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Introducción

Me llamo Laura Verdugo, he vivido y me he criado en un pueblo pequeño de Castilla y León,


Campaspero.

Fui una niña extrovertida; de pequeña las vecinas le decían a mi madre lo simpática que era. Cuando
llegó la adolescencia me convertí en una joven bastante rebelde, hice lo que creía que tenía que
hacer, aunque en mi casa opinaran que eso no estaba bien. Trabajé desde muy joven de camarera
y, como el dinero nunca me faltó, creí que me iba a comer el mundo, hasta que el mundo me comió
a mí.

Tomé decisiones, aunque ahora sabiendo lo que sé no decidiría de la misma manera, pero también
soy consciente de que, gracias a esas elecciones que hice en el pasado, hoy estoy aquí, escribiendo
un libro, en el suelo de mi casa, mientras mi hijo de 3 años se baña….

Con 26 años recién cumplidos pensé que mi vida se había terminado, y ¿sabéis qué?, que acababa
de comenzar la parte más retadora del libro de mi vida, tras muchas caídas, lágrimas, dolores,
incertidumbre… se instauró en mí el agradecimiento, la sencillez, el aquí y el ahora, la resiliencia, el
poder de adaptación, la capacidad de cuidar y cuidarme, la verdadera importancia de la vida… Con
esto no quiero decir que yo viva en paz y armonía todo el día, pero sí que he descubierto que puedo
gestionar mis emociones, comunicarme correctamente y estar libre de etiquetas externas que tanto
me han condicionado internamente, eso ha hecho que hoy VIVA en mayúsculas y se lo debo de
alguna manera a lo que en un principio desquebrajó mi vida en el 2010, la esclerosis múltiple.

Este libro es la puerta que me lleva a desarrollar parte del propósito de mi vida, ser de utilidad para
otras personas, en este caso poder ayudar a personas recién diagnosticadas de esclerosis múltiple.
Siento que es necesario este tipo de acompañamiento, el poder mirar al futuro con gafas de colores,
ya que nuestra vida no se acaba, simplemente es un nuevo capítulo y tenemos que ser capaces de
saber cuales son las reglas del juego, encajando las piezas de nuestra nueva realidad.

Estas hojas son el reflejo de cómo fueron sucediendo los acontecimientos antes del diagnóstico y
justo después de que le pusieran la etiqueta a lo que me pasaba, esclerosis múltiple. También
cuenta con el relato de otro testimonio, el de mi hermana, y he de decir que para mí fue una
sorpresa cuando leí lo que ella redactó, no sabía cómo se había sentido durante mi diagnóstico.
Quiero dar importancia a esa parte tan difícil, la del cuidador o familiar. Gracias por hacer mi sueño
realidad, y por haberme acompañado sin titubeos durante estos 11 años.

Mi interés no es solo contar mi proceso ya que, simplemente, es uno más de los 2.500.000 de
diagnósticos de esclerosis múltiple que hay por el mundo. Mi propósito con este libro es dar voz a
aquellas personas que quieran contar cómo pasaron ese capítulo de su vida, todo ello para poder
ayudar a otras personas que están pasando por lo mismo que nosotros pasamos y que puedan
comprobar que de esto se sale, que en muchos casos fue duro pero que aquí estamos, peleando,
con fuerza y sin detenernos.

Me gustaría que, poco a poco, este libro fuera un diario de procesos vividos y, en un futuro próximo,
poder poner a la venta este libro con fines benéficos para la investigación de nuestra compañera de
vida, la esclerosis múltiple.

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Este libro nace desde lo más profundo de mi corazón, se lo dedico a
todas aquellas personas que pasan por una enfermedad y a todos
aquellos que acompañan en este duro proceso.

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El diagnóstico
Cuando me detectaron EM, me quedé vacía, vacía de todo, perdí mi identidad ¿Quién era yo?, ¿para
qué iba a servir a partir de ese momento?, ¿qué pensarían de mí los demás?, ¿sería válida para
algo?...

Recuerdo como me senté en el suelo al lado de la cama, todo se desvanecía, nada tenía sentido, yo
Laura Verdugo…, hasta ese momento nada me había parado, nada ni nadie, o eso creía yo.

Durante el proceso de ese primer año, estuve acompañada en muchos momentos, aunque me sentí
más sola que nunca. Ahora entiendo porqué me sentí así, necesitaba encajar todo aquello que se
me estaba escapando, ordenar pensamientos y vivir con mi alta emocionalidad. No quise la
compañía de nadie y hoy, diez años después, veo y compruebo que he salido adelante sola, porque
desde mi soledad es desde donde nació mi fortaleza.

Me doy cuenta de que no hablar de la enfermedad hacía que me sintiera menos vulnerable y eso
fue por algo, tal vez por no mostrar mi debilidad ante nadie, ni siquiera ante los más cercanos. He
rechazado la ayuda en muchos momentos, el hablar, el sentirme indefensa, ¿por qué? He tapado
mis sentimientos con un millón de cosas, alcohol, ruido, tele, el hacer por hacer para no llegar a
escucharme jamás. A día de hoy veo la cantidad de problemas que me ha acarreado el no
escucharme cuando mi cuerpo me lo pedía a gritos; que poca importancia me daba a mi misma…

Todo empezó en enero de 2010, me fui a pasar unos días a la


casa de mi hermana y, de pronto, empecé a notar la yema del
dedo gordo de la mano derecha dormida. En poco tiempo se
extendió más, y pasó a ser la mano entera. Recuerdo que esas
sensaciones ya las había experimentado años atrás, aunque está
vez era más intenso.

