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Mitologías
hoy
revista de pensamiento, crítica y estudios literarios latinoamericanos
Imaginarios sociales en la
ciencia ficción latinoamericana reciente:
espacio, sujeto-cuerpo y tecnología
ISSN: 2014-1130
MACARENA ARECO, FERNANDO MORENO (COORDS.)
Introducción. Imaginarios sociales en la ciencia ficción latinoamericana reciente:
espacio, sujeto-cuerpo y tecnología………………………………………………….11-13
DOSSIER
IMAGINARIOS SOCIALES EN LA CIENCIA FICCIÓN LATINOAMERICANA RECIENTE: ESPACIO,
SUJETO-CUERPO Y TECNOLOGÍA
LUCIANA MARTÍNEZ
Las cartografías erógenas de la ciencia ficción. Sexualidad, género y regulación social
en las novelas de André Carneiro………………………………………………….. 103-122
The Erogenous Cartographies of Science Fiction. Sexuality, Gender and Social Regulation
in the Novels of André Carneiro
CLAIRE MERCIER
Cuerpos nómades en Impuesto a la carne de Diamela Eltit y Los cuerpos del verano
de Martín Felipe Castagnet: resistencias posthumanas………………………………123-140
Nomadic Bodies in Impuesto a la carne by Diamela Eltit and Los cuerpos del verano
by Martín Felipe Castagnet: Post-Human Resistances
ISSN: 2014-1130
vol. 22 | diciembre 2020| 5-7
BELISARIO ZALAZAR
¿La caída temprana del anthropos moderno?: el genio maligno y la pequeña
autómata Francine como heridas del cogito cartesiano. Especulaciones posthumanas
en La pasión de Descartes de Andrés Vaccari…………………………………………. 161-174
¿The Early Breakdown of the Modern Anthropos?: The Evil Demon and the Little Automaton
Francine as Cartesian Cogito´s Wounds. Posthuman Speculations in Andres Vaccari´s
La pasión de Descartes
SAMUEL GINSBURG
Bombs, Bodies, and Ghosts: Navigating Rhetorical Legacies of Nuclear Technology
in Recent Caribbean Science Fiction………………………………………………..191-208
Bombas, cuerpos y fantasmas: explorando el legado retórico de la tecnología nuclear
en la ciencia ficción caribeña
MARGARITA REMÓN-RAILLARD
Entre extrapolación y analogía: “Veinte de robots” de Alberto Chimal
y la ciencia-ficción mexicana del siglo XXI…………………………………………. 297-316
Between Extrapolation and Analogy: Alberto Chimal’s “Veinte de robots” and Mexican
Science-Fiction in 21st Century
LUCÍA FEUILLET
Los dispositivos del complot en Kentukis, de Samanta Schweblin……………………317-335
Plot devices in Kentukis, by Samanta Schweblin
MISCELÁNEA
MARCELO URRALBURU
Soledad y erotismo en De círculo y ceniza de Piedad Bonnett……………………….. 425-440
Solitude and erotism in De círculo y ceniza by Piedad Bonnett
IMAGINARIOS SOCIALES EN LA
CIENCIA FICCIÓN
LATINOAMERICANA RECIENTE :
ESPACIO , SUJETO -CUERPO Y
TECNOLOGÍA
Como género que nace junto con la modernidad y cuyo vector es la reflexión
sobre la ciencia, la tecnología y los nuevos modos de ordenamiento social, de la
producción y de la política que van surgiendo en este periodo, así como su
incidencia en la construcción de subjetividades y de cuerpos, en el siglo XXI la
ciencia ficción y sus alrededores se convierten en una intuición ineluctable si
queremos imaginar el futuro y además darle sentido a una contemporaneidad
fugaz y muchas veces incomprensible, y también a la historia que de algún modo
la ha construido.
Así, la ciencia ficción, junto con sus subgéneros y formas afines, expresa una
apuesta respecto del porvenir, en términos de las esperanzas que visibiliza (utopía) y
de los horrores que anticipa (distopía), a través de la ideación de tecnologías todavía
no existentes (novum) y de aconteceres históricos alternativos (ucronía), muchas
veces con tramas vinculadas a una crisis global final (apocalipsis) y otras a lo que
vendrá después del fin del mundo (posapocalipsis). Las novelas que hacen suyas estas
modalidades proponen reflexiones sobre la historia y la política y también sobre el
lugar de los sujetos dentro de sus circunstancias específicas, aquello que Louis
Althusser entendió por ideología: “la relación imaginaria de los individuos con sus
condiciones reales de existencia” (2005, 43).
Esta visión crítica y múltiple explica el creciente interés que ha generado,
tanto en escritores consagrados (Borges, Ishiguro, Bolaño), como en otros
pertenecientes a las nuevas generaciones (Paz Soldán, Chimal, Schweblin,
Castagnet, Baradit, solo por nombrar algunos cuyas obras se analizan a
continuación), así como en parte importante de la crítica literaria y cultural
(Suvin, Jameson, Žižek y Fisher, entre muchos otros), que encuentra en su
estudio imágenes y trayectos que orientan en la generación de “mapas cognitivos”
(Jameson) del presente. Creemos que esta posibilidad visionaria del género
explica, además, la gran cantidad de artículos que recibimos este año —año de la
peste global, lo que lo califica como de “ciencia ficción” como el que más—, a
propósito de la convocatoria titulada Imaginarios sociales en la ciencia ficción
latinoamericana reciente: espacio, sujeto-cuerpo y tecnología, de la cual es el
resultado este dossier preparado para la Revista Mitologías Hoy.
¿Por qué la tripartición espacio, sujeto-cuerpo y tecnología? Porque
pensamos que los modos en que se representan en la literatura y en otras
producciones culturales los lugares y los personajes, así como el de las tecnologías
que con su omnipresencia moldean ciudades, hábitats, percepciones, intelecciones y
cuerpos, nos permiten visualizar las ideas-imágenes (Baczko) que las personas se
ISSN: 2014-1130
vol. 22 | diciembre 2020 | 11-13
DOI: https://doi.org/10.5565/rev/mitologias.772
Macarena Areco, Fernando Moreno
ISSN: 2014-1130
Recibido: 30/09/2020
vol. 22 | diciembre 2020 | 15-28
Aprobado: 24/10/2020
DOI: https://doi.org/10.5565/rev/mitologias.737
Maria Cristina Caruso
La ciencia ficción representa uno de los géneros literarios que más sufren del
menosprecio de la crítica y del público; por eso es leída y consumida mayormente
por el llamado fandom. 1 Conjuntamente, existe una jerarquía que prioriza la
ciencia ficción anglosajona, líder en el mercado editorial, seguida por la europea
y la rusa (con atención a los clásicos producidos durante el periodo soviético).
Esta distribución se basa en dinámicas económicas y, entonces, de difusión
editorial. En esa estructura jerárquica la ciencia ficción hispanoamericana es
distribuida y consumida en manera desigual: los productos literarios de países
con una economía competitiva alcanzan un público vasto e internacional,
mientras que la CF producida por países con menos poder económico pasa casi
cabalmente desapercibida. Es el caso, por ejemplo, de la CF hispano-caribeña que
actualmente representa uno de los contextos más vivaces de cosecha y rescritura
de los topoi de la ciencia ficción. En particular, la ciencia ficción cubana se revela
interesante por la evolución cultural que la identifica, debido a los encuentros y
choques culturales que caracterizan la peculiar historia sociopolítica del país.
Resulta sumamente importante, entonces, centrar la atención de la crítica
literaria hacia la CF producida en el contexto hispano-caribeño, para alcanzar
una visión panorámica y profundizadora de los cronotopos en que los géneros
literarios se caracterizan y singularizan. En el contexto de la postmodernidad y de
la globalización, la ciencia ficción representa una posibilidad casi post-realista:
permite deformar el presente en una proyección irreal, pero futurible. Incluso
cuando “el mundo-tiempo”2 imaginado es el producto de una distorsión extrema, la
ciencia ficción se mueve desde la necesidad, típicamente postmoderna, de interrogar
nuestro presente y a nosotros mismos.
A partir de la idea de que la ciencia-ficción ofrece posibilidades
particulares para el registro y la narración de las tensiones relativas a la identidad
y a los procesos de modernización, se elige como objeto de análisis de este trabajo
la novela corta El colapso de las Habanas infinitas (2017) de Erick J. Mota, en que
la relación entre identidad individual y memoria histórica es central. El objetivo
es profundizar en la compleja interrelación entre los conceptos de utopía y
melancolía, como puntos de partida y de llegada del desengaño ideológico
provocado por el derrumbe del proyecto revolucionario que afecta a una
generación entera de cubanos, huérfanos del sueño revolucionario. Al poner el
acento en el complejo concepto de utopía, se analizará la complicada dialéctica
melancolía-desencanto, leitmotiv de la novela.
La CF cubana se muestra particularmente interesante por su evolución:
el periodo de auge del género en la isla coincide con las políticas de relanzamiento
de la cultura nacional, llevados a cabo en los años sesenta. Durante esa etapa la
1
Con ese término se indica la comunidad de aficionados de un género literario o cinematográfico
(se extiende a los consumidores de comics) que se reconocen como subcultura. El concepto deriva
de la crasis entre los términos ingleses fan (obsesionado) y kingdom (reino); literalmente
significaría reino de los obsesionados.
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En el ámbito de la ciencia ficción es común encontrar realidades imaginarias que se colocan
espacial y temporalmente en dimensiones alternativas respeto a la realidad efectiva; para indicarlas
se ha elegido utilizar el constructo “mundo-tiempo”.
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El colapso de las Habanas Infinitas de Erick J. Mota
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Término utilizado por primera vez por el intelectual cubano Ambrosio Fornet con que indica
el contexto cultural entre los años 1971- 1975 de la cultura cubana matizado por una
radicalización de la influencia política de la URSS y durante el cual se impuso una política de
represión y censura muy duras.
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Con esa definición se indica la CF en que el desarrollo narrativo se basa en una coherencia
científica muy rígida; se trata de historias creíbles y rigurosas respeto a los avances tecnológicos
contextuales. En ese subgénero de le CF, el avance científico-tecnológico es central y casi exclusivo
protagonista, y representa el trasfondo de historias de mejoramiento social y económico.
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Maria Cristina Caruso
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El colapso de las Habanas Infinitas de Erick J. Mota
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Maria Cristina Caruso
(Y) —Pareces algo obsesionado con tu entorno capitalino. Una ciudad que,
por cierto, también yo considero uno de los escenarios más evocadores de
la CF moderna. En tu caso, ¿por qué vuelves una y otra vez a La Habana?
(EM) —Porque no puedo vivir sin ella. Sin La Habana, quiero decir. Su
arquitectura, sus barrios, toda su dinámica metropolitana me siguen
seduciendo, cuarenta y tres años después de haber nacido en ella.
Creo que La Habana merece distopías, ucronías, ataques alienígenas,
glaciaciones y explosiones nucleares. Igual que Nueva York, París o Tokio.
Merece incluso su propio Godzilla.
En algún momento de mi vida escribiré sobre otras ciudades, supongo.
Pero siempre regresaré a La Habana para construirme otra nueva ciudad
encima de las que ya están ahí. (Yoss, 2018: s/p; las cursivas mías)
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El colapso de las Habanas Infinitas de Erick J. Mota
buscando sus más profundos deseos. Entonces, en función de esos deseos, genera
una historia alternativa con características de utopía. (Mota, 2017: 35-59)
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Maria Cristina Caruso
Por alguna extraña razón Ana María recordó una canción de Silvio
Rodríguez […]. Fue en la época de pre-universitario que la escuchó por
primera vez, aunque después supo que era más vieja. Aún no caía el Muro
de Berlín y sus profesores creían en el hombre Nuevo. Sin embargo, cuando
la escuchaba rara era la vez que no la invadiera una ola de nostalgia. Se
sentía eufórica, rodeada de un aire de otra época. Una época anterior a ella.
Una época en que las personas creían que podía cambiar el mundo. Más
allá del marxismo y esas cosas. (Mota, 2017: 15)
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El colapso de las Habanas Infinitas de Erick J. Mota
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Maria Cristina Caruso
todo tipo de recursos: el saqueo de los mundos alternativos recalca las dinámicas
de explotación llevadas a cabo por las potencias imperialistas y capitalistas en
territorios como Cuba; con ese expediente el autor subraya las contradicciones
que matizan todo extremismo. En la novela el impulso a la deserción por parte
de algunos militares depende también de la reduplicación de posturas violentas
y capitalistas en el marco de las misiones extramundo.
La agresión de los mundos colapsados, derivados directamente de la
versión original de Cuba, subraya la derrota de esa realidad: por un lado, hay
quien sufre el fracaso de una historia política, económica y social, y por el otro
quien, indiferente a todo eso, es utilizado por parte del sistema que siempre se
autopreserva. Las versiones colapsadas son prácticamente criadas en vitro,
generadas para satisfacer las necesidades de una realidad en constante peligro de
colapso. Notamos que el sistema de pertenencia no intenta hallar soluciones en
las realidades otras, sino compensaciones que la mantengan intacta en ese
(des)equilibrio. El dodecaedro genera, así, utopías y distopías que satisfacen los
deseos narcisistas de huida o de explotación, evidenciando la disfuncionalidad de
todo absolutismo, como demuestran las palabras de uno de los desertores: “Las
utopías políticas son tremenda mierda. Visité varias con los muchachos de mi
expedición. Antes de desertar, digo, y le aseguro que todos son una mierda. De
la derecha o de la izquierda” (Mota, 2017: 54-55).
Si se retoma el tema de la nostalgia para un futuro que nunca fue, y de
un presente insatisfactorio, se observa que las distopías otorgan paliativos a una
realidad condenada a la explotación, y por contrario, los mundos alternativos
utópicos colman el vacío de la utopía social prometida por la revolución; por eso
las realidades generadas por el dodecaedro son hogares de una satisfacción
melancólica. Se puede interpretar el impulso a la deserción en cuanto
consecuencia de la insatisfacción y la ansiedad provocadas por la falta de
renovación en el discurso ideológico, pero, debido a que los desertores no actúan
en los mundos alternativos en un eje de renacimiento humanista y se fosilizan en
un inmovilismo individualista, se puede afirmar que la función del motor
cuántico es la de demonstrar las disfunciones no solo de posturas absolutistas
sino de conceptos extremos y excluyentes como el de utopía.
Con esa interpretación, la novela nos conduce a la idea de que la línea de
colapso, que condena la Habana en todas sus versiones, se halla precisamente en
el carácter absolutista del concepto de Utopía en sentido de satisfacción
ideológica o narcisista. Sin embargo, el carácter de proyectividad intrínseco en
ese concepto imaginativo hace posible abarcar una imagen irreal pero posible
como banco de análisis de los errores pasados, en tanto otorga a quien observa la
posibilidad de influir (positivamente) sobre el presente y consiguientemente
sobre el futuro.
Con Ruth Levitas, socióloga de la Universidad de Bristol que ha llevado
a cabo diferentes profundizaciones del concepto de utopía en el marco de las
evoluciones sociopolíticas, vemos que:
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El colapso de las Habanas Infinitas de Erick J. Mota
There is a sense, then, in which all utopian speculation is about the present
rather than the future. It addresses those issues that are of concern in the
present, by projecting a different future in which they are resolved.
Nevertheless, the degree of distance offered by Utopia is important. It
enables a kind of double vision in which we can look not only from present
to future, but from (potential) future to the present. (Levitas, 2017: 7)
La estación espacial en que se halla el motor cuántico que genera mundos utópicos
parece representar concretamente un punto mediano desde donde observar el
presente insatisfactorio y sus versiones utópicas (entonces compensativas). Estas
realidades no son simples alternativas a nuestra dimensión, se trata de proyecciones
de deseos e idealizaciones teórico-políticas formuladas por cubanos insatisfechos de
la realidad en que viven. Los mundos generados no son todos utópicos, muchos son
posibles (en sentido ucrónico), y por eso perfectibles: muy a menudo reflejan el
resultado de las peores disfunciones/errores histórico-políticos; la mayoría de los
mundos alternativos propuestos por la novela representan versiones colapsadas de La
Habana, cada una ha sufrido un fin catastrófico derivado de causas plausibles y
estrictamente conectadas con problemáticas actuales, reales:
Era asombroso como Manuel hablaba sin temores acerca de los militares.
No parecía temer ninguna represalia. […]
—Claro, Daniel Echeverría era un comunista convencido. […] El
generador cuántico generó entonces un universo utópico donde Cuba aún
pertenece al CAME y a la Unión Soviética continúa ayudándonos. Es fácil
desertar así.
—Sigue siendo deserción —dijo Bacallao— Los protocolos de misión son
claros. […] Eso fue negligencia.
—Pensaban que servían a su País. Para eso se le entrenó.
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Maria Cristina Caruso
—Aquel no era su País. Nuestra patria está del otro lado del túnel que se
genera en aquella habitación.
—Bacallao, no quiero ser petulante, pero nuestra patria ha hecho muchos
esfuerzos porque cierta generación tenga sus lealtades con el Marxismo
Leninismo. En ese universo, el Marxismo es real y no un recuerdo vago
como en el nuestro.
—¡El Marxismo es real ahora, Zamora!
—El Marxismo es un recuerdo. Mira las noticias, Bacallao, no seas bruto.
[…] Míranos a nosotros […]. (Mota, 2017: 39-60)
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El colapso de las Habanas Infinitas de Erick J. Mota
Con la empatía demostrada por Manuel, Mota quiere subrayar que la deserción
no representa únicamente un repliegue narcisista, sino que remite también a la
necesidad de un utopismo democrático que no quiere fracasar por completo y
que asume los rasgos de una huida desesperada hacia mundos en que la
realización de una democracia utópica se realice.
Sin embargo, la recurrencia y repetitividad con que a los deseos de los
desertores corresponden utopías extremistas subraya el fallecimiento de ese
positivismo utopista: la historia cubana ha demostrado que los absolutismos
nunca llevan a la realización de verdaderas democracias utópicas, y que solo al
retomar la historia de los fracasos se puede aprender que:
Si se acepta esa postura como una clave de interpretación válida para esa novela,
vemos que la función de la estación espacial y del dodecaedro es la de demostrar
que la abstracción ideológica no lleva a la realización de la utopía en la tierra,
sino a un desalojamiento y una alienación que condenan la realidad al abandono
y al fracaso. Ese abandono se hace posible sobre todo por la tendencia a buscar
la satisfacción ideológica en mundos ideales e idealizados, fuera de nuestra
realidad, concretamente en otros universos. Los seres que construyeron el motor
cuántico son llamados “los Soñadores”: soñaron con otras realidades y las crearon,
pero provocaron efectos colaterales como las huidas a otros mundos y las versiones
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Maria Cristina Caruso
BIBLIOGRAFÍA
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MÁS ALLÁ DEL AGUA Y DEL FUEGO.
DISTOPÍAS Y REFERENCIAS
INTERTEXTUALES EN JUAN BUSCAMARES DE FÉLIX VEGA
DAVID GARCÍA-REYES
UNIVERSIDAD DE CONCEPCIÓN (Chile)
mangarcia@udec.cl
Abstract: This research addresses the genesis of Felix Vega’s graphic novel
Juan Buscamares (1996-2003) and keeps track of some of his creative
features. The work, originally published in four volumes, offers a
dystopian story with intertertextualities and elements of the Inca culture,
as well as high doses of referentiality characterized by preceding
manifestations of popular culture and science fiction. The edition that
gathers the four volumes (2017) allows us to investigate how comics
present, under Latin American lenses, issues that are linked to the
confrontation between authoritarian and hegemonic discourses. A gender-
wise review of the graphic novel can lead to a reflection on the
representation of gender roles and the female body.
Keywords: Postapocalyptic Dystopia, Chilean Comic, Gender Roles,
Cultural Syncretism, Félix Vega
ISSN: 2014-1130
Recibido: 30/09/2020
vol. 22 | diciembre 2020 | 29-46
Aprobado: 03/11/2020
DOI: https://doi.org/10.5565/rev/mitologias.744
David García-Reyes, Marta Fernández Ruiz
El futuro es espacio,
espacio color de tierra,
color de nube,
color de agua, de aire,
espacio negro para muchos sueños,
espacio blanco para toda la nieve,
para toda la música
Introducción
Editada originalmente a finales de los años noventa del siglo pasado, Juan
Buscamares1 es obra del historietista chileno Félix Vega Encina (1971). La novela
gráfica2 apareció primero en cuatro álbumes que se publicaron entre 1996 y
2003, primero en blanco y negro por medio de la revista de cómic chilena
Bandido, y a partir del tercer volumen de la saga entintado en color y publicado
por Norma Editorial en Barcelona. El periplo de la obra es un reflejo del propio
tránsito profesional de Vega desde Santiago de Chile a Europa, concretamente a
la ciudad condal en la que se establece profesionalmente a finales de los años
noventa. Parte del valor del color en la obra tiene mucho que deberle a Óscar
Vega Etcheverry (1945-2007), brillante acuarelista y uno de los creadores de la
historieta chilena Mampato (1968) junto a Eduardo Armstrong y Themo Lobos.
Conocido artísticamente como Oskar, es el padre de Félix y responsable junto a
su hijo del color de Buscamares. Por esta razón no resulta rara la predisposición
de Félix Vega por el medio secuencial desarrollado desde su infancia, ambiente
propicio al que hay que sumar que su madre Ana María Encina Lemarchand
también fue artista plástica. Un recorrido lógico para estudiar Artes en la
Universidad Católica a finales de los años ochenta e inicios de los noventa del
siglo pasado. No obstante, la educación reglada no colmó sus expectativas y a
pesar de su juventud, Vega fue prosperando profesionalmente en el mundo de la
ilustración y el cómic.
A finales de los noventa, ya instalado en Barcelona junto al proyecto de
Buscamares, consolida los primeros progresos de su carrera profesional, donde se
destaca su labor como ilustrador para publicaciones como Playboy, gracias a la
cual entabla una productiva colaboración con el guionista Enrique Sánchez
Abulí. Con este connotado creador publica los álbumes Asesinos Anónimos
(2005), María Dólare$ (2006) y Las dos sonrisas (2012), volumen que recopila
las narraciones eróticas de Sánchez Abulí dibujadas por Vega. De forma
individual sobresale la por ahora inconclusa, inclasificable e irreverente serie de
ciencia ficción Face (2005) junto con los dos volúmenes de Duam, publicados
entre 2009-2010 en Francia, narración figurativa protagonizada por una singular
machi,3 en la que Vega reescribe tradiciones de la cosmogonía mapuche en clave
pop junto a otros notables trabajos que publica en Chile y Europa con gran
aceptación y reconocimiento, al aunar grandes cualidades estéticas e interesantes
aproximaciones insertas con frecuencia en la “fantaciencia”.4
Buscamares se plantea como un relato secuencial distópico en el que el
planeta Tierra se encuentra al borde del colapso. Oposición negativa de lo
utópico, la distopía expuesta en la novela gráfica surge a partir de una crisis
ambientada en un lugar de creciente hostilidad (Alonso et al., 2005: 30). En esta
división entre lo utópico y lo distópico, esta última se caracteriza en el hecho de
que “una vez franqueada la distancia que separa la representación ideal de la real,
los opuestos se identifican. Utopía y distopía son, en el fondo, una misma cosa”
(Núñez Ladevéze, 1985: 51), lo que evidentemente son las tenues líneas de
separación que también se manifiestan en la obra de Vega. Sin definir
cronológicamente este tiempo futuro, la situación global que describe proyecta
la devastación de toda forma de vida. En este contexto postapocalíptico, deudor
de clásicos de la ciencia ficción como la saga Mad Max (1979-2015) de George
Miller o la novela A Boy and his Dog (1969) de Harlan Ellison y el film
homónimo (1975) de L.Q. Jones, Juan Buscamares aparece como un misterioso
personaje que va a adquirir trazas mesiánicas. El mensaje crítico de la novela
gráfica señala las agresiones humanas al medio natural y ahonda en esa voluntad
de afirmarse dentro de las corrientes políticas de la ciencia ficción, lo cual
confirma la capacidad anticipatoria del género, que “se divide a su vez en varios
tipos: anticipaciones tecnológicas, científicas, sociales y un largo etcétera, del que
destacamos hoy las anticipaciones políticas con vertiente tecnológica (Mora,
2008: 344).
Además, en el desarrollo de la narración se suceden múltiples referencias
a la cosmovisión y a los rituales incaicos. Un viaje por el tiempo y el espacio que
nos llevará a la extensa región andina en los tiempos de la conquista, a la lucha
entre los conquistadores españoles y el imperio inca y, posteriormente, a este
desolado futuro en el que parece que se ha convertido esta región del mundo. La
representación de roles de género se va desplegando a lo largo de todo el relato y
permite analizar cómo la obra configura un sesgo determinado en torno a la
caracterización de los personajes dentro de la narración. Vega asume muchos riesgos
y se reafirma en lo que Ana Merino define como la posición del creador de cómics,
en este caso ocupando la totalidad creativa del proyecto y erigiéndose en:
3
Persona que ejerce la medicina tradicional mapuche y que puede ser mujer o hombre, quien
desarrolla también un rol espiritual dentro de las comunidades mapuches, una posición de poder y
respeto.
4
Acepción surgida en Italia para referirse a la ficción científica, ofrece matices más propicios en
obras como Juan Buscamares, pues además del colapso civilizatorio, la obra de Vega también
expone tramas y circunstancias que se pueden inscribir dentro del género fantástico.
En torno a esta idea y a los atributos mutantes del cómic como manifestación
cultural, se puede encontrar una reflexión anterior, ya apuntada por Néstor
García Canclini (1990), en la que la historieta converge entre manifestaciones
visuales y escritas, entre lo que se considera alta cultura y cultura popular, acto
de creación artesano de producción seriada y distribución masiva. Por eso, resulta
interesante ver las diferentes lecturas que se pueden hacer de la novela gráfica de
Vega, las mismas se encuentran muy influidas por su naturaleza híbrida, jalonada
por corrientes y cultos sincréticos, muy vinculados a creencias insertas en
corrientes New Age junto con una adaptación libre de la cosmovisión incaica que
subraya la importancia del personaje femenino de la niña capac cocha,5 una
especie de hechicera/o con cualidades chamánicas, que en el relato son enviados
al futuro con una misión: restituir y sanar a un mundo desértico y estéril, junto
con encontrar a su compañero, elegido para salvar los desolados paisajes en los
que se ha convertido la geografía de los antiguos incas.
En un primer momento Félix Vega comienza el Buscamares en Chile. Al
margen de consideraciones sobre el relato, hay que subrayar que este cómic es un
trabajo técnico y estéticamente excepcional, en tanto evidencia el enorme
virtuosismo como dibujante del creador chileno y una potencia visual de gran
plasticidad pictórica que presenta algunas de las mejores imágenes facturadas por
el noveno arte en América Latina. Se puede afirmar que la obra es el trabajo más
complejo de Vega hasta la fecha, alumbrado en lo que es su consolidación
profesional como joven historietista sudamericano, proceso del cual sale
convertido en un reputado artista gráfico, afincado ya en Europa. En Buscamares
transita por variados espacios en un ejercicio de enorme proyección en la que se
va decantando un proceso creación, una inducción al trance y a la génesis de su
narración figurativa. Por todo ello, Buscamares conforma sin duda una de las
novelas gráficas de ciencia ficción de mayor singularidad en el contexto
latinoamericano, impregnada de características que definen su hibridez cultural
en una narración trascendental para entender el género y la producción reciente
del mismo. Lo anterior realza la importancia de la obra de Vega, puesto que no
es frecuente encontrar en la producción coetánea de historietas de esta época en
Sudamérica una propuesta de esta índole. De esta manera, lo que sí se produce es
una conexión con una producción abundante dentro de la ciencia ficción de la
Región en la colosal producción del guionista argentino Hugo Germán Oesterheld
con artistas como Francisco Solano López o Alberto Breccia, e incluso entronca
extensivamente con una tradición retomada en la producción secuencial de las obras
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Los “capac cocha” eran niños elegidos que eran sepultados en las cumbres de los Andes como
ofrendas humanas al dios Viracocha (Huiracocha), divinidad de la creación de los incas.
Este texto anuncia y prefigura el origen de Juan y su sentido último (Vega, 2017:
187-188). Ya aparecía originalmente en el volumen de “El fuego” y el historietista
chileno introduce en el libro integral este párrafo para favorecer el dinamismo del
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Killa o Quilla es la luna en quechua, asociación femenina con el satélite terrestre y con la noche.
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Ese primer final se abría a la esperanza, encarnada por la vida de una niña, engendrada por Juan
y Aleluya, quien era una mujer estéril, en lo que se puede apreciar como una reescritura
neotestamentaria de Santa Isabel, la madre de San Juan Bautista, personaje bíblico a la vez muy
recurrente en la trama de la novela gráfica.
Félix Vega integra de forma poliédrica una enorme batería icónica, su personal
imaginario se nutre de una intertextualidad tan abundante como sugerente,
puesto que el análisis y el rastreo de dichos intertextos permite abordar algunos
caminos muy fértiles para el estudio de su labor creativa y para entender la
importancia de la novela gráfica y de su significación casi enciclopédica del
género e incluso como se puede verificar, va más allá.
Aludiendo al mosaico de citas de Julia Kristeva desarrollado por parte de
Gerard Genette (1982), vale la pena detenerse en la ingente cantidad de referencias
que Vega va destilando e integrando en un lúcido y provechoso juego narrativo y
metatextual en el que las implicaciones de esa referencialidad se integran de forma
efectiva y funcional a la hora de enriquecer la trama y establecer vínculos con los
lectores, recursos que se han popularizado en clave posmoderna y de los que
Buscamares está profundamente contaminado. Algo que no resulta extraño si
pensamos en el cómic como una manifestación artística mutante. En esa condición
“bastarda” e híbrida si pensamos que, tradicionalmente
En esa línea, Vega también tiene muy presente la literatura. Moby Dick (1853)
de Herman Melville, la novela fundacional estadounidense, le sirve de
inspiración y es una pulsión que se manifiesta gráficamente a lo largo de multitud
de páginas, sobre todo en algunas de las visiones y los sueños de Juan Buscamares.
La ballena funciona como un recuerdo del paraíso perdido, animal de tamaño
descomunal en armonía con el medio, algo que se encuentra en Mocha Dick
(2015), novela gráfica chilena de Francisco Ortega y Gonzalo Martínez, en la
Félix Vega ha manifestado en diferentes ocasiones que se siente muy influido por
la prosa de Jorge Luis Borges o Julio Cortázar y es algo que se puede percibir a
partir de una lectura de lo distópico en la prosa de ambos escritores. Pese a lo
anterior, la obra literaria citada y clave en la novela gráfica es Le Petit Prince
(1943) de Saint-Exupéry, dado que el ente que parasita a Juan tiene la inequívoca
iconografía del Principito.8 La obra del escritor francés describe las alucinaciones
del desierto y lo desértico se imbrica en el mundo de Buscamares. Además, el
anhelo del agua puede trasladar al lector a Dune, la saga de seis novelas de Frank
Herbert publicadas entre 1966 y 1985, un mundo feudal en un contexto
intergaláctico que tiene como protagonista a Paul Atreides y ambientada
principalmente en el desértico planeta Arrakis. Atreides como Juan Buscamares
presenta trazas mesiánicas.
Max Rockatansky, el personaje más célebre de la ciencia ficción
australiana, no es mesiánico, ni mucho menos, en un principio. Al leer
Buscamares se identifica la carestía de recursos materiales, multitudes apiñadas en
busca de un oasis que mejore su aciaga existencia, hordas de criminales armados
y motorizados. Todo eso nos lleva a la saga de Mad Max (1979-2015) de George
Miller, quien ha sabido conjugar en la por ahora tetralogía un gusto por un cine
espectacular con acción trepidante y mensajes que abordan desde la crítica a los
abusos medioambientales de los seres humanos junto con lecturas de género en
las que la mujer representa fortalezas y capacidades en la ficción que igualan e
incluso superan, como en Mad Max: Fury Road (2015), muchas de las destrezas
de Max. Ese discurso, de una u otra manera, ya estaba presente en Mad Max
Beyond Thunderdome (1985), la tercera entrega de la saga. En esta película destaca
el personaje de Aunty Entity (Tina Turner), una aguerrida mujer, que dirige con
mano de hierro Negociudad (Bartertown), y supone una clara referencia a la Mara
del Buscamares, algo que anuncia en lo que viene después y es que, en el cuarto
título de la saga cinematográfica de Miller, el carácter de Mara deviene en el
personaje de Imperiator Furiosa (Charlize Theron), coprotagonista de Mad Max:
8
Vega, sin duda, tiene muy presente el film musical The Little Prince (Stanley Donen, 1974),
que adapta libremente la novela.
Fury Road. Si se atiene al carácter mesiánico que creen encontrar en Max el grupo
de los niños perdidos, el renegado y descreído protagonista solo aspira a
sobrevivir y les conmina a dejar de creer en la tierra del Mañana-Mañana
(Tomorrow-morrow land), el espacio de promisión y esperanza que también
encarna Juan en la novela gráfica. Además, se puede apreciar, como se ha
comentado con anterioridad, la presencia de la novela A Boy and his Dog (1969)
de Harlan Ellison y su respectiva adaptación cinematográfica (1975) de L.Q.
Jones, en tanto ofrece una distopía postapocalíptica como Mad Max, que
introduce una lectura más política y una representación de las relaciones sexuales
que comparte con el cómic chileno, aunque en la trama de Ellison y en su
traslado fílmico encontramos una suerte de estructura u orden social sedentario
opuesto al caos nómada de los grupos humanos descritos por Vega.
El planteamiento clásico del western emparenta aún más la obra de Vega
con el mundo concebido por George Miller o Ellison. La fórmula en la que un
forastero resuelve una tensión o suprime un nudo gordiano también aparece, a
su manera, en Buscamares. Desde una lectura metatextual que remite al
Eurowestern o específicamente al Spaghetti western en su raíz más desencantada y
ácrata, Buscamares está emparentada con las mejores producciones de los
directores italianos Sergio Leone y Sergio Corbucci. En esa faceta de western
crepuscular se puede apreciar en la narración figurativa de Jean Giraud como
creador del Teniente Blueberry, personaje que como el Corto Maltés de Hugo
Pratt puede inspirar parte de la caracterización del solitario y escéptico antihéroe
que es Juan Buscamares. Aunque si Giraud destaca dentro de esta referencialidad,
es por su producción como Moebius y en su brillante aportación al cómic en el
contexto de la fantaciencia e inspiración para Vega. En este proceso de decantación
metatextual y si se recurre al propio ámbito del cómic, se hace notoria la referencia
de obras como Le Garage hermétique (1979) y también la saga de historietas de El
Incal (L´Incal, 1981-1989) con guión de Alejandro Jodorowsky.
La presencia de otros grandes autores del cómic podría rastrearse, pero
conviene apuntar como el realismo pictórico de algunos de los lienzos del pintor
norteamericano Edward Hopper se cuelan en la estética de los sueños de Juan,
esos paisajes o interiores desnudos, casi metafísicos, pero sin las arquitecturas de
Giorgio de Chirico, sobrevuelan en algunas de las mejores viñetas de la novela
gráfica. Una abrumadora estética de enorme potencia visual, llena de detalles
enciclopédicos que está muy vinculada también al onirismo de algunas de las
mejores creaciones de Luis Buñuel o de David Lynch, lo cual confirma la
predilección de Félix Vega por la creación automática a partir del sueño en los
períodos de vigilia, algo que no es un mero recurso en la trama de Buscamares,
sino una práctica frecuente en el proceso de creación del autor chileno.
Conclusiones
De acuerdo con los objetivos de analizar las principales matrices creativas de Juan
Buscamares (1996-2003) desde el estudio de la práctica intertextual, la
verificación de los rasgos distópicos y el análisis de la representación de género y
del cuerpo de la mujer, se desprende que el volumen ofrece una versátil galería
para poder verificar el valor de la obra dentro de su contexto cultural, puesto que
al estar una obra inserta dentro de la ciencia ficción o la fantaciencia proporciona
perspectivas de enorme trascendencia dentro del contexto social y cultural
latinoamericano y sus reflexiones trascienden el género y permiten adentrarse en
las representaciones de tipologías y roles, junto a poder rastrear cuestiones
vinculadas a lo identitario dentro de los procesos culturales de América Latina y
su multiplicidad étnica.
En relación al desarrollo profesional de Félix Vega en Chile, la situación
a la que se veía abocado el historietista era a verse constreñido por una industria
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ISSN: 2014-1130
Recibido: 01/08/2020
vol. 22 | diciembre 2020 | 47-63
Aprobado: 10/09/2020
DOI: https://doi.org/10.5565/rev/mitologias.709
Olga Ostria Reinoso
La “ciudad ciberpunk”
3
Este análisis se orienta por la noción de espacio en cuanto construcción social que trasciende el
puro entorno físico para constituirse en “una idea-figura-imagen que se va formando y
transformando de manera permanente”. De ahí que “la concepción del espacio en un periodo
determinado es siempre cultural, imaginaria, producida” (Areco, 2017: 43). Para profundizar
sobre el llamado “giro espacial” en las humanidades y las ciencias sociales, véase: Soja, Edward
(1997), “El tercer espacio. Ampliando el horizonte de la imaginación geográfica”, en
Geographikós n.°8, Sexto Encuentro de Geógrafos de América Latina, Barsky, Andrés (ed.), pp. 71-
76. Disponible en: https://dokumen.tips/documents/el-tercer-espacio-soja-edwardpdf.html
(Consultado el 23 octubre 2020).
Los recuerdos desolados son, otra vez, nada más que señales electrónicas,
ilusiones ópticas, apariencias transitorias. Mientras, fuera del computador, la
La “ciudad ciborg”
Cuentos como “El sur es un androide, 1963”, de Mike Wilson (2010), y “El
cerro San Cristóbal, 1946”, de Jorge Baradit (2010)4 —a los que, por espacio,
solo puedo mencionar ahora—, dan forma a una experiencia de ciudad diferente
en la que a esta se la concibe como especie de entidad ciborg, es decir, como un
ser viviente, biológico, que posee partes maquínicas, sistemas informáticos y
otros desarrollos científicos y tecnológicos, que le permiten funcionar de maneras
sobrenaturales. Así, se ven acá ensambladas las concepciones modernas de la
ciudad como organismo vivo (que nace, crece, se reproduce y puede morir) y las
de ciudad-máquina, basadas estas en la estética y los avances industriales y
expresadas en arquitecturas como las futuristas y la menos sombría de Le
Corbusier, quien vislumbró las que llamó “máquinas de habitar” en alusión a
nuevos tipos de vivienda.
Aunque no parece alejado de la cotidianidad actual, se trata, en estos
casos, de una hiperbolización de las denominadas “ciudades inteligentes” que
existen en los países desarrollados. En esa clave, pero ambientado en Chile (de
ahí buena parte de su ficción), “Anticuerpos”, de Sergio Amira (2007) encarna
una experiencia urbana bastante escabrosa. La ciudad es presentada como un
cerebro y el personaje principal como uno de sus anticuerpos, destinado a hacerle
frente al virus alienígena que, según la trama, amenaza al planeta, y que se halla
materializado en “nefastos héroes patógenos” —entre los que se insinúa se
encuentra el ultrapopular Superman: el chico de Kansas alérgico a “cierto
mineral”. Después de una serie de misteriosas, pero sobre todo perversas
operaciones situadas en un contexto histórico reconocible (la década de los
cuarenta, durante el gobierno del presidente Ríos), el antihéroe, un leal soldado
chileno con inclinaciones sádicas y de nombre Céfiro,5 es modificado física y
neuronalmente para ser “uno con la ciudad”. Según él mismo rememora, “sus
4
Compilados en Baradit, Jorge; Bisama, Álvaro; Ortega, Francisco; y Wilson, Mike (comps.)
(2010), Chile. Relación del Reyno. 1495-2210. Santiago de Chile, Ediciones B.
5
En la mitología griega, Céfiro era el viento del oeste que con su suavidad y gentileza
contrarrestaba al venenoso viento del norte, anunciando la primavera. Se lo retrataba como un
dios alado, con delicadas alas de mariposa. El personaje del cuento aquí examinado —como se
notará— no solo se distancia, sino que se contrapone ostensiblemente al perfil mítico: un guiño
paródico que refuerza el carácter monstruoso del Céfiro urbano.
6
Véase, por ejemplo, a Beltrán, Francisco. La ciudad es como el cerebro. Sinapsis y redes urbanas en la ciudad
compacta, compleja e inteligente.
Recuperado de: http://www.conama.org/conama/download/files/conamalocal2017/CT%202017/80.pdf
7
Efectivamente, el zombi conforma uno de los mayores símbolos de la explotación colonial en tierras
americanas. Pero también lo es en términos de alienación, pérdida de la voluntad y la capacidad crítica,
y de descomposición tanto física como moral, en el contexto del imperialismo moderno. Véase:
Moraña, Mabel (2017), El monstruo como máquina de guerra. Madrid, Iberoamericana- Vervuert.
Véase también nuestra interpretación en Ostria, Olga, "Contra la muerte: Cyborgs, zombies y otros
monstruos criollos en tres relatos de ciencia ficción chilena del siglo XXI" (aceptado en Revista Atenea).
8
O, como sostiene, Gubern: “La expresión realidad virtual constituye un oxímoron” (1996:
155), pues se compone de dos conceptos contradictorios y autoexcluyentes.
9
Véase Ascott, Roy (1995), “La Arquitectura de la Cyberception”. En Arquitectura, Serie Fichajes,
n° 4. Arroyo, Julio (trad). Publicación de la Cátedra Arquitectura IV. FADU / UNL. Disponible
en: https://drive.google.com/open?id=1PqFy5SliiyasgsnAmgrAdkukyF1roBoP. (Consultado el
23 octubre 2020).
10
Se asume como referente teórico la comprensión de la ciudad como texto, como “inscripción
humana en el espacio” (Gelpí, 1997: 1) o, al decir de Barthes, de la ciudad como discurso (véase:
Barthes, Roland (1990), La aventura semiológica. Barcelona, Paidós Comunicación).
11
Podemos entender ampliamente el término “hipertexto” como “un sistema de organización y
presentación de datos que se fundamenta en la vinculación de fragmentos textuales o gráficos
con otros fragmentos” (https://www.lexico.com/es/definicion/hipertexto); una estructura no
secuencial que permite acceder, crear, añadir, enlazar y compartir información de diversas
naturalezas y fuentes. El término fue acuñado por Ted Nelson alrededor de 1965. Véase, además:
Clément, Jean. Del texto al hipertexto: hacia una epistemología del discurso hipertextual. Disponible
en http://webs.ucm.es/info/especulo/hipertul/clement.htm
12
Específicamente, se hace alusión al neoconfucionismo, del cual Chan Tsai (1020-1077) fue
uno de los fundadores.
en cosas concretas a las que gobierna. Este particular antecedente alerta sobre la
significación que reviste el mundo espiritual en el universo diegético.
Al Sayyab se enfrenta, entonces, a una nueva asignación, a una nueva
carrera. Finalizado este encargo, supone, “confía”, lo subirían a la superficie, lo
desconectarían de las “jaulas de acero de la bóveda” (Gómez, 2007: 74), lo
volverían a despertar en la clínica tsi. Temía, entretanto, transformarse en un
“yonkie de la bóveda”, quienes terminaban permaneciendo indefinidamente en
este lugar y representaban la vida irresponsable, “escondidos para siempre”
(Gómez, 2007: 74), vagando a la deriva, sin un propósito elevado. Si se
considera, en añadidura, que el ciclista solo recibe instrucciones desde un arriba
indeterminado, órdenes sin explicaciones mediante, ni información alguna sobre
su propia condición vital, se ve establecido un sistema de control anónimo que
engendra una sensación de reclusión y de espera, de incertidumbre,
interminables. La percepción de un tiempo suspendido engarza con una nueva y
estricta religiosidad que parece aquí instalada, aquella que es comandada por los
diseñadores informáticos en los cuales descansa el poder y el destino, y que son
tratados como seres divinos: “Al Sayyab creía en Lucero, su Dios Programador”
(Gómez, 2007: 68), en quien se encomienda en sus oraciones. Se dibuja, pues,
un “mundo recargado y poblado por fantasmas virtuales” (Gómez, 2007: 70),
definido por la supremacía de la mente sobre lo material y por la inminente
pérdida de la relación con el cuerpo físico. En tal figuración resuena la sentencia
de Virilio: vivimos “el ocaso de la presencia física en beneficio de una presencia
inmaterial y fantasmagórica” (1999: 47). La ausencia de la corporalidad, en gran
medida impuesta, como también de la comunicación cara a cara, dará origen, no
obstante, a una comunicación otra.
El hombre de la bicicleta será capaz en este punto de ingresar en la mente
del paciente (o la mente del paciente impregnar la del ciclista) y evocar parte de
su vida: escenas, sueños. Se ve colmado así de recuerdos ajenos, de la sufrida
infancia de aquel extraño que agoniza al otro lado de la realidad virtual. Lo ve y
lo siente separándose de sus padres y entrando a un campo de concentración: “la
nieve, las alambradas, los perros, la madre” (Gómez, 2007: 73). Desde esta
óptica, el ciberespacio se ve concretado como una dimensión dominada por la
simultaneidad y la conexión, en la cual los tiempos pueden coexistir, deviniendo
una interfaz, un lugar entre, donde además las conciencias logran un nexo tan
íntimo y cómplice como es imaginable, uno que tiende puentes entre las
memorias, y hasta las almas, más allá de los organismos biológicos puestos en
coma, adquiriendo, así, un carácter verdaderamente místico. La irrupción de lo
virtual entraña, por consiguiente, un escenario donde confluyen y se configuran
unas dinámicas desespacializadas de relacionamiento y de producción de nuevos
discursos (Herrera, 2014), en los que no solo resulta “aumentada” la realidad
sino expandidas las conciencias y las interconexiones, cual prolongación
tecnológica natural de experiencias alucinógenas (Gubern, 1996: 176).
Cuando “abrió la ventana, [de pronto] el horizonte le pareció bello,
colorido, aromatizado y real” (Gómez, 2007: 69). Inesperadamente, el enfermo
a quien debe salvar (llamado Daniel Lipinski) se hace presente ahora en imagen
virtual y le pide que deje de pedalear para estabilizarlo, es decir, que cese de
revivirlo. “Es hora de acabar” (Gómez, 2007: 77), le confiesa. Pese a una inicial
negativa, el ciclista paralógico, cuyo nivel de empatía también parece haber
transitado más allá de la lógica, llevará a cabo la eutanasia invocada. El acto, de
franca subversión deviene, en este contexto, gesto libertario y, al mismo tiempo,
constatación de que la mente gobierna al cuerpo, como lo querría la antigua
filosofía oriental y los más novedosos pensamientos transhumanistas.
Para ir cerrando esta lectura, es interesante detenerse un momento en el
medio de movilización puesto en escena en el relato: la bicicleta. Como se sabe
popularmente, el ciclismo ayuda a que el ritmo cardiaco mejore, aumente la
capacidad pulmonar y se optimice nuestra resistencia. Las personas que lo
practican parecen tener más energía y se trata de una actividad que, en esa
dirección, y curiosamente para los efectos de nuestra interpretación, “alarga la
vida”. Asimismo, este vehículo que forma parte del entramado de nuestras ciudades
actuales evoca la idea de ecología urbana, puesto que va unido a la concientización
sobre el medioambiente, al promover un estilo de vida anticapitalista, en la medida
en que —entre otras cosas— no genera consumo ni desechos industriales, y propone
un vínculo más directo con la naturaleza. La bicicleta simboliza, en términos
generales, un cambio positivo en los sistemas viales de las metrópolis y un despertar
reflexivo sobre la vida propia y la ajena; todo lo que refuerza el tema del encuentro
de conciencias en este cuento configurado.
El velocípedo, por supuesto, acentúa las nociones de tránsito, de
circulación, de recorrido que en “El ciclista paralógico” son cardinales y que nos
traen de vuelta al proceso de lectura del propio cuento, cuyas líneas finales rezan:
“Qasim Al Sayaab lo aceptó, dejó de pedalear y las imágenes se borraron como un
atardecer bricolor” (Gómez, 2007: 78; las cursivas son mías). El término del
recorrido ciclístico da fin no solo a la vida de Lipinski —y tal vez a la del mismo
Al Sayaab,13 cuyo destino es incierto—, sino además a la lectura práctica del
texto. Consecuentemente, tanto las exploraciones del hipertexto urbano, como
las del relato literario generan un trayecto que precipita el encuentro con el otro,
encarnado, para el caso de este último, en el lector. Ambas navegaciones, la
literaria y la ciberespacial constituirían prácticas que permiten cruces
determinantes, capaces de provocar cambios mayúsculos, efectos incluso vitales:
estos mundos conforman, en verdad, dos planos de realidad permeables, porosos.
Suscitan, como colofón, el cuestionamiento del status quo y el ejercicio de la
libertad; son potenciales herramientas para la resistencia a lo predeterminado.
Con todo, no es sino en “Exerion”, de Pablo Castro (2000), que el
ciberespacio y la consecutiva disolución del cuerpo que este conlleva, especie de
estética de la desaparición14 —que he planteado se expresa en las ficciones
correspondientes a este apartado—, cobra ostensibles sentidos históricos.
13
Nótese que, en definitiva, se pone en escena la comunión entre un personaje judío y otro árabe, lo
cual realza, claramente, el tópico de la conexión expuesto.
14
Véase: Virilio, Paul (1988). Estética de la desaparición. Madrid, Anagrama.
las luces estimulantes se entremezclaban con la negrura del visor que cubría
sus ojos […y] rápidamente se perdieron a medida que su vista se
concentraba en los gráficos destellantes y en la pequeña nave que disparaba.
[…] El disparo es opcional. (Castro, 2000: 1)
15
El nombre del personaje principal y la amputación de una de sus manos se asocia forzosamente
al de Víctor Jara, el versátil artista chileno que se ha convertido, en este contexto, en símbolo de
la tortura a los presos políticos en Chile, del dolor de sus deudos y del intento de aniquilación de
la cultura y las artes como mecanismo de represión y control.
16
Por videojuego entendemos “cualquier forma de software de entretenimiento, ya sea textual o
gráfica, que use una plataforma electrónica como los ordenadores o las consolas de juego y que
implique a uno o múltiples jugadores de manera física, o conectados vía internet” (Bermejo,
2012: 35-36). “Se lo considera [, además,] narración, simulación, performance, re-mediación
(paso de un medio a otro) y arte; una herramienta potencial para la educación o un objeto de
estudio para la psicología del comportamiento; un medio para la interacción social, y —no hace
falta decirlo— un juguete” (Mark y Bernard, 2005).
17
Un cibertexto “es una máquina para la producción de variedades de expresión” (Aarseth, 2004:
119).
18
Véase: Eco, Umberto (1979), Lector in fábula. La cooperación interpretativa en el texto narrativo.
Barcelona, Lumen.
19
Véase: Jauss, Hans Robert (1987), “La historia de la literatura como una provocación a la
ciencia literaria”, en Rall, Dietrich (comp.), En busca del texto. Teoría de la recepción literaria.
México, UNAM.
su padre se volvía una figura borrosa o extraña […] ¿Había sido así? ¿Lo
había abrazado de verdad…? ¿Era la madre la que lo acariciaba una noche
en que ambos descubrieron que no podía dormir? ¿Había jugado
realmente al Exerion ese día? (Castro, 2000: 3)
20
Véase, por ejemplo: Cortázar, Julio (1963), Rayuela. Buenos Aires, Sudamericana.
