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El acuario

https://es.wikipedia.org/wiki/Acuario

Acuario monegasco. Los acuarios cumplen muchas funciones y son un pasatiempo muy antiguo.

Un acuario es un recipiente de vidrio o de otros materiales, generalmente


transparentes, que incluye los componentes mecánicos que hacen posible la
recreación de ambientes subacuáticos de agua dulce, marina o salobre, a fin
de albergar un ecosistema correspondiente a esos ambientes,
con peces, invertebrados, plantas y casi cualquier animal fluvial o marino.
La cría de seres acuáticos en cautividad es muy antigua, sin embargo los
acuarios nacieron en el siglo XVIII, al menos en su forma contemporánea. El
entretenimiento de mantener y disfrutar de un entorno acuático a la vista de
todos surgió con la moda de coleccionar animales y sobre todo plantas
acuáticas. Estas últimas necesitaban humedad tanto para vivir como para ser
transportadas, para lo cual se desarrollaron recipientes sellados que podían
contener cierta cantidad de líquido. Más adelante, dicha cantidad fue
aumentando hasta convertirse en los modelos actuales.
Un acuario es una instalación muy planificada. Los exitosos requieren algún
estudio preliminar para su correcta ubicación, así como una previsión del
contenido que albergarán, pues se precisa conocer de antemano el tipo de
agua, el tipo de fauna y flora, la decoración o el suelo. Del mismo modo,
resultan imprescindibles un conjunto de mecanismos y sistemas automáticos
con la capacidad y potencia suficientes para lograr condiciones como la
temperatura necesaria, la oxigenación adecuada o la luz precisa que mantenga
un ambiente saludable para la fauna y la flora, sin perder con ello transparencia
y vistosidad.
Los acuarios son ecosistemas vivos y, por lo tanto, dinámicos. Razón por la
cual siguen demandando cuidados extras, aún con todas las automatizaciones
conseguidas. Tareas como el cambio de agua, la combinación de nutrientes
para la fauna y la flora, la limpieza del biotopo o la sustitución de filtros siguen
siendo imprescindibles para la salud de los seres vivos y no se han conseguido
automatizar por el momento.
Todas las tareas y los desembolsos necesarios para hacerse con un acuario y
mantenerlo no desaniman a los aficionados a esta disciplina de la biología, por
las ventajas que presenta para sus propietarios, convirtiéndose incluso en una
industria propia. Asimismo, han proliferado acuarios profesionales en muchos
países, abiertos al gran público, con millones o decenas de millones de litros de
capacidad. En ellos viven peces, plantas e, incluso, mamíferos marinos,
como belugas, morsas u orcas, y realizan programas de reproducción y
repoblación con especies amenazadas.
La popularización de los acuarios, públicos y privados, se ha expandido hasta
el punto de volverse un elemento más de la cultura popular.

Índice

 1Etimología
 2Historia
 3Beneficios de un acuario
 4Fabricación
 5Tipos
o 5.1Según la salinidad
o 5.2Según su finalidad
o 5.3Según la temperatura del agua
 6Partes de un acuario
o 6.1Cubeta
o 6.2Biotopo
o 6.3Decoración
o 6.4Agua
o 6.5Accesorios
 6.5.1Filtro
 6.5.2Iluminación
 6.5.3Climatización
 6.5.4Suministro de gases
 6.5.5Lámpara ultravioleta
o 6.6Flora
o 6.7Fauna
 7Preparación y mantenimiento del ecosistema
o 7.1Ubicación
o 7.2Limpieza
o 7.3Renovación de agua
o 7.4Alimentación
 8Ciclos biológicos
o 8.1Ciclo del nitrógeno
o 8.2Otros ciclos de nutrientes

Etimología
La palabra acuario proviene del latín aqua, que significa ‘agua’, más el sufijo -
rium, que significa ‘lugar’ o ‘edificio’. El término se le atribuye a Philip Henry
Gosse, explica Brunner (2005, p. 38), quien utilizaba la expresión vivario en su
libro (sic) A Naturalist's Rambles on the Devonshire Coast, publicado en 1885,
como vocablo intercambiable con “acuario marino”. Pero al año siguiente ya lo
sustituyó por la nueva voz en su trabajo (sic) The Aquarium: An Unveiling of the
Wonders of the Deap Sea. Siguiendo las explicaciones de Burnner, para Gosse
“acuario” constituía una palabra más fácil de pronunciar y de recordar, dejando
“vivario” para las urnas con anfibios y reptiles. Se podía llamar también aqua
vivarium, pero entendió que aquarium era la forma neutra de aquarius, además
de aportar reminiscencias latinas.
Por derivación, la ciencia o la parte de la biología que estudia los acuarios se
llamaría acuariología. Pese a ser acuñado en el siglo XIX, el término no lo
recoge la Real Academia Española, aún siendo muy utilizado en la literatura
especializada, no sólo en manuales de instrucciones y divulgación,
investigaciones como la de Pedro Arté (1958) ya lo llevaban por título a finales
de los años 50.
El concepto de “acuario” se diferencia del de “pecera” por las condiciones
ambientales. Para el primer caso estas son permanentes, controladas y
adaptadas a los organismos que van a vivir en él. Los acuarios más
sofisticados pueden albergar ecosistemas tan delicados como
un arrecife de coral, al estar dotados de sistemas de iluminación, generadores
de olas, filtros físicos, biológicos y químicos, termostatos, bombas dosificadoras
de elementos, relojes, alimentadores y un largo etcétera. Por su parte, una
pecera carece de todo ese instrumental. Es un recipiente de diferentes
tamaños, formas y materiales, construido con el fin de mantener y
observar peces y otros organismos acuáticos.
La voz acuario es de uso neutro, no así el término pecera, el cual
posee connotaciones negativas por representar una especie de tortura para los
inquilinos que les haya tocado en suerte malvivir en ella, pues la pecera típica
es una bola de cristal, abierta por arriba a través de un agujero circular, con un
fondo plano, en el que se mantiene agua y los peces de colores. Al no estar
controladas las condiciones ambientales, el agua debe ser sustituida cada
cierto tiempo por otra sin clorar para eliminar toxinas y aportar oxígeno,
respirado por los animales del interior. En estas circunstancias generalmente
solo sobreviven especies robustas, como carpas doradas (Carassius auratus).
Afortunadamente para sus pobladores, las peceras casi han desaparecido,
según Dreyer y Keppler (1996, p. 13).

Historia

El koi ha sido criado en estanques decorativos durante siglos en China y Japón.

Pese al origen latino de la palabra, el nombre no proviene de la literatura


romana, si bien es verdad que los romanos practicaban un arte similar, si
hacemos caso de los datos proporcionados por Plinio el Viejo, citado por
Bernd Brunner (2005, p. 21). El cuidado de peces en entornos cerrados o
artificiales, acuariofilia o acuicultura, es una práctica que se remonta varios
siglos antes de Cristo.
Los sumerios eran conocidos por mantener peces en estanques, antes de su
consumo. Peter W. Scott (1995, p. 6) indica que también se han encontrado
descripciones del pez sagrado Oxyrhynchus en el arte egipcio antiguo.
Para Hargrove y Hargrove (2011, p. 17) las primeras evidencias arqueológicas
sobre la tenencia de peces en recipientes con fines recreativos provienen de
esta civilización, no de la sumeria.
Scott (1995, p. 6 y 7) mantiene que costumbres similares a la acuariología se
daban en otras culturas y cita la reproducción selectiva en China de
la carpa entre el 618 al 907 d.C. Dicha reproducción derivó en los hoy
populares kois y carpas doradas. Asimismo, también Scott (1995,
p. 7) menciona la existencia de sólidas evidencias sobre el gusto de los chinos
durante la dinastía Song por los peces de colores en recipientes cerámicos
grandes con fines recreativos. Autores como Pedro Arté (1958, p. 6) indican
que no se cuenta con pruebas sobre las prácticas chinas en particular y
orientales en general, pero el autor no duda en afirmar que debieron existir y se
orientaban casi exclusivamente a especies de agua dulce. Esta práctica
perduró, de algún modo, en varios países de Asia, como Corea del Norte, tanto
es así que Kang Chol-Hwan y Chor-Hwan Kang (2002) destacaban lo muy
común de esta afición entre los niños de Pyongyang, quienes acudían a los ríos
para capturar ejemplares nuevos.

Diseño de un acuario marino hacia 1860.

