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UNIVERSIDAD NACIONAL DE LOMAS DE ZAMORA

FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES

EL CONDE LUCANOR COMO TRATADO


DE ACCIÓN POLÍTICA.

Equipo de cátedra: Dra. M...

Alumna: Rocío Pérez


D.N.I.: 29. 344. 082

Cursada: segundo cuatrimestre de 2013.

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El Conde Lucanor, y la obra en general de don Juan Manuel, reflejan características
de la estructura social de la Edad Media. La lectura del libro, nos permite reconstruir la
cosmovisión de su autor y también la forma particular que esta sociedad tiene de ver e
interpretar el mundo, proyectada en sus normas éticas y morales y en concepciones
económicas y culturales, que proveen a su vez, de un modelo de valoraciones a los
miembros de esa comunidad. De allí que consideremos al escrito como un discurso que
expone una doctrina política; como un tratado dirigido a la nobleza cuyo fin es el de
preservar el gobierno de los Estados, el poder y la riqueza.
La hipótesis que intentaremos defender en este trabajo es que la función del libro El
Conde Lucanor reside en legitimar y conservar el orden feudal existente y el fondo de
sentido en que ese orden se estipula: el dogma cristiano. Ambos cometidos indican el
carácter político de la obra.

Don Juan Manuel es un integrante de la alta nobleza castellana del s. XIV. Es un


hombre que participó activamente de la vida pública en la España de su tiempo. Es un
político, una figura muy importante.
Son varios los ensayistas que apoyan la perspectiva biográfica en la producción de
nuestro autor.
Recordemos en este punto la escisión entre los historiadores de la literatura,
planteada por Tomashevski: aquellos para quienes la obra es un hecho de la biografía del
autor, por un lado, y aquellos que ven a la biografía como un elemento extracientífico, ya
que no apunta a lo propiamente artístico. De allí la pregunta: “¿necesitamos la biografía del
poeta para comprender su creación o no?” (1982:177-178)
Luego de un análisis del tema, Tomashevski concluye que no hay una solución
uniforme para esta cuestión. Incluso nos dice que:

“(…) A veces es difícil resolver si la literatura reconstruye tal o cual fenómeno de la


vida social o si por el contrario, el fenómeno ambiental es resultado de la penetración en la
vida de los tópicos literarios (…)
El registro de los hechos de la vida [de un autor] es necesario en la medida en que
desempeñen un papel constructivo en sus obras” (1982:186)

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Sin duda alguna, consideramos que la obra de Don Juan Manuel remite
permanentemente “al afuera”, a la historia de este autor.
Su narrativa nos habla de su vida. Resulta casi imposible realizar un análisis
inmanente de sus textos sin sentir al menos algo de curiosidad o sin plantearse interrogantes
acerca del motivo de esa atmósfera política que envuelve la gran mayoría de sus relatos.
Alan Deyermond incluso habla de que el trasfondo político de la vida de Juan
Manuel y de la de su padre tiene “consecuencias literarias”.

(…) “En el caso de Juan Manuel el elemento autobiográfico es tan obvio (…) que
una lectura que lo pase por alto resultaría gravemente defectuosa (…) El libro del Conde
Lucanor e de Patronio (…) trata a menudo- aunque de manera disfrazada- de la vida del
autor y de la historia de su época”. (2001 b: 226-227)

Don Juan Manuel habla en sus escritos de lo que vive: la actividad pública es su
realidad. No podemos negar la existencia de una relación directa entre vida y obra del autor.
Asociamos lo expuesto, a la concepción psicoanalítica del arte presentada por
Baudry:

“Entre la obra y su creador, existe una relación que plantea que el saber de la
primera, refiere a un sujeto que deliberadamente o no, conscientemente o no, es su
dispensador. (…) La obra remite a un tema situado fuera de ella [el psiquismo del escritor]
y designa no al texto, sino al autor del texto. Allí tenemos el esbozo de toda teoría literaria
inspirada en el psicoanálisis (…)” (1974:186)

