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URBANI, Giuliano. “Política comparada”. En: Bobbio y Mateucci.

Diccionario de Ciencia
Política. México: Siglo XXI, 1985. pp. 1252-1257.

POLÍTICA COMPARADA I. DEFINICIÓN.

La expresión "p. comparada’’ designa en general, en la perspectiva de la ciencia política (v.)


contemporánea, la utilización por parte de los estudiosos de un particular método de control—la
comparación— en el procedimiento de verificación (y/o de falsificación) empírica de las hipótesis,
de las generalizaciones y de las teorías que conciernen a los fenómenos políticos. Junto a esta
acepción es frecuente en la literatura por lo menos otro modo de entender la p. comparada: en
este segundo caso, más que cómo comparar, interesa qué cosa comparar; entendiendo, con esto,
el conjunto de las observaciones realizadas por los politólogos con referencia a una multiplicidad
de países, o a toda un área geográfica. Si en el primer caso, por lo tanto, la p. comparada es un
método, en el segundo caso se la ve sobre todo como un campo, un sector de estudio
comprendido en el área más amplia de la ciencia política. Claro está que las dos acepciones se
atraen recíprocamente. En efecto, si el "qué cosa” comparar determina, y delimita, el ámbito de
interés (el campo) de los estudiosos, es siempre "cómo” comparar (el método) lo que condiciona
el trabajo práctico de éstos y la misma credibilidad de sus resultados. Por lo tanto, si la distinción
tiene una legitimidad, más allá de los límites de una --- obvia diferenciación entre dos momentos
internos de un único procedimiento explicativo, ésta consiste en colocar el acento en las distintas
razones que orientan los varios tipos de indagaciones comparadas: las que se limitan a compilar
simples inventarios paralelos de datos relativos a dos o más países, y las que, por el contrario, se
conducen basadas en precisos criterios metodológicos, con el fin de poder establecer de manera
cada vez más correcta el ámbito de validez de las generalizaciones referentes a los varios
fenómenos políticos sobre la base de comparaciones entre países con diferente régimen.
Habiendo establecido esta premisa, es necesario también tener en cuenta una serie de ulteriores y
posibles elementos. En el interior de cada una de estas dos acepciones pueden, en efecto,
reconducirse otros usos corrientes de la expresión p. comparada. De ese modo, en el ámbito de la
comparación como “campo” pueden entenderse por lo menos tres cosas: una indagación no
viciada por prejuicios etnocéntricos (es decir sin los vicios de una interpretación de la realidad
política basada sólo en las propias experiencias nacionales); una confrontación de instituciones
políticas (las estructuras constitucionales, en particular); una comparación de las "funciones"
desempeñadas por las distintas estructuras políticas en los distintos países. En forma análoga, en
el ámbito de la comparación como “método” existe quien considera la p.comparada a veces como
un procedimiento de medición y de cuantificación de buena parte de los conceptos usados por la
ciencia política. Pero es útil repetirlo todos estos casos constituyen acentuaciones (o inclusive
exasperaciones) internas de las dos acepciones generales bosquejadas hasta aquí.

II. ORÍGENES Y OBJETIVOS DE LA MODERNA POLÍTICA COMPARADA.

En la historia del conocimiento de los fenómenos políticos se ha recurrido siempre a


