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La Doctrina Social de la Iglesia

Mencía Paredes Rodríguez

2ºBach I
ÍNDICE

ÍNDICE 2

LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA (DSI) 3

HISTORIA DE LA DSI 4

La huella histórica de las primeras comunidades cristianas. 4

Principio de la dignidad humana 5

Principio de solidaridad 6

El principio de subsidiariedad 6

El bien común, fundamento del orden sociopolítico. 6

VER-JUZGAR-ACTUAR 7

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LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA (DSI)
La DSI es la enseñanza moral elaborada por la Iglesia como respuesta histórica a los
problemas económicos y sociales producidos a partir de la revolución industrial hasta
nuestros días.
Esta enseñanza se presenta en documentos de diverso rango: Encíclicas,
Exhortaciones Apostólicas, Radiomensajes, Cartas Apostólicas, pastorales… Se
identifican con las iniciales de las primeras palabras del original latino (Ej.:
Centesimus Annus -> CA).

RN: Rerum Novarum (León XIII, 1891).


QA: Quadragesimo Anno (Pío XI, 1931).
MM: Mater et Magistra (Juan XXIII, 1961).
PT: Pacem in Terris (Juan XXIII, 1963).
GS: Gaudium et Spes (C. Vaticano II, 1965).
PP: Populorum Progressio (Pablo VI, 1967).
OA: Octogesima Adveniens (Pablo VI, 1971).
EN: Evangelii Nuntiandi (Pablo VI, 1975).
LE: Laborem Exercens (Juan Pablo II, 1981).
LC: Libertatis Conscientia (Congregación para la Doctrina de la Fe, 1986).
SRS: Sollicitudo Rei Socialis (Juan Pablo II, 1987).
CA: Centesimus Annus (Juan Pablo II, 1991

Analizando toda esta doctrina o enseñanza social podemos ver las siguientes
características generales:
○ La DSI tiene sus raíces en la propia Historia de la Salvación: la práctica social
pertenece de manera inseparable a la historia del Pueblo de Dios, tiene su origen en
la palabra de Dios y en la experiencia y testimonio de las primeras comunidades
cristianas.

○ La DSI tiene su fundamento en la dignidad del hombre, mirando sobre todo por el
pobre (SRS 42): la misión de Jesús y el ejemplo de su vida han dejado claro su
compromiso con la dignidad y los derechos de la persona humana, las necesidades
de los más débiles y necesitados y las víctimas de la injusticia.

○ La DSI tiene un carácter dinámico e histórico y se convierte en experiencia


acumulada a lo largo de la historia mostrando los diversos modos que tiene la
comunidad para ir descubriendo cómo unir la fe y el compromiso social (OA 42).

○ La DSI es parte esencial de la evangelización: el mensaje social de la Iglesia sólo se


hará creíble por el testimonio de las obras (CA 57); enseñarlo es parte esencial de la
fe y de la misión evangelizadora de la Iglesia (SRS 41).

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○ La DSI es un patrimonio de enseñanzas, de principios de valor permanente,
criterios de juicio y orientaciones para la acción (OA 4), que se organiza
sistemáticamente a partir del siglo XIX con la encíclica Rerum Novarum de León
XIII (1891), bajo el nombre de "Enseñanza Social" o "Doctrina Social de la Iglesia”.

○ La DSI es más que una teoría, se orienta a la acción: "Para la Iglesia, el mensaje
social del Evangelio no debe considerarse como una teoría, sino, por encima de
todo, un fundamento y un estímulo para la acción" (CA 57). Así lo han entendido,
en el curso de los siglos, los hombres y mujeres de todas las clases sociales,
comprometidos individualmente y en organizaciones a actuar a favor de los
necesitados o marginados (CA 49). De este modo, “La DSI orienta la vocación y
circunstancias de cada uno en la lucha por la justicia” (SRS 41h).

HISTORIA DE LA DSI
Pero este compromiso social de los cristianos no es una novedad del último siglo, la
DSI es algo propio de la Fe, que se aprende en la misma Historia y que se hereda de la
larga experiencia del Pueblo de Dios a lo largo de la Historia, empezando ya en el
Pueblo del Antiguo Testamento que sufrió la opresión en Egipto. El Dios en el que este
Pueblo creía sintió la aflicción de estos hombres y “…nos sacó de Egipto... Nos trajo
aquí y nos dio esta tierra, tierra que mana leche y miel" (Dt 26, 7-9).
Así, este pueblo de Israel forma, instado por los profetas, una sociedad en la que todos
trabajaban por un destino común, por crear una nueva manera de ser pueblo. Forman
una sociedad solidaria de iguales (sin opresión ni humillación), en la que todos
comparten y no acumulan bienes y en la que se organizaron para participar en la
administración y control del pueblo repartiendo funciones entre los hombres más
honrados y que buscaran el bien común ("Elige de entre el pueblo hombres capaces,
hombres fieles e incorruptibles, y ponlos al frente del pueblo como jefes..." - Ex 18,
19-24).
De esta manera, habían instaurado con su modo de vida la semilla de una Doctrina
Social, pues vivían la religión al servicio de la vida, de la dignidad del trabajador, de la
familia y los derechos fundamentales.

