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EUNSA, 2011
ISBN: 978-84-313-2766-8
los tipos ideales ... El método de los tipos ideales obtiene su perfeccionamiento
en el siglo xx, con la obra de Weber y luego con el uso de los modelos para inves-
tigaciones empíricas» (Giner, 1975: 283). También Aron (1980: 29) considera a
Montesquieu no solo «precursor, sino uno de los doctrinarios de la sociología». De
todas maneras, estamos todavía lejos de intentar ver el estudio de la sociedad como
una ciencia, a la manera de la Física o la Biología.
La Sociología hace su aparición como reacción ante el contractualismo, la fisio-
cracia y el liberalismo utilitarista; en definitiva, estamos en una tradición -la ilustra-
da- pero con una nueva visión de los problemas humanos. «A partir de Montesquieu
o de Hume importará explicar la realidad social en función de sus leyes propias y no
de la naturaleza humana» (Garmendia, 1979: 20). Se intenta explicar lo social por
lo social, incluso el individuo por la sociedad. De esta manera, con Comte y hasta
Weber, empieza el período que se ha denominado de los padres de la Sociología, que
podemos caracterizar a posteriori: por tener una imagen de la sociedad como realidad
global y dinámica, y por estar situados en un ambiente de lo cotidiano, enfocando el
estudio desde las estructuras sociales e históricas. En efecto, nos dice Wright Milis:
«Creo, en resumen, que lo que puede llamarse análisis social clásico es una serie de
tradiciones definibles y usables; que su característica esencial es el interés por las es-
tructuras sociales históricas; y que sus problemas tienen una relación directa con los
urgentes problemas públicos y las insistentes inquietudes humanas» (1979: 40).
Cuadro 5.1
SAINf-SIMON
de promover el cambio social, que permitiera progresar dentro del orden, eludiendo
los conflictos políticos para no tener que arriesgarse a movilizar alíados incontro-
lables, como la fuerza jacobina radical, reduciendo al mismo tiempo al mínimo el
contragolpe reaccionario restauracionista. La disonancia entre estos dos aspectos
del positivismo comenzó a reducirse merced a la diferenciación en tendencias que
se produjo entre los diversos discípulos de su fundador, Saint-Simon. Al morir éste,
no tardaron en formarse dos grupos bien diferenciados. Uno de éstos, encabezado
por Enfantin y Bazard, se fundió en definitiva con el hegelianismo en Alemania -en
la obra, entre otros, del maestro de Marx, Eduard Gans- y contribuyó al desarrollo
del marxismo. Otra tendencia, formada alrededor de Comte, desembocó finalmen-
te en la Sociología académica» (Gouldner, 1979: 100). Aunque estos comentarios
apuntan a una doble iniciación de nuestra disciplina que no consideramos correcto
plantear. En cualquier caso, Saint-Simon, en un lenguaje progresista, llega a hablar
de una fisiología social, constituida por los hechos materiales que derivan de la
observación directa de la sociedad, que deberá basar todos sus razonamientos sobre
hechos observados y discutidos. Aunque no habla nunca de una física social como
haría después Comte, insistiendo en su carácter científico.
2. El progreso como elemento esencial de la nueva sociedad. En su opinión:
«La imaginación de los poetas ha colocado la edad de oro de la humanidad junto a
su cuna, a pesar de que lo que debían de colocar allí es la edad de hierro. La edad de
oro no está tras de nosotros sino a nuestro frente. Es la perfección del orden social.
Nuestros padres no la han visto, nuestros hijos llegarán a ella algún día. Nuestra la-
bor debe consistir en abrirles camino». Y comentando esta cita afirma Bury (1971:
254): «El Conde de Saint-Simon, que escribió estas palabras en 1814, era uno de
esos nobles liberales impregnados por las ideas de la época de Voltaire y simpati-
zantes con el espíritu de la Revolución. A lo largo de su carrera literaria, desde 1803
hasta su muerte en 1825, pasó por diferentes etapas intelectuales, pero sus maestros
fueron siempre Condorcet y los "filósofos", de quienes obtuvo sus dos ideas funda-
mentales: que la ética y la política dependen en última instancia de la física y que la
historia es progreso». La manifestación definitiva de estos planteamientos fuelle-
vada a cabo instituyendo una nueva religión, encargada de la educación positivista
del hombre, como haría cambiar posteriormente Comte.
3. El carácter conflictivo de la sociedad industrial naciente. Aunque en sus
teorías la solución a los problemas, ya inminentes, deberá venir mediante la aplica-
ción de unas medidas, consideradas posteriormente por Marx como utópicas. Con
todo, el concepto de clase social, como sería utilizado después por los marxistas,
está implícito en Saint-Simon. De todas maneras, la consideración de Saint-Simon
como un revolucionario sería sacar de contexto sus ideas y sobre todo su vida, pues
estamos claramente ante un contrarrevolucionario romántico y polifacético.
El cualquier caso, la influencia de Saint-Simon en las ciencias sociales ha sido
patente en diversas corrientes de pensamiento, en el liberalismo inglés a través de
Milis, en el socialismo ruso, en el nacionalismo italiano, en el socialismo francés y
en Marx. Su influjo en el positivismo y en la Sociología irá siempre paralelo al de
Comte, de mente quizás más ordenada y sistemática pero menos original. Con todo
ello, «quizá lo que haya hecho de Saint-Simon un clásico con valor permanente es
84 Las teorías sociales
Cuadro5.2
EL SISTEMA INDUSTRIAL
«Mientras sean los metafísicos y los legalistas los que dirijan los asuntos
públicos, la revolución no llegará a su término, el rey y la nación no saldrán de
la situación precaria en la que viven desde hace treinta años. No se establecerá
un orden de cosas duradero.
Señores, permitidme haceros una pregunta que al mismo tiempo dirijo a
todos los agricultores, comerciantes y manufactureros de Francia.
Yo os pregunto:
Primero: ¿Es a un legalista a quien os dirigís cuando tenéis necesidad de un
consejo relativo a un problema de cultivo, de comercio o de fabricación?
Segundo: ¿Es a un legalista a quien confiáis el cuidado de vuestros nego-
cios cuando os ausentáis de vuestra casa?
A eso me responderéis unánimemente que consideráis a los legistas como
fabricantes de palabras; que, a vuestro entender, confunden todo lo que quie-
ren aclarar; y que lejos de pretender introducirles en la dirección de vuestros
negocios evitáis con el mayor cuidado establecer con ellos más contactos que
los que se desprenden de las relaciones generales entre todos los miembros de
las gran sociedad. En una palabra, declaráis que una casa industrial se pederá
irremisiblemente cuando las circunstancias obliguen a ponerla en manos de un
legalista.
Tal respuesta es una confesión formal de que vuestra conducta política
actual no es la oportuna; al declarar, cada uno de vosotros, que los legistas no
son en absoluto capaces de dirigir los intereses particulares de los agricultores,
de los comerciantes y de los fabricantes, de la suma de vuestras declaraciones
individuales se desprende el reconocimiento general de la falta que habéis
cometido, y que todavía seguís cometiendo diariamente, al dejaros guiar por
los legistas en vuestra defensa de los intereses generales de la agricultura del
comercio y de la industria.
Si queréis pedir consejos (y creo que eso está muy bien por vuestra parte},
debéis dirigiros s los físicos, a los químicos y a los fisiólogos, en una palabra, a
El inicio de la Sociología 85
los sabios que componen la academia de las ciencias y a quienes merecen ser
admitidos en ella. No existe ninguna relación entre vuestras ocupaciones y la
de los legistas. Los objetos sobre los que fijáis vuestra atención no son los mis-
mos. Las facultades intelectuales que ellos ejercen y las que ejercéis vosotros
rechazan toda acción que el simple sentido común no pueda juzgar... ».
Saint-Simon
Auguste Comte, sin embargo, la ciencia social que Saint-Simon entrevé permanece
tributaria sea de la Psicología, tal como la concibe Cabanis, sea de la Economía
Política, tal y como lo propone Juan Bautista Say. Solo Auguste Comte busca las
condiciones de la autonomía de una nueva ciencia social. Y es talla preocupación
por la pureza de su sistema de pensamiento que a partir de los cuarenta años tomó
la decisión de no leer nada que pudiera perturbar sus propias ideas, dedicándose
exclusivamente a desarrollarlas.
Cuadro 5.3
AUGUSTE COMTE
Cuadro5.4
EL RIGUROSO PLAN DEL TRABAJO DE COMTE
«En la segunda etapa, la del Curso de Filosofía positiva, las ideas fundamentales
no han cambiado, pero se amplía la perspectiva» (Aron, 1980: 9) (Comte, 1973).
La visión de la realidad europea se ensancha aquí, intentando abarcar la humanidad
entera, aunque sin perder la base ya puesta en la etapa anterior. Los temas no son
nuevos, pero hay un tratamiento más profundo. Las dos primeras lecciones de este
curso se corresponden con dos de las aportaciones básicas de su pensamiento: la ley
de los tres estadios y la clasificación de las ciencias. Dura esta etapa hasta 1842, de
ella hay que destacar las clases que daba en su propia vivienda a un grupo pequeño
de seguidores tales como Fourier y Blainville, que se ven interrumpidas por fre-
cuentes crisis nerviosas; también en el Politécnico imparte clases de Matemáticas y
Física. El Curso de Filosofía positiva, que más bien, como señala el mismo Comte,
debería haberse llamado «Sistema de Filosofía positiva», terminó de publicarse en
1842; y, nos indica en el prólogo, que entiende por filosofía el sistema general de co-
nocimientos humanos, y por positiva la manera general de filosofar que consiste en
limitarse a coordinar los hechos observados (Sanguineti, 1977: 11). Es en el Curso
de Filosofía positiva donde aparece la ciencia nueva, la Sociología, con su carácter
positivo, como las demás ciencias, su objeto es la historia de la especie humana.
El inicio de la Sociología 89
«positivismo», título que gustaba utilizar Comte para su doctrina. Ferrarotti destaca
como aportación comtiana a la teoría sociológica: «a) La fundamental interconexión
de los fenómenos sociales, los cuales serán estudiados como un conjunto de reali-
dad correlativa que está en la base de la estructura de la explicación sociológica. b)
El criterio positivista como presupuesto fundamental de la investigación empírica,
guiada por la teoría, pero en definitiva ligada, como a test supremo de verdad, a los
datos objetivos destacados a la luz de la indagación>> (1975: 16 y 17). El positivismo
y la sociedad son evidentemente sus dos preocupaciones.
Las raíces positivistas del pensamiento de Comte parecen inspirarse en Hume.
Incluso llega a afirmarlo en su Catecismo positivista: «Hume es mi principal pre-
cursor en filosofía». De todas maneras, hay motivos para pensar que la inspiración
inmediata le vino a través de Saint-Simon, en cuyos escritos -ya hemos visto- apa-
rece clara la impronta positivista, como corresponde además a su formación con
D' Alembert y en el ambiente de los filósofos de la historia como Montesquieu,
Turgot y Condorcet. En cualquier caso, no puede hallarse en Comte una dependen-
cia del positivismo alemán, parece que nuestro autor no conoció en profundidad a
Kant, a Hegel ni tampoco a Marx. Con los alemanes puede haber una coincidencia
ambiental en el racionalismo de la época (Sanguineti, 1977: 16-17).
Zubiri ha indicado con precisión que «el saber positivo es un saber que co-
rresponde a un principio fundamental: nada tiene sentido real e inteligible si no es
la enunciación de un hecho o no se reduce en última instancia al enunciado de un
hecho». Y, después de pasar revista a los seis sentidos con que el vocablo positivo
aparece en la obra de Comte -lo real, lo útil, lo cierto, lo preciso, lo que se opone a lo
negativo y lo que es constatable-, ve que el último sentido puede servir de compen-
dio a los anteriores. «Es positivo lo que es constatable por oposición a aquello que es
inconstatable. La oposición tiene aquí el sentido que ya conocemos: lo inconstatable
es lo absoluto. Frente a lo absoluto lo positivo, como constataba que es, es relativo
... Nada es positivo según los cinco caracteres anteriores, sino en la medida que es
constatable» ( 1980: 135). Por todo ello, considera a Comte el filósofo positivista por
excelencia.
De esta manera, para Comte la naturaleza humana, la humanidad, la sociedad,
deben ser estudiados de acuerdo con los métodos de la ciencia, que nos darán siem-
pre una posibilidad de contraste. Este es el paso fundamental del fundador de la
Sociología. Con Auguste Comte se señala el momento preciso en el que la filosofía
del cogito de Descartes toma el rumbo de las ciencias, ahora ciencias positivas, que
asumen la supremacía cultural tan característica de buena parte de la civilización
moderna. En este sentido Taine se da cuenta de que Comte habla de la ciencia no
como una diversión retórica, sino con conocimiento de causa. «Por vez primera -es-
cribe- un hombre ha examinado qué es la ciencia, no en general, como han hecho
otros filósofos, sino teniendo en cuenta las ciencias efectivas y existentes: la astro-
nomía, la mecánica, la geometría, la óptica. Por esta razón llega a decir no aquello
que la ciencia podría o debería ser, sino aquello que ella es en los hechos, en qué
condiciones surge, cuáles son las hipótesis que realiza, de qué precedentes vive,
qué líneas de desarrollo sigue, qué rigor exige, qué certezas comporta» (Ferrarotti,
1975: 16).