comparaciones y, por lo tanto, siempre ha existido una p. comparada, desde Aristóteles hasta
Maquiavelo y Montesquieu. Lo que de alguna manera es nuevo, respecto de la mayor parte de los
intentos del pasado, son los objetivos y las condiciones que distinguen el trabajo de comparación
que en la actualidad realizan los estudiosos (Eckstein y Apter, 1963). Este “nuevo curso” se
remonta en la práctica a los comienzos de los años cincuenta, bajo el impulso y la necesidad de
superar por lo menos tres diferentes limitaciones. La primera limitación se remonta al
advenimiento en la escena política internacional de países con una estructura política atípica
respecto del modelo constitucional-pluralista (hasta ahora preferentemente estudiado) propio de
buena parte de los países occidentales. Piénsese tanto en las democracias populares del área
comunista como en los países en vías de desarrollo del llamado “tercer mundo”, frente a los cuales
las tradicionales categorías elaboradas por el pensamiento político occidental aparecían, en
general, como incapaces de “viajar”, es decir de establecer comparaciones significativas entre área
y área. La segunda limitación deriva del hecho de que los estudiosos se encontraron frente a esa
nueva realidad disponiendo de conceptos que, además de ser eurocéntricos, no eran capaces de ir
más allá de la mera fachada jurídico- institucional y de ese modo penetrar la realidad político-
informal de sociedades con distinta estructura constitucional. La tercera limitación, finalmente,
deriva de manera paradójica de las enormes facilidades para encontrar informaciones. Esas
facilidades se revelaron, en efecto, como un arma de doble filo: si, por una parte, la marea de los
nuevos datos ampliaba el horizonte de referencia del estudioso, por el otro terminaba también
aumentando considerablemente el estado de congestión y confusión de los conocimientos. De
donde nace la necesidad de encasillar correctamente las informaciones, separando las
homogéneas de las heterogéneas, que es la condición básica para "comparar bien”. Por lo que se
refiere a los objetivos de la nueva p. comparada, es necesario remitirse a la principal característica
de las explicaciones ("leyes”) dadas por la ciencia política contemporánea: la controlabilidad
empírica. Para definirla como "científica", o como correctamente formulada desde el punto de
vista científico, cualquier explicación de los fenómenos políticos debe poder ser pasible de control
con base en la experiencia. Las posibilidades de aumentar el cuidado y la validez de nuestros
conocimientos depende por lo tanto en gran medida de los medios (procedimientos) que
podemos utilizar para someter “a la prueba de los hechos” las hipótesis, --- generalizaciones y
teorías de las que disponemos. Y justamente del examen de los procedimientos de control
(experimental, estadístico, comparado, histórico) utilizables en las ciencias sociales, el método
comparado aparece como el “medio" al que la ciencia política puede recurrir, común y
fructíferamente. El examen puede sintetizarse de esta manera. El control experimental puede ser
usado por el politólogo sólo en raros casos: para recurrir al mismo el estudioso debe disponer, en
efecto, de dos o más “casos” fácilmente aislables, observables en momentos sucesivos y, lo que
más importa, manejables. Tampoco el control estadístico parece ofrecer mucho más, desde el
momento en que para ser aplicado exige la disponibilidad de casos cuantificables y muy
numerosos. Más amplio, y menos obvio, es el análisis que hay que hacer respecto del control
histórico. Su "debilidad", para un control empírico significativo, deriva de la misma naturaleza de
la indagación historiográfica. Ésta, en efecto, contiene en el propio ámbito dos momentos, uno de
los cuales (el generalizador, o nomotético) es congruente con la ciencia política, mientras que el
otro (el individualizador, o ideográfico) no lo es. Cuando el historiador trabaja en la comprensión
de cualquier fenómeno, por ejemplo la revolución francesa, es cierto que “generaliza” e
“individualiza” contemporáneamente: sobre las condiciones de la revolución (en general) por el
primer aspecto, sobre las peculiaridades de esa revolución (en particular) por el segundo aspecto.
Por lo tanto la ciencia política—en cuanto disciplina tendiente a descubrir las"uniformidades”, las
generalizaciones— puede utilizar el trabajo del historiador sólo en cuanto es posible separar (lo
que no es simple) las dos fases constitutivas de la obra historiográfica. Si no, se corre el riesgo de
generalizar basándose en casos radicalmente atípicos. Por eso, entonces, es oportuno para la
ciencia política recurrir al control comparado, que predomina sobre el método histórico porque es
"más fuerte”, y sobre el método experimental y sobre el método estático porque puede utilizarse
con mayor frecuencia, aun si intrínsecamente es “más débil” que estos últimos.
III. ALGUNOS INCONVENIENTES METODOLÓGICOS DE LA COMPARACIÓN.