El concepto de un recipiente transparente para su uso en interiores con el fin


de observar distintos tipos de animales y plantas, en muchas ocasiones
muertos, surgió aproximadamente en el siglo XVIII. Brunner (2005,
p. 9) constata la pasión de gentes acomodadas por coleccionar conchas y
animales, especialmente marinos, para disfrute de propietarios e invitados.
Nuevamente Bernd Brunner (2005, p. 17 y 18), autor de una monografía sobre
la historia de la acuariología, destaca la colección reunida por Levinus Vincent,
hacia 1706, en la que sobresalían los corales.
El biólogo Abraham Trembley conservó, en grandes cilindros de vidrio,
una hidra que capturó en los canales del jardín 'Sorgvliet', en los Países Bajos.
El fin no era estético sino científico, pues Trembley pretendía estudiar la hidra.
Pese a este logro, la ciencia impulsó pocos avances para llegar al acuario
actual. Para Brunner (2005, p. 20) el primer gran paso hacia el acuario
moderno lo trajo de nuevo el coleccionismo, pero en esta segunda etapa sería
el coleccionismo de seres vivos. Durante la primera mitad del siglo XIX, en
Gran Bretaña se puso de moda coleccionar helechos, especialmente tropicales.
Por tanto tenían que ser transportados desde su lugar de origen en buenas
condiciones de humedad. Esto solo podía lograrse llevando las plantas en
urnas estancas capaces de conservar tierra húmeda y agua en su interior. El
siguiente paso para llegar al acuario moderno consistiría en añadir más agua
que tierra. Nathaniel Bagshaw Ward propuso en 1838 conseguir algo así y en
1841 logró llenar un recipiente de agua, con plantas acuáticas y peces de
juguete. Entre las dos fechas, el zoólogo francés Félix Dujardin afirmó poseer
un acuario de agua salada. Pero fue la zoóloga marina Anna Tynne la que
logró mantener un acuario marino con corales durante varios años gracias a la
casualidad, el agua se renovaba gracias a la lluvia caída por la ventana. Una
longevidad como esa constituyó un logro sin parangón para la época y atrajo la
curiosidad de otros científicos (Brunner, 2005, p. 35 y 36).
Los primeros acuarios consistían en armazones metálicos en los que se
incrustaban los cristales, lo cual reducía la visión del interior.
Pese a que los objetos y animales más demandados para coleccionar y
admirar eran los marinos, los acuarios de agua salada tuvieron un desarrollo
mucho más lento que los de agua dulce, aún siendo los primeros en
investigarse. La razón de dicho retraso estriba en que la ciencia de la época
disponía de menos conocimientos sobre los distintos medios marinos y, por
tanto, no se sabía cómo recrearlos y especialmente cómo mantenerlos. El agua
salada era difícil de obtener y más aun de sintetizar. Además, los márgenes de
temperatura son más estrechos para estos ambientes que para los fluviales y
lacustres, y lo mismo sucede con los rangos de oxigenación. Por todo, autores
como Michael S. Paletta (2003, p. 10) afirman que los avances conseguidos en
el cuidado de acuarios marinos han sido más bien especulaciones o
adquisiciones por medio del ensayo y error, sin partir de
conocimientos ictiológicos u oceanográficos previos. Según el mismo autor, los
acuarios de agua salada vivieron su gran avance tras la Segunda Guerra
Mundial, con el desarrollo del buceo con escafandra autónoma, momento en el
que los fondos marinos tropicales pudieron ser contemplados por gran cantidad
de personas, lo que volvió a disparar su demanda y la necesidad de
indagaciones para el asesoramiento.

Beneficios de un acuario

Instalación en un centro comercial de Kaunas, Lituania. Los acuarios son un buen elemento
decorativo y arquitectónico.

El primer beneficio que aporta estos recipientes a sus dueños es el disfrute de


un ambiente acuático en su casa o en otra dependencia, misión para la que
fueron creados. Pero además se han descubierto varias ventajas asociadas al
cuidado de cualquier mascota. Hargrove y Hargrove (2011, p. 16) indica que la
fauna y la flora de un acuario son seres vivos y, por tanto, demandan cuidados
como alimento, temperatura casi constante o higiene, lo que supone un motivo
de preocupación para la persona que los posee y, por tanto, una
responsabilidad que contribuye a paliar la soledad, el sentimiento de inutilidad y
la monotonía, situación vivida por muchas personas jubiladas.nota 1 Pero, al
contrario que perros y gatos, no requieren tareas cotidianas largas, como
sacarlos a pasear cada día; tampoco hacen ruido, no producen malos olores,
ocupan poco espacio y no estropean los muebles o el suelo, salvo accidentes.
Además, siguiendo con la comparación con perros y gatos, el mantenimiento
de un acuario resulta económico en el caso de un acuario de agua dulce, aún
incluyendo el costo de los cambios de filtros de carbón activo, CO2, abono de
plantas o iluminación. Sin embargo, el acuario marino o de agua salada,
requiere un desembolso sensiblemente superior al de agua dulce.
El desembolso, prosiguen Hargrove y Hargrove (2011, p. 16), es menor que los
desembolsos para comida, champús o vacunas de gatos y perros. Bien es
verdad que la cuestión económica cambia para los acuarios de agua salada,
los cuales requieren más tecnología y más mantenimiento. Sin embargo, un
estudio, recopilado por Hal Herzog (2012, p. 120-121) y realizado por miembros
de la Universidad Queens en Belfast, demostró que las mascotas llegaban a
tener efectos negativos sobre las personas con fatiga crónica. El mismo autor
recoge otro trabajo realizado en Finlandia con 21.000 personas donde se veía
un menor consumo de tabaco y alcohol en los dueños de algún animal; pero,
prosigue Herzog (2012, p. 121), ese grupo de personas presentaba niveles de
presión arterial y colesterol superiores a quienes no cuidaban animal alguno,
entre otros perjuicios.
Un beneficio más estriba en su potencial docente. La microbióloga
Nancy Mahecha Parra (2005, p. 116) informa que poseer un ser vivo constituye
un buen medio para instruir a los niños a asumir responsabilidades, además de
aprender el amor a otras especies. En segundo lugar, son muy útiles para
explicar determinados temas de biología, en parte como las otras mascotas y
en parte no, por su vertiente acuática. Para Ramón María Nogués (1988,
p. 164) tanto un acuario como tal, como un estanque al aire libre, permite
conocer los ciclos biológicos, el comportamiento de los animales que lo habitan
o familiarizarse con la madurez del ecosistema, entre otros usos.
Con todo, los acuarios aportan también ventajas exclusivas, siguiendo a los
citados Hargrove y Hargrove (2011, p. 16). La más vistosa es su posibilidad de
ser un elemento decorativo, tanto por su luminosidad como por su función
arquitectónica.1 Debido a su forma rectangular, muchos acuarios se utilizan
para dividir visualmente una estancia o para decorar una pared. 2 Otra ventaja
de la que carecen otras mascotas es su capacidad para combatir el estrés. En
frase de Dreyer y Keppler (1996, p. 15) “ante un acuario resulta fácil relajarse”.
Esta peculiaridad los hace útiles en ambientes donde pueden vivirse
situaciones de nerviosismo. Connie Neal (2011, p. 47-48) recoge varios lugares
donde los acuarios ayudan a reducir el estrés producido, como los
restaurantes, los despachos de consultoría o los consultorios pediátricos, para
mitigar el miedo de los niños. Razón por la cual, continúa Neal, ciertos doctores
y terapeutas aconsejan colocar acuarios en salas en donde se pueda
experimentar niveles de estrés elevados.
FabricacióN
Los acuarios poseen por lo menos una cara transparente construida
en vidrio, polimetilmetacrilato o poliéster, siendo la primera la solución más
corriente,nota 2 Pese a todo, y como afirman Hargrove y Hargrove (2011, p. 29 y
siguientes), cada material cuenta con ventajas y desventajas. Es el uso y los
fines del acuario lo que determinará el más idóneo.

Tanque de belugas en el acuario de Atlanta, Georgia, con un solo lado transparente de material
plástico.

Hasta la década de los 70, la mayoría de los acuarios de vidrio se


ensamblaban en el referido armazón metálico, pero posteriormente se fue
introduciendo la silicona para realizar las uniones. En principio se impuso la de
tipo acético, sin aditivos como el antimoho u otros, y en especial de color negro
para evitar la decoloración, ennegrecimiento o crecimiento de algas, que con el
tiempo terminan siempre apareciendo. Posteriormente, y con el
perfeccionamiento de las siliconas, la elección de tal o cual tipo ha terminado
siendo más bien cuestión de modas, como apuntan Dreyer y Keppler (1996,
p. 10). Pese a la introducción de pegamentos lo suficientemente potentes, los
marcos de metal o plástico no han desaparecido y se pueden encontrar
acuarios de cristal, otros embutidos en bastidores metálicos y acuarios con
refuerzo mixto, donde solo la base y la parte alta cuentan con un marco
independiente. La decisión de un modelo u otro depende de la presión que
deban soportar, su emplazamiento o su empleo. Según Dreyer y Keppler
(1996, p. 11), un refuerzo metálico superior con travesaño perpendicular se
hace indispensable a partir de un metro de largo.
Los cristales deben tener un grosor proporcional a la presión que deberán
resistir. Así, la parte baja puede ser más ancha que la superior, para cubetas
muy altas, ya que de otra forma no soportaría la fuerza generada por la
columna de agua. Por tanto, cuanto más alto es un acuario más compleja será
su construcción. Algo parecido podría decirse de su anchura, pues a más
anchura mayor volumen de agua deberá retener. Expertos como los
citados Dreyer y Keppler (1996, p. 11) indican como ideal el acuario más ancho
que alto. Sin embargo, esta no es la tendencia de la industria, la cual suele
fabricar cubetas más altas que anchas, apuntan los autores.
Otro apartado importante que los fabricantes planifican con antelación es el tipo
de filtro, interno o externo. Es decir, si se alojará en el interior de la urna,
separado por las paredes que se estimen oportunas, o residirá en un recipiente
aparte. Como se verá en su apartado correspondiente, cada sistema tiene sus
ventajas y desventajas.
Por último, la tapa resulta una pieza de gran utilidad porque suele alojar el
sistema de iluminación que a su vez permitirá la fotosíntesis de la flora en caso
de haberla, regulará los ciclos vitales de la posible fauna y permitirá admirar el
conjunto. Además, la tapa puede alojar varias herramientas para la limpieza de
cristales, extracción de residuos e incluso albergar una lámpara de rayos
ultravioleta, muy efectiva contra las algas y varias enfermedades de la fauna.
Pese a ello, puede ser un elemento contraproducente cuando lo que se busca
es que las plantas crezcan libremente sin límite de altura, apuntan Dreyer y
Keppler (1996, p. 23).

Tipos
Las tipologías de acuarios son muy variadas según el concepto empleado para
realizar la clasificación. Así, pueden ser privados o públicos, industriales o
fabricados a medida, poliédricos o rectangulares, etc. A continuación se utiliza
tres criterios empleados por autores como Hargrove y Hargrove
(2011), Paletta (2003) o Dreyer y Keppler (1996) para realizar otras tantas
clasificaciones.
Según la salinidad

Un acuario marino de arrecife.

