó callada,
él habló.
—¿Rosa? —Sacudiendo la cabeza por tener otro problema más con el cual
lidiar, salí del auto e ignoré al niño que lloraba. Saqué las llaves, abrí la casa de
mierda a la que Ercole solía llevarme, y me recorrieron escalofríos por todo el
cuerpo gracias a todos los recuerdos asaltantes, que amenazaban mi cordura y
resolución.
Querida, nada en este mundo es gratis. Ni siquiera la comida que comes. Te
ganas el sustento o te vas a la calle.
Tirándome del cabello con un grito frustrado, me alejé de la voz de mi
mente.
—Todo termina hoy.
Cuando Rosa Giovanni se reúna con su creador, mi sufrimiento habrá
terminado.
CAPÍTULO QUINCE
TORTURA

Dominic
—Se ha comunicado con el buzón de voz…
Tirando el teléfono sobre el escritorio, caminé de un lado a otro por el bar
del cuartel, preguntándome dónde carajos estarían mi mujer y mis hombres. La
última vez que se les vio fue en el aeropuerto, recogiendo a Ciara hacía tres
horas. Incluso con mucho tráfico, no deberían haber tardado tanto en llegar a su
destino.
Algo iba mal.
Vitya entró corriendo con el teléfono pegado a la oreja mientras yo enviaba
a mis byki a buscarlos y llamaba a toda la Bratva para que localizaran a mi
mujer. De ninguna puta manera pensaría que era demasiado en estas
circunstancias.
—¿Algo?
—Nada aparte del hecho de que nunca llegaron a Moscú. Ninguna cámara
mostró el auto. Desaparecieron en algún lugar entre el aeropuerto y el puente.
—¡Mierda! —Golpeé el mostrador del bar y el cristal se rompió en
pedacitos a mi alrededor mientras en mi mente se reproducían los peores
escenarios. ¿Por qué carajos no me hizo caso? Le dije que era peligroso y que no
debía cambiar la ruta; nada más lo explicaba. Marqué el número de Vito, que
contestó al segundo timbrazo.
—Dominic, habla…
—¡Cállate, maldita sea! —gruñí—. ¿Está Lucas en Italia?
Luego una larga pausa.
—Por supuesto, en el sótano.
—¿Estás cien por ciento seguro?
—Vete a la mierda, Pakhan. Soy el mejor en mi trabajo. Una pequeña rata
no define mi casa mafiosa.
Pasándome los dedos por el cabello, decidí compartir mis preocupaciones.
—Rosa y Ciara desaparecieron.
Su reacción no se hizo esperar.
—¿Qué?
—Entonces, ¿qué tan seguro estás de que están a salvo? —gruñí.
—Dom, no pudo haber sido nadie más.
Excepto que la corazonada que empujaba mi mente seguía diciéndome que
me había perdido algo.
Las puertas del cuartel general se abrieron de golpe y Melissa entró
corriendo, con Connor y Damian pisándole los talones. Yuri se levantó rápido,
pero ella ignoró su culo. Supongo que tampoco sentía nada por él.
—Dominic. —Por la forma en que dijo mi nombre, comprendí que algo
había salido mal.
Así que centré mi atención en la única persona que no me mentiría y me lo
diría sin rodeos.
Damian, mi gemelo.
Unos angustiados ojos ámbar chocaron con los míos cuando dijo:
—Tenemos un problema, hermano. Y no sé cómo arreglarlo.
Tragándome la bilis que tenía en la garganta, refrené a la bestia que llevaba
dentro, manteniendo la cabeza fría, y pregunté:
—¿Plan?
—Tenemos uno —respondió Connor, y yo solté una risita, aunque carente
de humor.
Me aferré a duras penas a mi tímido control, porque no le serviría de nada a
Rosa.
—¿Como la última vez? —Sus planes nunca salían bien, y todos los
implicados se convertían en daños colaterales.
—La última vez, no me tenías a mí. —La voz de la puerta me sorprendió,
mientras Oliver entraba como si fuera el dueño del lugar: vestido con pantalones
cargo negros y un jersey con chaleco antibalas, empuñando un arma—. Te
sugiero que nos escuches y hagas lo que te digamos. Hiciste bien eliminando a
todos los demás en el pasado. Confía en nosotros esta vez. —El hombre no se
parecía en nada al soñador enamorado que había conocido en Italia, y no tenía ni
un puto momento para pensar en su trabajo encubierto.
—¿Era un trabajo?
Asintió.
—Angélica lo era.
—¿Para atrapar a Vito?
—No.
—¿Entonces a quién? —¿Quién iba de incógnito, pero no para apuntar a un
jefe de la mafia?
—Ercole. Dirigía una red de prostitución infantil en Francia, siguió los
pasos de su hermano. —¿Como el padre de Ciara y Angélica?—. Se
especializaba en niñas de cabello oscuro y piel aceitunada. ¿Te recuerda a
alguien?
Mierda, mierda, mierda.
¿Cómo se me pudo pasar esto?
—¿Cuánto tiempo estuviste encubierto?
Oliver se encogió de hombros, apoyándose en la barra.
—Unos dos años. Lo mejor fue acercarme a Angélica, ya que fue bastante
fácil enamorarla de mí. Sin embargo, no me aportó la información que tanto
necesitaba. En lugar de eso, tuve que centrarme en Ciara, y entonces ocurrió
toda esta mierda del accidente. Digamos que las cosas empezaron a ponerse
interesantes. —Su voz sonaba seria, como si estuviéramos hablando del tiempo
un domingo por la mañana. Me abalancé sobre él, lo agarré del chaleco y lo
empujé contra la pared con todas mis fuerzas mientras le sostenía la mirada
indiferente.
—¿Todo este tiempo sabías que estaba viva y te lo has callado? —
Empujándolo de nuevo, miré por encima del hombro a Melissa, que bajó los
ojos con culpabilidad—. El puto FBI trabajó con Ercole todo este tiempo,
¿verdad? Así que sabías dónde estaba. —Soltando a Oliver, que ni siquiera se
había resistido a que lo sujetara, dirigí mi atención a Melissa mientras Yuri se
interponía entre nosotros, casi bloqueándome el paso.
—Es la madre de mi hijo, Pakhan. No puedes hacerle daño.
Mi risa hueca resonó en la habitación.
—Cierra la boca, Kaznachei. No era nadie cuando declaraste su embarazo.
—Sus labios se apretaron mientras sus manos se crispaban, y Melissa jadeó, no
sin antes volver a bajar los ojos, llenos de dolor.
Luego se encontró con mi mirada angustiada y replicó apresuradamente:
—Oliver trabaja para otro grupo, Dominic. No tenía idea de esto. Por favor,
créeme. No tenemos tiempo. Tenemos que salvarla.
Lo único en lo que ambos podíamos estar de acuerdo.
Recuperaría a mi mujer y garantizaría su seguridad, pero a la mierda el FBI
y sus putas reglas. Sabían una mierda sobre salvar a la gente.
Rosa
Gimiendo, debido al dolor en mi cuero cabelludo, mis pesados párpados se
abrieron, y desorientada, estudié el lugar a mi alrededor. La fría casa tenía
muebles viejos y oxidados con montones de polvo, y suelos de madera
agrietados, que tenían algún tipo de mancha que me recordaba a la sangre. Pero
no podía ser, ¿verdad? Las cortinas, que tal vez fueron blancas alguna vez, se
habían vuelto grises, y junto con los barrotes metálicos de las ventanas, creaban
una atmósfera de desesperación y desesperanza.
Unos pasos pesados me sobresaltaron cuando Ciara entró con un arma en la
mano.
—Oh, estás despierta. —Parecía tranquila, como si aquí no hubiera pasado
nada fuera de lo normal.
—¿Qué está pasando? —Me levanté, me balanceé un poco y me agarré al
sofá para equilibrarme—. ¿Dónde está Jake? —El pequeño no estaba a la vista,
y si nos estaban atacando, había que protegerlo, ante todo.
—Arriba —asentí con la cabeza, me apresuré a abrir la primera puerta y, en
efecto, estaba sentado en un rincón contra el frío cemento; la habitación ni
siquiera tenía papel pintado, estaba tan desnuda.
—Cariño. —Dio un paso hacia mí, pero entonces alguien me agarró del
cabello y tiró de él con fuerza, y sus ojos se abrieron de par en par, asustados.
Entonces un cuchillo entró en mi estómago y un dolor insoportable asaltó mis
sentidos, mientras se retorcía aún más.
—Rosa, tu estupidez hay que verla para creerla. —Con eso, encerró a Jake
dentro, arrastrándome fuera mientras yo luchaba contra su agarre. Ella giró, y el
piso de abajo fue lo único que vi antes de que me diera una patada en la espalda
y yo cayera, rodando por los escalones; golpeándome las piernas, las caderas y
la cabeza. En un segundo, caí sobre mi estómago y mi cara, mientras las gotas
de sangre caían de mi nariz y mi labio partido. La herida de mi estómago cubrió
de sangre mi camiseta mientras mi conmoción se convertía en angustia.
Me dolía el cuerpo y apenas podía mover la pierna, así que no tuve más
remedio que arrastrarme.
—Qué patético, ni siquiera puedes defenderte. —Bajó de un salto y me dio
una patada en las costillas ya magulladas, y yo aullé de dolor mientras ella se
limitaba a reír.
¿Qué la hacía tan malvada?
—¿Qué se siente sufrir sin que a nadie le importe? —A la vida sí que le
gustaba asestarme golpe tras golpe, mientras aquellos enfermos y dementes me
interrogaban cada vez que me infligían su tortura—. ¿Mientras estás a merced
de otra persona?
Se me nubló la vista, pero tenía que mantenerme despierta y encontrar
alguna forma de ayudar a Jake. Entonces aparecieron unos caros zapatos
italianos de cuero negro, mientras otra persona se detenía junto a Ciara.
—Cara mía, sabía que lo conseguirías. —La emoción en su voz me
disgustó—. ¿Le trajiste a tu tío su mayor deseo? —¿Era… Ercole?
Encontrándome con su mirada mientras levantaba la cabeza, sonrió,
relamiéndose los labios—. La hija de Sorcha.
Parpadeé un par de veces, intentando respirar con dificultad, y me esforcé
por centrarme en la conversación.
Mi madre. ¿Qué tenía que ver mi madre?
Ercole se agachó a mi lado.
—Era una belleza, tu madre. No existía nadie como ella. Su familia me la
prometió. —Casi vomito allí mismo ante la idea de que le hiciera daño a mi
madre—. Mi único amor. —Entonces sus ojos se volvieron fríos y molestos, y
me abofeteó con fuerza, tanto que mi cabeza se balanceó—. Sorcha huyó, se
casó con Don y te tuvo a ti. Cuando se suponía que era mía. —Luego se levantó,
dando una palmada de aprobación a Ciara en el brazo—. Por suerte, Ciara me
incluyó en su plan para adquirir los derechos sobre tu cuerpo. Solo le di una
pequeña pista a Dom, para que pudiéramos acelerar el proceso.
Ciara jadeó, tan sorprendida como yo.
—¿Fuiste tú? —Cuánto veneno y odio en su voz.
—Por supuesto. Una boda con Oliver no tendría este subidón de adrenalina.
—Se inclinó hacia delante para besar a Ciara, pero ella lo esquivó y luego sacó
su arma, sorprendiéndonos a los dos.
—Te odio tanto como a todos ellos. Lo único que has hecho es acelerar tu
propio final. —Con eso, le disparó a la polla mientras su agónico grito de dolor
resonaba en la casa, asustándome incluso a mí.
