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LA NIÑA ENCANTADA

Autora: Sandra Leal L. (Colombia)

“En la Isla de las Palabras ya nadie quiere ir por el bosque de los susurros, algo muy

malo ocurre ahí, algo que asusta a niños y adultos; sólo los valientes se atreverían a

entrar y averiguar qué es lo que pasa. ¿Pero, qué es lo que pasa? ¿Por qué nadie ha ido?

Hay algún valiente que se atreva o debemos declarar que se acabaron los valientes en

este mundo.”

-Bueno niños, eso es todo por hoy, mañana continuaremos con la lectura.

Cerró el libro sin darse cuenta del problema que había desatado, así comenzó: Nosotros

salimos super entusiasmados con esa historia que la profe nos leyó.

-Dicen que es verdad, que hay algo malo en el bosque de los susurros que no

deja entrar a la gente.

Comentó Gerardo atizando el fuego que zumbaba en mi corazón, yo deseaba más que

nada ser como un héroe de película y demostrarle a todo el mundo lo valiente que era.

La mejor manera de que el mundo conociera el nombre de Paco Cabrales, pensé, será

enfrentándome a la cosa más temible de este mundo

-Adiós “gallina Cabrales”.

Se despidieron recodándome mi triste reputación. Resulta que estábamos en el altillo del

colegio contando cuentos de espantos y, por cosas del destino, comenzaron a rechinar

las tablas del piso. Escuchábamos un fantasma subir los escalones: un esca lón, dos

escalones…cinco escalones. Todos nos asustamos, hasta a Gerardo le alcancé a ver la

pálidez de la cara. Los pasos se fueron acercando y ninguno se pudo aguantar la risa

cuando vimos aparecer a don Hortencio, el celador, que había subido hasta el a ltillo del
colegio para sacarnos de ahí; sin embargo, lo que más risa les dio fue cuando vieron el

charco que se había hecho abajo de mí.

Si, es cierto, me oriné del susto y desde entonces me dicen “gallina Cabrales”. Desde

ese día busco una aventura para demostrarles que no soy tan gallina como todos creen y

hacerles olvidar a mis amigos lo del altillo.

Mi resolución se quebrantaba conforme pasaban los días, hasta aquella mañana en que

les dio por contarle a todo el mundo, en particular a Miranda Del Buen o la niña más

bonita del salón, la historia del altillo y del charquito que allá hice. Fue muy humillante

escucharles reír, entonces, enfurecido les grité a todos:.

-Pues verán lo valiente que puedo ser, esta noche, cuando la isla duerma, me

escaparé de casa e iré al bosque de los susurros. Les prometo no salir de ahí hasta

descubrir qué pasa en ese lugar. Los invito a que se despidan de mí hoy a la media

noche. Los esperaré quince minutos junto al gran árbol que da paso al bosque. Después

me iré.

Esa noche fingí estar cansado y me fui a mi dormitorio temprano, pero no dormí, lo que

hice fue llenar mi maletín del colegio con una cobija, una linterna además comida

suficiente para estar un tiempo en el bosque hasta que mis compañeros aceptaran que

soy valiente. Ya no podía hechar marcha atrás, Mariana Del Bueno me vería caminar

hacia el bosque y se enamoraría de mí.

A la media noche, cumplí mi cita junto al gran árbol. Mentiría si les dijera que no sentía

miedo, mis dientes castañetearon por culpa del temor y no del frío, incluso muchas

veces sentí a mis pies querer devolverse, retroceder sobre sus pasos y regresar a casa

donde estaría seguro junto a mis padres. Pero no lo hice, mi orgullo estaba en juego así

como mi futuro sentimental.

-No lo creo, ¿está decidido, gallina Cabrales?.


-Lo estoy, Gerardo cansales –respondí enfrentándolo por primera vez, al parecer

lo valiente se me estaba subiendo a la cabeza. Todos habían ido, incluida Mariana quien

me miraba entre admirada y sorprendida por lo que creí necesario decir algo importante,

algo que recordaran cuando me volviera famoso o en caso de que muriera en la

aventura, algo que le pudieran decir a mi mamá cuando le fueran a dar la funesta

noticia-. Hoy ven partir a un niño débil, pero cuando regrese triunfante a decirles qué es

la cosa mala que asusta a todos en el bosque de los susurros, verán regresar a un heroe.

-Uyyy, qué inspirado está el Cabrales.

-Hasta la vista –dije en tono orgulloso y sin mirar atrás me interné en el bosque

con la espalda recta y la mirada retadora de los valientes.

