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Liberanos A Malo
Liberanos A Malo
Consideraciones
sobre el Gran Reinicio y el Nuevo Orden
Mundial
Nadie formará parte del Nuevo Orden Mundial hasta que realice un acto de culto a
Lucifer.
David Spangler
Desde hace más de año y medio asistimos impotentes a una sucesión de hechos
incongruentes a los cuales la mayoría no estamos en situación de dar una explicación
plausible. La emergencia pandémica ha hecho particularmente patentes las
contradicciones y lo absurdo de medidas en teoría destinadas a limitar los contagios –
confinamiento, toque de queda, interrupción del comercio, limitación de los servicios
públicos y de la enseñanza, suspensión de los derechos civiles– y que a diario son
rechazados por voces discordantes, por pruebas innegables de su ineficacia y por
contradicciones de parte de las propias autoridades sanitarias. No es necesario enumerar
las medidas que han adoptado casi todos los gobiernos del mundo sin obtener los
resultados prometidos. Si nos limitamos a las presuntas ventajas que debería haber
supuesto para la sociedad la terapia génica experimental –sobre todo inmunidad contra
el virus y la recuperación de la libertad de movimientos–, descubrimos que un estudio
de la Universidad de Oxford publicado en The Lancet (aquí) ha declarado que la carga
viral de los vacunados con la segunda pauta es 251 veces mayor con respecto a las
primeras cepas del virus (aquí), a pesar de las proclamas de los dirigentes
internacionales, empezando por el primer ministro italiano Mario Draghi, que afirma
que «quien se vacuna vive, y quien no se vacuna muere». Los efectos secundarios de la
terapia génica, hábilmente disimulados o deliberadamente no registrados por las
autoridades sanitarias nacionales, parecen confirmar el peligro de la administración y las
inquietantes incógnitas para la salud de los ciudadanos que dentro de poco habremos de
afrontar.
De la ciencia al cientifismo
Como ya dije en otra ocasión, nos encontramos ante una estafa colosal basada en la
mentira y en el fraude. Estafa que parte de la premisa de que las justificaciones aducidas
por las autoridades en apoyo de lo que están haciendo con nosotros son sinceras.
Hablando en plata, el error consiste en considerar honrados a los gobernantes y creer
que no mienten. Nos obstinamos así en buscar justificaciones más o menos plausibles
con tal de no reconocer que somos objeto de una conjura planificada hasta sus más
mínimos detalles. Y mientras tratamos de explicar racionalmente comportamientos
irracionales, y atribuimos una lógica a la ilógica conducta de quienes nos gobiernan, la
disonancia cognitiva hace que cerremos los ojos a la evidencia y creamos las mentiras
más descaradas.
Habríamos debido comprender –lo escribí tiempo atrás– que el plan del Gran Reinicio
no era fruto de delirios conspiranoicos, sino la evidencia palpable de una dictadura
universal con la que una minoría de personas inconmensurablemente pudientes se
propone esclavizar y someter a toda la humanidad a la ideología mundialista. Porque la
acusación de conspiranoia podría haber tenido sentido cuando la conspiración no era
evidente, pero hoy es ya injustificable negar lo que la élite tiene proyectado desde los
años cincuenta. Lo que afirmaron durante la posguerra Kalergi, los Rothschild, los
Rockefeller, Klaus Schwab, Jacques Atali y Bill Gates se ha publicado en libros y
periódicos, comentado e invocado por entidades y fundaciones internacionales y fatto
proprio por entidades y fundaciones internacionales. Los estados unidos de Europa, la
inmigración descontrolada, la reducción de los salarios, la suspensión de garantías
sindicales, la renuncia a la soberanía nacional, la moneda única, el control de los
ciudadanos so pretexto de la pandemia y la reducción de la población mediante el uso
de vacunas de tecnología puntera no son inventos recientes, sino fruto de una acción
planificada, organizada y coordinada. Acción que con toda evidencia sigue un único
guión bajo una dirección única.