Él se agarró a su ingle, cayendo de rodillas. No era capaz de moverse debido
a que la bala había golpeado nervios sensibles y la sangre fluía por todas partes.
Entonces Ciara dirigió su atención hacia mí.
—El pedazo de mierda era tan iluso —se rio—. En verdad pensó que te
regalaría después de todo lo que me hizo pasar. Tan estúpido como Alfonso. Por
tu culpa —espetó.
Apartándome mechones de cabello de la frente sudorosa, me manché la cara
de sangre, pero no me importó. ¿Así que ella era el cerebro detrás de todo esto?
Me había arruinado la vida y se sentía justificada por ello. Susurré:
—¿Por qué me odias tanto?
—Mi padre se casó con mi madre. Era la viva imagen de la tuya. Él había
amado tanto a mi madre, aunque formaba parte de este negocio.
—¿Negocio? —Cada palabra me dolía más que la anterior, y cada vez
perdía más sangre.
—Prostitución infantil. —Se me paró el corazón—. Pero entonces papá
murió en un accidente de auto… —Su voz se entrecortó.
—Con tu madre, lo sé —Dominic me puso al corriente de la historia de la
familia Rossi, pero ella sacudió la cabeza frenética.
—¡No! ¡Mentiras! ¡Mentira! Mentiras creadas por Ercole, porque ella le
recordaba a Sorcha. Escondía a mi madre en su círculo y la violaba a diario,
llamándola Sorcha, haciéndola vestir según la foto que tenía de tu madre. Y a mí
me llamaba Rosa —acentuó mi nombre, como burlándose de él—. Pero
entonces mamá no pudo soportarlo más y se suicidó en el baño. Yo tenía seis
años, edad suficiente para entretenerlo a él y a sus clientes. Se divertía
haciéndome sufrir, porque yo era Rosa, la hija de Don, el hombre que le quitó al
amor de su vida. —Se dirigió a Ercole, que respiraba agitado en el suelo—. Hijo
de puta de mierda. —Luego disparó y disparó balas contra su pecho hasta que
dejó de moverse por completo y su cabeza cayó hacia un lado, con los ojos muy
abiertos y sin vida—. Aún puedo olerlos, verlos, experimentar sus caricias. —Se
estremeció mientras bajaba la voz.
—¿Por qué te hizo parte de la familia? —Por la información que me habían
dado, creía que la había traído justo después del accidente. Pero no encajaba con
lo que ella decía.
—Solo los declaró muertos varios años después del accidente, y luego me
acogió a mí, porque le gustaba infligirme sus deseos enfermizos hasta que
cumplí quince años. Luego no sé quién se ocupó de sus necesidades.
—¿Angélica?
—Oh, nunca la tocó —contestó ella con amargura—. Nadie se atrevía a
hacerle daño a la sobrina favorita de Vito. Se portaba bien con la gente, pero
conmigo era una maldita, siempre recordándome cuál era mi sitio. Por eso no
tuve remordimientos al matarla como parte de mi plan para eliminarte. Averigüé
que sus bisabuelas estaban emparentadas, ¿eso las convierte en qué? ¿Primas
lejanas o algo así? —Se me heló el alma, mientras luchaba por mantenerme
despierta a pesar del fuerte zumbido en mi oído.
—¿Qué?
—Estaba dispuesta a dejar todo esto atrás cuando gané la medalla de oro,
pero entonces tu padre y tú mostraron sus caras bonitas en Nueva York, ¿y cómo
es que ustedes se merecían toda esta felicidad mientras yo sufría? Así que me he
asegurado de destruir tu vida. —En este punto, ni siquiera me importaba cuál era
su plan o sus intenciones; la única razón por la que mantenía toda mi atención en
esta conversación era para que le diera a Dom y al resto más tiempo para
encontrarnos y salvar a Jake.
—¿Alfonso?
Resopló.
—El idiota siempre quiso caer bien en la mafia a pesar de sus tendencias
sicópatas. Lo hice adicto a nuestro tipo de sexo, luego seguimos siendo amigos,
pero no antes de ofrecerle el plan perfecto. Lo hizo todo según mis órdenes.
Hasta sustituir a Angélica esa noche y violarla, en vez de a ti.
—¿Qué? ¿Eso significaba que esos hombres nunca me tocaron? —Y por
muy malo que sonara, Angélica tampoco se merecía una muerte así.
—No, no había tiempo para eso. Créeme, me habría quedado a mirar. Por
extraño que parezca, eran demasiado parecidas como para no aprovechar la
ocasión para deshacerme de las dos. Sabía de los negocios de Ercole y nunca se
lo impidió. —Dios mío, ¿qué carajos le pasaba a esta familia? ¿Por qué no lo
denunciaron?—. Solo mamá no se enteró, y fue muy amable conmigo, así que
puede vivir. Resumiendo, necesitaba a Rosa Giovanni muerta para que pudieras
casarte con Oliver.
—Pero, ¿qué ganabas casándome con él?
—En la noche de bodas, te trasladarían a un barco para el tráfico de
personas. —Esta mujer estaba loca, nada que ver con la chica que me gustaba y
me ayudaba en todo. Entonces, de repente, cambió su tono, mientras bajaba su
arma—. Durante este año… fuiste tan amable… comprensiva… siempre
hablando e incluyéndome en todo. Convirtiéndote en mi mejor amiga, la que
nunca tuve. Y te odié aún más por ello, porque evocabas emociones dentro de
mí. No tenías derecho a encantarme como encantabas a todos los demás,
incluyendo al hombre que quería para mí. Dominic —luego dijo—. Ya no
importa. El juego terminó.
Por extraño que sonara, allí tumbada en un charco de mi sangre, el odio no
fue una emoción que me invadió, sino una tristeza abrumadora por la niña cuyos
padres no supieron protegerla. Luego una familia la acogió, solo para hacerle
más daño. ¿Cómo podía razonar con ella?
No se podía razonar con una persona que nunca había conocido el amor
porque no entendería el concepto, solo lo despreciaría porque nunca lo había
recibido.
Así que fuera lo que fuera, esta vez, era impotente para detener el mal.
Dominic, lo siento mucho.
Tal vez su plan hubiera sido una mejor opción. Así mi familia, amigos y el
amor de mi vida no tendrían que luchar por perderme de nuevo después de
haberme recuperado.
Dominic
Los vehículos rodearon la casa mientras el auto con dispositivos de audio
nos daba acceso a las conversaciones que tenían lugar en el interior, y todo el
mundo se quedó helado ante la horrible historia que Ciara le contó a Rosa.
El FBI tenía sus armas listas, mientras Melissa explicaba una vez más el
plan en detalle y asignaba a los tiradores y francotiradores alrededor de la
propiedad y a través de cada puerta para que Ciara no tuviera ninguna
posibilidad de escapar. Habrían irrumpido antes en el interior, pero por culpa de
Jake no pudieron. Lucharon por idear un plan que no pusiera al niño en peligro.
—¡Ni una mierda!
Melissa exhaló un suspiro agotado.
—Radmir, rechazas todos los planes. Este escenario es el mejor. No
tenemos tiempo que perder.
Agarrándolo por el torax, le di un golpe justo en el pecho.
—¡Cállate de una vez! Tu hijo está a salvo arriba en la habitación. No tendrá
tiempo de correr hacia él. Las posibilidades son mínimas. En cualquier caso, es
tu puta culpa que esté aquí. —Mi sovietnik la cagó con su actitud malhumorada,
sin ver claro en su furia de venganza. Por mucho que entendiera su deseo de
mantener a salvo a su hijo, a este paso, ninguno de ellos sobreviviría. Me dirigí a
los agentes—. Procedan con el plan —Por mucho que me disgustaran los
policías y la ley, ya que nunca podían ayudar bien a nadie en el sistema, lidiaban
con mierda como ésta a diario.
—En cinco minutos. —Entonces capté los ojos de mi hermano, que sacudió
la cabeza y se escondió detrás de la parte trasera del edificio mientras me hacía
señas para que entrara. Si creía que no teníamos tiempo, teníamos que actuar ya.
—Aguanta, Rosa. Aguanta. —Elegí el momento en que el FBI estaba en
círculo decidiendo desde qué ángulo acatar a las órdenes de Melissa, mientras el
FSB -la versión rusa del FBI- se unía a la fiesta, deteniendo esencialmente la
operación, ya que el FBI no podía actuar con altanería en tierra extranjera. La
Bratva me respaldaba con Konstanciya, que mantenía una marca de
francotirador en la puerta, Vitya, que me seguía, cubriéndome de cualquier
disparo inesperado, y los byki, que vigilaban las afueras de la propiedad.
Tanta gente involucrada por culpa de una mujer jodida que pensaba que
Rosa tenía la culpa de su infelicidad.
Entonces lo escuché.
El fuerte grito de un niño que perdió toda esperanza, y nada podría haberme
detenido en ese momento.
CAPÍTULO DIECISÉIS
CONCLUSIÓN

Rosa
Ahogándome en mi propia sangre, me sujeté del estómago donde el cuchillo
aún me atravesaba e intenté respirar a través del dolor, lo que resultó ser una
tarea casi imposible.
Las carcajadas resonaron en la casa cuando unas botas de cuero negro se
detuvieron a pocos centímetros de mi cara. Me tumbé de lado mientras las gotas
de rojo transformaban rápido la vieja y sucia alfombra blanca en carmesí. Mi
cuerpo exhausto necesitaba descansar, pero era un lujo que no podía permitirme.
Tras arrodillarse a mi lado, Ciara me agarró fuerte del cabello, haciéndome
gritar mientras me levantaba a medias del suelo.
—¿Ves lo que les pasa a las niñas perfectas que no saben comportarse? Las
castigan. —La bofetada en mi mejilla fue dura, dejándome la piel ardiendo
mientras mi cabeza caía al suelo con un fuerte golpe. Un dolor punzante me
atravesó el cráneo, y el duro suelo hizo crujir algo dentro de mí. El mareo se
apoderó de mí y, de repente, todo me pareció borroso, ya que sentía los párpados
demasiado pesados para mantenerlos abiertos.
La oscuridad me llamó, y casi sonreí, agradeciendo el alivio que vendría con
ella.
Incluso anticipándolo.
Pero no pude evitar preguntarme qué me había mantenido con vida tanto
tiempo.
¿Qué conocimientos había olvidado?
Y entonces lo escuché.
El fuerte grito de arriba, un grito que me hizo imposible sucumbir a la
oscuridad.
Porque tenía que salvarlo.
Jake, el hijo de Radmir.
Usando la última pizca de fuerza que poseía mi cuerpo, apoyé las palmas de
las manos en el suelo y me levanté lo suficiente como para rodar hasta la pared,
y luego apoyé la espalda contra ella mientras la sangre me perseguía como una
maldición que no desaparecía. El dolor agónico de las costillas y la pierna
amenazaba con deshacerme por fin, pero tenía que sacar al niño de aquí.
—¿Por qué no deja de llorar? —preguntó Ciara, pasándose los dedos por el
cabello; la tristeza la invadió durante un segundo y luego cambió a
indiferencia—. Déjalo. Los bebés privilegiados piensan que la vida es un arco
iris. Y no lo es. —Agitó el arma en dirección al piso de arriba, donde el niño
estaba encerrado en una habitación oscura—. Si supiera la pesadilla que puede
ser para él, agradecería mi piedad.
