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El niño y sus invenciones

Gabriela Pazmiño

Recibo a Pablo, de 9 años, en un Centro médico infantil. Tiene dificultades en la escuela, que
se agravan cuando se le anuncia que deberá repetir el año escolar. A esta sanción se suma un
diagnóstico de dislexia y la asignación de un maestro sombra durante las clases.

A través de su manera cuidadosa e inteligente de expresarse, Pablo me comenta, a lo largo de


las sesiones, lo que él llama sus “pensamientos”. Se trata en realidad de ideas de persecución
que lo invaden desde el día en que le anuncian que deberá repetir el año. A partir de entonces,
tiene la convicción de que entre sus compañeros hay “un mentiroso y un soplón” que quieren
perjudicarle.

Pablo cree ser el objeto de la violencia de los otros en la escuela, y su respuesta es defenderse
por la misma vía: “a fuerza de golpes, van a terminar por entender”, dice. La “acomodación”
que se efectúa se encuentra entonces del lado del delirio, lo cual le confronta a una violencia
que es “más fuerte que él”, que lo sobrepasa y que no puede controlar.

Sin embargo, a través de su trabajo en las sesiones, se embarcará en la búsqueda de nuevas


soluciones. Escribir en un “diario”, en el que consigna cada uno de sus “pensamientos” y que
aún conserva, le permitirá obtener una cierta pacificación. Más adelante, comienza a realizar
“telediarios” en los que se filma con la ayuda de su hermana y de una vieja cámara de su padre,
para “reportar las malas noticias del día”, lo que representará un nuevo logro para él. Finalmente
el hallazgo privilegiado que le permitirá pacificar sus accesos de violencia serán sus “inventos”.

Un día, me habla de una escena de la película “Mi villano favorito”, que le impresionó
particularmente. En ella, vemos al protagonista –un inventor malvado- recordar escenas de su
infancia en las que muestra a su madre cada uno de sus inventos, sin suscitar en ella el menor
interés. Esta imagen permitirá a Pablo formular una queja absolutamente inédita: “Mi madre no
se interesa en mis inventos”. Es la primera vez que Pablo emplea un tono afectado para hablar
que, de alguna manera, lo humaniza. El uso de esta escena que extrae de la película va a
permitirle efectuar un primer movimiento de separación de su sufrimiento y modificar su
posición de sumisión ante su entorno malvado al que se enfrenta. Desde ese día, me habla de
los inventos que hace, los dibuja con entusiasmo en las sesiones, llegando a decirme que es un
“profesional del dibujo”. Le otorgo todo mi interés a estas creaciones.

A pesar de sus ingeniosos hallazgos, para Pablo la relación a la escuela continúa siendo
problemática. Ésta se manifiesta bajo la forma de “órdenes” que no puede impedirse repetir en
su cabeza al momento de acostarse, y que le impiden dormir. Éstas evocan las mismas órdenes
que recibe en la escuela “¡Saca tu cuaderno!”, “¡Ponte a trabajar!” y que experimenta como
mandatos que le están dirigidos.

Por otro lado, al hacerle un lugar a la palabra de la madre de Pablo, ella podrá interrogarse a su
vez sobre su propia posición al respecto de su hijo. Puede entonces abrirse un espacio en el que
consiente a hablar de su propia historia. La madre consideraba que “era difícil crecer para
Pablo”, o bien, que “se hace el bebito”. En las entrevistas con la madre, ella comparte una serie
de detalles que la llevan a concluir que “el cordón umbilical aún no ha sido cortado”; frase que
emplea para expresar su dificultad para separarse de su hijo, pero que deja escuchar al mismo
tiempo una dificultad para separarse de su propia madre.
Me hace saber además que fue “acosada” el año pasado en su lugar de trabajo, en la misma
época en la que se decidió que Pablo debía repetir el año escolar. Tras una pelea con un colega,
su jefe la agrade verbalmente y ella termina por denunciarlo. Logra conservar su puesto de
trabajo, pero considera que fue “traicionada” por sus superiores y que desde entonces no puede
“confiar en nadie”.

Recuerda también que ella misma había encontrado dificultades escolares cuando era niña y
debió enfrentarlas sola, sin la ayuda de nadie. Sus padres trabajaban todo el tiempo, sin poder
ocuparse de ella. Podemos entonces ver como se dibuja una coyuntura que se repite desde hace
varias generaciones.

La posibilidad de poner en palabras el propio sufrimiento infantil, introduce una distancia entre
sus propias dificultades y las de su hijo. En efecto, a lo que consiente esta madre es a reinventar
el lazo entre ella y el niño, habiendo encontrado un lugar y una persona a quien dirigirse para
salir de algún modo de su soledad. Así, una separación entre ellos es ahora posible.

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