La huella histórica de las primeras comunidades cristianas.


La comunidad cristiana entiende y vive desde sus inicios un fuerte compromiso ante
los problemas sociales, especialmente con los pobres y los necesitados, siguiendo el
ejemplo de Jesús, que entrega su propia vida a ayudar y amar a los pobres y marginados
(los oprimidos, los enfermos, los de distintas culturas, los pecadores…). Además, el
cristianismo persigue la igualdad y la solidaridad, buscando acabar con las injusticias
sociales y económicas, e instando a los fieles a organizar su propio destino mediante
las acciones directas y la participación (por ejemplo en política).

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Así, las primeras comunidades cristianas eran bastante sencillas, pero seguían las
enseñanzas de Cristo de solidaridad, caridad y compromiso con los desfavorecidos
(ayudaban al necesitado y se preocupaban principalmente por los pobres, distribuían y
utilizaban solidariamente los bienes y amaban al prójimo sin prejuicios ni barreras).
También se organizaban política y económicamente, eligiendo a dirigentes justos y
benévolos que buscaran el bien de todos, el reparto equitativo de bienes y
oportunidades y la libertad de todas las personas. Asimismo, valoraban el trabajo y el
esfuerzo. De este modo, estas comunidades cristianas iniciales aplicaban los valores y
enseñanzas sociales de la palabra de Dios.
Con el rico patrimonio de las primeras comunidades y de los Santos Padres, se crean
numerosas iniciativas sociales y organizaciones de caridad, que perdurarán a lo largo
de la Historia. Así, por ejemplo, en la Edad Media surgen grandes protagonistas:
figuras como Francisco de Asís, que defiende el modo de vivir de los primeros
cristianos y el compartir sobre el atesoramiento; y Santo Tomás de Aquino, que supo
incorporar los temas sociales e integrarlos en el tratado de "La Justicia", anteponiendo
el valor de la justicia y el derecho de los necesitados al derecho de propiedad de los
bienes.
En la Edad Moderna, la Iglesia va a seguir manteniendo su distintivo de caridad y amor
a los pobres y a los débiles, continuando su labor asistencial y caritativa y siendo en
muchas ocasiones prácticamente el único socorro de los más desfavorecidos: Francisco
de Vitoria (de la Escuela de Salamanca) sentó las bases de una política regida por la
justicia, que después se aplicaría a la concepción de los "derechos humanos". La
Teología misionera (surgida con el contacto con el Nuevo Mundo y las colonizaciones),
sobre todo con Bartolomé de las Casas, denunció que los conquistadores considerasen
a los indios como unos seres inferiores (sin derechos y libertades) que se podían
explotar y someter a la condición de esclavos, es decir, defendió, la igualdad de todos
los seres humanos.
Actualmente, en la Edad Contemporánea, esta experiencia acumulada de enseñanzas
morales y de acciones sociales de la Iglesia en base a sus principios y valores empezó a
organizarse desde finales del s. XIX hasta nuestros días, bajo el nombre de "Doctrina
Social de la Iglesia", que, como ya se ha mencionado, se presenta a través de distintos
documentos y textos, principalmente encíclicas. Cada encíclica social es una respuesta
histórica de la Iglesia a problemas concretos a partir de principios éticos
perennemente válidos. De estos principios hay 4 que se consideran los pilares
fundamentales de la DSI:

Principio de la dignidad humana


Según el cristianismo, “La dignidad de la persona humana se basa en el hecho de que
es creada a imagen y semejanza de Dios” (Or. 31), y está estrechamente ligada a los
derechos humanos, que se tienen por la mera condición de persona. Estos deben ser
reconocidos, respetados y promovidos (tanto por los individuos como por los Estados)
para una correcta protección de la dignidad humana (son universales y ni siquiera se
puede renunciar a ellos).

