Antes de ingresar en el estudio de la forma de los contratos, es necesario tener presente lo dicho más arriba (número 44) respecto de que el consentimiento contractual es una declaración de voluntad, y que existen diferentes maneras de manifestar esa voluntad. En efecto, la voluntad puede manifestarse de manera expresa o tácita; es expresa cuando se exterioriza de manera oral, o por escrito, o por signos inequívocos, o por la ejecución de un hecho material (art. 262); es tácita cuando resulta de actos que permitan conocer la voluntad con certidumbre, y siempre que la ley no exija una manifestación expresa (art. 264). Incluso, en limitados casos, el silencio puede importar una manifestación de la voluntad. Ello ocurre cuando se opone el silencio a un acto o una interrogación y existe un deber de expedirse que resulta de la ley, de la voluntad de las partes, de los usos y prácticas, o de una relación entre el silencio actual y las declaraciones precedentes (art. 263). Estas diferentes maneras de manifestar la voluntad son, en verdad, diversas formas que la ley considera a tales efectos.
175. Noción de forma
La forma de los actos jurídicos estaba definida por el artículo 973 del Código Civil de Vélez como el conjunto de prescripciones de la ley, respecto de las solemnidades que deben observarse al tiempo de la formación del acto jurídico; tal, por ejemplo, la escritura pública que se exige para ciertos contratos. Si bien no existe una norma similar en el Código Civil y Comercial, el concepto de forma no ha variado. Hemos visto antes (número 174) que la voluntad se puede expresar de diferentes maneras: oralmente, por escrito, por signos inequívocos, por la ejecución de un hecho material e, incluso, guardando silencio en los casos establecidos por el artículo 263. Nos interesa ahora la expresión escrita, la cual puede tener lugar a través de instrumentos públicos, o de instrumentos particulares firmados o no firmados. Incluso, puede hacerse constar tal expresión en cualquier soporte, siempre que su contenido sea representado con texto inteligible, aunque su lectura exija medios técnicos (art. 286), como ocurre con los documentos informáticos. El instrumento público es aquel en el que interviene un oficial público, quien debe actuar en los límites de sus atribuciones y de su competencia territorial. Es requisito de validez que el instrumento esté firmado por el oficial público, las partes y, en su caso, sus representantes (art. 290). Los instrumentos particulares pueden estar firmados o no. Si lo están, se llaman instrumentos privados; ellos deben estar firmados por las partes contratantes. Si no lo están, se los denomina instrumentos particulares no firmados; son instrumentos particulares no firmados los impresos, los registros visuales o auditivos de cosas o hechos y, cualquiera que sea el medio empleado, los registros de la palabra y de información (art. 287). La firma, que puede ser gráfica pero también digital, es un recaudo ineludible en los instrumentos públicos y en los instrumentos privados, y prueba la autoría de la declaración de voluntad expresada en el texto al cual corresponde (art. 288).
176. El principio de la libertad de las formas; formalismo antiguo y moderno
Los pueblos primitivos se singularizaban por un formalismo estrecho y rígido. Esa fue también la característica del derecho romano. Los actos estaban inseparablemente ligados a sus formas; la menor desviación en el cumplimiento de las prescripciones legales traía aparejada la nulidad del acto, aun cuando el consentimiento de los otorgantes estuviera probado inequívocamente. La forma era un elemento esencial del acto. En los pueblos de cultura media poco desarrollada, el formalismo, además de su sentido simbólico, se proponía impresionar fuertemente el recuerdo de los testigos, que después habrían de servir de prueba de la realización del acto. Diversos factores fueron influyendo para que con el devenir de los siglos, el formalismo fuera perdiendo aquella rigidez sofocante. Por de pronto, la Iglesia Católica luchó tenazmente contra aquel sistema; la buena fe impone el cumplimiento de la palabra empeñada y no eludir las consecuencias de los propios actos so pretexto de la omisión de tal o cual detalle formal. Luego, cuando el tráfico comercial se hizo más activo, resultó indispensable aligerar las transacciones de los obstáculos formales que pesaban sobre ellas. Finalmente, el aumento de la cultura general trajo la difusión de la escritura como medio de prueba, lo que hizo innecesarias las formalidades que tendían a impresionar el ánimo de los testigos. Actualmente impera como principio el de la libertad de las formas; basta el consentimiento para que el contrato tenga plena fuerza obligatoria. Es el triunfo del consensualismo. Sólo por excepción la ley exige en algunos casos el cumplimiento de requisitos formales. Por ello, este principio ha quedado consagrado en nuestro derecho. En efecto, a excepción de que la ley designe una forma determinada para la exteriorización de la voluntad, las partes