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Capítulo 1:
¿Qué es la política?
Política: un termino familiar y controvertido
A cualquier ciudadano común le resulta familiar el termino política, cuando se compara con
términos de otros ámbitos del conocimiento humano: son muy pocos los que se refieren con
naturalidad a la heliantina, los quarks, la eritrocitosis, la metonimia o el valor añadido. En
cambio, la política forma parte de nuestro lenguaje habitual: en relaciones familiares, en las
conversaciones de negocios, en las informaciones de los medios. Se aplica el termino para
describir la conducta de muchos actores: tienen su <política> los entrenadores de futbol respecto
de sus jugadores, las empresas respecto de sus competidores o de sus clientes, los estudiantes y
los profesores – incluso padres e hijos – en sus relaciones mutuas, etc. Y se emplea también,
como es natural, cuando tratamos de quienes dicen profesar la actividad política como tarea
principal y aparecen de un modo o de otro en el escenario público: los gobernantes de todos los
niveles (estatales, regionales, municipales), los funcionarios, los representantes de los grupos de
intereses, de los partidos, de los medios de comunicación, de las iglesias, etc.
Pero la familiaridad con la palabra no implica que quienes la usan la entiendan del mismo
modo. Política es un término multívoco, dotado de sentidos diferentes según el ámbito y
el momento en que se emplea. Basta la consulta a diccionarios – o incluso a los manuales
de ciencia política – para darse cuenta de ello. Un buen ejercicio para comprobarlo
consiste en solicitar a un grupo de personas que den su definición espontanea de lo que
entienden por política: comprobaremos la diversidad de contenidos que les asignan.
También abundan las referencias a la política en tono despectivo o receloso: suele
asociarse a confusión, división, engaño, favoritismo, manipulación, imposición,
corrupción. Por lo mismo, estar <al margen o por encima> de la política se considera un
valor. <Politizar> una cuestión o tomar una decisión por <razones políticas> comporta
generalmente un juicio condenatorio, incluso en boca de políticos o de otros actores
públicos. La política, pues, no esta libre de sospecha. Al contrario: carga de entrada con
una nota negativa.
Y, sin embargo, la política también es capaz de movilizar en un momento dado a grandes
sectores de la ciudadanía, incluyendo a veces a los que – si se les pregunta sobre ella – la
critican. Despierta emociones positivas – y negativas – con respecto a personajes,
símbolos, banderas, himnos. Ha producido y produce movimientos de solidaridad y de
cooperación humana. Y se asocia con frecuencia a conceptos valiosos que la gran
mayoría afirma respetas: libertad, justicia, igualdad, paz, seguridad, bienestar, bien
común.
Hemos de ocuparnos, pues, de la política a sabiendas de que se trata de un concepto de
manejo incomodo: es de uso habitual, pero controvertido, incluso contradictorio y
presuntamente responsable de muchos males. Con todo, si queremos seguir adelante, no
podemos prescindir de construir nuestra propia idea de la politica. Estamos obligados a
tomar una opción inicial – de carácter provisional, si se quiere –, que nos sirva de punto
de arranque. A partir de aquí podremos ponerla aprueba, explorar paso a paso sus
diferentes manifestaciones y analizar sus distintos componentes.
Nuestra opción es considerar la política como una practica o actividad colectiva que los
miembros de una comunidad llevan a cabo. La finalidad de esta actividad es regular
conflictos entre grupos. Y su resultado es la adopción de decisiones que obligan – por
fuerza, si es preciso – a los miembros de la comunidad. Desarrollaremos algo mas esta
propuesta siguiendo el esquema propuesto en la figura.