El inicio de la Sociología 91
Cuadro 5.5
FASES EN LA EVOLUCIÓN DEL POSITIVISMO
Por otra parte, ya hemos notado que en la evolución interna del positivismo
se suceden dos fases fundamentales: una primera es la actitud que podríamos
llamar del positivismo puro, que pretende atenerse solamente a los hechos: es
el momento que sirve principalmente para desembarazarse de las nociones me-
tafísicas que no interesan, acudiendo también a los clásicos argumentos escépti-
cos o a falsas razones de prudencia; un segundo momento consiste en el recurso
a las teorías de conjunto, que la observación no ofrece pero que sirven para ra-
cionalizar la experiencias parciales. Y así el positivismo tiende por naturaleza a
El inicio de la Sociología 93
estado teológico, nos dice Zubiri, se tiene como objeto acceder a la naturaleza
última de las cosas por sus causas, el método es la imaginación, y la explicación
es «el régimen de los dioses» (Zubiri, 1980: 125 y 126).
Cuadro5.6
LA LEY DE LOS TRES ESTADIOS DE COMTE
Cuadro 5.7
HERBERT SPENCER
pero también con lUla carga hlstórica ambiental característica de las clases medias
burguesas en apogeo. El individualismo liberal constituye la ideología dominante
de la Inglaterra victoriana. En este marco, las aportaciones de Spencer suponen lUla
justificación social a las situaciones que, de hecho, había ido creando la Revolución
Industrial ya asentada. Como nos apllllta Marsal, «el principio de la selección natu-
ral, transformada por Spencer en el de supervivencia del más capaz, fue usado en la
última mitad de la pasada centuria como una justificación para las prácticas dellais-
sezfaire económico. Pero fue solamente el préstamo de lUla metáfora que justificase
a llll sistema ya en plena operación» (1977: 81). Esto nos explica el éxito abrumador
de las teorías de Spencer en Norteamérica.
Frente a las tendencias que con frecuencia han sido calificadas de socializantes
de Comte, por hacer hlncapié en el carácter conformador de la sociedad, el libera-
lismo spenceriano ve a lUla sociedad en evolución -no a unos individuos- formada
por personas que se rigen por continuos acuerdos mutuos para conseguir la máxima
utilidad social. Spencer estaba plenamente familiarizado con las teorías económicas
de los clásicos -de Adam Smith, de Bentham y de Mili- pues no debemos olvidar
que fue subdirector de la revista The Economist desde 1848 hasta 1857 y no puede
considerársele en ningún sentido un crítico de los planteamientos económicos domi-
nantes. De hecho, el primer libro de Spencer, Social Statics, no es más que llll ensayo
sobre teoría social centrado en sus creencias fundamentales sobre el individuo y el
laissezfaire (Goldthorpe, 1970: 78).
Así, el liberalismo a ultranza, manifestado en la simple creencia de llll orden
natural de las cosas en la vida social, donde cualquier manipulación externa, espe-
cialmente del Estado, produce perturbaciones crecientes, es un componente básico
de las ideas de Spencer. Sus consecuencias ideológicas antiestatales, antidemocrá-
ticas, e incluso anticaritativas, serían plenamente aceptadas por él, y han dado lugar
posteriormente a posturas muy críticas respecto a todo su sistema de ideas. Con fre-
cuencia se olvidan los efectos innovadores, incluso revolucionarios, que la enseñan-
za spenceriana -como también su biografía- ha tenido sobre la estructura educativa
anglosajona.
Igualmente, el positivismo es otro de los pilares sobre los que edifica Spencer
su ciencia. También aquí es deudor de los Mili (padre e hljo) que posiblemente le
transmitirían las ideas de Benthan e incluso del mismo Comte. Sus conocimientos
matemáticos, su experiencia como ingeniero de ferrocarriles y su sesgo investiga-
dor por la Biología, nos dan la clave para su visión de la ciencia de la sociedad.
Procuró acumular el mayor número de datos posibles para estudiar las sociedades
antiguas y contemporáneas -a ello dedica su serie de volúmenes de Sociología des-
criptiva-, con la suerte de encontrarse en la metrópoli donde confluían en ese mo-
mento multitud de datos antropológicos y culturales de las diversas civilizaciones.
Y sobre ellos intentó elaborar sus teorías de modo inductivo, para procurar a conti-
nuación su comprobación deductivamente. Su tendencia es pues a «no satisfacerse
con la inducción, sino a continuar una investigación hasta que la generalización ob-
tenida pudiera reducirse a una deducción» (Rumney, 1978: 39). Los planteamien-
tos cientifistas le llevaron a una crítica a la metafísica y a la religión, aunque más
moderadamente que Comte, como era su talante. En definitiva, éste es el sentido
El inicio de la Sociología 101
7. El organicismo social
Cuadro5.8
EL EVOLUCIONISMO SOCIAL DE SPENCER
nuestra disciplina que podría caracterizarse por dos puntos, ya señalados en Comte
más pretenciosamente pero posiblemente con menos precisión: a) la concepción, tan
propia de Spencer, de la Sociología como ciencia coordinadora y generalizadora que
trata de descubrir las leyes generales de las estructuras y funciones de la sociedad;
b) su justificación, no tanto por la posibilidad de resolver problemas concretos sino
por la capacidad educativa, liberadora y desmitificadora, en definitiva crítica, sin
necesidad de llegar a los planteamientos religiosos desatinados de Comte. Ambas
características son mantenidas todavía en la Sociología moderna.
A lo largo de las páginas anteriores hemos ido viendo las diferentes aportaciones
de Comte y de Spencer a la teoría sociológica y valdría la pena hacer una reflexión
escueta para recopilar lo que tienen de común y sus diferencias. Indudablemente
ambos sociólogos aparecen con el común denominador de: l. la visión de los fe-
nómenos sociales como un todo conexo; 2. el carácter experimental y relativo del
conocimiento científico; 3. la crítica a la metafísica y a la religión; 4. la idea de evo-
lución y progreso; 5. la consideración de la Sociología como ciencia generalizadora;
y 6. su concepción ambiciosa de la disciplina como un nuevo humanismo para el
hombre de la era industrial.
Sus diferencias parecen tener menos envergadura y podemos concretarlas en:
l. Spencer no admite la ley de los tres estados de Comte ni -en un plano teórico,
al menos- la jerarquía propuesta de las ciencias; 2. Comte es empirista extremo,
filosóficamente, mientras que para Spencer el pensamiento refleja los imperativos
de la realidad y por ello no se desentendió del descubrimiento de las causas finales;
y 3. igualmente, Spencer estaba más abierto a la influencia de otras ciencias como
la Biología en sus consecuencias sociales. Algunos de los planteamientos comunes
han pasado a ser elementos fundamentales del quehacer sociológico, incluso tam-
bién conceptos claros como el de sistema, tan usual en Comte, o los de estructura y
función típicos de Spencer.
Parece aceptable pensar que, como señala Rumney (1978: 45): «... en realidad,
Spencer y Comte se necesitaban recíprocamente y las principales tendencias de la
sociología moderna derivan de uno, de otro, o de ambos. A pesar de ciertas debilida-
des e imperfecciones debidas, sin duda, al carácter de exploración de sus investiga-
ciones, Comte y Spencer son los verdaderos fundadores de la sociología». No está
mal pensar en la doble paternidad inicial para una disciplina tan compleja como la
nuestra. La calificación conjunta para intentar encerrarlos en una escuela de pensa-
miento social podría ser: organicismo positivista.
En la línea histórica propuesta, la tradición de los dos iniciadores (Comte y Spen-
cer) pasa a Durkheim y Weber, y con estos cuatro autores tenemos a los llamados
fundadores de la Sociología moderna. Puestas estas bases haremos una incursión
acerca de la aportación intelectual hecha por Tocqueville y Marx, pues aunque am-
bos se separan de la tradición central de nuestra disciplina, su influencia -sobre todo
después de que transcurriera el período clásico- ha sido creciente.
VI.
La visión desde la tradición:
Tocqueville
que está teniendo, desde hace algunos años, la obra de Tocqueville, es un fenómeno
verdaderamente único. Tras un largo eclipse, nuestra época ha vuelto a descubrirla;
historiadores y sociólogos la consultan y la meditan; observadores de la realidad
social, comentaristas de la vida política, se refieren constantemente a ella. El nombre
de Tocqueville se afirma como uno de los más importantes y su pensamiento inspi-
ra claramente el de la mayor parte de quienes no piden a Marx que les explique el
mundo, desde Alain Peyrefitte hasta Raymond A ron».
Una breve nota biográfica puede situarnos para el estudio de sus ideas (Cuadro
6.1) y ayudarnos a centrar un creciente interés que suscitan sus escritos, conside-
rados como uno de los mejores exponentes de una época crucial para la sociedad,
sobre todo por el carácter central de algunos temas de su obra que preocupan cada
vez más en Sociología, como los de la libertad y la participación.
Cuadro 6.1
ALEXIS DE TOCQUEVILLE
Para nuestro interés, podemos hacer referencia a dos de sus obras fundamentales:
La democracia en América y El Antiguo Régimen y la Revolución. La primera, cuyo
primer volumen salió a la luz en 1835 y le dio la fama en vida al autor, fue fruto di-
recto de la experiencia vivida por Alexis de Tocqueville con su compañero Beaumont
La visión desde la tradición: Tocqueville 107
en llll viaje de nueve meses por Estados Unidos en 1831 para estudiar su régimen
penitenciario. El segundo volumen se publicó en 1840 y prosigue la misma investi-
gación a un nivel reflexivo superior, de manera que si en el primero se hace referencia
solamente a las instituciones políticas, en el seglllldo se intenta abarcar la influencia
de la democracia americana sobre los pensamientos, sentimientos y costumbres. Del
segundo de sus trabajos, El Antiguo Régimen y la Revolución, únicamente apareció
publicado llll primer volumen, donde se plantean magistralmente, con rigor histórico
y sensibilidad social, los antecedentes de la Revolución Francesa. Este segundo libro
tiene la ventaja de la madurez y la perspectiva alcanzada en el primero porque ya en
su tiempo la fama de Tocqueville era que la realidad social y su dirección le eran per-
fectamente conocidos. «El estado de nuestra sociedad le es conocido como si fuera
usted viejo», dice Royer-Collazd en una carta que le escribe el28 de septiembre de
1837 (1978: 148).
La obra de Tocqueville debe enmarcarse en llll amplio campo de interés o de cu-
riosidad intelectual y en un talante personal. En cuanto a sus intereses, debemos tener
en cuenta que Tocqueville, como Montesquieu, pertenece a lUla escuela de intelectua-
les poco dogmáticos, centrados en la política; afirman la autonomía del orden políti-
co, piensan como liberales, aunque no desconocen la infraestructura social. Comte,
como después Durkheim, menosprecia lo político y lo económico con respecto a lo
social, donde pone el acento. Marx hace su interpretación sobre la base de la estruc-
tura socioeconómica. Es posiblemente este diferente pllllto de partida lo que hace que
Tocqueville vea la sociedad moderna como democrática, mientras para Comte será la
sociedad industrial o para Marx la sociedad capitalista (Aron, 1980: 9). En cualquier
caso, esto explica la preocupación por las instituciones políticas tan al margen del
pensamiento comtiano o marxiano.
En cuanto al talante personal, es indudable que nos encontramos en Tocqueville
ante lUla persona transigente, con lUla facilidad de comprensión y de diálogo que
puede contrastar con la intransigencia de Comte o de Marx. Este rasgo está rela-
cionado con el proceso biográfico, que dio lugar en Tocqueville a una educación
esmerada y refinada, más que burguesa aristocrática, con una posición desahogada
durante toda su vida que le permitió un equilibrio personal alejado de las penurias de
Comte y Marx. La claridad de los escritos de Tocqueville, su lucidez y con frecuen-
cia su belleza, no es fácil que puedan encontrarse, por todos estos motivos, en sus
contemporáneos. Y, además de todo esto, podemos pensar en unos rasgos más ínti-
mos de su personalidad que hacen a Tocqueville adoptar una visión fría y temerosa
de la sociedad, reservada y aséptica: «Hablaba con facilidad, con mucha elegancia,
pero a su voz le faltaba fuerza, debido a la debilidad de su constitución física. Ade-
más, los debates le alteraban demasiado; se emocionaba mucho. Su naturaleza fina y
delicada le hacía susceptible e impresionable. Las luchas parlamentarias superaban
las fuerzas de Tocqueville, cuya salud quedaba más o menos quebrantada en los
debates. Era para él lUla prueba demasiado fuerte que no podía abordar a menudo»
(Carta de G. Beaumont) (Tocqueville, 1978: 14), frente al optimismo de Comte y
al entusiasmo indignado de Marx. Con todos estos planteamientos, psicológicos y
de intereses, que parece hay en Tocqueville, manifestados en su forma de estudiar
la sociedad, se ha llegado a pensar en él como el iniciador de una escuela en la So-
108 Las teorías sociales
Cuadro6.2
LA METODOLOGÍA INVESTIGADORA DE TOCQUEVILLE
«Creemos conocer muy bien la sociedad francesa de esta última época por-
que vemos claramente lo que brillaba en su superficie, porque poseemos hasta
sus menores detalles la historia de los personajes más célebres que en ella vi-
vieron y porque ingeniosas y elocuentes críticas han conseguido familiarizarnos
con las obras de los grandes escritores que la ilustraron. Pero, en cuanto a lama-
nera en que se conducían los negocios, al funcionamiento verdadero de las ins-
tituciones, a la posición exacta de las clases enfrentadas entre sí, a la condición y
a los sentimientos de los que todavía no podían hacerse oír ni notar, en cuanto
al fondo, en fin, de las opiniones y de las costumbres, solamente tenemos ideas
confusas y a menudo equivocadas.