Tomando como elemento diferenciador la concentración de sal en el agua, en


concreto la de sales minerales, puede haber dos o tres tipos, según el autor
consultado. Como se verá seguidamente, algunos expertos realizan solo dos
clasificaciones, mientras que otros subdividen las respectivas clases en
muchas más; por lo tanto, los tres tipos descritos a continuación no deben
tomarse como consensuados, y mucho menos unánimes:

 Acuarios de agua dulce: poseen una concentración de sales inferior al <


0,5 % y tratan de simular un ambiente lacustre o fluvial. Para Hargrove y
Hargrove (2011, p. 18 y 19) este tipo se podría subdividir a su vez en
acuarios de agua dulce tropical y los de agua dulce fría. Para
Peter Scott (1995, p. 110 a 54 y siguientes) se podrían subdividir a su vez
en acuarios amazónicos, zaireños,nota 3 del sureste asiático, de Papúa
Nueva Guinea, etc.
 Acuarios de agua salada: los que cuentan con una concentración salina
entre 0,5 % y 3,8 %. En ellos se recrea un ambiente
de arrecife, costero u oceánico. Han demostrado ser los más difíciles de
mantener y estabilizar por las peculiaridades del agua salada.
Para Paletta et al. (1999, p. 19) o Hargrove y Hargrove (2011, p. 20) todos
son acuarios marinos, pese a reconocer ciertas diferencias, punto de vista
no compartido por Scott (1995, p. 130 a 146), quien sí los trata de forma
distinta.
 Acuarios de agua salobre: simulan los ambientes intermedios en cuanto a
concentración salina, como por ejemplo albuferas o estuarios, con
concentraciones salinas comprendidas entre 0,5 %-5 %. Existe cierta
discrepancia entre los autores acerca de si son o no un tipo diferente de los
anteriores. Paletta (2003, p. 42) no los trata como un tipo lo suficientemente
diferenciado, no así Hargrove y Hargrove (2011, p. 20) y menos
aun Scott (1995, p. 110 a 122), quien distingue incluso aguas salobres del
Sureste asiático, África o América Central.
Según su finalidad
Los recipientes, el tamaño y los elementos necesarios para mantener un
acuario pueden variar dependiendo del objetivo que deba conseguir; por esta
razón, expertos como Scott (1995, p. 130 y siguientes) hacen distinciones entre
unas instalaciones y otras. Es posible encontrar los siguientes tipos:

 Acuarios comunitarios: donde viven peces y plantas de diversas especies,


independientemente de su lugar de origen, pero agrupados por
características ambientales parecidas.
 Acuarios de especie individual o específicos: contienen una determinada
especie de pez, crustáceo o planta.
 Acuarios de biotipo: denominados así porque reúnen peces y plantas que
pertenecen a un mismo hábitat y solo los que pertenecen a él. Se crean con
el fin de recrear un determinado ambiente.
 Acuarios plantados, también llamados acuarios holandeses: constituyen un
tipo especial de acuario que tiene su origen en los años 70 y son poblados
principal o únicamente por plantas. Resultan algo más difíciles de
mantener, al no existir animales que produzcan abono natural para la flora.
Son especialmente adecuados para el “paisajismo acuático”, actividad que
consiste en crear paisajes sumergidos, alternando plantas de distintas
alturas, según Dreyer y Keppler (1996).
 Acuarios de reproducción: son los más orientados a la producción industrial
por imitar las condiciones ambientales ideales de una o pocas especies,
con el fin de facilitar su reproducción.
 Acuarios de cría: su misión es proporcionar las mejores condiciones para
las crías nacidas en los acuarios de reproducción y permitir el crecimiento
rápido y sano de una sola especie, ya sea por motivos de selección de raza
o con fines comerciales.
Según la temperatura del agua
La temperatura marca el ritmo biológico de los seres vivos que habitan en ella,
especialmente de los peces por su condición de animales con temperatura
corporal variable. Por este motivo, autores como Hargrove y Hargrove (2011,
p. 18 y 19) dividen las instalaciones de agua dulce en dos tipos. Por una parte,
los acuarios de agua fría, donde la temperatura oscila entre 18 y 22 °C
aproximadamente, por lo que van dotados de una resistencia eléctrica para
impedir un descenso por debajo de los 15 °C. Se utilizan sobre todo para
albergar peces exóticos resistentes. Después estarían los más comunes
acuarios tropicales, en los cuales el agua oscila entre 23 y 28 °C
aproximadamente, gracias al mencionado uso de resistencias eléctricas
reguladas por termostatos.
Los ecosistemas de agua salada domésticos serían todos tropicales, pero los
públicos pueden llegar casi a los 0 grados para permitir la vida de aves y
mamíferos provenientes de la Antártida o del océano Ártico.
Por último, estarían las peceras, descritas en el apartado de etimología. Son
relativamente fáciles y económicas de mantener, pues están desprovistas de
climatización y normalmente también de filtración. La temperatura varía según
las estaciones y suelen albergar carpas doradas, aunque estas necesitan
cuarenta litros por pez y mucho oxígeno. Las peceras tienen la superficie de
intercambio de gases muy pequeña, por lo que los animales pueden morir
asfixiados. Han aparecido peceras esféricas dotadas de filtro y calentador.
Pese a ello siguen sin ser adecuadas, pues los cristales curvos deforman la
imagen, dañando la visión de los pobladores. Además, se ha demostrado que
los peces se orientan principalmente por las vibraciones del agua, y los
recipientes esféricos siempre las devuelven distorsionadas, angustiando a los
animales. Según Dreyer y Keppler (1996, p. 13) quedan muy pocas.

Partes de un acuario
Existe una creencia errónea según la cual un acuario es la cubeta donde se
aloja el agua, cuando no es así. Sin todos los apartados detallados a
continuación eso sería una pecera con forma cuadrada. El orden seguido a
continuación es también el de montaje para un acuario doméstico, según
indicaciones de Dreyer y Keppler (1996, p. 18).
Cubeta

Dibujo de una cubeta simple. Cinco cristales unidos por silicona.

La cubeta suele componerse de cinco cristales, pero existen acuarios con


menos o con más. Según el esquema más básico, el vidrio de mayor tamaño
hará de suelo y los demás se montan encima. Existen muchas formas de
acuarios según tengan esquinas curvas, poliédricas o sean cilíndricos, 2 por
citar algunas alternativas, pero lo más normal es el de forma rectangular, con
caras iguales dos a dos.
El volumen de la cubeta puede ser muy diverso. Cuanto más volumen de agua
más fácilmente se consigue la estabilidad del ecosistema, porque los cambios
de temperatura son más progresivos y los posibles contaminantes se diluyen
en más litros. Por razones como estas Hargreaves (2002, p. 20), Hargrove y
Hargrove (2011, p. 9) se decantan por las cubetas de mayor tamaño frente a
las más pequeñas.
Aunque no forman parte de la cubeta físicamente, también se pueden ir con
ella las paredes para contener en el interior las distintas etapas del filtro, la
bomba y el termostato, es decir, el ya mencionado filtro interno. En segundo,
lugar algunos modelos están dotados de una base que puede amortiguar
ciertos golpes y proteger la urna con un reborde resistente. Por último, suelen
venir equipadas con una cubierta. Esta suele ser desmontable o, por lo menos,
abatible una parte, como muestran Paletta et al. (1999, p. 31). Esta sección
móvil o extraíble permite acceder al interior e introducir comida, limpiadores o
manguillas. En él suele ir alojado el sistema de iluminación y puede reservar un
espacio para guardar las herramientas mencionadas o la lámpara de rayos
ultravioleta. Algunos fabricantes crean cubiertas dotadas de un reborde robusto
que contribuye a reforzar el conjunto en su parte alta. 3 Pero en ocasiones este
suplemento puede ser contraproducente si llega a impedir a las plantas crecer
por encima del agua para florecer. El filtro interno, la base y la cubierta
estrictamente no forman parte de la cubeta, pero en muchas ocasiones resultan
inseparables en la práctica y se venden como un solo producto.3
Como se ha indicado, cinco cristales suele ser lo normal, pero existen muchos
acuarios que solo cuentan con uno, la cara visible, pues el resto son paredes
de hormigón u otros materiales muy resistentes a la presión.1 Es el caso de los
grandes acuarios públicos. De la misma forma, en ocasiones pueden
contemplarse cubetas poligonales y acuarios metálicos alojados en
contenedores, donde parte de una o más caras se han sustituido por sendos
cristales, pero las paredes en sí son metálicas.
Biotopo

El biotopo pude ser de grava o de piedras, mejor que de arena, como en este acuario egipcio.

El biotopo se consigue cubriendo el suelo con algunos centímetros


de grava fina. Dicha grava permite la fijación de las plantas y la colocación de
huevas por ciertas especies. A esta base se le pueden añadir todo tipo de
objetos decorativos y raíces tropicales que decoren el acuario, proporcionen
escondite a los animales y contribuyan a mejorar las condiciones del agua. Por
tanto, el biotopo cumple una triple función: por una parte aporta un fondo
natural a los animales para desovar o esconderse. De la misma forma y según
indican Dreyer y Keppler (1996, p. 14), en él pueden ocultarse algunos
elementos, caso de los calentadores de fondo. Por último, permite la
proliferación de plantas, las cuales contribuirán a oxigenar el agua, reducir las
algas y realizar las primeras descomposiciones de deshecho y excrementos
producidos por la fauna y la flora, entre otros ciclos biológicos.
Además de una función pasiva, el biotopo puede disolver sales en el agua,
consiguiendo las condiciones demandadas por las especies que vivirán en ella;
sería el caso de las arenas coralinas para los acuarios de arrecife. Por contra,
el biotopo puede ser perjudicial para las instalaciones de agua dulce si contiene
sustancias calizas o nocivas. Asimismo, Boruchowitz (2001, p. 125), Hargrove y
Hargrove (2011, p. 49) insisten en el empleo de grava y no arena, pues esta
última dificulta las tareas de mantenimiento, se comprime con los días y evita
que las raíces de las plantas se desarrollen. Además, con los movimientos para
la limpieza del fondo, tiende a mantenerse en suspensión, lo que confiere al
agua un aspecto turbio bastante desagradable.
Autores como Boruchowitz (2001, p. 32 y 33), Dreyer y Keppler (1996,
p. 14) advierten sobre los peligros de introducir elementos en el acuario sin los
cuidados previos. Un ejemplo sería la utilización de productos químicos sin
control, como algunos tipos de pinturas, o el incorporar al biotopo gravas o
incluso arenas sin lavar previamente y de procedencia desconocida; es decir,
las no adquiridas en comercios del ramo.
Decoración

Acuario casero con diferentes objetos decorativos.