Tragando apenas todo lo que pude, grité débil:
—Suéltalo. No le hagas daño. —No podía creer que me sometieran a este
trato por tercera vez en mi vida. Me parecía bastante irónico que una princesa de
la Cosa Nostra y mujer del Pakhan, a la que se suponía protegida a toda costa,
sufriera tanto. Pero, ¿por qué iba a culpar de ello a las casas de la mafia? Mi
educación no habría cambiado nada para gente como Ciara, ya que era mala por
defecto porque culpaba a mi madre de todo lo que iba mal en su vida—. No
tiene nada que ver.
—Tú fuiste la que insistió en traer al niño contigo. —La culpa como
pequeñas hormigas arañó mi piel mientras el arrepentimiento se instalaba en lo
más profundo de mi ser, porque ella tenía razón. Parecía tan solo en el cuartel
con sus padres discutiendo todo el tiempo, y patinar en el parque sonaba como
una buena idea.
Lo último que esperaba era que mi “hermana” se volviera una psicópata. Sus
propias confesiones confirmaron que era una niña traumatizada que había
relegado sus abusos a los confines de su subconsciente. Cuando vio a mi familia
durante una visita a Estados Unidos, su memoria se activó y todo el dolor y el
encierro volvieron a ella. Seguro debería haberme enfadado o haber querido
matarla, pero por extraño que parezca, me recordaba a Damian y Dominic, que
pasaron por lo mismo. Lo enfrentaron de manera diferente, pero, de nuevo, eso
estaba en el ojo del espectador.
—Por favor, Ciara. —Mi súplica la complació mientras sonreía.
—¿Qué se siente estar a merced de otra persona? Horrible, ¿verdad? —
Luego resopló molesta y en un tiempo récord llegó arriba. El chasquido de la
puerta se oyó a lo lejos y, en un segundo, arrastró a Jake por la camisa mientras
él forcejeaba, llorando a lágrima viva, y a mí me dolía por no poder calmarlo.
Ningún niño debería ser sometido a esta pesadilla—. ¡Siéntate cerca de ella y
cállate! —Él sollozaba, pero se hizo un ovillo a mi lado, mientras ella me
miraba.
—¿Sabes qué es lo gracioso? Ni siquiera me satisface saber que te hice esto.
—Hizo una pausa, con la mirada perdida en el espacio, teniendo su propio
momento—. Fuiste muy dulce después de despertar en el hospital. Tuvimos esas
charlas que nunca tuve con Angélica… incluso amistad. A veces hasta podía
fingir que eras Angélica, y podía amarte con libertad. Pero entonces apareció
Dominic y lo destrozó. —Se secó las lágrimas que le resbalaban por las mejillas,
moviéndose de un lado a otro, con sus botas haciendo ruido en el charco de
sangre de Ercole—. El mal tenía que ser castigado. —De repente, se detuvo,
exhaló con fuerza y me apuntó con su arma. Me quedé quieta y cerré los ojos,
esperando que esto fuera rápido.
La tercera era la vencida, ¿no?
Dominic
Me apresuré a entrar, ignorando las llamadas a mis espaldas, saqué el arma
de la funda y escudriñé el lugar, mientras el FBI y la CIA rodeaban el edificio,
mostrando sus órdenes al FSB como si pudieran hacerse los poderosos en un
país extranjero. La estupidez de algunas personas a veces me sorprendía de
verdad, aunque quizá no debería.
Ciara se puso en pie, apuntando con una Browning Black Label Mark III a
Rosa, que apoyaba la espalda contra la pared y de cuyo costado y boca goteaba
sangre al suelo. Ciara saltó, asustada al verme, sus ojos se abrieron de par en par
mientras cambiaba su enfoque hacia mí.
—Quédate atrás, Dominic. —Su voz era fría y disgustada. Me recordaba
poco a la seductora que intentó meterse en mis pantalones allá en Italia. Su
rostro sin maquillaje y sus brazos desnudos mostraban cicatrices que solo un
cinturón duro y las autolesiones podrían infligir, y la energía de la desesperación
apestaba en ella—. La mataré a ella y a ti. —Agarró el arma con más fuerza con
ambas manos mientras éstas temblaban—. No te lo mereces como ellos, así que
no me obligues a hacerlo. —Solo entonces, me fijé en un hombre que apenas
respiraba en el suelo con la sangre acumulándose a su alrededor, su camisa
blanca empapada en ella, y tenía varias balas en el pecho.
Ercole, el monstruo que destruyó su vida.
—Ciara, baja el arma. —Aunque hubiera sido más fácil matarla en ese
momento, no me atrevía a hacerlo. No después de conocer su historia completa
y el hecho de que él la había sometido a abusos infantiles.
Ella rio amargada, tirando de los mechones de su cabello detrás de la oreja.
—Si me hubieras querido aquel día en la calle Arbat… si hubieras cambiado
de opinión. —Su susurro me hizo fruncir el ceño mientras me preguntaba dónde
la habría visto, cuando me di cuenta:
Vasya, hace unos siete u ocho años, celebró una reunión con las mafias
italiana e irlandesa en el centro de Moscú, y uno de ellos se presentó con una
chica. Como llevaba gafas y sombrero, no la habría reconocido y, siendo
honesto, acordarme de las mujeres ni siquiera estaba en mi radar por aquel
entonces. Follaba, y eso era todo.
Mis ojos notaron el movimiento en el otro extremo de la casa mientras
Damian lento, como un leopardo, se escondía detrás de la barandilla para tener
la mejor puntería sobre Ciara. Me hizo un gesto silencioso con la cabeza para
que siguiera distrayéndola y así poder emboscarla por detrás.
—Rosa no tiene la culpa de lo que te pasó, Ciara.
—¡Ella sí que la tiene! —Su grito podría haber despertado a los muertos—.
Si Ercole no hubiera estado obsesionado con su madre, mi mamá habría estado a
salvo, y él no me habría utilizado ni entregado a esos hombres.
Mierda, solo la idea de que una niña fuera sometida a lo que habíamos sido
sometidos nosotros, amenazaba con romper mi control, y miraría de cerca sus
tratos una vez que esta mierda terminara. Rosa tosió, pero no me atreví a
mirarla. Por un lado, para no enfadar a Ciara, y no estaba seguro de poder
soportar verla golpeada de nuevo sin acudir al rescate.
Damian estaba a solo unos centímetros de Ciara, pero ella no se dio cuenta,
mientras añadía:
—¡Yo tenía que chupar pollas y besar a hombres mayores, mientras ella se
regodeaba en amor y atención! ¿Cómo es esto justo? Debería haber sido ella. —
La verdad era que no debería haber sido nadie. Ningún niño merecía el pasado
que ella, Damian y yo compartimos. La rabia de la injusticia siempre estaría ahí
en el corazón, pero mientras Damian y yo la dirigíamos a la gente que se la
merecía, ella la dirigía a Rosa.
Sus siguientes palabras se interrumpieron cuando Damian le quitó el arma
de la mano y la rodeó con los brazos. Le clavó la aguja con el sedante en el
cuello y, en un segundo, la dejó inconsciente, balanceándose en sus brazos
mientras la depositaba en el sofá.
Se arrodilló frente a Ercole, le tomó el pulso, sacudió la cabeza y habló por
el pequeño micrófono que tenía en la mejilla.
—Todo despejado. —La gente irrumpió en el edificio mientras yo tomaba a
Rosa en brazos, manteniendo el cuchillo en su sitio, ya que no podíamos
predecir lo que ocurriría a continuación. Radmir abrazó a un Jake sollozante,
dándole palmaditas tranquilizadoras como si eso fuera a quitarle la pesadilla. El
arrepentimiento estaba grabado en su rostro, como debía ser. ¿En qué carajos
estaba pensando al traer a su hijo al cuartel general?
Rosa gimió, apretándome el brazo con más fuerza, clavándome las uñas en
la piel.
—Dom… no creo que lo consiga —susurró, deteniéndose a cada segundo
para recuperar el aliento mientras sus párpados caían, casi cerrándose, y yo la
sacudía con ligereza.
—No te atrevas a dormirte, krasavica.
Un fantasma de sonrisa asomó a sus labios, mientras murmuraba:
—Mi sexy y arrogante imbécil.
Me invadió un miedo inigualable, porque la escena me recordaba mucho a
lo que había pasado hacía un año. No podría soportar perderla una vez más.
Los paramédicos corrieron hacia nosotros con una camilla, la colocaron
sobre ella mientras le tomaban el pulso, ajustaban los goteros y gritaban que nos
llevarían a algún centro quirúrgico. Me senté a su lado en la ambulancia,
mientras rezaba a Dios, algo que solo había hecho cuando ella estaba en peligro.
Te lo prometo, Dios. Sálvala y vendré a la iglesia todos los domingos como
un buen cristiano.
En quince minutos habíamos llegado al hospital, donde se la llevaron al
quirófano mientras yo esperaba sentado en la pequeña e incómoda silla el
veredicto.
Una hora.
Dos Horas.
Tres horas.
Poco a poco, el pasillo se llenó de Damian, Connor, Melissa, Yuri, Vitya,
Michael y otros miembros de la Bratva, e incluso Don voló en cuanto pudo.
Seis horas después, un exhausto Dr. Ruslan salió de las puertas dobles del
quirófano y nos dirigió una mirada severa pero suave.
—Lo ha conseguido. —Con una exhalación de alivio, mi cuerpo se hundió
contra la pared, permitiendo por fin la debilidad.
Gracias, Dios.
Espérame en un servicio todos los domingos.
CAPÍTULO DIECISIETE
EL SOL BRILLARÁ

Dominic
Apoyando las manos en la barandilla del balcón, contemplé el hermoso
paisaje de Moscú mientras las luces parpadeaban en la Plaza Roja,
hipnotizándome por un segundo en su perfección. El apartamento del centro de
la ciudad debía albergar el gran final para la persona que nos causó todo el
sufrimiento a mi amor y a mí.
Trajimos todo el equipo aquí, ya que era uno de los lugares favoritos de
Rosa en la ciudad. En aquel entonces, me parecía un gran honor vengar su
muerte aquí mismo. Había vivido y respirado por este día.
Y por fin había llegado. La responsable estaba inconsciente pero atada en el
sofá del salón, mientras todos los hombres a su alrededor no sabían qué hacer.
Durante un año, imaginé un montón de escenarios de cómo iría, o quién
podría acabar siendo. Ni en mis sueños más salvajes había esperado que fuera
una mujer la que estuviera detrás.
Y mucho menos una que hubiera sufrido a manos del mal, como Damian y
yo.
La puerta del balcón se abrió, y no tuve que girarme para saber quién estaba
allí.
—No puedo hacerle esto. —Aunque mis puños se cerraron, recordando el
estado de Rosa cuando la encontramos, no podía obligarme a torturar y matar a
la chica que una vez tuvo que dar placer a otra persona contra su voluntad.
—Yo tampoco. —Damian golpeó mi hombro, mientras adoptaba la misma
posición—. Esas cintas… las cosas que le hizo. Se suponía que debía protegerla.
—Golpeó la barandilla con dureza—. ¡Él era su guardián! —Su furia era
tangible e igualaba la mía. Matar a ese hijo de puta una vez nunca sería
suficiente. Se lo merecía una y otra y otra vez.
—¿Qué hacemos con ella? —Necesitaba terapia intensiva. Solo Dios sabía
si eso la ayudaría. Tenía tendencias psicópatas, y no estaba seguro de que
pudiera funcionar con normalidad, aunque tuviera todas esas medallas y
amoríos. Casi como un trastorno de doble personalidad junto con un trauma que
le había permitido fingir que esa parte de su vida no existía.
