la pampa argentina del siglo XIX”. En Entre médicos y curanderos: cultura, historia y enfermedad en la América Latina moderna, 2002, pp. 29-42. María Silvia Di Liscia
(registros de vacunados y no vacunados, repetición de la opera-
, ción si no se lograba la inmunización y, sobre todo, la existencia de virus atenuado, de dificultosa conservación). En suma, re quería decisión política, organización burocrática, recursos técnico-económicos'y personal médico. Pero además, era una práctica rechazada por un sector importante de la población que juzgaba sus efectos como altamente nocivos. Por lo tanto, no se llevó a cabo eficazmente hasta finales del siglo XIX, cuando la organización sanitaria alcanzó nivel nacional, con mayores recursos económicos y condiciones político-ideológi cas que permitieron a las autoridades medicalizar más efecti vamente a la población. En los años 30 y 40, las autoridades no podían obligar a la po blación a vacunarse, ni existía un "poder médico-sanitario" su ficientemente hegemónico para ello. Además, para la mayoría no estaba clara la relación vacuna/ eliminación de la viruela, dada su limitada eficacia técnica, por lo que puede suponerse que había personas que se vacunaban y aun así sufrían la virue la, y otras muchas que no se vacunaban y sin einbargo no se con tagiaban. Estas últimas, además, compartían una cosmovisión de la enfermedad para la cual vacunarse no se entendía como in munización (concepto que la ciencia médica no tenía en claro exactamente) sino como una forma de promover directamente la enferm�dad, daño o walicho dentro del propio cuerpo, desen cadenando fuerzas que rompían el frágil equilibrio corporal. El hecho de que los indígenas aceptaran vacunarse, es de cir, ingresar en su cuerpo parte de la enfermí;dad, pudo ser utilizado por el discurso político para caracterizar a la vacuna ción como práctica inocua y beneficiosa, aun entre los "salva jes", remarcando así su validez para otros conjuntos sociales. Y quizás para ellos, como para los indígenas, vacunarse tampo co se entendía como una protección producida a partir del desencadenamiento de procesos internos de inmunidad, sino que "llevar la vacuna" era llevar un "talismán", un preservativo mágico que podría eliminar la temible viruela.