En lo que se refiere a las condiciones que hay que observar en la comparación, el problema
fundamental es el de las prevenciones tendientes a minimizar, en lo posible, los peligros de
comparar fenómenos no comparables entre sí (Urbani, 1972). En efecto, si la principal finalidad de
la comparación es el control de alguna generalización empírica (del tipo: "si la cultura política del
país x se fragmenta cada vez más, entonces es probable que en ese sistema la agregación de los
intereses de los ciudadanos se hará cada vez más precaria”), es necesario estar atentos para que
los hechos adoptados para comprobar la bondad de una determinada aseveración sean
verdaderamente “causas” asimilables de “efectos” asimilables. Sobre cómo proceder en esta
dirección, el debate continúa en la actualidad muy abierto. No obstante esto, existe una amplia
concordancia de puntos de vista sobre por lo menos cuatro procedimientos, uno complementario
y tributario del otro. Un primer procedimiento, de alguna manera propedéutico, está
representado por la clasificación.. Clasificar quiere decir, en la práctica, poner orden en una
realidad multiforme; fijar los criterios de acuerdo a los cuales distinguir entre fenómenos sólo
aparentemente similares o en el interior de fenómenos que presentan atributos tan enredados
que pueden generar peligrosas confusiones. Piénsese en el caso de dos sistemas políticos
caracterizados por una alta estabilidad, considerada el producto de un determinado subsistema
partidario (por ejemplo: bipartidismo). Clasificar quiere decir, antes que nada, eliminar las
confusiones originadas por conceptos como "estabilidad del régimen político” y "bipartidismo”. Es
decir, verificar cuáles son los atributos que definen la estabilidad en un país y cuáles en el otro, y
cuáles son las características del bipartidismo en un país y cuáles en el otro. El segundo
procedimiento consiste en utilizar conceptos que sean contemporáneamente “capaces de viajar” y
buenos “recolectores de hechos". Capaces de viajar en cuanto susceptibles de definir instituciones
y comportamientos políticos pertenecientes a países con regímenes diferentes entre sí;
recolectores de hechos, en cuanto definidos mediante atributos susceptibles de observación
empírica. Encontrar un buen equilibrio entre estas dos exigencias no es ciertamente --- fácil. Los
peligros son por lo menos dos. De un lado, el de llegar a conceptos válidos para un número tan
alto de casos que resulten, en la práctica, incapaces de cualquier especificación significativa. Del
otro lado, el peligro es el de utilizar conceptos que definen un determinado fenómeno político de
manera tan especificada (individualmente e individualizante) que resulten inutilizables para
establecer cualquier comparación entre país y país. Con relación al primer punto se deben evitar
abstracciones que no se puedan verificar en los hechos; en cuanto al segundo punto no debemos
trabajar con definiciones que denotan un solo e irrepetible fenómeno. En conclusión,
“generalidad” y "relevancia empírica” son las dos condiciones que hay que satisfacer. Podemos
extender una en perjuicio de la otra (es decir, tener conceptos definidos de un número tan bajo de
atributos que puedan referirse al mayor número posible de comunidades políticas, o conceptos
tan específicos que resulten, en la práctica, aplicables a no más de dos fenómenos); esto
dependerá, obviamente, del tipo de comparación. Pero, en todo caso, es importante que la
observancia de cualquiera de las dos condiciones no impida el respeto de la otra.

Un tercer procedimiento consiste en ver en qué modo los respectivos "contextos políticos” de los
países examinados inciden sobre el fenómeno que es objeto de la comparación. Es decir que se
hace necesario ver si, y en qué medida, es legítimo considerar las diferencias políticas ambientales
como irrelevantes respecto del acontecimiento que estamos estudiando. En este caso el modo
más simple es el de limitar los casos examinados a los países que, por cultura política, por su
historia, por niveles de desarrollo económico, parecen más similares. Lamentablemente esta
solución reduce en forma considerable el número de casos que sé pueden estudiar, y expone al
riesgo de considerar irrelevante lo que en un contexto diferente podría no serlo. El problema
radica, entonces, en disminuir este riesgo tomando en consideración las relaciones que median en
cada contexto entre el sistema total y el fenómeno considerado. Cosa que en general hacen
posibles aquellas teorías "de conjunto” que son las teorías sobre elsistema político (v.). Las cuales,
dicho brevemente, permiten la observación de los distintos contextos de los distintos países, a
través de una misma óptica y a través de un marco de referencia común. Desde este punto de
vista las teorías sobre el sistema político representan un instrumento de gran importancia para la
indagación comparada, ya que las posibilidades de arrojar un poco de luz sobre la oscuridad de los
ceteris paribus depende en gran parte del grado de profundización de esas teorías. Un cuarto
procedimiento, que aquí sólo señalamos, está representado por el uso "racional” (productivo) de
las distintas técnicas de investigación (Przeworski y Teune, 1970). Aquí el problema es
esencialmente el de hacer ahorrar tiempo y trabajo al investigador, recurriendo en lo posible a los
procedimientos de recolección de datos que por su misma naturaleza son más capaces de ofrecer
datos en alguna medida comparables (por ejemplo, procedimientos dirigidos a establecer
correlaciones trasnacionales).

