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(Resumen)
Prefacio
Discurso
Primera parte
Por importante que sea, para bien juzgar del estado natural del hombre,
considerarla desde su origen y examinarle, por así decir, en el primer
embrión de la especie, yo no seguiré su organización a través de sus
desenvolvimientos sucesivos ni me detendré tampoco a buscar en el
sistema animal lo que haya podido ser al principio para llegar por último a lo
que es. (...)
Segunda parte
(...)
Tal fue la condición del hombre al nacer; tal fue la vida de un animal
limitado al principio a las puras sensaciones, aprovechando apenas los
dones que le ofrecía la naturaleza, lejos de pensar en arrancarle cosa
alguna. Pero bien pronto surgieron dificultades; hubo que aprender a
vencerlas. La altura de los árboles, que le impedía coger sus frutos; la
concurrencia de los animales que intentaban arrebatárselos para
alimentarse, y la ferocidad de los que atacaban su propia vida, todo le
obligó a aplicarse a los ejercicios corporales; tuvo que hacerse ágil, rápido
en la carrera, fuerte en la lucha. Las armas naturales, que son las ramas de
los árboles y las piedras, pronto se hallaron en sus manos. Aprendió a
dominar los obstáculos de la naturaleza, a combatir en caso necesario con
los demás animales, a disputar a los hombres mismos su subsistencia o a
resarcirse de lo que era preciso ceder al más fuerte. (...)
[D]e libre e independiente que era antes el hombre, vedle, por una multitud
de nuevas necesidades, sometido, por así decir, a la naturaleza entera, y
sobre todo a sus semejantes, de los cuales se convierte en esclavo aun
siendo su señor: rico, necesita de sus servicios; pobre; de su ayuda, y la
mediocridad le impide prescindir de aquéllos. Necesita, por tanto, buscar el
modo de interesarlos en su suerte y hacerles hallar su propio interés, en
realidad o en apariencia, trabajando en provecho suyo; lo cual le hace
trapacero y artificioso con unos, imperioso y duro con otros, y le pone en la
necesidad de engañar a todos aquellos que necesita, cuando no puede
hacerse temer de ellos y no encuentra ningún interés en servirlos útilmente.
En fin; la voraz ambición, la pasión por aumentar su relativa fortuna, menos
por una verdadera necesidad que para elevarse por encima de los demás,
inspira a todos los hombres una negra inclinación a perjudicarse
mutuamente, una secreta envidia, tanto más peligrosa cuanto que, para
herir con más seguridad, toma con frecuencia la máscara de la
benevolencia; en una palabra: de un lado, competencia y rivalidad; de otro,
oposición de intereses, y siempre el oculto deseo de buscar su provecho a
expensas de los demás. Todos estos males son el primer efecto de la
propiedad y la inseparable comitiva de la desigualdad naciente.
De este modo, haciendo los más poderosos de sus fuerzas o los más
miserables de sus necesidades una especie de derecho al bien ajeno,
equivalente, según ellos, al de propiedad, la igualdad deshecha fue seguida
del más espantoso desorden; de este modo, las usurpaciones de los ricos,
las depredaciones de los pobres, las pasiones desenfrenadas de todos,
ahogando la piedad natural y la voz todavía débil de la justicia, hicieron a
los hombres avaros, ambiciosos y malvados. Entre el derecho del más
fuerte y el del primer ocupante alzábase un perpetuo conflicto, que no se
terminaba sino por combates y crímenes. La naciente sociedad cedió la
plaza al más horrible estado de guerra; el género humano, envilecido y
desolado, no pudiendo volver sobre sus pasos ni renunciar a las
desgraciadas adquisiciones que había hecho, y no trabajando sino en su
vilipendio, por el abuso de las facultades que le honran, se puso a sí mismo
en vísperas de su ruina. (...)
Tal fue o debió de ser el origen de la sociedad y de las leyes, que dieron
nuevas trabas al débil y nuevas fuerzas al rico, aniquilaron para siempre la
libertad natural, fijaron para todo tiempo la ley de la propiedad y de la
desigualdad, hicieron de una astuta usurpación un derecho irrevocable, y,
para provecho de unos cuantos ambiciosos, sujetaron a todo el género
humano al trabajo, a la servidumbre y a la miseria. Fácilmente se ve cómo
el establecimiento de una sola sociedad hizo indispensable el de todas las
demás, y de qué manera, para hacer frente a fuerzas unidas, fue necesario
unirse a la vez. Las sociedades, multiplicándose o extendiéndose
rápidamente, cubrieron bien pronto toda la superficie de la tierra, y ya no
fue posible hallar un solo rincón en el universo donde se pudiera evadir el
yugo y sustraer la cabeza al filo de la espada, con frecuencia mal
manejada, que cada hombre vio perpetuamente suspendida encima de su
cabeza. Habiéndose convertido así el derecho civil en la regla común de
todos los ciudadanos, la ley natural no se conservó sino entre las diversas
sociedades, donde, bajo el nombre de derecho de gentes, fue moderada
por algunas convenciones tácitas para hacer posible el comercio y suplir a
la conmiseración natural, la cual, perdiendo de sociedad en sociedad casi
toda la fuerza que tenía de hombre a hombre, no reside ya sino en algunas
grandes almas cosmopolitas que franquean las barreras imaginarias que
separan a los pueblos y, a ejemplo del Ser soberano que las ha creado,
abrazan en su benevolencia a todo el género humano.
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Jean-Jacques Rousseau Discurso sobre el origen de la desigualdad entre
los hombres, (Trad. Ángel Pumarega) Madrid, Calpe, 1923.
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