Ahora bien, el psicoanálisis dice que la obra es representación del fantasma del
escritor, y el fantasma a su vez, es representante de la psiquis del creador. El fantasma
engendra la obra según esta postura.
Pero la obra, es “un fantasma embellecido”, está orientada por el deseo; corrige
una realidad que no nos satisface por una representación imaginaria. La obra remite a la
biografía del autor. Es en el mundo literario, en la ficción, donde podemos encontrar el
sustituto de lo que le falta a la vida. Y así ocurre en el caso de Don Juan Manuel: vive en
sus obras “lo que el mundo exterior le niega. Es la creación literaria el único reducto en el
que puede seguir sintiéndose poderoso” (Gómez Redondo, 1992: 102-103) ¿Será por eso
que nuestro autor escribió tanto?

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Don Juan Manuel lucha por el poder discursivamente. Sus escritos reflejan por tanto
su ideología política y religiosa y reafirman sus ideas estamentales. Evidencian los
conflictos familiares y la extensa guerra contra Alfonso XI, disputas que se traslucen en
varios de los enxiemplos de la primera parte del libro.
En distintos relatos encontramos expresiones que podrían remitirnos a experiencias
personales de nuestro autor. Tal es el caso del ejemplo I, donde percibimos alusiones a la
envidia de muchos cortesanos y al modo en que éstos asesoraron en forma falaz al
gobernante para que desconfiara de su privado.

(…) “E porque non puede seer que los omnes que alguna buena andanҫa an, que
algunos otros non ayan envidia dellos” (…)
(…) “E aquellos otros que buscavan mal a aquel su privado, dixierónle una manera
muy engañosa en cómmo podría probar que era verdat aquello que ellos dizían” (…) (2011:
78-79)*

Referencias a la vida en la corte, cuando el monarca menciona que ya no le


satisfacen las costumbres del mundo que lo rodean y por tanto, ha decidido desterrarse.
Situación ante la cual el favorito responde que si lo hiciese, el reino sufriría grandes
perjuicios ya que habría grandes alborotos y grandes luchas. Temática ésta que se refuerza
con la sentencia final expresada por Patronio, que hace referencia directa, a nuestro parecer,
a la vergüenza y deshonra sufrida por don Juan Manuel y causada por Alfonso XI:

(…) “E vos, señor conde Lucanor, a menester que vos guardedes que non seades
engañado déste que tenedes por amigo” (…) (83)

Observamos también, relaciones “contenido- vida” en el enxemplo XI:


(…) “E don Yllán díxol que él era deán e omne de grand guisa e que podía llegar a
gran estado- e los omnes que grant estado tienen, de que todo lo suyo an librado a su
voluntad, olbidan mucho aína lo que otrie a fecho por ellos” (…) (119)

La sentencia final en el ejemplo mencionado afirma que no se puede esperar nada de


aquellos que ascienden al poder y que se olvidan de las personas que los ayudaron.
Algo similar sucede en el ejemplo XV y en el XVIII, donde leemos:
------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
*Las referencias al texto El Conde Lucanor provienen de Sotelo, Alfonso (ed.), 2011, Madrid, Cátedra.

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(…) “Patronio, a mí me acaeció que ove un rey muy poderoso por enemigo; desque
mucho duró la contienda entre nos, fallamos entramos por nuestra pro de nos avenir” (132)
(…) “E este don Pero Meléndez era consegero e muy privado del rey de León; e
otros sus contrarios, por gran envidia quel ovieron, assacáronle muy grand falsedat e
buscáronle tanto mal con el rey, que acordó de lo mandar matar” (…) (143-144)

