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La historia de la Iglesia presenta a la mujer como una participante muy importante para el
desarrollo social y de equilibrio en los distintos periodos históricos. Desde que el hombre
aparece en la historia primigenia en el jardín del edén, hasta la parusía de Cristo, la mujer ha
sido el equilibrio perfecto para llevar a cabo la misión que Dios les había encomendado.
En la Iglesia Primitiva "las mujeres enseñaban en sus casas cuando las ponían a disposición de
la comunidad para que se realizaran en ellas las asambleas de culto y por ello se convirtieron en
presidentes de las comunidades domésticas . ... A los deberes de las diaconisas pertenecían
también el ministerio litúrgico; la vigilancia durante el culto divino, la asistencia al bautismo y
llevar la Santa Cena a los enfermos. La ordenación al cargo de diaconisa se realizaba, lo mismo
que en el caso del presbiterado y diaconado masculinos, por medio del obispo, quien les imponía
las manos y les daba a tocar el cáliz de la Cena. Al cesar la costumbre del bautismo de adultos,
se prescindió de las diaconisas en el culto, y su vida se redujo a los claustros.
Sin embargo, al recibir la iglesia primitiva la influencia de la cultura y filosofía griegas, la mujer
fue poco a poco relegada a un plano secundario; el pueblo de Dios comenzó a dividirse no solo
respecto al sexo sino por medio de una paulatina jerarquización de funciones que distinguieron
netamente las tareas del clero de las del pueblo (laicos). La dicotomía iglesia-mundo, clero-
laicado, Varón-mujer, casado-célibe, se hizo cada vez más pronunciada bajo influencias ajenas al
mensaje del evangelio.
Sin embargo, no fue, sino hasta fines del siglo pasado y comienzos del veinte, cuando algunas
iglesias protestantes admiten a mujeres al ministerio ordenado. Los congregacionalistas y
bautistas ingleses fueron los que tomaron la iniciativa. Desde 1950 varias iglesias siguen este
ejemplo y ordenan mujeres. Hoy, excepto en las Iglesias Católica Apostólica Romana y
Ortodoxa y en algunas denominaciones protestantes, se acepta la ordenación (Presbítero, y en
algunos casos pastoras) de la mujer, aunque en una gran proporción persiste un cierto prejuicio al
respecto.
En América Latina hace ya cincuenta años que se ordenan mujeres, indios y negros. Sin
embargo, es un hecho la tendencia a la discriminación basada en la raza y el sexo. Perduran
costumbres que se han sacralizado a nivel de dogma y que poco o nada tienen que ver con una
exégesis seria de textos bíblicos y de la práctica de la Iglesia Primitiva. La mujer en muchas
iglesias es relegada a funciones secundarlas y se le encargan tareas que se consideran más afines
con su naturaleza. Tales tareas suelen ser: educadora de niños y jóvenes, organizadoras de
sociedades femeninas, encargada del arreglo estético del templo, de la música en culto, de obras
de beneficencia, etc. Las decisiones tomadas por un número cada vez mayor de iglesias
evangélicas en el mundo entero en favor del ministerio femenino hay que considerarlas
seriamente. Las iglesias cristianas tratan de superar los prejuicios de una sociedad patriarcal y de
un orden social machista y de darle a la mujer, al indígena y al negro la oportunidad de servir al
Señor en igualdad de condiciones con el varón y el blanco. En este caso el servicio está
condicionado por el talento y la vocación, y no por la condición racial o sexual.
En un documento posterior trataré sobre los textos bíblicos polémicos que hablan sobre el rol de
la mujer en la Iglesia, y que creo, por los argumentos históricos contextuales, no han sido bien
interpretados por nuestra comunidad.