En esa época de mi vida tenía una pareja y las cosas no nos iban
demasiado bien; además recuerdo que esas navidades trabajé
muchísimo como camarera, la nochevieja no la pude pasar con
mi familia ya que el día 1 de enero tenía que dar las comidas de
Año Nuevo para cientos de personas.

Tras esa semana de vacaciones en la casa de mi hermana volví a Valladolid, pero la sensibilidad no
mejoró, es más, empeoró y bastante. No sé exactamente cuando fue, pero sé que al final en un
periodo corto de tiempo acabé con ambas manos dormidas. En ese mismo mes terminé con la
relación sentimental tan tóxica que tenía, y en esos momentos (tal vez por casualidad, aunque me
gusta pensar que existe la causalidad) conocí a un chico estupendo, el cual a día de hoy es mi
marido y el padre de mi hijo.

Pasaron los días y mis manos no mejoraban, la preocupación interna crecía y crecía hasta llegar a
tener los pensamientos más catastrofistas de todos, ¿y si era cáncer?, ¿y si era algo tan terrible que
no hubiese vuelta atrás?...

Hay un momento muy concreto del que me acordaré toda mi vida: estaba de fiesta con mis amigos
en un bar de Valladolid y me pedí una copa; como no tenía sensibilidad en las manos se me cayó

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cuando aparté la mirada del vaso. Me pedí otra copa y ocurrió exactamente lo mismo, por lo que
mis amigos me empezaron a decir que qué pato era, que si iba pedo... Volví a la barra y siendo
consciente de que no iba borracha, sino algo que no podía controlar, hice un último esfuerzo de
valentía, me pedí una tercera copa, para ser como los demás, para demostrarme que estaba bien.
No sé si llegaría a tomar un sorbo, el caso es que se me cayó nuevamente, la cara que puse debió
ser un poema, era el tercer vaso que rompía… y alguien se percató, mi prima María. Se acercó y me
preguntó que si estaba bien. No sé lo que le dije, seguramente que quitase hierro al asunto, pero
ella desde ese día supo que algo no iba bien. Esa noche no pedí nada más, me quedé de fiesta,
intentando estar bien de cara a la galería, pero en mi interior estaba hecha polvo, algo me estaba
pasando y no sabía qué podía ser. Siempre digo que la incertidumbre es de las peores cosas que hay
en el mundo, básicamente porque la mente suele ir en busca de lo que está pasando y casi siempre
se pone en lo peor…

Los meses siguieron pasando y yo seguí con el ritmo


habitual de trabajo y de vida en general. Por un
lado, estaba feliz, había cambiado mi vida de
manera significativa, estaba saliendo con una
persona muy divertida, que me hacía reír y me daba
mucha libertad (algo que al principio me asustó
bastante, pues yo pensaba que el amor era otra
cosa) pero, por otro lado, estaba muy asustada con
lo que estaba sintiendo en mi cuerpo.

En el mes de mayo, en el que los restaurantes se dedican a las BBC (bodas, bautizos y comuniones),
yo estaba cansadísima además de seguir con las manos dormidas. A día de hoy, puedo comprender
lo que me pasó, estaba muy fatigada, las jornadas del fin de semana eran de 10 de la mañana a 7
de la madrugada, es decir, el sábado hacía de continuo 21 horas. Mi día de descanso era el domingo,
como podréis imaginar, el domingo solo podía dormir, refrescarme las piernas y ver la tele. Los lunes
volvía a la carga, nuevamente desmontar las bodas anteriores para volver a empezar. Los lunes eran
días muy duros, tenía que bajar de la discoteca todas las cajas de botellas de refrescos vacías y tenía
que llevarlo con un carro empujando durante 500 metros más o menos. Viajes y viajes de peso…y
cada día más fatigada, literalmente no dejaba que mi cuerpo se recuperase.

En el mes de junio no pude más, fui al médico de cabecera y le conté lo que me pasaba; obviamente
mi médica de familia me dio la baja laboral. Me mandaron al traumatólogo ya que pensaban que tal
vez pudiera ser el túnel metacarpiano, que es un paso estrecho de ligamentos y huesos en la base
de la mano que contiene nervios y tendones. Algunas veces, el engrosamiento de los tendones
irritados u otras estructuras inflamadas estrechan el túnel y causan compresión de los nervios. Los
síntomas suelen comenzar gradualmente. A medida que empeoran, sostener objetos puede
tornarse difícil.

Mi jefe quería que me incorporase rápido, ya que era una época muy fuerte de trabajo. Él habló con
un amigo suyo traumatólogo de la seguridad social para que me hicieran las pruebas antes de lo
que me hubiera correspondido, son cosas que suelen ocurrir así, no está bien, pero en esos
momentos me beneficié de los contactos del que fuera mi jefe en ese entonces. Esa época la
recuerdo muy oscura, gente de mi propio trabajo, compañeros, desconfiaban de que me pasase
algo malo en realidad. Eso me hizo mucho daño, la opinión de ellos me hizo sentir muy sola,
indefensa y me llenó de culpabilidad y vergüenza.