Necesidad de
Convivencia
(Sociabilidad)
Riesgo de Incertidumbre Busqueda de Politica
conflictos sobre el future seguridad
Diferencias y
desigualdades
sociales
Necesita de la comunidad para subsistir y desarrollarse. Con todo, estas mismas comunidades en
las que se sitúa encierran discordia y antagonismos. Los titulares informativos nos hablan todos
los días de desacuerdos y tensiones. Tienen alcance colectivo porque implican a grupos humanos
numerosos, identificados por posiciones comunes. Las discrepancias pueden afectar, según los
casos, al control de recursos materiales, al disfrute de beneficios y de derechos o a la defensa de
ideas y valores. En más de una ocasión, la tensión o el antagonismo puede afectar
simultáneamente a bienes materiales, a derechos legales o a creencias religiosas o filosóficas.
¿Qué explica esta presencia constante de desacuerdos sociales? ¿Por qué razón la
armonía social aparece como una situación excepcional o utópica, cuando la vida en
sociedad es una necesidad humana ineludible? El origen de los conflictos se sitúa en la
existencia de diferencias sociales que se convierten a menudo en desigualdades. La
distribución de recursos y oportunidades coloca a individuos y grupos en situaciones
asimétricas. No todos los miembros de la comunidad tienen un acceso razonablemente
equilibrado a la riqueza material, a la instrucción, a la capacidad de difusión de sus ideas,
etc. No todos comparten de manera sensiblemente equitativa las obligaciones y las
cargas: familiares, productivas, asistenciales, fiscales, etc. Tales desequilibrios entre
individuos y grupos generan una diversidad de reacciones. Quienes creen disfrutar de
situaciones mas ventajosas se esfuerzan generalmente por asegurarlas y luchan por no
perderlas. Por su parte, quienes se sienten más perjudicados aspiran por hacer realidad
sus expectativas de mejora. O simplemente pugnan por sobrevivir en su misma condición
de inferioridad, sin ser totalmente marginados o aniquilados. Junto a unos y otros,
también los hay que se empeñan en mantener o modificar las condiciones existentes,
movidos por principios y valores y no por lo que personalmente se juegan en el asunto.
Esta combinación de resistencias, expectativas, reivindicaciones y proyectos genera
sentimientos de incertidumbre, de incomodidad o de peligro.
De aquí la tensión que esta presente en nuestras sociedades: afecta a muchas áreas de
relación social y se expresa en versiones de diferente intensidad.
En este marco de incertidumbre, la política aparece como una respuesta colectiva al
desacuerdo. Se confía a la política la regulación de la tensión social porque no parecen
suficientemente eficaces otras posibilidades de tratarla, como podrían ser la fidelidad
familiar, la cooperación amistosa o la transacción mercantil. Estos mecanismos de
regulación social – ya sea para mantener el statu quo, ya sea para lograr un cierto cambio
en la redistribución de posiciones y recursos – se basan, respectivamente, en los vínculos
de sangre, la ayuda mutua o el intercambio económico. Cuando estos mecanismos no
funcionan de manera satisfactoria para alguno de los actores empieza el ámbito de la
política. ¿Qué distingue, pues a la política respecto de otras vías de regulación del
conflicto social? Lo que caracteriza a la política es el intento de resolver las diferencias
mediante una decisión que obligara a todos los miembros de la comunidad. Es este
carácter vinculante o forzoso de la decisión adoptada lo que distingue a la política de
otros acuerdos que se adoptan en función de una relación de familia, de una amistad o de
un intercambio económico.
Esta decisión vinculante se ajusta a un conjunto de reglas o pautas. La combinación entre
reglas y decisiones obligatorias aproxima la practica política a determinadas formas de
juego o de competición. Cuando en una partida de naipes, un encuentro deportivo o un
concurso literario se producen momentos de desacuerdo, los participantes aceptan la
aplicación obligatoria de un reglamento que han admitido de antemano. Solo de este
modo puede llegarse a un resultado previsiblemente acatado por todos, aunque solo unos
se hagan con la victoria. Es cierto que pueden darse – y de hecho se dan – disputas sobre
la misma elaboración del reglamento, sobre su interpretación y sobre los propios
resultados de la competición. Pero nadie negara que sin decisiones de obligado
cumplimiento nacidas de unas reglas y sin algún tipo de arbitro que pueda resolver las
disputas, no hay siquiera posibilidad de iniciar la partida o de llevarla a buen término.
