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El Conde Lucanor, y la obra en general de don Juan Manuel, reflejan características
de la estructura social de la Edad Media. La lectura del libro, nos permite reconstruir la
cosmovisión de su autor y también la forma particular que esta sociedad tiene de ver e
interpretar el mundo, proyectada en sus normas éticas y morales y en concepciones
económicas y culturales, que proveen a su vez, de un modelo de valoraciones a los
miembros de esa comunidad. De allí que consideremos al escrito como un discurso que
expone una doctrina política; como un tratado dirigido a la nobleza cuyo fin es el de
preservar el gobierno de los Estados, el poder y la riqueza.
La hipótesis que intentaremos defender en este trabajo es que la función del libro El
Conde Lucanor reside en legitimar y conservar el orden feudal existente y el fondo de
sentido en que ese orden se estipula: el dogma cristiano. Ambos cometidos indican el
carácter político de la obra.
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Sin duda alguna, consideramos que la obra de Don Juan Manuel remite
permanentemente “al afuera”, a la historia de este autor.
Su narrativa nos habla de su vida. Resulta casi imposible realizar un análisis
inmanente de sus textos sin sentir al menos algo de curiosidad o sin plantearse interrogantes
acerca del motivo de esa atmósfera política que envuelve la gran mayoría de sus relatos.
Alan Deyermond incluso habla de que el trasfondo político de la vida de Juan
Manuel y de la de su padre tiene “consecuencias literarias”.
(…) “En el caso de Juan Manuel el elemento autobiográfico es tan obvio (…) que
una lectura que lo pase por alto resultaría gravemente defectuosa (…) El libro del Conde
Lucanor e de Patronio (…) trata a menudo- aunque de manera disfrazada- de la vida del
autor y de la historia de su época”. (2001 b: 226-227)
Don Juan Manuel habla en sus escritos de lo que vive: la actividad pública es su
realidad. No podemos negar la existencia de una relación directa entre vida y obra del autor.
Asociamos lo expuesto, a la concepción psicoanalítica del arte presentada por
Baudry:
“Entre la obra y su creador, existe una relación que plantea que el saber de la
primera, refiere a un sujeto que deliberadamente o no, conscientemente o no, es su
dispensador. (…) La obra remite a un tema situado fuera de ella [el psiquismo del escritor]
y designa no al texto, sino al autor del texto. Allí tenemos el esbozo de toda teoría literaria
inspirada en el psicoanálisis (…)” (1974:186)
Ahora bien, el psicoanálisis dice que la obra es representación del fantasma del
escritor, y el fantasma a su vez, es representante de la psiquis del creador. El fantasma
engendra la obra según esta postura.
Pero la obra, es “un fantasma embellecido”, está orientada por el deseo; corrige
una realidad que no nos satisface por una representación imaginaria. La obra remite a la
biografía del autor. Es en el mundo literario, en la ficción, donde podemos encontrar el
sustituto de lo que le falta a la vida. Y así ocurre en el caso de Don Juan Manuel: vive en
sus obras “lo que el mundo exterior le niega. Es la creación literaria el único reducto en el
que puede seguir sintiéndose poderoso” (Gómez Redondo, 1992: 102-103) ¿Será por eso
que nuestro autor escribió tanto?
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Don Juan Manuel lucha por el poder discursivamente. Sus escritos reflejan por tanto
su ideología política y religiosa y reafirman sus ideas estamentales. Evidencian los
conflictos familiares y la extensa guerra contra Alfonso XI, disputas que se traslucen en
varios de los enxiemplos de la primera parte del libro.
En distintos relatos encontramos expresiones que podrían remitirnos a experiencias
personales de nuestro autor. Tal es el caso del ejemplo I, donde percibimos alusiones a la
envidia de muchos cortesanos y al modo en que éstos asesoraron en forma falaz al
gobernante para que desconfiara de su privado.