Damian me palmeó la espalda.
—Vámonos. Todos están esperando. —Asintiendo, nos unimos al resto en el
salón. Connor sorbía whisky con expresión estupefacta. Vitya, Yuri y Michael
parecían sumidos en profundos pensamientos, mientras que Luke y Don estaban
tristes, fumando puros y lanzando miradas de lástima a la chica. Qué jodida
tenía que ser la situación para que Don sintiera lástima por la chica que había
hecho daño a su hija.
El timbre de la puerta nos sorprendió a todos, y todos tomaron sus armas
mientras Damian abría y Vito entraba rápidamente como si fuera el dueño del
lugar. Los músculos de su cuello se tensaron y su mandíbula crujió mientras un
ceño furioso se instalaba en su rostro.
—¿Dónde está? —Exploró frenético la habitación y, en cuanto reparó en
Ciara, se puso a su lado en dos breves pasos y se arrodilló frente a ella. Sus
nudillos acariciaron su rostro—. Cara mía —susurró, quitándose la chaqueta y
cubriéndole el cuerpo con ella.
Todos compartimos una mirada, porque estaba claro que Vito sentía algo
por la chica. No era lo que habíamos esperado al llamarlo y explicarle la
situación.
—Vito.
Me ignoró y se dirigió a Don.
—¿Qué quieres? Dilo y es tuyo. Entrégamela.
Las cejas de Don se alzaron. Vito no había mendigado en su puta vida, y una
proposición de un capo de la Cosa Nostra como él le abría un amplio abanico de
perspectivas.
—Nada. —Don parecía casi ofendido por la oferta—. Esa pobre niña ya
sufrió bastante. ¿Crees que te pediría que la mataras?
Vito asintió y luego me preguntó, aunque sin apartar la atención de Ciara.
¿Tenía miedo de que la atacáramos o se la arrebatáramos delante de sus narices,
o qué?
—Nada de lo que diga cambiará las cosas para ti. Así que te lo pido como
hombre que sabe lo que es perder a la mujer que ama. Permíteme llevármela sin
infligir tu venganza. —Todos se callaron, anticipando mi reacción, ya que era
solo mi decisión.
Ciara Rossi nos había causado dolor y daño a Rosa y a mí. A veces, en los
momentos de mi locura, había luchado por sobrevivir y había pensado en
meterme una bala en la cabeza. Rosa tuvo que vivir como Angélica Rossi y casi
casarse con otro hombre. ¿Qué habría pasado si nunca la hubiera encontrado?
Daba miedo pensarlo.
Maldición, ¿merecía ella mi piedad?
Pero Ciara Rossi, la niña, fue maltratada de pequeña por la persona que se
suponía que más la quería y la adoraba. Que vivió una de las pesadillas más
horribles cada día durante jodidos años, igual que nosotros. ¿Se preguntaba cuál
era su propósito en la vida? ¿Se preguntaba si la muerte era una solución mejor
mientras esperaba sentada en su habitación a que ocurriera lo peor? Y al final…
¿Fue la idea de destruir a Rosa lo único que la mantenía con vida?
Esa chica merecía no solo mi piedad, sino mi ayuda.
—Es tuya. —Exhaló aliviado, mientras sus hombros se hundían—. Ayúdala,
Vito. Pero si alguna vez vuelve a aparecer… si alguna vez daña un cabello de la
cabeza de Rosa… si alguna vez… acabaré con ella. —Por mucho que me
doliera, nunca permitiría que nadie volviera a hacer daño a mi mujer. Se levantó,
me tendió la mano y yo le di la mía, pero en lugar de eso, me cerró en un abrazo
de un brazo, apretando con fuerza.
—Gracias, amigo mío. No volverá a molestarte. Te doy mi palabra. —La
tomó en brazos mientras sus hombres le abrían la puerta y salía del apartamento.
—Hiciste lo correcto, hermano.
Solo el tiempo diría si lo había hecho, pero esperaba que encontrara la paz,
aunque fuera en los brazos de Vito.
Me desplomé en el sofá, apoyé el cuello dolorido en la almohada y cerré los
ojos.
La pesadilla por fin había terminado y, por primera vez desde que perdí a
Rosa hacía un año, respiré aire suficiente en los pulmones para que se me
aliviara el corazón y me calmara el alma.
Rosa
Las máquinas emitieron un fuerte pitido mientras yo exhalaba otro suspiro
de aburrimiento, moviendo los dedos de los pies en la escayola rosa y morada
con unicornios volando en el cielo. Kristina parecía tener el talento artístico de
su tío. Se me dibujó una sonrisa en los labios al recordarla saltando en la
habitación del hospital mientras sus padres se iban, hablándome del chico del
que estaba enamorada. Desde luego, era muy guapa y muy posesiva hacia Jason.
—¿En qué estás pensando con esa sonrisa tan sexy que tienes?
Mis ojos viajaron hacia la puerta, donde Dominic estaba de pie, apoyado
contra la pared con los brazos cruzados mientras me estudiaba.
Una sombra de cinco en punto adornaba su cara mientras la camiseta y los
jeans mostraban su cuerpo perfecto. En conjunto, estaba guapísimo mientras yo
yacía en la cama con una bata de hospital, que se abría por detrás, y hacía siglos
que no me duchaba.
No era justo, gente, no era justo.
La enfermera entró, sonrojándose al ver a mi hombre, y me quitó de la mano
el gotero con vitaminas.
—¿Cómo te encuentras?
—Bien.
Asintió con la cabeza, escribió algo en su cuaderno y salió rápidamente, tal
vez para llamar a un médico y que le diera una estimación de mi fecha de alta.
¿Y por qué llevaban esas enfermeras uniformes blancos tan ajustados? Daban un
espectáculo infernal a la población masculina del hospital.
Sí, una mujer en mi posición no podía ser racional.
—¿Tienes que ser tan guapo? —espeté, mientras él actuaba demasiado
engreído para su propio bien—. Frustras a todas esas enfermeras. —Levantó la
ceja, dando pasos hacia mí como un gato persiguiendo a su presa.
—¿Enfermeras? o ¿a ti? —preguntó, cerniéndose sobre mí y colocando las
palmas de las manos a ambos lados de mi cabeza mientras centraba su mirada en
mis labios, y yo no pude evitar lamérmelos. Gimió y juntó nuestras bocas,
tanteando con su lengua, despertando emociones electrizantes en mis huesos
mientras todo lo femenino que había en mí lo llamaba. Demasiado pronto se
acabó, me soltó y se rio de mis protestas—. Pronto, krasavica. No tienes ni idea
de cómo me muero por hundirme en ese apretado calor tuyo. —Dios, ¿tenía que
meterme esa imagen en la cabeza? No sería capaz de…
Un carraspeo a espaldas de Dom nos devolvió a la realidad, y mis mejillas
se encendieron al sentir vergüenza. Me tapé los ojos con las manos y gemí.
—Por favor, finge que no has oído eso.
Damian rio entre dientes mientras Sapphire guiñaba un ojo. No se separarían
de nosotros hasta asegurarse de que había salido sana y salva del hospital.
—Ojalá pudiera —dijo, justo antes de que Kristina entrara corriendo,
pegándose a la pierna de Dominic.
Levantó las manos, señal para que él la levantara, y él lo hizo. Ella le
palmeó la cara y susurró por un lado de la boca:
—Tienen caramelos.
Dom se contuvo a duras penas de reír, pero siguió su juego en silencio,
mientras le preguntaba serio:
—¿Tienen?
Kristina asintió.
—Y como tú eres el único que tiene dinero, no puedo pedírselos a papá.
Sapphire puso cara de asombro.
—¡Munchkin! No es de buena educación.
Kristina abrió los brazos.
—¿Cómo es eso? Papá dijo que podía pedirle cualquier cosa al tío Dom.
Su madre fulminó a Damian con la mirada.
—Deja de malcriarla.
—¿Cómo diablos es eso malcriarla? Apenas lo ve. En mi opinión, hay que
dejarlo ser tío ya que estamos aquí. —Ella le dio una palmada en el pecho, pero
él la acercó, le dio un largo beso y le murmuró al oído, y ella se fundió con él.
Recién casados.
Dominic me cambió un poco de sitio, se tumbó a mi lado y me hizo echarme
hacia atrás para que sus brazos me rodearan y pudiera disfrutar de su calor y su
olor para siempre. Esta era mi parte favorita del día; nada calmaba mi ansiedad
como mi sexy Pakhan.
—Michael —llamó Dom, y en un segundo entró con bolsas llenas de dulces,
fruta y mis bebidas favoritas, las colocó sobre la mesa mientras me saludaba.
Vitya lo siguió con un televisor de pantalla plana y lo colocó en el armario justo
delante de mi cama. Ajustó los cables rápidamente y luego le lanzó a Dom el
mando a distancia, que atrapó con facilidad—. Ahora ya no puedes quejarte de
que te aburres.
Abrí la boca para echarle la bronca, porque en ningún caso insinué que mi
estancia aquí sería más larga si él añadía algo de entretenimiento, pero el doctor
Ruslan entró en la habitación y exhaló pesado.
—Una multitud, como siempre. Necesita descansar.
—¡Vamos, doctor! Déjame ir ya. Mira. —Mi dedo señaló el televisor—.
Esto requiere una acción rápida. Me ha alegrado el día.
Sacudió la cabeza, escudriñó los papeles que tenía en las manos y contestó
con pesar:
—No, es seguro que tendrás que quedarte dos semanas más.
¿Qué? ¿Otras dos semanas con todos preocupados por mí y por esas
inyecciones y goteos intravenosos? Los hospitales estaban muy bien, siempre y
cuando fuera yo quien tratara a los pacientes, ¡y no al revés!
—Doc…
Me interrumpió:
—Rosa, tienes dos costillas rotas, una hemorragia interna por la cuchillada,
una pierna rota, por no mencionar otras contusiones. Con tu historial de
lesiones… —Hice una mueca de dolor, maldiciendo a Dom por haberle dado
información sobre mi salud—. Tenemos que controlarte y asegurarnos de que
todo cicatrice bien. Así que descansa dos semanas y no te excedas. —Dom me
apretó los hombros y yo me hundí, porque ¿qué otra opción tenía?
—Lo siento, Dr. Ruslan. —Hacía tiempo que debía disculparme. Mi actitud
lo ponía de los nervios—. Es que soy alérgica a los hospitales. La asociación
médica mundial debería hacerme un descuento enorme, en serio, si existiera.
Acabo en ellos en todos los países que he visitado o en los que he vivido. No es
nada personal. —Su mirada se suavizó mientras acariciaba mi escayola,
consciente del gruñido bajo de Dom.
Ruslan tenía más de cincuenta años, esposa y cinco hijos, además de formar
parte de la Bratva y ser el médico privado de Vasya. Rodando los ojos,
amonesté a Dom.
—Basta. —Él se encogió de hombros, sin importarle lo más mínimo,
mientras que Ruslan se limitó a negar con la cabeza.
—En ese sentido, me voy. Por cierto, la tele se queda en mi despacho
después de que te den el alta.
Y se marchó mientras Kristina juntaba las manos y pestañeaba a Vitya.
—¿Tienes dinero? —Él asintió. Ella chilló y pidió—. ¡Por favor! ¿Podrías
darme un caramelo de la máquina?
—¡Por el amor de Dios, Damian, cómprale un caramelo a nuestra hija!
—No haré tal cosa —replicó terco, mientras Michael la levantaba por detrás.