Capítulo 2
Capítulo 3
A diferencia de otras disciplinas científicas, la ciencia política utiliza términos y conceptos que
son de uso común: un ciudadano relativamente informado esta familiarizado con palabras de
contenido político y se permite opinar sobre su sentido. Los medios de comunicación de masas
contribuyen a su divulgación con apoyo de expertos – politólogos, economistas, sociólogos – a
los que se recurre para ampliar o comentar informaciones políticas.
Sin embargo, esta familiaridad con los términos no evita la extendida impresión de que la
política es una actividad difícilmente comprensible. < La política es un lio >, <con los
políticos no hay quien se aclare> o <la gente como yo no entiende nada de política> son
frases repetidas por ciudadanos que declaran su desconocimiento de un asunto entrevisto
como un reino de confusión. Paradójicamente, muchos de los que se confiesan ignorantes
en política no dudan en dar opiniones tajantes sobre problemas complicados o en ofrecer
soluciones milagrosas. A veces la solución esta en prohibir: <Yo prohibiría tal o cual
actividad…>. En otras, esta en dedicarle mas recursos: <Esto solo se arregla con mas
dinero…>. O en sustituir drásticamente a los actores: <Aquí convendría echar a unos
cuantos…>.
Esta doble actitud – confusión, por un lado, y contundente seguridad en muchas
opiniones, por otro – es menos contradictoria de lo que parece. Revela que, a pesar de su
apariencia de caos indescifrable, existe la convicción de que la política obedece a algunos
criterios regulares que pueden llegar a ser conocidos, aunque sea de modo aproximado.
<Incluso el infierno tiene sus leyes > (Goethe). Objetivo de una ciencia de la política es,
pues, identificar aquellos criterios, ordenarlos y, con ello, poner a prueba las intuiciones –
a menudo errónea – de una pretendida <sabiduría común > sobre la política.
La ciencia de la política se convierte, pues, en algo así como la gramática de una lengua
vagamente conocida que no es útil en un doble sentido. En primer lugar, nos da las claves para
interpretar determinados fenómenos de la escena política. Pero también nos permite intervenir en
esta escena con mejor conocimiento de causa, sea cual sea nuestro papel: como ciudadano
común o como actor profesional, como individuo o como miembro de un grupo. Para calcular el
riesgo de una inversión en un país extranjero, un empresario o un analista financiero interpretan
informaciones disponibles sobre la estabilidad de su sistema de gobierno, sobre los actores
políticos y económicos decisivos, sobre le estado de la opinión respecto de la inversión
extranjera. Para persuadir a los ayuntamientos y asociaciones de vecinos de una zona de que el
trazado de una nueva carretera presenta mayores beneficios que inconvenientes, el funcionario
responsable deberá averiguar también cuales son los partidos dominantes en el territorio, que
relaciones mantienen con los medios de comunicación, etc. En función de ello, preparara
estrategias alternativas de persuasión para llevar adelante el proyecto.
En ambos casos, el conocimiento de la escena política se convierte en un factor necesario
para actuar con mayor eficacia. El objetivo de la reflexión sistemática sobre la política no se
reduce, por tanto, a la acumulación de conocimiento: es también un instrumento para la acción.
¿Cómo se ha desarrollado el conocimiento sobre la política?
Lo que hoy conocemos como ciencia política es el resultado de un largo proceso de desarrollo
histórico.
