Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
12 de junio de 2023
No descubrimos nada si advertimos que las fuerzas policiales muestran una absoluta
incapacidad por prevenir, controlar y reprimir el delito. En los hechos, el estado
santafesino ha perdido el control del territorio, y lo cierto es que parcelas importantes de
nuestra ciudad se encuentran en buena medida controladas por pequeñas o grandes bandas
de delincuentes. El gobernador Omar Perotti ha tirado la toalla, no atina ya a más nada y
se limita a contar su impotencia, a relatarnos su fracaso. En tales circunstancias
correspondería al gobierno nacional cubrir ese vacío, es decir reestablecer la potestad del
estado a efectos de garantizar la vida y la libertad de los habitantes de Rosario azotados por
la violencia criminal. Pero eso, como sabemos, no ha ocurrido ni ocurrirá: exige una
capacidad de decisión de la que el actual Poder Ejecutivo Nacional carece por completo.
Así las cosas, sería ingenuo creer que un eventual triunfo electoral de la oposición,
representada por la alianza Unidos por Santa Fe mejoraría la situación. Más bien, se diría
que las cosas podrían volverse todavía peores si tenemos en cuenta que esas fuerzas y sus
candidatos han tenido en el pasado reciente responsabilidad directa en el ascenso imparable
de la criminalidad. Pensamos, sobre todo, en el caso de Maximiliano Pullaro. Es
verdaderamente lacerante el cinismo con que el ex ministro del gobierno de Miguel
Lifschitz promete en campaña resolver en tan solo algunos días el flagelo del narcotráfico,
cuando en verdad es uno de los mayores responsables de la catástrofe que estamos
sufriendo. Pero ese cinismo, ese desprecio por tantas muertes inocentes, es un rasgo
difundido en la mayoría de los miembros de la clase política santafesina, y es , salvo
algunas excepciones como la de Carlos Del frade, una verdadera marca de origen de los
legisladores provinciales, ese amplio colectivo conformado por representantes de distintos
partidos quienes por acción u omisión han hecho todo los posible por agravar la situación
que contamos obstaculizando el combate contra el delito que transcurre a través de grandes
asociaciones ilícitas. El derrotero del senador Armando Traferri, quien ha logrado sortear
las graves acusaciones que pesan en su contra vinculadas con el juego clandestino gracias a
los votos de sus pares del Senado santafesino , quienes garantizaron su impunidad evitando
su desafuero en la sesión del 17 de diciembre del 2021 –impunidad ratificada más tarde por
la misma Corte Suprema de Justicia de la provincia- es un ejemplo flagrante del
comportamiento que sobre estos temas ha tenido al grueso de los diputados y senadores
provinciales y da la pauta de la crisis institucional que atraviesa la provincia.
En todo caso, cualquiera sea la opinión que nos merezca el actual gobierno así como los
anteriores lo cierto es que la situación es sencillamente catastrófica: Nos encontramos ante
a un estado completamente impotente para enfrentar el delito, y ante la evidencia oscuros
vínculos entre el crimen organizado, las fuerzas policiales y sectores no menores de la
política y del poder económico de la región. En los hechos estamos asistiendo a un proceso
histórico en el más triste de los sentidos: el modo cómo diversas asociaciones ilícitas
colonizan el aparato del Estado con la complicidad de muchos de sus funcionarios.
Pero si algo hemos aprendido en estas últimas décadas es que esas instituciones y esos
legisladores no van a reaccionar, continuaran en una eterna inacción si no existe una
presión ciudadana decidida. Como decíamos recién, en este mundo del revés los políticos
no son la solución sino una parte enorme del problema de la inseguridad. En ese sentido, se
hace imperativo subrayar que la lógica de la demanda individual en la que el ciudadano
afectado por la criminalidad reclama en soledad frente al poder no funciona más, no surte
efecto alguno. Hemos visto ya demasiadas veces la misma escena: la víctima de la
violencia (ya se trate del comerciante extorsionado, el periodista amenazado, o el familiar
de la persona asesinada) ruega ante el gobierno e instituciones por su situación desesperada
y recibe, claro, la muestra de solidaridad de las autoridades y una promesa formal de mayor
seguridad. Todos sabemos que esa promesa se revelará completamente falsa. A la
población le toca esperar pasivamente que ocurra un nuevo incidente, otro delito, otra
balacera, otro asesinato, y así el ciclo de inacción institucional, violencia narco y angustia
ciudadana se reinicia.
Pues bien, se trata de romper ese círculo vicioso que no hace más que reproducir la muerte:
es necesario que la angustia y la incertidumbre que vivimos en soledad se convierta en una
fuerza colectiva. Tal la tarea que creemos prioritaria: construir un movimiento que coloque
la inseguridad en el centro de la escena. Hacer del drama de algunos el problema de todos.
Forjar una acción que transforme el sufrimiento individual en potencia colectiva, una
acción que de una buena vez ponga al gobierno y al conjunto clase política entre la espada
y la pared: que no tengan más coartadas, que no haya más versos, que no hagan más
promesas vanas. Gremios como el docente (Amsafe) parecen haber entendido que ese es el
camino, pero se necesita del aporte de muchos otros actores. Si cien mil personas
ocuparan por un día entero la plaza San Martín las cosas empezarían a cambiar de verdad,
quizás no se terminaría con la violencia, pero al menos se podría iniciar una
transformación radical de la policía de la provincia, terminar con lo que hay para construir
desde la base una nueva institución. Hablamos, en fin, de salir de la anomia que nos tiene
narcotizados: Así de fácil, así de difícil. Es cierto que el contexto social, la crisis
económica, no ayudan : el miércoles 15 de febrero de este año me di una vuelta por una
manifestación convocada por los familiares de las víctimas del delito en el monumento a la
bandera: algunos pocos centenares de personas en penumbras, sin la presencia de medios
de comunicación, acompañaron a esas familias que a viva voz, sin micrófonos ni
megáfonos, contaban no solo la tragedia que significa la muerte de un ser querido sino
también el abandono por parte del estado. Recuerdo el testimonio desgarrador de un
comerciante de Villa Gobernador Gálvez quien relató el asesinato de su hijo luego de que
fuera extorsionado por delincuentes: el ministerio de seguridad de la provincia le había
prometido un móvil policial de custodia en su domicilio: el móvil nunca llegó.
En esta situación de tanta desazón, en la que van ganando los malos, quizás sea oportuno
recordar la experiencia de la lucha por los derechos humanos en el país durante la dictadura
militar y los primeros años de democracia: una lucha impulsada por grupos minoritarios,
con una limitada capacidad de presión sobre el estado, con partidos políticos que preferían
olvidar o incluso descalificar esas reivindicaciones. De haber sido por las benditas
encuestas aquel movimiento debería haberse diluido en su propia imposibilidad. Ocurrió,
sin embargo, lo contrario: el movimiento por los derechos humanos logró prevalecer sobre
las condiciones del sistema político, se convirtió en una esperanza que no se dejó someter a
ningún imposible y produjo efectos políticos decisivos en la historia argentina.