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EN LAVIDA COTIDIANA
Resumen
Abstract
This text centres on the reconcep- the investigator and/or reflect from a
tualization of anthropological activity comprehensive design. The significance
viewed from the perspective of daily life, visualized through this excercise
an effort that has required the concerns the social responsibility
explicitation of the principal areas or ascribed to exercising our role in its
spheres of involvement, socially diverse nuances. To these we add the
determined, and that exert control from learning derived from the experiences
personal individuality, as a clarifying and oriented toward searching for new
component considered in a selected objects of knowledge, realizing that we
bibliography. In this case, we expose as will obtain a relative balance.
point of discussion the incidence of
subjectivity as a general factor that, being Key Words: Anthropology; daily life;
closed, at the same time can be lead to subjectivity; learning.
1
Universidad Católica de Temuco, Chile. E-mail: tduran@uct.cl, linagrug@yahoo.es, respectivamente.
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Cuando se formuló la teoría interactiva,2 se partió del supuesto que era la perso-
na del antropólogo la que optaba por interactuar con la sociedad y/o con las teorías; no
eran éstas las que permitían la vinculación. Esta perspectiva cambia totalmente la visión
de que el antropólogo, si está necesitado de interactuar en la sociedad no puede hacerlo
desde las teorías que representan un conocimiento lejano sino tiene que conformar un
espacio de vida cotidiana en el cual él pueda ser aceptado para desde ahí proporcionar la
lectura especializada como una más posible. Esta posición implica la dificultad del diá-
logo en la cotidianeidad, el aprendizaje de una socialización que oscila entre la secunda-
ria y la terciaria poco conocida y de manejo restringido. Si esta teoría se “enseña”, entra
en la esfera del poder y aparentemente no se cumple a sí misma en la medida en que sus
presupuestos son invitantes a su prueba mediante un trabajo personal. En efecto, en la
escena cotidiana, particularmente la profesional, es la persona la que tiene que ofrecerse
para hacer el experimento de producir una mirada diferente a la interacción fundada en
la socialización secundaria. ¿Cómo superar esta disyuntiva? Necesitamos que nuestras
universidades y particularmente nuestras escuelas de profesionales creen conciencia para
la opción teórica y que, por otro lado, que ésta se ofrezca como tal. En este sentido la
diferenciación social debe ser reconocida y usada para establecer la condición de la
interacción, su forma, pero en ningún caso para intervenir en la “administración” del
proceso de construcción de conocimiento y del uso de éste. Si destacásemos el papel de
las tutorías se revelaría la participación del docente de forma cada vez más prominente
en las prácticas profesionales, en tanto etapas decisivas en la transformación del sujeto
que entró al proceso. Como sabemos, todos entramos como personas “comunes y co-
rrientes” guiándonos por nuestra intuición y nuestras percepciones y vamos abandonan-
do este proceso con una visión del deber ser de un personaje distinto: como parte del
mundo científico y como ciudadano, rol este último al se puede acceder a través del
quehacer especializado.
Muy de la mano con la situación anterior respecto del posicionamiento personal
e individual, como una pieza clave en la interacción social, es la que condiciona explí-
citamente la enseñanza institucionalizada. En este contexto se da la paradoja que el indi-
viduo se ve arrastrado y/o obligado a aprender, por reglas tales como la asistencia y el
horario, mientras el profesor aparece como un defensor de las reglas. En la formalidad
establecida puede ocurrir o no lo significativo del saber, es decir, que las personas se
encuentren en la pregunta y/o en la respuesta y descubran una imagen del mundo de la
cual no disponían. Lo denominado usualmente como status hace referencia y expresa
el poder o dominio simbólico y factual de un individuo dentro del grupo social el cual,
en el campo de la enseñanza puede constituirse en una fecunda modalidad de motivación
para transformar la vida cotidiana en espacios de crecimiento y mancomunión de saber.
Otra esfera en la cual el poder se manifiesta en sentido contrario al de la ense-
ñanza, es en la incorporación organizativa en los mundos institucionales. Cuando el
2
Ver Revista CUHSO volumen 6 y 7. 2002 y 2003
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sujeto se hace funcionario pasa a formar parte de una legión de iguales ante la ley, posi-
ción discutible filosóficamente, y esa discusión no deja de tensionar esta pertenencia.
