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1.

LA PRIMERA GUERRA CARLISTA (1833-1840) :


Fue una guerra civil entre los partidarios de don Carlos y los partidarios de la legalidad, representada
en la reina Isabel con tres años de edad. Fue un conflicto de desgaste y que se centró en
determinadas zonas de la Península Ibérica.

Los carlistas, seguidores de Don Carlos y de su causa, representaban el absolutismo más rajado.
Su lema era Dios, patria y Rey, con una manera de ver las cosas diferente. Creían que la Iglesia
tenía que ser el eje controlador de la sociedad. Defendían un fanatismo religioso contrario a la
tolerancia. Querían que se restableciera la Inquisición. Se oponían a la centralización del poder, con
el fin de conseguir la monarquía absoluta que tanto deseaban. Estaban a favor de los fueros, que
representaban el mantenimiento de la tradición, con el que tuvieron un gran apoyo en Navarra, País
Vasco, parte de Cataluña, parte de Aragón y Valencia, sobre todo en zonas rurales de estas
regiones, donde la Iglesia tenía un mayor control sobre la población campesina.
Entre los seguidores de Don Carlos, abundaban miembros del clero, gran número de nobles, pero no
de la alta nobleza. Los oficiales más importantes del ejército acabaron uniéndose a este bando.
Muchísimos campesinos que desconfiaban de la versión que los curas les daban del liberalismo
acabaron uniéndose, aumentaron las filas de un ejército, que se vió obligado a improvisar su
creación.

La causa Isabelina fue mucho más variada, en ella se encontraban los nobles que siempre se
habían mantenido fieles a Fernando VII , gran parte de la Iglesia, la mayoría de los funcionarios, los
oficiales del ejército y los liberales. Tan importante fue el apoyo de los liberales que sin ellos no
hubieran ganado. La reina regente, Maria Cristina, cedió constantemente a las demandas políticas de
los liberales más abiertos, ya que si no, no hubiera contado con su apoyo.

La guerra fue larga debido a que ninguno de los dos bandos tenía un ejército importante. Los
carlistas lo tuvieron que improvisar y la Reina Regente, debido al desastroso estado de ruina en el
que había dejado a España su marido, Fernando VII, apenas tenía capital para pagar a sus soldados.

Las potencias internacionales no se mojaron. Este conflicto español, no se internacionalizó,


Inglaterra mostró su causa moral, ya que eso favorece al comercio inglés, y a las potencias centrales
: Austria, Prusia y Rusia (la Santa Alianza) mostraron simpatía por la causa Carlista.

La guerra tuvo dos fases: la que va entre 1833 a 1835 y la que se prolonga desde 1836 hasta 1839.
Para las resoluciones de estas guerras tuvieron que ver mucho las cuestiones políticas que estaban
sucediendo al mismo tiempo en la Corte de la reina.

La mayoría de oficiales del ejército, tanto en ambos bandos, ya estaban formados en la Guerra de
Independencia contra franceses y también en la guerra de independencia de las colonias
americanas, donde se formaron grandes estrategas militares.
Los más profesionales del ejército fueron : Tomás Zumalacárregui por el bando Carlista además de
Máximo Gomez, Maroto , Ramon de Cabrera y Baldomero Espartero por el bando isabelino, además
de el General O’Donnell y Luis Fernandez de Cordoba.

La iniciativa fue de los carlistas en la primera fase de la guerra, aprovecharon el desastre en el que
se encontraba el país tras el reinado de Fernando VII. Los carlistas se hicieron fuertes en las zonas
rurales de Navarra, País Vasco, parte de Cataluña y Valencia, pero no pudieron tomar ciudades como
Bilbao o San Sebastián, debido a la buena defensa que hicieron los liberales dirigidos por el general
Espartero. En Bilbao es donde muere el general Tomás Zumalacárregui, siendo una gran pérdida
para el ejército.
La estrategia de los carlistas fue un éxito en esta fase, gracias a Zumalacárregui sino a la táctica que
se empleó, que fue la de las guerrillas. Sus partidas de grupos minoritarios de soldados que
avanzaban con rapidez por las zonas rurales, evitando enfrentamientos directos y ganándose a los
campesinos que veían el liberalismo como un peligro para la religión. Fue una fase cruenta ya que
muchos pueblos estaban a favor de los dos bandos, sus habitantes eran castigados, algunas veces
ejecutados, por colaborar con traidores. Si estos se aprisionaban en un pueblo al que luego llegaba el
bando contrario, estos los castigaban por colaborar por el enemigo.
Los carlistas aprovecharon la debilidad del ejército isabelino para hacer expediciones por toda la
Península, donde don Carlos llegó a las puertas de Madrid, pero fracasaron todas ya que no
consiguieron nunca que la población de estas zonas se unieran a ellos, por lo que se acaban
retirando.