Conclusión
Los textos revisados dan cuenta, después de todo, de lo que Dery señala como
“la oposición entre la carne mortal y pesada, por una parte, y el cuerpo etéreo de
la información —el yo “descarnado”—, por otra” (1998: 272; las cursivas son
mías). Este constituiría uno de los dualismos fundamentales de la cibercultura,
el cual, por cierto, está lejos de la aspiración de Anne Haraway, asociada a la
desestabilización de las parejas binarias, entre ellas, la de mente-cuerpo (Aguilar,
2008: 124). Desde ese enfoque, todos los espacios/experiencias urbanos
analizados en las páginas precedentes diseñan “ciudades descarnadas”: unos, más
ligados a la connotación que señala la “crueldad” y “crudeza” de la expresión, y
otros, a la que designa “ausencia de carne, de materialidad”. Sobre todo en las
primeras categorías postuladas (la “ciudad ciberpunk” y la “ciudad ciborg”), la
acepción se encuentra delineada por la profunda violencia que configura los
escenarios respectivos, donde las interacciones sociales son mínimas y son
caracterizadas a partir de la desolación, el espanto de prácticas sangrientas, la
alienación.
En esta visión tecnológica antiutópica de la ciudad, se distinguen ciertos
elementos del splatterpunk, estilo cercano al mencionado ciberpunk, que pone en
escena altas dosis de brutalidad, parafilias que rayan en lo abominable, tendencias
a la autodestrucción, antropofagia, fetiches, etc. A partir de ello, es factible
reconocer una estética del horror y la monstruosidad (Guerra, 2014: 277): las
escenas de los cuerpos desmembrados o desencajados en “La vida que vendrá” y
“Anticuerpos” crean, como se ha dicho, un espacio/experiencia infernal en el que
subyace el desplome de lo material urbano. En aquel escenario de la muerte,
configurado por la urbe moderna, las mutilaciones corporales atestiguan la pérdida
de la forma humana que es consonante con la desfiguración de la ciudad misma;
aspecto que también vincula estos textos a experiencias e imágenes de
descorporeización.
Despojada básicamente de toda perspectiva valórica, la noción de
humanidad se ve consumida por el progreso de la propia humanidad. Desde ese
horizonte, en el que el desarrollo tecnológico se concibe como una maquinaria
inmoral que usurpa los organismos y aniquila la ciudad, estas dos vertientes de
21
Las corrientes de pensamiento poshumanistas se asimilan como destino del transhumanismo,
esto es, la aspiración de una definición del ser humano que supere las limitaciones intelectuales
y físicas a través, fundamentalmente, del progreso tecnológico y la concepción de “un mundo
donde prevalezca la información por sobre la realidad material” (Aguilar, 2008: 74). De orígenes
que se remontan al súper hombre de Nietzsche, “la crítica poshumanista enuncia una serie de
advertencias que pueden resumirse en los siguientes ejes: 1. la sustitución de los valores
humanistas por los consumistas, 2. la pérdida de corporalidad y la desmaterialización de la
realidad, y 3. el incremento de la desigualdad derivada de la creación de una nueva raza, que
podría ser considerada superior, a través de la ingeniería genética” (Alonso, 2018: 3). Entre
algunos de sus representantes más notorios se puede mencionar a: Peter Sloterdijk (2001. Normas
para el parque humano. Una respuesta a la carta sobre el humanismo de Heidegger. Madrid,
Ediciones Siruela.); Francis Fukuyama (2002. Our Posthuman Future: Consequences of the
Biotechnology Revolution. New York, Farrar, Straus, and Giroux); y Katherine Hayles (1999. How
we became posthuman: virtual bodies in cybernetics, literature, and informatics. Chicago, The
University of Chicago Press).
22
Me refiero, como se sabrá, a la larga lista de detenidos desaparecidos y torturados, que dejó la
dictadura militar chilena; pero lamentablemente no solo a ellos: ahí están las comunidades mapuche,
violentadas y asesinadas sistemáticamente a lo largo de la historia republicana y, asimismo, las decenas
de ciudadanos a quienes, en las más recientes protestas populares, se les mutilaron sus ojos.
BIBLIOGRAFÍA
Abstract : The following article proposes the idea of the formation of urban
imaginaries from the recent Chilean science fiction that deals with the city
of Valparaíso. These imaginaries will be constituted by inhabiting and
moving through the various urban spaces that make it up. Finally, the
projections towards recent Chilean science fiction and the role that the city
plays within the literature of the genre in current times are established, and
in this way, place science fiction within the discussion of the city of
Valparaíso in literature.
Keywords: Chilean Science Fiction, Valparaíso, Urban Imaginary,
Traveling, Inhabiting
ISSN: 2014-1130
Recibido: 30/09/2020
vol. 22 | diciembre 2020 | 65-86
Aprobado: 24/10/2020
DOI: https://doi.org/10.5565/rev/mitologias.743
Esteban Boris Vera Campillay
Para dar inicio al presente estudio, conviene establecer las rutas de lecturas y
propuestas para plantear el tema en cuestión. Para ello, es preciso situarlo en el
tipo de ciencia ficción latinoamericana, la cual evidencia una identidad cultural
disruptiva; donde son representados temas locales para dar cuenta de los
problemas de cada espacio, junto con denunciar las atrocidades causadas en su
sociedad por los cambios histórico-políticos que ha tenido (Ferreira, 2019: 666).
En este sentido, cabe la posibilidad de ser una herramienta que permita
comprender la desigualdad del proyecto modernizador latinoamericano, además
de traer nuevas historias y nuevos contextos a la discusión y a la ficción que
escapan del hard y sean la puerta de inicio para analizar las problemáticas de las
identidades del sur de América (677-678).
Por este motivo, y con el fin de direccionar la investigación, se debe
entender la concepción de la ciudad de Valparaíso como parte de las urbes que
han gestado los espacios y la producción literaria latinoamericana (Solar, 1964),
lo cual da inicio a la vasta tradición artística de estas ciudades con su entorno
además de la narrativa concebida desde ellas. De esta manera, la prospección
histórico literaria de Valparaíso (Solar, 2001)1 resulta primordial para las
literaturas regionales de Chile.
En este sentido, bajo las ideas de Aragón (2014), Valparaíso será el
significante que envolverá a sus habitantes, donde la apertura de sus símbolos
será en “palabra, espacio y lugar” (9), y a su vez, estos serán metafóricos e icónicos
(15), es decir que, a partir del contexto espacio-temporal, esta urbe funciona,
representa y comunica constantemente. Parte importante de esta fuerza
significativa la tendrán sus habitantes, puesto que irán representando cada
significación dentro del significante-ciudad a medida que estos la habitan y
transitan, como una especie de análisis de la interpretación de sus huellas
(Margulis, 2002: 516). Además, la urbe crea un lugar donde “los significados
pasan y los significantes quedan” (Barthes, 1990: 262), lo cual permite
reinterpretar los espacios físicos, que van interponiéndose a medida que la lectura
de las novelas atraviesa sus rincones.
1
Si bien Claudio Solar es uno de los exponentes más destacados por su arduo trabajo
documentado, también se sugiere el ensayo enfocado más en la lírica que realiza Novoa, Marcelo
(1996), Álbum de Flora y Fauna. Valparaíso, Ediciones del Gobierno Regional de Valparaíso,
quien además es parte importante de la formación de la literatura de ciencia ficción en la región
con la fundación y liderazgo de la Editorial Puerto de Escape, especializada en ciencia ficción y
fantasía.
2
Entendida según lo presentado por Durand, Gilbert (1968). La imaginación simbólica. Buenos
Aires, Amorrortu, quien propone que la representación de una idea o significado resulta
imposible de presentar de manera directa, puesto que el significado aparecerá después de haber
problematizado al significante, al punto de adquirir una fuerza semántica que se expande con el
tiempo, es decir, un pensamiento simbólico.
67
Esteban Boris Vera Campillay
En esta situación, Valparaíso tendrá bastante que decir luego de su abandono del
centro. Así mismo, ha sabido sobrevivir, pero también autodefinirse a través del
paso del tiempo y de los imaginarios que han ido estableciéndose. Con el
transcurso del tiempo, la ciudad se vio arrojada a la periferia, no tan solo desde
su dimensión económico-social sino también simbólica. Bajo este contexto,
¿cómo es que en un caso así, a más de un siglo de ese evento, haya sido posible
que Valparaíso resurja como una ciudad donde la ciencia ficción asiente bases y
potencie su (re)interpretación desde su dimensión simbólica e imaginaria? ¿Qué
papel juega el sujeto que la habita y transita en estas narrativas?
Antes de seguir, conviene establecer el punto de partida contextual del
objeto a analizar. Para este orden de ideas, Novoa (2006) destaca el carácter
pionero del género de lo que él mismo denominó la ciencia ficción criolla, con
obras como ¡Una visión del porvenir! (1875), El espejo del mundo en el año 1975
(1875), de Benjamín Tallman; Ocios Filosóficos y Poéticos en la Quinta de las
delicias (1829) de Juan Egaña; o Don Guillermo, de Lastarria (1842); Los anteojos
de Satánas (1871) de Liborio Brieba, hasta Desde Júpiter, de David Miralles
(1878), que ya comienzan a situar el espacio de Valparaíso en lo que vendrían a
realizarse a mediados del siglo XX en Chile.3 Para este siguiente momento, Areco
(2015) identificaba diversos períodos en que se fue desarrollando el género. De
esta manera, establece al menos seis lapsos de gestación: el de “Fundación” (116),
“Preludio” (118), “La edad de oro” (120), “El decaimiento y repuntar” (122)
desde la Dictadura de Pinochet en Chile, a lo que vendrá una “Recuperación”
(125), y finalmente, una “Nueva Edad de oro” (128). Frente a estas décadas
extensas de ciencia ficción en Chile, resulta conveniente extraer de aquel prólogo
que Alfonso Calderón daba en la Antología de cuentos chilenos de ciencia ficción y
fantasía, de Miguel Rojas Murphy (1988), el hecho de que haya escritores
chilenos de ciencia ficción, quienes denotan fallas, ansiedades y dudas que asaltan
al ser humano, como una manera de decirnos de dónde somos y en qué estamos.
Lo anterior direcciona la escritura de ciencia ficción desde su poética
sociológica para lograr un nexo hacia la ciudad. En este sentido, Darko Suvin,
en la traducción de Roy Alfaro (2020), planteaba el extrañamiento cognitivo,
donde el ambiente empírico del autor se desliza hacia una novedad rara
planteada, es decir, un “novum” (225). Por consiguiente, la ciencia ficción “ve
3
Resulta interesante mencionar una novela previa. Thimor (1932), de Manuel Astica Fuentes, es
una obra que sitúa a Valparaíso como espacio del imaginario de la novela como inicio de
exploración de un axis mundi llamado Thimor.
—Anoche casi no pude dormir soñando con esa ciudad que se llamaba
Valparaíso y… eso que era el… Océano Pacífico.
—Pero Gabriel, si el profesor ya nos ha repetido hasta el cansancio que eso
es solo ficción. Si hasta el nombre es demasiado idílico.
—Eso lo dices tú, que no crees en nada. No vengas a decir, acaso que le
crees al profesor...
[…] Gabriel continuó leyendo el libro en el cual se apreciaban ilustraciones
de una ciudad que colgaba de los cerros. Soñaba con poder encontrar
alguna ciudad como esa en algún lugar de aquel planeta, aunque fuese casi
una tarea de arqueología en medio de tantos edificios enormes. (20)
Valparaíso, como símbolo, construye una percepción de un lugar ameno, esto es,
un topoi urbano que se desea, idea que va calando hondo en la mente de los
69
Esteban Boris Vera Campillay
personajes. Si se tienen en cuenta estas significaciones que van más allá de los
significantes de la ciudad, surgen representaciones y se constituyen los
imaginarios sociales. Cornelius Castoriadis demostró en su obra La institución
imaginaria de la sociedad (2007) cómo surgen los imaginarios y cuál es su sustento
socio-teórico. De esta forma, se entiende a la institución, como parte esencial de
la ciudad, la cual actúa por excelencia en el plano de lo simbólico, al responder a
las “necesidades vitales” (185), pero dado que una sociedad no es solo esto, se
buscan también satisfacer las “necesidades reales”, es decir, las otras distintas a las
biológicas. Con respecto a lo simbólico, cada institución opera con sus propios
significantes y significados, lo que muchas veces produce un simbolismo “vaciado de
sentido” (190), vale decir, cuando se separa de la ficción y es independiente a esta.
Al considerar lo anterior, y retomar el relato, el deseo del protagonista se
vuelve realidad cuando logran tripular la misión que los llevaría hacia su
“próximo destino”:
Llama la atención que, tras la mirada de estos extranjeros, estos otros, y su alta
tecnología a eones de distancia de este sector del universo, reconocían el espacio
al que llegaron como una metrópolis antigua, como una ciudad. En este sentido,
el deseo de ver una ciudad y proyectarse en ella hacia la visión de habitarla era lo
que predomina en los personajes de la historia. Valparaíso aparece entonces como
una ciudad prospectiva (Moreno, 2011); desde su lejanía, tanto como discurso y
como relato, se realiza un acto de habla que forja una realidad inminente.
Estas visiones se contextualizan con los argumentos de las ciudades
futuras que mencionaba Lawrence (2020), donde el posthumanismo, así como
las bases políticas y económicas para la constitución de la ciudad, permiten una
extrapolación distópica de las leyes alternas y limítrofes entre las proyecciones
políticas modernas y posmodernas. Por tanto, las visiones postcapitalistas de la
imaginación en futuros ya escritos o proyectados en nuestra realidad se
reproducen con las luchas entre: una utopía propuesta para desafiar el período
del Antropoceno en el que actualmente se arroja la sociedad humana, contra una
distopía capitalista inminente (314-322).
Por otro lado, frente a la constitución de la ciudad distópica y sus luchas
para desafiar el propio escenario de autodestrucción del ser humano en una
4
Resulta interesantísimo el concepto de fractal, según la ciencia, para entender este relato.
71
Esteban Boris Vera Campillay
Visto bajo esta perspectiva, Valparaíso viene a ser una ciudad prospectiva
en donde la misión más importante de una civilización se da a conocer y, al
mismo tiempo, pasa tan desapercibida como aquel vendedor ambulante de
alguna de sus calles, ferias, o inclusive, de alguna de sus murallas rayadas. Es esta
constitución de sus símbolos que “edifica sobre la ruina de los edificios
simbólicos precedentes y utiliza sus materiales” (Castoriadis, 2007: 194). En este
sentido, lo relativo a una ciudad en decadencia se transmite hacia las novelas, un
espacio hostil para sus habitantes, donde ese fractal ya se ha abierto dentro del
imaginario de la urbe. Esta idea de construir a partir de lo que se destruye
determina la constitución de imaginarios en Valparaíso, el cual retoma toda crisis
y todo imaginario que se va resignificando.
5
Traducción: “la ciudad dividida engendra una descendencia rebelde que devuelve la experiencia
urbana a toda su desordenada gloria”, una cita que se aplica muy bien a Valparaíso en la literatura
de ciencia ficción.
6
En este contexto, El último hombre (1826) de Grainville predice una catástrofe futura que
ocurriría en el siglo XXI: “[…] se trata de una plaga que arrasa con la especie humana, dejando
escasos supervivientes en una Tierra desolada” (Vega, 2006: 85). En este sentido la novela de
Muñoz viene a ser lo que Camille Flammarion, en El fin del mundo (1893), ya había postulado.
Un final causado implosivamente, un colapso social desde la ciudad hacia adentro.
7
Dicho esto, y fuera de las series masivas por internet, tales como The walking dead (2010-), o películas
como World War Z (2013), e inclusive videojuegos como The last of Us (2013) o The last of Us 2
(2020), tratan esta temática, al dar por hecho una especie de remixización, de un pastiche, donde se
logra germinar la concreción literaria de una ciudad prospectiva infestada de zombies.
73
Esteban Boris Vera Campillay
8
Resulta sumamente potente esta presentación del personaje otro, este extranjero que trajo su
virus mortal. En este sentido, es imposible no compararlo con la situación actual vivida en
Valparaíso y también a lo largo de las metrópolis del mundo durante el año 2020, donde el
COVID-19 ha sido interpretado desde los imaginarios de la ciencia ficción.
9
Es tentador realizar una comparación a la realidad contingente del mundo, y cómo se maneja
la información del COVID-19 con el fragmento citado, son contextos imantados de similitud.
Este mundo patas para arriba (39) resulta ser el desgrane en Valparaíso (52). La
imagen de la ciudad demuestra una realidad que poco a poco se va a transformar
en una verdad:
75
Esteban Boris Vera Campillay
era nadie, no tenía documentos ,nadie me conocía” (Gaete, 2015: 72). Estos
seres nadie, que no son nada, van a posicionarse en la narración.
La idea de la novela es deconstruir los imaginarios de la autoridad y de
poder (Rosales y Candia, 2015: 124). En este contexto, Nadie como protagonista
de la novela nos muestra su habitar en la ciudad de manera directa, con lo que,
a su vez, cambia la dimensión cartográfica simbólica de la urbe. A pesar de no
tener un espacio físico, el protagonista proyecta su propia concepción y modo de
representar la realidad en la ciudad, de esta manera, y tal como lo afirmaba Lucía
Guerra, la memoria, los afectos y defectos, entre otros significados hacia la
ciudad, “hacen del espacio urbano una fermentación inacabable de signos.
Fermentación que oscila entre el orden y el desorden” (Guerra, 2014: 17). De
esta forma, la hegemonía del imaginario es definida de acuerdo a la lectura, es
decir, a la narración del personaje que habita/transita esa ciudad y esta, a su vez,
permite la conexión con el imaginario urbano que viene a representar; el poder
biopolítico se (re)semantiza en Valparaíso invadiendo sus espacios y
apropiándose de ellos, inclusive de Valpore.
Bajo esta perspectiva, el transitar de Valparaíso a Valpore resulta un viaje
en ascenso y descenso:
Trepamos a pie por los cerros del Puerto, llegando a la cúspide de la miseria
desde donde se desciende a Valpore. Por un sendero en espiral que conduce
a lo más bajo, pasamos frente a casas sin terminar en las que se acumulaban
ladrillos y niños que apenas sabían caminar jugaban a dispararnos.
En un momento nos detuvimos, quisimos descansar, pero las piedras que
nos lanzaban nos pusieron otra vez en camino hacia el plan de Valpore. La
noche llegaba. La vista era la de un tornado descendente de luces; había
que seguirlas para llegar al centro […] Algunos niños nos miraban con
odio, nos apuntaban con sus manitos cafés de mugre; otros sacaban relojes
de sus bolsillos, para ofrecerlos; los más arriesgados trataban de meter la
mano en el bolsillo del Pulpo o en el mío, pero cada vez que lo intentaban
recibían una patada. Apenas sabían caminar y ya habían aprendido a robar.
Era el destino en Valpore, un destino muy lejos de Valparaíso. (Gaete,
2015: 39-40)
77
Esteban Boris Vera Campillay
en que los ciudadanos “comunes” y aquellos de “más altas elites” ven las
problemáticas que la ciudad puerto ha arrastrado ya durante casi un siglo:
Esta marginalidad, fuera de las normas (Rosales y Candia, 2015: 134), fuera de
la constitución de una metrópolis, cuna del progreso, arroja a una anarquía
urbana descomunal, en la que los ciudadanos de Valparaíso son víctimas de un
poder hegemónico mayor.
En síntesis, “nadie” escapa ante la realidad que intentamos ignorar día a
día en Valparaíso, que es, a su vez, reflejo de la realidad chilena actual, donde
nuestros nombres no son nada ni tenemos protección del lugar que habitamos
arrojándonos a una voraz y vertiginosa forma de concebir la realidad en la que
vivimos, también nosotros somos “Nadie”. Valparaíso tiene así un imaginario
frente a la posición anárquica, dantesca y apocalpítica (escatológica) que proyecta
hacia sus habitantes, como una especie de “Mil maneras de morir”10 en
Valparaíso.
10
Tal como aquella serie estadounidense que salió el 2008, donde se le daba un enfoque irónico
a la muerte.
79
Esteban Boris Vera Campillay
Los seres seguían aproximándose al vehículo. Venían de todas las casas del
pueblo. De cada casa, salían varios de ellos; verdaderas familias de seres:
altos, de estatura media, y algunos tan pequeños como un niño […] Eran
figuras de forma humana, pero diferente a los demás habitantes del
planeta. No llevaban ropas, y su piel era oscura, muy oscura, de un gris
ceniciento y rocoso. Algunos se arrastraban al caminar, y apenas podían
levantar los pies. A simple vista, se apreciaba que no había diferenciación
entre los componentes de sus rostros. Lo mismo podía ser la nariz o una
negra y deforme costra lo que todos llevaban en el centro de sus
semblantes. La cabeza de las crías del humo parecía ser de piedra sólida.
Las orejas, los pómulos, los labios, la frente, el casco, todo no era más que
irregularidades de las grises piedras que eran su cabeza. Todo era parte de
aquella roca, a excepción de sus ojos, pues estos centelleaban entre la
hinchazón de piedra de la frente y los pómulos como los ojos de un felino
en plena noche. (Flores, 2006: 139-140)
El terror de ver a estos habitantes en los personajes es abrumador, “no solo ese
sentimiento de miedo que se produce ante un ser que acaba concibiéndose como
“el otro”, sino que además este otro adquiere una naturaleza inquietante al ser
percibido como algo que parece humano, pero no lo es” (Cerezo, 2020: 293).
Entre la multitud de las criaturas del humo, se distinguía el líder de la tribu, un
tipo alto vestido con “jockey Dunlop” (Flores, 2006: 142), quien lidera el ataque.
Desmantelan el auto impidiendo el escape, para luego arrastrarlo hacia la tumba
excavada en el cementerio. En su propio idioma, similar al español, se logra
distinguir los propósitos de la criatura: “¡Zdraig-gan el auzto, zdhije! ¡Zdraig-
ganlo zaahojra al zantuahj-rio!” (160).
Tras el esfuerzo por impedir, desde el coche, la acción de las criaturas.
Paulina, una de las jóvenes, logra mantener contacto con uno de los más pequeños:
—¿Cómo te llamas?
—Flemming -contesto el niño […]
[…]
—¿De dónde vienen ustedes?
El muchacho levantó su dedo índice y apuntó hacia sureste, por sobre las
cabezas de quienes empujaban y, accionando su tosca lengua en su boca,
anunció incorrectamente:
—Zzantago. (Flores, 2006: 168)
Resulta particular este hecho, dado que la conexión de las criaturas, antes humanas,
permite dilucidar su proveniencia de la capital, de la Megalópolis (Cisternas, 2011),
en este caso, Santiago. Por tanto, cabe preguntarse, ¿cómo es que llegaron hasta los
suburbios de otra ciudad? La respuesta la dará el pequeño ser:
Los detalles de tal revelación no se cuentan en la historia, sino que deben ser
deducidos por el lector. Las crías del humo, de alguna forma, fueron una vez
seres humanos que se vieron afectados por un cambio climático de proporciones
catastróficas para llegar a ese lugar apartado, marginado dentro de las
marginalidades del sector de Laguna Verde en Valparaíso, lejos de la ciudad, lejos
de la Polis (Cisternas, 2011), en un pequeño pueblo donde todos sus habitantes
padecieron dicho cambio físico.
Por otro lado, las crías del humo realizaban una acción destacable:
enterraban autos, todos aquellos que habían entrado en el pueblo, así como a sus
tripulantes. Los protagonistas no fueron la excepción, puesto que los enterraron
a todos. Una vez realizado este acto, el relato prosigue:
Las crías del humo empujaron el Ford. Cuando cayó, todos gritaron y
entonaron cánticos triunfales. Bailaban tomados de la mano. Machos y
hembras de humo se besaban felices sin distinción de sexos ni parejas. Un
macho podía besar a todas las hembras del pueblo si se daba el tiempo de
buscarlas, lo mismo podía hacer una hembra, y nadie le recriminaría nada
a nadie. Había caído un nuevo contaminante. Todo era alegría en el
pueblo esa tarde. (Flores, 2006: 181)
Este hecho, el de enterrar un contaminante, fue motivo de júbilo entre las crías
del humo. Como conclusión, el Otro termina destruyendo al Yo que perturba y
simboliza la propia destrucción de quienes una vez fueron los marginados de la
ciudad, parte de ella y arrojados desde la Metrópolis de Santiago a algún lugar
hipermarginalizado, en parte por su geografía, en parte por su simbolismo. Los
no-muertos vuelven a destruir a los vivos.
El ejemplo anterior demuestra de modo fehaciente lo presentado por
Elana Gomel (2017), quien realizaba el paralelismo entre esta monstruosidad del
cuerpo urbano; una transfiguración figurada de la forma en que se muestran los
edificios o una ciudad entera, la corporalidad de la ciudad como nexo para que
se desarrollen las relaciones sociales de la ciudad, y, además, con el nacimiento
de las metrópolis industriales (63), el cuerpo de la ciudad se volvió monstruoso
y distorsionado, como algo que podría volverse personaje o actante de la narrativa
de la misma, es decir, una característica diegética del espacio urbano en sí mismo
(64). De esta forma, las ciudades se vuelven monstruos caníbales que devoran a
sus propios habitantes, todo lo cual parece indicar que las ciudades de la ciencia
ficción siempre suelen ser distópicas, pero esto va más allá. Gomel afirma que
hay una ambivalencia mucho más profunda en el cuerpo político urbano, puesto
que la misma idea de monstruosidad implica una forma de trascendencia entre
lo grotesco y lo sublime (65). En síntesis, de Las crías del humo, se extrae la idea
81
Esteban Boris Vera Campillay
En este deambular por el Bar, Claudio conoce mucho mejor al DJ, Ignacio, con
quien forman una amistad cercana dentro de un juego de conocerse el uno al
otro, que más bien es el de conocerse del Yo al Otro.
Más adelante, recorriendo la ciudad, entran en una especie de ducto que
llegaba justo hacia el interior y por debajo del cementerio de disidentes de
Valparaíso. En aquel lugar, Ignacio le confiesa a Claudio su propósito de estar
deambulando de ciudad en ciudad:
11
Traducción: “las prácticas espaciales que han dado forma al mundo en el que vivimos”.
—O sea, lo que pasa es que por lo que me dices nadie puede conocer Chile
mejor que tú.
—Puede ser —dijo Ignacio con cierta melancolía.
—¿Y por qué viajas tanto? —Consultó Claudio apurando un trago.
—Buscando […]
—¿Qué buscai? […]
—La verdad es que busco amistad, Claudio. Un amigo, pero un amigo de
verdad.
—¿Y no has encontrado ninguno en todo Chile? —Preguntó Claudio
dejando de lado las bromas.
—Tu no cachai —dijo Ignacio como si deseara que Claudio no conociera
una realidad que no le convenía observar. (205)
Este Otro, un sujeto que transita por diversas ciudades, no logra habitarlas, dada
sus capacidades, poca capacidad de asombro, es decir, de ominosidad (Cerezo,
2020) y de novum (Vargas, 2020). Esta percepción del sujeto, en su afán
incontrolable por habitar la ciudad, se refleja en su transitar por los cuerpos y
mentes de los sujetos que la habitan. Este será, a la larga, uno de los grandes
problemas del sujeto posmoderno; su inconformidad por el espacio que habita y/o
el que transita, en consecuencia, entrará en un círculo vicioso de la ciudad de
Valparaíso.
La ciudad es un espacio donde no solo los sujetos que la habitan transitan por
ella en múltiples direcciones, tampoco se limita a una interpretación de sus rutas
y espacios hegemónicos, sino más bien resulta ser un lugar donde las disciplinas
del saber pueden tener puntos de encuentro y dialogar entre sí. Para el caso de la
literatura, su análisis en las diversas obras que crean y representan las ciudades
permiten una construcción del imaginario urbano mucho más amplia que nunca.
Es precisamente en este punto que la ciencia ficción tiene un rol fundamental,
sobre todo en aquellas ciudades que han sido desplazadas hacia los márgenes por
el discurso imperante. Lo anterior permite entender el fenómeno de gestación de
un imaginario bajo las ideas de Castoriadis (2007): no se preconcibe ni se crea,
sino que se constituye (215), es decir, ya estaba en la sociedad y había que ponerlo
en funcionamiento. En este sentido, las realidades se resignifican con el
83
Esteban Boris Vera Campillay
BIBLIOGRAFÍA
85
Esteban Boris Vera Campillay
Abstract: Los cuerpos del verano (2012) by Martín Felipe Castagnet and
Kentukis (2018) by Samanta Schweblin, can be understood as texts that
question and evaluate the implications of late capitalism in today’s
societies. In this article I specifically examine identity, a productive target
of this economic system, proposing that both novels portray neoliberal
subjectivities controlled by consumption, product proliferation and
technology: factors that limit or suppress any form of agency in its
characters. This perspective is approached from the understanding that
these novels represent two specific phases of late capitalism, genealogically,
in which Castagnet makes visible the biopolitical control mechanisms
visible and Schweblin shows its psychopolitical transformation.
Keywords: Late Capitalism, Subjectivity, Biopolitics, Psychopolitics
1
Este artículo fue escrito en el marco del proyecto Fondecyt regular 1171124, “Imaginarios
sociales en la ciencia ficción latinoamericana reciente: espacio, sujeto-cuerpo y tecnología”, a
cargo de la profesora Macarena Areco Morales (Pontificia Universidad Católica de Chile).
ISSN: 2014-1130
Recibido: 21/06/2020
vol. 22 | diciembre 2020 | 87-101
Aprobado:10/09/2020
DOI: https://doi.org/10.5565/rev/mitologias.700
Joaquín Lucas Jiménez Barrera
2
En Arqueologías del futuro, Jameson explica la potencialidad expansiva de este sistema
económico al señalar que este ha deshecho “…incansablemente todos los avances sociales
obtenidos desde el comienzo de los movimientos socialistas y comunistas, revocando todas las
medidas de bienestar, la red de seguridad, el derecho de sindicación, las leyes reguladoras
industriales y ecológicas, y ofreciendo privatizar las pensiones y de hecho desmantelar todo lo
que se interponga en el camino del libre mercado en todo el mundo” (2009: 8).
3
Hago alusión específicamente al concepto de distopía literaria: “…literary dystopias are
understood as primarily concerned to portray societies where a substantial majority suffer slavery
and/or oppression as a result of human action. Privileged groups may benefit from this. Others
may escape it, either to a condition of previous (preferable) normality or to something better”
(Claeys, 2017: 290; cursivas del original).
y determina cuáles son las vidas que importan y las que no,4 a la vez que se
apodera de las informáticas de la dominación (Haraway, 1995) que median,
rearticulan y extienden las relaciones entre el triángulo compuesto por el
humano, la ciencia y la tecnología, a través de “políticas biotecnológicas”
(Haraway, 1995: 277).
Por otro lado, es posible entender Kentukis como una ficción distópica
en la que determinados dispositivos tecnológicos ofrecidos por el mercado en sus
distintas formas y colores se entrometen en la afectividad de los sujetos
compradores, representados en esta ficción como individuos solitarios y
alienados. Para estos, el consumo de los kentukis permite la salida de este estado
y la apertura hacia una renovada subjetividad, mediante la que se puede habitar
más de un territorio a la vez. El mercado, a diferencia de la novela anterior,
aparece como una entidad que actúa sin la regulación de un gobierno específico,
interviniendo en esta sociedad a partir de la amabilidad, la seducción y la
rearticulación de los afectos de los personajes.
Esta articulación de sentido en la novela, de igual forma que Los cuerpos
del verano, se corresponde con una fase del capitalismo tardío; en este caso, la
psicopolítica, que no ejerce sus mecanismos de control a través del disciplinamiento
corporal, sino mediante la consideración de que el “poder inteligente” (Han,
2014: 16), orientado a los sentidos y el deseo, es mucho más productivo que el
sometimiento coercitivo del cuerpo. De acuerdo con Byung-Chul Han (2014),
la biopolítica, asociada necesariamente a lo corporal y lo somático (en un sentido
amplio), deviene psicopolítica al momento en que el neoliberalismo, como
evolución del capitalismo imperialista, descubre que la psique es un blanco
manipulable mediante el cual se hace posible controlar a los sujetos. Este
mecanismo de dominación, por ende, ya no se traza sobre el cuerpo, sino que
explota la libertad del individuo a través de la seducción, la amabilidad y la
permisividad; incluso, el espacio de control cambia, con el paso de un panóptico
“benthamiano” típicamente asociado a la vigilancia del cuerpo a uno digital y
aperspectivista: el internet.5
A continuación, analizaré ambas novelas considerando el trayecto
capitalista de una sociedad biopolítica, controlada a través del disciplinamiento,
a una que pasa a manos del poder psicopolítico, a partir de la suposición de que
estos textos, por medio de la pregunta por la identidad, establecen una crítica al
4
“El poder que toma por objeto la vida controla, por un lado, las diferencias, produce y organiza
socialmente las imágenes y deseos que se identifican con lo humano invistiendo determinados
rasgos, recortando determinados afectos e intensidades, estableciendo jerarquías y separaciones,
modulando las desigualdades, y construye, por otro lado, los mecanismos por los cuales ciertos
grupos son despojados de su humanidad y ‘producidos’ como vida desnuda, como meros residuos
sin lugar en el orden económico y social, como cuerpos superfluos” (Giorgi y Rodríguez, 2007:
30).
5
“Hoy se registra cada clic que hacemos, cada palabra que introducimos en el buscador. Todo
paso en la red es observado y registrado. Nuestra vida se reproduce totalmente en la red digital.
Nuestro hábito digital proporciona una representación muy exacta de nuestra persona, de nuestra
alma, quizá más precisa o completa que la imagen que nos hacemos de nosotros mismos” (Han,
2014: 50).
En el universo de Los cuerpos del verano, primera novela del argentino Martín
Felipe Castagnet, la muerte se considera un estadio más del ciclo biológico del
ser humano a la vez que se desmitifica su carácter trágico inevitable: luego de que
esta ocurra, se tiene la posibilidad de migrar a otro soporte, presuntamente
inmaterial, denominado ‘estado de flotación’, que supone la “continuación de la
actividad cerebral” (Castagnet, 2012: 17) en el espacio de la red, donde los
sujetos tienen la opción de prolongar su vida y prepararse para habitar otro
cuerpo. Esta segunda migración, desde la red a la nueva carne, implica un
trayecto determinado por el capital, en tanto la calidad del cuerpo a adquirir
depende, en gran medida, del poder adquisitivo que se tenga: Rama, protagonista
de la novela, reencarna en el “cuerpo gordo de una mujer que nadie más quiere”
(2012: 11), precisamente porque era “el único modelo que pudo pagar mi
familia” (2012:13). En este sentido, el inicio del relato advierte que la vida misma
se somete a un proceso de capitalización cifrado por el mercado.
Como bien lo señala Colanzi (2017) en su tesis sobre corporalidades
alternativas en relatos latinoamericanos,6 el mercado se afianza estratégicamente
con el Estado y el internet para constituir una sola entidad que regulará y
garantizará cada una de las migraciones efectuadas, no obstante, estas suponen
ciertas “restricciones biológicas y legales” (2012: 17) que los sujetos deberán
cumplir. Una de estas implica una medida absolutamente biopolítica: “Toda
reencarnación debe estar registrada y notificada en el Registro Koseki” (2012:
17), correspondiente a un dispositivo gubernamental en el que se archivan los
nacimientos, muertes transitorias y cuerpos disponibles de ser utilizados. El
mercado, en su coalición con el Estado, recoge la información personal de los
individuos al asignar determinadas corporalidades y el Koseki institucionaliza
este proceso y lo valida legalmente.
Si bien se menciona en una primera instancia que el acceso a este registro
es limitado, enfatizándose en su carácter confidencial, se señala que este también
“posibilita nuevas formas de discriminación. Lo usan las empresas con contactos
para verificar a sus potenciales candidatos; también los padres ricos cuando
buscan pareja para casar a sus hijos” (2012: 30). La presunta limitación, por ende,
se aplica solo al sector de esta sociedad que no cuenta con un gran estatus
económico, en tanto se establecen jerarquías en el acceso a la información y, en
6
Me refiero a su tesis doctoral, Of animals, monsters and cyborgs. Alternative bodies in latin
american fiction (1961-2012) (2017).
7
La figura del panchama ha sido analizada con gran detalle en el ya mencionado trabajo de
Colanzi (2017), pero también en la reseña de Constanza Piccioni (2013) para El toldo de Astier.
Esta hace alusión al panchama como una “figura tabú” (126) dentro de la novela que visibiliza
una identidad condenada a la exclusión.
donde los “órganos de baja calidad” (2012: 74) intentan suplir las paupérrimas
asignaciones corporales que los subalternos deben asumir al no contar con el
suficiente poder adquisitivo.
Paralelo a la gestación de un Estado-mercado, en la novela de Castagnet
la relación entre sujeto-cuerpo está mediada por el consumo, en tanto los
individuos de esta realidad consideran que la reencarnación es una posibilidad
de reinvención. El tránsito del estado de flotación al cuerpo asignado supone una
rearticulación de la identidad e, incluso, un renacer. Rama confirma esta
suposición al describir la sensación que le produjo el abandonar su anterior
estado de flotación: “Podría jurar que huele a sangre, a líquido amniótico; sé que
son mis sentidos, sobrestimulados por regresar al espacio donde viví una vida
entera” (2012: 15). Dichas implicancias permiten señalar que la trayectoria que
parte con la muerte biológica hacia el estado de flotación y finaliza con la
adquisición del cuerpo nuevo supone un movimiento desterritorializador8 de la
subjetividad, en el que los consumidores están obligados a adaptarse a los
distintos soportes materiales a habitar: “Es el esfuerzo cotidiano, imperceptible
para los vivos, de mantener todos los músculos juntos y todos los nervios
coordinados, los dos ojos hacia el mismo lado, la lengua lejos de los dientes, la
vejiga activa frente al inodoro, de inhalar lo preciso y exhalar lo necesario. Nada
es automático” (2012: 23).
Esta nueva posibilidad que los sujetos tienen para rearticular su identidad
se sostiene, sin embargo, a través de una relación de dependencia con la
tecnología. La novela da cuenta de una sociedad hiperconectada en la que el
internet y los productos de consumo se constituyen como herramientas claves en
la conformación de la subjetividad, e incluso, se estiman necesarias para el
mantenimiento del nuevo ciclo ‘natural’ del sujeto. Al salir del estado de
flotación, Rama afirma sentir la necesidad de habitar nuevamente el espacio de
la red, e incluso se desespera ante la recomendación de su psicólogo de someterse
a un período de abstinencia con tal tecnología. Esta relación de dependencia con
el internet se configura como tal precisamente porque en la novela se manifiesta
un entendimiento particular respecto de este, “Internet cuenta como cuerpo”
(2012: 20), y por tal razón, deja de considerarse un espacio inmaterial separado
de la anatomía del sujeto. El cuerpo biológico y el internet se codifican como
tecnologías de consumo, e incluso el primero se revaloriza debido a que funciona
como una mercancía capitalizable: se consideran, incluso, “un recurso natural
valioso […] [que] puede tener una vida útil de hasta tres habitantes hasta que se
deshace” (2012: 18).
Si bien he mencionado que, en este contexto, el cuerpo permite
rearticular la subjetividad, no todos los personajes de la novela desean o logran
8
Se entenderá la noción de ‘desterritorialización’ desde los planteamientos de Deleuze y Guattari
en Mil mesetas (2014), específicamente a propósito de la identidad. Estos definen el concepto
como un movimiento en el espacio, cuya “línea de fuga” (2014: 15) produce dispersión, aperturas
y descentramientos en la subjetividad. Complemento esta noción con el entendimiento
deleuziano de la ‘inmanencia’, “un estado de devenir o diferenciación constante, de cambio y
metamorfosis, el estado libre y salvaje de la diferencia pura” (Giorgi y Rodríguez, 2007: 20).
Los demás postulantes están más averiados que yo; en algunos casos es
posible adivinar cuerpos mal quemados. Los viejos que no están en ninguna
parte están acá. Dentro de esos cuerpos decrépitos debe estar atrapada más
de una mente joven, ayer desesperada y sin otro lugar donde reencarnar.
Es preferible estar muerto, me digo, aferrándome de la baranda. (2012: 61;
las cursivas son mías)
“Regular” no era organizar, sino acomodar las reglas a favor de unos pocos.
Las empresas se apoderarían pronto del negocio que había detrás de los
kentukis, y la gente no tardaría en calcular que, si se tiene el dinero, mejor
negocio que pagar sesenta dólares por una tarjeta de conexión que se
encendería al azar en cualquier rincón del mundo, era pagar ocho veces
más para elegir en qué lugar estar. Había gente dispuesta a soltar una
fortuna por vivir en la pobreza unas horas al día, y estaban los que pagaban
por hacer turismo sin moverse de sus casas, por pasear por la India sin una
sola diarrea, o conocer el invierno polar descalzos y en pijama. (2018: 61)
Era tierno que no hablara [el kentuki]. Una buena decisión de los
fabricantes, pensó. Un “amo” no quiere saber lo que opinan sus mascotas.
Lo comprendió en seguida, era una trampa. Conectar con ese otro usuario,
averiguar quién era, era también decir mucho sobre uno. A la larga, el
kentuki siempre terminaría sabiendo más de ella que ella de él, eso era
verdad, pero ella era su ama, y no permitiría que el peluche fuera más que
una mascota. Al fin y al cabo, una mascota era todo lo que ella necesitaba.
No le haría ninguna pregunta, y sin sus preguntas el kentuki dependería
solo de sus movimientos, sería incapaz de comunicarse. Era una crueldad
necesaria. (2018: 29; cursiva del original)
con su kentuki una relación que va más allá de las jerarquías asignadas al momento
de comprar el artefacto y llega incluso a involucrarse afectivamente con él.
En un sentido similar, la historia de Marvin también visibiliza un tipo de
carencia afectiva que pretende resolverse a través del consumo. En un gesto
simbólico, este personaje paga una conexión kentuki con los ahorros de su madre
fallecida, para así escapar del hastío de vivir que sentía. Este menciona querer ser
un dragón, sin establecer una distancia inmediata con el dispositivo, puesto que
siente la necesidad de alejarse de su realidad y se aferra al discurso religioso para
esperar conseguir la identidad deseada: “Quizá Dios estaba esperando el
momento adecuado para revelar qué tipo de animal le había tocado ser […].
Descubriría cómo salir de ahí, pensó. No aceptaría, al menos no en esa otra vida,
volver a quedarse encerrado” (2018: 32). Se menciona así que “Marvin ya no era
un chico que tenía un dragón, sino que era un dragón que llevaba dentro un
chico” (2018: 91) y de esta manera se da lugar a una desterritorialización de la
subjetividad mediante la que se pretende escapar de una realidad inmóvil, que
ofrece nulas posibilidades de agencia. Marvin relega su identidad a la forma del
dragón-kentuki y, por ende, deviene mercancía. Resulta significativo, en este
sentido, el desenlace de su historia, en el que se señala que su padre lo llama a
comer mientras este, a millares de kilómetros de distancia, se dirige a la nieve en
su forma de kentuki. En esta escena, artefacto y personaje se funden en una sola
subjetividad, y ya no se establecen con claridad los límites entre sujeto humano y
máquina-kentuki:
9
La transformación de los artefactos de consumo en objetos de devoción es un accionar propio
de la psicopolítica: “Todo dispositivo, toda técnica de dominación, genera objetos de devoción
que se introducen con el fin de someter. Materializan y estabilizan el dominio. ‘Devoto’ significa
‘sumiso’. El Smartphone es un objeto digital de devoción, incluso un objeto de devoción de lo
manera pasiva en sus espacios de intimidad, sin que el mercado haga uso, por
ejemplo, de mecanismos biopolíticos de disciplinamiento. Con todo, hay dos
episodios menores de la novela que develarían el lado oscuro de estos artefactos:
únicos momentos en los que se escenifica un tipo de violencia explícita. En el
primero, que alude precisamente a la historia del kentuki-cuervo referida con
anterioridad, se señala que el artefacto emite un “chillido agudo y rabioso” (2018:
141) y ataca a una de las niñas golpeando “sus pies descalzos una y otra vez”
(2018: 142); en el segundo, el personaje de Grigor afirma ver “algo realmente
espantoso” (2018: 98) en una de las tablets de su micromercado y señala:
Apuntes finales
digital en general. En cuanto aparato de subjetivación, funciona como el rosario, que es también,
en su manejabilidad, una especie de móvil. Ambos sirven para examinarse y controlarse a sí
mismo” (Han, 2014: 14).
BIBLIOGRAFÍA
CASTAGNET, Martín Felipe (2012), Los cuerpos del verano. Buenos Aires,
Factotum.
CLAEYS, Gregory (2017), Dystopia: A Natural History. Nueva York, Oxford
University Press.
COLANZI, Liliana (2017), Of animals, monsters and cyborgs. Alternative bodies in
latin american fiction (1961-2012). Tesis para optar al grado de Doctora
en Filosofía. Nueva York, Universidad Cornell.
DELEUZE, Giles (2007), “La inmanencia: una vida…”, en Ensayos sobre
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Paidós, pp. 35-40.
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José Pérez Vázquez (trad.). Barcelona, Pre-Textos.
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GIORGI, Gabriel; Rodríguez, Fermín (2007), Prólogo. Ensayos sobre biopolítica.
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HAN, Byung-Chul (2014), Psicopolítica. Neoliberalismo y nuevas técnicas de poder.
Alfredo Bergés (trad.). Barcelona, Herder.
HARAWAY, Donna (1995), Ciencia, cyborgs y mujeres: la reinvención de la
naturaleza. Manuel Talens (trad.). Madrid, Cátedra.
JAMESON, Fredric (2009), Arqueologías del futuro. Cristina Piña Aldao (trad.).
Madrid, Akal.
LUCIANA MARTINEZ
UNIVERSIDAD NACIONAL DE ROSARIO Y CONSEJO NACIONAL
DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS Y TÉCNICAS (Argentina)
luciananmartinez@gmail.com
Abstract : André Carneiro, one of the main representatives of the Brazilian science
fiction arisen during the ‘50s, writes two novels between the early ‘70s and the
mid ‘90s, Piscina Livre (1980) and Amorquia (1991), both linked by a main
theme: sexuality. The present work builds a genealogy of the manifestations,
functions and resolutions of this topic through history within the genre, while at
the same time that analyzing how it is presented in both novels. Sexuality works
inherently linked to gender and identity problems (in tune with the so called
feminist science fiction of the late ‘60s), but it also functions as an instrument of
social regulation.
Keywords: Brazilian Science Fiction, André Carneiro, Novels, Sexuality, Gender
ISSN: 2014-1130
Recibido: 14/04/2020
vol. 22 | diciembre 2020 | 103-122
Aprobado: 13/08/2020
DOI: https://doi.org/10.5565/rev/mitologias.689
Luciana Martinez
1
Cabe mencionar que, a pesar de que la figura de André Carneiro es destacada por todos los
trabajos sobre el género en Brasil y Latinoamérica (Dunbar, 1976; Bell y Molina-Gavillán, 2003;
Causo, 2003; Haywood Ferreira, 2004; Camara Gonçalvez Pereira, 2005; Rezende Neto 2007;
entre otros), son escasos los estudios que se abocan de forma específica a su obra. Entre ellos se
encuentran las tesis de maestría de Ramiro Giroldo (2008), primer trabajo que señala el problema
de la sexualidad como imperativo moral en Amorquía, y la de Germano Da Silva (2011). De su
obra poética, solo existen dos trabajos: uno de Osvaldo Duarte (2010) y otro, más reciente, de
mi autoría (Martinez, 2018b); que se suma a un único y extenso artículo sobre su cuentística
(Martinez, 2018a).
Esa sociedad sin fuerzas de control que se vislumbra al final del poema, en donde
el intercambio sexual prolifera, sin duda como fantasía anhelante en el contexto
represivo y materialmente insoslayable de la dictadura en Brasil, ilustra la
persistencia de un derrotero que según Dunbar las narrativas de ciencia ficción
anglófonas, principalmente las estadounidenses (centrales en el campo editorial
y, por lo tanto, muchas veces normativizadoras de otras expresiones del género
consideradas más periféricas), solían por aquel entonces sortear; o al menos dejar
en el orden de lo implícito u ocupando lugares marginales dentro de las tramas.2
Si descontamos esa anomalía maravillosa que son los textos de Philip José
Farmer, The Lovers (1961 [1952]) o Strange Relations (1960 [1950-1955]),3 o
incluso la escandalosa novela que Robert Heinlein escribe como reconocimiento
al camino iniciado por Farmer (Stranger in a Strange Land, 1961), la afirmación
de Dunbar es, en rigor, cierta. A contramano de la tendencia del género en lengua
inglesa (por lo menos hasta la publicación de Crash de J. G. Ballard en 1973), la
sexualidad explícita es uno de los motivos característicos y originales de la ciencia
ficción brasileña del momento. Este hecho se confirma para Dunbar no solo en
el análisis de otros textos de distintos autores de la “Generación GDR”
(movimiento fundador del género en Brasil que comienza en la década del
cincuenta y del que Carneiro fuese su indiscutible decano), sino en la existencia
de Piscina Livre, primera novela del autor paulista cuya publicación se dilataría
hasta la década del ochenta, según repone Dunbar, como consecuencia de la
autocensura en el contexto de dictadura.4
En este sentido, Piscina Livre es pionera en su ámbito cultural de una
temática que se sostendría además a lo largo de la obra del autor, apareciendo en
2
Como expresa Sam Lundwall (1986), uno de los más grandes ensayistas y editores del género,
a pesar de que la primera y más importante vertiente de la ciencia ficción es europea (entre cuyos
precursores se encontrarían H. G. Wells, Olaf Stapledon y C. S. Lewis), es sin embargo la ciencia
ficción estadounidense la que terminará por imponerse como modelo bajo los preceptos
campbellianos de estricta rigurosidad en el tratamiento de los temas científicos. Si bien hacia
mediados de la década del cincuenta este paradigma impulsado por John Campbell (editor de la
emblemática revista Astounding) se fue flexibilizando gracias a la aparición de otras
manifestaciones, lo cierto es que dicho modelo forjó la imagen que tradicionalmente se tiene
sobre el género, al tiempo que funcionó durante mucho tiempo de forma prescriptiva o
normativizadora.
3
Edgar Chapman (2007) comenta que a inicios de la década del cincuenta era frecuente que los
distintos editores de revistas del género rechazaran los relatos de Farmer por considerarlos
revulsivos. Claramente, la sexualidad no poseía por entonces ninguna prerrogativa para su
tratamiento en el terreno de la ciencia ficción; comenzaría en cambio a ingresar en el género años
más tarde, no sin vencer trabajosamente ciertas resistencias.
4
Es de suponer que Carneiro tenía plena consciencia sobre las implicancias de cualquier accionar
dentro del contexto de dictadura, sobre las posibles amenazas que este suponía. Además de los
comentarios que desliza en su trabajo David Dunbar (quien tuvo oportunidad de entrevistar a
Carneiro en varias ocasiones), Dorvalino Rezende Neto aporta en su tesis de Maestría respecto a
esto un dato central: “André Carneiro tinha ligações com a VAR-Palmares e esteve envolvido em
dois episódios célebres da luta armada contra a ditadura militar do Brasil, em 1969 e 1970, ambos
no Rio de Janeiro: o roubo do cofre na casa da amante do ex-governador paulista Adhemar de
Barros e o sequestro do embaixador alemão Ludwig von Holleben, que resultou na libertação de
40 guerrilheiros da VPR e da ALN” (Rezende Neto, 2007: 94).