Cuando los individuos y/o personas supeditan sus intereses propios por un interés colec-
tivo que se traduce en un nosotros, están sublimando eventuales derechos individuales
en pos del propósito común que los hizo constituir y constituirse en ese espacio, modo
que quebranta y contradice la anterior pertenencia. En el campo de las ciencias sociales
ocurre otra paradoja en la que al mismo tiempo que se “crea” para los otros, se funda el
pedestal para la egolatría, que sólo la vigilancia epistémica y ética podría sublimar. Se
han registrado variados casos en los que brillantes teóricos se quiebran en la relación
cotidiana con sus pares y transforman la creatividad en un bien contradictorio respecto
de sus fines originarios. La imbricación entre los bienes individuales y colectivos se
sustenta en el proceso de tomar conciencia de la complejidad de esta relación. El desafío
consiste, en principio, en mantener separadas la dimensión estrictamente personal, de lo
inter-subjetivo o social. En el mundo privado, donde se viven las carencias y potencia-
lidades secretas, generalmente se plantean desafíos de “organización” para enfrentar los
desafíos decisionales de la vida social, cada vez más complejos. La sabiduría está en
mantener separados los campos, sobre todo cuando en esta vida social somos partícipes
de la imposición de un “rol” o de un “quehacer” institucionalizado, cuya principal ca-
racterística es la responsabilidad social. En esta sub-esfera están los desafíos específi-
cos de asumir riesgos por develarnos, por intervenir en los otros y por impactos
impredecibles. Cuando nos formamos como antropólogo y desde el cultivo de una
etnografía reflexiva, puede ocurrir que oscilemos riesgosamente entre ambas sub-
esferas y/o que las delimitemos creativamente. Es el caso de un estudiante de prác-
tica profesional que relata lo siguiente:
...Ignoro qué sucederá en el futuro, pero puedo expresar que tengo la certeza,
que es posible impactar a estas instituciones generando algún tipo de cambio en
sus prácticas; eso me entrega por un lado la satisfacción que los distintos sacri-
ficios en estos meses de práctica tienen recompensas académicas y sociales, y
por otro, que he comprendido que para que se genere conocimiento antropológico
es necesario, entre otras cosas, que el acercamiento etnográfico pase por un pro-
ceso de “reposo”, es decir, que la data etnográfica decante y se exprese teórica-
mente cuando haya alcanzado madurez en un proceso natural.3
3
Extracto de un informe de actividades semanales en Práctica Profesional del estudiante Rodrigo Pino, quien partici-
pa en la Municipalidad de Arica para abordar el problema social y ambiental de la contaminación por plomo.
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4
El lanzamiento de la Revista Antrhopos ocurrió en la UCT, el 22 de julio de 2005 en el marco de las V Jornadas de
Antropología, siendo comentada por dos antropólogos, la Dra Silvia Carrasco de la Universidad Autónoma de Barce-
lona y el Dr. Luis Vargas de la UNAM.
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Hemos ya ilustrado las interacciones en las que somos conducidos y advertimos la sub-
jetividad en su dimensión reveladora de nuestra frágil naturaleza humana. Naturaleza
que actualmente, creemos en la que se ha destinado el saber a una práctica ciega
5
Este carácter de comportamiento diferenciado culturalmente se incorporó al Plan Regional urbano Territorial 2005 de
la región de la Araucanía.
6
Diagnóstico integrado del Borde Costero Proyecto FONDECYT. Propuesta en publicación: “Conocimiento, ecosistema
e interdisciplina en territorio Lafkenche, IX Región Chile”, en la Colección LIDER de la Universidad de Los Lagos
(en prensa).
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7
Versión expuesta por Victoria Camps en La imaginación ética. 1994
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como se suele usar. ¿Por qué? Porque en el proceso de construcción del conocimiento el
individuo tiene frente a sí la opción de guiarse por la moral o el acuerdo tácito de la
tradición o, de profundizar en el acto desde una perspectiva crítica más allá del contexto,
en relación con una lógica no capturada por éste.