En 1836 pero más tarde en 1837 las condiciones empezaron a ser más favorables para el bando
isabelino. El ejército del general Espartero estaba mejor formado y equipado que el carlista, donde
empezaron a recuperar zonas perdidas anteriormente. Los carlistas empezaron a dividirse y al no
recibir ninguna ayuda ni ocupar grandes ciudades, notaban el desgaste. Dentro del carlismo
surgieron dos corrientes: los transaccionistas, liderados por el general Maroto, querían pactar con los
isabelinos para acabar con la guerra, y los intransigentes, liderados por Don Carlos, para hacer todo
lo contrario, continuar la guerra. Don Carlos intentó acabar con Maroto por considerarlo traidor, pero
al tiempo cambió de pensamiento y ordenó ejecutar a todos los que habían pretendido matarle.

Durantes meses, representantes del general Maroto y del general Espartero negociaron para llegar a
un acuerdo de paz, que acabó llegando, llamado el Convenio de Vergara ., en el que la reina madre
se comprometía a respetar los fueros de Navarra y Euskadi, los soldados carlistas no serían
castigados y volvieron a sus ocupaciones anteriores, y los oficiales carlistas que firmaban el acuerdo
podían pasarse al ejército real.
El pacto no fue aceptado por Don Carlos , por lo que fueron perseguidos por el ejército de Espartero
hasta la frontera. El general carlista Ramón Cabrera, que no había aceptado el pacto, resistió un año
más en Castellón, donde huyó a Inglaterra (Londres).
Acabó siendo una guerra cruenta, sobre todo en las zonas rurales que acabaron destrozadas.
Murieron entre 150.000 y 200.000 personas en el conflicto.
Acabaron habiendo dos guerras carlistas más en el país: la segunda en (1846-1849) y la tercera en
(1872- 1876).

2. EL PROCESO LIBERAL
Fue un proceso lento que se dió en la Regencia y a lo largo del reinado de Isabel II, con la
implantación de un sistema liberal en España.
Los liberales más conservadores, partidarios de avanzar poco en el registro de las libertades y cuya
mayoría provenía de las Cortes de Cádiz de 1812, eran los moderados. Los liberales que querían
ampliar todo el registro de libertades eran los progresistas. Todo el reinado de Isabel II consiste en
la lucha política de estos dos grupos para alcanzar el poder.
La reina regente, Maria Cristina empezó apoyándose en los absolutistas más moderados. Su primer
jefe de Gobierno, Cea Bermúdez, no hizo mucho para reformar el país, salvo una demarcación oficial
promovida por Javier de Burgos. No solo no reformó el país, sino que además permitió la pasividad
de tropas reales, lo que ayudó a la expansión del carlismo en España las primeras semanas de la
guerra.
Maria Cristina se acabó dando cuenta que no iba a llegar muy lejos, por lo que destituyó a Cea
Bermúdez y se apoyó en el moderado Martínez de la Rosa, gran político, pero un poco moderado
para lo que necesitaba el país.
Martinez de la Rosa promovió lo que se conoce como el Estatuto Real,, un documento absolutista
que pretendía formar cámaras representativas pero solo con una única función en las que estarían
representados los sectores más ricos y conservadores de la sociedad, todavía estamental.
La población, sobre todo en las ciudades, empezaron a crear motines debido a la escasez de
alimentos y de las epidemias. Ya que todo el gasto iba destinado a la financiación de la guerra,
muchos habitantes empezaron a crear Juntas Revolucionarias reclamando justicia y libertad. Se
dieron quemas de conventos en iglesias mientras los amotinados reclamaban la instauración de la
Constitución de 1812. Con la urgente necesidad por parte de la reina de recuperar el orden y la
tranquilidad en las ciudades para poder continuar con el esfuerzo de guerra, llamó a gobernar a los
liberales progresistas: Juan Álvarez Méndez, conocido como Mendizábal.