Si se piensa en perspectiva, resulta incluso curioso (acaso solo los cánones morales
del momento podrían explicarlo) que un género tan desprejuiciado como la
ciencia ficción, que en esencia se caracteriza por explorar radicalmente las
posibilidades de lo humano a través de operaciones contrastivas que le permiten
definirlo en relación a figuras del otro (extraterrestre, robot, mutante, etc.), se
haya acercado tardíamente a la instancia material y simbólicamente de contacto
con el otro por excelencia: el sexo.5
5
Como veremos en el desarrollo, cuando se habla de “sexo” en las novelas esto no hace mera
referencia a un intercambio circunscripto a la zona genital sino a la sexualidad en general,
entendida como un conjunto de prácticas en la que todo el cuerpo es susceptible de
erogenización. Precisamente, estas novelas presentan ontologías subjetivas y del estar-en-común
(de la comunidad) en las que el cuerpo en su totalidad se vuelve un potencial mapa erógeno. La
apertura radical del cuerpo a la erogenización es lo que distingue a dichas ontologías.
6
A fin de ilustrar este punto reconstruyo un breve fragmento del relato “Hermano de mi
hermana”, en el que el protagonista describe el ser con el que posteriormente tendrá apasionados
encuentros: “No disipó su asco el pensar que no podía reaccionar ante ella como lo haría ante
una terráquea. Sabía que era un ser de un planeta totalmente extraño y que era inevitable que
algunas de sus actitudes le repugnaran y hasta lo escandalizaran. [...] Su sentimiento de aversión
no se atenuó mucho cuando la observó detenidamente mientras ella se duchaba en un cubículo
instalado en la pared. [...] Lane cerró los ojos y escuchó lo que creía que no habría de escuchar:
la voz de una mujer [...] Cuando abrió los ojos la vio tal cual era. Ni mujer. Ni hombre, ¿qué?
¿Un ser neutro? No. El impulso de pensarla ella, femenina, era demasiado fuerte. Y ello, a pesar
de la falta de mamas. Tenía pecho, pero no pezones, rudimentarios o lo que fuese. Era el pecho
de un hombre, musculoso bajo la capa de grasa que se curvaba delicadamente para crear la
impresión de que ocultaba ¿qué?... ¿Un par de senos incipientes? No, no esta criatura. Ella jamás
amamantaría a sus pequeñuelos. No estaba estructurada para parirlos, ni para concebirlos. Su
vientre era liso, sin hoyuelo del ombligo. También era tersa la entrepierna, sin vello, intacta, tan
inocente como si fuera una ninfa en la ilustración de un libro de cuentos infantiles victoriano.
Era esa zona asexuada de entre piernas lo que le parecía tan horrible. Semejante al blanco vientre
de una rana, pensó Lane con un estremecimiento. Pero al mismo tiempo su curiosidad se agudizó.
¿Cómo copulaba y se reproducía ese ser? Ella volvió a reír y sonrió humanamente, con sus labios
sonrosados y carnosos y arrugó una naricilla apenas respingada y se pasó la mano por la espesa
mata de piel cobriza. Era piel, no pelo, y tenía un brillo ligeramente aceitoso, como la piel de los
animales acuáticos” (Farmer, 1986 [1960]: 157-158; cursivas del original).
7
Me resulta evidente que en el texto de Hannah Arendt (e incluso en muchos textos capitales de
figuras de la Escuela de Frankfurt) existe una prefiguración avant la lettre de la biopolítica que
formulará en claros términos Foucault en la década del setenta, a pesar de las objeciones que
Roberto Espósito (2016) plantea al respecto.
este lugar lo ocupa por momentos la figura del Andrs, sujeto artificial carente de
todo derecho, que se encuentra confinado al espacio de la Piscina Livre y cuya
entera existencia responde al objetivo de satisfacer sexualmente la libido voraz de
la población femenina, que encuentra allí posibilidades infinitas de intercambio
sexual con androides e incluso también con animales.
En sintonía, la unidad monolítica del Estado como forma de gobierno
adquiere en las novelas de Carneiro la forma de un Computador Central,
“benevolente” y “omnipresente”, que regula todas las esferas de la actividad
humana; el Computador es, si se quiere, el principal novum tecnológico que
funciona como condición privativa de la emergencia de las singulares ontologías
subjetivas y de la comunidad que emergen como Dasein histórico en el universo
de las novelas.8 Aquí, en la cosmogonía futura que construyen estos relatos, la
centralización del poder en el ejercicio de la soberanía se alimenta (como sucede
con los totalitarismos históricos) de un anhelo-promesa de permanencia de un
estado de orden, paz y satisfacción que permite en teoría sortear cualquier
sufrimiento de antaño. Esta ilusión de cancelación total de conflictos suele tomar
en su etapa final, como señala Forti (2008) respeto a los totalitarismos históricos,
la forma de una fuerza nihilista que amenaza, en su plan de expansión, con la
aniquilación total. Desde las filas de la literatura, y no ya desde la filosofía
política, será Philip K. Dick quien exprese en su ucronía, The Man in the High
Castle (1962), que esta voluntad imperialista, que busca crear e imponer un
nuevo hombre sin diferencias, hace del nazismo una fuerza entrópica por
naturaleza que amenaza con arrasar todo lo que no se ajuste a ese ideal.
Pero las comunidades de Piscina Livre y Amorquia no se caracterizan por
la radicalidad de esta pulsión de muerte que en definitiva opera detrás de los
totalitarismos (especialmente el nazismo), sino que esta se expresa con otros
matices. Se trata de sociedades en las que la afirmación de unidad, que se ve
reforzada en el contexto de la masificación de los sujetos (otra de las
características propias del totalitarismo descrito por Arendt), se realiza a través de
una lógica que toma forma como cultura del intercambio sexual, aunque en ella
también estén presentes otros elementos asociados con los regímenes de
características totalitarias, como la aspiración imperialista y la experimentación
en humanos. En Piscina Livre, por ejemplo, si bien la acción se ve circunscripta
al espacio dentro de la cúpula, se menciona la existencia de satélites-colonia y
una de sus instituciones más importantes es el Instituto de Genética, en el que se
intenta crear hombres acuáticos. Pese a estar estos últimos en un lugar mucho
8
Décadas más tarde, la ciencia ficción también imaginará en este sentido las potencialidades del
desarrollo de la inteligencia artificial y sus implicancias políticas. El escritor escocés Iain Banks
escribe entre fines de la década del ochenta y 2012 la denominada serie de “La Cultura”,
conformada por una docena de novelas en cuyo universo la humanidad y otras especies
antropomórficas son gobernadas por las “Mentes”, inteligencias artificiales súper desarrolladas a
las que han delegado su soberanía. La serie de Banks es considerada, contrariamente a lo que
puede leerse en las novelas de Carneiro, un resurgimiento de la vertiente utópica en la ciencia
ficción, aunque lo interesante de su universo es que a pesar de su enfoque este no está exento de
conflictos.
Meus irmãos: não deveis esquecer que o sexo é a coisa mais importante de
nossa vida e que sem o sexo não podemos viver. Temos a obrigação de
gozarnos o sexo, de ensiná-lo às criancinhas, de as orientar nesse caminho
do orgasmo, das delícias da carícia mútua, criadas por Deus para nosso
benefício e para nossa elevação [...] [e] não olvidem nunca que a
intensidade importa. Nada aborrece tanto a Deus quanto um orgasmo
rápido, obtido sem preparação adecuada. Um orgasmo que parece mas
uma obrigação cumprida do que a realização da finalidade de nossa vida.
(Carneiro, 1991: 129)
9
En este aspecto, las novelas de Carneiro se acercan indudablemente al universo construido por
John Varley en su clásico relato “La persistencia de la visión” (1978), en donde se retrata la vida
de una comunidad aislada de sujetos sordos-ciegos, en la que el diálogo se entabla exclusivamente
a través del tacto y el intercambio sexual. Allí, además, si bien el ordenamiento social se
fundamenta en una ideología de corte anarquista que poco tiene de aspiración totalitaria, hay
escenas en las que el intercambio sexual colectivo toma la forma de una unión mística.
contemplar la dinámica siempre fluctuante del deseo, sino de hacer de este una
ley, de obedecerlo a ultranza en su tiranía. Lo que revela este análisis es que el
goce sexual, lejos de ser el instrumento de una utopía emancipadora, puede ser
(y con frecuencia “es”) reducido a un mandato que en ocasiones funciona como
el brazo armado de férreos ordenamientos sociales de diversa índole que, como
tales, suponen la penalización de cualquier manifestación espontánea o no
concertada del deseo individual.
Por eso en Amorquia, la aparición súbita de un asesinato, el
redescubrimiento de la muerte en el contexto de una sociedad hedonista e
imperecedera, se percibe como una posibilidad para “transformar as coisas, para
abrir um caminho novo e para sair da escravidão do prazer”; y a pesar de que
Karlow le responde a su compañera Philomene que “o prazer nunca foi
escravidão, o prazer é aquilo que todos nós buscamos na vida; o que a
humanidade sempre quis” (Carneiro, 1991: 111), progresivamente en la novela
este argumento va a ir develándose falso, a medida que distintos personajes
emprenden también extraños viajes en el tiempo que les permiten ver la
evolución de la humanidad y contrastar con su presente (estrategia clásica de la
ciencia ficción, si las hay). Solo el contraste con otras formas de vida, la
comprensión histórica y crítica, y la reinvención de la muerte podrán sacarlos, al
parecer, de la estasis mortecina, de la pesadumbre abúlica; de esa entropía del
placer que es siempre igual a sí misma.
10
El artículo de Veronica Holinger (2003) es a mi entender el que con más rigurosidad y
precisión analiza esta vertiente del género, al tiempo que realiza un trabajo casi arqueológico en
el que reconstruye sus antecedentes.
11
Para ampliar sobre todos estos mecanismos que las novelas de Carneiro exponen (aunque
mediante una inversión de roles) resulta insoslayable el texto de Elsa Dorlin (2009).
El cuerpo sexuado, como diría Judith Butler (2007), es aquí también efecto de
una relación de poder, en el sentido en el que está disciplinado por esa relación,
remite a un sistema de dominación que se articula por una dicotomía femenino-
masculino, cuya jerarquía en este caso se encuentra diametralmente invertida. O,
en en términos aún más claros: el cuerpo sexuado es (al igual que el género) una
“tecnología”, cuyas leyes de circulación, sus prácticas e identidades, y su entero
sistema de sexo/género, femenino/masculino, homosexual/heterosexual/transexual,
son máquinas o dispositivos socio organizativos (Preciado, 2002). El señalamiento
que en Amorquia y Piscina Livre se hace de un pasado pretendidamente superado
por una construcción cultural igualitaria no es más que una burda fachada que
esconde que la lógica de la jerarquización y el sometimiento sigue igualmente
vigente. Estamos ante dos sociedades (acaso tan solo por finos matices podrían
leerse como una sola) que no cancelan sino que más bien reactualizan aquella
dicotomía que para Adorno y Horkheimer (1998 [1944]) da forma a todos los
males de la humanidad desde la Ilustración, que es la inadvertida causa ulterior
del sometimiento de la mujer pero también la del niño y la del judío (siempre
entendido como un otro) durante la Modernidad; y que asimismo se encuentra
detrás de todas las dicotomías que pretenden desandar los estudios teóricos sobre
sexualidad y género.
Como expresarían estos máximos representantes de la Escuela de
Frankfurt, es durante la Modernidad que la concepción organicista de la
naturaleza cede paso a un extrañamiento del hombre respecto a ella y de su
vínculo de pertenencia. La naturaleza es percibida como un otro y, como tal,
objeto de dominio y expoliación por parte del hombre. De alguna manera, lo
que comienza con la Modernidad es una construcción epistemológica (con cuya
formulación colabora sin duda la ciencia moderna que por entonces comienza a
volverse hegemónica) que organizará el universo en torno a una dicotomía sujeto-
objeto, por la que todo aquello que no se percibe como el yo (la naturaleza, pero
también los otros sujetos) es interpretado como una amenaza. Esta concepción,
sin cuya consolidación no hubiese sido posible el capitalismo colonialista y
expoliador de la naturaleza, es la que para Adorno y Horkheimer se encuentra
detrás del sometimiento de la mujer (tal como analizan a través de la obra de
Sade) y el niño, y tiene por corolario final el exterminio de Auschwitz, momento
que representa la aniquilación virulenta de aquel sujeto objetivado que se percibe
como un otro radical. Podríamos pensar, en el caso de Piscina Livre, que este
lugar lo vendrá a ocupar de forma evidente la otredad artificial del Andrs, blanco
perfecto para la objetivación y los planes de exterminio, pero también, en otra
escala, el hombre como subjetividad subalterna que es víctima de una lógica
objetivante, que él mismo a su vez reproduce con los Andrs.
En tanto sigamos entendiendo al otro (cualquiera sea la forma que tome)
como un objeto distinto del yo, no haremos más que invertir los roles de las
jerarquías según las dinámicas siempre móviles del poder. Y lo que es aún más
problemático: la no cancelación de la dicotomía sujeto-objeto sobre la que se
fundamenta toda nuestra epistemología y a partir de la cual, en consecuencia, se
interpreta toda realidad humana, supone de alguna forma autosometerse a una
lógica de autodominio y autosubyugamiento, no importa el lugar que se ocupe
dentro de la jerarquía social. Porque tanto dominador como dominado son
engranajes de un sistema disciplinario por el que el sujeto, subyugando al otro,
no puede sino subyugarse a sí mismo. La no conciencia sobre la naturaleza
entrelazada e interdependiente de todo lo existente en el universo (consciencia
que acaso recién ahora se esté adquiriendo a partir de cierta sensibilidad
ambientalista respecto de la naturaleza) ha ocasionado según Adorno y
Horkheimer que la simultánea percepción del otro en tanto objeto termine en la
consumación de un sometimiento de unos a otros; en definitiva, un
autosometimiento del hombre por el hombre mismo que sólo respetará, según
sea el caso, sutiles matices.
Por eso, a través de la operación de extrapolación que es tan propia de la
ciencia ficción, Amorquia y Piscina Livre exponen por oposición o contraste el
sometimiento hacia las mujeres que caracteriza al universo extratextual al que
ambas novelas lógicamente remiten, pero al mismo tiempo advierten que en
tanto siga vigente nuestra constitutiva dicotomía, por la que el otro es siempre
ubicado en el lugar del objeto, cualquier movimiento que se interprete como
“cambio” puede no ser sino una mera inversión de roles, un coyuntural relevo
entre dominadores y dominados.12 Cuidemos “que la mujer del futuro no sea el
hombre que estamos dejando atrás”, exhorta con lucidez una indiscutida
referente sobre violencia de género (Segato, 2018); y algo de esa preocupación
exudan las novelas de Carneiro. De modo que el “Tal vez…” con el que responde
el personaje masculino del último fragmento citado, ante la afirmación de su
compañera sobre que se encontrarían finalmente ante una sociedad igualitaria,
devela la percepción de este sobre la inquietante lógica que sobrevive tras
cualquier cambio aparente.
Curiosamente, vale señalar, en ambas novelas conviven dos problemas
que lejos de resolverse culminan una y otra vez dando lugar a una lógica objetual
que recae sobre el sujeto y que atenta naturalmente contra cualquier movimiento
de emancipación. Por un lado, como recién expuse, la reducción de la
12
Quien tal vez haya ilustrado mejor este problema en el último tiempo (y a través de estrategias
muy similares a las empleadas por Carneiro) sea Éléonore Pourriat en su película Je ne suis pas un
homme facile (2018).
Si acaso fuese posible acceder a las respuestas, esto supone recorrer un camino
que comienza a ser transitado por varios personajes hacia el final de ambos textos:
escuchar por primera vez al otro, a los Andrs que se sublevan (ellos sí tienen una
organización basada en vínculos solidarios de pertenencia), explorar la
rememoración del pasado a través de los viajes en el tiempo que les permite
realizar la tecnología, recuperar la consciencia sobre la soberana importancia de
la propia mortalidad y, con ella, volver a advertir que todo universo es una
artificiosa construcción, un pacto contractual de margen móvil, que se reescribe
a cada momento conforme se modifican las cartografías de lo humano.
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PRECIADO, Beatriz (2002), Manifiesto contra-sexual. Madrid, Ópera prima.
CLAIRE MERCIER
UNIVERSIDAD DE TALCA (Chile)
cmercier@utalca.cl
1
Este artículo forma parte del proyecto Fondecyt de Iniciación en Investigación n.° 11180063:
“Narrativa distópica latinoamericana actual: elaboraciones utópicas” (2018-2021), cuya autora
es investigadora responsable.
Se agradece a la Dra. Daniuska González por su generosa revisión del presente manuscrito.
ISSN: 2014-1130
Recibido: 08/07/2020
vol. 22 | diciembre 2020 | 123-140
Aprobado: 22/10/2020
DOI: https://doi.org/10.5565/rev/mitologias.702
Claire Mercier
2
Todavía son escasos los estudios críticos acerca de la novela del escritor argentino.
3
En relación con la perspectiva del presente artículo, se debe referir también a los artículos de
Mónica Barrientos (2013) y Laura Scarabelli (2015).
4
Coordinado por Macarena Areco Morales (Pontificia Universidad Católica de Chile) y
Fernando Moreno Turner (Universidad de Poitiers, Francia).
125
Claire Mercier
El nómade —cabe señalar que Braidotti parte de la figura elaborada por Deleuze
y Guattari en Mil mesetas (1972)— rechaza las prácticas sociales provenientes de
un poder normativo. Por consiguiente, el nomadismo se inscribe en contra de
una organización jerárquica de lo vivo con el fin de crear nuevas cartografías
vitales a partir de una redefinición de lo humano y un reconocimiento de los
saberes minoritarios —feminismos, por ejemplo— elaborados por sujetos
disidentes. En definitiva, el nomadismo posthumano en el pensamiento de
Braidotti es a la vez posicionamiento teórico y existencial.
En relación con el corpus de análisis, la vivencia nómade considera
naturalmente el cuerpo y, más precisamente, persigue una corporización del
127
Claire Mercier
Recorridos textuales
Operaciones semio-capitalistas
5
De hecho, Javier Guerrero (2020) llega hasta considerar la narrativa de Eltit como profética.
129
Claire Mercier
131
Claire Mercier
Resistencias nómades
6
El trans-humanismo se dedica a las posibilidades biológicas y tecnológicas de la evolución
humana, mientras que el poshumanismo es una filosofía deconstructivista de mediación que
ofrece una reconciliación no-dualista de la existencia y una redefinición de la condición humana.
En suma, el trans-humanismo es una tecno-utopía que busca un rendimiento infinito del sujeto
particular, a la vez que reafirma los valores antropocéntricos de la modernidad. A diferencia, el
poshumanismo busca un giro crítico post-antropocéntrico y post-dualista hacia una nueva onto-
epistemología comunitaria. De ahí la elección de la perspectiva posthumanista para el presente
artículo. Véase Francesca Ferrando: “Posthumanism, Transhumanism, Antihumanism,
Metahumanism, and New Materialisms: Differences and Relations” (2013).
133
Claire Mercier
Lo primero que hice cuando estuve a solas fue meterme los dedos en la
concha. No sentí nada. Acostado en la cama del hospital, la ventana
hermética, pero sin cortinas, observaba mi batería por primera vez,
enchufada a mi cuerpo como una correa entre el perro y su amo. Los
médicos querían que durmiera. Mi mente estaba fresca aunque el cerebro
fuera usado; si la cabeza tenía algún historial, había sido borrado. Las
rodillas todavía no me respondían, pero el resto del cuerpo sí. La mente
interpretaba el estado de flotación como el fin de un calambre; la ausencia
de pito, en cambio, se asemejaba al síndrome de miembro fantasma que
sufren algunos amputados. (2016: 13)
Es importante citar este pasaje en su totalidad, dado que se trata del primer
encuentro de Ramiro con su nuevo cuerpo. Varios planos se mezclan: el órgano
cerebro con la conciencia del protagonista, la desaparición de la mente de la
señora con el recuerdo del antiguo cuerpo de Ramiro y, finalmente, la hibridez
trans-humana de un cuerpo biológico con alimentación eléctrica. De este modo,
se ve como el protagonista no cambia realmente de cuerpo, sino que ocupa el de
otro. De vuelta al aspecto meramente físico, la experiencia de una corporalidad
nómade se vive primero, y como se dijo, con respecto a manifestaciones
biológicas, como en el momento cuando el protagonista disfruta el hecho de
orinarse: “[…] luego lo disfruto, de pie, en un mediodía cada vez más fuerte. No
me quiero mover: ni para ir al baño ni para abandonar el sol. Soy un árbol con
el tronco meado por algún perro” (2016: 14). El disfrute pasa aquí por sentir un
cuerpo re-vivir. De hecho, cabe recordar que Internet está descrito como un
elemento materno y, a la vez, como un cementerio digital: “Podría jurar que
huele a sangre, a líquido amniótico; sé que son mis sentidos, sobrestimulados por
regresar al espacio donde viví una vida entera. En internet me esperan mis
muertos” (2016: 15). De nuevo, las sensaciones corporales —el olfato en este
caso— son, a diferencia de la conciencia, el lugar de la existencia, del “ser-en-el-
mundo”: un dasein posthumano. En un segundo momento, Ramiro intenta
experimentar, aunque de un modo un poco burdo, una cierta feminidad, como
lo manifiestan sus intentos por maquillarse (2016: 48) o por alcanzar un orgasmo
masturbándose; experiencia que de nuevo afirma que el cuerpo no es solamente
una envoltura, y que concluye con el siguiente constato del personaje: “[…] tener
un orgasmo en un cuerpo ajeno puede ser más complicado de lo que parece”
(2016: 57). De esta manera, la novela realiza una primera modalidad del
nomadismo en el sentido de la concepción, por parte del protagonista, de una
alteridad percibida positivamente en su vulnerabilidad, al acordarse del poco
valor que puede tener un cuerpo femenino, gordo y viejo a los ojos del semio-
capitalismo. Así, en el momento de su segundo cambio de cuerpo, Ramiro dice
extrañar: “[…] a mi adorable señora gorda” (2016: 77). Evoca con nostalgia y
hasta ternura el primer cuerpo que ocupó: “A pesar de jamás haberla conocido,
siento un vínculo inextinguible con esa mujer, demasiado privado como para que
los demás lo toquen con sus opiniones. Una buena mujer que, al morir, hizo de
su cuerpo un nido confortable para que yo pudiera seguir viviendo” (2016: 82).
Frente a las lógicas del semio-capitalismo, el nomadismo corporal, en el texto, es
la clave del reconocimiento de la alteridad. Paradójicamente, al contrario de la
migración científica de un sujeto en diferentes envolturas corporales, se está en
presencia de una constante reformulación afectiva de la conciencia de uno gracias
a su dependencia con respecto al otro. De este modo, el nomadismo opone al
cuerpo máquina un reconocimiento del otro en su vulnerabilidad. Se trata de un
nuevo linaje, ya no familiar por la disolución en redes de la noción de generación,
sino emotivo-corporal. Así, lo afectivo vuelve a crear una comunidad entre un
cuerpo y su residente al interior de una relación de dependencia invertida: no
habitamos un cuerpo, sino que él nos habita.
La resistencia reside a partir de este momento en el hecho de ir más allá de la
concepción mecanicista del cuerpo como desperdicio carnal separado de la
conciencia: no se tiene, sino que se es un cuerpo. De esta manera, no es Ramiro
quien ocupa un cuerpo, sino un cuerpo que se ofrece al protagonista con el fin
de que siga vivo; un cuerpo con el cual hay que co-existir debido a la existencia
de su propia identidad. El personaje de Moisés en la novela es de alguna forma
el portavoz de lo anterior; se presenta ante Ramiro como un arqueólogo
cibernético en relación con un proyecto suyo por rescatar la memoria de los
cuerpos desechados a la manera de una enciclopedia virtual: “En lo que se hace
desaparecer está la clave de la humanidad; nuestra tarea es reconstruir lo
destruido, reponer lo perdido, reaparecer lo invisible antes de que desaparezca
del todo” (2016: 64). El nomadismo se materializa aquí por el respeto
literalmente carnal de la identidad, hasta el rechazo del sujeto como fundamento
135
Claire Mercier
137
Claire Mercier
De esta forma, y sería el punto de mayor encuentro entre las novelas, la obra de
Eltit, a pesar de su carácter poético, alegórico y a veces hasta abstracto, posee un
alto grado de realismo político con la escritura de la historia de la resistencia de
los cuerpos oprimidos. Del mismo modo, la obra de Castagnet parte de una
dimensión distópica, pero es a fin de cuentas muy realista en relación con la
escritura de un proceso de re-encarnación de sí mismo con respecto al
reconocimiento de la alteridad como fundamento ético. Además, en ambos
casos, los protagonistas desafían el mercado semio-capitalista de los cuerpos y
logran desplazarse en los intersticios fronterizos de la condición de viviente con
el fin de inventar una nueva comunidad: son subjetividades políticas que se auto-
escriben. El cuerpo se convierte finalmente en la máquina de guerra de Deleuze y
Guattari (2002: 360), la cual, al contrario de una estratificación de la realidad que
genera el aparato del Estado, permite el devenir de los varios agenciamientos del
deseo encarnados en cuerpos nómades capaces de elaborar narrativas resistentes.
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Claire Mercier
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DOI: https://doi.org/10.5565/rev/mitologias.716
Pedro Pablo Salas Camus
1 La primera edición data de 1951; no obstante, fue corregida y ampliada para su segunda edición
en 1959.
2
Si bien, cabe destacar, no es el primero en escribir ciencia-ficción en nuestro país. De acuerdo a
Macarena Areco, este sería Benjamin Tallman con su obra ¡Una visión del porvenir! O el espejo del
mundo en el año 1975 (1875) (Areco, 2009: 38).
Un hogar católico
La sociedad cronniana
Los Altísimos pasa por tres fases de distinta duración. La primera es el despertar
del protagonista, quien se ve envuelto brevemente en una atmósfera kafkiana en
donde nada tiene sentido, o bien todo lo tiene para el resto. Hernán Videla, o
“X.”, como se le empezará a llamar desde temprano, despierta en un hospital en
Polonia sin memoria alguna de por qué se encuentra ahí. Tendrá breves
conversaciones con “L.” y “D.”, hombres fríos y mecánicos que le explicarán —
a pesar de posteriores revelaciones que contradecirán sus aseveraciones
originales— el porqué de su estadía en el hospital: Hernán Videla ha sido
reemplazado en Chile forzosamente por “X.” (el verdadero) quien se acercó al
protagonista por su extraordinario parecido físico con él. Debido a esto —y por
motivos nunca lo suficientemente claros sino hasta el final de la novela—,
Hernán Videla debe asumir, a su vez, la identidad de X. en la sociedad polaca sin
que nadie se entere del cambio.3 Por supuesto, nada es tan sencillo como parece:
lo que a primera vista se describe como Polonia termina siendo una sociedad
futurista situada en la superficie interna del planeta llamado Cronn. La segunda
fase de la novela —la de mayor longitud— consiste en la detallada exposición de
sus habitantes, sus ciudades, su tecnología y su cultura. La tercera fase, de más
breve extensión pero de un simbolismo más cargado, es aquella en la cual se
devela la existencia de Los Altísimos, una raza —literalmente— gigante que
ejerce un dominio directo sobre los habitantes de Cronn. El raciocinio de los
primeros, así como su estructura social o campo cultural, se nos presenta como
completamente ininteligible: su diferencia ante los parámetros del pensamiento
humano (o cronniano) es tan radical que su mera concepción desafía toda lógica.
Lo que tenemos aquí es la presencia del Otro en su expresión más drástica: todo
intento de comunicación es imposible, y solo podemos intuir la existencia de Los
Altísimos por medio de intermediarios, ruinas y cadáveres. Volveré a este punto
posteriormente.
La distopía comunista
3
Para simplificar mi análisis, llamaré al protagonista (Hernán Videla) como “X.” de manera
exclusiva de aquí en adelante.
4
Escepticismo, dicho sea de paso, compartido de forma manifiesta por Hugo Correa. El escritor,
al momento de publicación de Los Altísimos, declaró tener explícitas reservas con respecto al
proyecto socialista. En sus propias palabras: “Todo escritor de ciencia-ficción tiene un conflicto
grave dentro de sí … creemos que el futuro pertenece al socialismo y, sin embargo, nos caben
serias dudas de que ello sea lo mejor para la felicidad del hombre” (1973: 39).
5
José Promis, a lo largo de su análisis presente en La novela chilena del último siglo (1993), comete
un error al confundir “X.”, el protagonista, con “L.”, personaje secundario. Este error superficial,
no obstante, no afecta su examen analítico.
6
En un diálogo con A., fémina cronnia con la cual X establece una fugaz relación, la primera
explica el “raro atractivo” que el protagonista ejerce en las mujeres, y no obstante la imposibilidad
de amarlo debido al miedo al Colectivo: “Las imposiciones de la Colectividad son más fuertes
que el deseo de amar. Han llegado a integrar nuestro subconsciente colectivo. Como el miedo al
Diablo entre ustedes” (1959: 172).
La mujer cronniana
Según Gabriel Salazar y Julio Pinto, el discurso eclesiástico chileno, por lo menos
en lo respecta el comienzo del siglo XX y hasta mediados del mismo, promovió
una imagen de la mujer ligada a su rol de esposa, madre y ama de casa, por tanto,
se delegaban las labores productivas a su contraparte masculina. Lo último, en
parte, se reforzó ante la arremetida de la perspectiva de una mujer “camarada”,
igualmente responsable en labores productivas, que emergía de los movimientos
populares —muchos de ellos asociados al socialismo— de la época (Salazar y
Pinto, 2002: 59-79). Si a esto le sumamos la progresiva profesionalización de la
mujer, y cómo esta, en los años cincuenta, había institucionalizado su inserción
en el campo profesional y laboral, la concepción de la fémina en la sociedad
chilena tuvo que, en palabras de Salazar, “ajustar sus roles tradicionales de madre
y esposa en un sentido opuesto al que, por siglos, habían exigido la Iglesia
Católica y los sectores conservadores de la oligarquía” (2002: 191; cursivas en el
original). Es en este contexto sociohistórico en el cual Correa escribe Los
Altísimos: uno en donde los roles tradicionales de género se empiezan a
resquebrajar, la liberación sexual de la mujer progresivamente gana terreno y la
concepción patriarcal del discurso eclesiástico pierde fuerza. Como espero
demostrar, es en las relaciones del protagonista con las cronnianas donde esta
crisis del discurso católico se expresa en Los Altísimos: el primero, como ya
adelantaba, al ser un defensor de los roles genéricos tradicionales, y advertir al
lector sobre las consecuencias de una posible emancipación total de la mujer en
la sociedad moderna, si es que esta prosigue su curso actual. No obstante, la
defensa del patriarcado no está exenta de tensiones internas, por ende, muchas veces
subvierte, por medio de su misma defensa, sus motivos supuestamente altruistas.
En la novela, X. entabla relaciones principalmente con dos féminas: A.,
con quien inmediatamente se establece un interés romántico; e I., mujer con la
cual la posibilidad de una relación sexual se abre, pero no se concreta. Con
respecto a la primera, esta le servirá de guía a X por medio de múltiples
explicaciones y variados tours por las ciudades cronnianas. Será también ella, en
consecuencia, quien le devele al protagonista el funcionamiento social y
económico de Cronn, a la vez que sus penurias.
Antes que nada, lo primero que debe decirse sobre la sociedad cronniana
es que en ella las relaciones amorosas monogámicas están prohibidas. Siguiendo
una línea muy similar a Un Mundo Feliz de Aldous Huxley, establecer una
—Tú no te das.
—Las cronnias nunca se dan.
—¿Y tu amigo?
[…]
—Dale con lo mismo. No tengo amigos.
—¿Y por qué te fuiste con él entonces? —A duras penas contengo mi furia.
(1959: 145-146)
Ninguno es llevado en brazos por una madre. No se oyen sus risas. Ni sus
llantos. Ni de sus juegos. Y comprendo que la ciudad necesita de ellos.
(1959: 96)7
7
Si bien he elegido en mi criterio la queja más explícita al respecto, el reclamo por la ausencia de
niños es una constante en gran parte de la novela. A modo de ejemplo, véanse páginas 128, 141,
148 y 149.
protagonista. En otras palabras: no es sino solo después que X. tenga sus primeras
experiencias románticas y/o sexuales con las féminas de Cronn que el desajuste
social tiene lugar. El narrador vive la frustración de no poder poseer
exclusivamente a su par femenino, y contempla con escándalo —no carente de
cierto deseo— la promiscuidad de los cronnianos. De aquella frustración,
consecuentemente, surgen las ansias de la reinstauración de instituciones sociales
como el matrimonio y la familia —como herramientas, en definitiva— para
“domar” a su contraparte femenina y ser propietario exclusivo de su atractivo sexual.
Significativo en relación a esto último es que las quejas de la falta de
maternidad usualmente estén próximas a la descripción física de las mujeres
cronnianas, quienes poseen un atractivo que el narrador describe reiteradamente.
Ejemplos sobran: “Nuestras mujeres … son cada vez más hermosas y femeninas”
(1959: 74); “Mujeres ligeras de ropa” (96); “Frunce el ceño. Viste tenues ropas
ajustadas. Mueve la cabeza” (99; las cursivas son mías),8 etc. En este sentido, se
detecta cierta fascinación con respecto a la sexualidad femenina cronniana que
muchas veces supera a la repulsión característica de X. La invitación para unirse
a la libertad sexual que se vive en Cronn, a su vez, aparece de forma reiterada, y
si bien X. la rechaza de forma constante, su frustración con respecto a la represión
de sus instintos sexuales es tangible. Dos pasajes, notablemente similares, por
ejemplo, describen a X. observando a distintas cronnias tomándose una ducha,
en donde la atracción hacia las mujeres se mezcla con el temor y la vergüenza:
[1] Una mujer entra por la derecha. Me lanza una lánguida mirada, y por
un instante estoy seguro que se ha dirigido a mí. Es hermosa: alta y de pelo
rojo. Da la sensación de que de llamarla, me contestaría. Y que podría cruzar
el vano y llegar donde ella. Tan real es la escena. La mujer vuelve a mirarme
y sonríe. Luego comienza a desnudarse.
—¿Qué es esto?
—La señorita del departamento ocho, señor […]
La cronnia ha terminado de desvestirse. […]
—¡Basta! —grito— ¡Terminemos con esto…! (121; las cursivas son mías)
[2] La pared que separa el baño del dormitorio —un cristal polarizado—
se ilumina. Detrás del invisible panel la muchacha se apresta a entrar en la
ducha. Sonríe, entre ingenua y picaresca. Algo hay en aquel desenfado que
inspira temor. […]
—¿Qué le parece la rubia, señor?
—Está bien —contesto irritado. […]
I. continúa bañándose, alegre. No parece que una pared nos separase. El
agua limpia su cuerpo de espuma. (1959: 125; las cursivas son mías)
8
Este atractivo físico, dicho sea de paso, es un rasgo compartido por toda la sociedad cronniana,
si bien descrito con mucho mayor énfasis cuando del sexo femenino se trata.
quisiese, X. podría entablar una relación sexual sin consecuencias con cualquier
miembro del sexo femenino en Cronn, en tanto ya conoce la política poligámica
y sin ataduras que rige en dicha sociedad. No obstante, decide no hacerlo. Y no
es solamente por una pretendida fidelidad hacia A., fémina con la cual no ha
existido (aún) ningún acercamiento amoroso o sexual concreto; más bien, porque
su entrada al “amor libre” de Cronn connotaría, en última instancia, validar las
relaciones poligámicas cronnianas; y junto con ello, rechazar los roles genéricos
tradicionales así como los entiende el protagonista. Dicho de otro modo: el deseo
existe, pero X. solo se sentirá cómodo dando rienda suelta a su placer en un
contexto que reposicione a la mujer de manera inteligible en un sistema
patriarcal.
Esto último, coincidentemente, termina siendo la victoria simbólica más
importante de X. en su periplo por Cronn. Después de haberle servido como
guía de la sociedad cronniana, A. finalmente sucumbe ante los cortejos de X., no
sin antes oponer cierta resistencia. Vale la pena citar el pasaje en extenso:
9
Nancy C.M. Hartsock, en su libro Money, Sex and Power: Toward a Feminist Historical
Materialism (1985) sostiene que el deseo masculino, estructurado como lo está en nuestra
presente sociedad patriarcal, tiene como raíz un íntimo miedo de fusionarse con la figura
maternal —y por extensión, con el Otro femenino en general. Una de las maneras en que este
pánico a la fusión se expresaría sería a través del establecimiento de relaciones basadas en la
conquista y la sumisión. En sus propias palabras: “The opposition of men to women and perhaps
even to other men is not simply a transitory opposition of arbitrary interests, where the first
choice of each is the second last of the other, the participants in the agonal community structured
by a masculine eros have no common choices. The community emerges only through conquest,
struggle, and even the potential death of its members. These dynamics of conquest and
domination mean that the gain of one participant can come only at the expense of the other’s
submission, humiliation, or even death” (Hartsock, 1985: 177).
Los Altísimos
Los Altísimos, tal como se adelantaba al inicio de este ensayo, son una raza
alienígena avanzada (incluso para los estándares cronnianos) cuya omnipotencia
les hace ininteligibles. La diferencia en su conformación es tal que es imposible
conceptualizarlos tomando como parámetro el cuerpo y la psiquis humana (y por
extensión, la cronniana, considerando que su figura corporal y mental es idéntica
a la nuestra). En lo relativo a su relación con los cronnios, los Altísimos toman
consciencia de estos al avanzar la sociedad cronniana en su desarrollo tecnológico
y su búsqueda por el conocimiento; y después de la destrucción del planeta
original de estos últimos, le construyen a la sociedad cronniana un nuevo mundo
que les servirá a estos últimos paralelamente como hogar y gigantesca nave
espacial para la exploración galáctica. El regalo, no obstante, tiene su costo: los
cronnios quedan sujetos al dominio de Los Altísimos, los cuales, mediante
diferentes dispositivos de control (representantes en los cronnios, dispositivos
bioquímicos y tecnológicos de monitoreo y represión, y hasta la represión bélica)
subyugan al pueblo cronniano. Cabe destacar que, aparte del deseo de los
Altísimos de usar a los cronnios para la exploración galáctica, sus designios
permanecen inexpugnables: tal como especifica L., cualquier intento de
comunicación, comprensión o rebelión es fútil ante la gigantesca diferencia de
escala: “¿Qué forma tienen? Nadie lo sabe … Se supone que su magnitud es tal
que nos sería imposible percibirla con nuestros sentidos. ¡Ni siquiera los
instrumentos más perfectos estarían en condiciones de darnos una idea inteligible
de Ellos! Fueron creados para habitar el macrocosmos, para cuya sola concepción
carecemos de la inteligencia necesaria” (1959: 246). Ya hacia el final de la novela,
el dominio y arbitrario control de los Altísimos se hace patente: “reciclando”
cadáveres de anteriores rebeliones cronnianas y usándolos como proyectiles,
exterminan a gran parte de la población de Cronn en cuestión de minutos. Esta
no es la primera vez que se efectúa dicha operación de exterminio masivo, si bien
el porqué de dicha acción siempre queda en el terreno de la especulación.
Establecida la naturaleza ininteligible, arbitraria y omnipotente de los
Altísimos, queda la pregunta sobre su valor simbólico dentro del relato y su
relación con el discurso eclesiástico antes referido. La primera arista a considerar
es que su descubrimiento por parte de la sociedad cronniana está ligada al avance
científico de estos últimos. La culpa de la explotación de Cronn, en este sentido,
no recae tanto en los Altísimos per se, sino en la pretendida “arrogancia” de la
sociedad cronniana por haber querido conocer y evolucionar más allá de un
grado del que supuestamente les correspondía.
El tema sobre el conocimiento (i)limitado ya es posible de intuir desde el
epígrafe de la novela, el cual cita las siguientes palabras de Platón:
Conclusiones
10
Si bien Kurlat se refiere específicamente a la producción argentina de ciencia-ficción de
mediados de siglo, creo que las mismas palabras pueden aplicarse a la (escasa) escritura del género
tanto que ver con el deseo de cambio social, sino más bien con lo contrario: se
configura como un relato que promueve la preservación del statu quo. Esto toma
particular relevancia si ponderamos el escenario histórico y social del Chile de
mediados de siglo. En relación a este último, Raquel Olea postula:
Los vaivenes políticos señalan una época; por una parte, dan cuenta de una
amenaza para la permanencia de las tradiciones y sus formas de
organización de la vida y las relaciones sociales, bajo el signo de las
jerarquías de clase y género; y por otra, enseña que estas deberían, ahora,
aprender a existir con algunas resistencias, rechazos y deseos de
modificación de ese paradigma, lo que significa una pérdida de hegemonía
de la oligarquía terrateniente. La hacienda seguía siendo la organización
organizadora del régimen de vida de los sectores agrarios y rurales, pero
ahora debe coexistir con las modificaciones que trae la modernización, lo
que significa una pérdida de hegemonía por cuanto la visión feudal y
católica del mundo que se construía desde ese reducto de poder comienza
a ser lenta, pero efectivamente intervenida, por efectos de la
industrialización del país. (Olea, 2010: 106)
en territorio chileno: “La escritura [de ciencia-ficción en los años cincuenta] se constituye como
reflexión ideológica. Sería un error hablar de una ciencia ficción que carece de ciencia, en parte
porque ésta aparece aunque más no sea en un discreto segundo o tercer plano. Más bien, lo que
aparece en el centro de la reflexión son los debates políticos locales. Ésta es una narrativa que se
sirve de la ciencia cuando lo necesita, y oficia desde sus mecanismos lógicos, pero el centro de sus
problemáticas estará siempre en el reciclaje y reorganización de los materiales ideológicos que
permiten registrar el hecho social como parte del entramado histórico” (Kurlat Ares, 2018: 247).
desarrollista —una donde, dicho sea de paso, el patriarca ha perdido todos sus
privilegios sociales, o bien la evolución tecnológica lleva a la comunidad a
cometer un “pecado de orgullo”. Y si bien puede leerse esta novela como un
relato nacido por una genuina preocupación de su autor ante una pretendida
decadencia moral de su época, no hay que olvidar que Hugo Correa, en tiempos
de dictadura, será director de la Fundación Nacional de la Cultura, una entidad,
según sus propias palabras, “privada… que dirige la Sra. Lucía Pinochet Hiriart,
y se dedica a difundir los valores nacionales” (1985: 6; las cursivas son mías). En
este sentido, el pensamiento conservador de Correa aquí analizado puede ser
interpretado como un precursor del discurso salvacionista militar: uno cuya
eventual propagación hará que los valores promovidos por Los Altísimos vuelvan
a posicionarse en el discurso nacional, aunque esta vez amparados por la
violencia. A fin de cuentas, de los deshumanizados cronnianos a los humanoides
del almirante Merino solo hay un paso.
BIBLIOGRAFÍA
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Editorial La Noria.
BELISARIO ZALAZAR
UNIVERSIDAD NACIONAL DE CÓRDOBA (Argentina)
belazalazar@gmail.com
ISSN: 2014-1130
Recibido: 01/09/2020
vol. 22 | diciembre 2020 | 161-174
Aprobado: 10/10/2020
DOI: https://doi.org/10.5565/rev/mitologias.717
Belisario Zalazar
Los debates en torno a la figura de Descartes, o quizás, para ser más precisos,
alrededor de su filosofía, han tomado nuevas fuerzas debido a la irrupción en la
escena contemporánea de un conjunto de seres o existentes que pueblan tanto la
materialidad como el imaginario de nuestro convulso siglo XXI. Dicho conjunto,
conformado por autómatas mecánicos, robots, sistemas digitales electrónicos
indeterminados, ciborgs, máquinas espirituales y la combinación de los
elementos de este conjunto —excesivo para la razón moderna fundada en el
axioma de ideas claras y distintas— se sustenta en la emergencia de “una nueva
episteme” (Rodríguez, 2019) que pone en entredicho todo aquello que, como
señaló Foucault en Las palabras y las cosas (1966), los saberes modernos trazaron
como el rostro de “lo humano”. Y Descartes resulta central si de lo que se trata
es de dilucidar qué de “lo humano” está siendo cuestionado por ciencias
poshumanas como las neurociencias, la IA, la cibernética, la TGS, la biología
molecular, y las ciencias sociales y políticas de la información; todas ellas puestas
en contacto a partir de un movimiento en bloque que opera por resonancias entre
los discursos expertos, la “filosofía” y las artes, entre ellas la literatura.
Se ha repetido hasta el cansancio que el descubrimiento cartesiano del
sujeto, de la presencia a sí de la conciencia a través del pensamiento, son el
cimiento sobre el cual se fundó el proyecto occidentalizador que conocemos
como Modernidad. El mundo moderno, su conquista, y utilizamos este concepto
sobre todo en el sentido colonialista de la palabra, habría sido difícil de llevar a
cabo sin la máquina inventada por Descartes: la geometría algebraica y la
preeminencia de una idea de pensamiento y razón reducidos a la operación de
descomponer el universo existente a unos elementos simples, calculables y
computables, luego relacionables de manera compleja. Sin embargo, como han
mostrado desde perspectivas muy diferentes Jean-Marie Schaeffer (2009) y
Vicente Serrano Marín (2010), la autoevidencia del cogito y su rol como sustancia
que define lo humano del organismo especial llamado homo sapiens, encuentra
en los mismos escritos del parisino su propio límite, o su artilugio autodestructivo.
La Tesis de la excepción humana, aquella que sobreimprime el dualismo
ontológico (cuerpo/pensamiento) sobre la ruptura óntica que separa al hombre
del resto de los vivientes y del orden del mundo puramente material, se ve
socavada desde dentro, como un virus, por presencias espectrales como el genio
maligno y los autómatas, que deslumbraron con sus mecanismos arte-factuales
los espacios sociales más diversos en los siglos que transcurren del XV al XIX.
La pasión de Descartes, la novela de reciente aparición del polifacético
filósofo poshumanista argentino Andrés Vaccari, retoma un pasaje sombrío de la
biografía de Descartes, relegado a las sombras o al rincón del “mundo de la no-
luz”, como se nombra en la novela a lo desconocido, la muerte o lo que la razón
no puede despejar con sus rayos de conocimiento. Y, como todo aquello que
habita las sombras, por lo menos desde Galileo en adelante, y en nuestra
genealogía, desde el Método ideado y prescripto por Descartes, pertenece al
universo discursivo de la opinión, de la leyenda y del mito. Mito, leyenda y
opinión quedan fuera de la región custodiada por la Razón que guía el justo
proceder de los sujetos humanos, por ende, necesariamente son desterrados al no
poder ser demostrables por medio del artefacto lógico cartesiano.1 Historia, así,
se opone a mito/leyenda; hecho a interpretación; ciencia a opinión. Pues bien,
ese pasaje cuenta que luego de que la pequeña Francine, hija ilegítima del
pensador francés, murió de escarlatina a los cinco años, para
Vaccari fabrica una compleja maquinaria, tenderíamos a decir, por fuerza de las
metáforas sedimentadas, de relojería, pero se trata de una máquina ficcional. Una
máquina que esculpe, como el cine lo hace con el tiempo para Tarkovski, una
vida. Y si es una máquina, es porque requiere de una técnica precisa que la
accione; o bien, de la manipulación de una serie de saberes concretizados en
formas particulares. La ficción se vale de la materia lingüística y produce una
narración que opera con distintas técnicas escriturarias: soliloquios, diálogos,
escenas teatrales, correspondencias y artefactos barrocos como el teatro dentro
del teatro. La máquina cuenta, relata, pone en movimiento conceptos filosóficos
que a su vez generan colisiones de las que surgen imágenes vívidas. En una puesta
en abismo, cara al mundo barroco del que participa Descartes, pese a la pálida
imagen “demasiado humana”, simplificada, racionalista, desgastada, esquematizada
que de él nos ha heredado la tradición, la máquina ficcional encuentra en los
tableaux vivants de la obra comandados por el personaje Vicente de la Vega, su
doble “material”. La vida de Descartes se descompone en capítulos narrativos,
1
Vicente Serrano Marín en su ensayo Soñando monstruos. Terror y delirio en la modernidad (2010)
emprende una extensa reescritura del concepto filosófico de modernidad, a la vez que lo despega de
su coincidencia con una etapa que muchas veces se piensa como su rostro definitivo y característico:
la Ilustración. El autor español muestra en su recorrido que desde el inicio de la modernidad que nace
con Descartes, el elemento del “yo”, el “sujeto” y su despliegue (que en el pensador francés se da
mediante el ingenio de la geometría analítica (con sus espacios de acción en los planos de
representación) sobre el que se levantaría ese proyecto no solo epistemológico, sino civilizatorio de
alcanzar la verdad, se encuentra acechado y de alguna forma falseado in nuce por una figura espectral,
terrorífica: el abismo sin fondo que “sostiene” al yo, al pensamiento, a la voluntad de verdad. En lugar
del “yo pienso”, Descartes, a partir de la intrusión del genio maligno, habría evitado decir, según
Serrano Marín, como dirán luego Nietzsche y Freud: “Ello piensa”.
los cuales a su vez se corresponden con escenas representadas por actores que
deambulan en un mundo movido por mecanismos y artilugios que crean una
gran ilusión no solo óptica, sino sensitiva y cognitiva. El mobiliario del mundo
de la obra no es sino una Gran Máquina. Al respecto cuenta la voz narrativa,
perdida entre las voces que circulan por los recuerdos vivos, materializados y re-
presentados en las escenas del gran filósofo:
Esa Gran Máquina que es el mundo en el que los actores representan la vida de
Descartes no es sino, y virtualmente, un inmenso teatro. Estratagema,
escenografía, el Gran Teatro del Mundo ideado por Calderón de la Barca.
Tópico barroco, la percepción del mundo como un teatro se alimenta del juego
de espejos en el que se sumerge la razón en su ansia de conocimiento. En su viaje
interior, el cogito, en búsqueda de la realidad, naufraga hasta perderse en su
contraparte la irrealidad del orbe, ilusorio, incierto, poblado de apariencias que
ponen en peligro el edificio claro y distinto de las ideas y su coincidencia con la
realidad extensa. Por ello Calderón sentenciará, en boca de Segismundo: “que
toda la vida es sueño,/ y los sueños, sueños son” (Calderón de la Barca, 1873:
96). Los monstruos modernos (el vampiro, Frankenstein, las marionetas de
Kleist, los autómatas de Hoffman, etc.) son vástagos de este temor barroco, de
este naufragio cuyo motor no es sino lo siniestro, lo inquietante que acecha como
una sombra al pensamiento, al cogito, al sujeto moderno.2
Por otra parte, la idea del Machina-mundi,3 la filosofía según la cual el
universo o “la Naturaleza” no es sino un complejo mecanismo regido por leyes
que la naciente ciencia Física de Copernico, Kepler, Galileo y el mismo Renatus
Cartesius estaba llamada a descubrir, nace una vez que la idea de una Creación
inescrutable y misteriosa hubo caído junto con las gramáticas que dieron lugar a
2
Véase Serrano Marín (2010) “Sección Segunda. Terror.”
3
“El primero que utilizó la expresión machina mundi (‘la máquina del mundo’) fue el poeta
romano Lucrecio (94-55 a.C.) en su obra De rerum natura. La metáfora (pues, de tal se trataba,
evidentemente) era tan acertada que no tardó en hacer fortuna, de tal manera que en los siglos
sucesivos fue utilizada por los escritores y filósofos europeos para designar la complejidad del
mundo. Tal vez el primero que la desarrolló plenamente, más allá de su sentido puramente
poético, fue el escritor y político romano Cicerón (106-43 a.C.) […] En La naturaleza de los
dioses Cicerón comparó la precisión y el orden con los que funcionaba el Cosmos —obra, según
él, del Creador estoico— con la máquina del mundo de Arquímedes, un autómata hidráulico
construido hacía más de 150 años por el matemático griego. […] Lo que los científicos y filósofos
mecanicistas y materialistas [de los siglos XVI , XVII y XVIII] iban a poner sobre la mesa en los
siglos siguientes ya no será meramente una metáfora, sino una nueva teoría de la vida que partía
del hecho —verificable, según ellos— de que los cuerpos de los animales y los hombres eran
máquinas. No ‘como si fuesen’, sino que eran” (Alonso Burgos, 2017: 53-56).
