Está en la página 1de 6

Algo más que rabia y antipolítica

Las personas insensibles solo se molestan cuando realmente ven la sangre, pero en realidad,
cuando la sangre ha sido derramada, la tragedia ya se ha completado

Yukio Mishima

Milei no tendrá razón pero los que lo votan sí la tienen.

Martín Rodriguez @tintalimon

https://www.eldiarioar.com/opinion/tranvia-llamado-deseo_129_10089483.html

I-Que se vayan estos

Aunque resulte atractivo hablar de anti política o rabia el proceso político general, y
específicamente el de los jóvenes, más que un que se vayan todos es un que se vayan estos. El
proceso de politización de los jóvenes es de una duración que excede la temporalidad del
cronograma electoral y recorre cuestiones que van desde el estrechamiento de más de una
década de las oportunidades económicas (¡casi la mitad de la vida de los jóvenes!) y la
transformación de las condiciones laborales hasta el incendio del progresismo, pasando por
procesos tecnológicos y culturales que han enfatizado la autonomía individual, la desconfianza
frente al estado, la política y principalmente el gobierno. Ese proceso da lugar a preferencias
políticas que en tren de impugnación y superación de la agonía inflacionaria incluyen el voto
a fuerzas de derecha a la vez que la adopción y reelaboración en clave generacional de esa
identificación política. Este proceso muchas veces simplificado relativizado debe ser iluminado
para entender lo que está en curso y superar los lastres de la mirada social contemporánea en
sus compromisos vencidos. Poco importa que Milei finalmente salga tercero a nivel nacional o
un escándalo lo suprima: su irrupción ha cambiado cualitativamente las coordenadas de la
política argentina al constituir un polo electoral y político que obligó a otras fuerzas políticas,
presumiblemente más consolidadas, a cambiar su retórica y su programa.

II-Crisis de representación, crisis de comprensión

Un colega mexicano que investiga la vida laboral de personas jóvenes que trabajan en distintas
plataformas nos dice que le gustaría que sus interlocutores conocieran los textos que escriben
los cientistas sociales sobre ellos. Si, si, todos somos dialógicos, y hacemos esas cosas, pero
nuestro amigo quiere algo específico: que sus entrevistados conozcan la incomprensión que
habita una sociología que describe las pocas oportunidades laborales de los jóvenes como “lo
peor del mundo” al universalizar como parámetro una experiencia de derechos y retribuciones
que habían muerto antes de que esas personas hubiesen nacido (y no es que nuestro amigo no
crea en la necesidad de mejorar la situación de los trabajadores ni que crea en las virtudes del
neoliberalismo). Una proposición iluminadora que es aplicable al sesgo normativo de las
visiones sobre el voto juvenil fuertemente orientado a la candidatura de Milei. Y conste que la
consolidación del voto libertario, algo que muchos analistas no esperaban e incluso refutaron,
fue anticipada por educadores y dirigentes sociales como Mayra Arena, en contacto con
jóvenes, varios años antes de la elección de 2021. Otro amigo escuchaba atentamente la historia
de dos chicas que en noviembre se sacaban una foto turística en el centro de Buenos Aires
saludando con el pulgar y el índice en L anticipó la conclusión y exclamó: “¡estaban festejando
la victoria de Lula!”. Su consternación fue mayúscula cuando supo que eran de San Miguel y

1
hacían el saludo libertario. A cambio un esclarecimiento: la causa de la normatividad
enceguecedora que nuestro amigo mexicano cuestiona es el encierro social que revela la
anécdota: el contacto con la sociedad mediado exclusivamente por la profesión sus cada vez
más precarios medios de indagación y el encierro en una ideología cuyos parámetros, guste o
no, están vencidos para el resto de la sociedad. Un problema que más o menos tenemos todos
y respecto del cual Milei es, además del emergente de la crisis de representación, el índice de
una crisis de conocimiento de lo social.