Caminé, no sé por cuánto tiempo, me tropecé cientos de veces contra los árboles y las

raíces que sobresalían convertidas en trampas, ocultas gracias a la oscuridad de la noche

me hicieron rodar como si caminara sobre jabón. No me había percatado de cuán

adentro llegué en el bosque de los susurros, pero cuando miré a mi alrededor noté que

no reconocía nada de lo que allí había, por primera vez me sentí perdido. En ese

momento el bosque comenzó a hacer su trabajo: empecé a sentirme observado, como si

miles de ojos me miraron por entre las rendijas de las ramas y cuando el viento las

agitaba era como asistir a un concierto lejano del que sólo alcanzabas a escuchar sus

susurros. Me dio la sensación de que alguien me miraba, más aún, sentí que alguien se

acercaba. Mi cabello se erizó.

-Quién anda ahí. Les advierto, voy armado.

Así dije y tomé la linterna como un mazo, dispuesto a darle linternazos a cualquiera que

se me acercara con malas intenciones. Pero nadie se me acercó, ni esa n oche ni el día

que le siguió. Yo ya estaba muy arrepentido por haberme metido en semejante lío, la

comida no me alcanzaría para otro día más y tenía mucho frío. Miré hacia atrás. Al
camino por el que había llegado, pensando en recorrerlo de nuevo y decirles a todos: no

hay nada en ese bosque, soy un valiente sólo por haber entrado en él. Di un paso en

derechura a la salida cuando una niña con botincitos cafés, vestido color crema y un

enorme moño del mismo color apareció por detrás.

-Cómo, ¿un niño que se atreve a venir por acá? Mi mamá nunca me lo hubiera

permitido. ¿Tu mamá te lo permitió? Es increíble cómo han cambiado los tiempos, eso

hubiera dicho mi abuela si te viera aquí, habría dicho: cómo han cambiado los tiempos,

porque realmente han cambiado. Figúrate que yo siempre me recojo el cabello en una

moña muy tierna, porque en mi época las niñas debíamos parecer tiernas, pero la otra

vez vi una niña que ni para qué te cuento, se veía terrible, usaba pantalones apretados, el

cabello suelto todo desordenado…

-Tiempo, tiempo –dije desesperado, pronunciaba diez palabras por segundo -,

antes que continúes dime quién eres tú.

-Hola, soy María de los Angeles Prados Lugo. Pero todos me dicen María a

secas, ahora que también podrías decirme María de los Angeles, pero de ningún modo

acepto que me llames Angeles, detesto ese nombre. No sabes cuánto lo odio, una vez

una niña de mi colegio quiso decirme así y ¿sabes qué hice? Le desaté los cordones y

luego los até entre ellos, así cuando quiso caminar se cayó. ¿Te imaginas? Fue muy

chistoso y por supuesto, nunca más me volvió a decir Angeles, porque en realidad

detesto ese nombre…

-Si, ya me lo dijiste, ¿podrías callarte un segundo? ¿Para que te pueda decir

quién soy yo?

-En realidad no. ¿No ves que estoy encantada? Llevo aquí años y años y años

hablando, no puedo dejar de hacerlo. ¿Quieres saber por qué? Pero antes dime cómo te

llamas, qué haces por aquí, eres otro de los valientes que quiere descubrir qué pasa en el
bosque de los susurros o sólo te perdiste, porque si es así yo te puedo ayudar, conozco

todos y cada uno de los caminos que conducen al pueblo y a otros pueblos, porque has

de saber que el bosque de los susurros colinda con muchos pueblos…

-¿Niña encantada? Nunca había escuchado hablar de eso.

-Ja, por qué será. No será que el encantamiento hace que todo el mundo se

olvide de mí cuando sale de acá. La única manera sería que rompieras el hechizo así

podrías recordar que me viste y contárselo a todo el mundo, ay, a mí me encantaría que

se lo contaras a todo el mundo, ser famosa y que todas las niñas se mueran de envidia

porque yo soy famosa. A propósito, no me has dicho cómo te llamas porque te aseguro,

yo sí recuerdo a todos y cada uno de los que han pasado por aquí…

-Mi nombre es Paco Cabrales, estudio en…

-¡Paco Cabrales! ¿No serás hijo de Antonio Cabrales? El del barrio de las

personas. Claro que lo recuerdo, fue hace veinte años y se perdió en el bosque, yo lo

ayudé a encontrar el camino, en realidad me pareció muy simpático hasta me hizo reír

una vez….

-¡Si! Soy hijo de Antonio Cabrales. No sabía que él se había perdido aquí, jamás

me lo dijo.

-Porque no puede, ya sabes, es parte del encantamiento…

-Antes de que continúes…

-No puedo parar, ya te dije que he hablado por años y años, tengo tanta se d que

me tomaría un océano completo, pero ni puedo parar para beber un poco de agua. Ay, es

cosa horrible estar encantado…

-Bueno, entonces cuéntame quién te encantó y por qué y cómo te puedo ayudar

para que te detengas y nos dejes descansar a todos de tu perorata.


