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VINDICACIÓN DE LOS DERECHOS DE LAS MUJERES (Wollstonecraft, 1792)

Wollstonecraft, Mary. Vindicación de los derechos de la mujer. 1792. Traducción de Charo Ema y
Mercedes Barat. Madrid: Debate, 1997.

“Se han esgrimido infinidad de argumentos ingeniosos para explicar y excusar la tiranía del
hombre y demostrar que los dos sexos, en su búsqueda de la virtud, deben tender a formarse
una personalidad totalmente diferente, o, más explícitamente, a las mujeres no se les concede
la fuerza suficiente para adquirir eso que merece recibir el nombre de virtud. Sin embargo, si se
admite que tienen alma, podría pensarse que tan sólo hay una forma fijada por la Providencia
para conducir el género humano hacia la virtud o la felicidad.
Si es verdad que las mujeres no son un enjambre de seres frívolos y efímeros, ¿por qué
habría de mantenérselas en una ignorancia que engañosamente se llama inocencia? Los hombres
se quejan, y con razón, de las extravagancias y caprichos de nuestro sexo, cuando no ridiculizan
con virulencia nuestras impetuosas pasiones y nuestros abyectos vicios. He aquí lo que yo les
respondería: ¡Esa es la consecuencia natural de la ignorancia! La inteligencia será siempre frágil
cuando sólo está apoyada por prejuicios, la corriente desciende con furia destructora cuando no
existen barreras para contener su fuerza. A las mujeres se les dice desde su infancia, y el ejemplo
de su madre lo refrenda, que para conquistar la protección del hombre no necesitan más que un
cierto conocimiento de la debilidad, en otras palabras: astucia y un temperamento dócil, una
aparente obediencia y un cuidado meticuloso en adoptar un comportamiento pueril. Y además,
ser hermosas, todo lo demás sobra, al menos durante veinte años de su vida.” (49)

“Milton, debo confesarlo, era de una opinión totalmente diferente ya que sólo concede a las
mujeres el derecho irrevocable a la belleza, aunque sea difícil establecer cierta coherencia entre
los dos pasajes suyos que ahora expondré, también es cierto que los grandes hombres a menudo
se ven arrastrados a tales incoherencias…
Eva, dotada de una belleza perfecta, le respondió:
Mi autor, mi soberano, lo que me solicitas
Obedeceré sin discutir, así lo que quiere Dios;
Dios es tu Ley, tú la mía.
No saber nada más
es la ciencia más feliz de la mujer y su mejor elogio.
[Traducción corregida por Carolina Alzate]
Estos son precisamente los argumentos que yo había utilizado cuando hablaba de los
niños, y a los cuales añadiría: ‘vuestra inteligencia está ahora en pleno desarrollo y, a la espera
de que llegue a un cierto grado de madurez, pídeme consejo, pero debéis después reflexionar y
no contar con otra ayuda que la de Dios.’
Sin embargo, en los versos que siguen, Milton parece estar de acuerdo conmigo cuando
pone en los labios de Adán estas frases que dirige a su Creador:
¿Acaso no me has nombrado tu representante en la Tierra,
no has situado a mis pies a las criaturas inferiores?
¿Qué sociedad puede organizarse entre desiguales?,
¿qué armonía?, ¿qué dicha verdadera?
Lo que debe ser mutuo, en justa proporción
debe ser dado y recibido; pero en la disparidad,
el uno intenso, el otro remiso,
no pueden entenderse, sino que pronto
será enojoso: hablo de comunidad,
tal y como la veo, en la que comparten
todos los placeres racionales.” (51-52. Traducción corregida por Carolina Alzate)