La captación de la politización juvenil es reducida a la indagación puntual de preferencias


definidas desde el punto de vista de los compromisos de grupos cada vez menos conscientes
de lo a cada vez más minoritario de sus posicionamientos ¿Qué quieren decir hoy Milei y
derecha? Preguntar desde la perspectiva del encuestólogo, del periodista, del publicista, del
sociólogo y el antropólogo que priorizan el pacto de San José de Costa Rica, el optimismo de
sus voluntades y una presunción mayoritaria incomprobable a la “realidad” oscurece la tarea.
La sociedad política ampliada que componen junto a otras élites, compromete la observación
con posiciones encapsuladas en un diálogo autocomplaciente y cada vez más excéntrico ¿A
quién le importa lo que le importa a las élites vencidas? Somos todos intelectuales de Estado,
pero de un Estado en bancarrota que perdió legitimidad y hasta capacidad de contar la
población. Si no fuera así el interrogante Milei no atravesaría la grieta (del FdT a parte de
Cambiemos): ¡qué sorpresa!, ¿cómo pararlo? La indagación de la politización juvenil debería
estar menos al servicio de la comunicación y la meteorología electoral y preguntar más por
cómo se entroncan las experiencias familiares, laborales, sociales en un campo de experiencias
que da lugar a múltiples identificaciones políticas, incluso contrapuestas, en torno a cuestiones
y organizaciones que han renovado el circuito de representación política en el país.

III - Antipolítica

Pese a las intervenciones de Pablo Stefanoni, Melina Vazquez, Martín Vicente, Sergio Morresi,
Ezequiel Zaferstein y Mariana Moyano el giro político de las juventudes fue un tema de
especialistas y no parte de la discusión política o del análisis de las tendencias políticas
emergentes. Incluso sobraron, y todavía sobran, y no sólo desde el oficialismo sino también
desde de Juntos por el Cambio, subestimaciones de la potencialidad de una candidatura como
la de Milei de la que se dijo primero que no tendría ningún éxito, luego que este sería pasajero
y finalmente que no sería consistente porqué, como se pensó erradamente del macrismo, “no
tiene estructura”.

Una vez que se asume que ese fenómeno existe y es relevante, suele decirse que el voto de los
jóvenes es un voto anti política. Una nota de campo de nuestra investigación contiene un
blooper que muestra hasta qué punto esta categorización es problemática. Seguros de que
nuestro interlocutor había dicho que estaba contra la política (una alucinación auditiva propia
de nuestro encierro) tratamos de ponerlo en contradicción con suspicacia ignorante diciéndole:
“estás en contra de la política pero apoyas a un político como Milei”. La respuesta no pudo
ser más clara y aleccionadora: “yo dije que no había ningún político con quien me identificara
y eso no quiere decir que yo no tenga interés en la política o qué no aparezca un político que
me represente y eso pasó ahora con Milei”. El sambenito de antipolítica nos provee un rótulo
al mismo tiempo limitado, errado e interesado en proteger a los cuestionados. Puede que la
identificación de muchos jóvenes con Milei se inicie con un proceso “meramente reactivo”
pero eso no quiere decir que no suceda, luego de ese proceso, la adopción de una posición
política que puede no ser correcta para los observadores y puede sonar autoritaria sin dejar de
ser una propuesta política.No sólo estamos frente a un que se vayan estos (la “casta”, pero sobre

2
todo el peronismo): también es una retórica crítica frente al Estado realmente existente a la que
no le falta programa (veremos).

IV- Rabia?

El conjunto de situaciones que viven los jóvenes, sobre todo desde la pandemia en adelante, ha
desencadenado una mixtura de sentimientos negativos que van de la desconfianza en el futuro
a la bronca contra todo lo que está ahí. Pero limitar la posición política de los jóvenes al envión
que toman de sus sentimientos es una ruta por la que transitan dos errores contrapuestos y
complementarios. Por un lado, como ya lo sugerimos, porque se ignora el hecho de que los
votantes de Milei sí tienen una posición política. Pero por otro lado porque, con una asombrosa
doble vara, se objeta en este caso la pregnancia de los sentimientos cuando en otros se han
exhibido esos sentimientos como un rasgo de positiva actualidad y se ha encomiado en las
descripciones que lo registran una muy valorada salida del racionalismo que supuestamente
agobiaba con su frío a las ciencias sociales. Y, para más inri, se ha celebrado la incorporación
observable de los sentimientos a la agenda de las disputas políticas públicas por parte de los
grupos que defienden ítems de la agenda progresista. Parece que ahora, cuando no son “las
nuestras”, las ideas y los sentimientos son despreciables.

