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HISTORIA ECONÓMICA

Y SOCIAL DE COLOMBIA I
\
1537-1719
\~

por
GERMÁN COLMENARES

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Universidad
del Valle BANCO DE LA REPÚBLICA COLCIENCIAS EDITORES
T
EDITORES
•TERCER MUNDO S.A. SANTAFÉ DE BOGOTA
TRANSV. 2a.A. No. 67-27, TELS. 2550737 -2551539,AA. 4817, FAX 2125976

EDICIÓN A CARGO DE HERNÁN LOZANO HORMAZA


CON EL AUSPICIO DEL FONDO GERMÁN COLMENARES
DE LA UNIVERSIDAD DEL VALLE

Diseño de cubierta: Héctor Prado M., TM Editores

Primera edición: noviembre de 1973, Universidad del Valle


Segunda edición: diciembre de 1975, La Carreta, La Oveja Negra
Tercera edición: junio de 1978, La Carreta
Cuarta edición: agosto de 1983, TM Editores
Quinta edición: agosto de 1997, TM Editores

© Marina de Colmenares
© TM Editores en coedición con la Fundación General de Apoyo
a la Universidad del Valle, Banco de la República y Colciencias

Esta publicación ha sido realizada con la colaboración financiera de Colciencias,


entidad cuyo objetivo es impulsar el desarrollo científico y tecnológico de Colombia

ISBN: 958-601-719-2 (Obra completa)


ISBN: 958-601-603-X (Tomo)

Edición, armada electrónica, impresión y encuadernación:


Tercer Mundo Editores

Inipreso y hecho en Colombia


Printed and made in Colombia
L'historien n'est pas celui qui sait
Il est celui qui cherche.

Luden Febvre

•,
.•
CONTENIDO

ÍNDICE DE CUADROS ix
ÍNDICE PE GRÁFICOS X

ÍNDICE DE MAPAS X

ABREVIATURAS UTILIZADAS xi
FUENTES PUBLICADAS xii
NOTA DE LOS EDITORES xiii
PRÓLOGO XV

INTRODUCCIÓN xxi

Capítulo l. LA OCUPACIÓN ESPAÑOLA 1


La naturaleza de la Conquista 1
Etapas de la ocupación 5
La fijación de una frontera provisoria 11

Capítulo U. LA SOCIEDAD INDÍGENA Y SU EVOLUCIÓN POSTERIOR


A LA CONQUISTA 29
Los grupos originales y sus transformaciones 29
La población indígena 68

Capítulo 111. LAS FORMAS DE DOMINACIÓN 109


La encomienda 109
El tributo 135
El trabajo 161

Capítulo IV. LA TIERRA 199


La apropiación de la tierra: ¿un problema histórico o un problema
jurídico? 199
El proceso histórico de la apropiación de la tierra 203
Las composiciones 217
·viii HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL l

Los resguardos indígenas 231


La magnitud de los resguardos 240'
Conflictos de los resguardos 251
. La extinción de los resguardos en la provincia de Tunja 253

Capítulo V. EL ORO 267


Ciclos del oro y expansión geográfica 267
Los distritos mineros 273
Minas: técnicas, empresarios y mineros 288
Los esclavos 299
Las cifras de producción 321
Las crisis 343

Capítulo VI. EL TESORO REAL 361


Las cajas reales y el sistema de finanzas 361
los guardianes del tesoro 367
Los quintos del oro 375
La reforma fiscal de 1590 378

Capítulo VII. EL COMERCIO 385


Los caminos 385
La moneda 404
Los comerciantes y sus operaciones 413

Capítulo VIII. LA SOCIEDAD COLONIAL EN EL SIGLO XVII 425


El poder 425
La sociedad de los «españoles-americanos» 434
Los mestizos 446

AUTORES CITADOS EN EL TEXTO 455


ÍNDICE ONOMÁSTICO 457

ÍNDICE GEOGRÁFICO 469


ÍNDICE DE CUADROS

1. Tribus del occidente colombiano (según Trimborn) 34


2. Visitas de la tierra 82
3. Población indígena de la Nueva Granada. 1558-1564 (1567) 89
4. Cifras de población y tasas de decrecimiento 92
5. Población indígena de la región de Pasto 95
6. Provincia de Tunja. Población por corregimientos (tributarios) 96
7. Pueblos y encomiendas de la provincia de Cartagena 102;
8. Índices por tributario 107
9. Encomenderos de las primeras expediciones (según F. de Ocáriz) 116
10. Encomenderos y tributarios por encomienda, hacia 1560 123
11. Número de tributarios por encomienda en la región de Pasto 124
12. Tabla de salarios indígenas (Auto de 2 de septiembre de 1598) 166
13. Composiciones en el corregimiento de Duitama 225
14. Avalúas de las propiedades de la provincia de P9payán,
según los pagos de la? composiciones (1637) 230
15. Avalúas de las propiedades del corregimiento de Duitama,
según los pagos de las composiciones (1640) 230 ·
16. Producción de trigo en la estancia de Chiquinquirá 241
17. Remates de los resguardos indígenas 260
18. Comercio de esclavos negros en Cáceres. 1620-1644 313
19. Importación de esc~avos a Cartagena 319
· 20. Producción de oro en el distrito de Santa Fe' 329
21. Producción de oro en el distrito de Cartago 329
22. Producción de oro en el distrito de Popayán 331
23. Producción de oro en·el distrito de Antioquia 331
24. Llegadas de oro a España y producción en la Nueva Granada 332
25. Oro acuñado en la Casa de la Moneda de Santa Fe 334
26. Pr.oducción de oro en la Nueva Granada. 1682-1696 337
27. Producción de oro en la provincia de Popayán. 1660-1749 339
28. Distancias desde Santa Fe hasta los centros mineros
más importantes 364
29. Reparto del derecho de alcabala en la ciudad de Tunja 384
ÍNDICE DE GRÁFICOS

1. Curvas de población indígena (Tunja, Cartago, Pamplona) 93


2. Producción de oro en la Nueva Granada. Curva de Hamilton 268
3. Importación de esclavos negros a Cartagena 320
4. Producción de oro en el distrito de Santa Fe 326
5. Producción de oro en el distrito de Popayán 326
6. Producción de oro en el distrito de Remedios 327
7. Producción de oro en el distrito de Cartago 327
8. Producción de oro (crisis) en el distrito de Santa Fe de Antioquia 330
9. Producción de oro (crisis) en el distrito de Zaragoza 330
10. Producción de oro (crisis) en el distrito de Cáceres-Guamocó 330
11. Producción de oro en el distrito de Popayán-Anserma 341
12. Acuñación de moneda en Santa Fe 341
13. Producción de oro en la Nueva Granada. Proporciones 348
14. La renta de los quintos y las demás rentas 377
15. Envíos de oro a España 381

ÍNDICE DE MAPAS

1. Nuevo Reino de Granada. Ocupación española 15


2. Caminos y divisiones adminis.trativas 17
3. Indígenas no sometidos y Cfl.mpañas militares 1575-1675 25
4. Nuevo Reino de Granada. Densidad de la población indígena 87
5. Provincia de Tunja. Densidad de la población indígena.
1600-1603. Visita de L. Henríquez 97
6. Provincia de Tunja. Densidad de la población indígena.
1635-1636. Visita de J. de Valcárcel 98
7. Distritos mineros de la Nueva Granada 275
8.. Yacimientos de la Nueva Granada (Según R. West) 276
ABREVIATURAS UTILIZADAS

AGL Archivo General de Indias de Sevilla. Dentro de este archivo, las


referencias se hacen a varios fondos, así:
Patr. Patronato
Cont. Contaduría
Contr. Contratación
Santa Fe Audiencia de Santa Fe
Quito Audiencia de Quito
Eser. Cám. Escribanía de Cámara
Ind. gral. Índice general
AHNB. Archivo Histórico Nacional de Bogotá:
Vis .. Boy. Visitas .de Boyacá
Vis. BOl. Visitas de Bolívar
Vis. Tal. Visitas del Tolima
Vis. Sant. Visitas de Santander
Min. Cauea Minas del Cauca
Min. Ant. Minas de Antioquia
Min. Sant. Minas de Santander
Min. Tal. Minas del Tolima
Min. Ant. y Cund. Minas de Antioquia y Cundinamarca
Neg. y ese. Ant. Negros y esclavos de Antioquia
Neg. y ese. Tal. Negros y esclavos del Tolima
Tierras Boy. · Tierras de Boyacá
Resg. Boy. Resguardos de Boyacá
Pob. Boyaeá Poblaciones de Boyacá
Rl. Hda. Real Hacienda
Rls. Céds. Reales Cédulas
Cae. e ind. Caciques e indios
N ot. 1ª Tunja. Lo.s volúmenes no están numerados y se distinguen
por el año que aparece en el lomo. Se conserva la foliación original.
FUENTES PUBLICADAS

CDI. Colección de documentos inéditos, relativos al descubrimiento, conquista


y colonización de las posesiones españolas en América y Oceanía (Edit.
por Pacheco, Cárdenas y Torres de Mendoza). La cifra romana
designa la serie, los números arábigos, el volumen y la página.
DIHC. Documentos inéditos para la historia de Colombia (Edit. por Juan
Friede).
FCHTC. Fuentes coloniales para la historia del trabajo en Colombia (Edit. por
G. Colmenares, M. de Melo y D. Fajardo).
ACHSC. Anuario colombiano de historia social y de la cultura. Universidad
Nacional de Colombia.
BHA. Boletín de historia y antigüedades de la Academia Colombiana de
Historia.
BCB. Boletín cultural y bibliográfico de la Biblioteca Luis Ángel Arango.
CCRAQ. Colección de Cédulas Reales dirigidas .a la Real Audiencia de Quito.
NOTA DE LOS EDITORES

En la trayectoria editorial de la Historia Económica y Social I ocurre un


cambio crucial en la segunda edición. La primera (1973), es deficiente y
torpe, tanto en los aspectos verbales como en los gráficos. La segunda
(1975), en cierto sentido normaliza y estabiliza la obra. Las ediciones
ulteriores siguen la pauta de la segunda, pero lejos de conservar el texto
o de corregirlo, muestran un proceso creciente de estragamiento.

Para esta quinta edición se ha tomado como prototipo un ejemplar de la


tercera, anotado por el autor. Se ha hecho un cotejo generalizado de lqs
notas de pie de página tomando como prototipo las de la segunda
edición. Se ha hecho un esfuerzo deliberado de cotejar las que remiten a
otras obras. En lo referente a las que remiten a archivos se ha
considerado prácticamente imposible la verificación: por consiguiente se
toman como válidas también las remisiones que aparecen en la segunda.
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PRÓLOGO

La publicación de las Obras completas de Germán Colmenares representa


una importante contribución al desarrollo de la investigación histórica co-
lornbiaµa. Corno lo podrán ver los lectores, a los libros más conocidos de
Colmenares, a los que todo historiador ha leído o al menos revisado, se
unen decenas de artículos y de textos que sólo sus estudiosos más fieles
pudieron seguir, para configurar una obra de amplitud sorprendente y ex-
traordinaria solidez. Casi todo tiene que ver con ternas históricos, pero aun .
para quienes conocían los amplios intereses literarios o la afición al cine de
Colmenares va a resultar insólita la variedad y el volumen de las notas y
artículos dedicados a estos asuntos, y la calidad y brillantez de muchos de
sus análisis.
Por la cantidad de material disperso reunido aquí por primera vez, por
la variedad de los ternas tratados, por la oportunidad de revisar textos pu-
blicados en remotas revistas, esta excelente edición -que debernos al afec-
to, la erudición y la paciencia benedictina _de Hernárr Lozano- resulta de
vital interés para los conocedores de la obra de Colmenares, para quienes
siguieron paso a paso su trabajo desde los sesentas hasta su muerte en ·
1990. Esta nueva lectura probablemente reconstruirá en forma abreviada
el diálogo, que originalmente siguió una inevitable secuencia cronológica,
con un autor que a lo largo de treinta años transformó muchas de las for-
mas de concebir la historia de Colombia. Se tratará, sin embargo, de una
reconstrucción llena de ventajas, pues será posiple encontrar en las obras
tempranas los esbozos, los puntos de partida, de meditaciones y estudios
que sólo se desarrollaron plenamente en otros trabajos. El lector sabe a
dónde se dirigía la ruta, extraordinariamente coherente, de Colmenares, y
ese saber no puede dejar ae influir la relectura de todos sus trabajos.
Sin embargo, poder mirar la evolución de las concepciones e interpre-
taciones del autor a lo largo de tres décadas no debe llevar a convertir las
obras iniciales en simples orígenes, etapas en una marcha que adquiere
gradualmente su sentido. En realidad, desde las obras iniciales los libros
de Colmenares son bastante autónomos y autosuficientes. Los nuevos lec-
tores que esta edición atraerá, las nuevas generaciones de historiadores,
xvi HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL l

menos interesados quizás en la evolución de un historiador ejemplar que


los contemporáneos de éste, menos preocupados por las transformaciones
de una disciplina que a lo largo de treinta años ha tenido un complejo y
apasionante devenir, podrán encontrar allí una serie de obras cuyo interés
es del todo independiente, y que ofrecen al estudioso de la historia una
introducción inmejorable a los temas abordados en ellas.
La calidad de esta introducción se deriva ante todo de que se trata de
obras en las cuales es posible seguir el pensamiento del autor, la forma en
que se plantea las preguntas que definen su campo de interés y los pro-
cedimientos por los cuales un determinado corpus documental viene a
sustentar una discusión de los diferentes aspectos estudiados. No son sim-
plificaciones ni obras de síntesis, que realmente Colmenares nunca quiso
hacer: los artículos que escribió para obras colectivas, como el Manual de
historia de Colombia o la Nueva historia de Colombia fueron pequeños ensayos
sobre asuntos ligados al tema que se le había encomendado, bastante re-
motos de las convenciones expositivas de los trabajos informativos.
Lo que sí hacía en forma impecable Colmenares era enfrentar un pro-
blema de investigación histórica y desde el comienzo generar una serie de
desplazamientos en los temas de interés y en las preguntas que guiaban el
análisis, que abrían el campo a un tratamiento siempre original del mate-
rial documental. En cierto modo, es como si su obra se hubiera escrito con
base en un procedimiento metodológico aparentemente simple: a partir de
un área general de interés, identificar un conjunto de documentos que pu-
dieran iluminarlo, y simultáneamente, apoyado en la lectura de estudios
sobre temas similares realizados por historiadores de gran creatividad,
redefinir y transformar radicalmente el horizonte de interpretación y aná-
lisis, para leer los documentos a la luz de este horizonte: hacerse las pre-
guntas que la historiografía tradicional no había hecho sobre los temas
estudiados. Es fácil detectar a lo largo de sus libros la corifu1ua polémica
con una historia convencional y académica que se mantiene presa de cues-
tiones irrelevantes, y sobre todo de una orientaeión ideológica originada
en el proceso de creación, tras la independencia, de una tradición de in-
terpretación histórica para liberales o conservadores decimonónicos. Esta
polémica -que de algún modo está en la raíz de su último libro, Las con-
venciones contra la cultura- sirve para mostrar cómo la historiografía tra-
dicional es incapaz de preocuparse por la historia real, por la complejidad
de los procesos sociales, por las formas como el poder se construye y ejerce,
porque sólo la mueve un discurso justificatorio o condenatorio, o un some-
timiento al documento como si de éste pudiera derivarse, sin interpreta-
ción, un sentido de los procesos.
PRÓLOGO xvii

Upa rápida y superficial mirada a sus obras principales permite poi' lo


menos señalar cómo en cada uno de sus trabajos intentó replantear el tema
estudiado y reformularlo para dar una visión alternativa a la historia aca-
démica. En sus tres primeros trabajos, el terreno nuevo coincide en térmi-
nos globales con el ámbito de problemas planteados por Jaime Jaramillo
Uribe, uno de sus profesores en la Universidad Nacional. Sin embargo, si
las preguntas eran afines -y Colmenares siempre subrayaría, con Luden
Febvre, que en historia lo importante eran las preguntas -usualmente se
distanció bastante de las respuestas de Jaramillo Uribe. Su tesis de grado,
que se convirtió, probablemente a partir de los argumentos de Lukacs en
Historia y conciencia de clase, en Partidos políticos y clases sociales, es un inten-
to de mirar en su complejidad las formas de conciencia sociopolítica de los
dirigentes y escritores de la Nueva Granada. Escrito cuando apenas se pu-
blkaba el libro de Jaime Jaramillo sobre Las ideas colombianas en el siglo XIX,
Colmenares intentaba una aprehensión alternativa del-pensamiento políti- ·
co en los aftas cruciales de 1848 a 1856, dejando en un plano muy marginal
los problemas .de influencias y filiaciones ideológicas, y tratando de vei: la
ideología com~ algo inscrito en una práctica social integral, muchas veces
herramienta de combate de intereses vinculados a procesos de constitu-·
ción de clases y de creación de formas de conciencia colectivas.
Su segundo libro estuvo dedicado a Las haciendas jesuitas en el Nuevo
Reino de Granada. Aunque el tema correspondía a lo f!Ue Jaramillo Uribe y
Friede estaban señalando en:sus clases y estudios como central-el análisis
de la estructura social y económica de la Colonia, a partir de documenta- .
cióri de archivos- el diálogo del autor se realiza ante todo con historiado-
res latinoamericanos y eiiropeos. El trabajo fue escrito en Chile, con base.
en un fondo documental jesuíta conserva.do allí. Es un libro competente, y
aunque no tiene ni la audacia de su primer libro ni la ambición de su si-
guiente trabajo, son varias las nociones que incluye y que serán d~sarrolla­
das luego: la idea de una economía colonial, la afirmación. de la existencia
de órdenes de magnitudes locales, el análisis de las estrategias emp~esaria­
les de los jesuitas, el nacionalismo postulado por lÓs historiadores hispa-
noamericanos en el período posterior a la independencia.
Otra vez,· sin embargo, vale la pena subrayar que Historia económfr:a y
social de Colombia nombre del libro publicado en 1972, se mueve en el ám-
bito de los problemas que en Colombia proponían Jaramillo Uribe y, en
menor escala, Juan Friede. Ambos habían iniciado la discusión sobre la
población indígena en el momento de la Conquista, apelando a fuentes
tributarias: Jaramillo había optado, en 1964, por una lectura cuidadosa
pero muy restrictiva de los datos, mientras que Friede, en trabajos menos
xvili HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL l

bien argumentados y técnicamente más deficientes, había intuido lo que


a partir de Colmenares se iría trasformando radicalmente en la dirección·
apuntada por Friede: que los recuentos hechos por razones tributarias per-
mitían postular poblaciones tres o cuatro veces mayores que las que hasta
Jararnillo se habían aceptado. Algo similar ocurre con ternas corno el de la
encomienda y su presunto carácter feudal, el tributo, el comercio, la circu-
lación monetaria, el trabajo indígena. Eran todos ternas tratados localmen-
te por Jararnillo y Friede, que Colmenares desarrolló con base en un uso
muy eficiente de las fuentes documentales y bajo la influencia de historia-
dores corno Earl Harnilton, Lesley B. Simpson, W. Borah y Magnus Moer-
ner, además de un apoyo más conceptual en el grupo de los Annales, en
especial Fernand Braudel y Pierre Vilar.
Historia económica y social ofrece un panorama muy completo de la so-
ciedad colonial neogranadina en los siglos XVI y XVII, con énfasis en los
temas de estructura social y organización de la economía. Incluso la po-
lítica recibe un tratamiento que, aunque breve, resuita novedoso, al su-
brayar -otra vez en contraposición con la historiografía tradicional- el
carácter conflictivo de la Colonia y la existencia de un conjunto de luchas
políticas alrededor del poder regional. El libro muestra algunos rasgos de
apresuramiento -el manejo de cifras de población y de producción de oro
está lleno de descuidos menores-, se concentra, pese a su título, en el aná-
lisis del oriente colombiano -el Nuevo Reino-- y termina en forma un
poco abrupta e inesperada, sin un esfuerzo por redondear los argumentos
o integrar las narrativas: este último rasgo sería común a casi todos los
libros de Colmenares. Y sin embargo, es un libro extraordinario, con una
visión compleja e integral de la primera fase de la Colonia. Nunca antes se
había escrito un libro de tanto valor y amplitud este período. Con los artículos
de Jaime Jararnillo Uribe y la obra de Friede-cuya recepció11 en el medio
universitario fue más tibia- constituyó a partir de 1972 el punto de parti-
da inevitable para todo tratamiento de la Colonia, y en esta función influyó
decisivamente todo el desarrollo de la investigación histórica posterior.
La negativa de la Universidad de los Andes de recontratarlo como do-
cente en 1971, cuando llegó recién doctorado de Francia, condujo a su vincu-
lación a la Universidad del Valle, donde enseñaría hasta 1990. Allí entraría
en forma inmediata a someter a un amplio análisis la documentación de las
notarías caleñas, que le permitió publicar en !975 un libro que en buena
parte completaba La historia económica y social. En Cali: terratenientes, mine-.
ros y comerciantes, Colmenares analizó lo_s pr9cesos sociales que configura-
ron la sociedad de grandes propietarios caleños, la conformación de su
· rígida jerarquización y la evolución de sus actividades económicas, hasta
PRÓLOGO xix

la crisis a la que fueron arrastrados todos los grupos por el hundimiento


de la minería chocoana a comienzos del siglo XIX. Este libro, además de
tratar de un occidente que había sido ignor~d~ en buena parte en el libro
anterior, reforzó en Colmenares la conciencia de la importancia de los es-
tudios regionales, pues le permitió subrayar la gran autonomía de las es-
tructuras provinciales frente al poder central y la constitución en el marco
de esta autonomía local de los núcleos y temas de la política neogranadina,
desde la época colonial hasta bien entrado el siglo XIX.
Pero Cali era una provincia marginal, incluso en términos del occidente
colonial: el verdadero eje de la economía y la sociedad regionales pasaba
por Popayán, y Colmenares dedicó un poco más de.un año de investiga-
ción a los documentos del Archivo Central del Cauca. Las estructuras de
la sociedad esclavista -par3. cuya caracterización cbnceptual Eugene Ge-
novese le resultó muy sugerente, aunque extendiera su ámbito a una
región que Genovese había considerado excluida de ella, así como Fogel y
Engermann lo llevaron al debate sobre rentabilidad de la esclavitud- fue-
ron reconstruídas sobre todo a partir de documentos notariales, así como
las relaciones que convertían a todo el occidente colombiano, sobre todo a
las regiones de Popayán, Cali y Chocó, en un espacio económico integrado,
en una economía regional. El libro, para cerrar el esfuerzo de ofrecer una
visión global de la Colonia, recibió el nombre, algo forzado, de Historia
económica y social de Colombia 11: Popayán, una economía esclavista 1680-1800.
Forzado, porque el ámbito temporal tratado no iba reálmente hasta finales
del siglo XVIII, y porque cada uno de los dos tomos se refería a su región en
épocas muy distintas. El gran ausente era, por supuesto, el oriente durante
el siglo XVIII, pues en el volumen I sólo la eliminación de los resguardos
había recibido una diséusión amplia. Pero otra vez la calidad del trabajo se
impone, sobre todo por la capacidad de ofrecer nuevas perspectivas y por
la discusión detallada del proceso de formulación de los planteamientos
del autor.
Si los diez años que se cerraron con el tomo II de la Historia económica
y social se movieron en el ámbito de lo que en sentido convencional se ha
denominado historia económica y social, los trabajos principales de la dé-
cada siguiente representaron una evolución de Colmenares que de alguna
manera lo llevaba, temáticamente, a su punto de partida -la histo.ria de
las ideas o de la cultura o de las representaciones- pero con una estructu-
ra conceptual mucho más compleja y un dominio mucho más seguro del
conjunto de los procesos históricos. Un interesante primer desvío hacia la
historia cultural lo constituyó el libro Rendón una fuente para el estudio de la
opinión pública, de 1984, en el cual las caricaturas políticas del dibujante
XX HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL l

antioqueño se presentaron -alguna influencia tuvo la lectura de Gorn-


bricht y Panofsky de estos años- corno indicadores de una opinión públi-:-
ca que por primera vez se conformaba en el país, y corno guías para una
visión renovada de la política. El libro tiene más la estructura de un argu-
mento sugerente y brillante que de un tratamiento integral: sin estudios
adecuados sobre la prensa, sobre el papel del clero y quién sabe sobre qué
otros ternas, definir la opinión pública a partir de un sólo caricaturista tie-
ne mucho de tour de forc.e, y lo mismo ocurre con la historia de los conflidos
políticos, apenas esbozados. .
Pero el verdadero fruto de este retorno a la historia intelectual resultó
ser una pequeña obra maestra, Las convenciones contra la cultura, escrito en
1986 y en el que se anudó el conocimiento de la sociedad colonial con la
percepción de los procesos de conformación de las historiografías naciona-
les, con sus convenciones narrativas y estilísticas,. su rechazo al pasado y
su creación de héroes y símbolos nacionales, a partir de la independencia.
En la medida en que los primeros historiadores nacionales- tuvieron que
ajustar cuentas con el pasado colonial, al que endurecieron en una imagen
de quietud ahistórica, este ajuste permitía a Colrnenares·revisar otra vez
esa máscara que él mismo había destruido, y retornar, desde un punto de
vista totalmente diferente, en un texto no siempre claro pero audazmente
generalizador y sugerente, las intuiciones que había manifestado desde
sus trabajos de la década del sesenta. ·
De este modo, un libro cuyo terna se inscribía en el siglo XIX constituyó
de todas maneras un excelente cierre de discusión al problema de la socie-
dad anterior a la Independencia y una culminación indirecta pero estrecha-
mente pertinente de todo el esfuerzo de Colmenares por redefinir nuestro
pasado colonial. Al comenzar su trabajo corno historiador, la visión conven-
cional de la Colonia comenzaba a sufrir las transforrnacio_nes impulsadas
por Jararnillo Uribe y Friede. Al escribir el libro sobre las historiografías
coloniales, bajo la inspiración. de Hayden Whit1=, de Roland Barthes y de
otros estudiosos de las retóricas del discurso, esa imagen había sido ya
transformada, y la misma visión de la historia económica y social se sacu-
día por el surgimiento de nuevos problemas y nuevas preguntas. La fami-
lia, la mujer, la ciudad corno trama social -al morir preparaba, además de
una edición revisada de la Historia económica y social, un libro sobre la his-
toria de Bogotá- la lectura, la ciencia: viejos y nuevos ternas que definen
hoy los intereses de los historiadores, pero que se inscriben inevitablemen-
te en el ámbito creado por Germán Colmenares.

Jorge Orlando Mela


INTRODUCCIÓN

Este libro es el resultado de algunas investigaciones iniciadas en 1968 den-


tro de un programa del Departamento de Historia de la Universidad de
los Andes. En 1970 y 1971 se ampliaron en el Archivo de Indias de Sevilla
para sostener una tesis de doctorado en la Universidad de París, auspicia-
da por la Escuela Práctica de Altos Estudios. En 1972 y 1973, con el apoyo
de la Corporación para el Fomento de las Investigaciones Económicas, pu-
dieron integrarse de tal manera que presentara un panorama de la historia ·
social y económica de la Nueva Granada en los siglos XVI y XVII.
El estudio cubre, en esenCia, el períodq que va desde 1537 hasta 1719.
Respecto a algunos problemas específicos se amplió hasta 1780, pero esta
, transgresión no afecta mayormente el plan del libro. En él se busca mostrar
con algún detalle las formas peculiares de un desarrollo histórico, que se
inscriben dentro de dos polos: uno, ascendente, a partir de la Conquista
hasta fines del siglo XVI y comienzos del XVII; otro,zde declive, desde la
segunda o tercera década del siglo XVII hasta comienzos del siglo XVIII, cuando
aparecen síntomas de una vitalidad renovada. La fecha límite, 1719, es ape-
nas indicativa y coincide con las reformas de Pedroza y Guerrero y la crea-
ción del virreina.to de la Nueva Granada.
La visión que aqufse expone parecerá familiar a muchos estudiosos de
otras áreas del Imperio español. La temática y los métodos de investiga-
ción que se esbozan no ·son nada nuevos y por eso este libro no podría ser
sino una forma de homenaje a estudiosos de otros países y a algunos colom-
bianos. Ciertos fenómenos indican, por ejemplo, la similitud de los proble-
mas de las colonias españolas. Así, la fórmula redactada para la atribución
de las encomiendas se repite con escasas variantes en todas las :regiones de
la América española. El proceso de uniformización del tributo es semejante
en México y en la Nueva Granada. La institución del «repartimiento» de
los indios que se destinaban al trabajo agrícola sucede al monopolio de la
encomienda con rasgos semejantes en estas dos regiones.
Con todo, existe un desfase cronológico que debe tenerse en cuenta para
comprender la evolución propia de cada una de las colonias. Así, en el
otorgamiento de las encomiendas se anula la prestación de servicios per-
xxii HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL I

sonales en México a partir de su prohibición en 1548, en tanto que en la


Nueva Granada, a pesar de la abolición en 1564, las formas de servidumbre.
indígena permanecen intactas a todo lo largo del siglo XVI. La uniformiza-
ción de los tributos se llevó a cabo en México entre 1557 y 1563, pero en la
Nueva Granada solamente a fines del siglo XVI y comienzos del XVII se lo-
gra fijar, en algunas regiones, un tributo de dos pesos per cápita. Finalmen-
te, el repartimiento mejicano data del período 1568-1580, en tanto que este
desarrollo en el monopolio de la mano de obra indígena no se produce en
la Nueva Granada sino hasta 1593-1604.
Todas estas medidas de orden administrativo obedecen a un cierto gra-
do de madurez de los fenómenos que les sirven de base, pero ellas no los
crean. En México, como en la Nueva Granada o en el Perú, estas medidas
surgen de una evolución sui géneris de la población indígena, del creci-
miento urbano, de la extensión de las apropiaciones de tierras por parte de
los españoles. Algunos fenómenos no se reproducen a la misma escala ni
con igual intensidad. La estructura agraria mejicana, por ejemplo, no en-
cuentra una equivalente, sino por aproximación, en otros países de Amé-
rica. En la Nueva Granada ni la hacienda ni el peonaje reemplazan el viejo
sistema de repartimientos en el curso del siglo XVII. Los con~~ertos de tra-
bajo se perpetúan hasta el aniquilamiento casi total de la población indíge-
na y las haciendas acuden siempre a las reservas de mano de obra que se
enquistan en los resguardos. El minifundio y el latifundio coexisten, como
en otras partes, gracias a los resguardos. Éstos, a su vez, van a ser hereda-
dos por los mestizos en el siglo XVIII.
La decadencia de las explotqciones de aluviones auríferos, localizados
sobre todo en la parte occidental del país y en las tierras bajas del distrito
de Santa Fe (corregimiento de Mariquita), es paralela a la de las poblacio-
nes indígenas. El recurso al trabajo de los esclavos negros, ·qe los cuales
.Cartagena se convirtió en la factoría para toda A!llérica del Sur desde 1587,
no parece haber sido capaz qe colmar el vacío dejado por los indígenas.
Aunque existía un consenso social sobre la importancia de las explotacio-
nes mineras para la supervivencia económica de la colonia, éstas terminaron
por volverse impracticables debido al aislamiento creciente de los distritos
mineros. La atonía aparente del siglo XVII no es citra cosa que el signo de
una liquidación: la de las posibilidades (en indígenas y en oro) de la fron-
tera fijada desde la Conquista. El siglo XVIII vá a ver reaparecer la explota-
ción de aluviones en gran escala pero esta vez localizados en una nuevá
frontera, el Chocó, que pertenece casi exclusivamente a la provincia de Po-
payán.
INTRODUCCIÓN xxili

El empobrecimiento de la colonia en el papel que le había sido asignado


en el conjunto imperial americano se refleja en la actitud de españoles y
criollos. La rigidez de un sistema aristocrático se atempera para incorporar
elementos cuya riqueza deriva de muchas fuentes. El éxito económico in-
dividual, ora en la explotación de la tierra, ora en el comercio o en las mi-
nas, se ve reconocido y sancionado por alianzas familiares. En medio de la
incertidumbre de las empresas económicas durante el siglo XVII, el acceso
a escalones intermediarios del poder político corona la promoción y coloca
a ciertos individuos en una posición privilegiada. Este carácter patrimo-
nial de la sociedad y del Estado va a desembocar en la vocación burocrática
de los criollos, manifestada tan ávidamente en el siglo XVIII, vocación que
se prolonga hasta nuestros días. Las minas de oro son el primer fracaso de
una larga serie y la respuesta al fracaso casi no varía.
Mi deseo, en el momento de redactar este trabajo, es el de que todos
aquéllos que me han ayudado con sus enseñanzas o su simpatía puedan
encontrar algunas huellas en él. En el curso de su elaboración y aun antes,
he contraído deudas de gratitud con muchas personas. Con mis profesores,
Antonio Antelo, Jaime Jaramillo Uribe, Álvaro Jara y Rolando Mellafe de
las universidades Nacional de Colombia y la de Chile. Con el profesor Fer-
nand Braudel, quien gentilmente se prestó a dirigir mis investigaciones en
Sevilla. Con los profesores Pierre Vilar, Fredéric Mauro y Ruggiero Roma-
no, quienes, como jurados de la tesis, expresaron reservas que he procurado
allanar posteriormente. Con Jean Meyer, Sy1via y JeaD.t Vilar, cuya amistad
y simpatía fueron un estímulo. Con los profesores John Phelan, W. Borah,
J. P. Berthe, Magnus Morner y Marcelo Carmagnani por el interés tan ha-
lagador que han mostrado por este trabajo. Con Francisco Pizarro de Bri-
gard, Miguel Urrutia yJos miembros de la CORP, sin cuyo auxilio oportuno
no hubiera podido iniciar ni terminar este trabajo. Con la Universidad de
los Andes y la Fundación Ford, por su ayuda financiera. Con Leda Elvira
Casas y Antonio Useche; quienes trabajaron en los gráficos. Con mi esposa,
que hace parte tan entrañable de este libro. ' .

