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María Jesús Zamora Calvo (ed.

MUJERES QUEBRADAS
LA INQUISICIÓN Y SU VIOLENCIA
HACIA LA HETERODOXIA
EN NUEVA ESPAÑA
Tiempo Emulado
Historia de América y España
66

La cita de Cervantes que convierte a la historia en “madre de la verdad,


émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado,
ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo porvenir”, cita que
Borges reproduce para ejemplificar la reescritura polémica de su
“Pierre Menard, autor del Quijote”, nos sirve para dar nombre a esta
colección de estudios históricos de uno y otro lado del Atlántico, en la
seguridad de que son complementarias, que se precisan, se estimulan
y se explican mutuamente las historias paralelas de América y España.

Consejo editorial de la colección:

Walther L. Bernecker
(Universität Erlangen-Nürnberg)
Arndt Brendecke
(Ludwig-Maximilians-Universität, München)
Jorge Cañizares Esguerra
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(Universidad de Alcalá de Henares)
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(Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima)
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(Universidad Complutense de Madrid)
Pedro Pérez Herrero
(Universidad de Alcalá de Henares)
Jean Piel
(Université Paris VII)
Barbara Potthast
(Universität zu Köln)
Hilda Sabato
(Universidad de Buenos Aires)
María Jesús Zamora Calvo (ed.)

MUJERES QUEBRADAS
LA INQUISICIÓN Y SU VIOLENCIA
HACIA LA HETERODOXIA
EN NUEVA ESPAÑA

Iberoamericana - Vervuert - 2018


Este libro forma parte del proyecto «La mujer frente a la Inquisición española y
novohispana» (FEM2016-78192-P), Proyecto I+D de Excelencia del Ministerio
de Economía y Competitividad de España, financiado por la Agencia Estatal
de Investigación (AEI) y el Fondo Europeo de Desarrollo Regional (FEDER,
UE); y se ha desarrollado en el marco del grupo de investigación «Mentalidades
mágicas y discursos antisupersticiosos (siglos xvi, xvii y xviii)», reconocido
oficialmente en la Universidad Autónoma de Madrid.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o


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ISBN 978-84-9192-018-2 (Iberoamericana)


ISBN 978-3-95487-945-8 (Vervuert)
ISBN 978-3-95487-946-5 (eBook)

Depósito Legal: M-39394-2018

Impreso en España

Diseño de cubierta: Rubén Salgueiros

Ilustración de cubierta: Condenada por la Inquisición, Eugenio Lucas Velázquez,


c. 1870. Museo del Prado, Madrid.

Este libro está impreso íntegramente en papel ecológico sin cloro.


A mi madre,
porque te quiero
y mucho.
Por el vínculo único
que te une a Rodrigo.
Índice

Presentación
María Jesús Zamora Calvo......................................................................... 11

Corre de pública vos i fama que es bruxa. Catalina de Miranda y el


perfil de la víctima propicia
Alberto Ortiz............................................................................................... 17

Poesía novohispana femenina bajo lupa inquisitiva. Estudio de la poe-


sía escrita por mujeres con relación a la Inquisición en México (si-
glos xvi al xviii)
Yadira Munguía........................................................................................... 35

Motivos tradicionales de hechicería erótica en denuncias y autodenun-


cias inquisitoriales de San Luis Potosí (1629)
Manuel Pérez y Paola Monreal.................................................................. 59

Magia y estructuras punitivas en procesos contra mujeres durante el


periodo novohispano, Zacatecas
Graciela Rodríguez Castañón.................................................................... 83

El tormento de la carne. La supervivencia del judaísmo. Historias de


circuncisión femenina
Esther Cohen Dabbah................................................................................ 105

Una bruja mulata: documento extra ordinem de la Inquisición mexi-


cana
María Jesús Torquemada............................................................................ 123

«¡Ay qué bonito es volar a las dos de la mañana…!» Aquelarres y


transmutación en el enclave de Nombre de Dios, Nueva España,
1666-1679
José Enciso Contreras y José Juan Espinosa Zúñiga.................................. 155
Chinas, milagreras, negras y beatas: ejemplos de la vida cotidiana reli-
giosa ante la Inquisición de México en los siglos xvi-xvii
Robin Ann Rice........................................................................................... 181

«Córtote ruda para mi ventura:» las palabras entre el cielo y el infierno


Mariana Masera.......................................................................................... 203

Guatemala, 1706: el caso de las dos brujas que se metían de noche en el


cuento de El sueño del tesoro (ATU 1645A)
José Manuel Pedrosa.................................................................................... 229

Los fetiches de María Guadalupe, un caso de la Inquisición novohispa-


na en Michoacán en el siglo xviii
Cecilia López Ridaura................................................................................ 273

La escritura como martirio y la enfermedad como delirio. El caso de


sor María Coleta en el siglo xviii novohispano
Anel Hernández Sotelo............................................................................... 301

Sobre los autores......................................................................................... 325


Presentación

Cuando uno escucha la palabra Inquisición un escalofrío le recorre la


espalda y escabrosas imágenes se agolpan en la mente. El miedo a
la denuncia anónima, el arresto repentino, las cárceles secretas, la ca-
rencia de defensa, el desconocimiento de los motivos, los interrogato-
rios interminables, los llantos, el terror, el pánico, el quebranto y todo
lo que ello conlleva, nos presenta una idea moldeada por la propia
institución, pero también lastrada por prejuicios difundidos intencio-
nadamente desde su origen. Si en este marco centramos nuestra aten-
ción en aquellas mujeres que fueron procesadas por el Santo Oficio,
la tensión aumenta, ya que se trata de una entidad controlada eminen-
temente por hombres, jerarquizada y gobernada por unas leyes a las
que ellas se ven sometidas, desde el aislamiento, la desprotección, la
vulnerabilidad, la irracionalidad… en un entorno que las cosifica y las
desnuda, arrancándoles hasta su condición femenina. Y si ubicamos
este escenario en Nueva España, la expectación crece al combinarse
elementos europeos con los autóctonos de dicha zona.
Nadie tiene duda de que la Inquisición fue un órgano de control
político-religioso, pero cuando se instauró en las colonias americanas
no fue tan rígido como en España. No se persiguieron a los nativos
por cuestiones religiosas con la misma virulencia con que se hizo en
Europa. La mayor parte de sus creencias, sus ritos y sus costumbres se
mantuvieron al adaptarse externamente al catolicismo. Además nada
tenían que ver con el judaísmo o el islamismo, combatidos con dureza
en el viejo continente. En el caso de Nueva España, los inquisidores
12 MUJERES QUEBRADAS

se preocuparon sobre todo de quemar los códices y los libros


sagrados, siendo bastante laxos con las prácticas precolombinas, que
sobrevivieron sin mayor dificultad. No persiguieron a los autóctonos,
pero sí que centraron su atención especialmente en la población negra,
mulata y en ciertos segmentos de la europea, como los criptojudíos,
los homosexuales y aquellos intelectuales que intentaron propagar
ideas reformistas por el Nuevo Mundo.
En este contexto se encuadra este libro, donde ofrecemos estudios
multidisciplinarios sobre la situación de la mujer en la Inquisición
novohispana. Es una continuación del monográfico Mulieres inquisi-
tionis. La mujer frente a la Inquisición en España (2017). En ambos se
recogen las investigaciones generadas dentro del proyecto «La mujer
frente a la Inquisición española y novohispana» (FEM2016-78192-P)
I+D de Excelencia-MINECO y del grupo de investigación «Mentali-
dades mágicas y discursos antisupersticiosos (siglos xvi, xvii y xviii)»
de la Universidad Autónonoma de Madrid. En esta ocasión, a lo largo
de doce capítulos, se muestran diversos retratos de mujeres que, bajo
acusaciones tan diversas como la brujería, la bigamia, la falsa beatitud,
la herejía, etc., se presentaron ante la Inquisición novohispana para
responder de su vida. Nos proponemos estudiar su estatus social,
concretar sus motivaciones, determinar las características de su proce-
samiento, conocer las razones que justificaron la violencia ejercida
sobre ellas, etc. Se parte de la hipótesis de que, en todos los casos de
mujeres sujetas al encarcelamiento, el interrogatorio y la sentencia, se
alza el espectro del desprecio, la humillación, el silenciamiento y la
negación de la propia persona.
Los autores de cada uno de los doce capítulos que componen este
libro son investigadores que, desde hace décadas, se dedican a este
tema y, gracias a su experiencia, ponen a disposición del lector sus
estudios y sus metodologías para favorecer, sin duda, la riqueza, la
solvencia y la solidez de los resultados, bajo el enfoque de la filología,
la literatura, la teoría literaria, la historia, la filosofía, el derecho, la
antropología, la paleografía, la genealogía y la archivística.
El libro comienza con el capítulo escrito por Alberto Ortiz,
quien, partiendo del proceso inquisitorial que durante el siglo xvii se
emprendió contra la española residente en el Valladolid de la Nueva
España, Catalina de Miranda, traza un vínculo entre sus caracterís-
ticas personales y existenciales y las acusaciones que los denunciantes
PRESENTACIÓN 13

adujeron para su detención. Propone este caso como un ejemplo de


cómo se diseña en la mujer un chivo expiatorio fundamentando el
ejercicio de la Inquisición desde la teoría de los tratados que contra
la magia, los demonios y las supersticiones se publicaron durante
esta época. En el capítulo segundo, Yadira Munguía realiza una
visión panorámica de la poesía novohispana femenina, una literatura
marcada por el Barroco español, pero individualizada por caracte-
rísticas propias. En un espacio de mayoría masculina, Munguía nos
ofrece un horizonte femenino, escaso durante el siglo xvi, pero en
constante aumento durante los dos siguientes. Aparte de sor Juana Inés
de la Cruz o de Ana de Zayas, centra su atención en aquellas poetas
coloniales que por diversas razones se enfrentaron al Santo Oficio; y
analiza las circunstancias y consecuencias de dichos procesos.
Manuel Pérez y Paola Monreal proponen examinar como motivos
narrativos las causas jurídicas que por hechicería erótica tuvieron
lugar en San Luis Potosí hacia 1629. Buscan sentar las bases de su
comprensión como elementos supra jurídicos y cuasi literarios.
En esta línea, Graciela Rodríguez se ocupa de explicar las prácticas
mágicas femeninas registradas en los expedientes del Santo Oficio
en Zacatecas. Revisa especialmente la presencia normativa, desde la
lectura de los edictos de fe hasta la ejecución de la sentencia, cuando el
tribunal recobraba toda la carga simbólica y la dejaba caer sobre una
de las partes más sensibles de la sociedad: las mujeres transgresoras.
Prácticas criptojudías, como la poco conocida circuncisión
femenina, son estudiadas por Esther Cohen en el capítulo quinto.
A lo largo de sus páginas, va desentrañando la llegada de los judíos
a la América colonial, la ola de represión que a partir de 1614 este
colectivo comienza a sufrir y cómo sus ritos quedaron sometidos al
paso del tiempo, transmutándose en prácticas aberrantes plasmadas
en diversas mutilaciones femeninas. El otro colectivo perseguido por
el Santo Oficio es el de los mestizos y mulatos, y justamente a él se
dedica María Jesús Torquemada mostrándonos un proceso contra
una mujer, acusada de ser bruja mulata, que fue perseguida, juzgada y
sentenciada por realizar actividades supersticiosas.
En el capítulo séptimo, José Enciso y José Juan Espinosa se ocupan
de la sociedad de frontera minera localizada en el norte de Nueva
España durante el siglo xvii, donde la infracción y la disipación se
combinaron con un imaginario colectivo de gran riqueza simbólica
14 MUJERES QUEBRADAS

y cultural. La causa inquisitorial en contra de la española María de


Valenzuela y sus socios de Sombrerete —entre los que se encontraban
mulatos y negros– entre 1666 y 1667, es quizá una de las muestras
más representativas del perfil de las hechiceras en el septentrión
novohispano. Estos documentos sirven además para profundizar en
las mentalidades de la población, así como en el conocimiento de los
mecanismos normativos religiosos y morales para el control social de
los reales de minas en el llamado siglo de la depresión.
Robin Ann Rice sigue adentrándose en aquellos colectivos especial-
mente vigilados por la Inquisición novohispana, como son las chinas,
las milagreras, las santas y las falsas beatas, realizando un mosaico
de aquellas prácticas de magia blanca y creencias supersticiosas que
fueron toleradas por los inquisidores novohispanos, al considerarlas
inocuas y formar parte de la cultura que en el siglo xvii existió en
la colonia. Analiza los casos de Catalina de San Juan, D.ª María de
Poblete y los panecillos de santa Teresa y otros ejemplos con los que
Rice demuestra las idiosincrasias del fervor popular y la escasa impor-
tancia que la Inquisición novohispana le dio.
Desde la literatura oral tanto Mariana Masera como José Manuel
Pedrosa ofrecen sus estudios en los que abordan cómo las mujeres
podían tener en su memoria todo un manual de conocimiento supers-
ticioso, puesto de manifiesto a través de cancioncillas recogidas en
la tradición oral novohispana; mientras que Pedrosa se centra en el
análisis de un cuento de brujas, localizado en un manuscrito de la
Inquisición en Guatemala en 1706. Estudia los paralelismos entre este
relato, sobre un tesoro escondido que se descubre en sueños, y las
canciones del cantor chileno Santos Rubio ya en pleno siglo xx, al
mismo tiempo que analiza sus paralelos medievales e internacionales.
Siguiendo con el tema de las mulatas, Cecilia López Rodadura trata el
caso de María Guadalupe, que en 1760 fue denunciada ante el comisario
del Santo Oficio de San Miguel el Grande por dedicarse a maleficiar
mediante fetiches a todo aquel que se metiera con ella. El proceso
contiene diversos tópicos y motivos propios de los relatos populares,
como tesoros enterrados, pacto con el demonio, vuelos nocturnos, etc.,
y a su análisis se dedica el capítulo undécimo de este libro.
Y, por último, Anel Hernández Sotelo cierra el libro con el caso
de sor María Coleta, capuchina del convento del Dulcísimo Corazón
de Jesús de Oaxaca, quien fue denunciada por alumbrada y herética,
PRESENTACIÓN 15

junto con su confesor, Andrés Quintana, en 1771. Se trata de un


sumario bastante peculiar al tener un amplio seguimiento por todos los
estamentos sociales, ya que la procesada fue muy conocida en su época
por las revelaciones que hacía, el halo de santidad que la rodeaba y los
escritos que firmaba. Hernández nos propone un estudio muy acertado
de este proceso desde el border thinking planteado por Mignolo.
En definitiva, cada autor se beneficia de una combinación de
metodologías que ofrece diferentes y enriquecedores puntos de vista
sobre una misma realidad: la de la mujer y la Inquisición novohispana.
Así lo deseamos presentar en este monográfico que está dirigido no
solo a la comunidad académica, sino a cualquier persona interesada
en el tema que, lejos de la curiosidad y el morbo, quiera reflexionar
sobre el binomio propuesto, ya que conociendo el pasado, podremos
encarar mejor nuestro presente, hacia un futuro libre de la violencia, la
misoginia y el odio que muchos ejercieron hacia el género femenino.

María Jesús Zamora Calvo


Corre de pública vos i fama que es bruxa.
Catalina de Miranda y el perfil
de la víctima propicia
Alberto Ortiz

Quaedam scelleratae mulieres, retro post


Satanam conversae, daemonum illusionibus
et phantasmatibus seductae, credunt, et pro-
fitentur se nocturnis horis cum Diana dea
paganorum, vel cum herodiade et innumera
multitudine mulierum equitare super quas-
dam bestias et multarum terrarum spatia in-
tempeste noctis silentio pertransire. Eiusque
iussionibus velut dominae obediere, et certis
noctibus ad eius servitius evocari.

Nicolás Eymeric:
Directorium inquisitorum, 1595.

La relación entre instituciones e individuos implica eventualidades de


extrañamiento y desequilibrio. Por un lado la institución trata al su-
jeto como una entidad ajena a su funcionamiento, a pesar de que el
asunto que se le proponga le competa, de acuerdo a sus atribuciones
normadas; por otro lado, el vínculo que los une está determinado por
la disparidad de potencias, la persona siempre parece débil, y en la
práctica lo es, frente a la maquinaria burocratizada de la institución.
Aspectos históricos, sociales, culturales e ideológicos suelen tensar
aún más dicha relación inequitativa. Resulta especialmente crítica la
relación entre las instituciones discrecionales que detentan poder in-
trínseco y los individuos marginados. Y en este conflicto de poder, no
hay mejor caso representativo e histórico que el funcionamiento del
18 ALBERTO ORTIZ

aparato inquisitorial cuando subsume en coerción a la mujer acusada


de brujería. A lo largo de la operación del Santo Oficio en Europa
y América muchos casos de vinculación jurídica o subjetiva entre el
poder y el género femenino muestran la contundencia de la diferen-
ciación prejuiciosa, la extrañeza oficializada y la aplicación desequili-
brada de la fuerza sobre el débil.
Este trabajo se refiere a un caso específico, analizado implícitamente
desde la perspectiva teórica propuesta por René Girard (1986) respecto
a la fenomenología que constituye al «chivo expiatorio», y también,
en general, intenta describir el panorama ideológico que sirvió de
esquema conceptual para construir en la mujer a una víctima propi-
cia, de acuerdo a la idiosincrasia de la erudición al servicio del poder
cuando formuló y detalló el mito de la brujería, aplicada en especial
durante los siglos xvi y xvii. Así pues, de acuerdo al proceso inquisi-
torial que durante el siglo xvii se emprendió en contra de la española
avecindada en el Valladolid de la Nueva España, Catalina de Miranda,
existe un vínculo entre sus características personales, transformadas en
presunciones existenciales socialmente dañinas y las acusaciones que
los denunciantes adujeron para su detención; y, en especial, conforme
a la teoría demonológica, más o menos asimilada por los representan-
tes inquisitoriales que se utilizó a manera de guía de autoridad para
emitir los dictámenes institucionales. Este proceso sería un ejemplo
claro de cómo se diseña en la mujer dicho chivo expiatorio avalando y
fundamentando al ejercicio de la Inquisición desde la preceptiva de los
tratados contra la magia, los demonios y las supersticiones.
El expediente inquisitorial abierto a Catalina de Miranda, como
todos los procesos contra supuestas brujas, se inscribe dentro de la
tradición discursiva estereotipada a la que Girard llama «textos de
persecución»1, es decir, discursos que penalizan a un individuo hasta
la victimización; construidos desde el arbitrario control ideológico,
combinan y distorsionan datos reales con fantasías tenidas por verda-
des incuestionables, y están acotados por las ideas prefabricadas que
comparten por igual denunciantes, jueces y acusadas.