En principio, los elementos decorativos podrían considerarse parte del biotopo,


pero se los detalla por separado porque Scott (1995), Hargrove y Hargrove
(2011) o Dreyer y Keppler (1996), entre otros, les dedican un subapartado
propio e, incluso, un apartado. Como en el caso del biotopo, la decoración
cumple una doble función. Por una parte sirve para crear ambientes y dar
vistosidad al conjunto. Por otra, realiza una labor fundamental al proporcionar
escondites para ciertas especies, como la locha payaso, por ejemplo, y cobijo
para la puesta y protección de sus huevos. Por estos motivos, en la decoración
pueden emplearse piedras, cocos cortados por la mitad, floreros de cristal,
troncos, las ya mencionadas raíces tropicales, etc.
No existe consenso sobre qué tipo de ornamentación es la idónea. Hargrove y
Hargrove (2011, p. 49) indican que se pueden utilizar elementos plásticos como
buceadores o cofres del tesoro. Scott (1995, p. 10 y siguientes) por su parte da
cierta preferencia a los materiales naturales o de apariencia natural,
como guijarros, raíces de turbera, rocas o arena, esta última con las
advertencias ya mencionadas. En el caso de las raíces tropicales o de turbera,
su función es tanto decorativa como de biotopo, por lo que todas las
indicaciones referentes a aquellas las aplica también a estas, en especial su
limpieza previa, incluido el hervido para liberarlas de posibles taninos que
pudieran enturbiar el agua.
Otros elementos ornamentales, en este caso exteriores, pueden ser el póster
con un paisaje acuático, con el fin de aumentar el efecto de profundidad, y el
enmascaramiento del cristal trasero con una decoración de poliéster en forma
de resinas o arena.
Roca viva es también un elemento decorativo importante del acuario marino,
especialmente por los colores de las algas coralinas incrustantes. A menudo se
utiliza para construir estructuras en el acuario, con el fin de proporcionar una
escena interesante, y dotar de refugio a sus habitantes.
Agua

Acuario de arrecife perteneciente al Sea World de Queensland, Australia.

Dreyer y Keppler (1996, p. 26) indican que un tema candente siempre será el
agua por ser el ambiente donde se desarrollará la vida en general, pese a
existir acuarios parcialmente inundados. Es necesario que sea lo más similar a
la del hábitat natural que trate de imitarse; si no se logra esta imitación, la
supervivencia y buena salud de la fauna y flora correrá peligro. Se ha llegado al
extremo de importar agua del propio mar. Existían acuarios de interior, como el
de Chicago, abastecidos directamente desde Florida,
según MobileReference (2007). Por supuesto, un dispendio económico como el
referido está reservado solo a personas, físicas o jurídicas, con grandes
recursos. Resulta mucho más común emplear agua del sistema público, pero
convenientemente tratada para eliminar el cloro y los metales pesados que
pudiese contener, además de añadirle sales para los ambientes costeros y de
arrecife.
Aun eliminando los elementos perjudiciales para sus habitantes, el agua
corriente cambia su composición si se obtiene de la cabecera o de la
desembocadura de ríos y lagos; por este motivo cada tipo de agua necesita un
tratamiento propio. Se distingue tres tipos: aguas blandas, con un contenido
muy escaso de sólidos disueltos; aguas ácidas, con un pH bajo y, por
último, aguas duras, las que requieren un aporte de sales especiales o de
piedras calizas para dotarlas de una disolución parecida a la existente en
ambientes como el lago Malaui. Si el agua del sistema público es muy dura,
caso de algunas regiones costeras, Hargrove y Hargrove (2011, p. 196) indican
que se puede añadir agua de lluvia, destilarla por un sistema de ósmosis o
añadir turba como una masa filtrante más. Para el caso de aguas muy básicas,
el remedio es más fácil, comentan los autores, por estar disponibles en los
comercios del ramo diversos productos acidulantes, como pastillas de CO2.
Asimismo, si lo que se necesita es aumentar la dureza la solución aportada
por Hargrove y Hargrove (2011, p. 196) es añadir bicarbonato sódico.
El planteamiento previo, en cuanto a sales y tratamiento, es muy distinto
cuando el objetivo es recrear un arrecife de coral u otros ambientes oceánicos.
Los peces de agua salada necesitan un suplemento de sal, preferentemente
añadido a un agua correctamente depurada por ósmosis u otro mecanismo.
Debido a la naturaleza del agua salada, su mayor capacidad de corrosión y una
densidad diferente, los sistemas y tratamientos requieren más atención y los
resultados obtenidos con ellos son más inciertos, indican Vincent
B. Hargreaves (2002) y Michael S. Paletta (2003).
Como se mencionó en Tipos de Acuarios, se discute si deben diferenciarse las
aguas salobres o no. Expertos como Paletta (2003, p. 42) no los tratan como si
fueran un ambiente especialmente diferente, pero autores comoHargrove y
Hargrove (2011) sí lo hacen, destaca Scott (1995, p. 110 a 122), quien los
subdivide a su vez en acuarios salobres del sureste asiático, del Índico
africano o de América Central.
Independientemente de cual sea el agua necesaria, si esta procede del sistema
público lo más normal es que haya sido clorada para potabilizarla; además, es
probable que contenga metales pesados, venenosos para la fauna. Debido a la
existencia de dichos componentes se han desarrollado técnicas y compuestos
para expulsarlos. La más sencilla de todas quizá sea mantener el líquido en un
recipiente abierto durante 48 horas, tiempo mínimo necesario para expulsar el
cloro, aunque también la industria comercializa productos decloradores. En el
caso de los metales pesados, se pueden eliminar con masas añadidas al filtro,
como el carbón activo. Dreyer y Keppler (1996, p. 47) advierten de un
fenómeno que se produce al introducir el carbón activo junto a la turba y es la
neutralización de uno por el otro y viceversa, con lo cual se vuelven inútiles.
Accesorios
Aunque es posible conservar algunas especies durante un cierto tiempo en el
agua sin ninguna ayuda tecnológica, su esperanza de vida será corta, salvo
que se haya conseguido un ecosistema muy estable. Por esa razón se requiere
de aparatos externos que creen las condiciones de luz, temperatura y
salubridad propias de los seres vivos que viven en él, en lugar de conformarse
con las existentes en el ambiente.
En opinión de David Boruchowitz (2001, p. 26) o Vincent Hargreaves (2002),
una de las diferencias entre un acuario exitoso de uno fracasado son los
accesorios que lo mantienen. Así, Boruchowitz (2001, p. 26) escribe: “cuando
se mira dentro de un acuario encontraremos una enorme cantidad de
tecnología”. Hargreaves (2002) es más explícito al afirmar que construir y
mantener un arrecife de coral doméstico sólo fue posible con la mejora
tecnológica de los sistemas que lo mantienen.
Sistema de filtración en un acuario típico:
(1) Entrada.
(2) Filtración mecánica.
(3) Filtración de carbono activo.
(4) Medio de filtración biológica.
(5) Salida al acuario.