pueden utilizar la que estimen conveniente (art. 284). Más aún, expresamente dispone que solo son formales los contratos a los cuales la ley les impone una forma determinada (art. 1015). Sin embargo, en el derecho moderno se ha advertido un renacimiento del formalismo. Las nuevas leyes exigen con frecuencia la observancia de determinadas formas. Este neoformalismo se funda en diversas razones: a) Las relaciones jurídicas se han hecho tan múltiples y complejas que se siente la necesidad de ponerles un orden y evitar los inconvenientes de la imprecisión y la ligereza; las exigencias formales tienden hoy a cuidar la seguridad jurídica. b) Las formas que tienden a la publicidad (y, particularmente, los Registros) se han mostrado eficacísimas para proteger a los terceros contra las confabulaciones de quienes se ponen de acuerdo para perjudicarlos, antedatando actos o simulándolos. c) Finalmente, el intervencionismo estatal exige que las convenciones particulares tengan una exteriorización sin la cual el contralor oficial sería imposible; el cumplimiento de esta forma facilita, además, la percepción impositiva, porque los escribanos actúan como agentes de retención de los impuestos y tasas. Un ejemplo concreto de este neoformalismo se puede observar en los contratos de consumo (contratos que hemos de estudiar más adelante, número 356 y sigs.). En ellos se exige que el documento que se extiende por la venta de cosas muebles o inmuebles debe contener: a) la descripción y especificación del bien; b) el nombre y domicilio del vendedor; c) el nombre y domicilio del fabricante, distribuidor o importador cuando correspondiere; d) la mención de las características de la garantía; e) los plazos y condiciones de entrega; f) el precio y las condiciones de pago; y g) los costos adicionales, especificando precio final a pagar por el adquirente. Además, debe estar redactado en idioma castellano, y de manera clara y fácilmente legible, sin reenvíos a textos o documentos que no se entreguen previa o simultáneamente. Si se incluyen cláusulas adicionales, ellas deberán ser escritas en letras destacadas y suscriptas por ambas partes (art. 10, ley 24.240, ref. por ley 26.361). Este neoformalismo es distinto del antiguo; las formas se imponen sobre todo en miras a la prueba del acto, a su publicidad y a la protección del contratante débil; pero la omisión no afecta, en principio, al acto en sí, aunque puede acarrear sanciones al responsable de tal omisión.
177. Concepto; distintas clases de formas
Ya hemos señalado más arriba (número 24) que los contratos formales son aquellos cuya validez depende de la observancia de la forma establecida por la ley. También dijimos que dentro de la categoría de contratos formales (art. 969), hay que diferenciar los contratos cuya forma es requerida a los fines probatorios, de aquellos otros en los cuales la formalidad tiene carácter constitutivo o solemne. Incluso, las formas solemnes (también llamadas ad solemnitatem) se dividen en absolutas y relativas. El incumplimiento de la forma solemne absoluta trae aparejado la nulidad del acto celebrado. Con otras palabras, la forma solemne absoluta es esencial a la validez del acto, pues su omisión lo priva de todos sus efectos, por más que el consentimiento se pruebe inequívocamente. Ejemplo de ella, la donación de un inmueble, que debe hacerse por escritura pública inexorablemente (art. 1552). En cambio, el incumplimiento de la forma solemne relativa, no acarreará la nulidad del acto sino que permitirá exigir el cumplimiento de la forma establecida por la ley. Como se advierte, la omisión de la forma solemne relativa impide considerar concluido el contrato celebrado pero valdrá como un contrato por el cual las partes se obligan a cumplir con la formalidad establecida. Por lo tanto, provoca el nacimiento de la obligación de cumplir con la forma legal y el derecho a exigirla judicialmente. Así, la omisión de celebrar una compraventa inmobiliaria por escritura pública, permite a cualquiera de las partes exigir la escrituración (arts. 285 y 1018), tema este último que trataremos con más detalle en el número 182. Finalmente, cuando se trata de una forma probatoria, ella solo tiene importancia a los efectos de la prueba del acto jurídico; por ejemplo, el contrato de locación, sus prórrogas y modificaciones debe ser hecho por escrito (art. 1188), pero si se hubiera incumplido con esta forma, el contrato valdrá de todos modos si existe principio de ejecución o principio de prueba instrumental (art. 1020). No está de más señalar que esta forma probatoria difiere de la llamada forma ad probationem prevista en el Código Civil de Vélez. En efecto, el ejemplo de esta última era el contrato de fianza, el cual podía ser celebrado de cualquier forma, pero si era negado en juicio solo podía ser probada por escrito (art. 2006). La forma probatoria vigente, en cambio, admite la existencia del contrato si hay, como vimos, principio de ejecución o principio de prueba instrumental, aunque no exista el instrumento contractual.