1. El autor los define sintéticamente así: «Entiendo por ello los relatos de violencias
reales, frecuentemente colectivas, redactados desde la perspectiva de los perse-
guidores, y aquejados, por consiguiente, de características distorsiones» (Girard
1986: 18).
CORRE DE PÚBLICA VOS I FAMA QUE ES BRUXA 19

Catalina de Miranda fue una mujer española, sola, pobre y entrada


en años, oriunda de Ciudad Rodrigo (España), avecindada y fallecida
en la ciudad novohispana de Valladolid durante la primera mitad del
siglo xvii. A falta de protectores masculinos –una tutoría que era nece-
saria de acuerdo a la idiosincrasia de la época, que condicionaba tanto
la valía como la identidad de la mujer a la dependencia supervisora
del hombre– conseguía recursos para su manutención por medio de
limosnas y, según se desprende del proceso inquisitorial, ejerciendo
entre los vecinos solicitantes algún grado de celestinaje, hechicería
y prácticas de magia amorosa. Las acusaciones en su contra fueron
detonadas por una de las tantas periódicas peticiones oficiales para
denunciar desvíos de la norma religiosa o francas herejías, un Edicto
general de la fe emitido el 26 de marzo de 1650.
Los testigos, antes beneficiarios de su supuesta intermediación y
conocimiento acerca de brebajes y oraciones para fines eróticos, y los
inquisidores, a través de los interrogatorios tendenciosos y el formato del
proceso burocrático mismo, completan el esquema que califica a la mujer
de transgresora, extendiendo sus prácticas supersticiosas vulgares hacia el
peligroso extremo del mito de la brujería. Catalina termina bajo las sospe-
chas de ser –al menos levemente de acuerdo al dictamen resuelto por los
frailes integrantes de la Junta de Calificación–, una bruja infanticida ampa-
rada por demonios familiares que aparecían y desaparecían en forma de
animales dentro de su precaria vivienda (Hurtado, Meza y Rebban 2006).
El expediente en cuestión muestra las contaminaciones y mixturas
típicas de los procesos contra supuestas brujas, por un lado, las dili-
gencias e interrogatorios responden a un formato prefabricado y, por
otro, el mito alrededor de la brujería se trasluce como verdad reprodu-
cida por todos los sujetos inmiscuidos en el asunto. Acontecimientos
externos fortuitos, como la muerte de algunos niños, y costumbres
sociales e individuales, como la recitación de ciertos versos y frases
conjurantes por parte de la acusada, complican y a la vez aumentan
la sinergia que la lleva ante el tribunal inquisitorial. Los participantes
de este esquema, que deriva de inmediato en la invención de la culpa-
bilidad y la inmolación simbólica de la víctima propicia, no pueden
distinguir entre la fantasía y la verdad.

Pero, sea de la forma que fuere, las hechiceras y brujas que se dejan ver
en estos procesos de la Inquisición novohispana proporcionan relatos tan
20 ALBERTO ORTIZ

naturales que algunas veces puede olvidarse que se trata de testimonios


reales en los que la bruja no es un ente de ficción cuya creación responde al
deseo literario de «causar estremecimiento», que son personas que estaban
sometidas a una investigación judicial y a las que sus afirmaciones de prac-
ticar actividades brujeriles y aceptar su filiación con el Demonio podría
acarrearles consecuencias por demás desagradables (Morales 2000: 312).

Claramente el ejemplo cumple con la mayoría de los estereotipos


de la persecución, los cuales indican que los perseguidores, en este
caso inquisidores y testigos, están convencidos de que una persona
aparentemente débil, sospechosa y en medio de una crisis, alberga
una amenaza social y tiene culpa de cualquier desequilibrio, en espe-
cial de «crímenes indiferenciadores» o especiales, como la brujería,
que incluye «chupar niños»2; además, su culpabilidad parece tan evi-
dente que incluso muestra marcas físicas o distintivas que la eligen en
tanto víctima; por esas razones, se puede ejercer violencia sobre ella
(Girard 1986: 21-34).
La mujer indiciada de este ejemplo se convirtió en víctima propi-
cia porque reúne las características del estereotipo: se enfrenta a un
esquema social sometido a crisis, por un lado, la urgencia del mandato
para la denuncia de las transgresiones y, por otro, el fallecimiento de
una niña; desempeña una función peculiar entre los vecinos, se trata
de una actividad casi licenciosa cercana a la distorsión propia y de los
demás, así que sus aparentes habilidades para la magia amorosa la cali-
fican de bruja; por último, pero no menos importante, es una mujer
sola, vieja, sin instrucción y supersticiosa.
No perdamos de vista que las primeras reprobaciones, en este caso
y en muchos otros tratados por el Santo Oficio, provienen del seno
social que antes la cobijaba. Aunque estimulados por el miedo y obli-
gados por las leyes que exigen actuar como denunciantes, son los veci-
nos los que inician la persecución y, por lo tanto, prefiguran, apenas
con bases líricas, el perfil criminal de la mujer señalada. Como ya se
dijo, comúnmente se trata de las mismas personas que previamente
a la incursión judicial solicitaron los servicios de magia erótica, los
filtros amorosos, los amarres y las ligaduras, los brebajes de retención
y fidelidad, los rituales de protección, etc., sin mayores escrúpulos.

2. Expresión coloquial que se refiere al vampirismo de las brujas. Se supone que una
bruja asalta a los niños por las noches y les succiona la sangre hasta matarlos.
CORRE DE PÚBLICA VOS I FAMA QUE ES BRUXA 21

«Caught in ambiguous relationships with their neighbours, the female


poor generated growing hostility by their persistent requests for help,
and, at the same time, aroused feelings of guilt in those who were no
longer willing to respond with charity» (Clark 2005: 107).
De acuerdo a la opinión de Solange Alberro, la clasificación de los
delitos mágicos perseguidos por la Inquisición muestra una tendencia
mayor en la población femenina de la Nueva España. Y lo mismo se
aplica para el continente europeo. Si bien algunos hombres destacaron
como astrólogos y quirománticos, tales variables supersticiosas fueron
consideradas nobles y, por ende, tratadas parcialmente con cierta con-
descendencia. Ahora bien, si la práctica de disciplinas herméticas tras-
cendía al pacto diabólico para obtener conocimiento, poder y amor, el
castigo era similar, independientemente del género. En general, ateni-
dos a los repositorios documentales de origen inquisitorial, mientras
que los hombres prevalecen en los campos de la herejía protestante,
blasfemias y proposiciones incorrectas y en los delitos morales como
la bigamia y la fornicación, las mujeres practican magia práctica y
especialmente erótica. «Los procesos las muestran afanándose por
preparar, proporcionar, aconsejar o usar recetas tan numerosas como
monótonas que les permitan dar una solución simbólica o real a las mil
dificultades diarias» (Alberro 1993: 186).
Para una mentalidad inmersa en el conflicto de preservar la fe ante
las supersticiones y aún más, ante un latente peligro de perdición de
las almas por las intrigas diabólicas, esa búsqueda de soluciones rayaba
en la brujería, un delito ya suficientemente tipificado por la teoría
inquisitorial y la discusión de casos durante el siglo xvii, por lo mismo
no resulta extraño que las mujeres que sobrevivían a duras penas des-
empeñando oficios de apariencia secreta terminaran acusadas.
Según Barstow, la combinación disponía a «[…] una mujer de clase
baja juzgada por la oligarquía masculina de su ciudad» (Barstow 1995:
36), se repitió muchas veces y acentúo la calidad de chivo expiatorio
de las mujeres solas, viejas y pobres en los procesos contra supuestas
brujas. A eso se añade el número de víctimas, el sexo, la clase social, el
carácter y la edad, el oficio, la propiedad machista del cuerpo femenino
y la ideología tradicional preceptiva respecto a su calidad inferior, para
explicar la violencia que derivó de las acusaciones por brujería.
El binomio histórico entre la magia amorosa y los oficios limitados
a mujeres, incluso en la prohibición, caracteriza al perfil de la víctima
22 ALBERTO ORTIZ

acusada de brujería. Al tratarse de personas pobres y desamparadas,


viejas y débiles, su manutención dependía de los conocimientos que
tuvieran para aconsejar y promover hasta materializar con hierbas,
objetos y brebajes, uno de los anhelos esenciales de los hombres
comunes, el amor, ya fuera negado, perdido, roto, lejano o deseado.
Eventualmente, la práctica del oficio podía acarrear resultados inten-
cionales o no. Uno de ellos consistía en destacar, ganar un espacio de
notoriedad y fama dentro de una sociedad casi inmóvil en la que las
mujeres no podían sobresalir fácilmente por méritos propios, las prác-
ticas pseudomágicas dotaban a la mujer de poder y estatus; y otro, no
menos importante, consistía en que, al menos, la magia instrumental3
podía usarse personalmente para conseguir marido.

Para algunos estudiosos, la amplia participación femenina en la hechi-


cería era una forma de conseguir un poder por el cual las mujeres preten-
dían poner remedio a cuestiones fundamentales para su propio bienestar
económico y físico. La cuestión de conseguir poder adquiere especial im-
portancia en una sociedad tan patriarcal como la del México colonial, don-
de la mujer sólo tenía dos vías reconocidas para desarrollarse: ser esposa y
madre o ser monja. Puesto que las mujeres estaban sometidas legalmente
a una autoridad masculina, ya fuera un esposo o un sacerdote, en ambas
circunstancias, obtener un esposo o un amante amable y generoso mate-
rialmente adquiría un nuevo significado. La magia amorosa femenina por
lo general pretendía controlar, dominar y sin duda manipular al hombre
elegido, que no sospechaba que se usaran rituales, pociones y cantos para
influir en su conducta con respecto a una mujer. En algunos casos, esa
magia era la única defensa que tenía ella contra un esposo abusivo en una
sociedad en la cual el hombre tenía el derecho legal de disciplinar a su
esposa (Curcio-Nagy 2000: 317-318).

Mujer y hechicería, en especial para usos eróticos, constituyen


una categoría aledaña a la culpabilidad aplicada por el prejuicio feme-
nino respecto a su natural atracción de todos los males mundanos y
ultraterrenales, a tal grado que es imposible determinar si la mujer se
dedica a la magia con fines eróticos porque su necesidad económica y
las limitaciones laborales la orillan a ello, o si los prejuicios, consejas,

3. Es decir, la hechicería. El uso de objetos, pócimas hechas de hierbas e instrumen-


tal, más cierto dominio de los procesos físicos diferencia a la hechicera de la bru-
ja, pues esta obtiene los poderes de su filiación diabólica, no de su conocimiento
de la naturaleza.
CORRE DE PÚBLICA VOS I FAMA QUE ES BRUXA 23

leyendas y mitos la describen y critican ocupando esos oficios y así


ella corresponde a la guía que el imaginario colectivo le ofrece. En los
procesos inquisitoriales está claro que la mujer acusada en ocasiones
cree firmemente que es una hechicera o bruja, o termina declarando
tal afirmación por tortura e imposición doctrinal autoritaria. En todo
caso responde a una tradición diferenciadora, como afirma Guerrero
Navarrete:

Los tradicionales estereotipos que asocian desde la Antigüedad mujer


a naturaleza convierten a estas en protagonistas absolutas de estas «artes»,
especialmente de algunas de las que más sospechas despertaban en los pri-
meros «padres» de la Iglesia: la magia amatoria y la curativa (2012: 105).

La autora se pregunta:

Y, sobre todo, ¿qué hizo posible la íntima asociación magia-mujer-


brujería? ¿Qué permitió el tránsito de las «fantasías femeninas» a las
«servidoras de Satán»? Se han argumentado en este sentido los siguien-
tes factores: la crisis económica que, con síntomas más que evidentes a
comienzos del siglo xiv, transformó profundamente las mentalidades y
generó un sentimiento de vulnerabilidad e inseguridad que condujo a ca-
nalizar el furor popular y a buscar «chivos expiatorios» (2012: 110).

Además, refiere, del crecimiento popular de la figura del diablo,


el aumento y la criminalización de la pobreza, la generalización de la
imagen de la bruja en el imaginario popular a partir de los dictámenes
eruditos, el control intolerante de disidencias propio del sistema admi-
nistrativo religioso, entre otras (2012: 110-112). Hay más causas para
entender la inquina contra el sexo femenino:

Los motivos para este creciente odio hacia el sexo femenino son com-
plejos. Las guerras y las pestes ocasionan un desequilibrio demográfico,
produciendo un predominio de las hembras sobre los varones. Ello da
lugar a un aumento de mujeres sin pareja: solteras o viudas; de ahí que la
sociedad patriarcal las considere o santas o perversas. Según Monter, la
perversidad se decanta hacia la brujería (Zamora Calvo 2012: 404).

Todos esos factores se resumen en la filiación maligna que Occi-


dente fabricó para la mujer transgresora. Los tratados de magia y
demonología escritos por reputados autores como Martín del Río,
24 ALBERTO ORTIZ

Francesco Guazzo, Gaspar Navarro y Pedro Ciruelo, sintetizan la


mezcla de ignorancia y temor que el cuerpo femenino despertaba en
el hombre obligado a ejercer de jefe, tutor, guía, consejero y patriarca
de ese otro con quien convivía en medio de explicaciones fantásticas
respecto a su ser pero que desconocía en realidad. Se trata de una clara
tendencia cultural divisora de los sexos, ahora descrita por la teoría de
género: «A lo largo de toda su historia el cristianismo ha difundido
su visión de los dos sexos: el hombre es más espiritual y racional, en
consecuencia, está más próximo al bien y a la divinidad. Por su parte la
mujer, unida al cuerpo y a la sexualidad, está inevitablemente asociada
al mal y al demonio» (Sarrión 2012: 345).
Sin embargo el asunto del diseño de chivos expiatorios, ya que
constituye todo un esquema o red de obcecaciones y supuestos ideo-
lógicos, proviene de algo mucho más enmarañado y abarcador. Hay
nodal importancia en que la víctima sea de sexo femenino, bajo esta
condición prejuiciada se desencadenó la llamada época de «perse-
cución de brujas». Es un hecho histórico irrefutable que la mayoría
de las personas procesadas por el delito de brujería en los tribunales
inquisitoriales, y por lo tanto sujetas a victimización, eran mujeres, y
esto no fue mera casualidad.

‘The history of witchcraft’, as one recent authority says, ‘is primarily


a history of women.’ But often the answer has been sought not so much
in the culture-specific links between witchcraft and feminine behavior ar-
ticulated at the time, but in changes in the social situation of women that
marginalized them (in whole or in part) and in consequence made them
more susceptible in general way to charges of deviance (Clark 2005: 107).

Efectivamente, la concomitancia tipo cliché entre mujer y brujería


frente a la mentalidad, algunas veces juiciosa, debemos conceder, de
los inquisidores, ofreció a la sociedad barroca una posibilidad típica
para armar un chivo expiatorio y reunir sus culpas colectivas.
La persona que se persigue, entonces, para esta estructura hecha
de pensamientos misóginos y ejercida por hombres autoritarios por
gusto u obligación, debía ser mujer, esencialmente debido a la tradi-
ción que la aliaba al mal, pero también por su notoria debilidad física,
lo que impele al más fuerte al dominio, hasta que, claro, la inteligencia
predomina y ubica a cada cual en su sitio.
CORRE DE PÚBLICA VOS I FAMA QUE ES BRUXA 25

Finalmente, el hecho de que las mujeres fueran socialmente más dé-


biles que los hombres, particularmente las viudas y las solteras, permi-
tía acusarlas con más facilidad y menos riesgos que a los hombres, cuya
fuerza política, económica, jurídica y –por qué no decirlo también– física
ornaba al posible acusador o acusadora más susceptible de padecer re-
presalias. Una vieja físicamente débil, socialmente marginada, económica-
mente mísera y jurídicamente sin derechos sólo podía ofrecer y recurrir a
embrujos como fuerza disuasoria (Russell 1998: 147).

Para el caso que sirve de introducción a esta polémica no es posi-


ble saber con certeza cuáles fueron las características personales ni
la biografía de Catalina de Miranda. Se trata de una mujer anónima,
de las que desafortunadamente no tuvieron voz histórica registrada
durante la época novohispana como para que permaneciera hasta hoy.
Sin embargo, la descripción anterior acierta en el encuadre del caso.
Efectivamente, el connotado historiador de la brujería, Russell, sin-
tetiza este y todos los casos similares de mujeres dispuestas ante la
Inquisición a manera de víctimas propicias.
La debilidad, en este caso, significa también vulnerabilidad y
ambos conceptos son aplicados externamente por el calificador, que
puede ser tanto el acusador como el juez. En seguida, esta aparente
flaqueza de cuerpo y espíritu permite deducir al sujeto que comparte
el mito de la brujería, que la mujer en cuestión puede abrir las puer-
tas a las incitaciones del diablo, si no es que ya lo hizo. «De todo lo
visto hasta el momento, se deduce claramente que a las mujeres se les
acusaba de brujería porque se las consideraba moralmente más débiles
que los hombres y, por tanto, eran presas más fáciles para el diablo y
sus tentaciones» (Centini 2012: 35).
Además, la vulnerabilidad sugiere algún tipo de aceptación, al no
tener la fuerza de voluntad suficiente, incluso, al carecer de ella, se
consideraba que las mujeres permitían, y en ocasiones aceptaban de
buen grado, la intromisión del mal en sus vidas, lo que significaba una
amenaza para todos.

La mujer era considerada vulnerable en el delicado ejercicio de man-


tener y conservar la fe y, en cambio, dueña de una gran credulidad en
las cosas sobrenaturales, por ello se consideraba que era impresionable y
que podía recibir la influencia de algún mal espíritu con mayor facilidad,
además de que tenía la habilidad para transmitir el conocimiento sobre la
elaboración y práctica de las artes mágicas (Rodríguez Castañón 2015: 23).
26 ALBERTO ORTIZ

Dentro de la construcción de esta estructura ideológica occidental


persistió, claro, una tradición falocéntrica que desplazó a las muje-
res a un segundo plano y las delimitó a la procreación y al ámbito
doméstico. En otras clasificaciones, como hizo la poesía cortesana, se
las instaló en nichos extremos e inalcanzables rodeándolas de miste-
rios virginales y poder erótico. De acuerdo al caso que marcó su fuerte
vínculo con la brujería, dos características resaltan: la ignorancia y el
miedo. La primera erigió una mitología extravagante pero sistemática
alrededor de la imagen mujeril, también falsa, y el segundo la proveyó
de poderes mágicos y actividades metafísicas mal adquiridas. Así, el
binomio justificó las consecuencias violentas y autorizó su anatemi-
zación, ya que «Para legitimar una persecución, sobre todo masiva y
sistemática, generalmente se intenta mostrar a los transgresores como
personas que representan un grave peligro para la nación o, mejor aún,
para la supervivencia del mundo» (Nathan Bravo 2002: 104). Si bien la
marginación y la victimización las remite al aquelarre, al pacto diabó-
lico y al desempeño de actos malvados contra la comunidad religiosa,
el desconocimiento sustenta al mito y los detalles revelan temor que se
convierte en agresión colectiva.
La satanización de las mujeres se fortaleció a través de la historia con
los dictámenes emitidos desde el principio de autoridad que la propia
cultura depositó en los constructores del cristianismo, teólogos como
santo Tomás de Aquino y tratados de magia y demonología afirmaron
contundentes diatribas en contra de supuestas debilidades femeninas.
En opinión de Nathan Bravo, hay dos aspectos importantes que se pue-
den sumar a la presumible influencia y responsabilidad que los discur-
sos eruditos tienen en tal confección artificiosa de culpables:

Uno de ellos es que con frecuencia se busca legitimar una persecución


que ya ha comenzado, de tal forma que más que abogar por el inicio de
ésta se trata de justificarla y ampliarla. El otro aspecto es que no sólo se
busca avalar una persecución, sino una poco ética, en la que el persecutor
viola sus propios principios éticos y legales; esto se fundamenta en la idea
pragmática de que sólo los métodos salvajes pueden aniquilar eficazmente
al enemigo (2002: 105-106).

Un lugar preponderante en la fortalecimiento de la misoginia para


inculcar en las mujeres la debilidad de carácter, la endeble fe, la lasci-
via, la maldad, la brujería, la apostasía y las negociaciones ilícitas con
CORRE DE PÚBLICA VOS I FAMA QUE ES BRUXA 27

los demonios, entre otras muchas denuncias llamadas imperfecciones,


corresponde al libro que marcó el inicio de la persecución sistematizada
de la magia y la brujería: el tristemente célebre Martillo de las brujas, en
latín Malleus maleficarum, escrito, como es bien sabido, hacia finales
del siglo xv luego de reunir sus propias experiencias de campo, por los
frailes dominicos Jacobus Sprenger y Heinrich Kramer.
Para varios estudiosos del tema este éxito editorial del pasado con-
tribuyó determinantemente a la creación de un sistema misógino que
veía a la mujer como aliada del mal, siempre próxima a la herejía, al
tiempo que recreaba, afinaba, detallaba e inventaba el perfil acusatorio
de la bruja inserta en el mito de la secta demoniaca comandada por el
diablo. Trejo Rivera sentencia que los autores del Malleus ya habían
instituido a la sociedad alfabetizada de su tiempo en cuanto al vínculo
entre lo femenino y el mal:

La argumentación sobre los motivos por los cuales la superstición se en-


cuentra ante todo en las mujeres, lleva a concluir que su misma naturaleza las
condena; el discurso estereotipado pues las personifica como crédulas, im-
presionables, de lengua móvil, débiles de mente y cuerpo, pero sobre todo
lujuriosas, lo cual los hace inferir que como el principal objetivo del Demonio
es corromper la fe, prefiere atacarlas (2000: 296-297)4.