Los accesorios básicos para evitar la muerte prematura de la fauna y la flora se


muestran en la imagen.
Filtro
Es vital mantener el agua circulando sin interrupciones, limpia de impurezas y
biológicamente depurada. Para hacer esto los filtros llevan a cabo tres tipos de
tareas: una filtración mecánica con elementos como el perlón o los filtros
cerámicos; una filtración biológica gracias a los microorganismos que terminan
apareciendo en el agua tras unos quince o veinte días y, por último, una
filtración química para neutralizar los metales pesados y, en menor medida, el
cloro.
Existen tres tipos de filtros: interno, externo cerrado y externo abierto, como
muestra Scott (1995, p. 159). Resumiendo las conclusiones de Dreyer y
Keppler (1996, p. 46), el primero es menos molesto, pero más complicado de
manipular y limpiar. Los segundos son más manejables, pero a cambio
suponen un objeto añadido a la cubeta o colocado en el suelo con los tubos por
el exterior.
Independientemente del tipo de filtro, todos deberían llevar elementos filtrantes
parecidos. Dreyer y Keppler (1996, p. 46) dividen los distintos materiales del
filtro en tres tipos, enumerados según los atraviesa el flujo de agua: masa para
partículas grandes que retenga la mayoría de las partículas y albergue
considerable cantidades de bacterias, como el citado perlón de poro fino. A
continuación, la masa para largo plazo, como los anillos cerámicos, la lava o la
espuma con poro de uno a dos milímetros. Por último, estarían las masas
especiales de filtración, el ya citado carbón activo y la turba, que no
necesariamente deben incluirse permanentemente. Ya se ha indicado que
ambas masas son incompatibles, porque realizan funciones opuestas.
El filtro es el principal contribuyente al mantenimiento del acuario, pero también
él demanda mantenimiento, en especial limpieza. Las discrepancias surgen
cuando se cuantifican los tiempos y la intensidad de dicha limpieza. Dreyer y
Keppler (1996, p. 45 y siguientes) recogen la polémica existente entre
defensores de la filtración mecánica frente a los de la biológica y viceversa, ya
que una es opuesta a la otra; es decir, cuanto más limpio está un filtro mejor
depura mecánicamente, pero contiene menos bacterias para la filtración
biológica. De la misma forma, cuantas más bacterias habitan en las masas
filtrantes más taponadas están y peor depuran mecánicamente. Los filtros
químicos, como la turba o el carbón activo, son necesarios cuando las
circunstancias los demandan, pudiendo retirarse tras normalizar la situación.
Dichos autores recomiendan limpiar las dos primeras masas filtrantes, la de
partículas grandes y la de largo plazo, con el agua del mismo acuario. Sin
embargo, resulta inútil limpiar la turba y el carbón activo, pues, por su carácter
químico, se agotan con el tiempo y deben ser sustituidos por otros. Los
nombrados Dreyer y Keppler (1996, p. 47) advierten de lo nocivo que resulta
cambiar o limpiar todas las partes de un filtro al mismo tiempo, porque se
termina con la colonia de bacterias y la filtración biológica subsiguientemente.
Del mismo modo, vaciar un acuario casi totalmente y reemplazarse con agua
nueva puede ser mortal para la fauna y la flora, aun siendo agua declorada y
sin elementos nocivos, al permanecer durante días sin la imprescindible acción
biológica.
Pese a no realizar ninguna función de filtrado, la bomba resulta esencial e
inseparable de cualquier filtro, independientemente del tipo que sea. Esta
máquina desempeña la fundamental misión de hacer circular toda la masa
líquida de la instalación por las etapas filtrantes para que toda ella sea
depurada por los dos o tres métodos, mecánico, biológico y químico, este
último si la situación lo requiere. En la naturaleza, el cambio de agua es
constante, cosa que no sucede dentro de un acuario. El hecho de permanecer
la bomba funcionando día y noche intenta imitar la renovación natural de
líquido que se vive dentro de ríos y lagos, de la misma forma que la iluminación
y el calentador imitan la luz y la temperatura de los ambientes tropicales.
Iluminación
La iluminación cumple tres funciones esenciales. Por una parte permite
contemplar el acuario independientemente del momento y de la ubicación
donde se haya instalado. En segundo lugar, dota a los seres vivos de un ritmo
parecido al natural por su ciclo apagado-encendido. Por último, permite
la fotosíntesis de las plantas, su crecimiento y también el de los peces.

Acuario iluminado con lámpara HQL. Esta luz permite alejar el foco de la flora y prescindir de la tapa.
El método aparentemente más idóneo para iluminar una cubeta y primero en
emplearse fue la luz del Sol, pero contaba con numerosos inconvenientes:
hacía crecer las algas por la falta de control sobre la intensidad, mostraba
colores menos apagados en peces y plantas, variaba mucho la temperatura
entre noche y día, etc. Sería sustituida por tubos fluorescentes de tipo “luz de
día” o equivalente, cuando esa tecnología estuvo disponible.
Sin embargo, cuando dichas luces comenzaron a diversificarse, se comprobó
que no todas eran válidas. Así, la “luz blanca” y la “luz de bajo espectro”
producían un sobrecrecimiento de algas; y mucho peores eran las luces UV e
infrarrojas, pese a que las primeras pueden ser necesarias para la cría de
tortugas, como explica Wilke (2010, p. 42). La cantidad de luz precisa se
obtiene al relacionar vatios y litros. El ratio adecuado para los acuarios de agua
dulce es de 0,4, y de 0,6 para los de agua salada. Por ejemplo, para un acuario
de sesenta litros se necesitaría una lámpara de 24 W. Estos cálculos son
válidos si las lámparas poseen un cociente de lúmenes igual o superior a 90;
dicho cociente se obtiene de dividir los lúmenes, información proporcionada por
el fabricante, entre los vatios, impresos en la propia lámpara y su embalaje.
Como se ha indicado, la luz también cumple la función de simular la noche y el
día. Como el resto de los componentes, la luz contribuye a crear un ambiente lo
más parecido al natural, que suele ser el trópico. En esas latitudes la duración
del día y la noche es similar, por lo cual la duración de la iluminación artificial
deberá oscilar entre 10 a 12 horas por día, según comentan Dreyer y Keppler
(1996, p. 48) el margen es debido a la hora de amanecer y de anochecer, las
cuales pueden incluirse o no. Esta tarea se puede automatizar con cierta
facilidad y bajo costo empleando un temporizador.

Las lámparas led aportan estética y reducen costes de consumo.

Está el caso especial de los acuarios plantados, donde la flora requiere y


consume gran cantidad de luz. Para ellos existen las llamadas lámparas
fluorescentes hortícolas y las HQL (mercurio de alta presión). En principio, los
fluorescentes aportan una luz menos puntual que las HQL y producen menos
calor, lo que perturba menos las variaciones de temperatura en el agua. Por
contra se deben instalar en cajas, encima del acuario, impidiendo a las plantas
sobresalir del agua, cosa que no sucede con las HQL, según explican Dreyer y
Keppler (1996, p. 49). En la actualidad, se está popularizando el uso de
lámparas LED para iluminar un acuario plantado. La razón fundamental es el
consumo más eficiente (aproximadamente se reduce a la mitad) sin perder
potencia en lúmenes junto con una reducción de costes que ha ido
experimentando esta tecnología. Es de destacar que también aportan a la
estética de la instalación, dado que ocupan menos lugar y se puede optar por
diferentes tipos de diseños.
Climatización[editar]
Acuario con calefactor de tubo a la izquierda.

Para recrear la temperatura del agua tropical se necesitan calefactores


compuestos de una resistencia calentadora y de un termostato. En las aguas
tropicales la temperatura suele variar en un rango comprendido entre los 21-
27 °C. Para los peces de agua fría, el procedimiento puede ser inverso, al
precisar un sistema de refrigeración. En los acuarios públicos la situación es
muy diferente, pues algunas veces requieren una temperatura del agua unos
pocos grados sobre cero, caso de las instalaciones para pingüinos o mamíferos
árticos. Pero, salvo estas excepciones, el calefactor es imprescindible en todos
los acuarios, tanto públicos como privados.
Para mantener la temperatura del agua en niveles tropicales se han
desarrollados distintos modelos. Dreyer y Keppler (1996, p. 56) los dividen en:
calefactores de fondo, con una resistencia en forma de serpentín instalada bajo
la grava del acuario, calefactores de tubo, alargados y estrechos con la
resistencia en el interior, y termofiltros, instalados en la salida del filtro con el fin
de producir una corriente cálida, los más avanzados técnicamente.
Independientemente de cual sea el tipo instalado, todos deben tener una
potencia calorífica directamente proporcional al volumen de agua que deben
calentar. Dicha potencia no debe ser inferior a los 0,5 ni superior al vatio por
litro. La horquilla de temperaturas se debe al calor aportado por la sala donde
se ubicará el recipiente, dependiendo de si cuenta con calefacción o no el
calentador deberá ser más o menos potente. Por supuesto, en regiones
tropicales son innecesarios, salvo en estancias con aire acondicionado.
Expertos como Dreyer y Keppler (1996, p. 56) advierten del riesgo que
suponen para los peces los calefactores defectuosos o mal regulados. Un
dispositivo así puede calentar en exceso el agua para después dejarla enfriar
demasiado. Las variaciones considerables de temperatura generan molestias a
los animales y facilitan la proliferación de bacterias que atacan a muchos peces
con enfermedades como el punto blanco. Por último, un calentador defectuoso
supone un riesgo para toda la instalación por ser fuente de posibles accidentes
eléctricos.
Suministro de gases
Los suministradores de gases pueden ser de dos tipos: inyector de aire y de
CO2.
El inyector de aire permite la respiración de los peces al oxigenar el agua por
medio de una cortina de burbujas. En el mercado existen varios sistemas, caso
de la bomba de diafragma o el re-circulador tipo Venturi. Todos cumplen las
misiones de oxigenar, oxidar de los nitritos producidos por la fauna y
convertirlos en nitratos, menos nocivos. Debido a las diferentes formas y
tamaños de cortinas, estas pueden cumplir también una labor
ornamental. Boruchowitz (2001, p. 26) afirma que mucha gente no puede
imaginar un acuario sin burbujas.
Los suministros de anhídrido carbónico, por su parte, carecen de misión
decorativa. Su función es diluir ese gas en el agua para que las plantas se
alimenten y crezcan. Según Dreyer y Keppler (1996, p. 51) la industria continúa
empeñada en fabricar filtros que quiten el CO2, cuando se sabe desde hace
años que dicho gas resulta de vital importancia para un acuario estable. La
cantidad recomendada oscila entre las veinte y las treinta partes por
millón (ppm).
Los cuidados demandados por un inyector de aire y por uno de CO 2 son muy
diferentes. El primero necesita poca o ninguna revisión y se suele colocar entre
la grava del fondo para oxigenar más cantidad de agua, aunque puede
ubicarse junto a una pared. El segundo es casi opuesto, pues debe ser
instalado en la parte alta de la cubeta, junto al chorro de agua que sale del
filtro. Esto es debido al mayor peso del anhídrido carbónico que lo hace
descender en lugar de ascender, además de la necesidad de ser esparcido por
toda la masa de agua. Del mismo modo su mantenimiento es más complejo.
Requiere de revisiones periódicas realizadas por profesionales, debido a que
dicho gas es confinado a gran presión y siempre correrá cierto riesgo de
explotar.
Lámpara ultravioleta
La lámpara de rayos ultravioleta o UV es un componente accesorio en los
acuarios para peces o los acuarios plantados, es decir, se puede lograr la
necesaria estabilización sin ella. Sin embargo, como informa
Hartmut Wilke (2010, p. 42), resulta esencial cuando se trata de criar tortugas,
al necesitar esa luz para el correcto crecimiento de su caparazón.
En el caso de los ecosistemas con plantas y peces, la lámpara viene dentro de
un recipiente opaco, por el que se hace pasar el agua salida del filtro, ya que
los UV son peligrosos para todos los seres vivos. En este caso su función es
doble: por una parte esterilizar el acuario de buena parte o todos
los microorganismos que pueden atacar a la flota y a la fauna. Por otra, mata
las algas que pueden colonizar todo el ecosistema y ahogar al resto de la flora,
al conseguir apoderarse de casi toda la luz e impedir la fotosíntesis a cualquier
organismo que no sean ellas.
Como indica Wilke, los rayos UV son peligrosos y en caso de que las lámparas
no están contenidas en una funda opaca resulta imprescindible dosificar el
tiempo que permanecen encendidas. Si cuentan con dicha funda, es
imprescindible vincular la lámpara a la bomba del filtro para que toda el agua
reciba la correspondiente radiación.
Flora
Las plantas son de gran importancia; incluso existen acuarios poblados solo por ellas: se denominan
acuarios holandeses.