4
En su Discurso sobre la dignidad del hombre Giovani Pico della Mirandola elabora uno de los primeros
intentos por hallar el puesto del hombre en el Cosmos en un período donde la armonía del Orden
divino de la Edad Media, que a su vez es modelo y ley regia del orden social y terreno comenzaba a
despedazarse y comienza a aparecer la figura del Hombre dibujada con el pincel del movimiento
Humanista. Ese puesto en apariencia indefinido, la última de las creaciones del Sumo Padre Dios
arquitecto que es el hombre, sin embargo le permite ubicarse en un centro vacío paradójicamente
móvil, capaz de ocupar cualquier parte del orbe ordenado por las leyes divinas. Potencialmente el
hombre es capaz de ascender a la altura misma del Sumo Padre. La jerarquía se decida entonces en y
a partir del trabajo del hombre (su intención y su juicio) en tanto sepa aprovechar la perfectibilidad
que lo define. “Al hombre naciente el Padre le confirió simientes de toda especie y gérmenes de toda
vida. Y según como cada hombre las haya cultivado, madurarán en él y le darán sus frutos. Si fueran
vegetales, se hará planta; si sensibles, se embrutecerá; si racionales, se elevará a animal celeste; si
intelectuales, será ángel o hijo de Dios; y si no contento con la suerte de ninguna criatura, se repliega
en el centro de su unidad, transformado en un espíritu a solas con Dios en la solitaria oscuridad del
Padre, él, que fue colocado por encima de todas las cosas, estará por encima de todas ellas.” (Pico della
Mirandola, 2008: 209).
5
La tesis de la excepcionalidad humana ideada por Descartes se esfuma en el discurso filosófico
materialista de La Mettrie: desaparecen tanto la ruptura óntica, así como el dualismo ontológico
que definen al humano “El alma y el cuerpo se duermen juntos. A medida que el movimiento de
la sangre se calma, una dulce sensación de paz y de tranquilidad se difunde por toda la máquina;
el alma se vuelve básicamente pesada con los párpados y se sumerge en las fibras del cerebro: se
paraliza así poco a poco con todos los músculos del cuerpo. Estos no pueden ya sostener el peso
de la cabeza, aquella (el alma) no puede sostener el fardo del pensamiento; está en el sueño como
si en él no estuviese.” (La Mettrie, 2014: 43) “Concluyamos pues, osadamente, que el hombre es
una máquina y que no hay en el universo más que una sola sustancia con diversas modificaciones”
(120).
6
Proyecto sostenido por un conjunto de saberes, prácticas y tecnologías que convergen en lo que
posthumanistas críticas como Braidotti llaman Humanismo: “Al principio de todo está Él, el
ideal clásico del Hombre, identificado por Protágoras como ‘la medida de todas las cosas’, luego
elevado por el Renacimiento italiano a nivel de modelo universal, representado por Leonardo da
Vinci en el Hombre vitruviano. Un ideal de perfección corporal que […] evoluciona hacia una
serie de valores intelectuales, discursivos y espirituales. Juntos, éstos sostienen una precisa
concepción de qué es humano a propósito de la humanidad. Además, aseveran con inquebrantable
seguridad la casi ilimitada capacidad humana de perseguir la perfección individual y colectiva.
Esta imagen icónica es el símbolo de la doctrina del humanismo, que interpreta la potenciación
de las capacidades humanas biológicas, racionales y morales a la luz del concepto de progreso
racional orientado teleológicamente” (Braidotti, 2015: 25).
7
´”El transhumanismo es un movimiento filosófico que promulga el advenimiento de un futuro
estado de la humanidad, denominado ‘posthumanidad’. Es un futuro en el que la humanidad
habrá intervenido racionalmente en su propia evolución para reinventarse de acuerdo con sus
propios sueños y aspiraciones, transcendiendo así la prerrogativa natural de su existencia y
realizando su pleno potencial […] Nick Bostrom, el pensador transhumanista más destacado en
la actualidad, asevera: ‘En última instancia, es posible que estas optimizaciones puedan hacernos
a nosotros o a nuestros descendientes, ‘posthumanos’, seres con una longevidad indefinida,
facultades intelectuales mucho mayores que las de cualquier ser humano actual (y tal vez
sensibilidades o modalidades completamente nuevas), así como la capacidad de controlar sus
propias emociones’” (Vaccari, 2014: 238). El transhumanismo, hijo de la cultura material de
nuestro Globo hipertecnologizado, propone valerse de las tecnologías desarrolladas en las últimas
décadas del siglo XX y lo que va del XXI para producir un humano mejor”, potenciando y
perfeccionando, o bien rediseñando, nuestras capacidades cognitivas, perceptivas y biológicas.
Ese posible “rediseño artificial del cuerpo humano y la intervención sobre las bases moleculares de
la vida sobre la tierra” (Ludueña Romandini, 2010: 200; cursivas del orginal) parte de un
presupuesto, de un artefacto similar al empleado por Descartes para fundar toda su filosofía sobre
los cimientos del cogito: la “apelación a valores que parecen ser universales o autoevidentes, [es
decir], supone que todos estamos de acuerdo en lo que constituye un humano ‘mejor’ y que sería
ridículo oponerse a algo que es mejor” (Vaccari, 2014: 241). Sobre la cuestión del artefacto
cartesiano, como ya dijimos, es una tesis arriesgada tanto por Serrano Marín, como por Schaeffer,
con pretensiones y argumentos muy distintos entre sí. Schaeffer lo enuncia así: “el cartesianismo
es la determinación del hombre como ego. Resta la posibilidad de que esta determinación no sea
más que un artefacto. Si este fuera el caso, entonces el privilegio concedido al valor autofundador
de la conciencia, lejos de constituir el basamento inquebrantable de todo conocimiento del ser
humano, se expondría a prohibirnos el acceso al conocimiento de lo que somos” (2009: 59).
8
En ese mismo movimiento toma el desafío lanzado por el proyecto cartesiano de la ingeniería
de los mecanismos que componen la res extensa, de la que participa por supuesto el hombre en
tanto ente material. Escribe Vaccari al respecto: “No nos debería sorprender que Descartes haya
escrito el primer tratado transhumanista, la Óptica (1634). Como he argumentado en detalle en
otro lado (véase Vaccari [2012]), la Óptica de Descartes ensaya el discurso del mejoramiento
humano sobre la base de un modelo mecanicista de lo viviente, al tiempo que enfoca a la
naturaleza como un sistema defectuoso para ser rediseñado desde una perspectiva ingenieril.
Existen fuertes continuidades entre el mecanicismo biológico clásico y la antropología
transhumanista. Ambos instrumentalizan la relación cuerpo y mente, desdoblando a lo humano
en sujeto y objeto de su acción, en diseñador y diseñado. El proceso de elevación moral humana,
tanto para Descartes como para los transhumanistas, pasa por la corrección de su condición
biomaterial” (2013: 50).
9
No solo se estaría repitiendo la ruptura óntica con respecto a la naturaleza sometida a leyes
regulares y estables de la que participan los cuerpos animales, sino que, para decirlo en los
términos de Ludueña Romandini, esto “equivale a la eliminación de toda la animalitas
constitutiva de lo humano hasta el presente” (2010: 214).
10
La ruta ascendente de Pico della Mirandola alcanza su telos. De este modo el transhumanismo
se erige en los inicios del siglo XXI “como la forma más sutil y el último avatar del humanismo”
(Ludueña Romandini, 2010: 214; cursivas del original).
11
Al respecto anota Vaccari: “El diseño inteligente, de hecho, es un rasgo importante del marco
explicativo de la máquina, y la ciencia moderna tendría bastantes problemas para desembarazarse
de esta asociación entre mecanicismo y diseño (el debate contemporáneo en la filosofía de la
biología sobre la noción de “función” procede de esta asociación estructural entre mecanicismo
y función). Una de las ventajas de la tesis mecanicista fue precisamente este enfoque ingenieril
sobre el organismo, lo que permite una comprensión detallada de la relación entre estructura y
función: los mecanismos por los cuales cada parte en el organismo lleva a cabo su fin
predeterminado. Como hemos señalado, el problema cambia cuando volvemos nuestra atención
a los organismos en su totalidad: si el principio de unidad de los órganos es la función, ¿cuál es
la ‘función’ de un organismo?” (2017: 332). Por otra parte, en cuanto al rol de la tecnología en
esta teleología de la historia atravesada de punta a punta por el “principio antrópico”, una vez
más Vaccari nos ilumina: “Vemos, entonces, cómo la antropología filosófica del humanismo
racionalista es simultáneamente, desde su inicio, una filosofía de la tecnología. Bajo la sombra de
Descartes, toda la filosofía de la tecnología incluirá (y en muchos casos ‘partirá de’ o se ‘fundará
en’) una antropología. La tecnología pasa a ser absorbida ontológicamente dentro de la categoría
de mediación e instrumentalización; en otras palabras, es metafísicamente neutralizada. Las
tecnologías son vías transparentes que constituyen una extensión natural de la volición,
Un libro tan puro y ordenado, un libro que nos trae a la mente la imagen
de un hombre solo y tranquilo en su habitación, lejos de las
responsabilidades y el ajetreo diario de la muchedumbre. Un hombre
seguro de sí mismo, quien no teme a los torbellinos de la duda extrema.
Excepto que no estabas solo, ¡no! Helena y Francine fueron la condición
necesaria de tu soledad […] tus meditaciones no son un soliloquio, sino
un diálogo. (Vaccari, 2019: 134)
mensajeros entre intenciones y fines que aseguran la soberanía de la mente sobre el cuerpo y el
mundo” (2013: 50; cursivas del original).
12
El posthumanismo crítico de pensadoras como Braidotti, o bien la espectrología de Ludueña
Romandini, así como el compostismo tentacular de Haraway intentan pensar y desarrollar, desde
propuestas diferentes entre sí, una alternativa a la metafísica (trans)humanista (que decanta casi
Existe una máquina más importante aún en la obra de De la Vega, aquella que
el genio maligno que mueve los cables, poleas y dispone la escenografía total
sobre la que se monta “la historia de un hombre que se propuso la Verdad y
descubrir todos los secretos de la naturaleza en tiempos en que la Nueva Ciencia
debió enfrentar las doctrinas de la poderosa Iglesia” (Vaccari, 2019: 31) rescató
de los planos e instrucciones depositadas en un baúl por el mismo Descartes. Esa
máquina es la autómata Francine, cuyo cuerpo hecho de finos receptáculos que
se contraen y dilatan a diferentes ritmos haciendo circular el vapor, o la
electricidad, no sabemos qué fuerza anima a la pequeña, y revestidos de un
material flexible que “imita” a la perfección la piel humana, la igualan a un ser
humano vivo. Sin embargo, Francine es un artefacto sutilísimo, más cercano a la
idea posthumana de máquina (Rodríguez, 2019: 315-322) que a aquella
cimentada por el mecanicismo propio de la episteme moderna. Si De la Vega
construye mediante sus tableaux el hombre-máquina, Francine, en un principio,
replicaría a los autómatas del siglo XVIII, las máquinas-hombres como aquellas
ideadas por Vaucanson. 13 No obstante, a medida que Francine va tomando
protagonismo en la narración, una figura mucho más compleja de máquina se
espesa y hace cuerpo. Ya no se trata de un autómata determinista, destinado a
repetir unas funciones siguiendo una combinación finita de patrones operativos.
La máquina-Francine ha devenido una máquina diseñada por las formaciones
discursivas del siglo XX tales como sistema, organización, información, programa
y código. Francine se parece a un programa computacional de última generación
capaz de captar información del entorno y acumularla para transformar su
sistema operativo. Francine opera por deep learning. Como prevén las teorías de
Varela y Maturana en torno a las máquinas vivientes complejas y autopoiéticas,
y como afirmara Simondon sobre el concepto de máquina posmecanicista:
siempre en una ética individualista). Como vemos no se trata solamente del cogito, sino, y tal vez
sobre todo, de ese deseo ilimitado y sin fundamento que aparece por un espejo, oscuramente
como la sombra negada por el artefacto del cogito.
13
“Que el autómata es simulacro de lo humano y que su creador aspira íntimamente a la
condición de demiurgo, lo ilustra a la perfección el mejor y más celebrado fabricante de
autómatas del XVIII […] el médico e ingeniero mecánico Jacques de Vaucanson (1709-1782).
Si La Mettrie había llevado hasta sus últimas consecuencias el mecanicismo naturalista,
afirmando el hombre-máquina, Vaucanson, partiendo del mecanicismo cartesiano y de las leyes
del movimiento de Newton, intentará lo contrario: construir la máquina-hombre. […] si todo
era máquina que encontraba su más perfecto ejemplo en el reloj, solo cabía imitar a la naturaleza
dotando a un artificio de los cables y poleas que los anatomistas podían observar en el hombre y
haciéndolo funcionar después con la precisión de un reloj” (Alonso Burgos, 2017: 90-91).
14
Para introducirse en este laberinto de seres que alimentan los sueños materializables de la
tecnociencia contemporánea (nutrida de los imaginarios de la ciencia ficción en lo que va de su
corta historia, desde su nacimiento a fines del XIX hasta nuestros días) resulta muy interesante el
recorrido trazado por Alonso Burgos en el capítulo titulado “El Paraíso de los Bienaventurados:
inmortales, clones, ciborgs, óvulos alfa” de su excelente ensayo Teoría e historia del hombre
artificial. De autómatas, ciborgs, clones y otras criaturas (2017).
ficcionada por Vaccari, que todos “somos otra cosa, incierta, bajo la superficie”
(Vaccari, 2019: 47).
El drama hoy por hoy, entre existentes virtuales y maquinas inteligentes
de silicio que nos prometen una vida indefinida, donde la muerte no será sino
una arqueología del futuro, el drama decíamos, sigue siendo el modo en el cual
se desenvuelve la máquina ficcional, el relato de nuestra existencia, ahora
acompañados, quizás por un tiempo largo, por millares de artefactos, aparatos y
máquinas que hemos inventado.
BIBLIOGRAFÍA
ISSN: 2014-1130
Recibido: 30/09/2020
vol. 22 | diciembre 2020 | 175-190
Aprobado: 22/10/2020
DOI: https://doi.org/10.5565/rev/mitologias.747
María Laura Pérez Gras
Introducción
1 Elvio Gandolfo dejó asentada la idea de que “La ciencia ficción argentina no existe” en un
ensayo de 1977, en el que argumentaba su opinión con cierta lógica, pero que, en su reedición
de 2017 como parte de El libro de los géneros recargados, volvió al ruedo como un enorme
anacronismo (Gandolfo, 2017: 37).
2
Fernando Reati estudia en Postales del Porvenir la “narrativa anticipatoria” de las dos últimas
décadas del fin del milenio a través del siguiente corpus: Manuel de historia, de Marco Denevi
(1985); La Reina del Plata, de Abel Posse (1988); Una sombra ya pronto serás, de Osavaldo
Soriano (1990); Las repúblicas, de Angélica Gorodischer (1991); No somos una banda, de Orlando
Espósito (1991); El aire, de Sergio Chejfec (1992); La ciudad ausente, de Ricardo Piglia (1992);
Los misterios de Rosario, de César Aira (1994); La muerte como efecto secundario, de Ana María
Shua (1997); El oído abstoluto, de Marcelo Cohen (1989; versión corregida de 1997); Cruz
diablo, de Eduardo Blaustein (1997); Planet, de Sergio Bizzio (1998); y 2058, en la Corte de
Eutopía, de Pablo Urbanyi (1999).
3
La terrible crisis económica argentina de fin del milenio desembocó en el colapso social que
tuvo lugar en Buenos Aires y muchas otras ciudades del país entre el 19 y el 20 de diciembre de
2001 en la forma de manifestaciones y revueltas, que a su vez fueron violentamente reprimidas.
Estos acontecimientos provocaron la renuncia del presidente De la Rúa el 20 de diciembre, y ello
llevó el país a una crisis institucional que hizo peligrar la democracia nuevamente.
Sin embargo, se hace cada vez más evidente una mayor participación de
autoras en la escritura del género en los últimos años, y una mayor gestión
editorial ejercida por mujeres tanto de libros de ciencia ficción como de revistas
especializadas. Con mencionar algunas autoras de renombre y alcance
internacional, podemos constatarlo: Samanta Schweblin, Pola Oloixarac, Agustina
Bazterrica, Laura Ponce, Flor Canosa y Ariadna Castellarnau (nació en España, pero
vivió y escribió en Argentina), Mariana Docampo y Claudia Aboaf, entre muchas
más. Por otra parte, en sus narraciones queda claro que es el ser humano, a través de
su abuso de los recursos del planeta, lo que se ha convertido en una verdadera
amenaza para su propia cultura, la sociedad en la que vive, y la naturaleza. En síntesis,
la preocupación ecológica, que aparecía como periférica dentro de la narrativa
especulativa argentina anterior a esta última década, se evidencia ahora como central,
especialmente dentro del conjunto de escritoras mujeres.
En el Antropoceno
Las novelas Pichonas (2014), El Rey del Agua (2016) y El ojo y la flor (2019), de
Claudia Aboaf, conforman una trilogía que resulta compleja desde varios puntos
de análisis, pero, que es, sin duda, representativa de las tendencias y aperturas
señaladas en los apartados anteriores. La primera, Pichonas, nos interesa solo en
cuanto a la configuración de las dos protagonistas de toda la trilogía, y sus
espacios o entornos, puesto que la novela no presenta recursos del orden de lo
especulativo ni lo anticipatorio. Es decir, no podría ser leída como ciencia ficción
porque no presenta un novum5 respecto del tiempo cero de la autora. En esta
4
La ciencia ficción que Angélica Gorodischer suele denominar “a la Argentina” es la que Ángela
Dellepiane llama narrativa “especulativa” porque “deja de lado la tecnología como fin en sí mismo,
subordinando consecuentemente la imaginación científica a un interés focal en las emociones y
actitudes humanas personales así como también en problemas sociales”, por lo que, más que una
narrativa científica (o fantástica), es una “narrativa de crítica social” (1989: 515-516).
5
El novum es un concepto que Darko Suvin toma prestado de Ernst Bloch con el propósito de
definir un fenómeno —central para que un texto pertenezca a la ciencia ficción— que hace
obra inicial de la trilogía, se presentan las dos hermanas, Andrea y Juana, y sus
universos de tiempos y espacios paralelos: Andrea vivió su infancia escondiéndose
de día en los espacios clandestinos del río, entre el follaje del Delta y la casa-
refugio, junto al padre profesor universitario y sus compañeros militantes; Juana
creció como pudo, mientras habitaba los camarines de los teatros de la ciudad,
acompañando a la madre actriz, descuidada y desprotegida durante las largas
horas de la noche. Las hermanas no tuvieron tiempo para conocerse, compartir,
integrarse. Y tampoco pudieron cuidarse una a la otra para evitar las secuelas de
una crianza negligente. En el caso de Juana, se trata de traumas irreversibles
porque fue violada por un hombre enano del mundo del teatro, de manera
impune, por años. Y Juana reconoce a ese hombre ya de adulta, en la casa de su
hermana, en Maschwitz: era el jardinero y mano derecha del marido de Andrea.
La novela cierra con esta revelación en boca de Juana, que Andrea no termina de
interpretar; no obstante, algo la impulsa a tomar la decisión de abandonar a su
marido para ir a refugiarse a la casa del río de la infancia. De esta manera, hacia
el final de la novela, los personajes ya están configurados, así como también sus
espacios o “hábitats naturales”. Ante todo, quedan planteados el vínculo
especular entre las hermanas y la incapacidad “bien aprendida” de ambas para
comunicarse entre sí.
La segunda novela, El Rey del Agua, se inicia exactamente donde la
primera ha dejado la trama, pero introduce un novum que le permite insertarse
de lleno en la categoría de distopía: la escasez de agua provocada por un proceso
de desertificación global —evidente consecuencia del cambio climático— ha
alterado la distribución de riqueza y poder entre los países. Se trata de una
narración anticipatoria porque especula con un futuro, aparentemente no muy
lejano, en el que el mapa argentino aparece fragmentado en pequeños Estados, y
el mundo está invertido en sus jerarquías, en función de un nuevo commodity: el
agua. El distrito de Tigre, ahora conocido como “Territorio Líquido”, se pone a
la cabeza como potencia mundial por su abundancia de agua potable. Su
Gobernador, el Rey del Agua, se llama Tempe en un guiño intertextual con la
obra de Marcos Sastre, el “Tempe Argentino”:
desviar el universo de la diégesis de la norma de la realidad del autor, o del lector implícito, y
provoca un “extrañamiento cognoscitivo” (Suvin, 1984: 26).
6
El Carapachay integra el tomo XXVI de las Obras Completas de Sarmiento, publicado en 1913
por su nieto, Augusto Belín Sarmiento. Es el resultado del compendio de un grupo de artículos
publicados por el diario El Nacional, entre 1855 y 1883, a partir de un viaje iniciático de
exploración que realizó junto a Bartolomé Mitre, ministro de Guerra y Marina de ese momento,
y Carlos Pellegrini padre.
7
Las referencias a los desaparecidos en la novela remiten directamente a la última dictadura
cívico-militar argentina y el genocidio ocurrido en esos años (1976-83).
aún sumergida en la web profunda. Juana y Dalezio han debido dejar a la hija
recién nacida internada, por su estado de fragilidad, para poder migrar. Pero el
corazón de Juana sigue latiendo al pulso eléctrico de su computadora y Dalezio
debe asistirla para que no se desconecte completamente del escaso mundo
material que la mantiene con vida. Ambos navegan juntos a Nueva Ensenada y,
gracias a los antecedentes científicos de Dalezio, logran acomodarse en la nueva
jerarquía social del municipio que los recibe.
En “El libro de Andrea”, vemos a la hermana mayor salir de la casa de la
isla con lo puesto. La total falta de agua la obliga a caminar por el lodo arcilloso
durante días. En esa travesía, que realiza como en un trance hacia el encuentro
con su hermana y su futuro, conoce a Bautista, marino devenido en migrante de
tierra como ella. En el contacto con lo material y lo animal de ese permanente
estado de peligro, se unen como simbiontes para llegar a destino. Ellos viajan
también a Nueva Ensenada buscando refugio, pero los clasifican como “pies de
barro”, migrantes de baja categoría en la jerarquía de este nuevo espacio distópico.
Tanto Dalezio como Bautista adquieren peso propio en esta parte final
de la trilogía, pero siempre en un rol funcional y auxiliar a la supervivencia de las
hermanas y como facilitadores del encuentro. Los dos hombres también, cada
uno a su manera, remitirán a las ideas del positivismo utópico decimonónico
para deconstruirlas desde su presente en crisis. Bautista cuestiona la utopía
sarmientina a través del prisma de la voz narradora:
Veinte veces sube y baja de su kayak para llevarlo de tiro o remar apenas
hasta llegar a la isla Timoteo Domínguez de arenas uruguayas, fusionada
con la argentina Martín García por los depósitos aluviales en menos de
cincuenta años. Había que imaginar la única frontera seca entre los dos
países sobre esta minúscula isla, la más ficticia de todas las fronteras. Ahí
mismo Sarmiento quiso fundar Argirópolis, aunque Bautista la ve un poco
chica para capital de una confederación de Estados de por lo menos tres
países. (Aboaf, 2019: 92-93)
Y las teorías de Darwin, que confirman que las razas humanas pertenecen
a especies diferentes, ya que algunas están destinadas a extinguirse a manos
de otras en la lucha por la vida. […]
Estos libros exculpan y glorifican el imperio del más fuerte. Igual que
ahora, igual que en Nueva Ensenada, como un cáncer, esas teorías devoran
cualquier idea de simbiosis benéfica —como la que él sostiene—,
extendiéndose en todas partes. (Aboaf, 2019: 221-222)
conocimiento situado de las minorías como, por ejemplo, las étnicas o de género,
que se recortan en formas de pensamiento parciales divergentes del cientificismo
patriarcal y blanco.
Miran juntos el sol caído, casi aplastado sobre el horizonte chato. Bautista
le muestra la luna en oposición exacta: es la luna llena iluminada por el sol.
Giran las cabezas repetidamente para ver el fenómeno antes de que los
astros se oculten rápido.
Si tuvieran los ojos en el lugar de las orejas para ver en simultáneo, piensa
Andrea, sería como en un sueño de su infancia: las dos hermanas juntas en
la misma casa. (Aboaf, 2019: 136)
8
El término “Chthuluceno” es creado por Haraway a partir del nombre del dios Cthulhu, una
mezcla de hombre, dragón y pulpo que vive dormido en el Océano Pacífico Sur, imaginado por
H. P. Lovecraft en su cuento “La llamada de Cthulhu”.
Una mano dúctil acompaña los movimientos que Clara le impone: Juana
no opone resistencia alguna. Su cuerpo está entero pero parece una
madriguera en donde se esconde alguien. ¿Hay alguien ahí?, pregunta
Clara. En respuesta a lo que cree indiferencia quiere morderla, volverse
contra ella hasta que su mirada esquiva, lejana, reconozca su lugar en la
Tabla. Se ve débil pero no puede reducirla o regalarla con esa expresión de
borracha alegre: oscuramente nota una sonrisa que asoma a la superficie.
Incómoda en esta relación difusa, la sujeta fuerte de la barbilla: esta mujer
dona deseo, y Clara se subyuga. (Aboaf, 2019: 190)
BIBLIOGRAFÍA
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& Ríos.
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Chthuluceno. Helen Torres (trad.). Bilbao, Consonni.
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una ecotopía”, Logos. Revista de Lingüística, Filosofía y Literatura, vol.
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Argentina neoliberal (1985-1999). Buenos Aires, Biblos.
SUVIN, Darko (1984), Metamorfosis de la ciencia ficción. Sobre la poética y la
historia de un género literario. Federico Patán (trad.). México, Fondo de
Cultura Económica.
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Salido (trad.). Madrid, Akal.
SAMUEL GINSBURG
WASHINGTON STATE UNIVERSITY (Estados Unidos)
samuel.ginsburg@wsu.edu
ISSN: 2014-1130
Recibido: 14/09/2020
vol. 22 | diciembre 2020 | 191-208
Aprobado: 19/10/2020
DOI: https://doi.org/10.5565/rev/mitologias.718
Samuel Ginsburg
On April 14, 1948, Rafael Trujillo held a groundbreaking ceremony for the Faro
a Colón, or Columbus Lighthouse, a monument, museum, and mausoleum
commemorating Columbus’s arrival to the Americas. While the planning of this
monument, including an international architecture competition, had started
before he came to power, Trujillo saw the massive project as symbol of the
Dominican Republic’s European, Christian, and capitalist ideals, and as a way
to publicly display this historical link to Columbus on an international stage. As
Edgardo Rodríguez Juliá writes in his 1992 crónica “La isla al revés”, Trujillo
contracted Puerto Rican physicist Amador Cobas to design a nuclear detonator
for the inauguration of the building site (108). Less than three years after the
United States’ devastating bombings of Hiroshima and Nagasaki, the
Dominican president saw the use of nuclear weapons for construction as a
symbol of Western progress: “Por impulso de la fuerza nuclear desgarramos la
superficie de la tierra para la construcción de este monumento, utilizando por
primera vez en la historia ese fin destructor en un propósito de paz y fraternidad”
[powered by nuclear force we will tear open the earth’s surface for the
construction of this monument, utilizing for the first time in history this
destructive end for a purpose of peace and fraternity.] (108). In a sign that the
regime was more prepared for the symbolism of nuclear weapons than their
actual repercussions, Trujillo then watched as the enormous rocks shot into the
air from the explosion came crashing down on the hood of Vice President
Manuel Troncoso’s car (108). According to Rodríguez Juliá, the embarrassment
from this episode dissuaded the notoriously superstitious Trujillo from pursuing
the project any further (107). Whether it was because of that explosion, World
War II, or Trujillo’s desire to commemorate his own successes over anything
else, the construction of the lighthouse did not resume until 1986, during
Joaquín Balaguer’s regime.
Trujillo’s call for harmony and goodwill at the ceremony went against
the dictator’s violent actions and policies. The elevation of this historical
connection to Christopher Columbus reflected Trujillo’s reliance on promoting
the Dominican Republic’s whiteness in nationalist discourse, complemented by
a racist antihatianism. This monument to Columbus fit well into Trujillo’s
educational policies at the time, which emphasized Christian civilization and
Hispanic tradition, along with minimizing and justifying the massacre of
thousands of Haitians in 1937 (Sagás, 2000: 61-2). The use of nuclear
technology can also be connected to this desire to promote whiteness on a
national stage. Paul Williams (2011) critiques the racially coded language of
nationhood, civilization, modernity, and terrorism both in official discourse on
nuclear war and in many mainstream literary or cinematic representations.
Williams argues that nuclear weapons are popularly understood as sources of
white power “because the weapons themselves symbolize the achievements,
atrocities and attitudes of European and American modernity,” and “because the
post-nuclear-war future that such weapons could make possible is deemed to
reproduce a (European) colonial or (American) frontier dynamic” (15-6).
Wittingly or not, Trujillo’s desire to exhibit control over nuclear weapons aligns
with his goals of promoting whiteness and placing the Dominican Republic in a
lineage of European civilization.
Nuclear technology is weaponized in many ways: larger-than-life
explosions, silent radiation, or even the mere hypothetical threat of its use. Fear
of unforeseeable future devastations or ongoing repercussions from past
exposures contribute to the power of nuclear weapons within structures of
techno-dominance. The socio-technological network of popular narratives
creates a nuclear archive that informs the public’s relationship to the technology;
this collective archive effects how nuclear events are remembered, how victims
are mourned, and how survivors are understood. This article examines the ways
in which science fiction can reshape and contest the colonizing rhetoric and
narratives surrounding the historical deployment of nuclear weapons in the
Caribbean. The three texts studied here—Rey Emmanuel Andújar’s “Gameon”
(2014), writer Yasmín Silvia Portales’s “Las extrañas decisiones de Vladimir
Denísovich Jiménez” (2016), and Erick Mota’s Trabajo Extra (2014)—push past
sublime explosions and mushroom clouds to create a more honest nuclear
archive. These texts recognize and combat the rhetorical legacies of nuclear weapons
in the Caribbean, creating spaces for proper mourning, recovery and survival.
The most notable event in Caribbean nuclear history is the Cuban
Missile Crisis, known in Cuba as the Crisis de octubre. From October 16 until
October 28, 1962, the United States and Soviet Union veered dangerously close
to nuclear war, due to a delivery of Soviet missiles to Cuba in response to the US
missiles already stationed in Turkey. Fidel Castro later admitted that he was
shocked by how large the weapons were: “Nosotros no sabíamos ni cómo era un
cohete de esos, ni qué tamaño tenía, ni dónde había que instalarlo, ni por dónde
se disparaba, porque si nosotros hubiésemos sabido cómo eran los cohetes
esos…qué fácil habría sido tomar una decisión” [“We didn’t know what one of
those rockets was like, nor what size it was, nor where to install it, nor from
where it shot, because if we had known what those rockets were like, it would
have been easy to make a decision.”](Castro, 1968: 84). This break between the
power of nuclear rhetoric and the danger of the actual weapons highlights the
fact that much of the technologies’ power is based on language and performance.
As Jacques Derrida (1984) argued, “Just as all language, all writing, every
poetico-performative or theoretico-informative text dispatches, sends itself,
allows itself to be sent, so today's missiles…allow themselves to be described
more readily than ever as dispatches in writing (code, inscription, trace, and so
on)” (29). This conceptualization of nuclear war as textual also recognizes the
power of the socio-technological narratives that surround nuclear technology;
speculations are invented to create a space for nuclear war (such as the invention
of an enemy that can only be defeated through nuclear intervention) or to
prevent it from happening (such as public fears over the long-term health and
environmental effects of radiation). Recognizing text's role in the deployment or
deterrence of nuclear war highlights the importance of studying how popular
narratives and rhetoric surrounding nuclear weapons contribute to the
technology’s power.
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who seek answers. David Kupferman (2015) writes, “The erasure of survivance and
prolepsis of victimhood…totalizes the experience of the nuclear-affected other, not
the least result of which is the denial of the face (and face to face) of survival in its
binary dance with that of victimization” (12). This is a doubly colonizing outcome
of the deployment of nuclear war: dominant power is established through the
nuclear event, and then that same power is reinforced through the official
institutions that control historical records and shape public archives.
As the ultimate symbol of the dangers of the human push for dominance
over technology and science, a number of Latin American science fiction writers
have incorporated conversations about nuclear weapons into their work. Recent
Latin American texts (both science fiction and not) that discuss the dangers and
aftermaths of nuclear disaster include Edmundo Paz Soldán’s Iris (2014) and
Liliana Colanzi’s Nuestro mundo muerto (2018) from Bolivia, Subte (2012) by
Argentine writer Rafael Pinedo, Chernóbil (2018) by Mexican writer Iliana
Olmedo, and “Intensidad líquida” (2005) by Iván Molina Jiménez of Costa Rica.
Still, this previously mentioned Caribbean nuclear history has seemingly inspired
an overwhelming number of texts-—both in the genre of science fiction and
within other narrative styles-—that negotiate legacies of nuclear techno-
dominance. The list of recent Caribbean texts that include nuclear technology
or apocalyptic destruction includes Abel Fernández-Larrea’s Absolut Röntgen
(2009), Yoss’s story “Ese día…” (2011), Pedro Cabiya’s poem “Hiroshima”
(2014), Elaine Vilar Madruga’s Culto de Acoplamiento (2015), and Brenda
Peynado’s The Radioactives (2017). The three science fiction texts chosen for this
article all investigate different aspects of nuclear technology, from explosions and
radiation to the structural and social changes within a techno-colonial system
built on the threat of nuclear war. Rey Emmanuel Andújar’s “Gameon” (2014)
focuses on the ecological impact of nuclear weapons and how such disasters make
room for colonizing powers. Yasmín Silvia Portales’s story “Las extrañas decisiones
de Vladimir Denísovich Jiménez” (2016) looks at the colonial and social effects of
nuclear war, and whether there is a place for queer bodies in a post-nuclear society.
Erick Mota’s novella Trabajo Extra (2014) delves into the ongoing dangers of
radiation and imagines an escape from nuclear techno-colonialism that evokes
alternative modes of progress. By inserting themselves into the popular nuclear
archive, these texts push back against the ongoing legacy of colonizing nuclear
narratives and rhetoric. At the same time, by alluding to past near-apocalyptic
events and the ongoing dangers of exposure, the fictions analyzed here create a
space for effected bodies and places to be recognized and remembered. Patrick
Sharp (2007) argues that politically engaged nuclear fictions should highlight
and challenge the gendered and racially coded narratives and rhetoric that
advance large-scale techno-dominance: “They should remind us of the dangers
of unchecked racism, militarism, and nationalism and keep us vigilant against
the never-ending stream of distortions and outright lies disseminated by our
leaders” (223). The power of nuclear science fiction comes from its ability to
provide warnings and potential worst-case scenarios, while also forcing the reader
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Samuel Ginsburg
larger world powers and the Cuban government played political games is a step
towards a clearer history of nuclear techno-dominance in the Caribbean.
In Andújar’s version of the Missile Crisis, when Cuba launched the
rockets, the US deployed an ectoplasmic shield that protected the country from
most of the effects of the nuclear weapons. Referencing a history of US techno-
colonialism in the region, this shield increased the damage done by the missiles
to the Caribbean region: “En cuanto al Caribe, el escudo actuó como reflejo, así
que las islas recibieron una dosis doble de radiación” [as for the Caribbean, the
shield acted like a mirror, so that the islands received a double dose of radiation]
(23). The Caribbean islands and people feel the brunt of the impact from the
nuclear strike, showing the risks of ever launching nuclear weapons, especially at
such a close target. In the story, nuclear weapons represent an uncontrollable
power that is as likely to affect those that deploy them as much as the intended
target. In the US, while the shield mostly did its job, some radiation did manage
to seep through: “Aunque el daño fue disminuido por la resistencia del escudo
protector, el sur quedó afectado para siempre” [although the protective shield
diminished the damage, the South would be forever affected] (23). By naming
casualties on both sides of the conflict, “Gameon” highlights the repressive
biopolitics that span borders and regions, making visible the victims often
ignored by nuclear narratives that represent these conflicts as ideological or
diplomatic clashes.
Not only does the reflection of radiation off of the American shield affect
the Caribbean people, but it also contaminates the Caribbean Sea and transforms
it into “algo comparable a una caldera de ácido” [something comparable to a
cauldron of acid] (23). Soon after the attack, the sea begins to consume the island
territories, redrawing the Caribbean map and creating the newly named
Archipiélago Vivisector. Like the Caribbean Sea, the Gulf of Mexico was
irreversibly destroyed by the nuclear radiation, now occupied by “una suerte de
infierno de lava y granizo que flotaba como un hoyo negro” [a sort of inferno
made of lava and hailstones that floated like a black hole] (23). This ecological
disaster creates a physical barrier between the Caribbean and the United States
that only a small number of specially equipped ships can cross. As in many other
texts on nuclear weapons and power, nature itself seems to be revolting against
humanity, possibly in response to the human hubris that chose to manipulate its
natural elements and laws. This image of a black mass in the middle of the Gulf
of Mexico also may recall the 2010 Deepwater Horizon oil spill, also known as
the BP oil spill, in which an estimated 5.9 million barrels leaked into the water.
By alluding to this moment in the socio-technological history of the region,
“Gameon” highlights the possible extractive, corporate, and geopolitical interests
that could predetermine or worsen natural disasters in the Caribbean and
emphasizes the gap between those that control nuclear technologies and those
left to negotiate its repercussions.
While the main focus of this story is the ecological and human fallout
from a failed nuclear attack, Andújar also notes how these issues cannot be
separated from their political effects. As Arundhati Roy (2003) and others have
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suggested, nuclear weapons are not just dangerous due to physical damage, but
also for the political repressions that may be carried out under the guise of public
security or defense when nuclear war is a possibility. She writes, “The threshold
of horror has been ratcheted up so high that nothing short of genocide or the
prospect of nuclear war merits mention…Displacement, dispossession, starvation,
poverty, disease—these are now just the funnies, the comic-strip items” (4). This
same issue appears in “Gameon,” as the United States takes advantage of the post-
nuclear confusion to expand its territory, taking control of half of Mexico and
signing a treaty with Canada to unite the two countries into one national entity.
The time-bending nature of science fiction allows authors like Andújar to both
reference the Cuban Missile Crisis in the 1960s and allude to the later
implementation of NAFTA, signed in 1989. In the story, the missile attack gives
the US an excuse to intensify its already rampant military, economic, and
cultural imperialism in the Americas; as the Caribbean islands are devoured by
the acidic sea, the United States continues to expand its territory and influence.
This new super-nation is renamed Warfar, a land of perpetual war. Andujar’s
representation of Warfur reflects what John Louis Lucaites and Jon Simons
(2017) refer to as the paradox of war’s in/visibility in the 21st century, creating
“a public culture in which war is continuous and altogether present, but largely
unseen and/or unacknowledged” (3). While domestic policies and rights are greatly
affected by specters of outside threats and calls for national security, the near-
constant deployment of fighting abroad is normalized and ignored. By reimagining
a post-nuclear US as Warfar, Andújar’s text highlights the ways in which the
perpetual war paradigm reshapes the nature of citizenship and nationhood.
Andújar ends his story by returning to the narrator’s situation as an
underpaid adjunct professor, connecting nuclear dehumanization to the
exploitation of scholars within an academic system increasingly influenced by
neoliberalism: “No terminaré nunca a tiempo el cuento para la revista, me
quedaré pegado con la lectura de Gameon y sus quijotadas nucleares. El verano
agotará sus posibilidades y yo mitigaré el hambre pensando en el libro perdido
de Lester Dakeng” [I will never finish the story for the magazine on time, I will
stay stuck to the reading of Gameon and its quixotic nuclear acts. The summer
will run out and I will mitigate my hunger thinking of Lester Dakeng’s lost book]
(23). More than a glorification of the escapist power of fiction, the narrator’s
musings on his own hunger follows what Herb Childress (2019) refers to as
adjunctification’s damage beyond low pay and a lack of opportunities, the “fear,
despair, surrender, shame...the messy, hidden human elements that finance and
policy always miss” (159). While this reference to contingent faculty and
academic precarity may feel out of place in a short story about nuclear war and
environmental disaster, it could also be read as a signal to readers to reconsider
the more banal ways in which marginalized subjects are kept down. In this way,
the destruction of higher education can be just as devastating as a sublime
explosion, as destructive power can be deployed through university budget
allocations as well as nuclear missiles.
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Samuel Ginsburg
event would affect Cuban social and political systems. For example, Vladimir
says that time in alternate Havana “era como mirar al abismo” [was like looking
into the abyss] (235). This moment achieves new meaning when one considers
how close the island came to suffer nuclear apocalypse. There are also clues as to
how Cubans are treated by their Soviet colonizers. Vladimir mentions that
nobody knew for sure if the imported gasoline they used contained lead, hinting
at a lack of Soviet concern for the health and wellbeing of their subjects in Cuba
(237). The subtlest detail comes when Vladimir and Tamara debate taking the
streetcar to lunch. The Cuban streetcar system was actually dismantled in 1952,
so it is notably that this modern-day, alternate version of Havana still uses them.
What makes this detail a comment of nuclear techno-dominance is the fact that
Cold War-era architects designed the Mosco metro system as both a model of
Soviet modernity and a fallout shelter for possible future nuclear attacks.1 That
these same projects were not extended to Havana makes clear the position that
Cuba holds in this imagined nuclear empire.
On the surface, this alternate timeline shows a very different version of
Cuba. Despite economic advances and the fact that foreign products are readily
available to Cuban citizens, Vladimir asks, “¿Era mejor ser este Puerto Rico
soviético que aquel país independiente y hambreado de donde venía él?” [was it
better to be this Soviet Puerto Rico or that independent and hungry country
from which he came?] (237). The question is not rhetorical; Vladimir seems to
be honestly torn between the two possibilities. At the same time, this line draws
a connection between the colonial history of Cuba and the current colonial
occupation of Puerto Rico by the US. One of the biggest changes for Vladimir
is that the restaurant Moscú is now a reservation-only establishment, with long
lines of people trying to get a table. Vladimir finds this especially odd, since in
his world he considers the restaurant to be a dilapidated embarrassment: “En su
Habana, el edificio estaba hecho una ruina, nada más que se usaba por filmar
escenas de ambiente post apocalíptico…se había convertido en lugar común de
la filmografía que ‘demostraba’ el fracaso del Revolución Cubana” [in his
Havana, the building was in ruins, used for nothing more than to film post-
apocalyptic background scenes…it had been converted into a common location
for films that ‘showed’ the failures of the Cuban Revolution] (237). Portales
offers a different take on the science fiction motif of post-apocalyptic futures,
proposing that the future of techno-dominance may look more like present-day
San Juan and less like recent dystopic imaginings of Cuba’s future, such as in the
films Omega-3 (2014) and Los desastres de la guerra (2012). This moment also
brings up the role of film in creating both dystopic and utopic narratives of Cuba.
As Ana María Dopico (2002) argues, internationally distributed apocalyptic or
dystopian images of Cuba fulfil an “ethnovoyeuristic fantasy”: “The cultural
tourist experiences firsthand (and all at once) the fruit of revolution, third-world
lifestyle, and a living experiment in disaster, apocalypse, and survival. The allure
of Cuba lies precisely in both its suffering and its surviving collapse” (463). The
1
See Banerjee (2016) for more on Moscow’s metro and its representation in Russian science fiction.
2
For more on the history of official Cuban homophobia, see Bejel (2001).
Mitologías hoy | vol. 22 | diciembre 2020 | 191-208
201
Samuel Ginsburg
desires. Vania had chosen to return to Cuba after studying in Moscow for this
reason, under the guise of wanting to reconnect to his roots. By highlighting the
latent homoeroticism within the homophobic, post-nuclear colony, this story
also contests the militarized masculinity of Cuba’s New Man and the
heteronormative rhetoric that supports nuclear war. Vladimir suspects that many
young Soviet officials have chosen to be stationed in Cuba for similar reasons and
mentions a queer colony in Matanzas. These details allude to Cuba’s emergence as
an international destination for queer tourism, a fact that both shows the progress
that the country has made and its attempts to obfuscate a dark history of official
homophobia. Noelle Stout (2014) argues that due to international media
representations of Cuba and state policies that segregate locals from tourists,
queer tourism often paints a utopian image of Cuban anti-homophobia,
confusing the tourists privileged position with a widespread official acceptance
of queerness (146-8). Potales’s portrayal of alternative Cuba as a gay refuge
highlights the role of revolutionary rhetoric and international marketing in the
obfuscation of the historical record.
As Vladimir grows increasingly comfortable with themself as Vania, they
begin to question whether or not they may be trans in all possible universes, and
if they have been forced to repress this realization in old Cuba. It stands out that
the protagonist may feel more comfortable identifying as trans in this repressive
Soviet colony than in present-day Cuba, despite the country’s publicized
progress and openness towards the trans community.3 While nuclear technology
attempts to impose heteronormative and hyper-masculine models of dominance,
Vania’s presence disrupts the ideal, masculine public servant that Vladimir had
once represented. Despite having found comfort and happiness in Vania and
with Ivan, Vladimir decides to swim off by themself into the ocean instead of
traveling back to the Soviet Union. By killing themself instead of facing official
rebuke in Moscow, Vladimir deprives the Soviet authorities of valuable
knowledge. It is difficult to say whether or not Vladimir’s decision to commit
suicide could or should be understood as an act of agency. Instead, this move
offers insight into the social and political structure that surrounded them. As
Achille Mbembe (2003) writes, “under the conditions of necropower, the lines
between resistance and suicide, sacrifice and redemption, martyrdom and
freedom are blurred” (40). Vladimir believed that there was no official place for
a queer body within this post-nuclear world, a colonial system based on the
aggressive power of two feuding states whose combined global hegemony is
sustained by a dominance over nuclear weapons that thrives off of conformity
and heteronormativity. Though Vania and Ivan were able to navigate the cracks
within the system for some time, the former ultimately decides that they no
longer belong in any universe.
3
Mariette Pathy Allen’s Transcuba (2014) provides many interviews with trans Cubans that
highlight their appreciation of Mariela Castro’s CENESEX initiatives and the ongoing
difficulties that they face.
203
Samuel Ginsburg
was still undergoing treatments for radiophobia, held this information back
because prior exposure should have disqualified her from the mission. Kirk, who
is sympathetic to her issues but also annoyed that she lied to get on the ship,
refers to Ripley as a refugee and adds, “Nadie puede entrar en un infierno como
ese con once años y esperar a los veinte que todo esté bien” [nobody can enter
an inferno like that at age 11 and expect at 20 for everything to be fine] (108).
Ripley’s inability to speak openly about her past underlines the ways in which
nuclear rhetoric silences living victims of such disasters. Her backstory also
alludes to the 1986 explosion at the Chernobyl Nuclear Power Plant, which has
a unique place in Cuban cultural memory, as tens of thousands of children
affected by that nuclear accident have been treated in Tarará, a resort-turned-
pediatric hospital outside of Havana (Schipani). Even after the mission, Kirk
notes that Ripley remained affected by this incident and that she “terminó
quebrándose ante el fantasma de la radioactividad” [ended up breaking down in
the face of the ghost of radioactivity] (139). This moment demonstrates the power
of nuclear rhetoric to make proper mourning and rehabilitation impossible.
After coming into contact with the radiation, Ripley cannot stop
mumbling about cosmic rays, Geiger counters, mutant flowers, and radioactive
eyes (107). In an attempt to calm her down, Sakura accidentally gives her too
much of a sedative and nearly causes an overdose. This mistake causes Sakura to
retreat to her cabin for the rest of the mission. The pressure from the mission
pushes Rada to drink too much synthetic beer, leaving Kirk to manage the entire
ship all by himself. He must navigate and fly the ship at the same time, while
also repairing the outdated engine as it sputters on the way home. While Kirk is
not an engineer, he reassures himself that “las máquinas siempre son
máquinas…Primero se les apaga para que se calmen. Luego se les vuelve a
encender. Si para entonces persiste en no funcionar, se les da un par de golpes y
listo” [machines are always machines…First turn it off so that it calms down.
Then turn it on again. If then it still doesn’t work, hit it a few times, and ready
to go] (118). This ability to work with machines recalls the narratives of
technological resourcefulness that have often been used to describe the Cuban
people, most commonly in reference to their ability to refurbish and maintain
ageing automobiles. As Louis A. Pérez Jr. (2018) writes, “This is Cuba mired in
circumstances of unrelenting hardship offered as a source of nostalgic delight and
photogenic objects of a sightseer gaze…a people living under impoverished
material circumstances whose plight as a historical condition is marketed as a
sightseeing attraction” (20). That cadets may be similarly rigging up spaceships
in the future highlights the rhetorical legacies of these narratives and the
globalizing forces that promote them.
Kirk uses a similar ingenuity when his navigation system fails, coming
up with a plan to launch the ship in short spurts to different parts of the universe
until he can manually devise their location. During this process, Kirk
accidentally stumbles upon a massive community of the Pioneers, self-exiles that
refused to live under la Flota’s repressive system. The Pioneers had been thought
of as non-human, mythical beings that preferred zero gravity and attempted to create
self-sufficient habitats, untethered from planets and asteroids. Kirk explains:
Claro que eran humanos…Su piel era más oscura por la sobre exposición de los
rayos UV de los reactores iónicos. Eran inmunes a la radiación y la necesidad
los había enseñado a no confiar en las inteligencias artificiales. Pero perdieron
una guerra contra la humanidad de los Mundos. La historia que nos leímos fue
contada por los vencedores, por los humanos de las biosferas y la gravedad. [Of
course they were humans…their skin was darker due to over-exposure to the
UV rays from the ionic reactors. They were immune to radiation and necessity
had taught them to distrust artificial intelligence. But they lost a war against
the humanity of the Worlds. The history that we read was written by the
victors, by the humans of the biospheres and gravity] (115).
Kirk’s fascination with the Pioneers says a lot about his relationship with nuclear
techno-dominance. Kirk notes the role that official histories have on
marginalized or defeated groups, and how attempted innovations can be written
off as foolish deviations from dominant understandings of technological
progress. He also acknowledges the legitimacy of mistrusting advanced
technology like artificial intelligence, especially when those tools are used for
surveillance or weaponry. Kirk’s reference to the Pioneers’ darker skin turns their
escape from the Fleet into a sort of cosmic cimarronaje, a term that describes the
fleeing and establishment of alternative communities by Afro-descendent slaves.
Instead of rejecting the technologies used to repress them, the Pioneers selectively
take advantage of their benefits in an effort to remove themselves from colonial
networks of power. Trabajo Extra suggests that such a rupture relies on the
reconceptualization of our relationship to natural resources, and of technology’s
role in providing for humankind in a more democratic manner.
Kirk, as a military academy cadet, is legally obligated to inform the
authorities about this unauthorized habitat. He knows that upon being
discovered, the civilization would quickly be destroyed. Kirk goes back and forth
over what the right thing to do is, not wanting to wipe out such a marvel but
also acknowledging that more people could benefit from their technology. While
he attempts to file a report just before the ship is about the move again, he loses
connectivity before it can be sent; it is unclear if this is on purpose or not. On
his long journey back, Kirk imagines the notoriety he could achieve by being the
first to discover such a place, though he sees the ridiculousness in taking credit
for a discovery that would lead to the destruction of millions of people. Despite
the temptation of fame and glory, by the time Kirk returns to the academy, he
decides not to tell anyone about his discovery other than his best friend Kay.