Ciertamente, si se valora desde los modernos juicios de género, el


texto de los inquisidores contiene una abrumante carga misógina, y no
solo eso, sino que cooperó directamente e, incluso, justificó la perse-
cución y victimización de la mujer: «En síntesis, a través del examen
del Malleus hemos descubierto un criterio fundamental para poder ser
acusado de brujería: el ser débil o marginal, o más precisamente, el
ser mujer, pobre, vieja y sin marido» (Nathan Bravo 2002: 132). Pero,
aunque el señalamiento particular es correcto, tales conceptos, remar-
cados por el discurso acusador, forman parte de una tradición añeja y
su recreación resulta comprensible si nos limitamos a la idiosincrasia

4. Además afirma que el libro es culpable del fortalecimiento de la misoginia: «Los


detalles que aparecen sobre los vuelos nocturnos en compañía de otras mujeres, la
búsqueda insaciable para provocar daño a los buenos cristianos, el trato con demo-
nios que operaban como ayudantes, son conceptos que encontramos casi textual-
mente en el Malleus, un libro que había sido redactado dos siglos antes, lo que nos
muestra de qué manera se había colocado y era aceptado un concepto misógino que
planteaba siempre la dualidad Mujer-Demonio» (Tejo Rivera 2000: 296).
28 ALBERTO ORTIZ

de su tiempo. La calificación desde la actualidad fuerza un poco el


sentido diacrónico de los conceptos. Obviamente los hombres y las
mujeres de entonces compartían los mismos supuestos y reproducían
las conductas que ahora nos parecen machistas y reprobables. Lo que
tenemos por cierto es que mediante este tipo de tratados se colabora
a la construcción del esquema cultural que inventa y conforma en el
cuerpo femenino a la necesaria víctima, justificando la impostura a tra-
vés del abigarrado mito de la supuesta bruja.
Aun prevaleciendo el criterio diferenciador entre otras actividades
mágicas integradas al esquema supersticioso vulgar –que desde los
tratados demonológicos estableció el requisito de acordar un pacto
implícito o explícito con el diablo para poder ser considerado parte
de la secta de los brujos–, en la realidad jurídica, en la práctica censora
e incluso en la creencia popular, el concepto de la bruja abarcó una
amplia gama de personajes y actividades, la mayoría de género feme-
nino. Por lo tanto, eran sospechosas de brujería: la partera, la yerbera,
la curandera, la huesera, la trotaconventos, la falsa beata, la gitana, la
posesa, la alumbrada y, por supuesto, la hechicera. La propia denomi-
nación excluye al género de las salvedades eruditas, solo concebibles
en los hombres: «El mago puede ser sabio, la bruja, nunca. […] Es una
mujer inclinada al mal, primero por su condición de mujer, segundo
por su sexualidad insatisfecha y tercero por sus conocimientos hechi-
ceriles» (Guerrero Navarrete 2012: 113).
Atrás de cada caso y cada categoría prevalece una de las caracterís-
ticas que marcan como elegible a la víctima: su indefensión, aunada a
la marginación socioeconómica. La persecución y eventual martirio
ejemplar se desencadena en parte por la síntesis de yerros e imperfec-
ciones que representan.

Kramer y Sprenger afirman que el demonio busca, para convertir en


brujas, a aquellos que podrían tener alguna necesidad de él, o sea, a los
atribulados […] Los ‘atribulados’ o ‘necesitados’ son aquellos que han
sufrido contrariedades materiales repetidas, o sea, los pobres, los que es-
tán tentados de goces carnales y los que sufren tristeza –porque fueron
abandonados por sus amantes, por enfermedad, etcétera–. De acuerdo con
esto, las brujas son seres atribulados: pobres, tristes y con necesidades car-
nales. De todos los grupos sociales, las mujeres parecen llenar estos requi-
sitos. Y en verdad, para el Malleus la mayoría de los brujos eran mujeres
(Guerrero Navarrete 2012: 129).
CORRE DE PÚBLICA VOS I FAMA QUE ES BRUXA 29

Sin embargo, debe quedar claro que un libro, por importante que
haya sido para dirigir y argumentar las decisiones inquisitoriales en
cada persecución, constituye únicamente un pilar de influencia den-
tro del complicado fenómeno. En realidad las redes ideológicas que
impactaron en el acoso social y jurídico de la caza de brujas, están
tejidas con lazos de diversa índole, entre los que destacan: la tradición
judeocristiana que favoreció al género masculino, las legislaciones
para regular el control de los unos sobre las otras, la mitología alrede-
dor del origen del mal en el mundo y un statu quo donde los varones
toman las decisiones importantes y acaparan el uso de la voz que se
aplica, en especial sobre los diferentes, los otros y los ajenos, en cuya
lista las mujeres aparecen en primer lugar.

Que la acusación de hechicería se centre sobre la mujer, es algo de


lo que se sigue haciendo responsable al autor o autores del Martillo de
brujas de 1487. Eso es sólo verdad en parte, porque el Malleus malefica-
rum, como ya se dijo, representa el intento de sintetizar y estandarizar los
conocimientos disponibles sobre el tema en la tardía Edad Media, y por
tanto es una obra que posee muchos padres (Daxelmüller 1997: 214).

El punto es que el discurso oral y escrito, popular y erudito, trans-


fiere su responsabilidad y deposita los delitos fantásticos de la brujería
en una víctima propicia, la cual no puede defenderse; primero, porque
sus condiciones físicas e intelectuales no le permiten hacerlo; segundo,
porque carece de recursos y respaldos reconocibles por la sociedad
que la juzga; tercero, porque esencialmente y sin discernimiento o
crítica, comparte los supuestos que le imputan; y cuarto, porque a
fin de cuentas, el señalamiento de heterodoxia le confiere a la víctima
probable un estatus social que no tenía antes, se convierte en el centro
de las miradas y las discusiones ordinarias y legales, después de ocu-
par ínfimos estratos sociales se yergue a manera de una personalidad
especial dentro de una sociedad que no permite más movilidad que la
convencionalmente restringida.
Mediante un sistema único de Iglesia-Estado, el acoso social se
convierte en persecución judicial con trámite burocrático y la norma
jurídica, a su vez, ampara la búsqueda de chivos expiatorios para man-
tener el control de la moral y los dogmas entre los creyentes. «The
important point is that the punishment of witchcraft was justified
30 ALBERTO ORTIZ

ultimately in terms of notion of authority that were very commonly


brought to bear when the maintenance of the social and moral order
was at issue» (Clark 2005: 566).
Hay que considerar que esta compleja conjunción de factores cul-
turales y prejuicios legalizados inician y terminan en el sistema judicial
que acoge el perfil prefigurado ideológicamente de la mujer trans-
gresora para contener las posibles infracciones unificadas en delitos
contra Dios y contra los hombres. La mujer se criminaliza por sus
facetas míticas; por ende, la bruja es castigada. Ahora bien, ya sujeta al
cepo inquisitorial, las autoridades procuran cumplir con un protocolo
que, en teoría, debe estar guiado por los principios de justicia y lega-
lidad. El enfoque jurídico supone una sistematización de la ley frente
al acusado, aunque el supuesto delito sea calificado de escandaloso y
abominable, por ejemplo la herejía y la brujería. «Como todo proceso
judicial el caso de la hechicera utiliza determinadas construcciones
discursivas que evidencian claridad, orden e imparcialidad en el trata-
miento del juicio […]» (González Molina 2013: 79).
De acuerdo a esa lógica el proceso tiene un formato legal diseñado
y aplicado constantemente sin cambios significativos ni diferenciación
de persona, o sea, cuenta ya con una jurisprudencia burocratizada que
los administradores respetan en términos generales, así que, en prin-
cipio, el prejuicio no se encuentra en la lógica jurisdiccional, sino que
está implícito y determinado por la presunción de maldad femenina
dentro del imaginario social y religioso, desde ahí domina la aplicación
de las leyes mediante su funcionalidad apriorística.
Para el efecto, las campañas propagandísticas incluían todo tipo de
estrategias, la doctrina llegaba al individuo en lenguaje pictórico, oral
y escrito, y estaba llena de recursos retóricos y didácticos, siempre
al servicio de un adoctrinamiento promisorio y apocalíptico. A tal
grado que, en ocasiones, las conciencias se saturaban de un dirigido
complejo de culpa y la autodenuncia, específicamente de mujeres,
aumentaba drásticamente después de la emisión de un edicto conmi-
natorio o la presentación pública del dramático auto de fe. En tal caso
la persecución se interioriza, mas no basta con que la propia indiciada
se victimice, la acusación confesa puede provenir del mismo prejuicio
colectivo que hace de la mujer un chivo expiatorio, pero eso no sig-
nifica que todos los jueces del Santo Oficio lo creyeran a pie juntillas,
CORRE DE PÚBLICA VOS I FAMA QUE ES BRUXA 31

pues debían seguir el procedimiento oficial, aunque su imaginario y


conciencia les dictara culpabilidad a priori de la mujer autoacusada.

Por otra parte, se recomienda averiguar cuidadosamente los hechos


antes de proceder a cualquier detención. Para abrir un proceso, es preci-
so que haya elementos objetivos: «Que se hagan primero ciertas diligen-
cias y averiguaciones». Si una bruja confiesa haber salido de su casa, de
noche, para asistir a un aquelarre, conviene reunir informaciones preci-
sas (Pérez 2010: 196).

La actuación de los inquisidores frente al peligro de la brujería está


dirigida teóricamente por varias recomendaciones establecidas por
los manuales inquisitoriales, como el de Eimeric y Peña y el propio
Malleus: el sigilo, el secretismo, la diligencia, la cautela, la dureza y
la mesura, lo cual hizo de cada proceso un pesado fardo burocrático.
Algunos jueces tuvieron prestigio debido a su actitud analítica frente
a supercherías, imposturas y charlatanerías, pero estaban obligados
a actuar conforme al espíritu aleccionador y persecutor ya imbuido
en los trámites del propio sistema. «En muchos casos, en efecto, está
claro que el vulgo denuncia a individuos cuyo comportamiento parece
sospechoso o fuera de los habitual, comportamiento que, examinado
con calma, nada tiene de delictivo» (Pérez 2010: 198-199).
Si colocamos esta maquinaria judicial frente a la posible amenaza
de la brujería y el mal, encarnado en la mujer, de acuerdo a una añeja
tradición cultural y religiosa que además la margina de todo discer-
nimiento y capacidad frente a las influencias diabólicas y la propia
sensualidad, resulta lógico que personas como Catalina de Miranda,
en cuyo ser se concentran los resquemores de la sociedad barroca,
hayan sido culpadas de enormes y extraordinarios delitos, a pesar de
ser, cuando mucho, una pobre reproductora de supersticiones popu-
lares. Como ya se afirmó, justamente su debilidad, oficio, pobreza y
lugar en la comunidad la perfilaron como víctima gracias al prejuicio
común, los dictámenes de los teólogos y la burocracia inquisito-
rial. Para su fortuna no se tuvo que enfrentar a las consecuencias de
aquella tendenciosa justicia, cuando la resolución de su caso llegó
ordenando confinarla en la cárcel secreta del Santo Oficio, el 23 de
agosto de 1667, ella llevaba 16 años muerta, pues había fallecido el 25
de octubre de 1651.
32 ALBERTO ORTIZ

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Poesía novohispana femenina
bajo lupa inquisitiva.
Estudio de la poesía escrita por mujeres
con relación a la Inquisición en México
(siglos xvi al xviii)
Yadira Munguía

Introducción

El presente estudio aborda la problemática de la poesía femenina no-


vohispana, en especial aquella que se vio inmersa en procesos inqui-
sitorios, dando a conocer algunos casos de mujeres que tomaron la
pluma entre los siglos xvi al xviii a través del análisis documental de
los procesos. Este trabajo por tanto se propone reivindicar a estas mu-
jeres parcialmente rescatadas de los archivos.
La presencia de la mujer en las letras novohispanas es aun hoy
poco conocida, la imagen luminosa de sor Juana Inés de la Cruz hace
pensar por lo común que su escritura es una excepción en el mundo
literario, casi de uso exclusivo de los varones. Hace falta por tanto un
mayor conocimiento de las mujeres de letras del periodo virreinal. Si
bien no es muy común ver literatura femenina en los siglos xvi y xvii,
sor Juana no es la única, existían mujeres que publicaban y mantenían
cierta fama por sus escritos, sobre todo, monjas que eran incitadas u
obligadas por sus confesores a escribir sus experiencias místicas (Ba-
randa 2014: 11). De ellas conocemos por los estudios hechos en épocas
recientes sus características y problemáticas, pero existe otro grupo
de poetas a las que no se les ha puesto la suficiente atención: aquellas
cuyas obras fueron confiscadas por la Inquisición, razón por la cual
no fueron difundidas.
36 YADIRA MUNGUÍA

La investigación se realizó en dos partes, por un lado la indaga-


ción bibliográfica contextual acerca de la poesía femenina virreinal;
por otro, se hizo una búsqueda, de entre los procesos inquisitoriales
realizados a mujeres, aquellos que incluyeran poemas, sin hacer una
discriminación de las temáticas, por lo que encontramos variedad de
contenidos. Los casos analizados nos muestran que era común la ex-
presión femenina en las letras, pero no es evidente debido a la poca
difusión en su época y a la escasa investigación en la nuestra. Por lo
anterior, debemos considerar que la literatura femenina novohispana
no es escasa, sino que los medios muchas veces adversos, tanto social
como intelectualmente, no permitían a las mujeres acceder de manera
favorable en el universo de las publicaciones en la Nueva España.
Aunque son pocas las evidencias que tenemos en torno a la poesía
femenina confiscada por la Inquisición, los procesos nos muestran
el tipo de temas considerados fuera de la norma religiosa. Debemos
recordar, respecto a esto, las faltas que eran merecedoras de una inda-
gación. Aunque pareciera que eran extensos los motivos de proceso,
en realidad son pocos, más aún en el caso de la Nueva España. Por
lo anterior, la presente investigación toma en cuenta, tanto los versos
como los delitos.
Para sustentar el contexto en el cual escriben nuestras poetas, de-
bemos observar varios ámbitos de investigación, primero los trabajos
en los cuales se muestra la producción literaria novohispana en los
tres siglos que abarca, por otro lado, las reflexiones actuales acerca
del papel y ejercicio de la Inquisición del Santo Oficio y, por último,
la revisión de los casos particulares. La reunión de estos campos de
estudio nos permite tener una panorámica más amplia de la situación
de las poetas virreinales.

Las mujeres novohispanas y la literatura. ¿Qué mujeres


escribían en la Nueva España?

La época novohispana se define por sus contrastes, desde su inicio


oficial en 1521, la nueva sociedad se va permeando con altibajos, diver-
sidad de colores, nuevas tradiciones e impensables relaciones sociales.
En las primeras generaciones novohispanas marcadas por los conquis-
tadores, encomenderos y evangelizadores, las mujeres españolas eran
POESÍA NOVOHISPANA FEMENINA BAJO LUPA INQUISITIVA 37

escasas, aunque no inexistentes. Es falso pensar que la generación pe-


ninsular estaba conformada solo por varones. Las féminas llegaron en
mayores cantidades conforme iban pasando las décadas del siglo xvi.
Para mediados de la centuria ya tenemos en la capital novohispana
una importante cantidad de féminas participando en varios ámbitos,
principalmente en la casa y en el convento, lugares destinados a las
mujeres y los mejores en los cuales podían estar según la visión social
de la época. En este periodo, las mujeres eran poco valoradas por sus
dotes intelectuales, en todo caso se consideraba como algo atípico y
poco serio, una curiosidad de divertimento en la que incurrían algu-
nas damas, tanto españolas como criollas. No se cuenta en su época,
y poco en la nuestra, un reconocimiento amplio a otra poeta que
no sea sor Juana Inés de la Cruz, tanto así, que la jerónima, con la
brillantez de su obra, oscurece la de sus contemporáneas. Es tiempo,
por tanto, de destacar por justicia los escritos de estas mujeres poetas
de la Nueva España.
La literatura novohispana está poblada de mujeres, la mayoría de
ellas de clase alta, con suficiente tiempo libre para poder dedicarse a
pensar en versos y no en sobrevivir en las labores diarias. Si estamos
hablando de mujeres de clase privilegiada, debemos clasificarlas como
españolas o criollas, aunque, bien sabemos, los matices de la Nueva
España nos dejan ver la disfuncionalidad real del sistema de castas y la
diversidad de parentescos que se formaban entre los grupos primige-
nios, a saber: españoles, mexicanos y africanos. No encontramos hasta
este momento mujeres intelectuales de los grupos mestizos, mexica-
nos y menos aún africanos. De las mujeres negras y mulatas podemos
encontrar conjuros, sobre todo amorosos, escritos en verso, pero no
poesía pensada como tal. La versificación en este caso se debe más a
la facilidad de memorización que a la búsqueda de la belleza literaria.
La mayoría de las mujeres que escribieron fueron monjas, parece
ser que la vida de casadas o doncellas poco tiempo confería para la
lectura y menos aún para la producción de obra propia. Debemos re-
cordar que no todas las niñas y las jovencitas eran educadas para leer y
escribir, actividades que la mayoría de los padres consideraba inútil e
incluso perjudicial para las jóvenes, dados los peligros del mundo; por
un lado, las lecturas no aptas para mujeres que pudieran caer en sus
manos y, por otro, el riesgo de la comunicación con pretendientes que
pudieran poner en entredicho su honor. Es obvio, tomando en cuenta
38 YADIRA MUNGUÍA

lo anterior, que las doncellas y casadas poco o nada podían estudiar y


menos aún escribir. Las monjas, por tanto, mostraban una cultura más
amplia que las mujeres «en el mundo», la mayoría sabía leer y escribir;
además de que los tiempos y ambiente dentro del convento eran más
propicios para el ejercicio del pensamiento que la casa. Nos dice sobre
esto María Sten Raquel Gutiérrez:

A pesar de las diferencias de la enseñanza, las monjas fueron las muje-


res más instruidas en la Nueva España. El convento, que muchas veces fue
representado como un refugio o como una prisión, era al mismo tiempo
el lugar en que las mujeres podían mantenerse a sí mismas y cultivar una
cierta independencia y desde donde podían tener influencia y desarrollar
los talentos que nunca podrían poner en práctica en el exterior. Así podría
explicarse que en ellos hubiera poetas, cantoras, músicas y monjas que
ejercían otras profesiones. En varios monasterios las monjas tenían per-
miso para leer durante las recreaciones (desde luego, libros recomendados
por sus superiores). Las lecturas profanas, especialmente novelas y come-
dias, estaban rigurosamente prohibidas (2007: 17).

El convento era el mejor espacio para que una mujer pudiera de-
dicarse a cuestiones intelectuales, era no solo bien visto, sino también
necesario que las monjas supieran leer y escribir, por lo menos lo
básico para anotaciones y pequeñas comunicaciones. Esta idea nos la
reafirma Nieves Baranda:

Sin duda no todas las monjas de velo negro sabían escribir, pero sí
tenían obligación de saber leer y cuando la ocasión lo requirió, muchas
de las que no habían practicado con la pluma dieron el paso a hacerlo.
El convento exigía llevar un control documental que asegurara su per-
vivencia económica y administrativa, pero también debía gestionar su
memoria, la red de relaciones imprescindibles en la sociedad clientelar,
funciones pedagógicas y la transmisión de un patrimonio inmaterial, es-
piritual (2014: 11).

