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En lo que sigue vamos a intentar dar cuenta del fantasma como estructura en su doble
función: como sostén del deseo y como barrera al goce; de allí su importancia en la clínica con
niños en tanto su estructuración depende de una serie de operaciones fundamentales en los
tiempos de constitución subjetiva.
El abandono de esta posición de objeto no se da por un efecto natural o evolutivo sino que
requiere para ello de la puesta en acto de ciertas operaciones que le permitirán al sujeto
constituirse como tal, -entiéndase por ello al sujeto dividido,- contando para ello con una
estructura que entre sus funciones tiene la de sostener precisamente al sujeto en la escena del
mundo. Esta estructura es la del fantasma, que se precipita en tiempos de la adolescencia.
parapetos psíquicos levantados para bloquear el accesos a esos recuerdos. Las fantasías
sirven simultáneamente a la tendencia de refinar los recuerdos, de sublimarlos. Son
establecidas por medio de las cosas que fueron oídas y que se apreciaron
supleatoriamente, y así combinan lo vivenciado y lo oído, lo pasado (de la historia de los
padres y abuelos) con lo visto por uno mismo. (Freud, 1887-1904/1986, p.256)
Si vamos viendo los planteos de Freud bajo la lente de Lacan, ya podremos advertir que la
fantasía contiene componentes simbólicos (aquellos elementos que están en lugar de otros),
imaginarios (las imágenes que la conforman) en su articulación con lo real (en este caso lo
vivenciado que se parapeta tras los recuerdos, que si bien se refieren a hechos de la realidad
material da cuenta sin embargo de la proximidad pulsional en su estatuto de traumático.
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En 1908 Freud escribe un artículo bajo el título: Las fantasías histéricas y su relación con la
bisexualidad. Su interés en ese momento estaba puesto en establecer la vinculación entre las
fantasías y los síntomas histéricos. Allí encontramos un párrafo donde da cuenta de la
importancia de la fantasía en tanto permite la soldadura entre la pulsión y una representación.
Esta apreciación es de vital importancia a la hora de dirigir una cura pues nos advierte que no
tiene ningún sentido en el marco de un tratamiento intentar distinguir la verdad o falsedad de
aquello que nos cuenta el paciente en sesión. Ya sea que nos hable de un hecho actual o de su
pasado remoto, lo que nos cuenta en todo momento es su versión de los hechos, versión que
siempre estará tamizada por la subjetividad que el fantasma le confiere, fantasma que posee
un guión original fraguado en tiempos instituyentes en su relación con el Otro.
Lo mismo cabe para la clínica con niños, niñas o adolescentes: cuando hablan, juegan o dibujan
nos ofrecen una escena donde nos muestra su versión del fantasma aunque en estos casos se
trata de un fantasma puesto en acto en tanto el mismo aún no está consolidado: de allí que lo
pongan en acto en el dispositivo analítico. La insuficiencia del fantasma en tiempos
instituyentes hace que la palabra no alcance para el desarrollo de la escena analítica y por eso
la necesidad por parte del analista de incorporar en las sesiones juguetes, masas, pinturas, etc.
Todo niño que juega, nos dice Freud en El creador literario y el fantaseo (1908),
Se comporta como un poeta, pues se crea un mundo propio o, mejor dicho, inserta las
cosas del mundo en un nuevo orden que le agrada (…) El niño diferencia muy bien de la
realidad su mundo del juego, a pesar de toda su investidura afectiva; y tiende a
apuntalar sus objetos y situaciones imaginadas en cosas palpables y visibles del mundo
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real. Sólo ese apuntalamiento es el que diferencia aún su «jugar» del «fantasear». (pp.
127-128)
Antes de pasar a las reformulaciones de Lacan subrayemos algunas de las ideas esgrimidas por
Freud en los párrafos citados que dan cuenta del estatuto y función de las fantasías:
- Permite la soldadura entre la pulsión y una representación extraída del campo del
Otro.
- Se infiere de lo anterior que permite un pasaje de la satisfacción en el cuerpo propio
(autoerotismo) a la búsqueda del placer en el campo del Otro.
- A la vez que funciona como barrera protectora de lo traumático de la pulsión ofrece
también un marco propicio para cierta satisfacción pulsional por la vía de la
representación.
- La fantasía es el sucesor del juego, mientras que éste se apuntala en los objetos y es
visible a la mirada del Otro, la fantasía en cambio se da en un marco privado que
prescinde de los objetos y que lo protege de la mirada incisiva del Otro.