Los sentimientos son un momento y una dimensión para todos. Y, ya que estamos, citemos un
caso límite. En una entrevista grupal entre jóvenes de familias de sectores populares cercanas
al oficialismo la pregunta por el futuro desencadenó mutismo, preocupación y deseos de que
esto termine aún cuando el futuro sea peor. La frase "que se vaya el que se tenga que ir" fue lo
único que se oyó luego del silencio más triste y elocuente que presenciamos en nuestra vida de
investigadores. Entre jóvenes que votaron al gobierno en otras elecciones el sentimiento de
hartazgo es incontenible y ni todas las maniobras discursivas y límites conscientes derivados
de su pertenencia les servían para evitar la expresión de un afecto y un discurso más profundo:
el descontento con lo que por experiencia familiar era prescripto y los argumentos de “la
contra” libertaria que aparecían recurrentemente, como fantasma, obsesivamente rechazados.
Los sentimientos son el combustible espiritual que en situaciones menos constreñidas por la
tradición impulsan el giro político de los jóvenes. Que el voto a Milei o a Bullrich se apuntale
sobre los sentimientos no tiene nada de diferencial ni de extraordinario respecto de la izquierda
o el peronismo.

V - Mejorismo

Pero veamos también de qué sentimientos se trata, de los contenidos políticos que alberga.
Entre el repartidor de Glovo por las calles de Mar del Plata, la estudiante cordobesa que deja
su carrera universitaria en suspenso para aprender Python y alcanzar el sueño del nomadismo
digital, y el bonaerense que emprende por Mercado Libre vendiendo desde ropa deportiva hasta
artesanías, todos comparten algo en su proceso de politización: ese cross a la mandíbula que
les metió la cuarentena, los adhiere a la crítica social del estado de lo público. Pero no hay que
absolutizar las vivencias de la pandemia: ella retroilumino con esa connotación prácticas que
venían, desde antes, en el mismo sentido, el de la constitución de una sociedad en que cada vez
más los sujetos se reconocen laboral y moralmente como emprendedores y, como los llamamos
nosotros, mejoristas. Como nos dijo Guido Cordero sobre la idea de mejorismo: “es una
cristalización en curso que bebe de una larga tradición de ideologías de progreso, pero que en
esta cristalización gana rasgos específicos, uno de los cuales es la desconfianza frente al
Estado”. Algo que agudizó la economía de los últimos años, fue refrendado por la
desprotección en la pandemia y el infierno inflacionario: la voluntad de lucha y la sensación de
estar solo frente al destino.

3
La lectura de las encuestas omite este hecho para privilegiar un matiz contradictorio entre el
voto a Milei y las ambiciones programáticas relevadas por encuestas entre una parte de sus
eventuales votantes:votan al que quiere quemar el banco central pero quieren salud y educación
pública. Hilemos fino: para muchos de los jóvenes el Estado no hace más que muestras gratis,
mímicas inclusivas e igualitarias, mientras, en verdad, mantiene vagos y cobra impuestos.
Querrían esos bienes públicos pero se sienten, con justicia, defraudados, si se conversa con
ellos y se les pide un diagnóstico más amplio. Aceptar que el dato de la encuesta agota la
descripción de la posición política a describir, enrostrarle a los votantes supuestas
contradicciones revela los compromisos del análisis que se confunde con mala campaña. Y esto
no quiere decir que, además, no haya votantes de Milei que quieran más Estado que Milei,
como lo demuestra la oposición de muchos de ellos a sus propuestas extremadas (la venta de
órganos o la libre portación de armas) y su adhesión a regulaciones que Milei abominaría.

Los mejoristas, que son más que los que votan a Milei, pueden votarlo al mismo tiempo por
rechazo al Estado injusto e inviable, por adhesión a su contracara, una libertad entendida como
libertad de trabajo y proactividad, y, a veces, como punto final a todos los sermoneos de la
historia oficial. Si señores y señoras: hoy todo está en discusión.

VI- Trayectorias y lazos: las cien flores libertarias

El proceso de crecimiento de los votos y las posiciones afines al programa de Milei le puede
parecer acelerado a los insensibles que no atendieron los llamados que se vienen dando al
menos desde los cacerolazos de 2012. También asombra a quienes necesiten ver una rareza en
algo cuya velocidad y radicalidad es perfectamente comparable con la de los sucesivos saltos
en que se formó la identidad kirchnerista, que llevó a que en los años 2000 revivieran hasta las
fotos de Perón en el caballo pinto luego de todos los funerales que le había dedicado el
menemismo.