El grupo de monjas escritoras se extiende a España, Portugal y


Nueva España, contando con admirables ejemplos como sor Maria do
Céo, Violante do Céo y santa Teresa de Jesús, entre muchas otras. Sin
embargo, según Baranda: «La gran mayoría de las obras escritas por
monjas no se imprimieron y redujeron su difusión bien a las hermanas
de convento bien a otros miembros (masculinos y femeninos) de su
POESÍA NOVOHISPANA FEMENINA BAJO LUPA INQUISITIVA 39

propia orden o entorno» (2014: 14). Es notorio que las obras de las
mujeres y monjas se han conservado gracias a que fueron publicadas,
de forma propia o bien incluidas en antologías. Nueva España no es
ajena a este fenómeno, es en el ámbito conventual donde vemos la
participación femenina en la literatura, el mejor ejemplo es sor Juana
Inés de la Cruz, quien supo llevar de una manera admirable sus obliga-
ciones en el convento y una amplia obra literaria, considerada una de
las más altas poetas mexicanas y del Siglo de Oro español.
Una circunstancia que obligó a las monjas a escribir fue, precisa-
mente, la petición de autobiografías por parte de sus directores es-
pirituales. Las monjas que destacaban por su afán religioso, las que
tenían visiones o demás manifestaciones de una arrebatada religiosi-
dad, se vieron precisadas a escribir sobre sus experiencias. Varias de
ellas hablan de su repugnancia ante la obligación de escribir, pero otras
parecen disfrutar del ejercicio de la escritura.

Las poetas destacadas en el ámbito literario novohispano

La primera poeta novohispana de la que tenemos noticia es Catalina


de Eslava, sobrina del poeta Hernán González de Eslava, uno de los
principales promotores de la literatura virreinal y autor de poemas y
coloquios, piezas teatrales breves, con elementos moralizantes, pero
que desde un punto de vista que tiende a la comedia. De Catalina no
sabemos casi nada, no hay referencias a su nacimiento y muerte, ni si
contrajo o no matrimonio. Sabemos que era hija de Pedro Ortiz de
Eslava y María Cuevas y Paz, es decir, sobrina-nieta del dramaturgo.
Los hijos de este matrimonio se convertirán en los herederos universa-
les del poeta: a Catalina, doncella y la menor de los tres, le correspon-
dían dos terceras partes, a Isabel de Eslava, casada con Juan de Torres
Bravo, una tercera parte y a su hermano Antonio de Paz, la capellanía
surgida de las rentas de unas casas pertenecientes a Hernán González
de Eslava. Parece ser que Catalina era distinguida de sus hermanos, ya
que dispone la mayoría de sus bienes y rentas para tomar estado, si no
matrimonial, religioso.
Aunque es muy probable que haya escrito más, lo único que con-
servamos de Catalina es un soneto en la publicación de los Coloquios
y autos sacramentales de su famoso tío, cuando este ya había fallecido.
40 YADIRA MUNGUÍA

El excelente manejo del lenguaje que tiene la poeta nos deja ver que
tenía cierta experiencia al respecto. Un aspecto importante, como nos
dice Josefina Muriel es que «Los versos de Catalina de Eslava empie-
zan a mostrarnos cómo las mujeres se integran a las corrientes litera-
rias de su época, lo que indica que no viven ajenas a la cultura que las
rodea» (2014: 122). Esperemos que algún día surjan de algún archivo
más versos de esta primera poeta novohispana. Transcribimos aquí el
único poema hasta ahora conocido:

Soneto a Fernán González de Eslava


El sagrado laurel ciña tu frente,
la yedra, el arrayán trébol y oliva,
porque (aunque muerto estás) tu fama viva
y se pueda extender de gente en gente.
El tiempo la conserve, pues consiente
que el levantado verso suba arriba,
y en láminas de oro el nombre escriba
del que no tiene igual de Ocaso a Oriente.
En el carro de Apolo te den gloria,
digo de aquel Apolo soberano
a quien con tanto amor tan bien serviste:
Y pues él hace eterna la memoria,
con que muevas mi pluma con mi mano
la gloria alcanzarás que acá nos diste
(Muriel 2014: 122).

Catalina debió de llevar una buena educación en casa; se nota en


los conocimientos grecolatinos mostrados en su poema, además de en
su fluido manejo del lenguaje. Por la cercanía que tenía con su tío
abuelo, es probable que él mismo haya contribuido en la educación
de la niña. Por lo mencionado por González de Eslava, Catalina debió
de ser joven todavía al año de su muerte, acaecida en 1599, ya que
aún era doncella casadera hacia esta fecha. Aunque no tengamos más
obra de Catalina, es sobresaliente que en los tempranos tiempos del
xvi contemos ya con una poeta, criolla en este caso. De esta manera, el
valor de la poeta Catalina de Eslava está tanto en su calidad literaria,
como en el mérito de ser la primera en iniciar la configuración de una
obra femenina novohispana.
POESÍA NOVOHISPANA FEMENINA BAJO LUPA INQUISITIVA 41

Dentro del siglo xvi encontramos también a María Estrada Medi-


nilla. De ella tampoco tenemos muchos datos, solo los que podemos
inferir de sus propios escritos, aunque según Maricruz Patiño y Leti-
cia Luna, «probablemente sea la primera poeta criolla que ofrece un
imaginario de los mexicanos» (2011: 15). Su importancia es relevante
para las letras femeninas novohispanas, pues podemos considerarla
como una de las primeras mujeres que mantuvo cierta sonoridad en
las letras de su siglo, aceptación en el medio literario y oportunidad de
ser publicada. Recordemos la temprana etapa en la que ella escribe; la
obra poética conservada corresponde a la década de 1640.
María Estrada Medinilla sigue siendo un misterio. La poca informa-
ción que de ella conservamos nos vuelca hacia su poema, a los análisis
de sus versos desde distintas perspectivas, resaltando su visión femenina
ante los detalles de la capital novohispana1. La mayor información que
tenemos de María Estrada es la que nos da Josefina Muriel en su libro
Cultura femenina novohispana, en donde arma, a partir de los detalles
del poema, una serie de características de su vida como, por ejemplo,
conjeturarla criolla o española de situación social privilegiada, según el
punto de vista desde el cual nos narra: la ropa que porta, las costumbres
que describe, el carruaje que utiliza, datos que nos sirven para ubicarla
en la alta sociedad novohispana. Podemos destacar también, el trabajo
de Erja Vetteranta, quien en su artículo «“La relación feliz” de María
de Estrada Medinilla en la fiesta barroca de la Nueva España (1640)»,
nos muestra detalles novedosos acerca de la autora, así como el estudio
desde una perspectiva carnavalesca del poema de María Estrada.
Lo más interesante de su poema, además de sus aspectos biográficos
o su calidad poética, es que es la primera vez en Nueva España que tene-
mos, desde un punto de vista muy femenino, la descripción de la ciudad.
Recordemos que las dos obras más célebres en ese sentido son las de
Bernardo de Balbuena, Grandeza mexicana, escrita en 1603 (Balbuena
2011), y la incluida en los diálogos de Francisco Cervantes de Salazar
de 1554 (Cervantes 2007), ambas de fecha anterior a la de Medinilla,
publicada en 1640, con motivo de la entrada del nuevo virrey, don Die-

1. De forma reciente Miguel Zugasti encontró un poema de la autora que se creía


perdido, hecho destacable que abona no solo su obra, sino también al aspecto
biográfico. Se trata de un poema dedicado a las fiestas de toros, cañas y alcancías,
publicado en 1641 por el cabildo de la ciudad, trabajo por el cual se le pagó la cifra
de 500 pesos (Zugasti 2013).
42 YADIRA MUNGUÍA

go López Pacheco Cabrera y Bobadilla, marqués de Villena. Resalta en


dichos versos, la perspectiva femenina criolla de la autora.
El poema se publica en el volumen dedicado al viaje de posesión del
cargo del marqués, seguido de varias obras relacionadas con este persona-
je, incluidas en la misma publicación, pero dispuestas como libros separa-
dos. El poema de Medinilla se nos muestra con su portada, aprobaciones
y dedicatoria, donde nos explica el motivo de su factura y la dedicatoria
a doña Antonia Niño de Castro, mujer de prestigio en la Nueva España2.
El poema fue escrito para favorecer a una prima de la poeta que,
por ser monja, no podía asistir al recibimiento y celebración de la lle-
gada triunfal del nuevo virrey. Su calidad literaria no es superior a lo
convencional, pero nos nuestra ciertas frases y detalles de la vida coti-
diana que serían imposibles de encontrar en otro tipo de escrito y que
resultan fascinantes por su frescura, familiaridad y visión femenina,
de ahí su valor y riqueza. María Estrada nos cuenta de su carruaje, de
los colores variopintos, los adornos de los edificios, de las señoras que
acudían a la celebración, de la multitud, incluso nos habla del vestuario
prudente para llevar a un evento de este tipo. Es interesante notar que
Catalina de Eslava es la primera mujer novohispana en ser publicada,

2. Dentro de la breve publicación de María Estrada podemos destacar como un ele-


mento interesante la aprobación del poema, realizado por Juan de San Miguel,
padre jesuita. La aprobación se convierte en una serie de elogios desmedidos don-
de eleva a la autora al nivel de las clásicas grecolatinas, de las cuales muestra un
amplio conocimiento. Es notorio asimismo que no solo destaca su calidad poética,
sino también su erudición, a la que denomina «varonil estudio», lo que pone en
evidencia que no se consideraba el conocimiento como una actividad propia de la
mujer. Transcribo la aprobación de Juan de San Miguel con ortografía actual:
Aprobación del padre Juan de San Miguel, religioso de la Compañía de Jesús.
Señor ilustrísimo
He leído y más que leído he admirado en esta relación de doña María Estrada
y Medinilla, el término al que puede llegar lo sublime, conciso, y numeroso de
los heroico y lírico: y tanto más admirable en tal sujeto; cuanto menos imitable,
aun de más varonil estudio. O que nacido elogio el de Ponciano a Casandra Fidel,
a no ser extraño de estos reinos el honesto ejercicio de Aragnes: Illam, dize, pro
lana librum; profuso calamum; itilum pro acutractasse. Ya no tendrá que envidiar
México a Atenas su Corina; a Lesbos su Safo; a Mileto su Aspasia; a Grecia su
Cleobalina; a Alejandría su Hipatia; a Lidia su Sofipatra; a Palmira su Cenobia; ni
a Roma su Proba Valeria: porque en sola esta hija suya comprendió la naturaleza
y gracia, cuanto dispendió raro, y admirable en todas. No hallo cosa digna de cen-
sura; de admiración mucho; de aplauso todo. Así lo siento. En esta Casa Profesa
de la Compañía de Jesús de México (Medinilla 1640: 2).
POESÍA NOVOHISPANA FEMENINA BAJO LUPA INQUISITIVA 43

pero Estrada Medinilla, a su vez, es pionera en cuanto se hiciera una


publicación especial para su obra, aunque fue incluida dentro del vo-
lumen dedicado al marqués de Villena, pero el hecho de que sea una
separata, le da otro cariz a la publicación.
Aunque la obra que conservamos de María Estrada no supera los
cánones de su época, para Erja Vetteranta: «María Estrada Medinilla
nos arma con su pluma barroca un espectáculo alternativo dentro de la
realidad mexicana, y el valor de su Relación Feliz estriba en esta sub-
jetividad individual y claramente criolla» (Vetteranta 2011: 45). Por lo
anterior es importante considerar la presencia de María Estrada como
una antesala de la poesía femenina novohispana.
El siglo xvii novohispano gozó de poca participación de mujeres
en el ámbito de las letras (aunque no nula), no así el siglo xviii, donde
el crecimiento del interés de las féminas por participar del estudio y
la escritura se elevó considerablemente; encontramos poetas, mon-
jas dramaturgas3, biógrafas, autobiografías de iluminadas entre otras
modalidades literarias. Josefina Muriel, en Cultura femenina novohis-
pana, apunta sobre esto la causa de las apariciones de estas poetas,
regularmente de un solo poema:

Durante todo el siglo xviii aparecen numerosas mujeres dedicadas a la


poesía. Sus obras se publican en las ediciones de los concurso literarios,
por ello únicamente conocemos de cada una contadas obras. Aunque in-
dudablemente todas escribieron más, pues para atreverse a entrar en los
certámenes debieron de tener ya experiencia de su propia capacidad de
versificación, cultura para poder desarrollar los complicados temas de los
concursos e interés de triunfar allí en contienda literaria con los poetas
más connotados (2000: 269).

3. Una veta importante dentro de la literatura femenina novohispana es el teatro.


Las mujeres virreinales, como buenas novohispanas, encontraban cercanía e iden-
tificación con el arte dramático, no solo para escribirlo u observarlo, sino para la
puesta en escena. Para lo anterior baste recordar que sor Juana fue más prolífica
en el teatro que en otro género. Son muestra de ello también las piezas dramáticas
breves, que fueron comunes en los conventos del siglo xviii. Varias obras cortas
encontradas en archivos conventuales dan cuenta de esto. Aunque aún falta mucha
investigación al respecto, desde la autoría hasta las temáticas y otras implicaciones,
es interesante observar este fenómeno dado dentro de los conventos. Según Ma-
ría Sten y Raquel Gutiérrez Estupiñán (2007), las religiosas escribían, dirigían y
actuaban las obras, lo cual nos da un panorama distinto de la vida conventual del
siglo xviii, con mucha mayor apertura que en el siglo xvii novohispano.
44 YADIRA MUNGUÍA

Sin duda, la fuente más prolija para el conocimiento de la poesía fe-


menina novohispana son los concursos literarios, en los cuales incluso
sor Juana llegó a participar. Es posible que las mujeres que gustaban
de escribir, pero que no se atrevían a mostrarse en alguna publicación
en solitario, se sintieran cobijadas por los concursos, donde al mismo
tiempo de dar a conocer su obra, podían hacerlo desde el anonimato,
opción que toman varias de ellas. Sin embargo, hay otras que sí de-
ciden mostrarse, incluso es posible que vieran el certamen como un
impulso para darse a conocer en el medio literario, iniciando de esta
manera una obra autónoma. Varias de estas mujeres fueron premiadas
y celebradas, pero su fama no pasó del ámbito del concurso, ni dio la
oportunidad de publicaciones o nexos literarios de importancia. Nos
quedan, por lo menos, algunos poemas que, premiados o no, fueron
publicados en las antologías de los concursos; habrá que lamentarnos
por los que fueron desechados a discreción de los jurados. Es en el
marco de estos certámenes donde las monjas poetas, muchas veces li-
mitadas a la difusión en su propio convento, se atrevían a salir a la luz
pública, según la descripción de Nieves Baranda:

La forma de la poesía más visible de las monjas es, no obstante, la de las


justas y certámenes poéticos. Las religiosas no solo componen versos para
el consumo interno del convento o incluso personal, sino que también
acuden a la llamada de los numerosos certámenes poéticos convocados
en la península, envían sus poemas, se leen en público, se exponen como
poesía mural, se critican y elogian en sentencias y vejámenes, se lazan pun-
tualmente con algún premio y se publican en el volumen que inmortaliza
la celebración del evento (2014: 22).

Conservamos nombres y poemas dentro de varios concursos litera-


rios, que nos muestran que no era raro que las féminas participaran en
estos certámenes. Josefina Muriel, rescata dichos nombres, nos aporta
datos acerca de estas poetas y hace un análisis y comentario sobre los
poemas. Algunas de ellas son: Teresa Magdalena de Cristo, sor Juana
Teresa de San Antonio, María Josefa de San José, D.ª Francisca García
de Villalobos, Juana de Góngora, D.ª Ana María González, D.ª Marina
Navarro, D.ª María Teresa Medrano, D.ª Josefa Guzmán, D.ª Mariana
Velázquez de León y D.ª María Dolores López (Muriel 2000: 269-312).
Llama la atención que varias de las mujeres mencionadas arriba
fueran seglares, lo que pone en duda nuestro concepto general acerca
POESÍA NOVOHISPANA FEMENINA BAJO LUPA INQUISITIVA 45

de la mayor facilidad que tenían las monjas para dedicarse al estudio


y a la escritura. Esto nos muestra que también las mujeres solteras,
casadas o viudas se daban el tiempo de leer y de participar de las letras.
Si bien existen dentro de estos concursos una participación anónima
abundante, también es cierto que algunas de las poetas no dudaron
en mostrar su nombre y procedencia, algunas de ellas del sector más
privilegiado de la Nueva España, como es el caso de María Dávalos
Orozco, condesa de Miravalles.
De muchas de ellas no tenemos mayores noticias que las que nos
dan los textos en los cuales aparecen publicadas, lo que no nos permi-
te adentrarnos en la categorización social y biográfica de las mismas,
pero sí podemos intuir de manera certera que la mayor parte de ellas
mantenía una situación social y económica que les permitía tiempo
para el ocio, además de gustos refinados y acceso a fuentes de lectura,
que les facilitara cierta educación y los ejemplos necesarios para hacer
uso de la pluma de manera autónoma. El que estas mujeres partici-
paran de concursos literarios nos lleva también a inferir que estaban
enteradas de los acontecimientos sociales y políticos del virreinato.
El universo de las mujeres que escribían en la Nueva España es
amplio y sorprendente por su cantidad y calidad. Bien es cierto que
el número de las escritoras y poetas en este periodo objetivamente no
supera la producción masculina, pero debemos entender las circuns-
tancias sociales y familiares de las novohispanas: monjas de claustro,
que tomaban la pluma no solo para escribir biografías y autobiogra-
fías con visos místicos, sino también comedias, piezas teatrales breves,
poemas religiosos, laudatorios e incluso políticos. Féminas que nos
demuestran que sor Juana Inés no es la excepción a la regla, sino la
punta del iceberg de la literatura femenina novohispana.