Universidad del Valle, 1972


_J
Capítulo 1
LA OCUPACIÓN ESPAÑOLA

LA NATURALEZA DE LA CONQUISTA

E1 examen de los contratos, que se conocen con el nombre de «capitulacio-


nes», acordados entre la Corona española y los conquistadores, ha reve- ··
lado hace tiempo e_~ter privado de los i!lt~reE_~_s_q1:1~ÍE;I.Yini~
-la.co_ll.qg_ista de Américé!_ . A este análisis jurídico han sucedido estudios
acerca de los mecanismos propiamente económicos que permitieron las
aventuras individuales de penetración, primero en las islas del Caribe y
luego en el continente. Finalmente, se ha subrayado en estas aventuras la
presencia de factores más o menos complejos que jugaron también su pa-
pel, de una acumulación -por llamarla así- de elementos no cuantita-
tivos.
No hay duda de que en la Conquista intervinieron no solamente osados
«empresarios», aventureros y caudillos de huestes, sino también -entre
bambalinas- algunos comerciantes avisados de las islas o de Sevilla. Exis-
te la certidumbre de que la acumulación de capital necesaria para las ·
empresas más vastas (la conquista de México, del Perú y de la Nueva Gra-
nada) se obtuvo a través de la misma conquista, concebida globalmente
como empresa. La explotación inmisericorde de los primeros sectores de
esta empresa y el prov~·cho obtenido por los comerciantes que abastecían
las avanzadas españolas bastaban para financiar 1as penetraciones ulterio- [.
res. Un mecanismo de «reinversión» operaba no solamente en las especu- _
laciones de los comerciantes establecidos en Sevilla o en las islas, sino que '
se reproducía, en escala más modesta, entre los soldados mismos. Después

1 Cf. Silvio Zavala, Las instituciones jurídicas en la conquista de América, Madrid, 1935. Un
resumen de la tesis central en Ensayos sobre la colonización espafiola en América. Buenos
Aires, 1944. El historiador chileno ÁlvaroJara subraya ese aspecto en la guerra secular
contra los araucanos en Guerre et société au Chili. Essai de sociologie coloniale. París, 1961.
Un análisis local de los mecanismos económicos de la conquista en Mario Góngora, Los
gnipos de conquistadores en Tierra Finne (1509-1530). Santiago de Chile, 1962.
2 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL I

de jornadas agotadoras, cuando el premio alcanzado no parecía suficiente,


se pagaba cualquier precio por un arnés guerrero para proseguir la bús-
queda de una recompensa mejor.
La expectativa de un simple salario no hubiera bastado para desenca-
denar las energías que se desplegaron en esta empresa. Los argumentos de
índole económica no bastan, pues, para explicarla en su totalidacf. Una buena
parte del esquema tradicional sobre la Conquista permanece intacto y los
relatos de Bernal Díaz del Castillo, Agustín de Zárate y Cieza de León (o
la versión más moderna de Prescott) siguen actuando en la imaginación
histórica que trata de desentrañar el sentido y las líneas de fuerza de la
ocupación del suelo americano. Si se despojan estos relatos de su ropaje de
ingenuidad épica y de apología interesada siguen constituyendo una fu en- -
te de primera mano para intentar una sociología de la Conquista.
Se ha insistido demasiado, por ejemplo, en que 1ª_.conquista.de Améric.a
no-constituye-sino-una-especie-de·prolongaeión-de-lasluchas-de-la-recQ_Il._-
..9.!ÜSJa_español-ª· Se supone la continuidad de una cruzada expansiva para
la cual España se había estado preparando por siete siglos. En realidad, se
trataba de una experiencia mucho más reciente. Sólo a mediados del siglo
XV los castellanos comenzaron a asediar las plazas musulmanas del norte
de África y a practicar razzías muy parecidas a las que llevaron a cabo más
tarde en las Antillas2 • La experiencia continental, a su vez, fue el fruto de
una experiencia adquirida en las islas y en las costas de Tierra Firme. Cier-
tas maneras de guerrear (guerra de emboscadas_y de exterminio) constitu-
yeron así un elemento muy difícil de estimar hoy día pero cuyo valor era
muy apreciado por los caudillos que querían penetrar en el continente.
En el caso de la conquista de la Nueva Granada, que se benefició de la
experiencia adquirida tanto en las razzías de las Antillas y de la Tierra Fir-
me como de las «cabalgadas» o empresas permanentes de pillaje en la costa
·i del Caribe, se distinguen algunos tipos de caudillos cuyos rasgos corres-
ponden a su experiencia militar o a la fuente financiera de sus actividades.
No sobra advertir que ningún esquema de esta clase podría reflejar con
precisión una realidad que no se desenvolvió a partir de centros exclusivos
de decisión. Ni la Corona· de Castilla, ni la banca de los Welsner, ni los
créditos acorda_dos por comerciantes _de Sevilla y Santo Domingo podían
controlar en muchos casos la actividad des~nfrenada de un puñado de
aventureros. pin embargo, existe siempre la tentación de s4!}.plifi_ccélr uní
...____..-- -- --~--~-.

2 Cf. Pierre Vilar, Oro y moneda en la historia, 1450-1920. Barcelona, 1969, p. 59.
LA OCUPACIÓN ESPAÑOLA 3

>f"poc~_i:lE!oce~<:>_c!t:l~ ~o!lq~islli,_~u!as granAes líneas enmacl_ejan con~:


j;amentEU:~nJosi:eJªt.os_de_tipo hero1c9. , ~""
· Se_Q.~be_p:i~ncionar, ante todo, a los verdaderos empresarios de la Con-l
quista, gentes que se habían ~stablec~d?, en Santo Domi~go y q.ue ~cumu- '('
laban capitales con el comerc10. Su afic10n por los negoc10s los mchnaba a \
hacer inversiones todavía más provechosas, principalmente en el comercio _c.
de esclavos que se sustraían de las costas de Tierra Firme con la ayuda de
algunos navegantes expertos. Estos rapaces empresarios, de la especie 'dé
Rodrigo de Bastidas, Fernández de Oviedo, Pedro de Heredia o Alonso
Luis de Lugo condujeron más tarde las «cabalgadas» a lo largo de la costa
sin arriesgarse a una conquista definitiva del interior. Habiendo adquirido
un cgmpromiso contractual con la Corona para poblarTa-Tíéi:ra Firme a su
costa, recibieron privilegios desproporcionados con respecto a una tarea
que riunca llevaron a término. La Corona decidió confiarla entonces a fun- ·
cionarios de la Audiencia de Santo Domingo, como los licenciados Vadillo
y Santa Cruz, o a hombres ya vinculados a los asuntos coloniales en España
y en otras partes, como García de Lerma, Fernández de Lugo o Miguel Díez
de Armendáriz.
\ Pero la Conquista no constituía simplemente un asunto administrativo
'º financiero. Aun si hoy en día tiende a subestimarse el problema militar
~orno una reacción natural contra la epopeya fantasista, no debe olvidarse
en ningún momento qu~ Conquista era_un~nturtt militar tanto como
~up,a e_mpref?a__ comer~ La experiencia en este dominio era altamente
valorada y las prácticas colonizadoras iniciadas en las Canarias, en las Azores
y en Santo Domingo, constituían un elemento indispensable de la aventu-
ra. El papel de hombres como Quesada, Robledo, Belalcázar, Orsúa y sus
equivalentes en toda América, que habían participado en las guerras de
Italia o de Flandes y que habían completado su experiencia en las islas o
en la asolación de las costas de Tierra Firme, sa reveló decisivo. Allí en
donde los simples comerciantes, los funcionarios o los letrados habían fra-
casado, estos hombres, que sabían afirmar su prestigio en medio de tropas
f1disciplinadas y llegaban a dominarlas, tenían abiertas las puertas del éxito.
/ ,:i, Así, una buena parte de la Conquista habría sido el fruto deJa actividad

J, de ávenfuréros sedientos de oro y de preseas, hombres insaciables y vio-


/ lentos desplazados de un campo de operaciones ya agotado en el viejo con-
:\ tinente. Esta imagen tan difundida de un conquistador audaz, temerario y
\~in~scrúpulos contiene su parte de verdad. Un inconveniente reside en 1
que, forjada por la historia-epopeya y adaptada al uso de los manuales
escolares con un excesivo patriotismo hispánico, esta imagen vela la-pre-
4 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL l

senda de realidades mucho más banales pero tan persistentes que a la lar-
ga fueron más decisivas.
Ante todo, los conflictos frecuentes entre los empresarios financieros o
los abogados destacados de la Audiencia de Santo Domingo y los soldados
que entraban a saco en los pueblos indígenas para apropiarse de un botín.
El reparto suscitaba siempre querellas acerca de los privilegios de los hom-
bres de negocios y respecto a la flaqueza de lo que tocaba a los soldados.
Los oficiales de la Corona se quejaban también de los .abusos cometidos
por los caudillos en detrimento del Tesoro real 3 . Est~s querellas podían

l surgir tanto de la ausencia de una verdadera jerarquía militar y de la im-


. popularidad de los caudillos improvisados como de la insuficiencia misma
1 del botín que debía repartirse. '!:.a~onql!is_ta. ¡:¡e imponía entonces como un
/ hecho militar destinado a ampliar las disponibilidades de distribución y a
--.. calmar las ambiciones nutridas en la espera.
Ningún tesoro, sin embargo, hubiera bastado para saciar las oleadas·de
aventureros que se embarcaban para América. Agotadas las riquezas acu-
muladas por las sociedades indígenas, se hacía necesario alimentar con
regularidad las huestes que se habían internado profundamente en el con-
tinente, sin posibilidad de retorno. Era preciso sistematizar la explotación
de sociedades indígenas para mantener los frutos de la conquista. En mu-
chos casos bastaba sustituir las jerarquías de la misma sociedad indígena
y adoptar modos señoriales de vida, familiares en la sociedad europea. Por
. '-/, e_E;qJa-Gonquista.sigujfic:<)Jª_i:onstrucció:Il de 11n sist~ma de poder y~
solamente el saqueo sin freno que habían practicado funcionarios Y.~~i:ner-
' dantes entre 1502 y 1537. Mientras que Pedro de Heredia o García de Ler- ·
ma reivindicaban constantemente los límites muy vagos de sus provincias
con el fin de mantener intacto un coto de caza, la finalidad de estas mismas
reclamaciones en el caso de un Belalcázar o de los Quesada~ era la de pre-
servar las bases de un verdadero poder político. Así, todo un sistema de
poder se veía lesionado cuando un capitán decidía emprender tma nueva
fundación, utilizando los recursos de una más antigua. Este fenómen9 ex-
plica, por ejemplo, el rencor asesino de Belalcázar contra su lugarteniente
Robledo, quien había mermado el dominio de los encomendadores de Cali
con la fundación de Anserma y Cartago.
/n Í _El_ :11:c:_ho g{ás sJg!!!f_ic_ati~Q .d~.Ja..C::onquista _lo c:gustij1Íyó la fundación
'Ci\~ / de ci~~ades. El hj.storiador sueco Magnus Morner ha explorado en detalle
\ . r el complejo ideológico del cual se derivaba esta política, iniciada a partir

