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Anina Yatay Salas

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Sergio López Suárez
Anina Yatay Salas
Sergio López Suárez

Criatura editora, primera edición, Montevideo, 2013.


104 páginas: 13,5 × 21 cm.

ISBN 978-9974-8419-5-6 Narrativa infantil

Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin Para Amalita, Nelda, Hilda y Nanina, maestras
la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones
establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra
de la Escuela n.° 3 de Salto, por la devoción
por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el trata- brindada al educar(nos).
miento informático.
s.l.s.
© Sergio López Suárez, 2013, del texto.
© Alfredo Soderguit, 2013, de las ilustraciones.
Para Aída Rodríguez, amiga cuyo nombre se fugó
© Verbum - libros SRL, 2013.
Bacacay 1318 bis, Montevideo
de la dedicatoria de otro libro.
s.l.s.
www.criaturaeditora.com.uy
criatura@criaturaeditora.com.uy
Para Amelia que es casi casi un anagrama
Ilustraciones: Alfredo Soderguit
Ilustracion de cubierta: Composición con imágenes de la película Anina de Mariale.
realizadas por Alfredo Soderguit y Sebastián Santana
a.s.
Diseño: Juan Odriozola
Corrección: María Lila Ltaif

Alfaguara, 2003. Para Sergio y todos los amigos que comparten


esta maravillosa aventura de ida y vuelta.
Impreso y encuadernado en
Mastergraf SRL a.s.
Gral. Pagola 1823 - CP 11800 - Tel.: 2203 4760*
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Edición Amparada al Decreto 218/96
AninA
Me llamo Anina Yatay Salas, tengo diez años y ferente; están convencidos de que nombres de ida
estoy metida en un lío de novela. y vuelta, como el mío, otorgan poderes mágicos a
En mi escuela todos me dicen «capicúa», de- sus dueños. Espero que mi nombre tenga mucho
bido a que mi nombre se lee de ida y vuelta. Al- poder mágico, de lo contrario no sé cómo podré
gunos compañeros pronuncian «capicúa» con un salir del terrible lío en el que me metí. Dejaré, pues,
tonito burlón, porque un día yo caí en la estu- que la suerte de mi nombre capicúa me proteja.
pidez de decirles de dónde proviene esa palabra. Papá y mamá son expertos en este tema. Tam-
(Papá me contó que la palabra capicúa procede bién ellos, cuando eran niños, tuvieron que convi-
del catalán cap, ‘cabeza’, y cua, ‘cola’.) No pude vir con esta marca de va-y-viene registrada en sus
pasarme de lista con ellos: cuando intentaba so- apellidos: Yatay y Salas.
brarlos con mi sabiduría, Pablo, rápido como la Mamá me contó que sus padres —o sea, mis
luz, miró mi cabeza y mi cola, que son un poco abuelos maternos—, hace muchos años, habían
grandes, y exclamó: escrito una lista de nombres horrorosos; copiaron
—Por lo que veo, vos también sos una niña ca- esa larga lista para demostrar que existían nom-
picúa. bres más espantosos que su apellido capicúa, y
Yo sentí una vergüenza y una bronca bárbaras, cuando mamá me leyó esos nombres comprobé
porque me di cuenta de que ahí, en ese momen- que eran horrorosos de verdad. Si llego a encon-
to, ese tarado me estaba bautizando nuevamente. trar esa lista, se la muestro. Y si no, voy a buscarla
¡Peor aún!: estaba transformando mi cuerpo en ahora es porque necesito contar el problema que
capicúa. tuve hoy en la escuela, el problema que, con segu-
Papá me ha repetido mil veces que no debo tener ridad, arruinará mi vida para siempre.
vergüenza de mi cuerpo, ni de llamarme Anina Ya-
tay Salas. Él reconoce que soy bajita, aunque ase-
gura también que mi cuerpo está bien proporcio-
nado. Además, disfruta diciendo que tres sustanti-
vos capicúas me aseguran en la vida triple suerte.
Algo de razón debe de tener, pues muchos com-
pañeros de la escuela creen que soy una niña di-