Las poetas y versificadoras en el Santo Oficio

El tema del Santo Oficio, siempre polémico4, es de difícil abordaje,


debido al mito popular que se ha cernido sobre el tribunal inquisitorio

4. No está por demás destacar el comentario de Solange Aberro al respecto: «Para


no caer en cualquier prejuicio estéril parece recordar que la imagen que hoy en día
tenemos de la Inquisición está íntimamente ligada por una parte a la de la España
Imperial, y por otra parte, que la idea que de ella manejamos fue forjada, lenta y
46 YADIRA MUNGUÍA

promovido por la visión ilustrada5. Cabe destacar que el Santo Oficio


no funcionó igual en España que en los virreinatos, las circunstancias
distintas, las necesidades diferentes debido a la convivencia en adapta-
ción, de personas originarias de culturas con poco en común, hizo que
la Inquisición procesara según el contexto.
La mayor parte de los procesos estaba relacionada con blasfemias,
herejías, casos de judaizantes, hechizos, censura de libros y un buen
número de iluminados y solicitadores, como los pecados y faltas co-
metidos y juzgados con mayor regularidad. Todo aquello que nosotros,
desde el punto vista de nuestro siglo xxi, podríamos considerar como
delito, no figura dentro de lo que era castigado por la Inquisición.
En el universo de procesos llevados a cabo en los casi tres siglos de
existencia del Santo Oficio en Nueva España, la gran mayoría no son
procesos de gravedad, por lo que no eran reportados a la Suprema.
Muchos de ellos eran delitos o pecados menores e incluso irrisorios
en comparación con los europeos y, por consiguiente, los resultados y
consecuencias eran también leves. Son realmente pocos los casos que
concluyen en penas mayores6. En general los estudios tratan de tener

casi sistemáticamente, por la potencias emergentes de Inglaterra, los Países Bajos


y Francia a partir de los finales del siglo xvi, hasta que se consolidó en la llamada
leyenda negra, que triunfa en el Siglo de las Luces, cuando España ya no es más
que un cuerpo exangüe, cuyos despojos encienden la codicia las principales nacio-
nes europeas» (2006: 83).
5. En el prólogo a la Historia del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición en
México, de José Toribio Medina, Solange Alberro hace un interesante comentario
y recuento de la historiografía y los enfoques de los investigadores respecto a la
Inquisición, dándonos una visión novedosa acerca del tema, con el fin de des-
mitificar la información surgida de los trabajos del siglo xix y parte del xx. Dice
Alberro: «Desde el siglo xvii, la Inquisición española no ha dejado de ejercer una
fascinación a menudo horrorizada en el gran público, en aquel que nunca tendrá la
oportunidad de consultar un documento inquisitorial. Los mismos historiadores
han sucumbido, también, al turbio hechizo, a tal grado, que el estudioso Emil Van
Vekene registró en 1963 unos 1950 títulos de obras que versaban sobre este tema»
(Medina 2011: 19). A su vez, la autora nos muestra las limitaciones, no de infor-
mación, sino de enfoque, que mantiene José Toribio Medina, texto que podría
confundir a los interesados por el tema. En resumen, lo que nos muestra Alberro
es cómo la visión ilustrada y positivista del xix logra mantener una sola versión
parcial del ejercicio de la institución española y novohispana.
6. Alberro nos describe también el tipo de transgresiones que eran frecuentes en
la Nueva España: «Al contrario de los que demasiadas veces se cree, el Santo
Oficio no intervenía en cualquier delito de tipo religioso, sino tan sólo cuando
se podía sospechar que la transgresión se originaba en un error voluntario o no,
POESÍA NOVOHISPANA FEMENINA BAJO LUPA INQUISITIVA 47

una visión clara y ecuánime, tendiente a desmitificar y a describir la


institución desde diversos ángulos como su funcionamiento, sus inte-
reses, sus procesos y las divergencias surgidas entre sus miembros que
nos dan cuenta de un aparato con fallas y aciertos, como dice Adriano
Prosperi: «Un signo positivo de nuestro tiempo está constituido por
el hecho que los historiadores laicos dialogan tranquilamente sobre la
base de las fuentes con los miembros de la Orden dominica, quienes
llevan sin avergonzarse la herencia histórica de los tribunales inquisi-
toriales» (2009: 5), comentario que sin duda nos demuestra una actitud
histórica y científica.
Dentro de los procesos encontramos una diferencia entre la canti-
dad de hombres y mujeres procesados. Supera el número de hombres
reprendidos por el Santo Oficio en comparación con las mujeres, juz-
gadas, y menos aún castigadas por esta institución. Si son pocos en
realidad los procesos en comparación con las denuncias y de estos po-
cos muchos menos los aplicados a mujeres, nos queda en una cantidad
mucho más reducida el caso de mujeres procesadas en cuyos casos se
incluían versos que podían entenderse como una blasfemia o herejía.
Acerca de esto asevera Alberro:

De manera general, son consideradas como seres débiles, flacos, igno-


rantes y caprichosos, lo que, en efecto, son a menudo, y sus testimonios
aparecen como menos fiables que los de un varón. Este desprecio, de nin-
guna manera privativo de la Inquisición sino universalmente compartido,
vale para las reas cierta indulgencia, puesto que la inferioridad que se les
atribuye disminuye al mismo tiempo su culpabilidad: no se castiga a un
niño con el mismo rigor que a un adulto (2006: 94).

Por lo general, las mujeres eran poco juzgadas por este tipo de
delitos, la capacidad racional poco valorada de las novohispanas no
permitía que sus palabras fueran tomadas muy en serio. Solo en el

que impugnaba el dogma o la ortodoxia. […] Esto explica que a veces, el tribunal
puede parecer muy riguroso, puesto que una afirmación o una convicción
contraria a un dogma –la Trinidad o la Encarnación por ejemplo– podía llevar al
culpable a la hoguera, mientras que las transgresiones evidentes o hasta crímenes
que actualmente sería sancionados con severidad –muerte lograda mediante
maleficios, rapto, etc.– eran vistas como flaquezas de un pecador, dignas, al fin y al
cabo, del perdón debidamente acompañado de un castigo, relativamente benigno,
en la mayoría de los casos» (2006: 85).
48 YADIRA MUNGUÍA

caso de las mujeres judaizantes, los procesos y los castigos eran a la


par del hombre. Las consecuencias después del proceso tendían a ser
leves. Las mujeres que sufrieron procesos eran en su mayoría judai-
zantes, falsas beatas, iluminadas y hechiceras, y dentro de este grupo
las mayores consecuencias eran para las judías; las iluminadas y las
hechiceras eran vistas incluso con benevolencia.
La investigación documental que se llevó a cabo para esta pesquisa
abarcó dos áreas, en primer lugar, verificar si las poetas novohispanas
de que tenemos noticia tuvieron alguna denuncia o proceso; en segun-
do lugar, una búsqueda exhaustiva de obras poéticas en los procesos
realizados a mujeres. Cabe destacar que, aunque existen obras de mu-
jeres que fueron captadas por el Santo Oficio y llevadas a proceso,
sobre todo por autobiografías de beatas e iluminadas, nos enfocamos
aquí solo en las obras poéticas escritas en verso, motivo por el cual se
reduce significativamente el universo de nuestro corpus.
El fondo utilizado en esta ocasión fue el Ramo Inquisición del
Archivo General de la Nación de México (AGN), y se revisaron
casos de denuncias y procesos a mujeres relacionadas con tres de-
litos principales: falsas cristianas (judaizantes), beatas iluminadas y
blasfemia. Dentro de estos casos, se separaron los procesos donde se
contenían poemas.
Dentro del corpus de procesos con poemas, la mayoría son varones
o bien versos anónimos, que aunque resultan ser muy interesantes no
pudieron ser considerados para este trabajo, ya que la intención es la
búsqueda de poetas mujeres, procesadas por la Inquisición, o por lo
menos que la documentación tuviera composiciones poéticas escritas
por ellas, aun cuando su finalidad no fuera literaria, que fue el resulta-
do de la mayoría de los casos.
Se realizó una compilación, utilizando variedad de fuentes, como
publicación de los concursos literarios, historias de conventos, his-
torias de la literatura, monografías y artículos, en busca de una lista
general de poetas novohispanas. A lo anterior se sumó la búsqueda
de archivo de las poetas procesadas aun cuando no figuraran en los
registros literarios. Las mujeres que escriben versos y aquellas que son
procesadas son criollas, de familias poco destacadas y con moderados
recursos económicos; una buena cantidad de ellas son monjas que vi-
vieron en el siglo xviii.
POESÍA NOVOHISPANA FEMENINA BAJO LUPA INQUISITIVA 49

De las poetas podemos contar a las siguientes, quienes están con-


tenidas de alguna forma en los trabajos relacionados con la literatura
novohispana.

Siglo Inés de la Cruz Castillet y Ayala, D.ª Josefa Antonia Gallegos,


xvi D.ª Catalina de Eslava

Siglo María Inés de los Dolores y Cuellar, D.ª Francisca Carrasco


xvii Ramírez, sor Micaela Josefa de la Purificación, Agustina Josefa
de Jesús Vera Villavicencio Palacios, María Rita Vargas, sor
Josepha de Jesús María, D.ª Isabel de Rivera, Madre María
de Jesús Ágreda, Margarita de Rivera, sor Juana Inés de la Cruz,
Ana de Sayas

Siglo Sor Teresa Magdalena de Cristo, sor Juana de Teresa de San


xviii Antonio, sor Sebastiana María Josefa de la Santísima Trinidad,
sor María Josefa de San José, sor Catarina Josefa de San Francisco,
D.ª María Guerrero, D.ª María Dávalos y Orozco, María Dolores
López, María Teresa Medrano, D.ª Francisca García de Villalobos,
D.ª Ana María González, D.ª Blanca Méndez de Rivera, D.ª Josefa
Guzmán, D.ª Juana de Góngora, María de Santa Clara,
D.ª María Navarro, María Ana Águeda de San Ignacio, D.ª
Manuela Martínez, D.ª Nicolasa Hurtado de Mendoza, D.ª María
Sánchez Anaya, D.ª Clementa Vicenta Gutiérrez, María Marcela
Soria, Phelipa Olaeta, Isabel de Tinoco

Cuadro 1.

De las poetas mencionadas antes, la mayoría no tiene relación con


procesos inquisitorios, de las que sí aparecen, son pocas las féminas que
son sujeto de proceso, las demás son mencionadas en casos ajenos que
nada tienen que ver con obras poéticas. Del corpus anterior, las mujeres
que aparecen en algún caso inquisitorio son las siguientes: D.ª Catalina
de Eslava, en un proceso de deudas; D.ª María de Estrada Medinilla
y sor Micaela Josefa de la Purificación, en un proceso ajeno; la beata
Agustina Josefa de Jesús Vera Villavicencio Palacios, María Rita Vargas,
sor Josepha de Jesús María, D.ª Isabel de Rivera, madre María de Je-
sús Ágreda, D.ª María de Rivera, sor Juana Teresa de San Antonio, sor
María Josefa de San José, D.ª Blanca Méndez de Rivera y D.ª Juana de
Góngora, por superstición. Además de las anteriores, podemos destacar
a Phelipa Olaeta y Ana de Sayas, como casos especiales.
50 YADIRA MUNGUÍA

Dentro de este nuevo corpus, aunque alguna vez escribieran poesía,


son pocas quienes sus versos son tomados como prueba dentro del pro-
ceso o bien que fueran causa del mismo. Con lo anterior, comprobamos
lo afirmado más arriba, las mujeres no eran consideradas dentro de los
procesos por blasfemia o herejía, aun cuando sus poemas tuvieran ca-
racterísticas suficientes para su denuncia. Sin embargo, en el universo
de acusaciones y de procesos, sobre todo, de alumbradas, hechiceras y
judaizantes, de muy pocas se incluyen poemas. Aun cuando hay proce-
sos que los contienen, son casi nulos los casos de aquellas que escriben
los versos y menos quienes escriben con fines literarios.
Lo anterior nos muestra que las mujeres acusadas, procesadas y
culpadas en la Inquisición por lo general no fueron poetas declaradas,
sino muy por el contrario, las poetas que tomaron la pluma con este
fin nunca se vieron inmiscuidas en asuntos del Santo Oficio, por lo
menos no por sus obras, como es el caso de sor Juana Inés de la Cruz
y el sermón La fineza mayor, de Francisco Xavier Palavicino.
En los casos de mujeres nuevas cristianas o de ascendencia conver-
sa, que son mayoritarios en las denuncias inquisitoriales a mujeres,
por lo general no se incluyen poemas; los pocos que encontramos son
oraciones que servían para sustituir rituales declarados o traspasar la
fe entre unas y otras, es curioso notar que era mucho más sencillo para
las mujeres llevar la fe judía disfrazada que los hombres7, debido a que
muchas tradiciones podían encubrirse como costumbres hogareñas.
Según Solange Alberro, las mujeres judaizantes solían ser de edad ma-
dura y fungir como guía de otras mujeres en la misma situación. Los
versos que encontramos en sus procesos se refieren siempre a oracio-
nes con motivos judíos.
Un caso interesante para mostrar los procesos a mujeres acusadas
por judaizantes donde se incluyen versos es el caso de D.ª María de
Rivera (AGN, Inq., vol. 403, exp. 3, fols. 371r-372v), peninsular, na-
cida en Sevilla y viuda de Manuel de Granada. D.ª María es procesada
a causa de diversas denuncias donde se describen situaciones de la
vida cotidiana que la demuestran como practicante oculta de la «fe de
Moisés». En las declaraciones D.ª María Rivera se nombra «católica,
bautizada y confirmada», pero las denuncias describen lo contrario.

7. Para ampliar la información de mujeres acusadas por judaizantes en la Nueva Es-


paña, véase Alberro (2006).
POESÍA NOVOHISPANA FEMENINA BAJO LUPA INQUISITIVA 51

De estas circunstancias y actos que la acusan podemos destacar las


siguientes: hace repetidos ayunos en los días tradicionales para los
judíos, come pescado en la noche, visita personas que al parecer tam-
bién practican la misma fe y, sobre todo, enseña oraciones y ensalmos
judíos. Cabe destacar que las oraciones, todas escritas en verso no son
de autoría propia, todas son aprendidas y transmitidas de persona a
persona de forma oral, obviamente por el riesgo que constituía llevarlo
a la letra, D.ª María lo hace por petición de los fiscales. Tras la valo-
ración de las pruebas, D.ª María es declarada culpable y condenada a
cadena perpetua. Poco después de iniciarse en el cumplimiento de su
pena D.ª María se deja morir de hambre.
De entre las mujeres beatas, ilusas y alumbradas, tenemos una bue-
na cantidad. Sobre todo en el siglo xviii encontramos casos diversos
de estas mujeres que, según Águeda Méndez:

Eran “mujeres que, bien en sus casas, solas o en comunidad con otras,
emparentadas o no, dedicaban el resto de sus días a la religión”. Lleva-
ban indumentaria distintiva y, las que pertenecía a alguna orden, hábito.
Estas últimas respetaban las reglas pero no tenían obligación de clausura,
no hacían votos y estaban subordinadas a la autoridad de las parroquias.
También se daba el caso de que vivieran solas o con alguna persona o fa-
milia que les proporcionaba manutención. Muchas de ellas se dedicaban a
la caridad y la asistencia (2001: 43).

Dentro de este motivo de proceso inquisitorial sí encontramos ca-


sos de textos escritos por mujeres, sobre todo, en las autobiografías, de
las cuales hallamos considerable cantidad, principalmente en el siglo
xviii. Las menos son las beatas e ilusas8 que escriben versos, aunque
sí existen varios casos. El de María Rita Vargas y María Luisa Celis,
tratado ya por Águeda Méndez y Edelmira Ramírez Leyva, no incluye
textos, sino que los pronunciamientos tomados como heréticos son
descritos por su confesor, quien hace la denuncia y describe las causas.
El 11 de mayo de 1796, María Phelipa Olaeta (AGN, Inq., vol.
1391, exp. 8, fols. 163-195), doncella de aproximadamente 24 años,

8. Recordemos que las ilusas eran aquellas mujeres que fingían extrema beatitud y
que por lo general veían visiones, padecían enfermedades y tenían de alguna forma
comunicación directa con Dios, la Virgen o algún santo. Estas visiones y arrebatos
rallaban muchas veces en lo blasfemo y herético.
52 YADIRA MUNGUÍA

compareció por voluntad propia ante el tribunal de la Santa Inquisi-


ción con una acusación sobre sí misma de herejía, torpeza y abuso del
sacramento de la penitencia. La intención de delatarse surgió después
de su confesión con fray Francisco de Jesús María y Joseph, quien
identificó las faltas. El fiscal encargado de llevar el proceso fue el pro-
pio Francisco de Jesús María, presbítero y religioso de la orden car-
melita, nombrado comisario del Santo Oficio. El proceso inquisitorio
aplicado a Phelipa Olaeta fue sencillo, la buena disposición de la joven
aceleró el proceso y atenuó la consecuencia de forma considerable. En
pocos meses Phelipa estaba libre de toda culpa.
El 11 de mayo de 1796, Phelipa asistió a acusarse al tribunal llevan-
do como prueba sus versos, considerados herejes, el 3 de junio, menos
de un mes después fue citada para responder a una serie de preguntas
para indagar el porqué de las proposiciones heréticas. El 13 de junio
se revisa y discute por parte de fiscales y oficiales el caso completo,
poniendo especial atención en los poemas de Phelipa para, finalmente,
el 15 de junio dictar una sentencia laxa y permisiva, dando las gracias al
confesor por su atención al caso. Olaeta quedaría absuelta después de
cumplido el mandato del tribunal el 2 de diciembre del mismo 1796.
Cabe destacar que Phelipa Olaeta es procesada principalmente
por blasfemia, reflejado en sus comentarios desafortunados frente
a otras personas, criticando de manera jocosa decisiones divinas o
en referencia del físico poco agraciado de santos, calificados por la
joven como «feos». A la par de dichos comentarios se usó como
prueba de las acusaciones ciertos versos, aunque no de su autoría9,
que solía cantar. La poesía jocosa en este caso es el principal agente
de comprobación de las faltas de las que es acusada Olaeta. En sus
declaraciones, da detalle de sus malas proporciones y da cuenta por
escrito de los versos cantados. Nos llama la atención el uso de la lite-
ratura como prueba irrefutable de la falta herética y blasfema (AGN,
Inq., vol. 1391, exp. 8, fol. 168).
Como sabemos, Phelipa no tuvo, gracias a su cooperación, mayo-
res problemas: se vio obligada a cumplir las penitencias impuestas por
su confesor, como rezar y estudiar de forma reflexiva el catecismo, no
asistir a festejos o eventos públicos y ayunar todos los viernes, siem-

9. No se incluyen los versos incluidos en el proceso debido a la falta de total autoría


por parte de Phelipa Olaeta.
POESÍA NOVOHISPANA FEMENINA BAJO LUPA INQUISITIVA 53

pre y cuando su salud se lo permitiese10. La conclusión de este caso


nos deja ver cuán sencillos y burocráticos resultaban muchos de estos
procesos inquisitorios.
El caso más interesante dentro de las poetas novohispanas proce-
sadas por la Inquisición es sin duda el de Ana de Zayas, personaje
polémico y atrayente que se ha mantenido en la penumbra de las in-
vestigaciones e ignorada en la mayor parte de las antologías de poesía
novohispana. Resalta, sin embargo, el invaluable trabajo de investiga-
ción que hace sobre la autora Concepción Zayas (2001; 2017). Ade-
más de ello, tenemos la mención de la poeta dentro de artículos, sobre
todo, que versan sobre el tema de los alumbrados11.
Ana de Zayas12, nacida en Puebla hacia 1650, era contemporánea de
sor Juana; apenas dos o tres años debieron separarlas. Dos puntos más
de unión tenemos entre ellas, por un lado el hecho de su amplia cultura
y talento versificador y, por el otro, la amistad con D. Manuel Fernán-
dez de Santa Cruz. Ana de Sayas no fue una monja, ámbito favorable a
los estudios femeninos. Su situación de casada, es posible que redujera
la facilidad para leer y escribir, pero parece que pese a ello tuvo un
desarrollo favorable. Conocemos de ella muy pocos textos, como el
llamado Danza moral o juego de maroma, que se conservó gracias a
que fue procesada por la Inquisición entre 1694 y 1700, proceso largo,
difícil y con altibajos, en el que fueron y vinieron los papeleos, pero
del cual salió bien librada sin ninguna consecuencia, gracias a la inter-
vención del obispo Manuel Fernández. Santa Cruz con este hecho nos

10. Fray Francisco de Jesús María, encargado del proceso, nos da una detallada na-
rración de la penitencia completa impuesta a Phelipa Olaeta y cuál fue el proceso
en el cual se arrepiente y retracta de sus faltas (AGN, Inq., vol. 1391, exp. 8, fols.
190-191).
11. Concepción Zayas nos dice lo siguiente acerca de los alumbrados: «alumbrados
o iluministas, secta radical de carácter místico que originalmente surgió en Gua-
dalajara, España, en las primeras décadas del siglo xvi, fueron uno de los grupos
que brotaron dentro de la gran conmoción religiosa que sacudía la Europa de
entonces. Los alumbrados se nutrieron de la mística tradicional de occidente y
el neoplatonismo gnóstico reavivado por el Renacimiento, y su idea central era
concebir a la fe como amor o experiencia» (2001).
12. El proceso llevado contra Ana de Zayas es largo; se inicia en 1694 y termina hacia
1700. Por lo anterior, la cantidad de documentos expedidos son numerosos, sobre
todo, por la insistencia de Manuel Fernández de Santa Cruz al tratar de quitarle
responsabilidad declarándola «mal de la cabeza» (AGN, Inq., vol. 692, exp. 2, fols.
164-315).
54 YADIRA MUNGUÍA

deja ver su simpatía y aceptación de las letras femeninas y nos asegura


más la falsa enemistad entre el obispo y sor Juana.
A Ana de Zayas se le procesó por alumbrada, tomando como
prueba principal su poema. Lo anterior es importante, pues entre los
procesos inquisitorios a mujeres donde se incluyen versos, este es una
excepción, pues tenemos una obra de autoría de la acusada, que tiene
fines literarios y no se trata de oraciones o conjuros, como en otros
casos. La poeta nos demuestra que aunque difícil, el acceso de las mu-
jeres casadas al mundo intelectual y literario no era imposible. Zayas
supo combinar su vida marital y de madre con la escritura, circunstan-
cia que la anota en una reducida lista de poetas seglares novohispanas.
Debemos destacar, sin embargo, que su mayor acercamiento a las
letras se dio no en el matrimonio, sino cuando, después de lograr la
separación de su marido a causa de malos tratos y concubinato, se re-
fugió en un recogimiento de mujeres administrado por Fernández de
Santa Cruz, lo cual demuestra su amistad y la protección que le brindó
el obispo, durante y después del proceso inquisitorio. El apoyo que
recibe Ana de Zayas del obispo nos recuerda la también amistad de
Fernández de Santa Cruz y sor Juana, dándonos una buena pauta para
pensar que gustaba y apoyaba la escritura de las mujeres, alejándonos
de la idea de una fuerte enemistad entre los dos personajes.
La mayor estrategia de Santa Cruz para quitarle responsabilidades
a la poeta fue declararla perturbada de sus facultades mentales: recor-
demos que el Santo Oficio no procesaba locos. El papeleo inquisitorio
duró tantos años porque pese a la respetable opinión del obispo, el
texto de Zayas parecía estar construido por una mujer perfectamente
cuerda, veamos un fragmento:

Ay, le, le,


Que no hay más que tener fe.
Ay, le, le,
Y yo les diré por qué.
Pues Dios me dice en D.
Ay
Dexaré en manos de Dios
Y en su sola providencia
Es por sacar a bailar
De la mano a la Prudencia.
Oh, que valiente osadía
POESÍA NOVOHISPANA FEMENINA BAJO LUPA INQUISITIVA 55

Ha menester la milicia
Pero qué valiente sale
A acompañar la justicia.
Hace cortesía de mano
Que no la usa de cabeza
Porque lleva de resguardo
Una fuerte fortaleza
(Zayas 2006: 441).