IV. APLICACIONES Y PERSPECTIVAS DE LA POLÍTICA COMPARADA.


Las posibilidades de utilización actualmente ofrecidas por la p. comparada están implícitas en lo
que se ha dicho hasta el momento. El desarrollo y la maduración de esta disciplina pueden, en
efecto, favorecer notablemente tanto nuestro conocimiento de los fenómenos políticos como
nuestros mismos comportamientos políticos de ciudadanos. Por lo que se refiere al primero de
estos aspectos, ya se ha visto cómo y por qué la ciencia política debe recurrir frecuentemente al
método comparado si quiere aumentar el grado de validez de sus mismas aseveraciones. A esto
debe agregarse por lo menos una segunda contribución fundamental: la oferta de significativas
hipótesis de trabajo para los estudiosos. Si deseamos extender el área de los conocimientos
científicamente aceptables acerca de los fenómenos políticos, debemos comparar teniendo en
mente dos objetivos por lo menos. De un lado, formar nuevas hipótesis, generalizaciones, teorías.
Del otro, controlar el ámbito de validez de cualquier teorización que tenga forma de "ley”. En
ambos casos tenemos necesidad de la comparación, entendida como estrategia para verificar las
condiciones que hacen posible un acontecimiento o que determinan el funcionamiento de una
institución. Y poco importa si acentuamos el momento de la formación o el momento del control
de las hipótesis. En todo caso se procede a través del descubrimiento de las relaciones de
asociación existentes entre fenómenos (explicativos unos de los otros) que se encuentran en
diferentes sistemas políticos y diferentes épocas históricas. Por lo que se refiere al segundo
aspecto, es evidente la vinculación existente entre los progresos realizados por el conocimiento
político en materia científica y las oportunidades de maduración cívica que derivan de los mismos
en el nivel de los comportamientos políticos cotidianos: mejorar los propios conocimientos
conduce, por lo menos, a actuar con un dominio cada vez mayor de los propios actos. Pero éste no
es el único resultado. Comparar no es sólo un procedimiento científico: es también un modo de
pensar a través del cual aumentan las posibilidades de "aprender de los demás", atesorando las
lecciones que vienen de la experiencia de sistemas políticos diferentes del nuestro. Comparar, en
este sentido, quiere decir poder disminuir los riegos de la experimentación en la oscuridad: una
contribución de incalculable importancia, por lo tanto, para el estadista que debe decidir y para el
ciudadano que es llamado a juzgar a quien lo gobierna. Todo esto explica el gran éxito que la p.
comparada encuentra desde hace algunos lustros, así como también la vastedad de los temas
políticos que hoy se confrontan recurriendo al método de las investigaciones comparadas. La
popularidad de cualquier disciplina termina, a la larga, por depender de la capacidad de resolver
determinadas preguntas del hombre, y en ese sentido no hay dudas de que las posibilidades de
utilización de las comparaciones políticas parecen ser muy relevantes. Lo demuestran los campos
de la ciencia política hasta hoy implicados: desde las teorías sobre el sistema político hasta los
partidos y los sistemas de partidos, desde los grupos de presión hasta las técnicas decisionales,
desde los parlamentos hasta el proceso jurisdiccional, desde la cultura política hasta la
socialización, no hay ningún gran tema de la vida política al que la p. comparada no esté dando
una decisiva contribución. ¿Con cuáles perspectivas? La pregunta, a pesar de los colores
optimistas del cuadro bosquejado, no es ilegítima, ya que el futuro de la p. comparada presenta
algunas incógnitas. Los puntos débiles en el trabajo del comparatista son sobre todo dos: la
tentación de subestimar la actual carencia de madurez metodológica (Holt y Turner, 1970) y, por
otra parte, el prejuicio según el cual toda comparación es vana, dada la afirmada peculiaridad
histórica de cualquier fenómeno social. Despejemos rápidamente el terreno del prejuicio. La idea
de que toda experiencia o institución política represente un unicum irrepetible y que, por esa
misma razón, toda comparación resulta vana o engañosa, es difícil de eliminar y es singularmente
contradictoria. ¿Cómo olvidar, en efecto, que la unicidad de cualquier acontecimiento puede ser
probada sólo por una comparación rigurosa? Si bien es cierto que todo fenómeno político
presenta aspectos absolutamente propios, es también cierto que podemos saberlo sólo
comparando. Y no es para nada seguro que entre los eslabones de tantos acontecimientos
"únicos” no quede algo significativamente "común": las uniformidades en las que se basan las
generalizaciones en las ciencias sociales y que, no hay que olvidarlo, son la única verdadera
alternativa al estado de casi ilimitada ignorancia en el que nos movemos. La otra incógnita es
igualmente grave. No es suficiente decir que debemos comparar; debemos demostrar en qué
modo se puede comparar bien y cuán relevantes pueden ser los resultados de una buena
comparación. Todos estos objetivos nos los podemos proponer razonablemente con la condición
de no caer en la tentación de emprender investigaciones deficientes en el plano metodológico y,
correlativamente, insignificantes en el terreno explicativo. En conclusión, las perspectivas de la p.
comparada en la actualidad están estrechamente asociadas al nivel de madurez epistemológica de
la disciplina y de sus cultores.

BIBLIOGRAFÍA.

G.K. Bertsch, R.P. Clarck y D.M. Wood (coords.), Comparing political systems: power and policy in
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