Era de origen judio, los padres de Mendizabal se dedicaban a la venta de telas. Por lo que su hijo
Mendizabal entró rápidamente en el comercio financiero, logrando formar parte de los funcionarios
españoles que defendían la causa española en la guerra de independencia contra los franceses,
destacando en la administración de Hacienda. Destacó en los negocios y en el diseño de políticas
económicas , aunque su ideología cambió rápidamente hacia el liberalismo. Fue uno de los que más
se opuso a Fernando VII tras su regreso a Francia y por ello se encargó de financiar el
pronunciamiento de Riego que dió pie al Trienio Liberal. Tras la derrota de los liberales y el retorno de
los absolutistas, Mendizabal tuvo que huir de España, a Inglaterra, ya que si no Fernando VII lo
hubiera ejecutado. Ya una vez en Inglaterra, siguió en el mundo de las finanzas y prestando servicios
a otros gobiernos del mundo cuando se los solicitaban, lo que le dio un enorme prestigio. Regresó a
España siendo jefe de Gobierno el Conde de Toreno, aunque en menos de un año Mendizabal
tendría ese puesto y sería el Ministro de Hacienda.

Lo primero que hizo Mendizábal como jefe de Gobierno fue solicitar un préstamo a Inglaterra para
conseguir formar un ejército de cien mil hombres, pero no lo consiguió, por lo que tuvo que hacer un
reclutamiento forzoso. También convocó elecciones a Cortes para tratar de cambiar el Estatuto Real.
Por su puesto, las elecciones las ganaron los progresistas, produciéndose una división entre
moderados y progresistas también en las Cortes.
Mendizabal lo que más necesitaba era dinero, por lo que presentó a la reina su plan para lograrlo: la
desamortización eclesiástica. (liberar propiedades para que pasen al mercado y se puedan vender
o comprar).
Mendizabal pretendía hacerse con las manos muertas, las tierras de la iglesia y que ni siquiera
cultivaba. Se enfrentaba al poder de la Iglesia y si lo conseguía, llegaba un gran capital para España
necesario para pagar deudas, empezar la modernización y financiar la guerra.
La propuesta de Mendizabal hizo más profunda la división entre liberales y moderados, más
partidarios de defender la exclusividad de la Iglesia Española en España que presionaron a la reina
regente para que destituyeran a Mendizábal. La reina regente, que seguía con un pensamiento
absolutista, aunque aceptó apoyarse en los liberales, consideró que iba en contra de su moral
cristiana y firmar la ley de desamortización, por lo que destituyó a Mendizabal.
En cuanto a las clases populares urbanas y la burguesía media, empezaron a formar Juntas
Revolucionarias en favor de la Constitución de 1812 y la vuelta de Mendizabal. Empezó en Andalucía
pero se extendió por toda la Península. Aunque sus reivindicaciones eran salariales, exigieron el
regreso de Mendizabal y le obligaron a aceptar la Constitución de 1812.
La reina regente llamó a formar Gobierno al progresista Calatrava y este hizo volver a Mendizábal
como ministro de Hacienda.
Ahora sí, se puso en marcha la desamortización de las tierras eclesiásticas.
Las tierras de la Iglesia fueron expropiadas por el Estado y vendidas en pública subasta. Aunque
había compromiso en que la venta llevara a un mejor reparto de la tierra y eliminara el hambre de los
campesinos españoles, los lotes de tierra se sacaron a subasta lo suficientemente grandes para que
solo pudieran comprarlos las personas más ricas del país, la alta nobleza y la burguesía, por lo que
las desigualdades aumentaron. Para el gobierno fue un mal menor pues necesitaba el dinero.
La alta burguesía no desaprovechó la ocasión para comprar las tierras, convertirse en rentistas y vivir
como los nobles.
La alta burguesía en otros países protagonizó la Revolución Industrial a través de sus inversiones en
máquinas y fábricas. Nuestra burguesía compró tierras eternizando la economía agraria del país y
retrasando su modernización.
Pero el gobierno consiguió el dinero, no tanto como el que hubiera querido, ya que permitió pagar
títulos de la deuda. son acciones que compras al Estado y el te devuelve el dinero con intereses en
tantos años. Fue una manera de la Monarquía española para conseguir dinero, pero el estado no
siempre pagaba, por lo que las deudas se acumulaban. Mendizabal permitió comprar los lotes con
esos títulos de deuda atrasados. Consiguió reducir la deuda pero no consiguió todo el dinero que
hubiera querido. Aun así, los beneficios conseguidos por la desamortización permitieron crear y
pagar un gran ejército que permitió decantar la balanza de la guerra carlista hacia el lado isabelino
hasta acabar en el Convenio de Vergara.
Los campesinos se empobrecieron aún más pues al cultivar ahora más tierras, salieron más
productos agrícolas al mercado y los precios bajaron. La Iglesia aprovechó para influir sobre los
campesinos y convencerles que su miseria se debía a las ideas liberales, por lo que el liberalismo
pasaría a ser una ideología burguesa. La reina regente se ganó, con la desamortización, el apoyo
incondicional de la alta nobleza y de la alta burguesía, de la élite del dinero.
Pero el gobierno progresista de Calatrava y Mendizabal no se limitó a la Desamortización y a ganar la
guerra carlista. Fueron aún más lejos: hicieron otra Constitución
Los progresistas consideraron que la Constitución de 1812 se había quedado corta ya que no recoge
el sentir de las dos ramas en las que se había dividido el liberalismo en España. La Constitución del
37, no tuvo mayor problema en ser aprobada por las Cortes.
La Constitución de 1837 reconoció la Soberanía Nacional y la separación de poderes, estableció una
larga declaración de derechos para la ciudadanía y terminó con el absolutismo. Se estableció la
confesionalidad obligada de la religión católica, además de la financiación de la Iglesia, se introdujo
una segunda cámara, la del Senado, que sería elegida por la reina y se le otorgaban poderes a la
Corona, todo ello para satisfacer a los liberales moderados.
El sufragio lo establecieron censitario. Una ley posterior elaborada en las Cortes fijó el mínimo de
propiedades y dinero, que se debía tener para votar. Por muy progresistas que fueran, entendían que
el poder debía permanecer en manos de la burguesía y de la nobleza.
La Ley Electoral acabaría fijando para poder votar una renta mínima de doscientos reales, mucho
dinero. Solo tenía derecho a votar el 2,4 % de la población. Algo había mejorado porque con el
Estatuto Real era el 0,15%
En el lado económico, los progresistas trabajaron para traer el liberalismo al país, eliminaron señoríos
eclesiásticos, desvincularon los mayorazgos,. Se eliminaron los impuestos que había que pagar a la
Iglesia. Se eliminaron los privilegios de la Mesta, organización que perjudicó al campo español para
el beneficio de los grandes propietarios del ganado. Mendizabal iba detrás de la libertad de
contratación, de la libertad de industria y de la libertad de comercio.