(…) “E porque non puede seer que los omnes que alguna buena andanҫa an, que
algunos otros non ayan envidia dellos” (…)
(…) “E aquellos otros que buscavan mal a aquel su privado, dixierónle una manera
muy engañosa en cómmo podría probar que era verdat aquello que ellos dizían” (…) (2011:
78-79)*
(…) “E vos, señor conde Lucanor, a menester que vos guardedes que non seades
engañado déste que tenedes por amigo” (…) (83)
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(…) “Patronio, a mí me acaeció que ove un rey muy poderoso por enemigo; desque
mucho duró la contienda entre nos, fallamos entramos por nuestra pro de nos avenir” (132)
(…) “E este don Pero Meléndez era consegero e muy privado del rey de León; e
otros sus contrarios, por gran envidia quel ovieron, assacáronle muy grand falsedat e
buscáronle tanto mal con el rey, que acordó de lo mandar matar” (…) (143-144)
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La sociedad medieval es profundamente desigual. Y esa desigualdad se justifica con
un argumento: Dios. Según esta cosmovisión, el hombre es producto de la Creación divina,
por tanto, poseedor de una esencia predeterminada; de un destino definido previamente. Las
diferencias sociales están así fundadas en una idea de “orden natural”, en cierto
determinismo sustentado y creado por el cuerpo político. La Iglesia y el Estado, imbricados
absolutamente en este período, poseen el poder simbólico (además del económico y
cultural) Tanto el Papa como el Rey son los representantes de Dios en la Tierra, los
encargados de dirigir a la humanidad por la vía de la salvación. Gozan de un poder
absoluto. Al vulgo sólo le resta obedecer.
(…) “Este libro lo fizo don Johan, fijo del muy noble infante don Manuel, deseando
que los omnes fiziessen en este mundo tales obras que les fuesen aprovechosas de las onras
e de las faziendas e de sus estados, e fuesen más allegados a la carrera porque pudiessen
salvar las almas” (…) (71)
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Este es el objetivo del libro. Un contenido netamente político (“la medicina”) que se
inculca disimulado bajo una forma literaria atractiva: el enxiemplo (“lo dulce”). Una
representación afable que disfraza la imposición del discurso.
(…) “E a esta semejanҫa, con la merҫed de Dios será fecho este libro, e los que lo
leyeren si por voluntad tomaren plazer de las cosas provechosas que ý fallaren, será bien
(…) en leyendo el libro, por las palabras falagueras e apuestas que en él fallarán, que non
ayan a leer las cosas aprovechosas que son ý mezcladas (…) (75) [El resaltado es
nuestro]
(…) “E Dios, que es complido e complidor de todos los buenos fechos, por la su
merҫed e por la su piadat, quiera que los que este libro leyeren, que se aprovechen dél a
serviҫio de Dios (…) ca Dios es aquél por quien todos los buenos dichos e fechos se
dizen e se fazen” (…) (75)
(…) “E bien tengo que, pues Dios todas las cosas las faze con razón, que non
consintría que, pues en todo sodes tan complido (…) (102)
(…) “E conde Lucanor, devedes saber que el mundo es tal, e aunque nuestro señor
Dios lo tiene por bien, que ningún omne non aya complidamente todas las cosas. Mas,
pues en todo lo ál vos faze Dios merҫed e estades con bien e con onra, si alguna vez vos
menguare dineros o estudierdes en affincamiento no desmayedes por ello, e cred por Cierto
que otros más onrados e más ricos que vos estarán tan afincados, que se ternién por
pagados si pudiessen dar a sus gentes e les diesen aún muy menos de quanto vos les dades a
las vuestras. (116)
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Recordemos a doña Truhaña y su sueño de ascender socialmente. Una ilusión
quebrada por el hecho de que no es razonablemente posible alterar el orden estamental.
Don Juan Manuel refuerza esta idea en el enxiemplo LI:
(…) “E desta guisa anduvo muy grant tiempo, teniendo todos los quel conosҫian
que era loco de una locura que contesҫió a muchos: que cuidan por sí mismos que son otra
cosa o que son en otro estado” (…) (293)
Este Rey del ejemplo LI comete el peor de los pecados: cuestionar el dogma, la
palabra que sostiene todo este sistema social. Por tanto, se lo cataloga de soberbio, una de
las máximas imperfecciones que un gobernante puede tener. La arrogancia- cuestionar lo
establecido en este caso- “es el pecado que Dios más aborreҫe, ca es verdaderamente contra
Dios e contra el su poder” (296) Aquel que se atreva a altercar su palabra y a no obedecer,
sufrirá su castigo divino.
El que detenta el poder, impone su verdad. Y en esta sociedad la única verdad
aceptada es la ley cristiana: “según verdat, la ley de salvaҫión es la sancta fe cathólica,
segund la tiene e la cree la sancta madre Ecclesia de Roma” (322) Todo lo que se aparte de
ella es considerado herejía. Es en esta última idea donde se ve con claridad la imposición
del discurso.