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Así, según la DSI la afirmación, la promoción y la realización de lo que significa la
dignidad humana debe ser el principio fundamental y decisivo de la vida social. Todo
en la vida social y política debe ordenarse alrededor del reconocimiento y la realización
de la dignidad de cada persona y de todas las personas. (cf. Or. 31; CDSI 106-107).
De la dignidad humana de la persona derivan los demás principios que orientan y
regulan la vida social (por ejemplo la solidaridad o la subsidiariedad).

Principio de solidaridad
La solidaridad “es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien
común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos
verdaderamente responsables de todos” (SRS 38f). Es decir, considerar a todos iguales
y buscar por tanto equidad y justicia para todos en todos los ámbitos de la sociedad,
intentando eliminar el individualismo, la competitividad y el que unos pocos se
beneficien a costa de la mayoría.

El principio de subsidiariedad
La subsidiariedad complementa a la solidaridad. Consiste, por una parte, en el derecho
de los individuos y/o entidades de mantener su autonomía y poder solucionar sus
problemas por esfuerzos propios y, por otra, en el deber de aquellos en situación de
superioridad y que tengan la posibilidad de socorrer a los otros cuando estos, y
únicamente cuando estos, sean completamente incapaces de hacerlo por su cuenta y
decidan recibir ayudas. Así, se evita que las entidades inferiores pierdan su autonomía
legítima a costa de entidades superiores que abusen de su situación de superioridad
para tomar control de los necesitados, pero se asegura que todos reciban la ayuda
necesaria cuando estén dispuestos a ser ayudados. Además, esto se aplica a todo el que
desee realizar obras buenas, orientadas al bien común, pues los poderes públicos
deben permitírselo y ayudarle en todo lo posible para que las realice. Este principio es
uno de los más dinámicos y flexibles (es aplicable a todos los ámbitos).

"<…> los pueblos ya desarrollados tienen la obligación gravísima de ayudar a los países en
vías de desarrollo…" (GS 86)

El bien común, fundamento del orden sociopolítico.


El bien común consiste en tratar de crear las mejores condiciones sociales posibles en
cada momento para que cada persona y todas las personas en conjunto (familias,
asociaciones…) puedan realizarse como tales, ajustando cada uno sus intereses y
acciones individuales a las necesidades e intereses generales. También los estados
deben buscar y defender el beneficio de todos en general. Así, la búsqueda del bien
común es lo que fundamenta y da sentido y legitimidad a la organización social y
política.
En la actualidad este “bien común” está íntimamente ligado a la cuestión ecológica (ya
que el medioambiente es un bien de todos los habitantes de la Tierra) y, con ella, el
problema del consumismo, pues las personas, egoístas y ansiosas por poseer más,
consumen de manera excesiva y desordenada los recursos de la tierra en vez de

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preservarlos, favoreciendo al beneficio de unos pocos (aquellos que tienen acceso a
estos recursos) sobre otros desfavorecidos y agotando algo que nos pertenece a todos.
Hay que concienciarse de la limitación de los recursos disponibles y de la necesidad de
respetar la integridad y los ritmos de la naturaleza para proteger algo que, en efecto,
pertenece y afecta al bien común.

VER-JUZGAR-ACTUAR
Si analizamos las encíclicas y otros documentos de la DSI, descubrimos que las
respuestas históricas de la Iglesia a los problemas sociales se elaboran siguiendo el
método “Ver-Juzgar-Actuar”. Esto lo expresa claramente Juan XXIII en su Mater et
Magistra 236: “Ahora bien, los principios generales de una doctrina social se llevan a
la práctica comúnmente mediante tres fases: primera, examen completo del verdadero
estado de la situación; segunda, valoración exacta de esta situación a la luz de los
principios, y tercera, determinación de lo posible o de lo obligatorio para aplicar los
principios de acuerdo con las circunstancias de tiempo y lugar. Son tres fases de un
mismo proceso que suelen expresarse con estos tres verbos: ver, juzgar y obrar”.
Ver se trata de percibir la realidad y los problemas con sensibilidad e inteligencia,
informarse y analizar las injusticias, sus causas, los factores que permiten que ocurran.
Juzgar es interpretar esa realidad y esos problemas y distinguir qué es y qué no es
proyecto de Dios y cuáles de ellos llevan a la justicia y a la liberación y cuáles a la
injusticia, opresión y dominación o a la violación de la persona y sus derechos.
Actuar es comprometerse con esas injusticias y trabajar, dentro de las posibilidades,
para eliminar las desigualdades y los conflictos. Se trata de intentar influir o promover
la transformación de la sociedad para lograr la justicia social, la libertad y la paz.
Por eso, la DSI tiene orientaciones para la acción. Corresponde a los cristianos en sus
países, ciudades y barrios concretos, elegir las que consideren mejores opciones
políticas, los mejores programas, los mejores medios y proyectos; y actuar para
cambiar la situación a mejor.