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El traumatólogo decidió hacerme una resonancia magnética y, al cabo de unos días, me llamó para
darme los resultados.

Recuerdo ese día muy intensamente, está grabado a fuego en la memoria y durante mucho tiempo
ha sido muy doloroso. Era un día de verano, era temprano, por la mañana. Mis padres me
acompañaron a la consulta del traumatólogo a por los resultados, no nos tocó esperar demasiado.
Entramos a una consulta muy oscura, recuerdo que mi padre se quedó de pie, mi madre a mi
izquierda y yo justo enfrente del médico y su ordenador. El médico abrió un sobre grande donde
estaban los resultados de la resonancia y me dijo, sin ningún tipo de filtro, que era muy probable
que padeciese Esclerosis múltiple, pero claro, que eso no lo podía decir él, que tenía que coger cita
con un neurólogo para que me dijese si eso era cierto o no. Le dimos las gracias, nos levantamos y
salimos de la consulta, era tan oscura como el corazón del médico (ahora entenderéis a que me
refiero). Mis padres entraron en estado de shock pero yo, sin embargo, no. Me fui a la ventanilla a
pedir cita con un neurólogo y me dijeron que hasta dentro de un año no había hueco.

Imaginad mi cara por un segundo, me acababan de decir que era probable que tuviera EM, pero
que no me lo podía decir con seguridad, que tenía que ir a un neurólogo, pero no había cita con un
neurólogo hasta pasado un año. En ese instante, saqué fuerzas de donde no sabía que las tenía y
pedí una hoja de reclamación. Recuerdo que me puse a escribir como una loca, era como si esas
hojas fueran mi punching ball donde poder expresar toda la rabia que sentía.

Me senté en el suelo, la silla era mi mesa, y mis padres al lado mirándome estupefactos, sin saber
qué decir, ni qué hacer. Si volviera para atrás les abrazaría, les diría que todo iba a salir bien y que
teníamos que hacer todo lo que estuviera en nuestras manos para salir de ese atolladero en el que
en ese entonces nos encontrábamos, pero como el pasado no se puede cambiar os diré como fue:
yo seguí con las hojas de reclamación, recuerdo estar súper enfadada, no sé si por la injusticia, no
sé si por lo que me acababan de decir o, simplemente, estaba aterrada y solo sabía expresar mi
miedo con rabia, diez años después me decanto por la última suposición.

No abracé a mis padres, no lo hice y creo que fue por miedo a que sintieran compasión o pena por
mí (este sentimiento me ha acompañado hasta hace bien poco). Cuando terminé de escribir la
reclamación la entregué y salimos del hospital, yo con la cabeza baja, quería desaparecer. Recuerdo
que me metí en el coche de mi padre, me senté en la parte de atrás y me llevaron a mi piso de
alquiler. Vivía con mi prima Eva, aunque ella no estaba en casa ese día, se había ido a trabajar.
Recuerdo que mis padres me dijeron que se quedaban conmigo, pero yo les dije que no. Ellos se
marcharon y ahora me pregunto ¿cómo sería su viaje de vuelta?, ¿de qué hablarían y cuál sería su
temor?, pobrecitos, no me dejé acompañar.
Cuando llegué a casa estaba mi novio dormido,
por entonces no vivíamos juntos, pero nos
pasábamos el día a caballo entre su casa y la mía.
Le dije lo que me acababan de decir y me senté en
el suelo, al lado de la cama. Él me preguntó qué si
era seguro eso que me habían dicho, yo le dije que
seguro del todo no y me dijo algo como “no te
preocupes, puede que se hayan equivocado”. Lloré
mucho, muchísimo, creo que en lo más profundo
de mi ser yo sabía que tenía EM, estaba claro que

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algo me pasaba y la EM encajaba a la perfección con lo que yo sentía.

En ese momento mi cerebro solo buscaba soluciones ¿qué podía hacer para que algún neurólogo
me viese antes de un año?

Y las cosas del azar, la casualidad o la causalidad a mi mente le vino un nombre. Se me ocurrió llamar
a una persona que conocí años atrás que estaba dentro de la sanidad pública, tal vez me podía echar
una mano. No tenía ningún tipo de relación con esta persona, solo el recuerdo de años atrás cuando
las dos salimos con dos amigos y por eso nos conocimos. Su nombre no lo diré por respeto a ella y
su profesión. Me ayudó en un momento muy duro y le agradeceré toda la vida lo que hizo por mí.
Le llamé, me escuchó y me dijo que tenía una conocida que trabajaba en atención al paciente y le
preguntaría a ver que podían hacer por mí.
Me quedé más tranquila, solo un poco. Me habló con mucho cariño, me habló como se tiene que
hablar a alguien que le acaban de decir que es probable que tenga una enfermedad degenerativa,
sin cura y de dudosa evolución.

A los pocos días, después de la consulta con el traumatólogo, viví el palo más fuerte que me había
dado la vida hasta ese momento, quizá a día de hoy sigue siendo uno de los más duros. Mi jefe me
llamó y me dijo que si podía ir a hablar con él. Llegué al restaurante, saludé a mis compañeros,
incluso a aquellos que sabía que me criticaban porque (según ellos) me estaba inventando mi
dolencia.