Aunque el texto de Ana de Zayas parezca sencillo e inocente, sus


conceptos suponen conocimientos filosóficos y religiosos13, lo que
la convierte en una mujer excepcional para su contexto, tomando en
cuenta sus características biográficas. Es quizá por esto último que
contó siempre con el apoyo del obispo, quien pasó por alto sus incli-
naciones alumbradas, demostradas en sus versos. Mujeres fuera del
estereotipo femenino novohispano.

Palabras finales

La poesía femenina novohispana no fue abundante; sin embargo, sus


páginas van más allá de considerar solo a sor Juana Inés de la Cruz,
aunque la brillantez de sus letras y su vida nos hiciera parecer lo con-
tario. Desde el siglo xvi y hasta principios del xix, en que todavía po-
demos hablar de virreinato, las mujeres se dejaron sentir dentro del
mundo intelectual y letrado, aunque, por supuesto, de forma reducida,
considerando la deferencia de oportunidades de educación y publica-
ciones entre hombres y mujeres.

13. Concepción Zayas, hace una excelente síntesis de las ideas filosóficas y teológicas
implicadas en su poema. Veamos lo siguiente: «Aunque el caso de Ana de Zayas
da muestra de un cuerpo heterodoxo con características propias, ofrece también
significativas consonancias en la raíz del alumbradismo español: la búsqueda de
una religiosidad experimental y venturosa, la práctica del ejercicio ascético del
dexámetro y con ello la defensa de la revelación interior por encima del dictamen
eclesiástico, así como una asimilación muy particular de las filosofías griegas, cuya
esencia de conocimiento con relación a la práctica de la virtud es transmitida por
esta seglar Danza moral. Tal herencia se ve enriquecida con las vanguardias con-
trarreformistas promovidas por figuras de gran influencia como Teresa de Ávila e
Ignacio de Loyola, además de las especificidades culturales y religiosas del contex-
to novohispano» (2006: 426).
56 YADIRA MUNGUÍA

La mayor parte de las poetas novohispanas fueron monjas, con poca


o nula publicidad literaria. Una minoría son mujeres seglares que tuvie-
ron que esforzarse más que las monjas para sobrellevar su vida familiar
en forma conjunta con el estudio. En general nos encontramos con que
las mujeres novohispanas que incursionaron en el mundo de la poesía
no fueron consideradas dentro de los procesos inquisitoriales, salvo al-
gunas excepciones, en las que destaca Ana de Zayas. Podemos concluir
que en el Santo Oficio se encuentra una importante cantidad de poesías,
pero pocas de ellas fueron escritas por mujeres. Las poetas novohispa-
nas siguieron el canon, así como siguieron la belleza de las letras.

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Almirante Juan de Campos. Dirigido a Don Ioseph Lopez Pacheco,
POESÍA NOVOHISPANA FEMENINA BAJO LUPA INQUISITIVA 57

Conde de Santistevan de Gormaz mi señor. Con licencia del Ex-


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58 YADIRA MUNGUÍA

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Motivos tradicionales de hechicería
erótica en denuncias y autodenuncias
inquisitoriales de San Luis Potosí (1629)
Manuel Pérez
Paola Monreal

En 1629 San Luis Potosí era ya un próspero pueblo minero, a pesar de


haber sido fundado hacía más bien poco, en 1592, por el capitán Mi-
guel Caldera1. Un año antes había sido instituida una Real Caja con el
fin de recibir las nada despreciables cantidades de metales procedentes
de las minas, a juzgar por la rica veta de oro que se descubrió justo por
esos meses en la mina del Cerro de San Pedro (Velázquez 2004: vol.
1, 539 y ss.). De modo que se trataba de un pueblo vibrante, habitado
por aquellos personajes que solían atraer las minas: mineros, natural-
mente, soldados y aventureros, pero también clérigos y oficiales de
distinto género, así como indios y negros. Es decir, se trataba de una
sociedad pluriétnica, rica aunque desigual y con fuerte presencia ecle-
siástica; tal vez por ello, como afirma Noemí Quezada, fue también un
lugar en el que la moral religiosa hundió pronto sus raíces2.

1. Se trataba de la fundación oficial, porque en realidad había ahí pueblo desde hacía
tiempo (Velázquez 2004: vol. 1, 461-478). Manuel Muro hablaba de otra funda-
ción, en 1576, por Luis de Leija (Muro 1910: t. 1, 2-3), y Francisco Peña va incluso
más allá al opinar que «de la lectura de la provisión sobre repartimiento de tierras
hecho a los indios tlaxcaltecas y de una declaración de Pedro de Anda, se infiere
que […] se denominaba ya San Luis por el año de 1591, lo que da a conocer que el
nombre de San Luis no lo impusieron los españoles al pueblo que fundaban, sino
los misioneros a la congregación (franciscanos), cuando la establecieron» (Peña
1894: 86). En cualquier caso, el título de ciudad tampoco tardaría tanto, pues fue
concedido el año de 1656, por el virrey duque de Albuquerque, título que fue
confirmado por Felipe IV, el 17 de agosto de 1658 (Muro 1910: t. 1, 13).
2. Al menos así explica Quezada una curiosa discrepancia estadística de San Luis con
el resto del virreinato, en cuanto a la distribución por género de las denuncias a cau-
60 MANUEL PÉREZ Y PAOLA MONREAL

Es en este San Luis Potosí de 1629, entre el 3 de abril y el 22 de julio,


en el que fueron recibidas varias curiosas denuncias y autodenuncias
por Juan de Herrera Sandoval, comisario del Santo Oficio, referidas
a cuestiones de hechicería3. Los denunciantes habían sido enviados al
Santo Oficio por su confesor, un jesuita de nombre Gabriel Díaz4,
quien al parecer les había condicionado la absolución a la exhibición
de una constancia de presentación y autodenuncia ante el comisario5.
El proceso inquisitorial consiste solo en denuncia, sin seguimiento
judicial, pues el comisario no era juez, sino únicamente «un súbdito
del tribunal de la Inquisición de México, era su ‘criado’. Pero al mis-
mo tiempo era su delegado en el distrito y cabeza de los familiares
del Santo Oficio en él», como afirma Martínez Rosales (1983: 415)6.

sa de lo que llama «magia amorosa»: «En esta zona las mujeres y los hombres que se
acercaron a las prácticas mágicas con fines terapéuticos o amorosos fue equilibrada
50% y 50%, proporción muy diferente al resto de la Nueva España, en la cual se
presenta 69% de mujeres en relación con un 31% de varones, lo que permite plan-
tear ciertas hipótesis explicativas para San Luis Potosí. En primer lugar, la represión
impuesta por la religión, con un mayor control moral y sexual, hizo que los varones
y las mujeres por igual se acercaran a la magia; y segundo, probablemente un menor
número de mujeres españolas en la zona, limitó las posibilidades para encontrar a la
esposa ideal que respondiera al modelo social, provocando la incertidumbre en los
hombres, quienes se aproximaron a la magia para lograr sus objetivos» (Quezada
2002: 112). Es verdad que hay poca base para una conclusión de esa naturaleza,
aunque también lo es que la proporción es, en efecto, equilibrada.
3. Dice Alfonso Martínez Rosales que el comisario era relativamente nuevo en el car-
go: «el licenciado Herrera consiguió el título de comisario el 9 de octubre 1627, el
cuál ejerció por casi cuarenta años. Todo esto, mediante la solicitud al alcalde mayor
de San Luis, Juan de Cerezo y Salamanca, un testimonio de las probanzas de su pa-
dre Diego de Herrera, familiar que fue de la Inquisición de Toledo» (1984: 419-420).
4. Natural de Tavira, Portugal, nació en 1574. Entró a la Compañía de Jesús en 1591
y llegó a México en 1599, como profesor de gramática del colegio de Valladolid.
Llegó a Pátzcuaro en 1607 y al año siguiente se ordenó sacerdote; desde entonces
y hasta 1626 estudió la lengua purépecha. En 1626 fue enviado a la misión de San
Luis de la Paz, donde permaneció cuatro años, para luego ser enviado a la Sierra
Tarahumara en donde fundó las Misiones de Las Bocas. Ahí murió el 25 de sep-
tiembre de 1648 (Zambrano 1966: vol. 6, 169-179).
5. Noemí Quezada, quien estudió estos y otros documentos, afirma que los denun-
ciantes «fueron obligados a delatarse por indicaciones de sus confesores, sacerdo-
tes de la Compañía de Jesús, quienes no les otorgaron la absolución enviándolos
ante el Comisario del Santo Oficio. Cabe aclarar, que aquellos que se confesaron
con franciscanos sí fueron absueltos» (2002: 106).
6. Dice, además, que el perfil del comisario podría describirse del modo siguiente:
«un eclesiástico letrado, cristiano viejo, de vida y costumbres ejemplares confor-
me a su estado y a la moral social de la época, de recta conciencia, obediente,
MOTIVOS TRADICIONALES DE HECHICERÍA ERÓTICA 61

Aunque uno de los casos, el de Juan Vizcaíno, sí sugiere la existencia


de algún seguimiento judicial, pues requirió el interrogatorio de una
chocolatera llamada Melchora, que había sido testigo del delito; luego,
la chocolatera mencionó a un negro llamado Francisco, quien también
sería requerido7. Las denuncias fueron las siguientes, expuestas en or-
den cronológico de presentación ante el comisario:
El sábado 17 de marzo de 1629 se recibió la autodenuncia del sastre
Francisco de Arellano, soltero de 26 años, español, «contra sí y contra
Anna de Arellano, su hermana, porque le dio piedra ymán y azero
para alcanzar mujeres» (AGN, Inq., vol. 363, exp. 15, fol. 146r-v).
Aunque la práctica denunciada es aquí realizada por un hombre, pa-
rece fácil, como se verá en otras denuncias (y como se vio desde los
primeros tiempos bíblicos), acusar a una mujer de ser la causa primera
del mal; llama la atención también el hecho de que dicha mujer era,
en este caso, su hermana pues ¿qué clase de amor tendría que haber
entre hermanos para que ella se arriesgase tanto por él cuando fue,
claramente, capaz de traicionarla?
Dos semanas después, el martes 3 de abril, el comisario recibe au-
todenuncia de María Velázquez, joven mestiza de 18 años, esposa de
Juan Miguel, pastor de cabras. El documento dice que la joven «se
labó las partes bajas y dio a un hombre el agua a beber [para que la
quisiese]», lo que efectivamente confesó la joven y, además, que una
india llamada María (que a la sazón se encontraba en Zacatecas) le
había dicho «que para que a las mugeres quisiesen vien los hombres
era bueno qu[an]do acababan de tener eseso [exceso] con ellos labarse
las dichas mugeres las partes bajas y darles a veber aquella labadura»
(AGN, Inq., vol. 363, exp. 12, fol. 140r). Es sin duda, como algún
lector avezado advertirá, una práctica escatológica y una creencia muy
difundida, incluso hasta nuestros días, como adelante se verá.
Justo una semana después, 10 de abril, el comisario recibe la au-
todenuncia de Juan Bautista, mulato, soltero de 33 años, esclavo de
Antonio de Espinosa, presbítero y minero, por haber usado yerbas

sumiso, fiel y reverente con el Tribunal, de espíritu de servicio a la religión, vecino


y/o natural de San Luis, prudente, avisor, enérgico, cauto, discreto y sigiloso, no
‘parlero’, y persona en quien pudiera confiarse; además debería ser limpio de san-
gre» (2002: 410).
7. «Diego de Espinoza [y Melchora, mulata] contra Juan Vizcaíno [por tener un
libro que trataba sobre hierbas]» (AGN, Inq., vol. 363, exp. 19, fols. 154r-155r).
62 MANUEL PÉREZ Y PAOLA MONREAL

para conseguir mujeres (AGN, Inq., vol. 363, exp. 13, fol. 142r);
Juan Bautista alegaba en su defensa que un indio llamado Miguel, ya
difunto, «le dio unas ierbas diciéndole que eran buenas para atraer
mugeres y que le tubiesen amor», con lo cual ya son tres las confesio-
nes que echaban la culpa a terceros, y en dos de los casos a indios que
no podían ser traídos como testigos: una se encontraba en Zacatecas
y el otro estaba muerto.
Al siguiente lunes, el 16 de abril, fue recibida la autodenuncia de
otro sastre, este de nombre Diego Bautista, mestizo, casado de 25
años, «contra sí y Antonio de San Martín, [porque] alcanzó mugeres
traiendo una cabeza de golondrina» (AGN, Inq., vol. 363, exp. 14,
fol. 144r). Que Antonio de San Martín, compañero sastre8, le había
dicho «que para afisionar y atraer a las mujeres a sus boluntades era
buen remedio una cabesa de golondrina que se le pasasen los ojos
con un cabello de muger de parte a parte» (AGN, Inq., vol. 363,
exp. 14, fol. 144r). Luego, pasado poco más de un mes, el viernes 25
de mayo de 1629, el comisario recibe la autodenuncia de Francisco,
negro, esclavo de Francisca de Llama, viuda, por traer tierra de mon-
te para conseguir mujeres; «que avra tiempo de seis meses que un
negro llamado francisco esclavo de Fernando de Salasar y Ribera, de
tierra angola y soltero, le dio a este denunsiante unas tierras que en el
monte avía quitado del pie de un arbolillo que con el aigre se movia
a todas partes y le dixo a este confesante eran buenas para atraer a
las mujeres»9. Curioso, por lo menos, es que un tal Francisco, negro,
denuncie también a un «negro Francisco».

8. Al parecer el colectivo de sastres, una profesión artesanal y liberal, era particular-


mente dado a la ambición y a medrar. Su deseo de mejorar llevaba a los sastres a
ejercer profesiones complementarias, justamente como la curandería: «fuera cual
fuera la causa que provocara este simultanear de actividades —garantía de sub-
sistencia, complemento de retribuciones, enriquecimiento personal—, muchas de
estas situaciones venían animadas por añadidura por un deseo de búsqueda de
protección y significación social, como lo evidencia el acercamiento de numerosas
figuras de sastres a entornos religiosos. Así hemos tenido oportunidad de com-
probarlo en el caso del sastre Juan Francés —mozo del cura de Barajas Ramírez de
Arellano—, quien temporalmente curaba en su casa unas cabalgaduras y trabajaba
en unas labores de obra que el cura realizaba» (Marchant Rivera 2014: 115).
9. «Contra sí y otro negro Francisco […] que trayan tierra del monte para alcanzar
mugeres» (AGN, Inq., vol. 363, exp. 18, fol. 150r).
MOTIVOS TRADICIONALES DE HECHICERÍA ERÓTICA 63

El 28 de abril de 1629, Diego de Espinosa, clérigo de 24 años, de-


nunciaba a Juan Vizcaíno, criado de Juan de Zavala, vecino, por decir
que tenía un libro de hechizos para atraer mujeres10, «que puede aver
un mes poco mas o menos que dicho este denunsiante en cassa de una
chocolatera que se llama Melchiora, mulata, dixo el dicho Juan estan-
do tratando cossas de mugeres ‘calle señora Melchiora que tengo yo
un libro que trata de iervas y con un [ilegible] para qualquier cossa que
quisiere de qualquiera mujer’» (154r). Como se adelantó, posterior-
mente el comisario llamaría a la mulata Melchora para que ratificara la
denuncia, cosa que hizo.
Pasadas varias semanas, el viernes 22 de junio de 1629, Luisa Fer-
nández (15 años, esclava de Simón Pasqua, escribano real) acude a au-
todenunciarse ante el comisario del Santo Oficio y, de paso, denuncia
a Joanna, negra, esclava de Melchor de Guzmán, presbítero, por haber
dado «polvos de uñas en bebida para que la quisiesen». Que Joanna:

[…] le dixo a esta confesante que para que la quisiese bien un hombre le daría
unos polvos, para lo qual le manda a esta confesante se cortase las uñas de los
pies y de las manos y esta confesante lo iso asi y se las llebo de las quales no
sabe de que mas hiso la dicha Joanna negra los dichos polvos, y se los dio a
esta confesante mandandole los diese a vever dos veses al dicho hombre [un
sastre llamado Juan López, español] y esta confesante se los dio a bever una
bes nomas y con estos dichos polvos le a querido el dicho hombre y a tenido
su amistad asta el dia de oy (AGN, Inq., vol. 363, exp. 16, fol. 148r-v).