Una vez vistos los pilares que definen la DSI hemos de preguntarnos: ¿CÓMO DEBE SER
Y OBRAR UN CRISTIANO EN EL SIGLO XXI? ¿Cómo debo plantear yo, como cristiano,
mi vida para cumplir estos principios reguladores del compromiso social?
En mi opinión, obrar como un buen cristiano en el siglo XXI no es más que seguir las
enseñanzas de Jesucristo, que a lo largo de los siglos nunca han dejado de estar
vigentes, pero adaptadas a las circunstancias y problemas actuales. Aplicar los
principios de la Doctrina Social de la Iglesia al momento actual, siguiendo el método
ver-juzgar-actuar.
La DSI va marcando una directrices para toda la comunidad cristiana y para alcanzar
esas metas globales tan enormes cada uno tendrá que obrar y actuar en aquellos
ámbitos en los que pueda marcar una diferencia, y no tiene por qué ser obrando
“milagros”, pues a veces intentar abarcar demasiado nos lleva a no lograr ningún

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objetivo. Habrá que obrar, pues, poco a poco, viendo, juzgando y actuando, con
pequeños detalles que harán que tu entorno pueda ser una “comunidad cristiana” con
un correcto compromiso social.
Creo que, por ejemplo, en el ámbito escolar, en el que nos movemos a diario, es donde
se puede hacer ver cómo respetar la dignidad del ser humano: evitando considerar
“distinto” a cualquier compañero, compartiendo el amor al prójimo con todos de la
misma forma sin importar qué piensen, cómo vistan, o si rezan o hablan distinto.
Todos son dignos de respeto, todos tienen algo de lo que se puede aprender. Sin
embargo, habrá (hay, de hecho), compañeros que no respetan en absoluto este
principio: todos hemos visto u oído hablar de casos de “bullying”. En ese caso, obrar
como un buen cristiano implicaría no permanecer pasivo, intentar mediar, actuar
como lo hicieron los profetas, enseñando a esas personas que todos somos iguales, que
todos merecemos respeto. Por desgracia, no siempre funciona. Entonces debemos
seguir actuando y acudir a instancias superiores para que proporcionen la ayuda
necesaria para solucionar el problema (aplicando así el principio de la subsidiariedad).
Al mismo tiempo, hay que ser solidarios. Porque en esa colectividad también habrá
compañeros que tengan menos: menos medios materiales, menos capacidad para
aprender, quizá incluso menos tiempo para estudiar porque sus circunstancias
familiares sean difíciles. Habrá entonces que compartir: los que tengan más darán a los
que tengan menos y les ayudarán en lo posible. Esto lo podemos ver, por desgracia, en
numerosas ocasiones: por ejemplo, al hacer trabajos en grupo, siempre habrá alguien
que se muestre remiso a ceder su casa o a comprar los materiales necesarios. Antes de
tacharlos de malos compañeros habrá que mirar y juzgar sus circunstancias.
Probablemente su situación económica no sea muy buena y esos recursos que para mí
y otros compañeros son una nimiedad, para él/ella supone un sacrificio. Tendremos
entonces que aplicar el principio de la solidaridad y actuar asumiendo ese gasto entre
los que podemos.

Estos gestos pueden parecer pequeños, pero sin duda colaborarán al bien común, como
dicta la DSI. Debemos actuar en el entorno en que nos movemos y en la medida en que
podamos: no podemos solucionar todos los problemas ecológicos que sufre la Tierra,
pero podemos reciclar y ser limpios con nuestro entorno; no podemos borrar de un
plumazo la pobreza del mundo, pero podemos contribuir con donativos; no podemos
erradicar el hambre mundial, pero podemos colaborar en las campañas de recogida de
alimentos…
A medida que ampliemos horizontes en nuestras vidas nuestras acciones pasarán a ser
no más importantes, pero quizá sí con un mayor ámbito de repercusión. Actuando de
esta forma individual (el estudiante en su escuela, en su barrio; la familia en su
parroquia; los ciudadanos en su comunidad, los dirigentes en sus países…), aportando
en la medida que cada uno pueda y siempre que pueda, la comunidad cristiana estará
poniendo en práctica, aún sin ser quizá consciente de ello, los principios de la DSI. Sin
duda, se llegará a un mundo mejor.

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