He aprendido, pues, la tarea de penetrar hasta el meollo de este Antiguo
Régimen, tan cerca de nosotros por el número de años transcurridos, pero que
permanece oculto por la Revolución. Para llegar a ello, no me he limitado a
releer los libros célebres que produjo el siglo xv111, sino que también he querido
estudiar muchas obras menos conocidas y menos dignas de serlo, pero que,
aunque compuestas con poco arte, quizá revelen todavía mejor los verdaderos
instintos de la época. Me he aplicado a conocer bien todos los escritos públicos
en que los franceses han podido exhibir sus opiniones y sus gustos en vísperas
de la Revolución. Las actas de sesiones de las asambleas de estados, y más tar-
de de las asambleas provinciales, me han proporcionado mucha luz sobre este
punto. He hecho sobre todo gran uso de los "cuadernos" redactados por los tres
órdenes en 1789. Estos pliegos, cuyos originales constituyen una larga serie de
volúmenes manuscritos, quedarán como el testamento de la antigua sociedad
francesa, como la expresión suprema de sus deseos, como la manifestación au-
téntica de sus últimas voluntades. Es un documento único en la historia, pero ni
siquiera éste me ha sido suficiente».
{Tocqueville, 1969: 14 y 15)
La visión desde la tradición: Tocqueville 109
Procuró Tocqueville realizar una tarea científica, por encima de sus condiciones
y valores personales. «Espero -nos afirma- haber escrito el presente libro sin ningún
prejuicio, pero no pretendo haberlo hecho sin pasión» (Tocqueville, 1969: 18). Sus
valores podrían resumiese en la realidad de su vida: aristócrata francés, amante de la
110 Las teorías sociales
Cuadro6.3
LOS VALORES DE TOCQUEVILLE
que no pueda todavía romper el yugo; apto para todo, pero sobresaliente solo
en la guerra; adorador del azar, de la fuerza, del éxito, del brillo y del ruido, más
que de la verdadera gloria; más capaz de heroísmo que de virtud, de genialidad
que de buen sentido, de concebir inmensos proyectos que de realizar grandes
empresas; la nación más brillante y más peligrosa de Europa, y la más apta para
ser sucesivamente objeto de admiración, de odio, de piedad, de terror, pero
nunca de indiferencia».
(Tocqueville, 1969: 266-267)
Puede decirse, con todo, que la gran pasión consciente y conocida de Tocqueville
era la libertad. El24de enero de 1861, el padre Lacordaire pronuncia su elogio fúne-
bre en la Academia Francesa, en la que le sucede y dice de Tocqueville que «amaba
la libertad contemplándola dentro de él mismo, en el hogar de su conciencia, como
principio primero del ser moral y la fuente de donde brota, con ayuda de la lucha,
toda fuerza y toda virtud» (Tocqueville, 1978: 287). Su ausencia fue, en su opinión,
el gran mal de la sociedad en el Antiguo Régimen y que podía seguir siéndolo: «Las
sociedades democráticas que no son libres pueden ser ricas, refinadas, espléndidas,
magníficas incluso, poderosas por el peso de su masa homogénea; se pueden dar en
ellas cualidades privadas, buenos padres de familia, honestos comerciantes y pro-
pietarios dignos de estima; se encontrarán incluso buenos cristianos, porque la patria
de éstos no es de este mundo y la gloria de su religión es producirlos en medio de la
mayor corrupción de costumbres y bajo los peores gobiernos; el Imperio romano en
su extrema decadencia estaba lleno de ellos. Pero lo que nunca se verá, me atrevo
a decirlo, en semejantes sociedades es grandes ciudadanos y, sobre todo, un gran
pueblo, y no temo afirmar que el nivel común de los sentimientos y las ideas no
cesará nunca de descender en tanto que la igualdad y el despotismo marchen unidos
... Solo la libertad, por el contrario, puede combatir eficazmente en esta clase de so-
ciedades los vicios que les son naturales y detenerlas en las pendientes por la que se
deslizan ... Solo ella es capaz de arrancarlos al culto del dinero y al trabajo cotidiano
de sus negocios particulares, para hacerles percibir y sentir en todo momento que la
patria está por encima y en torno a todos ellos» (ibíd.: 21 y 22). Y su presencia, el
gran bien: «... lo que, en todas las épocas, la ha hecho arraigar tan fuertemente en
el corazón de algunos hombres han sido sus propios atractivos, su propio hechizo,
independientemente de sus beneficios; es el placer de poder hablar, actuar, respirar
sin temor, bajo el solo gobierno de Dios y de las leyes. Quien busca en la libertad
otra cosa que ella misma está hecho para servir» (ibíd.: 219).
Por otra parte, el sentido tradicional y equilibrado que Tocqueville tenía de la
vida se manifiesta en su respeto por la religión y en el reconocimiento de sus funcio-
nes positivas. Como precisa Nisbet, utilizando diferentes citas del mismo autor, para
Tocqueville la religión es la fuente última de las concepciones humanas relativas a
la realidad física y social. «Apenas si hay acción humana -escribe-, por particular
que sea, que no se origine en alguna concepción muy general de los hombres sobre
la deidad y su relación con la humanidad, la naturaleza de sus propias almas y sus
deberes hacia el prójimo. Nada puede evitar, tampoco, que esas ideas sean el ma-
112 Las teorías sociales
nantial común del cual emanan todas las demás». La fllllción principal de la religión
en la sociedad es aportar un marco de creencias que permite a los individuos inter-
nalizar la diversidad externa de un orden intelectual. La religión es integrativa, y su
pérdida repentina puede llevar a la desorganización social y también al despotismo
político. «Cuando se destruye la religión de un pueblo, las dudas se apoderan de las
potencias más altas del intelecto y paralizan a medias a todas las demás. El hombre
se acostumbra a albergar nociones confusas y cambiantes sobre aquellas cuestiones
que más le interesan a él y a sus semejantes ... Esta situación no puede sino debilitar
el alma, relajar los resortes de la vollllltad y preparar al pueblo para la servidumbre»
(Nisbet, 1977: 78 y 79).
En esto también, las diferencias con Comte y con Marx son abismales. Lamenta
Tocqueville la irreligión profunda que se había difundido por toda la nación france-
sa, que atribuye al poder de los escritores en su tarea de construcción de lUla ciudad
ideal, pero sin flllldamentos reales. En este sentido los ataques a la religión los veía
pasajeros y sin consistencia. «Por otra parte, los filósofos del siglo XVIII la empren-
dieron con lUla especie de furor contra la Iglesia; atacaron su clero, su jerarquía, sus
instituciones y sus dogmas, y para mejor destruirlos quisieron arrancar los mismos
principios del cristianismo. Pero esta faceta de la filosofía del siglo XVIII, por haber
nacido de las circllllstancias que la misma Revolución destruyó, tuvo que ir desapa-
reciendo poco a poco con estas circunstancias y quedar como sepultada en su propio
triunfo. Solo añadiré unas palabras para acabar de hacerme comprender, puesto que
deseo volver más adelante sobre el mismo e importante tema: el cristianismo encen-
dió estos odios furibundos mucho más como institución política que como doctrina
religiosa; no porque los sacerdotes pretendieran arreglar los aslllltos de la otra vida,
sino porque eran propietarios» (Tocqueville, 1%9: 31). Su actitud positiva con res-
pecto a la religión es fruto de su tarea de investigación, más que un valor poseído a
priori, y le lleva a tomar sobre sus espaldas lUla tarea de defensa, incluso del papel
realizado por el clero. «A decir verdad, el único hombre bien educado, o como dicen
los ingleses, el único gentleman que residía de lUla manera permanente entre los
campesinos y que estaba en contacto continuo con ellos era el cura; por ello, el cura
habría llegado a ser el amo de las poblaciones rurales, a despecho de Voltaire, si no
hubiera estado tan estrecha y visiblemente ligado a la jerarquía política; al poseer
varios de los privilegios de ésta, había inspirado en parte el odio que la misma hacía
brotar» (ibíd.: 1%-207).
En definitiva, creía firmemente Tocqueville que el espíritu de libertad y el espí-
ritu religioso eran los fundamentos básicos de la democracia; tal es su experiencia
norteamericana... «Si detengo al primer americano con quien me encuentre, sea en
su país, sea en el extranjero, y le pregllllto si cree que la religión es útil para la esta-
bilidad de las leyes y para el buen orden de la sociedad, me responderá sin vacilar
que una sociedad civilizada, pero sobre todo una sociedad libre, no puede subsistir
sin religión. El respeto a la religión es a sus ojos la mayor garantía de la estabilidad
del Estado y de la seguridad de los particulares. Los menos versados en la ciencia de
gobernar saben por lo menos esto. No obstante, no hay país en el mundo en que las
doctrinas más audaces de los filósofos del siglo XVIII en materia de política se hayan
aplicado tanto como en América; únicamente sus doctrinas antirreligiosas no han
La visión desde la tradición: Tocqueville 113
Cuadro6.4
LA IGUALDAD EN TOCQUEVILLE
«Entre las cosas nuevas que durante mi estancia en los Estados Unidos lla-
maron mi atención, ninguna me sorprendió tanto como la igualdad de condi-
ciones. Sin dificultad descubrí la prodigiosa influencia que este primer hecho
ejerce sobre la marcha de la sociedad, pues da a la opinión pública una cierta
dirección, un determinado giro a las leyes, máximas nuevas a los gobernantes y
costumbres peculiares a los gobernados.
Pronto observé que ese mismo hecho extiende su influencia mucho más allá
de las costumbres políticas y de las leyes, y que su predominio sobre la sociedad
civil no es menor que el que ejerce sobre el gobierno, pues crea opiniones, en-
gendra sentimientos, sugiere usos y modifica todo aquello que él no produce.
Así pues, a medida que estudiaba la sociedad americana, percibía cada vez
más, en la igualdad de condiciones, el hecho generador del que parecía derivar-
se cada hecho particular, hallándolo ante mí una y otra vez, como un punto de
atracción hacia el que convergían todas mis observaciones.
Trasladé entonces mi pensamiento hacia nuestro hemisferio y me pareció
percibir en él algo análogo al espectáculo que me ofrecía el Nuevo Mundo.
Vi que la igualdad de condiciones, sin haber alcanzado como en los Estados
Unidos sus límites extremos, se acercaba a ellos cada vez más, y me pareció que
la misma democracia que reinaba sobre las sociedades americanas avanzaba
rápidamente hacia el poder en Europa ...
El desarrollo gradual de la igualdad de condiciones constituye, pues, un
hecho providencial, con sus principales características: es universal, es duradero,
escapa siempre a la potestad humana y todos los acontecimientos, así como
todos los hombres, sirven a su desarrollo ...
Si prolongadas observaciones y sinceras meditaciones llevaran a los hom-
bres de nuestros días a reconocer que el desarrollo gradual y progresivo de la
igualdad es a la vez el pasado y el futuro de su historia, este solo descubrimiento
bastaría para dar a dicho desarrollo el carácter sagrado de la voluntad del sobe-
rano señor. Querer contener a la democracia, sería entonces como luchar contra
el mismo Dios, y a las naciones no les quedaría más que acomodarse al estado
social impuesto por la Providencia».
(Tocquevi lle, 1980: 9-12)
La visión desde la tradición: Tocqueville 115
quejarse» (ibíd.: 231). Además, «entre las reformas que hlzo, algunas cambiaron
bruscamente y sin suficiente preparación costumbres antiguas y respetadas y a veces
violentaron derechos adquiridos. De este modo prepararon la Revolución; más que
derribando lo que constituía un obstáculo para ésta, enseñando al pueblo cómo podía
arreglárselas para hacerlo. Lo que aumentó el daño fue precisamente la intención
pura y desinteresada que movía al rey y a sus ministros; porque no hay ejemplo más
peligroso que la violencia ejercida para el bien y por gente de bien» (ibíd.: 242).