En la Grecia clásica, Platón y Aristóteles se propusieron examinar de que manera se
comportan los sujetos humanos en comunidad y averiguar cual es el modo de vida
colectiva mas satisfactorio y mejor adaptado a la naturaleza humana. Para ello, analizaron
como eran las sociedades de su tiempo, pretendieron explicar por que se organizaban de
determinada manera y valoraron hasta que punto era mejorable dicha organización para
conseguir un orden político ideal. Este saber ordenado sobre la polis – la sociedad, según
los griegos – constituyo la primera versión de una ciencia política claramente vinculada a
la ética. Porque no es posible desligar el ideal de la conducta humana ignorando su
carácter de ser sociable – zoon politikon –, que solo se desarrolla plenamente en
comunidad, De ahí el carácter primordial de la ciencia de la política que para algunos
seria la mas antigua de las ciencias sociales.
En el mundo medieval, la atención a la política estuvo condicionada por la hegemonía del
pensamiento cristiano sobre la ley y la moral: gobernantes y gobernados debían sujetarse
– cada uno a su modo – a los imperativos de un designio divino relevado en los textos
sagrados que la iglesia interpretaba, pero expresado también en la naturaleza misma de
las cosas que Dios ha creado. Ello explica que el conocimiento teológico, jurídico y
moral. Tomas de Aquino (1225 – 1274) inspiro este pensamiento, desde su posición
centra en la doctrina escolástica.
Esta dependencia de la reflexión política respecto de la religión y de la moral se debilito
gradualmente. El renacimiento redescubrió el mundo clásico grecorromano. Al mismo
tiempo, empezó a dibujarse de los grandes poderes medievales: la iglesia romana y el
imperio germánico. El estado – y la política que lo construye y anima – se convirtió en
objeto autónomo de reflexión política. Los imperativos de la política – la <razón de
estado> - ya no podían supeditarse a criterios religiosos o éticos: necesitaban su propia
justificación. Por ello se plantearon de nuevo algunas preguntas sin recurrir ya a las
respuestas que habían dado hasta entonces la teología o la filosofía moral: ¿como se
explica la aparición de la autoridad?, ¿por qué se acepta la obligación política?, ¿hay
limites que el titular del poder debe respetar?, ¿qué formas de organización política son
las mas eficientes? Maquiavelo, Hobbes, Locke, Montesquieu o Tocqueville se cuentan
entre las referencias clásicas de esta reflexión sistemática sobre la política que se
emancipa de la sumisión al pensamiento teológico o moral y que se desarrolla en Europa
entre los siglos XVI y XIX.
Desde principios del siglo XIX, cuatro factores fueron potenciando la expansión del
conocimiento sobre la sociedad y la política:
- Las revoluciones liberales – Gran Bretaña, Estados Unidos, Francia – y la
industrialización de algunas sociedades despertaron la consciencia de que la sociedad
no era inmutable, sino que experimentaba cambios radicales. Esta conciencia de
cambio se nos presenta hoy como una obviedad. Pero tenia mucho de novedad
revolucionaria en un mundo en que predominaba la idea de una tradición inmóvil y
estable. De aquí que surgieran interrogantes nuevos: ¿Por qué cambian las
sociedades?, ¿Cómo es posible influir sobre estos cambios, ya sea para acelerarlos, ya
sea para impedirlos o frenarlos? En el terreno especifico de lo político, surgieron
también nuevas preguntas: ¿Qué mutaciones se dan en las estructuras políticas?, ¿Por
qué se producen?, ¿Qué relación tienen estas modificaciones con los cambios
económicos sociales?, ¿De que modo es posible intervenir para orientar estos
cambios?
La afirmación del individualismo fragmento la visión integrada de la sociedad. Cada
individuo era contemplado ahora como sujeto – activo o pasivo – de una serie de
relaciones, en las que desempeñaba roles diferentes: en la familia, en la producción
económica, en la política, en la cultura, etc. De este modo, se tendió a parcelar la
observación sobre las conductas humanas de cada uno de ellos. En nuestro caso, se
delimito un campo de observación sobre las conductas políticas de los individuos y de los
grupos, allanando el camino a la constitución de una ciencia de la política.