El que era mi jefe en ese entonces me hizo pasar a su despacho, dentro estaba su secretaria, la cual
se fue nada más que entré por la puerta. Me invitó a sentarme y, lo primero que me dijo es que
sabía lo que tenía. Yo no entendía nada... ¿por qué lo sabía? y claro, la imagen del médico me vino
a la mente, y resultó que su amigo el traumatólogo antes de darme a mí el resultado de la resonancia
se lo había dicho a mi jefe. Me quedé avergonzada, sí, avergonzada, tenía vergüenza de tener la
enfermedad. Él continuó explicándome y me dijo que había estado hablando con su padre (que era
el dueño de restaurante) y habían decidido prescindir de mis servicios, eso sí, un despido
improcedente para poder cobrar el paro y una pequeña indemnización, los motivos, baja
productividad.

Imaginaos lo que para mí supusieron las palabras “baja productividad”, había estado haciendo 21
horas seguidas muchos sábados dejándome la piel y las fuerzas en ese trabajo y me despiden
alegando baja productividad. Me dijo que me llevara los papeles, que les echara un ojo y que se los
entregara firmados cuando considerase. Me quedé sin palabras, cogí los papeles y me fui. Recuerdo
que tenía un Peugeot 205 mito, salí de allí y cuando ya nadie me podía ver me paré en una calle, me
quedé dentro del coche y llamé a mi madre. Mi madre, esa preciosa madre que inculca a sus hijas
la humildad, el trabajo, el dar las gracias… de su boca salió una palabra que hasta ese momento
nunca le había escuchado, que hijo de p…, jamás se me olvidarán esas palabras, nunca le había oído
a mi madre decir semejante taco, después de llorar las dos durante unos minutos me dijo, hija, no
te preocupes todo va a ir bien.

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Al día siguiente fui a ver a mi prima a la agencia de
viajes donde trabajaba, también estaba un
compañero suyo que entendía bastante de legalidad,
le dije lo que me había ocurrido en el trabajo y me
dijo que tenía dos opciones: una, denunciar y
quedarme, dos, coger el dinero que era lo máximo
que me iban a dar e irme, y después me preguntó
¿tú quieres seguir trabajando allí?, obviamente la
respuesta fue un no.

Le dije que la parte que más me dolía era que quedara registrado en un papel que me habían
despedido por baja productividad. Fijaos, estaba preocupada por mi honra, me dolía que después
de entregar todo de mí, incluso estando tremendamente mal de salud, me despidiesen alegando
baja productividad, una mentira que no quería que quedara reflejada en mi expediente. Él me dijo
que cogiese el dinero, y que cuando fuese a firmar la extinción del contrato que pusiera la
siguiente frase: “leído, pero no conforme”.

Lo que estaba claro es que nunca jamás quería volver a ver a esa gente, se portaron de una manera
muy cruel conmigo. Al médico lo tenía que haber denunciado, lo sé, pero estaba literalmente
destruida, no tenía fuerzas para nada más, y decidí no denunciarle por haberse saltado a la torera
el secreto profesional.

A los pocos días, volví al restaurante, le entregué la documentación firmada con la frase que me
hizo libre de cargas, firmado, pero no conforme. Al despedirme me salió del corazón decirle una
última cosa: “ojalá que nunca tengas que pasar algo así como padre, porque entenderás el
sufrimiento de mi familia por la injusticia que acabas de cometer”.

Lo gracioso es que han pasado los años y está más que perdonado, incluso he sabido ponerme en
sus zapatos y entender el porqué lo hizo… hay que ser muy valiente para quedarse con alguien que
padece esta enfermedad tan caprichosa y estaba claro que ellos fueron unos auténticos cobardes.
Llamadme loca, pero cuando fui capaz de perdonar me sentí liberada, a mi madre le costó más…

Tras el despido del trabajo, mi hermana me ofreció la oportunidad de trabajar con ella, es decir,
irme a vivir a su casa, limpiarle la casa, hacer la comida…a cambio, me daría alojamiento y pensión
completa. Cada vez que lo recuerdo me muero de las risas, fue un gesto muy generoso, más que
nada porque ella sabe lo que chocamos la una con la otra cuando estamos juntas.

También mi abuela me dijo algo parecido, que trabajase en su casa y que ella me pagaba. Cuando
rememoro este recuerdo, me doy cuenta de la familia tan maravillosa que tengo, nunca me han
soltado, siempre han permanecido a mi lado. Siempre digo una frase: “Cuando Dios repartió la salud
estaba muy despistada, pero cuando repartió la familia, estaba en primera fila”.

A los pocos días me llamó la persona que estaba dentro de la sanidad pública y me dijo que había
habido un problema, que al haber puesto la reclamación entré como en un apartado donde ni Dios
te hace caso, pero que no me preocupase, que su contacto iba a hacer todo lo posible porque
alguien me atendiese. No sé cuanto tiempo pasó, pero fue muy poco hasta que me atendió un
neurólogo. Era un doctor bastante directo, no se andaba por las ramas, y tampoco le gustaba que
nadie lloriqueara… Aún así le estaré eternamente agradecida, me dijo algo como “me voy a meter

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en un lio por atenderte, pero me da igual lo que digan los de arriba” (ahora que lo recuerdo y que
lo estoy escribiendo parece una película de ciencia ficción). Me atendió y me dijo que quería
hacerme unas pruebas y que pasadas 1 o 2 semanas me las haría.