Y de esta forma justifica la Revolución: «Como ya no existían instituciones
libres, ni por consiguiente clases políticas, cuerpos políticos vivos, partidos organi-
zados y dirigidos, y como en ausencia de todas estas fuerzas regulares la dirección
de la opinión pública, cuando esta opinión pública renació, recayó únicamente en
los filósofos, era de esperar que la Revolución fuera dirigida, más que por algunos
hechos particulares, por principios abstractos y teorías generales. Se podía augurar
que, en lugar de atacar separadamente a las malas leyes, se atacaría a todas las leyes,
y se querría sustituir la antigua constitución de Francia por un sistema de gobierno
completamente nuevo que dichos escritores habían concebido» (ibíd.: 260-261). En
esta línea, lo esencial de la Revolución Francesa, se nos advierte, no es tanto el
predominio creciente de unas ideas profundamente antirreligiosas, como el orden
político y social nuevo que había ido fraguándose. Lo importante está sobre todo en
«las opiniones nuevas o remozadas que se refieren a la condición de las sociedades
y a los principios de las leyes civiles y políticas, como, por ejemplo, la igualdad na-
tural de los hombres, la abolición de los privilegios de casta, de clase y de profesión,
que es consecuencia de aquélla, la soberanía del pueblo, la omnipotencia del poder
social, la uniformidad de las leves ... Todas estas doctrinas no solo son las causas de
la Revolución Francesa, sino que constituyen también, por así decirlo, su propia sus-
tancia; son lo más fundamental, permanente y auténtico que hay en las realizaciones
de dicha Revolución, en cuanto a la época» (ibíd.: 31).
Así, en su condición de estudioso y de francés, superando los intereses de su
origen aristócrata, Tocqueville le da un carácter eminentemente positivo a la Revo-
lución, incluso adoptando unos inesperados tonos emotivos, hasta llenos de ímpetu
juvenil. Llega a decimos:
«Recorrí primeramente con ellos esa primera época del 89, en que el amor a la
libertad y el amor a la igualdad se repartían su corazón; no solamente querían fundar
instituciones democráticas, sino también libres; no solamente destruir privilegios,
sino también reconocer y consagrar derechos; tiempo de juventud, de entusiasmo, de
intrepidez, de pasiones generosas y sinceras, cuyo recuerdo, a pesar de sus errores,
los humanos conservarán eternamente en la memoria, y que durante mucho tiempo
todavía turbará el sueño de quienes quieran corromper o avasallar esas ideas» (ibíd.:
17). Y en este mismo aspecto ve en la Revolución Francesa una revolución polí-
tica que adopta la forma de las revoluciones religiosas, como puede verse por sus
rasgos: « ... no solamente se extiende tan lejos como ellas, sino que, también como
ellas, penetra mediante la predicación y la propaganda. Una revolución política que
inspira el proselitismo, que se predica a los extranjeros tan ardientemente como se
realiza en la propia patria, ¡consideremos cuán nuevo espectáculo!» (ibíd.: 37). En
cierto sentido, parece adoptar la postura de aceptar su realización y su fin porque se
118 Las teorías sociales
5. La sociedad moderna
por todos los hombres y son aplicables en todas partes» (Tocquevilie, 1%9: 38). E
igualmente podríamos hacer con otras ideas como: «estatus», «religión>>, «autori-
dad», etc. En este sentido, Nisbet, para estudiar la formación del pensamiento en
nuestra disciplina, elige cinco ideas como elementos constitutivos de la sociología:
comunidad, autoridad, estatus, lo sagrado y alienación, que le parece configuran,
en su relación funcional recíproca, el núcleo del que se nutre la tradición intelectual
de la Sociología; después elige como gran período de formación 1830-1900 y pasa
revista a las aportaciones de los sociólogos más conspicuos que son, en su opinión:
Tocquevilie, Marx, Tonnies, Weber, Simmel y Durkheim; entre ellos le parece que
Tocquevilie y Marx son los dos polos teóricos opuestos (Nisbet, 1977, vol. 1: 9-11).
La actualidad de Tocquevilie proviene tanto de la fuerza de las ideas vistas,
que ha dado lugar a una manera de trabajar en Sociología, como de los valores a
los que se adhiere. Raymond Aron se considera incluido en esta escuela francesa
de Sociología política, fundada por Montesquieu y Tocquevilie: «Es una escuela
de sociólogos poco dogmáticos, interesados ante todo en la política, y que sin des-
conocer la infraestructura social, afirman la autonomía del orden político y piensan
como liberales. Por mi parte, es probable que yo mismo sea un descendiente tardío
de esta escuela» (Aron, 1980, vol. 1: 341). Algunos otros sociólogos como Wright
Milis, por su insistencia en la importancia del enfoque histórico, la aceptación de la
libertad como un valor básico y el planteamiento educativo de su vida, es difícil no
incluirlos también en esta escuela. «Ese alejamiento de la historia hace imposible
-y elijo la palabra con cuidado- comprender con precisión la mayor parte de los
rasgos contemporáneos de esta sociedad única, que es una estructura histórica que
no podemos esperar entender a menos que nos guiemos por el principio de la especi-
ficad histórica» (Milis, 1979: 170 «La tarea política del investigador que acepta los
ideales de libertad y razón ... » (ibíd.: 196). De manera que podríamos decir que un
liberal conservador como Tocquevilie, está siendo continuado en la actualidad por
los liberales radicales no marxistas.
VII.
Karl Marx:
un punto de vista radical
Marx es algo más y a la vez algo menos que un sociólogo, en cualquier caso
no es exactamente un sociólogo. Su vida y su obra son las de un crítico social, un
filósofo de la política, un economista, un hlstoriador económico, un revolucionario.
Su pensamiento ha sido calificado como prototipo del radical y también su vida. En
buena parte pretende ser el heredero último de los ilustrados que intenta actuar como
liquidador de una civilización que podríamos denominar capitalista. En las ideas de
Marx, como en las de tantos pensadores influyentes, hay una síntesis de diferentes
ingredientes que en este caso podrían resumiese, según interpretación del propio En-
gels, en la filosofía alemana, la economía inglesa y la ciencia hlstórica francesa.
La formación de Marx fue inicialmente en la filosofía de Hegel, concretamente
podríamos situar los años de estudiante de Marx en lo que se ha llamado la izquierda
hegeliana, que, apartándose de las interpretaciones conservadoras del maestro, man-
tiene la idea básica de considerar que la cuestión de las sociedades y de los regíme-
nes -plasmados en la idea de Estado- representa tanto las etapas de la filosofía como
las etapas de la humanidad. Su formación filosófica e hlstórica es patente sobre todo
en sus primeros escritos. El sistema de pensamiento marxiano es típicamente ale-
mán, acumulativo, enciclopédico, mastodóntico y oscuro. Para confirmar todo esto
no hay más que asomarse a cualquiera de los capítulos de El capital.
Por otra parte, Marx, en este tema influido por Engels, es buen conocedor de la
Economía, floreciente en aquellos momentos en el Reino Unido. Estudió a fondo a
los economistas ingleses, de los que tomó sus ideas fundamentales y de ellos es en
buena parte continuador. De aquí le viene la faceta más científica de su aportación,
pues en algunas partes de los escritos de madurez marxistas uno puede tener la im-
presión de estar ante un economista erudito. El influjo de Adam Smith y sobre todo
de David Ricardo es evidente.
La tercera gran influencia sobre Marx proviene de los socialistas franceses, con
quienes convivió, dialogó y conspiró. Buena parte de las ideas marxistas correspon-
den a una depuración intelectualizada del ambiente en que Marx se movió durante
sus años de estancia en París. Puede verse en Marx un saint-simoniano, pues la
influencia de éste le vino tanto a través de sus compañeros franceses -es el caso
122 Las teorías sociales
Para iniciar el estudio de las teorías de Marx puede ser interesante hacer algunas
referencias a su propia biografía (Cuadro 7.1), que en el caso de este autor es espe-
cialmente compleja. La complejidad de la vida de Marx proviene, como veremos
siguiendo a Schumpeter, de los diferentes papeles sociales que ha desempeñado o al
menos se le han atribuido.
Parece adecuado la consideración, ya clásica, de dos períodos en Marx: de ju-
ventud y de madurez. El primero incluye todos los escritos realizados hasta 1848,
unos publicados en vida de su autor y otros editados en conjunto con posterioridad
en 1931. Estos escritos -de Marx joven- son artículos breves o ensayos más que
científicos periodísticos, con gran influencia filosófica, tales como Introducción a
la crítica de la filosofía del derecho de Hegel o El ensayo sobre la cuestión judía,
también La sagrada familia o Miseria de la filosofía. El período de juventud termi-
na con El manifiesto comunista, obra maestra -por su difusión y por su estilo- de la
literatura de propaganda y panfletaria. Otra obra, crítica de la filosofía alemana de
su época, La ideología alemana, nos anticipa ya en 1845 la ruptura con el período
anterior, que puede calificarse en términos vagos de filosófico.
El segundo período, a partir de 1848, es el de Marx, en su intento de ser eco-
nomista riguroso, que se manifiesta en la Contribución a la crítica de la economía
política y finalmente en su obra definitiva que es El capital. Indudablemente El
capital es la contribución más elaborada de las ideas marxistas, donde el mismo
autor intentó plasmar de manera definitiva sus teorías; para confirmarlo es suficiente
con leer la correspondencia de Marx con Engels desde 1858 hasta 1867. Al texto
original se le han añadido en esta edición manejada, unos apéndices con cartas,
documentos y otros trabajos, sobre todo de Engels y Marx. El resultado son 2.249
páginas en tres tomos, con miles de citas (nada más el volumen primero tiene 1.115,
originales de Marx, de gran extensión). Los intentos recientes de resucitar al joven
Marx solamente tienen sentido en la medida en que puedan ayudar a comprender
Karl Marx: un punto de vista radical 123
Cuadro 7.1
KARLMARX
mejor El capital, pues en otro caso estaríamos intentando comprender a Marx mejor
que él mismo lo hizo, lo que no deja de ser presuntuoso. Recoge un argumento defi-
nitivo del mismo Marx en el prefacio a la Contribución a la crítica de la economía
política, de 1859: «Resolvimos desarrollar en común nuestras ideas, oponiéndolas
a la ideología de la filosofía alemana. En el fondo, quisimos realizar un examen de
conciencia filosófica, y ejecutamos nuestro proyecto bajo la forma de una crítica de
la filosofía poshegeliana. El manuscrito, dos gruesos volúmenes en octavo, estaba
desde hacía mucho tiempo en manos de un editor westfaliano, cuando se les advirtió
que un cambio de las circunstancias ya no permitiría realizar la edición. Habíamos
alcanzado nuestro objetivo principal: aclarar nuestras ideas. De modo que sin mayor
dolor abandonamos el manuscrito a la crítica roedora de los ratones» (Aron, 1980,
vol. 1: 169). Tampoco tendría sentido prescindir de las obras marxistas de juventud
para una adecuada aproximación a Marx, pues la perfecta comprensión, tanto de
124 Las teorías sociales
las teorías como de los mismos conceptos, solamente es posible con plenitud en su
trayectoria histórica.
En cualquier caso, el libro básico para conocer el pensamiento marxista es El
capital, considerado por el mismo Marx en el prólogo a la primera edición alemana
en 1867 como continuación de Contribución a la crítica de la economía política,
publicado en 1859, que resume y mejora en el primer capítulo del nuevo libro. Lo
que se propone el autor es darnos una visión clara de la sociedad y de sus tendencias.
«La finalidad última de esta obra -nos dice- es, en efecto, describir la ley económica
que preside el movimiento de la sociedad moderna» (Marx, 1975, vol. 1: xv), en el
prólogo a la primera edición. Al terminar el primer volumen resume también su in-
tento de la siguiente manera: «Lo único que nos interesaba era el secreto descubierto
en el nuevo mundo por la economía política del viejo y proclamado sin recato: el
régimen capitalista de producción y acumulación, y, por tanto, la propiedad privada
capitalista, exigen la destrucción de la propiedad privada nacida del propio trabajo,
es decir, la expropiación del trabajador» (ibíd.: 658). Además, el punto de partida,
aun siendo fundamentalmente económico, pues ésta es la metodología que se propo-
ne y utiliza, trasciende la Economía para casi situarse en la Sociología al considerar
que «la sociedad moderna actual no es algo pétreo e inconmovible, sino un orga-
nismo susceptible de cambios y sujeto a un proceso constante de transformación>>
(ibíd.: XVI).
Del manejo de los tres volúmenes de El capital se deduce de inmediato que
Marx desea ser un economista científico, a la manera de los economistas británicos
que le iniciaron. Pero un economista crítico -no podemos olvidar que el subtítulo
de El capital es «Crítica de la economía política»-, que procura corregir los errores
de sus antecesores. «Marx reprocha a los economistas clásicos haber creído que las
leyes de la economía capitalista eran leyes universalmente válidas» (Aron, 1980:
182). Cuando en su opinión cada régimen económico tiene sus propias leyes y debe
ser comprendido en una estructura social concreta.