—Vamos, princesa, vamos a comprarte unos.
Una vez que estuvieron fuera del alcance de mis oídos, me armé de valor
para interrogarlos sobre el tema que me interesaba, pero que ninguno de ellos
había querido discutir durante la última semana. Hacía tiempo que debía haber
tenido esta conversación.
—¿Cómo está Ciara?
Resoplaron, molestos. Damian se sentó en la silla y acercó a Sapphire a su
regazo, mientras Vitya ocupaba la pequeña silla de madera junto a una mesa
similar.
—Adelante —dijo Dom con cansancio, seguro harto del tema.
Vitya se aclaró la garganta y dijo:
—Después del ataque, Damian y Dom… no tuvieron valor para acabar con
su vida. —Un suspiro de alivio me abandonó. Por mucho que su plan de
venganza jugara un papel importante en mi vida y me hiciera sufrir un dolor
insoportable, ella no merecía morir. No después de lo que había pasado—. Vito
intervino y la tomó bajo su protección. Dijo que se ocuparía de ella.
Me incorporé y grité:
—¿Qué? —Por mucho que Vito actuara como el maldito tío más dulce del
planeta, sentía algo por Ciara. ¿En qué estaban pensando dejándola en su estado
mental con un capo de la mafia, cuando lo único que necesitaba era tratamiento
médico y terapia?
—Prometió ayudarla, y bueno… —Damian se frotó el cuello—. Vito
la reclamó, Rosa. No podíamos hacer nada en esta situación, ni queríamos.
—Sus palabras me sorprendieron, y se explayó—. Sí, el miserable que le
hizo esto se lo merecía. Pero ella tenía la opción de no hacerte daño y no le
importó. Fue generoso por nuestra parte dejarla ir.
—Pero…
—No, krasavica —Dom me acarició el cuello—. Él tiene razón.
Escúchalo. —Supongo que no debería esperar menos de ellos ya que ella
me hizo daño, pero de alguna manera su actitud me decepcionó. ¿No
deberían tener más compasión por la chica que experimentó lo mismo que
ellos?—. Váyanse. —Damian, Sapphire y Vitya se levantaron a la vez y
desaparecieron, cerrando la puerta tras ellos mientras mi corazón sufría por
Ciara, porque durante un año de mi vida, ella fue mi hermana y lo más
cercano a mí. En cierto nivel, creía que incluso se había ablandado hacia
mí y el vínculo que se había formado entre nosotras.
Pensé que Dom quería seguir razonando conmigo sin el público, pero en
lugar de eso, levantó mi mano izquierda y deslizó en mi dedo una banda de
platino con un perfecto anillo de esmeralda corte princesa de siete quilates.
—¿Te casas conmigo el mes que viene? —Parpadeando rápido, moví los
dedos para que la luz del sol reflejara la belleza de la piedra, permaneciendo en
silencio. Me sacudió un poco y se me escapó una risita—. Rosa.
Girándome todo lo que nuestra posición nos permitía, entrelacé mi mano
en su cabello y acerqué sus labios.
—Sí, lo haré, aunque en realidad esto no fue una proposición de
matrimonio.
Sonrió.
—No, solo una pregunta sobre la fecha. Pero si tuviera que proponértelo...
—Se interrumpió y mis oídos se aguzaron.
—¿Sí? —Me frotó el labio inferior, mientras sus ojos ambarinos se
ablandaban y se llenaban de amor.
—Entonces diría: Toda mi vida no he tenido ni idea de cuál era mi
propósito en este mundo ni de por qué Dios me mantenía vivo tanto
tiempo. ¿Qué sentido tenía la oscuridad que me rodeaba? Era más fácil
sucumbir a ella que luchar, pero luché. Intentando alcanzar una luz, que
siempre se me escapaba. Pero entonces te conocí… y mi vida tuvo sentido.
Rosa Giovanni, por favor, dame el honor de ser tu esposo, ya que eres mi
propósito en esta vida, una recompensa y destino final en mi oscuro
camino. Sé mi reina mientras hago todo lo posible por sofocarte con mi
amor y construir una vida y una familia, que no conozca las pesadillas. Te
amo, krasavica. Por favor, di que sí —terminó, secándome las lágrimas
que resbalaban por mis mejillas mientras sonreía.
—Hubiera sido una bonita proposición.
—Ya te lo dije. Pero no lo fue, para que quede claro.
—Oh, estuvo claro. ¿Dominic?
—¿Sí?
—Mi respuesta habría sido: Toda mi vida estuve oculta y custodiada en
una especie de castillo donde nadie podía llegar. Un día, un dragón vino y me
llevó, pero escapé de él. Luego conocí al príncipe de otra y me pregunté por qué
un final feliz no parecía posible para mí. Pero ahora comprendo que todo esto
me llevó hasta ti, y estoy muy agradecida por todo. Eres mi caballero de
brillante armadura que mató a todos los dragones y conquistó el reino. Te amo.
Sí, nada me haría más feliz que ser tu esposa y la madre de tus hijos.
El beso que me dio me curvó los dedos de los pies mientras me
mordisqueaba los labios, lamiéndolos. Luego me presionó la barbilla con el
pulgar para abrirme la boca y poder entrelazar su lengua con la mía,
acariciándome, dejándome saborear su deseo mientras él bebía del mío.
Tuvimos que parar para respirar, y él replicó justo antes de repetir su
acción:
—Habría sido un infierno de respuesta.
Mis risitas resonaron en la habitación, y mi corazón por fin se aligeró, ya
que solo nos esperaba la felicidad.
Bueno, tanta felicidad como se podía tener viviendo con el Pakhan.
EPÍLOGO
COSAS BUENAS LLEGAN A QUIEN ESPERA

Rosa
Miré mi reflejo por última vez y me guiñé un ojo, respiré hondo y salí del
tocador directo al pasillo, donde mi padre se paseaba de un lado a otro
murmurando algo para sí mismo. En cuanto sus ojos se posaron en mí, se quedó
mudo. Le sonreí y me giré para que viera bien el vestido de novia que Frankie
había diseñado para mí.
No podía soportar la idea de un vestido clásico después de tantos meses
planeando una boda mientras me consideraban Angélica Rossi, y tampoco
quería recordarle a Dominic aquella época. Aunque él parecía estar bien, la rabia
latente por el hecho de que, aunque fuera por un corto tiempo y con amnesia,
otro hombre tuviera su anillo en mi dedo… sí, dio lugar a un montón de
encuentros calientes entre nosotros, ya que una y otra vez volvía a reclamar mi
cuerpo.
¿Me quejé? Claro que no. Sin embargo, tenía que llegar al altar antes de que
me escondiera en su castillo, así que había que tener en cuenta su frustración con
el vestido.
En su lugar, elegí un vestido largo hasta la pantorrilla de encaje de guipur
con tirantes. El corpiño me ceñía la parte superior, levantando mis pechos, y la
falda acentuaba mi cintura. Como el color blanco estaba descartado, decidimos
optar por el rojo, para complementar mi cabello y mis ojos oscuros. Me pareció
apropiado, teniendo en cuenta lo difícil que fue conseguir nuestro final feliz.
Con mis tacones negros Bianca Louis Vuitton, tenía ese precioso look
sesentero, mientras que el velo negro creaba el aura de misterio. Las chicas
pensaron que estaba loca por usar dos colores que tenían más que ver con la
muerte y los funerales que con una celebración alegre, pero yo me encogí de
hombros.
El negro y el rojo representaban los colores de nuestro amor, y sabía que a
Dominic no le importaría, aunque no tuviera ni idea de lo que le esperaba.
Gruñó mucho ante mi silencio, no le gustaba que hubiera secretos entre
nosotros, pero no cedí.
—Rosalinda —susurró papá, mientras se le empañaban las comisuras de los
ojos y me apretaba fuerte entre sus brazos, apoyando la barbilla en mi hombro
mientras yo cerraba los ojos y respiraba a mi papá.
No importaba la edad que tuvieras, podías seguir siendo una niña mientras
tus padres vivieran. A pesar de sus maneras de dictador y de todo lo malo que
me había pasado, nunca dudé de su amor por mí ni de lo agradecida que estaba
de que pudiera compartir este día tan especial conmigo. A diferencia de muchos
en este mundo, yo tuve la suerte de tener un padre que me adoraba y dedicaba
todo lo que tenía en su vida a hacerme feliz. ¿No debería eso contar para algo?
Después de un segundo, minutos, o tal vez unos instantes, en los que ambos
obtuvimos lo que queríamos del abrazo, se echó hacia atrás, me palmeó la cara y
me besó en la frente. Una lágrima se deslizó por mi mejilla y él la secó con
suavidad.
—Te quiero, pequeña. Tu madre estaría muy orgullosa. —Me colocó una
horquilla azul marino en el cabello y, por la foto de su boda, supe que era de
mamá. Una punzada dolorosa pero agradable en el corazón me recordó que,
aunque no estaba aquí conmigo, aún podía tener parte de ella en este día tan
especial.
—Gracias, papá. Yo también te quiero.
Me sonrió y luego puse mi mano en su brazo mientras caminábamos hacia la
puerta exterior, y él hizo un gesto con la cabeza hacia el organista para que
comenzara la procesión.
—Es hora de entregarte. Creo que Dominic entrará en cualquier momento.
—A duras penas contuve la risa y no hice ningún comentario mientras todos se
levantaban y empezaba la música. Las primeras notas de “Give Me Love” de Ed
Shereen calmaron mis nervios, ya que la música era perfecta para este día.
Como en una boda tradicional rusa no había dama de honor, decidí seguir la
misma tradición, para felicidad de todos los demás. Frankie y Sapphire me
dijeron que me querían, pero que no tenían ganas de pasar por el infierno que
Annie les hizo pasar durante la boda de Sapphire.
La brisa otoñal se sentía celestial en mi piel, refrescándola mientras las hojas
se esparcían por la hierba y el cemento. Les rogué a todos que la boda se
celebrara en el parque donde nos conocimos, y Vito, papá y Dominic, por algún
milagro, lo consiguieron. La zona estaba asegurada y nadie podía entrar, aunque
tal vez tuviera algo que ver con la boda a las seis de la mañana.
Solo Kristina exigió ser la niña de las flores, para nuestra sorpresa,
considerando que no quería ese papel durante la boda de sus padres. Allí fue el
padrino.
Se giró a medias hacia nosotros, haciendo girar su vestido de encaje fusión,
saludó con la mano enguantada en encaje y empezó a lanzar flores a diestra y
siniestra mientras caminaba lenta y agonizantemente, debo añadir, por el pasillo
mientras nosotros la seguíamos.
El sacerdote estaba de pie con Dominic al final del pasillo, con el arco de
rosas sobre sus cabezas. El camino de cemento estaba cubierto por una alfombra
roja con bancos de madera a cada lado sin adornos. Más tarde, lo celebraríamos
en el restaurante que tenía la mejor pasta de todo Nueva York.
Nuestros invitados saludaban, asentían o sonreían en mi dirección, pero eso
lo descubriría más tarde, cuando Frankie me lo señalara. Toda mi atención se
centraba en el hombre demasiado guapo que estaba de pie cerca del sacerdote,
mientras Damian se colocaba a su derecha y Vitya hacía lo mismo.
Dominic.
Mi corazón amenazaba con salirse de mi pecho mientras la felicidad me
inundaba como nunca antes por la anticipación de ser entregada a él, ya que
cada hueso de mi cuerpo ya le pertenecía.
No existía yo sin él, por bobo que sonara.