Tras la elaboración de la Constitución se convocaron elecciones que ganaron los moderados, ya que
muchos se animaron a votar. A partir de ese momento el gobierno moderado hizo lo que pudo para
frenar todas las reformas de Mendizabal, incluida la desamortización. La reina regente, Maria
Cristina, apoyó a los moderados desde el principio, segúia escandalizada con la desamortización.
Los moderados querían llegar a la centralización total del poder y con ese objetivo elaboraron la Ley
de Ayuntamiento, los alcaldes de las grandes ciudades serían elegidos por la Monarquía. Los
progresistas se sintieron excluidos del sistema. Se levantaron, con las Juntas Revolucionarias
armando jaleo en las ciudades.
Todo esto sucedió mientras el general Espartero iba de victoria en victoria en la guerra Carlista
hasta alcanzar el Convenio de Vergara. Espartero era el héroe del momento, la más famosa, y
progresista. Espartero dió un Golpe de Estado, lo que obligó a la reina regente a huir del país,
dejando en Madrid a sus dos hijas que había tenido con Fernando VI, la reina Isabel II y Luisa
Fernanda.
3. LA ARTICULACIÓN DEL LIBERALISMO ESPAÑOL
La implantación del liberalismo en España tuvo un desarrollo muy largo y complejo caracterizado por
la división de los liberales progresistas y moderados. La lucha de estos dos partidos por alcanzar el
poder principal es característico de este proceso.