De todas maneras, debemos de tener en cuenta que lo genuinamente marxiano
es el volumen primero de El capital, pues el segundo y el tercero recibieron su re-
dacción definitiva de manos de Engels, trabajando éste sobre borradores oscuros e
incompletos del maestro. El primer volumen culmina con la teoría de la plusvalía
sobre la base de la teoría del valor (tomada de Ricardo) y de la teoría del salario. En
el segundo volumen la intención del autor era explicar el modo de funcionamiento
del sistema capitalista en su conjunto, se ocupa de la teoría de la circulación del
capital y culmina con la teoría de la crisis. El tercero es una teoría del devenir del
capitalismo (García de Haro, 1979).
Parece necesario tener una síntesis clara del pensamiento marxiano antes de
abordar su contribución específica a la Sociología; nos puede ser útil seguir la ela-
borada por Schumpeter en su libro Capitalismo, socialismo y democracia, al intentar
ver cuatro facetas analíticas de su teoría: su carácter profético o religioso, sus estu-
dios sociológicos, la aportación en el terreno de la ciencia económica y sus intentos
de magisterio (Schumpeter, 1968: 27-91).
En efecto, Marx puede verse, en primer lugar, como un profeta. Podemos pensar
que la aportación de Marx supone como una nueva religión, ya que procura englo-
Karl Marx: un punto de vista radical 125
bar toda la vida hmnana en una explicación absoluta y total. Su socialismo promete
el paraíso para la vida terrena. Presenta un sistema de fines últimos que informan
el sentido de la vida y son pautas absolutas para enjuiciar con arreglo a ellas a los
acontecimientos y acciones, y una guía para aquellos fines. Es indudable que el pa-
raíso socialista ha significado para millones de corazones humanos un rayo de luz y
un nuevo sentido de la vida. Pretendió responder Marx a las demandas positivistas
de muchos desheredados de su época con un «socialismo científico» -superador en
su opinión de los utópicos- y una lógica del proceso dialéctico de la historia que
conducía a la meta deseada (Ocáriz, 1976).
También, en una primera aproximación puede admitirse un Marx sociólogo.
Su formación germánica y su mentalidad especulativa le harían un apasionado
por la filosofía. Era neohegeliano; aceptaba las actitudes y métodos del maestro,
eliminando las interpretaciones conservadoras. Intentó hacer una ciencia positiva,
aplicando a su conocimiento extenso de los hechos históricos una interpretación
materialista y dialéctica. Su interpretación económica de la historia es fundamental
para conocer su teoría social. Para Marx las formas de producción dan lugar a las
relaciones de producción que provocan las relaciones sociales y la supraestructura.
Son, en su interpretación, las formas de producción el factor determinante de la
estructura social: de la misma manera que el telar de mano dio lugar a la estructura
feudal, el telar de vapor ha provocado la sociedad capitalista; el trabajo condiciona
el espíritu. Y estas formas de producción tienen una lógica propia: el telar mecánico
crea una situación que hace necesario el de vapor. Su otra gran aportación en este
terreno es la teoría de las clases sociales: considera las clases sociales como algo
vivo y principio de acción; la historia de la sociedad, diría Marx, es la historia de
la lucha de clases. El principio estratificador es la propiedad de los medios de pro-
ducción: existen propietarios y proletarios. También toda la teoría de las ideologías
es una importante aportación a la Sociología del conocimiento. Pero sobre la con-
sideración de Marx como sociólogo y sus teorías en este campo nos detendremos
con más calma.
Pero sobre todo Marx es economista. Debemos considerarlo como un erudito
profesional versado en análisis económico. Sus planteamientos básicos provienen de
las concepciones económicas del capitalismo naciente, es seguidor teórico de Ricar-
do, aunque puedan apreciarse en sus obras influencias netas de otros economistas,
fundamentalmente Sismondi, Robertus y Mili. Los puntos más importantes de su
sistema económico, son:
a) La teoría del valor (de Ricardo), piedra angular de su construcción teórica,
que parte de que el valor de una mercancía (en equilibrio y competencia perfecta) es
proporcional a la cantidad de trabajo socialmente necesario contenido en esa mer-
cancía.
b) La teoría de la explotación, resultado de la lógica capitalista. La ley de bronce
da lugar a que se pague la fuerza hmnana a precio de subsistencia. Esto conduce a la
inmiseración creciente de las masas.
e) La teoría de la acmnulación del capital, que indica que el descenso continuo
de los beneficios empresariales provoca que el pez grande se coma al chico y que los
capitales se vayan acmnulando progresivamente en unas pocas manos.
126 Las teorías sociales
2. Marx sociólogo
ten, figuran entre los hechos sociales decisivos de nuestro tiempo. Todo lo que deseo
es examinar su derecho a ostentar dignidad de sociólogo, a la pretensión de haber
influido, favorablemente, en la historia de la sociología y a contar con una influencia
viva y saludable en la sociología del presente» (Raison, 1970: 59). Es difícil saber
con qué carta quedarse.
De todas maneras, por fortuna, las posturas habituales entre los colegas contem-
poráneos son más circunspectas, menos apasionadas, quizás la más acertada entre
las recientes es la de Henri Lefebvre: «Marx no es un sociólogo, pero en el marxismo
hay una sociología» (Lefebvre, 1%9: 21). Con todo, esta publicación de la frase en
un libro cuyo subtítulo reza «La rehabilitación de Marx como precursor de la Socio-
logía del siglo XX», tiene cierto tono marxista pretencioso. A pesar de todo, la frase
dicha nos viene a precisar que no es que el marxismo -la teoría de Marx- sea más
que una sociología, sino que es algo diferente, de forma que algunas partes del pen-
samiento marxista tienen unas pretensiones científicas y han influido profundamen-
te en el desarrollo de nuestra disciplina y otras partes corresponden a pensamientos
situados al margen de la ciencia social, aunque su influencia ideológica sea grande.
En definitiva, como nos advierte con precisión Marsal en su enfoque favorable a
Marx: «... el marxismo es una concepción global que excede del marco especial de
la sociología. Pero la contiene. Y no puede ser marginada sin grave menoscabo para
ella» (Marsal, 1977: 109). Sin que la contención, por supuesto, sea absoluta.
De manera que, aunque la obra madura de Marx pretende ser de un economista,
la base filosófica e histórica de sus apreciaciones amplía este marco para acercarlo
a la Sociología. De esta forma, al contrario que Korsch -en una postura de la tradi-
cional ortodoxia marxista-, que ve cómo «la ciencia materialista de la sociedad de
Marx no es sociología, sino economía política», Raymond Aron considera que «Marx
es un economista que quiere ser simultáneamente un sociólogo». Está claro que lo
que Marx desea es explicar el modo de funcionamiento capitalista en función de su
estructura social y el futuro del régimen capitalista en función del modo de funcio-
namiento (Aron, 1980: 165-167). Y este intento no puede ser calificado más que de
sociológico, siempre que se trascienda el campo de la propia subjetividad, de los
propios valores. Es aventurado negar el estatus sociológico a todas las teorías con-
flictivistas y en especial al marxismo, por su vertiente crítica, pues «si se le negara tal
status, en nombre quizá de sus supuestos metasociológicos sobre el mundo y la natu-
raleza humana, nos veríamos obligados a negárselo no ya al estructuralismo, sino a la
aportación misma de un Weber o un Durkheim, igualmente emparentado con conjun-
tos de supuestos generales de índole no menos presociológica» (Giner, 1974: 237).
La aportación fundamental de Marx a la Sociología proviene, en primer lugar, de
haber centrado la atención en unos problemas y, en segundo, de haber planteado una
alternativa de enfoque, con lo que supone de posibilidad de diálogo. Marx se refiere
a una serie de problemas que están en el centro de la misma Sociología actual: el
problema de las clases sociales, el del cambio social, el de la causalidad y el deter-
minismo, el análisis de la vida económica, la Sociología política, la Sociología del
conocimiento y el problema de la ideología, la praxis, la teoría de las revoluciones,
que pueden entenderse más cerca de algunas de las inquietudes de los sociólogos
actuales que los planteamientos del mismo Auguste Comte.
128 Las teorías sociales
que pudiera llegarse a una precisión de este calibre sin ver a posteriori el desarrollo
hlstórico de las ideas de Marx. Es decir, ¿es un resmnen de la aportación marxiana o
de la marxista? En cualquier caso, parece que con lo dicho estamos ante un intento
de resumen más que completo de la aportación marxiana.
Merece la pena detenerse a ver qué sentido tiene el diálogo teorías marxianas-
Sociología. Quizás, por lo visto hasta ahora de Marx y lo expuesto sobre Comte,
Spencer e incluso Tocqueville, pueda deducirse que la Sociología es un pensamien-
to totalizador de signo diferente, si no contrario, al revolucionario, mientras que
en Marx la revolución encuentra su teoría inmediata. Es por esto que en el período
clásico, con Durkheim y Weber, con la incorporación de la Sociología a la univer-
sidad, se da la necesidad de diferenciarse del socialismo de cátedra, y se hace una
crítica erudita del socialismo y del marxismo. Esto es lo que hace decir a Giddens,
tomando una postura algo extrema -desde una perspectiva favorable a Marx-, que
«las obras de los llamados "fundadores" de la moderna sociología se juzgan una
respuesta burguesa a Marx: en términos sociales, una defensa intelectual del capita-
lismo ante la amenaza que significaba el crecimiento de los partidos revolucionarios
marxistas a finales de siglo. Lejos de constituir las primeras contribuciones a una
nueva sociología científica, los trabajos de Durkheim, Weber y sus contemporáneos
constituyen un atrincheramiento de la ideología burguesa» (Giddens, 1979: 16 y
17). Porque, en efecto, puede interpretarse como nos señala más moderadamente
Gouldner: « ... si el blanco polémico fundamental de la sociología positivista habían
sido los philosophes y la Revolución Francesa, el que tuvieron en común los pen-
sadores del período clásico fue el marxismo. Éste constituyó la corriente intelectual
más importante y el socialismo el principal proceso político, que, en calidad de an-
tagonistas, peculiarizaron las preocupaciones capitales de la sociología occidental.
La sociología clásica fue la gran adquisición de la clase media de Europa occiden-
tal, a fines del siglo XIX, cuando el empresario individual y competitivo estaba sien-
do suplantado por una organización industrial cada vez más vasta y burocratizada,
y cuando, en general, la clase media se veía amenazada de manera creciente por el
surgimiento del socialismo marxista» (Gouldner, 1979: 113).
En cualquier caso, el diálogo del pensamiento sociológico incipiente con Marx
es claro. Y puede pensarse «que a partir de 1890 la interpretación marxista no solo
no puede ser ignorada por los pensadores y científicos sociales de origen más dispar,
sino que ella misma consigue presentarse como la visión discrepante de la mayo-
ría de las concepciones predominantes en el mundo académico cuya pretensión de
cientificidad está mejor fundada. La eclosión de este marxismo como ciencia social
coincide con la fase de formulación de la nueva sociología a la cual influye con
diversa intensidad sin llegar nunca a confundirse con ella» (Giner, 1974: 180). Las
dificultades de integrar las tesis marxistas en una concepción más amplia de la So-
ciología son evidentes. El mismo Giner, al estudiar las estructuras hegemónicas del
pensamiento sociológico, en su referencia crítica al marxismo como escuela socio-
lógica conflictivista por excelencia, no deja de hacer un paréntesis en el hllo de su
discurso, pareciendo moverse por planteamientos más ideológicos que científicos.
Esto es independiente de que sea posible aceptar que algunas de las ideas de Marx
son cada vez más comunes en la Sociología contemporánea.
130 Las teorías sociales
Hemos ido viendo en diferentes ocasiones el carácter dual de las teorías marxia-
nas, que se han ido concretando de forma bipolar en referencias al Marx joven y al
Marx maduro, al filósofo y al economista. Ahora queremos referimos a la postura
de Marx ante el positivismo, que caracterizó el comienzo de nuestra disciplina, tal y
como vimos con detenimiento. Sabemos que el punto de partida de Marx es el idea-
lismo hegeliano, del que en algún momento intenta desengancharse para pasar a los
planteamientos más positivistas de los economistas ingleses.
Karl Marx: un punto de vista radical 131
racionalista. Con Sócrates y con Kant, creía en la razón humana como base de la uni-
dad de la humanidad. Pero su doctrina de que nuestras opiniones están determinadas
por el interés de clase aceleró el declive de esta creencia».
Las críticas del mismo Marx al positivismo, al señalarnos que «Positivismo equi-
vale a ignorancia de todo lo positivo» deben entenderse como un intento de refutar
las tendencias comtianas al destacar los planteamientos morales e intelectuales por
encima de los económicos. Apoyándose en su concepción de las clases sociales es
fácil imaginarse que la crítica al espiritualismo comtiano revestiría unos caracteres
similares a la que podría haber dirigido a Saint-Simon, iniciador verdadero del posi-
tivismo en las ciencias sociales y antecesor reconocido de ambos. En este sentido, es
fácil pensar que «las críticas de Marx a Comte, y aún más a sus discípulos franceses
e ingleses, no iban dirigidas contra los intentos comtianos de construir una ciencia
social general y de formular leyes históricas (es decir, contra su "positivismo"), sino
contra la forma de que esa nueva ciencia se revestía y contra las doctrinas políticas
derivadas de ella. La síntesis comtiana, pensaba Marx, era pobre por comparación
con Hegel» (Bottomore, 1980: 9).