Intención criminal
Una vez quede claro que cuanto está sucediendo había sido intencionado con miras a
lograr unos resultados determinados –y, en consecuencia, para perseguir unos intereses
determinados en beneficio de una parte minoritaria de la humanidad– es preciso también
tener la honradez de reconocer la intención criminal de los promotores del plan. Tal
designio criminal nos ayuda también a entender el dolo cometido por las autoridades al
presentar ciertas medidas como inevitable remedio a una situación imprevista, cuando
esa situación ha sido creada artificialmente y agigantada por el mero fin de legitimar
una revolución –revolución que Schwab identifica como cuarta revolución
industrial– ideada por la élite en detrimento de toda la humanidad. La sumisión de las
autoridades es, por otra parte, fruto de un proceso iniciado mucho antes, con la
Revolución Francesa, que ha conseguido que la clase política no sea sierva de Dios (de
cuya realeza prescinde olímpicamente) ni del pueblo soberano (al que desprecia y del
que sirve sólo para legitimarse), sino de los potentados económicos y financieros, la
oligarquía internacional de banqueros y usureros, las multinacionales y las compañías
farmacéuticas. En realidad, si bien se mira, todos esos sujetos dependen de un reducido
número de connotadas familias que gozan de una grandísima fortuna.
Igual es la sumisión que se observa en la información: los periodistas han aceptado sin
el menor escrúpulo de conciencia prostituirse a los poderosos, llegando con ello a
censurar la verdad y divulgar mentiras descaradas sin preocuparse de darles el menor
viso de credibilidad. Si hasta el año pasado la prensa contaba las víctimas del covid
presentando a quienes han dado positivo como enfermos terminales, actualmente los
que van muriéndose después de haberse vacunado siempre son afectados
de indisposiciones y antes de que se decida hacerles una autopsia se concluye
automáticamente que el fallecimiento no guarda relación alguna con la administración d
la terapia génica. Alteran impunemente la verdad cuando ésta no se ajusta al discurso
oficial, adaptándola a sus fines.
Lo que viene sucediendo de un año y medio para acá había sido divulgado con
antelación hasta en sus más mínimos detalles por los propios artífices del Gran Reinicio,
así como ya se habían anunciado las medidas que se tomarían. El 17 de febrero de 1950
el célebre banquero James Warburg dijo ante el senado estadounidense: «Guste o no,
tendremos un gobierno mundial. Lo que está por ver es si ese gobierno se implanta
mediante consenso o por la fuerza». Cuatro años después nacía el Grupo de Bilderberg,
entre cuyos miembros se han contado personajes como Agnelli, Kissinger, Mario Monti
y Mario Draghi, actual primer ministro italiano. En 1991, David Rockefeller escribió:
«El planeta está listo para un gobierno mundial. La soberanía supranacional de una élite
de intelectuales y banqueros internacionales es preferible sin duda a la
autodeterminación de las naciones de los siglos anteriores». Y añadió: «Estamos en
vísperas de una transformación a escala planetaria. Sólo hace falta una crisis mundial
adecuada para que todos los países acepten el Nuevo Orden Mundial». Hoy podemos
afirmar que esa crisis adecuada coincide con la emergencia de la pandemia y con el
orden cerrado programado desde 2010 en el documento de la Fundación
Rockefeller Scenarios for the Future of Technology and International Development, en
el que ya se preveían los acontecimientos que estamos presenciando (aquí).
En resumidas cuentas, esos individuos han creado un falso problema a fin de imponer
como aparente solución medidas de control de la población, eliminar mediante
confinamientos y pasaporte covid la pequeña y mediana empresa para beneficio de unos
pocos grupos internacionales, acabar con la educación mediante la enseñanza a
distancia, reducir el costo de la mano de obra y del trabajo presencial trabajando desde
casa, privatizar la sanidad pública para provecho de las grandes farmacéuticas y permitir
que los gobiernos se valgan del estado de emergencia para legislar contraviniendo el
derecho e imponer supuestas vacunas a toda la población para que se pueda seguir el
rastro a todos los ciudadanos, convertidos en enfermos crónicos o estériles.
La élite ha hecho todo lo que se había propuesto. Y resulta incomprensible que ante la
evidencia de la premeditación con que se ha perpetrado este infame crimen contra la
humanidad, que vede cómplices y traidores a los dirigentes de casi todo el mundo, no
hay un solo magistrado que incoe una causa contra ellos para averiguar la verdad y
condenar a los culpables y los cómplices. El que disiente no sólo es censurado; se lo
señala también como enemigo público, como contagiadores, como seres infrahumanos a
quienes no se le reconocen derechos.