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Recreo
La culpa, como siempre, la tuvo el recreo. Esta vez sí, tomé la iniciativa y no las dejé
El recreo en mi escuela es un ser gigantesco que cantar. Me paré de pronto, las enfrenté, les di
se hace el dormido hasta que suena el timbre. El un empujón, me crucé de brazos y les pregunté
timbre que despierta al recreo es una especie de desafiante:
alarma de seguridad que hace hervir la sangre. —¿A quién le cantan esa estupidez?
Hierve la sangre del recreo y nos hierve la san- Nunca imaginé que las siamesas estuvieran es-
gre a nosotros, los niños, quienes soñamos con perando mi reacción. Antes de que yo terminara
abandonar la cárcel de los bancos escolares. Al mi pregunta, ellas desataron la trenza de brazos
sonar el timbre, se despiertan nuestras ganas de que las mantenía unidas, se separaron un poco,
salir desesperados del salón, para llegar corriendo para que yo viera que no eran siamesas, y me en-
al enorme patio que nos espera, con sus baldosas cerraron entre las tablas desplanchadas de sus tú-
rotas, temblando de alegría. nicas.
Imagínense: ayer a la hora del recreo yo estaba Si de lejos parecían hipopótamas, de cerca, en-
sentada tranquilamente bajo el árbol más grando- frentadas a mí, se convirtieron en dos enormes
te que tiene nuestro patio y entonces pasaron dos elefantas… con trompa y todo, porque de pronto
guarangas de quinto B, unas gurisas que durante sentí una trompada en el medio del pecho que me
los recreos siempre andan abrazadas como si fue- hizo caer de espaldas sobre el damero, blanco y
ran siamesas. negro, de las baldosas rotas.
La primera vez que pasaron cerca de mí y can- Blanco y negro también se volvió mi mundo
taron a coro, como un dúo de taradas: «capicúa, interior, pues primero me invadió una luz brillan-
tres veces capicúa», me hice la sorda. La segunda te que me hizo arder las mejillas, y enseguida me
vez, cuando me rozaron al pasar y volvieron a re- cegó una oscuridad teñida de furia, la antipática
petir su estúpida canción desentonada, las miré furia que suele dominarme cuando me descuido.
con mucho desprecio, guardé mi bronca y no les Instintivamente salté hacia las dos siamesas y nos
dije nada. trenzamos bufando como tres bestias.
Ellas caminaban sacudiéndose cual dos hipopó- Mientras tironeaba con furia no tuve plena
tamas blancas; las vi alejarse un poco y, luego de conciencia de mi delicada situación. Me pareció
cuchichearse algo, regresaron presurosas hacia mí. que podría con las dos y hasta llegué a pensar que

