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TEMA 1: LA HISTORIA DEL DERECHO: CONCEPTO, OBJETO E HISTORIOGRAFIA.

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I. Historia del Dº como ciencia 8
II. El objeto de la Hª del Dº 8
III. La Escuela Histórica del Dº: Eduardo de Hinojosa y su Escuela 8

TEMA 2: LA ESPAÑA PRERROMANA 10


I. La Revolución Neolítica 10
II. La España prerromana del último milenio a.C.: Los pueblos de España 10
III. Derecho e Instituciones políticas 11

Gens y gentilidades 11
Hospitalidad 11
Clientela y Devotio 11
Reyes y Asambleas Ciudadanas 12
TEMA 3: EL PROCESO JUR DICO DE LA ROMANIZACI N DE HISPANIA 13
I. La Romanizaci n: Consideraciones generales, pactos y deditio. 13
II. Ciudadanos, latinos y peregrinos 14
III. Las concesiones del derecho romano: de Vespasiano a Caracalla 14
IV. El derecho romano en Hispania 15
V. Derecho Romano Vulgar 16
VI. Explotaciones agrarias y origen del r gimen se orial 16
VII.La crisis del Bajo Imperio: La adscripci n a los oficios y el patronato 17

TEMA 4: ORGANIZACI N PROVINCIAL Y MUNICIPAL DE HISPANIA 18


I. El r gimen provincial 18

Provincia y lex provintiae. La divisi n provincial de Hispania 18


Sistema de gobierno: Magistrados y Asambleas Provinciales 18
II. El Régimen Municipal 19

Clases de ciudades: las leyes de Colonias y Municipios 19


El gobierno local: Magistrados y Curia Municipal 20
III. La Hacienda hispanorromana: rganos, impuestos y recaudaci n 21

Órganos 21
Impuestos y recaudaciones 21
TEMA 5: LOS PUEBLOS GERMANOS. ESTRUCTURA ECON MICA Y SOCIAL DE LOS
VISIGODOS 23
I. Los pueblos b rbaros y su asentamiento en la Pen nsula 23
II. El establecimiento de los visigodos: el reparto de tierras 23
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La hospitalidad romana 23
El reparto de tierras 23
III. La sociedad visigoda: Godos y romanos 24

TEMA 6: FUENTES DEL DERECHO VISIGODO 25


I. El sistema jur dico de la Espa a visigoda: derecho romano, derecho consuetudinario germ nico y
legislaci n visigoda. 25
II. II. Las Fuentes del Derecho visigodo 25

El Código de Eurico 25
El Brevario de Alarico 26
El Código de Leovigildo 26
El Liber Ludiciorum 26
III. La aplicaci n del Derecho en la Espa a visigoda: Personalidad y territorialidad del derecho 27
IV. Las fuentes canónicas: la Hispania 27

TEMA 7: MONARQU A, ASAMBLEAS POL TICAS y ADMINISTRACI N VISIGODAS 28


I. El debate sobre el Estado Visigodo 28
II. La Monarqu a visigoda: naturaleza, elecci n y poderes del rey 28
III. Asambleas pol ticas y eclesi sticas: El Senado y los Concilios de Toledo 29
IV. La Administraci n Central: El Oficio Palatino y el Aula Regia 30

El Oficio Palatino 30
El Aula Regia 31
V. La Administraci n Territorial y Local 31
VI. La Hacienda visigoda: rganos e impuestos 32

Órganos 32
Impuestos 32
TEMA 8: REPOBLACI N, R GIMEN SE ORIAL 33
I. De Hispania a Al-Andalus. 33

Período de los Gobernadores 33


Emirato Omeya de Córdoba 33
Califato de Córdoba 33
Los reinos de Taifas 34
II. Fuentes del derecho musulm n: Cor n, Sunnah, Hadit, Iyma’a. 34
III. El Estado musulm n 34
IV. El marco pol tico de la Reconquista. Clases de repoblaci n. 35

Repoblación primitiva del norte de la Meseta 36

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Repoblación en la zona sur 36
V. El r gimen se orial 36

Las prestaciones del hombre del señorío 36


Usos y abusos señoriales 37
TEMA 9: ESTRUCTURA ECON MICA y SOCIAL EN LA ESPA A MEDIEVAL 38
I. Econom a Agraria y ganader a: contratos agrarios. La Mesta. 38
II. Econom a urbana y Comercio: Ferias y mercados, cr dito y sociedades mercantiles. 39

Ferias y mercados 39
Créditos y sociedades mercantiles 40
III. La sociedad estamental medieval 40
IV. El Feudalismo 41

Orígenes y teorías del Feudalismo 41


Las Instituciones feudales 42
TEMA 10: EL DERECHO MEDIEVAL 44
I. Naturaleza del Derecho Medieval: La tesis germanista y su revisi n cr tica 44

Tesis germanista 44
La revisión crítica 44
II. Los sistemas jur dicos de la Espa a Medieval 44

El régimen visigodo 44
El régimen de fazañas 44
El régimen de fueros 45
TEMA 11: LA RECEPCIÓN DEL DERECHO COMÚN 46
I. La Recepci n del "Derecho Com n": el derecho com n como derecho imperial 46
II. La Escuela de Bolonia y los Glosadores. 46
III. El derecho can nico: Graciano y los decretistas. 46
IV. Los Comentaristas 47
V. El proceso de difusi n: papel de las Universidades 47

TEMA 12: EL DERECHO MEDIEVAL EN LE N Y CASTILLA 48


I. Caracteres generales 48
II. Las reas de Fueros: el Fuero de Le n; el Fuero de Logro o; Fueros de la Extremadura castellana:
Sep lveda y Cuenca 48

Fuero de León 48
Fuero de Logroño 48
Fuero de Sepúlveda 49
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Fuero de Cuenca 49
III. La obra legislativa de Alfonso X el Sabio: el Fuero Real; el Esp culo y Las Partidas 49

Fuero Real 49
Espéculo 49
Partidas 50
IV. El Ordenamiento de Alcal y el sistema de prelaci n de fuentes 50
V. La expansi n del Derecho Castellano en Vascongadas: lava, Guip zcoa y Vizcaya 51

Álava 51
Guipúzcoa 51
Vizcaya 51
TEMA 13: EL DERECHO MEDIEVAL EN ARAG N, NAVARRA, CATALU A, MALLORCA Y
VALENCIA 52
I. El desarrollo del Derecho aragon s: El Fuero de Jaca y los Fueros de Arag n 52

Fuero de Jaca 52
Fueros de Aragón 52
II. El desarrollo del Derecho navarro: Del localismo jur dico al Fuero General de Navarra 52
III. Catalu a: Capitulares francos, cartas pueblas y consuetuts 53

Capitulares francos 53
Cartas Pueblas 53
Consetuts 54
IV. Mallorca: Cartas de poblaci n. Orden de prelaci n de fuentes 54

Cartas de población 54
Orden de prelación de fuentes 54
V. Valencia: Cartas pueblas, Costum, Furs 55

Cartas Pueblas 55
Costum y Furs 55
TEMA 14: LA MONARQUÍA MEDIEVAL 56
I. Introducci n: El debate sobre la Monarqu a y el Estado Medieval 56
II. El rey: la sucesi n al trono. La Ordenaci n del rey 56

La ordenación del rey 57


III. Derechos y deberes de los s bditos 57
IV. Coronas e Imperio 57

Imperio 58
V. Fundamentos, naturaleza y limitaciones del poder del rey 58
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VI. La pugna por el poder: poder se orial, Juntas, Uniones y Hermandades 59
VII.La delegaci n del poder regio: Validos, Gobernadores y Procuradores 60

Válidos y Gobernadores 60
Procuradores 61
TEMA 15: LAS CORTES MEDIEVALES 62
I. El origen de las Cortes 62
II. Naturaleza y competencias de las Cortes 63
III. Composici n, funcionamiento y conclusi n de las Cortes 63

La representaci n de los tres estamentos 63


Constituci n, desarrollo y adopci n de acuerdos 64
La diputación de Cortes 64
TEMA 16: ADMINISTRACI N CENTRAL EN LA ESPA A MEDIEVAL 65
I. El oficio p blico: Acceso al oficio y control de la gesti n (pesquisas, visitas, juicio de residencia y
purga de taula) 65
II. La Administración Central 66

La Corte y sus oficiales 66


Los Consejos de los Reinos: Castilla, Aragón y Navarra 67
Cancillerías 67
Los secretarios del Rey 68
TEMA 17: LA ADMINISTRACI N TERRITORIAL Y LOCAL 69
I. La Administraci n Territorial en Castilla, Arag n y Navarra. 69
II. La Administraci n Local 69

Orígenes del municipio medieval 69


La organizaci n municipal en los diversos territorios de Espa a: Corregidores, Asistentes,
Gobernadores, Consells 70
TEMA 18: LA ADMINISTRACI N DE JUSTICIA, HACIENDA y EJERCITO 72
I. La Administraci n de Justicia en la Corona de Castilla, en la Corona de Arag n y en Navarra 72

Castilla 72
Aragón 72
Navarra 73
II. Las jurisdicciones especiales: se orial, eclesi stica y mercantil 73

Jurisdicción señorial 73
Jurisdicción eclesiástica 73
Jurisdicción mercantil 73
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III. La Hacienda: caracteres generales, rganos, ingresos y recaudaci n de impuestos 74

Órganos 74
Ingresos 75
Recaudación de impuestos 76
IV. El Ej rcito: Fonsado, milicias se oriales y concejiles. Las rdenes Militares 76

Fonsado 76
Milicias señoriales y concejiles 77
Órdenes militares 77

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TEMA 1: LA HISTORIA DEL DERECHO: CONCEPTO, OBJETO E
HISTORIOGRAFIA.

I. Historia del Dº como ciencia

Las definiciones sobre la Historia suelen comprender tanto la realidad acontecida, los hechos o
fenómenos sucedidos en el tiempo, como la ciencia que procede a su elaboración, interpretación y
enseñanza.
Al hablar del hecho histórico nos referimos a los a los fenómenos sociales que los acontecimientos
originan o transforman. Nos encontramos hoy con el afianzamiento de la historia social o
integradora, en la medida en que cualquier fenómeno histórico debe ser explicado desde los
múltiples condicionamientos que concurren en la vida real.

II. El objeto de la Hª del Dº

La dificultad de diferenciar históricamente las normas jurídicas de aquellas otras de distinta


naturaleza, tiene que ver con el hecho de que lo jurídico no sólo se manifiesta en los propios textos
legales de cada época, sino además en otros testimonios de diversa índole.
Entre esas fuentes o modos de formulación del Derecho hay que distinguir las que directamente lo
crean, de aquellas otras que mediata o indirectamente dan noticia de la norma jurídica en un
momento cualquiera. Entre las primeras destaca la ley, pudiendo mencionarse además la costumbre
(si tiene efectos jurídicos reconocidos), las sentencias judiciales que ocasionalmente pueden crear
derecho, y la doctrina de los juristas cuando se le reconoce ese carácter. Las fuentes indirectas son
múltiples
El método histórico o cronológico efectúa una división en periodos, a fin de estudiar en cada uno de
ellos los distintos ordenamientos jurídicos.
El método sistemático opera en sentido inverso, delimitando los sistemas jurídicos para analizarlos
luego en su correspondiente perspectiva histórica

III. La Escuela Histórica del Dº: Eduardo de Hinojosa y su Escuela

Con Eduardo de Hinojosa y Naveros, la Historia y los historiadores del Derecho español alcanzan la
mayoría de edad en el concierto académico internacional de principios del siglo XX.
Su obra se centra fundamentalmente en la España medieval y sus monografías tienen como hilo
ideológico el germanismo de nuestro Derecho.
La creación de las cátedras de Historia del Derecho en 1883 pudo influir en que Hinojosa acentuara
su preocupación por la disciplina y su investigación. Obtuvo la cátedra de Historia Antigua y Media
de España en 1900; ocupó diversos cargos políticos.
En marzo de 1910 se crea el Centro de Estudios Históricos, donde un selecto grupo de jóvenes
trabaja en la preparación de sus tesis doctorales y constituye el embrión de lo que luego habrá de
convertirse en Escuela de Hinojosa.

Al fallecer Hinojosa en 1919, la inquietud renovadora patente en sus tres discípulos (Ramos
Loscertales, Galo Sánchez y Claudio Sánchez Albornoz) había alcanzado ya a otros estudiosos,
quienes, fundarán propiamente la Escuela de Hinojosa.

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En 1924 los seguidores directos de Hinojosa fundan el Anuario de Historia del Derecho español
que, salvo el paréntesis impuesto por la Guerra Civil, ha venido apareciendo ininterrumpidamente
hasta nuestros días.
La revista dio creciente acogida a los romanistas, lo que le ha convertido en una revista fundamental
para los estudiosos del Derecho romano.

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TEMA 2: LA ESPAÑA PRERROMANA

I. La Revolución Neolítica

Etimológicamente Neolítico significa "piedra nueva". Constituye así una etapa prehistórica en la
cual, tras la piedra tallada característica de los milenios anteriores, el hombre fabrica útiles líticos
pulimentados
El hombre supera los estadios iniciales de la caza y mera recolección de frutos, para convertirse en
agricultor y ganadero. Se inventa en fin la cerámica.
El cambio sustancial de la vida económica consiste en el paso del simple aprovechamiento de lo que
la naturaleza directamente ofrece (caza, pesca, frutos silvestres), a un régimen que, junto a eso,
consume lo que el hombre produce con el cultivo de la tierra y el cuidado del ganado.
Entre los cereales debió cultivarse el trigo, la cebada y acaso el centeno. La zona mediterránea
produjo leguminosas diversas, abundando el lino y el esparto. Fue aprovechado el olivo silvestre,
que más tarde daría paso a la especie doméstica. Obviamente los progresos agrícolas tuvieron que
ver con el uso del arado.
Las nuevas técnicas del Neolítico, patentes en la cestería y en un trenzado de fibras que hizo posible
el tejido, fueron especialmente notables en lo relativo a la cerámica.
Con el auge del mundo económico debió existir, en fin, un comercio incipiente, con intercambios
comerciales con el Mediterráneo oriental, alcanzando la navegación razonables progresos.
El hombre ha dejado de ser nómada para fijarse en la vida sedentaria. También debido al cambio
climático, el hombre siguió viviendo en cuevas, pero en la España de la Edad del Bronce existieron
casas de planta redonda y otras rectangulares.
Las creencias de ultratumba se traslucen en algunas representaciones del arte rupestre levantino.

II. La España prerromana del último milenio a.C.: Los pueblos de España

La persistencia de los grupos étnicos más primitivos, junto a las inmigraciones indoeuropeas y el
próspero desarrollo de los colonizadores mediterráneos, ocasionaron que la Península quedará
convertida en un mosaico de pueblos, tal y como luego aparecerá ante el conquistador romano.
Según observó Estrabón, aglutinan a cuatro pueblos nórdicos: galaicos, astures, cántabros y
vascones. El nombre de estos últimos pasó a designar con el tiempo al conjunto de las tribus vascas.
Sus formas de vida fueron ciertamente rudimentarias. Habitaron en pequeños poblados, practicando
una economía basada en el cultivo de la tierra y en la recolección de frutos naturales.
Rehuyendo la guerra abierta, estos pueblos optaron preferentemente por guerrillas y emboscadas, en
las que habrían de cobrar singular notoriedad las tropas de la caballería astur.
Nos referimos ahora a los celtíberos que ocuparon el área oriental de la altiplanicie. Unas tribus de
pastores nómadas, de probable raigambre céltica y extraña ferocidad, que fundamentalmente se
alimentaban de leche y queso, abundando las luchas por apoderarse de los ganados.
Hubo cierta actividad agrícola en la zona de Numancia.
Los celtíberos debieron ser en tiempos de paz gentes hospitalarias, acogedoras del forastero en
razón de principios religiosos, en cambio en la guerra su dureza y valor fueron proverbiales. De
fácil fascinación ante jefes y caudillos se vinculaban como clientes y devotos.
Los vacceos, se asentaron en la zona de la meseta que hoy es la Tierra de Campos y fueron un
pueblo eminentemente agricultor. La gran producción de trigo no sólo satisfizo sus necesidades,
sino que originó cuantiosos excedentes. El cultivo del campo, y de forma especial el del trigo y
vino, no les impidió en todo caso la práctica de actividades pastoriles. La notoriedad histórica de
este pueblo tiene que ver con la práctica de una especie de colectivismo agrario.
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Geográficamente el área ibérica se extiende desde el norte de los Pirineos, a lo largo de la costa
mediterránea, hasta la zona de Murcia.
El mundo económico, basado en el cultivo de esas tierras fértiles, se caracterizó por la acuñación de
moneda propia. La utilización del torno del alfarero, para así superar la cerámica su carácter
doméstico para convertirse en industria productiva.
La riqueza agrícola aparece como una de las mayores de la Península, dado que el campo andaluz
fue pródigo en sus tres productos determinantes: trigo, vino y aceite, y el último pilar de esa
floreciente economía lo constituye la reserva ganadera.

III. Derecho e Instituciones políticas

La sociedad primitiva se jerarquizó en diversos estratos o clases. El acceso a las superiores debió
estar determinado por el nacimiento, por los méritos bélicos e incluso por la edad.
Existió asimismo la esclavitud. Hubo esclavos que pertenecían a dueños particulares y que sin duda
fueron objeto de comercio. El paso a la esclavitud de gentes libres estuvo a veces relacionado con la
desgracia en acciones bélicas.
Gens y gentilidades
No nos son conocidos los nombres con que los pueblos indígenas designaron a la propia comunidad
política. Esta fue llamada por los romanos tribu o gens.
Por otra parte nos encontramos con las llamadas gentilidades o parentelas. Es una forma intermedia
entre la tribu y las familias, sería así una especie de clan o grupo suprafamiliar con significación en
la vida pública.
Los derechos del individuo derivan de su pertenencia a tal o cual gentilidad, que por otra parte
interviene en acuerdos o pactos a través de quien la representa.
Gens, unidad de primer orden; gentilitas, unidad de segundo orden; familia, unidad de tercer orden.
Hospitalidad
Al ser las gentilidades grupos cerrados dentro de una gens más amplia, y fundamentar además la
identidad jurídica del individuo, forman clanes cuya insolidaridad y fuerza van en detrimento de la
cohesión de la comunidad política organizada que podemos entender como Estado.
Elemento corrector de ese fenómeno fue una institución conocida con el nombre de hospicio u
hospitalidad, que amplía la protección social y jurídica de una gentilidad a miembros ajenos a ella.
Así el extraño o huésped se acoge a la tutela del grupo social en que ingresa, pasando a ser
considerado gentil o miembro de esa nueva gentilidad, con los mismos derechos que los restantes
componentes de ella.
En otras ocasiones el pacto tiene lugar entre dos grupos gentilicios, con lo que se produce la
equiparación y reciprocidad jurídica de todos sus miembros. Los acuerdos quedan fijados por
escrito.
Clientela y Devotio
El establecimiento de diversos vínculos de sumisión personal fue debido a la idiosincrasia de los
españoles primitivos y, muy concretamente, de los iberos, caracterizados por su capacidad de
seducción ante las cualidades personales de jefes o caudillos. Según parece, los iberos se agrupaban
de forma espontánea alrededor de personajes con especial arrojo y poder de atracción, cualquiera
que fuera su origen.
La clientela militar revistió en España características peculiares por la incidencia en el pacto de
elementos religiosos, lo que la transformó en la llamada devotio ibérica.
En ella los clientes consagran su vida a las divinidades infernales, ofreciéndola a cambio de la del
jefe o caudillo. El sentido de esa consagración estriba en que los dioses prefieran que en el combate
se inmole la vida del cliente o devoto a la del patrono. Si no sucediera así y el caudillo resultase
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muerto, el cliente ha de entender que la deidad le juzgó indigno al rechazar su ofrenda, y en
consecuencia debe suicidarse.
Reyes y Asambleas Ciudadanas
El régimen político de los Estados prerromanos fue unas veces monárquico, regido por personas
que ostentan un supremo poder y lo transmiten por herencia, y otras aristocrático, desempeñado por
magistrados elegidos por un cierto tiempo.
Los escritores romanos llamaron con frecuencia rey al jefe de la comunidad política de los pueblos
primitivos, y reyezuelo (regulus) a quien estaba al frente de las organizaciones aristocráticas de la
ciudad, o bien era el simple caudillo de una clientela.
En la vida política de los Estados indígenas existió una asamblea popular formada por todos los
hombres libres (concilium) y otra aristocrática o senado que desempeñó un papel rector de
naturaleza no bien conocida.

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TEMA 3: EL PROCESO JUR DICO DE LA ROMANIZACI N DE
HISPANIA

I. La Romanizaci n: Consideraciones generales, pactos y deditio.

La conquista de España por Roma y la colonización subsiguiente e incorporación de España al


mundo romano constituyen un fenómeno capital que determinará el sentido de la vida y cultura
hispánicas desde entonces a nuestros días.
Esa cultura romana, profundamente original en el derecho y de sobresaliente eficiencia en las
construcciones y obras públicas, fue sobre todo una cultura de síntesis, capaz de aglutinar las
aportaciones espirituales, sociales y económicas de los diversos pueblos que formaron parte del
Imperio.
La Romanización significó así en España fundamentalmente dos cosas. De una parte la recepción
de esa magna cultura sincrética que llamarnos cultura romana. De otra, la expansión del
Cristianismo.
La fluidez en el intercambio de ideas y creencias, corrientes artísticas, organización política y
desarrollo social, es decir, de todo lo que hizo fácil el mutuo enriquecimiento, fue posible por la
unidad política del Imperio, por la fuerza ordenadora de su derecho, por la base lingüística de un
idioma común y hasta por la red de vías y comunicaciones que formaron la infraestructura del
gigantesco mundo romano.
La presencia romana en España se inicia en el 218 a.C., con el desembarco del ejército romano en
Ampurias. Desde esa fecha hasta el año 19 a.C., en que Augusto sometió definitivamente a
cántabros y astures, transcurren dos siglos de lenta conquista, entre incesantes guerras y rebeliones,
lo que determinará desde el principio el diverso grado de romanización existente en unas y otras
regiones.
Al fin la Península quedó convertida en provincia pacificada (provincia pacata). La Iberia de los
escritores griegos era ya conocida como Hispania por los romanos.
En términos generales hay que observar que Roma respetó la vida política de las comunidades
indígenas siempre que éstas aceptaran su hegemonía, 1 en cambio cuando ofrecieron resistencia
armada.
A esas dos actitudes de los pueblos hispánicos correspondieron las dos formas ordenadoras de la
presencia romana:
El pacto o foedus supuso la sumisión pacífica y una cierta alianza entre los dos pueblos, el
romano y el indígena. Los acuerdos se presentaron bien en un marco de amistad y cierta
igualdad, el llamado "pacto equitativo" (foedus aequum), o bajo la fórmula de sumisión sin
ambages a la soberanía romana: "pacto inicuo" (foedus iniquum).
La alteración de las cláusulas del convenio o su violación por parte de los indígenas, llevaron a los
romanos a sentirse liberados del compromiso, exigiendo la rendición sin condiciones.
La deditio constituye el desenlace de la resistencia armada de quienes se han negado a capitular.
Las ciudades así vencidas quedan como ciudades dediticias, que unas veces subsisten pagando
un tributo a Roma (ciudades estipendiarías) y otras perecen arrasadas, pasando su territorio a ser
dominio romano. Los habitantes pierden sus derechos y organización política, y ocasional mente
también la libertad convirtiéndose en esclavos a merced de los conquistadores, si es que ellos
mismos antes no optan por darse muerte.
Roma consideró a España territorio provincial y desde el 193 a.C. lo dividió en dos provincias,
Citerior y Ulterior, que dieron cabida durante el proceso colonizador tanto a esas ciudades indígenas

1 Sojuzgar: Dominar o someter a alguien con violencia, en especial al conquistar un territorio.


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de diversa condición jurídica, como también a los establecimientos romanos (colonias) donde rigió
el derecho de la metrópoli.
Coexistieron así los ordenamientos jurídicos indígenas con el propio ordenamiento romano, que a
efectos de las personas integradas en el Imperio distinguió entre los propios ciudadanos romanos,
los latinos y los peregrinos. Fuera, más allá de las fronteras, quedaban los bárbaros.

II. Ciudadanos, latinos y peregrinos

Los ciudadanos romanos (cives romani) forman parte del pueblo de Roma y ostentan la plenitud de
los derechos civiles y políticos. Estos ciudadanos son personas jurídicamente capaces que
intervienen en el gobierno de la civitas romana y de los territorios a ella incorporados.
Los latinos constituyen una categoría inferior. Su origen se remonta a la situación de los pueblos del
Lacio confederados con Roma (latini prisci), convertida luego en una cuasi-ciudadanía o ius latii
aplicada a personas de las provincias que forman parte del Imperio.
Quienes eran titulares de ese ius latii se regían por el derecho romano en lo relativo a asuntos
comerciales y patrimoniales (ius commercium), pero de ordinario no podían usar de él en lo relativo
a otras cuestiones civiles -el matrimonio con romanos (ius connubii)- ni por supuesto en el ejercicio
de los derechos estrictamente políticos: derecho al voto (ius sufragii) o a ser elegidos para
desempeñar cargos en Roma (ius honorum).
Los peregrinos son en general los extranjeros o no ciudadanos que viven en el Imperio. Se
considera peregrinos a los extranjeros que habitan en el mundo romano conviviendo según las
normas amplias del derecho de gentes.

III. Las concesiones del derecho romano: de Vespasiano a Caracalla

Al margen de que personas o grupos recibieran el derecho romano completo o el más restringido ius
latii, el resto de los españoles libres persistió en su condición de peregrinos, lo que les hizo regirse
por el propio derecho tanto en las relaciones privadas como en las públicas no reguladas por el
derecho provincial romano. Tal situación se mantuvo hasta que Vespasiano otorgó la latinidad a
todos los españoles.
El hecho de que Vespasiano concediera a toda España el derecho latino cuando se vio lanzado a
intervenir en las luchas políticas, encierra una serie de problemas:
El primero la propia datación del otorgamiento. Para unos autores había tenido lugar en el bienio
70-71, contra la a la tesis tradicional que se remite al año 73 o al 74, y quizás más precisamente a
esta última fecha.
La segunda cuestión, de mucha mayor importancia, tiene que ver con el alcance real de la concesión
misma.
Ciertamente cabe pensar que se trataba de un simple, aunque general, otorgamiento del derecho
latino, lo cual a efectos del acceso al conjunto del derecho romano significaba sólo un primer paso,
por cuanto en función del minus Latium se requería el desempeño de una magistratura municipal
para la integración en el status de ciudadano. Sin embargo, teniendo en cuenta el alcance familiar
del beneficio, que llevó consigo la transformación en ciudadanos de los parientes del magistrado,
cabe afirmar que en cierto modo la disposición de Vespasiano, convirtió en ciudadanos romanos a
buena parte de los españoles.
Los efectos expansivos de la decisión de Vespasiano, quien según D'Ors tal vez concedió incluso el
maius Latium, resultaron notoriamente potenciados por el seguro otorgamiento de ese maius Latium
en el siglo II. Al ser suficiente la pertenencia a los amplios consejos municipales para acceder a la
ciudadanía romana, y al hacerse además extensivo ese beneficio a las familias de los decuriones, la
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ciudadanía debió alcanzar durante los cien años que transcurrieron de Adriano a Caracalla a la
inmensa mayoría de los indígenas.
El proceso de romanización culmina con una Constitución del emperador Antonino Caracalla,
promulgada el año 212, que otorga la ciudadanía a todos los súbditos del Imperio.
Por la privilegiada situación de Hispania a raíz de Vespasiano, y por el más fácil y masivo acceso a
la ciudadanía propio del maius Latium, la Constitutío Antoniniana sólo beneficiaría aquí a los
sectores marginados que no habían conseguido acceder a la ciudadanía.
Se otorga la ciudadanía romana a todos, excepto los dediticios. La cláusula ha sido así objeto de dos
interpretaciones distintas:
Para Meyer, Caracalla habría concedido la ciudadanía a todos menos a los dediticios. Según esto
el edicto de Caracalla quiso beneficiar sólo a los habitantes de las ciudades, excluyendo así a
unos peregrinos dediticios que supuestamente quedaban identificados con quienes vivían en el
campo.
En oposición a esa tesis, D'Ors negó que los peregrinos dediticios constituyeran una categoría
jurídica determinada, situación que según él sí tenían los llamados dediticios elianos, es decir,
aquellos esclavos delincuentes que al ser manumitidos obtenían la libertad por la ley Elia Sencia,
quedando en un status peculiar puesto que no se hacían ni ciudadanos, ni latinos, ni peregrinos de
ciudades provinciales. D'Ors en suma cree que la prohibición de obtener la ciudadanía, a que se
refiere la Constitución de Caracalla, no alcanzó a los peregrinos dediticios sino exclusivamente a
esos dediticios elianos.
Para Gino Segré, en cambio, la concesión fue general y sin restricciones, refiriéndose la
excepción de los dediticios a la organización de determinadas ciudades, las de los dediticios
(identificadas con las llamadas tributarias que pagaban un estipendio), pero no a ellos
personalmente considerados.
D'Ors sostiene que la civitas dediticia simplemente no existió.