¿Cómo pude sacar esa fuerza interior? Casi todos los días eran cosas nuevas, y ninguna positiva. Mi
pareja en esa época viajaba por toda España, mi prima se echó novio y casi siempre estaba con él,
lo que era lo más normal del mundo, y yo estaba casi siempre sola, algunas veces por decisión propia
y otras porque no sabía a quién llamar.

Un día, me encontré con un antiguo profesor que


tuve en el ciclo de grado medio que realicé años
atrás, y me dijo que porqué no me animaba a
hacer el grado superior de restauración. Le dije que
estaba fuera de plazo para presentar la matrícula y
me dijo que de eso no me preocupase, ya que él
era el director y haría lo posible para que mi
matrícula entrase a tiempo, así que me matriculé,
total tenía dos años de paro y nada más que hacer.

Todo ocurría deprisa, casi sin tiempo de asimilación. Justo antes de hacerme las pruebas el
neurólogo, mi novio se fue a trabajar a Ibiza y me propuso irme 5 días allí, de jueves a lunes, ya que
el martes tenía cita con el médico. Acepté y me fui a Ibiza, nunca había viajado en avión sola, nunca
antes había viajado sola…este fue el descubrimiento de algo que en la actualidad me apasiona,
visitar lugares con la única compañía que yo misma.

Fueron días raros, me tocaba esperar a mi chico a que llegase de trabajar hasta bien entrada la
tarde, me volvía a quedar de nuevo conmigo misma en un lugar que no conocía. Recuerdo ese fin
de semana como un momento muy especial en mi vida, creo que jamás se me olvidará. Nos
quedábamos en un piso compartido donde vivían por lo menos 10 personas, a cada cual más
desorganizada, era un caos.

El sábado después de comer, salimos a la playa de


Bora Bora, y recuerdo que le conté a un compañero
de mi novio lo que me estaba pasando y él me dijo
que si yo estaba bien todo saldría bien. No entendí
sus palabras en ese entonces, hoy si las entiendo y
se las agradezco de corazón. El sol se ponía en la
playa y me sentí como parte de algo mucho más
grande, en ese momento supe que mi vida no
volvería a ser la misma.

El martes fui al hospital y me ingresaron, me hicieron pruebas durante un día y a la mañana siguiente
me dieron los resultados. Mi tía María estaba conmigo (era muy temprano, mis padres todavía no
habían llegado a Valladolid). El doctor entró y me dijo sin “paños calientes” que, efectivamente,
tenía esclerosis múltiple. Me recosté en el hombro de mi tía y ella me dijo algo para tranquilizarme.
Recuerdo sus manos suaves tocándome la cara. El doctor me preguntó que por qué lloraba y yo le
debí contestar algo como: “si quieres me río”.

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Llamé a mi madre y le dije que había pasado el neurólogo y que, efectivamente, tenía esclerosis
múltiple. No sé qué hicieron ellos, ni de qué hablarían, no tardaron mucho en llegar. Estuve
ingresada varios días, me pusieron corticoides para que se me pasase el brote de las manos, y
mejoré.

Mi novio me confesó que el neurólogo le sugirió que si quería dejarme era el momento, que no
estuviera conmigo si no quería enfrentarse a esa enfermedad. Al principio, me enfadé con el doctor,
ahora, diez años después, puedo verlo desde otro punto de vista, mi pareja llevaba saliendo
conmigo seis meses y decidió quedarse a mi lado pese a las nuevas circunstancias, es más, él me
dijo, que me quería y eso no lo iba a cambiar la esclerosis múltiple. Cada vez que recuerdo esto, mis
ojos se llenan de lágrimas. Ha sido duro, pero después de esta década sigo con esta persona, con la
cual he formado una familia numerosa, tenemos a Calcetines nuestro gato, a Ysi nuestro perro y a
Alberto, nuestro querido hijo.

Justo después de salir del hospital me fui yo sola a la asociación de esclerosis múltiple de Valladolid,
pensé que tal vez me podía hacer socia y colaborar allí. El lugar era bastante lúgubre, había gente
en una sala grande haciendo rehabilitación. Un señor se acercó a mí y me saludó, era amable y
acabamos hablando de que me acababan de diagnosticar esclerosis múltiple. El señor andaba con
muletas, lo hacía bastante mal, estaba afectada seriamente la motricidad de sus piernas. Me dijo
algo que se me quedó grabado, “yo hace cinco años estaba como tú”. Esa frase hizo que me muriese
de miedo, ¿qué quería decirme?, ¿iba a estar yo así en cinco años? Después hablé con la psicóloga
que fue muy amable conmigo y luego desaparecí de allí para no volver jamás. Esta experiencia fue
un jarro de agua fría, fue ver mi probable futuro, y me asusté mucho… Os juro que me hubiese
encantado tener a alguien a mi lado para contarle cómo me sentí, el miedo que pasé… pero no lo
había. A día de hoy, creo que las palabras de ese señor me impulsaron para hacer cosas grandes,
creo sinceramente que sí aunque, en cierta manera, me sigue asustando el hecho de acabar así.