3 DIHC. I, 216. II, 11, 18, 64, 127, 177, 193. III, 113, 2~1, 297, 317. IV, 133, 184.
(
LA OCUPACIÓN ESPAÑOLA 5

del gobierno de Ovando en Santo Domingo (1501-1509) 4 • Frente a civiliza--\


dones extrañas, el europeo sentía la necesidad de agruparse para.subordi- 1
nadas y al mismo tiempo para preservar su «ser europeo». La afirmación
de ciertos valores culturales sólo podía darse en ese contexto urbano, pues
vivir en «república» equivalía a «... llevar una vida urbana bien arreglada
y ordenada» 5 . Tal vez se haya insistido con exceso en el carácter individua-,.
es
lista de la conquista española. ~cierto que las huestes d~él_<::'.2-1}qgista
sólo alcanzán un reconocimiento polífic~rtidi-~-Ona a partir q~
~s~prlricipicfide!ltificad~r': el núcleo urbano. Éste constituye no sólo una
concentración de fuerza que subordiii.a a sus necesidades el contorno «ru-
ral» indígena sino que se erige como nexo de continuidad entre la civiliza-
ción urbana mediterránea y el Nuevo Mundo conquistado. Son entonces
l.Q,S.~PJ:ivilegios_deJas_ciudadesJo.s_quelntegr.an_UILprim_~r núcle_o de poder
~~~i:o,y-derivan-hon~res_~privilegiospa.:a-sus~~<~~EÍ!!~~>. Así, no resulta
extrano que toda la h1stona de la Conqmsta este Jalonada por la funda-
ción de ciudades. Núcleos urbanos que son las mallas que aprisionan un
espacio y que hacen retroceder una frontera que las rodea. En la funda-
ción de la ciudad termina la conquista para recomenzar delante de una
frontera.

ETAPAS DE LA OCUPACIÓN

Carl Ortwin Sauer y Mario Góngora6 han subrayado la precariedad de las
primeras ocupaciones españolas a lo largo de la costa norte de la Nueva
Granada, la personalidad peculiar de los ocupantes y, sobre todo, el alcan-
ce económico de las empresas de pillaje conocidas como «cabalgadas» y que
se desarrollaron a partir de 1510. De estos análisis se desprende la ausencia
de una actitud colonizad?ra, (ocupación permanente del suelo o de un pro-
yecto de largo aliento) de parte de los españole,s. Los contí:¡.ctos con las
civilizaciones indígenas fueron pasajeros -la necesidad misma de tales
contactos estaba determinada por las condiciones demográficas cada vez
peores en Santo Domingo- y fueron, en general, devastadores. Este fenó-/ "-
meno de inestabilidad se debe en parte, sin duda, al hecho de que los con-IV ':'
quistadores no pudieron conocer sino muy tardíamente la extensión réal \
\

4 Cf. Magnus Morner, La corona española y los foráneos en los pueblos de indios de América.
Estocolmo, 1970, pp. 18 y ss.
5 Ibid.
6 Góngora, op. cit., C.0. Sauer, The Early Spanish Main. Berkeley and Los Ángeles, 1966.
6 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL l

de sus primeros descubrimientos7. La visión del espacio jugó esta vez un


papel paralizador, postergando indefinidamente una exploración prome-
tedora pero llena de incertidumbres.
El estudio de M. Góngora ha demostrado la rentabilidad de esta prime::
ra empresa, la «cabalgada», de la cual se señalan también los aspectos SO::
ciológicos. El análisis de Sauer, mucho más descriptivo, coloca la geografía
de la costa del Caribe _en el contexto general de un_ primer núcleo del Im-
perio español. Estos dos estudios, como muchos otros, advierten las difi-
cultades contra las cuales tropezaban los conquistadores, la usura de la
primera empresa acometida en las islas, la larga espera de treinta añm; (el
término de una generación) al acecho de una ocasión favorable para aco-
meter una a.ventura que se presentía fructuosa. El poblamiento de Santa
Marta, aun si éste responde a los rasgos de las ocupaciones efímeras des-
critas por Góngora, pudo finalmente constituir un punto de apoyo indis-
pensable para relanzar las expediciones que conducirían a la ocupación de
las altas mesetas de la Nueva Granada. ·
En 1522, Gonzalo Fernández.de Oviedo había fletado una carabeia baJo
el mando de dos navegantes expertos, Juan de la Cosa y Alonso de Ojeda.
Muy poco después, Fernández pedía una autorización real para hacer una
fundación en los alrededores de Cartagena. La aventura fracasó y Juan de
la Cosa encontró la muerte en man indígenas de la costa8 • Éste era uno
de los numerosos episodios que habían ca terizado la caza de esclavos a
lo largo de las costas de la Tierra Firme desde 02. Aunque no fue el últi-
mo, debe tenerse en cuenta, sin embargo, porque apenas tres años déspués
se verificaba la fundación de Santa Marta.
Hasta la llegada de García de Lerma (1529), los habitantes del villorrio
habían vivido del botín que les procuraban las «cabalgadas». Continuaban
también las incursiones de piratas que despojaban· las co.stas de sus habi-
tantes a pesar de existir un privilegio otorgado a los gobernadores de la
1
provincia. El nuevo gobernador se preocupó por organizar expedicicmes a
las que se fijaba una finalidad más ambiciosa que la de vegetar en unvillo-
rrió de frontera. Puesto que cada desembarco de españoles planteaba cada
yez con mayor acuidad el problema de ocuparlos y alimentarlos; se hacía
'preciso agrandar el campo de operaciones. El 10 de abril de 1529,e[gober-
nac!_ot:Janzaba una primera expedición compuesta de 250 infantes-y 5-o de
--. a c~?allo. Su objetivo era llegar hasta el mar del Sur, idea que se acordaba

·7 Cf. Juan Friede, Los We/ser en la conquista de Venezuela. Caracas, Madrid, 1961 pp. 94 y ss.
Idem, Invasión del país de los chibchas, Bogotá, 1966, pp. 24 y ss.
8 DlliC. I, 97.
LA ocUPACIÓN.ESPAÑOLA 7

con la de la existencia no de un continente sino de una isla que se alargaba


desde Panamá. Al mismo tiempo quería asegurarse el abastecimiento de la
colonia y
... remedi~r algo de la pobreza que padece y ... pacificar por bien lo que
pudiere... .

A partir de ese momento el gobernador alterna expediciones simple-


mente punitivas contra indígenas insumisos con otras que pretenden ser
de descubrimiento pero que no conducen sino a rapiñas cada vez más ex-
10 .
tendidas . . .
Con todo, García de LerJ.!la fue el primero en salirse, por poco que fuera,l
del cuadro de fa simple cabalgada, El gobernador pensaba que este s~m---ª- 1
d_e rar-ifiª' cuy:a f!!!_é;llidad ec_~mómica a12enas_permitíala.subsistencia,_debía_
re~p!ª~é!!!>~- p()r_ una _y~rdacit:!f a _coJQ_n~a_cjQ:i;i.~cAQJ\ªf'.él con una empresa
Iñllig_r c::le g¡-a_J:l_ ei::tY~J::gél:ciE-!é:l_ Y._ C()n un poblamiento sistemát!co, _con una_
cadena de fortalezasJI~-aseg:uraranJa:.exis.tencia_del-tráfiGo-comer.ct!h En
fébrero de T53Téshozó estas ideas que se inspiraban en las experiencias
castellanas en el norte de África. Santa Marta; como muchas de las fortale-
zas arrancadas a los infieles musulmanes, le parecía el puesto de avanzada
d-e una frontera que daba sus espaldas al mar. De allí que un poco más
tarde, a comienzos de 1532, intentara una vez más una expedición que debía
seguir el curso del Gran Río, el Magdalena. Esta aventµra fue un fracaso en
apariencia pero ella señalabq la ruta de las expediciones en el futuro 11 . .
La financiación de esta empresa fue posible gracias al descubrimientol '
de «sepulturas», los montículos apenas perceptibles en donde yacían jefes ·)
indígenas rodeados d~ objetos de orfebrería. Hasta entonces los ocupantes :
españoles habían subsistido gracias a la expoliación de los indígenas de los '
alredeciores y a los créditos que los mercaderes de Santo Domingo les acor-
daban a largo plazo12 • L.as mercancías que debían recibir los conquistadores
pasaban por las manos del factor real y éste descontaba los ven.cimientos so br<:_
los beneficios de las «cabalgadas» 13 • Como el pillaje se había convertido en-
sistema, la Corona también participaba en él y el factor descontaba asimismo
los quintos reales sobre estas ganancias dudosas 14• Ante la perspectiva de una

9 Ibid. Il, 52.


10 fbid. 74 y SS. 207, 265, 269.
11 fbid. 200 y SS.
12 Ibid. I, 58.
13 Ibid. 56.
14 Ibid. 127.
8 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL l

«cabalgada», los habitantes del villorrio se endeudaban para procurarse


armas y caballos. Los gobernadores intervenían como capitalistas y encon-
traban la manera de aumentar su participación en el botín adelantando
dinero a sus soldados.
Esta precaria situación cambió un poco con el descubrimiento de las
sepulturas. El 1Ode abril de 1529, García de Lerma comunicaba el hallazgo
. que habían realizado <!lgunos canteros. Éstos,

... yendo a buscar canteras para sacar piedra y otros vecinos de esta ciudad
con ellos, hallaron y descubrieron ciertos entierros y sepulturas de indios.
de donde se hubieron y sacaron hasta doce mil pesos de oro bajo que redu-
15
cidos en bueno, quilatado, fueron cuatro mil pesos ...

! Las primeras excavaciones no fueron muy alentadoras pues solamente


, !tres resultaron fructuosas entre cien16 . El tesorero de la ciudad concluía
~.,· l
i correctamente que los tesoros sólo podrían encontrarse en las sepulturas
i de los jefes17.
( Por el contrario, en Cartagena los hallazgos fueron más durables. Desde
j 1535, el gobernador Pedro de Heredia comenzó a hacer excavaciones con
1 esclavos negros en la región del Sinú (o Cenú) 18• Al cabo de un año, los oficia-
lies de la Corona escribían que las sepulturas parecían agotarse19 • El licenciado
Vadillo afirmaba lo mismo algunos meses después, pero en febrero de 1537
comunicaba nuevos descubrimientos20 • A fines de este año, sin embargo, pa-
recía evidente que los tesoros de las sepulturas se habían agotado21 .
ELepJs.odio de las sepulturas fue la primera._ ocasión que se ofreció a los
españoles demontauma.explotadón.económicaque_no_es_tu_v:iera fundada
en.la.-.r:apiña_de los combates. Se trataba, en escala muy modesta~- de un
preludio de la futura economía minera. La explotación se desenvolvía en
los límites estrechos de una acumulación indígena anterior a la conquista
y en el contexto de una búsqueda afiebrada. Muy pocos pudieron benefi-
ciarse con los hallazgos, puesto·que los dos núcleos, el Sinú y la región del
Darién, estaban alejados de 'Cartagena, el abastecimiento era difícil y la

15 Ibid. II, 50.


16 Ibid. 57.
17 Ibid.
18 Ibid. III, 260.
19 Ibid. IV, 94.
20 CDI.I, 41, 356 y SS.
21 Jbid. 397 y SS.
LA OCUPACIÓN ESPAÑOLA 9

mano de obra muy escasa. Algunos, como el mismo gobernador, podían dis-
poner de algunos .esclavos n~gros, ~rivil~g_io reserva~~ e~tonces m_edi~nte un
sistema de licencias a los dignatanos civiles y eclesiasticos. Al termino del
episodio, los oficiales de la Corona concluían que sólo 35 personas se habían
22
aprovechado y que más de 500 no tenían un pan qué comer .
Sin embargo, el episodio de las sepulturas atrajo la atención de los con-¡
quistadores hacia las fuentes presumibles de tantas riquezas. Pedro de He-\
redia se obstinó en hacer averiguaciones entre los indígenas utilizando la
tortura con largueza23 . se supoma , correet ament e que ex1s. t'1a un comerc10
.
del oro entre los indígenas del Sinú y del Darién y aquéllos que debían
encontrarse del otro lado de las sierras. Después de la expedición de Fran-
cisco César a la región de Antioquia, enviada en 1536, este cálculo se reveló
exacto. Según el licenciado Vadillo -quien más tarde se vio impulsado a
repetir la expedición él mismo-, los indios del Sinú debían remóntar el
río para llegar hasta el mercado en donde intercambiaban el oro. La pala-
bra que designaba este mercado, Mocly, era repetida constantemente por
los indígenas y los españoles llegaron a pensar que se trataba de la provin-
cia en donde se encontraba el oro • Jin :r:_~fü:lCLcUosjl}s!_ígenas_deLSinú_eranl
24

apenas los orfebres del oro en br~Jº ~e recibía_E,__~~~pi.~!2-Q.~Jnantas, 1


sal, es~s>-~_y_piezas de orfebrería .. Vadillo sacaba la conclusión de que,¡
p'lleSto que el oro de la costa representaba una cantidad considerable y f
provenía únicamente del comercio, sus fuentes debjan ser excepcional-(
mente ricas. ·
Las noticias sobre el descubrimiento del Perú reforzaron las esperanzas.
Los gobernadores de Cartagena y de Santa Marta debían recurrir alterna- ·
tivamente a las promesas y a las amenazas para retener a sus soldados y al
mismo tiempo se obstinaban en alcanzar, a través del Gran Río de la Mag-
dalena, el término de este mundo que debía ser el mar del Sur. Este deseo
de marchar hacia el sur explica las enemistades que surgieron entre las
provincias de Cartagena, Santa Marta y Venezueia. Eran siempre los otros,
particularmente los alemanes de Venezuela, los que al internarse más pro-
e!
fundamente devastaban país. Las expediciones se sucedían y siempre

22 DIHC, V, 148.
23 !bid. IV, 38.
24 CDI. l, 41, 397 y ss.
25 !bid. 406. Los testimonios de los cronistas acerca de la explotación y del comercio de oro
entre los indígenas han sido cuidadosamente analizados por Hermann Trimborn, Se1io-
río y barbarie en el valle del Cauca (estudio sobre la antigua civilización quimbaya y grupos afines
del oeste de Colombia). Madrid, 1949, Cf. especialmente pp. 160, 167, 174, 175, 178. -
10 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL I

encontraban las huellas lamentables que habían dejado a su paso los con-
quistadores de otras provincias. Por eso se pedía con insistencia a la Coro-
na que prohibiera la penetración a los vecinos y se les acusaba de usurpar
los supuestos dominios de la provincia 26 •
Hasta finales de 1534, García de Lerma abrigó la esperanza de llegar por
tierra hasta el Perú27 • La empresa, mucho más ambiciosa de lo que suponía
entonces, se veía complicada por el hecho de que el gobernador se encon-
traba trenzado en escaramuzas constantes con los indígenas de la misma
provincia de Santa Marta. Así, todos sus esfuerzos se saldaron en fracasos.
La penetración no había ido más allá de los umbrales del Magdalena Me-
dio y sólo había logrado ampliar el campo de operaciones de las «cabalga-
das». Hacían falta capitales, abastecimientos, armas y soldados. Éstos sobre
todo no debían inmigrantes bisoños sino que se requerían hombres de las
islas, habituados ya a este tipo de empresas. ~
Con todo, la experiencia acumulada no resultaba inútil a la larga. Cuando
uno de los lugartenientes de Pedro Fernández de Lugo llevó a término la
aventura definitiva a las altas mesetas andinas, una buena parte de la ruta
había sido explorada y se había calculado el costo en hombres y en mate-
rial. Fernández de Lugo, el adelantado de las Islas Canarias (el título lo
había heredado de su padre), se encontraba en mejores condiciones que sus
predecesores en la gobernación. Él podía aportar recursos financieros y,
como el momento era propicio, se había asegurado un ªEºYº de parte de
la Corona con el que los otros no habían contado del todo 28 . El adelantado
ofrecía conducir mil infantes y ciento cincuenta hombres de a caballo, cons-
truir tres fortalezas y seis naves, todo a su costa. La Corona, por su parte, le.
garantizaba privilegios desconocidos hasta entonces por los gobernadores.
No cabe duda de que el descubrimiento del Perú estimuló este último
esfuerzo. Otro tanto puede decirse de la ocupación del occidente de la Nueva
Granada, llevada a cabo por lugartenientes de Pizarra. Hasta ese momento
(1533) la concepción geográfica estaba limitad.a por el nlícleo en torno al
mar interior del Caribe y por la idea de que la Tierra Firme confinaba hacia
el sur con el mar Pacífico. La aventura peruana amplió esta noción, aun
cuando los nuevos descubrimientos se ubicaran en la imaginación como
los últimos confines concebibles de ese mar ignoto. La certidumbre era tran-
quilizadora y podía empujar a los devastadores de la franja costera hacia
empresas mayores en un espacio que ya se había limitado.

· 26 DIHC. Il, 269, 277 y ss. ill, 63, 97, 155. N, 127.
27 Ibid. m, 155.
28 Jbid. 170 y SS.
LA ocUPACIÓN ESPAÑOLA 11

En agosto de 1536, Juan de Vadillo, entonces gobernador de Cartagena,


había enviado una expedición bajo el mando de Francisco César hacia el
sur29. A su retorno, César relató que había encontrado en las sabanas, más
allá de las montañas de Abibe, treinta mil indios y jefes rodeados de respe-
to. Según los oficiales reales,

... Créese, según esto, que están cerca de los fines y confines del Perú, por-
que and¡m con sus mantas atadas por debajo del brazo como gente de la
Nueva España o del Perú y las mujeres vestidas con dichas mantas cubier-
tas sus vergüenzas y gran reconocimiento de vasallaje, especialmente a un
30
Nutibara Cinufana que es el señor de estas primeras sabanas ...

El descubrimiento de los grandes imperios americanos había desperta-


do tales expectativas que cualquier signo de alta cultura se asociaba con la
vecindad de riquezas sin cuento. Pero antes de que el espacio de la Nueva
Granada fuera enteramente circunscrito era preciso que se siguieran hue-
llas perdidas y extravíos repetidos. El encuentro de tres conquistadores,
que habían partido de tres puntos diferentes, en la altiplanicie chibcha era
así la recompensa de una larga serie de fracasos. Aquel año, 1537, señalaba
un mojón definitivo en la Conquista. A partir de entonces bastará unir los
puntos de un periplo ya conocido. Robledo sigue las huellas de Belalcázar
en la conquista de Antioquia (1539-1540) y recorre a la inversa el camino
de Francisco César y del gobernador Vadillo 31 • Orsúa recorre parte del ca-
mino de Hernán Pérez de Quesada y vuelve a encontra'r la ruta de Alfínger. f ,
A partir de la meseta chibcha se abren los caminos hacia los muzos, los l'
panches, los calimas. Por lo pronto, los ocupantes van a heredar las fron- . 1
teras del reino chibcha. )

LA FIJACIÓN DE UNA FRONTERA PROVISORIA

La fundación de ciudades

Las Leyes Nuevas 32 de 1542 intentaron atajar la dinámica expansiva de la


ocupación española en América o al menos regularla. La prohibición de

29 cm. Loe; cit. Pedro Cieza de León, [¡¡ crónica del Pení. Madrid, 1947, pp. 362 y SS.
30 DIHC. IV, 247.
31 Cf. Juan Friede et al., Historia de Pereira. Pereira, 1963, pp. 190 ss. La fuente más conocida
para estas expediciones en cm. I, 2, 267 y SS. También Cieza de León, op. cit., PP· 362 y SS.
32 Cf. El texto publicado por Antonio Muro en Anuario de Estudios Americanos, Vol. 2. Sevi-
lla, 1942.
12 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL l

toda nueva conquista que no estuviera autorizada por las Audiencias obe-
decía al designio de la Corona de retomar la carga que ella había abando-
nado a la iniciativa de los particulares desde el comienzo. Se quiso ante
todo hacer cesar un derroche de vidas humanas, las de los indígenas que
eran arrancados de sus comunidades para servir en las expediciones de
donde no retornaban jamás y las de los pueblos conquistados, tratados
como enemigos y arrojados a las minas o torturados para sonsacarles «el
secreto de la tierra».
En la Nueva Granada, sin embargo, la fundación de ciudades se prosi-
guió después de 1537 y la prohibición contenida en las Leyes Nuevas no
fue óbice para continuar la penetración del territorio aun después de su
promulgación, en 1548. Cada expedición desencadenaba otras, destinadas
a aumentar los bienes a repartir. Siempre quedaban descontentos que que-
rían obtener una encomienda o escalar los rangos sociales y convertirse en
alcaldes y regidores de una ciudad, por modesta que fuera. Se trataba casi
siempre de fundaciones que no sobrepasaban los cien vecinos, y a veces no
llegaban a cincuenta.
r Frente a la inmigración española a otras partes de América, un estudio
33
-1 reciente demuestra que, entre 1520 y 1538, correspondió a la Nueva Gra-
1
! nada un 7.3% del total de inmigrantes españoles. México, Santo Domingo,
Perú y aún Río de la Plata y Panamá recibieron muchos más en el mismo
período. Para el período subsiguiente (1540-1559), posterior a la ocupación
de las mesetas andinas, la Nueva Granada asciende su participación a 10.2%
y se coloca en tercer lu~ar después del Perú y la Nueva España (37% y
23.4%, respectivamente)3 • Aun así, hacia 1547 no habitaban más de ochocien-.
tos españoles en todo el Nuevo Reino35 . Esta cifra de ocupantes tan modesta
pesaba, sin embargo, demasiado sobre los recursos indígenas. De allí que Díez
de Armendáriz se preocupara por organizar una expedición destinada a so-
correr al licenciado La Gasea en el Perú y, cuando este objetivo se volvió in-
necesario por la victoria sobre los revoltosos, enviara a los mismos hombres

33 Cf Peter Boyd-Bowman, «Regional Origins of the Spanish Colonist of America: 1540-


1559», en Buffalo Studies on Latin America: A Miscellany. Vol. IV, Nº 3, August, 1968,
pp. 3yss.
34 !bid. p. 16.
35 Según un despacho de Miguel Díez dé Armendáriz. (DJHC. VIII, 312). Sin embargo,
Pedro López afirmaba que Díez de Armendáriz-había encontrado 200 vecinos (enco-
menderos) y diez mil mercaderes, soldados y estantes y apenas 200 mujeres. Cf. Pedro
López, Rutas de Cartagena de Indias a Buenos Aires y sublevaciones de Pizarra, Castilla y
Hemández Girón.1540-1570. Transe. de Juan Friede. Madrid, 1970, p. 53. Naturalmente,
debe preferirse la aseveración del mismo Díez.
LA OCUPACIÓN ESPAÑOLA 13

a descubrir una ruta más expedita al Magdalena, lo que dio por resultado
la fundación de Pamplona. Por el contrario, cuando, en 1541, Hernán Pérez
había comunicado su decisión de emprender la búsqueda del Dorado, los cabil-
dos de Tunja y Santa Fe se habían opuesto porque las dos ciudades quedaban
desamparadas y desprovistas de hombres para defenderlas.
La fundación sucesiva de Vélez, Tunja, Tocaima y Pamplona alcanza-
ron los últimos confines de la influencia chibcha. La llegada de los oidores
de la Audiencia marca un término convencioné3_:1 a la Conquista. En reali-
dad, a partir de entonces crece el número de gentes deseosas de entrar a
saco en nuevos territorios. Una vez que la paz se restableció en el Perú
(1548), el Nuevo Reino se vio asediado por una oleada de aventureros que
intentaban atravesarlo puesto que la travesía por Nombre de Dios había
sido prohibida. Del sur llegaban también rebeldes en busca de refugio, de-
seosos de incorporarse a cualquier expedición. Con ellos se fundó, por ejem-
plo,San Sebastián de la Plata, en 1550. La Audiencia, por su parte, autorizó
la expedición de Andrés López de Galarza y la fundación de !bagué, lo
mismo que una expedición de Melchor Valdez destinada a pacificar a los
muzos. Según la Audiencia,

... por la necesidad en que la tierra se ponía, y por la vejación que los espa-
ñoles y naturales recibían en los sustentar, ha parecido ser cosa conveniente
que se enviase a poblar los dichos pueblos que hemos dicho, y por cualquier
vía que posible sea, procuraremos desaguar la más gente que queda en este
36
Reino, ppr los inconvenientes que de estar en ella gente holgada se sigue ...

Hombres salidos de los rangos de las tropas de Belalcázar, Quesada,


Lebrón o de la comitiva de Díez de Armendáriz y de los oidores empren-
diéron estas nuevas expediciones. Según la Audiencia, era necesario «po-
(
blar», es decir, someter a la influencia de un núcleo urbano un espacio
hostil'. Se debía también «desaguar» el Nuevo RE!ino de un exceso de hom-
bres descontentos que no habían encontrado todavía una recompensa. El
argumento vuelve a repetirse algunos años después. En 1558-1559, el capi-
(
tán de Angulo, en nombre de las ciudades del Nuevo Reino eleva una
.instancia para· que se autÓricen nuevas fundaciones. Según el ;apitán,

... además del bien que se hace a los dichos naturales, saldrán del Nuevo
Reino mucha copia de gente de españoles que están ociosos y sin tener ofi-

36 DIHC. Ibid. X, 336.


14 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL I

cio alguno de que todo el Reino recibe gran daño y perjuicio por ser la tierra
37
pobre y estrecha ...

Por ninguna parte, pues, se vislumbra un comienzo de colonización es-


pañola. Los españoles que habitan en las fundaciones más antiguas es-
peran al acecho una oportunidad para emprender nuevas expediciones,
alojados y alimentados en las casas de los encomenderos. Sólo la autoridad
del primer presidente de la Audiencia, Andrés Díez Venero de Leiva, im-
puso una pausa a la expansión entre 1564 y 1574. Fueron diez años de res-
piro en los que la nmgresión de una frontera_c_edió el paso aJanecesidad
deJn13..tau~~dentro del espacio ya conquistado. De este perío-
do datan las visitas de la tierra más importantes, las de Angulo de Caste'-
jón, Diego de Villafañe, García de Valverde, López_de Cepeda y Juan de
Hinojosa. De allí se derivan ta:s primeras victorias alcanzadas por la Coro-
na por poner término a los abusos de los encomendadores al imponerles
las primeras sanciones, tasar a los indios e intentar la abolición de la servi-
dumbre personal. · .
El preside~te impidió la salida de dos expediciones ya preparadas; una
de Diego de Vargas que intentaba una vez más alcanzar el Dorado, que se
situaba en los Llanos Orientales, en los confines con Venezuela; otra de Diego
d~Ospina a la región de Antioquia38 • Estas dos fronteras debían esperar
todavía: la de Antioquia hasta el descubrimiento de sus yacimientos de oro
y la de los llanos hasta nuestros días.
Sin embargo, los grandes ejes de la Nueva Granada habían sido fijados
ya desde 1542. Habían bastado apenas cinco años para recorrer todo el
territorio que iba a colocarse bajo la jurisdicdón de la Audiencia. Una ju-
risdicción más bien teórica, sin duda. Todavía quedaba el problema de co-
municar las fundaciones unas con otras, de animar un comercio; de abrír
caminos a través de malezas impenetrables a lo largo de los. flancos de las
cordilleras y en los valles profundos que las separan. . '
Un vistazo sobre un: mapa da cuenta de la organización de~ espacio ga-
nado por los conquistadores .entre 1537 y 1550. Las ciudades· fundadas en
esos años (v. Mapa 1) se alinean en dos ejes casi paralelos, el de la:s altipla-
nicies que se prolongan desde la sabana de Bogotá hasta Pamplona y el de
la ruta de Vadillo y de Robledo sobre las márgenes del Cauca39 • Quedan

37 AGL Patr. L. 27, r. 22.


38 Ibid. Justicia L. 516 cit. por lllises Rojas, Corregidores y justicias mayores de Tunja. Tunja,
1962. p. 70 y ss. También AGI. Patr. L. 156 r. 6.
39 El relato dé Cieza de León, por ejemplo, se desenvuelve en un recorrido lineal que va
desde Cartagena hasta Pasto. Cf. Cieza, op. cit., p. 360 y ss.
LA ocUPACIÓN ESPAÑOLA 15

MAPAl
NUEVO REINO DE GRANADA. OCUPACIÓN ESPAÑOLA

76º 72º

CONVENCIONES

e Limites de la ocupación

Q Indios no sometidos

@ Sentido de la ocupación
16 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL l

los espacios vacíos de las tierras calientes, las vertientes de las cordilleras que
caen sobre el valle del Magdalena y que separan netamente las conquistas de
Belalcázar y de Robledo de las de Quesada y sus capitanes. Era necesario lle-
nar este espacio y hacer ceder una frontera interior para comunicar las dos
regiones.
En 1550 se establecen las ciudades de Neiva e Ibagué. La de Neiva que-
da ubicada a medio camino entre Timaná y Tocaima, los accesos a Popayán
y Santa Fe. Ibagué sirve de etapa intermedia en el recién descubierto cami-
no a Cartago, a través de la selva del Quindío (v. Mapa 2). En el caso de
Ibagué existía un interés suplementario para su fundación. Según la Au-
diencia, la región estaba

... muy cerca de donde son l¡is minas que al presente este Reino trata ... Pi-
dióse por parte de esta ciudad que se fuese a poblar, así por lo que convenía
al sustento y seguridad de dichas minas, como por la mucha gente que en
40
este Reino había perdida ...

El oro, pues, era el que despertaba el interés por estas regiones y que
multiplicaba las fundaciones de las tierras bajas, pobres en indígenas y
muy lejos de los recursos agrícolas del Nuevo Reino. En 1562, el fiscal Gar-
cía de Valverde mostraba su desaprobación por estas fundaciones al rendir
su concepto sobre la petición de los vecinos de Vitoria:

... con no tener los dichos vecinos de Vitoria más que una mina consumen
y acaban los indios en ellas trayéndolos con gran desorden en las dichas
minas porque como aquella tierra es de arcabucos cerrados y de grandes
montañas de mal temple y sin ninguna recreación y adonde ni se dan plan-
tas ni se crían ganados y la comida de maíz muy poca y caro, ningún otro
intento tienen si no es echar los indios a minas, como gente que está de paso
y va de camino y que en aquel paso y poco tiempo han de sac.ar y aprove-
charse sacando todo el oro que pudieren aunque sea con sangre y a costa
de las vidas de los dichos indios y aun de las almas, porque todo va para lo
ir a gastar y vivir a otras pai:tes, porque de más que aquella tierra no es para
41
perpetuarse, los indios son pocos y se acabarán con brevedad ...

La ocupación de estas !egiones fue la más lenta puesto que duró más de
treinta años sin asegurar una verdadera colonización y sin poner al abrigo
a sus habitantes de rebeliones indígenas. Fueron también estas regiones las
que proporcionaron rasgos de violencia pe:rdurable a la sociedad colonial

40 DIHC. X, 333.
41 AHNB. Min. Tol., t. 5 f. 737 v.
LA ocUPACIÓN ESPAÑOLA 17

MAPA2
CAMINOS Y DIVISIONES ADMINISTRATNAS

76' 72'

4'

CONVENCIONES
Caminos
_.,. Vfas fluviales
Gobernaciones
.. -.... Corregimientos
......,., Provincias
1, ~ ,,) Zonas de frontera
18 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL I

y que prolongaron en ella el espíritu de la Conquista. El encajonamiento


del valle del Magdalena y los flancos de la cordillera Central se imponían
como límites naturales a la expansión del Nuevo Reino y las expediciones
iban hasta allí en búsqueda del oro que no habían encontrado entre los
chibchas.
Las guerras y las rebeliones indígenas, que seguían amenazando la
frontera del reino chibcha, atrajeron primero empresas de «pacificación» y
luego la ocupación del territorio. No es sino después de haber ahogado
rebeliones de esta clase en Tocaima, Mariquita e Ibagué que las tropas es-
pañolas avanzan y fundan Vitoria (1557) y Remedios (1560). Después de la
interrupción impuesta por el presidente Venero de Leiva, el adelantado
Jiménez de Quesada, que ha debido combatir primero a los indios rebeldes
de Gualí, funda Santa Agueda (1574). Al sur, y a partir de Ibagué, se avan-
za hasta la región de Páez para fundar allí la última avanzada del Nuevo
Reino, San Vicente, rodead~ por todas partes de indígenas rebeldes 42 • .
¿Era preciso ir tan lejos para asegurarse una defensa militar? La política
de las fundaciones parece responder más bien a la sed de oro que al deseo
de fijar una frontera destinada a defender actividades pacíficas de coloni-
zación. Cuando, en i573, los oficiales de la Corona comprueban que las
minas son cada día más flacas 43, no dudan en desaprobar la política de
abstención de Venero de Leiva. Aconsejan emprender nuevas fundaciones
para ganar territorios de los cuales se dice que recelan una gran riqueza
aurífera. Aún más, estos territorios poseían el elemento indispensable para
las explotaciones: mano de obra no utilizada hasta entonces. Por eso los
oficiales instaban para que se hiciera retroceder la frontera infestada de
indígenas rebeldes (sutagaos, pijaos) y se los empleara en las minas 44 •
El episodio de la conquista de Antioquia (o de la provincia de «entre-
ríos») combinaba el cálculo con la necesidad de rechaz.ar ataques indí-
genas. La provincia de Antioquia estaba reducida, todavía·.en 1570, a la
jurisdicción de un puesto fronterizo en las márgenes del Cauca. La ciudad
de Santa Fe de Antioquia subsistía penosamente como un centro minero de
escala muy modesta, asediad.a por todas partes de tribus hostiles. Después
de la ejecución de su conquistador, el mariscal Jorge Robledo, fue preciso
que transcurriera una gen~ración para disipar los rencores que el episodio
había suscitado. Un hombre muy joven en esa época, Gaspar de Rodas, fue
designado por Belalcázar para gobernar la provincia. Al cabo de treinta

42 Cf. Pedro de Aguado, Recopilación historial. Bogotá, 1966. T. II, pp. 19 y 80.
43 AGI. Santa Fe L. 68 r. I Doc.
44 !bid. Doc. 19.
LA OCUPACIÓN ESPAÑOLA 19

años, Rodas llegó a ser muy rico pues añadía a sus explotaciones mineras