Lo mínimo que cabría hacer con un plan criminal sería denunciarlo, darlo a conocer
para frustrarlo y procesar a los culpables. La lista de los traidores debería ir encabezada
por los jefes de gobierno, ministros y parlamentarios, a quienes seguirían los virólogos y
médicos corruptos, junto con los funcionarios cómplices, la cúpula de las fuerzas
armadas incapaz de oponerse a esta violación de la Constitución, los periodistas
vendidos, los jueces cobardes y los sindicatos aduladores. En esa larga lista que tal vez
se escriba algún día, habría que incluir a también la cúpula de la Iglesia Católica,
comenzando por Bergoglio y no pocos obispos que se han convertido en ardorosos
ejecutores de la voluntad de los gobernantes contra el mandato divino recibido de
Cristo. Ciertamente con esa lista se conocería el alcance de la conjura y el número de
conspiradores, confirmando con ello la crisis de autoridad y la perversión de las
autoridades civiles y religiosas. Se comprendería, en resumidas cuentas, que la parte
corrompida de las autoridades civiles –estado profundo– y la de las autoridades
eclesiásticas –Iglesia profunda– son el anverso y el reverso de una misma medalla,
siendo ambos instrumentos para la implantación del Nuevo Orden Mundial.
Ahora bien, para entender esta alianza entre el poder civil y el religioso es preciso
reconocer la dimensión espiritual y esjatológica del conflicto que vivimos,
encuadrándolo en la guerra que libra contra Dios Lucifer desde su caída. Esta guerra,
cuyo desenlace ha sido decidido ab aeterno con la inevitable derrota de Satanás y del
Anticristo y su aplastante derrota bajo los pies de la Señora rodeada de estrellas, se
acerca a su conclusión. Por eso las fuerzas de las tinieblas están tan desatadas,
impacientes por borrar de la faz de la Tierra el nombre de Nuestro Señor, y acabar no
sólo con su presencia tangible en nuestras ciudades derribando sus iglesias, quitando las
cruces y suprimiendo las fiestas cristianas, sino borrando igualmente su recuerdo,
destruyendo la civilización cristiana, adulterando sus enseñanzas y devaluando el culto.
Ciertamente, una jerarquía fiel y valerosa dispuesta a sufrir el martirio para defender su
Fe y la moral cristiana es un obstáculo para quienes buscan ese fin. Por eso, desde la
etapa inicial del plan mundialista era indispensable corromper la jerarquía en lo que
relativo a la moral y la doctrina infiltrando en ella quintas columnas y células
durmientes, privarla de toda aspiración sobrenatural y, hacerla sobornable mediante
escándalos financieros y sexuales con vistas a excluirla y eliminarla una vez conseguido
el fin propuesto según la praxis establecida.
A finales de los años cincuenta, cuando el proyecto del Nuevo Orden Mundial iba
tomando forma, dejó su huella en esta operación de infiltración que inició su propia
labor subversiva pocos años después con el Concilio Vaticano II, en busca del cual la
elección de Roncalli y la exclusión del papable Siri, delfín de Pacelli, supusieron una
inyección de entusiasmo tanto para el sector progresista y modernista al interior de la
Iglesia como para el sector comunista, liberal y masónico del ámbito civil. El Concilio
fue en el seno de la Iglesia lo que el Juramento del Salón del Juego de Pelota en la
sociedad civil: el comienzo de la Revolución. Y si bien en numerosas ocasiones he
querido poner de manifiesto el carácter subversivo del Concilio, hoy creo que merece la
pena prestar atención a un análisis histórico en el que hechos aparentemente inconexos
cobran un significado inquietante y explican muchas cosas.
Relaciones peligrosas
Lo mismo ha pasado con el turbio negocio de la inmigración: entre los que sacan
provecho de la acogida están, además de organizaciones izquierdistas, entidades
vaticanas y de las conferencias episcopales, a las cuales el Estado subvenciona con
cantidades considerables de dinero para que acojan a los inmigrantes clandestinos. El
horroroso monumento de la patera de bronce instalado por Bergoglio en la Plaza de San
Pedro es la representación plástica de una hipocresía que es marca de la casa de este
pontificado. En una reciente audiencia de miércoles, hemos podido oír estas palabras:
«El hipócrita es una persona que finge, adula y engaña porque vive con una máscara en
el rostro y no tiene el valor de enfrentarse a la verdad. (…) Particularmente detestable es
la hipocresía en la Iglesia, y lamentablemente existe la hipocresía en la Iglesia, y hay
muchos cristianos y muchos ministros hipócritas» (aquí). Me parece que huelgan todos
los comentarios.