178. La forma como recaudo de publicidad
Hemos dicho ya (número 176) que una de las razones del renacimiento del formalismo en el derecho moderno es que algunas formas constituyen un eficaz medio de publicidad. En este sentido, tienen particular importancia los Registros en los que se asienta no sólo quién es el titular del dominio, sino también cuál es el estado de éste, si existen gravámenes, embargos, inhibiciones, etcétera. Los Registros son así el gran medio de publicidad moderno. Pero no son el único. También la tradición de la cosa es en nuestro Derecho un medio de publicidad, que la complejidad y carácter multitudinario de las sociedades contemporáneas ha vuelto bastante ineficaz, pero que todavía conserva valor, a punto tal que el artículo 1892 dispone que la tradición posesoria es modo suficiente para transmitir o constituir derechos reales que se ejercen por la posesión. La inscripción en los Registros tiene el siguiente efecto: el acto es oponible a terceros. El contrato no registrado (cuando la ley exige ese registro, como ocurre por ejemplo con la compraventa de inmuebles) tiene plena validez entre las partes, pero no es oponible a terceros. Pero hay veces que la ley impone la forma como un requisito esencial de validez, no ya tan sólo respecto de terceros, sino respecto de las mismas partes: mientras el acto no se ha registrado se lo tiene por no existente. En este caso, la registración del acto tiene valor constitutivo, tal como ocurre con el contrato de compraventa de automotores.
179. Forma pactada
La forma de los contratos puede resultar de la ley o de la voluntad de las partes. Así, por ejemplo, nuestro Código establece que los contratos deben ser otorgados por escritura pública cuando la ley o el acuerdo de partes así lo disponga (art. 1017, inc. d). Incluso, las partes contratantes están facultadas para convenir formas más exigentes que las establecidas por la propia ley (art. 284). Tal sería el caso de un contrato no formal, cuando, por voluntad de las partes, se acuerda que sea hecho por escritura pública.
180. La forma en las modificaciones contractuales
Si el contrato debe ser celebrado respetando una forma determinada, sea porque la ley la exige, sea porque las partes la acordaron, las posteriores modificaciones que las partes convengan deben ser hechas con la misma formalidad. Esta regla prevista en el artículo 1016, admite, empero, algunas excepciones: (i) si las modificaciones versan sobre estipulaciones accesorias o secundarias, y (ii) si existe una disposición legal que expresamente admita que no se cumpla con en la modificación con la formalidad fijada para el contrato original.