Finalmente, el 22 de julio de 1629, Martín García, español de cin-


cuenta años que trabajaba en la hacienda de Francisco Bravo, alguacil
mayor, acude a denunciar a Joanna de la Cruz, mestiza, por traer un
envoltorio sospechoso, que el denunciante encontró en la calle a Joa-
nna, con quien «trataba de amores» y «teniendo un enojo con ella
quiso aporriarla y iendole a dar le topo en la faxa que traia faxada un
enboltorio y se lo quito […]»11. Así que se llevó el envoltorio a su casa

10. «Diego de Espinoza [y Melchora, mulata] contra Juan Vizcaíno [por tener un
libro que trataba sobre hierbas]» (San Luis Potosí, 28-29 de abril de 1626) (AGN,
Inq., vol. 363, exp. 19, fols. 154r -155r). «Que no lo dise por odio», afirmó el de-
nunciante después del juramento y antes de la firma.
11. «Martín García contra Joanna de la Cruz, hechicera [le encontró en la faja un
envoltorio con hierba pullumate, cabellos, recortes de uñas y polvos blancos]»
(AGN, Inq., vol. 363, exp. 17, fol. 152r).
64 MANUEL PÉREZ Y PAOLA MONREAL

y lo enseñó a su mujer. Contenía «ierbas con cabesa de las que dicen


se llaman pullumate y juntamente estaban en el dicho enboltorio unas
uñas de gente, recortadas de pies y manos de persona y otro genero
como polvos blanco» (AGN, Inq., vol. 363, exp. 17, fol. 152r); que,
espantados, junto a otras personas, quemaron todo y que de ello salió
humo morado y de otros colores. Finaliza diciendo Martín García
que su mujer lo obligó a denunciar. Llama la atención que, a pesar de
lo sospechoso que resulta la denuncia sin cuerpo del delito, el Santo
Oficio incluya sin más en la relación de los documentos del expediente
el título de «hechicera» para Joanna.
¿Y nosotros? ¿Cómo podríamos llamar estas prácticas? ¿Cuál sería
el término correcto? Porque los nombres han abundado en los estu-
dios sobre el tema: han sido definidas como «magia amorosa» o «magia
erótica», lo mismo que como «brujería amorosa» o «brujería erótica»;
también se ha reconocido ya la diferencia legal entre «brujería» y «he-
chicería», a partir de la ausencia o presencia en alguna de ellas de un
pacto satánico; de modo que conviene ver cuál de dichas definiciones se
ajusta a nuestras denuncias o si habría que recoger una mejor. En primer
lugar, debe decirse que tanto brujería como hechicería pueden conside-
rarse especies del género «magia», entendida esta desde su definición en
el Diccionario de autoridades: «Ciencia o arte que enseña a hacer cosas
extraordinarias y admirables»; de donde se puede deducir que la magia,
a su vez, es solo una de las formas posibles de la maravilla.
Curiosamente, una misma es la etimología para milagro y ma-
ravilla, ambas voces devenidas de la raíz latina mir- que remite a lo
asombroso, a lo admirable; de modo que así como el verbo «miror,
mirari» significa «maravillarse, admirar», el adjetivo «mirus, mira, mi-
rum» significa «admirable, asombroso, maravilloso»; de donde tanto
mirabilis como miraculum reciben el sentido de «hechos admirables,
maravillosos». Es sin duda una etimología que se mantiene en el si-
glo xvii, pues Covarrubias todavía trae una definición en ese sentido:
«Maravilla es cosa que causa admiración, del verbo latino miror-aris,
por admirarse». Por lo demás, miraculum parece haber estado en un
principio más cercano al prodigio o al portento12; y no sería sino hasta

12. Recuérdese cómo en el mundo romano la palabra miraculum era asociada también
a cuestiones corporales: miracula puede ser, para Plauto, una mujer feísima, un
«portento de fealdad» (Pérez Martínez 2008: 49-63).
MOTIVOS TRADICIONALES DE HECHICERÍA ERÓTICA 65

la Edad Media cuando el adjetivo miraculosus comenzaría a referirse


exclusivamente a las maravillas de origen divino, por lo que los mila-
gros se singularizaron frente a las otras maravillas de distinto signo que
poblaban la imaginación y la realidad medievales13. Es Jacques Le Goff
quien ofrece una tipología de lo maravilloso en el contexto medieval,
según la cual lo sobrenatural se dividiría en Occidente, entre los siglos
xii y xiii, en tres dominios: mirabilis, que nombra lo maravilloso con
orígenes precristianos; magicus, lo sobrenatural maléfico, satánico; y,
finalmente, miraculosus, lo maravilloso cristiano. Hay que decir, sin
embargo, que la recuperación latina del vocablo griego μαγικό (magi-
cus) remite más a lo misterioso o sobrenatural que a lo satánico, lo que
sin duda llevaría a Le Goff a sugerir que en esta categoría podía caber
también la «magia blanca» (Le Goff 1985).
De este modo, si la magia es una de las formas posibles de la maravi-
lla, y si la magia misma podría ser clasificada en dos especies: la brujería
y la hechicería (por presencia o ausencia de pacto satánico respectiva-
mente), habrá que discernir el papel del diablo en estos asuntos. Ya Ma-
ría Águeda Méndez nos recuerda que la vinculación de la brujería con
el diablo, hacia el año 1326, había sido el elemento fundamental para su
constitución como delito de herejía, lo que abría la puerta a su perse-
cución inquisitorial14; por ello, el Malleus maleficarum trataría la bru-
jería en estos términos: «Porque en muchos pasajes la ley divina manda
que no sólo debemos evitar a los brujos, sino que también éstos tienen

13. Con todo, todavía en el siglo xvii la diferencia práctica entre el milagro y la hechi-
cería no era del todo clara: «el año de 1657 à 12. de Febrero, estando el Cardenal
Rapacciola del mismo achaque [el “mal de piedra” tan à lo vltimo apretado, que
aviendo passado ya ciento, y siete horas de supression continua, recibidos los Sa-
cramentos, esperaba por instantes la muerte. Su confessor acordandose de aquel
milagro, escrive al punto en vna cedulita de papel estos versiculos de la Iglesia: In
Conceptione tua, Virgo, Immaculata fuisti: Ora pro nobis Patrem, cuius Filium
peeristi. Daselo en agua a beber al enfermo, que era devotissimo deste misterio; y
al punto hechò siete piedras, y en vna dellas embuelta aquella cedulita, y quedò
en vn momento sano» (Martínez de la Parra 1691-1696: vol. II, 7). Puede verse
también Pérez Martínez (2017: 557 y ss.).
14. Se trata de la bula Super illius specula, en 1326, de la que escribe María Águeda
Méndez, siguiendo a Jean Delumeau: «La importancia de este documento radi-
caba en que a partir de entonces la brujería se consideraba herética y, por tanto, a
los inquisidores se les facultaba para perseguirla. La razón era contundente: “los
magos al adorar al diablo y hacer un pacto con él [...] volvían la espalda a la fe
verdadera”» (Méndez 2014: 218).
66 MANUEL PÉREZ Y PAOLA MONREAL

que ser ejecutados, y en realidad no impondría esta pena definitiva si los


brujos no hicieran reales y auténticos pactos con los demonios para pro-
vocar verdaderos daños y maldiciones» (Kramer y Sprenger 2006: 51).
Se trata de una distinción con base en la causa eficiente del hecho,
lo que configura varias clases diferentes de delito y, con ello, varios
castigos; como consignara Martín del Río en sus Disquisitionum ma-
gicarum libri sex15. Así, la brujería sería perseguida como un crimen
mayor contra la fe y la religión; de modo que a partir de tal concepción
jurídica la bruja, como delincuente y como personaje de relatos orales,
particularizaría sus rasgos de identidad sobre, justamente, «el pacto
y la cohabitación con el Demonio, la propiedad de volar y el carácter
maléfico y nocturno de sus prácticas», como afirma Ana María Mora-
les (2000: 302-303)16; mientras que la hechicería quedaría en el imagi-
nario colectivo asociada al conocimiento y uso de elementos naturales,
a la curandería y, por supuesto, a la alcahuetería17. En nuestra opinión,
tal distinción no es irrebatible como concepto cultural, por más que
los tratados jurídicos de la época abunden en clasificaciones hechas a
partir de ese criterio; porque no siempre una definición jurídica puede
dar cuenta con precisión de fenómenos culturales complejos en los
que se transgreden varios límites: el de la ortodoxia o el de las leyes
naturales, por ejemplo18.

15. «Tam late sumptae Magicae divisio, petenda ex causis finali et efficiente. Ab efficiente
ducitur divisio in Naturalem, Artificiosam et Diabolicam; quia cuncti effectus eius
adscribendi sunt, vel infinitae rebus naturae, vel humana industriae, vel cacodaemonis
malitiae. A finali causa, recte dispartitas: primo in bonam, si bona intentione et licitis
mediis utatur (quod tantum competit artificiosae vel naturali) et in malam, cuius nem-
pe finis vel media, quibus utitur, prava sunt; haec peculiaris est Magiae prohibitate,
quam idolatriam tacitam et superstitionis speciem ese diximus» (1679: 4).
16. Sobre esta concepción de la bruja como maga satánica pueden verse también Gue-
rrero (2007: 56 y ss.) y Gallardo Arias (2011: 77-111).
17. Adelante abundaremos sobre el énfasis femenino que esta última asociación trajo
para las prácticas de hechicería, por lo pronto, véase lo que al respecto afirma
María Vázquez Melio (2016: 713): «a lo largo del siglo xiv y comienzos del xv
[…] asistimos también a un proceso de depreciación, demonización y consiguien-
te marginación de aquellas mujeres que poseían todo un conjunto de prácticas,
habilidades y saberes tradicionales relacionados con el ámbito de lo femenino; es
decir, prácticas ancestrales que tenían que ver con los procesos naturales que van
desde la sexualidad, la salud femenina o la procreación, en donde va a destacar la
denostada figura de la comadrona como se percibe en el Malleus maleficarum».
18. De hecho, otro tanto sucedería en la persecución de idolatrías (desde la Edad Me-
dia) cuyo concepto de «idólatra» podía ser entendido de dos modos: idólatras eran
MOTIVOS TRADICIONALES DE HECHICERÍA ERÓTICA 67

Y es que, como apuntan Alberto Montaner y Eva Lara, las concep-


ciones de brujería o de hechicería son diferentes si tratamos su uso en el
ámbito tradicional o en el teológico; de modo que podríamos pensar en
otras distinciones, como el de «magia alta» vs. «magia baja», por ejemplo:

La primera comprende la astrología, la alquimia y la nigromancia; la


segunda, la hechicería, la curación mediante encantamientos y la adivina-
ción. Es decir, la magia se va concretando en una serie de ramificaciones
que no van a representar más que la encarnación precisa de ese intento de
influir en un cierto estado de cosas y, según use unas estrategias u otras
para lograr sus objetivos, se hablará de una u otra de las mencionadas
magias (2014: 51).

Asimismo, como ya proponía Martín del Río, podrían distin-


guirse tipos de magia también por su causa teleológica (es decir, por
su fines), y así encontraríamos «magia blanca» vs. «magia negra»:
una dedicada al bien y otra, al mal; criterio que si bien podría hacer
coincidir la magia negra con la brujería19, no deja claro que la magia
blanca esté efectivamente libre de participación demoniaca o al me-
nos, de la presencia de algún daemon de raíz precristiana (Montaner
y Lara 2014: 54).
Incluso en el ámbito normativo la distinción entre brujería y he-
chicería no era tan clara. Ángel Gari, citando a Isidro de San Vicente
(inquisidor del reino de Mallorca desde 1613 y, después de 1650, de
Toledo), afirma que los magos podrían organizarse con base en la si-
guiente jerarquía: «brujos-brujas[,] como los que participan en juntas
(aquelarres), real o imaginariamente, y practican daños como ejecuto-
res de las órdenes del demonio. A continuación se extiende a los he-
chiceros, adivinos, invocadores de demonios y supersticiosos» (1991:
45). Es decir, la hechicería también implicaría la ayuda de demonios,
como lo reconoce el Diccionario de autoridades, que define el verbo
«hechizar» como «hacer a alguno muy grave daño, ya en la salud, ya
trastornándole el juicio vehementemente, interviniendo pacto con el

los hierberos y curanderos, más o menos tolerados, como lo eran los «doctores
de idolatría», a quienes se les adjudicaba alevosía y comunicación con el Diablo
(Pérez Martínez 2013: 221-252).
19. La magia negra es, según el Diccionario de autoridades, «el abominable arte de in-
vocar al demónio, y hacer pacto con él, para obrar con su ayuda cosas admirables
y extraordinárias. Latín. Magia supersticiosa, vel diabolica» (Aut., s.v. «Magia»).
68 MANUEL PÉREZ Y PAOLA MONREAL

demonio, ya sea implícito, ya explícito»20. Para confundir más, cuando


el mismo Autoridades define «brujería» remite a la hechicería y no
solo al maleficio21.
Con todo, las denuncias que aquí nos ocupan sí que podrían clasi-
ficarse como casos de hechicería simple y llana, magia natural, popular
e inocua en términos de presencia demoniaca, aunque el criterio jurí-
dico pueda quedarse corto para nombrar las muchas facetas de estos
actos mágicos vinculados al erotismo. Como se adelantó, el nombre
más común que se ha dado en los estudios de estas prácticas ha sido el
de «magia amorosa», mismo que coincide en lo fundamental con el de
philocaptio, concepto usado para estudiar las formas de la hechicería
asociadas a la figura de la alcahueta, de la que Celestina es sin duda el
paradigma hispánico (Cátedra 1989)22.

20. Aut., s.v., «Hechizar». Tampoco Covarrubias parece reconocer en su Tesoro el cri-
terio diacrítico del pacto diabólico: «Cierto género de encantación con que ligan a
la persona hechizada de modo que le pervierten el juicio y le hacen querer lo que
estando libre aborrecería (esto se hace con pacto del demonio expreso o tácito);
y otras veces, o juntamente, aborrecer lo que quería bien con justa razón y causa,
como ligar a un hombre de manera que aborrezca a su mujer, y se vaya tras la que
no lo es, y los hechizos como los daños que causan las hechiceras, porque el de-
monio los hace a medida de sus infernales peticiones» (Tesoro, s.v., «Hechicería»).
21. «El acto executado por maleficio y hechicería. Lat. Maleficium. Incantatio. LAG.
Diosc. lib. 3. cap. 37. Untándose con este ungüento, se adormecen y sueñan las
bruxerías que de ellas se cuentan» (Aut, s.v., «Bruxeria»). Cabe agregar que cuan-
do Autoridades define «bruja» incluye también el pacto diabólico: «Comunmente
se llama la muger perversa, que se empléa en hacer hechizos y otras maldádes, con
pacto con el demónio, y se cree, ù dice que vuela de noche. Díxose assi por analo-
gía de la Bruxa ave nocturna» (Aut. s.v., «Bruxa»).
22. De nuevo es aquí el Malleus maleficarum la fuente preferida para el conocimiento
de su concepto en la Edad Media, a pesar de que este no haya sido precisado, ni
en el Malleus ni en los estudios contemporáneos; de este modo, cuando el Malleus
señala que las brujas «innumera Maleficia pertractant, eorum animos ad amorem
illicitum vel Philocaptionem adeo immutando, vt nulla confusione, aut persuasione
ab eis desistere valeant» («mediante toda clase de hechizos provocan la muerte de
su alma debido al ansia excesiva del amor carnal, de manera que ni la vergüenza ni
la persuasión pueden disuadirlas»); y adelante: «sed quia per hanc distinctionem
non possumus discernere, qualiter interdum amor illicitus sed philocaptio procurari
potest, est vlterius advertendum, quod Diabolus licet non possit esse causa illius
inordinati amoris, directe cogendo hominis voluntatem, potest tamen esse per
modum persuadentis» («y porque esta distinción no es suficiente para explicar
cómo el demonio produce una frenética infatuación del amor, debe señalarse que,
aunque no pueda causar este frenesí mediante la compulsión de la voluntad, puede
llegar a lograrlo por medio de la persuasión») (1669: vol. 1, 47 y 48 respectivamente).
MOTIVOS TRADICIONALES DE HECHICERÍA ERÓTICA 69

De este modo, si en las nociones de magia amorosa o de philocap-


tio cabe tanto un pacto satánico como un brebaje, convendría volver
al más preciso término de «hechicería» para nuestros casos; y si, en el
mismo sentido, el adjetivo «amorosa» diluye la definición al punto en
que permitiría algún tipo de magia culta, platónica23, conviene pensar
en un término más duro y preciso, como el de «hechicería erótica»24.
En los documentos que aquí se estudian no hay lugar ni para el demo-
nio ni para el amor sublime de los poetas cultos, pues se trata de una
magia mucho menos platónica y muchos menos malvada, que remite a
prácticas más bien populares y que vive –aún– también en motivos de
la tradición oral. «Hechicería erótica», entonces, por cuanto que se trata
de prácticas mágicas cuya causa no implica pactos con el diablo, y por
cuanto la dimensión del amor aquí buscado es erótica y sexual.
Detengámonos un poco en la consideración de las «causas jurí-
dicas» de las denuncias y autodenuncias por hechicería erótica aquí
presentadas: usar piedra imán o una cabeza de golondrina para al-
canzar mujeres, usar «lavadura» de partes bajas o polvo de uñas para
alcanzar hombres, etc., todas ellas pueden encontrarse también como
motivos narrativos tradicionales, en la época de las denuncias, antes y
después de ellas, algunos de estos motivos estarían vigentes, incluso,
hasta la actualidad; lo que sugiere la existencia de una matriz cultural,
narrativa, que coadyuva a configurar el hecho jurídico o litis; es decir,
que los diligentes inquisidores y sus asistentes podrían haber estado
persiguiendo durante todos esos años no otra cosa que realidades
literarias. Ya Solange Alberro ha reseñado aquel caso de mentalidad

Tampoco en el Formicarius (1475), de Juan Nider, encontramos una definición en


toda regla, aunque sí una tipología: «De philocaptione igitur seu amore inordinato
vnius sexus ad alterum, scire debes quod triplici de causa oriri potest. Aliquando ex
sola in cautelarum: Aliquando ex tentatione Daemonum tantum: aliquando vero ex
maleficio necromanticorum similiter et Daemonum» (1602: 361).
23. Como aquella magia que conduce a un amor esencialmente distinto del erotismo
y de la sexualidad, como escribió Octavio Paz: «En todo encuentro erótico hay un
personaje invisible y siempre activo: la imaginación, el deseo» (1993: 15).
24. Tal como la describe Óscar González siguiendo a Solange Alberro: «la hechicería
erótica […] era la más recurrente en la sociedad novohispana de los siglos xvi y xvii,
pues consistía en la búsqueda de favores sentimentales o sexuales que un hombre y,
principalmente, una mujer (en razón a las dinámicas sociales de la época) deseaba
obtener de una persona ajena o reticente a sus intenciones, por lo que acudía a una
hechicera que con amuletos, conjuros, bebedizos o amarres, entre otras prácticas de
magia y superstición, atraía al ser amado» (2013: 71) (Alberro 2006: 92).
70 MANUEL PÉREZ Y PAOLA MONREAL

supersticiosa, ocurrido hacia el siglo xvii en los alrededores de Aca-


pulco, que se coló a un proceso judicial: un hombre es apresado por
haber matado un caimán en el momento en que una anciana moría
cerca de ahí; dicha anciana, en el momento de su muerte dijo que la
mataba aquel que mataba el caimán, y ello fue argumento suficiente
para considerar al señalado como culpable de asesinato de la mujer. La
acusación se fundamentaba tanto en la fama de hechicera de la vieja
como en la probabilidad de una manifestación de su «nahual», pues
seguía viva la creencia indígena en la doble alma de ciertas personas
poderosas (una alma humana y otra animal), tanto como de la antigua
costumbre europea de atribuir a las brujas el poder de transformarse
en animales; en cualquier caso, ello muestra el valor jurídico que podía
tener una creencia popular (Alberro 1997: 105).
Por ello propongo estudiar estas causas jurídicas como motivos
narrativos, con el fin de sentar las bases de su entendimiento como
elementos suprajurídicos y cuasi literarios. El Diccionario de retórica
y poética de Beristáin define el motivo como una unidad sintáctico-
temática recurrente en la tradición en virtud de que ofrece algo
inusual y sorprendente, distinta del lugar común25; motivo es aquella
construcción cuyos elementos se hallan unidos por una idea o tema
común, son unidades capaces de pasar de una cultura a otra y de
integrarse en conjuntos más vastos. De este modo, en la narratio (de
un discurso jurídico tanto como de uno literario) la suma de motivos
armarían el argumento: la serie de hechos sobre cuya base se teje la
historia; así, la repetición de un motivo da lugar a la aparición de lo
que se conoce como leitmotiv, motivo recurrente y ordenador de los
elementos (u otros motivos) integrantes del texto; alguno de estos, en
función de su posibilidad de condicionar o ejercer dominio sobre el

25. Diccionario de retórica y poética: s.v. «motivo». Es la definición más simple y co-
nocida, que sigue en mucho aquella otra definición, también tópica, de Haggerty
Krape: motivos son «los elementos más pequeños –personajes, objetos, inciden-
tes– capaces de perdurar en la tradición» (1963: 21). En realidad, para una defini-
ción de motivo en toda regla tendríamos que remontarnos a Alexander Veselovski,
sobre cuyos postulados se construyó la mayoría de los estudios posteriores del
cuento tradicional; como se sabe, en su Poética de los argumentos (1913), Veselo-
vski entendió el motivo como la unidad más simple de la narración, aquella que
contenía una proposición narrativa básica y que, en conjunto con otros, podía
constituir un tema (Propp 1986: 25). Lo mismo que Boris Tomachevski para quien
el motivo es la «unidad mínima de significación» (1982: 185-186).
MOTIVOS TRADICIONALES DE HECHICERÍA ERÓTICA 71

texto en su conjunto, se pueden convertir en motivos temáticos. Se


trata de una lectura que puede coincidir con algunas aproximaciones
cuasi-gramáticas de la escuela formal-estructuralista, en las que

La estructura del motivo puede ser comparada a la estructura de la


proposición (juicio). [Para lo que] Proponemos que se considere el moti-
vo como un micro sujet en un acto, cuya base es la acción. La acción en el
motivo es el predicado del que dependen los argumentos-actantes (agens,
patiens y así sucesivamente). Del predicado depende el número y carácter
de los mismos. El motivo debe abarcar esa estructura en su totalidad (Me-
letinski 1993: 132-133).