Las numerosas especies de plantas aptas para acuarios de agua dulce


hogareños se suelen comercializar en las tiendas de acuarismo. Estas son
cultivadas en invernaderos tropicales y en ocasiones colectadas de la
naturaleza. La mayor parte de la floranota 4 utilizada en acuarios pueden vivir
totalmente sumergida, semisumergida o incluso fuera del agua. Por lo general,
son seres vivos oriundos de pantanos, por lo que se adaptan a los tres
ambientes. Dreyer y Keppler (1996, p. 64 y 65) relatan la visita a un criadero
donde la mayoría de los ejemplares estaban sobre tierra sin inundar.
Al igual que sucede con la decoración, las plantas pueden trasportar plagas,
por lo que autores como Dreyer y Keppler (1996) recomiendan lavarlas, al igual
que se indicó con las distintas partes del biotopo. Incluso pueden sumergirse
unos minutos en una solución desinfectante, como permanganato de potasio, o
en una solución de 5 % de hipoclorito de sodio (lavandina o lejía), para
eliminar caracoles, hidras y otros huéspedes.
No todas las plantas se muestran igual de tolerantes con las condiciones
ambientales, de una forma similar a como les sucede a los peces. Algunas de
las más robustas son: Ceratophyllum demersum, Hygrophila
polysperma, Echinodorus amazonicus, Echinodorus horizontalis, Sagittaria
subulata o Microsorum pteropus. Sin embargo, existen otras muy exigentes con
las condiciones donde viven, como pueden ser Cabomba furcata, Alternanthera
reineckii, Hemianthus callitrichoides Cuba, y Aponogeton madagascariensis. La
mayoría de estas son plantas de color rojo que requieren mayor cantidad de
luz, especialmente de mercurio halogenado (HQL).
Las plantas, además de cumplir una función decorativa, producen oxígeno por
medio de la fotosíntesis, aunque por la noche lo reducen con su respiración.
Este último comportamiento hace necesario el oxigenador antes mencionado o,
en último caso, algún aparato que remueva la parte superior del agua para
oxigenarla por ósmosis al contacto con el aire.
Las plantas artificiales, por contra, constituyen otra opción, pero también
pueden llegar a ser un problema, según Hargrove y Hargrove (2011, p. 52). Las
fabricadas con plástico se recubren muy rápidamente de algas y pueden
generar una cepa resistente a los alguicidas. En ese caso la única solución es
sacar el objeto con la cepa y destruirlo. A pesar de todo, contando con un filtro
de suficiente potencia, sí es posible dar cabida a este tipo de adornos, ya que
no se pudren y una vez instalados pueden presentar un aspecto prácticamente
natural. Un ejemplar artificial, no obstante, nunca podrá ejercer las importantes
funciones biológicas relacionadas con el ciclo del nitrógeno (vid infra), por lo
que siempre será una opción mucho menos deseable que las naturales.
Para acuarios de agua salada se pueden encontrar varias especies de algas
marinas en el mercado, como las del género Caulerpa.
Fauna

Pterygoplichthys sp., buen aliado contra las algas.

En opinión de David Boruchowitz (2001, p. 26) el apartado de la fauna es el


que primero se debe aprender para lograr que los distintos ejemplares
sobrevivan, especialmente los marinos. El autor reconoce que se puede
introducir cualquier tipo de pez para observar su reacción, como hacían los ya
citados Kang Chol-Hwan y Chor-Hwan Kang (2002, p. 41), pero esto reducirá
sus posibilidades de supervivencia. Por su parte, Gregory Skomal (1997,
p. 5) hace hincapié en la necesidad de adquirir un conocimiento general de los
peces, de su anatomía y biología, así como de sus hábitos reproductores.
Un acuario doméstico se destina principalmente a los peces; por esta razón,
todos los expertos consultados les dedican un espacio propio,
incluido Brunner (2005, p. 21 y siguientes).nota 5 Pese a ello, estas instalaciones
también pueden albergar igualmente
algunos invertebrados como gasterópodos o moluscos, camarones, pequeños
crustáceos y reptiles, en especial tortugas. No se ha encontrado ninguna
referencia sobre los anfibios más allá de menciones esporádicas.nota 6
Aunque algunas especies se reproducen muy mal en cautividad, otras, en
cambio, pueden hacerlo fácilmente y llegar a sobrepoblar el acuario. Un pez
por cada 5 L es el máximo. Así, un acuario de 100 L puede albergar unos 20
peces medianos, como Trichogaster leerii, o unos 40 pequeños, como los
pertenecientes a la familia de los danios, como el pez cebra.
Los peces no sólo desempeñan una función estética: resultan un sujeto de vital
importancia para la estabilidad del ecosistema. Especies
como Corydoras o Ancistrus son de gran utilidad para controlar o exterminar las
plagas de caracoles traídas por plantas nuevas y no suficientemente limpias.
De la misma forma, los Hypostomus plecostomus contribuyen a controlar las
algas en la decoración y en los cristales.
La fauna de los acuarios salobres es un tema discutido. En los apartados Tipos
de Acuarios y Agua se han plasmado los defensores de incluir este medio y su
fauna como un punto propio y los que no le otorgan esa importancia. La fauna
salobre presenta el problema de quedar compuesta por especies fluviales, que
bajan durante algún tiempo a los estuarios, y por marinas, que penetran algo
en esos ambientes. Por este motivo, Scott (1995, p. 110-122) no se refiere a
los habitantes de pantanos, estuarios y ciénagas como fauna salobre única,
sino que los diferencia en tres tipos, asiáticos, americanos y africanos.

Arrecife artificial en el Acuario de Berlín, 2005.

Por último, en agua de mar pueden vivir numerosos invertebrados, pero estos
animales son mucho menos tratados por la literatura y, por tanto, es más difícil
obtener información sobre sus necesidades, cuidados o enfermedades. Los
títulos que les dedican un apartado son el de Hargrove y Hargrove (2011,
p. 121) y el de Hargreaves (2002, p. 188-274). Algunos de los invertebrados
más comunes son: erizos de mar, anémonas, poliquetos
marinos, corales, esponjas.
Por otra parte, los peces de agua salada tiene unas demandas diferentes, lo
mismo que las tienen sus ecosistemas. Estos animales necesitan un mayor
espacio para crecer y también son más territoriales que los de agua dulce o
salobre.
Es necesario recordar nuevamente que utilizar el término “agua de mar” no es
sinónimo de un único tipo de acuario marino. Básicamente, pueden recrearse al
menos dos ambientes diferentes: el costero y el de arrecife. Este último está
especialmente dotado de corales e invertebrados y no se centra en los peces,
sino en los invertebrados coralinos, igual que los acuarios plantados de agua
dulce conceden más importancia a las plantas. Más aún, Scott (1995, p. 130 a
146) distinguen a su vez entre acuarios coralinos hawaianos y los de pozas de
marea. Además, según la capacidad económica, se podrían incluir acuarios
árticos para morsas y belugas4 y antárticos, con distintas especies de
pingüinos,5 pero estos ambientes son muy caros de mantener, las
temperaturas deben rondar los cero grados, y requieren mucho espacio,
porque los mamíferos y las aves crecen hasta un determinado tamaño, no
como muchos peces que pueden adaptar su crecimiento a las dimensiones de
su ambiente. Por tanto, son accesibles para muy pocas instituciones; en toda
Europa sólo hay una instalación con un tanque para belugas.4
En una posición entre acuario y terrario público estarían los ambientes de
manglares6 o los costeros. Por una parte son acuarios por la masa de agua que
pueden contener, pero también ofrecen un amplio suelo de arena o rocas
donde habitan animales como el cocodrilo del Nilo o focas y leones marinos,
respectivamente.

Preparación y mantenimiento del ecosistema


Preparar y estabilizar un acuario es un proceso lento y puede llevar varios días
o semanas, incluso más tiempo para los marinos.
En principio la preparación consistiría en colocar los elementos decorativos y
los accesorios técnicos según el orden correcto, llenar el recipiente de agua
convenientemente tratada y esperar a que las bacterias se reproduzcan en
cantidad suficiente, mientras los productos químicos desencadenen las
reacciones esperadas. Este proceso puede ser relativamente sencillo y no
llevar muchas horas, dependiendo de la cantidad de automatismos que se
incorporen, según explica Scott (1995, p. 48 y siguientes).
Algo muy distinto es conseguir la estabilización del ecosistema que se generará
una vez se ha llenado de agua. Según Paletta et al. (1999, p. 16) existirían dos
“estabilidades”, la de corto plazo, la conseguida momentáneamente, y la de
largo plazo, alcanzada gracias a la correcta interacción de todo el acuario.
Autores como el citado Scott (1995, p. 8) utilizan la definición acuñada por
Philip Glosse, según la cual, estabilizar sería lograr las mismas condiciones
ambientales de que disfruta la fauna en su ambiente salvaje, por tanto, cambia
según la especie, pero Scott matiza que la mayoría de los animales disponibles
en el mercado son tolerantes con las condiciones de muchas otras, por lo que
no es necesario satisfacer estrictamente a una en concreto. Ahora bien, dicha
tolerancia no es tan generosa en los acuarios de agua salada, donde los
márgenes bacterianos, de calor o decantación son más estrechos. En un
acuario marino este proceso resulta más complicado, pudiendo alargarse
durante meses. Paletta et al. (1999, p. 16) indican que puede ser necesario
medio año para estabilizarlo y otro medio para lograr la estabilidad a largo
plazo.
Los principales puntos que necesitan ser planificados para lograr un
ecosistema estable son los siguientes:
Ubicación
El lugar donde se ubica el acuario influye mucho en la preparación y más aún
en la vida que surgirá dentro. La acuariología con el tiempo ha ido aprendiendo
algunas lecciones según indica Hargreaves (2002). Un error ya comentado fue
lo perjudicial de los emplazamientos muy soleados, pese a lo que pueda
parecer. Con una potente fuente de luz las algas proliferarán con facilidad y por
ende algunas pestes algáricas. Expertos como Hargrove y Hargrove (2011,
p. 24) advierten además de lo peligrosa que puede resultar la luz solar al subir
considerablemente la temperatura del agua por el día y descender demasiado
por la noche, con el riesgo de producir enfermedades. La experiencia indica
que las ubicaciones dotadas de luz indirecta son las mejores para lograr un
acuario exitoso.

