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En los niños con ceguera, de ese programa, falta la función visual, encargada
durante los primeros meses de vida de llevar a cabo la función sintetizadora de la
experiencia; de ser receptora de información y que resulta en sí misma fuente de
estimulación y de contacto con el entorno.
Cabría pensar que son los adultos más próximos al niño, los padres, quienes
deben ayudarle a buscar estas vías alternativas. Sin embargo, el ambiente más
inmediato, la familia, con mucha frecuencia, no está en disposición de poderlo
hacer. A veces por no disponer de información suficiente y, en muchas ocasiones,
por estar sufriendo un bloqueo emocional que puede llevar a paralizaciones o a
intervenciones contraproducentes. Situaciones, por otra parte comunes y naturales
ante el nacimiento de un hijo con una discapacidad como más adelante veremos.
El motivo que nos llevó a escribir este libro fue, sin duda, el de explicitar, en la
medida de lo posible, los múltiples factores, conscientes o no, que están
condicionando la relación del niño ciego con sus padres y que inevitablemente van
a determinar su desarrollo.
A este tema dedicaremos el grueso del presente trabajo, pero hemos considerado
ineludible incluir aquí, aunque sea muy someramente una síntesis de factores
perceptivo-cognitivos, que inevitablemente determinan la forma en que el niño sin
visión conoce el mundo exterior.
1. Aspectos perceptivo-cognitivos
Algunos sentidos nos permiten obtener información remota y no es preciso que los
estímulos estén en contacto directo con el sujeto. A estos sentidos se les ha
denominado analizadores distales. Incluyen el sentido del oído y la vista y recogen
gran parte de la información exterior.
Los analizadores proximales requieren un contacto directo con los estímulos.
Recogen también información exterior pero tienen especial relevancia en la
propioceptividad y en impresiones muy primarias.
Por ejemplo, cuando un niño que se observa su habitación desde cualquier rincón
de la misma comprueba la existencia de cada uno de sus elementos y su
distribución en el espacio. El niño ciego tendrá que realizar muchas exploraciones
parciales de esos elementos para poderlos integrar después en una
representación organizada y coherente.
Recordemos que gran parte de la información que el niño vidente obtiene a través
de su visión, el niño ciego debe obtenerla a través del tacto. Sobre todo, durante
aquellos meses en los que el lenguaje no está instaurado ni existe la posibilidad
de simbolización (período sensorio motor).
Por otra parte el tacto tiene un carácter analítico y procesual. Las manos del niño
van descubriendo progresivamente pequeñas porciones de su entorno. La
información obtenida a través del tacto es, de alguna forma, parcelada. El niño se
ve obligado a retener estos datos y proceder después a integraciones sucesivas
hasta configurar un concepto más o menos globalizado del objeto que esté
explorando.
Quizá aclare esta idea un ejemplo: hacia los dieciséis meses un bebé ciego
explora la silla de su madre con sus manos y recoge en un principio la información
sobre la textura de su asiento. Más adelante continuando su exploración recibe
información sobre su respaldo y si se le anima a proseguir puede descubrir las
patas o soporte de la misma. Mientras que un bebé vidente de la misma edad
aproximada percibe casi simultáneamente el conjunto de la figura silla.
En este sentido es muy importante que experimente con los objetos de forma que
pueda atribuir sentido a los sonidos. Cuando al niño sin visión no se le
proporcionan suficientes oportunidades de experimentar, se recrea en el propio
sonido separándolo del objeto que lo produce y pierde su valor como atributo. O
sea, pierde su significado original y se convierte en estímulo separado, en
«sonido-cosa». Esta situación puede dar lugar a desarrollos muy deficientes, a
alteraciones cognitivas, a lenguajes ecolálicos o vacíos, etc.
Es frecuente en este sentido que el niño ciego requiera ayuda para relacionar el
efecto de una acción con la causa que lo produjo. Así, le resulta difícil entender
por qué cuando tira de una cuerda, el volquete arrastrado por ella se eleva.
Multitud de conductas resultan muy difíciles para ser realizadas por los niños
ciegos y algunas de ellas son verdaderamente imposibles si no es en compañía de
otra persona que hace una función de «yo auxiliar». Sobre todo aquellas que
requieren de la coordinación visomotora como desplazarse o correr en espacios
abiertos, recortar, pintar...
Así los juguetes suelen conservar la imagen visual del objeto al que representan
sin mantener con frecuencia otras cualidades como sabor, textura, movimiento,
etc. En el peor de los casos no mantienen ni siquiera la forma originaria. Esto tiene
especial incidencia como una de las dificultades que el niño ciego encuentra para
desempeñar la actividad de juego simbólico, la integración de roles sociales de
una cierta complejidad.
Algunos objetos por su tamaño resultan inabarcables para las manos de un niño,
mientras que otros resultan inalcanzables por su peligrosidad o lejanía. Pensemos,
por ejemplo, en objetos tales como un tren, un edificio, un animal no doméstico, el
cielo...
Bibliografía
Lucerga Revuelta, R., & Sanz Andrés, M. J. (2013). Puentes Invisibles - El desarrollo emocional de
los niños ciegos. Madrid: Guias.