El conocimiento científico sobre la naturaleza, que había avanzado de manera
espectacular desde finales del siglo XVIII, estimulo un esfuerzo paralelo por conocer
científicamente la sociedad. A imitación de los que había ocurrido con las ciencias
naturales, se impuso una aproximación positivista a la realidad social y política, a la que
se intentaba aplicar el método experimental que había conseguido tanto éxito en el campo
de la física, la química o la medicina.
Finalmente, a lo largo del siglo XIX se produjo una revitalización de las universidades
europeas y norteamericanas. Después de siglos de anquilosamiento y desconfianza ante el
progreso científico, las universidades se convirtieron en el espacio donde las diferentes
disciplinas desarrollaban su investigación y llevaban a cabo la formación de sus
especialistas. Aunque con mayor retraso, también las ciencias sociales – economía,
sociología, antropología, ciencia política – fueron integrándose en las universidades como
disciplinas institucionalizadas.
Capitulo 5
Cuando visitamos grandes monumentos del pasado – tumbas, palacios, fortalezas, templos –
o cuando nos acercamos a textos antiguos – poemas épicos, crónicas de guerra, códigos
legales –, la política esta siempre presente, a menudo en un primer plano tan dominante que
deja fuera de escena otros elementos: económicos, culturales, familiares, etc. Casi todas las
reliquias históricas nos remiten, pues, a como se organizaba la política en su momento: con
arreglo a que instituciones y normas, bajo el dominio de que personajes, con que efectos
sobre la población, etc. En otros términos, nos hablan de la estructura política a la que nos
hemos referido antes.
Pero lo que veíamos entonces con la simplicidad de un esquema – el sistema político –
aparece ahora con profusión de detalles que se entremezclan en un determinado paisaje
histórico: personajes, instituciones, episodios, conflictos, reglas, etc. A partir de este
mosaico de elementos, la ciencia política se ocupará de recomponer una imagen de
conjunto. Intentara dibujar algunos modelos de organización o estructura, a los que se
han acogido las diferentes experiencias políticas que la historia registra. Así, podremos
distinguir los rasgos propios del imperio egipcio de los de la polis griega. O los que
separan a una monarquía absoluta de un estado democrático.
Se atribuye a nuestra especie – Homo sapiens sapiens – una antigüedad de unos ciento
cincuenta mil años. Impresiona admitir que, durante miles de años, nuestro antecesor
directo subsiste en bandas nómadas integradas por unas cuantas docenas de individuos.
Sobrevive gracias al consumo de carroña, a la recolección de frutos silvestres y a a=la
caza. Un cambio radical en este modo de vida se produjo hace diez mil anos en algunas
zonas del planeta cuando se puso en marcha la llamada revolución agrícola: el cultivo de
algunas especies vegetales y la domesticación de algunos animales consolido el
asentamiento de pequeñas comunidades que empezaron a dotarse de una embrionaria
organización política, diferenciada y permanente. De estos asentamientos – de estos
primeros poblados y pequeñas ciudades – nacerán gradualmente las variadas formas
políticas que la historia ha conocido, algunas de las cuales han llegado hasta hoy.
Hay, pues, variedad de formas de organización de la política que se suceden a lo largo de
la historia, con sus etapas de constitución, transformación y crisis. Nos interesa abordar
en este punto dos cuestiones principales, referidas al cambio y a la variedad de estas
formas. ¿Podemos explicar el cambio y la sucesión de estas formas históricas? ¿Cómo
efecto de que factores? ¿de acuerdo con que leyes o constantes? Por otra parte, ¿es
posible ordenar o clasificar su variedad? ¿con que arreglo a que criterios?