Las intromisiones del Estado profundo en la vida de la Iglesia católica han sido muy
numerosas. No podemos olvidar los correos de John Podesta a Hillary Clinton, en los
cuales se manifiesta la intención de expulsar a Benedicto XVI del pontificado y dar
comienzo así a una nueva primavera de la Iglesia, progresista y mundialista, que más
tarde se materializó en la abdicación de Benedicto y la elección del argentino. Tampoco
podemos pasar por alto la interferencia por parte de entidades e instituciones que nada
tienen que ver con la religión, como por ejemplo B’nai B’rith, imponiendo la línea de
renovación de la Iglesia después del Concilio, que ha alcanzado su máxima expresión
durante este pontificado. Por último, hay que recordar por un lado el desdén con que se
ha negado a recibir en audiencia a personalidades e instituciones políticas de cuño
conservador, y por el otro los entusiastas encuentros sonriendo de oreja a oreja con
figuras de la izquierda y el progresismo y las igualmente entusiásticas expresiones de
satisfacción con motivo de su elección. Muchos de ellos deben su éxito a que estudiaron
en universidades regidas por la Compañía de Jesús o frecuentaron ambientes católicos
que en Italia se podrían calificar de dossettianos, en los que la trama de relaciones
sociales y políticas constituye una especie de masonería progresista y garantiza una
trayectoria profesional espectacular a los llamados católicos adultos; es decir, los que se
jactan de cristianos pero en su ejercicio de la política no guardan coherencia con la fe y
la moral: Joe Biden con Nancy Pelosi, Prodi, Monti, Conte y Draghi, por citar sólo unos
cuantos. Como se ve, la cooperación entre el Estado profundo y la Iglesia profunda no
es de ayer por la mañana, y ya ha dado los resultados esperados a sus autores, con
gravísimos perjuicios para el Estado y para la Religión.
La clausura de los templos a principios de 2020, antes incluso de que las autoridades
civiles impusieran el confinamiento; la prohibición de celebrar misas y administrar los
sacramentos durante la emergencia pandémica; la grotesca exhibición del pasado 27 de
marzo en la Plaza de San Pedro (aquí); la insistencia en la vacunación y en promover su
licitud, pese a haberse empleado en su producción líneas celulares provenientes de fetos
abortados; las declaraciones de Bergoglio en el sentido de que esa terapia génica sería
un deber moral para todo cristiano; la obligación del pasaporte sanitario en el Vaticano,
y más recientemente en colegios católicos y algunos seminarios; la prohibición por parte
de la Santa Sede a los obispos de pronunciarse contra la obligación de vacunarse, que
algunas conferencias episcopales se han apresurado a obedecer. Todo ello demuestra la
sumisión de la Iglesia profunda a las órdenes del Estado profundo y la integración de la
Iglesia bergogliana en el plan mundialista. Si a esto se añade el culto idolátrico a la
Pachamama bajo la cúpula de San Pedro; la insistencia en el ecumenismo irenista, el
pacifismo y el pauperismo; la moral situacional y la legitimación en la práctica del
adulterio y el concubinato por medio de Amoris laetitia; la declaración de ilicitud de la
pena de muerte; el espaldarazo a políticos izquierdistas, dirigentes revolucionarios y
convencidos abortistas; las palabras de comprensión para las aspiraciones del
movimiento LGTB, homosexuales y transexuales; el silencio ante la legitimación de las
uniones homosexuales, y lo que es más desconcertante, la bendición de parejas de
sodomitas por parte de obispos y sacerdotes alemanes; la prohibición de la Misa
Tridentina mediante la derogación del motu proprio Summorum Pontificum de
Benedicto XVI… Todo esto evidencia que Jorge Mario Bergoglio está llevando a cabo
cuanto le ha encomendado la élite mundialista, que ve en él a un liquidador de la Iglesia
Católica y fundador de una secta filantrópica y ecuménica de inspiración masónica que
habría de ser la religión universal apoyada por el Nuevo Orden. Tanto si es plenamente
consciente de lo que hace como si lo hace por miedo o coaccionado, no por ello
disminuye la gravedad de lo que está sucediendo ni la responsabilidad moral de quien lo
promueve.