IV. El derecho romano en Hispania

Existió además en las provincias un sistema de fuentes jurídicas propias, comenzando por la ley
provincial (lex provinciae) que regulaba el panorama jurídico global del territorio.
En España contamos en primer lugar con una serie de leyes especiales para los núcleos urbanos,
colonias y municipios, organizados según el régimen de Roma. Este es el caso de la ley de Urso
para la colonia asentada en Osuna, o de las leyes de Salpensa, Málaga e Irni, fruto de la
reordenación municipal subsiguiente al otorgamiento de la latinidad por Vespasiano.
Hubo asimismo leyes reguladoras de la explotación de distritos mineros, como las contenidas en los
llamados bronces de Vipasca.
Las disposiciones de gobierno expresan la actividad ordenadora de los magistrados provinciales y
son en nuestro país de naturaleza heterogénea.
Entre los senadoconsultos, según sabemos por historiadores clásicos, algunos fueron dirigidos a
España. Tito Livio menciona por ejemplo el referente a la división provincial del año 197.
En el Código Teodosiano y en la llamada Collatio legum Mosaicarum et Romanarum, obra que
reúne textos bíblicos junto a escritos de juristas romanos y leyes de emperadores, encontramos
constituciones imperiales dirigidas a localidades y funcionarios españoles. Entre ellas cabe citar una
de Constantino sobre el destino de las donaciones esponsalicias, o cierta epístola de Vespasiano
autorizando a los habitantes de Sabora, en la Bética, para que se trasladen a otro lugar.
Documentos públicos: contratos de hospitalidad y patronato, algún texto que recoge el juramento de
fidelidad a los gobernadores, o los acuerdos surgidos de litigios ocasionales entre corporaciones.

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Entre los documentos privados de aplicación del derecho destaca la llamada Fórmula Bética, que
figura en una tabla de bronce. Contiene la mancipación fiduciaria de una finca rústica y un esclavo,
otorgada por el propietario a un esclavo del acreedor.

V. Derecho Romano Vulgar

El rigor y las complejidades técnicas del derecho romano clásico excedieron las posibilidades de
asimilación de las gentes de un Imperio tan amplio como desigual en cultura, con lo que en la vida
cotidiana se dio paso a un proceso vulgarizador que marginó las grandes distinciones conceptuales
de aquel derecho clásico, eliminó sus más significativas construcciones procesales y simplificó, en
suma, el gran aparato teórico en beneficio de una aplicación más realista y sencilla.
La expresión derecho romano vulgar aparece en 1880, en un trabajo de Brunner, atribuida al
derecho usado por los habitantes de las provincias en la etapa avanzada del Imperio.
La vulgarización del derecho romano fue obra tanto de la masa popular como de asesores jurídicos
profesionales, quienes de cara a la vida práctica elaboraron interpretaciones o resúmenes de códigos
y escritos de juristas.
Max Kaser ha insistido en que el vulgarismo tuvo como causa la intromisión de juristas legos al
desaparecer la jurisprudencia clásica en el siglo III, y también más tarde cuando las concepciones
populistas fueron no ya sólo defendidas por esos profesionales del derecho, sino que se abrieron
paso en el espíritu de la legislación imperial.
Desde el segundo tercio del siglo II al siglo III nos encontramos con la etapa cuasiclásica (Levy) o
epiclásica (Wieacker), en la que se llevan a cabo refundiciones de obras jurídicas de tendencia
clasicista donde, por su propia insuficiencia, hay ya signos del proceso vulgarizador. Desde el siglo
III el derecho vulgar es una realidad autónoma.
Constantino y sus consejeros, formados éstos en la retórica, rechazan en definitiva la tradición
clásica.

VI. Explotaciones agrarias y origen del r gimen se orial

El paso de la pequeña a la gran propiedad señorial fue una constante, en términos generales, de la
evolución del régimen territorial romano. El proceso se inicia con la República y queda consolidado
en el Imperio, alcanzando tal vez su punto culminante en el siglo primero de nuestra era.
La gran propiedad pertenece a capitalistas, altos funcionarios y negociantes, o bien al emperador
mismo. Esta última aparece muy desarrollada bajo Augusto, a raíz de las guerras civiles,
ampliándose con ciertas confiscaciones hechas por Nerón y las más abundantes de la época de los
Severos.
La crisis urbana del Bajo Imperio generó como contrapartida la organización social de los territorios
rurales. Los grandes poseedores de latifundios (saltus) constituyeron así zonas de jurisdicción
prácticamente exenta, en la medida en que ellos mismos gobernaban a los colonos, administraban
justicia y organizaban incluso su propio ejército.
Esos potentes que estaban al frente de amplias explotaciones agrarias, instalados en la villa como
centro del dominio señorial, cultivaron directamente los territorios más próximos (terra dominicata),
cediendo el resto (terra indominicata) a los colonos en régimen de arrendamiento y con la carga de
prestar al señor determinados servicios.
La segunda forma latifundista, a base de la integración de territorios en el patrimonio imperial, fue
también conocida en la Península a partir de Septimio Severo. La formación de grandes dominios
imperiales fue posible por la progresiva debilitación del régimen de las provincias senatoriales, lo

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que facilitó la intervención más general de los administradores del emperador en beneficio de su
patrimonio.

VII. La crisis del Bajo Imperio: La adscripci n a los oficios y el patronato

Las contiendas políticas por la sucesión en el poder imperial, la anarquía militar, el peligro de los
pueblos extraños que invaden el Imperio, la decadencia económica y la ruralización de la antigua
burguesía urbana, fueron factores determinantes de la gran crisis social que se inicia en el siglo III.
El antagonismo entre poderosos (honestiores) y oprimidos (humiliores) generó tensiones de diverso
signo en un clima general de inseguridad e indefensión.
La estructura social de esta época se caracteriza por la adscripción forzosa y hereditaria de las
gentes a sus oficios y profesiones.
La actividad se desarrolla en el seno de castas o cuerpos cerrados, donde el individuo queda
vinculado a la función ejercida por sus padres, que él mismo ha de desempeñar y transmitir a sus
hijos.
La adscripción se justifica por la crisis económica, para que nadie pretenda escapar de su trabajo y
obligaciones tributarias situándose en otro grupo social más ventajoso,
La situación resultó especialmente gravosa para los colonos o cultivadores de tierras ajenas, quienes
quedaron adscritos a heredades que no podían abandonar. Pese a su condición teórica de hombres
libres, la adscripción fue tan férrea como para que los colonos resultaran enajenados con las tierras
si el propietario se desprendía de ellas, lo que generó de hecho un estado de servidumbre respecto al
fundo mismo en los llamados "siervos de la tierra" (serví terrae).
No había por otra parte posibilidad de sustraerse a las cargas del colonato ni siquiera con la huida,
prevista y penada en otra disposición de Constantino.
La inseguridad social y el propio desmoronamiento del poder político ocasionaron que los más
débiles buscaran la protección de los poderosos, mediante el establecimiento de unos vínculos de
dependencia privada.
La vieja institución de la clientela reaparece así ahora con los nombres de patronato,
encomendación o patrocinio, con lo que los lazos de dependencia pública o política se resquebrajan
ante la multiplicación de esos vínculos personales, prohibidos a veces sin éxito por las leyes del
Imperio.
Mientras al patrono correspondió en todo caso una obligación tutelar, la encomendación de los
suscepti o protegidos fue diversa según su particular situación.
Hubo así encomendados con tierras propias, quienes las donaron al patrono para seguir
cultivándolas mediante una concesión que les vinculó personalmente al nuevo propietario. Los que
ya cultivaban tierras ajenas tuvieron que limitarse a entregar como contraprestación una parte de los
frutos obtenidos. Aquellos que ni siquiera podían ofrecer eso, por estar al margen de la actividad
agraria, hubieron de alistarse como soldados privados (bucelarios) del patrono protector.

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TEMA 4: ORGANIZACI N PROVINCIAL Y MUNICIPAL DE
HISPANIA

I. El r gimen provincial

Provincia y lex provintiae. La divisi n provincial de Hispania


Provincia fue, en principio, el conjunto de facultades del magistrado que había sido nombrado para
regir y dominar (pro vincere) la nueva demarcación, pasando luego a designar el propio ámbito
geográfico donde esas funciones eran ejercidas.
El territorio de la provincia fue considerado dominio público del pueblo romano (ager publicus) y
sus habitantes ostentaron la condición de peregrinos.
Tras la conquista militar y la sumisión consiguiente, Roma procedía a ordenar jurídicamente el
distrito mediante una Ley de la Provincia (lex provinciae), que contemplaba tanto las atribuciones
del magistrado encargado de su gobierno, como el status legal del territorio y la organización de las
ciudades correspondientes.
A tal efecto el Senado solía enviar una comisión de diez senadores, quienes de acuerdo con la
autoridad militar establecían mediante esa ley el régimen jurídico de la circunscripción.
Por lo que respecta a España sabemos que al año siguiente de la rendición de Numancia (133 a.C.),
es decir, cuando se consideró que existía un aceptable grado de pacificación, hicieron acto de
presencia los diez senadores.
Probablemente desde comienzos del siglo segundo a.C., y más en concreto desde la derrota
cartaginesa en Ilipa el año 206, los romanos consideraron a la Península territorio provincial, sujeto
a los procónsules designados por el Senado.
Sin embargo, el desarrollo de la estrategia bélica en dos frentes diversos y con ejércitos
independientes, debió condicionar la decisión de Escipión de dividir esa única circunscripción
administrativa, formando en el 197 a.C. dos provincias sobre las respectivas zonas militares: el valle
del Ebro y la costa levantina, de un lado, y Andalucía de otro.
Las dos provincias recibieron los nombres de Citerior y Ulterior, tal vez en razón de su mayor o
menor cercanía a Roma. Los límites fueron establecidos por los pretores de las respectivas
circunscripciones. Ahora bien, si se tiene en cuenta que la historia de esas dos provincias fue la
historia misma de la conquista romana, es comprensible que ellas fueran ampliándose
progresivamente hasta incluir la Citerior la totalidad de la costa mediterránea y el norte de España,
mientras la Ulterior daba cabida a la parte meridional y a los territorios de occidente.
Sistema de gobierno: Magistrados y Asambleas Provinciales
Al efectuarse la división de España en dos provincias, el gobierno de la Citerior y la Ulterior fue
encomendado a dos pretores con amplios poderes.
En determinados momentos, por las dificultades de la conquista, ambos magistrados dependieron de
un cónsul designado por roma, apareciendo también una única persona al frente de las dos
provincias en el período de los triunviratos a fines de la República.
A raíz de la dictadura de Sila (82-79 a.C.), el gobierno provincial recayó en exmagistrados,
adjudicándose cada año dos provincias a quienes habían sido cónsules en Roma el año anterior, con
lo que ellos prolongaban su gestión en calidad de procónsules, mientras las restantes eran confiadas
a propretores, es decir, a quienes habían desempeñado antes el cargo de pretor.
Hasta las reformas de Diocleciano, el gobernador provincial fue la máxima autoridad civil y militar.
Los gobernadores estaban obligados a respetar la organización indígena en los términos marcados
por la ley provincial correspondiente, si bien razones de alta política justificaron intervenciones
esporádicas de carácter extraordinario.

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A la llegada del gobernador a la provincia, su antecesor pierde toda significación pública. El nuevo
magistrado puede dictar las normas que estime oportunas, y revocar cualesquiera disposiciones
anteriores.
La actuación de los gobernadores romanos en la España de la República no debió ser precisamente
un modelo de honestidad y honradez. Las llamadas leges repetundarum, iniciadas con la ley
Calpurnia del 149 a.C., que pretendían amparar a los súbditos de los abusos y exacciones arbitrarias
(quaestiones de repetundis), no puede decirse que evitaran los excesos de la vida provincial y de
hecho en raras ocasiones se produjo la condena de gobernadores.
En cualquier caso, quienes estaban al frente de las provincias senatoriales aparecían como
“proconsules”, dirigiendo la administración civil con la ayuda de un quaestor en los asuntos
financieros.
El gobernador de la provincia imperial era en cambio un “legado” (legatus Augusti pro praetore),
pudiendo asimismo pertenecer a las clases consular o pretoria, como se aprecia en las dos
provincias imperiales españolas, una de las cuales, la Citerior, fue gobernada por un legatus Augusti
pro consulare, mientras la Lusitania estaba bajo el control de un legatus Augusti pro praetore.
Estos legados eran designados directamente por el emperador, quien también les apartaba de su
puesto cuando lo creía oportuno.
Desaparecida la diferenciación entre provincias senatoriales e imperiales, todas ellas quedaron bajo
el poder de unos gobernadores titulados “presidentes” (praesides provinciae).
La existencia de asambleas en territorios provinciales ha sido comprobada en diversos momentos de
la historia romana.
En un principio tales asambleas no fueron reconocidas, e incluso en territorios como Grecia, Sicilia
y Macedonia se llegó a decretar su disolución. Más tarde, sin embargo, adquirieron crédito político
como centros donde se rendía culto al emperador, y sus sacerdotes fueron así, tras los oficiales
romanos, los más importantes personajes de las provincias.
El carácter político de las asambleas provinciales fue más claro cuando ellas, al margen de sus
atribuciones religiosas, se pronunciaron sobre la gestión de los gobernadores salientes.
Estas asambleas, con su finalidad claramente religiosa pero indirectamente política.
El sumo sacerdote era elegido por los delegados de las distintas ciudades, desempeñando un cargo
de duración anual que debió ser apetecido como medio de promoción por los indígenas más
romanizados de la burguesía municipal.

II. El Régimen Municipal

Clases de ciudades: las leyes de Colonias y Municipios


La civilización romana fue de carácter eminentemente urbano, conteniendo las leyes ciudadanas
diversas disposiciones en pro del interés urbanístico general.
El estatuto de las ciudades dependió de la condición jurídica de sus habitantes. Existieron así
ciudades romanas, latinas y peregrinas, cuyo régimen fue eco de la expansión del Estado-ciudad
sobre la dilatada geografía del Imperio, y respondió al trato otorgado a los establecimientos
indígenas en razón de su actitud durante el proceso de conquista.
La ciudad comprendía tanto el núcleo urbano propiamente dicho como los amplios territorios
(fundii tributarii) sometidos a su jurisdicción.
Las colonias eran establecimientos de nueva planta, mientras los municipios presuponían una
comunidad indígena que, por haber sido favorecida con la concesión de la latinidad o ciudadanía,
recibió un régimen organizativo análogo al romano.
Sin embargo no todas las colonias fueron creadas ex novo, formándose algunas al establecerse un
grupo de romanos en una ciudad indígena.
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Finalmente, colonias y municipios tendieron con el tiempo a la igualación de sus estatutos,
resultando prácticamente semejantes sus formas administrativas a la altura del siglo II.
Las leyes ordenadoras de colonias y municipios fueron leges datae, es decir, dadas directamente por
un magistrado autorizado a ello por los comicios en virtud de una ley comicial.
Es posible la existencia de un modelo comun al que se ajustaron las leyes municipales itálicas y las
españolas.
En España existen dos leyes fundamentales. La primera, de carácter colonial, es la ley de Urso. La
segunda, municipal, es la Lex Flavia Municipalis, reproducida y adaptada en tres textos principales
(Ley de Salpensa, Ley de Málaga y Ley de Irni). El conocimiento riguroso de esa legislación
colonial y municipal se debe fundamentalmente a Alvaro D’Ors.
El gobierno local: Magistrados y Curia Municipal
El gobierno de las ciudades corresponde al pueblo reunido en los comicios, al senado o Curia
Municipal, y a los Magistrados elegidos en principio directamente por el pueblo y luego a través de
la curia.
A imagen del sistema consular romano, las supremas magistraturas municipales recaen en dos
Dunviros, cuyas atribuciones fueron en principio de carácter judicial. A ellos corresponde convocar
y presidir las reuniones de los comicios y de la curia o senado.
La duración de su mandato fue anual. Durante ese período parece que gobiernan el municipio con
independencia efectiva de la supervisión teórica del gobernador provincial.
La vigilancia de la vida ciudadana corresponde a los dos Ediles.
Dunviros y ediles forman corporaciones distintas o bien quedan agrupados en un solo colegio de
cuatro personas (quattor virí).
Otros dos Cuestores, ocupados de la administración financiera, completan la serie de esos
magistrados municipales, los cuales tienen a su disposición una serie de oficiales subalternos
(apparitores) cuyo número debió ser grande en las ciudades de importancia.
El acceso a las magistraturas, a partir de los veinticinco años, exigió una posición social
desahogada, lo que se explica porque ellas requerían hacer frente a onerosas cargas (summa
honoraria) con objeto de sufragar los gastos públicos.
El consejo municipal (curia, senatus), formado a imagen del Senado romano, era una asamblea
compuesta normal mente de cien personas (decuriones), que ostentaba los máximos poderes
legislativos, políticos, judiciales y militares en cada ciudad.
Como supremo organismo, sus resoluciones resultaron vinculantes para los dunviros.
Los decuriones disfrutaban de singular dignidad y reconocimiento: precedencias en actos solemnes,
uso de traje especial, exención de penas infamantes o ventajas en el reparto de donativos públicos.
Eran elegidos cada cinco años mediante un procedimiento que tal vez dio cabida a la cooptación. Se
exigía en todo caso la ciudadanía municipal y una edad mínima de treinta años, luego rebajada,
junto a una solvente posición económica.
La designación fue vitalicia, si bien podían ser separados de la curia en algunos supuestos de
indignidad. De ordinario los exmagistrados pasaban automáticamente a formar parte de la curia, con
lo que en principio, como ha señalado Merchán, la voluntad popular se reflejó tanto en la asamblea
como en los agentes ejecutivos. Más tarde ese espíritu democrático quedó cautivo de las oligarquías
familiares.
Los acuerdos en el senado municipal fueron adoptados de ordinario por mayoría simple, debiendo
en ocasiones constar los votos por escrito y hasta excepcionalmente ser reforzados por el juramento.

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III. La Hacienda hispanorromana: rganos, impuestos y recaudaci n

Órganos
Los gastos del Estado romano fueron soportados de modo desigual por los territorios de Italia y por
las provincias. En éstas la aportación de las ciudades dependió de su condición jurídica de
federadas, libres o estipendiarías
Los ingresos provinciales estuvieron centralizados durante la República en una caja, el Aerarium
Saturni, cuya administración correspondió al Senado.
Al diferenciarse las provincias senatoriales e imperiales, los recursos procedentes de aquéllas
ingresaron como de costumbre en el erario, mientras para los de las imperiales se habilitó otra caja
distinta o fisco del emperador (Fiscus Caesaris), de origen y naturaleza poco claros. No existe
además acuerdo acerca de si era una caja pública, o bien, una caja privada del emperador, de cuyo
contenido en consecuencia podía él disponer a título particular.
Con el Bajo Imperio, el Aerarium dejó progresivamente de allegar recursos, hasta aparecer de hecho
como una mera arca municipal de la ciudad de Roma. El creciente intervencionismo imperial
fortaleció en cambio al Fiscus Caesaris, convertido en caja única de todos los ingresos provinciales
y que desde Dioclecíano fue llamado Sacrum Aerarium.
Una ulterior reforma de Constantino puso al frente de esa caja central al "conde de las sacras
larguezas" (comes sacrarum argitionum), asistido por delegados en las distintas diócesis.
La administración financiera provincial quedó en la época republicana bajo la autoridad de un
quaestor. Con el doble régimen de las provincias senatoriales e imperiales, el quaestor siguió en
aquéllas, mientras las cuestiones hacendísticas de éstas corrieron a cargo de los procuratores
Augusti.
En el Bajo Imperio distintos funcionarios cuidaron en las provincias de los ingresos públicos y
privados del soberano.
Impuestos y recaudaciones
Impuestos directos: El arrendamiento de los territorios provinciales constitutivos del ager publicus,
propiedad del pueblo romano, se realizó mediante el abono de un canon llamado vectigal.
Por otra parte, las ciudades estipendarias hubieron de pagar un tributo o estipendio, que fue fijado
en principio por el Senado y luego por el emperador como una cantidad tasada y estable.
Ese sistema cambió en los últimos siglos, cuando el Consejo Imperial determinó anualmente la
suma a recaudar, originando en consecuencia un reparto de cargas cronológicamente variable.
El impuesto personal o tributum capitis gravaba la riqueza de las personas en un uno por ciento de
la cuantía patrimonial. Fue satisfecho inicialmente sólo por quienes no pagaban el impuesto
territorial, si bien con el tiempo ambos resultaron acumulativos.
Las reformas de Diocleciano transformaron a fines del siglo III uno y otro impuesto, intentando
realizar una estimación conjunta de la capacidad del contribuyente. Se fijaba así su patrimonio
territorial valorado en unidades impositivas (iuga), junto a otras (capita) de carácter personal en
función de los esclavos, colonos o animales de que dispusiera.
El doble sistema del tributo territorial, iugatio, y de ese impuesto personal que ya sólo gravaba a las
clases menos acomodadas, capitatio plebeia, exigió la formación de un censo renovado y
actualizado por quinquenios. Cada tres períodos constituía un ciclo de quince años, llamado
también indictio.
Impuestos indirectos: El más importante de los impuestos indirectos fue el portorium, aplicado a
gravar el paso de mercancías por las aduanas.
En el mundo romano la cuantía de este impuesto varió con las distintas provincias, si bien las
españolas mantuvieron una tasa uniforme del 2 ó 2,5%.

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Otros impuestos indirectos fueron la vicesima libertatis, aplicada a la manumisión de esclavos, y la
vicesíma heredítatum que gravó las transmisiones hereditarias. El importe de esta última fue
duplicado por Caracalla, alcanzando así el 10%.
Recaudación: La recaudación de impuestos fue arrendada durante la República a compañías o
sociedades de publicanos (societates publicanorum).
Estas sociedades figuran en las contratas públicas de la vida romana, presididas por censores, y
luego extienden su actividad a las provincias donde corresponde a los cuestores proceder a la
oportuna adjudicación.
En una etapa posterior el Estado varió el sistema, encargando del cobro de los impuestos a las curias
municipales cuyos miembros, transformados en exactores, oprimieron a la población ante la
necesidad de recaudar unos fondos de los que subsidiariamente respondían ellos mismos.
Los tributos correspondientes a la población campesina, dispersa en fundos y señoríos, debieron ser
gestionados por los villici (administradores fiscales), mientras la aportación fiscal de los miembros
de los collegia fue recaudada por las propias corporaciones.
Las sociedades de publicanos mantuvieron la percepción, mediante arriendo, del impuesto de
aduanas o portorium.
El pago de los tributos se realizó en dinero o en especie.
Al margen de ellos, la crisis económica hubo de requerir el concurso de los ciudadanos en cargas de
distinta índole (munera), tanto personal (colaboración en trabajos de obras públicas) como
estrictamente financiera (aportaciones extraordinarias), o bien de carácter mixto.

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TEMA 5: LOS PUEBLOS GERMANOS. ESTRUCTURA
ECON MICA Y SOCIAL DE LOS VISIGODOS

I. Los pueblos b rbaros y su asentamiento en la Pen nsula

La irrupción de pueblos bárbaros, gentes que vivían más allá de los límites del Imperio, y su ulterior
establecimiento en el mundo romano, constituyen un fenómeno de larga duración y muy complejas
causas.
Parece claro que esas invasiones bárbaras consistieron en la infiltración progresiva y lenta de
pueblos enteros, ocasionalmente aliados con los romanos para defender al Imperio de la amenaza de
otros pueblos extraños.
Los pueblos germánicos cruzan los Pirineos en el otoño del 409. Tras dos años de incursiones por
tierras peninsulares, se establecieron en la antigua provincia de Lusitania, en la parte occidental de
la Cartaginense., en la Gallaecia, y en la Bética.
Con estos asentamientos del año 411, los primeros invasores ocupan la Península a excepción del
sector oriental de la Cartaginense y la provincia Tarraconense, donde cuatro años después penetran
los visigodos bajo la dirección de Ataulfo.
A partir de mediados del siglo V, los visigodos penetran en España durante los reinados de
Teodorico II (453-466) y de Eurico (466-484), quien ocupa la Tarraconense y la Lusitania.
Eurico aparece propiamente, desde la sede de Tolosa, como primer rey visigodo de España, y al
finalizar el siglo, durante el reinado siguiente de Alarico II (484-507), importantes contingentes
populares góticos se instalan de modo estable en territorios hispánicos.
Tras un período de supremacía ostrogoda, seguido de años de anarquía, a mediados del siglo VI
Atanagildo traslada la capital del reino visigodo a Toledo. Desde entonces el Estado de Toledo
permanece como única entidad política hasta su derrumbamiento a principios del siglo VIII.

II. El establecimiento de los visigodos: el reparto de tierras

El pueblo visigodo se instaló en las Galias, mediante el pacto o foedus del 418, erigiendo allí el
reino tolosano, para desplazarse luego a la Península y organizar el reino de Toledo.
La hospitalidad romana
A cambio de los servicios y ayuda militar de pueblos extraños, Roma se vio obligada a arbitrar un
procedimiento para instalar adecuadamente a sus ejércitos. Tal procedimiento consistió en la
llamada "hospitalidad" (hospitalitas), institución descrita en un texto del año 398 que figura en el
Códido Teodosiano y en el de Justiniano: Según se aprecia, la hospitalidad consiste en que,
conservando el dueño dos terceras partes de su propia casa, la que él escoja primero y la que quede
tras la elección subsiguiente del huésped, éste recibe para instalarse un tercio de la vivienda.
Obviamente tal fórmula, apropiada para el alojamiento de huestes militares, resultó insuficiente a la
hora de acoger a pueblos enteros. En esta coyuntura, propia de las invasiones bárbaras, hubo que
El reparto de tierras
Por el pacto del 418 entre Valia y el emperador romano Honorio los visigodos quedaron
establecidos en la Aquitania. Al no conservarse el texto del foedus la cuestión global del reparto ha
sido objeto de interpretaciones diversas.
Según Torres fueron objeto del reparto toda clase de fundos, grandes y pequeños, junto con las
casas a las que por extensión analógica se aplicaron los principios de la hospitalidad militar romana.

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García-Gallo estima en cambio que sólo debieron dividirse los latifundios, habida cuenta de que el
reparto de las pequeñas propiedades hubiera dejado a unos y otros sin medios adecuados de
subsistencia.
Los fundos repartidos comprenderían las tierras laborables, pero también algunos bosques y prados
de propiedad particular (no los compascua, antes citados).
Torres López, sostuvo unánimemente que los fundos fueron divididos en la proporción de dos
tercios para los godos, (sortes gothicae) y un tercio para los romanos (tertia romanorum). Entre
otras razones, la referencia de cierta ley antigua del código visigodo Líber ludiciorum a esas dos
partes de los godos y al tercio de los romanos
García-Gallo replanteó la forma del reparto entre visigodos y romanos: Habida cuenta de que sólo
fueron divididos los latifundios, debe distinguirse en estos territorios dos zonas diferentes: la que el
señor explota de modo directo y aquella otra cuyo cultivo se cede a los colonos y arrendatarios. Si
se considera que ambas zonas del latifundio debían tener aproximadamente la misma extensión, hay
que deducir que romanos y visigodos se repartieron las tierras por partes más o menos iguales. El
propietario romano no resultaría así excesivamente gravado.

