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EL DESAFÍO LIBERTARIANO

En una situación de crisis política, económica y social agudas, con la mitad de la población en situación de
pobreza o cercana a ella, alto desempleo, inflación en aumento, el precio del dólar en suba constante y una
pésima cosecha en ciernes, la coyuntura política en Argentina es de una potencial volatilidad gigantesca,
que -hasta ahora- contrasta con un "ánimo social" en la que la tristeza y la angustia opacan a la bronca,
mientras la atomización se impone sobre la acción colectiva. En un contexto así, para sorpresa de nadie, el
candidato de orientación anarco-capitalista Javier Milei no deja de crecer en las encuestas. Es cierto que las
encuestas, en los últimos años, se han caracterizado por errores grotescos en sus pronósticos. A esta altura
parecen ser mucho más herramientas "performativas" que intentos rigurosos por obtener una adecuada
fotografía política. Pero no se las puede menospreciar, y alcanza con charlar un poco con la gente para
notar que Milei despierta simpatía y goza de apoyo sobre todo en la población joven. Incluso, y no es este
un dato menor, entre la juventud de las barriadas populares, en zonas urbano marginales, la figura de Milei
no deja de crecer. No se trata solamente de un fenómeno de "clase media", aunque ese es el perfil de los
youtubers, instagramers y tiktokers que difunden en las redes el mensaje libertariano. En paralelo, no
parece que el FIT-U, la expresión electoral de la izquierda de voluntad revolucionaria, esté creciendo al
mismo ritmo. Su situación general, con algunas situaciones provinciales diferentes (en Jujuy podría hacer
una elección histórica y obtener cerca del 15 % de los votos; en Neuquén, uno de sus bastiones, en las
recientes elecciones experimentó un ligero retroceso, aunque mantuvo los puestos parlamentarios) parece
ser de un relativo estancamiento. O, en todo caso, un crecimiento muy inferior al de Milei. Claro, en una
situación con tantos generadores de inestabilidad desatados, no se puede descartar un estallido social. Y
ello alteraría el panorama político. Pero, de momento, el "humor social" no parece ir en esa dirección. 

Sea cual sea la performance electoral de Milei -un personaje grotesco y paródico que, en estos tiempos en
los que la realidad misma se ha vuelto una parodia, necesariamente concita adhesiones- el desafío
libertariano debe ser tomado con seriedad. No habría que confundir al payaso con los dueños del circo, ni
ignorar las condiciones sociales que permiten que un payaso se convierta en una importante figura política.
Aunque el "círculo rojo" no confía en un advenedizo tan poco serio como Milei, y prefieren gestores más
predecibles (como Massa o Rodríguez Larreta), ciertamente les complace que Milei haya corrido el debate
público en un sentido tan pro-mercado (aunque la mayoría de ellos no lo seguirían en su extremismo anti-
estatalista, y a algunos les incomoden sus denuncias del "capitalismo de amigos"). Por ahora Milei no es el
candidato del capital más concentrado ni de los grandes medios privados, que luego de haberle dado
amplia difusión durante años y ofrecerle entrevistas que oscilaban entre amables y empalagosas, ahora
parecen tomar mayores distancias. Pero como Milei expresa electoralmente la bronca, la crítica mediática
es más probable que lo engorde que lo debilite. Nada mejor para él, en términos de sumar votos, que se le
vea como el tipo que viene a patear el tablero. Pero el libertarianismo debe ser tomado seriamente por dos
razones. La primera es que aunque su presentación pública en nuestras tierras suele ser intelectualmente
indigente (a Milei no lo caracteriza ni la calma ni la inteligencia, sino la ira y la adhesión emocional), el
libertarianismo, sobre todo en sus expresiones estadounidenses, tiene una gran riqueza intelectual. Estas
"reservas estratégicas intelectuales" hacen que no se pueda descartar, de aquí a poco, la existencia de
expresiones académicas libertarianas en Argentina, que den mayor sustento teórico a lo que hasta ahora es
una aventura política. Pero la segunda y principal razón es que el discurso libertariano tiene grandes
bolsones sociales en los que hacer pie. Su acendrado individualismo (que en sus versiones más vulgares
puede ignorar ramplonamente la formación social de las individualidades) encaja maravillosamente con las
sensibilidades contemporáneas, formadas tras décadas de neoliberalismo práctico, propaganda publicitaria
y consumismo desmedido. Su anti-estatismo y su visión extremadamente abstracta o formalista (verdadera
ceguera, incluso en las versiones más sofisticadas) de la realidad de una sociedad de clases encaja bien con
los sectores medios de pequeña propiedad, profesiones liberales y autoempleados, así como con la masa
enorme de trabajadores cuentapropistas de la economía informal en situación de subempleo, pobreza y
marginalidad. Ninguno de estos sectores (bastante más de la mitad de la población en un país como
Argentina) tiene un claro contrincante patronal sobre el que descargar su bronca, sienten que el estado
hace poco por ellos, y son más que permeables al discurso “emprendedurista” y “meritocrático” del sálvese
quien pueda, en el que el éxito o el fracaso depende esencialmente de las capacidades del individuo (si el
estado lo deja en paz). En ausencia de un horizonte socialista y de un movimiento obrero poderoso (la caída
del Muro de Berlín y la precarización laboral son datos incontrastables de nuestra época), esos sectores,
que en otras situaciones podrían gravitar hacia la izquierda, se ven muy fácilmente atraídos por las lógicas
de lo que podríamos llamar "neoliberalismo popular". Por supuesto, el libertarianismo a la vez que expresa
un malestar social pretende afrontarlo multiplicando las causas que lo generan. En un mundo de mega-
ricos y de corporaciones gigantescas, el problema es menos el estado que estas fuerzas privadas, ante las
cuales los emprendedores y emprendedoras individuales son hojitas en la tormenta. Pero el grueso de esas
hojitas en la tormenta comparten una peculiaridad que no es individual sino epocal: pocas veces hemos
visto discursos tan ingenuamente amparados en la libertad individual (y en “ser uno mismo”) emanando de
gente hasta tal punto moldeada por su contexto social, que parece incapaz de tener un pensamiento crítico
e ignora supinamente cómo su endiosada individualidad es producto de fuerzas sociales e históricas a las
que desconoce por completo.