Marx consideraba que la tarea que realizaba era realmente científica, por eso
acomete la crítica a la filosofía de la izquierda hegeliana. Y en este sentido, induda-
blemente, estimaba que su propia ciencia social se acercaba más a lo que debe enten-
derse por ciencia positiva que el positivismo de Comte; el cientifismo era un aspecto
de su pensamiento firmemente enraizado aun antes de haber leído a este último. «En
realidad, esta idea derivaba en parte de las mismas fuentes que las teorías comtianas,
es decir, de los escritos de Saint-Simon, y se afianzó con el conocimiento de la nue-
va ciencia social que exponía Lorenz von Stein en la primera edición (1842) de su
estudio acerca de los pensadores socialistas franceses titulado El movimiento social
en Francia» (ibíd.: 10). La concepción de la evolución de la sociedad en Marx es
mediante un proceso histórico-natural regido por unas leyes reales, independientes
de los individuos y que en cierto sentido determinan su voluntad, su conciencia y sus
intenciones; éste es el determinismo histórico que preconizaba, muy acorde con un
positivismo materialista, no intelectualizado. Incluso en sus escritos de juventud, al
menos desde 1844, pueden encontrarse en Marx atisbos de sus deseos de construir
una ciencia positiva de la sociedad. En sus escritos de juventud Marx formulaba ya
la idea de una ciencia positiva de la sociedad al escribir en sus Manuscritos econó-
mico-filosóficos de 1844 que «la ciencia natural incorporará algún día la ciencia del
hombre, del mismo modo que la ciencia del hombre incorporará la ciencia natural;
existirá solamente una ciencia única», o que «las ciencias naturales ... se convertirán
en la base de la ciencia del hombre». Igualmente en La ideología alemana, de 1845,
nos dice que «allí donde acaba la especulación -en la vida real- comienza la verda-
dera ciencia positiva: la representación del proceso práctico del desarrollo humano»
(ibíd.: 12 y 13).
Por todo lo dicho, deducimos que en las ideas de Marx hay capacidad para abor-
dar un planteamiento plenamente positivista en el estudio de la sociedad Y también
hay un talante intelectual que ha sido denominado «filosofía crítica». Entre el positi-
vismo y el criticismo se han ido moviendo los seguidores de Marx, cuando no inten-
tando abarcar los dos extremos, tarea difícil pues el criticismo se ha abordado desde
Karl Marx: un punto de vista radical 133
comienza donde comienza el ateísmo» (texto de Owen recogido por Marx). De esta
manera la religión se constituye en prototipo y modelo de toda ideología. Y, en efec-
to, nos dirá Marsal con reticencia que «se necesita toda la capacidad de filigrana
especulativa de algunos teólogos contemporáneos para haber acercado el diáfano
ateísmo marxista a una nueva teología» (Marsal, 1977: 130).
En Marx el rechazo de la religión debe considerarse como crítica a las ideolo-
gías, de las que la religión es prototipo y modelo. Definiendo las ideologías como
representación falsa que el hombre hace de sí mismo, que ayuda a mantener un
orden social, mediante abstracciones de carácter no científico concretadas en repre-
sentaciones falsas de la historia y expresiones culturales de una clase. En sentido pa-
radigmático, la ideología es siempre «un sistema de creencias que tiene presuntuosas
e injustificadas pretensiones de cientificidad>>. Pero «está implícita en el concepto de
ideología de Marx la comprensión de un modo muy especial en que la ideología y la
ciencia se involucran mutuamente; específicamente, para Marx, la ideología es cien-
cia fracasada, no ciencia auténtica. Implícita en este rechazo de la ideología, habría
una imagen de la ciencia verdadera que debía ser el modelo. Las teorías que no pu-
dieran medirse con este modelo eran ideologías, e ideólogos sus autores» (Gouldner,
1978: 30 y 31). De esta manera la ideología se transforma en una categoría residual,
donde caben tanto la metafísica, de la que cabe esperar una pretensión científica,
como la religión, que evidentemente no es una ciencia.
Si para Comte la ciencia debe imponerse sobre la metafísica, que ha superado a
la religión, para Marx el vicio intelectual dominante es la ideología. «Así, la socio-
logía positivista y el marxismo comienzan con una preocupación común por superar
ciertos defectos cognoscitivos de la teoría social; pero realizan un diagnóstico un
poco diferente de la naturaleza de la deficiencia cognoscitiva que desean superar. La
sociología de Comte ve el paradigma del vicio cognoscitivo en la metafísica. Y as-
pira a superarla fundándose en una descripción empírica del mundo. De este modo,
reducía la deficiencia cognoscitiva a lo que no estaba adecuadamente fundado empí-
ricamente. Marx ve el paradigma de la deficiencia cognoscitiva en la ideología, esto
es, el pensar que se fundaba en los intereses económicos de la burguesía y que sufría
distorsiones a causa de estos intereses ... La cuestión es también un poco más com-
plicada para Marx, porque éste considera que la ideología implica cierta especie de
metafísica, por lo cual coincide finalmente con Comte. Sin embargo, Marx rechaza
la metafísica, en parte, cuando es una metafísica específica, una metafísica idealista.
Hay, pues, cierta ambigüedad en el rechazo de la metafísica por Marx. Lo que re-
chaza fundamentalmente, y polémicamente, es un tipo específico de metafísica, el
idealismo. Pero, al mismo tiempo, Marx también rechaza la metafísica en general,
en parte como disfraz secular (y sublimación) de la religión, y en parte como ideolo-
gía basada en un sistema de clase explotador, y al cual a la vez sustenta» (ibíd.: 34).
En Marx son los intereses económicos, la propiedad de los medios de producción,
los que oscurecen la realidad conocida racionalmente. Por otra parte, el rechazo de
Marx de la metafísica, aunque es evidente, al negar al hombre una naturaleza y con-
siderarlo puro devenir, es más ambiguo, no tiene el carácter directo que en Comte.
En cualquier caso, la crítica de Marx a la religión en nombre de la racionalidad no
acaba de ser racional.
Karl Marx: un punto de vista radical 137
En relación con las aportaciones concretas de Marx a las ciencias sociales vamos
a analizar su metodología dialéctica, a su concepción de las clases sociales y su in-
terpretación de la evolución hlstórica de la sociedad.
En el tratamiento de la dialéctica hay que tener en cuenta, en primer lugar, que
Marx no es el único dialéctico de la hlstoria pues son numerosas y se pierden en la
memoria de los tiempos las corrientes filosóficas que han utilizado esa metodolo-
gía, desde Platón a Kierkegaard, pasando por Pseudo-Dionisio Areopagita, Leibniz
o Pascal; por otra parte, la diferenciación en una doctrina de su metodología y sus
teorías solamente tiene sentido en términos de análisis. Sobre el segundo de estos
puntos nos advierte Marsal de la necesidad de estar atentos para evitar una confusión
que solo nos llevaría a la incomprensión de la aportación total: «Esta utilización
del pensamiento marxista en la que deliberadamente se disocian sus componentes
centrales (aunque siguiendo las orientaciones de sus creadores), lo ético, lo teórico,
lo dialéctico y lo lógico, es evidente que solo es sostenible como instrumento heurís-
tico y que saldría mal (acusada de cientificista o academista) en la parada de las
grandes interpretaciones de la doctrina marxista como visión y reforma del mundo»
(Marsal, 1977: 116). Suelen hacerse unas interpretaciones del marxismo estereotipa-
das: materialistas, idealistas, éticas o heurísticas. La heurística ha tenido cierto éxito
en la sociología académica norteamericana por no suponer una hostilidad excesiva
frente a la ideología anticomunista tan extendida en Estados Unidos.
Entre los teóricos de la dialéctica, Gurvitch ha precisado cómo en ésta se pue-
den presentar tres aspectos, que se hallan a su vez en relación dialéctica: el movi-
miento real, el método y la conexión que se establece entre el objeto construido por
la ciencia, el método empleado y el ser real. Por nuestra parte, vamos a centrarnos
en el aspecto metodológico, aunque no dejemos de tener en cuenta su apreciación
de que para Marx «la dialéctica es, ante todo, el movimiento mismo de la realidad
económica social e hlstórica, y que solo accesoriamente y de manera secundaria
es un método» (Gurvitch, 1971: 164). Al actuar de esta manera, siguiendo la inter-
pretación heurística del pensamiento marxiano, estamos en una posición aceptable
incluso por muchos marxólogos, entre ellos Rubel y Zeitein, que han explicado que
el materialismo de Marx «no es otra cosa que un método empírico y genésico de
investigación de los fenómenos sociales en su devenir hlstórico: el aspecto dialéc-
tico de este método de Marx se atiene al empleo del procedimiento de abstracción
y exposición de categorías sociológicas, sin alcanzar a herir en ningún momento la
lógica formal de la que ninguna ciencia puede prescindir». Llegando incluso a afir-
mar que «los verdaderos alcances de la enseñanza marxista solo pueden captarse si
se disocian en esta actitud la empresa teórica por un lado y las aplicaciones éticas
por el otro» (Marsal, 1977: 115).
En una caracterización general, se ha visto que los puntos que unen a todas las
diferentes concepciones de la dialéctica, a pesar de las divergencias en sus interpre-
taciones, son: a) toda dialéctica, considera a la vez los conjuntos y sus elementos
constitutivos, las totalidades y las partes; b) como método es siempre negación de
las leyes de la lógica formal, por negar el aislamiento entre el conjunto y sus partes,
138 Las teorías sociales
Cuadro7.2
LAS BASES METODOLÓGICAS DE MARX
Cuadro7.3
LA DIALÉCTICA SEGÚN TOURAINE
En los textos, más centrados en el tema del cambio, de Berger y Luckmann, con
referencia a lo que ellos mismos han llamado «dialéctica social», en muchos sentidos
se pretende superar el análisis marxista (Cuadro 7.4). En cualquier caso hay un in-
tento de recoger lo que les parece aceptable de las propuestas de Marx, aunque todo
queda muy alejado de dar una metodología para las propuestas revolucionarias.
Cuadro7.4
LA DIALÉCTICA SOCIAL DE BERGER Y LUCKMANN
De los párrafos seleccionados se puede deducir con claridad cómo por la «dia-
léctica social» se establece una relación continua entre el hombre (productor del
mundo) social y la estructura social (su producto). El hombre y su mundo social
interactúan, pero el producto vuelve a actuar sobre el productor, de manera que se
pierda la visión de productor y producido. El hombre está en una tensión dialéctica
continua con la sociedad. El mismo proceso se da entre el conocimiento y la socie-
dad. Puede decirse que el conocimiento es un producto social y un factor de cambio
social; la relación es, pues, dialéctica.
Vistas las cosas de esta manera, para los individuos estar en sociedad es partici-
par de su dialéctica. El hombre construye un mundo social con otros hombres, que
va perdiendo la inicial entidad subjetiva, adquiriendo una objetividad que se impone
al hombre mismo. «En la dialéctica entre el hombre y el mundo socialmente cons-
truido, el propio organismo humano se transforma, En esa misma dialéctica, el hom-
bre produce la realidad y por tanto se produce a sí mismo» (ibíd.: 227). En cualquier
caso, es de destacar que con el planteamiento metodológico de la «dialéctica social»,
prefigurada ya en Marx, aunque en unos planteamientos nuevos que posiblemente el
mismo Marx no reconocería, se está intentando construir modernamente una ciencia
no partidista o valorativa.
La dialéctica como método -en los términos simplistas en que la ha entendido la
Sociología- combate a la vez el escepticismo y el dogmatismo: los rechaza simultá-
neamente al demostrar cuán complejas, sinuosas y flexibles son la verdad y la rea-
lidad, y cuántos esfuerzos siempre renovados son necesarios para no traicionarlas.
Sin embargo, hay que admitir que hasta el presente la mayoría de los dialécticos han
traicionado a la dialéctica al desembocar en dialécticas apologéticas que se superan a
sí mismas para alcanzar una cima (que nada tiene de dialéctica). Y éste es el sentido
positivo que podemos encontrar en la nueva corriente de investigación social, que le
lleva a decir con cierto tono absolutista a Gurvitch (1958: 325): «Quisiera que en el
frontispicio de la "Casa de la Ciencia del Hombre" pueda leerse: "Nadie entre aquí
que no sea dialéctico". Pues la dialéctica no dogmática constituye el único medio
de liberar las investigaciones empíricas, tan necesarias para la sociología, de su vul-
garidad (hoy, desgraciadamente, demasiado frecuente), y de conducimos hacia un
aproximación eficaz entre las diversas ciencias sociales, bajo la presidencia doble de
la Sociología y de la Historia, a su vez en relación dialéctica».
De todas maneras, conviene deslindar bien los campos entre esta «dialéctica
social» y la marxiana. De esta última, la crítica radical, antes indicada, de Popper
no ha sido todavía superada. Por otra parte, las explicaciones dialécticas, en visión
fácil e imprecisa del cambio, pueden adolecer de falta de potencia explicativa. Y lo
que es peor, su explicación puede facilitar más la actividad de reforma política que
la investigación científica.