El tema de la tensión en la corte, la envidia, el destierro, la confianza en los


asesores, el control de los territorios, el engaño, subyace en estos enxiemplos de aparente
simpleza e inocencia y son éstos motivos que se desarrollarán a lo largo de todo el libro y
que remiten a preocupaciones políticas reales de nuestro autor.
Conocemos la gran complejidad que reviste el hecho de querer comprender la
sociedad de la cual Juan Manuel forma parte. Para encuadrar aquellos elementos que actúan
en este contexto histórico y político tan particular y para analizar cómo los mismos se
reflejan en el libro El Conde Lucanor, incorporaremos algunos conceptos de la teoría
sociológica de Pierre Bourdieu.
Bourdieu postula la existencia de un “espacio social”, un conjunto de posiciones
distintas y coexistentes, definidas en relación unas de otras por lazos de proximidad y de
orden. (1997: 16) Es un espacio de lucha, de conflicto, ya que los vínculos sociales están
atravesados por la desigualdad. Ahora bien, ¿cómo se posicionan los sujetos en los
diferentes “campos”? Cada agente tratará de buscar un mejor posicionamiento en
correspondencia con el acopio de bienes. Es por eso que el sociólogo homologa “posición
con posesión”, es decir que, la posición que se ocupa en ese espacio social depende del
“capital global” que el individuo posea. Detentar entonces el capital económico permite el
acceso a las más altas esferas del poder. Pero éste no es suficiente para dominar: también
es necesaria la acumulación del “capital simbólico, social y cultural”.
Es el Estado el que mantiene el monopolio de bienes económicos y simbólicos y el
que lucha por imponer, a través del discurso, una visión del mundo social, determinados
“esquemas clasificatorios, de percepción, apreciación y acción”, que funcionan como
automatismos (ya que aparecen negados a la consciencia de los agentes) Estas
imposiciones estructurales producen y organizan las prácticas y las representaciones de los
sujetos y, gracias a ello, reproducen, naturalizan y legitiman la dominación y ese espacio de
posiciones y relaciones, a modo de círculo inacabable. (Bourdieu, 2000: 127-142)

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La sociedad medieval es profundamente desigual. Y esa desigualdad se justifica con
un argumento: Dios. Según esta cosmovisión, el hombre es producto de la Creación divina,
por tanto, poseedor de una esencia predeterminada; de un destino definido previamente. Las
diferencias sociales están así fundadas en una idea de “orden natural”, en cierto
determinismo sustentado y creado por el cuerpo político. La Iglesia y el Estado, imbricados
absolutamente en este período, poseen el poder simbólico (además del económico y
cultural) Tanto el Papa como el Rey son los representantes de Dios en la Tierra, los
encargados de dirigir a la humanidad por la vía de la salvación. Gozan de un poder
absoluto. Al vulgo sólo le resta obedecer.

- “Por naturales e batalla campal se destruyen e se conquieren los grandes regnos”


-“Todo omne es bueno, mas non para todas las cosas”
-“Por omillarse al rey e obedeҫer a los príncipes, e honrar a los mayores e fazer
bien a los menores, e consejarse con los sus leales, será omne seguro y no se arrepintrá”
(308)

El discurso sobre Dios es el principio de autoridad que condiciona la existencia del


hombre; un discurso ordenador aceptado sin crítica alguna, que se encarna en una suerte de
hábito mental y moral en la consciencia de los individuos. Dios es Todo: es el bien, la
verdad y la justicia.
¿Qué lugar ocupa don Juan Manuel en esta sociedad? Es un integrante de la alta
nobleza castellana que se apropia de los derechos y libertades privativos de su estamento.
Es un miembro activo que pretende conservar y acrecentar su poder. Es un ministro de Dios
y, como tal, reproductor del discurso dominante [¿en forma consciente o inconsciente?] en
un momento tan particular de la historia como éste, donde lentamente la burguesía
comienza a erigirse como clase revolucionaria. Por tanto, es necesario afirmarse y
preservar “el Estado, la Fazienda y la Onra”

(…) “Este libro lo fizo don Johan, fijo del muy noble infante don Manuel, deseando
que los omnes fiziessen en este mundo tales obras que les fuesen aprovechosas de las onras
e de las faziendas e de sus estados, e fuesen más allegados a la carrera porque pudiessen
salvar las almas” (…) (71)

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Este es el objetivo del libro. Un contenido netamente político (“la medicina”) que se
inculca disimulado bajo una forma literaria atractiva: el enxiemplo (“lo dulce”). Una
representación afable que disfraza la imposición del discurso.