No fueron grupos políticos con un gran arraigo social, salvo los progresistas en sus comienzos, en la
época de Mendizabal. La base de estos partidos no fue la popular. No tenían seguidores entre las
personas más humildes o más pobres, o entre campesinos. Eran grupos políticos cuya base es la
burguesía baja, media y alta, ya que el liberalismo es una ideología que aborda la burguesía. La
familia liberal se había dividido en dos formas de entender el liberalismo: los moderados y los
progresistas, ya venían divididos desde el Trienio Liberal, doceañistas y exaltados.

Los moderados:
La base social eran las clases altas, terratenientes, parte de la nobleza, grandes industrias,
burguesía financiera y comercial.
Defendían el derecho a la propiedad como base de ordenación social, defendían la propiedad privada
y se oponen a cualquier reforma que pudiera mejorarla.
Son partidos de un sufragio censitario muy restringido. Solo los propietarios y los mayores
contribuyentes podían participar en la política, por lo que, con ellos el poder, los españoles que
podían votar no superan el 2%.

Eran partidos de la Soberanía compartida con la monarquía, y no de la Soberanía Nacional lo que


significaba que con ellos el poder la reina tenía mucho más poder que con los progresistas
Ponían el orden y la autoridad por encima de la libertad.
Eran partidarios de gobernar con una Constitución que limitara los derechos, en especial los de
prensa, opinión y reunión.
Defienden que el Estado tenga una religión oficial, que es, obviamente, la religión católica. Por tanto,
no están a favor de que se limite el control que la Iglesia tenía sobre la sociedad.
Favorecían siempre un gobierno central, que todo se decidiera en Madrid y que incluso desde Madrid
se eligieran a los alcaldes de los ayuntamientos.
Rechazaban de pleno a la Milicia Nacional pues la consideraban una institución que estaba detrás de
todas las revueltas de los progresistas, por lo que la prohibían cada vez que llegaban al poder. En su
lugar, crearon la Guardia Civil, un cuerpo armado que garantizara el orden y la seguridad
especialmente en el campo, donde, debido al hambre crónico y a las condiciones de vida de los
campesinos, era más probable que estallaran rebeliones.
Entre los líderes moderados destacan el general Narváez, Luis González Bravo y Juan Bravo Murillo.

Los progresistas:
se oponían a todo lo que apoyaban los moderados, pero, de todos modos,
Eran partidarios de la ampliación del sufragio censitario. Ojo, por muy progresistas que fueran, no
estaban a favor del sufragio universal, sólo de un sufragio censitario que les permitiera a ellos votar.
Un sufragio en el que no hiciera falta ser rico para votar, pero que tampoco las clases populares
pudieran hacerlo.
El apoyo social que tienen está limitado, por tanto, al resto de la burguesía, a la que no es tan rica,
pero también artesanos, tenderos, empleados...siempre en un ámbito urbano.
A partir de ahí, defendían la Soberanía Nacional, lo que quiere decir que cuando ellos están en el
poder la reina tiene menos atribuciones y la Cortes más control sobre ella.
Defienden los derechos individuales y colectivos, salvo el sufragio universal, claro.
Limitan, siempre que pueden, la influencia de la Iglesia sobre la sociedad y, con el tiempo, estarán a
favor de la libertad religiosa. Como es lógico, son los que promueven la desamortización de los
bienes eclesiásticos.
Prefieren la descentralización del poder y que los ayuntamientos tengan más autonomía, por lo que
siempre se opondrán a la Ley de ayuntamientos.
Son los promotores de la Milicia Nacional, cuerpo armado de voluntarios que defienden las iniciativas
de los progresistas y que siempre participan en las revueltas de estos por llegar al poder.

En medio de estas opciones surgió un nuevo grupo, La Unión Liberal, creada y liderada por el
general O’Donnell. Pretendía ser un partido de centro que aglutinara a los más moderados de los
progresistas y a los más progresistas de los moderados, pero al poco de nacer ya se parecía
demasiado al grupo de los moderados.

Ya desde 1849 aparece el partido Demócrata,, partidario del sufragio universal.


También fue partidario del sufragio universal el Partido Republicano, que buscará que España no
sea una monarquía sino una república.