Kirk’s resolution to shirk his responsibility to la Flota allows the Pioneers to
continue their alternative path of technological development and emphasizes the
capacity for individual agency within a militarized chain of command.
Mota’s Trabajo Extra forces readers to remember the effected bodies that
cannot escape their nuclear pasts, those haunted by the ghosts of radiation. These
205
Samuel Ginsburg
bodies are often forgotten in the narratives that shape memories of weaponized
nuclear technology. Similarly, Portales inserts the stories of queer bodies into the
nuclear archive, highlighting the hyper-masculine and heteronormative nature
of nuclear rhetoric. Vladimir’s suicide sadly highlights the lack of space for
queerness in a world shaped by nuclear hegemony. Finally, Andújar’s “Gameon”
forefronts the irreversible environmental effects of nuclear strikes, along with
how military campaigns and extractive technologies that alter or mutate nature
can also reconfigure global politics. All of these texts contest and reshape the
archive of narratives that weaponize nuclear technologies even before any missiles
are launched, while also creating space for proper mourning and understanding
of the equally disastrous aftereffects.
WORKS CITED
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Samuel Ginsburg
ISSN: 2014-1130
Recibido: 20/07/2020
vol. 22 | diciembre 2020 | 209-221
Aprobado: 11/09/2020
DOI: https://doi.org/10.5565/rev/mitologias.704
Rodrigo Rosas Mendoza
misma de dicha narrativa. En este sentido, las antologías son un puente entre los
lectores y una narrativa todavía desconocida por muchos mexicanos. Debido a
esto, los antologadores suelen tomar el papel de lectores asiduos, de rescatistas de
textos, de mecenas. Rimoldi llama a este tipo de antologador un “superlector”
porque “puede ser alguien que ocupe un lugar institucional o editorial fuerte”
(2018: 17) y su labor como crítico, antologador, historiador y estudioso pasa a
segundo plano, sin que eso signifique que su intervención deje de ser relevante.
Para ejemplificar la idea de “superlector” quisiera tomar el caso de
Alberto Chimal, quien ha fungido como antologador y prologuista en varias
ocasiones. Una nueva edición de Su nombre era muerte (1947) de Rafael Bernal
apareció en 2015 editada por Jus Ediciones. Ahí, Chimal redacta un prólogo
reivindicativo —necesario ante una de las novelas fundamentales de ciencia
ficción en México— pero también adopta un tono de autoridad con el que define
la narrativa de ciencia ficción: “aquella en la que el autor se permite especular
sobre otras posibilidades de la existencia a partir de su conocimiento de la
realidad en su presente” (2015: 13), Asimismo, establece todo aquello que no
puede serlo: “no es ciencia ficticia; no es necesariamente profética, ni anuncia
posibilidades que debamos tomar como literalmente reales” (2015: 13). Algo
semejante hace en el epílogo de Los viajeros, pero lo veremos más adelante. La
figura de Chimal, en tanto autor ocasional de ciencia ficción,1 ha establecido un
vínculo con ciertas casas editoriales. Un ejemplo es Ediciones SM, donde ha
participado en tres antologías: Los viajeros (2010), Así se acaba el mundo (2012)
y La tienda de los sueños (2015): en la primera aparece con un epílogo y un cuento,
en la segunda solo con un cuento y en la última funge como antologador. Por
otro lado, en el número 320 (julio de 2019) del suplemento cultural Confabulario
del periódico El Universal, Chimal escribió un texto sobre la ciencia ficción
latinoamericana y mexicana contemporánea en donde da cuenta de las voces que
integran a esta narrativa en el siglo XXI: menciona a Samanta Schweblin, Liliana
Colanzi y Edmundo Paz Soldán como referentes latinoamericanos y a Cecilia
Eudave, Gerardo Horacio Porcayo y José Luis Zárate como su contraparte
nacional. Oportunamente señala la cercanía de la ciencia ficción con nuestra
realidad de siglo XXI: “la ciencia ficción se aparece ante lectores que no saben
que ya la conocen. Y entonces ocurre la revelación: el descubrimiento de que esas
historias les son, en realidad, muy cercanas” (2019: s/p). Este texto, por otro
lado, revela la incidencia de Chimal también en los medios de comunicación.
Más allá de sus virtudes como escritor, Chimal parece ocupar el privilegiado
lugar de antologador acaso por tener, como dice Rimoldi, un lugar importante en el
mundo editorial que le permite jugar el papel de difusor de la ciencia ficción
contemporánea. Su nombre ayuda a visibilizar la narrativa de ciencia ficción y
permite que nuevos lectores se acerquen a ella tanto como a la literatura en general
a través de su canal de Youtube y su página web lashistorias.com.mx.
1
Su cuento “La segunda Celeste” publicado en Manos de lumbre (Páginas de Espuma, 2018) y
su novela La noche en la zona M (Fondo de Cultura Económica, 2019) lo posicionan como un
autor que explora lo cienciaficcional con cierta regularidad.
cienciaficcional, tales como Gerardo Horacio Porcayo, José Luis Zárate, Gabriel
Trujillo Muñoz e Ignacio Padilla, pero ya puntualizaré este aspecto más adelante.
Ese arraigo se confirma en Los viajeros. 25 años de ciencia ficción mexicana,
antología que reunió lo mejor de la tradición cienciaficcional y en la que
coinciden autores reunidos en Más allá de lo imaginado al lado de voces de una
nueva generación: el propio Bernardo Fernández, Karen Chacek y Alberto
Chimal. Esta antología es presentada por Bernardo Fernández como “una
selección personal” de sus cuentos favoritos de ciencia ficción mexicana que da
cuenta de lo que él mismo percibe como una narrativa compuesta por un “gremio
fantasmal” dentro del mundo editorial. Fernández, de entrada, acepta que su
antología es subjetiva y está ligada a sus gustos. Fueron tres puntos los que tomó
en consideración para incluir los cuentos de este libro: 1) que fuera una buena
historia; 2) que el autor o el cuento hayan sido premiados en territorio nacional
o internacional y 3) que el escritor o escritora publicara de forma consistente.
Los últimos dos me llaman la atención porque implican que, acaso
accidentalmente, Fernández tomó una postura crítica ante el canon literario. El
hecho de incluir dieciocho autores premiados le da un aval institucional a la
ciencia ficción que presenta en este libro. Esos premios —entre ellos Cuento
Joven Julio Torri, Cuento José Agustín, Premio Puebla de Cuento de Ciencia
Ficción, Premio Kalpa de Cuento de Ciencia Ficción, Premio Universidad de
Cataluña de Novela Breve, Premio de Novela Espasa-Calpe—, que en primera
instancia involucran un proceso de consolidación y reconocimiento, están
legitimando las voces creadoras que componen esta antología y están
construyendo simultáneamente un diálogo crítico con un canon que, en voz del
propio Fernández, ve a la ciencia ficción mexicana como un gremio fantasmal
que, a pesar de serlo, es reconocido con premios en otros círculos además del
cienciaficcional. El mérito de Los viajeros es haber construido, sí, una pieza
patrimonial en términos de Rimoldi, pero también haber hecho visibles las voces de
autores que ahora ya tienen cierta reputación.
Después de cada cuento, los autores pudieron escribir algunas líneas en
que reflexionaban en torno a esta narrativa. Algunos de ellos —y ese es otro
mérito del libro— cuestionaron la existencia misma de la ciencia ficción
mexicana y la validez profética de sus creaciones, lo que configuró un agradable
mosaico de perspectivas en torno a la literatura cienciaficcional. Ignacio Padilla,
quien aparece antologado con “El año de los gatos amurallados”, un cuento
apocalíptico en el que los sobrevivientes de un devastador terremoto luchan por
sobrevivir en un espacio subterráneo hostil, admite que la idea nació a partir de
su experiencia en el terremoto de la Ciudad de México en septiembre de 1985,
que lo llenó de desesperanza y decepción ante la corrupción que este desastre
evidenció. Él dice dudar de que “haya tal cosa como una ciencia ficción
mexicana” (2010: 96), aunque asegura que las narrativas fantásticas y
cienciaficcionales se aferran al “miedo, la pasión, la violencia” (2010: 96).
Para hablar de antologías en términos de Alfonso Reyes, habría que
problematizar Así se acaba el mundo (2012) preparada por Edilberto Aldán que,
a su vez, es proyectiva en términos de Rimoldi. Debo decir antes que nada que
es un buen ejemplo del antologador que no asume una posición crítica ante la
narrativa que reúne. Pertenece, entonces, al segundo tipo de antologías
identificado por Reyes: el de aquellas que nacen de un capricho. En la
presentación, Aldán establece que su antología nació a partir de la profecía maya
apocalíptica del 2012. Los textos que se antologaron en ella fueron creados a
partir de la expresa invitación de Aldán, cuyo criterio de selección se basó en que
los escritores fueran “talentosísimos” y que sus piezas “sorprendieran” siempre a
los lectores con su imaginativo fin del mundo. Los 19 autores recopilados
nacieron entre 1967 y 1979. Varios de ellos (Cecilia Eudave, Alberto Chimal,
Libia Brenda Castro, Raquel Castro y Gabriela Damián Miravete) aparecieron
también en las antologías de ciencia ficción mexicana Los viajeros y La
imaginación: la loca de la casa (2015): la génesis de esta antología es sobre todo
anecdótica y no posee un sentido patrimonial como Los viajeros.
Así se acaba el mundo mantiene una cohesión temática —el apocalipsis—
a lo largo del libro, pero desafortunadamente varias de estas historias fallan en la
originalidad con la que imaginan escenarios del fin del mundo y caen en el cliché
catastrofista de bombardeos nucleares, terremotos, asteroides, etcétera. Esto no
tendría por qué representar un problema en sí mismo, salvo por el hecho de que,
a excepción de un par de cuentos, ninguno pone atención a las conductas
humanas en situaciones críticas, que es el objetivo real de la ciencia ficción. Pocos
personajes encaran realmente la adversidad propia del fin del mundo y casi no se
problematiza una circunstancia social o política específica. Por eso, una de las
excepciones y, acaso, el mejor cuento de esta selección es “El plan perfecto” de la
ya referida Raquel Castro. Esta historia apocalíptica se emparenta con la ciencia
ficción gracias a su tema del fin del mundo, pero este queda en segundo plano
porque el cuento se dedica totalmente a retratar una situación pertinente en
nuestro presente: la explotación laboral y el consiguiente burnout. “El plan
perfecto” cuenta la historia de una joven desempleada que, tras enfrentarse a la
precariedad laboral, encuentra un trabajo absorbente, ingrato y con el peor jefe
del mundo. Su vida se ve reducida a la oficina y al baño. Deja de lado a sus
amistades, sus relaciones sentimentales y el tiempo que le dedica a su empleo
abarca prácticamente todo su día. Su jefe es un tipo controlador y agresivo que
no valora el esfuerzo de su trabajadora: la minimiza y maltrata constantemente,
lo que también revela el entorno machista que predomina en el trabajo de oficina.
En estas circunstancias, esta joven descubre que su superior es el líder de una
secta que está convencida de que el fin del mundo está muy cerca y solo en sus
manos está el poder de evitarlo. Raquel Castro pone como pretexto el fin del
mundo para disfrazar la realidad del mundo laboral. Parece que uno trabaja como
si no hubiera un mañana, como si fuera lo único que importa en la vida,
olvidándose de su salud mental. “El plan perfecto” es una mirada crítica y
bastante irónica a la demanda laboral de estos tiempos y lo mejor es que utiliza
la ciencia ficción como una plataforma para tomar una postura crítica sobre el
contexto laboral actual que afecta a miles de mexicanos.
La trascendencia de esta antología no surge a partir del aparato crítico
que la compone, ni siquiera de todos los textos que la integran. Surge, más bien,
Con Más allá de lo imaginado emergieron autores que poco a poco se convirtieron
en parte fundamental de la tradición nacional de ciencia ficción mediante su
reiterada aparición en diversas antologías de este tipo durante los noventa: José
Luis Zárate, ganador del Premio Puebla; Gabriel Trujillo Muñoz, primero
cuentista y luego asiduo estudioso de la ciencia ficción en todas sus dimensiones;
Mauricio José Schwarz, también ganador del Premio Puebla; Gerardo Horacio
Porcayo, prolífico novelista de ciencia ficción mexicana; e Ignacio Padilla, quien
de forma extraordinaria logró acceder, acaso discretamente, al canon literario y
continuó explorando la ciencia ficción en algunos cuentos de su libro Los reflejos
y la escarcha (2012).
Me detengo un momento en el caso específico de José Luis Zárate e
Ignacio Padilla, quienes repiten en dos antologías con dos cuentos distintos. Esto
es interesante porque ambos aparecieron en Mas allá de lo imaginado (1991),
cuando eran unos veinteañeros prácticamente desconocidos y luego reaparecen
en Los viajeros (2010), dos décadas después, ya con una presencia fuerte en las
letras. Zárate ha impulsado concursos, ha alentado la creación de twitteratura de
ciencia ficción y ha apostado por la difusión de esta narrativa. Padilla, por otro
lado, al haber recibido premios como el Juan Rulfo de Cuento y el Espasa-Calpe
consiguió reconfigurar los alcances del cuento mexicano con su famosa
Micropedia (2001-2018) y apostó por una renovación en la narrativa mexicana
como integrante del Crack mediante novelas como Amphitryon (2000) y La gruta
del toscano (2006) y una simultánea y afortunada exploración de la literatura
infantil y juvenil.
Por otro lado, me gustaría mencionar a Gerardo Horacio Porcayo, el
único autor antologado que ha sido capaz de mantenerse vigente en el mercado
mexicano mediante la publicación de novelas de ciencia ficción y no solo de
cuentos, algo excepcional en estas circunstancias. En 2017 publicó Plasma exprés,
historia de tipo cyberpunk. Además, en 2019 apareció sorpresivamente su nueva
obra Volver a la piel en el Fondo de Cultura Económica. En 2020 se reeditó La
primera calle de la soledad escrita en 1992, primera novela de Porcayo que
inauguró el cyberpunk como subgénero en México y que consagró a su autor
como una referencia en esa vertiente de la ciencia ficción.
Consideraciones finales
BIBLIOGRAFÍA
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a una historia de la literatura”, Lingüística y literatura, n.º 47-48, pp. 135-
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proyectivas”, Revista Chasqui, vol. 47, n.º 2, pp. 15-24.
SCHAFFLER, Federico (comp.) (1991), Más allá de lo imaginado (tres tomos).
México, Tierra Adentro.
Abstract: It is the same but it is not. This simple thesis is our departure
point for a close reading of Gerardo Horacio Porcayo’s La primera calle de
la soledad. Recently reprinted in 2020 by the major publishing house
Planeta, it is promoted in its portrait as the novel that inaugurated
cyberpunk in Spanish America. We establish an analysis and interpretation
of the text through a contextualization of cyberpunk and science fiction in
Mexico. The validity of its symbolic dimension throughout the years will
allow us to demonstrate the relevance of cyberpunk as a critical device of
technological, social and economical changes in the past decades.
Keywords: Gerardo Horacio Porcayo, La primera calle de la soledad,
Cyberpunk, Science Fiction in Mexico
ISSN: 2014-1130
Recibido: 30/09/2020
vol. 22 | diciembre 2020 | 223-242
Aprobado: 21/10/2020
DOI: https://doi.org/10.5565/rev/mitologias.742
Alejandro Palma Castro, Víctor Roberto Carrancá de la Mora
Introducción
1 En términos de Even-Zohar, el repertorio es “el agregado de reglas y unidades con las que se
producen y entienden textos específicos […] el conocimiento compartido necesario tanto para
producir (y entender) un ‘texto’, como para producir (y entender) varios otros productos del
sistema literario” (Even- Zohar, 2011: 38).
2
Este artículo se conforma a partir de la investigación doctoral que ha realizado Víctor Roberto
Carrancá de la Mora bajo la asesoría de José A. Sánchez Carbó y Alejandro Palma Castro. En
dicho trabajo, Carrancá ha propuesto la identificación de los modelos, repertorios y dimensiones
discursivo-simbólicas para la ciencia ficción mexicana. Es a partir de tales supuestos que
realizaremos la lectura de La primera calle de la soledad.
del lenguaje hacia el fenómeno cultural. De tal manera que el escritor se convierte
en productor, el lector en consumidor, el mensaje en producto, el contexto en
mercado, el canal en institución y el código es considerado como repertorio.
Al respecto, Even-Zohar manifiesta lo siguiente: “Por supuesto, no hay
una correspondencia unívoca entre las nociones de Jakobson y las ‘sustituciones’
sugeridas por mí, ya que el punto de partida de Jakobson es el enunciado aislado
observado desde el punto de vista de sus constricciones” (2011: 33). En este
contexto, Even-Zohar trasciende la circunscripción estructural del lenguaje de
Jakobson para vincular su fórmula con los sistemas culturales en general, y hace
énfasis en la función dinámica del sistema literario y la manera en que otras
actividades, como las no literarias, participan dentro del esquema. Con esta base
teórica podemos analizar el contexto sistémico en el cual se ha desarrollado La
primera calle de la soledad como un producto que ha trascendido la esfera
textocéntrica para situarse, más bien, como parte de un movimiento, una corriente
que forma parte del sistema de la CF mexicana. Para ahondar en esto, aportamos un
breve contexto histórico del desarrollo del cyberpunk en México.
El cyberpunk se popularizó en los EE. UU. durante los ochenta con autores
emblemáticos como William Gibson.3 La historia del término no está exenta de
elementos como los que compondrían muchas de las obras de este universo:
implica confabulaciones editoriales y un hurto. Al menos Bruce Bethke, quien
utilizó por primera vez esta palabra en su cuento homónimo “Cyberpunk”,
publicado en 1983 en Amazing Stories,4 se ostenta como el inventor de un
concepto que otorgaría envidiable fama a otros autores como Gibson.
Aún así, a pesar de que Bethke habla sobre un grupo de hackers
adolescentes, Neuromancer es la primera obra en hablar sobre el ciberespacio, lo
que la convirtió, para muchos, en la obra inaugural del movimiento. A partir de
la publicación de Neuromancer, comenzaron a popularizarse distintas
manifestaciones culturales en torno a esta corriente. Los gamers, por ejemplo,
encontraron un campo de acción en el ciberespacio. Lo mismo gran parte de
ravers que se reunían en festivales de música electrónica. Asimismo, los hackers,
crackers y otros “tecnomaníacos” se plasmarían como una subcultura enfocada
no solo en los mundos derivados de esta clase de literatura, sino también como
3
Teóricos y escritores como Valerie R. Renegar, Papori Rani Barooah o el propio Gerardo
Horacio Porcayo ubican el inicio del cyberpunk con la obra Neuromancer, de Gibson, publicada
en 1984. En Neuromancer, Case, un joven vaquero del ciberespacio, un ladrón profesional capaz
de atravesar los muros más infranqueables de los sistemas empresariales, decide robar a sus
propios empleadores. A causa de ello, estos le administran una microtoxina que le afecta el
sistema nervioso y sus cualidades de cibernauta. La historia combina diversos elementos que
conformarían la narrativa cyberpunk: hackers, drogas, la lucha contra las grandes corporaciones del
capitalismo y, muy importante, la posibilidad de entrar a otros mundos concebidos en el ciberespacio.
4
El mismo Bethke asegura que jamás imaginó que el término adquiriera tal popularidad. Menos,
que su cuento sería desplazado por la novela de Gibson, hasta atribuir a este último la autoría del
movimiento (Bethke, 2017: s/p).
De ese modo, los “raros” y los “locos”, como llama Kirtchev a su grupo,
encabezan un movimiento que no se limita a la lectura de revistas y novelas,5 a la
programación de videojuegos o a la composición de música electrónica. Los
cyberpunks son también grupos que luchan contra el capitalismo y tratan de
devolver la libertad del pensamiento, coartada por el control de la mass media.6
En México, el movimiento no tuvo los alcances que en otros países,
aunque también sentó las bases para un impulso, entre otras cosas, de la cultura
friki7 o underground, lo que generó una impronta que culminó con la producción
literaria de autores como Gerardo Horacio Porcayo o Bernardo Fernández “Bef”,
dos de los íconos actuales de esta literatura. En “Tecnociencia y cibercultura en
México. Hackers en el cuento Cyberpunk mexicano”, Hernán Manuel García nos
habla sobre los inicios de esta subcultura en México, su injerencia en el activismo,
así como la producción de obras literarias que estuvieron vinculadas con la labor
de estos grupos de tecnócratas. Para el autor de dicho artículo, el “hacktivismo”
en México surgió a raíz de los conflictos ocurridos en Chiapas en 1994, los cuales
pusieron al EZLN en gran parte de los desplegados de la prensa internacional. A
raíz del control mediático realizado por parte del Gobierno, miembros del
Ejército Zapatista de Liberación Nacional se vincularon con asociaciones de
5
“El cyberpunk ya no es un género de literatura, tampoco es una ordinaria subcultura. El
cyberpunk es en sí misma una nueva cultura, hijos de la nueva era. Una cultura que une todos
nuestro intereses comunes y vistas. Nosotros estamos unidos. Nosotros somos los cyberpunks”
(Kirtchev, 2017: s/p).
6
De ahí que Kevin Mitnick, uno de los hackers más célebres, se convirtió en un ícono para una
gran cantidad de cyberpunks tras su captura por el FBI. Lo mismo sucedería con Karl Koch, quien
usaba el nombre de Hagbard Celine, en base en el personaje de la trilogía Illuminatus!, novela de
CF de Robert Shea y Robert Anton Wilson.
7
Que hoy subsiste en ciertas localidades, como es el caso de la Frikiplaza, ubicada en Eje Central,
en la Ciudad de México, en donde se reúnen distintos gamers, programadores, lectores de cómics
y consumidores de software, hardware, así como de diversos gadgets y memorabilia en torno a
repertorios fantásticos y de CF.
8
En el caso de Italia, participó Strano Network; por parte de Nueva York, Electronic Disturbance
Network; y, de parte de México, el colectivo X-ploit. Este último tuvo especial impacto en
estrategias de defacement web, es decir, la modificación del contenido de páginas oficiales del
Gobierno, como sucedió con los sitios web del Senado de la República, la Secretaría de Hacienda
y Crédito Público, la Secretaría de Salud, entre otras.
9
Aun así, el título del primer escritor en abordar el ciberespacio podría disputarse con Miguel
Ángel Gutiérrez Estupiñán, quien publicó “Una noche” en el número 65 de Ciencia y Desarrollo.
Es decir, dos números antes que Porcayo.
10
Definimos la dimensión discursivo-simbólica a partir de la noción que presenta Antonio
Cornejo Polar en la introducción de Escribir en el aire para referir la imbricación entre discurso,
sujeto y representación (Cornejo Polar, 2003: 11). Esto es similar a lo que Renato Prada describe
como discursos simbólicos: “Esta articulación, según lo vimos en otros trabajos, aprovecha la
potencialidad del lenguaje común y de la semiótica accional para introducirlos como sustancia
de la expresión (en el arte verbal), y reformular una nueva forma del contenido, distinta al del
discurso cotidiano o a los papeles accionales cotidianos” (Prada, 2003: 127).
11
Al hablar de institución, nos referimos a un conjunto heterogéneo de factores, que van desde
el mercado editorial hasta la crítica literaria, que determinan la aparición de nuevas tendencias
culturales y estéticas: “En términos específicos, la institución incluye al menos parte de los
productores, ‘críticos’, (de cualquier clase), casas editoras, publicaciones periódicas, clubs, grupos
de escritores, cuerpos de gobierno (como oficinas ministeriales y academias), instituciones
educativas (escuelas de cualquier nivel, incluyendo las universidades), los medios de
comunicación de masas en todas sus facetas, y más” (Even-Zohar, 2011: 40).
12
Para Edgar Morin en su artículo “¿Sociedad mundo, o Imperio mundo? Más allá de la
globalización y el desarrollo”, en los años de 1990 opera una “mundialización tecnoeconómica”,
a partir de “una textura de comunicaciones (aviones, teléfono, fax, Internet) de la que ninguna
sociedad pudo disponer en el pasado” (Morin, 2003: s/p).
13
Esta problemática no es menor y permeó en Latinoamérica de manera generalizada si
atendemos a la situación que describen Ginway y Brown: “SF was dismissed because of its lack
of an obvious contemporary social or political referent, as well as its alleged inferiority to magical
realism, which occupied center stage in the connection between fantastic literature and Latin
America by critics in both hemispheres. For these reasons, SF became viewed as foreign or
inauthentic” (Ginway & Brown 2012: 1).
14
Dos artículos sobre la novela expresan puntos de vista similares: Esmeralda Vanessa Ramírez
en “El espacio urbano del cyberpunk en La primera calle de la soledad” (2019) hace énfasis en la
importancia que tiene la locación mexicana futurista como metáfora de las consecuencias del
capitalismo y el neoliberalismo. Miguel García en su artículo “Urbes corruptoras y visiones
apocalípticas en dos novelas cyberpunk latinoamericanas” manifiesta: “En este sentido podemos
16
Esta es también la opinión de Óscar Zapata en su artículo “Los años 90 y la novela cyberpunk
en México: La primera calle de la soledad de Gerardo Porcayo”: “En este sentido, las colonias
lunares pueden ser leídas como analogías de la periferia de las grandes ciudades, desde donde
diariamente miles de ciudadanos de clases medias y bajas se transportan al centro para trabajar o
estudiar” (Zapata, 2020: s/p).
17
Carrancá de la Mora ha desarrollado en su tesis doctoral, en proceso de defensa, una propuesta
de repertorios narrativos en la CF mexicana. A partir de las coordenadas temporal y espacial, y
siguiendo la premisa polisistémica del sistema de la CF, establece una interrelación entre estos
modelos y la dimensión discursivo-simbólica para brindar un sentido más profundo de los
productos de la CF. Así es como se establece para el modelo de temporalidad una serie de repertorios
crónicos (utopías, distopías y anacronías) y repertorios acrónicos (ucronías y entropías). Para el modelo
de espacio se han determinado repertorios terrenales, exoterrenales y alternancias.
18
Rob Latham, al tratar las bases del cyberpunk en “Literary Precursors”, plantea que: “As stories
such as Brunner’s, Tiptree, Jr.’s, Galouye’s, and Silverberg’s clearly show, sf of the 1960s and
1970s had already begun to develop a number of the major pillars of the cyberpunk worldview,
from the conviction that information technologies would radically reshape global society to the
belief that capitalist forms of commodification and control would inevitably channel this process
toward profitable ends” (Latham, 2020: 14).
Esta es una conferencia dictada en 1991, lo cual nos hace suponer, si hacemos
caso del paratexto que fecha el inicio y conclusión en la escritura de la novela,
que paralelamente se va configurando la personalidad del Zorro. Este personaje
no encaja en su mundo presente dada su constitución híbrida entre humano y
máquina: “El sueño eléctrico llegó en mal momento… Solo para su vida
sentimental. Para la oficial, la cerebral, llegó en el momento justo: evolucionando
desde los primitivos hackers hasta la crema y nata de las sociedades
tecnodelictivas” (Porcayo, 2020: posición 111). Según se describe Óscar
Martínez, el Zorro ha sido intervenido biomecánicamente: “Ojo y veinte por
Qué puede ser más cyberpunk (utilizo aquí la categoría como adjetivo), me
pregunto, que unos chavos de la Ciudad de México, con conocimientos de
electrónica muchas de las veces adquiridos de manera autodidacta,
congregados en un oscuro departamento de alguna vecindad en Tepito
que, al cabo de varias noches de ensayo y error, se las han ingeniado para
adaptar un chip electrónico que “hackea” la consola de videos juegos más
popular del mercado (el Sony Playstation) para hacer sus juegos asequibles
a los sectores populares de la Ciudad de México mediante la piratería. La
entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio (TLC) y de tratados
comerciales que se remontan a finales de los 80, provocaron que la famosa
fayuca dejara de ser un negocio rentable para el comercio informal
aglutinado en el barrio de Tepito de la Ciudad de México, y es justo
cuando hace su aparición la piratería china. El “Do it yourself” anti-
corporativista del punk de los años 70 se transforma en la defensa moral
de una economía paralela y pirata que resiste los embates de la economía
de mercado neoliberal. (Zapata, 2020: s/p)
Desde luego, esta inminente realidad pertenece al siglo XXI una vez que el TLC
abrió completamente las fronteras y el comercio de la “fayuca” derivó en la
imitación, reproducción o alteración de la tecnología de punta para hacerla
asequible al grueso de la pauperizada sociedad mexicana. Ahora que se ha
rebasado el tiempo del relato dispuesto hacia una distopía, los lectores de 2020
nos ubicamos en una dimensión algo extraña, pues varios elementos del
repertorio nos son cotidianos como el caso que describe Zapata; incluso la
transición de un sustantivo a un adjetivo, como nos advierte este crítico, da
Esa nada es una acronía entrópica que se ilustra con la cinta de Moebius:
Conclusiones
19
Este final de la frase también contiene como intertexto otra canción, pero en este caso del
cantautor español Joaquín Sabina, “Que se llama soledad”. Resultaría interesante para un estudio
bajo otro enfoque plantearse por qué Porcayo ha acudido al rock en español convencional de los
ochenta como referente para su novela en lugar de música más underground. Sin embargo, a
propósito de la movilidad de la dimensión discursiva-simbólica en la novela, no está por demás
mencionar que para gran parte de los consumidores de la edición 2020 ambas referencias
seguramente ya se han extraviado.
En 2004, Porcayo leyó una conferencia donde trató sobre la muerte del
cyberpunk. Esta intervención es reveladora, pues, al realizar un recuento mínimo
de las circunstancias que promovieron su desarrollo y hasta su cancelación en
México, llega a una conclusión contundente: “La literatura, por más definiciones
que se busquen, por más versiones que se recopilen, por más cercos que se busque
ponerle, es corriente viva. Emergencia artística vital. Expresión urgente del
espíritu humano” (Porcayo, 2004: s/p). Si bien, como reconoce en ese mismo
trabajo, el cyberpunk fue definitorio para revitalizar a la CF de finales del siglo
XX, no es menos cierto que su repertorio se extendió hacia la literatura en
general, sobre todo a aquella inserta en las líneas convencionales del canon.20 Los
20
En la Routledge Companion to Cyberpunk Culture se menciona un trabajo de Brown, Cyborgs
in Latin America (2010), donde se enlista a autores como Alicia Borinsky, Carmen Boullosa,
Eugenia Prado, Rafael Cortoisie, Carlos Gamerro, Edmundo Paz-Soldán, Alberto Fuguet, y
recursos del cyberpunk se generalizaron como medios para reflejar una inminente
realidad. En Hispanoamérica es probable que la literatura de estas últimas dos
décadas no haya sido la misma de no haber existido estos jóvenes marginales quienes,
contra todo pronóstico, van acaparando la atención de la crítica literaria actual.
BIBLIOGRAFÍA
Rodrigo Fresán, quienes apelan a la figura del cyborg con distintos propósitos. En ese mismo
volumen Ginway incluye también a Ricardo Pligia y Santiago Roncagliolo.
SABINA, Joaquín (1987), “Que se llama soledad”, en Hotel dulce hotel. Madrid,
Ariola. LP.
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Fernández and the Institucionalization of Science Fiction in Mexico”, en
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calle de la soledad de Gerardo Porcayo” en SENALC (Seminario de Estudios
sobre Narrativa Latinoamericana Contemporánea). Consultado en:
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(21/09/2020).
ISSN: 2014-1130
Recibido: 31/08/2020
vol. 22 | diciembre 2020 | 243-261
Aprobado:02/10/2020
DOI: https://doi.org/10.5565/rev/mitologias.715
María José Punte
Introducción
una recuperación de lo colectivo que emerge de ese caudal narrativo que nunca
deja de fluir, metamorfoseándose sobre todo en los formatos de una cultura de
arraigo popular.
Si bien estamos frente a una narración que sostiene su eficacia en la
posibilidad de atravesar los tiempos y los espacios, una fantasía de larga data que
solo la ficción permite actualizar, lo fundamental son las corporalidades. Cuerpos
considerados monstruosos por diversas razones funcionan como los pilares de la
historia, no como meros actantes subordinados a los acontecimientos. Los
cuerpos están en el centro de una discusión sobre la performatividad, a la que
entendemos en el sentido polisémico en el que lo desarrolla la filósofa queer
Judith Butler. Definidos ya antes de nacer de acuerdo al lugar que ocupan en la
escala social, son cuerpos que en el contacto con los otros y con la otredad
aprenden a manejar sus potencialidades, crecen en diversas direcciones y desafían
los límites de lo dado. Como sostiene Butler, la fantasía es parte de la articulación
de lo posible. No es lo opuesto de la realidad, sino lo que define sus límites (su
“exterior constitutivo”), aquello que la realidad impide concretar (2006: 51). La
fantasía, por lo tanto, sirve desde el momento en que se busca postular un futuro
diferente para la norma. Siguiendo esta línea, entonces, lo desarrollado a
continuación es un abordaje inicial de El rey de los espinos a partir de tres ejes de
análisis: el género al que adscribe y su mayor proximidad o lejanía con los
postulados de la ciencia ficción; la construcción de los cuerpos como punto nodal
para una crítica a las sociedades del capitalismo post-industrial del presente; la
configuración cronotópica como respuesta a una concepción más ampliada de
entender la vinculación entre las dimensiones del tiempo y el espacio.
La primera definición sobre este texto, arrojada sin sombras de duda por su autor,
es la de ser una “novela de aventuras”. Figueras lo recalca en cada una de las
presentaciones del libro, sea en forma de reportajes o de reseñas literarias. Su
deseo, nos explica, fue darse el gusto de escribir finalmente una narración como
aquellas que conformaron sus lecturas de infancia, siguiendo el modelo de
autores como Julio Verne, Emilio Salgari o Alejandro Dumas.1 En ese sentido,
El rey de los espinos descompagina la serie que arman sus otras novelas y sorprende
a sus lectores, más allá de ser consistente con la concepción que Figueras tiene de
lo ficcional, en particular, y de lo narrativo en general.2 En ella, efectivamente,
pasan muchas cosas, configurada a partir de la noción de peripecia. A lo largo de
sus más de ochocientas páginas, se suceden los mundos y los avatares. Son tantos
los personajes que lo transitan, que el volumen abre con un glosario en donde se
ofrece una breve presentación de cada uno de ellos, como si fueran actores y
1
A modo de ejemplo, véase Bogado (2014).
2
Esta concepción aparece vertida una y otra vez en sus columnas y en los reportajes, pero se
puede adquirir una visión bastante completa de ella en su libro El año que viví en peligro (2007),
la publicación en formato de papel del blog El Boomeran(g) que el autor mantuvo a lo largo del
año 2006.
actrices de una obra de teatro. La pregunta que queda flotando tras su lectura es
por el lugar que ocupa en nuestro mundo actual esa concepción novelesca de la
“aventura”; en qué medida no se trata de un posicionamiento con cierto aire de
anacronismo o de capricho vintage.3
El argumento, por otra parte, no se aparta de ciertos lineamientos
realistas. Se desarrolla en locaciones reconocibles cercanas a la ciudad de Buenos
Aires que la ubican en un contexto de clara adscripción rioplatense. Sobre todo,
porque su escenario central está en el Delta del Tigre, situado en la provincia de
Buenos Aires en frontera con Uruguay. Se trata de un espacio a la vez muy
próximo para los habitantes de esta urbe (los “porteños”), pero teñido de un
innegable exotismo: nunca deja de extrañar el contacto espurio entre ese entorno
natural y la megalópolis que se atisba desde el río como si fuera una escenografía
irreal. A eso se suma que la acción tiene su pivote en una fecha que nos es muy
cercana: el año 2019.4 Si bien desde el punto de vista del presente ya quedó
levemente atrás, para el momento de su publicación en el 2014 (pero que su
autor comenzó a escribir en el 2009) suponía ubicar los hechos en un tiempo por
venir; un futuro inmediato, pero futuro al fin. Y este rasgo supone parte de su
carácter distópico. Sabemos hoy que algunos de los elementos que sirvieron para
construir la trama política que enmarca las acciones, a pesar de haber sido
fabulados desde la imaginación, llegaron a concretarse. Eso le confiere una
inquietante índole anticipatoria. Figueras dice al respecto que su intención había
sido exorcizar un pasado vinculado con las crisis recurrentes de la Argentina de
la post-dictadura. No era ilógico su temor ante la siempre vulnerable situación
social y política del país en la que quedó tras la experiencia vivida durante los
años setenta. Sobre todo, a partir de la última dictadura civil-eclesiástico-militar,
que dejó marcas en todo el conjunto de su obra novelística desde El muchacho
peronista (1992) hasta El negro corazón del crimen (2017).5
3
La noción de “anacronismo” está pensada a partir de la propuesta que hace Georges Didi-
Huberman en su libro Ante el tiempo (2011). Implica una cronografía no lineal, en la que se
piensa la relación entre presente y pasado de otra manera, a partir del dispositivo del montaje.
Esa superposición de tiempos resulta productiva porque permite hacer surgir instancias que
quedan replegadas en la narrativa cronológica y que son actualizadas cuando se establecen las
relaciones entre ellas. Con respecto a lo de “vintage”, se refiere a lo que Andreas Huyssen (2001)
constata como la tendencia contemporánea de una vuelta a lo “retro”. Lo ve como exponente de
un fenómeno de museificación (que excede por lejos los espacios del museo), al que vincula con
un ansia de memoria. Se pregunta si esas culturas de las memorias contemporáneas no son formas
reactivas a la globalización económica y a los modos en que el tiempo parece acelerarse, junto
con un pánico masivo al olvido. Él prefiere adjudicar ese deseo de pasado a una transformación
lenta pero tangible de la temporalidad, que se produce por los cambios tecnológicos, los medios
masivos de comunicación, los nuevos patrones de consumo, la movilidad global (28).
4
La elección de la fecha es, en palabras de su autor, un homenaje a la película Blade Runner
(Ridley Scott, 1982), según comenta en su columna del 31 de marzo de 2018 del semanario
El cohete a la luna, “Qué fantástica esta fiesta”, en la que habla sobre esta novela tomando
como punto de partida una reflexión sobre el género fantástico. Véase en:
https://www.elcohetealaluna.com/fantastica-esta-fiesta/
5
Elsa Drucaroff ubica a Figueras en un grupo de autores de la post-dictadura, al que llama “los
último escritores visibles”, que ocupa un espacio intermedio entre la generación de escritores de
los setenta y la camada de lo que llama “nueva narrativa argentina” (NNA). La ve como una
generación que carga con la derrota de lo ocurrido en los setenta, como si hubiera sido
responsable de ella. En esta generación, agrega, la conciencia política tiende a producirse ante la
Guerra de Malvinas y/o el advenimiento de la democracia.
en la que es factible producir cambios. El rey de los espinos conjuga una serie
variada de textualidades y produce un entramado cuya referencia es la de las
novelas de aventuras: la posibilidad de que sean las ficciones las que transportan
a otros tiempos y otros mundos.
El otro referente insoslayable es la historieta El Eternauta de H. G.
Oesterheld, quien aparece citado de manera tácita como el personaje del “Autor”.
No solo el famoso historietista desaparecido por la dictadura en 1977, sino sus
cuatro hijas y su viuda, son recreados como elementos centrales de la acción. En
un evidente juego de puesta en abismo, el Autor maneja los hilos del acontecer
mediante la posibilidad utópica que abre la ficción. Si bien el desencadenante es
la muerte del Autor, sus textos lo sobreviven y van abriendo nuevas dimensiones
de lo real, como puertas. La fantasía que da comienzo a la acción es la posibilidad
que tienen los personajes literarios de irrumpir en la vida de la no-ficción, de la
misma manera en que lo había imaginado Luigi Pirandello con su célebre obra
de teatro de 1921, Seis personajes en busca de autor. Pero como también sucede
en La rosa púrpura del Cairo (1985) de Woody Allen, la membrana de la realidad
es permeable a la entrada de las creaturas de la imaginación que, por otro lado,
tienen su propia forma de vida paralela. Como dice el personaje de la Viuda sobre
el modo en que su marido concebía el rol de la ficción: “¿Cuál era esa palabra
que le gustaba tanto? …Retroalimentación. Decía que en un mundo ideal, las dos
sensibilidades se retroalimentaban” (Posición 2511-2513; cursiva en el original).
Más allá del homenaje a Oesterheld y que remite tanto a la vida del
historietista y su familia como a su célebre personaje Juan Salvo, la novela de
Figueras se encuentra muy compenetrada con el género de las historietas. El
cómic es exaltado como forma ficcional y como fuente de los saberes de los que
se valen los protagonistas para resolver cada una de las vueltas de tuerca. Como
se dijo antes, la acción comienza cuando aparecen los personajes del historietista
muerto (en realidad, asesinado por el régimen fascista imperante). Cuatro de sus
más recordados personajes se presentan en el entierro del Autor y llaman la
atención por lo curioso de su atuendo: un caballero medieval (Tariq el Moro),
un pirata “mitad irlandés y mitad vietnamita” (Saigon Blake), un cazador
futurista de las praderas (Flint Moran), un vampiro maya pero también bastante
punk (Metnal). Su contraparte del mundo real serán dos adolescentes: Milo y el
Baba. Este último, un chico proveniente de la clase media depreciada por la crisis,
es quien aportará los conocimientos necesarios para enfrentar a los esbirros de la
organización para-estatal (la OFAC), haciendo uso de una erudición originada
en las ingentes cantidades de cómics que leyó y que se sabe de memoria: “Las
revistas no eran un placer frívolo del que podía privarse, como ya había
prescindido de tantos otros. En la vida del Baba desempeñaban, más bien, el
papel de la universidad y de la religión: ampliaban su horizonte intelectual y lo
cargaban de sentido” (Figueras, 2014: pos6. 1123-1125). El género de las
historietas, entonces, no solo está presente por su carácter anecdótico mediante
los materiales que son utilizados en la construcción de personajes, estéticas y
6
La abreviatura pos. refiere a la posición de las citas dentro del texto utilizado en formato Kindle
7 Canaparo delimita estos dos conceptos afines pero no idénticos, la tecnología y la técnica:
“Volviendo sobre la demarcación inicial, podríamos decir que en sentido moderno la técnica
(WHFQK, ars mechanica) constituye un conocimiento funcional, específico, determinado y
abstracto, mientras que la tecnología (WHFQRORJR9, “sistema artificial”) constituiría menos un
saber que una manera de producir, de fabricar o de emplear aparatos u objetos de índole física;
no “sabe” por la tecnología ni por la información que ella puede generar o contener sino por el
empleo de la misma. […]. La técnica es el método de construir artificios físicos mientras que la
tecnología es el sistema de aparatos y objetos en sí, hayan sido ellos derivados de una técnica o
no” (2007: 874).
8
La invasión es, efectivamente, una de tipo tecnológico, apunta Canaparo. Pero el poder termina
situándose en ambos lados de los bandos antagonistas porque, en la medida en que se dominen
los elementos tecnológicos, será posible para los seres humanos obtener el poder que se deriva del
saber. El personaje de Favalli sería un ejemplo cabal de esta vinculación entre saber y poder, más
allá de otra confusión imperante en el texto que es la de entremezclar información con saber.
Cuerpos troquelados
10
Judith Butler viene produciendo lo que se llama una “ontología de la precariedad” que aúna
en ese concepto no solo una condición de marginación de determinados sujetos o colectivos en
ciertos contextos socio-culturales o momentos históricos precisos, sino también una condición
que es existencial. En ese sentido, todos los sujetos estamos sometidos a una precariedad que
resulta de nuestra mutua dependencia para existir, o la idea de la vulnerabilidad. Si bien Butler
lo viene trabajando desde su libro Marcos de guerra. Las vidas lloradas (2010), retoma la idea de
precariedad para los modos colectivos en que se realizan las alianzas entre minorías o poblaciones
consideradas desechables en uno de sus más libros recientes, Cuerpos aliados y lucha política
(2015). Allí Butler vuelve a marcar la diferencia entre precariedad (precariousness) y precaridad
(precarity), que es la condición impuesta políticamente por la que algunos grupos sufren la
quiebra de las redes sociales y económicas de apoyo más que otros, lo que sintetiza como la
“distribución diferenciada de la precariedad” (2017: 40).
11
Así se refiere Figueras a sus “héroes” en el artículo “Que fantástica esta fiesta” ya citada en la
nota 4.
12
Refiriéndose al modus operandi de El Autor, pero en una referencia que a la luz de la lectura
funciona como una puesta en abismo, se dice: “A este hombre le encantaba incluir pistas en los
dibujos. Cosas que parecen banales, pero que los fans disfrutamos: referencias a otros títulos de
la serie, la irrupción de personas reales en plena ficción, datos sobre las lecturas favoritas de los
personajes…” (pos. 3310-3312).
monstruosos, por diversas razones. Como plantea Gabriel Giorgi, lo son porque
en estas figuras es que radica una potencia hacia lo indefinido, por aquello que
puede ser reconfigurado. Y porque además ellas ponen en vilo nuestras nociones
sobre lo normativo; es más: están ahí para desbaratarlas.13 Lo monstruoso, como
aparece en esta novela (pero también en otras del autor), apunta más allá de las
cuestiones vinculadas con la configuración de los cuerpos a los modos de
posicionarse de los personajes ante bifurcaciones de índole ética. En cuanto al
primer aspecto, ejemplos de ello son también el androide Desmond y la nave
Eontamer, en tanto que referencias a posibles intersecciones entre lo orgánico y
lo inorgánico, una forma de umbral aún por explorar. Son los aspectos que mejor
podrían estar ligados a la “ficción tecnológica” de la que habla Canaparo. Por
otro lado, no es casualidad que sea Milo, el “niño proletario”, el receptor de esas
tecnologías, lo cual lo sitúa en una situación de hibridez física y lo vuelve un
monstruo literal.14 En definitiva, en él se concentran las discusiones en torno a
la heroicidad como una decisión de los sujetos más que como un destino o como
un atributo innato.
13
Giorgi en un conocido artículo abre con la pregunta sobre el “saber del monstruo” al que
define como un cuerpo que es cultural, porque en esos límites que demarcan su singularidad, las
sociedades leen tanto sus deseos como sus fobias. Junto con ese saber de aquello que define lo
prohibido junto con lo impensable, el monstruo viene con un saber positivo, que es el de la
capacidad de variación de los cuerpos, y que desafía en ellos su inteligibilidad como miembro de
una especie, género o clase (2009: 323). Es un saber vinculado con la exploración y la
experimentación de los cuerpos con respecto a la norma de lo considerado humano, lo que se
define como un “umbral biopolítico”, que no solo puede ser cruzado, sino que es atravesado
constantemente por muchos cuerpos. El monstruo, “materializa lo invisible, y por eso indica otro
umbral de realidad de los cuerpos, sus potencias desconocidas pero no por ello menos reales” (324).
14
En esta novela como en una anterior, La batalla del calentamiento, se pone en discusión aquello
que significa realmente lo monstruoso. En un sentido figurado, Milo ya es un monstruo para la
sociedad que lo estigmatiza: “Y Milo se parecía a los delincuentes que la televisión demonizaba.
Bastaba con tener un aire a pibe chorro (cara de indio, ropa que lo condenaba cuando era
humilde… y también cuando era de marca) para resultar sospechoso. La gente miraba a aquellos
pibes con pavor. Los consideraba una mutación de los monstruos clásicos. Lobizones con Adidas.
Zombies adictos a la cumbia” (Figueras, 2014: pos. 362-366).
15
En una entrevista el autor comenta que alguna vez le hicieron notar que en su escritura había
personajes importantes que son chicos (niños o adolescentes). Si bien reconoce que para él no
era algo consciente, se da cuenta de que hay una característica de los infantes que lo atrae y es su
capacidad para sobrellevar sin romperse las peores situaciones. Los niños “son verdaderamente
irrompibles. Tienen esa capacidad monstruosa de sobreponerse a casi cualquier drama que uno
les tire encima” (Méndez, 2017: s.p.).
pacto de lectura con su consiguiente nicho), por otro lado, plantea algunos
interrogantes que socaban los límites impuestos por las políticas editoriales y por
el mercado. Porque, ¿a qué tipo de lector o lectora va dirigido este texto? Hay
una apelación tanto en el contenido como en la forma a una subjetividad que
deberá recuperar experiencias de lectura infantes, con numerosas evocaciones a
esas bibliotecas que nos acompañaron durante la niñez. Fantasías de evasión de
los espacios constreñidos a los que el sistema adulto somete a los niños, se unen
a la certeza de que las ficciones pueden convivir sin mayores problemas con
nuestras vivencias cotidianas. El resultado es un texto que nos arrastra a lo que
Deleuze y Guattari definían como el “devenir infante”. A eso se suma otra de las
ideas propuestas por estos pensadores, la de tomar como referencia a géneros
considerados “menores” dentro del campo literario, como pueden ser el cómic,
el fantasy o la literatura infantil-juvenil.16 Ambos gestos apunta a desterritorializar
a la literatura considerada “mayor”.
Para subrayar esto, la edición apela al elemento paratextual de incluir
ilustraciones que acompañan algunos momentos culminantes de la narración.
Tanto para la portada como para las que aparecen en el interior, se recurrió al
trabajo del artista barcelonés Riki Blanco. Los dibujos son oscuros, lo que pone
en primer plano el elemento dramático para la configuración de lo distópico.
Imperan los azules, morados y rojos, además del negro que da relieve a las figuras.
A pesar de sus construcciones tendientes a las formas geométricas (por lo tanto,
a cierta abstracción), las imágenes están llenas de dinamismo y de violencia. El
volumen se encuentra estructurado mediante seis “Libros” que, a su vez, se
dividen en capítulos, recurso que Figueras ya había utilizado en La batalla del
calentamiento. Cada uno de estos capítulos tiene una breve presentación de los
temas que aparecerán desarrollados, y cada Libro concluye con su
correspondiente cierre en latín: “Explicit Liber Primus”, etc. Es decir, al igual
que en su novela del 2006, hay una evocación de los libros de aventuras, sobre
todo de aquellos que remiten al universo medieval. Pero, a diferencia de La
batalla…, el imaginario citado en El rey de los espinos ya no es el de los cuentos
de hadas sino el de los cómics.17
Sumado a estos elementos formales que nos conducen a las lecturas de la
infancia y la adolescencia, está el factor de haber elegido como protagonista a un
chico. Al recuperar la matriz narrativa del género de aventuras, el relato se
16
La idea de “devenir infante” mediante el texto tiene que ver con lo que estos autores plantean
en términos de re- y de-territorialización. No se trata de la aparición de lo infante bajo la forma
de la presencia de un recuerdo que nos llevarían a una reterritorialización, algo de por sí imposible
pero además que supone el bloqueo del deseo, sino a lo que llaman el “bloque de infancia”, que
permite la entrada de las intensidades, del deseo que se escabulle o restablece y se abre a nuevas
conexiones. En cuanto a lo “menor”, es sabida la definición que dan sobre esto que es la de una
literatura hecha por una minoría en una lengua mayoritaria. Se aplica a las condiciones
revolucionarias de toda literatura en el seno de aquello que se denomina grande o establecido.
Véase Deleuze y Guattari (1975).
17
Para un análisis de esta novela desde sus vínculos con los cuentos de hadas, véase el capítulo
3.1.2. “Teatro de títeres” de Topografías del estallido. Figuras de infancia en la literatura argentina
(Punte, 2018).
18
Figueras suele citar la saga fílmica de Star Wars, lo que hace suponer que no está ausente como
fuente de inspiración aquí. La estructura de este conjunto narrativo suele ser vinculada con los
elementos típicos del “camino del héroe”, analizado por el mitólogo Joseph Campbell en su muy
conocido libro El héroe de las mil caras (1949).