(…) “E a esta semejanҫa, con la merҫed de Dios será fecho este libro, e los que lo
leyeren si por voluntad tomaren plazer de las cosas provechosas que ý fallaren, será bien
(…) en leyendo el libro, por las palabras falagueras e apuestas que en él fallarán, que non
ayan a leer las cosas aprovechosas que son ý mezcladas (…) (75) [El resaltado es
nuestro]

Las alusiones a Dios son permanentes en la obra. La Divinidad es el argumento que


explica todo lo que sucede en este “espacio social” caracterizado por la tensión y la
competencia y fuertemente disgregado aunque se conciba como un todo ordenado.

(…) “E Dios, que es complido e complidor de todos los buenos fechos, por la su
merҫed e por la su piadat, quiera que los que este libro leyeren, que se aprovechen dél a
serviҫio de Dios (…) ca Dios es aquél por quien todos los buenos dichos e fechos se
dizen e se fazen” (…) (75)

(…) “E bien tengo que, pues Dios todas las cosas las faze con razón, que non
consintría que, pues en todo sodes tan complido (…) (102)

(…) “E conde Lucanor, devedes saber que el mundo es tal, e aunque nuestro señor
Dios lo tiene por bien, que ningún omne non aya complidamente todas las cosas. Mas,
pues en todo lo ál vos faze Dios merҫed e estades con bien e con onra, si alguna vez vos
menguare dineros o estudierdes en affincamiento no desmayedes por ello, e cred por Cierto
que otros más onrados e más ricos que vos estarán tan afincados, que se ternién por
pagados si pudiessen dar a sus gentes e les diesen aún muy menos de quanto vos les dades a
las vuestras. (116)

En el fragmento anterior observamos cómo a través del discurso se justifican la


pobreza y la riqueza de algunos hombres. Una desigualdad “aprobada por Dios”. Es
necesario que los sujetos acepten sin cuestionar el mundo inmutable que el Salvador había
establecido, ya que después de todo, tal como leemos en el enxiemplo XVIII, lo que Dios
dispone, es siempre lo mejor: “Non te quexes por lo que Dios fiziere/ ca por tu bien sería
quando Él quisiere” (145)

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Recordemos a doña Truhaña y su sueño de ascender socialmente. Una ilusión
quebrada por el hecho de que no es razonablemente posible alterar el orden estamental.
Don Juan Manuel refuerza esta idea en el enxiemplo LI:

(…) “E desta guisa anduvo muy grant tiempo, teniendo todos los quel conosҫian
que era loco de una locura que contesҫió a muchos: que cuidan por sí mismos que son otra
cosa o que son en otro estado” (…) (293)

Este Rey del ejemplo LI comete el peor de los pecados: cuestionar el dogma, la
palabra que sostiene todo este sistema social. Por tanto, se lo cataloga de soberbio, una de
las máximas imperfecciones que un gobernante puede tener. La arrogancia- cuestionar lo
establecido en este caso- “es el pecado que Dios más aborreҫe, ca es verdaderamente contra
Dios e contra el su poder” (296) Aquel que se atreva a altercar su palabra y a no obedecer,
sufrirá su castigo divino.
El que detenta el poder, impone su verdad. Y en esta sociedad la única verdad
aceptada es la ley cristiana: “según verdat, la ley de salvaҫión es la sancta fe cathólica,
segund la tiene e la cree la sancta madre Ecclesia de Roma” (322) Todo lo que se aparte de
ella es considerado herejía. Es en esta última idea donde se ve con claridad la imposición
del discurso.

-“Ay verdat buena, e ay verdat mala”.


-“Tanto enpeeҫe a vegadas la mala palabra commo la mala obra”
-“Despreciado debe seer el castigamiento del que non bive vida alabada” (306)
-¡Quántos nombran la verdat e non andan por sus carreras! (…) (307)

Recordemos cómo define Michel Foucault a la verdad:

(…) “Por verdad debemos entender un conjunto de procedimientos regulados por la


producción, la ley, la repartición, la puesta en circulación y el funcionamiento de los
enunciados. La verdad está ligada circularmente a sistemas de poder que la producen y
sostienen, y a efectos de poder que induce y la prorrogan” (1990: 133-134)

Esta idea se aplica perfectamente al análisis del contexto histórico y político en el


que se desempeña Don Juan Manuel: la sociedad medieval crea un discurso que funciona