actividades agrícolas y ganaderas. En 1576, frente a una rebelión indígena
provocada por las incursiones del gobernador Andrés de Valdivia en el
interior de la provincia, Rodas se propuso la conquista de los territorios
situados entre los dos ríos, el Cauca y el Magdalena.
Evidentemente, la conquista era necesaria si la ciudad de Santa Fe iba a
sobrevivir. Arrinconada en un valle estrecho, las propiedades-principal-
mente las de Gaspar de Rodas- se veían a cada momento amenazadas por
las hostilidades de los indígenas. El interés de Gaspar de Rodas era casi
personal pues se trataba de un propietario

... de mucho posible e de repartimiento de indios, cuadrilla de negros escla-


vos que le sacan oro, cantidad de ganados, de vacas, puercos, yeguas,
potros, todas haciendas conjuntas en las comarcas de las dichas tierras y
conquista y es persona que él solo tiene más cantidad de ganados que tÓdos
45
sus vecinos juntos de la villa de Santa Fe de Antioquia ...

De otro lado, se sabía que la región entre los dos ríos poseía muy ricos
yacimientos de oro. Santa Fe de Antioquia no pqdía menos de aspirar a
constituirse un territorio que le sacara de la tutela de Popayán. Por esta
razón había proporcionado armas, soldados y víveres a la fracasada expe-
dición de Andrés de Valdivia, un minero de la ciudad que había logrado
capitular con la Corona para la creación de la provincia y a quien los gober-
nantes de Popayán tachaban de usurpador4-6 • Así, Rocfas no hacía otra cosa
que suceder a Valdivia despúés de la muerte de éste.
La fortuna de las fundaciones de Gaspar de Rodas fue sorprendente.. ·
Apenas habían transcurrido cinco meses de la fundación de Cáceres (1576),
cuando sus habitantes· encontraron ricos yacimientos. Zaragoza, fundada
poco después (1581), se convirtió casi inmediatamente en el centro minero
más productivo de toda. la historia colonial47 •
Con estas fundaciones culmina un período en el que la ciudad y el cen-
tro minero se confunden a menudo. A partir de 1570, en ·efecto, la ocuf
J pación de las regiones bajas no persigue otro objeto que la búsqueda d , 1
! yacimientos, puesto que el sometimiento de los indios con fines puramente/
í agrícolas resulta imposible. Se trata casi siempre de indígenas insumiso~
· que ponen en peligro las fundaciones. De veintidós fundaciones establecí-'

45 Ibid. Patr. L. 160 NQ 1 r. 8.


46 Ibid. Santa Fe L. 65 Docs. 3 y 36.
47 Sobre los primeros tiempos de Cáceres y Zaragoza y las rebeliones indígenas y de escla-
vos que ocurrieron, ibid. Patr. L. 165 NQ 4 r. l. L. 166 Nº 3 r. 1 L. 168 NQ 3 r. 1 y NQ.5 r. l.
20 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL I

das a partir de 1570 subsistirán apenas la mitad en el siglo siguiente48 • Mu-


chas fueron destruidas por los indios, otras arrastraron una vida miserab,le
hasta su abandono o su traslado a un sitio más seguro.
Esta situación contrasta con la de las fundaciones de los períodos ante-
riores. En la época de las primeras fundaciones (1537-1550) el interés de los
españoles consistía más bien en hallar un emplazamiento apropiado para
la ciudad, un sitio provisto de aguas, pastos, bosques y sobre todo de indí-
genas. Enseguida venía el interés por las minas que podían encontrarse,
por azar, muy cerca de la ciudad, como en el caso de Pamplona. El hallazgo
mismo podía conducir a la fundación y así surgieron Tocaima, Mariquita,
La Plata o Remedios. Estas ciudades quedaban sujetas en todo caso a la
jurisdicción o a la influencia del centro que las había originado, con mayo-
res posibilidades de abastecimientos y de mano de obra. Así, de las veinte
ciudades que fueron fundadas entre 1537 y 1550, solamente dos fueron
· abandonadas más tarde. A partir de 1550, la Audiencia estimuló la funda-
ción de centros mineros y entre 1550 y 1560 se cuentan once fundaciones,
contra seis apenas entre 1561y1570, la década en que el presidente Venero
se preocupó más bien de la fundación de colonias agrícolas como la que
lleva su nombre, Villa de Leiva.

El Nuevo Reino y las provincias

La geograña de la Nueva Granada aparece (aún hoy) como el hecho más


decisivo de su historia. La cadena de las tres cordilleras que la atraviesan
la compartimentan en regiones irreductibles. De un lado, la región orien- .
tal, a caballo sobre la cadena oriental de los Andes, extiende su influencia
a las vertientes que dan sobre el valle del Magdalena y abre algunas puer-
tas a los Llanos Orientales. De otro lado, el occidente col9mbiano, encajo-
nado entre los valles que se amplían o que se estrechan lo largo del río a
Cauca.
La ruta que comunica las dos regiones en el siglo )(VI debe buscar un
paso de acceso por la cordillera Central desde Popayán para descender al
valle profundo del Magdalena. Desde Timaná se extiende una región de
frontera que debía atravesarse con el temor que despertaban los indígenas
más aguerridos del país (pijaos, paeces, natagaimas y coyaimas) hasta la
ciudad de los Panches (Tocaima), la puerta del Nuevo Reino. El descenso

.48 Cf. Juan Flórez de Ocariz, Genealogías del Nuevo Reino de Granada. Bogotá, 1943. T. l. pp.
353 y ss. Aguado, op. cit., passim. Lucas Femández de Piedrahíta, Historia general de las
conquistas del Nuevo Reino de Granada. Bogotá, 1942. T. IV, passim.
LA OCUPACIÓN ESPAÑOLA 21

brusco desde los páramos al clima ardiente del valle era letal para los in-
dios que se empleaban como acémilas. Según Sebastián de Magaña, el te-
soro de Popayán, -
... los indios ... parte en los páramos, parte en el valle de Neiva, de los que
acá fueren, han de quedar muertos, y los que escaparen no quedarán muy
. 49
vivos ...

Hacia 1550, casi por azar, se descubre otra ruta. Francisco Treja, que
había llegado a la Nueva Granada con Alonso Luis de Lugo en 1543, había
participado en el descubrimiento de los lavaderos de Tocaima (Sabandija,
Venadillo, Portillo) y había acompañado a López de Galarza en la funda-
ción de !bagué, relata que

... luego como se pobló la dicha ciudad de Ibagué, tuvo noticia que pasada
la cordillera del páramo estaba un pueblo de españoles que entendió era la
ciudad de Cartago, fue por todo aquel despoblado y abrió el camino hasta
50
llegar a ella y llevó caballos ...

Se trataba de la ruta del Quindío, apenas un sendero en medio de la


selva que los indígenas ya transitaban, pero por donde era posible transitar
con bestias de carga (v. Mapa 2).
Así, no resulta fácil visualizar las relaciones entre estas dos regiones
cuyo acceso recíproco resulta tan difícil. Y, sin embargo, se trataba de dos
zonas en cierto modo complei;nentarias. Los- españoles se veían atraídos, de
un lado, por la riqueza de aluviones innumerables en los afluentes del Cau-
ca. De otro, tenían la oportunidad de establecerse a poca costa y de manera
permanente en los altiplanos que atraviesan oblicuamente la cadena orien-
tal de los Andes. Dos ejes, dos densidades de población (v. Mapa 2), dos
geografías: los nexos entre las dos regiones parecen muy frágiles desde el
principio. Lo serán mucpo más a partir de 1564, cuando se creó la Audien-
cia de Quito que atrajo a su jurisdicción y a su influencia la gobernación de
Popayán. -
El acceso de las tropas de Quesada a la región de los altiplanos, en 1537,
originó un establecimiento·durable, provisto de los recursos necesarios para
asegurar la supervivencia de varias ciudades. La presencia de un pueblo
de indios pacíficos que poseían ya una organización social y política avan-
zada simplificó el proceso de apropiación de excedentes destinados a ali-

49 DIHC. X, 142. Despacho de 12 de noviembre de 1549.


50 AGI. Patr. L. 161 Nº 2 r. 2.
22 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL l

mentar la «república» de los españoles, es decir, el primer núcleo de un


establecimiento urbano. La sujeción de los antiguos vasallos de los ca~i­
ques de Tunja, Bogotá y Sogamoso fue una tarea que se llevó a cabo en un
lapso muy breve. Aparte de algunas resistencias provocadas por la violen-
cia de los conquistadores, la sola presencia de éstos bastaba casi siempre
para imponer su dominación.
) Fue así como surgió el Nuevo Reino, cuyos límites no fueron otros du-
AI/ rante los primeros años que los que habían correspondido al reino chibcha
y a sus zonas de influencia. Se trataba, desde el comienzo, de una entidad
distinta de la antigua provincia de Santa Marta, de donde había salido la
expedición de Quesada. Así lo hicieron saber los cabildos municipales a
Jerónimo Lebrón, que se había internado en 1540 para reclamar lo que él
consideraba todavía como una dependencia de su gobierno.
En los años siguientes, el Nuevo Reino se extendió con la fundación de
nuevas ciudades en el sur hasta la región de Páez, reivindicada por la pro-
vincia de Popayán (v. Mapa 2) y en el norte hasta Vitoria y Remedios. Ex-
pediciones salidas de Pamplona fundaron a San Cristóbal y a Ocaña y otras
salidas de Tunja dieron al Nuevo Reino una jurisdicción vaga sobre los
llanos orientales, en donde se fundaron algunas ciudades: Medina de las
Torres, Santiago de las Atalayas, San Juan de los Llanos.
En cuanto a la provincia de Popayán, ésta había sido conquistada por
lugartenientes de Pizarra y algunos factores confluían para que la región
se integrara a la influencia del virreinato peruano. Desde muy temprano,
por ejemplo, las rebeliones indígenas impidieron establecer una comuni-
cación s\'ermanente con el Nuevo Reino, como en 1544 la revuelta de los .
paeces . - ·
Inclusive las opiniones de los habitantes de la región se dividían entre
aquéllos que pensaban que Popayán debía incorporarse al Nuevo Reino y
los que preferían una unión más estrecha con Quito, de donde provenían
muchos de sus abastecimientos52 . Según el obispo de Santa Marta, fray
Martín de Calatayud, a quien originalmente correspondía toda esa vasta
diócesis, las ciudades de Popayán, Cartago, Arma y Anserma estaban más
cercanas al Nuevo Reino que a Quito. Bastaba pues abrir una ruta más
directa entre Cali y Neiva para aproximarlas aún más 53 •
La actitud del mismo·Belalcázar era ambigua, si no de un claro distan-
ciamiento. Durante las guerras peruanas, suponiendo que el caudillo po-

. 51 DIHC. VII, 173.


52 Ibid.
53 Ibid. TX, 27.
Li\ OCUPACIÓN ESPAÑOLA 23

día inclinarse del lado de los revoltosos, la Corona retardó la residencia


que debía instruir el juez Díez de Armendáriz. El episodio de muerte de
Robledo, nombrado gobernador de Antioquia por Díez, y condenado y eje-
cutado por Belalcázar, distanció aún más al conquistador del juez real y de
su sede en el Nuevo Reino. Díez pensaba, por el contrario, que la provincia
de Popayán debía abastecerse en el Nuevo Reino

... porque aquí es mucha la abundancia que hay de puercos y de lo fcho


5
allá mucha falta y, a lo que se entiende, mucha grosedad de minas ...

Las vacilaciones de Belalcáza.r a propósito de la apertura de la Provincia


hacia el Nuevo Reino eran compartidas por sus partidarios. Cuando se tra-
tó del establecimiento de una Audiencia, Pedro Cepero -teniente de go-
bernador y encomendero- insistía en que debía escogerse como sede a
Popayán. Afirmaba que la autonomía de la región era completa respecto al
Nuevo Reino puesto que mantas y puercos que se consumían allí prove-
nían de Quito y de Guayaquil y que desde estos puntos podía llegarse fá-
cilmente a Buenaventura55 . Inclusive un oficial de la Corona, el contador
Luis de Guevara, apoyaba estas pretensiones haciendo notar las distancias
que separaban a Popayán del Nuevo Reino y las dificultades del trayecto,
en el cual se sucedían tierras ardientes o muy frías en el curso de ciento
diez leguas.
Sin embargo, la Audiencia fue establecida en Santa Fe y la comunicación
con Popayán resuelta en parte por el camino del Quindío, que acortaba el
viaje en más de veinte días. A fines de 1550, los miembros de la Audiencia
informaban que las comunicaciones con Popayán eran satisfactorias y des-
tacaban a uno de los oidores, el licenciado Briceño, para que practicara las
residencias pendientes, revisara las cuentas de las Cajas reales y despacha-
ra el producto de los quintos a Santa Fe56 • Pocos años después, en 1564, una
buena parte de la provincia fue desmembrada y ,colocada bajo la jurisdic-
ción de la Audiencia de Quito, recién creada.
No obstante, los límites reales entre las provincias no podían ser fijados /
por una simple decisión administrativa. Los territorios conquistados de-
pendían de la influencia de un núcleo urbano y de su control sobre el con-
torno rural o sobre otras ciudades que le habían debido su fundación. Esta
dependencia tendía a debilitarse a medida que cada centro iba cobrando

54 Ibid. X, 185.
55 Ibid. 97.
56 Ibid. 332.
-,,-

24 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL 1

importancia debido a la abundancia de sus propios recursos. Santa Fe, por


ejemplo, podía afirmarse fácilmente sobre Tocaima, Vélez'y Mariquita pe~o
difícilmente sobre Tunja y Pamplona. Buga dependía de Cali pero ésta ten-
día a guardar cierta autonomía frente a Popayán y aun a disputarle su pre-
eminencia en el territorio de la provincia.
Este particularismo de las ciudades se comprende mejor si se piensa en
, la precariedad de los lazos que podían unirlas al contorno rural. La base
de sustentación de la «república» de los españoles eran las economías agra-
rias de los pueblos sometidos, a los que sólo la vinculación directa y per-
(
sonal podía arrancar los excedentes necesarios para mantener el núcleo
\ urbano. Éste no se presentaba, pues, como un mercado al que afluyeran los
productos dentro de un intercambio natural sino como un simple reducto
de poder que sometía a sus exigencias las regiones vecinas. Ahora bien,
¿hasta dónde podían hacerse tales exigencias? Esto dependía, naturalmente,
del grado de control que se alcanzara sobre un espacio dado. Los contornos
de este espacio eran necesariamente una «frontera» cuando no alcanzaban
a estar sometidos por otro núcleo urbano. Los vacíos no podían ser colma-
dos ni siquiera por intercambios entre ciudades que por eso mismo tendían
a la autarquía.
La precariedad de estos lazos ha sugerido al historiador chileno Rolan-
do Mellafe la existencia de una «frontera» en el seno mismo de las funda-
ciones españolas para el caso del virreinato peruano57 • Mellafe designa como
frontera el conjunto de relaciones no integradas entre las dos sociedades (es-
pañola-india) pero que estaban en camino de formarse. Subraya todo aquello
que parece provisorio en estas relaciones debido a la novedad de los contactos.
y, al mismo tiempo, describe de una manera notable el carácter forzosamente
dinámico de este choque entre dos horizontes culturales. Dentro de este con-
texto puede hablarse, en rigor, de un movimiento dialéctic.o que afectaba
todos los dominios de un complejo muy vasto en relaciones. Histórica-
mente, esta frontera coincide con los procesos de asimilación de una socie-
dad por la otra, que se realiza entre 1533 y 1590 (en el caso del Perú) y cuya
primera manifestación consiste en la investidura de un mero poder políti-
co. De esta manera el concepto tiende a mostrar la precariedad de t,al po-
der, su ausencia de medios para alterar las estructuras existentes y, sobre
todo, la dependencia profunda de los núcleos urbanos con respecto a los
recursos de las sociedades indígenas. ··

57 Cf. Rolando Mellafe, «Frontera agraria: el caso del virreinato peruano en el siglo XVI»,
en Tierras Nuevas. Edit. por A. Jara, México, 1969. pp. 11 a 42.
LA OCUPACIÓN ESPAÑOLA 25

MAPA3
INDÍGENAS NO SOMETIDOS Y CAMPAÑAS MILITARES 1575-1675.

76º 72•

CONVENCIONES
~ Pijaos
'15221 Cararés (1602)
~ Sutagaos
~ Moanamas cirambiras
1'57.0ll Sindaguas
..,...,. Paeces
26 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL l

El concepto de frontera, como todas aquellas palabras de uso corriente


que pugnan por elevarse al rango de concepto científico, arrastra consigo
una multiplicidad de contenidos que lo hacen muy sugestivo pero que lo
dotan también de una esencial ambigüedad. Con este concepto trata de
explicarse la conformación de individualidades históricas en el interior de
un espacio definido. Los cambios que se operan en el interior de esta indi-
vidualidad histórica o el impacto que sufre del exterior por la acción de
otras individualidades del mismo tipo modifican la frontera. Así, el análi-
sis pone de manifiesto varios elementos que configuran el concepto. Uno,
el de la individualidad histórica o grupo social que actúa dentro de un
espacio. Otro, la noción misma de este espacio. Finalmente, un elemento
dinámico que tiende a modificar las relaciones entre el grupo y el espacio
que lo contiene.
Pero partamos de la noción mucho más simple de la línea divisoria o de
linde o límite que asociamos corrientemente al concepto de frontera. Pare-
cería que este elemento sólo puede surgir como una elaboración conscien-
te, al final de un proceso al que precede la identificación del grupo social58 •
Obsérvese, sin embargo, que-el espacio está-definido_de.antemano-p.JJ.I-el
contenido-de-sus-reeursos.La-apropiación·de estos recursos es la·que--mue-
ve a la ocupación del espacio y su explqtación la que sustenta la·vida-del
.grupo..: A partir de allí surgen todas las elaboraciones que animan este es-
pacio y lo modifican. La frontera no puede definirse entonces en función
exclusiva de la actividad consciente de un grupo, de su organización (ci-
vil, militar, económica), pues ésta sólo tiende a perpetuar un hecho más
simple, el de la ocupación y la explotación de ciertos recursos indispensa-.
bles para la vida humana.
1. Frente a la conquista española estamos ante una ocupac:ión y una apro-
;\ piación su~ géneris d~ los rec~~os que _brindaban_ :ociedades ya estab_lecidas.
Pero, ¿que coherencia adqmna esta implantac1on frente a las sociedades
\sometidas? ¿Acaso no se percibe una línea de ruptura~ en alguna parte, que
podamos llamar una frontera? Obviamente existía un deslinde puramente
espacial entre las regiones sometidas desde un principio a la dominación
española, en donde las jerarquías autóctonas fueron sustituidas por las
pretensiones del dominio de los conquistadores, y aquellas otras que pre-

58 Owen D. Lattimore, de quien se ha tomado el análisis del concepto de «frontera», hace


excesivo hincapié en esta elaboración consciente. Aquí se hace énfasis más bien en fa
existencia de recursos que determinan la ocupación. Cf. O. D. Lattimore, «The frontier
in History», en Theon; in Anthropologi;. Edit. por Robert O. Manners y David Kaplan.
Chicago, 1968. pp. 374 y ss.
LA OCUPACIÓN ESPAÑOLA 27

sentaron resistencias y que no pudieron ser sometidas sino al cabo de mu-


cho tiempo.
En el caso de la Nueva Granada, la frontera tiene este sentido mucho
más literal de un espacio que confina con otro, ambos replegados sobre sí
mismos. Se trata, ante todo, de una división geográfica cuyos rasgos mar-
can distintamente la región oriental, el Nuevo Reino, de la parte occidental
del país, la provincia de Popayán. Las fundaciones que se establecen a lo
largo del valle del Magdalena, desde Timaná hasta Ibagué, son una tenta-
tiva de comunicar estas dos zonas. El río es también un rasgo de unión
puesto que a través de ambas márgenes se distribuye el comercio que pro-
viene de Cartagena, A través de Mompox, Ocaña, Rionegro, Carare y Hon-
da se alcanzan los centros mineros de la región antioqueña, Pamplona,
Mariquita, Santa Fe y Popayán. Rasgo de unión, es cierto, pero frontera
también, permanentemente amenazada por indígenas hostiles.
Ai hecho geográfico se superpone el hecho histórico. Los límites políti-
cos y administrativos de la Nueva Granada reflejan el fenómeno de la Con-
quista y no una voluntad política o un designio racional de organización
interna. Provincias, gobernaciones, corregimientos no derivan de un orden
constitucional sino que son un hecho que se desarrolla según su dinamis-
mo propio. La subordinación de una ciudad a otra o el lugar que ocupa
cada una dentro de una jerarquía tiene un origen puramente histórico, de-
terminado en muchos casos por un desarrollo regional anterior a la Con-
quista. Así, la pretendida «invención de _América»" 9 encuentra ciertas
limitaciones. En las divisiones administrativas no existía ninguna lógica
elaborada conscientemente por los conquistadores. Se trataba de meras si-
tuaciones de fuerza, en las que una frontera retrocedía paulatinamente a
partir de núcleos separados, los establecimientos urbanos.
Santa Marta, Cartagena, Santa Fe, Tunja o Popayán constituyen el ori-
gen de esta penetración. y poco a poco van esbozando su propio espacio
que un día llegará a ser su jurisdicción. Por eso el Nuevo Reino desconoce
muy pronto la autoridad del núcleo primitivo, la ciudad de Santa Marta.
En cuanto a Popayán, sus lazos con el virreinato del Perú son demasiado
débiles.
1 Los límites del Nuevo Reino, como los de Popayán, son los de las con-
1 quistas de sus capitanes: al norte hasta Mérida y Barinas, al sur hasta Neiva
\y San Vicente de Páez. Esto explica la enorme extensión del corregimiento

59 Cf. las ideas inspiradas por la filosofía de Husserl y Heidegger y aplicadas de una ma-
nera sibilina por Edmundo O'Gorman en La invención de América (el universalismo de la
cultura de occidente). México, 1958.
28 HISTORIA ECONÓMICA Y

de Tunja, que incluye las provincias de Vélez, Guane, Pamplona


O la jurisdicción de Santa Fe sobre las dos vertientes de la cordillera Orien-
tal y sobre el corregimiento de Mariquita que se extiende a lo largo del
valle del Magdalena.
Capítulo 11
LA SOCIEDAD INDÍGENA Y SU EVOLUCIÓN
POSTERIOR A LA CONQUISTA

LOS GRUPOS ORIGINALES Y SUS TRANSFORMACIONES

Estructura social y aculturación

L3SQ!Lquistci_española_y: el sistema de la encomienda implantado en segui-


da tuvieron como efecto l~tegración de las sociedades indígenas ameri-
canas. La c0nsecuencia más palpable de la ocupación española fue, sin duda
alguna, la desaparición casi fulminante de vastas masas humanas allí en
donde los conquistadores se iban asentando. Las Antillas, México, Tierra
Firme y el Perú experimentaron este fenómeno que ha dado origen a con-
troversias enconadas desde el momento mismo de la Conquista.
El fenómeno de la desintegración social indígena {y creemos, sus con-
s~uencias demográficas) puede verse, como lo sugiere Elman R. s~1:
en función de la relativa complejidad de los grupos aborígenes afectados
por las relaciones impuestas a raíz de la Conquista. ;El choque de dos cul-
~ tuvo que producir desajustes violentos en aquella que, por su grado
'de evolución, estaba condenada a dobl~arse frente a la_cnlhu:aJnvasora.
Al referirse a las altas culturas que se desarrollaron en los altiplanos (el
caso, principalmente, de los grandes imperios americanos), Service encuentra
s~_des estructurales con la cultura euro12ea de la época. En esenci¡:t,
a~lturas estaban basadas en una agricultura_intensiJ[_a,_y~n la e_xplo-
ta~~Q.11 de ~a 1Ilªs~c!E!J!.~QJ:ljadores__agrícolas. Este fundamento material
era posible gracias a una jerarguización adecuada en lo político y en lo
r~~ig_ipso-:- q__ue mantenía una cohesión social2• La coincidencia de tales ras-
gos sugiere a Service que estas sociedades indígenas habrían podido pre-

1 Cf. «lndian-European Relations in Colonial Latin America», en Theory in Anthropologi;,


cit. pp. 285 y SS.
2 Ibid. pp. 288-289.
30 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL l

servar intactos muchos cj.e los elementos de su organización original. Por


el contrario, grupos menos evolucionados habrían encontrado mayores di-
ficultades en el ajuste, pues éste podía producirse sólo en virtud de la des-
trucción de la estructura original.
Para Service, y en general para cualquier antropólogo, esta distinción
puede explicar larapidez con que se operan fenómenos de aculturación en
el conti.t_l~eilli~ricaiio-.. Lentamente en las regiones en donde plidé:)C()ñ:.
servarse en parte la organización social primitiva (aun comp medio de do-
minación de los conquistadores), más rápidamente allí donde se operaron
procesos de mestizaje, y de manera casi nula en regiones marginales 3.
Frente ª1-~_ch_g hl$t_qz:ico de la exterminación física de los indígenas, el
conc~pto de_aculhirª¡:i§B.~!l_sTientra-ciertash~J!~j:~Q_J.i~--:¿ffastaqÜépüñfo,
por ejemplo, un proceso de adaptación a nuevos patrones culturales pudo
preservar físicamente a las sociedades americanas? Las sociedades indíge-
nas que presentaban rasgos c:l~1IlAY<2!_ comp_lejidad efi~~fiíií:tura -soCial
eran asimismo aquellasque poseían t!.!l_éi.J'.!lAYor deil§iº=ªci_ g~ Eoblación. Si
bien es cierto que miení:@S-.iiie_no~!§ti;nc;:.ia§_ofre_c;:i~ron e3_tªs sociedades
aformas <le-aculturación fueron menos :vulnerables a la exterminación Vio-
lenta, tampoco el sometimiento ~oi~~t~rio pu"49 preseivarlas.-Así~ él he-
cho de que aún subsistan vestigios de estas altas culturas se explicaría por
su importancia numérica original y no por el hecho de que fueran menos
vulnerables.
Juan Friede llega a sostener4, refiriéndose sin duda a grupos de escasa
e~~~c~ e_n Alll.érica no se cumplió un pro-ce~iilltifa­
ción del indio sino que simplemé:ritese Teaestruyó. Según este autor, las
leyes de la Coroná-éspafiofa que quisieron evitar. éste resultado no perci-·
bieron su causa real, la debilidad económica y política del indio. Esta de-
bilidad era relativa. La exter~i_:rgi._s_ic)!!.ill9Jg~na fue al menos más lenta allí
qonde pudieron_c:IarseJ§i:Iri¡s cie_ ª..ciª IJgció11-d~Ji~.sti::_i1ctura sodaITrld1ge-
ni!__~.J2ª trones _g,il turalei:;_c;:9.!:1! y~~E!_es.
Tampoco el mestizaje significó una forma dep_i:.eservªción. ALCQntrario,
este féñomeno creó m.ievasTensiones en el seno de la dualidad social esta-
blecida a·raíZde laCémqu!sta.~El mestizo nofüé-ünelementode transición
entre las dos «repúblicas~> sino.que s~_me_nucj.g_c;ol!lo instrumento di-
recto de dominación. Su status jurídico estaba mal determfoado~das
:rñarierasse1ücno-:fior segregarlo de las sociedades indígenas de donde pro-

.3 Ibid. p. 292.
4 Cf. J. Friede, Los Andaki (1538-1947). Historia de la aculturación de una tribu selvática. Méxi-
co-Bs. As. 1953,·p. 120.
LA SOCIEDAD INDÍGENA Y SU EVOLUCIÓN POSTERIOR 31

venía. Socialmente, el mestizo sufrió los prejuicjos y hasta el rechazo de la


sociedad española pero fue un hombre libre, no sometido a la carga del
tributo. En sus orígenes era un elemento urbano -es decir, pertenecía a la
«república» de los españoles- y sólo un largo proceso histórico lo convirtió
en el campesino actual. Cuando -en el siglo XVI- salía del ámbito urbano
era para convertirse en «calpisque» o capataz al servicio de los encomen-
deros.
Desde otro punto de vista, el esquema antropológico explica el hecho
histórico del asentamiento español. Los conquistadores buscaron estable-
cerse allí donde la jerarqui_zación d_~J.éÍ? relaciones sociales indígenas podía
suplantarse-a poco costo y en donde ya existfauñacastaaifigen:te.Yaen
laépoca de laConquista,C1eza aeteón asociaba correctamente la cohe-
sión social, a través de una jerarquía establecida, con el sometimiento a los
españoles, una vez que se operaba una simple sustitución de poder. Según
Cieza,
... los del Perú sirven bien y son dóciles y domables, porque tienen más
razón que esos y porque todos fueron sujetos por las leyes incas, a los cuales
5
dieron tributo, sirviéndoles siempre, y con aquella condición nacían ...
l-
Por estas razones, el estudio de_ la organizac_ión.social-indígena,_aparece ¡!
cada vez como menos gratuito. No se trata de un mero objeto de curiosidad
pretendidamente científica, cuya conocimiento esté qrientado como una
concesión a problemáticos ancestros. Tampoco de un tema justificativo, en
el que se busquen las «raíces;> de la nacionalidad y en el que no se pone
demasiada convicción. Es, en cambio, en los estudios históricos, uno de los
elementos esenciales para comprender el resultado de un choque inicial.
Como lo observa Service, áreas enteras en Latinoamérica conserva- :
ron remanentes de población indígena (Perú, Bolivia, México), en tanto
que otras experimentaron un proceso acelerado de mestización (el caso,
precisamente, de la Nueva Granada). El clima de las relaciones sociales
imperantes en estas zonas nunca' fue el mismo. P--énórnen-es de violencia
esporádica denuncian todavía desajustes evidentes, mal encubiertos por la
imposición de patrones de.conducta. Naturalmente, las tensiones sociales
de Latinoamérica no pueden referirse a componentes raciales sino en casos
muy localizados. Pero, en cambio, queda mucho por investigar acerca de

5 Citado por J. Friede, Ibid. p. 101, nota 49. Esta idea era muy generalizada entre los espa-
ñoles de la época. Aguado se expresa en términos muy parecidos. Cf. Recopilación, TI, p.
428. Citado por D. Fajardo en El régimen de la encomienda en la provincia de Ve1ez (población
indígena y economía). Bogotá, 1969, p. 6.
32 HISTORIA ECONÓMICA Y

las estructuras de dominio que comenzaron a actuar en el momento mismo


de la Conquista y que entonces sí tenían fundamentos raciales evidentes.

Grupos indígenas del occidente colombiano


(Trimborn y la sistematización de los cronistas)

Si se atiende al sustrato económico de la organización social indígena, y se


adopta el esquema antropológko6 de sus estadios de evolución, puede in-
tentarse una clasificación regional de los grupos que habitaban en laNue•
va Granada en el momento de la Conquista. Estas distinciones ponen de
manifiesto puntos neurálgicos, zonas en donde perduraron relaciones de
frontera durante algún tiempo o en donde los grupos indígenas se mostra-
ron impermeables al contado europeo. Los efectos de la encomienda -ya
fuera como sujeción simplemente personal o como vínculo que acarreaba
el pago de un tributo uniforme--, de la política de «poblamientos» y de la
organización de doctrinas, de la regulación del trabajo en las minas o en el
campo según patrones europeos, etc., tuvieron efectos diferentes según el
grado de evolución de la sociedad indígena.
En el territorio de la Nueva Granada coexistieron los tres tipos de socie-
dades tipificadas por Service7• Agrupaciones que poseían una estructura so-
cial compleja, capaces_de prodm::ir-excedenfos agrícolas considerables, de una
elevada densidad con respecto a los altiplanos que ocupaban. Habitant~ifle
las vertientes y delos valles interandinos, organizados en pueblos multifami-
liares y con una cultura comunitaria, cazadores y pescadores, a veces hór-
_ticultores (que empleaban el sistema de roza_s), de menor densidad que los
anteriores. Finalmente, pueblos marginales, organizados como banda o como
familia extensa, simples recolectores-y cazadores, dotados de una gran mo-
vilidad. ... ------..
El análisis más detallado no podría reducir todos los grupos que habi-
taban el territorio de la Nueva Granada a las líneas muy generales de este
esquema. Trimborn8 encuentra, por ejemplo, que en el occidente colombia-
no no sólo coexistían diferentes estados de evolución sino que muchos gru-
pos apuntaban hacia formas de cohesión suprafamiliar o intertribal. E;n la
base de esta evolución,_Trimborn afirma una unidad original de todos los
grupos que habitaban las márgenes del Cauca. Esta unidad étnica (chib-

6 Cf. E. R. Service, Primitive Social Organization. An Evolutionan1 Perspective, Nueva York,


1966.
7 Idem. Aft. cit., pp. 290-291.
8 Op. cit., pp. 244 y SS.
LA SOCIEDAD INDÍGENA Y SU EVOLUCIÓN POSTERIOR 33

cha), poseedora ya de una alta cultura, habría sido modificada por la in-
fluencia de pueblos asimilados y por las diferencias del medio ambiente9 •
Con todo, excepto por los testimonios materiales de estas culturas, los
datos que poseemos sobre su organización social son casi siempre pre-
carios. Los testimonios históricos son muy desiguales y van desde la ob-
servación casual de los cronistas y de los conquistadores hasta respuestas
precisas, aunque muy tardías, a cuestionarios relativos a la organización