19
Este personaje reaparece ya investido como Papa en su segunda novela, El espía del tiempo
(2002), un policial político que responde a la matriz narrativa del cuento de Borges “La muerte
y la brújula”.
20
Un análisis de la inserción de El muchacho peronista en el contexto argentino de los años
noventa puede verse en el artículo “Las huellas del pasado: infancia y narrativa sobre el
peronismo” (Punte, 2010).
solución para las luchas que cada uno de los cuatro personajes del Autor vienen
llevando en sus propios contextos. Parte del descubrimiento que se irá
desplegando junto con el avance de la acción es que todo acto produce efectos
que, aun siendo imperceptibles, modifican al conjunto, lo que Flint Morant
define como “la lógica del efecto mariposa, elevada a la enésima potencia” (pos.
4231). Como él bien deduce, cada mínimo cambio puede modificar el tejido del
“multiverso”.
La explicación a la que se echa mano para comprender la filigrana de este
“multiverso” es la de los “wormholes” antes mencionados. Estos agujeros
funcionan como atajos o pasadizos que comunican dos o más puntos en el
tiempo, según explica Flint Moran:
21
Massey, quien discute con la concepción de Bergson al respecto, parte de la tesis de que tiempo
y espacio se suponen mutuamente sin que una dimensión esté subordinada a la otra. Su idea es
que, para que haya cambio, tiene que haber tiempo, pero para que haya tiempo, tiene que haber
espacio. Es decir, interacción, algo que también depende de la multiplicidad (2014: 109). El
espacio, afirma, es “la esfera de la posibilidad de la existencia de la multiplicidad” (102).
veces incompatibles pero que viven las unas al lado de las otras. Como las
paralelas que, solo en la teoría, se tocan.
BIBLIOGRAFÍA
INGRID URGELLES
PONTIFICIA UNIVERSIDAD CATÓLICA DE CHILE (Chile)
igurgell@uc.cl
1 Este artículo forma parte del proyecto de investigación Fondecyt Regular n.º 1190745
“Narcorrelatos chilenos a punta de balas y excesos: un código de lectura periférico para visibilizar
la marginalidad socioliteraria en la nación triunfalista del siglo XXI”, cuyo investigador principal
es Danilo Santos y en el cual Ingrid Urgelles es coinvestigadora.
ISSN: 2014-1130
Recibido: 30/09/2020
vol. 22 | diciembre 2020 | 263-279
Aprobado: 24/10/2020
DOI: https://doi.org/10.5565/rev/mitologias.748
Danilo Santos López, Ingrid Urgelles
Introducción
La conexión entre las drogas y la ciencia ficción tiene un linaje internacional que
puede observarse en las obras de connotados autores del género como Robert
Silverberg, Harlan Ellison, Phillip K. Dick, Frank Herbert, Thomas Disch y
Aldous Huxley, donde este último se perfila como una suerte de predecesor. En
esta oportunidad se analizará cómo la droga también permea a algunos autores
latinoamericanos, sobre todo vinculados al cyberpunk a fines de los años noventa
con Carlos Gardini y Bernardo Fernández (Bef).
Si bien el cyberpunk no emerge hasta los años ochenta y noventa, es
posible rastrear ciertas categorizaciones de la aparición de la droga en los relatos
de ciencia ficción. Para ello, acudimos a un estudio de 1975 del escritor
norteamericano Robert Silverberg en donde presenta una compilación de relatos
cortos a partir del año 1900 en los que la droga aparece como tema. En esta
bibliografía anotada, Silverberg enmarca el funcionamiento de las drogas en los
textos a partir de las siguientes categorías: (1) las que producen euforia y placer;
(2) las que son capaces de expandir la mente y provocar visiones psicodélicas; (3)
panaceas o tranquilizantes; (4) las que permiten ejercer control sobre la mente
del usuario para limitar o dirigir sus actividades o deseos; (5) potenciadoras de la
inteligencia; (6) potenciadoras de la sensación; (7) probadores de la realidad; (8)
las que son perjudiciales para la mente y son utilizadas como armas en las guerras
bioquímicas; y (9) como medio de comunicación entre mentes (Silverberg, 1975:
4; la traducción es nuestra). De este modo, el escritor señala que existirían dos
actitudes distintas hacia el uso de las drogas en la ciencia ficción: una cautelosa,
en la que cualquier indulgencia pudriría la fibra moral del consumidor, lo que
lleva a la lasitud, a su deterioro o el de la sociedad y, en última instancia, quizá
al establecimiento de un orden totalitario. En el otro extremo se encontraría la
postura de que el uso de drogas permitiría a la humanidad alcanzar poderes
espirituales o psicológicos, lo que llevaría a una fase superior de la existencia,
actitud que se habría generalizado desde 1965 a partir del uso de drogas
alucinógenas en la clase media. El detallado catálogo de Silverberg revela cómo
la droga ya estaba en contacto con el mundo de la ciencia ficción y su
funcionamiento iba desde la condena a una mirada visionaria y utópica.
De este modo, es posible sostener que la droga como tal no es un invento
del cyberpunk y se encuentra presente en relatos de ciencia ficción que van desde
Un mundo feliz (1932) de Huxley hasta las narraciones de Phillip K. Dick. En el
presente artículo, proponemos que este elemento que cumple distintas funciones
en el relato de ciencia ficción anglosajón es recuperado de manera determinante
en la última década del siglo XX en el continente a raíz de su presencia en el
cyberpunk. Para abordar el fenómeno que aquí nos ocupa, se revisará inicialmente
el origen del subgénero y su poética literaria cercana al relato postmodernista. Luego,
analizaremos el tipo de apropiación desde Latinoamérica, en tanto se considera que
el cyberpunk funciona en medio del individualismo neoliberal anglosajón de los
años ochenta y noventa y promueve la idea de un hacker rebelde con uso de high-
tech que difícilmente tiene un correlato exacto en el mundo latinoamericano (en
En una entrevista realizada por Horst Pukallus al teórico de la ciencia ficción Darko
Suvin, este señala que lo interesante del cyberpunk es que se trata de una ruptura
entre la ciencia ficción dura y blanda, además de su renovación del lenguaje al
integrar la jerga de los hackers. Sin embargo, le parece que esta forma de vida no es
representativa ni siquiera en las generaciones jóvenes, a quienes llama “semi yuppies”
al identificarlos con una clase alta desempleada. Pese a ello, sí le parece que son
representativos de un pequeño pero importante grupo: gente de los medios de
comunicación, mezcladores electrónicos o los fanáticos de las computadoras; todos
ellos portadores de la estructura emocional del cyberpunk. Para Suvin aquí hay algo
nuevo: una nueva tecnología y una posición social que tiene acceso a esa tecnología.
Asimismo, señala que los futuros creados en textos de autores como Gibson se
pueden extrapolar a lugares reales como Japón. Lo diferencia de Norteamérica al
aclarar que el capitalismo japonés es de tipo corporativo, una suerte de capitalismo
neofeudal, distinto de la variante norteamericana.
Por otra parte, John Clute en The Encyclopedia of Science Fiction define y
traza elementos para determinar qué se entiende por cyberpunk:
importante de estos trabajos. Las redes de datos son más que una parte del
tema del cyberpunk. (1995: 288; la traducción es nuestra)
Habría que sumar a esta caracterización una mirada desde la teoría de los
universos de ficción posmodernos propuesta por Brian McHale. En su texto
“Elementos of a Poetics of Cyberpunk” (1992) delimita una poética que
contempla una conexión con el relato postmoderno también triunfante en la
época de los ochenta y los noventa. De este modo, propone tres categorías para
delimitar el género. En primer lugar, analiza los territorios de la ficción
cyberpunk al entenderlos como traductores de la fragmentación del mundo y a
los espacios como “ciudades-estado”, es decir, restos de mundos que orbitan
barrios marginales descuidados, fracasados y tecnológicamente obsoletos. En
segundo lugar, plantea que la categoría de mundo en el cyberpunk es plural e
inestable, lo que podría implicar que el yo funcionaría del mismo modo en
cuanto se plantea la pregunta de ¿en qué momento un ser humano deja de serlo
y comienza a contar como una máquina? Para responder a esto, reelabora un
rasgo de la novela modernista de la perspectiva subjetiva y restringida de los
narradores internos múltiples (o perspectivismo) en lo que él denomina “El yo
centrífugo del posmodernismo y cyberpunk”, lo cual es visible en el uso de la
droga por parte de Sam en “Timbuctú” y en la mutación corpórea de Mariana
en Ygdrassil. Esta proyección de mundos ficticios del cyberpunk ilustra la
problemática de la invidualidad: simbiosis hombre-máquina, inteligencias
artificiales o alter egos diseñados biológicamente. De este modo, en algún punto
difícil de definir, el aumento protésico se difumina en una completa simbiosis o
fusión humano-máquina, y los bordes del yo se difuminan y se erosionan.
Finalmente, propone que el cyberpunk explora de manera totalizante la
representación de la muerte de modo similar al relato postmoderno. Como
ejemplos de esto McHale señala el motivo del “fantasma”, pero sobre todo la
conexión con la máquina o una vida más allá de la vida como en el filme Robocop
(1987) de Paul Verhoeven y de manera más brutal en una tensión o una corriente
subterránea de imágenes de horror gótico del cuerpo destrozado, estallado o
desmembrado. Ciertamente, esto se aprecia de manera literal en Bef pero
también en la novela Ygdrassil de Jorge Baradit.
Al evaluar las distintas posturas que se han señalado, es posible plantear
que Suvin completa ideológicamente el mundo postmoderno con que el
investigador Brian McHale lee el relato cyberpunk. Quizá por el hecho de que
su teoría emerge desde el mundo anglosajón, la reflexión de Suvin incorpora
elementos ideológicos que permiten asumir desde su Croacia natal una
perspectiva “balcanizada” de la sci-fi y del relato cyberpunk. Esto es sugestivo
para complementar una poética del cyberpunk al menos con algunas muestras
en Latinoamérica donde la versión de McHale queda trunca. Incluso la mención
al capitalismo corporativo Japonés que plantea Suvin permite establecer una
hipótesis de conexión neoliberal donde el individualismo del hacker high-tech
denominado yuppie es rastreable en nuestro continente. Ciertamente la
precariedad de las sociedades latinoamericanas vulneran estos presupuestos
La ciencia ficción es, por tanto, una historiografía del presente, sobre todo
si notamos lo efímero de algunas tendencias del género: la ópera espacial,
la ficción nuclear, etc. La propia ficción cyberpunk, al imaginar un futuro
dominado por las transnacionales donde la presencia del Estado es mínima
o nula, se ve desafiada por la más reciente crisis económica y el regreso de
políticas económicas de inspiración keynesiana, donde el Estado regula el
mercado a través de políticas monetarias y medidas fiscales para reducir los
efectos nocivos de los ciclos económicos. Al percibir el presente como
historia, el destino de la ciencia ficción es envejecer, pasar la prueba del
tiempo, dejando un panorama valioso del momento de la producción
textual. Pero, ¿cuál es el panorama que deja la ficción cyberpunk? La
ficción cyberpunk forma parte del neoliberalismo en los años 80 y
principios de los 90. (Londero, 2013: 131-132)
Fredric Jameson lo dice directamente: “el cyberpunk [...] será para muchos de
nosotros la expresión literaria suprema si no de la postmodernidad, [...] del
capitalismo tardío” (Jameson, 2016: 331):
Sin embargo, las cosas se complican cuando, para avalar su hipótesis, Londero
expone una contradicción de base en los actores del cyberpunk, lecturas opuestas
desde lo ideológico (desde Suvin hasta la de Lewis Call en su teoría del
anarquismo posmoderno). Para ello, cita al propio Jameson cuando emite su idea
de que el proletariado, el lumpen, el criminal urbano y la prostituta de la antigua
imaginería burguesa han sido reemplazados por punks urbanos como actores
opuestos a lo que en los años ochenta eran los yuppies empresariales, quizás los
jóvenes empresarios y ejecutivos actuales (¿quiénes serán los que recuperen esa
actitud punkie en la actualidad como grupo?). Así Londero relaciona la ficción
cyberpunk con el anarquismo posmoderno, en el sentido de lo que Call articula
para Deleuze, Foucault y los situacionistas franceses:
Y Call dirá que “la política del cyberpunk es, en definitiva, una política radical
para el nuevo milenio: una política de anarquismo posmoderno” (Call en
Londero, 2013: 347; la traducción es nuestra). En este punto, enlaza la respuesta
utópica-anarquista como respuesta al capitalismo actual (¿neoliberalismo?). La
propuesta ideológica de Londero para las visiones ideológicas opuestas de los
críticos del cyberpunk (Suvin, 1991; Call, 2002) descansa en el ciberespacio. Es
el mismo territorio del ciberespacio capaz de las comunicaciones comerciales así
como un espacio para “declaraciones revolucionarias”, lo que permitiría un
análisis cultural radical del cyberpunk (346-347).
Probablemente esta misma tensión de la contradicción inserta en el
mundo cyberpunk alcanza a sus elementos en la mirada desde la literatura
latinoamericana. Así, el relato latinoamericano puede tener las mismas
contradicciones del linaje original ligado a las décadas neoliberales anglosajonas o
más directamente con aquellas semillas ideológicas distintas que promueve.
Ciertamente Londero tiene razón en los términos de las búsquedas latinoamericanas
con orientaciones ideológicas del continente (llámense utopías o no) que para él
refrenda ciertos usos paródicos de la utilización del relato cyberpunk.
Frente a la continuidad del relato cyberpunk existen modificaciones y
reapropiaciones latinoamericanas que pueden ir desde elementos concretos como
el personaje hacker o el impacto de la droga al interior de los textos y, en
condiciones más radicales, la configuración social precaria o de clase media que
aparece vehiculada en las historias. Si bien para este artículo nos centraremos en
el impacto de la droga en los relatos, siempre la formulación puede ser
encontrada en vínculo con otros elementos como la transformación del cuerpo,
la biotecnología, entre otros.
En “Timbuctú” (1995 y 1997) de Carlos Gardini y “El trozo más
grande” (o “El pedazo más grande” 1997) de Bernardo Bef Fernández, se podría
establecer un paralelo de la incursión cyberpunk latinoamericana de fines de los
años noventa. En estos relatos es posible encontrar la presencia de personajes
vinculados al mundo del high tech, la construcción del mundo de ficción como
espacios “basura”, el uso de las drogas, lo multinacional corporativo y la
desaparición del Estado, las técnicas protésicas de invasión —conexión— mental
o biológica que redefinirían el Yo y la presencia de la muerte.
fuera del mundo de las teclas y de los computadores, era un inútil. Ese mismo
individualismo proyectado en el judicial Tapia descubrirá su arrogancia como
pasto seco en las fauces del Tecnonarco.
El Tecnonarco además es creador y distribuidor de las drogas ZAP y
Rancio como un negocio que el relato siempre muestra desde afuera. En ese
sentido, el personaje aparece como una suerte de entidad cibernética incapaz de
ser atrapada por los arrogantes Grillo y Tapia. El mundo de Bef elabora a esta
figura que actúa como una corporación criminal fantasmal asentada en este
personaje. La droga está ahí, pero afuera (como se diría en X Files). Y quien mejor
media entre ambos mundos es el Tecnonarco. Ni el joven Grillo, rey del
ciberespacio, ni el judicial, quien intenta manejar las leyes del mundo del crimen,
son capaces de adaptarse al código narco. Entre Tapia y el Grillo está el Paisano,
como triunfante Tecnonarco.
A diferencia del relato de Bef, en Gardini la droga Dama Negra parece
invadir todas las percepciones internas del relato o todas las capas del Timbuctú
como universo ficcional:
adicción y de ahí la ontología ficcional del Timbuctú del cuento (como región
de la imaginación).
Para concluir, en Bef el mundo de la organización criminal del
Tecnonarco sirve para adentrarnos en una historia de ambición y caída del
hacker. La droga y el narcotráfico ponen en contacto al joven Grillo con el
Tecnonarco y con su opuesto, el judicial. Es una historia de individualismo
fracasado, es decir, la anarquía y soledad extramundana del talentoso Grillo lo
deja en el mundo cruel de la apuesta capitalista, en donde la disputa por “el trozo
más grande” es la historia narrada en segundo término por el cuento. El tráfico
de las nuevas drogas y el negocio criminal permiten al lector seguir la historia
pero no son determinantes para la misma, por ello, el relato juega con la
exterioridad del mundo criminal respecto de la interioridad de Grillo. Por el
contrario, en “Timbuctú” el relato parece atrapado completamente en las fauces
con que la Dama Negra ha carcomido a Sam y cómo irriga las percepciones
cognoscitivas que difícilmente podemos atenazar de la realidad del hospital y de
Timbuctú. El extraño mundo de Timbuctú no funciona como exterioridad sino
que es propio del universo de ficción del adicto, por lo que la pregunta del relato
es una exploración prospectiva en tanto la construcción de ghettos del adicto y
cómo la sociedad podría reaccionar “fascistamente” contra la población. Grillo
es un joven “ejecutivo” ambicioso caído en contacto con una organización
policial y la red de persecución del Estado policíaco mientras que la adicción de
Sam es el propio mundo ontológico que leemos.
Lo multinacional corporativo
La muerte
—E ... el Grillo..
—¿Quién? Ah. su amiguito. Bueno, si le interesa, cometió el error de no
saber diferenciar el ZAP del Rancio. Le dejé un frasco de este último sin
decirle qué era. Sabía que no soportaría la tentación de probarla, y cayó.
Honestamente, sí me creí el cuento del tráiler platanero, pero el pobre
Grillo se tragó de putazo todo el frasco de Rancio. No sé si sería el delirio
que le provocó la droga, o los horribles dolores, lo que le hicieron
llamarme, lleno de remordimiento, para confesarme todo su plan. iPobre
pendejo! Pero bueno donde está, eso ya no le importa. Mi capi, lo dejo,
creo que tiene bastantes cosas qué hacer y yo también. Que le aproveche...
Colgó, pero el capitán Tapia ya no le oía.
Conclusiones
Neurotronics Inc. aparece como un eco al interior del mundo fragmentado del
adicto. En el caso de la presencia de técnicas protésicas de invasión, estas son
visibles en el relato de Bef si interpretamos que Grillo está ligado al computador
de forma irreversible. En “Timbuctú” de Gardini es más evidente pues el
protagonista asesina adictos a partir del consumo de drogas, las que controlan su
mente y lo convierten en una máquina sin voluntad. Finalmente, respecto de la
presencia de la muerte, en Gardini la representación es más fiel al cyberpunk
anglosajón al producirse asesinatos perpetrados por el sujeto-máquina que actúa
bajo órdenes de la policía fascista. En Bef, nuevamente se produce una
infiltración del código de la narcoliteratura al presentarse una resolución cargada
de violencia gore.
El fenómeno de la droga, su tráfico y consumo, ha impactado en
Latinoamérica a tal nivel que la creación de iconografías y caudillos como Pablo
Escobar y el Chapo Guzmán permean estas narraciones de linaje internacional.
Esta promoción de cruces genéricos también se da en Jorge Baradit con el
ciberchamanismo. Esto provoca que la droga, como elemento del cyberpunk,
pueda ser leída desde los regímenes latinoamericanos de recepción, en el sentido
que nuestra comprensión del fenómeno ciertamente es diferente al del mundo
anglosajón y carga con entonaciones ideológicas propias. Y en ese mismo sentido,
acaso sea más difícil entroncar con la tradición poetológica del relato
posmoderno que sí existe en el mundo anglosajón (o de mayor impacto). Como
una hipótesis a desarrollar podemos aventurar, en un sentido mayor, dos
posibilidades de relatos cyberpunk en el siglo XXI con estos cuentos de fines de
los años noventa. O al menos, la existencia de la droga como elemento si bien
extendido al relato de ciencia ficción (incluida la New Wave) anglosajón, con un
rol más específico en el relato cyberpunk. Más aún cuando esa misma presencia
de la droga permite leer los problemas constitutivos del continente. En ese
sentido, la parodia con la que Bef elabora al personaje del narco y lo transforma
en Tecnonarco atrae la realidad latinoamericana de los relatos narcoliterarios.
Mismo caso para la retransformación de Blade Runner en una Timbuctú local
con un yonki latinoamericano. Apropiaciones que hacen discutible el calce de la
utopía, pero que de ningún modo se enlazan con los yuppies o anarquistas de los
relatos anglosajones. La precariedad latinoamericana se apodera del relato
cyberpunk anglosajón.
BIBLIOGRAFÍA
ISSN: 2014-1130
Recibido: 28/09/2020
vol. 22 | diciembre 2020 | 281-296
Aprobado: 29/10/2020
DOI: https://doi.org/10.5565/rev/mitologias.726
Mariano Ernesto Mosquera
Introducción
1
La hipótesis de que la pandemia es el efecto de la incidencia del capitalismo extractivista a escala
geológica y ecológica se ha multiplicado en estos meses de cuarentena. A título de mero ejemplo,
ver Machado Aráoz, Horacio (2020), “La pandemia como síntoma del Capitaloceno: economía de
guerra”, La tinta. Consultado en <https://latinta.com.ar/2020/04/pandemia-sintoma-capitaloceno-
economia-guerra/> (3/11/2020).
El final de El recurso humano es el punto de partida de Los cuerpos del verano del
argentino Martin Felipe Castagnet, con lo que retornamos plenamente a la
ciencia ficción. No solo el objetivo del transhumanismo se ha alcanzado sino que
también se ha generalizado. En la sociedad de la novela, la mayoría de la gente
decide vivir después de la muerte en Internet (estado llamado “en flotación”) y
buena parte elije luego que su mente sea migrada (“quemada”) a un nuevo
cuerpo, donde puede vivir una segunda vida corporalizada. Precisamente, la
novela sigue a un narrador en primera persona que relata su experiencia de volver
a vivir en un cuerpo tras un siglo de permanecer “en flotación”.
La inclusión de este texto en la serie de las relaciones entre realismo y
ciencia ficción en la literatura latinoamericana contemporánea se comprende si
la enmarcamos en una discusión sobre el desarrollo del género que el propio
autor despliega en su trabajo como crítico, y que posteriormente despertó una
pequeña polémica, que comentaremos en la conclusión. Nuestro trabajo partió
de la intuición suficientemente generalizada de que, en la contemporaneidad, “la
ciencia ficción es el nuevo realismo”. A partir de ahí, especificamos tal intuición
visibilizando matrices e hibridaciones en las novelas de nuestro corpus.
Castagnet, por su lado, en sus trabajos críticos, parte de esta intuición para
proponer una lectura de las transformaciones del género como consecuencia de
este movimiento.
El autor y crítico señala que “la revolución digital sacude los cimientos
de la cultura, y la ciencia ficción siempre fue particularmente perceptiva a estos
temblores” (Castagnet, 2015: s./p.). En este sentido, en su trabajo, enfocado
principalmente en los avatares de los circuitos editoriales argentinos, Castagnet
pretende singularizar el despliegue de este temblor dado por la indecibilidad de
ciertos referentes e imaginarios: “¿Internet pertenece al realismo o a la ciencia
ficción?” (2015: s./p). Si tradicionalmente la distancia entre el invento real y el
invento ficticio configuraba el novum tecno-científico que posibilitaba la ciencia
ficción, ahora, según el escritor argentino, cuando internet se ha tornado en real,
tal distinción se ha abolido, lo que implica una necesaria mutación del género.
Castagnet entiende esta mutación como liderada por aquel programa
ballardiano: “La ciencia ficción tiene que dejar de ocuparse del espacio exterior y
el futuro lejano y ocuparse del futuro cercano y el espacio interior” (2015: s./p).
Así, al recuperar las escrituras de Marcelo Cohen y Hernán Vanoli, señalará que en la
contemporaneidad la ciencia ficción encuentra en internet “un modo de configurar la
construcción de la intimidad y la transmisión de la experiencia” (2015: s./p).
como vemos, está en el centro de la escena, sea como declinación material de una
experiencia de un tiempo ya no lineal sino circular, como señala Colombetti, o
como ensamblaje entre lo biológico y lo tecnológico que termina poniendo el
énfasis en el carácter situado del cuerpo y la cognición, como señala Wentworth.
En este sentido, la fragilidad del cuerpo en la novela nunca llega a reponer
en el texto una oposición neta entre lo viviente y sus defectos y la técnica y su
perfección. De forma plena, la vida aparece en Los cuerpos del verano como
tecnológicamente mediada, la técnica no es exterior a la vida sino su condición
de posibilidad. El cuerpo de la “señora gorda”, por ejemplo, depende
constantemente de una batería y el narrador no omite críticas y lamentos. La
novela avanza incluso más lejos cuando postula al mismo nivel ontológico la vida
y la técnica. La tecnología de la información aparece cualificada vitalmente.
Internet “‘cuenta como cuerpo’. ‘Internet es traslucido, inestable, viscoso’.
Mientras lo digo imagino una medusa” (Castagnet, 2012: 20). Es decir, si la vida
está tecnológicamente mediada, el proceso inverso también aparece como verdadero.
Se trata de un contagio entre dos campos semánticos que connota una relación
compleja y tensionada: tecnomorfismo de la vida, biomorfismo de la técnica.
Si las tecnologías de la información afectan la subjetividad al nivel de la
relación con el cuerpo viviente, una intervención similar aparece al nivel de las
relaciones sociales, como también en la familia (Colanzi, 2020). La imagen que
predomina en este sentido, en consonancia con lo que señalábamos, es la de un
progreso irrefrenable e irracional que deja marcas irremediables en la cultura y la
sociedad como plano de lo intersubjetivo: “La tecnología no es racional; con
suerte, es un caballo desbocado que echa espuma por la boca e intenta
desbarrancarse cada vez que puede. Nuestro problema es que la cultura está
enganchada a ese caballo” (Castagnet, 2012: 31). La novela enfoca este arrastre
de la cultura por la tecnología en dos elementos. Por un lado, el texto visibiliza
el punto en que el problema de lo viviente encuentra su límite: la muerte. Pese a
que continúa siendo “secreta, universal y obligatoria” (55), una experiencia
intransferible y solitaria, la muerte pasa también a formar parte de una nueva
economía política de los cuerpos. El mundo de la novela, atravesado una
evaluación ambigua del transhumanismo, reescribe nuevas concepciones frente a
la finitud del viviente. La muerte deja de ser irremediable y aparece como el
punto de partida de una nueva vida. Los cementerios dejan de ser lugares de
duelo para pasar a convertirse en un mercado de cuerpos para nuevas
migraciones. Las actitudes frente a la muerte configuran una jerarquización de lo
viviente y su imagen social. Por ejemplo, una minoría de los muertos “conserva el
cuerpo original, como un mendigo aferrado a sus harapos; [y] se los considera
enfermos” (17). El gobierno pasa a regular la vida después de la muerte exigiendo su
registro y estableciendo leyes para la reencarnación. A su vez, la institucionalización
produce circuitos de clandestinidad, mercados negros de cuerpos.
Si, tal como señala Flavia Costa (2017), la sociedad occidental de los
últimos siglos estuvo signada por un “imperativo de salud”, en Los cuerpos del
verano, ese imperativo, como efecto de las tecnologías, comienza a desaparecer y
la relación con el propio cuerpo se desingulariza. Ya no existe una presión social
A modo de conclusión
BIBLIOGRAFÍA
MARGARITA REMÓN-RAILLARD
UNIVERSITÉ GRENOBLE ALPES, ILCEA4 38000 GRENOBLE (Francia)
margarita.raillard@univ-grenoble-alpes.fr
ISSN: 2014-1130
Recibido: 28/09/2020
vol. 22 | diciembre 2020 | 297-316
Aprobado: 23/10/2020
DOI: https://doi.org/10.5565/rev/mitologias.725
Margarita Remón-Raillard
Introducción
1
Véase Anders, Günther (2002), L’obsolescence de l’homme: sur l’âme à l’époque de la deuxième
révolution industrielle. Christophe David (trad.). Paris, Éditions de l’Encyclopédie des nuisances.
2
Sobre el papel precursor de autores como Juan José Arreola o Carlos Fuentes en el desarrollo de la
ciencia ficción mexicana de la segunda mitad del siglo XX, hemos realizado un trabajo: “El factor
‘ciencia’ en algunos cuentos de Juan José Arreola (Confabulario personal, 1952) y Carlos Fuentes (Los
días enmascarados, 1954): señales de una ciencia ficción por venir” en Ficción y Ciencia en el mundo
hispánico, Kunz, Marco (ed.). Lausana, Suiza: Universidad de Lausanne. Por publicarse.
3
Véase Rojo, Pepe (2001), “Conversaciones con Yoni Rei”, en Miguel Angel Fernández
Delgado, (ed.), Visiones periféricas: antología de la ciencia ficción mexicana. Buenos Aires, Lumen,
pp. 188‑199; y “Ruido gris”, en Bernardo Fernández (ed.) (2010), Los viajeros: 25 años de ciencia
ficción mexicana. México, D.F, Ediciones (“Gran angular”, 48M), pp. 97‑128.
4
Nos referimos al último tipo de desencadenante de extrañeza (o novum según la terminología
de Suvin) establecido por Irène Langlet, quien los clasifica según una gradación que va de lo
particular a lo general: las alteridades o extrañezas léxicas (neologismos, palabras nido), las
alteridades o extrañezas discursivas (frases con conexiones semánticas extrañas) y las alteridades
o extrañezas globales o de universo, producto de la integración de todas las extrañezas a través de
la constitución de una xeno-enciclopedia (Langlet, 2006: 35–37).
deformes de nuestro mundo; instaura otro tiempo, fuera del nuestro, a través de
parábolas modernas cuyo grado más elevado serían las analogías matemáticas u
ontológicas al estilo de Borges (Suvin, 1977: 34-36). Sin embargo, puede existir
un territorio intermedio en el que la predicción de lo que puede ocurrir se mezcla
con lo que ocurre. No se trataría de ese “presente intensificado” que el cyberpunk
busca dibujar, ni de otra trama temporal. En algunos textos, presente, pasado y
futuro se fusionan; predicción y reflejo analógico (y parabólico) se entrecruzan,
y producen una sacudida. Este sitio-bisagra, de fricción o incluso de
“desidentificación” de categorías, es el producido por la risa. Los textos cyberpunk
mexicanos de finales del siglo XX toman posición con relación al estado de
nuestras sociedades a través de predicciones desolantes. Sin embargo, la ciencia
ficción puede ser también el lugar desde el cual se expresa la necesidad de
consolarse de nuestra humana condición. Daniel Sibony afirma que “reírse es
sacudirse la identidad” (Sibony, 2010: 15; la traducción es mía). Y es esto lo que
hace otra vertiente de la ciencia ficción mexicana en la cual se destaca, en esta
segunda década del nuevo milenio, la figura de Alberto Chimal.
El escritor mexicano ha producido una serie de cuentos y de novelas
adscritos al género de la ciencia ficción, como Gente del mundo (1998), Se ha
perdido una niña (1999), o La torre y el jardín (2012). Su narrativa es sin embargo
inclasificable: cohabitan en ella motivos y mecanismos ciencia-ficcionales con lo
fantástico, lo extraño, el relato neomitológico o etnorreligioso. De hecho, en sus
escritos teóricos Chimal señala la necesidad de encontrar una categoría o etiqueta
genérica menos limitativa para una producción literaria que no se reconoce bajo
la denominación “ciencia ficción”. Él la incluye en un conjunto más vasto que
llama “literatura de imaginación”, denominación generalmente utilizada para
referirse a las literaturas no miméticas, y que él define así: “La que se ancla en el
uso de la imaginación fantástica, sin importar si queda encuadrada o no en algún
subgénero conocido” (Chimal, 2016: 36). Si bien, si se sigue a Gérard Genette,
“la mezcla o el desprecio de los géneros es un género entre otros” (1986: 158; la
traducción es mía), la obra de Chimal se sitúa en esa frecuencia imprecisa que
otorga a su lector la posibilidad de sintonizar libremente su lectura.
Con respecto a la ciencia ficción en particular, Chimal ha realizado
aportes importantes a la reflexión teórica sobre el género. Dice preferir el término
“ficción especulativa” al de la “traducción boba” del inglés y la define así: “[…]
intentos de imaginar a partir de lo existente, de fantasear de forma razonada, de
jugar a que ciertos sueños —o ciertas pesadillas— pueden ser realidad” (Chimal,
2010: 233). Por un lado, de su definición se destaca la idea que la razón, más
que la ciencia, es la clave del género, como lo han señalado numerosos
especialistas. Por otro lado, el segmento de su definición “jugar a que ciertos
sueños” contiene el germen de su propuesta ciencia-ficcional, en la que el humor,
lo lúdico y lo pueril entretejen el espacio textual.
00000
—Los sueños de los robots saben a aceite y a electricidad, como los de
cualquiera. Pero tienen flores y cristales que nadie más puede ver, angustias
más insondables, trampas lógicas…
—¿También los sueños de los humanos saben a aceite y a electricidad,
maestro?
—Los robots, dentro de varios siglos, crearemos la tecnología para enviar
sueños a los humanos del pasado remoto. Impulsados por ellos, los
humanos empezarán (o empezaron) a construir robots. No es verdad que
ellos sean nuestros creadores, como dicen algunos descarriados. ¿Ha
descargado y estudiado todas sus lecciones de religión, jovencito? (Chimal,
2012: 205)
5
El análisis de este texto forma parte de mi trabajo inédito Territoires de la science-fiction
mexicaine (1984-2012): pour une poétique et politique de l'insolite littéraire (2020).
La serie de cinco ceros rompe con la lógica binaria de los otros títulos de los
microrrelatos, que contienen siempre las cifras 1 y 0. El cero reenvía a la carrera
del astro solar que consiste en un semicírculo involutivo que se ve completado
por un semicírculo evolutivo. Evoca la imagen del huevo cósmico, aquí
transformado en espiral o sinusoide con la serie de cinco ceros. El cero, concepto
descubierto por los mayas y relacionado con el mito de la creación del sol, es no
solamente el signo numérico sin valor (el vacío), sino también aquel que confiere
valor a las otras cifras (por adición, sustracción o división) o que absorbe el valor
de las otras (por multiplicación). Estas primeras consideraciones señalan el valor
germinal de este microrrelato, subrayado por su lugar inicial.
Es significativo que el relato se abra con una referencia intertextual
reconocible para el lector de ciencia ficción, al retomar elementos del título de la
novela corta de Phillip Dick ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? de 1968,
que más tarde inspirará el Blade Runner de Ridley Scott (1982). Además, el título
(“Veinte de robots”) así como el contenido del conjunto de los microrrelatos
(estampas o retratos de “vida” de robots) reenvían también a I, Robot de Isaac
Asimov. Las alusiones intertextuales a obras de ciencia ficción van pautando la
lectura de estos microrrelatos. Estos intertextos múltiples podrían desempeñar
una función de múltiplos, en el sentido matemático. Producen un efecto de
dilatación: lo sucinto (los microrrelatos) se despliega en el acto de lectura; la
referencia intertextual es el desencadenante de ese despliegue. Estos intertextos
chocan con un architexto ausente ya que la denominación genérica no aparece
en ningún sitio del volumen siete. Son los robots, como personajes emblemáticos
del género ciencia-ficcional, quienes la identifican sin decirlo. El título
contribuye a designar por omisión. En efecto, nos podemos cuestionar sobre esa
casilla vacía entre “Veinte” y “de”: ¿acaso falta un sustantivo que calificaría,
incluso de forma general, lo que estamos leyendo? Se trata de veinte formas
creativas cuyo surgimiento está estrechamente vinculado con una cultura ciencia-
ficcional compartida. De tal manera que se instaura un pacto de lectura basado
en esta última. Esto corresponde, como ha sido señalado por varios especialistas,
a una particularidad del género ciencia-ficcional, a saber: su relación con un
lectorado que constituiría un grupo cerrado de conocedores quienes comparten
un gusto casi exclusivo por este. Al contener cada microrrelato reenvíos a otros
textos de ciencia ficción, la cultura ciencia-ficcional del lector es puesta a prueba.
Sin embargo, la ausencia de marcadores genéricos al nivel del architexto
cuestiona esta visión del lectorado de ciencia ficción como ghetto. De hecho, toda
una reflexión sobre el género ciencia-ficcional atraviesa los microrrelatos. De esta
manera, a los dos mecanismos transtextuales ya señalados (intertextualidad,
architextualidad) se añade la metatextualidad.
En el primer microrrelato, Chimal condensa en pocas líneas los
procedimientos y temáticas propias del género. En primer lugar, cabe constatar
que ese microrrelato inicial consiste en un diálogo-tipo de la ciencia ficción,
según la tipología de los “resortes didácticos” propios del género propuesta por
6
Langlet afirma que el verdadero motor de la mecánica ciencia-ficcional es la articulación del
novum y su explicación. Es lo que ella denomina los “resortes didácticos” que van desde la
aposición hasta la caracterización, pasando por la analepsis, el diálogo y el paratexto (Langlet,
2006: 38).
00010
—Entre mis últimas palabras —explica HAL 9000 a través de la médium,
quien es una andreida apropiadamente vieja— estuvo esta frase: “Ahora
me siento mucho mejor…”
Los robots alrededor de la mesa se estremecen. La médium sigue en su
trance, desconectados todos sus sensores, comunicándose con un lugar que
a los seres electrónicos les parece aún más misterioso que a los seres
humanos, porque todos saben que HAL 9000 es un personaje de ficción,
salido de una antigua película. (Chimal, 2012: 205–206)
7
Véase Alberto Chimal (1999), “El amanecer del hombre” en CIENCIA ergo-sum, vol. 6, n.º 2,
pp. 217‑220.
espacial en órbita al ritmo del El Danubio azul de Strauss: una metáfora del salto
exponencial realizado por la humanidad gracias al dominio de la técnica. En
“Veinte de robots”, estos llevan en sí mismos la huella de su origen, de su
prehistoria. Este efecto de condensación crea un paralelismo con la forma
hiperbreve elegida por el autor y es uno de los procedimientos empleados para
amalgamar fondo y forma. Los robots llevan el nombre de su función, tal como
fue el origen de los patronímicos para los seres humanos. Este juego especular
basado en el origen de la cultura patronímica (propia de la especie humana)
subraya el carácter de parábolas de la existencia humana de estos microrrelatos.
En efecto, algunos se presentan como escenas de nuestra cotidianeidad hecha de
precariedad, malestar laboral, ambición y falsedad del mundo de los mass media.
Las situaciones vividas por los robots entran en una relación de analogía con las
derivas de nuestra sociedad. Está el caso del robot “free lance” (Chimal, 2012:
206), que busca ganarse la vida con trabajitos, o el del “Señor Granete”, que pone
fin a sus días y cuya colega se siente culpable por no haber podido prever su gesto
suicida; ese mismo colega que muestra signos de malestar (como el “tic en la
pinza derecha” y su “programado estado de ebriedad y descontrol” (Chimal,
2012: 207). Tenemos también el caso de un robot estrella de un reality show, que
reprograma al guionista de este para que le dé más envergadura a su papel. Otro
robot, “famoso diseñador de modas”, explica que “lo que más envidian los
humanos de los robots […] es la capacidad de transformarse” pues “cualquier
robot puede darse una mano de pintura que se ve mejor que el maquillaje
humano más sofisticado” (2012: 206). El texto evoca con sorna el culto a la
apariencia y la búsqueda de uniformización que se observan en todos esos rostros
lisos y pulposos que pululan en las redes sociales. Todos estos ejemplos
cuestionan con humor nuestra condición presente, al igual que nuestra relación
con la técnica. El progreso, del cual la técnica es la supuesta garante, aparece
“personificado” en estos robots como un tejido de posturas. Poseer la técnica solo
implica poner en evidencia las desigualdades ante dicha posesión. Otros
microrrelatos evocan fenómenos societales, como la violencia de género, de
manera apenas sugerida. Un robot trata de regalarle una flor a su novia. Siempre
le entrega una flor despedazada. La novia lo increpa por ello y el robot trata
nuevamente de cortar una flor sin destrozarla. Se queda viendo las flores y se da
cuenta de que siempre llama a su novia “mi amorcito, mi florecita” (2012: 210).
En otro microrrelato, un robot egocéntrico e infantil provoca el fin del mundo,
cual berrinche, al hacer estallar la bomba atómica. Su principal motivación es
sencillamente ser “el más poderoso del mundo” (2012: 213). La ligereza de la
forma es diametralmente opuesta a la gravedad de lo sugerido metafóricamente
(¿o anticipado, en el segundo caso?): la violencia de género y el poder en manos
de un imbécil narcisista.
En algunos casos, detrás de las peripecias vividas por los robots se
esconden la imposibilidad de nombrar (de identificar), la ruptura entre
significado y significante, entre el mundo tangible y la conciencia que lo concibe.
Por ejemplo, la niña Cincel tiene la misma pesadilla cada noche: se encuentra en
un campo de batalla que se sitúa en luna. La guerra enfrenta a los robots con
seres que no logra identificar. Un robot se acerca a ella y le dice “[v]en conmigo
si quieres vivir”. Sus padres recurren al “robopsicólogo”, que trata de
tranquilizarlos diciéndoles que “el sueño se puede distinguir de la realidad por su
menor resolución”, lo cual los deja pensativos en la luna “y sobre todo en su lado
oscuro, que tantos misterios conserva” (Chimal, 2012: 208). Si por un lado se
evoca la tendencia actual de los padres a sobreproteger y buscar soluciones
inmediatas para todo lo que perturbe a su progenitura, esta dimensión prosaica
cede ante otra en la que categorías opuestas en nuestro marco cognitivo
(sueño/vigilia) lo son también en el de la máquina. Y la ruptura de ese marco
cognitivo crea una zona de misterio en la que se sitúa la imposibilidad de
instaurar un saber, imposibilidad que, al ser aceptada, permite la humanización
de la máquina. La amalgama o duda entre el sueño y la vigilia, tema desarrollado
por la literatura fantástica, se yuxtapone con la referencia ciencia-ficcional ya que
la réplica del robot del sueño (cual mise en abyme) proviene de la película
Terminator de James Cameron. Esta es una de las maneras en las que el texto
produce una visión caleidoscópica de las categorías genéricas. En otro
microrrelato, el robot Arnulfo Martillo afirma que un error de programación le
permite “ver colores que nadie más [puede] ver”, pero cuando le piden que los
describa se queda sin palabras, o solo le salen “malas metáforas” pues no es
“poeta”. Y se va con la “misma cara de asombro que tenía siempre […] ante la
belleza del mundo” (Chimal, 2012: 214). Ciertos significados no hallan el
significante que permite la emergencia de un signo, de un sentido. En lugar de
ello, queda el vacío del lenguaje, a imagen de la cara oscura de la luna mencionada
anteriormente. Además, la posibilidad/imposibilidad de decir el mundo sensible,
de abarcarlo a través del lenguaje, es un claro comentario metatextual sobre la
capacidad mimética del arte. En otro caso, se narran las aventuras del robot
Alicate, que no se pierde convención de ciencia ficción o de comic pero lo irrita
que los concurrentes le pregunten de qué serie o programa viene. El problema es
que Alicate “no sabe que es robot. Y si se lo dicen se disgusta”. Un niño le
pregunta “¿eres humano?” y él responde “Soy extraterrestre” (Chimal, 2012:
210). Aquí, el significado tras el significante se hace aleatorio y supeditado a la
conciencia del sujeto, lo cual es extrapolable al uso de etiquetas genéricas o
adjudicación de tal o cual texto a un género. En todos estos casos, a pesar de la
búsqueda de deconstrucción del discurso, el texto conserva inteligibilidad.
El microrrelato 00100 se va por derroteros insospechados. Un gato
llamado Primo recibe en casa visitas de amigos robots cuando “sus humanos se
van”, y el dicho popular “cuando el gato se va, los ratones hacen fiesta” toma un
giro absurdo. El texto reproduce el diálogo imposible entre el animal, que cecea
(pues “[…] [c]omo todo el mundo sabe, los gatos cecean”) y que además “no
conoce ni el alfabeto ni los números” (Chimal, 2012: 211). El resultado es un
sinsentido que recuerda los juegos infantiles sin reglas (o sin pies ni cabeza) en
los que todo es posible. La lengua se hace cifrada, a imagen de las cifras binarias
que funcionan como título, y el sentido se descarrila. El contenido del
microrrelato crea un efecto mimético con una interferencia en una transmisión.
El proceso de transformación del lenguaje binario al ficcional se ve alterado por
elementos parásitos que lo hacen ininteligible. De allí que, al final de este, cuando
se dice que todo volvió a la “‘normalidad’ (porque, como todo el mundo sabe,
los humanos siempre andan buscando la normalidad, aunque no sepan qué es)”
(Chimal, 2012: 211), es como si el texto descarrilado volviera a sus rieles, a una
normalidad que, al fin y al cabo, es otro significante dislocado de su significado.
El ser humano, expulsado de ese espacio, se convierte en destinatario del discurso
que recobra su inteligibilidad, a pesar de que esta se halla subordinada a la
conciencia del sujeto.
En todos estos ejemplos, el comentario metatextual aparece en filigrana.
Este se hace más explícito en otros casos. El microrrelato 01111 lleva un subtítulo
(el único en el que se da esta modalidad) entre paréntesis: “(O PRIMER
CAPÍTULO DE UNA NOVELA NEGRA)” (Chimal, 2012: 212). El hecho de
nombrar explícitamente el género literario que se aplica a este microrrelato
establece un juego de escalas paradójico: es una pequeña fracción de un conjunto
más vasto, de un género que se sitúa, en cuanto a dimensión, en el extremo
opuesto: la novela. Por otro lado, se trata de la novela negra, subgénero próximo
a la ciencia ficción por la dinámica de lectura que instala. Se trata también del
primer microrrelato en primera persona. La presencia de un yo narrador que, en
este caso preciso, busca definir lo que escribe, funciona como un espejo inverso
tanto del autor y su reticencia a verse encerrado bajo cualquier etiqueta como de
la omisión presente en el título del texto contenedor (“Veinte de robots”).
Luego, la figura del autor aparece con más nitidez a través de la
autorreferencialidad. En efecto, el microrrelato 10000 es una alusión a su cuento
“Se ha perdido una niña” en el cual utopía, fantástico y ciencia ficción entran en
sinergia.8 A estas referencias se añade el comic de superhéroes, al hacer de este
microrrelato una ilustración de la definición que el escritor Gabriel Trujillo
Muñoz avanzó para la ciencia ficción como monstruo híbrido y paradójico.9 He
aquí el microrrelato:
10000
Mi sobrina vive en un mundo paralelo en el que las cosas son muy distintas
de como son aquí. Ella nos escribe con frecuencia y nos cuenta. Por
ejemplo, dice, hay más robots, son más inteligentes, y uno de los más
conocidos, el ruso Gramil, es una especie de superhéroe, que viaja por el
mundo ayudando a la gente y capturando criminales diversos con su hoz
y martillo. Lo más curioso de todo es que este Gramil, además de muy
8
Un análisis detallado de este cuento cierra mi trabajo inédito Territoires de la science-fiction
mexicaine (1984-2012): pour une poétique et politique de l'insolite littéraire, 2020.
9
“La ciencia ficción es […] un género híbrido que lo mismo se inclina a la especulación
fundamentada en la ciencia que rompe con metodologías y racionalidades para abrirse de capa
con personajes fantásticos y seres maravillosos, por lo que toma elementos del relato de aventuras,
del horror sobrenatural y del manual de divulgación científica, para conformar un monstruo
paradójico, que es mayor a la suma de sus partes. El que esta mezcla entre lo imposible y lo
improbable represente uno de los mayores logros de nuestra época se debe, en buena medida, a
que la ciencia ficción es una de las primeras ars combinatoria de nuestra modernidad” (Trujillo
Muñoz, 1999: 11).
Además del guiño autorreferencial a “Se ha perdido una niña”, este microrrelato
es una ficcionalización de la reflexión de Chimal sobre el comic y el mundo de
los superhéroes. En su artículo “¿Quién vigila a los vigilantes?”,10 Chimal se
detiene en el caso de Watchmen, el comic escrito por Alan Moore e ilustrado por
Dave Gibbons, recientemente llevado a la pantalla chica en el formato de serie
televisiva. En su microrrelato, Chimal condensa la idea de ese comic que pone en
escena un mundo paralelo en el que los superhéroes existen “de verdad”, en tanto
añade el elemento que justifica su presencia en el texto contenedor: los robots.
Es de notar que el narrador se expresa desde un sitio en el que Captain America
o Batman forman parte de un patrimonio común, a pesar de ser farsantes. Cabría
preguntarse a dónde fueron a parar “El chapulín colorado” o “Señor Barrio”,
héroes de la televisión, héroes de la calle, personajes emblemáticos de una cultura
mexicana en la cual los héroes enmascarados, “verdaderamente honesto(s) y
generoso(s)”, pueblan el imaginario colectivo. Este mundo alternativo, como
frecuentemente en el comic, reproduce una situación geopolítica bipolar que
rechaza las culturas periféricas.
Si algunos microrrelatos son parábolas de nuestra cotidianeidad, otras lo
son más bien de un pasado arcaico. El microrrelato 01100 describe una suerte
de performance realizada por el robot Benito Punzón:
Pero el más curioso de todos estos artistas es Benito Punzón, quien cada
noche aparece en el escenario, impecablemente vestido, y no utiliza ningún
instrumento ni siquiera su altavoz integrado. En cambio, zumba como
planta eléctrica, martilla como antigua caja registradora, incluso imita el
rascar de la piedra en las minas profundas: todos esos sonidos que para los
robots son signos del pasado más remoto, de antes de la existencia del
primer cerebro electrónico. La mayoría nunca los ha escuchado en otra
parte pero todos se conmueven: alguno tiembla, otro arroja chispas que
son como lágrimas. (Chimal, 2012: 211)
Esta escena atávica hace pensar en una versión maquinista de una danza del
fuego. Benito Punzón se transforma, por paradójico que parezca, en tótem
inorgánico hecho únicamente de sonidos. El encuentro de robots descrito evoca
una ceremonia en la cual los ruidos metálicos son asimilados a cantos tribales que
alcanzan algo “visceral” en esas creaturas y, de esta manera, las hace “humanas”.
La performance del robot los transporta al alba de los tiempos, de su tiempo, al
misterio de su existencia, que no es otra cosa que la chispa de la inteligencia
humana. La última comparación, las chispas asimiladas a lágrimas, llega en el
10
Véase Chimal, Alberto (1999), “¿Quién vigila a los vigilantes?” en CIENCIA ergo-sum, vol. 6,
n.º 1, p. 99‑102.
00001
Uno, que así le decían, trabajaba como prototipo de los nuevos obreros de
la planta y tuvo 1,6 horas libres (o bien 1:36 horas). Se dio cuenta cuando
nadie fue a buscarlo durante dicho lapso.
Después se reanudaron las pruebas y demás actividades para las que Uno
había sido diseñado y construido, pero el concepto de tiempo libre se había
asentado en su cerebro electrónico y se asoció con la palabra libertad, que
Uno tenía almacenada en su vocabulario pero no ligada especialmente a
ninguna instrucción ni recuerdo de su propia experiencia.
Diez segundos más tarde (fueron las reflexiones más largas y torturadas de
toda su vida), Uno comprendió que no era libre. Peor, que nunca lo había
sido. Y aún peor, que el ser libre era, supuestamente, de lo más grandioso,
de lo mejor que podía pasarle a una entidad consciente. Entonces tuvo su
idea genial, su mayor inspiración, y acuñó una palabra nueva:
NO_POSIBLE_CONCIENCIA_ALTERACIÓN_MAL_ESTAR
, que más o menos podría traducirse como “amargura”. (Chimal, 2012:
214–215)
01000
Hoy se cumple el primer aniversario de la desaparición de los robots.