Los militares:
En concreto para los moderados, progresistas y unionistas (Unión Liberal). El general Narváez sería
el líder de los moderados, el general O'Donnell de los unionistas y el general Espartero y el
general Prim de los progresistas. Esto hizo que en muchas ocasiones los partidos recurrieran a sus
líderes para dar un pronunciamiento (golpe de Estado) y llegar así al poder. Esto sucedió en especial
con los progresistas. Como cuando estaban los moderados en el poder el sufragio era muy
restringido, los progresistas no podían votar, por lo que terminaban hartándose y recurriendo a los
militares para echar a los moderados. Si los progresistas estaban en el poder y, en opinión de los
moderados, se excedían con sus reformas y libertades, los moderados acudían a los militares para
dar un pronunciamiento y echar a los progresistas.
Un detalle importante: los militares no actuaban por iniciativa propia, no eran ellos los que decidían
hacer el golpe de Estado, eran los partidos políticos los que recurrían a ellos.

Otra característica del sistema liberal español, fue la actitud de la monarquía en todo el proceso.
Tanto la reina madre cuando era regente, como la propia reina Isabel II no entendieron jamás que la
monarquía representaba a todos los españoles y no sola a moderados y unionistas, porque eso fue lo
que hicieron siempre que pudieron, apoyar a moderados y unionistas, a los más conservadores,
provocará una falta de popularidad entre españoles hasta llegar a la frustración.

4. LA REVOLUCIÓN DE 1868 (SEXENIO DEMOCRÁTICO)

El pacto de Ostende
Tras las ejecuciones de los sargentos del cuartel de San Gil, Prim tuvo claro que había llegado el
momento de la Revolución. No obstante, era muy consciente de que no podía hacerlo sin ayuda, de
modo que convocó a los suyos (los progresistas) y al Partido Demócrata en Ostende, Bélgica, para
llegar a un acuerdo y trazar un plan. Recordaréis que os dije en la articulación del liberalismo que os
hablaría más adelante del Partido Demócrata; pues bien, aquí están. Surgieron como una escisión
(separación) de los progresistas, ya que su concepto de democracia era mucho más amplio que el de
estos últimos. Los demócratas eran partidarios del sufragio universal, un establecimiento amplio de
derechos y una política económica que atendiera a las capas más necesitadas de la sociedad.
Finalmente, llegaron a un acuerdo basado en dos puntos estratégicos:
Destruir lo establecido en las altas esferas del poder, lo que incluye echar a la reina.
Crear un Gobierno Provisional que convoque elecciones con sufragio universal y que las Cortes
establecidas tras esas elecciones decidan qué tipo de sistema se pondría en España, Monarquía
Parlamentaria o República.
El primer punto era abierto y permitía que se sumaran otras fuerzas o personalidades.
El segundo punto era inamovible.
El Pacto de Ostende, que se firmó en agosto de 1866, creó, además, una estructura en la que
quedaba establecido el futuro Gobierno Provisional, con Prim, Salustiano Olózaga y Cristino Martos a
la cabeza. Desde entonces no pararon de intentarlo pero fue solo en septiembre de 1868 cuando
consiguieron tener éxito y echar a la reina.

Las causas
Fueron varias y, en general, estuvieron relacionadas con la economía.
Por supuesto, una crisis financiera que dejó al descubierto el desastre de la inversión en el
ferrocarril. Cuando se terminó de construir era caro y se usaba poco, por lo que los rendimientos no
estuvieron a la altura de las expectativas, el valor de las acciones del ferrocarril bajó en bolsa y
mucha gente perdió mucho dinero. Esto provocaría a corto plazo un rebote en la deuda pública, que
aumentó y en la crisis de otras entidades financieras. O sea, que la élite del dinero estaba muy
disgustada.

Una crisis industrial provocada por el encarecimiento del algodón debido a la Guerra de Secesión
de Estados Unidos (la guerra civil de ellos). ¿Cómo es posible que algo tan lejano pudiera provocar
una crisis industrial en España? Pues para que veáis que el mundo incluso en esa época ya estaba
globalizado. Al estar Estados Unidos en una guerra civil, la cantidad de algodón (eran productores
mundiales) que exportaban bajó, por lo que su precio aumentó, y mucho. Esto provocaría el cierre de
muchas pequeñas empresas en Cataluña que no podían competir con esos precios, con lo que el
paro aumentó y con él, el descontento.

La crisis de subsistencia no podía fallar. Siempre hubo una detrás de cada revolución. En esta
también. Sucesivas malas cosechas encarecieron en España el precio del trigo, lo que perjudicó
especialmente a los sectores menos favorecidos de la sociedad, es decir, a casi todo el mundo en
ese momento. Esa misma población estaba harta del impuesto del consumo y de las quintas.