Comencé el módulo de grado superior y, como siempre, me dejé la piel en él, quería demostrarme
a mí misma que era buena, como si yo no lo supiera de sobra. El curso duró dos años y fue
literalmente una montaña rusa para mí, me esforcé tanto que hubo veces que dejé de disfrutar. Lo
mejor del módulo fueron mis compañeros, me hicieron ver la humanidad en las personas, les estaré
eternamente agradecida, en particular a Luis y Rubén.

En octubre de 2010 llegó la mejor noticia del año,


esta noticia cambió el sistema familiar que hasta
ese entonces conocíamos. Un día cualquiera, a las
6:00 de la mañana sonó el teléfono, era mi
hermana y estaba embarazada, ¡por fin iba a ser
tía! Adriana fue el bálsamo que apaciguó esta
dura situación, a partir del 9 de julio de 2011, yo
dejaría de ser el centro de atención de la familia,
una preciosa niña nacería para dar alegría e ilusión
a todos los componentes de esta familia, en
especial a mí, ella fue un gran motivo para estar
bien.

En noviembre de 2010, mi pareja se fue a la selva amazónica a hacer un voluntariado, al principio


no quería ir porque no quería dejarme sola, pero ese día yo debí estar sembrada, porque le dije:

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“eso es algo que tienes que hacer sí o sí, si no lo haces te vas a arrepentir”. En esos 20 días yo me
sentí muy sola, Javi era mi apoyo, y me di cuenta de que tenía mucha dependencia de él. Durante
ese tiempo no lo traté demasiado bien, cada vez que me llamaba tenía que andar dos horas, y aún
así yo me quejaba. A día de hoy, soy consciente de lo que mi marido hizo para llamarme una vez
cada 5 días, fue un esfuerzo que no sé si yo hubiera estado dispuesta a hacer. Gracias, Javi, me
soportaste mucho.

En diciembre me dio otro brote, no pude hacer el último examen de la evaluación y eso me dolió en
el alma. Me hizo ver que no era como los demás, que mis reglas del juego habían cambiado me
gustase o no. El profesor me aprobó porque sabía lo muchísimo que me estaba esforzando, y porque
también era su favorita.

Cuando salí del hospital era casi navidad y el día 22


de diciembre de 2010 me fui a celebrar por todo lo
alto la “champanada” (una fiesta de estudiantes
famosa en mi ciudad). El día 25 de diciembre de
2010 me ingresaron de nuevo, esta vez en un box
de urgencias por un cólico al riñón, yo pensé que
me moría del dolor. No tenía defensas, tenían
miedo de ingresarme en planta por si me cogía otra
infección.

Mi cuerpo llevaba mucho medicamento Rebif (fármaco para la esclerosis que me bajaba mucho las
defensas), corticoides por el nuevo brote y analgésicos para el dolor que me producía el cólico al
riñón. El día 27 me dieron el alta y volví a casa de mis padres, sin estar recuperada del todo.

En nochevieja, vinieron a casa de mis padres parte de mi familia materna; yo no estaba recuperada
del todo y, por lo tanto, no pude disfrutar como a mí me hubiese gustado, pero agradecí a mi familia
que se preocupara por mí y que pasásemos juntos la despedida de ese nefasto año. Gracias, me doy
cuenta del por qué lo hicisteis y me siento muy afortunada de poder pertenecer a una familia como
la nuestra. Os quiero tanto…

En enero de 2011 me llamó mi cuñado Richard -que es como un


hermano para mí-, me dijo que él jamás me había pedido nada, pero
que ahora me pedía un favor, que buscara ayuda con alguna terapia
alternativa que le fuera a venir bien a mi estado de salud. El Rebif me
dejaba muy mal, sin defensas y a mi pobre cuerpo le costaba
recuperarse muchísimo. Me dijo que había buscado él por mí, y que
había visto dos terapias interesantes, la primera veneno de serpiente, y
la segunda picaduras de abejas.

Imaginad mi cara, en serio, imaginad mi cara. Menos mal que esta


conversación fue por teléfono ya que mi cuñado se hubiera quedado
impactado con la cara que puse. No me quedó más remedio que hacerle
caso, es verdad, el nunca me había pedido nada y, aunque la
manipulación no está bien, me alegro de que mi cuñado prácticamente
me pusiera entre la espada y la pared. Una vez a la semana, nos íbamos

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en familia mi tío Ramón, mi madre y yo a Alcalá de Henares a picarme con abejas.

El primer día que fui entró mi cuñado conmigo, era la primera vez que Pedro Pérez (el apiterapeuta)
dejaba que alguien cogiese la cita por un paciente, es decir, que no fuese el propio paciente quien
cogiese la cita. Me dijo que había accedido a eso porque había escuchado por teléfono el amor que
mi cuñado sentía por mí. En realidad, para mí siempre ha sido un hermano, en lo bueno y sobre
todo en lo malo.