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como indudable; un discurso ordenador y subyugante fundado en la imagen de un ser
omnipotente y omnipresente que premia o castiga en función de las obras que los sujetos
realizan. Nada más representativo de este razonamiento que el Tratado Doctrinal escrito
por nuestro autor, donde claramente se estipula que Dios “ha de venir a nos judgar, e nos
dará lo que cada uno meresció, e que resusҫitaremos, e que en cuerpo e en alma avremos
después gloria o pena según nuestros meresҫimientos” (323)
Ahora bien, ¿qué debe hacer el hombre para ganar el Paraíso? Según Juan Manuel,
cuatro cosas:

(…) “La primera, que aya omne fee e biva en la ley de salvación; la segunda, que
desque es en tiempo para lo entender, que crea toda su ley e todos sus artículos e que non
dubde en ninguna cosa dello; la terҫera, que faga buenas obras e a buena entenҫión (…)
la quarta, que se guarde de fazer malas obras porque sea guardada la su alma de ir al
infierno” (322) [Resaltado nuestro]

Nos preguntamos al leer el libro qué son las buenas obras: “buena obra es toda cosa
que omne faze por Dios (…) por serviҫio de Dios” (329). Juan Manuel no deja dudas al
respecto: hay que servir y obedecer al Creador para salvar las almas. No hay otro camino.
Hemos desarrollado ya, la manera en que un grupo hegemónico ejerce el dominio a
través de la imposición de un discurso único y universal. Sin embargo, el poder simbólico
no es medio suficiente para conservar la posición dentro del campo. Resulta imprescindible
la acumulación también de bienes económicos, sociales y culturales. De hecho creemos que
la posesión del capital económico permite la adquisición del resto de los recursos.
La obtención de riquezas, el cultivo de relaciones que aporten honra, y el monopolio
del saber son preocupaciones constantes de don Juan Manuel. Inquietudes que se
mencionan permanentemente a lo largo del libro ya que son entidades muy necesarias para
mantener la condición y acrecentar el privilegio.
Íntimamente enlazados los conceptos de Honra, Estado y Fazienda configuran este
espacio social del cual don Juan forma parte. Son numerosas las alusiones a estas ideas en
El Conde Lucanor, tanto en los enxiemplos como en el Libro de proverbios y en el Tratado
Doctrinal:

-“Sabio es el que sabe soffrir e guardar su estado en el tiempo que es turbio” (304)

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-“Los cavalleros e el aver son ligeros de nombrar e de perder, e graves de ayuntar e
más de mantener”
-“Commo cresҫe el estado, assí cresҫe el pensamiento; si mengua el estado, cresҫe el
cuidado” (313)
-“Por fuertes ánimos, por mengua de aver, por usar mucho mujeres, e bino e malos
plazeres, por ser tortiҫero e cruel, por aver muchos contrarios e pocos amigos se pierden los
señoríos o la vida” (…) (318)

Observamos en estas citas las tribulaciones de nuestro escritor en relación a la


importancia de conservar su fortuna y por ende, su estamento. La disminución del
patrimonio, así como también las relaciones poco convenientes o los negociados
infructuosos, lleva a la pérdida de los feudos. Y esto es bien conocido por don Juan
Manuel, quien es poseedor de extensas regiones estratégicamente ubicadas, tal como señala
Antonio Herrera Casado. Según este autor, en la actividad política de don Juan existen
diferentes componentes que se constituyen como base de su poderío: por un lado, “los
cargos cortesanos que ostenta”, por otro, “la supremacía sobre un amplio grupo de nobles
castellanos” y por último, tal vez el aspecto más relevante, “su condición de señor de un
amplio territorio itinerante”, poco frecuente en la época para la nobleza, clase que poseía
espacios concretos y cerrados, y no abiertos y amplios como los que tenía el infante. Su
señorío es más parecido al de un Rey que al de un aristócrata. (1993:15) De allí la
importancia de conservar las faziendas, ya que la acumulación de propiedades es un hecho
correlativo al incremento del poder económico y político: a mayor posesión, mejor
posición.