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Alusión a Breuer que en ocasión de describir el cuadro clínico de Bertha Pappenheim (Anna O.)
comenta que la paciente “Cultivaba sistemáticamente la ensoñación despierta que llamaba su “teatro
privado”. Mientras que todos los demás la suponían presente, vivía interiormente una vida de cuento,
pero siempre que alguien se dirigía a ella respondía de inmediato, de modo que nadie lo
notaba”.(Breuer J., Contribución a los estudios sobre la histeria, Siglo XXI, México, 1976, p. 54.)
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A S
S A
a
El encuentro entre esta suerte de “proto-sujeto” y el Otro del lenguaje (encarnado por la
Madre como función) va a producir una primera marca sobre el sujeto, marca que Lacan
llamará de diversas formas, entre ellas “rasgo unario” o S1 y que dará cuenta de la división
estructural del sujeto. Pero también el Otro quedará signado por una carencia en tanto hay un
significante que falta, pues no todo puede ser nombrado, de allí que en el esquema también se
encuentre atravesado por la barra (segundo piso).
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Dicho de otra manera, el niño no puede recubrir por completo el campo del Otro materno. Si
así lo fuera el camino hacia la neurosis se vería cercenado quedando el sujeto atrapado en las
redes mortíferas del fantasma materno. Esta idea es la que encontramos en Dos Notas sobre el
niño (1969):
Cuando la distancia entre la identificación con el ideal del yo y la parte tomada del deseo
de la madre no tiene mediación (la que asegura normalmente la función del padre), el
niño queda expuesto a todas las capturas fantasmáticas. Se convierte en el “objeto” de
la madre y su única función es entonces revelar la verdad de este objeto. El niño realiza
la presencia de eso que Jacques Lacan designa como el objeto a en el fantasma. (p.56)
Volvamos al esquema de la división subjetiva (tercer piso). El resto de esa división es el objeto
a como residuo, resto que en tanto perdido motoriza la estructura del deseo y permite su
recupero en el campo del Otro por la vía del fantasma. Es esto lo que explica el siguiente
párrafo de Lacan:
Por eso los dos términos $ y a, el sujeto marcado por la barra significante y el a
minúscula, objeto, residuo de la puesta en condición, si puedo expresarme así, del Otro,
están del mismo lado, el lado objetivo de la barra. Están ambos del lado del Otro, puesto
que el fantasma, apoyo de mi deseo, está en su totalidad del lado del Otro. Lo que ahora
está de mi lado es lo que me constituye como inconsciente, a saber, A barrado, el Otro
en la medida en que yo no lo alcanzo. (p.36)
Aparece así una de las funciones esenciales del fantasma: el fantasma en tanto sostén del
deseo en el campo del Otro. De allí que en el grafo del deseo Lacan traza una línea que conecta
el fantasma como respuesta ante la pregunta del Qué me quiere (lado izquierdo del grafo) al
deseo (lado derecho).
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El fantasma en tanto soporte del deseo es lo que hace “soportable la condición del sujeto
llamada deseo; sin esta función de “soporte”, el borde del deseo es necesariamente vivido
como el abismo de la angustia.” (Eidelsztein, 2005, p 151)
En la clase del 19 de diciembre de 1962 del seminario recientemente citado, Lacan utiliza para
ilustrar el estatuto y función del fantasma una analogía con el cuadro ubicado sobre una
ventana. El cuadro como un entramado simbólico-imaginario que al estar apoyado sobre una
ventana a la vez que muestra un paisaje oculta lo real del objeto (el agujero o vacío detrás de
la ventana). Para ello toma el cuadro de Magritte, La condición humana.
Cualquier que sea el encanto de lo que está pintado en la tela, se trata de no ver lo que
se ve por la ventana (…) A veces sucede que se ve aparecer en sueños, y de un modo no
ambiguo, una forma pura, esquemática, del fantasma. Tal es el caso en el sueño de la
observación del Hombre de los lobos (…) Si esta observación tiene para nosotros un
carácter inagotado e inagotable, es porque se trata esencialmente, de cabo a rabo, de la
relación del fantasma con lo real. (p. 85)
Siguiendo a Freud cuando sostiene que la realidad que importa es la realidad psíquica, Lacan
dirá que la realidad toda es un montaje simbólico imaginario que se monta sobre el fantasma:
Cómo definiremos “realidad”, lo que he llamado en todo momento lo “listo para llevar”
del fantasma, es decir, lo que hace su orden; veremos entonces que la realidad, toda la
realidad, no es otra cosa que montaje de lo simbólico y lo imaginario. Que el deseo en el
centro de este aparato, de este cuadro que llamamos realidad, es también lo que cubre
como lo he articulado. Lo que importa distinguir de la realidad humana y que es
hablando con propiedad lo real, no es más que entre-percibido, entre-percibido como la
máscara fácil que es aquella del fantasma. (clase 1 del 16 de noviembre de 1966.