La normalidad estaba sobrevalorada. Me detuve y todos se callaron, quizá
porque las novias no hacían eso. Le di un abrazo rápido a mi padre y murmuré:
—Lo siento. —Sabiamente, Sapphire sujetó a Kristina para que no me
estorbara, y corrí con todas mis fuerzas hacia el amor de mi vida, sin
importarme lo más mínimo que no estuviera permitido.
Me atrapó justo a tiempo. Sus manos rodearon mi cintura mientras levantaba
mi velo y nuestros labios se encontraban, despertando la familiar conciencia en
mi interior. Entrelazando los dedos con su cabello, me puse de puntillas,
deseando profundizar el beso, cuando alguien a mi lado carraspeó y mis ojos se
abrieron de golpe. Tardé un segundo en recordar dónde estaba y qué estábamos
haciendo.
Dios mío.
Mortificada, mis mejillas se encendieron cuando todo el mundo aplaudió y
silbó, e incluso recibí algunos abucheos de la parte siciliana de la familia. El
cura se limitó a sonreír alegre.
—Esto suele venir después de terminar mi trabajo —bromeó, mientras todos
se reían. Luego abrió su Biblia y preguntó—: ¿Continuamos?
Dom seguía negándose a soltarme y, mirándome fijo a los ojos, contestó:
—Nunca he estado más dispuesto. —Y sorprendentemente, lo mismo me
ocurrió a mí.
—Te amo —dije, y él hizo lo mismo, y permitimos que continuara la
ceremonia.
En unos minutos, me convertí en Rosalinda Konstantinova, la esposa del
despiadado Pakhan.
Y así, sin más, dejé para siempre de ser una princesa de la Cosa Nostra y me
convertí en la reina de la Bratva.
Dominic
—Qué suerte tienes, idiota —murmuró Connor, mientras sorbíamos
champán. Rosa bailaba con su padre y todas las putas mujeres lloraban,
encontrándolo conmovedor. Lo único que me importaba era el hecho de que
Rosa había soñado con este baile toda su vida, y lo consiguió.
—Así es. —Mi voz contenía una satisfacción que me recorría por dentro,
pensando en los anillos que ocupaban cada uno de nuestros dedos anulares
izquierdos y en mis papeles de propiedad oficial sobre ella.
Quien me llamara imbécil posesivo no se equivocaba. Podía llamarlo
matrimonio todo lo que quisiera. No necesitaba una ceremonia para que el
mundo supiera que me pertenecía. Rosa se convirtió en mía en el momento en
que mis ojos se posaron en su foto. Pero tener esos papeles en el bolsillo seguro
que ayudaba, ya que nadie me la podía quitar.
—No le hagas caso. Solo está amargado porque Honey está bailando con
Ricardo. —Vitya señaló al joven cocinero que hacía girar a Honey en círculos,
mientras aprendía poco a poco todos los movimientos después de haberse
quitado antes los zapatos de tacón. La chica se veía muy bien con el vestido de
tirantes amarillo limón y el cabello suelto, en lugar de los pantalones de chándal
y las camisetas demasiado grandes.
—Alguien tiene interés en ella —comenté, dando un sorbo a mi bebida, pero
Connor se giró tan rápido que casi se cae al suelo al darme un codazo en el
brazo.
—¿Qué mierda significa eso? —Sus fosas nasales se encendieron cuando su
voz adquirió un tono peligroso, y Vitya se tensó a mi lado, evaluando el peligro,
que en realidad era irrisorio. Los gemelos eran como los hermanos pequeños que
Damian y yo nunca tuvimos; la conexión establecida en la celda hacía tantos
años nunca podría desaparecer—. La llamo todos los putos días, intento hablar,
conocerla. Le llevo comida y regalos, y sigue rechazándome como si fuera más
bajo que sucia escoria. ¿Y por qué? Solo porque solía prostituirme antes de
conocerla. Ese Rick seguro que no es virgen. —Terminó, respirando con
dificultad y el pecho agitado mientras miraba furioso a la pareja de bailarines.
Compartiendo una mirada con Vitya, comprendimos que ya no se le podía
tomar el cabello. El tipo había llegado a su límite, y tenía la sensación de que
pronto iría por su mujer. Pero no podía evitar sentir que todo esto iba de otra
cosa. Ella lo quería. ¿Por qué demonios le daría su virginidad si no? Además,
Melissa tampoco era un problema en su relación. Que Dios me ayude con mi
kaznachei eligiéndola como suya. Su embarazo con el hijo de Yuri salió de la
nada.
Antes de que pudiera darle muchas vueltas a este pensamiento, entró Vito y
los llamó:
—Ricardo, ¿ya terminaste de bailar con mi ángel? —¿Con quién carajo?
Después de toda la mierda que había pasado el mes pasado con Ciara,
todavía se mantenía en contacto y casi insistió en una invitación a la boda. Era
un aliado poderoso, y parecía haber transferido todo su amor por Angélica a
Rosa, haciéndole regalos caros y llamándola todas las semanas. Para mi
sorpresa, a ella le gustó, y charlaron durante horas sobre el diseño de nuestra
casa. Según ella, Vito tenía un gusto increíble, significara eso lo que significara.
La situación de Ciara era una incógnita, ya que sus escuetas respuestas sobre el
tema eran siempre que “lo manejaba”.
Cómo demonios acabé con dos suegros que operaban la Cosa Nostra en
países diferentes, nunca lo sabría. Mis hijos no tendrían la oportunidad, aunque
quisieran, de estar fuera de la familia.
Vito abrió los brazos y sonrió a Honey.
—¿Qué tal un abrazo para tu padre, Mirella? —Con eso, la apretó más
contra su pecho, apoyando la barbilla en su cabeza mientras ella le rodeaba la
cintura con los brazos—. Los tiempos peligrosos han terminado, hija mía.
Puedes volver a casa. No hace falta que consigas información del FBI.
Todos nos quedamos boquiabiertos contemplando la escena, incluso Rosa y
Don hicieron una pausa en su baile. No tenía ni puta idea de que aquel hombre
tuviera una hija, y mucho menos que anduviera por Estados Unidos sin
vigilancia, encubriéndose como hacker. Espera, ¿dijo información sobre el FBI?
Eso significaría…
Maldita sea.
Ella era la rata del sistema. Por eso Melissa nunca pudo rastrear nada sobre
Vito ni atraparlo durante ninguna de sus operaciones. Y otro pensamiento vino a
mi mente. Pensaron que la habían reclutado como una chica de diecisiete años
de acogida que hacía alguna mierda en la que ellos mismos habían visto un
talento. Pero conociendo a Vito ahora, él nunca colocaría a su hija menor de
edad allí. Eso la habría convertido en un objetivo vulnerable. Tenía que estar
aquí desde hacía dos años, desde que Connor se acostó con ella cuando cumplió
los dieciocho, y ya había pasado más de un año desde eso.
—Mirella Rossi —dijo Vitya con cuidado, se aclaró la garganta y
continuó—: La hija de Vito Rossi y su primera esposa, Adeline. Mitad alemana,
mitad italiana. Veintitrés años, una de las mejores hackers del mundo, con el
apodo de Araña. Soldado letal. —Luego miró a Connor, que permanecía en
silencio mientras Honey, no, Mirella, lo miraba con culpabilidad, y proclamó—:
Estás muy jodido, hombre.
Me costó mucho que Don accediera a que yo fuera el marido de su hija
debido al mundo de la mafia. ¿Y que un jefe de la mafia acepte que un agente
del FBI se case con su precioso ángel? Sí, eso no iba a pasar.
Connor estaba realmente jodido.
Rosa
Cerré los ojos y emití un suave gemido mientras Dominic me mordisqueaba
la nuca y me besaba la espalda; bajaba la cremallera poco a poco, asegurándose
de que no quedara piel sin tocar.
Las cortinas blanquecinas soplaban en distintas direcciones desde la puerta
abierta del balcón, que ofrecía una vista increíble de la noche neoyorquina.
Apenas sentía la brisa, con la piel demasiado caliente por tanta atención como
para fijarme en otra cosa que no fuera mi hombre.
—Moya krasavica —susurró, mientras el vestido caía a mis pies, dejándome
en tanga negro, liguero de encaje a juego, medias y tacones—. Mátame —
murmuró, me hizo girar y me tiró sobre la cama. Apenas tuve tiempo de tragar
aire cuando se arrodilló frente a mí, inclinando la cama. Me separó los muslos y
se colocó entre ellos. Su gruesa erección se clavó en mi vientre mientras se
deslizaba contra mi clítoris, pero no hizo ningún movimiento para penetrarme,
aunque ya estaba mojada por los preliminares. Le bastaba con hablar con su voz
áspera para ponerme cachonda y excitada.
Respirando agitada, me tumbé boca arriba, anticipando su siguiente
movimiento mientras mis ojos absorbían toda su masculinidad. Me lamí los
labios, imaginando su sabor, algo que me había negado durante todas esas
semanas de preparación para la boda, y gemí por dentro.
—¡Haz algo, Dominic! —grité, mientras él levantaba la ceja.
Rodeó con su mano la cruz de mi cuello, tiró de ella, haciendo que me
acercara más a él. Su aliento abanicó mi mejilla, mientras susurraba
peligrosamente:
—Krasavica, no me des ordenes sobre cómo darle placer a lo que es mío. —
Atrapó mi boca con la suya, sin permitirme añadir ningún comentario descarado,
y me olvidé de todo lo demás excepto del tacto de su lengua aterciopelada sobre
la mía. Justo antes de que intentara enredar los dedos en su cabello, se apartó de
mí, bajando más y dejándome ardientes lametones en la clavícula, el estómago y
el ombligo. Al final, enganchó los pulgares en mi tanga y me la quitó.
—Ha pasado demasiado tiempo, Rosa —dijo ronco, hundiendo los dedos en
la parte exterior de mis muslos mientras me mordía la piel.
No pudiendo soportarlo más, le supliqué:
—Por favor. —Se aferró a mi clítoris, mordisqueándolo con los labios y
calmándolo con la lengua, aunque lo único que conseguía era volverme loca.
Abrió la boca de par en par y besó mi clítoris, endureciendo la lengua y
tanteando profundo mientras se me escapaban gemidos incoherentes. Mi cuerpo
se arqueó, pero él me empujó hacia abajo, sin permitir que me apartara de sus
caricias. La electricidad me recorría, despertando cada célula de mi interior
cuando incluso la suave brisa se volvió insoportable, y gemí más fuerte,
buscando la dicha que solo él podía proporcionarme.
—Dominic, por favor. —Detuvo sus movimientos, y casi lloro de
frustración, pero rápidamente, antes de que pudiera siquiera parpadear, entró en
mí, y mi grito de placer resonó en la noche.
Apretando mis tobillos alrededor de sus caderas, sometí mis brazos a él
mientras él los encerraba en un apretado agarre por encima de nuestras cabezas.
Su boca tomó prisioneros mis pezones, chupándolos, primero uno y luego el
otro, con dureza, y yo ni siquiera sabía en qué placer concentrarme, pero tras
unas cuantas, de sus profundas embestidas, todo se transformó en una larga
realidad en la que podría existir para siempre.
Soltando mi pecho, nuestros ojos chocaron, los suyos llenos de lujuria y
posesividad, y los míos de amor. Apoyó su frente en la mía y me exigió con
dureza:
—Nunca dejes de amarme, Rosa.
—Nunca —respondí con la misma fiereza, no quería que le quedaran dudas
de mi compromiso con él.