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como indudable; un discurso ordenador y subyugante fundado en la imagen de un ser
omnipotente y omnipresente que premia o castiga en función de las obras que los sujetos
realizan. Nada más representativo de este razonamiento que el Tratado Doctrinal escrito
por nuestro autor, donde claramente se estipula que Dios “ha de venir a nos judgar, e nos
dará lo que cada uno meresció, e que resusҫitaremos, e que en cuerpo e en alma avremos
después gloria o pena según nuestros meresҫimientos” (323)
Ahora bien, ¿qué debe hacer el hombre para ganar el Paraíso? Según Juan Manuel,
cuatro cosas:
(…) “La primera, que aya omne fee e biva en la ley de salvación; la segunda, que
desque es en tiempo para lo entender, que crea toda su ley e todos sus artículos e que non
dubde en ninguna cosa dello; la terҫera, que faga buenas obras e a buena entenҫión (…)
la quarta, que se guarde de fazer malas obras porque sea guardada la su alma de ir al
infierno” (322) [Resaltado nuestro]
Nos preguntamos al leer el libro qué son las buenas obras: “buena obra es toda cosa
que omne faze por Dios (…) por serviҫio de Dios” (329). Juan Manuel no deja dudas al
respecto: hay que servir y obedecer al Creador para salvar las almas. No hay otro camino.
Hemos desarrollado ya, la manera en que un grupo hegemónico ejerce el dominio a
través de la imposición de un discurso único y universal. Sin embargo, el poder simbólico
no es medio suficiente para conservar la posición dentro del campo. Resulta imprescindible
la acumulación también de bienes económicos, sociales y culturales. De hecho creemos que
la posesión del capital económico permite la adquisición del resto de los recursos.
La obtención de riquezas, el cultivo de relaciones que aporten honra, y el monopolio
del saber son preocupaciones constantes de don Juan Manuel. Inquietudes que se
mencionan permanentemente a lo largo del libro ya que son entidades muy necesarias para
mantener la condición y acrecentar el privilegio.
Íntimamente enlazados los conceptos de Honra, Estado y Fazienda configuran este
espacio social del cual don Juan forma parte. Son numerosas las alusiones a estas ideas en
El Conde Lucanor, tanto en los enxiemplos como en el Libro de proverbios y en el Tratado
Doctrinal:
-“Sabio es el que sabe soffrir e guardar su estado en el tiempo que es turbio” (304)
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-“Los cavalleros e el aver son ligeros de nombrar e de perder, e graves de ayuntar e
más de mantener”
-“Commo cresҫe el estado, assí cresҫe el pensamiento; si mengua el estado, cresҫe el
cuidado” (313)
-“Por fuertes ánimos, por mengua de aver, por usar mucho mujeres, e bino e malos
plazeres, por ser tortiҫero e cruel, por aver muchos contrarios e pocos amigos se pierden los
señoríos o la vida” (…) (318)
(…) “Patronio, vos sabedes que, loado a Dios, la mi tierra es muy grande e non es
toda ayuntada en uno. E commo quier que yo he muchos lugares que son muy fuertes, he
algunos que lo non son tanto, e otrosí otros lugares que son ya quanto apartados de la mi
tierra en que yo he mayor poder. E quando he contienda con mios señores e con mios
vezinos que an mayor poder que yo, muchos omnes que se me dan por amigos (…)
métenme grandes miedos e grandes espantos e conséjanme que en ninguna guisa non esté
en aquellos mios lugares apartados, sinon que me acoja e esté en los lugares más fuertes e
que son bien dentro en mi poder” (124)
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conveniencia o no de emprender determinados negocios, vacilaciones resueltas por
Patronio cuando indica a menudo que no es bueno arriesgar todo aquello que se domina.
Leemos en el enxiemplo IV:
(…) “Señor conde Lucanor (…) por el mi consejo, en cuanto pudierdes aver paz e
assossiego a vuestra onra, e sin vuestra mengua, non vos metades en cosa que lo ayades
todo aventurar (…) Quien bien se siede/ non se lieve” (99)
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cumplirá su papel de instrumento de socialización en una sociedad estática y firmemente
estratificada, en la que cada individuo y cada cosa ha de permanecer en su puesto y sentirse
moralmente vinculado a él” (…) (1973: 262)
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BIBLIOGRAFÍA
Edición:
● Sotelo, Alfonso (ed.), 2011. El Conde Lucanor, Madrid, Cátedra.
Estudios críticos:
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● Foucault, Michel, 1990, Un diálogo sobre el poder, Buenos Aires, Alianza,
133-134
● García Herrero, María del Carmen, 2000, “La educación de los nobles en la
obra de Don Juan Manuel”, José Ignacio de la Iglesia Duarte (coord.)
Simposio llevado a cabo en la XI Semana de Estudios Medievales, Instituto
de Estudios Riojanos, Nájera, 39-92.
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