III. La sociedad visigoda: Godos y romanos

La sociedad del reino visigodo se formó sobre una mayoría de población hispanorromana y el
conjunto minoritario de godos inmigrados. Romanos y godos fueron pues los elementos
fundamentales de la estructura social.
Los invasores representaron aproximadamente el 2 ó 3% de los habitantes del futuro Estado. La
imposición política y militar de los godos tuvo pues el contrapunto de su inferioridad numérica y el
cierto desequilibrio de civilización ante unos hispanorromanos desigual pero superiormente
romanizados.
Tras el establecimiento de los visigodos en la franja central de la Península, y de modo más intenso
en la Tierra de Campos (Campi Gothorum), se inicia el proceso de fusión étnica con los
hispanorromanos. Algunos reyes como Alarico patrocinaron una política de signo integrador, cuyo
principal obstáculo fueron las diferencias religiosas entre el arrianismo de los godos y el catolicismo
de los hispanorromanos. La conversión de aquéllos en el reinado de Recaredo homogeneizó
ideológicamente una población que sólo habría de enfrentarse en el futuro a la resistencia de grupos
marginales de arrianos y a los problemas propios de la presencia judía.
La legislación que prohibía el matrimonio mixto fue expresamente derogada por Leovigildo.
Estos hispanogodos son ya desde finales del siglo VIII, los hispaní (o españoles), mientras persiste
el sector diferencial étnico y religioso, de las comunidades judías.

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TEMA 6: FUENTES DEL DERECHO VISIGODO

I. El sistema jur dico de la Espa a visigoda: derecho romano, derecho


consuetudinario germ nico y legislaci n visigoda.

Al constituirse el reino visigodo, las fuentes del derecho romano siguen siendo como en la época
anterior las leges y los iura. Esos textos se estudian en las escuelas jurídicas y son también
utilizados en la práctica judicial cuando menos hasta fines del siglo V.
Las leges habían sido recopiladas con carácter privado por los juristas Gregorio y Hermogeniano. El
Codex Gregorianus recogía constituciones imperiales desde Adriano hasta fines del siglo III, y el
Codex Hermogenianus daba cabida a las posteriores, de principios del siglo IV. Más tarde se recibe
en España el Codex Theodosianus, promulgado para Occidente en el año 438, cuya mejor
construcción sistemática, en dieciséis libros que ordenan un copioso material legislativo, facilitará
la amplia difusión de ese derecho imperial tardío, luego completado con las leyes nuevas (novelas)
de los emperadores ulteriores.
La ley de citas reconoció en el año 426 la autoridad de determinados autores: Papiniano, Paulo,
Gayo, Ulpiano y Modestino. La opinión mayoritaria de estos juristas, y en caso de igualdad la de
Papiniano, vinculó a los jueces a la hora de dictar sentencia.
A mediados del siglo XX, era "opinión común" que, entre unas primeras leyes dictadas por
Teodorico I y Teodorico II a mediados del siglo V, y un último gran código obra de Recesvinto a
mediados del VII, contábamos con tres importantes ordenamientos jurídicos: el Código de Eurico,
el Breviario de Alarico y el Código de Leovigildo. En el Estado hispanogodo, el Código de Eurico
se habría dictado sólo para los godos, llegando a nosotros ese cuerpo legal tanto por un fragmento
amplio como mediante ciertas leyes (las llamadas antiguas) que, a través del Código de Leovigildo,
aparecen luego en el código de Recesvinto o Liber Iudiciorum. El Breviario de Alarico, cuyo texto
conocemos, habría sido dirigido a su vez a la población romana. Finalmente el Código de
Leovigildo, asequible sólo a través de su recepción fragmentaria en el citado Liber ludiciorum,
tendría como destinatarios a los godos, derogando en consecuencia la obra de Eurico.

II. II. Las Fuentes del Derecho visigodo

El Código de Eurico
Eurico accede al trono en el 466 e inicia una política expansionista. El imperialismo euricíano se
proyecta por las Galias y penetra en tierras hispánicas. Al caer lo que ya era un puro simulacro de la
formidable estructura romana, Eurico se convierte en un rey poderoso. La corte de Tolosa es
entonces la primera potencia de Occidente.Eurico será luego mencionado por San Isidoro como el
primer rey bajo cuyo gobierno los godos comenzaron a regirse por leyes y no por costumbres. Esto
ha solido interpretarse en el sentido de que Eurico fue, entre los visigodos, el primer rey legislador.
Los propios monjes descubridores del códice atribuyeron en su día a Eurico la paternidad del texto,
con independencia de que materialmente hubiera sido redactado por algún jurista de la época.
Desde entonces casi todos los estudiosos han dado por supuesto que el código de París contiene
unos capítulos del Código de Eurico. Su editor, D'Ors, hizo constar que la atribución de los
fragmentos a Eurico constituía "un dato indubitable". Y ciertamente con ello reflejó el sentir
científico general, pues, entre otras cosas, nadie expresaba al respecto la menor duda; Eurico era el
autor del Código cuyos fragmentos figuraban en el códice de Paris. Nos encontrábamos, en
consecuencia, ante el Código de Eurico.

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El Brevario de Alarico
En el año 506 cierta asamblea de obispos y representantes provinciales reunidos en Adurís, dio su
aprobación a un código elaborado por juristas y que recibió la sanción oficial de Alarico II. Suscrito
y autenticado por un personaje llamado Aniano, el código es conocido principalmente como
Breviario de Alarico o Lex romana Visighotorum, por juzgarse dictado para la población romana
del reino, y también mediante otros nombres: Liber legum, Breviario de Aniano, etc.
Este ordenamiento da cabida al derecho romano oficial de las leges y los iura, es decir, a las
constituciones imperiales y a escritos de los jurisconsultos. Entre aquéllas la fuente principal es el
Código de Teodosio. Entre éstos figura un Epítome o resumen de las Instituciones de Gayo y las
Sententiae atribuidas a Paulo. Junto a cada pasaje, excepto a los de Gayo, la compilación lleva un
resumen o explicación, la llamada interpretatio, que pudo ser redactada directamente por quienes
seleccionaron las fuentes o tal vez reelaborada por ellos sobre un texto anterior.
El Breviario de Alarico fue fruto de una política de atracción dirigida a las minorías rectoras de la
población romana, las cuales conocían y cultivaban el tipo de derecho que ese código recoge.
Significó además la modificación efectiva de la antigua ley de citas, sobre alegación en los pleitos
de escritos de juristas, por cuanto Alarico prohíbe que en los tribunales se aplique cualquier otra
obra que no sea el Breviario mismo. Ello significa que los textos doctrinales susceptibles de
alegación son los recogidos como iura en el código.
El Código de Leovigildo
En un pasaje de su Historia de los Godos, San Isidoro de Sevilla, nacido durante el reinado de
Leovigildo (568-586), refiere que este monarca corrigió determinadas leyes de Eurico, añadió
algunas nuevas y excluyó otras.
En este texto se ha justificado tradicionalmente la existencia de un Código de Leovigildo, el
llamado Codex Revisus, del cual no conservamos ningún ejemplar y ni siquiera ningún posible
fragmento.
Sí se ha entendido que procederían de él las diversas leyes que aparecen luego en el Liber
Iudiciorum precedidas de la inscripción antiqua. Estas leyes antiguas serían, pues, a tenor del texto
citado, leyes nuevas de Leovigildo o preceptos de Eurico que aquél recogió o sometió a corrección.
El Liber Ludiciorum
A mediados del siglo VII, Chindasvinto (642-653) dicta un número abundante de leyes, quizás con
el proyecto de realizar una compilación.
King ha sostenido que Chindasvinto promulgó en el año segundo de su reinado el gran código
tradicionalmente atribuido a su sucesor Recesvinto, con lo que retornaría así al padre la gloria,
siempre reconocida al hijo, de haber sido el Justiniano visigodo.
En el año 654, tras haber sido revisada por el Concilio VIII de Toledo, el rey Recesvinto promulga
-o corrige, según King- la gran compilación de leyes para godos e hispanorromanos que constituye
el Liber Iudiciorum.
El Liber se divide en doce libros, y éstos en títulos y leyes. Por su ambicioso planteamiento, orden
sistemático y riqueza de contenido, el código de Recesvinto, llamado modernamente Lex
Visighotorum, ha pasado a la historia como la gran obra legal del reino visigodo.
El Código finalmente reitera la derogación de las leyes romanas, aunque autoriza estudiarlas, “para
buscar su utilidad". De no haber leyes aplicables, el juez debe acudir al rey.

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III. La aplicaci n del Derecho en la Espa a visigoda: Personalidad y
territorialidad del derecho

La legislación visigoda denota una ostensible persistencia del derecho romano vulgar en las
diversas ramas del ordenamiento privado.
La legislación de los reyes sólo pudo ser aplicada de forma precaria e irregular.
Algunas fórmulas jurídicas que se han conservado reflejan el derecho realmente utilizado en la
época. Entre ellas destaca la colección de las llamadas Formulas visigodas, textos conocidos merced
a la copia que hizo del códice original Ambrosio de Morales a fines del siglo XVI. Se trata de
cuarenta y seis fórmulas relativas a derecho privado, de estirpe y estilo romanizantes, si bien alguna
denuncia vestigios germánicos. Este es el caso de la fórmula 20 que recoge la Morgengabe o
donación que el marido ofrecía a la mujer en la mañana siguiente a la noche de bodas.
El autor de las Formulas fue un notario, o quizás un escriba, y por la referencia de una de ellas a
Córdoba se ha supuesto que fueron compuestas en esta ciudad o al menos en Andalucía. Su fecha
puede situarse entre los años 615 y 620.
Decimos que las leyes o códigos tienen carácter personal cuando van destinados en el seno de una
comunidad plural a un determinado grupo de personas. La territorialidad supone por el contrario
que esas normas rigen en todo el territorio de la comunidad política, aplicándose en consecuencia a
cuantos forman parte de ella.
Habida cuenta de que el Estado visigodo se asentó fundamentalmente sobre un doble componente
étnico, de hispanorromanos y godos, la cuestión que en concreto se plantea es si las leyes y códigos
visigodos fueron dictados separadamente para unos y otros (personalidad de la legislación), o bien
rigieron para todos los ciudadanos, siendo en consecuencia territoriales.

IV. Las fuentes canónicas: la Hispania

Las fuentes principales del derecho canónico de esta época, variable en su desarrollo en las diversas
regiones, fueron los cánones conciliares y las epístolas pontificias.
Con la pretensión de asegurar la unidad normativa y un más fácil conocimiento por todos de la
legislación eclesiástica, se llevaron a cabo refundiciones de cánones o compilaciones de ellos.
La obra cumbre del derecho canónico visigodo es la Hispana, una colección de cánones conciliares
y epístolas pontificias hecha por San Isidoro de Sevilla. Los cánones recogidos corresponden a
concilios griegos, africanos, galicanos y españoles, mientras las epístolas pontificias, más de un
centenar, quedan agrupadas por orden cronológico.
La Hispana fue precedida desde mediados del siglo VI por un índice formado por el extracto de los
cánones (excerpta canonum), y constó de tres recensiones o formas fijas del texto: la Isidoriana,
correspondiente a la redacción primitiva, la Juliana (de la época de San Julián de Toledo) y la
vulgata, o edición más difundida y utilizada, que habría de ser bien conocida en las Galias que
influyó además en otras colecciones canónicas posteriores.

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TEMA 7: MONARQU A, ASAMBLEAS POL TICAS y
ADMINISTRACI N VISIGODAS

I. El debate sobre el Estado Visigodo

A raíz de las invasiones, con el asentamiento en las Galias tras el pacto entre Valía y Honorio, la
comunidad política visigoda se integra como un Estado de carácter personal en el seno del Imperio
romano. Al caer el Imperio, Eurico puede ya organizar ese Estado sobre una base territorial
definida, cuyo desplazamiento a España a mediados del siglo VI da lugar al Estado hispano-godo de
Toledo.
El Estado visigodo fue fruto del ideario germánico sobre la comunidad política, característico de los
pueblos invasores, el romano del Imperio al que los godos inicialmente quedaron incorporados y el
de la propia de la Iglesia que influirá de forma decisiva desde la conversión de los visigodos al
catolicismo.
La concepción germánica diseña el Estado como una corporación de los hombres libres, cuya forma
política es la monarquía popular, defendida por un ejército formado por el mismo pueblo en armas.
El rey es un jefe militar, especialmente asistido por quienes figuran en su compañía o séquito.
Impera así un cierto sentido democrático, patente por ejemplo en la asamblea judicial que
colectivamente administra justicia, con independencia del predominio de hecho de determinadas
estirpes o familias ilustres.
La concepción romana del Bajo Imperio cristaliza por el contrario en un Estado absoluto,
personificado en la figura del emperador que ostenta poderes ilimitados. Con el tiempo se hará notar
otra tendencia, también romana, que pretende organizar la comunidad política según patrones
privados característicos del régimen señorial, de conformidad a como se vi vía realmente en el
mundo provincial del siglo IV.
La Iglesia, por su parte, fortaleció doctrinalmente la autoridad del Estado, habida cuenta de que la
doctrina del origen divino del poder propició una imagen venerable de los propios reyes,
administradores de ese poder recibido de Dios, que debían ser respetados so pena de sanciones
espirituales de diversa índole. No obstante, la misma enseñanza cristiana, procedente de los textos
bíblicos y de la doctrina patrística, actuó de elemento corrector del ejercicio abusivo del poder, y a
través del pensamiento de San Isidoro y de los cánones conciliares constituyó un factor de
atemperación y armonía moral.

II. La Monarqu a visigoda: naturaleza, elecci n y poderes del rey

En el Estado visigodo distinguimos el reino y la monarquía gobernante. El reino lo forman los


hombres libres, herederos de la antigua soberanía popular, que desde una fase inicial de
protagonismo activo pasan luego a la condición pasiva de súbditos. La monarquía es representada
por el rey, quien en principio aparece como caudillo militar, más tarde como jerarca político y
finalmente como vicario divino con carácter cuasi- sacerdotal.
Desde principios del siglo V hasta Amalarico (510-531), los monarcas fueron elegidos entre
miembros de la estirpe de los Balthos. Durante toda su historia, salvo paréntesis pacíficos, los
príncipes visigodos se vieron amenazados por atentados y destronamientos, tan frecuentes que
llegarían a constituir un verdadero problema nacional. Además, la posibilidad de convertir la
monarquía electiva en hereditaria debió tentar ya a los primeros reyes visigodos, bien fuera
asegurando la elección cerrada dentro de la misma familia, bien por el sistema de eliminar a

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pretendientes indeseados (caso de Sigerico al dar muerte a los hijos de Ataulfo), o por el
procedimiento mencionado de asociar a alguien al trono.
Cabe preguntarse si esa monarquía visigoda fue realmente electiva.
No fue electiva en la práctica. Para Iglesia, la fuerza y la violencia fueron el principio motriz de las
alternativas sucesorias, destacando el hecho de que los monarcas reinantes, al no lograr imponer a
sus hijos como herederos del trono, recabaron la protección de los concilios en favor de la familia
real que corría el riesgo de quedar a merced del usurpador. No triunfó así el intento de convertir la
monarquía en hereditaria, pero por supuesto ese principio electivo careció de verdadera proyección
práctica.
En el siglo VII diversos preceptos de los Concilios de Toledo regularon las condiciones necesarias
para la elección del rey. El Concilio V (año 636) ordenó que el candidato perteneciera a la gothicae
gentis nobilitas. Tal requisito, ser noble de sangre goda, fue reiterado un bienio después por el
Concilio VI, que además añadió otros varios.
Por otra parte se decretó la inhabilitación para reinar de quien participara en las conjuras
conducentes a derribar al monarca. Tal medida pretendió corregir el ancestral hábito de los godos de
deponer y asesinar a sus reyes.
En cuanto a los electores, el tradicional uso germánico de que el monarca fuera elegido por la
asamblea popular no tuvo en realidad vigencia.
El rey presta juramento de guardar la fe católica, proteger a la Iglesia, defender el reino y
gobernarlo justamente, A esas promesas generales se añadieron luego otras más concretas, como
reprimir a los judíos o respetar la distinción entre el patrimonio personal del monarca y los bienes
del fisco.Con la coronación y unción el rey quedaba revestido de su plenaria dignidad. La unción
supone la confirmación de la legitimidad del príncipe a los ojos de una Iglesia cuya autoridad moral
era notoria.
El monarca, en fin, aparece revestido de símbolos que expresan su majestad: la propia corona y,
junto a ella, la espada, el manto y el anillo. Por lo que sabemos, Leovigildo fue el primer soberano
godo que se sentó en el trono cubierto con vestiduras regias.
Aunque a menudo se alcanzara el solio regio mediante procedimientos de muy dudosa ortodoxia, la
monarquía visigoda de Toledo reconoció en Dios el origen del poder que los reyes administraban.
Numerosos textos legales y literarios acreditan esa condición del monarca, como vicario divino y
delegado terrenal de una autoridad superior.
El poder ha de ser administrado para la consecución del bien común; la llamada salus populi.
Para servir a ese fin el rey acumula el poder en su más amplio sentido: dirige la vida política del
reino declarando la paz o la guerra, asume la potestad legislativa, es cabeza de la administración,
juez supremo y máxima autoridad militar. Sus órdenes deben ser sencillamente acatadas y
cumplidas.
Por otra parte el rey debe atenerse a los límites marcados por las leyes mismas y sujetarse además a
unas normas morales que informen cuanto disponga.
Según San Isidoro puede llegar a convertirse en tirano quien, siendo rey legítimo, no gobierne con
arreglo a esos principios. Hay pues también una ilegitimidad de ejercicio.

III. Asambleas pol ticas y eclesi sticas: El Senado y los Concilios de Toledo

Al margen de las antiguas asambleas populares germánicas, inaptas ya para regir la nueva
comunidad política, existieron otras asambleas de representación colectiva: el llamado Senatus y,
sobre todo, los Concilios de Toledo.
El Senatus fue una junta reducida de magnates para auxiliar y asesorar al rey en las tareas de
gobierno. Esa especie de Consejo del monarca debió reunirse, según Sánchez Albornoz, durante los
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siglos V y VI. Desde entonces, el Senado fue sustituido por una nueva asamblea: el Aula Regia.
Hinojosa creyó en cambio en la coexistencia del Senatus y el Aula Regia hasta la extinción de la
monarquía goda. El Senatus visigodo nos es prácticamente desconocido.
Las reuniones conciliares en la España visigótica fueron de dos clases, provinciales que agrupaban
al episcopado de una provincia eclesiástica bajo la presidencia del metropolitano y las generales
daban cabida a los obispos del reino para tratar cuestiones de interés común.
Las asambleas celebradas en Toledo tuvieron carácter de generales desde el solemne Concilio III
del año 589.
La presencia de los reyes en esas reuniones, el concurso de magnates y nobles, el pronunciamiento
de los eclesiásticos sobre las grandes cuestiones de la vida nacional, así como la sanción del
monarca a las decisiones acordadas, confieren a los Concilios de Toledo un papel de extraordinaria
y discutida significación.
La convocatoria de los concilios corresponde al rey. Las diversas asambleas testimonian así que se
han reunido por la voluntad y decisión de uno u otro monarca.
A esos concilios asisten los eclesiásticos y también los miembros del oficio palatino designados por
el monarca.

IV. La Administraci n Central: El Oficio Palatino y el Aula Regia

El conjunto de personajes aúlicos que durante el siglo VII rodea al monarca, es designado en los
textos de la época con los nombres de Palatium Regis o Aula Regís. En el seno de esa asamblea
adquirió especial relieve un sector llamado "Oficio" (Offícíum), nombre que a tenor de la tradición
romana venía a significar tanto el empleo en general como cualquier conjunto de funcionarios que
trabajaran bajo las órdenes de un alto magistrado.
Dado que precisamente el "Oficio" lo era del Palacio, fue conocido como "oficio
Palatino" (Officium Palatinum), y en tanto en cuanto cobra creciente significación por recaer en él
la administración cotidiana de los asuntos regios, su nombre llega a aplicarse al más amplio
organismo que lo alberga.
El Oficio Palatino
El Oficio Palatino está compuesto por el personal que dirige los distintos servicios de la corte, así
como por los oficiales subalternos que les ayudan en el desempeño de sus funciones. Los jefes de la
administración palaciega ostentan el título de condes de la actividad a que se aplican. Son los
siguientes:
- Conde de los tesoreros (Comes thesaurorum). Figura al mando de quienes custodian los
tesoros del rey y del reino.
- Conde del patrimonio (Comes patrimonii). Está al frente de la administración fiscal del Estado
y de los dominios de la corona.
- Conde de los notarios (Comes notaríorum). Es el rector de la cancillería real y por
consiguiente quien responde del control de documentos.
- Conde de la guardia real (Comes spatariorum). Dirige a los hombres armados que forman esa
guardia personal del monarca.
- Conde de los servicios de la cámara regia (Comes cubículi). Está al frente de los servidores
del aposento real.
- Conde de los servicios de la mesa del rey (Comes scanciarum). Controla esa función
doméstica y tiene a sus órdenes a los escanciadores y cocineros del monarca.
- Conde de las caballerizas (Comes stabuli). Dirige a quienes cuidan las cuadras y establos.

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El Aula Regia
La gran asamblea llamada Aula Regia aparece como producto de una monarquía que, reconoce e
integra en el aparato de gobierno a las grandes fuerzas sociales y políticas del Estado visigodo.
Desplazó al antiguo Senatus, formaron parte de él las más poderosas familias góticas, y como
supremo cuerpo político, auxilia a los monarcas hispano-godos en la gobernación del reino a lo
largo del último siglo de su historia.
Diversos testimonios dan constancia de que los reyes consultaban con el Aula Regia los asuntos
más importantes de la vida del reino. El organismo ejerció por tanto una función de alto
asesoramiento cuando le fue requerido.
En concurrencia con los concilios toledanos, el Aula colaboró con el monarca en las tareas
legislativas.
Mucho más claras son sus atribuciones judiciales. El Aula Regia, o un grupo de altos dignatarios de
ella, actuó como supremo tribunal del monarca. Unas veces decidiendo aquellos casos que se
sometían a audiencia del rey. Otras, como única instancia para juzgar a los altos magnates
eclesiásticos y seculares, y también a los gardingos.

V. La Administraci n Territorial y Local

Los visigodos heredaron y respetaron el sistema provincial romano, cuyos contornos


administrativos perdieron precisión en esta nueva etapa. A modo pues de amplias demarcaciones,
subsistieron las antiguas provincias, dentro de las cuales adquieren ahora autonomía administrativa
los territorios de las ciudades.
Cabe distinguir así a las provincias propiamente dichas, de los territoria en que se dividen, o bien
calificar a aquéllas de provincias-ducados, al estar regidas por duques, y a los territorios de
provincias-condados por ser gobernados por condes.
Las cinco grandes provincias visigodas fueron la Tarraconense, Cartaginense, Bética, Lusílania y
Galaica, con sus capitales en Tarragona, Toledo (antes Cartagena), Sevilla, Mérida y Braga.
La progresiva autonomía y consolidación de los territorios tuvo su origen en la decadencia de las
ciudades y de la administración municipal. Roto así el control urbano sobre las extensas zonas
circundantes y perdida una hegemonía ya debilitada por el auge de los latifundios, los grandes
territorios con sus vicos (pueblos) y villas particulares quedaron subordinados a la autoridad condal
y sin conexión, por tanto, con los restos del régimen municipal.
Al frente de la provincia figuró un duque (dux) con amplias atribuciones políticas, judiciales y
militares. La extensión de las provincias y el desgobierno general hicieron posible que los duques se
convirtieran a menudo en jerarcas prácticamente autónomos, protagonistas de rebeliones y
alzamientos. El prestigio ducal fundamentará en ocasiones la aspiración a la corona.
Para gobernar los territoria los reyes nombraron condes investidos de plenos poderes. Del comes
territorial depende la administración de la comarca y la organización militar, judicial y financiera.
Tal vez en consonancia con una de sus más importantes funciones, ese gobernador aparece como
juez (iudex), y en la medida en que el régimen territorial suplantó al municipal antes prevalente, el
conde es también conde de la ciudad (comes civitatis) cabeza del territorio.
Subordinado teóricamente al duque de la provincia donde figuraba el territorium, el conde disfrutó
de una amplia discrecionalidad, sin perjuicio de las facultades de inspección propias de su superior
jerárquico.
A principios del siglo VI subsistía la conocida curia municipal romana, integrada por quienes no
habían logrado evadirse de la adscripción hereditaria al enojoso oficio. Las posibles vías de escape
-ingreso en el sacerdocio, venta de los bienes, simple ocultamiento, etc.- fueron cuidadosamente
cerradas por distintos preceptos del Breviario de Alarico, que yendo más allá, estableció nuevos
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apremios, no ya para mantener a quienes eran curiales, sino para reclutar incluso a personas que
estaban fuera, prueba de la indeseabilidad del Ordo Curiae, cuerpo cerrado en el que los obligados
por nacimiento ingresaban a los dieciocho años, pudiendo sólo abandonarlo en caso de tener trece
hijos.
En esta época, la curia, compuesta de godos e hispanorromanos, mantuvo algunas de sus antiguas
funciones y adquirió otras nuevas. Ante ella se formalizaron muchos actos de jurisdicción
voluntaria, propios entre los romanos de jueces y magistrados. La tarea más ardua del senado
municipal, es decir la recaudación de impuestos, siguió desde luego pesando sobre esos curiales,
quienes como antes hubieron de responder con sus bienes del montante global de la recaudación.
Los magistrados municipales son ahora el curator y el defensor, elegídos ambos entre los curiales
por el pueblo (consensu civium et suscriptione i universorum). Convertido en el funcionario más
importante de la ciudad, ese defensor civítatis debió conservar bien poco de su prístino carácter
tutelar, perdido ya en buena parte con el ocaso del Bajo Imperio, apareciendo más bien como un
magistrado autoritario y hasta opresor. Su significación institucional decreció con el transcurso del
tiempo.

VI. La Hacienda visigoda: rganos e impuestos

Con la herencia de los caracteres romanos tardíos, el Estado visigodo perfila progresivamente los
rasgos peculiares de su organización financiera. Los grandes latifundios imperiales pasan a manos
de los reyes visigodos, quedando desde entonces como dominios de la corona. Se opera así la
diferenciación entre el patrimonio del Estado y el personal del monarca, sancionado con meridiana
claridad en el siglo VII con ocasión del Concilio VIII de Toledo.
Órganos
La suprema dirección de la administración financiera corresponde al rey, auxiliado directamente por
el conde de los tesoreros (Comes thesaurorum) en la custodia del tesoro regio, y por el conde del
patrimonio (Comes patrimonii) en la gestión del patrimonio de la corona, del que el tesoro forma
parte.
El monarca supervisa la administración financiera y vigila el buen orden del tesoro, cuya visita e
inspección formó parte de la actividad cotidiana de algunos reyes como Teodorico II.
El Comes thesaurorum ordena la conservación y vigilancia de las joyas, llevadas a veces con el
monarca en desplazamientos y campañas. La riqueza del tesoro visigodo fue proverbial.
El Comes patrimonii administraba los palacios reales y los grandes dominios territoriales integrados
en la corona, que en los últimos años de la monarquía visigoda constaba de más de tres mil
posesiones.
Impuestos
Para hacer frente al gasto público, y de modo especial al sostenimiento de la casa real, ejército y
funcionarios, el Estado dispuso de recursos de distinta naturaleza. Junto a las regalías del monarca o
los ingresos extraordinarios derivados de multas y confiscaciones, el sistema fiscal visigodo siguió
los pasos del romano mediante una estructura de impuestos directos e indirectos, comprendiendo
aquéllos -más importantes- la tributación territorial y personal.
La estimación de la cuantía de los tributos correspondió al monarca, quien pudo dispensar de su
pago si lo estimaba oportuno.
Los impuestos directos fueron el territorial (capitatio terrena) y el personal (capitatio humana).
Aquél gravó las propiedades fundiarias y éste a las personas como sujetos impositivos.
Entre los impuestos indirectos destacan los de aduanas (telonia) y tráfico.