De este modo, la ética para la antropología es relativa a la experiencia que se
fundamenta en el conocimiento, es una ética que se va desarrollando bajo la luz del
conocimiento y que no desecha de modo absoluto lo previo ya conocido. Somos cons-
cientes que el poder transformador del conocimiento que se va adquiriendo puede de-
rrumbar a la moralidad de ese momento. En este caso, para la práctica antropológica, su
objeto máximo se torna muy susceptible, al sentir la ambigüedad de las manifestaciones
humanas distanciadas de un valor común. Hemos de repensar con esta lumbrera, la cual
surge de la dimensión social del hombre, y desde allí hacernos cargo de la naturaleza de
nuestro ser. Tal como disertaba A. Einstein:
el hombre es, a la vez, un ser solitario y un ser social. Como ser solitario, procu-
ra proteger su propia existencia y la de los que estén más cercanos a él, para
satisfacer sus deseos personales, y para desarrollar sus capacidades naturales.
Como ser social, intenta ganar el reconocimiento y el afecto de sus compañeros
humanos, para compartir sus placeres, para confortarlos en sus dolores, y para
mejorar sus condiciones de vida. Solamente la existencia de estos diferentes y
frecuentemente contradictorios objetivos por el carácter especial del hombre, y
su combinación específica, determina el grado con el cual un individuo puede
alcanzar un equilibrio interno y puede contribuir al bienestar de la sociedad.
Podemos deducir que el lazo que mantiene al ser humano unido a su marco social re-
quiere de una alimentación constante, es un lazo de carácter débil, que implica voluntad
individual para visualizarlo y revitalizarlo. En una época en la que se acepta sin condena
el status quo, la labor intelectual del especialista se pierde en un orden moral contempo-
ráneo, que acepta las opiniones y puntos de vista bajo una pluralidad no profundizada.
Es el caso de la posición liberal que conduce a entender a la solidaridad humana des-
prendida de un carácter más universal y racional, forma que se puede observar en todas
las culturas. La solidaridad humana en este caso puede entenderse polarizando sectores
de la sociedad, explícita sólo con el que nos expresamos ser solidarios, con ese nosotros
particular, con la identidad que se le concede a unos y a otros. El nosotros que se restrin-
ge a lo local y que se aleja de la dimensión trascendental de la humanidad entera. Como
ya se ha mencionado, moral y ética pertenecerían a dimensiones distantes, que sólo se
relacionarán si es esta última la que advierte la consecuencia de nuestra naturaleza social
por sobre la dimensión puramente subjetiva. Si ésta dimensión goza de validez en el
mundo cotidiano, es porque se ha develado su supremacía por sobre la voluntad social,
voluntad que alguna vez esta sociedad aspirará unívocamente y que se restringe en esa
ética diferenciadora. Pero, como creemos, ambas se alejan de la virtud de la filosofía
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ética concebida bajo la responsabilidad social del conocimiento. Sin orientación las con-
templaciones de lo humano son vanas y pueriles. Por ello, las labores del pensamien-
to no se restringen a una inducción inicial, a la experiencia primera, aquella intuición
denominada por Husserl, para quién las verdades pre-determinadas existían en el mundo
de la vida. La relación entre el sujeto y el mundo de la vida; toma conciencia de sí, como
vida pre y extra científica que antecede a cualquier verdad, la que se presenta a través de
la intuición, que es meramente subjetiva - relativa. Pero, ¿a qué razones nos conduce tal
apriorismo? ¿Es el mundo de la vida un nicho de convicciones justificables? De este
modo las experiencias no requieren ser procesadas, ni por ello el pensamiento es el reci-
piente donde vaciamos todo aquel arsenal. ¿Será propio de estos tiempos creer que el
intuir es vital y además que es previo a la teoría, consagrándolo como un pensar puro?
¿Será ésta la línea legitimada e inmersa en el convencionalismo moral? Si la actitud
actual es ésta, poco basta para comprender que la ética, tal cual como surgió en la re-
flexión de Sócrates, no adquiere su real status. Este status es el que vigila, el que acucia
nuestras moralidades, nuestros simples hábitos que sin escrutinio pasan a formularse
como verdades “pre-determinadas” en la confusión misma de nuestros actos.