En este momento se hace necesario aclarar qué se entiende por Nuevo Orden Mundial.
O mejor dicho, qué se proponen sus artífices, independientemente de lo que digan de
cara al público. Porque por un lado es cierto que existe un proyecto que alguien ha
concebido y otros se están ocupando de ejecutar; pero por otro no es menos cierto que
los principios que inspiran ese proyecto no siempre son confesables, o al menos no se
puede admitir tajantemente su estrecha relación con lo que está sucediendo, ya que
reconocerlo supondría la oposición de los más tranquilos y moderados. Una cosa es
imponer el pasaporte cóvid con la excusa de la pandemia; otra es reconocer que la
finalidad de dicho salvoconducto es que nos habituemos a que nos sigan en todo
momento la pista, y otra afirmar que ese dominio total sea la marca de la Bestia de la
que habla el Apocalipsis (13, 16-18). Me perdonarán los lectores que en apoyo de lo que
afirmo recurra a citar algo de tanta gravedad y maldad y que causa desconcierto y
horror; pero es necesario para entender las intenciones de los artífices de este complot y
la épica batalla que libran contra Cristo y contra su Iglesia.
Para entender las raíces esotéricas del pensamiento en que se cimentan las Naciones
Unidas con la que ya soñaba Giusseppe Mazzini, no podemos dejar de tener en cuenta a
personajes como Albert Pike, Helena Blavatski, Alice Anne Bailey y otros adeptos de
las sectas luciferinas. Sus escritos, publicados desde finales del siglo XIX, sumamente
reveladores.
Albert Pike, amigo de Mazzini y masón como él, afirmó en una alocución a los altos
grades de la Masonería de Francia en 1889 y recogida más tarde el 19 de enero de 1935
en la revista inglesa The Freemason:
«Lo que debemos decir a las multitudes es que adoramos a un dios, pero es el dios al
que se adora sin superstición (…) Todos los iniciados de los altos grados debemos
mantener la religión masónica en la pureza de la doctrina luciferina. Si Lucifer no fuera
dios, Adonai [el Dios de los cristianos], cuyas acciones denotan gran crueldad, perfidia,
odio al hombre, barbarie y rechazo a la ciencia, ¿lo habría calumniado con sus
sacerdotes? Sí; Lucifer es dios, y desgraciadamente también lo es Adonai. Por la ley
eterna, para la cual no existe luz sin sombra, belleza sin fealdad, blanco sin negro, lo
absoluto sólo puede existir como dos divinidades: siendo la oscuridad necesaria a la luz
para que le sirva de contraste, como es necesario el pedestal a la estatua y el freno a la
locomotora (…) la doctrina del satanismo es una herejía; la verdadera y pura religión
filosófica es la fe en Lucifer, el igual a Adonai. Pero Lucifer, dios de la luz y dios del
bien, lucha por la humanidad contra Adonai, Dios de las tinieblas y demonio».
Hay más:
«Imagina que no hay cielo; es fácil si se intenta. Que no hay infierno bajo nuestros pies;
sobre nosotros, el firmamento. Imagina a todo el mundo viviendo para el presente.
Imagina que no hay patrias; no cuesta hacerlo. Nada por lo que matar o morir, y ninguna
religión. Imagina a todo el mundo viviendo pacíficamente. Dirás que soy un soñador,
pero el único no soy. Espero que algún día te unas a nosotros, y el mundo será uno.
Imagina que no existe la propiedad; no sé si serás capaz. Imagina a todo el mundo
compartiendo el planeta. Que no haya codicia ni hambre y todos los hombres sean
hermanos».
Este manifiesto del nihilismo masónico puede considerarse el himno del mundialismo y
de la nueva religión universal. Un alma no extraviada no puede menos que horrorizarse
ante su blasfema letra. Así como por la no menos blasfema de God: «Dios es un
concepto que nos sirve para medir el dolor (…). Yo creo solamente en mí mismo».