Todos, desde arriba hasta abajo, tenían motivos para el disgusto o el hartazgo. Añadamos la
bajísima reputación de la reina y de sus gobiernos. Precisamente, Narváez, en el poder tras la
destitución de O’Donnell por no cumplir los deseos de la reina de ejecutar a más gente tras lo del
cuartel de San Gil, no supo o no quiso lidiar con esta situación de crisis y lo único que hizo fue
gobernar por decreto y reprimir las manifestaciones por la fuerza. Murió en abril de 1868 y le sucedió
al frente del Gobierno, y del partido moderado, Luis González Bravo, más reaccionario que Narváez y
más a favor de la mano dura ante la desesperación del pueblo. De hecho, llegó a cerrar las Cortes.

Un giro inesperado
En noviembre de 1867 moría O’Donnell, líder de la Unión Liberal. Eso, en sí mismo, no es un giro
inesperado, pero lo que ocurrió tras su muerte en su partido, sí, ya que le sucedió el general
Serrano. De ascenso meteórico y buen militar, Serrano había sido uno de los generales que, junto a
0’Donnell había reprimido la revuelta del cuertal de San Gil, por lo que la reina lo cubrió de honores.
Después de todo, había salvado a la corona. Pero a Serrano no le sentó nada bien que la propia
reina ignorara su protesta cuando se cerraron las Cortes, sentándole mucho peor que el ferrocarril
fracasara, ¿por qué? Pues porque el general había invertido mucho dinero en él, con lo que ya tenía
dos buenos motivos para sumarse a la causa de Prim, y eso hizo: los unionistas pasaron a formar
parte del Pacto de Ostende, aceptando Serrano sus condiciones. El Gobierno, que sospechaba
algo, desterró a Serrano a las Islas Canarias. En aquella época, y durante mucho tiempo, a Canarias
se la vio como destino de destierro.
La unión de Serrano al Pacto de Ostende es de una gran importancia, pues la mayoría de los
oficiales del ejército, que lo admiraban y seguían, hicieron lo mismo.
La Gloriosa.
Si la revolución no hubiera tenido éxito seguro que no se llamaría Gloriosa, pero como sí lo tuvo,
pues pasó a la Historia con ese nombre.
El 18 de septiembre de 1868 fue el día indicado. Serrano iba camino a la Península desde Canarias y
Prim hacía lo mismo desde Londres. En Cádiz, el brigadier Topete inició la revuelta. Pronto recibió el
apoyo de Serrano y de Prim. Fue entonces cuando se leyó el famoso manifiesto ¡Viva España con
honra!, en el que expusieron a sus tropas los motivos de pronunciamiento.
El Gobierno poco pudo hacer. Mientras Topete y Prim iban por la costa con una fragata (barco militar)
sublevando a los distintos puertos, Serrano subía con su ejército de infantería y caballería hacia
Madrid. La reina, que en aquel momento veraneaba en San Sebastián, se mantuvo a la espera para
ver si regresaba o no a Madrid. Pero no regresó. El poco ejército que pudo reunir el Gobierno se
enfrentó con el de Serrano en Córdoba, en lo que se conoció como la batalla de Alcolea, y fueron
derrotados, teniendo Serrano vía libre hacia la capital. Al Gobierno solo le dio tiempo de telegrafiar (el
telégrafo) a la reina para comunicarle que la revolución había tenido éxito. La reina no tuvo otra que
huir del país exiliándose en Francia.
Al mismo tiempo que Serrano avanzaba hacia Madrid se produjo un amplio levantamiento popular en
las ciudades. Fue como si también estuvieran esperando la señal. Decenas de miles de personas
llenaron las calles protestando contra el Gobierno y contra la reina. En muchas de estas urbes se
formaron Juntas revolucionarias, con lo que el pronunciamiento iba tomando un cariz (aspecto)
cada vez más social y menos burgués (no olvidéis que los miembros del Pacto de Ostende son todos
burgueses). Las juntas incluso se llegaron a establecer como gobiernos autónomos y, por supuesto,
impulsaron a la Milicia Nacional para que garantizara el éxito de sus acciones. ¿Qué se pedía en
estas Juntas? La eliminación del impuesto al consumo, la eliminación de las quintas, la abolición de
la pena de muerte y de la esclavitud (seguía en Cuba y Puerto Rico), la educación gratuíta, el
derecho al trabajo, el sufragio universal, la aplicación de todos los derechos y libertades.
Nada de esto había existido durante el reinado de Isabel II y por eso se reivindicaba ahora.
Ahora bien, tanto Prim como Serrano no veían nada bien a estas juntas revolucionarias. Una cosa es
que él ideara una revolución y otra bien distinta era que el pueblo tomara la iniciativa. Su revolución
era desde arriba, una revolución burguesa y no desde abajo, no era una revolución obrera o
campesina.