Esta Ética, con mayúscula, es la ética como conocimiento. La ética implica co-
nocimiento en tanto podemos conocer nuestros actos. La responsabilidad, por lo tanto,
no recae ingenuamente en el conocimiento, recae en nuestro ser social, que aspira a ser
valorado y respetado por los demás, es decir, la propia sociedad. Es ésta la que hace vivir
al conocimiento, es ésta la que lo necesita.
El conocimiento puede verificarse por sí mismo, es conjeturable, critico. Consi-
derarlo estático, es una argumentación sin soporte reconocible, la propia naturaleza del
conocimiento nos demuestra que nunca lo ha sido. El conocimiento científico ha sido
abierto dentro de los límites que se ha puesto. Negar al conocimiento, implica también
negar el poder transformador que la sociedad puede tener. Esta base teórica que nos
fundamenta debe hacerse real y demandada en la vida cotidiana y en la vivencia de
nuestro quehacer. Al respecto nos parece atingente hacer alusión aquí a la problematización
que las escuelas de Antropología hicieron respecto al papel de la ética en la formación de
estudiantes, en el marco del V congreso de Antropología.8 En esta oportunidad se
transversalizó la necesidad de reflexionar acerca de la enseñanza de la Antropología y de
su institucionalización en las universidades chilenas. Al respecto todas las escuelas re-
conocieron la importancia de considerar la dimensión ética, aun cuando se advirtieron
matices relevantes de mencionar aquí. Para algunas, la ética tiene que ver con “hacer
bien las cosas” haciendo subyacer bajo este postulado las diversas preocupaciones que
debieran primar entre los responsables acerca de todas aquellas cuestiones relacionadas
con los ámbitos administrativos y académicos, bajo el precepto general de que “se sabe
como hacerlo” o “al menos debiese saberse”. Otras, en cambio, relacionaron la base
ética con las propuestas curriculares, asumiendo que éstas, en el plano formal, serían
8
Congreso realizado en San Felipe, entre el 8 y 12 de noviembre de 2004.
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mejores que las precedentes. Otra postura, en fin, postuló que la ética constituía una
forma de indagación paralela y siempre acompañante de la teórica. En tanto tal, esta
forma de conocimiento, debía responder a preguntas tales como: ¿por qué enseño y/o
aprendo antropología? ¿qué implicancias sociales tiene la antropología que estoy ense-
ñando y/o aprendiendo?, ¿cómo asumo esas implicancias?... Pudimos advertir las dife-
rencias de enfoque y la dificultad para adoptar acuerdo acerca de cómo esta dimensión
debía transversalizarse en el quehacer institucional, específicamente en la relación de la
enseñanza-aprendizaje. Tales dificultades se sublimaron a una posición conformista de
“continuar revisando el tema”, “de aceptar el avance”, de “haber empezado la discu-
sión”. Se advirtió por tanto que no había entrenamiento en el manejo cognoscitivo de la
temática, aunque prevalecía el sentimiento de que “había que tratarla”. Mientras tanto
prevalecen actitudes diferenciadas entre tratar el tema como capítulo dentro de un curso,
como una problemática más, abordada casuísticamente y/o simplemente ignorarla.
Si hemos de entender nuestra posición desde la ética, como algo intrínseco a
nuestra misión como seres humanos ligados unos a otros, hemos de postular que negar la
dirección del conocimiento que vamos adquiriendo, es negar la ética. Por lo tanto, es un
problema válido que nos preocupemos por la actitud moral de los representantes de la
antropología, de nuestras prácticas cotidianas en torno a la base ética subyacente.
La práctica antropológica es sumamente delicada, ¿Por qué? Porque tiene la
capacidad de observar no lisa y llanamente, sino profunda y comprometidamente la rea-
lidad que nos convoca.