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TEMA 8: REPOBLACI N, R GIMEN SE ORIAL

I. De Hispania a Al-Andalus.

En febrero del año 710 muere Vitiza, penúltimo rey visigodo. Los nobles adictos que habían
formado parte de su séquito de "fieles", pretendieron repartir el reino entre los hijos del monarca.
Sin embargo la asamblea visigoda que entendía de la sucesión al trono, se negó a legalizar
semejante novedad. En su lugar, el Senatus elige como monarca a Rodrigo.
A instancias del Senado, según un texto del Anónimo Mozárabe, don Rodrigo tuvo que ocupar el
reino por la fuerza. Se inicia así una guerra civil en la que los vitizanos, para defender sus
pretensiones, apelan a la ayuda de los musulmanes.
Traicionado el rey visigodo por los propios hermanos de Vitiza, Don Rodrigo perdió en el combate,
el trono y la vida. Los musulmanes, lejos de reponer a los hijos de prosiguieron la conquista en
provecho propio y con sorprendente facilidad produjo el derrumbamiento de la monarquía visigoda.
Ocupado así todo territorio peninsular, ese Islam español fue designado con el nombre de Al-
Andalus.
Las propiedades rústicas no fueron consideradas en la etapa primitiva como objeto de botín, dato
congruente con el carácter nómada de las tribus, y ello originó que Mahoma mismo -según unos
autores- o las autoridades árabes de los siglos siguientes -según otros- hubieran de arbitrar un
régimen respecto a las tierras de los pueblos vencidos.
De un lado el acuerdo de capitulación (suhl), consecuencia de la guerra y que significaba el
sometimiento absoluto a las autoridades del Islam. Las heredades de los así sojuzgados dejaron
normalmente de pertenecer a sus propietarios y se convirtieron en bienes de la comunidad
musulmana (fai).
El tratado de paz (ahd), suscrito con pueblos aliados que en condición de protegidos, respetó en
cambio la autonomía política, la propiedad de las tierras y la libertad religiosa, y llevó consigo, en
una cierta salvaguardia de las personas (amán). Convenios de esta naturaleza fueron acordados con
algunos cristianos del Norte..
Los hispanogodos quedaron en ambos casos sujetos al pago de los puestos personal (chizya) y
territorial (jarach).
La entrega de tierras en propiedad y en iqtá determinó su segregación del conjunto de bienes
perteneciente a la comunidad. Tal sistema, hizo posible que los musulmanes se convirtieran en
dueños de los territorios que ocupaban, abriendo la puerta en fin a un asentamiento permanente y a
la consolidación de su dominio.
La constitución, consolidación y crisis de Al-Andalus puede ser resumida en las siguientes etapas:
Período de los Gobernadores
Los cuarenta años comprendidos entre el 716 y el 756 son conocidos como el "período de los
gobernadores", caracterizado por la sucesión de autoridades, que han de enfrentarse a menudo a los
clanes conflictivos de sus compatriotas.
Emirato Omeya de Córdoba
Se inicia con Abd al-Rahman I, quien las tres décadas de su reinado consolida un emirato
independiente en lo político, aunque subordinado en lo religioso al califa de Damasco.
Califato de Córdoba
En el año 929, Abd al-Rahman III adopta el titulo de califa y príncipe de los creyentes,
convirtiéndose por tanto en una suprema autoridad política y religiosa a la que incluso ciertos reyes
cristianos pagan tributo o rinden vasallaje. Los últimos años del siglo X contemplan las hazañas
bélicas de Almanzor ante una Cristiandad amedrentada por la caída de Compos te la en manos del
caudillo musulmán.
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Los reinos de Taifas
En 1031 cae el califato y se descompone en una veintena de unidades políticas menores conocidas
como "reinos de Taifas", gobernados por reyezuelos de ascendencia diversa.
Las taifas bereberes se localizan preferentemente en la zona andaluza, y fuera de ella sobre todo en
Toledo. Las taifas árabes aparecen establecidas también en Andalucía y en Zaragoza, Tudela y
Lérida. Las taifas de eslavos ocupan territorios del sureste y Levante, así corno las islas Baleares.
los reinos más fuertes se imponen a las taifas satélites y terminan por absorberlas. A fines del siglo
XI el mapa se redujo, al despuntar el siglo XII los almorávides dominaron el Islam español y los
almohades les sustituyen en la pugna bélica de la segunda mitad de esa centuria, hasta su derrota
ante una coalición de reyes cristianos en la batalla de las Navas de Tolosa (16-VII-1212).
El ocaso almohade fue seguido por la formación del reino nazarí de Granada (1232). La entrada de
los Reyes Católicos en la capital el 6 de enero de 1492 puso término al reino nazarí y concluyó la
Reconquista.

II. Fuentes del derecho musulm n: Cor n, Sunnah, Hadit, Iyma’a.

En el Islam sólo hay en rigor una fuente del derecho: la voluntad divina transmitida por revelación a
Mahoma. Según su carácter, cabe distinguir diversas manifestaciones del mensaje religioso, de
donde a su vez proceden los principios y normas jurídicas.
Corán, libro que recoge la recitación o lectura de aquello que Alá inspiró a Mahoma, fijado por
escrito por diversos oyentes del Profeta. Ceñido fundamentalmente a temas de ética social e
individual, sólo una décima parte del texto coránico trata de cuestiones jurídicas.
La revelación indirecta deducida de la conducta del propio Mahoma. Esa conducta o sunnah
comprende lo que el Profeta ocasionalmente dijo, sin figurar en el libro revelado; lo que hizo y
constituye por tanto un ejemplo a seguir por la comunidad creyente. La sunnah se transmite por
tradición oral (hadit). Es por ello necesario fijar un sistema que garantice la autenticidad de esa
transmisión, y permita en consecuencia interpretar adecuadamente el comportamiento y actitudes de
Mahoma. Surge así la ciencia del hadit.
Finalmente la revelación genérica o tácita de Alá a los creyentes, manifiesta en el unánime
asentimiento de la comunidad musulmana sobre ciertas cuestiones (iyma’a).
Por otra parte esos tres mensajes requieren una elaboración y desarrollo. Esta es la tarea propia de
los alfaquíes o juristas, quienes con ello construyen la ciencia jurídica musulmana o fiqh.
La palabra fiqh, alusiva en principio a la ciencia en general, vino a designar específicamente con el
tiempo a la jurídica. Sus cultivadores o alfaquíes, científicos o sabios, se convirtieron así en juristas.
Las fatwiis son dictámenes de juristas expertos (muftíes) a quienes se admite como autoridades a la
hora de aplicar el derecho.

III. El Estado musulm n

El Estado musulmán representa a la comunidad político-religiosa regida por el califa, sucesor de


Mahoma e intérprete de la voluntad de Alá para su pueblo.
Desde la llegada de los musulmanes hasta mediados del siglo VIII, Al-Andalus formó parte del
Imperio islámico con capital en Damasco. Administrativamente dependió de la provincia del
Magreb, cuya sede radicaba en Qayrawan (en el actual Túnez).
La gran crisis del año 750, cuando es asesinado por los abbasíes el último califa omeya de
Damasco, provoca graves consecuencias para el mundo musulmán en general y para Al-Andalus en
concreto.

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Un omeya sin embargo, Abd al-Rahrnan I, logra huir y seis años después convierte a Al-Andalus en
un emirato. El y sus sucesores son soberanos independientes y mantienen una ficticia supeditación a
la supremacía religiosa del califa.
La configuración efectiva de Al-Andalus como Estado independiente tuvo lugar en el reinado de
Abd al-Rahman II (822-852). Los omeyas, expulsados de oriente, habían consolidado su poder en
España, pero a la hora de organizar el Estado, Abd al-Rahman II trasplantó aquí el gran aparato de
sus adversarios familiares del califato abbasí, apareciendo el Estado cordobés con lo que se ha
llamado "fachada oriental. Un siglo después se extingue la teórica dependencia religiosa al
proclamarse Abd al-Rahman III califa.
Cuando quiebra el califato cordobés, los pequeños Estados taifas mantuvieron su autonomía pese a
establecer ciertas relaciones de subordinación hacia los abbasíes de Bagdag.

IV. El marco pol tico de la Reconquista. Clases de repoblaci n.

A mediados del siglo VIII la Cristiandad occidental parecía en trance de extínción. El mundo
islámico ocupa la Península Ibérica y se extiende por los territorios del sur de las Galias, mientras
hispano-godos, francos y lombardos ven derrumbarse sus estructuras políticas, y la Iglesia
sobrevive penosamente en la nueva situación. Sin embargo en la segunda mitad de esa centuria, la
aristocracia franca, el Papado y los restos activos de la hecatombe musulmana, construyen el frente
común del Estado carolingio. Se define así una conciencia de Europa frente al Islam, y por vez
primera un cronista español llamará "europeos" (europenses) a quienes forman parte de las tropas
de Carlos Martel que logran detener el avance musulmán.
Tras la batalla de Covadonga (718 o 722), se constituye con Alfonso I un Estado cristiano que inicia
la Reconquista. Bajo el gobierno de Alfonso II (791-842), la corte queda fijada en Oviedo
configurándose un reino cristiano-astur.
La gran comarca oriental del reino asturleonés, Castilla, es una región diferenciada cuya progresiva
expansión en el siglo IX la lleva a orillas del Duero. El condado castellano, que alcanza su apogeo
con Fernán González a mediados del siglo X, se convierte luego en reino.
Desde el 1037, el reino de León quedó unido al de Castilla.
Los territorios del Pirineo oriental formaron una zona militar, la Marca Hispánica, dependiente del
Imperio franco.
La zona alta de los ríos Aragón, Gállego y Cinca formó a su vez un condado, convertido en reino el
año 1035. En 1137 acaece la unión del reino aragonés y del principado catalán, con lo que se
sientan las bases de una Corona de Aragón compuesta por esas unidades políticas y por los reinos
de Valencia y Mallorca.
En los primeros años del siglo XI y bajo la dirección de un gran monarca, Sancho III el Mayor, el
reino de Navarra se empeña en una ambiciosa empresa política. El poderoso imperio Navarro se
desintegrará con el reparto de la herencia del monarca.
En el siglo XIII la España cristiana es la España de los cinco reinos: León, Castilla, Aragón-
Cataluña, Navarra y Portugal.
En el tramo final de la Reconquista, la España de los cinco reinos cristáliza en la España de las dos
coronas. Unidos León y Castilla, y operando al margen Portugal que llegará a constituir un Estado
autónomo, las coronas de Castilla y Aragón asumen el liderazgo peninsular en las postrimerías de la
Edad Media. Con el reinado de los Reyes Católicos, ambas coronas se unen, tiene lugar la
incorporación de Navarra y concluye la Reconquista con la rendición del último reíno musulmán de
Granada. La Península queda como un territorio binacíonal.

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Repoblación primitiva del norte de la Meseta
La amplia franja del norte quedó devastada por las incursiones y campañas militares de musulmanes
y cristianos. En ese inmenso yermo creció el reino asturleonés, repoblándose por el occidente la
baja Galicia y el norte de Portugal, y por el oriente las comarcas de la Rioja y Burgos donde tuvo
lugar el nacimiento de Castilla. El Duero es en el siglo X la frontera con Al-Andalus, y la acción
colonizadora se proyecta sobre la ribera superior en tierras de Toro, Zamora y Sahagún.
La repoblación oficial se efectuó por orden del rey (per iussionem regis), mediante cierta
planificación de la tarea colonizadora y el acompañamiento de determinadas solemnidades y
ceremonias.
Los repobladores llegaban a su destino y ocupaban los campos, mientras era alzado el estandarte
regio como símbolo de la nueva autoridad.
Ambiciones espirituales, necesidades económicas o impulsos de superar el terruño localista y
asegurar nuevos horizontes, empujaron a las gentes a abandonar su antiguo solar para establecerse
en inéditos lugares. Carente de tutela oficial, esa repoblación privada fue estrictamente familiar e
inorgánica, o se realizó al amparo de las pequeñas iglesias y monasterios fundados en tierra de
nadie.
Clérigos y monjes se erigieron así en dirigentes e impulsores de una actividad repobladora de signo
eminentemente religioso.
Repoblación en la zona sur
Desde mediados del siglo XI la acción repobladora alcanza la Castilla meridional, el valle del
Guadalquivir, la nueva Cataluña, el valle del Ebro, Levante y el sur de Portugal. Al compás de los
éxitos militares, la repoblación se plantea ahora con arreglo a nuevas necesidades. Se trata de
integrar zonas pobladas y asegurar el efectivo dominio en las ciudades que se conquistan. Por medio
de minorías cristianas debe mantenerse el control sobre las importantes urbes -rescatadas a la
España musulmana. Ello tiene además lugar en zonas económicamente prósperas, atrayendo gentes
del otro lado de los Pirineos.
Las Ordenes Militares, nacidas en el siglo XII, cuidaron de la defensa del territorio comprendido
entre el Tajo y el Guadiana, convirtiéndose asimismo en factores decisivos del proceso colonizador.
En amplias zonas de Andalucía, Murcia, Mallorca y Valencia, reconquistadas a partir del siglo XII,
fue frecuente arbitrar un sistema de reparto de tierras y casas entre los conquistadores.
Los repartimientos se realizaron a través de un largo proceso entre cuya apertura y conclusión
transcurren años de particiones sucesivas.

V. El r gimen se orial

Las prestaciones del hombre del señorío


Los cultivadores de tierras pagaban al señor la renta o censo junto a partes alícuotas de las cosechas.
Junto a esa renta señorial existieron múltiples prestaciones, que pueden ser sistematizadas en tres
grupos principales, según tengan que ver con la utilización de lo que era monopolio del señor o uso
de sus dominios, afecten al trabajo directo y personal de los cultivadores, o incidan finalmente en el
patrimonio de ellos por otras diversas causas.
nos le reporta una serie de beneficios: las maquilas, o parte del trigo que ellos llevan a moler; el
fornatico, por el pan cocido en el horno; y un gravamen, llamado en Cataluña llosol, por el uso de la
fragua para reparar aperos y utensilios. A su vez, el aprovechamiento de montes y prados, con la
consiguiente obtención de leña para uso doméstico.
Fueron llamadas sernas los trabajos agrícolas que el cultivador ha de realizar determinados días al
año en la reserva señorial. Junto a ellas, las prestaciones personales reciben el nombre de la
actividad a que se aplican.
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Usos y abusos señoriales
El empeoramiento en el trato jurídico del vasallo de señorío reviste en la etapa señalada carácter
general. Fue sin embargo en Aragón y Cataluña donde la situación llegó a peor término, al
consagrarse un auténtico "derecho de maltratar" (ius maletractandi) del señor a los vasallos.
En Aragón el Código de Huesca autorizaba al señor de un vasallo que hubiera dado muerte a otro, a
encarcelarle y dejarle morir ("et puédelo matar de fambre, de set o de frio"), manteniendo sin
embargo el eufemismo de prohibir que el señor ejecutara por sí mismo, directamente, la pena
capital.
Las Cortes de Cervera de 1202 reconocen la facultad omnímoda de los señores de maltratar a sus
vasallos o "quitarles sus cosas". Según las Costumbres de Gerona, en fin, el señor puede prender a
su antojo al rústico del señorío y encerrarle en la bodega o en prisión, teniéndole sujeto con grillos o
en un cepo.
Los payeses catalanes se vieron obligados a unas prestaciones especiales conocidas como malos
usos; fueron seis:
- La remensa: Los campesinos adscritos a la tierra sólo podían escapar a su vinculación al
predio señorial mediante el pago de una redención o remensa.
- La intestia: Es el derecho del señor a una parte de los bienes del vasallo que muere sin hacer
testamento.
- La exorquia: Penaliza el patrimonio del payés estéril o sin descendencia.
- La cugucia: Es la multa que el payés ha de pagar al señor cuando la mujer de aquél comete
adulterio.
- La arcia o arsina: Consiste en la indemnización que el señor recibe del vasallo si se incendia el
predio que éste cultiva.
- La firma de spoli: constituye una gabela que el señor percibe del payés por autorizar que éste
hipoteque todas o parte de las tierras señoriales que cultiva, como garantía de la dote y
esponsalicio de su mujer.
En la segunda mitad del siglo XV tan oscuro panorama mejora en todas partes. En Castilla una
pragmática de los Reyes Católicos, dictada en Medina del Campo el 28 de octubre de 1480, pone
fin a las ataduras de los vasallos permitiéndoles trasladarse de unos sitios a otros sin mengua de sus
bienes.
En Aragón, las protestas contra abusos esporádicos hacen presumir que la situación general debió
ser más llevadera.
La prosecución del conflicto y las tensiones ulteriores concluyen por fin cuando Fernando el
Católico dicta en abril de 1486 la Sentencia arbitral de Guadalupe. Con ella tiene lugar la abolición
de los malos usos y anula asimismo el ius maletractandi y extingue otros diversos abusos.

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TEMA 9: ESTRUCTURA ECON MICA y SOCIAL EN LA ESPA A
MEDIEVAL

I. Econom a Agraria y ganader a: contratos agrarios. La Mesta.

En la Europa de esos siglos habría dominado un tipo de "economía doméstica", de carácter


autárquico, caracterizada por la consumición de los productos en la pequeña área que los había
producido.
En lo que a España concierne, la economía agraria hubo de ser todavía más abierta.
El carácter de las unídades económicas de cultivo va estrechamente ligado al tipo de asentamiento
del hombre altomedieval.
El pequeño propietario trabajó por sí mismo la tierra que había adquirido. Conforme se aceleró el
proceso de absorción de esos reducidos fundos en el régimen señorial, los grandes dominios fueron
entregados a campesinos para que los explotaran bajo las fórmulas jurídicas del prestimonio o de
otros diversos contratos.
Las cartas pueblas y fueros agrarios dictados por los nobles y señores eclesiásticos para las tierras
sujetas a su jurisdicción, refieren la entrega de ellas en préstamo o prestimonio. Tales documentos,
fueron en realidad declaraciones unilaterales del señor.
El prestimonio es una concesión de tierras en la que el dueño retiene la propiedad, y quien las recibe
adquiere un derecho al cultivo a cambio de determinadas prestaciones. El prestatario debe reconocer
como señor al dueño, a quien ha de servir y guardar fidelidad.
Los contratos para poblar tierras reconquistadas (ad populandum) fueron en realidad concesiones de
los reyes leoneses y condes castellanos, que ordenan las obligaciones y derechos económicos de
quienes ocupan los nuevos territorios. Llevaron consigo el disfrute del predio recibido, la
apropiación de sus frutos y la posible transmisión del derecho al fundo con consentimiento del
dueño.
El contrato para trabajar la tierra (ad laborandum) comprende tanto el otorgamiento del derecho a la
mitad de la propiedad del predio o de sus frutos, como la fórmula según la cual el concesionario
procede a la roturación y cultivo, teniendo que abonar sólo una parte de determinados productos de
la cosecha.
A las tempranas reuniones de ganaderos de localidades y comarcas, siguió la constitución de
poderosas juntas o mestas municipales. En la segunda mitad del siglo XIII esas asambleas disfrutan
de un ordenamiento confirmado por el rey, y tienen sus propias autoridades.
En 1273 todos los ganaderos de León y Castilla debían formar parte ya de una única junta o
hermandad, pues en esa fecha Alfonso X otorga una carta de privilegios al "concejo de la Mesta de
los pastores del mio reyno”.
ha sido frecuente afirmar que Alfonso X fundió las diversas mestas en una gran hermandad que con
el tiempo habría de llamarse Honrado Concejo de la Mesta de los Pastores de Castilla.
El Concejo estaba compuesto por los hermanos de la Mesta, dueños de rebaños que contribuían
económicamente mediante el llamado "servicio de ganado”; estuvo mayoritariamente integrado por
pequeños y medianos ganaderos.
Los miembros de la hermandad podían concurrir a las asambleas generales. Estas se celebraron
durante la Baja Edad Media tres veces al año, reduciéndose a dos en el siglo XVI y a una en la
centuria siguiente. Las reuniones tenían lugar en una iglesia o en el campo.
Las decisiones del Concejo se adoptaban en el seno de los cuatro grandes grupos o cuadrillas,
correspondientes a Soria, Segovia, Cuenca y León.

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La máxima autoridad de la Mesta fue el presidente o alcalde entregador mayor; por debajo de él se
encuentran los alcaldes entregadores. En un plano más próximo a la vida cotidiana figuran alcaldes
de la Mesta o alcaldes de cuadrilla.
El aparato administrativo corrió a cargo de un cuerpo de contadores y receptores, cuyas rentas eran
revisadas anualmente por el presidente.

II. Econom a urbana y Comercio: Ferias y mercados, cr dito y sociedades


mercantiles.

El proceso que transformó a la Europa agraria altomedieval en un mundo de florecientes relaciones


mercantiles, ha sido con frecuencia calificado por los historiadores de revolución comercial, cuyos
ejes principales fueron la cuenca mediterránea y el litoral de la Europa del norte, con una zona de
encuentro e intercambio principalmente radicada en los Países Bajos.
Existen unos fundamentos generales de la revolución comercial. Cabe citar entre ellos, el desarrollo
de la navegación, la aparición de burgos y ciudades que hace surgir una clase social -los burgueses-
dedicada a la actividad mercantil; el fomento de los intercambios comerciales en ferias y mercados;
la transformación de la mentalidad.
Los mercaderes fueron en principio gente errante que, con el transcurso del tiempo, se acogió a la
protección de los burgos y pequeñas ciudades.
Mercaderes y artesanos formaron en consecuencia una clase de "hombres nuevos". De talante
emprendedor y aventurero, acuden a ferias y mercados, adquieren grandes fortunas por la
explotación y préstamo del dinero, y promueven empresas y sociedades de tráfico marítimo.
La ciudad es el centro de esa expansión económica. Los burgueses logran en ella una atmósfera
proteccionista que les permite el control del comercio, y defienden sus intereses mediante
agrupaciones corporativas y gremios. Tal es el sentido de la economía urbana que marcará el
tránsito a los tiempos modernos.
Ferias y mercados
En la organización económica medieval, ferias y mercados desempeñaron un papel de primer orden.
El clima de inseguridad hubo de propiciar que las transacciones tuvieran lugar en determinados
lugares y fechas, dentro de un marco de protección y garantía. En suma, el mercado fue fruto de una
doble necesidad: la económica del intercambio y la jurídica de que éste se encuentre adecuadamente
protegido.
Según la periodicidad de su celebración, podemos distinguir tres tipos fundamentales en el mercado
medieval: la feria o mercado anual, el que se celebra cada semana, y el mercado diario.
Las ferias son verdaderas reuniones internacionales de comerciantes. A partir del siglo XII destacan
las ferias de Champaña hasta su decadencia en el siglo XIV. Muchas ciudades españolas tuvieron
ferias de señalado relieve, sobresaliendo a partir del siglo XV las celebradas en Medina del Campo.
El mercado semanal limita su radio de acción a una región o comarca, cuyos habitantes acuden un
día a la semana -a veces, dos- a traficar con sus mercancías. En ocasiones los propios fueros
municipales fijan el día del mercado.
El mercado diario es en fin el lugar de intercambio habitual de quienes viven en una localidad
concreta.
La protección jurídica de esas reuniones de mercaderes se asegura mediante la llamada paz del
mercado, que salvaguarda no sólo el lugar donde se realiza, sino también el acceso y retorno de los
comerciantes que allí acuden. Las autoridades municipales asumieron el control de los mercados
urbanos.

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Créditos y sociedades mercantiles
El esplendor del comercio medieval coincide con un verdadero estallido de las operaciones
crediticias y de explotación del dinero.
El banquero medieval fue prestamista y negociante, con lo que sus operaciones resultaron ser tanto
operaciones de préstamo como de inversión y fomento de negocios diversos.
La vida mercantil cobró un espectacular desarrollo mediante el hallazgo y puesta en práctica de
instrumentos comerciales, como la contabilidad por partida doble, la utilización del endoso y el
descuento y, sobre todo, la generalización de la letra de cambio.
El préstamo del dinero llevaba consigo una remuneración o beneficio en favor del prestamista.
Las transacciones comerciales de gentes de distintos países que concurrían a unos mismos lugares
para comprar y vender, facilitaron la presencia de cambistas de moneda, quienes se lucraban con
unas operaciones que fácilmente escaparon a cualquier control.
La aparición de establecimientos bancarios fue muy desigual en los territorios peninsulares. En
Cataluña desde el siglo XIII los cambistas o campsores se dedicaron a prestar dinero no sólo a
particulares, sino incluso a los municipios y al propio monarca para resolver problemas de
abastecimiento en años de escasez.
El florecimiento de los grandes banqueros catalanes a lo largo del siglo XIV, sufrió un retroceso
hacia los años ochenta. Las ciudades, por su parte, establecieron las "tablas de cambio" (taules de
canvi) a modo de bancos municipales.
El desarrollo de las operaciones comerciales da lugar durante la Edad Media a la aparición de
sociedades capitalistas de distinto tipo. Cabe destacar entre ellas la compañía y la comenda.
La compañía es una sociedad compuesta por mercaderes y negociantes que se unen aportando su
capital y actividad a fin de obtener beneficios en una determinada empresa.
Los diversos tipos de sociedades de compañía aparecen definidos por dos coordenadas. De un lado,
el mayor o menor número de bienes que cada miembro aporta al capital social. De otro, el fin u
objeto a cumplir con esos medios.
La comenda puede ser tanto comenda-depósito, consistente en la custodia de dinero o mercancías,
como comenda-mercantil, en la que el comendatario debe llevar a cabo una gestión comercial, en
que el comendante aporte el dinero o las mercancías.

III. La sociedad estamental medieval

A imagen de un orden superior o celestial, la sociedad terrena debe organizarse según unos criterios
que la asemejen a esa armonía divina.
Desde el siglo XIV la metáfora del cuerpo místico será aplicada a la comunidad política.
La comunidad política aparece compuesta por tres estamentos u órdenes: los que rezan (oratores),
los que combaten y defienden con las armas la paz común (pugnatores, bellatores), y aquéllos que
trabajan o labran.
En la sociedad estamental la conciencia de estamento es asumida preferentemente por los grupos
privilegiados, y es más cerrada que la de clases, aunque con cierta fluidez donde el propio
hermetismo se ve atenuado por la incorporación de algunos "hombres nuevos”.
El Derecho marcó la diferencia de los grupos sociales en esa sociedad estamental y además situó en
una posición privilegiada al hombre respecto de la mujer.
La posición más destacada del orden social la ocupan los nobles (nobiles). El nacimiento constituye
en principio la única vía de acceso a la nobleza medieval. En la transmisión de los títulos nobiliarios
rige el principio de preferencia masculina, si bien se dieron ciertos privilegios de transmisión por
vía femenina.
El auge y predominio de la nobleza se debieron a muy distintas razones.
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La pertenencia a la nobleza se tradujo en un estatuto jurídico de verdadero privilegio cuya base
económica fue la exención fiscal. Los nobles no pagan los tributos ordinarios ni extraordinarios, y
sus fincas y heredades permanecen libres de cualquier gravamen, por lo que llegará a prohibirse que
se les transfieran tierras sujetas a impuestos.
En la esfera judicial existen unos procedimientos especiales que se aplican exclusivamente a los
nobles.
La mayor parte de la población estuvo compuesta por hombres simplemente libres, alejados en
principio de la desfavorable situación de quienes ocupaban los estratos sociales inferiores. No puede
considerarse a este conjunto de hombres, jurídicamente libres, como una clase social homogénea.
El asentamiento de mercaderes y artesanos dio origen en las ciudades a la aparición de una clase
burguesa independiente, dedicada al comercio, próspera en lo económico y libre en lo jurídico. La
libertad deja así de ser un privilegio personal, para convertirse en condición común a la burguesía
en su conjunto.
El progreso de estas gentes afectó al mundo jurídico: se llegó a un ius mercatorum, transformado
luego en un auténtico derecho mercantil internacional y la aparición de un derecho municipal
autónomo.
La clase urbana dirigente estuvo compuesta por los burgueses enriquecidos y también por
segundones de familias hidalgas, que en determinados territorios (Cataluña y Aragón) hubieron de
renunciar a su estatuto nobiliario al instalarse en las ciudades.
En los niveles más bajos de la estructura social figuran colonos y siervos. Aquéllos eran en
principio hombres libres que cultivaban tierras ajenas, mientras los siervos, teóricamente carentes
de libertad, vivían en su mayoría diseminados por los grandes dominios rurales.
El sector más desfavorecido de la escala social estuvo compuesto por siervos y esclavos. El ingreso
en servidumbre aparece determinado por cuatro causas fundamentales:
- Nacimiento.
- Cautiverio.
- Deudas.
- Entrega voluntaria.