La adhesión a Milei emerge en relación a un antagonista, el gobierno, el Estado, el sistema,


pero no es ni única ni unívoca: sedimenta en identificaciones diferentes desde distintas
trayectorias y con varias posibilidades de finalización. Muchos reaccionan desde un
sentimiento de justicia herido y contra lo que perciben como un elitismo desenfadado (algo que
el moralismo de izquierda no sólo no admite sino siquiera ve). Otros reivindican el riesgo del
emprendedor que compone sus ingresos de “traedear” (día a día especulando desde la app de
una fintech) como arriega el repartidor por las calle oscuras o como arriesga el que decide dejar
lo que está haciendo para apostar por la programación, la venta online, la cerveza artesanal. La
libertad de emprender, decidir y trabajar para mejorar. Otros, muchos, pero más ideológicos,
reivindican la naturaleza superior de su ser, de su voluntad y reivindican lo nacional
antagonizando con los globalistas y los amantes de la salida Ezeiza, muchas veces en el límite
de algún supremacismo. Y algunos, cada vez más cuanto más duradera es la configuración en
la que gobierna y frustra el Frente de Todos, asumen y reelaboran la tradición de la derecha en
fusiones que asombran a los que esperan hallar los tipos puros de la derecha liberal por un lado
y la nacionalista por el otro. Y, todos, todos ellos, buscan la superación de una economía que
es decepcionante desde que tienen uso de razón (una crisis que abarca la mitad de la vida de
los más jóvenes!). En este punto, las diferentes formas de asumir el lazo político confluyen en
un rasgo: la preferencia por el shock a la reforma. A pesar de todas sus diferencias prefieren la
radicalidad y el riesgo de la apuesta aunque no piensen que esto traiga frutos inmediatos.

Y si bien muchos de todos los mencionados reaccionan contra los efectos de una agenda de
género que cuestionan (no por nada los hombres votan a milei en mayor proporción que las
mujeres) son necesarias algunas precisiones. En nuestra investigación la reactividad masculina

4
es transversal y mucho más difundida de lo que se sospecha desde observatorios
comprometidos no quieren saber nada de esa reacción. Los varones que votan otras fuerzas
políticas no lo hacen por feministas o deconstruidos. A ello se suma que, como lo muestran
algunas influencers juveniles de la derecha que coquetean con el desenfado, la autonomía y la
libertad sexual y, algo más importante aún: las mujeres simpatizan con la derecha hacen propio
un repertorio de conceptos y acciones que impugnan las agresiones de género. Esto no
relativiza el efecto de la discusión de género en la politización de las juventudes pero matiza el
valor de la reducción de ese espacio político a incels y virgos (ni son todos así ni deja de
haberlos en otros espacios).

Las juventudes re habitan la derecha que los conquista y la hacen aún más masiva mientras ésta
trata de moderar electoralmente sus aspectos más polémicos. Y si no es válido absolutizar la
rabia, la emotividad y la antipolítica tampoco es válido afirmar que la polisemia de la
politización juvenil anti-gobierno permita aseverar que cualquier discurso disruptivo los
convoque por igual, como si la insatisfacción tuviese la misma oportunidad de ser capitalizada
por el Frente de Izquierda o por un peronista que “cumpla el contrato electoral”, justo cuando
todo salta para un solo lado. Cuando se supera este, el anteúltimo argumento negador, se llega
a otra verdad: entre todas las trayectorias de politización juvenil, algunas son de derecha de
forma elaborada, consciente y contextual. Y no se trata de callarlo para “no ofenderlos”, porque
“no son todos fachos”, porque “no saben lo que hacen”. Eso si es, ofenderlos. Entre los jóvenes
que votan Milei desde una posición autoasignada como de derecha, que no son todos, algunos
han leído a Adam Smith o Hayek o seguido con dedicación algún influencer. Pero muchos
otros que también votan a Milei permanecen ajenos a la dialéctica izquierda-derecha. Pero hay
algo que tal vez contenga a la mayoría de los votantes sub 30: conforman una nueva plebe, un
nuevo estado de la estructura social y un manojo de experiencias en las que se conectan esa
situación, su experiencia vital emprendimiento, y una serie de motivos críticos contra el estado
de cosas actual que formula Milei al que se vota con orgullo como señaló Mayra Arena. Bien
habría valido entender antes, pero ya es tarde.

VII- Cómo llegamos a esto: Laclau puso la teoría, Milei puso la práctica

El FdT recorre la curva de los indiferentes del poema atribuido a Brecht. Puestos a la batalla
cultural y al antagonismo se les fueron los informales de las clases medias porque no los
cubrieron, pero no les importo porque ellos no eran informales de clase media. Luego se les
fueron los sujetos de los sectores medios que trabajan formalmente en el sector privado, pero
no les importo porque “luchan contra la meritocracia”. Luego se empezaron a retirar los pobres
y los asistidos y ni siquiera se dieron cuenta.