social indígena. Ambos tipos de fuentes, sin embargo, presentan dificul-
tades de interpretación. El estudio de Trimborn, por ejemplo, sobre los
grupos del occidente colombiano está basado en el examen exhaustivo de
cronistas y observadores de la época de la Conquista. El autor aprovecha
no sólo la uniformidad de las noticias sobre puntos concretos de etnografía
sino también todos los vestigios de cultura material que pudieran con-
firmarlos. No obstante, si reducimos las observaciones a un cuadro de
frecuencias, inmediatamente saltan a la vista ciertas peculiaridades de los
testimonios de la época de la Conquista (véase Cuadro 1).
Las observaciones más frecuentes, aquellas que se refieren a cerca del
50% de los 44 grupos estudiados, indican más bien las preocupaciones pe-
culiares de cronistas y conquistadores. Así, el uso de un arma determinada
está señalada para 29 pueblos, la antropofagia de 26 y la poligamia en 12.
Aunque existe hoy en día una tendencia a dar cada vez menos crédito a los
testimonios de los conquistadores sobre los actos de canibalismo que dicen
haber pres<¡!nciado, o la interpretación se limita a hacer• énfasis sobre el ca-
rácter ritual y más bien excepdonal de este fenómeno, no hay duda de que
los testimonios de cronistas y conquistadores constituyen un material et-
nográfico cuyo valor ha sido puesto de relieve por la obra de Trimborn.
Con todo, como puede observarse en el cuadro, relaciones más complejas y
menos aparentes no impresionaban mucho la imaginación de estos observa-
dores y por eso se consignaron raramente. No menos de veinte grupos indí-
genas identificados al norte del cañón de Arma apctrecen apenas con algunas
características distintivas, con mucho menos frecuencia que en el sur, lo que
hace pensar en la deficiencia de nuestros datos sobre regiones enteras.

La estructura social de los chibchas

Los testimonios históricos contenidos en las visitas y que provienen de los


mismos indios son muy tardíos. Casi todos son posteriores a 1560 y en

9 . Jbid. pp. 52 y SS.


úJ
CUADRO! ,¡:..
TRIBUS DEL OCCIDENTE COLOMBIANO (SEGÚN TRIMBORN)

1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 19 20 21 22 23
1. Coconuco X X X X X X X X X
2. Timbía
3. Guambia X
4. Paez X X X X X
5. Aguales X

6. Jamundí X X X X

7. Timba X X X

8. Lile X X X X X X X X X X X X

9. Gorrones X X

10. Buga X

11. Pijao X

12. Chanco X X
13. Quimbaya X X X X X X X X X X X X X

14. Carrapa X X X X X X X X X

15. Picara X X X X X X X X X X
¡;
.•

16. Pozo X X X X X X X X X X X X X
Cfl
17. Paucura X X X X X X
d
18. Arma X X X X X X X X X X X X X X
~lTl
19. Anserma X X X X X X X X X X X X X X X X X
n
20. Caramanta X X X X X X X X X X X X X o
:z:O·
21. Cartama X X X X
22. Cori X X X X X X n~
23. Iraca X X X X >
><
24. Cenufara X X Cfl
o
25. Murgia X X X n
:;
r-'
(Continuaci6n Cuadro 1)
(n
o
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 19 20 21 22 23
n
lTl
o
26. Aburrá X X X X >
o
27. Toryura
28. Corume X ~¡;:;·
29. Penco X
ztT1
30. Hevéjico X X X X X X X >
31. Nore X X X x, X X X X X X X
-<
(/)

32. Tatabe X X X X X
e:
tT1
33. Dabeiba <
o
r
34. Guaca X X X X X X X X X X x e:
n
35. Abibe X X X 5,
36. Catío X X X X X X X X X
z
>ti
37. Buriticá X X X X X X X X X
o
(/)

38. Pequi X X X X X X

~
39. Norisco o::<:!
40. Huango X X X
41. Guacuceco
.
X X X X X X X
42. Guarcama X X X X X
43. Nutave X X X X X X X X X
44. Tahami X ... X X

1. Endogamia (de consanguinidad) 9. Explotación de oro 17. Mazas (macanas)


2. Poligamia (de caciques y nobleza) 10. Explotación de oro en filones 18. Lanzas
3. Mujeres con ofrenda funeraria 11. Sacerdotes 19. Da~dos
4. Sucesión de los sobrinos 12. Nobles 20. Hondas
5. «Casas grandes» 13. Esclavos .21. Tiradera
6. «Cercados» 14. Realeza con atributos 22. Arcos
7. Producción de mantas finas 15. Focos de resistencia a los españoles 23. Canibalismo
8. Producción de sal 16. Prestadón personal de los súbditos úJ
CJl
-,--

36 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL I

algunos casos señalan más bien el proceso de descomposición que se había


operado en la sociedad original. Para los grupos marginales los testimo-
nios históricos son todavía más tardíos. Algunos de estos grupos fueron
conocidos en el curso _del siglo XVI pero muchos permanecieron ignorados
hasta el siglo XVII.
En el caso excepcional del reino chibcha existen numerosos testimonios
de ambos tipos. Los cronistas no sólo fueron atraídos por la descripción de
guerras y rivalidades entre los reinos chibchas sino que a través de ellas
entrevieron un proceso integrador. El esquema más conocido señala las
jerarquías de los grandes cacicazgos frente a unidades subordinadas o que
conservaban todavía cierto grado de autonomía. Es posible que en la con-
solidación del reino chibcha hayan jugado presiones externas o factores de
saturación demográfica.
Testimonios más confiables confirman en detalle las descripciones de
los cronistas. Una encuesta ordenada en 1543 por Alonso Luis de Lugo 10
señala la exteµsión de dos grandes cacicazgos. El cacique de Duitama de-
claró haber tenido cuarenta capitanes sujetos en el momento de la entrada
de los españoles y el cacique de Sogamoso declaró haber tenido treinta y
cuatro. Testimonios contenidos en las visitas a partir de 1572, cuando se
efectuó la visita de Juan López de Cepeda, hasta las visitas de Miguel de
Ibarra y de Luis Henríquez en 1593 y 1600, confirman también la sujeción
de caciques en Tunja y de capitanes de Santa Fe a los señores de Bogotá,
Ramiriquí, Duitama y Sogamoso11 • Una estructura parecida existía en el
reino vecino de los laches, separado de los reinos chibchas por el río So-
gamoso.
Los términos de la provincia de Tunja incluyeron originalmente los do-
minios de los caciques de Ramiriquí-Tunja, Duitama y Sogamoso. El domi-
nio más importante, de Ramiriquí-Tunja, fue el primero en desintegrarse
debido a la fundación de la ciudad en el sitio mismo que ocupaba su cen-
tro. Hacia 1562, ei grupo indígena de Ramiriquí apenas era una encomien-
da mediana (de 500 tributai:ios), a comienzos del siglo XVII hacía parte del
corregimiento más diezmado en población, el partido de Tenza, y en 1636
estaba casi extinguido.
Las visitas de los oidores efectuadas en el siglo XVI dejaron testimonio
de la autonomía de Duitama y Sogamoso. Al menos poseían sus propios

10 AGI. Justicia L. 115, citado por J. Friede en «Algunas consideraciones sobre la evolución
demográfica de la provincia de Tunja», en ACHSC. N2 3, Bogotá, 1965, pp. 17 y ss.
11 Cf. Hermes Tovar, Documentos sobre tributación y dominación en la sociedad chibcha, Bogotá,
1970.
LA SOCIEDAD INDÍGENA Y SU EVOLUCIÓN POSTERIOR 37

feudatarios e inclusive se menciona el hecho de que el cacique de Coaza


era nombrado por el de Sogamoso12• El grado de sujeción de los diferentes
grupos indígenas a los grandes cacicazgos, sin embargo, no puede ser pre-
cisado, ni lo fue tampoco en el siglo XVI. Sogamoso y Duitama se contaron
entre los primeros repartimientos colocados directamente bajo la Corona,
después de que Alonso Luis de Lugo se apropió el de Duitama ejerciendo
arbitrariamente su poder como gobernador. En adelante, los encomenderos
de los repartimientos vecinos trataron de restar importancia al primitivo
dominio de estos dos caciques para impedir que sus propias encomiendas
cayeran bajo el dominio de la Corona. Así, al otorgar por primera vez la
encomienda de Duitama a Baltasar Maldonado, el capitán Gonzalo Suárez
le había desmembrado las capitanías de Tobasía y Tuche para otorgar una
encomienda más. En 1573, el cacique de Duitama, por medio de Juan de
Avendaño, elevó un alegato en el que sostenía tres puntos principales: pri-
mero, que el derecho de los caciques prevalecía sobre el de los encomende-
ros porque a éstos no les pertenecía la encomienda sino por el término de
dos vidas, en tanto que los caciques poseían una autoridad tradicional des-
de antes de la venida de los españoles. Segundo, que un mismo pueblo
podía pagar tributo a varios encomenderos sin que fuera preciso desmem-
brarlo. Y tercero, que el rey de España reconocía la autoridad de los caci-
ques y por eso había otorgado rentas a Moctezuma, para indemnizarlo de
la pérdida de su señorío. El cacique alegaba una impo;tancia parecida a la
del emperador azteca y pedfa que se le restituyeran los términos de su
primitivo dominio13 .
La capitanía de Tuche, que el cacique de Duitama sostenía ser suya, era
disputada también por_ los indios de Busbanzá. Éstos, o mejor, su encomen-
dero Diego Rincón, sostenían en 1559 que hacía 20 años (¿ 1539?) el capitán
Baltasar Maldonado los había despojado con violencia de este señorío y lo
había pasado al caciqu~· de Tobasía. El capitán Maldonado -quien había
debelado una revuelta indígena-:- inspiraba tanto temor a los indios que
éstos no habían osado reclamar. La encomienda pasó así a Juan de Quin-
coces de la Llaña por un arreglo (posiblemente una venta) con el capitán,
y en 1569 a Antón Rodrígúez Cazalla14 • ·
De manera parecida, Antonio Bravo Maldonado (sucesor de Pedro Bra-
vo de Molina) sostenía en 1586 que el principal y los indios de Tutasá, que

12 AHNB. Vis. Boy., t. 2 f. 526 r., t. 4 f. 382 r., t. 13 f. 217 r., t. 17 f. 904 r., t. 15 f. 60 r.
13 Ibid. Cae. e ind., t. 48 f. 685 r.
14 Ibid. f. 684 r.
38 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL 1

estaban en poder del cacique de Sogamoso, eran naturales y sujetos del


cacicazgo de Tópaga, su encomienda. Bravo Maldonado afirmaba que .
... aunque el cacique de Sogamoso, antes de los cristianos entrasen en esta
tierra, era señor universal del partido de Tunja, era de tal manera que no
todos eran sus capitanes sino que los caciques como Tópaga y otros tenían
sus capitanes conocidos que les acudían a los tales caciques con los dichos
15
reconocimientos de labranzas y servicios, y no el cacique de Sogamoso ...
. 1

Como se sabe, el reconocimiento de la autoridad de los caciques entre


los chibchas se traducía en el pago de algunas prestaciones en trabajo o en
especie. Los sujetos ayudaban a levantar el cercado del cacique, le hacían
labranzas o le contribuían con oro, mantas y coca. El texto citado sugiere
que existían instancias de autoridad y que los caciques tributaban directa-
mente al señor de Sogamoso (o de Duitama y Tunja) pero que, a diferencia
de los capitanes sometidos inmediatamente a la autoridad de este cacique,
ellos gozaban también del reconocimiento de otros capitanes. En la época
colonial sólo vino a reconocerse esta dependencia directa, en tanto que se
ignoraron los vínculos en formación de los grandes cacicazgos.
La provincia de Tunja incluía también otros grupos no chibchas que
fueron anexados a la jurisdicción de la ciudad en expediciones posteriores
a 1540. Así, el del cacique del Cocuy, compuesto de indios laches a los que
se agregaron más tarde indios tunebas. Estos últimos ascendían por la cor-
dillera desde los llanos, y posiblemente algunos grupos aislados cambia-
ron su forma de vida nómada por un asentamiento estable, debido a la
influencia de laches y chibchas. Los laches, d~scritos en Aguado como gen-:
te más belicosa que los chibchas 16, debían sostener con éstos relaciones al-
ternativamente hostiles17 y de comercio, sobre todo de coca que se cultivaba
en territorio lache18 . .
También ~l dominio del cacique de Moniquirá y Saquertcipa (en donde
se fundó Villa de Leiva en 1572) parece haber sido independiente, o al me-
nos haber gozado de una mayor autonomía 19 . Otros indios, los teguas,
que procedían de los llanos, se sometieron al dominio de los indios de
Tata o al cacique de Sogamoso20 . Éste sostuvo un pleito hacia 1550 con

15 Ibid. Ene., t. 14 f. 281 v.


16 Aguado, Recopilación, cit., I, p. 332.
17 AHNB. Vis. Boy., t. 9 f. 19 r.
18 Ibid. t. 12 f. 271 r.
19 Ibid. t. 7 f. 569 r.
20 · Ibid. t. 4 f. 417 r. f. 479 r.
LA SOCIEDAD INDÍGENA Y SU EVOLUCIÓN POSTERIOR 39

Pedro Niño por la capitanía de Morcote. La Audiencia falló a favor del


cacique pero el proceso se perdió en el incendio de la casa del escribano
Alonso Téllez, por lo cual el fiscal Venero volvió a pedir la restitución para
21
el cacique en 1551 • .
Sylvia M. Broadbent ha examinado con exactitud la organización inter-
22
na de los grupos locales en la sociedad chibcha . La investigación concentra
su atención en las subdivisiones de estos grupos, identificadas en los docu-
mentos como parcialidades, capitanías o partes. Es evidente, como lo afirma la
autora, que las designaciones españolas son equivalentes, puesto que se utili-
zaban indistintamente para designar el mismo fenómeno. A la cabeza de cada
parcialidad había un capitán con cuyo nombre, en ocasiones, se distinguía al
grupo entero. Lo mismo ocurría, con los cacicazgos, al menos en los títulos de
los primeros otorgamientos de encomiendas.
Ahora bien, ¿cuál era la naturaleza de estos grupos? Broadbent rechaza
- -con argumentos antropológicos- la tesis de Guillermo Hernández Ro-
dríguez, quien afirma que se trataba de clanes exógamos. Ella, por su par-
te, adelanta dos hipótesis. Por un lado, las relaciones de los capitanes
con los caciques habrían sido las de feudatarios. También, que las capita-
nías constituían unidades territoriales. Ambas hipótesis describen bien la
situación pero no son conclusivas respecto a la formación o a la evolución
de estos grupos. Al examinar el proceso histórico de las capitanías, for-
zado, es cierto, por la intervención de la sociedad española, se observa la
transformación de primitivos cacicazgos en partes o•capitanías de otros.
Puede suponerse un proceso· similar en la sociedad chibcha anterior a la
Conquista, es decir, la sucesiva incorporación de unos cacicazgos a otros
en calidad de partes. Existen indicios de que la sucesión de los capitanes
era análoga a la de los caciques, es decir, matrilineal. En uno y otro caso, la
sucesión del señorío recaía en el hijo mayor de la hermana (también ma-
yor) del cacique o del capitán. Así lo reconoció el presidente Sancho Girón
al otorgar el título al capitán de Chachetiba, par~ialidad de Sogamoso, en
contra de las pretensiones de un hijo del capitán anterior23 .
Que los capitanes hubieran tenido en alguna época la autonomía de que
gozaban los caciques proporciona un indicio de cómo se estaba llevando a
cabo la integración de la sociedad chibcha a la llegada de los españoles.
Esta autonomía no se había perdido del tddo en la época histórica y por eso
los capitanes solían separarse de los cacicazgos cuando surgían disensio-

21 Ibid. Ene., t. 24 f. 587 r. ss.


22 Cf. Sylvia M. Broadbent, Los chibclzas. Organización socio-política. Bogotá, 1964.
23 AHNB. Vis. Boy., t. 8 f. 616 r.
40 HISTORIA ECONÓMICA Y

nes internas, trasladándose con todos sus indios a otro repartimiento.


bién explica por qué a cada capitanía correspondía una unidad
que distanciaba a las diferentes partes entre sí. Si bien en torno al ce:rca1do i
del cacique existía el principio de un asentamiento nuclear, el primer tipo
integración que intentaron los españoles (hacia 1560) fue precisamente
de las capitanías, que entonces se hallaban asentadas a distancia del
principal.
De los testimonios contenidos en las visitas aparece claramente que los
vínculos externos de cohesión en la sociedad chibcha fueron rotos en pro,
vecho de la encomienda. Cada comunidad, que había tributado
mente a un señor, se veía ahora sujeta a un encomendero individual. Es
probable que en los primeros años de la dominación española los antiguos
señores se hayan servido de sus propios vínculos de dominación para des-
cargar el peso de los tributos en sus capitanes. En 1544, el cabildo de Tunja
se quejaba de que muchos de los caciques principales,

por no venir a servir a sus amos que los tienen encomendados ... en su lugar
y por ellos envían a indios esclavos de baxa suerte para que los tales escla-
vos se nombren caciques y en fama de tales sirvan a los dichos sus amos
(con ~l tributo) ...
24

La supuesta malicia de los caciques no era sino un acto de prudencia.


En muchas ocasiones los encomenderos los sometían a tortura para obte-
ner la revelación de un enterramiento y era natural que los jefes-prefirieran
que sus sujetos corrieran este riesgo. Los caciques alentaron también entre
sus vasallos el espíritu de insumisión. Alg1mos incitaban a los indios los
días de mercado a que no pagaran oro a los españoles y se menciona al
cacique de Guatavita que se resistió cuatro años al pago del tributo.
Con la sustitución del poder que introdujeron los ocupantes españoles,
las capitanías primitivas perdieron importancia como eslabones en la jerar-
quía de la sociedad indígena. Los encomenderos emplearon a los capitanes
para cobrar los tributos de.los indios que les estaban sujetos directamente.
Como un reconocimiento a su autoridad, las tasas eximieron a los capita-
nes del pago del tributo. Ellos recibían también los salarios que el encomen-
dero adeudaba a la comunidad por trabajos colectivos (siegas, desyerbas),
o más frecuentemente, se les descontaban de los tributos que de_bían entre-
gar. Estas funciones pudieron atraer la des_confianza y el desconocimiento

24 «Cabildos de la ciudad de Tunja». Libro Segundo. En Revista Archivos. ACH. Vol. I,


Nº 1, enero-junio de 1967. Bogotá, p. 10.
LA SOCIEDAD INDÍGENA Y SU EVOLUCIÓN POSTERIOR 41

de su autoridad de parte de los indios 25 . En adelante necesitaron de un


título de parte de las autoridades españolas para ejercerla. El progresivo
endeudamiento de las comunidades indígenas en razón de tributos que no
podían satisfacer porque pertenecían a indios ausentes o huidos volvió el
cargo insoportable y muchos pidieron ser relevados de 1650 en adelante 26 •
También fueron frecuentes los casos en que se incluyeron capitanes en las
listas de tributarios. Inclusive el visitador Valcárcel (1635-1636) llegó a su-
primir capitanes en Cómbita, debido a que los indios habían disminuido a
tal punto que bastaba un cacique para gobernarlos 27 • Las agregaciones de
pueblos, realizadas a partir de 1602, constituyeron nuevas capitanías al
incorporar como capitanes dentro de un pueblo «agregado» a los que ha-
bían sido caciques. Estos nuevos capitanes conservaron la función de co-
brar tributos hasta el siglo xvrn.
La, ocupación española modificó también la pertenencia a lás parciali-
- dades (que se daba por línea materna), lo mismo que las reglas de residen-
cia. El interés de los encomenderos entraba a menudo en conflicto con una
estructura social del todo extraña y, por tanto, tendían a modificarla en su
provecho. Si bien la residencia podía ser indistintamente patrilocal o ma-
trilocal, el marido debía en todo caso pagar el tributo a la capitanía o al
cacicazgo a los que perteneciera por línea materna. Según el cacique de
Soracá, en 1572,
... conforme a nuestro estilo y fuero, que de tiempo inmetnorial lo tenemos,
los hijos han de seguir el vientre ...

En otro memorial volvía a repetir el argumento, sin duda en interés de


su encomendero y por iniciativa de éste (el cacique era chontal y por lo
tanto no sabía escribir):

... porque fueron es y t,Iso y costumbre que aunque la madre esté casada y
resida fuera de su natural y en extrañas tierras, tódos sus hijos y descen-
dientes de ella sirven a su cacique y natural que la mujer no puede ser me-
nos de seguir la voluntad de su marido, ni nosotros la podemos quitar, y
esto es costumbre probada y usada y guardada en toda la comarca y per-
vertir este orden y fuero sería ir en gran damnificación de toda la tierra y
28
se acrecentasen muchos pleitos y daños ...

25 AHNB. Vis. B01;., t. 13 f. 636 r.


26 Ibid. Cae. e ind., t. 10 f. 80 r., t. 18 f. 247 r.
27 Ibid. Vis. Boy., t. 14 f. 698 r.
28 Ibid. t. 9 f. 795 r. f. 798 r.
42 HISTORIA ECONÓMICA Y

Es lógico pensar que los encomenderos tendieron a restringir las


bilidades de la residencia matrilocal y aun de las uniones exogámicas. En
el primer caso corrían el riesgo de perder el tributo de un indio
Pero si la mujer seguía la residencia del marido, otro encomendero r<>Tlr"h,,_
que entrar a discutir la pertenencia de los hijos. Este tipo de conflictos
muy frecuente y por eso es posible que las restricciones introducidas
los encomenderos hayan contribuido a la declinación de la población indí-
gena29. . .
La acción de la Iglesia y las conveniencias de obtener un control político
y económico más efectivo de los pueblos indígenas indujeron a modificar
otro aspecto de su estructura social: las formas de asentamiento. La
insistía en la necesidad de congregar a los indios dispersos, para facilitar
la labor de los doctrineros; y las autoridades, por su parte, consideraban
esencial un proceso rápido de aculturación, introduciendo prácticas de
«policía» y «civilidad». La motivación económica era quizá más apremian-
te, aunque se aludiera mucho menos a ella, pues era preciso agrupar
tingentes de mano de obra y estimular la producción indígena.
Los reiterados esfuerzos de la administración española por reducir a los
indígenas a poblaciones, dan una idea de los patrones de asentamiento de
los chibchas. La lectura de los cronistas ha sugerido la existencia de
sos poblados, pero la descripción es siempre demasiado vaga como para
poder concluir que no se trata de una metáfora. En el curso de. las visitas,
en cambio, los doctrineros se quejaron de que los indios andaban disper-
sos, junto a sus labranzas. Aunque tales testimonios son tardíos (1595-
1602), por esta misma razón refuerzan la idea de la insignificancia original
de las aldeas nucleadas, si se tiene en .cuenta la actividad desplegada por
la administración española para poblar a los indios, es decir, reducirlos a
ciertos patrones similares a los de la vida municipal. Luis.Henríquez quiso
introducir de manera sistemática estos patrones y fracasó ante la obstina-
ción de los indios que querían permanecer junto a sus labranzas.
Esta resistencia se explica, en parte, por la presión que ejercían los es-
pañoles sobre las tierras no utilizadas inmediatamente por los indígenas.
Es posible, también, que las exigencias de mano de obra y de tributos con-
tribuyeran a dispersar Ta población. En la visita de Juan López de Cepeda
(1572) se mencionaban indios «arcabuqueros», es decir, cimarrones, que
huían del tributo y de las imposiciones deja vida española. Los encomen-
deros solían quejarse de que la resistencia de los indios a poblarse provenía

29 Ibid. t. 12 f. 322 r. f. 708 r.


LA SOCIEDAD INDÍGENA Y SU EVOLUCIÓN POSTERIOR 43

de su aversión por el adoctrinamiento y el deseo de reunirse en lugares


30
apartados para poder celebrar libremente sus ritos paganos • Pero todas
estas situaciones eran más o menos excepcionales, como la de los indios
que huían a otros repartimientos para refugiarse de las exigencias desme-
suradas o de las crueldades de un encomendero en particular. El fenómeno
de la dispersión era mucho más general y no puede identificarse con cir-
cunstancias más o menos fortuitas. Al contrario, los testimonios que ha-
blan de indios asentados en aldeas nucleadas sugieren siempre la idea de
la acción administrativa española. Paradójicamente, estas concentraciones
se originaron a raíz de la alarmante disminución de la población indígena~
La política de los poblamientos, iniciada en el siglo XVI y sistematizada a
partir de 1602, era un intento para procur~r cierta densidad de los asenta-
mientos indígenas, que evitara su desmoronamiento.
· No cabe duda, eso sí, de que originalrr}ente existió un principio de con-
centración en torno a los cercados de los,·caciques. Con todo, la existencia
de partes o capitanías, identificadas con ia posesión de tierras de labranza,
introducía una cierta variedad en los patrones de poblamiento. Así, puede
afirmarse de manera general que la cohesión de la sociedad chibcha está
indicada por estas modalidades contradictorias. En unos casos se daba un
principio de nucleización que dependía de la autoridad de cacique (y que
podría identificarse con su importancia), en otros la existencia de capita-
.
de estas entidades.
.
nías significaba la presencia de una fuerza centrífuga, según la autonomía

Naturalmente, la hipótesis de la dispersión depende de t'estimonios


tardíos: Como lo afirma Broadbent, sólo una evidencia arqueológica puede
dar una respuesta definitiva sobre este asunto. Por el momento, sólo cabe
inclinarse a una respuesta eri que se dé más o menos énfasis al problema
de la nucleización en torno a los cercados de los caciques, es decir, al grado
de integración política. ~especto a la manera de cómo se daba esta nu-
cleización, sólo se ha encontrado un testimonio documental relativamente
temprano que cabe mencionar. A fines de 1544, el adelantado Alonso Luis
de Lugo ordenó una visita a los pueblos de la provincia de Tunja con el
objeto de averiguar el tamaño de las encomiendas y si los indios recibían
malos tratamientos de sus encomenderos. En enero de 1545, Hernando de
Garabay, encargado de la visita, interrogó a los caciques de Ocavita y Tu-
pachoque, encomienda de Mateo Sánchez Cogolludo. Los dos pueblos es-
taban ubicados en la parte más septentrional de la provincia, sobre la

30 Ibid. t. 4 f. 499 r., t. 14 f. 904 r.


44 HISTORIA ECONÓMICA Y

margen izquierda del río Sogamoso, es decir, confinando con el territorio


de los laches. Las respuestas de los caciques y de los capitanes fueron si<
milares, indicando claramente la existencia de viviendas multifamiliares/
en cada pueblo seis u ocho bohíos, con cuatro y cinco familias cada unoi .
según el modelo arawak31 •

Bandas y tribus: el caso de los muzos y de los chitareros

El asentamiento español en el Nuevo Reino coincidió, en principio, con los


límites del reino chibcha y de sus zonas de influencia (las regiones de gua-
nes y laches, por ejemplo). La hostilidad que existía por parte de grupos
que no tenían acceso al altiplano fue heredada por la sociedad española ...
Esta hostilidad contribuyó también a la fijación y al sometimiento de los
chibchas, inmovilizados en la meseta por la presencia de sus enemigos tra-
dicionales en las vertientes y en las regiones bajas. La reducción de estos
grupos (muzos, panches, coyaimas, natagaimas y pijaos) fue mucho más
costosa que la de los chibchas. La necesidad de tener acceso al río Magda-
lena (a través de Rionegro y el camino del Carare), y de comunicarse con
el occidente (a través de Neiva y 'fimaná o de Ibagué-Cartago) indujo a los
españoles a verdaderas guerras de fronteras que sólo terminaron en las
primeras décadas del siglo XVII.
La primera frontera en ceder fue la de los muzos, al noroeste del Nuevo
Reino. Hacia 1560, estos indios estaban completamente sometidos y redu-
cidos a encomiendas. En 1584, el oidor Guillén Chaparro pract.icó entre
ellos una visita y los indios declararon que -ellos

... no pagaban ni han pagado tributos a caciques ni capitanes, porque entre


ellos nunca jamás hubo ni tuvieron caciques naturales ni extranjeros en quien
reconocer vasallaje, y si hubo algunos capitanes entre ellos ·fue en tiempo
de guerra y para sólo efecto de la guerra, así para ganar la tierra a los moscas
32
como para defenderla de·los españoles ...

Estos indígenas que hacían presión sobre los chibchas apenas alcanza-
ban el nivel de la banda. Según sus propias declaraciones,

31 !bid. Cae. e ind., t. 24 f. 564 r.


32 AGI. Patr. L. 196 r. 15. Documentos reproducidos por J. Friede bajo el título «Informe
colonial sobre los indios de Muzo», en BCB. Vol. XI, Nº 4. Bogotá, 1968, pp. 36-46. Cf pp.
40-41.
LA SOCIEDAD INDÍGENA Y SU EVOLUCIÓN POSTERIOR 45

... nunca estuvieron poblados juntos en forma de pueblo sino por sus par-
cialidades que son parentelas o barrios, porque como fueron indios que
viniendo ganando la tierra andaban en la guerra, y así como iban ganando
la tierra a los indios moscas así se iban rancheando en ella, gozando de sus
labranzas y labores y rozas que ganaban a los contrarios, y así cada parcia-
. 1 . , 33
lidad se que d ab a con 1o que me3or es parecia ...

Al practicar el reparto de las encomiendas, los españoles debían apro-


vechar esta precaria estructura social de algún modo y así procedieron a
repartirlos «por sus apellidos» 34 . Aún más, los encomenderos introdujeron
innovaciones calcadas de la estructura más compleja de los chibchas e ins-
tituyeron «capitanías» destinadas a regimentar el trabajo de los indios. La
imposición del trabajo forzado modificó también profundamente no sólo
el carácter de esta sociedad sino sus relaciones con los chibchas. Antes de
la llegada de los españoles, los muzos se encontraban en vías de expánsión,
a costa de territorios vecinos de los chibchas y de los guanes35 . La conquis-
ta y la necesidad de pagar un tributo impusieron la producción de exce-
dentes agrícolas que debían entrar en un circuito económico. Por esto, al
mismo tiempo que los indios se.quejaban de la dureza del trabajo en los
cultivos de maíz y de algodón señalados por los encomenderos, afirmaban
que ahora sostenían relaciones comerciales con los chibchas, sus antiguos
enemigos, intercambiando maíz, frutas, resina y algodón36 •
Más al norte, en la provincia de Vélez y en la de Ppmplona, existieron
grupos organizados en comunidades aldeanas autónomas, que no recono-
cían una instancia más alta que la del señor de cada comunidad37 .
Aguado hace una descripción más o menos detallada de los pi:imitivos
habitantes de Pamplona38 • Escribía según su propio testimonio en 1574,
apenas 25 años después de la ocupación. Esta descripción sería irrecusable
si se hubiera basado en una observación directa y atenta de la sociedad en
cuestión. Sin embargo, e~ mismo Aguado dependía, a pesar de ser contem-
poráneo, de relatos orales recogidos de testigos: Por esta razón parecen
dudosas sus afirmaciones (al menos en presencia de una información más
detallada contenida en fuentes documentales) acerca de la organización
social de los indios que los· españoles llamaron chitareros.

33 Ibid.
34 Ibid. p. 43.
35 Ibid. p. 37. D. Fajardo, op. cit., p. 18.
36 Ibid. Friede, p. 46.
37 !bid. Fajardo, p. 16.
Aguado, Recopilación I, p. 465.
46 HISTORIA ECONÓMICA Y

Según Aguado, los naturales del valle del Zulia -y en general de


la provincia- no tenían cacique y cada pueblo obedecía al indio más
y más valiente y lo seguía como capitán en sus guerras 39 • El cronista
referirse a la ausencia de una organización social compleja -como la
cha-, con la cual estaba mucho más familiarizado. No existía, es
una jerarquía centralizadora entre los distintos «pueblos» de la
y aun es posible que en ésta coexistieran grupos heteróclitos. Pero había
cierto grado de unidad, como lo demostró el «poblamiento» llevado a
en 1623 por el oidor Villabona Zubiaurre, el cual pudo reunir a todos los
indios en diez doctrinas cuyos miembros estaban ligados por vínculos de
parentesco y hablaban la misma lengua o dialectos afines.
En cuanto a la organización social misma, no debe descartarse la com-
plejidad dentro de los grupos. Los autos de la visita de Cristóbal Bueno,
realizada en 1559, es. decir, apenas diez años después de la ocupación es-
pañola, sugieren la existencia de una jerarquía, pues se mencionan por lo
menos 63 agrupaciones en las que había más de dos «capitanes», y en oca-·
siones se designan como «cacique» y «capitanes» o «caciques» y «principa-
les». La falta de uniformidad en las designaciones, tanto como el hecho de
que en cada caso el visitador hubiera tenido que valerse de un intérprete
(o «lengua») -el mismo para varios «pueblos»-, muestra por lo menos el
desconcierto que existía entre los españoles frente a los primitivos habitan-
tes de la provincia.
Los autos de la visita de Beltrán de Guevara -que se llevó a cabo 52
años después de la ocupación-, y los inter!ogatorios que contestaron los
caciques, son mucho más explícitos en cuanto a la organización social de
los chitareros. El lapso transcurrido, sin embargo, introduce un elemento