IV. El Feudalismo

El feudalismo fue el sistema social y político propio del occidente de Europa entre los siglos X y
XIII. El nombre de feudalismo deriva de su principal elemento constitutivo, el feudo, que aparece y
se desarrolla como institución característica de los Estados surgidos tras la desmembración de la
monarquía franca.
El feudalismo articula una estructura social jerárquica.
Las relaciones de dependencia comportan la existencia de una persona principal (señor) y de otra
subordinada (vasallo). Pero en tanto en cuanto el señor puede ser vasallo de cualquier individuo de
rango superior, y el vasallo puede ser señor de otro menos calificado, la sociedad feudal se muestra
como un global encadenamiento de relaciones privadas.
Ha sido simbolizada así esa sociedad feudal como una gigantesca pirámide cuya cúspide la ocupa el
rey, no como titular de poder público sino como supremo señor, y cuya base está formada por todos
los vasvessores o "vasallos de vasallos”.
El feudalismo fue pues un sistema surgido por la multiplicación de relaciones de feudo. El feudo
fue a su vez resultado o síntesis de dos instituciones distintas: el vasallaje.
Orígenes y teorías del Feudalismo
- Teoría de Brunner: Según Brunner, las tropas invasoras que penetraron en Francia estaban
fundamentalmente compuestas por jinetes, mientras el ejército franco lo era de guerreros a pie.
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La creación de un ejército de jinetes, no era fácil.nSe ideó así entregar tierras en préstamo a los
súbditos, a cambio de su servicio a caballo en las lides bélicas. La solución fue pues confiscar a
la Iglesia sus tierras, dándolas a los particulares para que con ellas pudieran comprar el caballo y
el equipo de guerra, reconociendo a la Iglesia la propiedad de lo que le había sido incautado, pero
esas tierras sólo fueron cedidas a aquéllos que eran o se convertían en vasallos.
- Crítica de la historiografía germánica: El profesor Alfonso Dopsch sostuvo que ni en aquella
primera etapa el ejército galo careció totalmente de jinetes, ni en la segunda hubo un predominio
absoluto de ellos. El feudalismo era, pues, en las Galias una realidad previa a la aparición
musulmana.
- La teoría de Sánchez Albornoz: Con Carlos Martel y Pipino el Breve tuvieron efectivamente
lugar las confiscaciones de bienes eclesiásticos. Tales confiscaciones se realizaron con una
finalidad militar, pero no precisamente para crear una caballería masiva. El crecimiento de las
tropas ecuestres, de haber tenido lugar, no fue causa sino consecuencia de las confiscaciones
mismas.
Las Instituciones feudales
- Vasallaje: A semejanza de los vínculos personales característicos del séquito germánico, muchos
nobles se ligan ahora entre sí o con el monarca a través de relaciones de fidelidad y mutua ayuda.
Surge pues el vasallaje como relación entre dos personas, una de las cuales (vasallo) jura
fidelidad a la otra (señor) y se compromete a prestarle determinados servicios, recibiendo a
cambio protección, sustento y otras mercedes.
El pacto vasallático se establece en una ceremonia solemne llamada "homenaje" (hominaticum,
hominium), que simboliza el compromiso libremente contraído entre ambas partes.
Estando de rodillas, el vasallo junta las manos y en señal de confianza y sumisión las coloca entre
las del señor, mientras expresa el deseo de pasar a ser "su hombre”.
Tras el homenaje tiene lugar el juramento de fidelidad, prestado de pie y con las manos sobre los
libros sagrados.
La primordial obligación del señor es hacer bien a los vasallos, lo que comporta una afección moral
y se traduce en el deber de protección y de facilitar sustento u otros medios de vida.
El vasallo por su parte debía ser fiel al señor y facilitarle consilium y auxilium. La lealtad se tradujo
así en un conjunto de obligaciones específicas.
La relación vasallática solía establecerse de por vida, aunque desde un principio no resultó difícil
romper el vínculo mediando justa causa y más adelante también por su mera y libre voluntad.
El señor puede a su vez dar término a la relación de vasallaje cuando su protegido quebranta la
fidelidad o incumple los deberes correspondientes. Especial gravedad reviste la ruptura por el señor
cuando éste es precisamente el rey, y el vasallo incurre en la llamada ira regia, que le obliga a
desnaturarse o abandonar el reino.
- Beneficio: Junto a donaciones transmisoras de la propiedad, fue más frecuente la concesión de
tierras en beneficio, lo que otorgaba un derecho al disfrute del predio a cambio de la prestación
de determinados servicios y, en especial, del de caballería o militar.
La entrega en beneficio no implicó de por sí la creación del vínculo vasallático; las concesiones
beneficiarias fueron temporales, revocables en su mayoría y nunca objeto de transmisión
hereditaria.
El prestimonio era concedido a tiempo indeterminado. Los bienes objeto de prestimonio u honor
fueron de muy diversa naturaleza.
La concesión vasallático-beneficial, cualquiera que fuese su plazo, concluía con la muerte de una de
las dos partes.
Por influencia francesa, los beneficios propiamente dichos o prestimonios fueron a veces calificados
de feudos.
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Como instituciones distintas pero complementarias, beneficio y vasallaje constituyen el feudo,
formalizado mediante un pacto que integra tanto la expresión de la entrada en vasallaje, como la
acción de poner en manos del vasallo aquello que es objeto del beneficio.
La formación de la gran propiedad territorial en León y Castilla a partir del siglo XI condujo a la
consolidación de muchos dominios en el contexto del llamado "régimen señorial”.
Cataluña sí aparece en cambio, sin reservas, como un Estado feudal.
Situado en la cúspide de la jerarquía feudal y siendo juez supremo en Cataluña, el princeps ocupa
un lugar preferente en ese primer rango de los condes, a los que siguen sus vasallos los vizcondes, y
a éstos los comitores y vasvessores, a tenor de la estructura recogida en una de las fuentes jurídicas,
los Usatges.
A principios del siglo IX los habitantes de la Marca Hispánica, se acogían ya a la protección de los
condes y recibían de ellos beneficios con la consiguiente aparición de feudos. Desde el siglo XI el
feudalismo catalán se encuentra consolidado.
Desde la aparición del sistema feudal, fue normal en Europa conceder los oficios y funciones
públicas a gentes ligadas al monarca por vínculos de vasallaje.
Partiendo de esa consideración del oficio público como beneficio feudal, las pretensiones de sus
titulares por transformarlos en hereditarios triunfaron a fines del siglo IX, durante el reinado de
Carlos el Calvo. Ello significó que los condados catalanes se convirtieran en algo propio de
determinadas familias.

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TEMA 10: EL DERECHO MEDIEVAL

I. Naturaleza del Derecho Medieval: La tesis germanista y su revisi n


cr tica

El derecho de la Edad Media encierra en sí dos fases diferenciadas: una primera, en la que
predomina el fragmentarismo, la dispersión o la pluralidad normativa, y una segunda, caracterizada
desde principios del siglo XIII por el creciente uniformismo fruto de la recepción del llamado
"derecho común”.
Tesis germanista
Durante los siglos V, VI y VII, con independencia de la legislación romanizada, los visigodos
mantuvieron en España sus propias costumbres de origen germánico. Aquélla habría sido un
ordenamiento teórico de escasa aplicación. Tras la fractura de la conquista musulmana, reapareció
ese derecho germánico que vino a sentar las bases del derecho altomedieval.
El viejo derecho germánico, vigente de hecho en la época visigoda, hubo de florecer más tarde en
los textos y fueros altomedievales. Ese derecho germánico se manifestará en una serie de
costumbres que aparecen por doquier en los núcleos cristianos de la Reconquista y también entre
los primitivos germanos.
El derecho de la Reconquista había sido fruto del derecho consuetudinario germánico que los godos
transmitieron.
La revisión crítica
Semejante interpretación fue rechazada explícitamente por García-Gallo en 1955 quien sostuvo que
los godos habrían perdido su añejo derecho consuetudinario en el seno del Imperio.
Para D'Ors, las instituciones extrañas al derecho romano perceptibles en el medieval fueron
producto de la influencia franca, llegando recientemente Alvarado ha esta misma conclusión.
Procede en consecuencia evitar cualquier generalización a la hora de valorar la naturaleza del
derecho de la Alta Edad Media, hasta la recepción clara del derecho romano.

II. Los sistemas jur dicos de la Espa a Medieval

La España de los primeros siglos de la Reconquista conoce, según los territorios, tres tipos
fundamentales de sistema jurídico.
El régimen visigodo
Normalmente se ha entendido que el Líber Iudiciorum rigió entre los hispaní en Cataluña, en la
zona de León y, desde fines del siglo XI, en el reino de Toledo. Los mozárabes, quienes conservaron
ese derecho, habrían sido el vehículo transmisor del Líber al reino leonés cuando emigraron allí
desde la España musulmana, o lo mantuvieron en Toledo donde fue reencontrado por los cristianos
que conquistaron la ciudad el año 1085. Además debe admitirse una pervivencia más o menos
generalizada del Líber en otras distintas zonas.
El régimen de fazañas
Allí donde no existe un texto jurídico de implantación general y reconocida, el derecho surge como
creación espontánea de la sociedad misma. Ahora bien, en la medida en que las pretensiones
encontradas se traducen en litigios y pleitos, lo que es justo en un cierto caso, debe ser esclarecido
por la decisión del juez a su libre albedrío. Es éste en consecuencia un derecho de creación judicial.
La sentencia conforme al libre albedrío da lugar en Castilla y otros territorios a la llamada fazaña.
El juez puede crear el derecho en el sentido de decidir a su arbitrio en un caso determinado qué es lo
justo, o al interpretar una costumbre controvertida por los litigantes, e incluso algún texto legal

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aislado o confuso. Conviene no obstante tener en cuenta -según observó García González- que no
todas las sentencias de los jueces altomedievales dieron lugar necesariamente a fazañas. A menudo
hubo fazañas dictadas por el rey, como juez, o confirmadas por él.
Las fazañas fueron a veces recogidas en colecciones, con lo que quedó explícita cara al futuro la
fijación de una norma. Ese sistema judicialista se impuso en la Castilla que logró independizarse de
León.
El régimen de fueros
El término fuero deriva del latín forum, palabra que entre otras cosas hace referencia al tribunal, a
su jurisdicción y al modo de actuar del tribunal mismo.
Respondiendo las fazañas a casos concretos y determinados, las colecciones que se hicieron de ellas
fueron eliminando lo episódico para conservar la norma orientadora de carácter general. Dicho con
palabras de Galo Sánchez, "la fazaña se convierte en fuero ", lo cual significará que fuero pase a ser
sinónimo de norma jurídica.
Hubo fazañas y en consecuencia fueros en razón justamente inversa a la vigencia del Líber. A más
Líber menos fueros, y viceversa.
Al proceder de la costumbre fijada por los jueces, el fuero no fue en principio algo escrito. Cuando
en los siglos XI y XII reyes y señores otorgan un ordenamiento jurídico a ciertos lugares, el derecho
concedido a una determinada localidad es su fuero.
En la historia del derecho medieval se ha hablado siempre de fueros breves y extensos, atendiendo a
la magnitud de su contenido o locales y territoriales al ámbito de aplicación que lograron.
También podemos distinguir:
- Los fueros agrarios, que aparecen a su vez bajo dos formas: como documentos jurídicos
privados que dan cabida a un contrato agrario colectivo entre el señor y los cultivadores de la
tierra.
- Fueros de privilegio, son textos de carácter público, provenientes de un rey o conde que goza
de cierta autonomía, y suelen conceder a villas o monasterios determinados privilegios o
exenciones.
- Fueros locales y territoriales, recogen el ordenamiento jurídico más o menos desarrollado que
ha de regir en los diversos pueblos y ciudades.

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TEMA 11: LA RECEPCIÓN DEL DERECHO COMÚN

I. La Recepci n del "Derecho Com n": el derecho com n como derecho


imperial
En los siglos siguientes a la Reconquista el panorama de la vida hispánica aparece marcado por la
división y el fragmentarismo.
Romanismo, cristianismo y germanismo actuaron como agentes catalizadores de un proceso de
unidad cuyo cauce fue el latín y cuyo trazo de identidad más genuino fue la religión cristiana.
Sin embargo, la gran estructura carolingia se derrumbó en poco tiempo. Los monarcas alemanes, a
partir de Otón I, se consideran restauradores del Imperio carolingio y aparecen con el título de
"emperador de romanos" (romanorum imperator). El derecho romano será así el derecho del
Imperio.
Este proceso de unificación política en la Europa altomedieval se coresponde con un resurgir
cultural y jurídico. El único Imperio debía ser sostenido y vertebrado por un único derecho, y ello
resulta posible por cierto acontecimiento excepcional. En aquella centuria se produce el
descubrimien to en Italia de varios manuscritos de la magna recopilación llevada a cabo por
Justiniano quinientos años antes. Reaparecen así el Digesto y otros textos de derecho romano
clásico.

II. La Escuela de Bolonia y los Glosadores.

Entre las escuelas jurídicas destaca desde el principio la de Bolonia, precursora de la afamada
universidad. La Escuela de Bolonia una escuela de artes que junto a las enseñanzas de gramática y
retórica acogió también los estudios de derecho.
Irnerio es un personaje que se dedica a estudiar y a enseñar lo que estudia, fundando una escuela
científica de la que surgirán eminentes discípulos conocidos como glosadores, es decir, expertos en
el sistema de la glosa.
Todos esos autores se ocupan del conjunto del derecho justinianeo, de lo que será llamado el Corpus
iuris civilis, y muy especialmente del Digesto.
La labor de los glosadores, de los discípulos de Irnerio y de otros muchos, dentro y también fuera de
Italia, es de admirar por su finura exegética y por facilitar una interpretación concorde de los
intrincados textos del Código y del Digesto.
Las glosas fueron luego objeto de recopilaciones, entre las que destaca la efectuada en la primera
mitad del siglo XIII por Accursio.

III. El derecho can nico: Graciano y los decretistas.

Junto al ius civile, el ius canonicum representa el otro gran pilar del ordenamiento jurídico
medieval. Su elaboración doctrinal a partir del siglo XII fue en buena parte posible a las reformas de
Gregorio VII, consistentes sustancialmente en la afirmación de un derecho canónico universal,
reglado desde Roma, superador de las rea lizaciones particularistas propias de los distintos países.
A la luz de esos principios de integración, un monje llamado Graciano ntenta ofrecer una versión
conciliadora de las distintas fuentes, procede a agrupar esas diversas autoridades y añade un
comentario que en su caso pretende concordar, como el título da a entender, los preceptos que
disienten, y ofrecer así una versión global y armónica del sistema eclesiástico.

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La obra representa un hito angular de la historia canónica, y genera una escuela de exégetas, los
decretistas, que vienen a realizar con el Decreto una tarea paralela a la que los glosadores habían
llevado a cabo con el Corpus iuris.
Graciano se muestra como el primero de los juristas-canonistas, lo que le ha valido ser considerado
como el verdadero "padre del derecho canónico".
El Decreto significa el punto de partida de la etapa clásica del ordenamiento canónico.

IV. Los Comentaristas

El sistema elaborado por los glosadores apuntó desde el principio a una finalidad práctica. Sus
sucesores, los postglosadores o comentaristas, acentuaron esa preocupación pragmática, con lo que
hubieron de compaginar el derecho justinianeo con el canónico, el feudal y el estatutario que regía
en los municipios italianos.
La mayor libertad interpretativa de los comentaristas significó que crearan una verdadera técnica en
la elaboración del derecho.
Los "comentarios" de estos comentaristas integraron además los derechos locales y un rico
casuismo, es decir, todo aquello que por contraposición al derecho común era derecho particular o
propio. Surgió así un “ derecho nuevo ” que en cierto sentido relegó a segundo plano al derecho
justinianeo.

V. El proceso de difusi n: papel de las Universidades

La creación doctrinal del ius commune y la aparición y desarrollo de las universidades en Europa
fueron en cierto modo fenómenos simultáneos e interdependientes.
El epicentro del despliegue universitario estuvo en Bolonia, pero en seguida
también se impartió la enseñanza en otros centros italianos o de diversos países europeos, entre
ellos España. El aprendizaje de los saberes había desbordado ya el cauce de las escuelas monacales
y eclesiásticas.
Antes de que la invención de la imprenta revolucionara el mundo científico, los escolares estudian
ese derecho común en códices, que luego llevan consigo a sus países de origen, lo que facilitará la
difusión del derecho y otras ciencias desde los textos mismos, copiados luego por unos y otros.
En lo relativo a las Universidades españolas, la primacía cronológica corresponde a Palencia.

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TEMA 12: EL DERECHO MEDIEVAL EN LE N Y CASTILLA

I. Caracteres generales

La ruptura de la unidad política y el desarrollo de la repoblación, propiciaron una diversidad de


ordenamientos jurídicos, vigente cada uno de ellos en determinados lugares o comarcas.
Desde el siglo XI los reyes suelen dictar normas de carácter general, pero el derecho que entonces
comenzó a ser fijado por escrito era el que la gente vivía o practicaba en las distintas zonas, esto es,
un derecho esencialmente consuetudinario.
En ocasiones, los príncipes ordenaron la redacción de ese derecho popular, sancionado luego por
ellos mismos. Frecuente fue también que jueces y juristas prácticos llevaran a cabo redacciones
privadas que, con el tiempo, refundidas o reelaboradas, alcanzan ocasionalmente reconocimiento
oficial.
La implantación del Líber ludiciorum y el régimen de libre albedrío ca- racterizaron el panorama
jurídico altomedieval de León y Castilla.
Al recogerse en Castilla por escrito las fazañas y convertirse en fuero, se dilata el ámbito de
vigencia de las normas, operándose en consecuencia una territorialización del derecho.

II. Las reas de Fueros: el Fuero de Le n; el Fuero de Logro o; Fueros de


la Extremadura castellana: Sep lveda y Cuenca

Fuero de León
El 28 de julio de 1017, el rey Alfonso V promulgó con su curia reunida en León una
serie de capítulos o decretos regulando el gobierno del reino y la condición de la personas. Esos
decretos, revisados y ampliados en el mismo año o en el 1020, contienen las primeras leyes
territoriales de la España medieval y han sido tradicionalmente identificados con el Fuero de León.
Mantuvo un notable prestigio hasta bien avanzado el siglo XIII. Su divulgación quedó asegurada al
figurar a veces como apéndice del Líber Iudiciorum en algunos códices, o en otros de la versión
romanceada del Fuero Juzgo, siendo además objeto de numerosas confirmaciones regias.
En el último tercio de ese siglo, sin embargo, el fuero pierde importancia y progresivamente deja de
aplicarse. A tal decadencia contribuyeron tres factores: el arraigo del propio Fuero Juzgo como libro
a aplicar en los tribunales, la abusiva imposición de la jurisdicción del obispo y cabildo, y la
proliferación de cartas y privilegios reales (las cuales indirectamente convierten al Fuero de León en
un texto más y más anticuado que, al final, cae en desuso).
Fuero de Logroño
En la etapa inicial de la Rioja cristiana, recuperada por la ofensiva navarro- leonesa, constatamos de
una parte el mantenimiento de la tradición visigoda, y de otra la recepción del derecho navarro.
Esa doble vertiente del derecho riojano primitivo, deudora de lo gótico y lo navarro, será superada a
partir del siglo XI por un derecho de creación propia. Nos encontraremos entonces con los fueros
locales, cuyo primer texto -el Fuero de Nájera- recoge todavía derecho navarro y refleja en
consecuencia la etapa de transición.
Los primeros textos riojanos de la época navarra son meros fueros de carácter agrario, calificados
de cartas vecinales, en razón del tipo de comunidad a la que iban dirigidos, y para diferenciarlos de
los fueros que reciben las villas con autonomía y autoridades propias.
La más antigua de las cartas fue dada a la aldea de Cirueña el 972.

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Conservamos una serie de fueros locales, de reducida extensión, entre los que cabe destacar los de
Nájera (recoge el antiguo derecho navarro) y Logroño (articula ya un derecho nuevo: el de los
francos que acuden a repoblar la zona), dados ambos por Alfonso VI a fines del siglo XI.
Fuero de Sepúlveda
Alfonso VI confirmó en 1076 un fuero que posiblemente hasta entonces se mantuvo por tradición
oral. A su vez, en 1300 el concejo entrega al juez real un fuero más extenso, de 254 capítulos, para
que se atuviera a él al administrar justicia. Este nuevo texto, que compila y refunde privilegios
heterogéneos, fue confirmado por Fernando IV nueve años más tarde, apareciendo intercalado entre
el principio y el final del fuero antiguo.
El Fuero de 1076 destaca por las inmunidades que concede, por la equiparación judicial que los
villanos logran con los infanzones, así como una ostensible benignidad penal.
Fuero de Cuenca
El Fuero de Cuenca es el más importante de nuestros fueros medievales y el paradigma de las
recopilaciones extensas de derecho municipal. Consta de 982 capítulos escritos en latín, que luego
fueron vertidos al romance, donde el autor o autores le califican de "suma de instituciones forales".
Se considera otorgado por Alfonso VIII, y cabeza de muy diversas familias de fueros existentes en
Castilla, Aragón y Portugal. Procede de fines del siglo XI o de la primera mitad del XII. Teniendo
lugar la redacción final casi a mediados del siglo XIII.

III. La obra legislativa de Alfonso X el Sabio: el Fuero Real; el Esp culo y


Las Partidas

Fuero Real
Consta de cuatro libros, dedicados a cuestiones religiosas y políticas,
procedimiento judicial, derecho privado y derecho penal. Sus leyes proceden del Fuero Juzgo y de
otros fueros castellanos. Este carácter legal es ostensible por la abundancia de expresiones de tono
imperativo. el Fuero Real se aplicó en el tribunal del rey e influyó en la formación de otros varios
cuerpos jurídicos.
Las razones de la promulgación de la obra se explican en el prólogo. Se trata de remediar la
carencia de fueros y textos escritos, evitando el juicio de albedrío.El propósito del rey había sido
formar un código que rigiera en todo el reino, si bien el apego de las ciudades a sus propios fueros
le obligó a desistir de tal propósito, con lo que hubo de optar por otorgarlo sucesivamente como
fuero local.
Espéculo
Tal como ha llegado a nosotros, el Espéculo es un cuerpo legal compuesto de cinco libros, en los
que se alude a leyes de otros posteriores que no conocemos. Cabe así pensar que, sobre un plan
inicial de nueve libros, el código no llegó a ser concluido, o bien simplemente que se extraviaron
los libros siguientes.
El prólogo se asemeja a su vez al del Fuero Real.
El Espéculo aparece como obra de Alfonso X, pero está desprovisto de fecha precisa, no obstante,
había sido redactado ya en 1255.
Para Iglesia, el monarca había concedido primero el Fuero Real a Castilla y a las Extremaduras.
Pretendiendo luego la unificación jurídica, ordena redactar el Espéculo, cuya elaboración se
interrumpe como consecuencia del llamado fecho del Imperio, es decir, del conjunto de
acontecimientos relativos a su intento de lograr la corona imperial.
Para García-Gallo, según sabemos, la primera obra alfonsina fue el Espéculo, concedido desde 1255
a las villas de Castilla. El posterior Fuero Real desplazó al Espéculo como cuerpo legal, es decir, en
tanto código formalmente vigente, lo que no impidió que este texto conservara un alto prestigio
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como obra de doctrina jurídica. Tras el fallecimiento de Alfonso X, los juristas de la corte proceden
a su reelaboración, fruto de la cual sur- gen las Partidas. En resumen, pues, el Espéculo se
transforma en las Partidas.
Partidas
Las Siete Partidas constituyen el código más importante de la historia del derecho español, y
represen tan el apogeo de la recepción en Castilla del derecho común.
Fueron traducidas al catalán, al portugués, al gallego e incluso al inglés, por cuanto el código se
aplicó en territorios norteamericanos que antes habían pertenecido a España. Las Partidas rigieron
pues algún tiempo en los Estados Unidos, cuyo tribunal supremo acudió a ellas para dirimir
conflictos entre Estados, o para entender de los recursos y apelaciones presentados por algunos de
ellos.
Desde siempre se ha atribuido la célebre obra al rey Alfonso X. Durante su reinado, un conjunto de
juristas, más o menos directamente dirigido por el monarca, habría iniciado y concluido el texto. En
casi nueve años fueron redactadas las Partidas, desde el 23 de junio de 1256 hasta el 28 de agosto de
1265.
Como obra de Alfonso X han sido objeto de tres ediciones distintas. Alonso Díaz de Montalvo las
dio por vez primera a la imprenta en 1491. El texto fue corregido y ampliado por Gregorio López en
1555, logrando su versión una excelente acogida. Finalmente, en 1807, la Academia de la Historia
llevó a cabo una tercera edición.
Para García-Gallo Las Partidas es el resultado de una reelaboración del Espéculo, llevada a cabo
con posterioridad a la muerte de Alfonso X. Tal reelaboración supone de una parte la ampliación del
Espéculo.
Tal como han llegado a nosotros, las Partidas debieron ser compuestas hacía 1290 y no más tarde de
1310, aproximadamente.

IV. El Ordenamiento de Alcal y el sistema de prelaci n de fuentes

Durante los últimos años del siglo XIII y en la primera mitad del XIV, la aplicación del derecho se
desenvolvió en Castilla en un clima problemático.
En el reinado de Alfonso XI, las Cortes de Alcalá de 1348 promulgan un libro jurídico, el llamado
Ordenamiento de Alcalá, cuyo título 28 establece en su ley primera el orden general de prelación de
fuentes. Haciendo referencia a la necesidad de que existan "leyes ciertas" en las contiendas y
pleitos.
Queda así sancionada la aplicación en primer lugar del propio Ordenamiento de Alcalá, y en su
defecto de los fueros municipales en cuanto no fueren contra Dios, la razón y las leyes; y hecha la
salvedad de que el monarca no los mejore o enmiende. En tercer lugar, si leyes y fueros carecen de
norma adecuada, debe hacerse uso de las Partidas.
Lo dispuesto en Alcalá tuvo enorme trascendencia, sobre todo por su dilatadísima vigencia, habida
cuenta que el orden fijado en esa ley, recogida luego por las recopilaciones de la Edad Moderna, se
mantuvo vigente hasta la promulgación del Código Civil en las postrimerías del siglo XIX.
El Ordenamiento de Alcalá significa además algo muy importante: el reconocimiento de las Partidas
como texto legal y vigente en determinados supuestos.
Desde la promulgación del Ordenamiento de Alcalá, la recepción del derecho romano- canónico en
Castilla quedó asegurada.