Esa decisión que tomó mi cuñado por mí fue una de las mejores decisiones de mi vida. Pedro no
actuaba como un simple apiterapeuta, sino que sembró la semilla de lo que hoy soy. Hizo un trabajo
conmigo para que me conociese mejor internamente, para entenderme, para volver a recobrar mi
identidad. Las picaduras de abeja eran para mí un chute de energía, de hecho, por mi cumpleaños
mi padre me regaló 2 colmenas, es gracioso, en mi casa nos hicimos apicultores (es broma, para ser
apicultor necesitas muchas colmenas, nosotros no queríamos ningún producto de la colmena, solo
abejas vivas que me picaran en el cuerpo).

Después de este año tan intenso vinieron otros, aunque ya no fueron tan dramáticos ha habido
momentos duros. Lo que ha cambiando durante estos años es que me siento más fuerte, más
decidida, creo más en mí, y lo mejor de todo es que la EM ya no me define, simplemente es una
parte más de mí. Es una compañera de viaje la cual me habla y mucho de lo que siento, de lo que
pienso… A día de hoy estoy Mejor, sí, Estoy Mejor que cuando no tenía esclerosis múltiple, esta
patología hizo que me diera cuenta de muchas cosas, sobre todo de las importantes.

Así que gracias EM, por darme coraje, fuerza, resiliencia, capacidad de adaptación, por no perder el
norte, por saber sacar lo mejor de mí misma… Todo esto se lo debo a esta enfermedad. Gracias a
mi familia, a mis amigos, a la gente que me acompañó en este duro trance. Ahora que lo veo desde
la distancia, es increíble por lo que pasé, bueno, mejor dicho, por lo que pasamos. GRACIAS A LA
VIDA por ponerme en esta tesitura, saqué lo mejor de mí misma y hoy puedo decir que
@estoy.mejor.

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Mi hermana
Fue un año muy duro, yo diría que el más duro de mi vida, 2010 fue como una jarra de agua helada
para nuestra familia y es que mi hermana fue diagnosticada de esclerosis múltiple en septiembre
de ese año.

Parece que fue ayer cuando recibí su llamada para comunicarme la noticia que todos sabíamos pero
que nadie queríamos oír (digo sabíamos porque en 2006 ya le habían hecho alguna prueba que
apuntaba a dicha enfermedad, pero que también en el mes de septiembre de ese mismo año, el
neurólogo lo descartó).

Esa mañana yo me levanté para ir a trabajar, y como venía siendo habitual, de camino al trabajo en
mi coche solo sabía pedir (no sé a quien) que todo fuese algo pasajero, pero ese día mi corazón
estaba muy agitado, intuía lo que en unas horas iba a pasar, y no podía dejar de llorar.

No sé muy bien la hora, pero antes de media mañana sonó mi teléfono, era mi hermana, no quería
cogerlo, pero fui rápida al descolgarlo, entonces entre lágrimas escuché tengo esclerosis múltiple, y
la llamada se cortó. Volví a mi puesto de trabajo, pero no pude concentrarme, entonces mi
supervisora me dijo que me tomara un descanso, el necesario para calmarme. Me fui a que me diese
el aire, pero mientras tanto mi cabeza pensaba en salvar a mi hermana. En cosa de dos horas
conseguí hablar con la clínica del Dr. Montalbán en Barcelona para ver si podían tratarla, pues
desgraciadamente conocía de esta enfermedad a través de mi amiga Rocío, quién fue tratada allí
con éxito (pero mi hermana y Rocío no estaban en la misma situación de la enfermedad), la
enfermera de la clínica me dijo que todos los tratamientos son iguales en Valladolid, Segovia,
Barcelona….Entonces me derrumbé del todo, no podía hacer nada por ella, en ese momento,
albergaban en mí sentimientos de desesperanza, frustración, oscuridad…

Mi jornada terminó y me fui a casa, en el trayecto hablé con mi madre, ella no podía articular palabra
y prácticamente me colgó. De camino a casa fui llorando, y mi corazón seguía agitado, era como que
quisiera salirse del pecho. Cuando abrí la puerta de mi casa, me inundó un sentimiento de tristeza
como nunca había experimentado. Pasaban las horas, seguía llorando, encendí mi ordenador, y
como no, me dispuse a buscar información a cerca de esta enfermedad. Entonces, afloró la
compasión hacia mi familia, y en especial hacia mi quería hermana. Hacía visiones futuras, y no
podía imaginarme a esa persona, cargada de vitalidad, consumida por una enfermedad como
hablaban en la mayoría de los foros. Era como que se tratase de un mal sueño, no podía creérmelo.
Lo que nunca hice fue buscar culpables, mi cabeza solo necesitaba soluciones al problema, así pasé
días y días, pero la realidad es que no había solución; fue entonces cuando descubrí que lo único
que podía hacer es apoyarla en esta batalla.

Pasaron muchas cosas -y no muy buenas-, entre ellas que la despidieron del trabajo, aunque a mí
eso no me importó demasiado, yo solo quería verla bien y, según había leído, el descanso ayudaba,
así que era algo bueno para ella, quizás por eso nunca tuve sentimientos de ningún tipo hacia esa
persona que tan mal se portó con ella.