Acuario colocado junto a una ventana: en principio, una ubicación incorrecta.


Asimismo, y por medio del ensayo y el error, se sabe que los pasillos y lugares
transitados o con mucho ruido ambiente tampoco resultan adecuados, ya que
los peces sufren estrés constante con el trasiego de personas, las cuales
siempre serán percibidas como peligrosas. Por último, no debe olvidarse la
mencionada capacidad decorativa e incluso arquitectónica. 1 Un acuario bien
ubicado no solo proporcionará una vida apacible a los peces, sino que ofrece
un singular y atractivo espectáculo relajante.2
El mueble que sustente toda la instalación es de importancia capital. Ha de ser
firme y capaz de soportar un peso doble al del agua que pueda contener. Un
acuario de 100 L (con accesorios, grava, etc.) puede llegar a pesar fácilmente
unos 140 kg.nota 7 El peso final que alcanzará será un factor importante si el
conjunto mueble-acuario se moverá para limpiar sus inmediaciones, por
ejemplo. Idealmente se debe desplazar lentamente y, a ser posible, cuando se
realizan los cambios de agua, momento en el que pesa menos y está más
agitado. El peso también determina una cuestión en principio sin importancia,
pero que a largo plazo puede causar daños cuando el mueble se deposita
sobre un suelo de madera: su posición con relación a la orientación de las
lamas de tarima, parqué o suelos laminados, si el piso está forrado con ellas.
Varias decenas o incluso cientos de kilogramos pueden curvar dichas láminas
si se coloca en paralelo o sentido longitudinal, es decir, con el mueble
reposando sobre dos o tres. Mientras que la orientación transversal es más
robusta al distribuir el peso entre más elementos de madera (cinco, siete, diez,
etc.).
Otro factor es su carácter de instalación compleja, por lo que muchas veces se
planifica el lugar teniendo en cuenta que se necesitará por lo menos una toma
de corriente eléctrica bien instalada y aislada, es necesario recordar que todo el
conjunto albergará considerable agua en su entorno y a veces salpicará, lo cual
siempre supone cierto riesgo eléctrico. Según Hargrove y Hargrove (2011,
p. 25) y por las razones expuestas antes, un acuario no es el mueble ideal para
los niños. Por último, Hargrove y Hargrove (2011, p. 26) indican que una toma
de agua potable y un desagüe son también de utilidad para evitar acarrear
cubos por la casa o la oficina.
Limpieza
Un acuario correctamente estabilizado y poblado requiere poco mantenimiento.
La observación y la práctica indicarán con el tiempo el estado de la fauna y de
la flora. Pese a ello y a todo el instrumental que pueda colocarse, no deja de
ser un sistema estanco y, por lo tanto, diferente del hábitat natural donde
habitan peces y plantas. Este defecto insalvable hace imprescindible algunas
tareas que imiten el constante y natural cambio de agua de ríos, lagos y
océanos. La limpieza quizá sea la más importante, no solo por razones
estéticas, sino de salubridad, pues de lo contrario los nitritos y fosfatos
expulsados por los animales terminarán convirtiéndose en toxinas.
Una tarea periódica es la limpieza del filtro. Como se apuntó en su apartado
correspondiente, una limpieza total y no progresiva de todas las masas
filtrantes supondría la pérdida de las colonias bacterianas que viven en ellas y
la interrupción de la filtración. Como se indicó, un filtro cuenta con dos o tres
masas filtrantes; el orden para limpiarlas puede ser el de la propia disposición
en el filtro, como muestra Scott (1995, p. 162); es decir, primero las masas más
finas, tiempo después las más gruesas y, por último, cambiar las masas
químicas si las hubiera. Finalmente, en el habitáculo quedarán impurezas no
atrapadas por los distintos materiales; si no se retiran de vez en cuando se irán
descomponiendo y producirán sustancias dañinas para la fauna; también
pueden contribuir a taponar el filtro. La limpieza de dichas impurezas puede
realizarse mediante sifón, es decir, absorbiendo el agua con un tubo con
ilustra Boruchowitz (2001, p. 73). Lo mismo que las masas filtrantes, estas
impurezas alojan importantes colonias bacterianas; por lo tanto, absorberlas
cuando se piensa limpiar o se ha limpiado parte del filtro privará de un
considerable filtrado biológico, con un efecto negativo para la estabilidad del
medio.
Con el fin de minimizar el impacto que la limpieza causa sobre la depuración
biológica se pueden poner en práctica diferentes soluciones: limpiar las
distintas masas en días alternos y utilizando agua del mismo acuario, traer
agua de otro acuario cuando la pérdida ha sido considerable o incluso
añadiendo bacterias adquiridas en comercios del ramo, caso de necesitar
vaciar la cubeta por una rotura y haber conservado pocos litros. Con estas
técnicas se consiguiendo minimizar la pérdida de una forma similar a como
puede hacerse con el primer llenado, siguiendo las indicaciones de Scott (1995,
p. 159).

Neones.

Como se ha escrito ya, la frecuencia de limpiado la dicta más la experiencia y


la percepción que un grupo de normas fijas. Pese a ello, en el caso de acuarios
marinos o de arrecife se ha demostrado que retirar todos los desechos que
hubiera y limpiar dos veces al día el vaso colector del espumador (skimmer)
resulta beneficioso.
Tanto en los acuarios de agua dulce como los de salada, la temperatura del
líquido con la que repone a la extraída resulta importante y puede causar daños
a los seres vivos si es agua templada o caliente. Según los ya
citados Paletta et al. (1999), los acuarios de agua marina son más complicados
de mantener y una de esas complicaciones se manifiesta en el tipo de agua
requerida para la renovación, pues la del sistema público puede causar
problemas, pese a recibir un aporte correcto de sales. La de ósmosis ha
demostrado ser más inocua, pero también resulta más difícil de obtener.
Si la limpieza del filtro puede llegar a ser importante para los peces, la limpieza
de las plantas resulta vital. Si las algas consiguen cubrir totalmente las plantas
superiores pueden llegar a matarlas, algo que buscan genéticamente por estar
en competencia con la flora superior. Pero, al producir mucho anhídrido
carbónico, también ponen en peligro a los animales (Hargrove y Hargrove,
2011, p. 215). Limpiar las hojas cuando se han cubierto de algas resulta
conveniente y puede realizarse de dos maneras: con productos
químicos, alguicidas, o manualmente hoja por hoja. La primera es más
contundente, pero también más extrema, en definitiva es utilizar
un biocida y Boruchowitz (2001, p. 32 y 33) advierte de los peligroso que son
los biocidas y otros productos químicos. La limpieza manual es más laboriosa,
pero más saludable para todo el entorno, desgraciadamente sólo es una
solución temporal si no se ataja lo que permite a las algas desarrollarse.
Otro capítulo de la limpieza se refiere al biotopo. Sobre los elementos más
grandes, como rocas y raíces, los excrementos y otros
deshechos precipitarán y comenzarán sus procesos de putrefacción. Con el
tiempo dichos desechos se tóxicos. La limpieza de objetos grandes comprende:
sacar las rocas y troncos, frotarlos con un cepillo de dientes que no haya sido
usado antes y devolverlos a su emplazamiento. Los desechos que caen al
fondo, las plantas podridas y las que flotan seguirán el mismo ciclo que las
raíces y rocas. Para evitarlo las plantas pueden retirarse fácilmente con una
manguilla, sin embargo la grava del suelo requiere ser removida para que los
guijarros precipiten y las sustancias potencialmente tóxicas permanezcan
flotando para poder absorberlas por sifón, Skomal (1997, p. 95) indica que
estas operaciones pueden hacerse anualmente.
Un apartado que tener en cuenta es la limpieza de los cristales. Expertos
como Hargrove y Hargrove (2011, p. 181) le dedican un apartado propio solo a
la limpieza exterior. Esta operación obedece a necesidades tanto estéticas
como vitales, por eliminar también en parte las perjudiciales algas. Estas tienen
tendencia a ir cubriendo las paredes y así apoderarse de la luz que pueda
entrar. Debido a la competencia entre plantas y algas, cuanto más débiles sean
estas más fuertes serán aquellas y la limpieza de cristales resta vitalidad a las
segundas y reduce sus desagradables olores. Para esta labor existen en el
mercado gran cantidad de utensilios mecánicos, no biocidas, como
los imanes mostrados por Skomal (1997, p. 90), pero estas herramientas
magnéticas presentan el molesto inconveniente de rayar los vidrios si algo de
grava se aloja entre los utensilios y el cristal, por ejemplo cuando se limpia la
parte baja de la cubeta, ya que aquella está formadas por trozo de cuarzo y
otros minerales duros.
La limpieza de un acuario, incluidos los cristales, no es sólo un requisito de las
instalaciones domésticas, los zoológicos, museos y otras instituciones abiertas
al público cuentan con equipos de submarinistas para realizar esta labor sus
grandes tanques de millones de litros.
Renovación de agua
Como ya se apuntó, en los acuarios no se puede reproducir el cambio
constante de líquido, algo casi continuo en su medio ambiente. Este fenómeno
debe simularse con renovaciones regulares, ya que si las bacterias se
encargan de degradar el amoníaco y convertir los nitritos en nitratos, estos
últimos se acumulan, pudiendo alcanzar valores importantes y tóxicos para los
peces. Los nitratos son consumidos por las plantas acuáticas y por las algas;
sin embargo, este consumo en ocasiones no basta para eliminarlos todos. Solo
la sustitución de agua permite obtener tasas aceptables. Una tasa de nitratos
igual o superior a 50 mg/l puede ser peligrosa. Por otra parte, los cambios de
agua permiten suministrar los oligoelementos necesarios para peces y plantas;
en caso contrario se agotan.
Todos los títulos consultados coinciden en esta tarea, nota 8 aún siendo una de
las más costosas de automatizar. Por el contrario, los expertos no se ponen de
acuerdo sobre la frecuencia de la renovación. Para Skomal (1997,
p. 94), Dreyer y Keppler (1996, p. 53) debe sustituirse cada semana una cuarta
parte del total,Scott (1995, p. 45) apuestan por renovar entre un 20 y un 25 %
cada dos o cuatro semanas. Esta frecuencia puede aumentar si las tasas
de nitratos o fosfatos fuesen elevadas. En lo que todos coinciden es en lo
saludable para los peces de dicha práctica. Otro beneficio añadido está en el
propio método empleado para extraer el agua, que puede constituir un
beneficio extra. Como se ha indicado en el apartado limpieza, resulta saludable
remover la grava y absorber las impurezas que se desprenden, así se deja sitio
para el agua limpia y se purifica el fondo de los nocivos excrementos que,
antes o después, envenenarán el biotopo donde viven especies como
el Hypostomus, útil devorador de algas.
Independientemente de qué autor se lea, todos coinciden que cambiar la mitad
o más del agua en un solo día resulta perjudicial, al romper el ciclo del
nitrógeno. Asimismo, existe consenso sobre la necesidad de intentar igualar las
temperaturas del agua entrante y residente, con el fin de no provocar
enfermedades, como el punto blanco (Ichthyophthirius multifiliis).
Alimentación