Cuadro7.5
RESUMEN DE LA TEORÍA DE MARX
humanidad. Marx veía también que la burguesía y el proletariado son las dos clases
sociales verdaderamente significativas, pues aunque no negó la existencia de otras,
en la práctica las reducía a estas dos. Las clases intermedias no tienen iniciativa ni
dinamismo histórico. Solamente dos clases -le parece- pueden señalar con su im-
pronta a la sociedad. Una es la clase capitalista, y la otra la clase proletaria. Cuando
llegue el momento del conflicto decisivo, todos tendrán que agruparse, con los capi-
talistas o con los proletarios.
La posesión o no de medios de producción define estas clases, que están en con-
flicto. Sus intereses están en contradicción, que se convierte en contraposición. La
oposición que supone la lucha de clases sigue el método dialéctico: tesis-antítesis-
síntesis. La aparición de la burguesía ha provocado la existencia del proletariado
e incita al enfrentamiento que producirá la sociedad sin clases. Así nos lo muestra
Marx de forma propagandista en El manifiesto (Cuadro 7.6).
Cuadro7.6
EL PROLETARIADO
Para que exista una clase no es suficiente para Marx con tener unas personas en
un determinado tipo de relación con los medios de producción. Es necesario encon-
trar una conciencia de clase y una ideología. La conciencia de clase y la diversidad
de intereses darán lugar a la lucha de clases.
Las clases sociales comportan en Marx dos aspectos: una posición similar en el
proceso de producción, que viene determinada en buena parte por la función técni-
ca; una toma de conciencia de sí mismo, diferenciándose de otros conjuntos con los
que está en lid. El primero de estos -más empírico- es el que ha predominado en el
concepto moderno de clase social, buscando una utilidad no solo teórica. Así, Giner,
después de considerar el concepto marxista de clase social, como agregado de indi-
148 Las teorías sociales
7. La evolución de la sociedad
Puede decirse que la tradición del positivismo sociológico iniciada por Comte en
Francia tuvo cierta continuación en otros pensadores como Alfred Fouillée (1838-
156 Las teorías sociales
1912) pero no encuentra eco amplio hasta finales del siglo por obra de Gustave le
Bon(1841-1931), Gabriel Tarde (1834-1904) y finalmente, y sobre todo, de Durkhe-
im (1858-1917). Gabriel Tarde, en su principal obra, Leyes de la imitación, procura
estudiar la función de transmisión, siguiendo el evolucionismo spenceriano, aunque
dejando claro que la evolución de la sociedad no es biológica sino imitativa; en otra
de sus obras, La opinión y la muchedumbre, se adelanta en consideraciones sobre la
influencia de la prensa; sus planteamientos entraron con frecuencia en discusión con
los de Durkheim. Gustave Le Bon tiene como obra más conocida La psicología de
las muchedumbres, que constituye una incipiente teoría sobre la sociedad de masas,
vista como acumulación de todo lo negativo de la sociedad; sus ideas culminarían
posteriormente en el desarrollo apocalíptico de Oswald Spengler con La decadencia
de Occidente, en una línea muy similar a la de Ortega y Gasset, en su apreciación del
hombre moderno, conformista, satisfecho y no ambicioso, que puede encontrarse
estereotipado en buena manera en el técnico especialista actual, que sabe casi todo
de una cosa e ignora el todo de las demás. Pero es Durkheim el que enlaza mejor
con el pensamiento de Comte y el de Spencer, en la preocupación fundamental por
estudiar la ley de la evolución de la sociedad.
Las ideas de Durkheim se caracterizan por su gran coherencia, hasta el punto
que seguir el hilo de sus obras es prácticamente seguir su itinerario intelectual. Esta-
mos ante las tareas de un profesor universitario dedicado al desarrollo y la institucio-
nalización de la sociología (Cuadro 8.1). En la primera de sus obras, publicada con
los materiales de su tesis doctoral, De la división del trabajo social (1893), está ya
su tema fundamental del consenso de la sociedad moderna perfectamente planteado.
Como nos dice acertada y sintéticamente A ron, « ... el problema es el siguiente: la
sociedad moderna implica una diferencia extrema de las funciones y los oficios;
¿cómo lograr que una sociedad dividida en innumerables especialistas conserve la
coherencia intelectual y moral necesaria?» (Aron 1980: 16).
Cuadro 8.1
ÉMILE DURKHEIM
desde donde emprendería una importante tarea de difusión de sus ideas, pu-
blicando obras como El suicidio (1997). En 1913 consigue que se cree la cátedra
de Sociología de la Sorbona. De 1896 a 1913 realizó una importante labor de
investigación social y de promoción y divulgación de la Sociología al frente de la
conocida revista L'Année Sociologique. Muere en 1917, deprimido por la muer-
te de su hijo en el frente alemán.
Émile Durkheim fue, sin lugar a dudas, uno de los principales responsables
del surgimiento y reconocimiento de la Sociología como ciencia. Hizo todo lo
que estuvo a su alcance por dotarla de un método científico que la pusiera en
estrecha relación con los «hechos», con el fundamento empírico, y la distanciara
de los juicios de valor. Su influencia se extendió más allá del campo sociológico,
proyectándose sobre la Antropología, la Pedagogía, la Historia, el Derecho y la
Filosofía.
por la reforma basada en las instituciones políticas. Le parece más útil intentar con
la Sociología someter los hechos sociales a un estudio similar al que realizan las
ciencias naturales.
De todas maneras, las influencias recibidas van más allá del ámbito francés. En
efecto, como ha afirmado Robles Morchón (2005), el substrato intelectual alemán,
poco citado, es una de las fuentes más importantes de la sociología de Durkheim.
Este influjo tiene su inicio, sobre todo, en el curso académico que pasó en varias uni-
versidades alemanas de 1885 a 1886 estudiando con reputados científicos sociales.
Autores como Wagner, Schmoller, Wund o Simmel pueden estar en las fuentes de
inspiración de las teorías de Durkheim, no siempre reconocidas por las circunstan-
cias políticas del momento (Cuadro 8.2).
Cuadro8.2
POLÉMICA DE DURKHEIM CON DEPLOIGE
Cuadro8.3
LA DIVISIÓN DEL TRABAJO EN MARX Y DURKHEIM
De esta manera, iniciando los mismos pasos que seguirían con el tiempo los
funcionalistas, se pregunta Durkheim por la función o papel que tiene la división
del trabajo en cuanto elemento persistente, o lo que es lo mismo, a qué necesidad
corresponde. La respuesta inmediata parece ser: la de aumentar la fuerza produci-
da y la habilidad del trabajador. Sin embargo -en su opinión-la ley se cumple en
ámbitos más amplios que el económico y, por tanto, la respuesta de los economistas
y concretamente de Marx, en este campo no puede semos suficiente. «La función
o el rol de la división del trabajo no es que aumente el rendimiento de las tareas
divididas, sino el hacerlas más solidarias. La división del trabajo comenzó para in-
tegrar más la sociedad, a fuerza de diversificarla funcionalmente. En consecuencia,
la división del trabajo va más allá de lo económico, pues estriba en el fondo en los
modos de cohesión social que imponen los diversos tipos de solidaridad. Esta última
es un fenómeno totalmente ético que se revela, como decimos, en sus manifestacio-
nes jurídicas. Estas corresponden a dos tipos fundamentales de solidaridad que, a
su vez, determinan dos tipos extremos de sociedad: la solidaridad mecánica o por
semejanzas y la solidaridad orgánica» (Giner, 1975: 547). De tal manera, el tipo de
Las propuestas de Durkheim 161
Cuadro8.4
LOS HECHOS SOCIALES PARA DURKHEIM
En los textos de Durkheim es evidente el diálogo con Tarde y con todos los
que desean reducir la acción social a puros fenómenos individuales, igualmente el
deseo de ir perfilando la autonomía de la Sociología respecto de la Psicología. Así,
estos hechos sociales, que constituyen el dominio específico de la Sociología, según
Durkheim, pueden conocerse tanto por su poder de coerción externo, como por su
difusión, dentro del grupo, con independencia de las formas individuales que toma
al difundirse. De manera que por muy indirecta que sea la coacción -caso de las
organizaciones económicas- no dejen de percibirse. Tenemos, pues, perfectamente
definido el hecho social como objeto de la Sociología: «Hecho social es toda manera
de hacer, fijada o no, susceptible de ejercer sobre el individuo una coacción exterior;
o bien: que es general en el conjunto de una sociedad, conservando una existencia
propia, independiente de sus manifestaciones individuales» (Durkheim, 1978: 44).
Como puede observarse, la gran preocupación de Durkheim es la diferenciación de
estos hechos de los estados mentales aplicados a los individuos, por muy extendidos
que se encuentren. «Para que la existencia de la Sociología sea posible -nos dice-,
es necesario que tenga un objeto que a ella sola pertenezca y al que conozca como
una realidad propia y no obtenida de otras ciencias; cuando no existe nada de real
fuera de las conciencias particulares, se desvanece a falta de materia propia ... No
se piensa que no puede haber Sociología si no existen sociedades, y que no existen
sociedades si no hay más que individuos» (Durkheim, 1976: XXIX). Buena parte de
sus ideas están unidas a su concepción metodológica de la Sociología como ciencia
no valorativa
En uno de los intentos de dejar claro qué son los «hechos sociales» y su auto-
nomía de los fenómenos individuales, Durkheim hizo un estudio sobre el suicidio,
donde se ve con toda su significación el objeto preciso de estudio de la sociología,
más allá de las consecuencias personales, como deja claro en el prólogo a su obra El
suicidio (Cuadro 8.5).
Cuadro8.5
UN HECHO SOCIAL: EL SUICIDIO SEGÚN DURKHEIM
El estudio de estos fenómenos hay que hacerlo de una forma cuidadosa, siguien-
do el método científico. Estamos ante unos riesgos calculados por el propio Durkhe-
im y considerados necesarios. Así, tenemos en el prólogo de la segunda edición de
Las regias del método sociológico una aclaración del mismo autor sobre ella nece-
sidad de huir de la realidad social como puramente inmaterial y de asimilarla más
bien a las «cosas» (Cuadro 8.6).
IX.
Max Weber: una Sociología
. .
comprensiva y precisa
John Rex, al referirse a Max Weber en un libro publicado en 1%9, nos decía:
«La obra de Max Weber ha tenido muy poca influencia en Inglaterra y en la edad
de los ordenadores electrónicos presenta escasos indicios de ejercerla en el futuro»
(Raison, 1970: 173). A los pocos años la apreciación nos parece inadecuada, con
falta evidente de visión histórica. Como nos dice posteriormente el mismo Rex y en
el mismo libro: «Hay una comprensión del tema y un esclarecimiento de sus pro-
blemas que no hallamos en ningún otro autor» (ibíd.: 174). La figura de Weber se
ha ido agigantando con los años y ha ido alcanzando cotas crecientes de aceptación,
considerándosele con frecuencia en la actualidad el más grande e influyente de los
sociólogos. «La máxima forma de la "Sociología del espíritu" es, sin duda alguna,
la "Sociología comprensiva" de Max Weber, cuya capacidad analítica trasciende el
preciso momento histórico-social de su génesis para pretender hoy validez como
ciencia sociológica actual. Max Weber es todavía nuestro contemporáneo» (Moya,
1975: 118). Con Weber termina el período clásico de la Sociología. Después de su
obra, y de la de Durkheim en menor medida, nos encontramos ya con una disciplina
definitivamente fundada.
Cuadro 9.1
MAXWEBER
Cuadro9.2
EL LIBERALISMO RACIONAL WEBERIANO
«En este clima de disolución del idealismo objetivo, con su decisivo relati-
vismo y agnosticismo axiológico, Max Weber, pertrechado con el formalismo
neokantiano, se va a enfrentar con el «idealismo materialista» construyendo su
Sociología como un desesperado esfuerzo de formalizar científicamente la rea-
lidad histórico-social, a fin de explorar su posible racionalidad o irracionalidad.
Se trata, en último término, de iluminar racionalmente la decisión individual,
haciendo así posible una auténtica ética de la responsabilidad -que supone sus
valores y fines últimos como previamente dados y exteriores a la ciencia-. Que
se limita a proporcionar conocimientos sobre la técnica que, mediante la previ-
sión, sirve para dominar la vida, tanto las cosas externas como la propia conduc-
ta de los hombres. La ciencia como máxima forma de racionalización teórica de
la acción, al asegurar una máxima coherencia entre los medios, los fines y sus
consecuencias, posibilitando así que el individuo "por sí mismo" se dé cuenta
del sentido último de sus propias acciones y de este modo sea dueño responsa-
ble de su propio comportamiento».