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V. La expansi n del Derecho Castellano en Vascongadas: lava, Guip zcoa
y Vizcaya

Al incorporarse a esta corona, el comarcalismo y la peculiaridad jurídica de las diversas zonas


fueron en buena medida integrados en un proceso unificador, que se acompasó a la imposición de
textos castellanos como fuentes principales o supletorias.
Álava
Cuando en 1181 el rey navarro Sancho el Sabio funda la "nova Vitoria" sobre una antigua aldea, la
ciudad recibe su propio fuero. Este Fuero de Vitoria es producto de una refundición actualizada de
los de Logroño y Laguardia.
Tras la incorporación de Alava a Castilla en el año 1200, Alfonso X concede el Fuero Real a Vitoria,
lo que no excluye el mantenimiento del texto de 1181, expresamente confirmado en el siglo XIV.
A mediados del siglo XIII, sin embargo, casi la mitad del territorio de la actual provincia de Alava
tiene un régi men jurídico propio, en base a la llamada Cofradía de Arriaga, que cambia en 1332
cuando esas tierras pasan a integrarse en el señorío del rey castellano.
Guipúzcoa
Guipúzcoa se incorpora a la corona de Castilla al iniciarse el siglo XIII. Perdura allí el derecho
consuetudinario y aparece un régimen de fueros de doble signo. En los territorios de la costa, el
foco jurídico es el Fuero de San Sebastián, en la zona interior fronteriza con Alava penetra en
cambio el Fuero de Vitoria. Desde 1348, rige como es lógico, el régimen de fuentes previsto por el
Ordenamiento de Alcalá.
Vizcaya
Vizcaya se integra en la corona castellana en 1379 bajo la forma de un pacto, lo que entre otras
cosas supone que las disposiciones del rey no puedan conculcar los fueros propios.
El perfil jurídico vizcaíno aparece reglado por dos coordenadas básicas: el derecho de la tierra llana,
que acoge en su seno el ordenamiento de comarcas rurales de desigual condición; y el derecho de
las villas, de aparición más tardía.
El derecho de la tierra llana es el fuero propiamente dicho, de carácter consuetudinario hasta que a
fines del siglo XIV en alguna comarca queda fijado por escrito. El derecho de las villas, es decir, el
propio derecho de los fueros municipales, se nutrió fundamentalmente del Fuero de Logroño.
Las Juntas generales en 1452 constituyen una comisión y fruto de su trabajo es un libro de
doscientos artículos, el llamado Fuero Viejo de Vizcaya, que habrá de regir tanto en la tierra como
en las villas. Los reyes castellanos tuvieron que jurar ese Fuero viejo para ser reconocidos como
señores de Vizcaya.
con el acuerdo de los representantes de las villas, el corregidor dicta las llamadas Ordenanzas de
Chinchilla, que fueron confirmadas en 1489. Estas Ordenanzas fortalecen la jurisdicción del
monarca y refuerzan además, el dualismo jurídico entre la tierra llana y las villas.

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TEMA 13: EL DERECHO MEDIEVAL EN ARAG N, NAVARRA,
CATALU A, MALLORCA Y VALENCIA

I. El desarrollo del Derecho aragon s: El Fuero de Jaca y los Fueros de


Arag n

El derecho de Aragón y Navarra tuvo raíces comunes, pues ambos pueblos compartieron la primera
etapa de formación y desarrollo de sus respectivos ordenamientos jurídicos.
El reino de Pamplona se incorpora en la primera mitad del siglo X el condado de Aragón. La muerte
de Alfonso el Batallador en 1134 divide el rumbo político y jurídico de uno y otro pueblo. Desde
entonces Aragón se orienta hacia Cataluña, mientras Navarra persiste como reino independiente
bajo influencia francesa.
Fuero de Jaca
El año 1063 Sancho Ramírez concedió un fuero a la villa de Jaca, con el propósito de atraer
población, facilitando un derecho igualitario y un clima de libertad. Jaca queda convertida en
ciudad.
El Fuero de Jaca propició el asentamiento de importantes contingentes de artesanos y mercaderes
extranjeros, ocasionando una revolución en la estructura económica y social del reino; fue así
modelo para el otorgamiento de otros muchos textos locales, con lo que su predominio sirvió para
territorializar el derecho en la zona subpirenaica.
Fueros de Aragón
Ante la existencia de diversas redacciones privadas de derecho consuetudinario, el rey Jaime I
ordena su corrección y síntesis en un primer texto oficial. Se forma así una recopilación de ocho
libros, relativos a derecho privado, penal y procesal, que es aprobada en las Cortes de Huesca de
1247. La obra será conocida como Fueros de Aragón, Código de Huesca o Compilación de Huesca.
Tradicionalmente se ha supuesto que el obispo de Huesca, Vidal de Canellas llevo a cabo la
compilación de los Fueros de Aragón. También el prelado oscense fue autor de una importante obra
complementaria de los Fueros de Aragón. Se trata de otra compilación de nueve libros, conocida
por el título latino de sus primeras palabras, In excelsis Dei thesauris, o más sencillamente con el
nombre de Vidal Mayor.
El Vidal Mayor debió ser redactado para interpretar y aclarar los preceptos de los Fueros de Aragón.
Estos recogían un derecho antiguo y tradicional, prácticamente limitado a las cuestiones propias de
los pleitos entre particulares, y señalaban que en su defecto se acudiese al sentido natural o a la
equidad.
La apelación a la equidad como fuente supletoria del ordenamiento aragonés, abría la posibilidad de
remitirse a las fórmulas arbitradas por ese derecho más culto, asi el Vidal Mayor pudo facilitar la
penetración del ius commune marginado en la atmósfera nacionalista de las Cortes de Huesca.

II. El desarrollo del Derecho navarro: Del localismo jur dico al Fuero
General de Navarra

El derecho de Jaca y de Sobrarbe se había concedido en la primera etapa a algunas ciudades


navarras. Junto a esos dos tipos diferenciados de ordenamientos locales, cobra relieve la penetración
del derecho de la extremadura castellana.
A comienzos del siglo XII, Alfonso el Batallador concedió a los vecinos de Funes, Marcilla y
Peñalén que en premio a su lealtad pudieran regirse por un fuero de Calahorra, para nosotros

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desconocido. Posteriormente se redactó una recopilación privada de textos, el Fuero de Viguera y
Val de Funes, atribuidos al mismo monarca, cuya naturaleza y origen resultan confusos.
Se trata de un amplio ordenamiento de casi quinientos capítulos. Recoge tanto el derecho civil y
penal de los villanos, como un derecho privilegiado relativo a infanzones.
Los Fueros de la Novenera son los de cinco localidades navarras; formados en la segunda mitad del
siglo XII, se caracterizan por el otorgamiento de privilegios de carácter fiscal, político y militar,
entre los que destaca la exención del pago de la novena parte (de aquí su nombre) de los frutos que
los labradores debían al rey, una vez descontado el diezmo eclesiástico. Sus 317 capítulos se dirigen
a gente del campo.
La formación del derecho general tiene lugar en Navarra mediante la iniciativa privada de diversos
juristas, quienes en el siglo XIII fijan por escrito las normas jurídicas vigentes de tiempo atrás. En el
reinado de Teobaldo I, primer monarca francés, uno de esos textos aparece como Fuero General de
Navarra y logra notable autoridad. Desplaza progresivamente a los fueros locales y llega a encarnar
el derecho propiamente navarro que los reyes deben respetar y jurar.
Consta de seis libros escritos en romance y recoge jurisprudencia, notas o apuntes de algunos
justicias de la curia, artículos de fueros y ciertas disposiciones reales.
La imposición del Fuero General no impidió el mantenimiento de los fueros locales, lo que dio
lugar en ocasiones a no poco confusionismo.
El Fuero de Navarra sólo podía ser modificado o mejorado por los reyes con el acuerdo de las
Cortes. Esto sucedió dos veces, dando lugar a los Amejoramientos de Felipe III en 1330 y de Carlos
III en 1418.

III. Catalu a: Capitulares francos, cartas pueblas y consuetuts

Capitulares francos
Al producirse la ocupación musulmana, los hispani de Cataluña se rigen por el derecho visigodo,
que logran también conservar cuando quedan bajo la dependencia de los reyes francos, asi que
careciendo de un sistema político propio y formando parte de la estructura carolingia, los territorios
catalanes se ven sujetos a las normas superiores dictadas por los reyes francos, las cuales, aun
reconociendo el derecho visigodo, condicionan y limitan su aplicación. Esas disposiciones de los
monarcas ultrapirenaicos reciben el nombre de capitulares.
Los capitulares procuran resolver los problemas derivados de la incorporación al sistema político
franco de una comunidad, cuyo derecho se intenta en lo posible respetar, salvaguardando al tiempo
los intereses de la monarquía dominante. Esas normas tratan en consecuencia de cuestiones como la
adquisición de tierras mediante la ocupación y el cultivo (aprissio), obligaciones de carácter militar
o prestaciones que los hispani han de cumplir.
Cartas Pueblas
Consideramos etapa de formación del derecho catalán la comprendida entre los siglos IX y XIII. Se
caracteriza por el mantenimiento y posterior ocaso de la legislación visigoda del Líber, por la
aparición de cartas de población y franquicia con las que los condes pretenden hacer frente a las
nuevas necesidades, y finalmente por la expansión de un ordenamiento jurídico de signo feudal a
través de los usatges.
Con el proceso repoblador surge el sistema de cartas de población (carta populationis) textos que se
conceden a lugares de nueva población donde deben establecerse gentes nuevas y de franquicia
(carta franchitatis) a aquellos otros cuyo desarrollo se pretende impulsar y constan de exenciones,
liberación de antiguas cargas, o mejoramiento en general de un régimen jurídico preexistente y más
oneroso.

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Consetuts
En primer lugar, en 1251 una constitución de las Cortes de Barcelona prohíbe la alegación en juicio
del Liber Iudiciorum, en beneficio de los usatges y de las propias constituciones del lugar.
En segundo lugar, no existe una organización política central fuerte. Por lo que la legislación de las
Cortes sólo aborda muy limitadas cuestiones, lo que favorece el predominio de los derechos locales.
En tercer lugar, en Cataluña no existe como en Castilla un código de proyección general donde se
vierta la recepción del ius commune. La consecuencia es la misma: se propicia la fijación del
ordenamiento jurídico de cada ciudad.
Se procede en Barcelona durante el siglo XIV a la recopilación de las costumbres.
Ordinacions d'en Sanctacilia es la denominación vulgar del texto que en las recopilaciones catalanas
lleva el título oficial de Consuetuts de la ciutat de Barcelona sobre les servituts de las casas e
honors. Este texto es una recopilación privada, compuesta por 70 capítulos redactados en catalán
que regulan problemas de predios y edificaciones urbanas y su vigencia ha llegado a nuestro
tiempo.
Consecuencia de las tensiones entre señores y ciudadanos al interpretar de manera distinta un
derecho no escrito y contradictorio, acuerdan en 1272 que éstos fijen el texto de las costumbres y lo
sometan a aquéllos para su aprobación.
Las Costums de Tortosa preveen la aplicación en primer lugar de las propias costumbres.
Subsidiariamente habrá de acudirse a los usatges barceloneses que en ellas hubieren sido recogidos,
y en último término al derecho común.

IV. Mallorca: Cartas de poblaci n. Orden de prelaci n de fuentes

Cartas de población
En los siete años transcurridos desde 1229 a 1235, Jaime I conquista las islas de Mallorca, Menorca
e Ibiza, acudiendo allí pobladores catalanes. Los condicionamientos geográficos, impiden la
formación del derecho local propíamente dicho, prevaleciendo en cambio un derecho insular, de
cada isla por separado. Además, la inexistencia allí de una tradición jurídica cristiana facilita la
introducción del derecho catalán propio de los conquistadores.
Conforme a las cartas de población catalana, Jaime I concede a Mallorca la suya en 1231, donde en
ciertos casos se contempla la vigencia de los Usatges de Barcelona. Otras islas, como Ibiza y
Formentera, reciben textos análogos, fortalecidos luego todos ellos por distintos privilegios y
exenciones.
Al morir Jaime I en 1276, Mallorca se erige en reino independiente, lo que lleva consigo que se
interrumpa la recepción del derecho catalán. La escasa actividad legislativa de los reyes de Mallorca
en materia privada, hasta la incorporación del reino a la Corona de Aragón (1344), facilita que se
acuda como subsidiario al derecho romano-canónico.
Orden de prelación de fuentes
Las notas características del ordenamiento mallorquín fueron el valor de la costumbre, el concepto
pactista de la ley y la plena recepción del derecho común.
Cronológicamente son de apreciar las siguientes cuatro etapas:
- l. Consolidación del derecho consuetudinario (1230-1299): En lo civil, derecho consuetudinario;
en lo penal rigen los Usatges.
- 2. Afirmación nacionalista (1299-1365): Rigen, en primer lugar, las costumbres o bons usos y las
franquezas o privilegios; en segundo lugar, los Usatges, y en último término el ius commune.
- 3. Integración en el Principado de Cataluña (1365-1439): Rige de iure el derecho territorial
catalán, pero de hecho se desarrolla el derecho autóctono, manteniéndose el ius commune como
fuente supletoria.
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- 4. Estabilización del sistema de fuentes: A partir de 1439 la progresiva implantación del derecho
territorial o general de Cataluña.

V. Valencia: Cartas pueblas, Costum, Furs

El derecho valenciano aparece en el siglo XIII y desaparece en el XVIII. Su origen y formación,


faltos de raíces propias, dependieron de las circunstancias de la reconquista del país a lo largo de los
años comprendidos entre 1232 y 1245.
Cartas Pueblas
Una buena parte de las localidades conquistadas en la zona castellonense reciben cartas de
población al pasar a manos cristianas. Algunas de ellas prevén el mantenimiento del derecho
musulmán propio de quienes allí siguen, e incluso en el caso de Xivert se autoriza la persistencia del
ordenamiento visigótico del Fuero Juzgo para la población mozárabe.
Lalinde ha destacado la ausencia valenciana en la naturaleza jurídica de los ordenamientos locales.
Quiere esto decir que las villas y ciudades reciben un derecho extraño; o con otras palabras, que son
pobladas a fuero de tal o cual ciudad no valenciana.
Costum y Furs
Tras la conquista de Valencia, el monarca promulga un código conocido corno Costum o Furs,
nombre éste que habrá de popularizarse en los siglos siguientes. El texto promulgado en 1239 fue
preparado con el concurso de prohombres valencianos y magnates catalanoaragoneses, seglares y
eclesiásticos.
La Costum fue dada primero a Valencia, difundiéndose luego por todo el reino. Escrita en latín, fue
traducida posteriormente al romance, realizándose en la segunda mitad del siglo XIII una serie de
añadidos y reformas al texto originario.
La Costum recoge los privilegios concedidos por el rey Jaime, pero da cabida además a una
abundante regulación de instituciones jurídicas, siguiendo la sistemática y a veces los mismos textos
del Código de Justiniano.
Con ello Valencia se convierte en "el primer reino español que recibe ampliamente el Derecho
romano y lo nacionaliza". Un extenso reino poblado con gentes de muy diversa procedencia, sin una
tradición jurídica local y sí en cambio diversidad de ella entre los pobladores. En estas
circunstancias sólo cabe establecer un Derecho común para todos, que no sea el de cualquiera de los
grupos. Y este Derecho no puede ser otro que el romano, cuyo prestigio es indudable y es extraño a
todos”.
Los Furs fueron concedidos como ordenamiento local a muy diversas villas. Al jurarlos Jaime I en
1261, quedó consagrada su vigencia común. Los Furs fueron desde entonces el derecho oficial del
reino de Valencia lo que no impidió la ulterior concesión de cartas pueblas a imitación de las
catalanas o bien a fuero de Zaragoza.
Así pues, entrada la segunda mitad del siglo XIII, el sistema jurídico es el siguiente: l. Los Furs
rigen como derecho general del reino; 2. Los Furs son además el derecho local propio y específico
de algunas villas; 3. Otros pueblos tienen como ordenamiento local el derecho catalán, castellano o
aragonés.
Jaime I en las Cortes de mayo de 1329 ofrece prerrogativas jurisdiccionales a todos aquellos que en
un plazo de tres meses renuncien a ese Fuero de Aragón. La medida surtió efecto y los Furs se
imponen hacia el futuro como único derecho del reino.
Respecto al uso de las fuentes, los Furs establecen que el los mismos habrán de ser aplicados en
primer lugar, para en su defecto acudir a la razón natural y a la equidad. Esto último facilita la
frecuente alegación de textos romanos pese a las prohibiciones de los reyes, quienes a fin de
impedirlo insisten en la interpretación estricta y literal del código valenciano.
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TEMA 14: LA MONARQUÍA MEDIEVAL

I. Introducci n: El debate sobre la Monarqu a y el Estado Medieval

La tradición greco-latina elaboró el concepto de monarquía en base a un poder individual ejercido


en beneficio de la colectividad.
La gigantesca proyección del mundo romano, facilitó a su vez la identificación de la monarquía con
una especie de gobierno universal, concepto asumido por los pensadores de la Edad Media, para
quienes la Monarquía cristiana venía a coincidir con el antiguo orbe romano donde habitaban los
fieles sujetos a una misma fe y disciplina espiritual.
Tal planteamiento no impidió que en ese dilatado marco se abrieran camino las monarquías
medievales como entidades políticas autónomas que, en Europa, procedían fundamentalmente de la
antigua división provincial romana.
Su formación coincidió, 2, con la marejada de relaciones feudales que envolvieron la vida pública
de Occidente a partir del siglo IX., que para unos ha sido como un elemento disolvente y en última
instancia negador de la noción de Estado y para otros, no logró ahogar, aunque debilitase, la
organización jurídico-pública de un Estado que sí existió.
En España la constitución de las monarquías medievales dependió de las circunstancias políticas
derivadas de la Reconquista, cuyas alternativas condicionaron la entidad de los diversos reinos y sus
recíprocas relaciones y alianzas.

II. El rey: la sucesi n al trono. La Ordenaci n del rey

Durante los siglos alto-medievales, en el período de formación de los reinos, se perfilan los sistemas
de acceso al trono en cada uno de ellos, lo que no impide alzamientos y rebeliones de quienes
aspiran al poder al margen del cauce establecido. Según parece, sólo la intervención directa en la
muerte del monarca, inhabilita de hecho al aspirante para ocupar el trono.
En el reino asturleonés el rey fue elegido en principio en el seno de dos familias, la de Pelayo de
Asturias y la de Alfonso de Cantabria, lo que explica que en buena medida había caracterizado a la
anterior monarquía visigoda.
En el siglo X arraiga el sistema hereditario y el monarca dispone del trono en favor de uno de sus
hijos o reparte el regnum entre todos ellos. Este último régimen, propio de una concepción
patrimonial, persiste como característico de la monarquía leonesa.
La muerte sin descendencia del último rey de León, Vermudo III, significará la aparición de un
sistema sucesorio castellano, producto de influencias navarras. El régimen sucesorio navarro,
implantado en Castilla, desplaza al leonés en cuanto al uso de repartir el reino entre los hijos,
imponiendo en cambio que lo reciba el primogénito. Sólo si no existen hermanos varones, son
llamadas las mujeres, si el marido ejerce la potestad real.
Tras el acceso al trono de Fernando I en virtud de su matrimonio con Sancha se asienta el principio
de que las mujeres, en defecto de varones, puedan heredar los derechos sucesoríos.
El sistema sucesorio castellano fue reglamentado en las Partidas y tuvo por consiguiente fuerza
legal desde el Ordenamiento de Alcalá de 1348. A tenor de él, heredan en primer lugar los hijos, y
en su defecto los hermanos del monarca difunto o sus descendientes. En igualdad de línea -recta o
colateral-y grado, el varón es preferido a la hembra y la mayor a la menor edad.

2 Empero: Sinónimo de la expresión “sin embargo”.


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El sistema sucesorio de la monarquía navarra fue inspirador, en buena parte, del de Castilla y
Aragón. El primogénito hereda la totalidad del reino, pudiendo recibir otros hijos en tenencia los
territorios adquiridos que forman la honor regalis.
La ordenación del rey
En la monarquía astur, no es posible saber qué actos o ceremonias llevaba consigo la entronización.
En la centuria siguiente, restaurado el orden gótico en el palacio de Oviedo, los reyes eran ungidos
y coronados, formando parte ambos ritos del conjunto solemne de la ordenación del rey (ordinatio
regis).
La unción con el óleo santo simbolizó el carácter cuasi sacerdotal de un monarca que era asimismo
caudillo en la guerra con los musulmanes. El Antifonario visigodo- mozárabe de León representa al
rey postrado ante los obispos, mientras el metropolitano vierte sobre su cabeza el aceite consagrado.
Las solemnidades de la coronación figuran descritas con detalle en el Ceremonial de Cardeña.
Tras esta ceremonia, seguida de la unción, el príncipe recibe de los obispos los atributos regios la
espada, manto, anillo, cetro y báculo. Finalmente, el metropolitano coloca sobre su cabeza la corona
del reino. La celebración de la misa solemne pone término al ritual.
En Aragón, la primera coronación solemne de la que tenemos noticia fue la de Pedro II por el papa,
a principios del siglo XIII.

III. Derechos y deberes de los s bditos

El monarca se compromete a defender la fe católica y gobernar el reino con justicia. En


consecuencia, el rey debe respetar el ordenamiento jurídico y velar por su justa aplicación y
observancia.
El pueblo por su parte jura obedecer al monarca y acatar sus mandatos. En un principio ello tiene
lugar mediante el compromiso simbólico de quienes asisten a la coronación. Más tarde, con un
significado institucional, a través del homenaje prestado por las Cortes reunidas ante el nuevo
monarca.
Esos deberes de los súbditos se corresponden con una serie de derechos que, de forma más o menos
explícita les son reconocidos. Determinados derechos y libertades fueron objeto de tutela por
algunas disposiciones de la época.
El desarrollo de éstos derechos en la Baja Edad Media estuvo condicionado por la estructura de la
sociedad estamental. Los derechos y libertades no son así tanto propios del individuo en sí mismo,
sino del estado o estamento a que pertenece.

IV. Coronas e Imperio

La Corona es una superestructura política que da cabida a los reinos y señoríos pertenecientes a un
mismo príncipe, que en ella mantienen su personalidad propia.
La Corona de Castilla surge con la unión definitiva de Castilla y León en 1230 bajo Fernando III el
Santo. A esa Corona se incorporan antiguos reinos musulmanes de Andalucía y Murcia, a lo largo
del siglo XIII, y las Canarias en el XV.
Castilla y León se integran en un conjunto homogéneo con instituciones políticas comunes. Esto
significa que hasta cierto punto la Corona no responda en Castilla al concepto técnico expuesto
antes, por cuanto aquí las partes integrantes no mantienen una personalidad jurídico-pública
diferenciada. Al no subsistir los reinos en cuanto tales, la Corona de Castilla carecerá de esa
condición de superestructura política y será en realidad el gran marco nominal de un pluralismo
pretérito, institucionalmente unificado.

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La Corona de Aragón sí fue una entidad política plural, compuesta de partes diversas que conservan
sus propias instituciones públicas.
En los documentos relativos a ambas Coronas, los monarcas aparecen encabezando cada uno de los
elementos integrantes, sin que exista una titulación específica del conjunto. Las Coronas de Castilla
y Aragón discurrirán como entidades independientes en los siglos bajo-medievales.
Imperio
El Imperio es también una superestructura que alberga reinos y otras unidades políticas de
naturaleza diversa. En Europa el Imperio surge como consecuencia del espíritu feudal, que lleva a
algunos reyes a convertirse en vasallos de otro de especial dignidad o poder, el cual a su vez aparece
como emperador o rey de reyes.
En la España medieval ciertos monarcas de León y Castilla se titularon emperadores y alguno
incluso, como Alfonso VII, llegó a ser coronado.
La constitución del Imperio leonés y el hecho de que sus reyes se titularan emperadores, han sido
explicados en base a los motivos siguientes:
- Afirmación de la supremacía intrapeninsular: Los reyes de León se autodesignan emperadores
para hacer ostensible su condición de herederos de la tradición visigoda, y poder dirigir así la
restauración de la unidad política y religiosa.
- Contraposición al Imperio carolingio: El imperio leonés surgió como contraposición hispánica
al Imperio carolingio ultrapirenaico.
- Réplica al Emirato de Córdoba: La dialéctica de la Reconquista llevó a los reyes de León a
titularse emperadores, a fin de ostentar una mayor dignidad ante el creciente aparato formal y
político de los emires cordobeses.
- Oposición a la Santa Sede: Para hacer frente a las pretensiones romanas sobre España, y como
muestra de oposición al Papado, aparece el Imperio leonés.
Según la posición de García-Gallo, sólo cabe hablar de Imperio si existe propiamente como tal, es
decir, como realidad o estructura política a la que varios reyes, príncipes o con- des están sujetos.
Hubo Imperio efectivamente con Alfonso VII, pero Alfonso VII (1126-1157) es un monarca de
León y Castilla, reinos unidos desde el año 1037, y por ello García-Gallo habla de un Imperio
castellano-leonés.
No hubo, pues, Imperio leonés y sí existió un efímero Imperio castellano-leonés. Tal Imperio,
proyectado o realizado por Alfonso VI sobre bases estrictamente nacionales, fue vertebrado por
Alfonso VII mediante una estructura internacional tan ambiciosa como inconsistente. Ello fue causa
de su ruina. En el siglo XIII ya no se hablará de ese Imperio hispánico. Las pretensiones de Alfonso
X nada tendrán que ver con su restauración y sí, en cambio, con el intento -frustrado- de hacerse
con el Imperio alemán.

V. Fundamentos, naturaleza y limitaciones del poder del rey

Desde el siglo IX los reyes asturleoneses reconocen en los documentos que lo son "por la gracia de
Dios" (gratia Dei), fórmula que con algunas variantes se repite a lo largo de la Edad Media.
La tesis de que el poder, originario de Dios, llega al rey por medio de la comunidad (omnis potestas
a Deo per populum) fue explícitamente formulada por Santo Tomás de Aquino en el siglo XIII y
sentó las bases de una concepción democrática del orden político, por cuanto si el pueblo confía a
una persona el poder, está legitimado también para retirárselo o para ejercer un adecuado control.
Si el rey recibe el poder directamente de Dios, no sólo cabe justificar su independencia respecto a
los súbditos, sino incluso también, en determinados supuestos, la legitimidad del enfrentamiento al
papa.

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En la Alta Edad Media se distingue el poder general y político del rey (regnum), de aquel otro
particular o dominical (ius regale) que el monarca ejerce en los territorios no sometidos a los
señores.
En la Baja Edad media el panorama cambia. Los señores mantienen celosamente su jurisdicción y
privilegios en los dominios de abadengo o solariego, pero el monarca suaviza el control del
realengo otorgando una creciente autonomía a las ciudades que en él existen. De ahí que la
distinción entre regnum e ius regale se atenúe progresivamente y llegue a desaparecer. Se habla
ahora de un señorío real, correspondiente a la supremacía del poder político sobre la totalidad del
reino.
Corresponden al rey, como tal, poderes legislativos, ejecutivos y judiciales. El ejercicio de la
potestad legislativa dependió en la España bajo-medieval del juego político rey-Cortes en las dos
Coronas de Castilla y Aragón
El rey debe proteger la fe, gobernar con justicia y mantener la paz. Para ello dispone de la fuerza de
las leyes, pero debe adecuar también su comportamiento a esos fines y aparecer en suma como un
monarca ejemplar.
El poder real aparece en teoría limitado por su propio carácter divino lo que exige que se ejerza con
templanza en bien de los súbditos, También por el juramento del monarca, el cual hace explícito su
compromiso de defender la fe, guardar el reino y hacer cumplir las leyes. Más problemático resulta
que esas leyes le vinculen a él mismo, por cuanto el derecho romano facilitó una interpretación
según la cual el príncipe estaba exento de la ley (solutus a lege).
Como es lógico los monarcas intentaron hacer prevalecer esa condición soberana, que les sitúa por
encima del propio ordenamiento jurídico. Lo normal sin embargo es que las propias Cortes traten de
sujetar al monarca al cumplimiento de la ley, lo que ciertamente se consigue cuando triunfan las
concepciones pactistas.
El pactismo es un sistema de organización política que fundamenta el gobierno del reino en un
contrato, tácito o expreso, entre rey y súbditos. A tenor de ese contrato, la obediencia de los súbditos
queda condicionada a que el rey respete sus derechos, fueros y libertades.
Las tesis pactistas se concretan por vez primera en Castilla, en las Cortes de Valladolid de 1442,
donde los procuradores logran cierta ley considerada como "ley e pacto e contracto”.
Especial relevancia tuvo el pactismo en Aragón, que será ante todo, un pactismo
político, es decir, un producto de la pugna de hecho entre rey y reino.
La sujeción del rey al ordenamiento jurídico significa que las normas o actos que lo quebranten,
sean considerados como agravios o contrafueros (en Cataluña, greuges), lo que exige la
consiguiente reparación. El agravio o contrafuero es sobre todo la actuación del monarca contra el
derecho o fuero, pero en un sentido extensivo el agravio puede proceder también de la conducta
abusiva de otras muchas autoridades.
La reparación de agravios fue planteada por tanto al rey con ocasión de reunirse las Cortes. En ellas
los estamentos piden al monarca que restablezca el derecho lesionado y rectifique los contrafueros,
mientras éste solicita el otorgamiento del subsidio o ayuda económica.