de incertidumbre respecto de la realidad a la que se referían las declaracio-
nes. Es posible discernir los restos de una organización so.éial, pero al mis-
mo tiempo se puede sospechar que el contacto español la había alterado
por completo. Esta ambigüedad permite inclinarse hacia la primera alter-
nativa, si se considera que el proceso de aculturación fue tan lento que
todavía el visitador debía valerse de intérpretes. Es cierto que todos los
indios estaban sujetos á una encomienda pero aún vivían entre arcabucos
y sierras, sin que hubiera sido posible reducirlos a pueblos. Los esfuerzos
por adoctrinarlos tampoco eran excesivos puesto que el cura doctrinero
sólo podía permanecer algunos días en cada parcialidad.

39 !bid.
LA SOCIEDAD INDÍGENA Y SU EVOLUCIÓN POSTERIOR 47

Con todo, las respuestas mismas de los caciques no son uniformes. En


veinte interrogatorios en los cuales los caciques respondieron a la pregunta
que se refería a la manera de suceder en el cacicazgo y sobre si pagaban o
no tributo a los caciques, trece respondieron que sucedían los sobrinos ma-
ternos. De los veinte, solamente once admitieron que los indios les hacían
alguna labranza en reconocimiento de su autoridad y dos mencionaron el
pago de tributos en mantas, antes de la venida de los españoles.
En cada caso los caciques afirmaron que así tenían entendido que ocu-
rría antes de que vinieran los españoles. Esta tradición parece muy incierta
y los indios no estaban de acuerdo siquiera sobre la autoridad del cacique.
En tanto que los de Loatá respondieron, por ejemplo, que cuando moría un
cacique hacían cacique a su hijo,·
40
... y tenía señorío en los indios y respetaban como a tal señor ...

- los de Taqueroma afirmaron que no pagaban nada al cacique antes de que


vinieran los españoles, porque
. 1e tuvieron
.. 41
... siempre poco respe t o ...

En algunos casos, el olvido por parte de los indios era completo. Así, el
cacique de Tapagua declaró que él había sucedido a un hermano. No sabía
cómo había operado la sucesión en tiempos antiguos, pero ahora, cuando
mona , un cacique,
. 1o suce d'ia e1 panen
. t e mas
, cercano42 ,
Todos los testimonios, a pesar de estas incertidumbres, coinciden en
afirmar el caráeter hereditario de la sucesión. Este carácter aparece subra-
yado por un incidente que se registró en el pueblo de Laverigua. Los indios
declararon allí que no tenían cacique ni persona digna de ocupar el puesto,
ya que se habían muerto todos los principales. El visitador les preguntó
que a quién querían por cacique y «unánimes y conformes» los indios nom-
braron a un indio llamado Pedro, cuyo mérito consistía en haberse casado
con la viuda del cacique.No hay duda de que esta alianza parecía legitimar
en alguna manera la sucesión puesto que, según el recuento practicado en
la visita, Pedro tenía apenas 24 años, y.la viuda ¡60! 43
Aguado menciona tamDién los productos cuyo cultivo y cuyo comercio
constituían la vida económica de la región. Excluye el oro que, efectiva-

40 AHNB. Vis. Sant., t. 5 f. 534 r.


41 Ibid. t. 8 f. 510 r.
42 Ibid. t. 3 f. 44 r.
43 Ibid. t. 5 f. 93 r.
48 HISTORIA ECONÓMICA Y

mente, los españoles descubrieron y explotaron sólo después de 1551 44•


noticia de Aguado coincide con las observaciones de la visita de Cristóbal
Bueno, practicada en 1559. Colocando los pueblos en el orden en que se
efectuó la visita, se observa el carácter homogéneo de ciertas regiones, te-
niendo en cuenta que los pueblos visitados eran contiguos. Todos los pue-
blos cultivaban maíz que, lo mismo que la papa, era el objeto más frecuente
de intercambio. Esta solidaridad en el traspaso de excedentes agrícolas era
posible por una especie de monopolio en algunos de los pueblos del cultivo
de la bixa (achiote) que Aguado menciona -junto con el algodón- como; .•·
producto de rescate, es decir, como moneda45 • Los españoles aprovecharon
las posibilidades de comercialización de estos artículos y por eso algunos
encomenderos declararon que recibían panes de bixa en pago de las demo-
ras. También lasa.lera producto de rescate aunque al parecer sólo tres pue-
blos, ubicados en la parte más meridional de la provincia, actuaban como
intermediarios entre los indios de toda la zona y los productores, posible-
mente los indios del Cocuy. La artesanía muestra también un cierto grado
de especialización pues sólo algunos pueblos se ocupaban del cultivo de
algodón. La confección de mantas de lana, alfarería, mochilas, etc., estaba
concentrada en la región del valle de Labateca y sus cercanías.
Según el cronista, los indios vivían en valles que tendían «más a calien-
tes que a fríos», observación que coincide con los datos obtenidos de la
visita de 1559. Dadas las características topográficas de la región de Pam-
plona, no es extraño que el visitador observara casi siempre que los indios
andaban poblados entre sierras, en las faldas de las montañas y casi total-
mente dispersos. Sólo una vez, al descubrir los pueblos de Bichaga, Caraba,
Reuta y Tabarata -encomendados a Pedro Quintero- el visitador pudo
notar que la tierra era
46
... toda una, cercanos los unos de los otros ...

Es posible que en los diez años que habían transcurrido desde la ocupa-
ción los encomenderos hubieran logrado desalojar parcialmente a los indios
de los valles estrechos y de las vegas de los ríos. Estos valles (Labateca,
Arboledas, Cámara, Rabicha, Chopo, Valegra, Chinácota, etc.) imponían
una cierta concentración, y por eso más del 80% de los habitantes se ubican

44 En la edición de Aguado aparece erróneamente 1561. Cf. Recopilación I, p. 476.


45 Ibid. p. 466. «.. .los rescates de que estos indios usan en algodón y bija, que es una semilla
de unos árboles como granados, de la cual hacen un betún que parece almagre o berme-
llón con que pintan los cuerpos y las mantas que traen vestidos... ».
46 AHNB. Vis. Sant., t. 3 f. 780 v.
LA socIEDAD INDÍGENA y su EVOLUCIÓN POSTERIOR 49

n las descripciones en tierras templadas, otros en climas cálidos y sólo


~os pocos (más tarde reunidos en la doctrina de Silos) en tierra fría.
Aguado encuentra varias coincidencias entre estos indios y los muiscas.
Vestían, como ellos, mantas de algodón, eran idólatras y tenían
... santeros o mohanes que hablan con el demonio, el cual les hace entender
que él hace llover, entre los cuales hay uno que es principal, y éste es un
capitán del pueblo llamado Cirivita, que los españoles llamaron Fontibón,
47
por la similitud que tiene a un pueblo de indios moscas ...

Finalmente, que sus cantos, borracheras y entierros eran como los de los
chibchas. En fuentes documentales existen indicios de poligamia pero sólo
entre los caciques. En 1572, el juez Juan Suárez de Cepeda interrogó a uno
de los caciques de Panaga y Tutepa y halló que tenía tres mujeres y seis
hijos. A estos mismos indios se les atribuía un conocimiento rudimentario
- de la astronomía y, según los intérpretes,
... cuenJ¡jm el año de dos partes porque cojen en cada doce lunas dos veces
maíz ...

Aculturación religiosa y creencias tradicionales

Los cronistas no ahorraron descripciones detalladas acerca de las creencias


religiosas de los pueblos americanos. El problema teolpgico de la revela-
ción los conducía naturalmente a especular sobre la carencia fundamental
de estos pueblos y aún suscitaba dudas en los más pertinaces teóricos si,
no estando al abrigo de la verdad revelada, se trataba realmente de seres
humanos. Por eso las o_bservaciones de fray Pedro Simón, por ejemplo,
muestran una especie de preocupación angustiosa por descubrir indicios
-aun los más leves o los más arbitrarios- capaces de establecer un paren-
tesco entre las creencias J,'eligiosas indígenas y la espiritualidad cristiana.
Evidente~ente, éste no era un pro"!:>lema indígena y el choque ideológico
no podía provenir sino de la exaltación o el excesivo celo religioso de los
europeos. El indígena se contentaba con oponer una resistencia pasiva,
cuya persistencia puede explicarse por la obstinación misma de los con-
quistadores.
Los mejores espíritus comprendieron muy pronto que la labor de evan-
gelización sería lenta y dependería más bien de su superioridad moral de-

47 Recopilación historial I, p. 466.


48 AHNB. Cae. e ind., t. 32 f. 361 r.
50 HISTORIA ECONÓMICA Y

mostrada con el ejemplo que de una extirpación violenta de las creencias


indígenas. Para la administración española, en cambio, las formas sociales
que revestían las creencias autóctonas eran una forma de desafío. En au-
sencia de cualquier vínculo con la ortodoxia cristiana, las prácticas rituales
de los pueblos indígenas no podían ser sino ofrendas diabólicas, ejercidas
vanamente para impetrar un poder de signo opuesto al de los mismos con-
quistadores.
En mayo de 1569, el visitador Juan:López de Cepeda comprobó que los.
caciques y principales de la provincia de Tunja continuaban con sus anti-
guas prácticas. Hasta entonces la labor de los doctrineros había sido muy
reducida y aun se había visto interrumpida casi radicalmente en 1558; a
causa de una gran epidemia de viruelas. La escasez de frailes era el prin-
cipal obstáculo, según los encomenderos, para que ellos pudieran cum-
plir con su obligación de adoctrinar a los indios. Sólo desde septiembre de
1569 se mencionan 40 religiosos de San Francisco y Santo Domingo que
hizo traer el presidente Venero de Leiva para que fueran efectivamente a
las encomiendas49 . Sin embargo, unos meses antes, López se mostraba sor-
prendido de que continuaran las prácticas de los indígenas, a pesar de que
se les hubiera predicado el evangelio. Por eso autorizaba a.los es¡
añales a
perseguir los santuarios indígenas y apropiarse de las ofrendas5 •
Desde el punto de visfa de la historia social deben destacarse más bien
ciertas circunstancias de las prácticas religiosas que su significación pro-
piamente dicha. Según el testimonio de don Alonso de Silva, el mestizo que
pretendía el cacicazgo de Tibasosa, la autoridad que exhibían los. caciques
dentro de la sociedad chibcha estaba ligada a tales prácticas. En ciertas
ocasiones, el cacique oficiaba de sacerdote o al menos hacía ofrendas pro-
piciatorias en nombre de la comunidad:

... asimismo, cuando hay alguna tempestad, o seca, o yelo de maíz, el tal
cacique ordena y hace c~erto sacrificio y mata a un niño, y ofreciendo la
sangre al ídolo falso que ellos tienen, y para la fiesta de dicho sacrificio hace
cierta borrachera, a la cual acuden todos los indios e indias sin faltar nin-
guno y todos ofrecen.oro y mantas en cantidad, así para el dicho cacique
51
como para el ídolo ...

49 Ibid. t. 63 f. 916 r.
50 Ibid. t. 70 f. 614 r.
51 Ibid. t. 61 f. 382 r.
LA SOCIEDAD INDÍGENA Y SU EVOLUCIÓN POSTERIOR 51

También se asociaba al reconocimiento de la autoridad del cacique el


rito de pubertad, puesto que el indio que quería ceñirse una manta de adul-
to debía entregar un presente de oro y mantas al cacique.
El licenciado López de Cepeda asociaba también de alguna manera la
autoridad de los caciques a la persistencia de los ritos indígenas. Según el
visitador, los indios dejaban de reconocer esta autoridad para no asistir a
la doctrina y andar vagando de unos pueblos a otros con sus ritos y su
comercio. Por eso ordenaba que los indios reconocieran la autoridad de sus
caciques y encargaba a éstos que persi~uieran los ídolos, tunjos, santua-
rios, ofrecimientos, mohanes y santeros 2 •
A esta vaga conciencia de una oposición fundamental que implicaban
las prácticas religiosas de los indígenas a las formas de policía cristiana,
vino a sumarse el oportunismo de funcionarios y encomenderos. La Con-
quista había reducido tales prácticas a una especie de actividad privada y
clandestina que hacía muy vulnerable a quienes las ejercitaban. De allí que
la persecución de santuarios en 1577 haya revestido la apariencia de una
cruzada implacable, no tanto contra prácticas supersticiosas sino como un
medio de acceder a tesoros ocultos hasta entonces. En esta cruzada inter-
vinieron los oidores Auncibay y Cortés de Mesa, el arzobispo Zapata de
Cárdenas, el arcediano y algunos clérigos y frailes. Según una averigua-
ción de 158253, los indios habían sido torturados y por esta razón el cacique
de Duitama se había suicidado. En sólo diez pueblos de 1
las jurisdicciones
de Tunja y Santa Fe se sacaron 44.129 pesos de oro de los santuarios indí-
genas y, no obstante, existía una presunción muy fuerte de que la mayoría
de las riquezas confiscadas a los indios no habían sido denunciadas.
Esta cruzada fue la más violenta y general contra los ritos indígenas. De
épocas posteriores apenas se encuentran testimonios aislados, en la mayo-
ría de los casos querellas interesadas de los encomenderos, que deseaban
deshacerse de algún cacique. Entonces los acusaban de prácticas paganas
y aun de hechicería. En 1580, el encomendero de E.enguazaque, Lázaro Ló-
pez de Salazar, acusó al cacique de haber envenenado a su mujer, Juana
Núñez. Según la evidencia que López pudo reunir en su contra, el cacique
había usurpado su cargo envenenando a todos los herederos. En el siglo
siguiente, Francisco Niño, encomendero de Sátiva, puso querella al caci-
que casi en los mism_os términos que en el caso anterior. Su mujer, doña

52 Ibid. t. 70 f. 616 r.
53 Cf. Ulises Rojas, El cacique de Turmequé y su época. Tunja, 1955. También Vicente Cortez
Alonso, «Visita a los santuarios indígenas de Boyacá, en 1577», Revista Colombiana de
Antropología. Bogotá, Vol. IX, pp. 199-273.
52

Francisca de Rojas, y él mismo habían enfermado porque el cacique


había dado yerbas. Sin fórmula de juicio, Jerónimo de Rojas, alférez
de Tunja y hermano de doña Francisca, envió al cacique a la
En 1595, en el curso de la visita de Egas de Guzmán, se hicieron
guaciones en Lenguazaque sobre la existencia de santuarios. El alcalde
dio declaró que ya había entregado uno a Juan Cerón, su encoime~nd.ern
que representaba sesenta pesos en ofrendas. Denunció enseguida a su
pio hermano y esta primera denuncia dio origen a otras más y a una
quisa detallada sobre la manera como se practicaban los ritos u l \..u¡,;,i::u;as:r
Según las declaraciones del alcalde, eran los indios viejos del pueblo
nes guardaban el lugar de culto llamado cuca,

... que en lengua española quiere decir casa santa ...

A nadie se permitía el acceso a este lugar,

... si no es el índio que tiene a su cargo el miralla, que en lengua de indios se


llama chicua, que en lengua española quiere decir sacerdote...

El indio chicua debía ayunar antes de entrar en la cuca. Allí ofrecía


meraldas y quemaba moque,

... que es el sahumerio que ellos tienen para los santuarios ...

En estos lugares se encontraron petacas con plumas y mantas ....,,,,,...,,,~.;:


utilizadas para el culto. La pesquisa da una idea tanto de las~~-·~~-·~·'""'"-ªº'''
de los santuarios como del interés cargado de expectativas que
ban en los españoles:
... preguntado si este confesante ha tenido y tiene sari.tu¡¡.rio o ha tenido
alguna iglesia de plum.ería a cargo y ha ido latrando y ofre.ddo al demonio
y cuántas veces, y qué otros indios la tienen y en qué tienen los dichos san-
tuarios, si son en oro o en mantas o en otros metales y qué orden se tiene en
guardar las dichas cosas, dijo:
Que es verdad que el confesante ha tenido a cargo y ha guardado una casa
de plum.ería que na.man casa santa y que ésta ha guardado desde niño, que
se la dejó un pariente suyo llamado Nebquesecheguya y que la orden que
tiene en guardar la dicha casa santa es que no ha de entrar allí ningún indio
ni india ni otra persona si no es el que tiene cuidado de guardarla, y ansíen
la casa de este confesante no entraba nadie, y que algunos años agora que-

54 AHNB. Cae. e ind., t. 24 f. 2 r. ss., t. 67 f. 874 r. ss.


53

y trementina, y que antes lo quemaban cada día y agora es año


a año y que no sabe por qué usa esto más de que lo aprendieran de sus
antepasados, y que en la dicha casa no entra nadie porque si entrase le
causaría enfermedad o alguna desgracia ... y que este confesante tenía un
santillo de oro y unas chagualas que le dejaron sus antepasados con la dicha
, 55
plumena ...

En la misma visita se hizo un proceso parecido contra el gobernador de


Iguaque56, en el que aparece en evidencia otra vez el carácter tradicional y
subrepticio de las prácticas rituales indígenas. Los santuarios constituían
legados cuyo cuidado se convertía en una especie de punto de honor para
quienes lo recibían. El visitador Henríquez encontró resistencia a su polí-
tica de poblamientos precisamente entre los indios viejos, quienes se reti-
raban a labranzas apartadas para poder gozar de esta libertad57 •
En 1635-1636, el cura de Oicatá-Nemuza denunció ante el visitador Juan
de Valcárcel a una pareja de ancianos que no acudían a misa por visitar un ,
ídolo que el doctrinero anterior había roto y que los indios habían pegado
con trementina. Gaspar de los Reyes, doctrinero de Monguí, pidió también
que se cortara de raíz el tronco de un árbol de cedro que, según él, los
indios adoraban58 • Sin embargo, el mismo Reyes hacía notar, respecto a la
imagen de la Virgen del Socorro,

... la general devoción que con esta sagrada y milagrosa imagen se tiene en
todo este Reino y en particular en estos distritos comarcanos y la mucha
gente que acude a novenas y romerías al consuelo y socorro de sus necesi-
59
dades ...

Los indios de Soaza habían entregado voluntariamente un santuario al


corregidor para que lo llevára a Santa Fe y lo hiciera fundir pues pensaban
dedicar el producto a cosas tocantes al servicio de Nuestra Señora de las
Nieves, de quien eran <:tevotos60 .
La vigilancia de los doctrineros pudo sustihtir más o menos las prácti-
cas religiosas de los indígenas al 'cabo de dos o tres generaciones. En algu-
nos casos se daban recurrencias, casi siempre por ausencia de doctrinero.
En marzo de 1634, por ejemplo, el cura de Chita, doctor don Pedro Guillén

55 Ibid. t. 16 f. 564 r. f. 570 v.


56 Ibid. Vis. Bay., t. 12 f. 836 v., t. 19 f. 775 r.
57 Ibid. t. 18f. 725 v.
58 Ibid. t. 4 f 404 r. SS.
59 Ibid. t. 8 f. 402 r.
60 Ibid. Vis. Tal., t. 2 f. 652 r.
54 HISTORIA ECONÓ:MICA Y SOCIAL f

de Arce instruyó un proceso a los indios por el uso ritual de un alucinóge-


no que se había traído de los Llanos.
Se trataba de indios del grupo lache, a quienes su cacique había induci-
do a tomar yapa para celebrar su elección en el cargo. El cacique, un indio
ladino de 19 años, había procedido por consejo de los ancianos y había
manifestado a los indios « ... que habían de hacer todas las cosas de sus an-
tiguos», a pesar de que hacía cosa de 30 años que la práctica había sido ..
abolida por los doctrineros.
Los indios se reunieron de noche en un bohío en donde se había ahor-
cado un viejo indio tuneba, ... gran mohan de yapa, por orden del demo.-
nio ... El cacique los había hecho ayunar el día anterior y

aquella noche, al demonio invocándolo y llamándolo con sus ritos y cere-


monias, pesándoles de ser cristianos y tener el santo bautismo, y llorando
el que hubiesen entrado los españoles a hacerlos cristianos, y el que les
hubiesen quitado la yopa los padres, y que de esta manera la estuvieron
tomando toda la noche el cacique y los indios que con él estaban hasta que
quedaron borrachos, haciendo torpes visajes mostrando ver al demonio y ·
hablar con él, sacando la dicha yopa molida un viejo llamado Pedro de un
caracol tapado con una cola de león y repartida con unas cucharas de güeso
de león por mano de otro viejo llamado Alonso, padre de dicho cacique, y
que así duró hasta el amanecer, y que luego a la mañana, tenía el dicho
cacique aparejadas las indias con mucha comida y bebida que almorzaron,
y que a las dichas indias no dejó entrar aquella noche con sus maridos,
diciéndoles el dicho cacique que las hembras no podían entrar allí...

El cura concluía que se trataba de un flagrante pecado de idolatría,

por ordenarse a saber, por consejo del demonio, los buenos o malos sucesos
futuros, enfermedades o muertes que han de tener los dichos naturales, sus
y
mujeres o sus hijos, conforme les cae aquella agua inmunda sucia que les
sale de las narices por donde toman yopa, mirándose a unos espejuelos,
todo lo cual son llamadas reliquias de idolatría por Santo Tomás en su Se-
61
cunda Secundae, en la cuestión 96, en el artículo 3... .

Aculturación y mestiz·aje. La política de poblamientos y agregaciones

El americanista sueco Magnus Morner ha_explorado en todas sus deriva-


ciones el complejo ideológico suscitado por la existencia de un dualismo

61 Ibid. Vis. Boy., t. 13 f. 450 r. ss. f. 660 r. ss.


LA SOCIEDAD INDÍGENA Y SU EVOLUCIÓN POSTERI_OR 55

62
acial enAmérica . Desde 1503, la Corona sostenía, en instrucciones dadas
:1gobernador Obando, que los indios debían repartirse

3
en pueblos en que vivan juntament~ y que los unos no estén ni anden apar-
tados de los otros por los montes... .

Esta preocupación porque los indios vivieran en «policía» entró en con-


flicto con las. depredaciones de los españoles, originadas en el contacto casi
permanente con las sociedades indígenas. Finalmente vino a imponerse
una política segregacionista, que se refleja en la Nueva Granada en la pro-
hibición casi simultánea de los cabildos de Tunja y Santa Fe (en 1543 y
1544) de que los españoles penetraran en los pueblos de indios en el cami-
no que debían recorrer de Santa Fe a Tunja y de allí a Vélez y Duitama64 .
La polli!ca de_~~gn~g~ción y de concentrac;ión de los indios en núcleos U
_ de forma urbana se vio afecta-dá por la éaída vertical de la población indí-1
gena. La congregación de obispos de México, en 1546, había recomendado
juntar a los indios para facilitar su adoctrinamiento. En 1559, el visitador
Tomás López debió ejecutar el contenido de una instrucción para «poblar»
a los indios en los términos de su visita, que comprendían a Santa Fe, Tun-
ja, Tocaima y Pamplona 65 . ·
Según la instrucción, debían crearse concentraciones indígenas de no
menos de cien tributarios, según los patrones de la vida municipal españo-
Ía. Se preveía el trazado de las calles, el tamaño de léis habitaciones, los
recursos agrícolas que debían sustentar la vida material de los habitantes
y hasta se tenían en cuenta ciertas peculiaridades de la vida comunitaria
indígena, al ordenar que no se juntaran en un mismo pueblo parcialidades
contrarias o de origen diferente. Aun si se trataba de parcialiades afines o
aliadas, debían reunirse en calles o barrios separados dentro de la misma
población66 . . .

62 Cf. M. M6mer, op. cit. El profesor M6mer había avanzado un resultado parcial de su
investigación, la parte que se refería a la Nueva Granada, en un artículo aparecido en el
ACHSC. Nº l. Bogotá, 1963, pp. 63 y ss., bajo el título «Las comunidades indígenas y la
legislación segregacionista en el Nuevo Reino de Granada».
63 lbid. La Corona, cit., p. 21.
64 G. Hernández de Alba, «Los primeros cabildos de Santa Fe de Bogotá», en BCB. Vol. XI,
Nº l. Bogotá, 1958, p. 49. AGI. Eser. Cam. L. 785. B. cit. por U. Rojas, Corregidores, cit.
p. 33.
65 AHNB. Cae. e ind., t. 49 f. 752 r.
66 lbid.
--;¡

56 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIA!..!

Existe la certeza documental de que la instrucción se ejecutó en térmi-


nos de Santa Fe y se inició en Tocaima y Pamplona. Respecto a Tunja sólo
se sabe que el visitador comisionó al alguacil mayor de la visita, Baltasar
Carrillo, para que procediera a los poblamientos ordenados en noviembre
de 1559. Todo parece indicar que en esta ocasión no se procedió a agregar
unos pueblos a otros, como se hizo más tarde, sino simplemente a reunir
en una localidad a los indios dispersos de parcialidades ya identificadas
con un nombre común y atribuidas como un solo repartimiento a un enc~­
mendero. Así, los términos de Santa Fe se dividieron en siete partid()~
(Bogotá, Suba, Ubaté, Guatavita, Ubaque, Pasea, Fusagasugá) que compreri-
dían 53 pueblos y se comisionó a una persona por cada partido para que
procediera a juntar los indios de cada localidad 67 • En 1561, el fiscal Gar-
cía de Valverde se quejó de que los poblamientos emprendidos no se
hubieran terminado, a pesar de que se hubieran llevado a cabo en gran
parte, y de que ahora se corriera el riesgo de que los indios congregados
en localidades volvieran a dispersarse.
Otras medidas del mismo tipo dieron lugar a agregaciones de pueblos
de las cuales se han encontrado muy escasos testimonios para el siglo XVI.
Parece evidente que se llevaron a cabo en algunas ocasiones, aunque no de
manera sistemática, porque 146 pueblos de la provincia de Tunja, cuya
existencia se ha podido comprobar para 1562, se habían reducido a 125 en
1602-1603. Las agregaciones encontraban resistencia, tanto en el sector de
los encomenderos, renuentes a perder el control sobre la parcialidad veci-
na a sus propios aposentos, como entre los mismos indígenas, cuyos patro~
nes de vida tradicionales se veían afectados radicalmente .
. ~En 1602-1603, el visitador Luis Henríquez propuso la reducción de 83
pueblos de indios en Santa Fe a sólo 23, y de 125 que existían en Tunja, a
40 68 • Cada una de las nuevas poblaciones tendría entre 3.0_Q__y_400 tributarios,
cantidad que se juzgaba suficiente para mantener una doctrina 69 • Hasta ert-
tonces los doctrineros habían tenido que desplazarse dentro de un circuito

67 Ibid.
68 La lista de las refundiciones en AGI. Panamá (mapas y planos) 24. Asuntos parciales en
AHNB. Vis. Boy., t. 2 f. 672 r. ss., t. 4 f. 167 r. f. 191 r., t. 5 f. 88 r., t. 6 f. 632 r. f. 696 r., t. 7
f. 116 v. f. 896 r., t. 8 f. 264 r., t. 10 f. 400 r. f. 413 r. f. 426 r. f. 383 v., t. 14 f. 92 v. f. 223 v., t.
13 f. 35 r., t. 15 f. 109 r., t. 18 f. 453 r. Vis. Sant, t. 10 f. 834 r. f. 904 r. Vis. Tal., t. 2 f. 6461'.
f. 685 r. Vis. Bol., t. 4 f. 987 r. y 996 r. ,
69 En algunos casos se trataba de más de 400 tributarios. Un promedio de 400 tributarios
en 40 pueblos da un total de 16 mil tributarios, cifra cercana a los 18 mil que aparecen·
en el recuento de la visita.
LA SOCIEDAD INDÍGENA Y SU EVOLUCIÓN POSTERIOR 57

de varias leguas, residiendo en cada uno de los pueblos que comprendía


su doctrina por varios meses. Ahora se ordenaba, con la nueva distribución
de los poblados indígenas, levantar iglesias doctrineras con capacidad su-
ficiente y con una traza definitiva . .::(,..:7°-:=_ ·-:: . - - e:~, e~_·. ::,,._~
Sin embargo, esta reducción tan drástica no podía tener éxito. Al prin-
cipio los indios solicitaron aplazamientos para los traslados con el pretexto
de que todavía debían recoger sus cosechas. Más adelante, la mera resis-
tencia pasiva logró anular la voluntad del visitador. En algunos casos, in-
clusive los indios obtuvieron de la Audiencia que revocara la decisión.
Para proceder a juntar las poblaciones, Henríquez realizó algunas ins-
pecciones oculares, cerciorándose de la aptitud de los sitios en que podrían
realizarse las concentraciones. Los sitios deberían disponer de tierras
suficientes, agua, leña y espacio para los ganados.·La elección obedeció en
algunos casos a un acuerdo con ~º?. encomenderos o al parecer del cura
doctrinero o de los propios indios. L~ue~los m_ismos que debían juntar-
se J'!9--e_staban elegidos al azar sino que se trataba, en !amayoría di:'nos
casos, de comüTI.fd.ádes c~fCiiias entre-las cuales se había -repartido hasta
entoncesJ.él_!"_esidencia del doctrinero en elrurso del año, en una propor-
ción variable de meses según el 11ú:rñero de indios, es decir, según su capa-
cidad para participar con sus tributos en el estipendio del curap
El acuerdo con los encomenderos no podía ser una tarea fácil. El interés
de cada uno_~Qru~;jst~tenerIOsTridios ·a mano para las labores agrícolas
de sus p_~p_osentos, confíguos-á. las-moradas él.e los- füdibs, o-para
empleados en peg_ueños obrajes, en curtiembres, molinos, etc. 70 . Por eso,
en algulioscasOs;el sitio elegido no corresponaía al de uno de los pueblos
que integrarían la concentración sino que_,se trataba de un lugar entera-
mente nuevo, escogidó como una transacción. Sin embargo, el poblamien-
to ordenado y el desplazamiento de los indios que traía consigo podían
beneficiar a algunos de.los encomenderos y seguramente a aquéllos cuya
encomienda era elegida' para la población. Además, el visitador podía con-
tar con el apoyo del sector no encomendero puesto que las nuevas pobla-
ciones significaban también una redistribución de los recursos de mano de
o~se sustr~_~!!_así de1 monopolio de los ericoménderos. En ~ucli.os
casos, también éstos ni siquiera-füterviri.ieron, tal vez con la certeza de que
más tarde podrían obstaculizar la realización del proyecto71 •

70 AHNB. Vis. Boy. t. 10 f. 383 v.


71 Ibid. f. 402 r.
--;¡

58 HISTORIA ECONÓMICA Y

La verdadera oposición provenía de los indios. Frente a la autoridad del


visitador se mostraban conformes y hasta deseosos de colaborar. Los caci-
ques y capitanes ayudaban a señalar el sitio posible para la concentración 0
argumentaban en favor del propio sitio, señalando sus ventajas y las des-
ventajas de los otros. Naturalmente, esto creaba conflictos entre las diferentes
parcialidades 72 . Se explica también por qué la elección de los sitios fue, en
general, desafortunada. Los indios de Tutasá y Betéitiva, por ejemplo, acor-
daron poblarse juntos, en un sitio equidistante de sus primitivos asientos.
y que les permitía acceder fácilmente a sus tierras. El dueño de lo que sería
el asiento de la nueva población, Rodrigo López de Araque, se declaró con-
forme y cedió el terreno. Pero muy pronto los indios de Tutasá se dieron
cuenta de que el sitio era malsano y reclamaron alegando que habían muer-
to muchos de entre ellos. La solicitud de regresar a su asiento primitivo fue
apoyada por el corregidor de indios y por el doctrinero, quien afirmaba
haber enfermado él mismo 73 . El cacique de Nemuza se quejó de que la re-
comendación del encomendero y del doctrinero de hacer la población hacia
Motavita los perjudicaba, puesto que quedarían cortados de sus labranzas
por un río que no podían vadear en tiempo de lluvias. Además, segl].n el ca-
cique, la tierra en donde querían poblarlos era mala e infructuosa 74 .
El problema que representaba la falta de contigüidad de las tierras de
los pueblos que pretendían agregarse fue, sin duda, el mayor obstáculo. El
visitador señaló nuevos resguardos a las agregaciones, englobando los que
ya estaban otorgados por Egas de Guzmán a la población prineipal y posi-
blemente partes de los resguardos de los pueblos agregados. Para facilitar
aún más la colaboración de los indígenas, ~ncluyó en cada caso, dentro de
los autos que ordenaban las concentraciones, una disposición por la cual
se amparaba a los indios desplazados en la posesión de sus tierras y de sus
sitios antiguos. La eficacia del -amparo dependía, como es natural, de la
contigüidad de los resguardos pues en este caso el desplazamiento no signi-
ficaba para los indios quedar separados de sus tierras. En el caso contrario,
podían temer, con razón,.que se verían sustituidos por propietarios espa-
ñoles, prontos a denunciar como vacantes las tierras que no estaban ocu-
padas por los indios.
Por esta razón el a:qiparo sirvió de pretexto a los indígenas p_ara oponer
una'resistencia pasiv~\nos poblamientos ordenados~ El traslado había sido
confrado a juec-espobladores quienes, a pesar de la oposición de los enco-

72 Ibid. t. 5 f. 88 r.
73 Ibid. t. 6 f. 632 r.
74 Ibid. t. 14 f. 92 v., t. 18 f. 563 r.
LA soCIEDAD INDÍGENA y su EVOLUCIÓN POSTERIOR 59

rnenderos, lograron que los indios se trasladaran y comenzaran a edificar


en los nuevos asentamientos. Pero éstos se vieron abandonados muy pron-
to debido a las dificultades que encontraban los indios para trasladarse a
sus propias tierras. Casi siempre preferían habitar en ellas o muy cerca, en
sus antiguos poblados. Cuando los jueces pobladores encontraron alguna
dilación provocada por los indios -quienes pretextaban que antes de tras-