181. Contratos que deben celebrarse en escritura pública
Según el artículo 1017 deben celebrarse por escritura pública: a) Los contratos que tienen por objeto la adquisición, modificación o extinción de derechos reales sobre inmuebles. Quedan exceptuados los casos en que el acto es realizado mediante subasta proveniente de ejecución judicial o administrativa. Cuando se trata de una subasta, el contrato queda formalizado por el solo remate; la escritura no es necesaria ni siquiera para la transmisión del dominio, que es adquirido por el comprador por la aprobación del remate hecha por el juez o la autoridad administrativa, la tradición del inmueble y la inscripción en el Registro. Esta solución tiene una explicación de carácter histórico. En el derecho romano y la antigua legislación española la venta era realizada en presencia de la autoridad judicial (juez o secretario) quien recogía las ofertas. El acta misma del remate constituía un documento auténtico parangonable a la escritura pública. Actualmente la subasta es hecha por un delegado del juez, que es el martillero, cuya actuación no ofrece iguales garantías. Y la jurisprudencia ha terminado por reconocer al comprador, aun en este caso, el derecho de exigir el otorgamiento de la escritura, porque ésa es la vía que permite hacer un estudio de los títulos y una garantía de la bondad del derecho que se le transmite. Por ello es que, a pedido del comprador, el juez debe declarar indisponible el saldo de precio depositado en autos, mientras la escritura no se otorgue y mientras subsistan inconvenientes ajenos a la voluntad del comprador para la inscripción del dominio en el Registro de la Propiedad. Por estas razones, la escritura se ha hecho prácticamente indispensable aun en el supuesto de pública subasta. Pero debe insistirse en que la escritura no es imprescindible y, en verdad, puede ser suplida con las actuaciones judiciales o administrativas relativas a la orden de venta, a la celebración de la subasta, su aprobación, el pago de la totalidad del precio por el adquirente y la toma de posesión. b) Los contratos que tienen por objeto derechos dudosos o litigiosos sobre inmuebles. Sin embargo, si se tratara de una transacción de un derecho litigioso, el artículo 1643 se limita a disponer que debe ser celebrada por escrito, con la firma de los interesados y presentada al juez ante quien tramita la causa. c) Todos los actos que sean accesorios de otros contratos otorgados en escritura pública. d) Los demás contratos que, por acuerdo de partes o disposición de la ley, deben ser otorgados en escritura pública. El artículo 1184 del Código Civil de Vélez enumeraba otros varios supuestos en los que se exigía la escritura pública. Eran los casos de los contratos de sociedad, sus prórrogas y modificaciones, las particiones extrajudiciales de herencias, las convenciones matrimoniales, los contratos de renta vitalicia, la cesión o renuncia de derechos hereditarios y la cesión de derechos litigiosos que involucren derechos reales sobre inmuebles, los que han sido regulados, respectivamente, por la ley de sociedades, y los artículos 2369, 448, 1601, 2299 y 1618, incisos a y b, del Código Civil y Comercial. Sin embargo, ha quedado un supuesto que habrá de generar conflictos. En efecto, mientras el artículo 1184, inciso 7º, obligaba a hacer por escritura los poderes generales o especiales que deben presentarse en juicio, y los poderes para administrar bienes, el artículo 363 del Código Civil y Comercial solo dispone que el apoderamiento debe ser otorgado en la forma prescripta para el acto que el representante debe realizar. En muchos casos, la facultades que se otorgan mediante el poder no son para realizar un acto que deba ser hecho por escritura pública; es el caso, por ejemplo, de los poderes otorgados a favor del administrador de un establecimiento rural. En este caso, ¿se podrá prescindir de la escritura? Y si fuera así, ¿cómo se acreditará la autenticidad de la firma del poderdante? Seguramente, se continuará con la antigua práctica, y las partes seguirán exigiendo la exhibición de la escritura.