A las pocos días o semanas (no lo recuerdo demasiado bien), ingresaron a mi hermana para hacerle
unas pruebas, entonces yo me fui a Valladolid para estar donde debía estar, con mi familia,

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apoyándoles a ella y a mis padres. Aún tenía esperanza de que se hubiesen equivocado en la primera
resonancia, pero un día después todo se confirmó.

Con todos los nervios que tenía, mis hormonas se


revolucionaron y el 24 de septiembre estando en
el hospital empecé a manchar, en ese momento
no era consciente de esa fecha, pero la recordaría
mensualmente durante los siguientes nueve
meses, pues al mes siguiente quedé embarazada
de una niña, que quizás se debería hacer llamado
Esperanza (pues vino a darnos luz en medio de
toda esa oscuridad) pero mi hermana decidió
llamarla Adriana.

Pasaron los meses y llegó diciembre. En ese mes mi hermana tuvo un nuevo brote y quedó
nuevamente hospitalizada. En esa ocasión, comencé a buscar terapias alternativas y, como nada
ocurre por casualidad, hablando con Rafa (un chico que también padece esta enfermedad) me
comentó que la apiterapia decían que funcionaba bien en esta patología. Encontré un rayo de luz y
busqué información, entonces contactamos mi marido y yo en nombre de mi hermana, con un
apiterapeuta de Alcalá de Henares llamado Pedro Pérez, y nos dijo que podía ayudar en el proceso.
Quedaba lo más difícil, decírselo a mi Laura ¡¡¡¡puf!!!!

Pensamos en decírselo en navidades, cuando saliera del hospital, pero el día de Nochebuena
después de recibir el alta, estaba muy malita nuevamente, con lo que no pudimos tratar el tema. Al
día siguiente volvió a ingresar en el servicio de urgencias; yo me quería morir, no soportaba verla
así, mi hermana era pura vitalidad y estaba consumida, a eso hay que sumarle que, estando
embarazada, mis hormonas magnificaban todo lo que sucedía. Dos días después, nos la llevamos
nuevamente a casa, muy débil, pero en casita todo es distinto y más en esas fechas.

Fue mi marido quien habló con ella sobre la apiterapia y no sé como lo hizo, pero mi hermana dijo
que sí. El tratamiento fue largo, doloroso y cansado, pero a mi juicio mereció la pena, así que gracias
a Pedro mi hermana volvió poco a poco a la vida de nuevo. No os puedo contar más sobre esta etapa
porque no preguntaba, es algo que nunca quiso que hiciéramos, pero mi madre y mi tío que le
acompañaban todos los martes de Valladolid a Alcalá de Henares me decían que bien, y eso para mí
era luz.

En junio de 2011, ya casi a punto de dar a luz, mi hermana tenía que hacerse una prueba de los
riñones debido al cólico al riñón que le dio; cuando salieron de la consulta me llamaron para decirme
que ya podía nacer Adriana, que todo estaba bien. Tuve que colgar rápidamente, pues solo tenía
ganas de llorar, tenía una mezcla de sentimientos que eran como una bomba a punto de estallar.

Adriana se retraso y bastante, pero el 9 de julio de 2011 nuestra princesa iluminó el camino. Los
años han ido pasando y con ellos los brotes, los efectos secundarios de la medicación…, pero
también han sucedido cosas maravillosas, como el nacimiento de mi hijo Hugo y mi sobrino Alberto,
que han sido la alegría de nuestro hogar. Cuando mi hermana me dijo que estaba embarazada no
me lo podía creer, ¡yo tía de un niño! Sabía que todo iba a salir bien y así fue, los dos en perfecto

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estado. Ahora he de decir que siento que tengo una hermana súper valiente, pues ser madre no es
fácil, y en esa situación supongo que menos, pero si ella lleva una etiqueta es la de valentía.

Poco a poco, vas asimilando la enfermedad, aunque nunca del todo, pues cada brote es un jarro de
agua fría, aunque nunca he perdido la esperanza sobre su curación. También he de decir que mi
amor hacia ella siempre ha sido inmenso, pero gracias a esta enfermedad es aún mayor, así que
gracias EM por hacer que mi luz hacia ella esté encendida 24 horas al día durante todos los días del
año.

La EM me ha enseñado a perdonar de corazón, pues cuando una enfermedad entra en tu vida, los
problemas superfluos no tienen sentido. También me ha enseñado a ver como una persona se arma
de valor y tira hacia delante a pesar de las limitaciones, pues la única barrera que existe son los
miedos de la mente. Ese valor muchas veces lo siento dentro de mí, pues en ocasiones es
contagioso.

Quiero dar las gracias a mis padres, tíos, abuela, marido, cuñado, primas, hijos, sobrino… por todo
el apoyo que le muestran, creo que ese amor es un gran pilar para que ella se mantenga fuerte y
valiente y así poder afrontar todos los proyectos de vida que quiera emprender.

En el momento actual, agosto de 2020, ha iniciado una nueva etapa en su vida y, tengo la intuición,
de que va a ser un gran éxito, pues se ha volcado en poder ayudar a personas con Esclerosis Múltiple
a través del crecimiento personal.

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¿Té apetece escribir tu proceso de esclerosis múltiple en este libro?

Ponte en contacto conmigo:

Laura Verdugo García

Email verdugogarcialaura@gmail.com

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