El Gobierno provisional y sus reformas.


El pacto de Ostende se cumplió y de inmediato se formó un Gobierno Provisional encabezado por
Prim y en la que los ministerios fueron repartidos entre progresistas y unionistas (no hubo ministros
del partido demócrata). Serrano quedaba como regente a la espera de que las nuevas Cortes que se
formaran decidieran el modelo político. Es decir, España siguió siendo una monarquía durante el
Gobierno Provisional. Para este Gobierno lo prioritario fue restablecer el orden, por lo que disolvió
las juntas y frenó el proceso revolucionario. Nadie le iba a quitar su revolución a Prim. Al mismo
tiempo, se promulgaron decretos democratizadores como la libertad de imprenta y de asociación
y, en un principio, eliminó el impuesto de los consumos.
Una vez conseguido el orden se convocaron elecciones a Cortes constituyentes con sufragio
universal masculino, pudiéndose votar a partir de los 25 años. Por tanto, casi cuatro millones de
españoles podían votar, un aumento muy considerable comparado con las diversas elecciones
celebradas durante el reinado de Isabel II.
No obstante, primero se celebraron elecciones a los ayuntamientos. Recordad que la ley de
ayuntamientos llevaba años aplicándose, por lo que se habían dejado de celebrar elecciones. Cuál
sería la sorpresa cuando en la mayoría de las capitales de provincia ganaron los comicios
(elecciones) los republicanos. Caramba, caramba.
Eso sí, las elecciones generales, que se celebraron un mes después, y que fueron, por fin, limpias,
las ganó la coalición entre progresistas, unionistas y demócratas monárquicos (a favor de una
monarquía parlamentaria). Por supuesto, el jefe de Gobierno fue Prim.
La primera labor de las Cortes fue elaborar una nueva Constitución, que para eso eran Cortes
Constitiyentes.
La Constitución de 1869, esta sí, fue plenamente democrática, con la salvedad de que no podían
votar las mujeres. Salvedad muy importante para nosotros pero que en la época ni se tenía en
cuenta.
La Soberanía fue nacional y la separación de los tres poderes quedó garantizada. Todos los
derechos, libertades y obligaciones de una Constitución actual están presentes en esa constitución,
incluida una cierta descentralización del poder a favor de los ayuntamientos.
Por supuesto, la cuestión que se debatió más en las Cortes fue la definición política de España:
¿República o Monarquía parlamentaria? Pues por una amplia mayoría las Cortes votaron que
fuera una monarquía parlamentaria, para gran alivio de Prim , pues ese había sido su deseo desde el
principio. Eso sí, la Constitución limitó muchísimo las atribuciones (lo que podía hacer) del rey, que
incluso no podía vetar (rechazar) las leyes del Parlamento.
¿Y qué rey? Pues habría que buscarlo. Mientras se buscaba, Serrano siguió de regente.
Aparte de la Constitución, el Gobierno completó las reformas que habían empezado desde el
Gobierno Provisional.
Había que impulsar la economía y disminuir la deuda, eso por supuesto, por lo que estableció cierto
librecambismo y se abrió el mercado español al exterior. Es decir, que la idea era abandonar el
proteccionismo económico que siempre habían implantado los moderados y unionistas, lo que
provocó el disgusto de los grandes productores cerealistas y de los grandes industriales catalanes,
pues eso equivalía a tener competencia con precios más baratos. Además, se estableció la peseta
como moneda nacional y, para conseguir dinero, se vendió lo único que quedaba por vender en
España: las minas, que acabaron en manos francesas e inglesas a cambio de una enorme cantidad
de dinero con la que sanearon las cuentas. Pero perdimos las minas.

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