182. Omisión de la escritura pública: efectos
Ya hemos dicho (número 177) que las consecuencias de la omisión de la forma solemne dependen de que ella sea exigida como solemnidad absoluta o relativa: en el primer caso, el acto carecerá de todo efecto; en el segundo, la parte interesada, tendrá derecho a exigir el otorgamiento del acto jurídico conforme la forma legal (arts. 285 y 1018). La escritura pública, esto es, el instrumento matriz extendido en el protocolo de un escribano público o de otro funcionario autorizado para ejercer las mismas funciones, que contienen uno o más actos jurídicos (art. 299), es una de las formas establecidas por el Código Civil y Comercial. En algunos casos la exigencia de la escritura importa una solemnidad absoluta (vg., la donación de inmuebles); en otros, una solemnidad relativa (ej., la compraventa inmobiliaria). Cuando la escritura pública sea exigida como una solemnidad relativa, mientras no esté suscripta, las partes que han celebrado un contrato por instrumento privado (ej., el boleto de compraventa) no pueden reclamarse el cumplimiento de las obligaciones derivadas del contrato definitivo, pero pueden exigir el otorgamiento de la escrituración, cumplido lo cual el contrato producirá todos sus efectos. ¿Qué ocurre si una de las partes se niega a escriturar? La otra podrá iniciar la llamada demanda por escrituración. Ahora bien, supongamos que deba promoverse este juicio y que el juez, finalmente, dicte sentencia, condenando al demandado a escriturar, y que, a pesar de ello, el vencido continúe negándose a hacerla. ¿Puede firmar el juez la escritura en su lugar o, por el contrario, la potestad judicial se limita en ese supuesto a condenar al remiso al pago de los daños? Esta cuestión dio lugar en nuestro país a una antigua controversia. Se sostuvo que el juez carece de poder para escriturar a nombre del obligado; ante la negativa del condenado a escriturar, le sería al juez imposible vencer esa negativa, limitándose sus potestades a fijar los daños. El principal argumento de esta posición era el artículo 1187 del Código Civil de Vélez, según el cual la parte que se resistiere a escriturar, podrá ser demandada por la otra para que la otorgue, bajo pena de resolverse la obligación en el pago de daños y perjuicios. Pero a partir del fallo plenario "Cazes de Francino c. Rodríguez Conde" dictado por la Cámara Civil de la Capital Federal en el año 1951 (La Ley, t. 64, p. 476), se ha reconocido que el juez puede otorgar la escritura por el obligado. Es que, en verdad, las obligaciones de hacer deben resolverse en el pago de daños, solamente si el cumplimiento forzoso implicara la necesidad de hacer violencia sobre la persona; cuando el hecho puede ser cumplido por un tercero, no hay tal violencia al deudor, y el acreedor logra satisfacer su crédito en la especie convenida. El tercero que puede y debe firmar la escritura, en este caso, es el propio juez. Esta solución fue consagrada por el Código Procesal Civil y Comercial de la Nación (art. 512) y por varios códigos procesales provinciales. El Código Civil y Comercial ha mantenido esta misma solución al disponer que si, a pesar de exigirse judicialmente el cumplimiento de la obligación asumida, la parte condenada a otorgarlo es remisa, el juez lo hará en su representación, siempre que las contraprestaciones estén cumplidas, o sea asegurado su cumplimiento (art. 1018, 2ª parte). Lo único que ha aclarado el Código es que es condición para que el juez pueda escriturar, que la contraprestación de quien reclama la escrituración esté cumplida o debidamente garantizada. Para concluir, cabe señalar que la acción para reclamar la escritura prescribe en el plazo general establecido en el artículo 2560. Añadamos que alguna duda puede plantearse cuando se trata de una venta en remate judicial o administrativo, y medie pago total del precio y entrega de la posesión. En este caso, teniendo en cuenta que la escritura no es exigida (conf. art. 1017, inc. a), ella no es otra cosa que una mera formalidad que facilita la transmisión del dominio, pero que por ello puede ser exigida por el comprador en cualquier tiempo.
183. Ley que rige la forma de los contratos internacionales
¿Cuál es la forma que debe cumplirse en los contratos internacionales? Cuando decimos contrato internacional, nos estamos refiriendo a aquél que ha sido celebrado en un país extranjero, pero que debe cumplirse en Argentina, o, a la inversa, cuando se lo celebra en nuestro país para ser cumplido en el exterior. Conforme lo establece el artículo 2469, las formas y solemnidades de los actos jurídicos (lo que incluye al contrato) deben juzgarse por las leyes y usos del lugar en que se hubiera celebrado. Ahora bien, si los contratantes se encuentran en distintos Estados al tiempo de la celebración, la validez formal del acto se rige por el derecho del país de donde parte la oferta aceptada o, en su defecto, por el derecho aplicable al fondo de la relación jurídica.