Como figura pública, por lo demás, Milei es capaz de explotar al máximo la lógica intrínseca de las redes
sociales, en las cuales el escándalo, la “incorrección política”, las pasiones humanas más bajas (incluyendo
el odio) señorean por razones muy bien establecidas, y que mucho es lo que deben al modelo de negocios
basado en atraer permanentemente la atención de los usuarios, la extracción de datos, la modificación de
las conductas y la venta de publicidad.

Aunque el peso relativo de las causas que motivan su crecimiento no es sencillo de calibrar, no podemos
dejar de mencionar que los libertarianos han sido de las pocas voces críticas a la “cuarentena eterna”
durante la pandemia de Covid, que trajo trastornos sociales, económicos y psicológicos de gran magnitud
(siendo además su eficacia estrictamente sanitaria más que limitada): ¿cuántas adhesiones presentes se
deben en todo o en parte a su posicionamiento crítico (que, por lo demás, fue tardío y no muy enfático)? A
ciencia cierta no lo sabemos, pero parece indudable que le ha redundado a favor.

En síntesis, el desafío libertariano debe ser tomado con toda seriedad, tanto en sus manifestaciones
intelectualmente sofisticadas, como en el debate con sus plasmaciones "populares" o de masas. Y hay al
menos dos lecciones que deberíamos sacar las fuerzas de izquierda. La primera es que el discurso de Milei
adopta, a la vez, tintes universalistas y de confrontación. Se dirige a todas las personas, a las mayorías, no a
sectores específicos y mucho menos a minorías. Ha sido un extravío de la agenda progresista (y de la
izquierda cuando la sigue acríticamente) la deriva identitarista y el cifrar la acción política en minorías
sociales, en elementos culturales, en “reparaciones simbólicas” o en lecciones morales o pseudocientíficas
(como el etiquetado frontal). Por bien intencionada e incluso (a veces) justas que sean estas acciones, en un
contexto de precariedad de la vida, miseria creciente, inflación, carestía, desempleo y subempleo, a las
mayorías populares estas medidas les dicen poco e incluso las irritan: son juegos etéreos de clase media
que poco tienen que ver con las que sienten sus necesidades apremiantes. En medio de una crisis
multidimensional que torna caótica la vida de la mayoría de la gente, la corrección política es
completamente disonante: el lenguaje duro y enojado, e incluso la ira de Milei, sintoniza mejor con la
realidad de las mayorías. La segunda lección es que para el crecimiento de los libertarianos no ha sido un
lastre el que ningún país sea la plasmación de su modelo social. Si esto es así para ellos, ¿por qué no
debería ser igual para quienes, desde la vereda opuesta de la izquierda revolucionaria, no tenemos ningún
modelo de "socialismo real" seductor que ofrecer? En este mundo distópico, ofrecer un horizonte utópico
no parece del todo imposible. Y en este mundo dominado por un “extremo centro” que permite
únicamente variantes entre formas conservadoras y progresistas, más o menos autoritarias, de un
neoliberalismo estructural, es una necesidad imperiosa plantar la bandera de un nuevo horizonte. Y ese
nuevo horizonte no lo pueden ofrecer quienes llevan la lógica mercantil y neoliberal hasta sus últimas
consecuencias (que eso, y no otra cosa, es lo que hacen los libertaristas).

En nuestro número inicial de Corsario Rojo publicamos una extensa crítica a la perspectiva libertariana
escrita por Fernando Lizárraga, un amigo de la casa. Recientemente Fernando ofreció una conferencia,
organizada por el centro de estudiantes de Humanidades de la Universidad Nacional del Comahue, en el
marco del ciclo "El Cehuma debate", cuya visualización, incluyendo el debate posterior, recomendamos
encarecidamente.

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