ladarse debían recoger lo que ya habían sembrado- la tarea del traslado
se difirió a los corregidores de indios y a los curas. Éstos, sin embargo, no
parecen haber tomado muy en serio su cometido. Todavía en 1630, Diego
Vásquez Gaitán, cura beneficiario de Paipa, Sátiva y Bonza, se quejaba de
que la población de estas tres comunidades, que se había ordenado hacer
en el sitio de Paipa, no se había llevado a cabo por el descuido de los curas
y de los corregidores. Él mismo había sido engañado por don Esteban, ca-
cique de Sátiva, quien le había hecho creer que tenía una autorización de
- la Audiencia para no poblarse75 •
En el curso de la siguiente visita, la de Juan de Valcárcel, en 1635-1636,
pudo medirse la extensión del fracaso de los poblamientos. En esta ocasión
se mencionaban apenas 55 pueblos como agregados a otros 1976 . Aunque
nominalmente tenían casas en el sitio ordenado para poblarse, el visitador
las encontró vacías y cubiertas de hierba.
Así, los indios de Ocusá, Chimiza, Chivatá y Gámeza, que Henríquez
había ordenado agregar a Sotaquirá, habían terminado por regresar a sus
sitios de origen. Inclusive algunos indios de Sotaquirá y Gámeza continua-
ban divididos en el seno de sus propias comunidades para poder cuidar
sus labranzas de tierra caliente. No obstante, el visitador Valcárcel insistió
en el poblamiento y ordenó a Jerónimo Mar.tín de Sotomayor que lo reali-
zara. Para obligar a losfadios declaró vacías las tierras no incluidas en los
resguardos y ordenó demoler los bohíos que se encontrara en ellas 77 •
Sin embargo, en algunos casos, el visitador tuvo que rendirse a la evi-
dencia del fracaso y aun a lo justificado de la res.istencia por parte de los
indios. En el poblamiento de Nobsa (en el que Henríquez había agregado
Chámeza y Tibasosa) se había incurrido en el error de escoger el peor sitio
de los tres. Según pudo cmp.probarlo el visitador, se trataba de tierras ane-
gadizas, de las cuales sólo podían aprovecharse unas cien fanegadas de
sembradura, en tanto que Chámeza disponía de 150 y Tibasosa de 250.

75 Ibid. t. 15 f. 174 r. SS.


76 AHNB. Gobierno, t. I f. 4 r. ss. Reproducido en el ACHSC. Nº 2, 1964, p. 410 y ss. Una
copia en mejor estado del mismo documento en Vis. Boy., t. 11 f. 299 r. ss.
77 Ibid. Vis. Boy., t. 10 f. 888 r. ss.
,~,-¡¡

60 HISTORIA ECONÓMICA Y

Para el poblamiento se había elegido el sitio intermedio de Nobsa y se ha.:


bía amparado a los indios de Chámeza y Tibasosa en la posesión de, sus
propios resguardos. Los de Chámeza optaron por asistir a la doctrina de
Nobsa, pero sin poblarse, y los de Tibasosa siguieron asistiendo a su pro-
pia iglesia. Ante la obstinación de los indios, el presidente Borja suspendió
el poblamiento por un auto de 3 de junio de 1621.
En este caso Valcárcel comprobó que la concentración no ayudaría en
nada al incremento de la actividad económica de los indios. Tanto los de
Chámeza como los de Tibasosa necesitaban tierras para potreros, pues con-,
taban con un buen número de ganados. Ochenta bueyes, 50 vacas y torosí
500 caballos, yeguas y potrancas, los de Chámeza, y 50 yuntas, 300 caba-
llos, 50 mulas de recua y más de 2.000 ovejas, los de Tibasosa. Estos últimos,
además, eran muy buenos labradores, según el visitador, y su traslado no
podía sino redundar en perjuicio de su productividad 78 •
Todavía en 1755, cuando la población indígena de la provincia de Tunja
había quedado reducida a 24.882 almas, es decir, que apenas representa-
ban el 50% de la que se había hallado en el momento de las concentraciones
proyectadas, subsistían 64 pueblos, muchos más de los que el visitador.
Henríquez había previsto.
Para esta fecha, las condiciones de la población habían cambiado radi-
calmente. El visitador Verdugo y Oquendo observaba este cambio, opera-
do en 120 años. La inversión de proporciones numéricas entre indios y los
llamados vecinos (blancos y principalmente mestizos) obligaba, según el
visitador, a sustraer parte de los resguardos de los indios para hacer frente
a las exigencias de tierras de los vecinos, convertidos en arrendatarios de
los indios. ,
Para llegar a este resultado el visitador proponía, según las circunstan-
cias, tres tipos de medidas: la restricción de los resguardos, la autorización
a los vecinos de residir en pueblos de indios y la extinci<Sn de algunos de
estos pueblos y su traslado a otros. Así, propuso la extinción de Soatá, Mo-
tavita, Pare (en Vélez) y Sutamerchán, y lue9.o la de Tenza, Garagoa y So-'
mondoco, estos últimos en el valle de Tenza 9•
Estos pueblos se convirtieron, efectivamente, en parroquias de «espa'-
ñoles», sumándose a lqs ya existentes, y sus resguardos fueron vendidos.,
Ninguno alcanzaba a tener cien indios, en tanto que la población mestiza
excedía, en todos los casos, de mil personas. Sin embargo, cuando se trató

78 Jbid. f. 672 r. SS.


79 lbid. t. 7 f. 39 r. ss. El informe del visitador Verdugo y Oquendo se halla publicado en el
ACHSC. Nº 1, 1963, pp. 131 y ss.
LA SOCIEDAD INDÍGENA Y SU EVOLUCIÓN POSTERIOR 61

de la extinción de Rarniriquí, con un poco más de cien habitantes, Verdugo


se apresuró a consultar al virrey Solís80 . El 24 de marzo de 1756, el virrey
optó por la negativa, recordando que las leyes municipales prohibían sacar
a los indios de su natural.
En 1763, el corregidor del partido de Chivatá volvió a insistir en la ex-
tinción, pues la presencia de los indios dificultaba la venta de una parte de
los resguardos de la que habían sido privados. Entonces los indios apenas
alcanzaban la cantidad de 14 tributarios. Sin embargo, todavía en 1765 re-
sistían con éxito la agregación, a pesar de las presiones de los postores
interesados en comprar el fragmento de sus resguardos, restringidos por
Verdugo y Oquendo. El protector de indios recordó cómo una cédula de
1760 requería por lo menos el consentimiento de los indios para que se
pudieran agregar a otro pueblo y mencionó el fracaso de las agregaciones
anteriores que, corno en el caso de Chiquinquirá y Sutarnerchán, habían
_ reducido a los indios a la nada. Finalmente, una junta de tribunales reuni-
da en Santa Fe el 20 de marzo de 1766 sostuvo el decreto del virrey Solís
que rechazaba la extinción.
La posición adoptada por el visitador Verdugo no puede compararse
con la que, veinte años más tarde, conduciría al criollo Moreno y Escandón
a proponer reducciones sistemáticas de los pueblos de indios. En febrero
de 1755, Verdugo escribía al virrey Solís, a propósito de la extinción de
Sutamerchán, la cual ya se había propuesto en mayo de 1754 por el cura
del lugar:

V. E. no extrañe los arbitrios que tengo propuestos porque mi genio no se


acomoda a dar arbitrios que pueda dimanar distinguir (sic., por extinguir)
un pueblo por pequeño que sea a su Majestad,' sin que se verifique extrema
necesidad... ·

Los documentos dan a entender que al principio Verdugo se mostró


renuente a los traslados, aunque terminara por recomendar algunos. Así,
en octubre de 1755 escribía al virrey:

Como la materia a mi cortedad le parece tan escabrosa, de no procurar ca-


minar con ella con la seguiidad posible para que no se me introduzcan al-
gunas espinas de que se me originen melancólicos e inútiles ayer por haber
callado ... El mudar, excelentísimo señor, los indios de unos pueblos a otros
nunca se ha adaptado a mi dictamen, pues aunque les demos los nombres
honestos de agregación y unión, incluyen éstos el verdadero nombre de

Ibid. t. 15 f. 355 r.
-·;r

62 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL!

destierro, que consiste en obligar a una o muchas personas que dejen su


propia patria y vayan a morar otra, y por eso no se practica con otras que
con los delincuentes ...

La Audiencia no se mostró tan cautelosa y el 1º de diciembre autorizó


las agregaciones de Suta, Monquirá, Pare y Soatá, alegando como prec~~
dentes dos cédulas de 1707 y de 1754, y la agregación recién efectuada de
Tunjuelo a Usme, en términos de Santa Fe81 . Estas extinciones, propuestas
por Verdugo y Oquendo, parecían obedecer a una necesidad evidente. Ei
número de indios de estos pueblos era insignificante al lado de la poblél.
ción mestiza que se veía obligada a arrendar los resguardos de los indio~.
Prácticamente se trataba sólo de reconocer el hecho de la consunción de los
indios cuando saltaba a la.vista. En otros casos menos nqtorios, la adminis-
tración virreinal pudo resistir las presiones de los mestizos, sin adoptar
medidas más radicales.
Éstas vinieron con una Cédula Real de 3 de agosto de 1774, según la cual
los corregimientos demasiado pequeños debían agregarse a otros para fa~.
cilitar su administración. A este respecto la organización de la provincia
de Tunja era un poco caótica. A pesar de que, según el documento de su
fundación, sus términos apenas abrazaban lo que había sido dominio pri~
mitivo de los caciques de Tunja, Duitama y Sogamoso, la jurisdicción del
corregidor de Tunja fue extendiéndose indefinidamente debido a que de
allí habían salido las expediciones conquistadoras hacia el noroeste del
Nuevo Reino. Hacia 1580 comprendía las ciudades de Pamplona y Mérida
y la villa de San Cristóbal. Todavía en el siglo xVIII conservaba Vélez, Pam· ·
plona, las villas de San Gil y Socorro y el-partido de Servitá, fuera de los
nueve partidos de la provincia propiamente dicha. Sin embargo, Socorro,
Sogamoso y Duitama se habían sometido a un teniente de corregidor que
escapaba a la jurisdicción del corregidor y justicia mayor. de Tunja, en tanto
que los siete partidos restantes tenían a la cabeza a un simple corregidor
de naturales.
La Cédula sirvió de pretexto para una interpretación que nada tenía
que ver con el tamaño de los corregimientos. Al parecer, la intención de la
Corona consistía en establecer qué corregimientos serían proveídos por la
Audiencia y cuáles por la Corona misma82, es decir, suponía todavía una
separación entre blancos e indios y zonas delimitadas de poblamiento para
las dos razas. La realidad, sin embargo,.era muy diferente. En los 20 años

81 Ibid. Cae. e Ind., t. 3 f. 314 v., t. 23 f. 348 r. f. 356 r. f. 430 v. f. 414 r.


82 Ibid. Vis. Boy., t. 13 f. 496 r. ss.
LA SOCIEDAD INDÍGENA Y SU EVOLUCIÓN POSTERIOR 63

que habían transcurrido desde la visita de Verdugo y Oquendo, los llama-


dos vecinos habían aumentado en una proporción considerable y seguían
cohabitando con los indios.
Es fácil imaginar cómo esta convivencia forzada producía roces conti-
nuos que los interesados se apresuraban a calificar de motines indígenas.
Desde 1765, los vecinos de Sogamoso habían insistido en la separación de
los indígenas por esta causa y representaban ante el virrey Messia de la
Cerda su temor constante de reales o supuestas represalias de los indios.
El capitán Alonso Romero Duarte, corregidor de Sogamoso y Duitama,
apoyó calurosamente las peticiones de los vecinos pintando con vivos co-
lores las tensiones sociales que provocaba la convivencia, los fraudes al
derecho de alcabala en que incurrían los vecinos valiéndose de los indios
que estaban exentos de pagarla, los estragos que causaba entre los indios
la tolerancia obligada de bebidas y los frecuentes motines de los indios que
. 83
- amenazab an a 1os vecmos .
La necesidad de guardar la ortodoxia en la discriminación de los indios
y las otras castas inspiró a Francisco Moreno y Escandón -el criollo «pro-
tector de indios» y fiscal de la Audiencia- la interpretación que daría hi-
gar a las más drásticas concentraciones de pueblos indígenas desde 1602 y,
de paso, a la pérdida de sus resguardos.
Moreno y Escandón había sido comisionado para llevar a cabo las ta-
reas administrativas que suponía el cumplimiento de,la Cédula de 1774.
Sin embargo, por hallarse impedido, el fiscal comisionó esta labor a José
María Campuzano y Lanz, corregidor interino de Tunja. Éste actuó de
acuerdo con instrucciones precisas redactadas por Moreno en agosto de
177684 • Según el fiscal, fa orden impartida pór la Corona implicaba no sólo
la extinción de corregimientos demasiado pequeños sino también la extin-
ción de pueblos de indios puesto que, si debía mantenerse la política segre-
gacionista de la Corona, .no podía pensarse en expulsar a los vecinos, diez
veces más numerosos que los indios. '
Como la Cédula no mencionaba en ninguna parte la extinción de pue-
blos indígenas, Moreno especulaba respecto al número de indios que jus-
tificaría la extinción. Según otra Cédula de 1707, dada para el Perú, las
encomiendas con menos de 25 indios deberían extinguirse y agregarse a
otras. Moreno pensó que este precedente podría servir, aunque no para
atenerse a él literalmente puesto que podría convenir también la extinción

83 Jbid. t. "16 f. 744 r. SS.


84 Jbid. t. 7 f. 830 r. SS.
-¡¡

64 HISTORIA ECONÓMICA Y

de pueblos con 30, 40 o aun más tributarios, teniendo en cuenta su aisla-


miento.
José María Campuzano actuó de acuerdo con estas instrucciones, y en
el curso de 1777 procedió a la extinción de pueblos en los corregimientos
de Tenza, Sogamoso, Chivatá, Duitama, Gámeza y el Cocuy. Más tarde, en
1778, el mismo Moreno propuso extinciones en los corregimientos restan-
tes de Paipa, Sáchica y Turmequé. Con la visita de Campuzano, 40 pueblos
quedaban reducidos a 16. Moreno propuso la extinción de otros ocho, de
tal manera que los nueve corregimientos quedarían apenas con 27 pueblos
de indios, de los 60 que existían, y en su lugar se erigirían parroquias de
«españoles».
En realidad, ni Campuzano ni Moreno se atuvieron a los límites im~
puestos de 25, 30 o 40 tributarios que justificarían la extinción de los pué~
blos de indios y su agregación a otros. Y tampoco parece haberse tenido en
cuenta el criterio que aconsejaba extinguir los pueblos alejados de toda
ruta comercial. Más bien parece haber jugado todo el tiempo la presión de
la población mestiza sobre los resguardos indígenas. El traslado de Soga;
moso, por ejemplo, muestra a las claras cuál era la intención verdadera que
perseguían las extinciones.
Según los autos de visita, So§amoso tenía una población suficiente: 76.
tributarios y 589 indios en total 5 . Tampoco su situación recomendaba el
traslado puesto que se hallaba en el corazón mismo del antiguo reino chib-
cha. En cambio, los vecinos habían aumentado de 2.112, en 1756, a 3.246,
en 1777, y los indios de Sogamoso poseían las tierras más fértiles de todo
el Nuevo Reino. Parece probable que por esta razón Campuzano. ordenó el
traslado de los indios de Sogamoso al pueblo de Paipa, si bien cuidó de
consultar antes con Santa Fe, pues un decretó del 22 de mayo de 1777 or~
denaba este procedimiento en el caso de que los tributarios excedieran de
80. El 19 de julio, el fiscal Moreno y Escandón recomendó el traslado aun~
que dejaba la decisión a una junta general de tribunales." Él 5 de septiem-
bre, la junta ordenó que se inspeccionaran ios resguardos de Paipa, pues
quería asegurarse de que serían suficientes para albergar a los agregados
de Sogamoso86 • Campuzano decidió el traslado apenas diez días después.
El auto consideraba qve los vecinos carecían de tierras y por eso quedaban
al arbitrio de los indiós, quienes podían expulsarlos. El corregidor agrega-
ba la piadosa intención de salvar el alma de los vecinos, al sacar a los indios
sujetos a sus agravios. Además, resultabaindispensable reunir a los indios

85 Ibid. t. 14 f. 574 r.
86 Ibid. t. 16 f. 800 r. SS.
LA SOCIEDAD INDÍGENA Y SU EVOLUCIÓN POSTERIOR 65

... en donde les resulten mayores utilidades en lo espiritual y temporal,


pues su mayor bien no consiste en complacerles en lo que por capricho
apetecen, sino en obligarlos a lo que por razón y justicia les es más prove-
87
choso y de menor gravamen al real erario ...

Estas consideraciones, teñidas de paternalismo, contrastaban vivamen-


te con las que había formulado 20 años antes Verdugo y Oquendo, para
quien los trqslados equivalían pura y simplemente a un destierro. El tras-
lado de Sogamoso, sometido al corregidor del partido, Tomás Antonio de
Laiseca, se llevó a cabo el 29 de abril de 1778. Según el cura de Paipa, se
llevaron 700 indios, los cuales no tenían en dónde alojarse ni tierras en
dónde sembrar pues no se les habían señalado todavía dentro de los res-
guardos de Paipa. Los indios padecían hambre y frío y no había nada que
pudiera hacerse por ellos puesto que las habitaciones de los indios de Pai-
- pa eran muy reducidas y no podían darles albergue. El cura utilizó la igle-
sia para tal fin y propuso que los vecinos de Sogamoso construyeran casas
a los indios de Paipa a cambio de las que habían dejado. Debía evitarse que
los vecinos pagaran a los indios en dinero, porque darí.an muy poco y los
indios lo gastarían inmediatamente.
Inicialmente, Moreno y Escandón se mostró de acuerdo con los puntos
de vista del cura, pero Campuzano se apresuró a desmentir sus afirmacio-
nes asegurando que no se trataba de 700 indios sino de mucho menor nú-
mero. Culpaba a los mismos indios de lo que había oclirrido, pues habían
sido informados un mes antes del traslado y por desidia no habían querido
construir casas en Paipa. Estimaba, además, que no debían ser indemniza-
dos por los vecinos puesto que sus chozas y sus sementeras no valían nada.
Esta vez Moreno dio entero crédito al corregidor y desechó las observacio-
nes del cura, ordenando, de acuerdo con Campuzano, que los indios de
Sogamoso se acomodaraIJ, en las casas de los mestizos y mulatos que se
encontraban en Paipa88 . · ,
La actitud de los vecinos es también significativa. Apenas un mes des-
pués de que el corregidor ordenara la extinción del pueblo de indios, se
reunieron los vecinos princtpales y otorgaron poder a Juan de Dios Díaz
Granados y a Dionisio Romero para que adelantaran todas las 9-iligencias
necesarias para la erección de Sogamoso en parroquia89 . En febrero de 1778,
el corregidor Campuzano recomendó que las tierras que iban a se! destinadas

87 Ibid. t. 3 f. 925 v.
88 Jbid. t. 14 f. 367 r. SS.
89 Jbid. f. 350 r. SS.
-¡¡

66

para el asentamiento urbano de la nueva población española se avaluaran


y se vendieran separadamente de los resguardos. En marzo nombró .tres
personas, las cuales procedían de las parroquias de Tibasosa y Santa Rosa
y del pueblo de Pesca, para que avaluaran los resguardos y conceptuaran
sobre el tamaño del núcleo urbano. Los rentos fijaron una extensión de un
poco menos de 16 hectáreas con este fin9 , y, partiendo del marco de la plaza,
estimaron en cuatro reales la vara de tierra dentro de ese marco y las calles
contiguas. El precio de las manzanas restantes sería de tres y dos reales la
vara, según la distancia con respecto a la plaza. •
En agosto de 1778, el fiscal y protector de indios en persona prosiguió
las diligencias que por su comisión había adelantado el corregidor de Tun~
ja. Fue a Sogamoso y comprobó que, después de un año de ordenada la
extinción, no se había adelantado mucho en la erección de la parroquia.
Por esta razón conminó a los vecinos para que se presentaran en Santa Fe
y obtuvieran el título formal de la erección en el término de un mes. Al
mismo tiempo les advirtió que si bien los resguardos se parcelarían para
facilitar a cada vecino la adquisición de un pedazo de tierra, en caso de nó
haber posturas se procedería a enajenarlos como un solo globo a la persona
individual que ofreciera su precio. Encontró también que todavía perma-
necían 132 indios en el pueblo, que se habían resistido a trasladarse a Paipa
y habían sembrado una vez más su tierra. Moreno insistió en que salieran
y ordenó que se avaluaran sus sementeras. Según el avalúo, las labranzas
de 49 indios valían 56 pesos y 7 reales. Pero los indios no encontraron com2
pradores entre los vecinos.
Hasta el momento, lo actuado por Mm:eno y Escandón y el corregidor
Campuzano no había encontrado sino una oposición muy débil de parte dé
Francisco Javier Serna, quien había reemplazado a Moreno en el cargo dé
defensor de indios91 • El nuevo defensor se mostraba favorable a la extin"
ción de los pueblos más pequeños, al menos de aquéllos.que no alcanzaran
a tener 40 tributarios. Pero, en todo caso, le parecía que a cada extinción
debía precederla el consentimiento de los indios92 •
Moreno presentó un informe general el 18 de noviembre de 1778 y, ape:
nas transcurrido un mes, encontró la primera oposición seria del oidor más
reciente, Joaquín Vasco y Vargas, que había sido nombrado fiscal de la
Audiencia. El oidor expresaba su conmiseración por los indios, sometidos

90 Midieron un rectángulo de cinco cabuyas por cuatro. La cabuya empleada era equivalente
a cien varas de la tierra. Como ésta tenía 0.89 m, la superficie medida fue de 158.420 m2,
91 AHNB. Vis. Boy., t. 13 f. 943 r.
92 Se basaba en una Real Cédula destinada a Panamá. Ibid. f. 945 r.
LA SOCIEDAD INDÍGENA Y SU EVOLUCIÓN POSTERIOR 67

a los vejámenes de las otras castas. Según él, la comisión otorgada a More-
no había sido un fracaso pues no había logrado la separación de los indios
prevista en la Cédula de 1774, y éstos habían quedado más subyugados
que antes puesto que lo actuado sólo había tenido como consecuencia pri-
varlos de las tierras más fértiles en provecho de las otras castas. Además,
el fiscal había excedido sus facultades pues nunca había tenido la calidad
de visitador sino que apenas había sido comisionado para hacer un recuen-
to de tributarios e informar a la Audiencia sobre qué corregimientos po-
dían ser suprimidos. El oidor concluía que las tierras debían ser restituidas
a los indios y la Real Hacienda indemnizada93 •
El virrey Flórez pidió también el parecer del regente Juan Gutiérrez de
Piñeres sobre el asunto. Éste quiso examinarlo minuciosamente y pidió los
expedientes que habían culminado con los autos de agregación. Dos meses
y medio después, el 3 de febrero de 1770, rindió un dictamen que compren-
- día 111 observaciones a lo actuado por Moreno y Escandón y el corregidor
Campuzano. El visitador procedía a examinar minuciosamente, punto por
punto, los argumentos del fiscal, que habían dado lugar a las extinciones.
Ni el escaso número de indios, ni la necesidad de separarlos de las otras
castas, ni el hecho de que los pueblos reducidos ofrecieran dificultades ad-
ministrativas o fueran incapaces de asegurar la subsistencia del cura po-
dían justificar las extinciones y los traslados de pueblos, según el visitador.
Había en el asunto una cuestión moral evidente, afirmaba Gutiérrez de
Piñeres, y el procedimiento adoptado por Moreno y Escandón• no daba ga-
rantías de acierto. Recordaba cómo los testigos que habían informado a los
comisionados habían sido los mismos vecinos interesados en ocupar las
tierras que dejaban los indios.
Su conclusión er;a la misma que había expresado el oidor Vasco y Var-
gas. Moreno y Escandón había excedido sus facultades al ordenar la extin-
ción de 33 pueblos de indios en la provincia de Tunja y algunos otros en la
sabana de Bogotá. No qu,edaba otro camino que sllspender las diligencias
de agregación, pues el asunto era éie tanta gravedad que debía esperarse
una decisión definitiva de España94 .
El virrey Flórez se plegó al parecer del regente y ofreció suspender in-
mediatamente las agregaciones. La Audiencia, por su parte, aprobó tácita-
mente lo actuado por Moreno y argumentó a su favor las ventajas que

93 Jbid. f. 946 r. SS.


94 Ibid. t. 8 f. 884 y 912 r. El texto ha sido publicado por Margarita González, El resguardo en
el Nuevo Reino de Granada. Bogotá, 1970, pp. 150 y 154.
-¡¡

68 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL I

obtenía el Erario con la venta de los resguardos 95 . Esta vez el oidor Vasco
y Vargas, actuando como fiscal y en desacuerdo con sus colegas, dirigió
una verdadera requisitoria contra el proceder de Moreno y Escandón. Se-
gún el oidor,

... aquellas producciones de los comisionados, desde su origen, vinieron


revestidas de apariencias de utilidad pero con poquísima sustancia de bien
y de verdadera y solícita virtud y por lo tanto vimos un gran número de
hombres cebados en estos infelices (indios), aforrados aquellos en una fin-
gida simplicidad, vestidos de falsa alquimia de una aparente bondad, em-
pero que llenos de engaños, artificios y maquinaciones, con falsos pretextos
de santísimos fines, han tirado a despeñar a su prójimo en el profundo de
ca1anu"d a d es y rrusenas
. . ... 96

El oidor volvía a insistir en la tesis de que sólo el rey podía privar a los
indios de los privilegios que les había otorgado y que, por lo tanto, debían
restituirseles los resguardos.
Suspendidos los efectos de los autos de agregación, al menos los indios
de Sogamoso pudieron regresar a sus tierras, que hallaron en poder de los
vecinos. El 13 de mayo de 1779, finalmente, se les autorizó a que las culti-
varan, amparándolos contra las molestias de los mestizos.

LA POBLACIÓN INDÍGENA

La controversia

Lewis Hanke se complace en citar una frase del historiador sueco Severkei
Arnoldsson, según el cual

los problemas económicos, sociales y raciales que surgieron durante la con-


quista del Nuevo Mundo persisten todavía. La conquista, por tanto, es en
e1 sentí"d o mas
, ampl"10 un pasa d o con v1"d a ...97

Posiblemente muchos americanos y aun algunos españoles estarán de


acuerdo con el enunciado general de esta frase. Curiosamente, muy pocof

95 Ibid. f. 905 r. y 912 r.


96 Ibid. t. 14 f. 380 v.
97 Cf. Lewis Hanke, «Más polémica y un poco de verdad acerca de la lucha española por
la justicia en América». Trad. de «The Hispanic American Historical Review», en Revista
Chilena de Historia y Geografía, Nº 34, ed. dic., 1966.
LA SOCIEDAD INDÍGENA Y SU EVOLUCIÓN POSTERIOR 69

se han detenido a pensar o a investigar de qué problemas «económicos,


sociales y raciales» se trata.
La retórica de los manuales escolares, trasunto de efemérides patrias,
suele resumir muy sucintamente la cuestión afirmando que «España nos
dio lengua, religión y raza». Esta manera de ver las cosas inspira también
una fiesta continental en la cual se celebra el «día de la raza». Los espíritus
inás generosos suelen conceder que puede muy bien tratarse de una «fiesta
de las razas» o que, admitiendo la generalidad del mestizaje en América,
la fiesta hace alusión a un hipotético hombre americano. En realidad, por
desconcertante que sea, sobre este punto cualquier americano se siente in-
clinado a la conciliación.
Pero el acuerdo, aún tácito, no parece tan fácil cuando se abandona el
terreno de las celebraciones. Muchos problemas que suscita la presencia de
España en América tienen implicaciones ideológicas mal disimuladas por
un sistema republicano. Apenas ha transcurrido siglo y medio desde que
los americanos se deshicieron del control político de la metrópoli. Un lapso
demasiado breve como para eliminar las contradicciones profundas que
surgieron de tres siglos de dominación. Un ejemplo palpable de ello se
revela en la controversia sobre el tamaño original de las poblaciones abo-
rígenes americanas. Ni siquiera este problema, aparentemente tan lejano,
puede mirarse con alguna imparcialidad, ateniéndose a métodos raciona-
les de investigación ciéntífica.
El escándalo relativo a _las cifras de la población indígena en América
ha provocado desde el siglo xvm98 el escepticismo de las gentes que abor-
daron la cuestión. El espíritu racionalista del siglo XVIII se resistió a creer
en la complejidad de las culturas americana,s y en sus magnitudes demo-
gráficas. El espíritu conciliador cfe las academias hispanoamericanas acep-
tó siempre, sin mucha controversia, el punto de vista español sobre este
problema. Así, las llama9-as «raícés espirituales» de la historiografía lati-
noamericana la inhiben por completo de repensar: el problema.
La indignación de un Las Casas desconcierta todavía a muchas gentes
para quienes la «cuestión» indígena en América no ha sido jamás suficien-
temente probada. Según los «hispanizantes», la conquista española no ha-
bría sido radicalmente difeºrente de las de otros imperios. Siempre que se
tropiece con relatos de violencias inauditas de parte de los españoles, debe
pensarse que se trataba de propaganda luterana destinada a acrecentar la
antipatía europea hacia el imperio español.

98 Cf W. Borah y Sh. F. Cook, The Aboriginal Population of Central Mexico on the Eve of the
Spmzish Conquest, Berkeley y Los Ángeles, 1963, p. l. ..
-;¡

70

Sin embargo, a la vista de infinidad de testimonios indígenas que reiteran


siempre las mismas quejas, el pathos de Las Casas parece la única respuesta
adecuada a lo que estaba ocurriendo. En su caso no se trataba de un testt"
monio sobre atrocidades (más o menos de ocurrencia excepcional) cometidas
por los conquistadores, sino de la denuncia de un sistema entero de relaciones
que aplastaba a las sociedades indígenas y que implicaba de suyo la violencia.
Hoy, con la preocupación generalizada por los trastornos ecológicos, puede.
admitirse más fácilmente, por ejemplo, que las alteraciones en el medio
ambiente significaban una forma de violencia, sin hablar de cambios más
aparentes en un sistema social, económico o político.
Así, no parece que las interpretaciones modernas de la catástrofe dem 0 2
gráfica de los indígenas americanos obliguen a cada momento a discu~
siones espinosas sobre problemas morales. No hay duda de que también
España produjo respuestas -y no sólo en el plano moral- a los problema¿
que surgían de las relaciones entre indígenas e invasores. Sólo que su ine-
ficacia quedó probada y la catástrofe demográfica se produjo.
Al margen de fuentes documentales, cuyo uso se ha generalizado en
análisis de demografía histórica a partir de los trabajos de Borah, Simpsori
y Cook, vale la pena destacar otro tipo de testimonios sobre el problema ..
Es bien conocido el hecho de que muchos españoles no se dieron cuenta
cabal de lo que estaba ocurriendo. El problema en sí era demasiado com~
plejo y podía atribuirse simplemente a la violencia física, a las epidemias
o -mucho más expeditivamente- a la voluntad divina. Por esto son tanto .
más preciosos los raros testimonios que se repiten de una generación a.
otra, los destellos de las pocas conciencias que, en América, se detenían· en.
el problema y descubrían algunos de los resortes de la tragedia.
En muchos casos no se trataba de una discusión expresa, fundamentada
en argumentos de origen filosófico o teológico, sobre la cuestión indígena,
· Eran más bien observaciones laicas, a veces comprobaciones de orden ad"
ministrativo y, como tal~s, sin pasión. La continuidad burocrática permitía
familiarizarse con los hechos y, cuando los funcionarios escapaban a la
rutina de verse mezclados con intereses ajenos, cuando se trataba de fun-
cionarios o de clérigos simplemente celosos o benévolos, la comprobación:
acababa por imponerse.
Fue esto lo que ocurrió con García de Valverde, fiscal de la Audiencia y del
séquito de Venero de Leiva. Siendo fiscat·fue encargado, en 1563, de ejercef
simultáneamente el cargo de protector de naturales. García se quejó de
LA. soCIEDAD INDÍGENA y su EVOLUCIÓN POSTERIOR 71

99
... querer usar con él de costumbre y cosa nueva ... ,

uesto que la defensa de los indios había estado encomendada hasta en-
fonces a las autoridades eclesiásticas. En septiembre de 1563, una Real Cé-
dula decidió la cuestión anexando los oficios en adelante.
En realidad, el fiscal ya había intervenido en defensa de los indios.
Cuando, en octubre de 1561, se decidió que el oidor Angulo de Castejón
efectuara una visita y retasara a los indios de las provincias de Tunja y
Vélez, el licenciado García de Valverde elaboró una instrucción sobre las
medidas que deberían tomarse en el curso de la visita para el bien espiri-
tual y temporal de los indios 100• En 42 puntos, el fiscal resumía todo aque-
llo susceptible de mejoramiento respecto a los indios, es decir, exponía una
verdadera política indigenista. Según el fiscal, debía buscarse el aumento