(Moya, 1975: 122 y 123)
176 Las teorías sociales
ción social para de esa manera explicarla causalmente en su desarrollo y efectos. Por
acción debe entenderse una conducta humana siempre que el sujeto o los sujetos de
la acción enlacen a ella un sentido subjetivo. La acción social, por tanto, es una ac-
ción en donde el sentido mentado por su sujeto o sujetos está referido a la conducta
de otros, orientándose por ésta en su desarrollo» (1964: 5).
Quizás el concepto básico sobre el que elabora Weber su sistema, como trans-
mite en el capítulo primero de Economía y sociedad, es el de «acción social», que
orientada por las acciones de los otros puede ser: racional con arreglo a fines; ra-
cional con arreglo a valores; afectiva, y tradicional. En cualquier caso, estamos ante
acciones repetidas, con una significación subjetiva y orientada a otros que consti-
tuyen el objeto propio de la Sociología. Y sobre este concepto se elaborará el de la
relación social, que es una conducta plural con probabilidad de actuaciones en una
forma determinada (1964: 20-21).
Basándose en estas ideas, el enfoque de la «sociología comprensiva» (verste-
hen) consiste en colocarse imaginativamente en lugar del otro; de esta manera el
estudio de los fenómenos sociales gana en profundidad psicológica. Como precisa
Nisbet, el «verstehen es una comprensión que penetra el reino de los sentimientos,
las motivaciones y el espíritu» (1979: 25). Se propugna así la captación del senti-
do en el análisis de los fenómenos sociales. El individuo y su acción es la unidad
básica a la que debe reducirse la «sociología comprensiva», procurando que los
conceptos generales tengan referencia a la interacción humana y, por tanto, sean
comprensibles.
Teniendo a sus espaldas toda la herencia de la escuela histórica alemana y del
criticismo kantiano y poskantiano, a diferencia de Durkheim, Max Weber pone el
acento no tanto sobre el hecho social como «cosa», como en las acciones sociales,
iniciativa voluntaria del individuo. La importancia de Max Weber reside en su tenta-
tiva, coronada en parte por el éxito, de ir más allá del positivismo y el historicismo
y redescubrir el condicionamiento de la acción social . . . Pero no se crea que, inte-
resado como está por la suerte de los individuos y su destino, Max Weber limite el
campo de sus indagaciones a temas psicologizantes . . . Puede ser que ningún otro
sociólogo contemporáneo como él haya considerado tan seriamente el problema del
estudio de las instituciones, tanto del punto de vista de su funcionamiento cotidiano
como de la perspectiva histórica, y no abandona sino temporalmente y por fines
heurísticos, el criterio de la globalidad. (Ferraroti, 1975: 20 y 27).
Así, haciendo hincapié en el punto de vista del actor, Max Weber procuraba se-
pararse de la concepción despersonalizada del individuo tan característica de la tra-
dición idealista alemana. El átomo del sistema weberiano es, por tanto, el concepto
de «acción social», que es el comportamiento humano orientado hacia otros con una
significación subjetiva. Dicho en términos vulgares, hacer un guiño a otra persona
para indicarle algo es un acto social, mientras que no lo será el continuo parpadeo
mecánico que todos los hombres realizan. Sobre la acción social se organiza la rela-
ción social, en la medida en que varios actores orientan sus acciones recíprocamente.
La probabilidad de estas relaciones dará lugar al uso o a la costumbre ... Y, de esta
manera, va Weber construyendo su edificio conceptual que incluirá los grupos, la
empresa, el poder, la asociación hierocrática, etc.
Max Weber: una Sociología comprensiva y precisa 179
Cuadro9.3
LOS CONCEPTOS PARA WEBER
4. La preocupación metodológica
Cuadro9.4
LÓGICA Y METODOLOGÍA EN LA TAREA CIENTÍFICA
hay una afinidad entre factores que hacen que los elijamos como explicación más
convincente. Como se verá más adelante, no podemos, por ejemplo, pensar que en
Weber se pueda deducir que la ética protestante haya inducido a la existencia del
capitalismo. Estamos pues, en este caso, ante una «afinidad intelectual y existencial
entre una interpretación del protestantismo y una conducta económica. Esta afinidad
entre el espíritu del capitalismo y la ética protestante hace inteligible el modo en que
una forma de pensar el mundo puede orientar la acción>> (Aron, 1980: 276). Nada
más alejado del monismo determinista económico o cultural.
El pluricausalismo weberiano, puede verse como un resultado de la inseguri-
dad y contradicciones filosóficas fundamentales de su vida, aparece indudablemente
como un elemento vital en su metodología, dándole cierto tono de ambigüedad a
sus planteamientos, desde los que es posible derivar hacia el relativismo cultural,
el irracionalismo nazi o el complejo sistema de la sociología del orden. Pues para
Max Weber nos encontramos con «la imposibilidad de unificar los distintos puntos
de vista que, en último término, pueden tenerse sobre la vida y, en consecuencia, la
imposibilidad de resolver la lucha entre ellos y la necesidad de optar por uno u otro
... El destino de nuestro tiempo, racionalizado e intelectualizado y, sobre todo, des-
mitificador del mundo, es el de que precisamente los valores últimos y más sublimes
han desaparecido de la vida pública y se han retirado, o bien al reino ultraterreno de
la vida mística, o bien a la fraternidad de las relaciones inmediatas de los individuos
entre sí» (1980: 224). Su respuesta personal, con la que termina el conocido ensayo
La ciencia como vocación, no se aleja lo más mínimo de esta línea: «Hay que poner-
se al trabajo y responder, como hombre y como profesional, a las exigencias de cada
día. Esto es simple y sencillo si cada cual encuentra el demonio que maneja los hilos
de su vida y le presta obediencia» ( 1980: 231).
La siguiente cita de Aron, comentando a Weber, es ejemplo de la crítica al portillo
que abre siempre este autor a la incertidumbre ética, en la aparente fortaleza inicial de
sus principios, de una manera muy similar al marxismo: «Las reglas formales de la
moral racionalista de origen cristiano, cuya expresión suprema es la filosofía de Kant,
no son tampoco cuestión de gusto, como los colores. Son el desarrollo lógico de la idea
de humanidad, de sociedad universal de los hombres, idea inseparable del sentido pro-
fundo de la verdad científica. Estas reglas son formales porque las instituciones que,
de siglo en siglo, constituyen su realización adecuada, no pueden dejar de cambiar en
función de las técnicas de la materia y de la sociedad» (1980: 58). En esta ambigüe-
dad ética de las teorías de Weber, que no pueden dejar de tener destellos en su vida,
descansa la modernidad de su planteamiento y también su debilidad, su fariseísmo.
sin embargo -dice Weber-, obra del Renacimiento. Los pioneros de esta nueva sen-
da son los primeros grandes artistas modernos, Leonardo y sus pares, pero sobre
todo, y muy caracterizadamente, los músicos experimentales del siglo XVI, con su
clavicordio de pruebas. De ellos la experimentación pasó a la ciencia, especialmente
por obra de Galileo, a la teoría, a través de Bacon, y más tarde a cada una de las
disciplinas científicas singulares en las Universidades del continente, sobre todo las
italianas y las holandesas» (Aron, 1980: 204). Todo el progreso científico es visto
así por Weber como una parte importante del proceso de intelectualización al que
estamos sometidos. Y, posiblemente, la aportación principal de Weber al tema es su
idea de los tipos ideales, como propuesta específica para una mejor comprensión
racional de la realidad.
A manera de inciso, conviene precisar, que para Weber es el progreso, la acu-
mulatividad, la diferencia fundamental entre el arte y la ciencia, pese a que ambas
actividades exijan como elementos importantes tanto la dedicación como la inspira-
ción (Cuadro 9.5).
Cuadro9.5
LO ARTÍSTICO FRENTE A LO CIENTÍFICO
«No es, en modo alguno, cierto que la inspiración juegue mayor papel en la
ciencia que en la solución de los problemas prácticos que se plantean a un em-
presario moderno, aunque la soberbia de los científicos no lo crea así. Así como
tampoco, en contra de lo que suele creerse, es su papel menor en la ciencia que
en el arte ... En el campo de la ciencia solo tiene personalidad quien está pura y
simplemente al servicio de la causa. Y no es solo en el terreno científico en donde
sucede así. No conocemos ningún gran artista que haya hecho otra cosa que ser-
vir a su arte y solo a él ... Pero pese a la existencia de estas condiciones previas co-
munes tanto a nuestro trabajo como al trabajo artístico, el trabajo científico, en
efecto, está inmerso en la corriente del progreso, mientras que en el terreno del
arte, por el contrario, no cabe hablar de progreso en este sentido ... Una obra de
arte que sea realmente "acabada" no será nunca superada ni envejecerá jamás.
El individuo podrá apreciar de manera distinta la importancia que para él, per-
sonalmente, tiene esa obra, pero nadie podrá decir nunca de una obra que esté
realmente "lograda" en sentido artístico, que ha sido "superada" por otra que
también lo esté. En la ciencia, por el contrario, todos sabemos que lo que hemos
producido habrá quedado anticuado dentro de diez o de veinte o de cincuenta
años. Ése es el destino y el sentido del trabajo científico y al que éste, a diferencia
de todos los demás elementos de la cultura, que están sujetos a la misma ley, está
sometido y entregado. Todo "logro" científico implica nuevas "cuestiones" y ha
de ser superado y ha de envejecer. Todo el que quiera dedicarse a la ciencia tiene
que contar con esto. Ciertamente existen trabajos científicos que pueden guar-
dar su importancia de modo duradero como "instrumentos de gozo" a causa de
su calidad artística o como medios de preparación para el trabajo».
(Weber, 1980: 194-197)
184 Las teorías sociales
De forma que -en esta línea- nos podremos encontrar con obras de arte definiti-
vas, mientras las obras científicas son siempre perecederas y adquieren su pleno sig-
nificado al ser superadas. Es más, con frecuencia, lo que perdura en una realización
científica es lo que tenía incorporado de artístico.
Pero volvamos a la consideración nuclear de Weber al estudiar los tipos ideales.
Nos recuerda Rex que Durkheim, en su empirismo radical, ya vio que los sociólogos
no podían hablar simultáneamente de todos los fenómenos sociales y que, por tanto,
había que dirigirse a elaborar unos modelos tipo, basados en algún sistema de pro-
medio estadístico. Sin embargo, Weber fue mucho más allá de esta intuición, postu-
lando que para estudiar la sociedad y la cultura se necesitaba «allanar los elementos
que componían su estructura particular y formar con ellos un tipo ideal de manera
que cuando enfoquemos el caso particular, conozcamos qué rasgos eran especial-
mente susceptibles de observación y medición exacta» (Rex, 1%8: 174). De esta
forma, se plantea en Max Weber la necesidad de construir tipos ideales, culminando
con ellos varias tendencias de su pensamiento, de manera que puede afirmarse que
con su estudio estamos en el centro de su doctrina epistemológica, que intenta alcan-
zar la solidaridad entre Historia y Sociología.
Por una parte, «el tipo ideal está vinculado -nos recuerda-, con la idea de com-
prensión, pues todo tipo ideal es una organización de relaciones inteligibles, propias
de un conjunto histórico o de una realización de acontecimientos. Por otra parte, el
tipo ideal está vinculado con lo que es característico de la sociedad y de la ciencia
moderna, a saber, el proceso de racionalización. La construcción de tipos ideales
es una expresión del esfuerzo de todas las disciplinas científicas para conferir in-
teligibilidad a la materia, deduciendo de la misma la racionalidad interna, y quizás
aun construyendo esta racionalidad a partir de una materia a medias informe. Final-
mente, el tipo ideal se relaciona también con la concepción analítica y parcial de la
causalidad. En efecto, el tipo ideal permite aprehender individuos históricos o con-
juntos históricos. Pero el tipo ideal es una aprehensión parcial de un conjunto global.
Mantiene el carácter parcial de toda relación causal, aún en aquellos casos en que,
aparentemente, abarca a una sociedad entera» (Aron, 1980: 81). De esta manera, al
señalar las tendencias típicas ideales, se está intentando dar inteligibilidad a situacio-
nes, que incluso al ser vividas por los actores tuvieron una comprensión deficiente.
Nos encontramos de esta manera con los tipos ideales, tal y como los define
Weber, son reconstrucciones estilizadas de la realidad en función de unos elementos
o rasgos típicos acentuados. Define claramente este instrumento en uno de sus ensa-
yos metodológicos, La objetividad cognoscitiva de la ciencia social y de la política
social, publicado en 1904, donde dice: «Se obtiene un tipo ideal acentuando uni-
lateralmente uno o varios puntos de vista y encadenando una multitud de fenóme-
nos dados aisladamente, difusos y discretos, que se encuentran en gran o pequeño
número, en distintos lugares, que se ordenan según los precedentes puntos de vista
elegidos unilateralmente, para formar un cuadro de pensamiento homogéneo. No se
encontrará en ninguna parte, empíricamente, un cuadro semejante en su pureza con-
ceptual: es una utopía que plantea a la labor historiográfica la tarea de comprobar,
en cada caso singular, en qué medida la realidad se acerca o se aleja de ese cua-
dro ideal . . . Ese concepto, empleado con precaución, presta un servicio específico
Max Weber: una Sociología comprensiva y precisa 185