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22/11/23, 22:31 ¿Por qué votan a un negacionista? - El Dipló
¿Qué relación hay entre el ver y el creer? En su último libro, Christoph Menke recupera la
tesis de Michael Walzer acerca de la historia del Éxodo del pueblo de Israel como la
narración fundamental de la difícil experiencia de la liberación en la modernidad (1). En su
descripción fenomenológica de lo sagrado, Menke comienza con la escena de la zarza
ardiendo en el monte Horeb. ¿Cómo entender lo que Moisés ve y aquello que cree ver? Se
trata de un curioso objeto: una zarza que arde en fuego y que sin embargo no se consume.
Lo que Moisés denomina “maravilla” consiste en la aparición momentánea de ese ardor
cuyo fuego no disuelve el objeto. La zarza persiste, y en esa persistencia aparece un
mensajero: “Y se le apareció el ángel del Señor en una llama de fuego” (Ex 3:2).
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Por lo tanto, en esta libertad del votante se expresaba la posibilidad no sólo de elegir entre
candidatos, sino también al interior del discurso de una misma fuerza: de allí que algunos
eligieran acompañar con su voto la dolarización, otros expresaran sus preferencias por la
impugnación de la casta política, algunos sintieran que el estilo impertinente le daba el
carácter no sólo para expresar un malestar nacido de una realidad decepcionante sino para
confrontarlo, y otros encontraran atractivo en el recién llegado el atributo de lo todavía no
corrompido. Lo cierto es que emergía de allí la operación de una fragmentación selectiva
que, lejos de dañar la imagen de Javier Milei, permitía sostener la adhesión del votante.
Y aun así persiste la pregunta, ¿cuáles son los mecanismos que facilitan este cuidadoso acto
de separación? Más allá de las reflexiones en torno a la racionalidad práctica del votante
(las compensaciones, justificaciones, elisiones, lealtades), lo relevante es identificar cómo
ciertas diferencias, lejos de conducir a un rechazo sustantivo, fortalecen, en el caso de LLA,
la creencia en la promesa libertaria de “una revolución que volverá a hacer de Argentina
una potencia mundial en treinta o cincuenta años”. ¿Qué actos simbólicos se ocupan de
desplazar aquello que no se desea sin que la persistencia de lo rechazado ponga en riesgo la
estabilidad interna del votante?
De verdad y mentira
un discurso que recogía de los acervos culturales de la memoria histórica del peronismo los
atractivos de una convocatoria destinada a los golpeados por la hiperinflación.
Ante la percepción del caos monetario y frente al temor de un empobrecimiento sin fin, las
imprecaciones con las que Menem se dirigía al electorado se proyectaban como luces
esperanzadoras abiertas al futuro: “arremánguense”, “síganme”, “salariazo”, “revolución
productiva”, el “pan en todas las mesas”. No podría leerse de otra forma el masivo apoyo
electoral con el que en 1989 el candidato peronista llegó al gobierno sin subrayar la
pregnancia que tuvo en el imaginario popular ese dispositivo discursivo que permitía
imaginar un futuro en base a la rememoración de los hitos del 45.
Hace algunos años el neoliberalismo criollo volvió a tener, de la mano de la dupla Macri-
Michetti, la oportunidad de escenificar sus promesas de cara a un proceso electoral
nacional. En los discursos de la campaña de 2015 de Juntos por el Cambio era clara la
estrategia de confrontación con el kirchnerismo, y aún así persistía en sus candidatos el
intento de ofrecer una visión positiva de futuro, tal como lo expresan los lemas “se viene la
revolución de la alegría”, “seamos felices”, y el sempiterno “sí se puede” (3). Pasados doce
años de una forma de ejercer el poder estatal articulada desde la impugnación conjunta del
pasado menemista-aliancista, es decir de una discursividad pos neoliberal que había
forjado sus núcleos simbólicos en la experiencia traumática del 2001, la plasticidad de la
imaginería macrista permitió adoptar determinadas consignas asociadas a la cultura
nacional estatalista.
El candidato presidencial no es
apoyado en bloque, sino que
presenta en su oferta electoral
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A medida que avanzaba la campaña de 2015, Macri enfatizaba cada vez más sus
apreciaciones de lo público: ya no se presentaba como el heredero de una fortuna, ni como
un reivindicador de Menem, sino como un líder que sostenía el valor de la escuela pública y
que se negaba a reprivatizar Aerolíneas Argentinas. Finalmente, la promesa de “pobreza
cero” coronó el progresivo corrimiento discursivo desde la recuperación del pasado
neoliberal hacia el equilibrio racional de un gobierno pos kirchnerista que, al tiempo que
“criticaba lo malo”, se dedicaba a “resaltar lo bueno”.