Todo fue muy rápido y muy extraño: un día estaban aquí y al siguiente
no. Dejaron plantados a quienes los esperaban, no estuvieron más en sus
casas de metal y de plástico.
Nadie dijo nada en las noticias, nadie publicó nada en Internet, no salió
nada en la televisión. Fue como si los robots nunca hubieran existido.
De hecho, en estos días se ha vuelto muy popular que la gente diga eso:
que los robots no existen. Que nunca sacaron sus antenas ni sus tenazas.
Que algunas máquinas industriales son llamadas así pero eso es todo. Que
esos seres inteligentes y llenos de chispas son como los duendes, las hadas
y otras criaturas en las que sólo creen (dicen) los ignorantes.
Y también se dice que la impresión que tenemos muchos es errónea: que
no es que el mundo sea un poco más pequeño y más triste desde hace un
año. Que así ha sido siempre.
Sólo me consuelan las leyendas, que apenas se escuchan, que todo el
mundo dice no creer, de las figuras que se ven desde lejos, a veces; de las
pintas en las paredes con pinturas y mensajes binarios; de que los robots
no se han ido, de que sólo están escondidos, esperando el momento de
volver. (Chimal, 2012: 215–216)
Conclusiones
11
Las minificciones de Alberto Chimal, El viajero del Tiempo, se sitúan en este proyecto. Su dimensión
transtextual (intertextual, hipertextual y metatextual), que implica una lectura borgesiana, ha sido
estudiada en mi trabajo inédito: Territoires de la science-fiction mexicaine (1984-2012): pour une
poétique et politique de l'insolite littéraire. Ver también: Chimal, Alberto (2014), “De tuiteratura” , en
Las Historias. http://www.lashistorias.com.mx/index.php/archivo/de-tuiteratura/ (03/03/2020).
marcianas, productor de toda una reflexión sobre el género,12 cuya obra (ciertos
cuentos) es objeto de un retroetiquetado para adscribirla a este,13 y que será
esencial en el devenir escritor (de ciencia ficción) de Alberto Chimal.14 La
pregunta aparece entonces como inoperante no solamente porque, como lo hemos
señalado, los textos de este ofrecen una matriz abierta al lector sino también porque
su proyecto ciencia-ficcional apunta precisamente a cuestionar cualquier
normatividad que busque acotar el género. O sus variantes, como el cyberpunk.
Así, los robots inofensivos y paródicos de Chimal son un contradiscurso
con relación al cyberpunk y su visión del progreso y la tecnología como amenaza
para la humanidad, sin dejar por ello de subrayar lo torcido que puedan tener
nuestras sociedades. El mensaje no es unívoco, al igual que la adscripción del
texto al género ciencia-ficcional. Sobre 2001 Odisea del espacio, Chimal explica:
“no es un alegato contra la tecnología ni un cuerpo de creencias seudorreligiosas”
(Chimal, 1999: 220). Es en ese mismo espacio intersticial, ese territorio
movedizo, donde se sitúa “Veinte de robots”.
Los mecanismos que “Veinte de robots” pone en marcha son a la imagen
de la ciencia ficción mexicana contemporánea como ars combinatoria de
elementos heteróclitos. En efecto, el texto pone en marcha una multiplicación
compleja, una ecuación factorial cuyo resultado, a partir de una combinatoria de
términos, es exponencial. Se trata de una “hibridación fecunda” (Ezquerro,
2010: s/p) realizada a partir de un juego de escalas paradójico: lo infinitamente
pequeño (la forma breve) que desvela lo infinitamente grande, es decir, sus
múltiples sentidos y reenvíos a formas canonizadas o populares; su temporalidad
múltiple. Al realizar una conjunción del pasado arcaico, el presente y el futuro,
“Veinte de robots” realiza un montaje temporal que, para Giorgio Agamben, es
lo propio del ser contemporáneo: “[…] le contemporain n’est pas seulement celui
qui, en percevant l’obscurité du présent, en cerne l’inaccessible lumière; il est
aussi celui qui, par la division et l’interpolation des temps, est en mesure de le
transformer et de le mettre en relation avec d’autres temps […]”15 (Agamben,
2008: 34).
En la ciencia ficción mexicana de finales del siglo XX (y particularmente
en su vertiente cyberpunk), el motivo o la figura de la metamorfosis es realmente
12
Véanse ensayos claves como “El primer Wells” (en Otras inquisiciones, Buenos Aires, Emecé,
1960, pp. 125‑128) o “La flor de Coleridge” (en Otras inquisiciones, Buenos Aires, Emecé, 1960,
pp. 19‑23.)
13
Véase Cano, Luis (2017), “Apoteosis de la influencia, o de cómo los senderos de la ciencia
ficción hispanoamericana conducen a Borges” en Silvina Kurlat Ares (coord.), La ciencia ficción
en América Latina. Aproximaciones teóricas al imaginario de la experimentación cultural, Revista
Iberoamericana, vol. 83, n.° 259-260. pp. 383-400.
14
Véanse Chimal, Alberto (2012), “Una presencia de Borges”, en Las Historias.
<http://www.lashistorias.com.mx/index.php/archivo/una-presencia-de-borges/> (03/03/2020) y
Chimal, Alberto (2002), “Borges y la Ciencia Ficción” en Primeras noticias. Revista de literatura,
pp. 77‑81.
15
El contemporáneo no es solo aquel que, al percibir la oscuridad del presente, identifica la luz
inaccesible; es también aquel que, a través de la división y la interpolación de los tiempos, es
capaz de transformarlo y de ponerlo en relación con otros tiempos (la traducción es mía).
BIBLIOGRAFÍA
LUCÍA FEUILLET
CENTRO DE INVESTIGACIÓN Y ESTUDIOS SOBRE CULTURA Y SOCIEDAD
(CIECS) (Argentina)
lfeuillet@mi.unc.edu.ar
ISSN: 2014-1130
Recibido: 30/09/2020
vol. 22 | diciembre 2020 | 317-335
Aprobado: 17/10/2020
DOI: https://doi.org/10.5565/rev/mitologias.745
Lucía Feuillet
Introducción
1
En el siguiente apartado aludiremos al lugar de Schweblin en la Nueva Narrativa Argentina de
“postdictadura” (Drucaroff, 2011).
2
Según Rosemary Jackson, el fantasy es un “modo” que mezcla varios géneros y se basa en la
violación de las normas o convenciones asociadas a la representación de lo real (1986: 12). Este
modo discursivo propone la transgresión-subversión de los paradigmas culturales dominantes
mediante la irrupción de lo extraño en un orden aparentemente lógico. Mientras, la ciencia
ficción, género que retomamos aquí, conserva una actitud metódica que imita la lógica científica
(Capanna, 1966:20). No nos concentraremos en estas diferencias, ni en otras señaladas por varios
autores (Kagarlitsky, 1977: 16; Cappanna, 1966: 20-21; Suvin, 1979: 24; Link, 1994: 9;
Gandolfo, 2017: 35, 38, 95), porque no trabajamos el fantasy en este artículo.
3
Yuli Kagarlitski destaca que, desde los comienzos del género con Herbert G. Wells, la ciencia
ficción pone en juego las hipótesis científicas de su tiempo, al preguntarse por los
descubrimientos recientes y sus consecuencias sociales (Kagarlitski, 1977: 7). En este sentido, el
interrogante sobre las posibilidades y potencialidades de los modelos hegemónicos de saber se
sostiene en todas las etapas del desarrollo del género registradas por el autor, y allí se afinca el
rechazo de los estereotipos epistemológicos corrientes.
son estos los que desatan mecanismos viciados y dinámicas ocultas que permiten
revelar sentidos sobre la alienación humana.
Nuestro objeto de estudio es cómo la novela de Schweblin visibiliza,
desde la desnaturalización de los vínculos cotidianos atravesados por el complot,
los antagonismos sociales y las fisuras en los paradigmas de cognición en el modo
de producción capitalista. Así, podemos señalar que Kentukis reescribe la matriz
de la ciencia ficción contemporánea, género que Darko Suvin define como
“literatura del extrañamiento cognoscitivo”. Ahora bien, ¿en qué consiste esta
reescritura? Según Suvin, la ciencia ficción presenta marcos referenciales lejanos
a los mundos empíricos de los autores, estas estructuras extrañas proyectan un
“espejo” que no refleja, sino que transforma. Es decir, dicha matriz de
representación configura una posibilidad de cambio histórico, inscrita en el
horizonte de los modelos epistémicos socialmente acreditados (Suvin, 1979: 4-
6). De allí que: “SF is, then, a literary genre whose necessary and sufficient
conditions are the presence and interaction of estrangement and cognition, and whose
main formal device is an imaginative framework alternative to the author’s empirical
environment” (Suvin, 1979: 7; cursivas del original).
Kentukis proyecta el extrañamiento cognoscitivo a la trama que une (y
separa) las estructuras sociales y las relaciones privadas permeadas por la
tecnología, aunque no utiliza un marco referencial distante, el universo empírico
no es extrañado. En todo caso, lo que se pone en evidencia es el carácter
conspirativo y siniestro de los núcleos comunitarios del presente, así como el
aislamiento y la soledad respecto a los enrarecidos vínculos que rodean a cada
personaje y que son anteriores a la intervención de la técnica. Esta caracterización
solo puede leerse desde un modelo de interpretación que ponga en relación
dialéctica las organizaciones sociales y los sentidos individuales, vehiculizado por
un esquema que conecte distintos niveles de lectura. El complot es el
instrumento crítico que habilita este análisis, porque funciona como mediación
entre el texto y las contradicciones del modo de producción. Más adelante
veremos de qué manera las microconspiraciones relatadas habilitan una lectura
sobre el carácter secreto de lo real y los mecanismos de la ficción.
Época de Kentukis
4
En la literatura argentina podemos mencionar Opus dos (1967), de Angélica Gorodischer,
novela distópica que superpone fragmentos de una sociedad atravesada por los antagonismos
sociales. Ya a comienzos de este siglo, Plop (2002) de Rafael Pinedo presenta un mundo devastado
donde la crueldad prima en todos los nexos sociales. El paradigma distópico se continúa en la
década siguiente, que incorpora la mezcla con otros géneros. Cría Terminal (2014), de Germán
Maggiori, configura un agónico capitalismo que despliega extremos de miseria y opulencia
mientras oculta una conspiración delictiva centrada en la informática genética. Cielo ácido
(2014), de Carlos Ríos, también amalgama ciencia ficción y policial en un paisaje urbano asolado
por la transgresión y la violencia. Un futuro radiante (2016), de Pablo Plotkin, imagina el
postapocalipsis de una Buenos Aires dirigida por mafias ambientalistas. Pyongyang (2017), de
Hernán Vanoli, emplea un tono más intimista en relatos que abordan la animalidad humana, la
fertilidad, la ancianidad y la relación conflictiva del hombre con la máquina.
5
Ernest Mandel afirma que a partir de 1940-1945 se abre paso la tercera onda larga de la
expansión capitalista: “Este nuevo período se caracterizó, entre otras cosas, por el hecho de que,
junto a los bienes de consumo industriales producidos por máquinas (desde principios del siglo
XIX) y a las máquinas hechas por máquinas (desde mediados del siglo XIX), ahora encontramos
materias primas y alimentos producidos por máquinas. El capitalismo tardío, lejos de representar
una “sociedad posindustrial”, aparece, así como el periodo en el que todas las ramas de la
economía están completamente industrializadas por primera vez en la historia; a lo que podría
añadirse la creciente mecanización de la esfera de la circulación (con la excepción de los servicios
de reparación) y la mecanización creciente de la superestructura” (Mandel, 1979: 187). Vale
destacar que en esta concepción la sociedad posindustrial es una fase del capitalismo que confirma
y profundiza las caracterizaciones de los análisis marxistas (Jameson, 2012: 33).
6
Para De Rosso, “la naturalización del saber social (o su ominosa ausencia), central para la
literatura latinoamericana contemporánea, bloquea el impulso cognitivo del relato tradicional de
la ciencia-ficción e impide la apropiación de sus modos para la construcción de relatos” (2012:
317). La literatura latinoamericana de los años noventa, dice el autor, utiliza las claves de la
ciencia ficción solo en función de un escenario catastrófico en el cual la conspiración y el manejo
de la información se encuentran en el centro.
7
Caracterizada por José Manuel Romero como “hermenéutica dialéctica”, el enfoque que retomamos
combina las teorías marxistas y la interpretación cultural. Según Romero, tanto Jameson como Walter
Benjamin y Theodor W. Adorno incorporan un modo de lectura que no tiene que ver con las
intenciones de la producción, ni con los “velos ideológicos” ocultos, sino con el desciframiento, a partir
de un objeto cultural concreto, de los significados ligados a la historia y lo social, sin dejar de lado el
lugar central que ocupa la praxis en el marxismo (Romero, 2012).
Ya no son los dioses los que manejan la suerte, son fuerzas oscuras las que
construyen maquinaciones que definen el funcionamiento de lo real. Los
oráculos han cambiado de lugar, es la trama múltiple de la información,
las versiones y contraversiones de la vida pública, el lugar visible y denso
donde el sujeto lee cotidianamente la cifra de un destino que no alcanza a
comprender. (Piglia, 2007: 18)
8
Lo siniestro implica la prevalencia de lo oscuro y lo amenazante tras lo cotidiano o lo “casero”,
al operar un movimiento de transformación de lo conocido en inexplorado (Jackson, 1986: 65).
Según Sigmund Freud: “lo ominoso es aquella variedad de lo terrorífico que se remonta a lo
consabido de antiguo, a lo familiar desde hace largo tiempo” (Freud, 2013: 220). La definición
hace pie en el devenir, en el movimiento de un pasado de familiaridad reprimido que retorna con
carácter amenazante, “pues esto ominoso no es efectivamente algo nuevo o ajeno, sino algo
familiar de antiguo a la vida anímica, sólo enajenado de ella por el proceso de represión” (Freud,
2013: 241).
9
Según Grüner las alegorías proponen “un movimiento de orden ‘narrativo’ que, por un lado,
demanda una construcción de sentido (este no está automáticamente dado), y por otro, se apoya
en fragmentos del sentido pasado (‘ruinas’ en la terminología benjaminiana) que son
‘resignificados’ en el presente mediante una nueva producción de sentido por para del ‘alegorista’
relación entre usuarios y kentukis. Esto es, los dispositivos revelan un saber
secreto sobre el modo de producción, a partir de la correspondencia planteada
entre “tener”-“ser” un kentukis y “mirar”-“ser mirado”. En nivel anagógico,
finalmente, proyectamos la lectura de los significados colectivos,
específicamente, las redes conspirativas del capitalismo avanzado, legibles en la
relación de lo tecnológico con lo humano. Vale aclarar que los niveles de sentido
que presentamos para deslindar el pasaje de lo individual a lo social funcionan
como trayectorias de lectura que dialogan estrechamente entre sí, donde lo
central es, en todo caso, la articulación entre los horizontes interpretativos. En
este sentido, el complot se proyecta desde el nivel individual como un dispositivo
que modula experiencias privadas con la totalidad de lo social.
Los efectos discursivos, o configuraciones a nivel de “forma” narrativa,
que subrayaremos oportunamente en el análisis de las microhistorias, acentúan
estos núcleos semánticos. El puro presente en el cual se superponen las
experiencias exhibe el carácter ilusorio de la linealidad temporal, ya que las
escenas se interrumpen una y otra vez y luego se continúan en alternancias que
dejan al lector la tarea de establecer los encadenamientos lógicos de cada historia.
No obstante, resulta a todas luces insuficiente ordenar los hechos referidos
simplemente por continuaciones evidentes; urge, además, interrogarse sobre
algunas conexiones de sentido más profundas. La información a la que se accede
está mediada por los personajes, que presentan su enunciación al modo de
“observadores” de las propias circunstancias, pero no toman la palabra de modo
directo; una falsa ajenidad se establece así en relación lo narrado. De esta manera,
la simulación se tematiza en el nivel del contenido, al interior de las peripecias
narradas, pero también domina como artificio narrativo, en el plano de la
organización enunciativa de la novela.
(Benjamin también dice, del ‘materialista histórico’, para indicar que esta figura y modelo de
análisis es, entre otros, el de Marx)” (Grüner, 2018: 19; cursivas del original).
10
La cuestión de los robots, cyborgs y otras identidades que problematizan la relación humana
con la máquina no es en este caso objeto de nuestro análisis. Nos concentramos más bien en el
extrañamiento de los vínculos humanos que proyecta una lectura de las totalidades sociales.
encuentra con el retrato de su propia crueldad, con su figura alienada, esta vez
como objeto ridiculizado del creador:
Había gente dispuesta a soltar una fortuna por vivir en la pobreza unas
horas al día, y estaban los que pagaban por hacer turismo sin moverse de
sus casas, por pasear por la India sin una sola diarrea, o conocer el invierno
polar descalzos y en pijama. También había oportunistas, para quienes una
conexión en un estudio de Doha equivalía a la oportunidad de pasearse
toda una noche sobre notas y documentos que jamás debería ver. Estaba
ese padre del chico sin piernas de Adelaide, que hacía solo tres días le había
pedido una conexión a un “amo de buen trato” que practicara “deportes
extremos” en “lugares paradisíacos”. Pagaría lo que fuera, decía en su
correo. (Schweblin, 2018: 61)
Era tierno que no hablara. Una buena decisión de los fabricantes, pensó.
Un “amo” no quiere saber qué opinan sus mascotas. Lo comprendió
enseguida, era una trampa. Conectar con ese otro usuario, averiguar quién
era, era decir también mucho sobre uno. A la larga, el kentuki siempre
terminaría sabiendo más de ella que ella de él, eso era verdad, pero ella era
su ama, y no permitiría que el peluche fuera más que su mascota […] No
le haría ninguna pregunta, y sin sus preguntas el kentuki dependería solo
de sus movimientos, sería incapaz de comunicarse. Era una crueldad
necesaria. (Schweblin, 2018: 29; cursivas del original)
El capitalismo avanzado está atestado de estas “trampas” para usuarios de los que
todo se sabe, y ante las cuales la única respuesta posible parece ser la indiferencia
y el bloqueo comunicativo. Cuando Alina se inquieta por el poder intrusivo de
ese dispositivo, que considera “perverso” porque “no hay cuándo descansar de
ese bendito kentuki” (Schweblin, 2018, pág. 112), muestra la intranquilidad
belicosa de quien sucumbe ante la inescapable lógica del amo y el esclavo: “Era
indignante que no fuera el ‘amo’ el que pudiera imponer sus tiempos”
(Schweblin, 2018: 112).
Allí es donde la lógica del intercambio se revela en las fibras más íntimas
de la vida social y privada. “Tener” equivale a ser amo y “ser”, finalmente, es
igual a “tener” (un acceso), porque implica poder asistir a los secretos del otro
para humillarlo o desplegar la tortura y la perversión. Establecer un complot
contra el complot dominante parece como el único modo de des-cubrir el
manejo secreto de saberes tras la mecánica del intercambio. Alina señala la
posibilidad conspirativa “en ausencia” tras esta trama de observados-
complotados:
¿Qué hacía toda esa gente circulando por pisos de casas ajenas, mirando
cómo la otra mitad de la humanidad se cepillaba los dientes? ¿Por qué esta
historia no se trataba de otra cosa? ¿Por qué nadie confabulaba con los
kentukis tramas realmente brutales? ¿Por qué nadie metía un kentuki
cargado de explosivos en una desbordada estación central y hacía volar
todo en pedazos? ¿Por qué ningún usuario de kentuki chantajeaba a un
operador aéreo y lo obligaba a inmolar cinco aviones en Frankfurt a cambio
de la vida de su hija? ¿Por qué ni un solo usuario de los miles que
circularían en ese momento sobre papeles realmente importantes tomaba
nota de un dato de peso y quebraba la bolsa de Wall Street, o se metía en
el software de algún circuito y hacía caer, a una misma hora, todos los
ascensores de una decena de rascacielos? ¿Por qué ni una sola mísera
mañana amanecían muertos un millón de consumidores por una sola
decena de litros de litio volcados en una fábrica brasileña de lácteos? ¿Por
qué las historias eran tan pequeñas, tan minuciosamente íntimas,
mezquinas y previsibles? Tan desesperadamente humanas. (Schweblin,
2018: 190)
Como una lectora secreta oculta en el interior del texto, Alina destaca la extrañeza
ante la ausencia de las grandes confabulaciones contra el poder capitalista,
financiero, industrial, del mercado, ante la profusión de estas micromáquinas
paranoicas que cifran la relación de lo humano con la técnica. Pareciera que la
novela de Schweblin evoca en ese personaje-tipo a un lector de este tiempo,
alienado y siniestro, que debe reconstruir las tramas ocultas de la brutalidad
capitalista tras las pequeñas tragedias individuales. Si “todo se diluye” en
existencias fragmentarias, es porque la clave está en las mallas que contienen las
individualidades y solo una interpretación articuladora en niveles de sentido
colectivo puede reconstruirlas.
El complot opera como mapa cognitivo y red invisible e infinita que articula
específicamente lo colectivo, lo individual y lo epistemológico (Jameson, 2018:
39) a partir de instrumentos de comunicación, los kentukis de la novela de
Schweblin. El kentuki es un objeto estético-técnico, pero, sobre todo, un
vehículo privilegiado de la cognición, porque funciona como percepción singular
que se vuelve sobre sí misma para revelar el mecanismo propio de la
representación (Jameson, 2009: 85).
En el comienzo de nuestro trabajo, anunciamos que la hermenéutica
jamesoniana funcionaba en varios niveles, y propusimos un análisis del texto que
expresa, en el horizonte “colectivo”, la lógica del modo de producción en la
totalidad trunca de escenas privadas interrumpidas, sincrónicas y superpuestas,
narradas desde la parcialidad de una perspectiva situada. Así, la estructura
mosaiquista de los relatos presenta el artefacto ficcional ante un lector que debe
persistir en la duda sobre lo que se narra. Entre la totalidad social y las historias
particulares, destaca el complot privado entre los personajes que protagonizan
estas escenas. La dinámica alegórica revela las contradicciones sociales ocultas tras
la diferencia entre “ser” y “tener” un kentuki, que cifra tanto las dimensiones del
saber enunciativo en la novela como la desregulación paranoica de la relación
entre los dispositivos y los usuarios al interior de las historias.
La ciencia ficción adquiere aquí la forma de una serie de historias exiguas,
cercada en la perspectiva parcializada de la información ofrecida con una
apariencia ajena pero profundamente íntima. Los episodios intercalados se
organizan con algunas evidencias de continuidad, no obstante, exigen una lectura
trabajosa que perciba la compleja articulación de las contradicciones sociales a
través de la dinámica de microcomplots. La garantía científica (Link, 1994: 9) del
género no opera aquí en torno a la tematización del dispositivo tecnológico, sino al
planteo de ciertos indicios para el desciframiento de las totalidades sociales. Tras esta
riqueza de perspectivas y posiciones individuales se adivina un dispositivo revelador,
un modo de leer las fuerzas colectivas en interacción.
En este sentido, el uso del género de la “imaginación disciplinada”
supone la desnaturalización de las racionalidades dominantes y los paradigmas
epistemológicos, y se dirige hacia un cambio histórico perceptible en los
incipientes contracomplots, y en la dinámica confabuladora de la totalidad social.
Mientras, la clave de todo el mecanismo interpretativo es la técnica
BIBLIOGRAFÍA
JUAN REVOL
UNIVERSIDAD NACIONAL DE CÓRDOBA (Argentina)
jotarevol@gmail.com
ISSN: 2014-1130
Recibido: 30/09/2020
vol. 22 | diciembre 2020 | 337-354
Aprobado: 29/10/2020
DOI: https://doi.org/10.5565/rev/mitologias.739
Juan Revol
1 Algunas de las obras que podríamos incluir en esta constelación son: la nouvelle Cielos de
Córdoba, de Federico Falco (Editorial Nudista, 2014); las novelas El momento de debilidad, de
Bob Chow (Editorial Nudista, 2014); La maestra rural, de Luciano Lamberti (Penguin Random
House, 2016); Mapas terminales, de Lucila Grossman (Editorial Marciana, 2017); Quedate
conmigo, de I Acevedo (Editorial Marciana, 2017); La puerta del cielo, de Ana Llurba (Editorial
Nudista, 2019); y el libro de cuentos Tres marcianos, de Sergio Bizzio (Interzona, 2020).
La herida extraterrestre
A menos que la Tierra sea horriblemente atípica o algo esté impidiendo que
las civilizaciones extraterrestres se acerquen… ¿Dónde están los otros? ¿Es la
inteligencia una anormalísima exclusividad de la Tierra?
Una hermosa, penosa, incomparable rotura de simetría.
Me consternaba que aquella empatía molecular en los extraños días de las
sopas primitivas, el aceptado origen de la vida que conocemos, fuera algo
increíblemente valioso, sin parangón en el espacio eterno. (Chow, 2017: 46)
[l]a realidad puede ser insípida cuando quiere. Pensemos en las vastas zonas
oscuras del espacio que los rayos de luz nunca alcanzarán. Esos terribles
cielos sin estrellas donde no hay reciprocidad de nada con nada y que, en
verdad, son el paisaje más representativo del universo. El universo es
mayoritariamente la imperfecta nada, la oscuridad y el frío absolutos, el no
evento. Por intrascendente que nos resulte nuestra vida, somos la
excepción […] La joya que no sabe por qué brilla. (Chow, 2017: 26)
que no tiene ojos, la conciencia universal partida en cada quark, de un lado; del
otro, el balbuceo del pensamiento humano. Pero no hay conciencia universal, no
hay nadie que mire desde arriba ni desde abajo… La conciencia… es un rasgo
que el ambiente seleccionó en África, hace unos cien mil años, en unos pocos
individuos, cuyos genes aún llevamos” (Chow, 2017: 17).
Detengámonos en el pasaje previo. El dios sin ojos, el dios que no vigila,
es un dios sin conciencia. Contra el sujeto trascendental de las teologías
occidentales, la novela postula a dios como la partición silenciosa de la materia
universal: materia dispersa, diseminada por el cosmos, tan plural y distinta a los
animales humanos que está a millones de años luz de que el “balbuceo” de
nuestro pensamiento pueda simbolizarla. Llevar el pensamiento a la escala de este
materialismo cósmico le permite a Tudor, de esta forma, desfondar la
constitución simbólica de la especie: “Ya lo dijo Lacan, el gran Otro que mira no
existe. Nadie lleva el registro de lo que pasa en el universo” (Chow, 2017: 17).
La interrogación constante sobre las posibilidades de vida extraterrestre le
permite a Tudor distanciarse de la Tierra. A su vez, este distanciamiento repercute
en los mapas de su sinapsis, al punto de que la distancia espacial habilita un segundo
distanciamiento de orden cognitivo: imaginar extraterrestres le permite distanciarse
de la Tierra, distanciarse de la Tierra le permite distanciarse de la creencia en un gran
Otro y toda su constelación de sentidos, normas y restricciones.
Así, al desatender los imperativos iluministas, la novela explora la
oscuridad del vacío del espacio exterior como paisaje fértil para tensionar las
estructuras más hondas de la razón, y las fricciona hasta que revelen su vacío
intrínseco e inmanente. Cuando el espacio desnuda a su materia del disfraz del
gran Otro que los animales humanos le imponen, a los sujetos como Tudor no
les queda otra alternativa más que reconocerse huérfanos de sentido, del
Operador que ordena el mundo desde los laboratorios de lo simbólico, de la
trascendencia sobre la que es posible depositar el juicio último de sus acciones —
una orfandad que no se asemeja tanto, por ejemplo, a la de una niña que pierde
a sus padres, sino, más bien, a la de una niña que deja de creer en Papá Noel—.
Liberado de la creencia del gran Otro, el único pensamiento posible para
Tudor pareciera ser el de las distancias: un pensar que no acerca a las cosas para
someterlas a la prueba del reconocimiento reflexivo, sino que sale en busca de las
cosas a perderse en caminos inciertos, atento al llamado de alteridades radicales
más inciertas todavía. Un llamado que hiere a nuestro pensamiento, o, mejor
dicho, un llamado que señala la herida abierta que nuestro pensamiento lleva
encima hace siglos e ignoramos porque sabemos —con una certeza tan tácita
como la de la muerte— que es imposible de curar. Ya que el interés por
experienciar el contacto extraterrestre que caracteriza a Tudor no se da de manera
antropocéntrica —lo que equivaldría, en parte, al interés etnocéntrico de la
antropología europeísta—,2 el acercamiento al otro extraterrestre en la novela no
2
Al problematizar los procedimientos metodológicos de su disciplina, Viveiros de Castro sostiene
que la antropología es el reflejo del humanismo europeísta que la engendra: preocupada por
realizar una recontextualización represiva de todos los colectivos del mundo en los términos del
En la mayor parte del universo, donde no hay luz, aseguran que hace
mucho frío. El mejor vacío que se puede obtener artificialmente no se
compara con el vacío que compone casi todo el universo. El vacío que
puebla el cosmos es un millón de veces más denso que el mejor vacío
terrícola.
“colectivo de pensamiento” del analista, se muestra “un poco demasiado obsesionada por la
determinación del atributo o el criterio fundamental que distinguiría al sujeto del discurso
antropológico de todo lo que él (es decir nosotros) no es: lo no-occidental, lo no-moderno o lo
no-humano” (Viveiros de Castro, 2010: 18-19).
3
Sin embargo, existencias como las de los tardígrados —también llamados “osos de agua”— nos
obligan a subrayar la incertidumbre que —como en todos los temas relativos al espacio exterior—
circunda y atraviesa esta idea: es sabido que estos invertebrados microscópicos son extremófilos,
por lo que pueden, entre otras excepcionalidades, sobrevivir a períodos prolongados de
deshidratación, soportar temperaturas muy altas o muy bajas e hibernar en el vacío del espacio
exterior (Jönsson et al., 2008).
Nada, ni siquiera nosotros, nos es dado de otra manera que en una suerte
de media luz, en una penumbra donde se bosqueja lo inacabado, donde
nada tiene ni plenitud de presencia, ni patuidad evidente, ni consumación
total, ni existencia plenaria […] ¿Es la existencia un bien que alguna vez se
posee? ¿No es más bien una pretensión y una esperanza? De modo que a
la pregunta ‘¿Ese ser existe?’, es prudente admitir que casi no se puede
responder según la pareja del Sí o No, sino más bien según la del Más o
Menos. (2017: 228)
Por un lado, a tono con las utopías transhumanistas más radicales (Diéguez,
2017), algunos de estos imaginarios depositan en los extraterrestres la promesa
de la inmortalidad. La muerte se reafirma como límite de la experiencia subjetiva,
acontecimiento que desaparece al existente humano de su mundo y lo excluye
del “futuro interminable”. La continuidad de un futuro sin animales humanos,
de un tiempo universal que avanza indiferente a cualquier dimensionamiento
teleológico de la historia, vuelve a arremeter contra las narrativas modernas del
progreso y los alcances de la razón como rasgo distintivo para garantizar la
pervivencia humana. Así, el descentramiento intelectual del anthropos implicado
en el acto de imaginar extraterrestres deja de postular a la civilización como ideal
de realización histórica y reconoce que, ante la muerte, solo una alteridad radical
mesiánica con “supermáquinas” podría ofrecer la supresión de aquel límite que
la medicina de ningún ideal civilizatorio pudo garantizar hasta ahora. Sin
embargo, Tudor reconoce que, al dejar de morir, los animales humanos
devendríamos algo distinto a lo que somos: “entidades autopotentes
mecainmortales multisexuadas automodificadas”, es decir, cyborgs que asumen la
“migración” de las formas de su especie a otra. Si bien podría objetarse que la
idea de migración especista supone una permanencia —la presencia de algo que
se mantiene y se traslada y podría entenderse como sustrato “esencial”—, el don
que los imaginarios extraterrestres de Tudor ofrecen nos enfrenta a una crisis de
esta preservación y de la metafísica de la presencia que supone: si las
supermáquinas extraterrestres llegaran a hacernos inmortales, este don
conllevaría una transformación radical no solo en nuestras estructuras yoicas,
sino, también, en la mismidad implicada en el concepto de lo humano. Los
imaginarios extraterrestres, entonces, le permiten a Tudor proyectar una
exposición que saca a la especie de sus límites para aventurarla a un más allá de
la historia en donde, anulado el riesgo de la muerte, el único peligro es el del
“Aburrimiento Absoluto”. En la novela, lejos de figurarse como un otro temido
planetario, que aspira a la exposición y el contacto con lo real para hibridarse con
los otros cósmicos en procesos de desubjetivación intensiva.
Al analizar los imaginarios planetarios implicados en la doctrina de la
secta peruana Alfa y Omega, Pratt reconoce que “el elemento extraterrestre [en
la secta] tiene la función, según parece, de integrar la categoría de lo terrestre en
términos planetarios” (Pratt, 2018: 33). En su trabajo, Pratt analiza con lucidez
cómo, ante el fracaso de las narrativas liberales del progreso y la violencia
epistemológica de sus estructuras de otredad excluyentes, el discurso de grupos
como Alfa y Omega permite articular un imaginario planetarizado que integra a
las personas excluidas de la concentración del poder adquisitivo y expulsadas de
las narrativas “que ofrece el nuevo orden mundial para un futuro colectivo o
individual” (Pratt, 2018: 33). La lectura de los imaginarios extraterrestres de La
máquina de rezar nos permite ir un poco más lejos todavía: el nosotros de Tudor,
lejos de cerrar a la vida terrestre en una identidad planetaria, es expuesto en toda
su porosidad a la afectación extraterrestre —deseamos contactar con ellos para
dejarnos transformar mediante el contacto. Una afectación que no nos
preservaría, sino que, por el contrario, nos abriría a la radicalidad de aquel otro
incalculable y destituiría la potestad de todas nuestras ficciones identitarias.
Ahora bien, pese a que la pregunta por la vida extraterrestre transversaliza
las reflexiones de Tudor a lo largo de toda la novela, este modo de existencia
permanece en su virtualidad y no llega a manifestarse de manera explícita. Sin
embargo, Tudor sugiere en más de una ocasión la posibilidad de que Alien
Technology, la variedad de cannabis que le convida el marine extraño, tenga un
origen extraterrestre. Detengámonos, ahora, en algunos de los pasajes que se
refieren a esta planta:
Alien Technology me había propinado una golpiza digna del mejor Tyson.
Me estaba dando una lección aunque no iba a aprender mucho. La clase
había sido suficientemente extraña […] ¿Podría la Alien Technology
estar… efectivamente… alienándome? Hice otro esfuerzo por llevar mis
pensamientos a terrenos “cosmológicos”. Nuestro Sol es joven, miles de
millones de estrellas, miles de millones de años más viejas, debieron
desarrollar civilizaciones. La tierra debió ya ser colonizada por estas
supercivilizaciones. LA TIERRA DEBIÓ YA SER COLONIZADA POR
ESTAS SUPERCIVILIZACIONES. ¿Cómo es que no hemos percibido
un solo trazo de ellas? (Chow, 2017: 46; mayúsculas en el original)
Hace apenas algunos meses, la Fuerza Espacial de Estados Unidos lanzó un aviso
de corte cinematográfico en el que convoca a aspirantes interesados en participar
de sus próximas misiones espaciales. El lema de la campaña es: “Quizás tu
propósito en este planeta… no está en este planeta”.4 En mayo de este año, la
empresa SpaceX lanzó en California el cohete Falcon 9, que escoltó a la nave
Crew Dragon durante parte de su trayecto a la estación espacial. La misión fue
exitosa: por primera vez, una empresa privada logró poner en órbita a una nave
tripulada por humanos. En la página web de la compañía, los objetivos de “hacer
a la humanidad multiplanetaria” y “llevar humanos a Marte y otros destinos del
sistema solar” se presentan como los principales estandartes de la misión
empresarial.5 En ambos casos, a diferencia de las consignas que motorizaron los
primeros viajes espaciales, resulta llamativo cómo la justificación de estas
expediciones atenuó su carácter exploratorio —sus inquietudes meramente
científicas, podríamos decir— y radicalizó la enunciación de sus intenciones
colonialistas. Mientras el mundo atraviesa severas crisis ambientales y sanitarias,
el empeño de las grandes potencias políticas y económicas en investigar las
posibilidades de habitabilidad en otros planetas pareciera ser un rasgo
sintomático de nuestro tiempo.
4
Disponible en: <https://www.military.com/video/maybe-your-purpose-planet-isnt-planet>
(6/12/2020).
5
Disponible en:
<https://www.spacex.com/mission/#:~:text=MAKING%20HUMANITY%20MULTIPLANE
TARY,destinations%20in%20the%20solar%20system> (6/12/2020).
BIBLIOGRAFÍA
Resumen: Ciudad Trilce (2009), de Christian Vera Ossina (La Paz, Bolivia,
1976), constituye un cubo mágico, una propuesta intensamente antiliteraria
y arduamente manual que da como resultado, al menos en apariencia, un
cómic o un artefacto post-humano. Sin embargo, Ciudad Trilce también es
una novela más alrededor de la vida u obra de César Vallejo. En este sentido,
cabe preguntarse por su estirpe; cuál es la lectura de Trilce (1922) que subyace en
su construcción; cuál la noción de las humanidades predominante allí; en qué
consiste, cotejada con las otras, su aporte o novedad, y a qué tipo de lectores y
futuros ciudadanos estaría apelando.
Palabras clave: poesía y poshumanismo, César Vallejo y sus novelas,
Bolivia y César Vallejo
Introducción
Novela quijotesca
Trilce (1922) o Ciudad Trilce (2009), indistintamente, se califican así por parte
del “narrador”:
1
En “Nostalgias imperiales”: “[Yo soy] Un fermento de Sol / ¡levadura de sombra y corazón!”
(“Huaco”), de Los heraldos negros (LHN), la palabra “fermento” —vinculada al “Sol”
actuando en la “sombra y corazón”— resulta semejante, aunque no equivalente, a “fragmento”
(Granados, 2019: 249). En este sentido, y tal como estudiamos en nuestro libro Trilce: húmeros
para bailar (2014), el poemario de 1922 no se hallaría “fragmentado” o constituido de
“fragmentos” (vanguardia histórica europea), sino, más bien, fermentado o “fermentando”
(Inkarrí) (Granados, 2019: 249). Los “heraldos”, en tanto “fermentos [de Sol]” de LHN,
constituirían una comunidad (jardín de Epicuro) o archipiélago andino susceptible —aunque
ya opaco o mestizo— de extenderse de manera universal (Granados, 2019).
2
“[E]l rechazo a considerar lo social como algo limitado a las actividades de los humanos, lo
que abre la puerta a la agentividad de no-humanos (una postura que ya estaba totalmente
establecida entre los filósofos que estudian la causalidad)” (Mannheim, 2020: 48).
[…] Como rebelde arena de acero… las letras lo eclipsan todo de una
pátina gomosa imposible de asir. (34)
[…] pequeño e inasible vasto laberinto que trazaba nudos sobre nudos,
callejones sobre callejones, muros sobre muros, espejos dentro de espejos,
en medio de la cojera de la mesa. (60)
Vallejismo
contrato con el lector, tan políticamente correcto como Edmundo Paz Soldán:
listo y holista. Y en la crítica, a los epígonos —bolivianos— de Antonio
Cornejo Polar u otros. Y en la poesía de su país a casi todo el mundo entre los
poetas neo-románticos, neo-místicos, neo-comprometidos de hace un
momento y de ahora mismo. Con Vera, la literatura culta boliviana, aunque
escasamente luego de un siglo, confirma su vanguardia más específica que no
representaron los desplantes de Hilda Mundi y sí, volvemos a repetirlo, la
también vallejiana obra de Sáenz (probablemente este leyera a César Vallejo en
la edición de Losada de 1949). Como la obra de Sáenz, y seguro como los
versos de un Humberto Quino, Ciudad Trilce es —en medio de Kafka, Joyce o
Flaubert—también un homenaje a la poesía latinoamericana y, en especial, a
la peruana. Además del propio Vallejo; Martín Adán o José Watanabe,
explícitos aquí; aunque no se mencione —y esto puede ser muy significativo—
al autor de la novela-kitsch, Una impecable soledad, Luis Hernández Camarero
(Lima, 1941-1977). Y, en particular, una extra-ordinaria lectura del poemario
de 1922; aunque contamine a esta, y sea a su vez un homenaje póstumo, el más
de medio siglo de fervor de André Coyné por la obra del peruano.
André Coyné (1927-2015) es un estudioso fundamental en cuanto a la
biografía y poesía de César Vallejo se refiere; en general, en cuanto a través de
su trabajo hemos heredado una imagen sintética del poeta nacido en Santiago
de Chuco. Íconos —que acaso ya no cabe se explicite la fuente— cuyos perfiles
asoman en cualquier estudio contemporáneo que se emprenda sobre el autor
de Los heraldos negros; a manera del que han construido unos otros muy pocos
estudiosos: Juan Espejo Aturrizaga, Antenor Orrego, Juan Larrea, la misma
Georgette de Vallejo. Entre sus trabajos compilados en Medio Siglo con Vallejo,
dos nos parecen en particular relevantes y radicalmente actuales en cuanto a las
preguntas que sobre la obra de César Vallejo nos hemos hecho hasta el
presente. Uno es el titulado “Una interpretación de Vallejo” (1952); el otro es
“Trilce: proceso y sentido” (1988), cuyo último párrafo citamos íntegro:
3
“En el amplio asiento trasero de un TAXI atravesé escombros, nubes, curvaturas, alturas,
llanos, espirales. Casi chocamos con un camión invadido de palabras aymaras que como
vizcachas infinitas se metieron bajo tierra […] En el mareo erudito, oyendo cumbia de Trilce,
bajamos en el TAXI arrastrados por un camino sinuoso, enfrentando las cerradas curvas”
(2009: 76). En general, el tema “nativista” o local, aunque de manera refractaria o elíptica,
asume una valoración oscilante en Ciudad Trilce: “un archipiélago de islas muertas” (2009: 67);
“Quiero escribir en las hojas de eucalipto acrílico […] hasta que se acabe la escasa tinta impía
que probé del Sol” (2009: 61); parecería ser claramente negativa. Sin embargo, otras veces
puede focalizar cierto impase cultural: “quiero escribir pero me siento puma, quiero decir
muchísimo y me atollo [“Intensidad y altura” (Vallejo 347)] El aHsesino no entiende el relato,
menos la poesía que canta el Jardinero Aymara” (2009: 80; cursivas del original). Obvio, como
si Trilce, el poemario de César Vallejo, o Ciudad Trilce no estuvieran escritas en “castellano”,
sino en aymara. En suma, incertidumbre o agnosticismo de Ciudad Trilce frente a toda esta
problemática: “El viento se empecina con quebrar el núcleo plomizo de las piedras y el Sol —
imperfecto como siempre— quiere lamer la sangre podrida del zullu [feto] de llama, como
gesto de misericordia por la muerte insustancial del cristalino poeta que deambula en el
extravío vanguardista” (2009: 27).
4
“En lugar de apoyar sus observaciones directamente en el observador, como hacemos
nosotros, a veces las apoyan en los cerros, en el horizonte y más frecuentemente en la posición
del río celestial, la Vía Láctea, que sistemáticamente desplaza las observaciones de acuerdo con
su posición en el cielo nocturno” (Mannheim, 2020: 57); “El marco de referencia es
fundamental para la ontología andina, y tiene implicaciones a lo largo de múltiples campos
prácticos, incluyendo la personalidad” (Mannheim, 2020: 60).
(Coyné, 1999: 127). Verbigracia Trilce (1922) donde Monguió, según Coyné,
destaca que esta obra: “coincide con los movimientos europeos de vanguardia
en su voluntad de liberarse de la retórica y de las esclavitudes formales; conserva
sin embargo un fondo humano particular que bastaría para asegurarle una
inconfundible originalidad” (129). Originalidad o complejidad, puntualizamos
nosotros, fruto de mantener un “nativismo” no episódico, sino, por el
contrario, inclusivo y palpitante, que desarrollará a plenitud justo en aquel
poemario (Granados, 2007; 2014; 2016).
5
Aunque aún nos falta la novela política de Trilce. O, de modo prejuicioso, de antemano este
poemario no lo consideramos político. Sin duda, nos hace falta entender todavía mejor este
libro y la estancia, desde 1918 hasta prácticamente su partida o huída a Europa en 1923, de
César Vallejo en la capital del Perú. Una opacidad de militancia política del poeta, en contraste
a la de otros insignes amigos suyos trujillanos, que ya ha llamado la atención de los críticos
especialistas en su obra. Cabe aún preguntarse: es que Vallejo no militó en Trilce y solo se dejó,
por aquellos años, absorber por su pasión con la quinceañera Otilia Villanueva Pajares. Es
que Trilce queda encerrado en la cárcel de Trujillo. O es que, en el poemario de 1922, Vallejo
juntó varios fragmentos —y una imagen de sí mismo en ellos, muy lejos de la unitaria y
didáctica que comunican las novelas que sucintamente vamos reseñando— y militó
políticamente de otro modo.
6
Con la atingencia de que tan prestigiosos “Libros” pueden ser también orales o en “oralitura”;
es decir: “un equivalente a literatura pero de expresión oral, no escrita” (Osorio, 2011: 412; las
cursivas son mías). Es decir, pertenecer aquellos a lengua y cultura distintas, pero que en esto de
crear un canon proceden con una lógica —ideológicamente clasista y socialmente elitista—
muy semejante a aquella “occidental”. Por ejemplo, en referencia al mundo andino, un canon
purista o esencialista —en la lengua, la etnia o la cultura— de autores (Inca Garcilaso de la
Vega, respecto al Cusco) o estudiosos —muy recientemente, Elizabeth Monasterios, respecto al
mundo aymara (Granados, 2017)— que, por último, no se abren ni integran a ninguna de las
otras nociones de las Humanidades.
Narrativas o prosopopeya(H3)
1. Multinaturalismo (H4a)
7
Con el ejemplo de “Borges y yo”, en referencia al “giro lingüístico”, aludimos a que de
acuerdo a este último: “la realidad no es una referencia objetiva, externa al discurso, sino que
siempre es construida en y por el lenguaje” (Chartier, 2007: 67). Para el caso de la obra de
Vallejo, podríamos adicionar incluso un sesgo lacaniano ya observado por Jean Franco: “la
descentralización del yo que nunca puede enunciar el yo real [como dijo Lacan, Yo no soy lo que
yo digo. Yo no soy donde yo pienso, no pienso donde soy]” (1981: 56; cursivas del original).
2. Post-humanismo (H4b)
Conclusiones
8
Se basa en el “perspectivismo» amerindio”: “los indios americanos imaginan una continuidad
metafísica y una discontinuidad física entre los seres cósmicos” (Rizo Patrón, 2013: 196).
9
A tono con el fervor incondicional de Christian Vera Ossina por el fútbol; quien, en su
conocido blog (La Palabra Esférica), le hace empatizar y sumarse a un testimonio de Walter
Vargas sobre lo mismo, Futbol: opiniones y merodeo: “Mi identidad es una mezcla inabarcable,
una furiosa secuencia de etnias, decires, pensares y devenires, una febril hibridez, una conjetura.
Pero un punto de mi Aleph es una pelota de fútbol obstinada en su poder aglutinante. Y como
me incomoda la afectada neutralidad, digo: soy, y a veces sobre todo, un futbolero” (Vera
Ossina, 2010: s/p).
10
“El nuevo realismo no es propiamente el nombre de un movimiento o un conjunto de
doctrinas, sino de una discusión que se está llevando a cabo alrededor de la pregunta acerca de
cómo ser realistas posmetafísicos [De acuerdo a Markus Gabriel, el nuevo realismo es la postura
BIBLIOGRAFÍA
que sostiene que podemos conocer las cosas en sí mismas, y que las cosas y los hechos en sí
mismos no pertenecen a un único dominio de objetos]. Los filósofos que se identifican con el
nuevo realismo tendrían en común una reacción contra teorías constructivistas o relativistas
[…] Sus posturas tienen en común oponerse a lo que ellos llaman correlacionismo; es decir, la
idea según la cual sólo tenemos acceso a la correlación entre pensar y ser, y nunca a uno de los
dos términos considerados aparte del otro” (García, 2016: 237; cursivas del original).
ISSN: 2014-1130
Recibido: 25/07/2020
vol. 22 | diciembre 2020 | 369-388
Aprobado: 11/09/2020
DOI: https://doi.org/10.5565/rev/mitologias.707
María Lourdes Gasillón
El profeta disidente
Los teólogos dicen que no es menester que el reo sepa qué pecado ha cometido para ser
culpable; a mí me parece que no hay castigo sin culpa y que muchos de los que
juzgamos castigos son premios y que muchas de las desgracias que no nos podemos
explicar, son castigos. Mi situación es muy semejante a la de Job y en lugar de discurrir
sobre el bien y el mal, di en cavilar sobre mi país. Pues así como yo padecía de una
enfermedad chica, él padecía de una enfermedad grande; y si yo pude haber cometido
alguna falta pequeña, él la habría cometido inmensa. Yo y mi país estábamos enfermos.
2
Durante la década de 1920, Leopoldo Lugones, autor ya consagrado en el canon nacional por
esta época, tutelaba una “hermandad” literaria formada por cuatro jóvenes escritores que
establecieron una relación de amistad: Horacio Quiroga, Ezequiel Martínez Estrada, Luis Franco
y Samuel Glusberg, el incipiente narrador judío que editó las obras de sus compañeros bajo el
sello Babel. Unidos en las tertulias y luego, en los años treinta, a través de una correspondencia
fluida, visitas esporádicas, envío de libros y proyectos en común, los amigos siguieron en contacto
durante mucho tiempo. Entre otras afinidades, la cofradía se caracterizaba por compartir una
serie de lecturas (Sarmiento, Martí, Hernández, Hudson, Thoreau) e ideas afines, centradas en
una estética influida por el Modernismo cultivado por Rubén Darío y el propio Lugones (Tarcus,
2009).
Obra poética (n.º 64). A estas le sumó dos coetáneos: Cortázar con una
selección de Cuentos (que abrió, como gancho editorial la colección de
impecable corte inglés) y Los ídolos (n.º 60) de Manuel Mujica Láinez.
(1999: 49-50)
3
El disconformismo político de Martínez Estrada molestaba a otros autores deliberadamente
antiperonistas que lo criticaban. Así, Pedro Orgambide (1985) documenta que el 4 de junio de
1956 Borges, abiertamente en contra del régimen peronista y a favor de la Revolución, hace
manifiesto su reproche a esta actitud heterodoxa del pensador santafesino a través de su artículo
publicado en el diario La Acción de Montevideo. Por supuesto, Martínez Estrada no se quedó
callado y el 10 de julio del mismo año escribió un diálogo imaginario en Propósitos como réplica,
que se caracteriza por el rodeo o el exabrupto. Finalmente, la polémica continuó en el artículo
“Una efusión de Martínez Estrada” de Borges, que salió en la revista Sur (septiembre-octubre de
1956).
4
Sus páginas dispersas pueden consultarse en un compact disk elaborado en el año 2005 por
miembros de la Fundación Martínez Estrada de la ciudad de Bahía Blanca en colaboración con
la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, que contiene cartas, artículos y otros textos inéditos del
autor, pero que ya van publicándose lentamente.