Lo que se define como izquierda y produjo esa dispersión que hoy se unifica contra la coalición
de gobierno es el resultado de muchas vicisitudes, entre ellas una transformación de los
programas de la fuerza gubernamental en consonancia con el auge de los movimientos sociales
y de expresiones teóricas que consagraron la unidad necesaria e indisoluble de un conjunto de
demandas antes heterogéneas y dispersas. El encarrilamiento de esas propuestas en el seno de
una corriente peronista prevalente dinamiza una polarización que afecta de forma muy diferente
al oficialismo y la oposición. El poliedro oficialista, que en una de sus caras se afirma
progresista, exige, cada vez más homogeneidad ante su programa completo (mientras demanda
cada vez más paciencia ante sus fracasos en los temas más importantes para la mayor parte de
la sociedad). Así alimenta una dialéctica electoral que lo desgasta y minoritiza. Un
funcionamiento expulsivo, una fuerza cada vez más homogénea y menos hegemónica tiene su
reverso en una oposición atrapalotodo cada vez más heterogénea y más abarcativa que como

5
una ambulancia recoge los excluidos y los olvidados por la secta. Por eso las prácticas de
interpelación de la oposición, en especial de sus versiones “duras” y, específicamente, las de la
Libertad Avanza, son cada vez más eficaces con un mínimo de esfuerzo: señalar como el FdT
se muerde la cola mientras la inflación hace el trabajo de hartarnos a absolutamente todos. Esa
dinámica se torna “giro a la derecha” porque el “que no gane la derecha” del oficialismo facilita
la identificación de los opositores: ¿si esto es la izquierda quién no quisiera ser la derecha? La
agitación esteril de mohines de la tradición de las izquierdas de todo tipo estimula la oferta
electoral opositora que modela la demanda emergente con motivos muchas veces retrógrados
y entrega a esa oposición el diálogo con el sentido común. Este quiere que pare la inflación, la
oposición ofrece medidas que podrían destruir el empleo, pero el sentido común las preferirá a
la relativización de la inflación. El sentido común querrá seguridad y la oposición ofrecerá
demagogia punitiva pero el sentido común la preferirá a las explicaciones sobre la compleja
multicausalidad de la inseguridad. De la desagregación de los electores de CFK y el FdT que
podrían haber sido más o menos indecisos entre ella y la oposición pasamos al hecho de que
una parte de ellos se transforman en votantes de orientaciones económicas y políticas que el
oficialismo denuesta y ante las que otrora los jóvenes desconfiaban. No solo buscan liderazgos
fuertes, sino también una orientación determinada: en 2015 Macri se sacó el bigote para ser
más amable, en 2023 una buena parte de la sociedad está con un bigote en busca de un candidato
para un programa antiperonista. Y Milei es en parte ese candidato porque reconoce/establece
el rechazo a lo viejo, el ansia de libertad y la demanda de seguridad y certidumbre. En su
bramido resuena todo eso.

VII-La última negación

El backlash argentino será mucho más que un reflejo de una ola mundial. Este argumento que
es el último refugio de los negadores en busca de una banca y un networking internacional tiene
un contrapunto lógico y próximamente empírico: en la historia de la reversión de las conquistas
populares y la exclusión se abrirá un capítulo argentino que hará contribuciones propias a esa
“ola” en la que se diluye la responsabilidad de la crisis de representación y comprensión. Y
aquí una última cuestión resulta clave para entender la radicalidad eventual de lo que venga. El
análisis político está anclado a un pasado con Estado benefactor legítimo y operativo, derechos
humanos, fuerzas sociales empatadas y un proceso igualador legítimo. Y muchas veces en un
antecedente europeo que no fue ni tan rápido ni tan abrupto. Guste o no el “punto de equilibrio”
de los sistemas sociales contemporáneos no sólo está más abajo sino, definitivamente en otra
configuración para la que todavía no tenemos ni teoría ni vocabulario. Y acá habría que
recuperar un hallazgo clave de la vieja sociología latinoamericana: las dimensiones gigantes de
la marginalidad incrementada con las décadas son un combustible para el pasaje de un régimen
con ciudadanos pobres a otro que activará a los pobres (y no solo a ellos) para un orden iliberal.

También podría gustarte