En ambas estrategias, con Menem y con Macri, el neoliberalismo local pudo resolver la
difícil cuestión de seducir a un público más amplio que aquellos electores que les prometían
lealtad en base a sus creencias políticas. Perforar la brecha ideológica implicaba
transfigurar el propio discurso con los ropajes del discurso ajeno, articulando así madejas
híbridas capaces de atraer el apoyo de personas procedentes de distintos estratos sociales y
tradiciones políticas originalmente antagónicas.
La llegada de Milei al balotaje nos acerca al tipo de preguntas que despertó el triunfo de
Menem en su reelección en 1995, cuando ya habían transcurrido seis años de gestión
neoliberal. ¿Qué tipo de estructura de conciencia explica la seducción de imágenes-
palabras que ya no actúan conforme a la táctica del velo y el enmascaramiento, sino que
encuentra su valor en la exhibición desinhibida ante la audiencia? Si, como sostuvo Silvia
Schwazböck, “la explicitud siempre es más eficaz que la clandestinidad” (4), lo que requiere
ser interpretado es el tipo de operación subjetiva que facilita el paradójico apoyo a fuerzas
políticas que declaran en sus programas de gobierno medidas de destrucción masiva y
retroceso democrático. De la misma manera en que la ostentación de lo no político de la
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política recubrió como una película brillosa la figura de Menem, hoy también aparece una
dimensión paradojal de lo visible, que actúa a contramarcha de las opiniones sostenidas en
base a motivaciones racionales.
En el primer debate presidencial, Milei dejó pocas dudas acerca de aquello que hasta ahora
se había escuchado solo en la voz de su compañera de fórmula. Sostuvo que los crímenes de
lesa humanidad fueron meros “excesos” y se dedicó a negar las políticas de Memoria,
Verdad y Justicia, así como el número de desaparecidos durante la dictadura, sosteniendo
que hay una versión “tuerta” de la historia, en donde se desconoce que se trató de una
“guerra” y no de terrorismo de Estado. Su discurso terminó asociando a los derechos
humanos, a las políticas de Estado y a los organismos, con un “curro”. En el segundo
debate, ante la posibilidad de revertir esta posición negacionista, Milei decidió rechazar la
acusación de otro “negacionismo”, esta vez relativo al cambio climático, a través de un
rodeo que no haría más que confirmar su posición.
Negación hegeliana
Sin embargo, ante la confrontación con los discursos negacionistas de Milei, la respuesta
desideologizada consiste en manifestar un tipo de rechazo particular; uno que, al modo de
una astucia hegeliana, hace que la negación de la negación conduzca a una forma no
modificada de la afirmación.
El acto del rechazo se expresa entonces como elusión, denegando el estatuto de verdad y
liberándose de las cadenas de la responsabilidad que supone actuar conforme a la
autonomía de una voluntad política. El argumento es que no creen que Milei diga eso que
dice. Al hacerlo, quien sostiene que “no cree” aquello que ve y oye no concluye que deba
seguirse un cambio en su forma de comportamiento. Paradójicamente, es en esta ausencia
de creencia en donde se fortalece su apoyo enceguecido.
De la misma manera que de los votantes de Menem en 1995, de los votantes de Milei no se
puede ya sostener que no deban hacerse responsables de las eventuales mayorías
electorales, puesto que en ambos casos la lógica de la interpelación se sostiene en el valor
de exhibición de la imagen. Sin embargo, a diferencia del cinismo noventista, aquí actúa
otra motivación que cabría entender en los términos de un “denegacionismo desde abajo”.
Una dinámica de evasión en la que el sujeto hace de su fuerza de rechazo (de aquello que
escucha y ve) la condición de la profundización de su opresión. Ver-para-no-creer/No-
creer-para-ver. He aquí las dinámicas en las que la des-responsabilización pública ante lo
ominoso operan como fuentes de politización autoritaria.
Si bien esta lógica ha puesto en crisis la idea de racionalidad práctica para interpretar los
comportamientos políticos, especialmente cuando ellos se reducen al análisis electoral, en
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2. Abelardo Vitale y Nicolás Tereschuck, “La política puede. Qué piensan y qué quieren los
votantes de Javier Milei”, Página 12, 9 de septiembre, 2023.
3. Estos slogans no impidieron que, una vez en el gobierno, Macri actuara en connivencia
con la Corte Suprema para fallar en favor de la aplicación del beneficio del 2×1 para
culpables de delitos de lesa humanidad, en concordancia con expresiones asociadas al
“curro de los derechos humanos”.
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