Inédito.)
Esto quiere decir que andamos por la vida con nuestro fantasma a cuesta, y es gracias a ello
que podemos otorgar sentido a lo que vemos o hacemos, lo que nos permite el armado de
ficciones que nos orienta en la búsqueda del inalcanzable objeto del deseo.
Una de las maneras de leer la fórmula del fantasma es Sujeto deseo de a. Entendiendo con ello
a un sujeto eternamente dividido y que encuentra cierto resguardo en la ilusión que le
confiere la escena del fantasma en tanto le ofrece la posibilidad de vincularse con un objeto
siempre sustituto del objeto perdido.
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Sin embargo en ocasiones la distancia con el objeto se acorta, como el sueño de angustia
relatado por el hombre de los lobos o las pesadillas que obligan al soñante a interrumpir su
sueño.
Lo mismo puede suceder en la escena lúdica, cuyo despliegue se detiene por la aparición
súbita de lo real. También el juego, en tanto se asienta en la alternancia entre la presencia y la
ausencia del Otro (fort – da) hace su contribución a la construcción del fantasma. En efecto, el
“como si” del juego le permite al infans “subir” a una escena aquello que viene de lo real del
mundo.
Al respecto cabe señalar que la diferenciación que hace Lacan en el seminario X, entre el
“mundo” en tanto lo real y la “escena del mundo”, en tanto escena simbólico-imaginario que
estructura el campo del deseo es otra metáfora que utiliza para ilustrar la función del
fantasma; es una metáfora similar o equivalente al cuadro y la ventana citado más arriba.
El fantasma como escena es lo que permitiría que algo de las cosas del mundo (lo real) pueda
subir a la escena que se encuentra regida por las leyes del significante:
La dimensión de la escena (…) está ahí ciertamente para ilustrar ante nuestros ojos la
distinción radical entre el mundo y aquel lugar donde las cosas, aun las cosas del mundo,
acuden a decirse. Todas las cosas del mundo entran en escena de acuerdo con las leyes
del significante, leyes que no podemos de ningún modo considerar en principio
homogéneas a las del mundo. (p43)
Una viñeta clínica puede ayudarnos a ilustrar ese momento crucial. Un niño en análisis
comienza a jugar en el suelo con unos muñecos que elige para el armado de la escena.
Mientras va desplegando el juego advierte que a la altura de sus ojos había una jirafa de
madera que tengo como elemento decorativo. El encuentro de las “miradas” le produjo tal
consternación que abandonó inmediatamente el juego. Sólo se pudo reanudar cuando
intervine dando vuelta la jirafa contra la pared, dando muestra con ello de la necesidad de la
ausencia de la mirada del Otro para que pueda desplegarse el juego.
La irrupción de la mirada como objeto a sobre la escena y con ello la detención del juego da
cuenta de la posición de objeto en la que está detenido el sujeto. Posición de congelamiento
del sujeto en virtud de una mirada siempre atenta, siempre presente del Otro.
¿No saben ustedes que no es la nostalgia del seno materno lo que engendra la angustia,
sino su inminencia? Lo que provoca la angustia es lo que nos anuncia, nos permite
entrever, que volvemos al regazo. No es, contrariamente a lo que se dice, el ritmo ni la
alternancia de la presencia-ausencia de la madre. Lo demuestra el hecho de que el niño
se complace en renovar este juego de presencia-ausencia. La posibilidad de la ausencia
es eso, la seguridad de la presencia. Lo más angustiante que hay para el niño se produce,
precisamente, cuando la relación sobre la cual él se instituye, la de la falta que produce
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BIBLIOGRAFÍA
Breuer J. (1895/1976): Contribución a los estudios sobre la histeria. Siglo XXI, México.
Eidelsztein, A. (2005): El grafo del deseo. Letra Viva. Buenos Aires. Argentina.