Comprendo que muchos encuentren angustioso aceptar que la Jerarquía pueda dejarse
engañar por sus enemigos abrazando ideales que afectan al alma misma de la Iglesia.
Fueron ciertamente prelados masones los que se las arreglaron para introducir en el
Concilio sus ideas de modo disimulado, pero eran bien conscientes de que llevarían
inexorablemente a la demolición de la Religión como primer paso para la instauración
de la Nueva Era –la Era de Acuario– en la que Nuestro Señor sea desterrado de la
sociedad para acoger al Anticristo. Se comprende entonces tanta tolerancia simpatizante
de tantas personalidades eclesiásticas –pienso en los cardenales Martini y Ravasi entre
muchos otros hacia la Masonería y su oposición a las frecuentes excomuniones de sus
miembros por parte de los papas. Y también se comprende el júbilo de las logias ante la
elección de Bergoglio, así como su indisimulado odio a Benedicto XVI, considerado
el katéjon que había que eliminar.
A propósito de la Nueva Era, Alice Bailey escribe: «Las conquistas de la ciencia, de las
naciones y de territorios son propias del método de la Era de Piscis [la de Cristo], con su
idealismo, su actitud militante y su separatividad en todos los campos: religioso,
político, económico… Pero la edad de la síntesis, de la inclusión y la comprensión ha
llegado, y la nueva educación de la Era de Acuario ][la del Anticristo] tiene que
empezar a penetrar con mucha delicadeza en el aura humana». Hoy en día vemos que
los métodos didácticos que teorizó Muller en el New World Curriculum son adoptados
por casi todos los países, con la ideología LGTB, la ideología de género y todas las otras
formas de adoctrinamiento. Lo confirma el ex director de la OMS, doctor Brook
Chisolm, explicando aquello a lo que aspira la política educativa de la ONU: «Si
queremos tener un gobierno mundial, es preciso apartar de la mente de los hombres todo
individualismo, fidelidad a las tradiciones familiares, patriotismo y dogmas
religiosos» (cfr. Christian World Report, marzo de 1991.
He ahí el hilo conductor que no sólo une a Klaus Schwab con Helder Câmara, sino
también a Robert Muller y Alice Bailey con Pierre Teilhard de Chardin y Emmanuel
Saguez de Breuvery, siempre en clave mundialista y bajo la infausta inspiración del
pensamiento luciferino. Un análisis profundo de estos inquietantes aspectos arrojará luz
sobre la verdad y revelará las complicidades y traiciones de no pocos hombres de la
Iglesia sometidos al Enemigo.
La corrupción de la autoridad es tan grave que hace en extremo difícil –al menos en
términos humanos– hipotizar una solución pacífica. A lo largo de la historia, los
regímenes totalitarios han sido derrocados por la fuerza. Cuesta pensar que la dictadura
sanitaria que se ha ido implantando en los últimos meses se pueda combatir de otra
manera, dado que todos los poderes del Estado, todos los medios de información, todas
las instituciones internacionales públicas privadas y todos los potentados económicos y
financieros son cómplices de este crimen.
Conclusión
Permítaseme concluir esta reflexión con un breve pensamiento espiritual. Todo lo que
sabemos, descubrimos y entendemos sobre la conspiración mundial en acto nos muestra
una realidad tremenda, pero al mismo tiempo nítida, clara: hay dos ejércitos
enfrentados, el de Dios y el de Satanás; el de los hijos de la luz y el de los hijos de las
tinieblas. No es posible establecer alianzas con el Enemigo, ni se puede servir a dos
señores (Mt.12,30). Es una locura y una blasfemia aspirar a construir un gobierno
mundial en el que esté prohibida la realeza divina de Jesucristo, y nadie que tenga
semejante proyecto lo conseguirá jamás. Donde reina Cristo reinan la paz, la concordia
y la justicia; donde no reina Cristo, Satanás es tirano. ¡Pensémoslo bien cuando en
nombre de una quimérica convivencia pacífica tengamos que decidir si nos ponemos de
acuerdo o no con el adversario! Y que lo piensen también los prelados y gobernantes
que creen que su complicidad sólo atañe a cuestiones económicas y sanitarias, fingiendo
no saber qué se cuece entre bastidores.
28 de agosto de 2021