(…) “Patronio, vos sabedes que, loado a Dios, la mi tierra es muy grande e non es
toda ayuntada en uno. E commo quier que yo he muchos lugares que son muy fuertes, he
algunos que lo non son tanto, e otrosí otros lugares que son ya quanto apartados de la mi
tierra en que yo he mayor poder. E quando he contienda con mios señores e con mios
vezinos que an mayor poder que yo, muchos omnes que se me dan por amigos (…)
métenme grandes miedos e grandes espantos e conséjanme que en ninguna guisa non esté
en aquellos mios lugares apartados, sinon que me acoja e esté en los lugares más fuertes e
que son bien dentro en mi poder” (124)

Las relaciones sociales permiten también acrecentar la riqueza, siempre y cuando


sean provechosas. En muchos ejemplos Lucanor manifiesta dudas acerca de la

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conveniencia o no de emprender determinados negocios, vacilaciones resueltas por
Patronio cuando indica a menudo que no es bueno arriesgar todo aquello que se domina.
Leemos en el enxiemplo IV:

(…) “Señor conde Lucanor (…) por el mi consejo, en cuanto pudierdes aver paz e
assossiego a vuestra onra, e sin vuestra mengua, non vos metades en cosa que lo ayades
todo aventurar (…) Quien bien se siede/ non se lieve” (99)

En el enxiemplo VI la golondrina arma alianza con el hombre por conveniencia, “e


ganó dél seguranҫa para sí e para su linaje” (105). El XI, refleja mejor que ninguno ese
campo de relaciones que se entreteje en beneficio de algunos y en detrimento de otros.
También lo hace el XVII: “En lo que tu pro pudieres fallar/ nunca te fagas mucho por
rogar” (142), y el XXII: “Por falso dicho de omne mintroso/ non pierdas amigo
aprovechoso” (162)
Los matrimonios ventajosos también aportan honra a quienes los contraen. Son
alianzas políticas. El joven del ejemplo XXXV se casa con una mujer de mal genio, porque
carece de los medios necesarios para llevar a cabo sus empresas. Por tal motivo, el
mancebo le pide a su padre “de catar algún casamiento con que pudiesse aver alguna
passada” (218) Además, tanto mejor y provechoso será el enlace, cuanto más distinguido
sea el linaje.
Otro de los elementos fundamentales que resulta necesario acumular para obtener
una posición superior en este espacio social es el saber. Éste se transforma en un bien de
consumo más para quienes tienen el suficiente capital económico para adquirirlo. La
posesión del conocimiento respalda al poder y se presenta como indicio de superioridad
moral.
Tal como Maravall ha puesto de manifiesto, se concibe el saber en la Edad Media
como un elemento “acabado y estático” que debe atesorarse en cantidades apropiadas
según la clase a la que pertenezca el sujeto. Por eso el teórico habla de una “concepción
estamental del saber”, cuya finalidad consiste en:

(…) “imponer ciertos modos establecidos de comportamiento y garantizar la


vigencia de un sistema moral” empleando “aquellos medios de difusión (…) que aseguren a
la vez el eficaz paso de sus principios al terreno de la acción. De esta manera el saber

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cumplirá su papel de instrumento de socialización en una sociedad estática y firmemente
estratificada, en la que cada individuo y cada cosa ha de permanecer en su puesto y sentirse
moralmente vinculado a él” (…) (1973: 262)

Uno de esos medios de transmisión del conocimiento es El Conde Lucanor. El libro


difunde un saber que no se erige como herramienta emancipadora de los hombres sino
reproductora de un orden social establecido, de un dogma impuesto y hecho hábito en la
mente de los agentes; una argumentación generadora de valores e intereses acordes a los del
estamento dominante. Una obra portadora de principios y normas que producen
subjetividades. Un tratado político cuya finalidad es la conservación y reproducción del
poder a través de la imposición del discurso.

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BIBLIOGRAFÍA
Edición:
● Sotelo, Alfonso (ed.), 2011. El Conde Lucanor, Madrid, Cátedra.

Estudios críticos:

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Ignacio de la Iglesia Duarte (coord.) La vida cotidiana en la Edad Media,
Simposio llevado a cabo en la VIII Semana de Estudios Medievales,
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