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EXPOSICION DE CULTURA DEL PODER

Información recopilada de la revista FORJA.

P oder. Esa simple palabra que trastorna las mentes y las acciones de
muchas personas ansiosas de alcanzarlo, poseerlo y tomar decisiones
sobre la realidad. El terco entorno cambiante ahora en sus manos para
moldearlo en lugar de adaptarse a aquel. La cultura política aparéntemente
bajo su control.
Por el otro lado de la moneda están quienes, no teniendo poder, lo ven a
la distancia quizás con recelo, incluso envidia, pero distantes al fin. Una
mezcla entre amor y odio; se le necesita para resolver problemas, pero al
mismo tiempo provoca molestia bien sea por percibir ventajas materiales
o sociales de quienes detentan poder o por meras posibilidades “qué se
sentirá tener poder”.

Pongamos esto en preguntas que seguramente te has hecho alguna


ocasión: ¿Por qué el reparto de despensas es tan popular?, ¿por qué el
acarreo a eventos políticos es una mala práctica tan cotidiana?, ¿por qué
los gobiernos administran problemas en lugar de buscar soluciones
efectivas?, ¿por qué tapamos agujeros en las calles en lugar de arreglarlas
por completo?, ¿por qué los políticos autoritarios y desalmados son tan
exitosos en las votaciones?

Hay algunos rasgos culturales que nos permiten entender el por qué tan
dispares actitudes persisten ante el poder.

El sociólogo holandés Geert Hofstede, al realizar un estudio de cultura


dentro de IBM, diseñó la teoría de las Dimensiones Culturales, consistente
en 6 pares de extremos psicológicos que explican las actitudes de un
grupo social.[1]
La primera de estas dimensiones se llama “distancia al poder”, que
explica la manera en la que nos relacionamos con las jerarquías,
autoridades y cualquier figura superior en la sociedad.
Cada dimensión se evalúa en una escala de 0 a 100, o bien, de menos a
más. México obtiene una calificación de 81, una de las más altas de
América Latina.[2] ¿Y esto qué significa?
Significa que en general asumimos las jerarquías sin mucha justificación,
la centralización es aceptada e incluso es popular, se espera que las
autoridades dicten órdenes (es decir, poca proactividad en general y mayor
tendencia a esperar que se diga qué hacer), el “jefe ideal” para muchos es
un autócrata benevolente (¿López Obrador y semejantes?) y las
desigualdades sociales se consideran inherentes a la ubicación jerárquica,
en otras palabras, según la posición se acepta pobreza, marginación,
inseguridad o prebendas, ventajas y exclusividad en el otro extremo.
Si analizamos estas características, podemos identificar actitudes muy
claras ante las figuras de autoridad, especialmente cuando se trata de
autoridad política: presidentes municipales y ediles actuando como
principados, legisladores rodeados por un numeroso grupo de empleados,
funcionarios públicos que obligan a sus colaboradores a realizar sus tareas
de posgrado o afiliarse a su partido a cambio de mantener el trabajo,
gobernantes autoritarios pero “que reparten”. Todos aprovechando, por
decir lo menos, las ventajas de su posición de poder.
Y si lo vemos en el otro lado: ciudadanos desesperados por resolver sus
adeudos de impuestos, estudiantes pidiendo apoyo para obtener becas
fuera de plazos, negocios que les urge arreglar aquel trámite que eludieron
hace tiempo y hoy les representa un enorme soborno o problemas. Todos
urgidos de la benevolencia de alguna autoridad que les resuelva y que
consideran alejada de su realidad cotidiana.

Combinadas estas actitudes con las características derivadas de


otras dimensiones culturales, especialmente dos: evitación de la
incertidumbre y orientación a corto plazo, tenemos como resultado
el gobierno -argumento aplicable a casi cualquier año y casi
cualquier orden de gobierno desde 1970 a la fecha- y la sociedad en
que vivimos.
La evitación de la incertidumbre, evaluada con 82 puntos sobre 100, se
traduce en mucha ansiedad por el futuro, necesidad de reglamentar todo,
vivir para trabajar y resistencia a la innovación o al cambio (incluso si las
posibilidades de mejora son previsiblemente seguras, lo que popularmente
solemos resumir en “más vale malo por conocido que bueno por conocer”).

La orientación a largo plazo, evaluada en México con 24 puntos sobre 100,


indica claramente el miedo al futuro, enfoque a resultados rápidos,
preferencia por las acciones antes que a los planes y tendencia baja al
ahorro.

Una ventaja de esta nota distintiva de la cultura es la gran capacidad


de improvisación, buena adaptabilidad a entornos complejos y
obtención de resultados veloces.

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