VI. La pugna por el poder: poder se orial, Juntas, Uniones y Hermandades

La formación de señoríos con amplios poderes jurisdiccionales generó una verdadera pugna de sus
titulares, magnates eclesiásticos o seglares, con el propio monarca, quien pretendió su eliminación o
menoscabo por muy diversas vías. En consecuencia se procuraron reducir los señoríos existentes,
evitando la creación de otros nuevos o el aumento de los que subsistían, mientras los reyes
intentaban recortar en la práctica el poder señorial.
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La reducción de señoríos tuvo lugar principalmente a través de matrimonios o por herencia, con lo
que importantes territorios se convirtieron en realengo. La legislación castellana de las Partidas y
del Ordenamiento de Alcalá prohibió además la enajenación del dominio regio, si bien los monarcas
no se atuvieron a esas prescripciones y, de forma a veces mesurada y otras sin control ni medida,
entregaron tierras a los nobles y rehabilitaron así el régimen señorial.
La afinidad de intereses y su defensa corporativa dan lugar en la Edad Media a asociaciones de muy
diversa naturaleza. Tratándose de objetivos religiosos o profesionales, la gente se agrupa en
cofradías y gremios. Pero además, el fortalecimiento progresivo de la conciencia estamental
conduce a la formación de una serie de Juntas, Uniones y Hermandades, cuya finalidad desborda lo
estrictamente privado, configurándose como asociaciones que asumen un protagonismo público y
participan de hecho en la vida del reino.
Las Hermandades surgen en Castilla como una coalición o consorcio de municipios con fines
diversos, y fundamentalmente con la finalidad de garantizar la seguridad común. La asociación es
erigida mediante un documento, la "Carta de Hermandad", que expresa sus fines y régimen de
gobierno. Quienes forman parte de ella acuden a las reuniones por sí mismos para adoptar los
acuerdos, o se hacen representar a través de procuradores. Cuando la asociación posee jurisdicción
propia, existen unos jueces o
"alcaldes de Hermandad" que sentencian los litigios correspondientes.
Las Juntas, Uniones y Hermandades no aparecen con carácter uniforme, variando de unos reinos a
otros y siendo incluso muy distintas en cada uno de ellos. Debemos destacar
aquí algunas:
- Hermandades castellanas: De naturaleza estrictamente política es la Hermandad de 1295,
constituida a la muerte de Sancho IV para salvaguardar los derechos de su hijo Fernando,
entonces menor de edad.
- Unión Aragonesa: El nacimiento propiamente dicho de la Unión Aragonesa tuvo lugar en las
Cortes de Egea de 1265, donde Jaime I reconoce a los nobles una serie de privilegios de
carácter político. Logró extraordinaria fuerza con el Privilegio general de 1283, acrecida en
1287 con el propio Privilegio de la Unión, que convierten a la Unión en un órgano supremo
sobre las propias Cortes y el monarca.
- Junta de Obanos: Esta asamblea navarra es la primera que con propio carácter político aparece
en la Península. Formada durante el gobierno de Sancho VII (1194-1234) con la finalidad de
asegurar el orden frente a violencias y tropelías.

VII. La delegaci n del poder regio: Validos, Gobernadores y Procuradores

Válidos y Gobernadores
El rey es la suprema autoridad en el orden político y a él corresponde el ejercicio del gobierno. Dos
causas distintas facilitan sin embargo que estas tareas sean asumidas, en mayor o menor grado y con
desigual duración, por otras personas. De una parte, las ausencias del monarca hacen necesario que
alguien se encargue interinamente del gobierno hasta que él regrese al rei no. De otra, el peso
mismo de la gestión pública, su complejidad, la eventual indolencia de los reyes, la presión y
ascendencia de personajes nobiliarios o su amistad con el monarca, facilitan que éste delegue de
hecho el poder en alguien que aparece como privado o valido.
En ausencia del rey, su hijo primogénito, la reina o un hermano se hacen cargo en Castilla del
gobierno del reino. El alejamiento del monarca fue raro en Castilla, pero frecuente en cambio en
Navarra, tanto debido a que los reyes navarros dispusieron de señoríos en Francia, que
ocasionalmente habrían de visitar, como porque al depender Navarra de Francia durante algún

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tiempo, lo habitual fue la ausencia regia. En estos casos un magnate es designado gobernador del
reino.
La delegación de poder, presente el propio monarca, da lugar al régimen del valimiento.
Procuradores
La estructura política plural de la Corona de Aragón hizo más necesaria la delegación del poder
regio en los distintos territorios. Hallamos así procuradores, lugartenientes o virreyes, y también un
gobernador general.
El monarca actúa por sí mismo o a través de unos "vicarios" o delegados que en cierta forma le
representan. A principios del siglo XIII esos delegados toman el nombre de procuradores,
proyección efectiva del monarca con amplias competencias y facultades jurisdiccionales, se
desenvuelven en los dos núcleos territoriales básicos, Aragón y Cataluña, donde el rey reside de
modo más habitual.

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TEMA 15: LAS CORTES MEDIEVALES

I. El origen de las Cortes

El derrumbamiento del Antiguo Régimen con la Revolución Francesa dio paso en la Europa del
siglo XIX a un Estado Constitucional, que trajo la superación del absolutismo político mediante el
control del poder por el pueblo representado en asambleas, lo que sucedió en España tras las Cortes
de Cádiz y la Constitución de 1812.
Los reyes medievales aparecen en Europa rodeados por un séquito de magnates, seglares y
eclesiásticos que, de una u otra forma -prestando su consejo o ejerciendo determinadas funciones-,
colaboran en la gobernación del reino y figuran junto al monarca a la hora de dictar las leyes.
En la primitiva etapa altomedieval, nobles y eclesiásticos monopolizan esas juntas, conocidas
generalmente con el nombre de curias, en las que cabe distinguir dos: una pequeña asamblea -la
llamada Curia ordinaria o reducida-que se desenvuelve en el entorno del monarca y mantiene una
habitual relación con el y otra mucho más amplia -Curia extraordinaria o plena- a la que también
son convocados los próceres nobiliarios y eclesiásticos de los territorios del reino, cuando
circunstancias especiales requieren su presencia.
En términos generales se puede decir que la curia ordinaria evolucionó en la Baja Edad Media hasta
convertirse en el propio Consejo del rey, mientras la curia extraordinaria se transforma
simultáneamente en una asamblea más o menos representativa que adopta en Europa diversos
nombres: Parlamento en Inglaterra, Cortes en España, etc.
En los reinos cristianos surgidos con la Reconquista el rey ostenta un poder absoluto, pero no lo
ejerce en solitario. A fin de asesorarle cuando lo requiera, gentes procedentes de los estamentos
privilegiados se integran en una curia, nombre con el que se designó al antiguo Palatium regís, y
que se llamó en León y Castilla curia regia. Sus componentes prestan consejo al monarca y
refrendan, como confirmantes, los documentos propios de las disposiciones reales.
Convocada por el monarca, la Curia ordinaria ejerció fundamentalmente funciones asesoras. Junto a
ello la asamblea asumió funciones judiciales.
La curia ordinaria entendió de los asuntos que normalmente se presentaban, es decir, de las materias
que podríamos llamar con Procter de ordinaria o cotidiana administración.
Excepcionalmente, sin embargo, surgían asuntos de especial trascendencia cuyo planteamiento y
resolución afectaban de alguna forma al reino entero. En tales casos esa junta palaciega resultó
insuficiente e inapropiada, por 1o que el monarca hubo de convocar junto a sus componentes a otros
muchos nobles y altos eclesiásticos de los diversos territorios. Ello dio lugar a una magna asamblea
conocida corno curia extraordinaria o plena.
El llamamiento a la Curia plena tenía lugar por el pregón de los porteros reales en distintos lugares,
así como por cartas del monarca que fijaban el lugar y fecha de la reunión.
La Curia plena estaba compuesta por los nobles y eclesiásticos que integraban la ordinaria, por los
magnates de los distritos y por obispos y abades. Desde el siglo Xll formaron asimismo parte de la
Curia plena los maestres de las Ordenes Militares de Calatrava, de Uclés y del Temple.
La Curia plena era convocada en los asuntos más graves e importantes del reino: Asistió al monarca
en el ejercicio de la potestad legislativa, obteniendo sus disposiciones el carácter de leyes generales
del reino. Intervino asimismo como tribunal de justicia. Le correspondió en todo caso una suprema
función asesora.
La importancia económica que habían adquirido unos concejos dueños de abundantes recursos, y
las correlativas necesidades de los reyes que les obligaron a solicitar de ellos la concesión de
contribuciones extraordinarias -el llamado petitum o subsidium- para hacer frente al agobio
financiero.
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La progresiva toma de conciencia de esas curias, que pretendían no sólo aconsejar al monarca, sino
también tratar y discutir con él los temas propuestos, propició que los reyes, por su parte,
renunciaran al ejercicio exclusivo del poder político, reconociendo a las asambleas un cierto
carácter representativo.
Sánchez Albornoz ha vinculado ese hecho a cierto problema relativo a la moneda y tributos. Una
cuestión muy concreta habría sido así la causa específica de la aparición en nuestro país de las
Cortes.
En Castilla, León y Portugal correspondió tradicionalmente al rey el derecho de acuñar moneda, en
tiempos en que la situación del tesoro regio era precaria y difícil. De esta forma, en especiales
momentos de apuro, los reyes intentaron aumentar sus ingresos acudiendo a un prosaico recurso,
quebrar la moneda, es decir, acuñarla con una mayor proporción de metal bajo, mientras mantenían
su valor nominal. Para evitar estos perjuicios los concejos idearon pagar al rey una cantidad en
metálico a cambio de que no acuñase moneda en un tiempo determinado, dando lugar a un tributo
llamado moneda forera. Sin embargo el monarca no aguardaba a la conclusión del plazo
establecido, que exigía nuevas colectas bajo amenaza de volver a quebrar la moneda. Por estas
razones económicas los procuradores ciudadanos se incorporaron a la curia, transformada entonces
en Cortes, con la principal finalidad de votar los impuestos.

II. Naturaleza y competencias de las Cortes

Las Cortes castellanas pudieron limitar el poder regio tanto por sus atribuciones jurídicas como, al
margen de ellas, por el juego real de los acontecimientos y tensiones políticas entonces acaecidas.
Las Cortes, a través de las peticiones y quejas de los estamentos, fiscalizaron la actuación de los
monarcas y legislaron también con ellos, sin que los reyes pudieran derogar por sí solos las leyes,
fueros y ordenamientos, ni tampoco exigir unos tributos extraordinarios que la asamblea debía en
todo caso aprobar.
Las Cortes castellanas fueron una asamblea cuya justificación radicó a menudo en legitimar con su
consenso las decisiones unilaterales del monarca, pero que por fuerza de las circunstancias políticas
y de la necesaria concordia social -acuerdo sobre los impuestos, leyes, etc.- se convirtió de hecho en
un órgano que, con más o menos fuerza, según épocas, limitó y moderó el absolutismo regio.
Las Cortes representan al reino. Ello significa que si varios reinos u otras unidades territoriales de
distinta naturaleza jurídica se integran en las Coronas, cada uno conservará en ellas su propia
asamblea.
El otorgamiento de ayudas financieras solicitadas por el rey y el acuerdo sobre nuevos tributos,
fueron cuestiones de exclusiva competencia de las Cortes.
La actividad legislativa ocupó a las Cortes, pero el peso específico de ellas en tal quehacer fue
asimismo distinto en Castilla y Aragón, resultando en Aragón algo más explícitas las facultades
legislativas de la asamblea.

III. Composici n, funcionamiento y conclusi n de las Cortes

La representaci n de los tres estamentos


El sector nobiliario formó en general un único estado o brazo, excepto en Aragón donde aparece
dividido en dos. De ahí que a diferencia de las Cortes de los demás reinos, compuestas por lo
común de tres brazos, las aragonesas den cabida a cuatro.
El estado eclesiástico aparece representado por las personalidades más destacadas -obispos, abades,
priores de importantes monasterios-, quienes acuden por sí mismos o envían en su nombre a un
procurador. A veces, según los territorios, figuran en este brazo los maestres de las Ordenes
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Militares y los procuradores de las Ordenes mendicantes. El papel de los eclesiásticos fue menos
importante en las Cortes aragonesas.
Nobles y eclesiásticos dejaron progresivamente de acudir a las Cortes.
El tercer brazo estuvo compuesto por los procuradores de las ciudades y villas. Las villas de señorío
fueron representadas por los respectivos señores seglares o eclesiásticos. El número de ciudades con
voto en Cortes sufrió muchas oscilaciones.
Los representantes de las ciudades reciben el nombre de procuradores en Castilla y de síndicos en la
Corona de Aragón. En la etapa inicial, los procuradores fueron elegidos por los cabezas de familia
de las distintas villas. Más tarde, desde mediados del siglo XIV, el consejo municipal asume esa
tarea y procede a la designación directa o a través de sorteo.
Constituci n, desarrollo y adopci n de acuerdos
La convocatoria de las Cortes corresponde al rey, quien, mediante carta, indica la finalidad, lugar y
fecha de la asamblea. En los casos de menor edad del monarca, la convocatoria puede ser hecha por
tutores y regentes, e incluso en tales casos resulta a veces obligado reunir Cortes con cierta
periodicidad.
Las cartas de convocatoria tienen carácter individual, dirigiéndose por separado a cada uno de los
magnates o ciudades que deben asistir.
Reunidos todos en el sitio y fecha previstos, tiene lugar la apertura solemne presidida por el rey.
Este dirige a los asistentes un enfático discurso, llamado proposición, destinado a explicar con
cierto detalle los motivos de la convocatoria y exponer las cuestiones que deben ser sometidas a
deliberación y acuerdo.
En los casos de minoría de edad regia, el discurso corre a cargo de la reina regente, algún pariente
real o el canciller. Desde el siglo XV asumen con frecuencia esa tarea relevantes personalidades
cortesanas.
La proposición es contestada por separado por los representantes de los tres brazos. En primer lugar
habla en Castilla el estado nobiliario, a continuación el eclesiástico y en último término hacen uso
de la palabra los representantes ciudadanos.
Concluidos estos actos preliminares, se inician las deliberaciones, centradas en las demandas del rey
y en los agravios cuya reparación solicitan los procuradores.
Cada uno de los brazos elige un promovedor, quien actúa como presidente, presenta las propuestas,
dirige los debates y plantea los acuerdos a adoptar. Las negociaciones de los distintos brazos con el
rey tienen lugar a través de unos tratadores, los cuales actúan como portavoces de las distintas
ofertas y contraofertas. Los brazos, por otra parte, se relacionan entre sí mediante dos embajadores
nombrados por cada uno de ellos. Las idas y venidas de tratadores y embajadores aseguran una
fluida comunicación del monarca y los estamentos.
Los acuerdos han de ser adoptados con el asentimiento de todos los brazos, aunque varíen según los
reinos las exigencias para obtener ese acuerdo en el seno de cada uno de ellos.
La diputación de Cortes
Las Cortes votan unos determinados subsidios y adoptan ciertos acuerdos. A fin de velar por la
correcta exacción y administración de aquéllos y por el buen cumplimiento de éstos, aparece un
órgano, la Diputación, cuya gestión se proyecta desde el término de unas Cortes hasta el inicio de
las siguientes.
Surgida como institución provisional y de finalidad muy específica, adquiere con el tiempo una
notable importancia, asumiendo carácter representativo y otras múltiples funciones.

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TEMA 16: ADMINISTRACI N CENTRAL EN LA ESPA A
MEDIEVAL

I. El oficio p blico: Acceso al oficio y control de la gesti n (pesquisas,


visitas, juicio de residencia y purga de taula)

El príncipe, cabeza de la Administración en cada uno de los reinos, es auxiliado en los niveles
central, territorial y local por asambleas y funcionarios diversos.
Paulatinamente se supera el régimen primitivo, acusadamente doméstico, donde se mezclan
funciones públicas y privadas, por una Administración propiamente dicha, esto es, por un conjunto
de organismos y personas con ejercicio y empleo público, diferenciados de quienes sirven al
monarca en menesteres estrictamente privados.
Coexiste con la Administración regia otra organizada en sus dominios por los titulares de señoríos,
quienes al amparo de concesiones de inmunidad suplantan la función pública, instauran un régimen
señorial que pretende evitar el control del monarca, y en última instancia independizan la
administración de amplísimos territorios al disponer de unos funcionarios señoriales que de hecho
sustituyen a los de los reyes.
Los colaboradores y auxiliares del monarca son sus oficiales. Nombrados por él, ejercen en su
respectivo ámbito de acción un poder que en última instancia procede del príncipe.
En tanto en cuanto el poder reside en el príncipe y el otorgamiento de cargos es prerrogativa suya, el
monarca designa libremente a los titulares de los oficios. No obstante, esa discrecionalidad resultó
atenuada en la práctica por las pugnas políticas, por las exigencias de las asambleas del reino y
hasta por el hecho mismo de que, tras la constitución del Consejo Real, el rey nombra a los oficiales
con su asistencia y asesoramiento.
Además, debido a los principios privados que informan la concesión de los oficios, quienes los
poseen propenden a considerarlos como una merced particular, que forma parte de su propio
patrimonio y que, en consecuencia, pueden enajenar. Tal patrimonialización del oficio abre el
camino para que se pueda acceder a él por una vía distinta a la designación regia, aprovechando
sencillamente las diversas formas de enajenación que practican quienes hasta ese momento son sus
titulares.
Algunos oficios fueron así objeto de venta, principalmente por parte de los particulares, pero
también incluso en la Castilla del siglo XV por parte del rey mismo, quien los ofreció como Enrique
IV al mejor postor. Los oficios fueron también arrendados e incluso subarrendados, con lo que
surgían sucesivos beneficiarios de una administración pública que para los súbditos resultaría más
gravosa. Algunas personas accedían además al oficio por renuncia de su titular. En consecuencia,
así como en el arrendamiento se transmitía sólo el uso del oficio, la renuncia llevaba consigo la
transferencia del oficio mismo, bien en beneficio de una institución o de una persona concreta y
siempre al parecer con carácter gratuito.
Efecto reflejo de la patrimonialización de los oficios fue la tendencia a considerarlos hereditarios.
Así algunos altos cargos, como el condestable, quedaron vinculados a oligarquías nobiliarias,
transmitiéndose en el seno de esas familias.
La gestión de los oficiales públicos podía ser fiscalizada durante el desempeño del cargo a través de
visitas y pesquisas.
La pesquisa fue en principio un medio de prueba para aclarar en el curso de un proceso la verdad de
los hechos, o iniciar el procedimiento mismo. Al aplicarse esta institución procesal al mundo
político-administrativo, surgen unos delegados regios o pesquisidores, que controlan mediante la

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pesquisa (indagación, averiguación) sí los oficiales hacen dejación de sus funciones o se exceden en
ellas. Intervienen así por orden del monarca.
Al concluir el desempeño del cargo, o tras determinados períodos, los oficiales públicos podían ser
sometidos a un juicio de conjunto sobre su gestión, llamado en Castilla residencia y en la Corona de
Aragón purga de taula.
El juicio de residencia es reconocido en Castilla con las Partidas, texto que dispone que jueces y
adelantados permanezcan tras su cese cincuenta días en el lugar donde hayan ejercido el oficio, a fin
de responder por sí mismos de posibles quejas y denuncias. Tal procedimiento regulado con detalle
por los Reyes Católicos, adquirirá notoriedad, al igual que la visita al ser exportado luego al mundo
americano.
La relación entre el rey provisor del oficio y el titular del mismo concluye por causas diversas. Son
de mencionar entre ellas, la muerte de uno u otro, el transcurso del plazo en los oficios temporales,
la revocación del nombramiento, y la renuncia y enajenación del cargo.
La muerte del oficial extingue esa relación, aunque ella pueda prolongarse automáticamente en los
cargos convertidos en hereditarios. Más problemático resulta saber si el fallecimiento del monarca
otorgante implicó de por sí el cese de quienes había nombrado, supuesto harto probable habida
cuenta de las confirmaciones que solía llevar a cabo el sucesor. Respecto a la duración del oficio,
distinguimos los concedidos a término o por un período determinado de tiempo, generalmente un
año, que naturalmente se agotan con la conclusión del plazo, de aquellos otros dados por vida e
incluso por juro de heredad, a extinguir los unos con su titular y transmisibles los otros a los
herederos. Los oficios de duración indeterminada y discrecional, ad beneplacitum regis, fueron a
menudo considerados como perpetuos. La renuncia y enajenación dan fin a la relación a instancias
del beneficiario. En sentido inverso, puede el rey revocar el oficio concedido.

II. La Administración Central

La Corte y sus oficiales


Alfonso II restauró el orden gótico palaciego en la Asturias del siglo IX, pero la compleja
organización del Aula Regia visigoda sólo reaparece en Oviedo, y más tarde en León, de forma
sencilla y esquemática. Su núcleo, el Palatium, fue también ahora eje de la Administración Central.
Los miembros del Palatium viven con el rey y le acompañan en sus desplazamientos. En el seno de
ese pequeño Consejo intervienen a menudo sobre los asuntos de administración y gobierno,
asesoran al monarca sobre cualquier tipo de cuestiones, y constituyen, en fin, el tribunal regio.
También en la Cataluña condal se dio esta institución.
El Palatium es designado desde el siglo XI como Curia, Corte o Cort, términos éstos que hacen
referencia a la sede que alberga los servicios públicos y privados del monarca. Desde la época alto-
medieval, el más importante de los oficiales públicos fue el alférez, es decir, aquel armiger regis que
ya formaba parte del Palatium como jefe de la guardia real. Sus funciones fueron fundamentalmente
militares; guiando en nombre del rey las tropas en el combate o portando junto a él la enseña regia;
y quizás también judiciales, al dirimir conflictos por delegación expresa del monarca. En la Baja
Edad Media el oficio de alférez pierde importancia y se vacía de contenido.
Las funciones del alférez son heredadas en Castilla por el condestable y en
Navarra por el mariscal.
Tanto en Castilla como en la Corona de Aragón, la suprema dirección de las fuerzas navales
correspondió al almirante.
La casa del rey la componen los oficiales que él nombra o destituye libremente. El aumento del
número y funciones de los oficiales de la casa fue debido principalmente a la tendencia de los
grandes oficios a convertirse en honoríficos. Los altos dignatarios serán nombrados más por la
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confianza que merecen al rey que por su propia idoneidad personal, resultando de ordinario
fundamental su pertenencia a los sectores nobiliarios. No parece darse una jerarquía definida y
estable entre los diversos oficios, con lo que suele predominar la personalidad del individuo sobre la
estructura funcional.
El mayordomo del rey (maiordomus regis) es el jefe de la casa del monarca y la primera autoridad
de los servicios palatinos de carácter doméstico. El mayordomo regio tuvo en Castilla bajo sus
órdenes a numerosos oficiales.
Los Consejos de los Reinos: Castilla, Aragón y Navarra
Las funciones de asesoramiento y asistencia al monarca, propias en la Alta Edad Media de la Curia
ordinaria, fueron asumidas en los reinos bajo-medievales por los llamados Consejos. Estos
Consejos constituyen juntas estables que asesoran al rey y colaboran con él en la administración y
gobierno del reino. Presentes a veces en ellos los diversos estamentos sociales, su condición de
cuerpos consultivos facilitó una creciente presencia de los letrados.
- El Consejo de Castilla fue establecido por Juan I en las Cortes de Valladolid de 1385,
quedando entonces compuesto de doce personas. En su fundación el Consejo es reconocido
como competente en los asuntos del reino, excepto en los de justicia reservados a la Audiencia
y en los de gracia propios del rey, si bien éstos habrán de librarse tras ser consultado el
organismo. Parece claro que esta institución fue novedosa, sin perjuicio de que también la
Curia ordinaria ejerciera una función consultiva. Es claro que Juan I quiso erigir un órgano de
gobierno y administración, o más propiamente el órgano supremo de la administración central
castellana. El presidente de este Consejo tuvo excepcional importancia, convirtiéndose en la
segunda persona de la monarquía, tras el rey.
- Desde finales del siglo XIII debió diferenciarse en la Curia aragonesa una junta consultiva de
carácter estable, competente en los asuntos de gobierno y administración, y que con el tiempo
logró asimismo atribuciones judiciales. A mediados de la centuria siguiente, bajo el gobierno
de Pedro IV (1336-1387), existe un Consejo presidido por el canciller y del que forman parte
los tres mayordomos de Aragón, Cataluña y Valencia; el camarero, el maestre racional, el
vicecanciller, el tesorero, los auditores y los procuradores. Ese Consejo Real no es sin
embargo otra cosa que un precedente del propio Consejo de Aragón, fundado por Fernando el
Católico mediante pragmática de 19 de noviembre de 1494. La misma naturaleza consultiva
tuvo en sus orígenes el Consejo de Navarra, órgano que auxiliará luego al monarca en las
tareas de gobierno y judiciales. El Consejo da cabida, junto a los doce ricos hombres, a una
serie de dignidades palatinas e importantes prelados, integrando además a funcionarios de la
administración y a otros consejeros discrecional- mente elegidos.
Cancillerías
La Cancillería aparece de forma precaria en los primeros años del siglo XII, y es reordenada en la
centuria siguiente por Alfonso X.
A partir de una estructura muy simple, jerarquizada en el canciller, notarios y escribanos, y en base
a unas facultades precisas de redactar los documentos, autenticarlos y custodiar el sello real
Al frente de esta oficina palatina figura el canciller o canciller mayor. Junto a él actúa el llamado
canciller de la paridad, a quien compete legalizar con el sello de la paridad o secreto las cartas de la
misma naturaleza.
La Cancillería aragonesa es regida por el canciller, personaje de singular importancia dado que
presidía también el Consejo Real. De ella forman parte el vicecanciller, el protonotario o custodio
del sello, el regente y una serie de escribanos y personal subalterno. Con la proyección
mediterránea, la cancillería será también un órgano principal en cada uno de los territorios.
En Navarra la figura del canciller real fue más bien de carácter honorífico y recayó en altos
dignatarios de la nobleza o clero.
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Los secretarios del Rey
Surgen en Castilla en el siglo XV durante el reinado de Juan II. Ya entonces se perfila la existencia
de un secretario principal, más próximo al monarca, quien no sólo se sirve de estos secretarios para
el despacho de su correspondencia propia u otros asuntos personales, sino que, esos secretarios
reciben un nombramiento, ingresan emolumentos de la hacienda pública y aparecen en suma como
funcionarios de la administración central.
La proyección a diversos campos administrativos se aprecia también en los secretarios navarros de
esta época, a quienes vemos como notarios de la Corte, oidores de la Cámara, etc. Aquí, al igual que
en Castilla, los secretarios son a menudo consejeros, es decir, miembros del Consejo Real.
En cuanto a Cataluña existen entre los oficiales privados unos escribanos independientes de la
Cancillería que asisten al monarca para redactar sus cartas o sus órdenes.