Capítulo 6
Como acabamos de ver, ciento cincuenta mil anos de existencia humana han dado lugar a
sucesivas formas de organización colectiva. Cada una de ellas ha intentado responder a la
complejidad creciente de las comunidades humanas, necesitadas de un mecanismo para el
control de sus conflictos sociales. Hace aproximadamente quinientos años empezó a perfilarse en
Europa occidental una forma nueva de organización: el estado. En un primer momento tuvo éxito
en el Viejo Continente, fue exportada después a América y se implanto progresivamente en todo
el planeta. En la actualidad, es la forma de política mas extendida: basta observar la
fragmentación de un mapamundi político. Casi doscientos estados integran la organización de las
Naciones Unidas. Este éxito aparente plantea diversas preguntas a la ciencia política: ¿Qué
distingue al estado de otras formas políticas conocidas?, ¿Cómo se explica su aparición y su
expansión?, ¿Cómo ha evolucionado a lo largo de cinco siglos?, ¿Qué expectativas de futuro
podemos augurarle?
Para definir al estado frente a otras formas políticas es necesario tener en cuenta el
espacio delimitado por las dos dimensiones a que aludíamos en el capitulo anterior. En dicho
espacio, el estado se sitúa en los puntos de máxima autonomía institucional de la política y de
mayor concentración de la coacción. De esta situación se desprenden cuatro rasgos esenciales.
En primer lugar, el estado delimita la política como un ámbito diferenciado respecto del
parentesco familiar, de la relación económica, de la creencia religiosa o de otras formas
de interacción social. Esta diferenciación no significa la ausencia de contacto entre estos
ámbitos: han persistido – y persisten – espacios de conexión o incluso de solapamiento,
que generan tensiones entre ellos. Pero en el modelo estatal, la policía – aunque no
permanezca inmune a la influencia de las estructuras económicas o religiosas – crea y
mantiene sus propios circuitos de decisión. Una gran compañía multinacional puede ser
determinante en la política de un pequeño estado, pero este mantiene sus instituciones y
sus reglas por contaminadas que estén por la influencia del actor económico. O una
determinada confesión religiosa puede controlar de modo más o menos directo la acción
política estatal, pero ello no implica la supresión de un ámbito político por subordinado
que pueda resultar en algunas ocasiones.
En segundo lugar – y como otra faceta del rasgo anterior –, el estado tiende a la máxima
institucionalización de la relación política. En el estado, lo que otorga la capacidad de
mandar y lo que fomenta la disposición a obedecer ya no es la tradición. Tampoco son las
características personales del que manda o del que obedece. En la forma política estatal,
lo que cuenta son las reglas – las leyes – que sitúan a unos en la capacidad de tomar
decisiones políticas y a otros en la obligación de acatar tales decisiones. Son estas reglas
las que confieren legitimidad a la relación política.
Esta institucionalización – que equivale a la despersonalización del poder – conduce a la
profesionalización de los agentes políticos en su sentido más amplio: políticos y
funcionarios. Ni unos ni otros han de ser ya servidores personales de un monarca,
miembros de familias nobles o eclesiásticos. Son personas reclutadas específicamente
para esta función, de acuerdo con reglas predeterminadas.
En tercer lugar, el estado reivindica la exclusiva de la coacción. Para ello se dota de un
doble monopolio: en la producción del derecho – que contiene todas las normas
obligatorias – y en la administración de la violencia física – ejércitos, policías, cárceles,
sanciones físicas o pecuniarias, etc. –. En este doble terreno – derecho y coacción – no
admite competencia de otros centros de poder, tal como ocurría en toras formas de
políticas históricas: imperios, premodernos, poliarquías feudales. Es cierto que el estado
puede distribuir el ejercicio de estas facultades: por ejemplo, cuando las cede a otras
autoridades territoriales – regionales o municipales –. Pero no renuncia al principio de
que solo al estado le corresponden en última instancia.
Finalmente, el estado entiende que su capacidad de regulación de conflictos tiene como
marco de actuación un territorio claramente delimitado. La vinculación política tiene,
sobre todo, una base territorial: salvo excepciones pactadas entre estados, se sujetan al
poder estatal todos los que habitan en un territorio determinado. La frontera territorial se
convierte en una visualización de la forma política estatal. En este aspecto se diferencia
de las poliarquías feudales o de algunos imperios clientelares, donde las fronteras
territoriales eran menos importantes y mucho mas imprecisas: en estas organizaciones, lo
que delimitaba la esfera política era la red de relaciones personales – con base en la etnia,
la religión, la lengua o la profesión – entre quienes mandaban y quienes debían obedecer.