-Déjame que te cuente. Yo era una niña muy simpática, como lo puedes apreciar

y siempre me gustó llamar la atención de los niños así que me arreglaba muy bonita y

hablaba en voz alta para que me voltearan a mirar. En ese entonces teníamos profesores

muy malos, cuando digo malos, no me refiero a simplemente malos, sino a

terriblemente malos, perversos, les gustaba golpearnos las manos cuando no llevábamos

las tareas. Por supuesto yo siempre llevaba mis tareas, porque eso sí, siempre he sido

responsable con mis deberes. En fin, iré al grano.

-Por favor.

-Yo intentaba atraer a Carlos Alonso Fonseca, el niño más lindo de todo el salón.

Ay, las mujeres siempre caemos en el mismo truco, uno cree que son buenos sólo

porque son lindos, mi abuela si me decía que no me fiara de las apariencias…

-¡Por favor!

-Está bien, está bien, no te ofusques. Comencé a hablar en medio de la clase y a

contarle a Carlos Alonso que en mi casa había una tremenda cosecha de brevas dulces,

todo eso lo decía porque quería invitarlo a comer brevas dulces en mi casa, ¿pero crees

que él me dejó terminar? Para nada. Me interrumpió gritando: ¡Cállate! ¡Cállate, ya me

tienes harto!

-Créeme que lo entiendo perfectamente, pero dime, qué paso luego.

-Pues nada, que el profesor Ananías “gruñón” Rodríguez, se volteó hacia mí con

su cara más fiera y dale que ese fue el día en que todos nos enteramos que era un

poderoso mago negro y nunca nos lo había dicho. Resultó que le molestaba mi voz .

Imagínate, cómo podría suponer algo así, entonces me dijo: “señorita Prados Lugo”,

porque él siempre nos llamaba por nuestros dos apellidos. Bueno dijo: “señorita Prados

Lugo, su vocecita chillona ya nos aburrió a todos, se la pasa hable que hable en clase y

no sólo no pone atención a la clase de gramática sino que no deja poner atención a los
alumnos que sí quieren aprender algo valioso en la vida. La odio, en realidad la odio”.

El que decía eso y yo que me desgajaba en risas, porque lo que es a mí nunca me han

asustado los gritos y jamás he llorado, bueno, ahora menos con este encantamiento que

no me lo permite. Lo cierto es que él dijo eso y yo me reí y entonces él se enfureció más

y levantando su dedo flacucho que terminaba en una uña parecida a un garfio me señaló

y exclamó con voz de tumba…

-Querrás decir de ultratumba.

-No, de tumba, toda cavernosa, horrible. Exclamó lo siguiente: “¡Hable, hable si

quiere! Ría, ría siempre, porque de ahora en adelante tendrá sobre usted este

encantamiento: si quiere ser notada, lo será, pero nadie la recordará. Hablará y hablará

sin encontrar para usted descanso, no conocerá el llanto ni la luz ni las sombras, todo

será un eterno soliloquio…

-¿Soli qué?

-Soliloquio, ni me lo preguntes, a mí también me pareció rara esa palabra, pero

después la entendí. Es hablar solo y contestarse uno mismo. Bueno, ¿en qué iba? Ah,

ya: “todo será un eterno soliloquio que nadie soportará, sólo los de corazón valiente la

escucharán, sólo ellos se atreverán, pero sólo aquel que encuentre, con sinceridad, la

palabra más rara de este mundo la podrá ayudar”. Y ¡pum!

-¿Pum?

-Si, pum. Comencé a hablar y hablar, al principio no me pareció extraño, pero

cuando intenté callar para comer no me pude detener, luego llegó la hora de dormir y

tampoco me pude detener. Me dio tanto susto que quise llorar, pero en lugar de eso reí

mientras seguía hablando. Nadie parecía notar mi presencia, ni mi madre, entonces

comencé a caminar y me interné en el bosque, el mismo que antes de que yo entrara se

llamaba bosque de las “T” porque sus árboles parecen unas T, pero después cambió su
nombre a bosque de los susurros, todo por mí y desde entonces he estado esperando un

valiente que encuentre la palabra más rara del mundo. ¿Tú serás? ¿Me ayudarás? O sólo

estás perdido y quieres salir. Dime que eres un valiente y me ayudarás a regresar a mi

casa, porque cuando alguien encuentre la palabra rara y sincera yo regresaré en el

tiempo con mi lección aprendida y podré ser feliz de verdad…

-Lo intentaré.

-¿Lo intentarás? Cómo lo harás, porque muchos chicos lo han intentado, incluso

se han inventado palabras…

-¿Alguno de ellos tenía un diccionario?