¿Qué puede ser más acuciante que enfrentarse a conocer a un otro desde nosotros mismos en
circunstancias en que no existe una base social dada para ello? ¿Cómo justificar el estar ahí
desde nuestra propia posibilidad como ser humano, que en tal circunstancia se reconoce
distinto? ¿ Cómo hacer saber que la relación que se pueda establecer no daña ese mundo
privado y aun más podría enriquecerlo? La vida cotidiana en la práctica antropológica nos
enseña a permanecer vislumbrando esferas no observables, a contener esferas imaginadas o
proyectivas, sin que ello nos signifique visualizar fines o estadios de tránsito deseables res-
pecto del bien común. Estas prácticas se aprenden cotidianamente, en la medida en que
reiteramos superar los errores visualizados. Tal visualización resulta ser el único camino del
aprendizaje, más que la visualización del logro. La práctica antropológica es por naturaleza
arriesgada, compleja e inquietante, dado que su objeto es dinámico e impredecible, y al ser
abordado por otro similar arriesga el carácter de la relación social y del conocimiento posible
de construir. En este sentido, dada la vulnerabilidad del sujeto y del objeto, los estados de
búsqueda de certeza no pueden sino conducir a estados de angustia, anidables y reversibles
desde las experiencias personales. ¿Cómo no preocuparse cuando nos enfrentamos a dife-
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renciar los niveles desde los que observamos la realidad con fines explicativos? ¿En qué
medida un nivel impacta al otro? Y ¿de qué tipo es tal impacto? Cuando estudiamos el
fenómeno migratorio podemos seguir por la senda de caracterizarlo para explicarlo; pronto
nos damos cuenta que si bien esta senda está legitimada por formar parte del patrimonio
científico, supone desnaturalizar el fenómeno de las prácticas, dejando sin considerar el ámbi-
to animador e impulsor de esas reconocibles por los discursos que desmaterializan el tiempo.
Algo similar pero mucho más trágico ocurre cuando nos corresponde
interiorizarnos del mundo de otro que es doblemente distinto a la diferencia conocida:
un mundo cultural desconocido, desde una lengua, desde un modo de estar en la vida.
Quienes hemos tenido la oportunidad de vivir “experiencias en torno a una convivencia
intercultural históricamente determinada” (Durán, 1995: 230) hemos hecho pública una
mezcla de confesión-evaluación en relación a unos problemas relativos a la práctica
antropológica, particularmente en la región.9 Tal experiencia ha logrado transformarse
en una oportunidad de volver a nacer, al descubrir, por un lado un mundo paralelo sus-
tentado en el mismo tipo de respuestas que el propio y, por otro, un mundo tan descono-
cido, tan poco valorado por una cuestión de creencia aprendida en la socialización se-
cundaria. Si la etnografía permite descubrirnos entre estos mundos en proceso de ser
conocidos, entonces este acercamiento es el que marca nuestro aprendizaje principal en
la vida cotidiana, ya que éste no sólo permite vivencias sino construir inferencias desco-
nocidas que van cambiando nuestra identidad. Y por lo tanto, permitiéndonos acceder a la
disciplina llamada Antropología, en tanto especialidad que aborda el mundo social y cultural
en distintos contextos. Cuando descubrimos que aprender Antropología así concebida nos
llevaría a la necesidad de duplicar la disciplina inicialmente aprendida, el quehacer por venir
no se hizo más fácil sino más claro con relación a la identidad asociada.10
Concluyendo, en el recorrido iniciado, hemos dado cuenta que la concepción de
antropología fundada en la vida cotidiana otorga la posibilidad de integrar el quehacer
con la vivencia al llevarse a cabo desde la vivencia. Las vivencias no son excluyentemente
personales, sino sociales. Por tanto, requieren ser consideradas en el ejercicio cognoscitivo,
ya que es el principal instrumento por el cual podemos conocer. Esto supone que las
vivencias pueden ser direccionadas tanto para perfeccionar el conocimiento, como para
permitirle a la persona situarse desde el conocimiento. De este modo las vivencias cum-
plen dos funciones, permiten la construcción identitaria y la exposición al riesgo que
supone una vida con un sentido y argumentos en constante revisión.
Aprender Antropología, significa vivir con-ciencia y con paz-ciencia hacia los
demás, especialmente con quienes han decidido estar lejos y cerca de la Antropología. La
labor de nuestro conocimiento es un sano ejercicio para descubrir cómo vivir mejor sin
temerle a la angustia. Los procesos naturales de nuestro crecimiento y de nuestros errores
deben ser entendidos como una base natural de la experiencia desde la cual debemos trascender.
9
Ponencia dictada en el “II Congreso Chileno de Antropología”. Valdivia 1995
10
Durán, T. “Duplicando a la antropología” en Revista Antrhopos N 207 Ed. Antrhopos Barcelona 2005.
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Bibliografía