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Gobernar la opinión pública

En Colombia, parece que gobernar la opinión ha resultado imposible. Así parece, luego de
que, por varias semanas anteriores a las elecciones, tanto la Procuradora Margarita
Cabello, como el Fiscal Francisco Barbosa, ocuparon los micrófonos y cámaras de los
medios corporativos difundiendo mensajes alarmantes con los que anunciaban elecciones
impetuosas, cargadas de afrentas al poder decisional ciudadano.
Desde anuncios de que actores armados estaban imponiendo candidatos para las
elecciones regionales, que resultaron falsos, hasta cifras insidiosas elevando a “más de a
mitad del país” las manipulables alertas de riesgo electoral. Incluso se anticiparon a
calificar cono fracaso la estrategia gubernamental para recompensar a quienes
denunciaran actos de corrupción electoral.
En un país turbulento, con un conflicto armado que no cesa y actores multicriminales
dispuestos a meter su mano al servicio del mejor postor, provocar sobresaltos
desinformativos no parece sensato. Menos, cuando la misión de estos organismos
nacionales es vigilar, investigar y acusar a quienes incumplan, violen o alteren las
garantías constitucionales, legales y reglamentarias que atenten contra los intereses
colectivos; asegurando, además, la acción preventiva y efectiva de los organismos y
funcionarios públicos.
Por supuesto que son intolerables, desproporcionados e injustos, los hechos violentos
que generaron muertes en Gamarra, así como las amenazas, ataques y asesinatos de
candidatos en diferentes territorios, por motivos que las autoridades deben esclarecer. Sin
embargo, resulta descabellado fiscalizar al gobierno utilizando la capacidad de influencia
de las altas instancias estatales para despotricar y alterar la percepción pública respecto
de los problemas reales del país.
Descuidando sus obligaciones constitucionales, los funcionarios mencionados se han
mostrado frecuentemente exaltados y desacomedidos, calificando y conceptuando
irrespetuosamente, sin que sean percibidos como sujetos mesurados que aplican y
reclaman sindéresis en sus participaciones comunicativas, de modo que aporten a la
seguridad, tranquilidad y orden que resultan garantes de los derechos y obligaciones de
las y los nacionales y residentes en el país.
Queda en evidencia el Fiscal General de la Nación cuando sale a los medios a opinar con
timo, mezclando en sus declaraciones diferentes asuntos para tirar sus frecuentes
sablazos al gobernante. Curiosamente, contrario a lo que pretendía, sus propias palabras
le dejan mal parado, pues en pleno día de elecciones aseguró que ve “una sensación de
impunidad, de que la gente cree que puede hacer lo que se le da la gana en el país, la
gente cree que en Colombia es posible delinquir y después sentarse en una mesa y
discutir las condiciones del sometimiento, pero no del delincuente sino de las
autoridades”. Queriendo hacer quedar mal a la actual administración nacional, acrecentó
la opinión sobre la impopularidad de un fiscal acusado de no perseguir a la delincuencia
por andar dedicado a la preparación de su próxima candidatura.
En el mismo talante, la Procuradora General de la Nación ha salido insistentemente a
anunciar en radio, prensa, televisión y plataformas premoniciones y conjeturas que, una
vez pasadas las elecciones, no les han valido mayor reconocimiento a las autoridades
electorales ni al gobierno. De hecho, de modo mezquino afirmó que “decir que fue un
proceso electoral totalmente en paz, no es del todo cierto”, siendo indiscutible que hemos
superado los balances nefastos de otrora, cuando no podía llegar el material electoral a
ciertos territorios, no se abrían puestos de votación, ni se realizaban las elecciones por
atentados, boicot, e incluso amenazas a los jurados.
Más que evidente, el papel de todas las ramas de la fuerza pública en eventos de tanta
magnitud como un certamen electoral debe extremarse para proveer seguridad al elector
y a quienes se candidatizan, conteniendo y eliminando toda amenaza al querer público.
Tal vez por hacerlo bien, en esta ocasión, los actos violentos y las situaciones de
constreñimiento al elector por parte de actores armados, menguaron. De hecho, si se
revisan las noticias de comicios anteriores, sobresalen el crimen dantesco ocurrido en
Gamarra y el asesinato de un candidato; asuntos que, si bien enlutan a sus querientes y
empañan el proceso decisional, quedan a la espera de la actuación diligente de la
Fiscalía.
Lo patético del proceso electoral que hemos vivido es que, tanto el Fiscal como la
Procuradora han resultado mediocres para contener la voracidad de las casas políticas
locales y regionales. Siendo manifiesta la actitud decidida de los clanes clientelares y
agencias electorales interesados en acaparar, a altos costos, la torta burocrática y
presupuestal, la labor preventiva, de vigilancia, persecutoria y sancionatoria de estos dos
organismos resulta pálida hasta ahora, sin que los medios parezcan interesados en afinar
sus críticas por tan bajos resultados.
Más allá de que las y los funcionarios puedan opinar, lo que debería resultar coherente es
que acudan a los medios para consolidar la confianza ciudadana en las instituciones
públicas. Sin embargo, en nada resulta responsable, para el gobierno de las opiniones,
que las mismas acudan a las creencias infundadas y las posturas intolerables, con piso
ideológico, antes que soportadas en la atenta solvencia del buen juicio.

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