Distintos tipos de alimentos para peces.

Una tarea diaria es el suministro de alimentos, tanto para fauna como para
flora. Afortunadamente puede automatizarse con alimentadores para peces e
inyectores de anhídrido carbónico para las plantas, los animales también
proporcionan nutrientes. Pese a ello se requiere atención.
El alimento para la fauna, ya sea vertebrada o invertebrada, puede ser fresco,
congelado, deshidratado e incluso vivo, como las dafnias o las artemias. Sin
embargo, es muy común las opciones de copos y tabletas, dependiendo de si
son para peces que viven en la superficie o en el fondo (Dreyer y Keppler,
1996, p. 89). Por contra, las tortugas suelen necesitar carne fresca. Siguiendo
la información de Dreyer y Keppler (1996, p. 86) también existe comida en
forma granulada, escamas o polvo, ya que cada especie tiene sus propias
exigencias. Pese a las demandas de las distintas especies, la mayoría de ellas
pueden ser alimentadas con un solo producto. En una fábrica de comida para
peces Dreyer y Keppler (1996, p. 88) apreciaron una mezcla de gambas,
pescado, harina de cereales, levaduras, algas, etc., pero la mezcla final es
secreta.
Los peces son capaces de convertir en carne un 50 % de la comida ingerida,
mientras que los animales terrestres consiguen el 10 % (Hargreaves, 2002,
p. 61), por esta razón, alimentarlos en exceso les hace acumular grasas que
sólo servirán para acortar su vida. Por otra parte, si su ración es excesiva, no
llegan a comérsela toda, ensucia el agua enseguida, comprometiendo la salud
de sus habitantes y estimulando el crecimiento de algas filamentosas.
Asimismo, es normal que los peces de arrecife no coman los días siguientes a
ser introducidos en la cubeta. Por ello la ración alimenticia de un animal debe
elaborarse en función de sus gustos y exigencias, aunque suele constar de:
alimentos frescos como harina de pescado, carne cruda, huevos de
pez, mejillones o vegetales; presas vivas
como gusanos acuáticos, larvas de insectos o pequeños crustáceos y alimento
artificial, caso de los granulados industriales o escamas (hojuelas).
El llamado “gusano tubifex” (Tubifex tubifex), un invertebrado vivo que se
recomienda para ciertos peces (Scott, 1995, p. 105 y siguientes), viene
asociado con aguas estancadas de gran contenido en parásitos, bacterias o
pestes micóticas, las cuales provocan enfermedades a los peces como velo o
el punto blanco, también desarrollan tumores. Por esta razón la preparación y
los cuidados que dicho animal requiere son abundantes. Skomal (1997,
p. 82) indica que los mejores son los criados por uno mismo.
Las plantas exigen menos a la hora de alimentarse, básicamente, su abono se
compone de una base ferrosa orgánico, pero pueden vivir sólo del CO2 y de los
excrementos animales durante semanas o meses.

Ciclos biológicos[editar]
Como recoge Scott (1995, p. 8), un acuario ideal reproduce un entorno
ecológico concreto en un sistema cerrado. En la práctica es casi imposible
lograr un equilibrio perfecto. Por ejemplo, una relación equilibrada de
depredadores y presas solo es posible de conseguir en teoría, incluso en el
mayor de los tanques. El cuidador debe tomar medidas para mantener el
equilibrio en el pequeño ecosistema que recrea porque cualquier alteración se
notará. Por ejemplo, la muerte de un único pez en un depósito de once litros
causa cambios dramáticos en el sistema, mientras que la muerte de ese mismo
pez en un depósito de 400 L con muchos otros peces en él, representa una
variación mucho menor, pero también constituye una perturbación. Por este
motivo los principales ciclos demandan vigilancia y mediciones constantes.
Ciclo del nitrógeno

Ciclo del nitrógeno en un acuario.


Ciclo del nitrógeno en un acuario.

Como explican Hargrove y Hargrove (2011, p. 189 y siguientes), un asunto


esencial para el acuariófilo es la gestión de los desechos biológicos producidos
por los pobladores. Peces, invertebrados, hongos y algunas bacterias excretan
residuos nitrogenados en forma de amoníaco que se puede convertir
en amonio, dependiendo de la química del agua. El amonio pasará por el ciclo
del nitrógeno. También se produce amoníaco a través de la descomposición de
las plantas y la materia animal, incluyendo heces y otros detritos. En
concentraciones altas, estos desechos se convierten en dañinos para los peces
y otros habitantes que pueden intoxicarse con amoníaco.
Un depósito bien equilibrado contiene organismos que pueden metabolizar los
desechos. Así El amoniaco producido en un depósito es metabolizado por un
tipo de bacterias conocidas como nitrificantes (género Nitrosomonas). Las
bacterias nitrificantes lo capturan y metabolizan para expulsar nitritos. Los
nitritos, en concentraciones altas, también son tóxicos para los peces.
Afortunadamente otro tipo de bacterias, género Nitrospira, los convierten
en nitratos, una sustancia menos tóxica, pero dañina en última instancia. Este
proceso se le conoce como ciclo del nitrógeno (Dreyer y Keppler, 1996, p. 30 y
38).
Además de las bacterias, las plantas acuáticas también eliminan los residuos
nitrogenados metabolizando el amoníaco y los nitratos. Cuando las plantas
metabolicen los compuestos nitrogenados eliminarán el nitrógeno del agua,
utilizándolo para construir biomasa. Sin embargo, esto es solamente temporal,
ya que la flora vuelven a expulsar el nitrógeno cuando las hojas viejas se
descomponen, por ejemplo.
Aunque informalmente se le llama ciclo del nitrógeno y se puede leer así en
obras como la de Hargrove y Hargrove (2011, p. 187), es de hecho solamente
una parte de un ciclo mayor, pues la comida suministrada también añade
nitrógeno al sistema y los nitratos se acumulan en el agua al final del proceso,
o contribuyen a un crecimiento en biomasa mediante el metabolismo de las
plantas. En la práctica, el cambio de agua se ha revelado como el último
recurso para eliminar los nitratos.
Los acuarios domésticos a menudo no contienen las poblaciones necesarias de
bacterias para metabolizar los residuos nitrogenados producidos por sus
habitantes. Este problema se ataca a través de dos soluciones: Los filtros
de carbono activo absorben los compuestos del nitrógeno y otras toxinas del
agua, mientras que los filtros biológicos proporcionan un medio especialmente
diseñado para la colonización por las bacterias nitrificantes deseadas.
Otros ciclos de nutrientes[editar]
El nitrógeno no es el único nutriente que circula por un acuario.
El oxígeno entra en el sistema por la superficie del agua o mediante una bomba
y también cumple una función vital. Por su parte, los gases de CO2 que
alimentan la flora demandan también este gas.
Otro ciclo importante de nutrientes ha demostrado ser el del fosfato y su
excesiva concentración favorece a las algas Hargrove y Hargrove (2011,
p. 195). Al contrario que para el nitrógeno, la industria del ramo sí fabrica
productos para corregir los niveles de fosfato, pero el cambio de agua se ha
demostrado una solución tan útil como cualquier otra.
El azufre, el hierro y otros micronutrientes también circulan por el sistema,
entrando como comida y saliendo como desechos. El control apropiado del
ciclo del nitrógeno, junto con un suministro de comida equilibrado, suelen ser
suficientes para mantener estos otros ciclos de nutrientes en equilibrio.

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