Y así, en la habitación del hotel de cinco estrellas, encontramos juntos la
dicha, él gritando y yo mordiéndole el hombro con dureza, y de alguna manera
la unión de dos cuerpos encerrados por el conocimiento de ser marido y mujer
amplificó la experiencia.
Mi arrogante imbécil.
Sexy, delicioso, arrogante idiota.
20 AÑOS DESPUÉS

—¿Yo puedo…?
—No.
—Pero y si yo…
—No.
—Si simplemente me voy…
Dominic levantó los ojos del periódico que estaba leyendo y miró severo a
Lily.
—No importa cuál sea el argumento, mi respuesta es no. No permitiré que
salgas con Timur. Fin de la discusión.
Nuestra hija puso las manos en las caderas, y sus ojos ámbar, como los de su
padre, lanzaron fuegos artificiales -y no de los bonitos- en su dirección.
—¿No es negociable?
La taza de café de Dominic se detuvo justo antes de llegar a sus labios
mientras estudiaba a Lily con una mirada suspicaz detrás de sus gafas negras,
que en lo personal encontraba tan sexy.
—Correcto —respondió arrogante, y las comisuras de sus labios se
crisparon, porque seguro todo esto le parecía divertido. Rara vez alguien le
plantaba cara, así que vivir en una casa llena de chicas le proporcionaba un
entretenimiento constante.
—¿Qué es todo eso del baile de graduación? ¿No se suponía que ayudarías a
tu madre en la clínica?
Oh no, no lo hizo.
El sucio imbécil, usándome para desviar su atención hacia otra cosa.
Como mi carrera de medicina seguía siendo importante para mí, habíamos
decidido esperar un par de años antes de formar nuestra familia. Después de dos
años de estudios, descubrí que estaba embarazada, y no podíamos estar más
contentos. Sin embargo, con la cantidad de tiempo que requería un bebé y todo
lo que me había perdido durante el año de amnesia, llegamos a la conclusión de
que lo mejor para mí era cambiar de especialidad, de cirujana a pediatra, y
funcionó bien. Todas aquellas jóvenes madres asustadas me habían abrazado,
porque sabía lo que había que hacer. Los conocimientos me ayudaron mucho
con Mónica y Sorcha, las gemelas que vinieron tres años después.
Lily se echó sobre los hombros el cabello negro con mechones teñidos de
morado, que le caía en cascada por la espalda en sedosas ondas que brillaban al
sol. Sus jeans negros ajustados y su camiseta violeta le ceñían el cuerpo con
fuerza y, por enésima vez, me pregunté cuándo echaría de menos que mi bebé se
convirtiera en una hermosa mujer. ¿Habría una máquina del tiempo que pudiera
trasladarnos a los dos de vuelta a cuando ella apenas aprendía a andar y buscaba
mi ayuda para las cosas más insignificantes?
—Papá, por favor, di que sí —dijo de repente, sorprendiéndonos a Dominic
y a mí por igual.
Lily Konstantinova nunca le pedía nada a nadie. Tomaba lo que le apetecía.
Compartía con su padre su amor por las armas y las motos. Planeaba estudiar
Derecho para ser fiscal, y que Dios nos ayude a todos entonces, ya que nada se
le escapaba. Afilada como un maldito cuchillo.
Mientras las demás chicas se centraban en las fiestas y los vestidos de flores,
ella veía documentales sobre crímenes y leía varios libros sobre leyes y famosos
casos de asesinato. No sabía si debía preocuparme, pero cada vez que sacaba el
tema, me lanzaba la infame mirada de Konstantinov, y créanme, después de tres
hijas y mi marido, estaba bastante familiarizada con ella, y tuve que abandonar
cualquier discusión.
Mi corazón dio un vuelco contra mi caja torácica, y me levanté del sillón en
el que estaba sentada cerca de Dom, y palmeé la cara de Lily.
—Cariño, ¿qué está pasando?
Ella frunció el ceño, bajando los ojos, y suspiró pesado. Luego chocaron con
los míos, mientras susurraba:
—Él seguirá adelante. —Y por primera vez comprendí la profundidad de
sus sentimientos hacia Timur, un niño con el que había crecido.
Timur tenía cinco años cuando Vitya lo encontró en las calles de Rusia,
mendigando comida. Resultó que tenía unos padres drogadictos que no se
ocupaban de él y casi lo habían vendido a los mismos enfermos que
atormentaban a Damian y Dominic. Ni que decir que el Pakhan y sus sicarios los
capturaron y castigaron a los responsables. Vitya y Michael acogieron al niño y
lo criaron como si fuera suyo. Demostró ser inteligente y fuerte, y pensaba
estudiar ingeniería este año en la misma universidad que Lily y Elena.
Congeniaron al instante y no podían mantenerse alejados el uno del otro.
Este hecho no hacía feliz a nadie, porque el amor juvenil era territorio peligroso,
y dado que ambos chicos formaban parte de la familia de por vida, nadie quería
complicaciones innecesarias. Y éstas podían ser enormes si decidían intentarlo y
luego romper. Eso exigiría elegir bando, y nadie quería tomar parte en ello.
—Cariño… —Empecé, pero ella negó con la cabeza, sin esperar siquiera mi
respuesta.
—Todas las chicas se le tiran encima. Si no aprovecho mi oportunidad
ahora, estará con ellas. —Luego murmuró—. Sobre todo, Elena. —
Envolviéndola con mis brazos, la abracé fuerte contra mi pecho, donde escondía
su cara, y apoyé mi barbilla sobre su cabeza.
Por desgracia, sus palabras eran ciertas, y no estaba segura de que un joven
pudiera resistirse al encanto del sexo si no tenía motivos para esperar estar con
la persona que deseaba. Y yo no sabía cómo calmar a mi bebé, salvo
ofreciéndole consuelo. Entonces me soltó, dio un paso atrás y centró su atención
en Dominic.
—Gracias por nada, papá. No volveré a pedírtelo. —Con eso, se fue,
cerrando la puerta ruidosamente detrás de ella, y fue mi turno de enfurecerme.
Dominic y yo teníamos por norma no discutir nunca delante de los niños y
actuar siempre como un frente unido. La estrategia funcionó bien en la mayoría
de los casos, excepto cuando los niños empezaron a crecer.
Entonces mi idea de criar a las niñas y la suya eran muy diferentes.
—No empieces. —Giró su silla, de cara al enorme ventanal que se abría a
una vista del cuartel, de modo que no pude estudiar su expresión. Me acerqué,
suavizando la voz, porque hablar con él mientras estaba enfadada me parecía
inútil y nunca eficaz.
—Están enamorados y él es…
Sus ojos ámbar chocaron con los míos.
—Ella está enamorada, pero él no. —Extendió la palma de la mano hacia mí
y esperó a que me sentara en su regazo y le rodeara el cuello con los brazos. Me
pasó los dedos por el cabello, me acercó la boca y la devoró con un beso
inquisitivo, metiendo la lengua y entrelazándola con la mía mientras yo gemía
en su boca.
Sin embargo, antes de que pudiera disfrutarlo del todo, se detuvo y susurró
contra mis labios:
—¿Sientes cómo te quiero? —asentí con entusiasmo y cerré los ojos
mientras su dedo recorría mi mejilla, poniéndome la piel de gallina. En todos los
años que llevábamos casados, ni una sola vez había dudado de su devoción y su
amor por mí. El deseo físico era una presencia constante en nuestras vidas, y
dudaba que cambiara alguna vez—. Él nunca la amaría así. —Apoyando la
cabeza a un lado, le puse la mano en el pecho.
—Dom, nadie será lo suficientemente bueno para ella a tus ojos.
Gruñó:
—No se trata de que no me guste que crezca. En algún momento, ella tendrá
sexo. —Su cara se puso verde como si estuviera a punto de vomitar—. No es
que quiera pensar en eso, pero lo entiendo. Timur no es el hombre para ella. La
forma en que te miro es la forma en que él mira a Elena. No a Lily. Y a la
mierda si mi hija alguna vez será la segunda mejor para alguien —terminó, y mi
mente se arremolinó mientras digería la información que me soltó.
Elena era la hija de Kostya. Ella y Lily eran como el día y la noche. Elena
soñaba con ser profesora. Llevaba vestidos y cosas de chicas y, en general, tenía
el punto de vista de las mujeres tradicionales. Los tres habían estado juntos toda
la vida, ya que tenían edades cercanas, pero nunca percibí en ellos ninguna
vibración de triángulo amoroso.
—¿Cómo lo sabes?
Me frotó la cabeza con la barbilla y exhaló con fuerza.
—Vitya me lo dijo. Timur le pidió a Kostya salir con Elena. Eso es lo que la
chica quiere también. Irán juntos al baile. Acabo de evitarle a Lily la
humillación de pedírselo… —Su voz se detuvo cuando algo llamó su atención, y
ambos vimos a través de la ventana cómo Lily salía corriendo, furiosa. Se
detuvo cuando vio a Timur y Elena en el columpio que habíamos construido
cuando todos los niños eran pequeños. El chico besó a la chica en la mejilla y se
tomaron de la mano con fuerza.
Ay, no. Mi pobre bebé.
Los ojos de Lily se abrieron de par en par al darse cuenta, pero rápido se
giró y voló en dirección al campo de tiro antes de que los chicos se dieran
cuenta de que estaba allí.
—Dominic.
Me apretó el hombro.
—Lo sé, krasavica. No podemos ayudarla. —Un rápido golpe nos sacó de
nuestros deprimentes pensamientos. Un corazón roto no era algo con lo que
ninguno de nosotros hubiera lidiado, y tampoco queríamos que nuestras chicas
lo experimentaran—. Voidite —contestó Dom, y en un segundo, Jake entró en la
habitación e inclinó la cabeza.
Una sonrisa se dibujó en mi cara mientras me levantaba para saludarlo.
—Querido.
Me abrazó y apenas pude rodearle la cintura con los brazos, era enorme.
Echándome hacia atrás, bromeé:
—¿Cuándo creciste?
Sonrió, dejando al descubierto unos pequeños hoyuelos en el lado derecho
de la cara que, junto con sus ojos grises como el acero enmarcado en gruesas
pestañas negras, su cabello castaño y su físico desgarrado, hacían de él un joven
peligroso pero apuesto.
—En Estados Unidos, tía Rosa. —Me guiñó un ojo mientras Dom gruñía, y
tuve que poner los ojos en blanco.
—¿En serio, cariño? Es un niño. Nuestro hijo. —Todos los niños de la
Bratva eran considerados nuestros, ya que todos eran igualmente queridos por
todos.
Dom se limitó a negar con la cabeza, se unió a nosotros y le dio una
palmada en la espalda a Jake mientras lo miraba con orgullo.
—Me alegro de tenerte de vuelta, hijo.
Jake se sonrojó suavemente y se pasó la mano por su espesa cabellera,
riendo entre dientes.
—Sí, decidí aceptar el puesto.
Frunciendo el ceño, interrogué a mi marido.
—¿Qué puesto?
—Necesitábamos un buen abogado. Aceptó supervisar nuestros tratos
cuando estuviera aquí.
Como no me gustó que Dom no me consultara primero al respecto, dejé el
tema para otra ocasión. Sin embargo, teniendo en cuenta que Vivian era
inflexible en cuanto a que su hijo no formara parte de la Bratva, la decisión de
Jake me sorprendió, cuanto menos.
—¿Lo sabe tu madre?
Hizo una mueca de dolor, apoyando la mano en la nuca.
—Papá lo está discutiendo con ella mientras hablamos.
Dom se rio, y le di un codazo en el estómago, pero eso no impidió que las
palabras salieran de su boca.