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TEMA 17: LA ADMINISTRACI N TERRITORIAL Y LOCAL

I. La Administraci n Territorial en Castilla, Arag n y Navarra.

En el reino asturleonés, como en el sistema condal característico de la administración visigoda, los


reyes concedieron a magnates laicos o eclesiásticos diversos distritos ad imperandum, esto es, para
que los rigieran y gobernasen. Tales jefes territoriales pasaron a ser llamados imperantes o
ímperatores terrae aun antes de que fueran nombrados condes. Con parejo sentido de gobernadores
sin jerarquía condal, en Castilla se les designó como potestates, voz alusiva a su vez en Navarra a
quienes dirigían un distrito en nombre del rey.
En la Castilla de fines del siglo XI los magnates vasallos del monarca fueron favorecidos con el
gobierno de territorios llamados tenencias. Su titular, el tenente, disfrutó así de poder público y
retuvo en su provecho parte de las rentas de la comarca. La tenencia era revocable según libre
voluntad del monarca, si bien quienes las desempeñaron pugnaron en Castilla por convertirlas en
hereditarias.
A mediados del siglo XII, Alfonso X pone al frente de los territorios andaluces, recientemente
reconquistados, a un adelantado de la frontera. En los años siguientes, un nuevo oficial, el
adelantado mayor, sustituye a los merinos mayores en las grandes circunscripciones de Castilla,
León, Murcia y Galicia, e incluso episódicamente en Alava y Guipúzcoa.
Los adelantados mayores fueron delegados del rey que rigieron los distritos con amplias
competencias gubernativas, judiciales y militares. Ahora bien, esos personajes no reemplazaron
siempre a los merinos mayores.
Los adelantados son jueces que entienden en apelación de causas ya falladas, y directamente, por
delegación, de los casos graves reservados al monarca. Los merinos, en cambio, desempeñan
principalmente funciones de policía gubernativa, ejecutando la justicia y persiguiendo a los
delincuentes.
La pluralidad de reinos y territorios que formaban la Corona de Aragón, así como su dispersión
geográfica, impuso que el monarca designara en ellos unos representantes revestidos de amplias
facultades, fundamentalmente de carácter judicial. Esos representantes reciben el nombre de
procuradores, procuradores generales si disponen de un mayor poder, o lugartenientes si se
consideran como un alter ego del príncipe.
Cuando la "gobernación general" fue asumida por el primogénito del monarca, éste designó unos
delegados, los portant veus, quienes sustituyendo a los procuradores dirigieron la administración de
cada país.
En Aragón los distritos, llamados honores, universidades o merinatos, fueron dirigidos por un
oficial o merino.
Pero de otra parte, los municipios se asociaron para defender el orden público, constituyendo unas
juntas con jurisdicción sobre el territorio global de los municipios confederados.

II. La Administraci n Local

Orígenes del municipio medieval


Las ciudades del Occidente medieval aparecen por lo común como núcleos cerrados,
con un cerco o muralla que separa la aglomeración urbana del campo circundante. Divididas en
barrios, cada uno de ellos suele agrupar a burgueses y comerciantes en razón de su oficio,
perfilándose la fisonomía peculiar del barrio alrededor de la parroquia correspondiente.

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La vida de la ciudad no se agota en el propio casco urbano, delimitado por la muralla, sino que
trasciende al contorno próximo, llamado desde el siglo X alfoz (de la voz árabe alhawz, distrito),
que en cierto sentido constituye una prolongación rural de la ciudad misma. Probablemente no
existió en principio dependencia jurídica determinada de esos territorios respecto al núcleo urbano.
Desde el siglo XII, con el crecimiento de las ciudades y la formación de extensos alfoces, se hizo
necesario delimitar los territorios municipales para evitar conflictos entre ciudades.
Los historiadores europeos han debatido largamente el cómo y por qé surgió el municipio medieval,
ofreciendo desde el siglo XIX dos grandes explicaciones de conjunto: la llamada tesis romanista
que hace heredero al municipio medieval del romano, y la germanista, que en base a muy diversas
teorías coincide en admitir su condición de institución nueva y autóctona.
En la aparición del municipio hispano concurrieron desde luego numerosos factores, tanto de índole
doméstica, producto de la pugna con los musulmanes, como otros homologables con lo que sucedió
en las ciudades ultrapirenaicas. Nuestro concilium altomedieval, dependiente de las autoridades
territoriales, sirvió de base a la creación de esa conciencia urbana de creciente desarrollo. Tal base
institucional se fortaleció, entre otras causas, por la concesión de fueros y franquicias, apareciendo
así el municipio como forma jurídico-pública, elemental al principio y más compleja desde el siglo
XII.
La organizaci n municipal en los diversos territorios de Espa a: Corregidores, Asistentes,
Gobernadores, Consells
En la etapa altomedieval la totalidad de los vecinos forma parte teórica del concejo, puede asistir a
sus reuniones y participar en la adopción de acuerdos. Este sistema, del llamado concejo abierto, se
tornó inviable en la práctica debido fundamentalmente a dos causas. De un lado, al número
creciente de vecinos que dificultaba la posibilidad de celebrar las asambleas. De otro, a la también
creciente complicación de la vida municipal. Tuvo lugar así la sustitución del concejo abierto por un
concejo reducido o concejo cerrado, al cual pasan con carácter permanente todas las atribuciones de
la primitiva asamblea. Esta nueva corporación, cabildo o ayuntamiento, aparece con distintos
nombres según los reinos.
La cierta autonomía que disfrutaron los municipios de realengo, no impidió desde un principio que
el monarca tratara de fiscalizarlos a través del "señor de la ciudad" (dominus villae), del merino y
de los jueces y alcaldes del rey.
Alfonso XI ordenó durante el bienio 1345-1346 la sustitución del concejo abierto en importantes
ciudades castellanas, como Burgos, León, Segovia y Madrid, por unas juntas de regidores
designados directamente por él.
Los corregidores nacen de forma vacilante con Alfonso XI, se consolidan con Enrique III en el
tránsito del siglo XIV al XV, y quedan definitivamente institucionalizados con los Reyes Católicos.
Han dejado de ser unos oficiales de actuación esporádica, para convertirse en representantes fijos
del monarca en cada ciudad, adquiriendo desde el reinado de Enrique III su silueta jurídica propia.
El gobernador se nos muestra con un contorno institucional más impreciso, nombrados por el rey,
los gobernadores fueron gente de extracción social media, que ejercieron su cargo por períodos
indeterminados de tiempo, siempre a merced del monarca. Con funciones muy diversas según los
casos -es más propio hablar así de gobernadores que de gobernador- , tuvieron ellos la atribución
común de defender el orden público.
Asistentes y gobernadores quedarán como instituciones residuales, mientras de cara a los tiempos
modernos se consolida con fuerza ese corregidor castellano.
En los países mediterráneos, la antigua asamblea de vecinos fue sustituida en la vida ciudadana
bajomedieval por un Consejo (Consell) como órgano supremo, recayendo la dirección ejecutiva del
municipio en diversos magistrados designados con carácter anual. Estas autoridades (consellers,

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consols o jurats) utilizaron en principio al Consell como cuerpo consultivo, pasando luego a
depender de él.
El modelo de organización municipal aragonesa se desarrolló desde el siglo XII sobre la base de un
oficial real, el zalmedina, que encabeza el concejo y ostenta atribuciones judiciales; de la comisión
de jurados con funciones ejecutivas, y de una asamblea de vecinos cuyas reuniones fueron cada vez
más infrecuentes.
Por la profesora Rosa María Bandrés sabemos que en Aragón, y concretamente en la ciudad de Jaca,
existió un Consejo de Ciento creado por Jaime I en 1238, es decir, bastantes años antes que su
homónimo de Barcelona.
El zalmedina fue designado por el rey, bien libremente o a propuesta de las parroquias de la ciudad,
Al iniciarse el siglo XIV, el régimen municipal zaragozano consiste en un cabildo compuesto por
doce jurados, nombrados cada año, Cierto sistema paralelo de cabildo de jurados existe en Navarra,
correspondiendo a la asamblea o consejo local una función de asesoramiento.

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TEMA 18: LA ADMINISTRACI N DE JUSTICIA, HACIENDA y
EJERCITO

I. La Administraci n de Justicia en la Corona de Castilla, en la Corona de


Arag n y en Navarra

A partir del siglo XI la realización de la justicia aparece como tarea principal del monarca.
Desarrollada la jurisdicción regia como ordinaria o común, con el correspondiente sistema de jueces
y tribunales, a su lado surgen unas jurisdicciones especiales que reemplazan a aquélla en los
territorios inmunes, según es el caso de la jurisdicción señorial, o la sustituyen en función de una
específica materia o de la condición de las personas, como sucede con las jurisdicciones eclesiástica
y mercantil.
Castilla
El rey y su curia forman un supremo tribunal de justicia que entiende tanto de los asuntos que le son
sometidos directamente, como de la apelación de aquellos otros ya resueltos por jueces inferiores, y
siempre de los litigios y conflictos surgidos entre nobles. Reunida la curia con el monarca, éste solía
designar a algunos magnates nobles o eclesiásticos como "jueces palatinos" (iudices palatii), a fin
de que establecieran las pruebas a practicar en el pleito y pronunciaran en su nombre el veredicto.
Con el tránsito a la etapa bajo-medieval se institucionaliza la administración de justicia. Los jueces
se convierten en gentes dedicadas de manera estable y profesional a tal función, conocedores del
derecho de los fueros y del más complejo mundo jurídico que la Recepción trae consigo.
La administración de justicia deja de depender de la instancia de los particulares, apareciendo un
procedimiento de oficio en virtud del cual los delitos son perseguidos con independencia del
requerimiento de la parte ofendida.
La Audiencia fue el órgano supremo de la administración de justicia, surge cuando como
consecuencia de las sesiones semanales que el rey celebra para atender peticiones de los súbditos,
resulta necesario separar los asuntos de gobierno o merced de aquellos otros relativos a justicia civil
y criminal, que quedarán encomendados a ella. La Audiencia es máximo tribunal de apelación y
actúa en nombre del rey, si bien al concluir el siglo XIV se admitió la posibilidad de recurrir sus
sentencias en súplica ante el monarca.
Aragón
En la Corona de Aragón la administración de justicia corresponde a los oficiales del rey y, en
ocasiones, a las autoridades populares. El zalmedina y el justicia son así, en Aragón y Valencia,
jueces ordinarios que ejercen sus funciones asistidos por la curia municipal, y en algunas villas el
justicia de la ciudad es el único funcionario real intermedio con jurisdicción.
En Cataluña y Mallorca aparece como juez el veguer real asesorado por la asamblea de consellers,
cónsules y jurados de la ciudad.
Por sus excepcionales facultades jurídicas y políticas, la institución del Justicia aparece como pieza
clave del ordenamiento público aragonés. Sus orígenes deben remitirse a cierto juez palatino que a
mediados del siglo XIII sigue a la curia del monarca, la asesora, instruye las causas y publica las
sentencias que esa curia dicta.
En suma, el Justicia resulta ser supremo intérprete del orden jurídico, que juzga los casos más
graves y puede paralizar la acción de cualquier juez esgrimiendo, por "vía de contrafuero", la
ilegitimidad del procedimiento. El Justicia Mayor actúa asistido por dos lugartenientes y sólo puede
ser controlado y juzgado por las Cortes mismas.

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Navarra
La Cort o curia del monarca es el supremo tribunal ordinario del reino, compuesto en la Baja Edad
Media por cuatro alcaldes, cuatro notarios y una serie de agentes subalternos, los porteros de Cort,
encargados de recaudar las multas y ejecutar tareas menores. La dirección efectiva y directa de la
Cort corresponde al canciller.
En los diversos territorios figuran los alcaldes municipales y los alcaldes mayores o de mercado.
Aquéllos están al frente de las villas o de los valles, y de sus sentencias se puede apelar a los
alcaldes mayores que residen en las ciudades principales, siendo en cualquier caso la Cort última
instancia tanto en asuntos civiles como penales.
Agentes con funciones judiciales fueron también los almirantes, prebostes, justicias, merinos y
submerinos, quienes ejercen su quehacer en los barrios de populosas ciudades, en pequeñas villas o
en las demarcaciones y distritos.
El procurador general o fiscal es el defensor de los intereses regios, desempeñando además en
Navarra el importante papel de valedor de los intereses generales del reino frente al exterior.

II. Las jurisdicciones especiales: se orial, eclesi stica y mercantil

Jurisdicción señorial
Buena parte de los privilegios de inmunidad propios de los dominios señoriales suponían la
concesión de una jurisdicción especial.
Con la consolidación del régimen señorial, los titulares de los dominios nombraron a los jueces de
los diversos lugares, así como a los alcaldes o jueces de aquellos concejos sometidos a su
jurisdicción. De las sentencias de esos jueces del señorío se podía apelar al señor, y de éste al rey.
La jurisdicción señorial permaneció en todo caso sometida a la teórica supervisión del monarca,
cuyos funcionarios podían penetrar en el señorío en caso de flagrante deli- to, o cuando los oficiales
señoriales incumplieran su obligación de hacer justicia.
En Castilla los reyes se reservaron el conocimiento de los casos de corte, pero los señores
aragoneses lograron la plenitud jurisdiccional, es decir, el llamado mero y mixto imperio, lo que
equivalía a entender en cualquier tipo de cuestiones civiles y criminales. En Aragón y Cataluña la
jurisdicción señorial se desbocó en la Baja Edad Media hasta incluir el vejatorio ius maletractandi, o
derecho del señor de maltratar al vasallo.
Jurisdicción eclesiástica
Los tribunales eclesiásticos disfrutan de jurisdicción propia por razón de la materia o de las
personas.
En el primer caso entienden de los asuntos estrictamente religiosos y por extensión de aquellos
otros, como el matrimonio o la usura, que tienen una doble vertiente religiosa y civil. Por razón de
las personas, en virtud del llamado "privilegio del fuero" (privílegium fori), esos tribunales juzgan
las causas civiles y criminales de los eclesiásticos y sus familiares.
El juez ordinario es el obispo, de cuyas sentencias se puede apelar al arzobispo; de las de éste al
metropolitano y, en última instancia, al papa.
Además de esa jurisdicción diocesana, los problemas generales de la herejía en Europa dieron lugar
al establecimiento de la Inquisición, institución de ámbito internacional controlada por el papado,
que se mostró especial mente activa en los países occidentales.
Jurisdicción mercantil
Desde mediados del siglo XIII aparece en los territorios mediterráneos una jurisdicción especial
para asuntos mercantiles, distinta de la ordinaria del bayle y veguer. En los años finales de esa
centuria y en los centrales de la siguiente, surgen en Valencia, Barcelona y Mallorca unos tribunales

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mercantiles, los Consulados, que confían la resolución de los litigios comerciales a sus propios
jueces, llamados "cónsules de mercaderes" (consules mercatorum).
En principio la jurisdicción consular amparaba a los profesionales de las empresas marítimas, con el
tiempo alcanzó igualmente a quienes entablaron relaciones comerciales, es decir, a los mercaderes
en general. Con ello el derecho marítimo se encadenó con el mercantil, tanto en lo sustantivo como
en lo procesal. Jalón importante en tal proceso fue cierto privilegio otorgado por Martín el Humano
en 1401, que concedió a los jueces del Consulado del Mar facultades para conocer no sólo de los
conflictos marítimos, sino además de los pleitos mercantiles suscitados por cualquier clase de
personas.
Característica del procedimiento mercantil fue su urgencia y brevedad. De las sentencias de los
cónsules cabe recurrir a un "juez de apelaciones", ante quien comparecen las partes y el juez que
antes ha dirimido el pleito.

III. La Hacienda: caracteres generales, rganos, ingresos y recaudaci n de


impuestos

El sistema financiero medieval fue de suyo discriminatorio. Desde un principio quedaron exentos
los nobles y eclesiásticos, e incluso los paniaguados o gentes protegidas por ellos. Sucesivas y
crecientes exenciones restringieron más aún el círculo de los pecheros, es decir, de los obligados a
pagar las cargas o "pechos", quienes al ser liberadas las clases ciudadanas vinieron de hecho a
identificarse con la población rural.
Se entremezclaron las contribuciones de naturaleza pública y privada. En el régimen impositivo
primaron, en fin, los impuestos indirectos, coincidiendo así prácticamente el impuesto directo con el
extraordinario.
Como los ingresos, los gastos fueron ordinarios y extraordinarios. Una parte de ellos constituyó en
Castilla el salvado y situado, o lo que es lo mismo, las partidas fijas que se asientan en los libros de
hacienda; mientras el resto es estimado cada año, tramitándose mediante cartas de pago o libranzas.
Órganos
- Las contadurías Mayores (Castilla): Mediado el siglo XIV los textos castellanos refieren la
presencia de, unos contadores o contadores mayores, coincidiendo con la marginación del
mayordomo de las tareas financieras y con el "fracaso" (según Torres Sanz) del tesorero
mayor en su función gestora de la hacienda regia. A comienzos del XV existe ya la contaduría
mayor de hacienda, con dos altos oficiales o contadores mayores que se ocupan de todo lo
relativo a la exacción de tributos y, en general, de lo concerniente a la administración de los
recursos del reino. Junto a esa corporación existió otra paralela, la contaduría mayor de
cuentas, compuesta por contadores mayores del mismo nombre la cual se encargó de tomar las
cuentas a quienes hubiesen administrado dinero real. Fue así un órgano de comprobación y
control, cuya actuación dependió de su homónima de Hacienda, de la que recibía los
documentos hacendísticos para proceder luego a la fiscalización correspondiente.
- El “maestre racional” (Aragón): La alta gestión financiera que hasta fines del siglo XIII había
correspondido en Aragón al mayordomo y al procurador regio, pasó desde entonces a un alto
oficial llamado maestre racional, junto a él, el tesorero y el escribano de ración forman la base
de la estructura hacendística de la Corona. Se ocupa de fiscalizar la gestión de los oficiales
reales, o de cualquier persona sí ello afecta a los derechos del rey y su patrimonio, A tal fin
puede requerir a los funcionarios a que muestren las cuentas y gastos, anotando él en sus
libros la situación y marcha de los negocios. Como consejero regio informa al monarca del
estado financiero general y le asesora cuando es requerido. Del maestro racional depende el
tesorero, quien guarda el tesoro, se hace cargo de los ingresos y libra los pagos, rindiendo
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cuentas ante él cada seis meses. El escribano de ración distribuye las "raciones" o salarios de
oficiales, percibiendo una renta que se aplica al sostenimiento del cargo.
- La cámara de Comptos (Navarra): El 18 de febrero de 1365, Carlos II ordena el
establecimiento en Pamplona de una Cámara de Comptos compuesta por "maestros oidores" y
notarios. Este organismo, que vino a ser la salvaguardia histórica de los intereses jurídicos y
económicos del rey y del reino, obtuvo supremas facultades de orden fiscal. Exigió así
rendición de cuentas a los recaudadores de rentas, veló por la adecuada exacción de los
derechos del rey, y dio su parecer en las cuestiones relativas a política impositiva o concesión
de franquicias. Junto a la propia administración financiera, la Cámara de Comptos disfrutó de
atribuciones judiciales, sustanciándose ante ella los pleitos de esa índole. De la custodia de
ingresos y de la ordenación de gastos se encargó en un principio el recibidor general de las
cuentas del reino, sustituido en sus funciones a principios del siglo XIV por el tesorero.
Ingresos
- Ingresos ordinarios:
• Tributos territorial y personal: Los cultivadores de latifundios del príncipe en la época
altomedieval, pagan a éste un canon llamado en principio tributum y más tarde infurción. Se trata
de una renta territorial que suele abonarse en especie, con parte de la cosecha, en cuantía y tiempo
variables según los territorios. En Aragón uno de los tributos más antiguos fue el de la peyta o
pecha. Fue un impuesto globalmente evaluado para cada localidad, cuyo importe se dividía luego
entre los vecinos. También existió en Navarra, donde la pecta o peita debía ser satisfecha por
todos los labradores no hidalgos.
• Recursos de monopolios y regalías: Al tener el rey como señor el monopolio de construir en sus
dominios el molino, el horno y la fragua, su utilización exigió el pago de las maquilas, fornático y
llosol. Más importantes fueron los recursos obtenidos por regalías o derechos privativos del
monarca. La regalía de la moneda reportó a la hacienda regia dos tipos de beneficio: el propio de
la diferencia entre el valor nominal y el real de la moneda puesta en circulación, y el impuesto
que los pueblos de realengo y señorío pagan para que el monarca no altere o quiebre su ley,
impuesto llamado en Castilla moneda forera y en la Corona de Aragón monedaje. Las regalías de
minas y salinas suponen a su vez la percepción de ingresos derivados de la explotación de esas
fuentes de riqueza. El uso y aprovechamiento de los montes y prados del rey originan la doble
contribución del montazgo y del herbazgo.
• Impuestos de tránsito: El tránsito de personas y mercaderías aparece gravado por numerosas
contribuciones. El portaticum o portazgo se aplica a la entrada de mercancías en ciudades para el
uso y consumo en ellas o para la venta en el mercado. Aún antes sin embargo de que los
traficantes y sus mercancías arribaran al lugar de destino, el paso por puentes o el uso de barcas
para atravesar los ríos, comportó otras cargas económicas llamadas pontazgo y barcaje. El
impuesto de tránsito fue conocido en general en Castilla como peaje, y en Aragón con el mismo
nombre y con el de lezda, términos quizá sinónimos o aplicables el primero a la circulación de
personas y el segundo a la contribución de mercancías según su medida y peso. Los peajes y sacas
coinciden en Navarra con los derechos de aduana por la entrada y salida de mercaderías del reino.
En Cataluña existió el gravamen de entrades i eixides (entradas y salidas) con idénticos fines.
• La alcabala: Se trata de un impuesto sobre las compraventas y cambios, que gravó en un 5%, y
más tarde en un 10%, el valor de los bienes vendidos o permutados. fue un impuesto indirecto,
sobre el consumo, y universal, es decir que alcanzó tanto a los pecheros como a las clases
privilegiadas de nobles y eclesiásticos. Existieron no obstante algunas exenciones tanto de
carácter personal -los vizcaínos, al parecer- como real, en función de la naturaleza jurídica de los
bienes, según fue el caso de la dote, arras u otros otorgados por casamiento.

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• Otros: La hacienda regia percibe tanto el importe de las multas y penas pecuniarias (caloñas),
como aquellas cantidades (fonsadera, anubda) que pagaron inicialmente en concepto de multa
quienes no realizaban determinados servicios. Por concesión pontificia, los monarcas pudieron
recaudar una contribución, las tercias reales, consistente en dos novenas partes del diezmo
eclesiástico cobrado sobre ganado, cereal, vino y otros productos del campo.
- Ingresos extraordinarios: Como medida excepcional para allegar recursos, surgió primero en
Aragón y luego en Castilla un impuesto indirecto llamado sisa. En sus orígenes este tributo
aparece con cierto aire de picaresca, y consiste en que el vendedor de artículos de común
necesidad merma el sistema de medidas y pesos, para entregar al comprador por el precio
fijado una menor cantidad de género. Con ello obtiene un beneficio adicional que luego
reintegra al fisco. El tributo extraordinario por excelencia fue el servicio o pedido (petitum),
que el rey solicitaba o "pedía" a los procuradores reunidos en Cortes. El servicio se convirtió
en una práctica generalizada y hasta cierto punto en un tributo usual y ordinario, aunque
requiriera siempre la aprobación de las Cortes. En algunos momentos de agobio los reyes
hubieron de acudir a solicitar préstamos de concejos, comunidades religiosas, judíos, gentes
acaudaladas, entidades mercantiles o asociaciones como La Mesta.
Recaudación de impuestos
Los monarcas bajo-medievales recaudaron los impuestos mediante un doble procedimiento:
utilizando agentes especiales o encargando esas funciones a particulares que actuaban como
intermediarios. Se da asimismo cierto régimen mixto, con la participación de unos y otros.
Esos oficiales financieros fueron en Castilla los recaudadores, nombre genérico que ampara las
denominaciones específicas de quienes perciben los distintos impuestos (portazguero, alcabalero,
etc.). El recaudador solía estar al frente de un "partido" o distrito hacendístico, teniendo bajo su
mando a otros recaudadores menores y locales.
Cargo parejo a aquél fue en Navarra el recibidor, quien sustituyó al merino en los menesteres
fiscales a principios del siglo XIV. Los recibidores navarros debían presentar cada año sus cuentas
al tesorero y a la Cámara de Comptos.
Tanto en Castilla como en Navarra estos agentes allegaban los recursos, pero también atendían los
gastos, y así el recibidor solía retener el superávit anual para incorporarlo a los ingresos del
ejercicio siguiente. Sólo al término de su gestión rendía cuentas definitivas y, de no poder hacerlo,
veía embargados sus bienes.
La recaudación por intermediarios se llevó a cabo mediante el arrendamiento de los impuestos a
personas o grupos, según precio global fijado en subasta.

IV. El Ej rcito: Fonsado, milicias se oriales y concejiles. Las rdenes


Militares

Fonsado
Fue obligación de todos los hombres libres participar en la defensa del reino ante el acoso
musulmán, o bien pasando a la ofensiva para adquirir o reconquistar nuevos territorios, y en
consecuencia formar parte del ejército.
Se tradujo de un lado en colaborar en servicios de vigilancia o reconocimiento (anubda en Castilla;
mirall en Cataluña), y en acudir a la operación defensiva en caso de emergencia (apellido); o de
otro, en participar en expediciones militares de índole ofensiva (fonsado o hueste).
El fonsado es la expedición de ataque convocada principalmente por el rey, pero también por el
conde, señor, merino o concejo.
El apellido es el "llamamiento de gente para la defensa", como lo define el Fuero de Sepúlveda.
Practicado ya en el período asturleonés, se popularizó luego en Castilla en sus diversas formas,
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según quien fuera la autoridad convocante. Dos especies de apellido, correspondientes al realizado
en tiempos de paz o de guerra. Aquél supone repeler la irrupción de quienes intentan saquear tierras
y robar frutos o ganados. Este lleva consigo el reclutamiento perentorio de gentes armadas.
Milicias señoriales y concejiles
A las tropas reclutadas por el rey se unen las movilizadas por los señores en sus dominios y las
milicias concejiles, que combaten a menudo con su propia organización y enseñas, sin fundirse con
la hueste real. No obstante, algunos fueros andaluces preceptúan que si las tropas de los concejos
acuden a las órdenes del monarca, deben hacerlo únicamente bajo su estandarte. En ocasiones las
milicias urbanas abandonaron la hueste real cuando consideraban transcurrido su tiempo de
servicio.
Órdenes militares
Surgieron en Oriente en el siglo XII las Ordenes Militares. Compuestas por caballeros y religiosos,
cuyo régimen de vida integraba el estilo monacal y la profesión de armas, apareciendo en España
como organizaciones armadas que unen sus huestes a las de los monarcas en la lucha contra el
Islam, si bien mantienen su propia organización y autonomía.
Ordenes Militares españolas fueron la de Calatrava; la Orden de Alcántara; y finalmente la Orden
de Santiago, establecida con el objetivo primordial de amparar a quienes peregrinaban a
Compostela, y que también contribuyó a la lucha con los musulmanes.
Como otras organizaciones religiosas, las Ordenes Militares se vieron favorecidas por múltiples
donaciones de los fieles. Su espíritu caballeresco propició que la nobleza se incorporara a ellas
aportando cuantiosas dádivas y tierras.
En términos generales se ha calculado que a mediados del siglo XIII el conjunto de las Ordenes,
podía poner en pie de guerra entre 5.000 y 10.000 combatientes, de los que 1.500 luchaban a
caballo. Su género de vida facilitó la obediencia, disciplina y el consiguiente voto de combatir a los
infieles.
El gobierno de la Orden recaía en el maestre, elegido por los caballeros, quien actuó auxiliado en
sus funciones por el comendador mayor y otras autoridades.

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