5
La figura de este dictador/tirano, por sus características, accionar y asociación con el color rojo
en diferentes capítulos de la novela, podría estar inspirada en el caudillo Juan Manuel de Rosas,
gobernador de la Confederación Argentina entre 1835 y 1852. En ese sentido, como puntualiza
Teresa Alfieri, es posible establecer algunas similitudes con El Matadero de Esteban Echeverría:
escasez de carne en el primero y escasez de papel en el texto de Martínez Estrada durante la
conspiración; la muerte de un niño a la que nadie le presta atención al comienzo por estar
ocupados con el toro y el suicidio de una niña, debido a que no le permitieron asistir al ballet,
Dejaron de salir todas las revistas menos una, de moda; los únicos dos
diarios de gran circulación solo publicaban dos hojas. […] Las radios
encadenadas funcionaban bajo el control de la oficina de prensa y radios;
dirigidas en la guerra de nervios, eran sedantes y revulsivas a un tiempo las
noticias filtradas y calibradas por la asesoría técnica de informaciones. Los
mimeógrafos fueron requisados y un elemento de primera para la
conspiración era la cinta de dictáfonos, aparatos muy comunes en todos
los hogares. El centro oficial de la conspiración, por llamarlo así, no era el
que frecuentaba Bec, sino el que capitaneaba el coronel Mandrágora. Los
conjurados se reunían en casa de un dentista del colegio de aviación y las
idas y venidas no despertaban en absoluto ninguna sospecha, pues los
conspiradores concurrían como clientes, por lo regular con pañuelos
sosteniéndoles la mandíbula y salían del consultorio con un pañuelo
apretado dolorosamente contra la boca. El golpe de estado estaba planeado
para el jueves próximo a las 12:15 de la noche. Ciento dos aviones
arrojarían contra la ciudad una tanda de bombas de estruendo, y en el
segundo raid otra tanda de torpedos último modelo “arrasa manzanas”.
(2014: 38-39)
pero que pasa desapercibido por el vuelo de aviones que iban a bombardear la ciudad en la novela
(1996: 97).
6
“Todos [los] de ramas legítimas descendían de Tata Batata, que es como decir de Adán; y el
derrocamiento de un gobierno y la ascensión de otro, —por lo regular dentro de un mismo
partido o dinastía— no cambiaban sino las figuras del proscenio” (Martínez Estrada, 2014: 73).
7
Un claro ejemplo es “Sábado de Gloria” (1944), que se inscribe en la tradición de los relatos
que representan la vida en las oficinas: una situación cotidiana, trivial —el pedido de licencia de
Julio Nievas para vacacionar en Mar del Plata unos días con su familia y la realización de unos
trámites simples— desencadena el caos acompañado de un sentimiento de impotencia y
vergüenza en el protagonista, quien quedará perplejo ante cada situación que se le presenta,
Uno puede descubrir a los otros en uno mismo, darse cuenta de que no somos una
sustancia homogénea y radicalmente extraña a todo lo que no es uno mismo: yo es
otro. Pero los otros también son yos: sujetos como yo, que sólo mi punto de vista, para
el cual todos están allí y sólo yo estoy aquí, separa y distingue verdaderamente de mí.
Puedo concebir a esos otros como una abstracción, como una instancia de la
configuración psíquica de todo individuo, como el Otro, el otro y otro en relación con
el yo; o bien como un grupo social concreto al que nosotros no pertenecemos. Ese
grupo puede, a su vez, estar en el interior de la sociedad: las mujeres para los hombres,
los ricos para los pobres, los locos para los “normales”; o puede ser exterior a ella, es
decir, otra sociedad, que será, según los casos, cercana o lejana: seres a los que todo
acerca a nosotros en el plano cultural, moral, histórico; o bien desconocidos,
extranjeros cuya lengua y costumbres no entiendo, tan extranjeros que, en el caso
límite, dudo en reconocer nuestra pertenencia común a una misma especie.
especialmente, el baile final de su pequeña hija Nelly semidesnuda en el festejo del ascenso de
autoridades militares al poder.
oposición, quizás no sepamos qué es, dado que no hay lenguaje ni categoría
lingüística para nombrarlo, pero sí sabemos qué no es. El monstruo es
precisamente lo exterior a lo normativo [...]. En ese sentido, el monstruo
es lo a-normal, lo que está fuera de la norma, es extraño a lo naturalizado.
Al mismo tiempo, el monstruo es un signo (viene de monstrare) porque
señala un des orden, una a-nomalía. El monstruo es un ser limítrofe entre
dos o más seres, un ser que participa de varias naturalezas y, por eso mismo,
es el habitante de la frontera. (2012a: 117)
8
Esta enfermedad se puede transmitir de una persona a otra mediante el contacto con alguien
que tenga la infección o con elementos contaminados por el hongo. Los hongos que causan la
tiña prosperan en áreas cálidas y húmedas, por ejemplo, a causa de la sudoración, o por lesiones
menores en la piel, el cuero cabelludo o las uñas. Suele manifestarse con parches rojos, levantados
y descamativos que se pueden ampollar y supurar porque provocan prurigo, tienden a tener
bordes muy definidos y, con frecuencia, son más rojos alrededor de la parte exterior con un tono
normal de piel en el centro, lo cual puede crear una apariencia de anillo. Si la tiña afecta el cabello,
habrá parches de calvicie (Biblioteca Nacional de Medicina de los Estados Unidos, 2020).
Además, al inicio, la peste contagió a casi todos los bebés y niños (un noventa y
ocho porciento), causándoles la pérdida absoluta del cabello, a pesar de intentar
una cura con un amplio espectro de remedios caseros o tratamientos médicos;
por esa razón, las madres, desesperadas, pintaron la cabeza de sus hijos con
tinturas de colores y, luego, utilizaron casquetes para disimular la calvicie:
A los tres meses no había criatura menor de diez años que no luciera su
sonrosada bola de billar sin un pelo. Para atemperar el aspecto estético
deplorable, importantísimo porque otro daño no se produjo, sobre todo
en las clases superiores, se usaron tinturas de colores, de manera que las
cabezas parecían flores esferoidales rosadas, celestes, verdes o lilas,
prefiriéndose los colores suaves, particularmente para las mujercitas. […]
Para los escolares aconsejaron con éxito el uso de casquetes que después, pasada
la peste, se siguieron usando como parte del uniforme. (2014: 119-120)
Vino a resultar a fin de cuentas que poseer cabello natural era violentar las
buenas costumbres sociales. Se lo consideraba un apestado o un réprobo.
Desde los púlpitos se infundió resignación y se citaron antecedentes
bíblicos que a todos produjeron gran alivio. Cerraron las peluquerías; las
perfumerías sufrieron descalabros ruinosos […]. Ocurrió esto porque
pusieron en venta casquetes de diferentes formas, de colores muy vivos y
con adornos de pasamanería que cubrían totalmente la calota. Se
fabricaron modelos variadísimos en toda clase de telas y colores. Hasta
gorros frigios de lana y seda se crearon, prefiriéndose el rojo punzó, que
era el color federal, antes emblema de los jacobinos. (2014: 121)
Una vez más, Martínez Estrada presenta un relato con una acumulación de
hechos cuya intensidad aumenta gradualmente, por lo tanto, se revisten de visos
extraordinarios que generan una ambigüedad, en sintonía con algunas de las
principales características del género fantástico:
9
En el poema Argentina de Martín del Barco Centenera, Rosalba Campra encuentra ciertos
rasgos que lo definirían como un texto “atípico”. Algunas de esas particularidades —salvando las
distancias— también están presentes en la novela de Martínez Estrada: desorden compositivo,
fragmentación del relato, imagen del exceso y la exageración, presencia catastrófica de la carencia
(en el caso de la tiña, la ausencia del pelo), y el deslizamiento del tono trágico al grotesco debido
a la asimilación del “horror” como algo cotidiano e irrisorio (1997: 373-393).
nuevas tendencias, pero tuvo un fin y simbolizó una época de casquetes que
siguieron usándose aún en la era de las cabelleras abundantes.
10
En algunos capítulos aparece el deseo sexual y la presencia del cuerpo femenino como objeto
de consumo, en tanto fuente de atracción erótica, cercano a la promiscuidad, el libertinaje o el
adulterio, que abundaban en este país como el vicio del juego. Un ejemplo de ello lo encontramos
en “El Faro de las Sirenas”, nombre del lugar de esparcimiento para adultos —mayores de doce
años— de la élite.
Al inicio del diálogo, se percibe desinterés y desdén por parte de Julio hacia la
niña de once años, delgada y muy pobre, que no tiene padre y es castigada por
su madre. Luego, la insistencia e ingenuidad de Margarita van captando la
atención del dueño de casa, quien continúa la conversación para averiguar más
aspectos de la vida de la pequeña vendedora, descendiente de los Tata Batata al
igual que Julio:
11
En otro capítulo, vemos que esta niña no parece tan inocente o ajena al contexto conspirativo
del momento, ya que el canto de esta pequeña vendedora de alfeñiques que escucha por
casualidad un coronel lo pone en alerta e impide el bombardeo masivo que iba a desencadenar la
revolución orquestada por el último complot.
Palabras finales
12
Algo semejante se representa en el relato “Marta Riquelme”, pues la ambigüedad que provoca
el narrador al afirmar y negar un mismo orden de cosas continuamente afecta la caracterización
moral de la protagonista. Por momentos, Marta aparece como una bella mujer inocente, ingenua,
angelical; no obstante, en otras partes, se insinúa que es causante de conflictos, la atraen los
amores prohibidos, retrata lo que ve a su alrededor con un alma fría, ama y odia, se expresa de
forma obscena…
13
Este procedimiento de presentar un episodio mínimo que luego adquiere una dimensión
hiperbólica aparece en otros apartados de la novela. Por ejemplo, la exageración afecta al prestigio
de dama honrada que ostenta la esposa del juez (Leonor Mendive); sus estrategias y maniobras
seductoras estaban bien disimuladas, pero en los besos irreverentes de N y la facilitación de fichas
para apostar sin explicación, queda en evidencia ante todos su juego, por ende, pasa a ser
protagonista de las habladurías y los titulares de los periódicos; su “fama” tan cuidada corre
peligro. El alboroto desmedido la convirtió en una celebridad notable no solo en el país, sino
también a nivel internacional. Un caso semejante involucra a Eulalia Antonia Pérez (sobrina de
Leonor), quien estaba comprometida para casarse con el conde de Ambas Piedras, personalidad
de alto rango. No obstante, en medio de un ataque histérico, mezcla de desmayo y locura, Eulalia
se anima a confesar que no desea cumplir con las obligaciones-mandatos impuestos para una
señorita aristocrática como ella. Sin embargo, la risa sarcástica y el exceso tomarán protagonismo
en esta boda, que abandonará toda solemnidad, pues desde la relación entre los novios, la actitud
de los invitados, hasta los detalles y adornos lujosos comienzan a transformarse en una pesadilla
BIBLIOGRAFÍA
ALFIERI, Teresa (1996), “La novela de Martínez Estrada (o los tentadores desvíos
de una búsqueda)”, en Actas del Segundo Congreso Internacional sobre la
vida y la obra de Ezequiel Martínez Estrada. Bahía Blanca, Fundación
Martínez Estrada, pp. 95-99.
BARCIA, Pedro Luis (1999), “El canon literario argentino según Borges”, Revista
de Literaturas Modernas, n.º 29, pp. 35-72.
delirante, muy alejada de lo deseable para una familia de alta alcurnia. Nuevamente, resuena la
crítica a una sociedad que se alimenta de apariencias, prejuicios, conveniencia, falsedad y
comentarios malintencionados.
14
Esta calificación para sus ficciones aparece en un pequeño apartado de relatos breves, “La tos
y otros entretenimientos” (1957), que forma parte de los Cuentos completos (1975) y reviste un
carácter más lúdico que el resto del volumen.
Abstract: The present article analyzes La casa de los conejos novel (2008)
–translated under the title The rabbit house– by Laura Alcoba.
Specifically, it analyzes discursive and literary strategies of representation
of certain forms of symbolic violence by the latest Argentinean
dictatorship. The main objective is to observe the discursive methods
that reveal silencing and violence over language. Besides, these methods
discloses the action of silencing identities by the silencing of discourses,
operated by the dictatorship. In the first part of the paper it is explained
the theoretical frame about language and violence. The second one
analyzes textually these aspects of the novel.
Keywords: Argentinean Dictatorship, Symbolic Violence, Language,
Literature, Laura Alcoba
Todo poder dictatorial y autoritario hace un uso del lenguaje y los discursos
por medio de los cuales —y en los cuales— se ejerce violencia. En las palabras,
en los discursos, en la omisión de ciertos vocablos o en el radical uso de otros se
inscribe la violencia simbólica (Bourdieu, 1990). En otro aspecto, la lengua
encarna una particular visión de mundo, al tiempo que estructura las formas de
pensamiento, según lo asevera la conocida hipótesis de Sapir-Whorf y que
reafirman autores enmarcados en el giro lingüístico como George Steiner
(2000). El acto mismo de simbolizar no queda ajeno a cierto nivel de violencia,
puesto que, al decir de Slavoj Žižek, la acción adánica de poner nombre
significa reducir a signo toda una realidad inherente al objeto material o
inmaterial, en tanto es descontextualizado, desde una mirada eminentemente
antropocéntrica (Žižek, 2013: 79).1
1
Saúl Sosnowski lo explica en la misma dirección y en vínculo con el poder autoritario: “no es
descabellado aceptar que la palabra, tanto la pronunciada desde el sitial del poder como aquélla
que es disparada con propósitos contestatarios, desencadena dispositivos que pueden llegar a
regir el destino de los hombres. No hay proceso de selección casual o inocente; toda opción —
aun la que se pronuncia más ajena y desinteresada— implica una visión de mundo que de
múltiples maneras recibe, modifica e incide en la esfera pública. Los regímenes autoritarios así
4
En la misma línea, Marguerite Feitlowitz se formula igual interrogante: “Cuando se ha
manchado el lenguaje mismo, ¿qué debemos hacer para hablar?” (2015: 17).
lapso de tres años y medio guarda silencio, vía la omisión, sobre la existencia de
desaparecidos, también la está ejerciendo. Y cuando por fin, hacia fines de
1979, decide mencionarlos porque expresamente le preguntan sobre ellos en
una conferencia,5 su discurso no se funda más que en el rodeo y la perífrasis,
reafirmados estos recursos por sus gestos corporales: sus brazos dan tantas
vueltas como sus palabras. De cualquier modo, su enunciación, aunque
constituida por rodeos, es bastante elocuente.
Esto conduce a razonar, junto con Alejandro Kaufman, que “el lenguaje
[…] no permaneció incólume ante el horror” (2007: 125). Eliminar ciertos
términos de la lengua cotidiana, emplear otros con carácter estigmatizante y
persecutorio, usar eufemismos que ocultan, como “excesos” o “traslados” para
referirse a los crímenes de lesa humanidad, y apelar a cierto vacío de un
significado claro y literal, omitir parte de los acontecimientos en un relato que
solo menciona por rodeos, todo esto supone, de manera indirecta, la
representación de la violencia y del accionar militar por medio de lo simbólico.
Primo Levi ya se había referido a la lengua eufemística de los perpetradores a
colación del nazismo: “Para mantener el secreto, entre otras medidas de
precaución, en el lenguaje oficial sólo se usaban eufemismos cautos y cínicos:
no se escribía ‘exterminación’ sino ‘solución final’, no ‘deportación’ sino
‘traslado’, no ‘matanza con gas’ sino ‘tratamiento especial’, etcétera” (2011:
196). Como bien lo subraya Perla Sneh, quien estudia los efectos del
exterminio sobre el lenguaje tanto del nazismo como de la dictadura argentina
en perspectiva comparada, se trata de “[…] un régimen que hizo del eufemismo
una política de Estado, política que, en su aspiración a una literalidad absoluta,
buscó abolir la simbolización misma” (2012: 102). Acerca de este punto, en su
libro Poder y desaparición (2006), Pilar Calveiro se refiere al lenguaje
eufemístico de los perpetradores de los Centros Clandestinos de Detención,
Tortura y Exterminio, al indicar las especificidades de tal lenguaje en los
siguientes términos:
5
En efecto, esta conferencia fue censurada. En un principio, se emitió en directo; luego, en su
repetición, se censuraron dos preguntas: la de Oscar Muiño, que lo interrogó sobre las
disidencias, y la de José Ignacio López, quien le preguntó por los desaparecidos (Pigna, 2013).
6
La casa de los conejos es la primera novela de una trilogía conformada, además, por El azul de
las abejas (2014) y La danza de la araña (2017).
7
En otros artículos se ha estudiado específicamente las formas de representación e inclusión en
la novela de la jerga militante silenciada durante la dictadura, en relación con el espacio entre
lenguas propio de este texto y a su vez en vínculo con la memoria y la historia, el horror y lo
traumático.
HORIZONTALES:
Del verbo “ir”.
Imitadora fracasada y odiada.
Del verbo “dar”.
Patria o…
VERTICALES
Asesino.
Casualidad.
Literatura, Música.
Las palabras cruzadas, tal como las llama la niña, reúnen los términos que
articulan la historia: el azar como (no)respuesta de los sucesos traumáticos,
Videla e Isabel como las imágenes visibles y de poder de la época en la que se
enmarca la temporalidad pretérita de la novela; la muerte como uno de los
sustantivos esenciales que sintetiza el horror de aquel momento y que se
convierte en núcleo temático del texto, densificado cada vez más hacia el final;
el arte, término mediante el cual se asigna un sentido político a la novela y
entendida, a la vez, como una forma de resistencia, de memoria y de relectura
8
Mariela Peller, en su texto sobre la novela, analiza el significado de algunas de las palabras del
crucigrama en relación con la postura de la autora como agente político al momento de escribir
sobre el tema (2009). Por su parte, Gilda Waldman Mitnick estudia también las palabras cruzadas,
aunque tomando como centro uno de los términos nodales, a saber, “azar” (2010: 159).
Yo había elegido las otras para hacer reír a Diana, sobre todo la cuarta
palabra, la que repetía la consigna que servía siempre de colofón a los
artículos más importantes del periódico Evita Montonera y a las
declaraciones de Firmenich, y que yo había visto tantas veces pintada en
los muros de la ciudad, en las épocas en las que aún tomaba el colectivo.
Me acuerdo incluso de una vez, hace ya mucho, antes de que mi padre
cayera preso, en que vimos sobre un muro: PATRIA O MU. Yo ya no sé
con quién estaba, con una de mis tías, quizá. De lo que sí me acuerdo
muy bien, es de lo que me dijo esa persona con quien yo estaba: “Mirá,
qué increíble, un militante montonero sorprendido antes de terminar su
pintada. Después de todo, quién sabe si así no dice mucho más, y en
todo caso, da menos miedo: si no nos ocupamos de la Argentina, nos
convertiremos todos en vaca: ¡¡¡¡MUUUUUUUUUU!!!!”
[C’étaient les autres que j’avais choisis pour faire rire Diana, le quatrième
mot horizontal, surtout, qui reprenait le slogan qui servait toujours à
clore les articles les plus importants du journal Evita Montonera ou les
déclarations de Firmenich et que j’avais vu plus d’une fois écrit à la
peinture sur les murs de la ville, quand je prenais encore le bus. Je me
souviens mȇme d’une fois, il y a longtemps, avant que mon père n’aille
en prison, je crois, où on avait vu sur un mur: PATRIA O MU. Je ne sais
plus avec qui j’étais, avec une de mes tantes peut-ȇtre. Ce dont je me
souviens très bien, c’est que la personne qui était avec moi m’a dit:
“Regarde, c’est très drôle, ça c’est un militant montonero qui s’est fait
surprendre avant de finir son graffiti. Finalement, peut-ȇre que c’est plus
parlant comme ça, en tout cas ça fait moins peur: si on ne s’occupe pas
de l’Argentine, on va tous devenir de grosses vaches, muuu!” (Alcoba,
2007: 125)].9
9
Puede establecerse intertextualidad con el relato “Graffitti” de Julio Cortázar.
[Le projet des militaires est de “redresser le pays”. “Face à un terrible vide
du pouvoir”, Videla, Massera et Agosti se sont sentis dans “l’obligation,
fruit de sereines médiations”, de “déraciner définitivement les vices qui
affectent le pays”. Voilà ce qu’ils ont déclaré. “Avec l’aide de Dieu”, ils
espèrent parvenir su “redressement national”. Ils ont mȇ dit ceci: “Cette
œuevre sera conduite avec une fermeté absolute et avec la vocation de
servir”]. (Alcoba, 2007: 105)
En efecto, una constante en los textos que integran la serie narrativa sobre la
última dictadura en Argentina se da en la constitución de su entramado textual
a partir de la ficcionalización de discursos que corresponden a consignas,
imaginarios, representaciones, modos de ver (tanto a nivel sujeto como en el
plano de las instituciones) en discordia y, a la vez, en una pugna constante
entre lo oficial y lo alternativo. Son presentados como voces que dialogan entre
ellas, se anulan, se rescatan, se interpenetran. El gesto enunciativo se funda en
una gradación de recursos retóricos que van desde la referencialidad más
explícita posible hasta llegar al tono del susurro, de lo implícito, de lo que
apenas permite ser descifrado, casi como sucede con la consigna interrumpida
que ingresa en la novela de Alcoba. La multiplicidad de fragmentos de discursos
y voces que forman parte del poroso tejido textual en estas novelas, la
10
La presencia del otro (Sarlo, 1987) y, por extensión, la centralidad de la cuestión identitaria
en la literatura de y sobre el período da cuenta de una de las ideas centrales sobre la que se
estructuró el régimen militar, basado en la persecución del otro y lo otro, de lo diferente. La
identidad (personal, política e incluso social) adquiere un lugar preponderante en este sentido,
con lo que se convirtió en blanco esencial de los genocidas: “La desaparición forzada de
personas devastó el sentido que otorgamos a la identidad al desgarrar los maridajes tenidos por
nosotros, modernos, por irrompibles” (Gatti, 2011: 85).
Palabras finales
Como veíamos en la primera parte —de carácter teórico— de este trabajo, las
atrocidades cometidas por los abusos del poder y los crímenes contra la
humanidad dejan una doble huella en el lenguaje, las palabras, el discurso y los
relatos, por cuanto estos quedan marcados (por elipsis, omisiones,
sobreimpresiones de sentidos sesgados, entre otras formas), al mismo tiempo
que deben dar cuenta de las ruinas producidas por el horror. La casa de los
conejos de Laura Alcoba ficcionaliza, mediante diversas figuras, recursos
retóricos, estrategias y operatorias discursivas y literarias, estos mecanismos de
violencia simbólica. La inclusión de una palabra de la jerga militante de los
años setenta, silenciada al igual que los mismos militantes, opera la
recuperación de esas voces borradas, por medio de la literatura. Así, “embute”
se convierte tanto en metonimia de las lenguas y hablas censuradas como en
metonimia de la historia alternativa que había sido borrada por el régimen, al
igual que es figurativa de las identidades eliminadas también por él. Tal
eliminación de discursos e identidades es remedada, asimismo, por la consigna
política que queda trunca. Por su parte, el crucigrama se transforma en símbolo
del lenguaje desarticulado, que irrumpe en el texto como el trauma irrumpe en
la experiencia. Uno de sus términos, “arte”, exhibe el lugar y el gesto que le
corresponden a la ficción, esto es, restaurar ese lenguaje violentado y delinear
las identidades desaparecidas por acción del genocidio. Porque, como entiende
Agamben vía su ontología filosófica y poética, la poesía debe servirnos, aun
cuando no lo buscare, en la compleja tarea de comprender política y vida.
BIBLIOGRAFÍA
<http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0185-
19182010000300008> (10/12/2017).
DOI: <http://dx.doi.org/10.22201/fcpys.2448492xe.2010.210.25978>
ŽIŽEK, Slavoj ([2008] 2013), Sobre la violencia. Seis reflexiones marginales.
Antonio José Antón Fernández (trad.). Buenos Aires, Paidós.
ISSN: 2014-1130
Recibido: 19/07/2020
vol. 22 | diciembre 2020 | 407-424
Aprobado: 05/10/2020
DOI: https://doi.org/10.5565/rev/mitologias.703
José María Risso Nieva
Introducción
La vocación experimental
1 Las cronologías del teatro en Tucumán (Tríbulo, 2005, 2006a, 2006b y 2007) revelan que el
desarrollo de una dramaturgia local, a cargo de autores que escriben y estrenan en la provincia,
cuyo origen se remonta a principios del siglo XX, abrevaba en otras herencias culturales de
Occidente, como por ejemplo la farsa medieval o la commedia dell'arte, en los casos de Julio
Ardiles Gray y Oscar Quiroga, respectivamente. Este “desinterés” por lo clásico no solo se
restringía a las búsquedas de los dramaturgos locales, sino que también se extendía al resto de los
agentes teatrales del medio, puesto que durante el período de constitución (1873-1958) y
consolidación (1959-1976) del teatro en la provincia, no se registran estrenos de textos
grecolatinos antiguos.
2
Traducimos directamente del original griego: ἔστιν οὖν τραγῳδία μίμησις πράξεως
σπουδαίας καὶ τελείας μέγεθος ἐχούσης, ἡδυσμένῳ λόγῳ χωρὶς ἑκάστῳ τῶν εἰδῶν ἐν τοῖς
μορίοις, δρώντων καὶ οὐ δι᾽ ἀπαγγελίας, δι᾽ ἐλέου καὶ φόβου περαίνουσα τὴν τῶν
τοιούτων παθημάτων κάθαρσιν.
Delirium poeticum
3
Esta sucesión, en el montaje, es interrumpida por la intervención de una serie de personajes (el
Marinero, la Muda, el Stripper) que, a modo de nexo, construyen situaciones en otro nivel y
registro: realizan operaciones de índole técnica (por ejemplo, manipular luces y sonido a la vista
del espectador) y apelan al lenguaje del clown.
4
La “función poética” refiere una orientación de la dicción dramática, que pone en “primer plano
la forma en que está construido el discurso” (García Barrientos, 2001: 61; cursivas del original),
y no debe confundirse con el concepto de “poética”, que empleamos como sinónimo de etapa y
que alude a un constructo morfo-temático.
En este tramo de Los ojos de la noche, en el que por un instante los personajes
entablan un brevísimo diálogo, la Niña comprende los dichos de Ariadna como
una imagen onírica, es decir, una proyección imaginaria, que contrasta con las
condiciones del tiempo presente: Teseo ha traicionado su palabra y ha
abandonado a Ariadna. Esta afirmación, que podemos considerar “objetiva”,
permite comprender el delirio de Ariadna en las dinámicas del sueño: “soy un
sueño que sueña” (Pérez Luna, 2005: 105). El delirium de la niña, en cambio, es
un síntoma de la locura, según el rótulo que el personaje obtiene de la mirada
exterior: “Dicen que estoy loca” (Pérez Luna, 2005: 104). El sueño y la locura,
tanto en la tradición teatral como literaria, han representado siempre estados
psíquicos que, por fuera del orden racional, dan espacio para la emergencia de lo
insólito y, en particular, de lo lírico.
En Los ojos de la noche, la dicción —que corre entre el par
delirium/sanitas— inaugura en el contexto dramático una instancia de
enunciación singular. El sueño de Ariadna, por ejemplo, fluye por una sucesión
de imágenes inconexas (a), visiones de decadencia o renacimiento (b) y alusiones
espaciales impredecibles, entre las que, por ejemplo, aparece sorpresivamente una
inscripción regional (c):
(a) llueve gritos/ de niños/ con manos azules/ que me llaman/ a la ronda/
ronda de mi sangre/ pero no quiero/ ser en los jardines/ y me llama/ la
noche/ bajo las viejas paredes/ vacías.
(b) La furia se desata sobre ciudades enteras, el mar lo cubre todo, la gente
corre desesperada buscándose unos a otros, los niños con los vientres
hinchados sin poder llorar sobre sus madres muertas...
Nunca está quieta, todo el tiempo se está tambaleando entre sus pies,
pasando el peso de atrás hacia adelante, mientras simultáneamente mueve
los dedos de sus manos una y otra vez. Repite los mismos gestos con
exactitud: un tambaleo con el peso de su cuerpo y el agite de sus dedos con
mucha velocidad. (Katz, 2012: 58)
[…] acciones que casi no tienen una causalidad lineal, sino que más bien
giran en torno a una situación y sugieren un tiempo circular, la
paralización del tiempo, un estado en lugar de una dinámica, pausas y
lentitud. El discurso dialógico del drama clásico le cede su lugar al discurso
como expresión de lo interno. (Lehmann, 2017: 456)
5
No obstante, corresponde aclarar que algunos dispositivos escenográficos empleados en el
montaje, afectados por el lirismo, tienden a dispersar esta referencia espacial. Ariadna, por
ejemplo, en un momento del espectáculo, camina entre una “telaraña” suspendida, cortando
algunos hilos del tejido, mientras busca a Teseo. Esta síntesis visual, que remite al laberinto de
Creta y al ovillo salvador, según los lineamientos del mito, erosiona momentáneamente la
percepción del lugar que consigue imponer el decorado verbal.
Figura 1: Los ojos de la noche (2001), Marga Fuentes. Fotografía Archivo Marga Fuentes.
Conclusiones
BIBLIOGRAFÍA
MARCELO URRALBURU
UNIVERSIDAD DE BARCELONA, BARCELONA (ESPAÑA)
marcelo.iraultza@gmail.com
ISSN: 2014-1130
Recibido: 16/01/2020
vol. 22 | diciembre 2020 | 425-440
Aprobado: 13/08/2020
DOI: https://doi.org/10.5565/rev/mitologias.676
Marcelo Urralburu
Introducción
Ética y soledad
Cuando afirmamos que los poemas de Piedad Bonnett presentan una dialéctica
entre la exterioridad y la interioridad del poeta, ¿a qué nos referimos? Sin duda,
advertimos en muchos de sus poemas un gran compromiso social que refuerza la
impronta de Miguel Hernández en su poesía, así como la influencia de los “poe-
tas comunicantes”, como alguna vez denominara Mario Benedetti a los poetas
que cultivaban un lenguaje más popular y cercano. Pero con decir esto no basta;
426
Soledad y erotismo en De círculo y ceniza de Piedad Bonnett
nos interesa comprender, primero, qué sentido tiene esta inclinación política de
su poesía y, segundo, cómo se conjuga con el resto de su obra —por ejemplo, la
erótica— sin desvirtuar su sentido.
Esta dinámica dialéctica a la que nos referimos, entre la intimidad y aque-
llo que se reconoce como externo, en realidad, se trata de la particular relación
que surge desde el sujeto poético —en tanto que es también sujeto político, inevi-
tablemente— con su comunidad. Difícilmente podríamos articular en estas pá-
ginas una conceptualización ajustada de la “comunidad”, sobre todo, en un
mundo globalizado y, simultáneamente, en proceso de desarticulación de los
vínculos sociales. Pero, en general, podemos referirnos a este concepto en tanto
que comunidad política que comparte un mismo o varios códigos lingüísticos —
clave igualmente compleja tratándose de la lengua española. Estas apreciaciones
pueden resultar algo básicas, pero no debemos olvidar que la escritura se dirige
hacia una lectura y, como toda comunicación, tiende a anular la distancia entre
el yo y el otro.
Procedamos por partes: ¿qué lugar ocupa la poeta en su comunidad?
Ciertos investigadores han acertado en señalar una notable influencia de la poesía
francesa en la obra de Bonnett, que, en determinados momentos, recupera la
figura del flâneur (Romero Carbonell, 2019: 131-154). Está claro que Walter
Benjamin consolidó esta figura como un paradigma poético a partir de la obra
de Charles Baudelaire, pero cabe comentar cómo se transforma este “paseante”
u “observador” de la vida moderna cuando aparece en una ciudad como Bogotá
hacia finales del siglo XX. Desde quien habita la multitud salvando su distancia,
su individualidad, hacia quien se siente incapaz de conectar efectivamente con
cualquier tipo de otredad. Entre ambos median las transformaciones sociales y
culturales del capitalismo tardío, por ejemplo, la aparición del “consumidor”
como nuevo protagonista del escenario urbano (Quijano Gómez, 2018).
Para explorar esta posibilidad, nos remitimos a las reflexiones de
Zygmunt Bauman sobre la condición del flâneur en la “sociedad líquida”, ex-
puestas en su texto “Desert spectacular”. El cambio no se habría producido en el
escenario urbano, por así decirlo, puesto que muchas de las grandes ciudades
conservan sus grandes avenidas históricas así como sus pasajes, sino en la manera
en que el sujeto habita dicho escenario. Ya no existe la posibilidad de detenerse
sobre la singularidad de los edificios, de las calles, y de las gentes, como mostraba
el flâneur decimonónico con su inclinación detectivesca. Más bien, como señala
Bauman, las personas circulan por la ciudad con miedo de detenerse, forzándose
a no perder el rumbo y a no permanecer “a la intemperie” urbana (Tester, 2015:
147-149). En todo caso, acudir a estos “lugares antropológicos”, empleando la
terminología de Marc Augé (2000), actualmente tiene un ánimo turístico, lo cual
nuevamente revela la vacuidad de la experiencia comunitaria.
Para definir la transformación de este escenario, que como hemos seña-
lado no es propiamente material, Bauman considera oportuno plantear la metá-
fora del “desierto” —tal vez, influido por “desierto de lo Real” de Jean Baudri-
llard (2016). Un espacio donde no existen los edificios ni los pasajes; un espacio
sin “lugar”, sin encuentro posible con el otro. Tan solo existen “aquí y allí” como
427
Marcelo Urralburu
428
Soledad y erotismo en De círculo y ceniza de Piedad Bonnett
429
Marcelo Urralburu
Es la hora
en que el joven travesti se acomoda los senos
frente al espejo roto de la cómoda,
y una muchacha ensaya otro peinado
y echa esmalte en el hueco de sus medias de seda.
Abre la viuda el clóset y llora con urgencia
entre trajes marrón y olor a naftalina,
y un pubis fresco y unos muslos blancos
salen del maletín del agente viajero. (Bonnett, 2017: 15)
430
Soledad y erotismo en De círculo y ceniza de Piedad Bonnett
misma manera que lo está la política como “comunicación” entre sujetos acosa-
dos por la soledad. Por otro lado, además, su estética tiene un fondo irónico en
tanto que revela el vacío tras los valores sociales, a través de los objetos cotidianos
(Rodríguez Peña, 2018: 121). La poesía sería, entonces, un desvelamiento romántico
de la verdad que se esconde tras el “espectáculo” capitalista (Debord, 2010).
Creemos que una de las claves poéticas de Piedad Bonnett se encuentra
en la toma de conciencia con respecto del compromiso que nos exige la realidad
política: desde la ética, desde la empatía con el otro, desde el reconocimiento de
su marginalidad y de su soledad, aspira a anular las diferencias que asolan a la
comunidad lingüística y busca tender puentes que permitan el entendimiento.
La palabra, menos por su contenido que por su condición de “palabra comuni-
cada”, tiene el poder de sensibilizarnos contra las tragedias cotidianas. El si-
guiente fragmento pertenece a “El quehacer poético y la ética de la autenticidad”
(2000), donde Bonnett aclara ciertas cuestiones pertinentes:
Erotismo y melancolía
431
Marcelo Urralburu
poemario, aquella que se intitula “La batalla del fuego”, encontraremos poemas
de muy diferente índole pero que comparten, en mayor o menor medida, un
intenso erotismo. Pretendemos, pues, explicar por qué no se produce un cambio
de perspectiva o prisma con respecto a los primeros poemas sobre la soledad. No
se trata de una ordenación arbitraria de los temas, ni un descuido; sino de una
consecuencia lógica de este compromiso. Es un dilema que se inserta de nuevo
en la dualidad “soledad/común”.
Para ser rigurosos, nos vemos obligados a recuperar algunas de las refle-
xiones que articulara Octavio Paz en su libro El laberinto de la soledad (1950).
Este autor será fundamental para nosotros, no únicamente por este ensayo, sino
porque creemos que representa una tradición en la que deberíamos enmarcar la
obra de Piedad Bonnett. Así pues, traemos para su consideración el siguiente
fragmento:
Sentirse solos posee un doble significado: por una parte consiste en tener
conciencia de sí; por la otra, en un deseo de salir de sí. La soledad, que es
la condición misma de nuestra vida, se nos aparece como una prueba y una
purgación, a cuyo término angustia e inestabilidad desaparecerán. La ple-
nitud, la reunión, que es reposo y dicha, concordancia con el mundo, nos
esperan al fin del laberinto de la soledad. (Paz, 2015: 350)
432
Soledad y erotismo en De círculo y ceniza de Piedad Bonnett
es consecuencia de esta experiencia irónica y, como señaló Octavio Paz, revela tam-
bién una necesidad de comunión, de superación de dicha individualidad (1993).
Según Georges Bataille, existiría una “discontinuidad” entre cada ser con
respecto de los demás; es decir, entre una identidad y su alteridad, mientras que
solamente dos eventos supondrían una ruptura de esta realidad o, por lo menos,
su cuestionamiento: la muerte y la reproducción, indefectiblemente vinculadas
entre sí (1979: 23-40). Creemos que estas realidades biológicas son igualmente
funcionales en términos estéticos dentro de la poesía de Piedad Bonnett, como
lo fueron en otros autores antes que ella. Siempre a través de paradojas, estas
experiencias humanas terminaron por desarrollar una significación religiosa que
se manifiesta en las ceremonias funerarias y eróticas de todas las civilizaciones
humanas. La sexualidad adquirió nuevas formas de placer y de seducción, defi-
nitivamente desviadas de la mera reproducción (Paz, 1993: 9-30); la muerte ad-
quirió igualmente una significación religiosa cada vez más sofisticada a través de
la técnica al servicio de la guerra (Bataille, 1979: 110-113).
Pareciera que nos alejamos de la cuestión, pero no es así. Es necesario
explicar esto porque el erotismo adquiere una significación profunda en el poe-
mario de Piedad Bonnett. En primer lugar, se explica a través de la experiencia
de la soledad, que no es sino una experiencia desgarrada de la “discontinuidad”
de los seres y que nos empuja hacia la “continuidad” erótica; en segundo término,
el erotismo también puede ser interpretado como transgresión de l’interdiction,
las normas prohibitivas que rigen cada cultura (Bataille, 1979). De manera que,
por ejemplo, se opondría a las exigencias productivas de la sociedad, pues las
ceremonias del erotismo prescinden de todo horizonte práctico. ¿Cómo se ma-
terializa esta doble tensión en el poemario? Por un lado, estando la poesía social
estrechamente vinculada a la clase trabajadora —véase el poema “En el exilio”—
, no parece compatible con esta temática; sin embargo, por el otro, la comunión
erótica es el desenlace natural desde la “soledad compartida”. Tras aproximarnos
brevemente a estas cuestiones, procedemos a comentar aspectos más concretos.
“La batalla del fuego” es el poema que inaugura y nombra la segunda
parte del poemario. En él se presentarán varios aspectos eróticos para su posterior
desarrollo poemático, pero ante todo nos interesa la identificación del deseo eró-
tico —erótico y no amoroso todavía, pues se describe como una experiencia uni-
versal que carece de objeto concreto de deseo— con la violencia y la guerra.
Exactamente como argumentaría Georges Bataille. Lejos de perderse la continui-
dad con los poemas precedentes, el escenario sigue siendo predominantemente
urbano, pero ha visto sus contornos desdibujados y las fronteras sociales desapa-
recen: “Esta es la batalla del fuego. / Como un jinete apocalíptico / devasta la
ciudad derruida”. No es una experiencia puntual, no obstante, pues la vida queda
vinculada a este erotismo, que se convierte en condición irremediable: “A los que
no conocen los azotes del fuego, / la muerte, traicionera, tomará por asalto. /
(Ella no sabe que ya estaban muertos)” (Bonnett, 2017: 29), y así asistimos a este
desfile de personajes, ahora marcados por la experiencia erótica.
La intensidad erótica del lenguaje no pierde su horizonte físico, sin lugar
a dudas, donde “los cuerpos desnudos, de los niños sonrientes” experimentan “la
433
Marcelo Urralburu
inocencia de los amaneceres” (2017: 30). Sin embargo, además de esta vivencia
sin culpa, podemos identificar el erotismo fuera de la experiencia humana. En el
poema “Armonía” (2017: 32), encontramos una experiencia erótica animal y
humana (“Oye cómo se aman los tigres”) que adquiere una dimensión cósmica:
“Mira cómo giran los astros en la eterna / danza de la armonía”, y más adelante:
“El universo entero se trenza y destrenza en infinitas cópulas secretas”. Esto de-
nota una gran influencia del pensamiento asiático en la poesía de Piedad Bon-
nett, sobre todo filtrado desde el pensamiento de Octavio Paz, pues perviven en
esta poética muchas de las ideas expuestas en El arco y la lira (1956). Es decir,
pervive un romanticismo esencial que se decanta por un erotismo cósmico y que
convierte la cópula sexual en una experiencia de la totalidad: la plenitud erótica
de la cópula nos integra en la “armonía” del cosmos.
Por eso sería igualmente interesante comprender qué diálogo se establece
en este poema con “The tiger” de William Blake y con “El oro de los tigres” de
Jorge Luis Borges. ¿Qué son las “sabias geometrías […] de dulces caracoles”, sino
otra manifestación de la “terrible simetría” del tigre de Blake (1998: 227)? No se
trata de una intertextualidad puntual, es la declaración de un programa poético.
Lo observamos en “De círculo y ceniza” (2017: 33), aunque aquí nos
encontraríamos ante una modulación del erotismo más próxima a la poesía de
Pablo Neruda. Este poema es decididamente erótico y no amoroso, fundamen-
tando nuestra interpretación, en su especificidad física de la boca (“Tu boca viene
a mí, solo tu boca”); sin embargo, esta boca posee de nuevo dimensiones cósmi-
cas: “Toda la sal del mar habita en ella, / todo el rumor del mar, / toda la es-
puma”. Cuando aludimos a una impronta nerudiana en este poema, nos referi-
mos específicamente a este panteísmo erótico que trasciende la corporalidad del
amante hacia una identificación con la totalidad del universo y sus movimientos:
“Ríe tu boca y se despierta el día” (2017: 33). Este poema ya tiene una subjeti-
vidad decida que se manifiesta a través de la otredad; no habla del erotismo como
experiencia compartida, sino desde un “yo deseante”. Aquí se manifiesta más
nítidamente la continuidad de la discontinuidad; aguarda la promesa de la ana-
logía, de la anulación de la soledad y de la comunión erótica. Creemos encontrar
en este poema la integración de todas las tensiones que aparecen en el conjunto
del poemario: todas las tradiciones poéticas y todos los matices particulares; todas
las sensaciones corporales y sus trascendencias. Continuemos hacia las formas
que adquiere el erotismo.
La “ceniza” tiene una significación amplia que no puede acotarse defini-
tivamente, pero cuyos contornos nos interesa perfilar para nuestro análisis.
Como ya sabemos, este símbolo es de gran fecundidad en la poética materialista
de Neruda —especialmente, en su etapa “residencial” (Candía Cáceres, 2004)—
y supone una continuidad decadente con respecto a “la llama doble” del amor y
el erotismo. Sin embargo, ¿cómo explicamos este apagamiento en mitad del poe-
mario? De círculo y ceniza, de continuidad y ruptura; el ritmo poético se rige,
como el ritmo cósmico, por los impulsos de la cópula. Se dan al mismo tiempo
y permiten la confluencia de los contrarios. También, de la abstracción geomé-
434
Soledad y erotismo en De círculo y ceniza de Piedad Bonnett
trica y de la materia perecedera. Entre este mundo y el otro; ironía que se tras-
ciende pero persiste, que se anula pero se revierte. Podríamos decir, no seducción
solamente, también hay una atracción esencial que mueve los cuerpos en dife-
rentes direcciones, como astros que gravitaran suspendidos en el espacio: “tu
boca […] viene volando” (2017: 33), para luego alegar en otro poema: “No me
culpes. / Por rondar tu casa como una pantera / y husmear en la tierra tus pisadas”
(2017: 34).
Así es como arribamos a la metáfora bélica en los poemas de Piedad Bon-
nett. Estos últimos versos pertenecen al poema “Asedio”, donde se hace alusión,
ya sea en el título o en los propios versos, a un conflicto armado que atraviesa
por diferentes etapas. Otros poemas como “Saqueo” o “Rendición” configuran
un corpus de poesía que representa el amor como una guerra; mientras que otros
harían una referencia indirecta a través de la angustia y el conflicto, como “Abis-
mos” o “Laberinto” —este último es una relectura erótica del mito del mino-
tauro, que también Borges visitó en “La casa de Asterión”. Lo que resulta claro
en todo esto es que esta poesía conjuga el erotismo y la guerra, tal y como Georges
Bataille los concebía: “como la crueldad, el erotismo es premeditado. La crueldad
y el erotismo se ordenan en el espíritu del que está resuelto a ir más allá de los
límites del interdicto” (1979: 112; cursivas del original). Es decir, habría una
transgresión contenida, premeditada, en la guerra, que convierte a los participan-
tes de ella en cómplices de un juego regido por reglas. De la misma manera que
la seducción adquiere la apariencia del rechazo y la persecución:
435
Marcelo Urralburu
de una previa soledad ante lo común. De nuevo, nos encontraríamos ante una
figuración erótica del flâneur: caminante ardiente en su deseo de asediar y ser
asediado en un entorno hostil. Deseo de encontrar una otredad en una ciudad
donde el otro siempre plantea una amenaza “Porque eres nave y náufrago a la vez
/ sin velas y sin anclas / solitario / profanador de todos los confines” (2017: 36).
Así, en un vaivén sentimental de correspondencias y rechazos, se inaugura una
mirada melancólica sobre el pasado amoroso: “Desando yo tus pasos, revivo tus
palabras. / Y te amo en las baldosas que pisaste” (2017: 41). También en la pe-
regrinación amorosa el espacio es una experiencia subjetiva y egocéntrica, como
decíamos anteriormente del flâneur en el desierto espectacular.
Lógicamente, no podemos continuar por estos caminos de nuestra refle-
xión sin acudir, de nuevo, al pensamiento sociológico de Zygmunt Bauman
quien tan bien dilucidó los nuevos usos amorosos del capitalismo tardío. Con-
cretamente, su crítica de la degradación de los vínculos afectivos, de la inmediatez
en la consumación del deseo y del rechazo que, en su opinión, la sociedad líquida
ejerce contra cualquier forma de compromiso que implique un riesgo psíquico y
afectivo (Bauman, 2013: 59-104). Como el flâneur posmoderno, ya no existe
con compromiso con el espacio, sino una huida constante y una sensación de
amenaza. Esta inmediatez y esta devastación emocional encajan a la perfección
con la representación del amor como violencia de carácter bélico en “Saqueo”:
436
Soledad y erotismo en De círculo y ceniza de Piedad Bonnett
el silencio se puebla
y la escalera cruje con los pasos perdidos. (2017: 49)
“Casa vacía” cierra esta segunda parte del poemario y, desde el título, más que
una contradicción, encontramos una continuidad con respecto a la metáfora bé-
lica. La violencia actúa sobre la “casa”, metáfora del alma de la poeta. ¿Con qué
efectos? En este poema encontramos ya una formulación de la melancolía como
recuerdo de la comunión a través de los “pasos perdidos”, pero ahora lo que nos
interesa es demostrar cómo la experiencia erótica transforma el alma de la poeta.
Si leemos los versos de ambos poemas citados, podríamos sostener que
existe una ambivalencia poética que se mueve entre una casa cerrada, asegurada,
y una casa devastada y vacía. Casa, al fin. ¿Qué sentido tiene la casa como cobijo?
Cada uno tendrá una idea distinta de la casa, pues se trata de un espacio extre-
madamente íntimo, pero ese lugar al que regresar genera de entrada una diferen-
cia: el espacio interior y el espacio exterior. Los muros de nuestra casa nos prote-
gen de las diferentes incomodidades del exterior, pero tienen puertas y ventanas
que regulan, por así decirlo, nuestro acceso al exterior, así como la visión que de
nosotros tiene la otredad. Según Josep Maria Esquirol, “la casa, como centro,
hace que el mundo no sea ni caos ni dispersión total; es condición de que haya
mundo” (2016: 41). Esto es, que la construcción o identificación de un espacio
diferenciado permite la existencia o define los contornos de aquello que está
“fuera”, cuya identidad se configura casi de forma negativa. Pero lo más impor-
tante es que al generarse un centro, un lugar de regreso a la intimidad, en medio
de la extensión del espacio, se inaugura un lugar desde el que se habita el resto
del mundo: “Este centro, no geométrico sino existencial, reúne y orienta la casa”
(Esquirol, 2016: 42).
El erotismo se plantea como una amenaza a esa intimidad. El encuentro
con la otredad es una pulsión de la soledad, pero al mismo tiempo desestabiliza
los límites de nuestro mundo porque siempre es una experiencia nueva. “[…]
Entraste en casa, / rompiste los cristales”, dicen los versos, y luego la melancolía
del encuentro fuerza a la poeta a la búsqueda del pasado perdido: “busco un olor
de axila, un olor de piel húmeda, un olor extraviado que perviva” (2017: 49). Sin
embargo, por debajo de esta búsqueda está operando un cambio anímico: la de-
vastación sobre la casa propia desdibuja los límites del mundo íntimo y, conse-
cuentemente, difumina la claridad sobre las cosas, sobre el mundo. No es de
extrañar que estas reflexiones nos lleven al pensamiento posmetafísico de María
Zambrano. La devastación de la casa, en consecuencia, es la amenaza de la unidad
íntima, de nuestro lugar en el mundo, y nos enfrenta al Todo. Sobre esta cues-
tión, Zambrano reivindicó la poesía como una herramienta del conocimiento
para reconciliarnos con el Ser. No un Ser metafísico, como había venido ha-
ciendo la filosofía o la religión, sino con la “heterogeneidad” del Ser (2017: 101-
116). La destrucción de la casa expone a la poeta al vacío de la existencia, al
sinsentido, y le permite acudir a la poesía como una vía curativa, como catarsis,
para reconciliarse con el Ser.
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Conclusiones
Llegamos hasta aquí con la pretensión de haber hilado algunas reflexiones que
permitan leer el primer poemario de la colombiana Piedad Bonnett de una ma-
nera más orgánica y genésica. Descubierta la trama oculta que conecta los poemas
entre sí y que justifica las derivas de su creación, se ha seguido el rastro de las
tradiciones de las que bebe. Extremadamente heterogéneas, por otra parte, como
hemos observado.
La ética poética de Piedad Bonnett la empuja hacia el compromiso social,
pero es un compromiso para con la soledad de cada uno de los sujetos. Es una
solidaridad con el sufrimiento que compartimos y que nos individualiza, al
tiempo que nos revela una experiencia común. Por otro lado, la soledad es una
permanente búsqueda de la otredad; es deseo de conjunción y de comunión.
Como hemos visto, esta realidad se nos presenta bajo la forma de un deseo eró-
tico subjetivo, pero que igualmente se encuentra universalizado como experien-
cia humana y, todavía más, como acontecimiento cósmico que revela que el sen-
tido de las cosas. La decepción, el fracaso, la melancolía de la comunión, que no
puede ser sino inmediata y finita, mueve a la poeta al canto y a la poesía, con la
que pretende encontrar un remedio contra su sufrimiento existencial. La poesía
es un camino del pensamiento que nos reconcilia con la heterogeneidad del
Todo, nos revela la intimidad desde la que aprender a liberarnos de nuestras
propias prisiones.
Este es un viaje emocionante y que, posteriormente, en sus siguientes
poemarios, adquirirá nuevas fórmulas de expresión y de emoción, como es natu-
ral. Sin embargo, en De círculo y ceniza encontramos una selección de los motivos
y de las referencias poéticas que determinan la significación final del poemario.
Elementos como la figuración actualizada del flâneur baudelairiano o la escenifi-
cación urbana, donde la poeta parece tener el poder de desvelar la verdad que se
esconde tras los colores del espectáculo capitalista. El erotismo y el amor serían
caminos, como lo son la poesía o la filosofía, para afrontar esta realidad cruel e
inhumana.
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