—¿De verdad están hablando ahora?
—Lo creas o no, Pakhan —respondió, justo antes de que Lily se precipitara
hacia el despacho, respirando con dificultad.
—Papá, hay un tipo abajo que quiere verte. —Y entonces se detuvo cuando
los ojos de Jake se posaron en ella, y se estudiaron.
—¿Lily? —susurró finalmente, y ella arrugó las cejas.
—Jake. Has vuelto. Me alegro de verte.
Jake se aclaró la garganta.
—Me alegro de volver a verte. —Y Dom, a mi lado, se tensó.
Ella asintió, se puso un mechón de cabello detrás de la oreja mientras
parpadeaba rápido, y luego dijo:
—Así que, papá, ve a ver a ese tipo, ¿sí? —Y se fue como un rayo.
—Fuera de los límites, Abdulabekov —gruñó Dominic, y me sobresalté, ya
que no esperaba una reacción así por un pequeño intercambio, aunque sentí una
oleada de energía desconocida a su alrededor.
—¿Hasta cuándo? —preguntó Jake directo, sin ceder ante la furia de Dom.
Sus manos se crisparon mientras esperaba la respuesta y, para calmar la
situación, puse la mano en medio del pecho de mi marido, dándole suaves
palmaditas y esperando que se calmara.
—Hasta que sea legal beber —Jake abrió la boca para decir algo, pero Dom
le cortó—. Legal, como en Estados Unidos. Cuatro años, Abdulabekov. —
Llamar al chico por su apellido era de muy mala educación, pero indicaba lo
inquieto que estaba Dom en realidad.
—Bien. —Con eso, se fue, persiguiendo a mi chica mientras yo trataba de
entender lo que acababa de pasar.
—Que me jodan —murmuró Dom, mientras yo apoyaba la cabeza en su
pecho y nos abrazábamos fuerte.
Tenía la sensación de que la vida en el cuartel general de la Bratva se
pondría muy interesante dentro de unos años.
—¿Será posible? —pregunté de repente, y Dom exhaló pesado.
—Sí, la querrá tanto como yo te quiero a ti.
Y de alguna manera, eso tranquilizó mi corazón.
Dominic
Entrando en el vestíbulo de mi casa, tiré las llaves sobre la encimera, me
quité la chaqueta para colgarla junto a la puerta e inhalé el olor. Siempre me
había sorprendido que tantos años después de que Rosa consiguiera la casa de
sus sueños, la sensación de paz fortalecedora que me daba nunca desapareciera.
Apagué las luces del piso de abajo, ya que el gran reloj de madera marcaba
las doce y todo el mundo estaría dormido. Por lo general volvía a casa antes de
la cena para pasar tiempo con mi familia, pero Radmir había vuelto y teníamos
algunos asuntos importantes que discutir.
—Dame eso, maldita perdedora —gritó Mónica, mientras Sorcha chillaba.
—¡Psicópata! Suéltame el cabello. —¿Qué carajo? Irrumpí en la habitación
de mis hijas gemelas y me detuve, sorprendido, mientras Mónica sujetaba la
cabeza de Sorcha con fuerza en el pliegue del codo y tiraba de su cabello
mientras intentaba escapar, pero no sirvió de mucho, porque Sorcha seguía
sujetando un estúpido cuaderno en la mano, fuera del alcance de Mónica. ¿Mis
jovencitas comportándose como unas nuevas reclutas de la Bratva? ¡Se acabó!
—Chicas —regañé, y se quedaron inmóviles.
En un instante, se soltaron y se abrazaron con fuerza, esparciendo falsas y
amplias sonrisas en el proceso.
—Hola, papá. ¿Has venido a darnos las buenas noches? —Me pestañearon,
quizá con la esperanza de desviar mi atención de su discusión.
—¿Qué está pasando aquí? —Ir directo al grano parecía la mejor solución
con estas dos.
Sus idénticos ojos verdes, heredados de mi madre, me miraron con toda la
inocencia de la que eran capaces y respondieron alegres al mismo tiempo:
—Nada de nada, papá. Nos estábamos preparando para ir a la cama.
¿Cuándo aprenderían que ocultarme cosas no tenía sentido? Estaban
tratando con el maestro.
—Niñas. —Esa sola palabra, dicha en mi tono de nada-de-mentiras, hizo
que fruncieran el ceño, resoplaran y al final empezaran a hablar a la vez, y al
instante me arrepentí de querer saber la verdad.
—¡Me ha robado el diario!
—Estaba por ahí tirado, ¿qué se supone que tenía que hacer?
—¡No me lo devolverá!
—¡No hasta que me deje usar su caja de maquillaje!
—¡Papá!
—¡Papá! —Terminando con una nota alta, se cruzaron de brazos, se sacaron
la lengua la una a la otra y se dieron la vuelta, cada una mirando en la otra
dirección.
Rezando por tener una paciencia que no poseía, me pregunté por qué mis
hijas de catorce años actuaban como si tuvieran tres. La habitación que solía
tener un tema de princesas por todas partes con dibujos animados de Disney en
las paredes se transformó en una zona de guerra cuando se dividió en dos. Una
mitad era todo sol y estrellas, ya que Mónica soñaba con ser cantante de pop
algún día, y Sorcha tenía colores oscuros con pósters de rock esparcidos por su
lado, ya que soñaba con la misma carrera, pero en un género musical diferente.
Aún no se decidía entre el hard rock y el metal.
Cuando les ofrecimos cambiar de habitación, se negaron. Al parecer, era una
cuestión de orgullo, pero la verdad era que las gemelas no podían vivir la una
sin la otra. Sí, la mayor parte del tiempo discutían, pero si le hacías daño a una
de ellas, la otra iba por ti con un bate de béisbol, no era broma.
Levantando los brazos, torcí los dedos para que se acercaran y, en un
segundo, me abrazaron la cintura por ambos lados, y apenas pude contener una
risita.
—Señoritas, ¿quiénes son? —murmuraron algo a mi lado, así que tuve que
volver a preguntar—. ¿Quiénes?
—Princesas. —Sus voces malhumoradas eran graciosísimas, teniendo en
cuenta que era su apodo favorito.
—Correcto. Y mis princesas no se comportan así. Se besan y se reconcilian.
—La mirada de asombro y orgullo herido me resultó fácil de ver, pero me limité
a levantar la ceja para que exhalaran, se dieran la mano, sacudieran la barbilla y
se fueran a la cama. Pero no sin antes darles un beso—. Buenas noches,
señoritas.
—Buenas noches, papá. —Apagué la luz, cerré la puerta y decidí ir a ver
cómo estaba la mayor, aunque ella insistía en que tenía que dejar de irrumpir en
su habitación.
Llamé a la puerta tres veces, esperé su suave “Adelante” y me asomé a la
luminosa habitación, ya que Lily tenía problemas con la oscuridad. El color
púrpura dominaba su habitación. Tenía una cama matrimonial, una alfombra y
un sofá blancos, y cortinas de color lavanda, que hacían juego con su escritorio
y su portátil morados. Tenía espacio, ya que su ropa era mínima y, en cambio,
sus armarios estaban llenos de libros sobre historia de las armas.
Otra cosa que preferí ignorar, ya que seguía sin entender su elección de
carrera. La hija del Pakhan quería estar al otro lado de la ley. Bromea conmigo.
—Hola, mi delicada flor.
Ella gimió, dándose una palmada en la frente mientras estaba cerca de la
mesa, examinando el último regalo de Michael, una Beretta 98.
—Papá, en serio. No tienes ni idea de lo patético que suena eso, así que voy
a iluminarte. El apodo es una mierda —dijo, mientras limpiaba con los dedos la
pegajosa sustancia del arma—. Usa mi nombre.
Apoyando el hombro contra la pared, crucé las piernas mientras observaba a
mi hija concentrar toda su atención en la tarea, y no se me pasó por alto cómo su
móvil yacía en algún lugar de la cama. Nunca lo soltaba a menos que algo la
molestara.
—Eres mi hija mayor, bonita. Nunca podrás ser solo Lily para mí. —Detuvo
su movimiento, me miró fijamente un segundo y luego se abalanzó a mis brazos,
escondiendo la cara en mi pecho. Sin decir nada, le acaricié la espalda y traté de
darle todo el consuelo posible—. Todos te queremos, Malish —asintió, pero
seguía negándose a mirarme, así que continué—: Habrá otros bailes, pequeña.
—Tengo la sensación de que no me dejarás ir ni al baile de mi boda.
Ambos nos reímos, pero a pesar de lo que ella pensaba, yo no me hacía
ilusiones de que mis bebés estuvieran creciendo. Algún día querrían salir y
explorar la vida, y lo único que podía hacer era dejarlas, pero protegiéndolas
primero. Como una sombra, que ellas no sentirían ni verían.
—Tal vez. Vete a la cama, pequeña. —Abrazándola una vez más, comprobé
de nuevo las alarmas de la casa y por fin llegué al ala principal, donde mi mujer
yacía dormida, abrazada a mi almohada.
Habían pasado todos aquellos años… los dos habíamos envejecido… pero
ella nunca había dejado de ser la mujer más hermosa que jamás había visto.
Mi krasavica.
Me quité la ropa, me di una ducha rápida para que desapareciera la suciedad
del largo día y me reuní con ella. De inmediato colocó su cabeza sobre mi brazo
y subió su pierna sobre la mía. Qué posesiva.
Estaba a punto de dormirme cuando el zumbido del teléfono me despertó de
golpe. Maldiciendo a quien se molestaría en llamar a una hora tan tardía, tomé el
teléfono y gruñí:
—¿Qué?
Una risita me saludó.
—Hola a ti también, hermano.
Se me dibujó una sonrisa y murmuré en voz baja, sin querer despertar a mi
mujer:
—Damian, como siempre, no te fijas en la hora.
—Mierda, se me había olvidado la diferencia horaria entre los países.
Unos crujidos se escucharon a lo lejos mientras un chico gritaba con fuerza.
—Dane tiene su entrenamiento de hockey ahora, así que pensé en llamar.
—¿Cómo le va?
—Fantástico. El mejor del equipo. —El orgullo se deslizó en su voz, y luego
preguntó—: ¿Las chicas?
—Bien, soy el futuro padre de una fiscal y unas cantantes. ¿Qué te parece?
—Los dos nos quedamos en silencio, como siempre hacíamos en esos
momentos, y entonces dije por fin—: Lo hicimos bien, hermano, ¿verdad? —
Todas las pesadillas, las celdas, los años de cautiverio en los que no teníamos a
nadie más que al otro… los años separados en los que crecimos para ser
hombres fuertes capaces de resistir cualquier cosa… todo eso nos había
preparado para esta felicidad, para este momento de la vida, en el que teníamos
a nuestra familia.
Sí, algunas personas no tuvieron que pasar por todo esto para llegar a su
final feliz. Pero nuestro viaje nos llevó al nuestro… Rosa y Sapphire, y lo que
nos dieron. Y si no hubiéramos pasado por todos los aspectos oscuros de nuestra
vida, quizá nunca las hubiéramos conocido. ¿Quién no querría una vida así?
Dos chicos solitarios, que solo se tenían el uno al otro para sobrevivir,
curaron sus almas con amor. ¿No era el mayor regalo de todos?
—Sí, hermano. Claro que sí. —Su voz resonó en la noche, mientras Damian
y Dominic Harrison encontraban la paz para siempre.

El fin.
Este Libro Llega A Ti En
Español Gracias A

También podría gustarte