-Pues no. Como nadie sabe que yo existo, los que vienen sólo traen comida que

no puedo comer, me regocijo con tan sólo olerla y recordar el sabor de las fresas, la

mermelada derritiéndose en mi boca, la acidez de la naranja, ¿puedes creer que antes

odiaba las cosas ácidas? Ahora daría todo por probar tan sólo un sorbo de limonada, n i

siquiera tendría que tener azúcar, sólo agua y limón, mm…

-Bien. Empezaré o me volveré loco escuchándote.

Entonces tomé el diccionario que recordé había dejado en uno de los bolsillos del

maletín y no lo saqué la noche anterior, busqué palabras mientras María de los Angeles

continuaba hablando de comida y de su abuela que le había dado alguna vez un consejo

de algo y no sé que más cosas. Ni atención le ponía.

-A ver, saqué aquí una lista, empecemos…

-Si, empecemos. Me encantan los principios porque tienen todo por hacerse,

muchas cosas nuevas que estrenar…

-¡Alegorización!

-…es como recién conocer a alguien y no saber qué esperar…

-¡orgíaco!
-…cómo cuando te vi esta noche, dije, me le voy a acercar a ese niño…

-¡eufemismo!

-…y mira lo bien que resultó, por lo menos tuve alguien con quién charlar…

-¡lominhiesto!

-…nada de soliloquios esta noche, me dije al verte y me puse muy feliz…

-¡maharajá!

-… de veras feliz, porque es bueno saber que alguien te escucha…

-¡nemine discrepante!

-..óyeme, malas palabras no se valen…

-¡pínula!

Nos pasamos la noche entera en esas, yo diciendo palabras extrañas que encontraba en

el diccionario y ella hable que hable de todas las babosadas que pasaban por su cabeza.

Al llegar el día me quedé dormido sin siquiera darme cuenta, cuando me desperté el sol

se encontraba en su punto más alto, asustado miré a mi alrededor pues dudaba si todo

había sido verdad o un sueño. Supe que era real porque escuché el zumbido de su voz

acercarse, la vi aparecer trayendo algunas bayas y ocupándose de un fuego que ella

misma había encendido. La verdad, me entristeció verla llegar así, tan diligente, tan

trabajadora, a sabiendas de que cualquier cosa que cocinara ella no lo podría comer.

Seguro, que mientras yo dormía, ella veló mi sueño contándome alguna anécdota de la

que nunca me enteré, en realidad sentí lástima, debía ser muy difícil soportar un

encantamiento como ese.

-…si, si las bayas hoy están muy grandes, hace días que no cogía ninguna. Es

que hacía días nadie venía por aquí, ¿verdad que he estado muy sola? Si, es cierto. Ah,

hola, buenos días dormilón, ya despertaste. Te hice el desayuno, espero que te gusten
las bayas del bosque, no tengo idea a qué saben, pero al menos no te morirás de

hambre..

-Lamento haberme dormido, debiste despertarme.

-¿Y perderme el espectáculo de recordar lo que es dormir y descansar de veras?

Jamás. Además tú hiciste algo que muy pocos hacen, te quedaste aún después que se te

agotaron las palabras que sacaste del diccionario, noté que inventaste algunas.

-Si, no me rendiré.

-Qué bueno, porque sí necesito un valiente que no se rinda, eso es lo mejor que

le puede pasar a una dama en desgracia…

Continuamos en la misma tónica por dos días más con sus respectivas noches, ella hable

en su soliloquio eterno y yo busque que busque en el diccionario y grite al aire palabras

raras. Hasta qué…

-¡Cañafístula!

-…entonces le contesté a mi madre: mami, ni creas que me voy a poner esa

moña verde, es….

-¡Ay, ya cállate, cállate! No soporto más. Por favor guarda silencio, ¡si nunca te

callas cómo podrás escuchar a tu mamá diciendo: te quiero! ¡Cállate!

-¿Qué dijiste?

-¡Qué te calles! No me importa el encantamiento, sólo trata de callarte.

-No, eso que dijiste entre que me callara y el último, ¡cállate!.

-Que si no aprendes a guardar silencio nunca podrás escuchar a la gente que te

ama decirte: te quiero.

Fue así como sucedió. El silencio llegó. Silencio absoluto, sólo el susurro de los árboles

y nosotros dos parados en medio del bosque. Nos miramos y ella, por primera vez
lloraba de verdad, de sus lágrimas vi salir una luz que se extendió por todo su cuerpo.

Antes de desaparecer me mandó un beso y me dijo adiós, con la mano.

Eso fue lo que pasó, ¡lo juro!, pero nadie me cree. Ahora estoy aquí en mi cuarto,

castigado hasta que llegue el nuevo milenio por haberme arriesgado a entrar al bosque

de los susurros y provocarle un susto de muerte a mis padres. Lo ún ico que me consuela

es saber que ahora todos en la escuela me consideran valiente; aunque, todavía me dan

miedo las historias de miedo.

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