“Por consiguiente, la mejor educación será, en mi opinión, la que consiste en ejercitar la


inteligencia de tal modo que fortalezca el cuerpo y desarrolle el corazón, o, en otras palabras,
permita a cada individuo adquirir tal costumbre en la virtud que sea independiente. De hecho,
resulta una broma llamar virtuoso a un individuo cuyas virtudes no resulten del ejercicio de la
razón. Esa era la opinión de Rousseau sobre los hombres; yo la hago extensiva a las mujeres y
afirmo rotundamente que son los falsos refinamientos y no el deseo de adquirir cualidades
llamadas masculinas lo que las ha desviado de su órbita. No obstante, el agasajo real que reciben
es tan embriagador que podría llegar a hacerse imposible convencerlas de que el poder ilegítimo
que obtienen humillándose es una maldición –en tanto que las costumbres de nuestra época no
hayan cambiado– y que hay que volver a la naturaleza y a la igualdad si lo que desean es preservar
la serena satisfacción que producen las consideraciones serenas y objetivas. Pero tendremos que
esperar a que llegue esa época, esperar quizá hasta que los reyes y nobles, iluminados por la
razón prefieran la verdadera dignidad de una persona adulta al infantilismo, renuncien a las
pompas hereditarias, y si entonces las mujeres no renuncian al poder arbitrario de su belleza,
entonces tendremos la prueba de que de verdad son menos inteligentes que los hombres.” (53-
54)

“Este desprecio que se tiene por la inteligencia durante los primeros años de la vida tiene
consecuencias mucho más nefastas de lo que habitualmente se supone, pues los flacos
conocimientos que las mujeres más despiertas llegan a conseguir están, por así decirlo, mucho
más deshilvanados que los de los hombres y han sido adquiridos, frecuentemente, a partir de
simples observaciones de la vida cotidiana y no de comparar estas observaciones individuales
con el resultado de la experiencia colectiva. Como su situación de dependencia y el cumplimiento
de las tareas domésticas las empujan a una vida de sociedad, adquiere un tipo de conocimientos
fraccionados, como migajas, y como para ellas la instrucción es algo secundario, no tienen el
ardor suficiente ni la perseverancia necesaria para seguir una disciplina que desarrollaría sus
facultades y aclararía sus juicios. … Pero en la educación de las mujeres, el ejercicio de la
inteligencia está siempre subordinado a la adquisición de algún talento físico. … Pero además,
durante su juventud, no han estado jamás estimuladas por el sentimiento de emulación y, como
no realizan estudios científicos serios, su inteligencia natural, cuando la tienen, se desvía
rápidamente hacia los efectos y las consecuencias, sin buscar las causas, y las complicadas reglas
de comportamiento social sustituyen a los principios más elementales.” (56)

“Examinemos esta cuestión: Rousseau declara que una mujer jamás debería sentirse
independiente, que debería vivir en el temor a ejercer su astucia [inteligencia] natural y que hay
que hacer de ella una esclava coqueta con el fin de que sea el objeto más deseable y la compañía
más dulce para el hombre, cuando éste quiera solazarse. Lleva sus argumentos aún más lejos,
pretendiendo extraerlos de las indicaciones de la naturaleza, e insinuando que la sinceridad y el
valor, piedras angulares de toda virtud humana, deberían ser cultivadas por las mujeres con
ciertas restricciones, ya que la obediencia es la gran virtud que hay que inculcarlas con un rigor
inexorable.” (60-61)

“Quiero al hombre como a un compañero, pero su cetro, bien sea legítimo o usurpado, no logra
extenderse sobre mí, a menos que la razón de un individuo merezca mi homenaje; y aun
entonces, me someto a la razón, que no al hombre. De hecho la conducta de un ser responsable
debe regirse por su propia razón, y si no ¿sobre qué reposa el trono de Dios?” (77-78)

“Estoy de acuerdo en que las mujeres pueden tener deberes diferentes que cumplir, pero estos
son deberes humanos y los principios que deberían regir el cumplimiento de esos deberes son,
insisto en creerlo, necesariamente los mismos para unos y otras.
Para llegar a ser respetables, es necesario que las mujeres ejerciten su inteligencia; no
hay otro fundamento para la independencia individual, quiero decir, explícitamente, que
deberán inclinarse únicamente ante la autoridad de la razón, en lugar de ser modestas esclavas
de la opinión.” (100-101)

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