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las estaba venciendo. Pero la verdad era que me —pero ¿qué hacés, anina yatay salas?
estaban dando una salsa de novela. —gritó muy alterada la maestra—. ¿otra vez
Era como luchar contra un pulpo blanco: ni haciendo de las tuyas?
bien lograba zafar de un tentáculo que me su- Lo único que me favoreció fue que Cecilia afe-
jetaba firmemente, surgía una mano que me rró uno de mis brazos y de un tirón atenazado me
llenaba de cachetazos la cara y la cabeza. Nos sacó de abajo de las dos elefantas, que de nuevo
revolcábamos las tres, alentadas por los gritos me estaban aplastando.
desaforados proferidos por un montón de guri- Su intervención produjo un movimiento des-
ses que nos habían encerrado dentro de un cer- ordenado que silenció al grupo que nos rodeaba.
co movedizo hecho de piernas, túnicas y moñas Yo aproveché ese instante de desconcierto para
azules. observar a las trompudas siamesas, quienes vol-
Yo no distinguía a cuál de nosotras alentaban vieron a transformarse en hipopótamas para lue-
los morbosos que nos cercaban, pero su crecien- go, poco a poco, retornar a su aburrida forma de
te gritería avivó a las dos maestras que cuidaban alumnas zapallas de quinto B. Por mi parte, tam-
el recreo en ese sector del patio. Una de las cui- bién yo abandoné mi papel de fiera endemoniada,
dadoras era precisamente Cecilia, la maestra del porque me invadió un frío repentino.
quinto B, la docente de las dos endemoniadas Al principio pensé que aquel fresquete pro-
que me estaban haciendo pelota. venía de la sombra del corpulento árbol al que
Cecilia llegó corriendo, abrió el corral de cer- mi amiga Florencia y yo llamamos «árbol de los
dos blancos que nos encerraba y tardó apenas cuentos», pero pronto descubrí que el frío prove-
un segundo en darse cuenta de que dos de las nía de un lugar muy diferente. El aire helado nacía
tres luchadoras eran alumnas de su clase. en los ojos celestes de la otra maestra vigilante,
Pensé que dada la desventaja física y numéri- quien se acercaba pisando muy fuerte. Camina-
ca a la que me encontraba enfrentada, la maestra ba como hipnotizada, mirándome a los ojos con
optaría —como dice mi papá— por defender a penetrante fijeza: era la legendaria maestra Águe-
la más débil (léase yo). Pero no: Cecilia no optó da, la siniestra, el terror de nuestra escuela. Sentí
por mí; más bien se ensañó conmigo haciéndome que su mirada fría me taladraba el alma como
la única responsable de la escandalosa trifulca. lo había hecho en otra oportunidad, cuando yo

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cursaba primero, el mismo año en que descubrí Querida cuadernola:
la rareza de mi nombre, el mismo año en que me ¡Encontré la lista! La copiaré aquí sobre tus
enamoré de Yonathan. renglones. Antes escribía todo lo mío en una li-
Mientras recordaba la sorpresa que se había breta tipo diario personal que me había regalado
llevado Yonathan cuando mi amiga Florencia le la tía Marta, la cuñada de papá; pero me duró
preguntó si él sabía que yo lo amaba locamente, muy poco porque la perdí un día que la llevé a la
noté que mis pies ya no tocaban el suelo. escuela para mostrársela a Florencia.
Primero creí que comenzaba a volar por efecto ¡Qué horrible me sentí cuando aquella noche
del recuerdo de mi primer amor. Pero enseguida me di cuenta de que ya no estaba en mi mochila!
mis pies volvieron a la tierra cuando comprobé ¡Pensar que alguien, en algún lugar, tiene esa li-
que era la maestra Águeda quien me llevaba col- breta con mi diario personal! Quien lo tenga, ¿se
gando derrotada como una miserable bolsa de habrá dado cuenta de que es un secuestrador de
papas. mi intimidad? ¡Qué se va a dar cuenta! Debe de
Mi destino futuro fue evidente, porque Águeda ser un chusma bárbaro.
lo vociferó fuertísimo para que todos los niños ¿Qué hago con esta lista de nombres que la
que estaban en el patio se enteraran: abuela le dio a mamá y que ahora ella me dio a
—¡a la dirección, anina, te llevo derecho mí? ¿Le diré a mamá lo que descubrí mirando un
a la dirección! libro sobre plantas?
Ni bien oí su anuncio dejé de patalear. Y si me
quedé quietita no fue porque le tuviera miedo,
¡qué va!, me mantuve inmóvil por una razón mu-
cho más importante: me comporté educadamente
porque una jovencita buena, hermosa e inteligen-
te como yo no va a andar haciendo papelones en
la escuela, ¿no?

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Lista de nombres que la abuela
le regaló a mamá

Femeninos Masculinos

Arundo ¡Qué sinvergüenza fue la abuela! Los nombres no


Ajuga
Clodonio corresponden a personas: son nombres del mun-
Alisma
Criptófito do de las plantas, clasificadas por un científico lla-
Aquilegia
Caméfito mado Linneo.
Brunsvigia
Colúmela Filodendro
Corimba Flogisto
Cótula Helianto
Egeria Indusio
Gluma Mucrón
Helodea Nelumbo
Ixia Perianto
Lígula Pubérulo
Malcomia Replo
Nemesia Senecio
Prunella Tépalo

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