de la población indígena, o al menos que no disminuyera,

... porque en algunas provincias y partes de este distrito se han del todo
acabado y han quedado yermas después que españoles las ocuparon ...

La representación del fiscal, que debía servir de pauta para la retasa de


Angulo de Castejón, revela en forma dramática hasta qué punto la socie-
dad indígena había entrado en descomposición. Según el fiscal, los indios
padecían hambres y necesidades porque se negaban a sembrar y entre ellos
mismos se cometían hurtos y muertes. Por eso recomendaba que se dicta-
ran ordenanzas que regularan el comportamiento sociai de los indios, pues
con la entrada de los españoles se habían olvidado de sus propias costum-
bres.
Todavía en 1562 -y a pesar del controLque las Leyes Nuevas habían
depositado en la Audiencia_:_ se emprendían «entradas» que, según el fis-
cal, eran muy perjudiciales por la cantidad de indios que empleaban en
servicios y cargas. Esto tenía como consecuencia

... que el marido quedara sin mujer y la mujer sin marido, y el padre sin
hijos ...

Naturalmente, el territorio mismo recién conquistado escapaba al con-


trol de la Audiencia y por eso los conquistadores entraban en «derrota aba-
tida» contra los indígenas, es decir, imponían una rendición incondicional
y los echaban a las minas, se servían de ellos en servicios personales, los

99 CCRAQ. I, 30.
100 AHNB. Cae. e ind., t. 5 f. 462 r. ss.
-¡r

72

cargaban como bestias, etc., tal como había ocurrido en Mariquita, Tocai-
ma y otras partes.
El desarraigo de la sociedad indígena era una consecuencia de éstas y
otras prácticas españolas. El fiscal recomendaba, por ejemplo, que se po~
blara a los indios en tierras fértiles ·
... porque los encomenderos (... ) para sí queden y para sus ganados y se-
menteras las mejores, echan a los indios a pantanos y tierras inútiles ...

Además, los encomenderos empleaban el trabajo de los indios en sus


aposentos, estancias, hatos, etc., y por eso los indios preferían emigrar ·
... para irse a buscar tierras adonde labrar ...

El despojo, según el fiscal, no sólo afectaba las tierras sino los otros ha-
beres de los indios a través de tributos excesivos
... y otras cosas que les han tomado sus encomenderos para comer, vestir y
gastos suyos y de sus hijos e criados sin pagárselo e tomándoles oro, esme-
raldas y otras riquezas ...

A todo esto atribuía el fiscal la disminución asombrosa de los indios quE!


se había operado. Pedía entonces que se tomara cuenta a los encomenderos
de los indios que habían recibido originalmente, pues se encontraría que
faltaba la mayor parte. El mismo García de Valverde se mostraba aún mu~
cho más enfático sobre este punto después de la visita de Angulo de Cas~
tejón. Al objetar la retasa, observaba cómo º

... habiendo después pasado por los tales pueblos tantas muertes, tantas
persecuciones, tantas guerras, tantas pestilencias y e:ri.fermedades que pue-
blo que tenía en otro tiempo mil vecinos, como es notorio y por tal lo alego,
no tiene agora cincuenta o cien vecinos, y esto es muy general en toda la
tierra, y así digo que, si agora se echa la cuenta al justo y se saca en limpio
la cantidad cierta de los indios, no hay la tercia parte de aquella cantidad y
número porque se retasaron ...

En 1564, al crearse. la Audiencia de Quito, se encargó al fiscal de lago~


bernación de Popayán de que instruyera la residencia de Pedro de Agreda;
el gobernador anterior. También allí García Valverde encontró los ·
males que afligían la población indígena del Nuevo Reino. En una de sus
cartas al Consejo de Indias, expresaba:
Harta lástima es que habiéndose repartido en esta ciudad de Popayán más
de sesenta mil indios no haya agora más de hasta ocho mil y éstos han
LA. socIEDAD INDÍGENA y su EVOLUCIÓN POSTERIOR 73

quedado por ser tantos los que hubo cuando se pobló, que en otras desta
gobernación que hallaban a ocho, diez y a doce mil indios tienen agora a
mil y a mil quinientos y a dos mil, como es Cali, Cartago, Anserma, Arma;
y en esta villa de Arma cuando se pobló es cosa notoria y cierta que había
más de veinte mil, no hay agora de ochocientos arriba; los vecinos y enco-
menderos se descargan diciendo que enfermedades y pestilencias y guerras
unos con otros los han acabado y no tienen razón pues desde que Dios creó
el primer hombre y pecó todo han sido enfermedades y contiendas en ha-
biendo gentes y con todo ello se multiplicaba el género humano y así lo
estaba multiplicando y acrecentando aunque no les faltaba guerras y enfer-
medades, pero sobrevínoles una pestilencia nueva que ellos no conocían y
conocida fue su acabamiento, que fue el español que con manoseallos los
acaban y consumen y ésta es una enfermedad y la guerra que ha acabado
· d a d es ... 101
· d.10s en l as v1·llas e c1u
los m

Las requisitorias de García de Valverde no son en modo alfüuno excep-


cionales. Se expresaron con la misma energía Juan del Valle 1 2, Diego de
Torres, un mestizo cacique de Turmequé103, el oidor Luis Henríquez y los
visitadores Monzón, Prieto de Orellana y Juan Cornejo. En despachos ad-
ministrativos de la Audiencia la referencia es constante a la falta de natu-
rales o a su abundancia en tiempos antiguos. Posiblemente, la familiaridad
con este hecho haya silenciado clamores parecidos a los de Las Casas o
García de Valverde. Pero ningún funcionario que conociera los documen-
tos relativos a las «visitas de la tierra» podía ignorar qtie la extinción de la
raza indígena se estaba produciendo bajo sus ojos.

El proceso demográfico de la población indígena

La reconstrucción de las cifras de población aborigen (recogidas en las vi-


sitas de la tierra después.de 1560) permiten formarse una idea del proceso
de aniquilación a que se' vieron sometidos los diferentes grupos después
de la conquista española. Este proceso no puede reducirse a una rígida
jerarquización causal, en la cual se correría el riesgo de introducir prefe-
rencias subjetivas respecto.a tal o cual teoría sobre este fenómeno. Baste
saber que hoy está suficientemente probado que la ocupación europea del

101 AGL Quito L. 16. Despacho de 1564.


102 Cf. Juan Friede, Vida y luchas de don Juan del Valle, primer obispo de Popayán y protector de
indios. Popayán, 1961.
103 Cf. el memorial que dirige don Diego de Torres al emperador. U. Rojas, El cacique, cit.
p.417 SS.
74 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL!

suelo americano produjo a todo lo largo y ancho de éste una catástrofe


demográfica sin antecedentes en la historia humana.
Este hecho, que durante largo tiempo estuvo asociado a la «leyenda ne-
gra» española, parece al presente mucho más complejo de lo que suelen
presentarlo los argumentos morales vindicativos contra un tipo específico
de conquista. La sola presencia europea -sin aludir a los tipos de violen-
cia o de coerción puramente física a que se vieron sometidos los aboríge-
nes- bastaba para causar rupturas profundas en el seno de las sociedades
americanas, no sólo en su contexto específicamente social y económico
'j
sino también con respecto a sus relaciones ambientales. Desequilibrios que
iban desde la célula familiar hasta el sistema de jerarquías más complejas
de sociedades que habían alcanzado un elevado grado de evolución, se
completaban con una sistemática destrucción de apoyaturas en el mundo
de los valores específicos de esas sociedades y en el contorno físico que las
sustentaba.
La imagen de la Conquista, con sus relatos de violencias y el tono épico
de sus apologías, ha contribuido sin duda a oscurecer el hecho fundamen~
tal de que esta destrucción no se logró sino mediante la implantación de
un sistema colonial, es decir, que la aniquilación de los indígenas y de sus
posibilidades biológicas de supervivencia fueron el fruto de un proceso de
erosión acelerada y no del simple impacto producto en los años de la Con~
quista.
El primer impacto recibido por las sociedades indígenas resulta impo-
• sible de medir en cifras. Inclusive se lE!_Euede restar importancia fr_~nte..a.
• tonna~istemati?;füÍfü'i _cl_<:!_Qpr:~síonque se pusieron a punta cop _elrep_arto_
de enc9_:rpien.slél!?· La primera rebelión indígena de que se tiene noticia entre
los pacíficos chibchas, en 1540104, se originó precisamente en la exigencia
por parte de los encomenderos de un tributo al que los indios no estaban
acostumbrados. Según el relato de Aguado, la repres°ión española se opero
·-esta vez casi exclusivamente sobre los caciques indígenas, a quienes se
diezmó en una embosca.da. Los textos sugieren que otra rebelión, acaecida
en Duitama un poco más tarde, implicó el despliegue de una verdadera
operación militar dirigida por el alguacil mayor del reino, Baltasar Maldo:
nado 105 • _
En principio se buscó debilitar la organización social indígena ejercien·
do violencia sobre los jefes y sólo excepcionalmente sobre la población ge::
neral. Como consecuencia de la rebelión quimba ya de 1542, las acusaciones

104 Aguado, I, p. 339.


105 Ibid. p. 359.
INDÍGENA Y SU EVOLUCIÓN POSTERIOR 75

de muertes de españoles, yanaconas y esclavos negros recaloeron casi ex-


clusivamente sobre los caciques que se habían confabulado 06 • Más tarde,
en 1550, cuando el oidor Briceño tomó residencia al capitán Juan Muñoz,
teniente de gobernador de la provincia, algunos de los cargos principales
se referían a violencias cometidas contra caciques que hostilizaban a los
espano- 1es107. ·
Sobre sublevaciones mucho más generales, como la ocurrida en 1557,
cuando participaron paeces, sutagaos, gorrones, bugas, pijaos, panches, y
aun indios de zonas pacificadas como en Cartago y Vélez, los datos relati-
vos a las violencias individuales pierden significación. En zonas de fronte-
ra la guerra se hacía con la devastación de regiones enteras, que buscaba el
repliegue de los indios hacia bosques y regiones inhóspitas. Así, la lucha
de resistencia de los indios del Alto Magdalena condujo a su desplaza-
miento constante hacia las cordilleras y la ocupación de los valles fértiles
por 1os espano- 1es108 .
La guerra podía limitarse también -en las regiones sometidas- contra
un grupo específico que ofreciera resistencia. En 1561, el cacique de Gara-
goa se querelló contra Juan Valenciano porque hacía 22 o 23 años (c. 1539)
éste había puesto presos al cacique y a dos capitanes y los había llevado a
Tunja. Allí el capitán de Guáquira fue «aperreado» y murió de las morde-
duras recibidas. Los otros dos presos pudieron huir y refugiarse en su pue-
blo. El cacique afirmába que Valenciano había incitado a Suárez Rendón
para que les hiciera una guerra en la cuaLhabrían rrtuerto cuatrocientos
indígenas.
Este tipo de violencia debió tener efectos diferentes en zonas de frontera yT·
en aquellas que se sometieron sin mayores sobresaltos para los conquista-/
dores. En las primeras; el choqúe significó desplazamientos y devastado-!
nes cuyos resultados son incalcu}ables. En las segundas, los efectos más 1

duraderos deben medir('le en el graao de desintegración social que pudo\


lograrse. Se trataba, sin duda, de sociedades cuya organización era más ·
compleja y en las cuales la violencia perduró en forma latente mientras
existió el régimen de la encomienda. Son incontables las querellas indivi-
duales de indígenas contra encomenderos por malos tratamientos infligi-
dos y aun así subsiste la impresión de que la mayor parte de los hechos se
silenciaban. El siste~a entero_~:tl<:Hª- a propici.ar pretensione~_desorbi~
de dominio oa-ex.acerbar alguna incli~ª-ción p~rsonaT hacia la crueldad y~

i06 Cf. Juan Friede, Los quimbayas bajo la dominación española. Bogotá, 1963, p. 57.
Ibid.
Idem. Los Andaki, cit. pp. 47 y 154.
76 HISTORIA ECONÓMICA Y

aun el sadismo. En casos así, la consecuencia más notoria era la de inducir


a migraciones de familias enteras que buscaban un refugio en capitanías,
: cacicazgos o aun tribus extrañas. '
( De otro lado, no es fácil establecer una lín~ª- divisoria entre aquellos
', casos que pueden identificarse como :VfOlencia física -fuera individualo
: colectiva- de parte de los conquistad.ores, y las consecuencias de un sis-
C~eexplota.CíOD,:. En ambos casos se lograba debilitar la organización
sociaCíñdígena, se operaban desplazamientos masivos de población 0 se
_buscaba intensificar hasta el límite las formas de trabajo. ·
Algunos autores tienden a subrayar la importancia de la mera violencia
física en el proceso de desintegración de las sociedades americanas. Con
todo, cuando se examina más de cerca el fenómeno, comienzan a insinuaf-2
se otros factores que explican mejor las pérdidas de una generación a otra,
así no haya intervenido una hecatombe excepcional. En 1559, el escribano
Cristóbal Bueno encontró que el pueblo de Caraquese, en Pamplona, tenía
337 «muchachos» (de 2 a 16 años) y solamente 101 adultos. El intérprete
explicó que
.-
... mueh as ma d res d e es t os runos .-
y nmas se h a b'ian muerto ... 109

Una anomalía parecida, aunque en menor escala, se daba en Labayam~:


ri y Barna. Naturalmente, este tipo de desequilibrio solía darse mucho má~
frecuentemente a la inversa. Era la población infantil la que ~ufría con ma~
yor dureza el impacto de la dominación y es muy verosímil que los índices
de fecundidad hayan descendido por el solo hecho de las migraciones, de
la separación forzosa impuesta por el trabajo en minas y estancias y aun
por un bloqueo sicológico en las mujeres. ·
El descubrimiento de minas de oro en Pamplona (c. 1551) y, mucho má~,
tarde, de las de plata en Mariquita, así como las necesidades del tráfico de,
los desembarcaderos de Vélez y Río del Oro y otras regiones, significara~;
un drenaje permanente de población indígena que debía trasladarse de unos
climas a otros o hacinarse en centros mineros en donde era muy alta la'.
incidencia de enfermedades infecciosas. Según una información recogida
en 1579 sobre los indios de Tamalameque, los cuales eran empleados paf
sus encomenderos en la navegación del río Magdalena, ·
... no hay al presente la décima ·parte, ni aun la duodécima parte de los que
solía haber en la comarca de esta ciudad. .La causa, dicen los naturales y aún
los españoles, que fue una general enfermedad que hubo de viruelas y sa·

109 AHNB. Vis. Sant., t. 3 f. 742 v.


•LA socIEDAD INDÍGENA y su EVOLUCIÓN POSTERIOR 77

rampión, la cual asoló muchos pueblos y así sus encomenderos, por ser
que les quedaban en algunos pueblos, los redujeron y pasaron a
Pocos los 110 '
otros ...

Las noticias de los cronistas sobre las epidemias entre los indígenas han
despertado últimamente cierto escepticisn;o ante la escasez de la informa-
ción documental que pueda confirmarlas. Esta era también la impresión de
García de Valverde, para quien la mención de las epidemias no pasaba de
ser un pretexto, ya que la verdadera causa de la extinción de los indígenas
residía en la encomienda y en el régimen del trabajo. Sin embargo, algunos
testimonios documentales confirman la ocurrencia de enfermedades que
contribuían a diezmar a los indios. En el curso de la visita de Tomás Lópezl
en 1560, por ejemplo, indígenas de Pamplona y Tunja aludieron a una epi- \
demia que había ocurrido recientemente. Aguado se refiere a ella y la sitúa /
en 1558. En esta ocasión murieron, según el cronista, más de quince mil ¡
indígenas. Algunos de los informantes del visitador Tomás López asocia-~
ban a este acontecimiento trastornos en la doctrina, en el trabajo y en la
regularidad del pago de los tributos 111 . _
La investigadora Kathleen Romoly menciona dos violentas epidemias
de viruela sufridas por la población de Almaguer en 1566 y en 1588112• Estas
fechas coinciden de cerca con las de las epidemias que asolaron también el
oriente del país en 1568-1569 y en 1587113• Tunja experimentó otra.epidemia 1
de viruelas en 1607 y en esta ocasión el Cabild_o solicitó a•la Audiencia que se j
suspendieran las obras de iglesias en las que trabajaban los indí~enas, ' .···
Jo mismo que el alquiler de aq4ellos que trabajaban para los vecinos 14• La , ·
epidemia de 1633 dejó huellas profundas y J}º sólo afectó a los indios sino . ·
también a los españoles, negros y mesti:i;os. ·
Además de las viruelas,~_~n también frecuentes 19-s enfermedades p.J!l:
-~onadas pox_Jg§_trasfád·ó·s-masf~ºª-·g~__p_o.bladó.ILde_u~
mas a otros. Según García de Valverde, en 1564 t,odavía quedaban 25 mil
indios en Pasto.

110 AGI. Patr., L. 27 r. 20/Doc. reproducido por J. Friede en el BCB. Vol. XI, Nº 1, 1968, pp.
57-79.
111 AHNB. Vis. Boy., t. 3 f. 557 r., t. 8 f. 803 r., t. 11 f. 777 r. f. 816 r. ss., t. 18 f. 305 r.
112 Cf. K. Romóly, «El suroeste del Cauca y sus indios al tiempo de la conquista española,
según documentos contemporáneos del distrito de Almaguer», en Revista Colombiana de
Antropología. Vol. XI (1962), p. 258.
113 Aguado, op. cit., I, p. 426, y Osías S. Rubio y Manuel Briceño, Tunja, desde su fundación
hasta la época presente. Bogotá, 1906, p. 67.
114 Cf. Ulises Rojas, Juan de Castellanos, Tunja, 1958, p. 171.
-,·-,¡

78 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCJAq


l

... que la causa de haberse conservado en este pueblo tantos ha sido lo uno,
porque hasta ahora no ha habido minas; lo otro, porque es tierra fría, en el
cual temple aunque se trabaje el indio más de lo que pueden sus fuerzas,
- tan presto como en 1a ca1·iente115 .
no se d esentrana
1
¡--- La violencia, las epidemias o los cambios de clima parecen causas mu- 1
cho más evidentes que las presiones ejercidas por el sistema mismo de la 1
dominación española. Lo cierto es que el tipo de trabajo impuesto a los 1
indígenas de una región podía implicar todas estas cosas juntas. Una eco- 1
nomía minera, por ejemplo, que carecía de bases de sustentación agríéoia !
-como en algunas regiones del occidente colombiano- podía resultar 1 mu-
· cho más mortífera que la servidumbre en los campos o en los transportes. I
La presencia de ganado podía también devastar una región al operar una
· sustitución pura y simple de dos niveles biológicos: el de los hombres por
el de los animales. · 1

Las visitas y las cifras de Juan López de Velazco l


Hasta la aparición de los trabajos de la escuela de Berkeley (1948-1960), fijar
las cifras de la población aborigen en América parecía un problema inso-
luble. Hasta entonces se había desdeñado el material contenido en fuentes 1
fiscales y administrativas del imperio español en América. Los profesore.s 1
Simpson, Borah y Cook llamaron la atención sobre las posibilidades est~- I
dísticas de este material y, a partir de 1960, Borah y Cook han venido refi-
nando métodos y explorando nuevas fuentes que han conducido al totál
replanteamiento del problema116 . _ -- . ·
En Colombia, el historiador Juan Friede puso de. relieve, por primera
';ez, la importancia de los datos demográficos contenidos en las visitas. 1
Estas se originaron en la necesidad de control administrativo por parte de
la Corona respecto a sus nuevos vasallos, explotados· sin medida por los 1
. . 1

115 AGI. Quito L. 16, Despacho de 1564 dt.


116 La peculiar estructura de la universidad norteamericana se resiste a la identificación de
una escuela. Sin embargo, el aporte de la serie iberoamericana sobre este problema cril·
dal ha sido tan importante que, al menos en Francia, se designa al grupo de investiga·
dores de Berkeley como escuela. Los trabajos de Borah y Cook son ya muy abundantes.
Entre 9tros, Price Trends of some Básic Commodities in Central Mexico, 1531-1570, Berkeley 11
y Los Angeles, 1958. The Population of Central Mexico in 1548. An Analysis of Suma de visitas 1
de pueblos, 1960. The Indian Population of Central Mexico, 1531-1610. 1960. También nume- 1
rosos artículos, entre los cuales cabe destacar, «The Rate of Population Change in
Central Mexico, 1550-1570», en The Hispanic American Historica/ Review, Vol. 37, Nº4,
noviembre de 1957, pp. 463-470.
LA soCIEDAD INDÍGENA y su EVOLUCIÓN POSTERIOR 79

encomenderos. En teoría, los oidores debían realizar cada año «visitas de


la tierra». En el curso de la visita el oidor debía inquirir, de acuercl.o con un
cuestionario elaborado por anticipado, sobre la organización social pecu-
liar de cada comunidad, sobre la efectividad de la evangelización, sobre las
actividades económicas de los indígenas y sobre sus relaciones particula-
res con los encomenderos y la manera como se cumplían las tasas de tribu-
tos. El visitador modificaba en ocasiones las tasas de tributos, escuchaba
las quejas de los indígenas y procedía a sancionar sumariamente a los en-
comenderos que encontraba culpables de abusos contra los indios. Aque-
llas visitas en las cuales se fijaba una nueva tasación de tributos suelen
contener recuentos de indígenas tributarios, es decir, de población mascu-
lina adulta, entre los 17 y los 55 o 60 años.
Desde este punto de vista, las visitas de la tierra pueden clasificarse, a
grandes rasgos, en dos tipos según el objetivo principal que perseguían.
Unas estaban destinadas a determinar la población tributaria y a establecer
una tasa genérica en frutos y en trabajo. A este grupo corresponde la casi
totalidad de las visitas efectuadas entre 1550 y 1572. Un segundo grupo de
visitas tenía no sólo por objeto determinar el tributo, esta vez individuali-
zado, sino también «poblar» a los indígenas reduciéndolos a centros semi-
urbanos, «a la manera de los españoles». Este tipo de visitas se efectuó
entre 1593 y 1635. En ellas se cuidaba de establecer no sólo la población
tributaria sino también la de mujeres e hijos («chusma»), el número de re-
servados y el de indígenas que había huido de los repartimientos.
El empleo de las cifras contenidas en las visitas plantea, en la mayoría
. de los casos, el problema de estable~er la proporción que existía entre un
número dado de tributarios y la _población total. A menudo, el número de
tributarios ni siquiera representaba el total de la población masculina activa
en ciertas regiones. El recuento de Jos indígenas por grupos étnicos tampo-
co podría hacerse sino de manera hipotética. Además de que el desarraigo
entre los indios fue uno 'de los efectos más constantes de la ocupación es-
pañola, todas las cifras contenidas en las visitas de la tierra se refieren al
espacio efectivamente dominado por los españoles, es decir, al ámbito so-
bre el cual la ciudad irrad~aba su influencia. En este sentido la expresión
«indios de visita» equivale a indios sometidos a la carga del tributo. Un
grupo de encomenderos se identificaba a través del centro urbano en el
cual eran vecinos y en donde, por obligación, debían tener «casa poblada».
Podía ocurrir que la ciudad se fundara cerca de un grupo indígena especí-
fico sin que esto significara que los indios encomendados pertenecieran
todos a ese grupo. Entre los vecinos de Pasto, por ejemplo, estaban enco-
mendados indios pastos, sibundoyes y quillacingas. Tunja tenía bajo su
80 HISTORIA ECONÓMICA Y

jurisdicción indios chibchas, laches, chiscas y «capitanías» o grupos han~


dales que provenían de los llanos.
Aunque en algunos recuentos se menciona a los indios «huidos», éste
no es el caso de las primeras visitas. Además de este fenómeno migratoridI
que debió ser muy frecuente en los primeros tiempos, los grupos margina~·
les -que acogían con frecuencia a los fugitivos- debieron quedar siempre
fuera de los recuentos. Regiones enteras permanecieron replegadas durani
te mucho tiempo y ajenas en lo posible a contactos con los españoles. IndÍ- ·
genas que habitaban en el curso medio del Magdalena (carares, yareguíes)
'\
y en la costa del Pacífico (cuevas, noanamas, chancos, etc.) fueron reduci~
dos muy tardíamente y, por lo tanto, no aparecen consignados en recuen~
tos de visitas. ·
Éstos son algunos de los problemas, entre muchos otros, que plantea la
utilización de las visitas como fuente estadística para establecer el tamañÓ
de las poblaciones aborígenes en América. Con todo, su empleo represent~
ventajas inconmensurables con respecto a los datos más comúnmente cita:
dos hasta ahora y contenidos en cronistas y relaciones de la Conquista. En
este tipo de documentación suele encontrarse un recorte ficticio y general-
mente convencional en «provincias» y «valles». A pesar de esta preocupa~
ción de cronistas y observadores de la época de la Conquista para hacer
una distinción -aun fuera superficial- entre los grupos étnicos, enlama-.
yoría de los casos se ven excedidos por las necesidades «dramáticas» de Sl.l
género literario o por el deseo de maravillar. Los conquistadores son asal:
tados por «nubes de indios» o bien encuentran valles y pueblos que nadie
sabría identificar en un mapa con alguna certidumbre. Una «provincia;>
designa a veces una región no explorada y cuya vaga noción ha sido reco;
gida de los decires de los indios, probablemente deseosos de desembara-
zarse de sus huéspedes. Un «valle» puede designar io mismo un hábitat
indígena que la unidad territorial que corresponde a un grupo definido
pero que hoy resulta imposible identificar.
Así, el método que consiste en sumar las cifras indicadas aquí y allá en
una crónica de la Conquista parece mucho más inseguro que atenerse a los
recuentos de las visitas. Éstas, si bien son tardías con respecto a la época
de la Conquista, se repiten en varias regiones de manera que señalan co11
cierta regularidad la tendencia décreciente de la población indígena. Y aun·
cuando estamos limitados a los solos datos recopilados para los núcleos
urbanos y sus alrededores el espacio efectivamente dominado por los es~
pañoles, no hay duda de que este espacio contenía la parte más consid~
rable de la población indígena.
Li\ soc!EDAD INDÍGENA y su EVOLUCIÓN POSTERIOR 81

En el caso de la Nueva Granada, se conservan testimonios (o autos de


visita) de por lo menos 25 visitas de la tierra verificadas entre 1558 y 1657.
Éstas cubren, en general, las regiones más importantes en cuanto a la den-
sidad de población indígena. Algunas regiones como Tunja, Pamplona y
Cartago tuvieron de cuatro a siete visitas, lo cual permite conocer con al-
gún detalle la evolución de la población de estas regiones específicas. En
otras (Santa Fe, Popayán) se conocen cifras que no provienen de las visitas
sino de informes de corregidores sobre el pago de tributos. La sistematiza-
ción de estos informes, mucho más abundantes que las visitas, permitirá
sin duda una aproximación más adecuada al problema.
Como puede observarse en el Cuadro 2, entre 1558 y 1568 se realizaron
trece visitas, un poco más de la tercera parte de todas las que se llevaron a
cabo en un siglo. Bien es cierto que antes de 1558 ya se había realizado una
visita.
Tan pronto como se instaló la Audiencia en el territorio de la Nueva
Granada, s_e ordenó la primera «visita de la tierra», que se llevó a cabo en
la provincia de Tunja. Según el relato de A9uado, fue designado con este
propósito el capitán Juan Ruiz de Orejuela 11 . Los autos de esta visita no se
conservan aunque han podido cónsultarse dos referencias documentales.
Una menciona el envío de los autos de varias visitas al licenciado Angulo
de Castejón, quien los había solicitado a la Audiencia el 26 de enero de 1562
para iniciar su propia visita a la provincia de Tunja118 . Según la referencia
del envío, la visita constaba de 228 folios. Más tarde,•en 1564, el capitán
Gonzalo Suárez Rendón la menciona y alude al hecho de que esa visita
sirvió para fijar!ª primera tasación de.tributos (en 1556), tal como lo mencio-
na Aguado 1 9 . Este hace una descripción mir;mciosa de la visita y su relato
se ajusta perfectamente.a las prácticas de las primeras visitas. Es evidente
que el cronista consultó los autos originales y, por lo tanto, sus informaciones
(entre otras, la que se refiere al número de indios) merecen entero crédito.
Aguado hace notar que la visita fue posible grc;.cias a que

... estaban ya algo asentadas las cosas del Perú de las alteraciones pasadas
120
de Pizarro ...

Debe recordarse que aún en la Nueva Gn;mada las Leyes Nuevas causa-
ron sobresalto entre los encomenderos y que su aplicación se suspendió

117 Op. cit., I, p. 404.


118 AHNB. Cae. e ind., t. 5 f. 470 r. ss.
119 Op. cit., I, p. 409.
120 Ibid. p. 404.
d

CUADR02 00
N
VISITAS DE LA TIERRA*

Tunja Santa Fe Vélez Pamplona Popayán Cartago Pasto


1558 T. López
1559 C. Bueno T.López T. López
1560 T.López T.López T.López
1562 Angulo C. Angulo
1562 Villafañe An!?lllo
1568 Angulo C.
1569 Hinojosa
1570 G. Valverde
1572 Cepeda Cepeda
1585 Tuesta
1586 Montalvo
1591 F. Berrío
1593 M. !barra
1596 EgasG.
1600 Henríquez
1602 Beltrán G. t!;:
(/)
1617 Lesmes .....¡
o
1623 Villabona
1627 Lesmes
~
tri
1635 Valcárcel n
1637 S. Isidro M.
~

1641 Carrasquilla n~
1657 Baños >
-<
LA soCIEDAD INDÍGENA y su EVOLUCIÓN POSTERIOR 83

rudentemente. Ahora bien, corno lo observa Aguado, en el momento de


~sta primera visita todavía pesaba sobre los encomenderos la amenaza de
las Leyes Nuevas que condenaban el sistema de la encomienda a la extin-
ción. Entre otras cosas, estas leyes ordenaban que se redujera el número de
indios encomendados cuando pareciera excesivo y una parte se pusiera en
la Corona o se encomendara de nuevo entre los conquistadores que no hu-
bieran obtenido esta merced. En noviembre de 1548, el rey ordenó que se
averiguara el número de indios en la Nueva Granada y se procediera a su
reparto,
121
... lo más justo e igualmente que pudiéredes ...

Así, este primer recuento habría tenido por objeto introducir una regla
de equidad en el repartimiento de encomiendas, de tal manera que algunos
_ de los conquistadores no se vieran defraudados. Esto explica una afirma-
ción del capitán Gonzalo Suárez Rendón, según la cual en la visita de Ruiz
de Orejuela no se había enumerado ni la tercera parte de los indios, pues
los encomenderos habían persuadido de antemano a los caciques y capita-
nes para que declararan un número de sujetos menor, en la creencia de que
. ,
les qultanan par t e d e 1os m. d"10s122.
En noviembre de 1558, el licenciado Tomás López comenzó la visita
más completa de que se tenga noticia. Recogió cifras de población en Pasto,
Popayán, Cali, Cartago, Anserrna y Cararnanta123 • Entre abril y agosto de
1560, el oidor visitó la provincia de Tunja. Allí no hizo recuento de pobla-
ción sino que se limitó a averiguar la-s condiciones generales de la vida de
los indios y los abusos de los encomenderos, Al mismo tiempo -mayo de
1560- fue hasta Pamplona y allí recibió informes de los caciques de esta
provincia acerca de la doctrina, los trabajos en las minas y el tamaño de la
población. . ' ·
Pamplona había sido visitada"'seis meses antes. (en 1559) por el escriba-
no de Díez de Armendáriz, Cristóbal Bueno. El escribano no asistió perso-
nalmente a cada pueblo sino que comenzó su recorrido desde la parte más
septentrional de la provinc;ia y la visitó en dirección norte-sureste-oeste-
noroeste-sur, trazando un círculo alrededor de Parnplona124 y situándose
cada vez en alguna parcialidad. Desde allí podía hacer venir hasta él a los

121 DIHC. IX, 305, R. C. de 27 de noviembre de 1548.


122 AHNB. Cae. e ind., t. 5 f. 517 r.
123 AGI. Quito L. 60.
124 AHNB. Vis. Sant., t. 3 f. 690 r. ss.
84 HISTORIA ECONÓMICA Y

caciques o principales de cada pueblo, a veces el pueblo entero o parte


él. Por eso la casi totalidad de los recuentos se hicieron de manera inc:lirec-
ta, valiéndose de un intérprete y de granos de maíz para contabilizar a lo~
indios ausentes. Debieron ocurrir, naturalmente, malentendidos, cuent~s
erróneas, omisiones o accidentes de este tipo. · ··
En 1560 también se llevó a cabo una visita en Cartagena, efectuada por
el oidor Melchor Pérez de Arteaga 125 . La fecha de esta visita es la más ta~~
día, si se tiene en cuenta que los primeros contactos de los españoles cq~
los indígenas de la región databan de comienzos del siglo. ··
Estos indios, en otro tiempo excelentes orfebres, habían conocido la es•
clavitud y las razzias de los mercaderes de Santo Domingo desde 1502. Hasta.
el