Los rasgos que acabamos de enumerar son tendencias: el estado tiene a adoptarlos
en su máxima intensidad, aunque no todos los estados consiguen adquirirlos en el
mismo grado. Pero el hecho de que solo le alcancen parcialmente no quita que
sean tenidos por objetivos irrenunciables de la forma política estatal. Todo estado
que se precie no dejara afirmarlos y de luchas contra quienes se oponen a ellos.
El estado según Max Weber
“… Estado es aquella comunidad humana que, dentro de un determinado territorio…, reclama
para si (con éxito) el monopolio de la violencia física legitima” (Weber, M., “La política como
vocación”. Texto de la conferencia a los estudiantes de la Universidad de Múnich en 1919 y
editada bajo el titulo El político y el científico).
Capitulo 7
A lo largo del siglo XIX y de un modo gradual, la política deja de ser una actividad
monopolizada por un grupo social reducido. Comunicaciones mas eficaces, aumentos en las tasas
de alfabetización, concentración urbana de trabajadores asalariados: estos y otros factores
facilitaron un acceso progresivo de sectores amplios de la población a la información y a la
actividad política. La llamada <política de masas> iniciaba su historia y ponía a prueba la
organización estatal al enfrentarla con la idea de democracia, inspirada – como veremos – en la
reflexión política de la Grecia clásica.
En la actualidad son muy pocos los estados que renuncian a proclamarse democráticos: se
presentan como tales Canadá y Cuba, la India e Irán, Libia y Luxemburgo, Suecia y Singapur. Y,
sin embargo, son perceptibles las diferencias entre ellos. Pese a esta tendencia dominante, hay
que darse cuenta de que la asociación estado-democracia no es obvia desde un punto vista
conceptual, ni es fácil desde el punto de vista de la practica política. Veamos por qué.
¿Qué ha caracterizado a la forma estatal? Sabemos que lo que la distingue de otras
formas políticas anteriores es la preocupación por constituir – en un territorio delimitado
– un poder político supremo y concentrado que se imponga sobre todos los miembros de
la comunidad. Por su parte, ¿Qué nos evoca la noción de democracia? En principio
sugiere la idea de una capacidad política igualitaria y difusa que es ejercida por todos los
miembros de una comunidad. Si contrastamos ahora las características, nos encontramos
con dos pares – superioridad/igualitarismo, por un lado, y concentración/difusión, por
otro – que parecen entrar en abierta contradicción.
En la práctica política, la conciliación de ambas propuestas – estatal y democrática –
también presenta problemas. Ya hemos dicho que la inmensa mayoría de los estados se
proclaman hoy democráticos. Pero esta condición les es negada a menudo por otros
observadores que los acusan de ser monocracias o dictaduras alejadas de las
características democráticas. En una estimación benévola, algunos observadores estiman
que no mas de una tercera parte de los estados actuales pasarían un control de calidad
democrática. La excepción, pues, la constituyen la minoría de estados inspirados en
principios liberal-democráticos. La regla estaría, en cambio, en la mayoría de los
sistemas dictatoriales o autoritarios que contemplamos a lo largo y a lo ancho del
planeta.
¿Como distinguimos a la regla de la excepción? ¿Qué elementos permiten calificar,
respectivamente, como monocracia o como democracia a determinados sistemas
políticos? Desde una perspectiva etimológica, el termino <monocracia> - < poder de
uno>, sea persona o grupo – ha sido acunado como contraste con la democracia o <poder
del pueblo>.
Pero hay que señalar de entrada que se trata de nociones controvertidas. La razón
de su carácter polémico es que su definición no es mera descripción de las
características de un modelo, sino que encierra también juicio de valor, una
apuesta a favor o en contra del modelo que se describe. Y esta valoración
engendra inevitablemente la polémica.