Naturalmente, una definición estructural de motivo nos serviría


para intentar precisar la función que esta unidad narrativa cumple al
interior de las denuncias, acusaciones y sentencias de los tribunales.
Sin embargo, hoy nos detendremos solo en el comportamiento
extratextual del motivo; es decir, en su pertenencia a un ámbito
extrajurídico desde el cual sería posible rastrear su huella y su presencia
en la tradición literaria popular así como su función en la cultura
jurídica que suele rodear toda sanción estatal. Por ello, nos sirve más
una definición atenta a la tradicionalidad del motivo y, por tanto, a su
tránsito entre tipos y aun entre géneros diversos; una definición, por
ejemplo, como la que en su momento acuñaría Juan Manuel Cacho
Blecua para su estudio de los libros de caballerías: el motivo como una
unidad recurrente y estereotipada de contenido, que propicia, moldea
y cohesiona la acción, funcionando en diversos niveles narrativos y
según distintos grados de abstracción (Bueno Serrano 2008: 31-46)26.
Es esto justamente lo que proponemos aquí: entender las causas
perseguidas por la Inquisición como motivos narrativos, y el motivo
como una mínima unidad narrativa, recurrente y estereotipada,
capaz de generar núcleos temáticos o, en su combinación, tipos, en el
horizonte fehaciente de la tradición oral. Mercedes Zavala ya reconoce
esta capacidad generadora del motivo en su definición de leyenda: «En
términos generales, la leyenda tradicional es una narración en prosa

26. Aurelio González trae, además, un uso técnico musical del término para rescatar
una definición frecuentemente olvidada en los estudios literarios: su dimensión
generadora, al concebir el motivo como un elemento que reproduce, desarrolla o
recrea partes contenidas en la idea generadora de la composición (2003: 353).
72 MANUEL PÉREZ Y PAOLA MONREAL

con valor de verdad reconocido para la comunidad. La característica


fundamental de su forma es la apertura y sencillez estructural; el relato
consiste en un solo motivo narrativo apoyado por la creencia del
narrador» (Zavala 1998: 191).
Veamos qué se puede encontrar en las causas vistas como motivos
en estas denuncias. En primer lugar, encontramos un conjunto de mo-
tivos vinculados al uso mágico de elementos naturales, como los de las
denuncias del 10 de abril y 25 de mayo respectivamente: en la primera,
el mulato Juan Bautista confiesa que ha usado hierbas para conseguir
mujeres, por consejo de un indio; en la segunda se denuncia a un hom-
bre que había dicho poseer un «libro de hierbas» que traía métodos
para conseguir mujeres. Se trata de una longeva tradición de hechicería
erótica a partir de elementos vegetales que puede encontrarse desde
la Antigüedad, en la tradición griega, judía o hindú; es también un
tópico bien constituido que incluso tuvo funciones ejemplares en la
obra de Cesáreo de Heisterbach (siglo xiii), asociadas a las apariciones
de almas en pena que intentaban educar con el ejemplo, en este caso,
de una mujer que había empleado hierbas para conservar el amor de su
esposo (Heisterbach 1998: 27)27.
Se trata, también, del tipo de hechicería botánica que tan fértil ha
sido en el estudio de La Celestina, como escriben Manuel Pardo y
colaboradores:

[…] tanto Celestina como sus correligionarias reales comenzasen su peri-


plo por el proceloso mar de la magia como curanderas, empleando dife-
rentes plantas tóxicas de benéficas propiedades en dosis pequeñas, pasan-
do poco a poco a proporciones más elevadas, descubriendo así los efectos
psicotrópicos que éstas poseían. Flora medicinal que, según la dosis, se
transformaba en satánica, favoreciendo todo tipo de visiones y creencias.
Conocimiento codiciado y peligroso, que veía reforzada su actividad con
el recitado de conjuros y oraciones demoníacas, cuyo papel era crear el
escenario psicológico adecuado para llevar a cabo rituales de aojamiento,
ligamen, maleficio o curación (Pardo de Santayana et alii 2006: 255).

27. El motivo está registrado en Stith-Thompson: D1355.22. Love-producing magic


plant; y Tubach: 3126. Magic practiced by wife. A matron, who had practiced the
art of magic to keep the love of her husband appeared after death for deliverance
from purgatory.
MOTIVOS TRADICIONALES DE HECHICERÍA ERÓTICA 73

Otra especie de denuncias vinculadas al uso mágico de elemen-


tos naturales es el referido a la tierra y sus elementos. Como en la
autodenuncia del negro Francisco, quien trajo tierra del monte para
alcanzar mujeres; o, más específica, la denuncia de Francisco de Are-
llano, contra sí y contra su hermana, por haber usado piedra imán
y acero para el mismo efecto. En su confesión, aseguró que su her-
mana, Ana de Arellano, le dijo que «la piedra yman era buena para
atraer las voluntades»; que la usó, se confesó y la volvió a usar: luego
de no tener efecto satisfactorio arrojó la piedra y se volvió a confesar.
Se trata este también de un motivo antiguo, ya presente en los Gesta
romanorum (siglos xiii-xiv) y que Mariano José Vázquez Alonso
describe del modo siguiente: «Para la magia la piedra imán constituía
un importante elemento por las muchas propiedades y virtudes que
se le atribuían. Dedicada al dios Marte, se la consideraba muy valiosa
porque reforzaba los lazos de la amistad, del amor e, incluso, del
matrimonio» (2002: 194)28.
Otro género de hechicería erótica visto en las denuncias lo cons-
tituye el uso de amuletos de distinto tipo y hechos con distintos
materiales; aquí el ingenio y la capacidad combinatoria desempeñan
un papel importante. Así sucede en la denuncia que presenta Martín
García contra la joven mestiza Joanna de la Cruz, a la que el denun-
ciante dice haberle encontrado un bulto sospechoso, que después
vino a ser un amuleto, en el momento en que la iba a «aporrear»
(con el derecho propio de un viejo casado que «trata de amores» a
una joven de clase baja). Estos amuletos hechos con uñas, cabello y
otras partes del cuerpo, también son motivos recurrentes en la tra-
dición oral, como registra Thompson29. El otro amuleto es de uso

28. Thompson y Tubach registran lo siguiente: Stith-Thompson: D931.0.4. Magic sto-


ne as amulet (cfr. D1274.1.); Tubach: 3144. Magnet, power lost. A magnet loses its
power in the presence of a diamond.
29. Stith-Thompson: D1274.1. Magic conjuring bag. Filled with nail parings, hu-
man hair, feet of toads, and the like. *Kittredge Witchcraft 48ff., 401f. nn.
197--208.--Africa (Ekoi): Talbot 403. Aurora López dice que «existen también
amuletos de origen animal y vegetal; estos últimos se colocan dentro de un sa-
quito, que se llevaría colgado. En los amuletos de animales figura el escorpión,
protector contra su mordedura y contra el mal de ojo. En el zodíaco rige las partes
sexuales; asociado al falo se utiliza para los desórdenes de tipo sexual, aunque
también puede incitar a la concupiscencia. El perro, figura unida a Hécate en sus
ritos mágicos, es utilizado (huesos y piel de perros guardianes de casas) por su
74 MANUEL PÉREZ Y PAOLA MONREAL

masculino; consiste en la portación de una cabeza de golondrina con


un cabello de la mujer deseada a fin de conseguirla. Se trata de una
práctica que ha dejado huella también en la memoria colectiva, de
modo que hoy en Zacatecas y otras regiones de México se suele decir
que «traer golondrina» o «traer chuparrosa» significa poseer encanto
o ser atractivo para las mujeres. Es también, asimismo, un motivo
tradicional bastante difundido30.
Finalmente, los filtros de amor son el tipo más llamativo de
hechicería erótica que encontramos en estas denuncias; filtros que
pueden ser hechos a partir de los polvos de uñas o cabellos que
solían traer algunos amuletos, o a partir de sustancias mucho más
escatológicas, como los flujos vaginales o «labadura» que usó Ma-
ría Velázquez con un hombre para conseguir su amor. Sobre esto
segundo, puede verse la profunda tradición de motivos vinculados
al simbolismo erótico del agua, tanto como a su uso en la hechicería
erótica31. En México, esta hechicería se conoce hoy como «agua de
calzón»; en Chile y Perú, como «agua de poto», y es posible inclu-
so encontrar recetarios detallados al respecto. Gustav Henningsen,
por ejemplo, nos describe el hechizo de la avellana, que va por estos
curiosos términos:

El hechizo consistía en arrancarse unos cuantos pelos de las partes ver-


gonzosas y hacer con ellos una bola, después se metía ésta en la cáscara de
una avellana y se tragaba. Cuando la avellana era desalojada por el recto,
se machacaba hasta hacerse un polvo, que luego debería mezclarse con
sangre menstrual y echarse en la comida del hombre a quien se quería
subyugar (1994: 11-28).

poder apotropaico, y se emplea en magia homeopática para captar la fuerza de la


constelación que lleva su nombre».
30. Stith-Thompson: D1011.0.1. Magic bird head. *Aarne MSFO XXV 175; *Type
567; India: Thompson-Balys.
31. Stith-Thompson: D1355.2.1.2. Magic water causes sexual desire (cfr. D1242.1.).
D1041. Blood as magic drink. D1355.2.2. Blood as love-philtre. D1355.2.3. Se-
men in love-philtre. D1355.3.1. Seed mixed with blood as love charm (cfr. D971.).
Confróntese con D1242.1.1. Baptismal water as magic object. D1242.1.2. Holy
water as magic object. D1305.1. Drop of water from Paradise gives power of
prophecy. (cfr. D1242.1.). D1310.9. Magic water gives knowledge. D1311.3.1.1.
Divination by water. D478.4. Transformation: water to marvelous drink. Tu-
bach: 5210. Water, for washing feet, drunk. A man drinks the water which had
been used to wash the feet of a pauper.
MOTIVOS TRADICIONALES DE HECHICERÍA ERÓTICA 75

Finalmente, es posible encontrar filtros con elementos de amule-


to32, pues la utilidad de las partes pulverizadas del cuerpo humano no
solo se expresaba al ser portadas, sino que funcionaban mejor si logra-
ban penetrar el cuerpo deseado, básicamente por ingesta. Veamos de
nuevo el caso de Joanna:

[…] le dixo a esta confesante que para que la quisiese bien un hombre
le daría unos polvos para lo qual le manda esta confesante se cortase las
uñas de los pies y de las manos y esta confesante lo iso asi [se las dio a un
sastre llamado Juan López, español] y se las llebo de las quales no sabe
de que mas hiso la dicha Joanna negra los dicho polvos y se los dio a esta
confesante mandandole los diese a vever dos veses al dicho hombre y esta
confesante se los dio a bever una bes nomas y con estos dichos polvos le
a querido el dicho hombre y a tenido su amistad asta el dia de oy (AGN,
Inq., vol. 362, exp. 16, fol. 148r ).

Por supuesto, hacer que partes del cuerpo femenino entren en el


masculino parece una venganza por parte de la mujer, la siempre pene-
trada, la que por esa vía encuentra la oportunidad del equilibrio; hacer-
le beber su esencia, amamantarlo de ese modo brutal, son ya palabras
mayores. Por ello, y por otros de los motivos que aquí encontramos,
es que suponemos que hay en estos documentos elementos suficientes
para volver a sustentar la asociación punitiva de la magia ilícita con lo
femenino, e incluso su definición por lo femenino; ello es, por supues-
to, un procedimiento razonable y útil que ha permitido enfocar el pro-
blema desde una dimensión social y cultural más comprensiva, además
de que se trata de un enfoque perfectamente documentable33. La obra

32. Este carácter misceláneo de la hechicería ya lo describe Diana Rueda: «Las hechi-
ceras novohispanas utilizaban hierbas para hacer bebedizos y dárselos a sus mari-
dos, recurrían a la sangre menstrual para revolverla junto con la cena del marido
o bien conseguían el cadáver de un ave llamada “chuparrosa” para atraer al ser
amado. Con este conjunto de prácticas se buscaba afectar físicamente al otro, para
esto se tenía que estar en contacto directo con él».
33. Dice ya el Malleus maleficarum [1578]: «Con justicia podemos decir, con Ca-
tón de Utica: “Si el mundo pudiera liberarse de las mujeres, no faltaría Dios en
nuestras relaciones”. En verdad, sin la vileza de las mujeres, para no mencionar
la brujería, el mundo seguiría existiendo a prueba de innumerables peligros»
(Kramer y Sprenger 2006: 121). El Tesoro de Covarrubias recoge una definición
en este sentido, aunque más comprensiva: «Este vicio de hacer hechizos, aunque
es común a hombres y mujeres, más de ordinario se halla entre las mujeres»
(Tesoro, s.v., «Hechicería»).
76 MANUEL PÉREZ Y PAOLA MONREAL

de Jules Michelet es, en este sentido, paradigmática, porque se interesa


casi en un mismo movimiento de la bruja y de la mujer, ocupando
para ambas similares estrategias definitorias: su cercanía a lo natural,
a lo vegetal, a la fertilidad y a la imaginación. Si en La femme (1859)
Michelet había sentado las bases del reconocimiento de lo femenino
por su vínculo con la labor de la naturaleza34, tres años después, en La
Sorcière (1862), sería más radical:

Todo pueblo primitivo tiene el mismo comienzo […] El hombre caza


y combate. La mujer se ingenia, imagina: engendra sueños y dioses. Cierto
día es vidente: tiene las alas infinitas del deseo y del ensueño. Para contar
mejor el tiempo, observa el cielo. Pero la tierra no está por ello menos en
su corazón. Con los ojos bajos sobre las flores enamoradas, ella misma
joven y flor, la mujer traba con las flores un conocimiento personal. Es
mujer, y les pide que curen a los que ella ama (2008: 7)35.

Así, viene bien que los estudios de la brujería o hechicería en las so-
ciedades coloniales hispanoamericanas inicien por su definición como
un asunto femenino, de acuerdo con el argumento construido con base
en tres presupuestos: la sujeción inicial de la mujer al poder patriarcal,
su consecuente marginación de las fuentes de poder y la transgresión
que implica el empoderamiento femenino por medio de la magia36,
porque de algún modo, es verdad, la práctica de la hechicería otorgaría
a la mujer la ocasión de subvertir el orden masculino establecido pues,
como afirma Patricia Gallardo, «por medio de hechizos, la mujer tuvo
la capacidad de disponer de nuevas reglas en las cuales ella es la que

34. «Los frutos efímeros que el otoño arroja a torrentes para perderse, ella los fija, los
encanta» (Michelet 1985: 101).
35. La traducción que de este mismo pasaje trae Carlos Fuentes, como epígrafe de
Aura, es sin duda más hermosa, más libre, aunque también más significativa: «El
hombre caza y lucha, la mujer intriga y sueña: es la madre de la fantasía, de los
dioses. Posee la segunda visión, las alas que le permiten volar hacia el infinito del
deseo y de la imaginación... Los dioses son como los hombres: nacen y mueren
sobre el pecho de una mujer» (Aura, 2001). Sobre la presencia del pensamiento de
Michelet en la obra de Fuentes puede verse Pérez Martínez (2003: 141-151).
36. Como lo expone Noemí Quezada, tratando justamente algunos de los documen-
tos que aquí se estudiarán: «Las relaciones asimétricas entre los sexos, en las cuales
el hombre ejercía el poder sobre la mujer y los hijos, explican el por qué la mujer
novohispana mayoritariamente se acercaba a las prácticas mágicas buscando un
mecanismo de equilibrio para revertir el orden social y obtener el poder sobre el
hombre» (2002: 105).
MOTIVOS TRADICIONALES DE HECHICERÍA ERÓTICA 77

ordenaba, formaba criterios de rechazo o aceptación, controlaba vo-


luntades y condenaba actitudes» (2011: 108)37.
En cualquier caso, se trata de una venganza simbólica, más cerca
de la metaforización del cuerpo que de la conceptualización jurídica;
por ello, una forma posible de entender estas causas judiciales es como
sistemas de motivos literarios que articulaban en la tradición oral sis-
temas de creencias, como marco, fuente y referencia de las prácticas
sociales cotidianas. La categoría motivo, por otro lado, es menos rigu-
rosa que cualquier categoría sociológica, pues se mueve siempre en la
adaptación y la recreación; lo que permite sin problema concebir como
parte del sistema la excepción de la regla social o la observación de
matices en su cumplimiento. De este modo, aunque aceptamos que la
hechicería ofreció a la mujer novohispana una oportunidad de eman-
cipación, sobre todo, cuando se trataba de hechicería erótica, no se
pierde de vista que estas prácticas no eran exclusivamente femeninas,
pues era corriente que hombres fuesen también usuarios de ese poder
simbólico con el fin de «alcanzar mujeres», como se ha advertido en
las denuncias que aquí se estudian y en su longeva vida como motivos
de la tradición oral.

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Magia y estructuras punitivas
en procesos contra mujeres durante
el periodo novohispano, Zacatecas
Graciela Rodríguez Castañón

El ser y el deber ser femenino, mujeres transgresoras

En el Zacatecas colonial, como en otros lugares del territorio novo-


hispano, se ejercieron actividades entre los límites de lo permitido y lo
prohibido. El transcurrir de la vida cotidiana se veía influida por sen-
saciones, emociones y deseos propios que se manifestaban a manera
de mitos y creencias de orden mágico-religioso, relacionados con las
necesidades y problemas de sus habitantes. Este trabajo versará sobre
el análisis de un aspecto de su cultura: las prácticas mágicas femeninas
registradas en los expedientes del Santo Oficio, a través de algunos
de los procesos inquisitoriales contra mujeres más representativos y
ejemplares que acontecieron en esta región.
Se revisará en especial la presencia normativa, desde la lectura de
los edictos de fe hasta la ejecución de la sentencia, cuando el tribunal
recobraba toda la carga simbólica y la dejaba caer sobre una de las
partes más sensibles de la sociedad, las mujeres transgresoras. Discutir
alrededor del discurso inquisitorial requiere indicar la estructura pu-
nitiva, en el sentido social, político y religioso.
El control social era uno de los objetivos de la represión inquisi-
torial, siendo los grupos marginales a quienes iba dirigida la vigilancia
pero, sobre todo, hacia el sector más vulnerable, que era la mujer. De
esta manera eran vigiladas desde sus relaciones familiares, sociales, po-
líticas hasta sus relaciones amorosas, que se tenían y desarrollaban en
Zacatecas, legado de una tradición ancestral occidental que marcaba la
84 GRACIELA RODRÍGUEZ CASTAÑÓN

imagen de la mujer y por consecuencia lo que se esperaba de ella. A la


mujer, en la época colonial, se le consideraba con una inferioridad fí-
sica y mental con respecto a la del hombre; de fragilidad corporal, con
predominio de los sentidos, en una eterna minoría de edad, lo cual la
supeditaba a la tutela masculina; pasaban de ser hijas a esposas, siem-
pre bajo el cuidado de la figura del varón. De acuerdo con los cánones
las cualidades o las virtudes que debían poseer las mujeres, no como
virtud sino como una sugerente obligación eran: la obediencia o doci-
lidad, la castidad, la honestidad, la modestia, la ternura, la delicadeza,
la compasión y la vergüenza (Recéndez Guerrero 2006: 34-35).
Este tipo de discurso fijó las pautas de comportamiento en ambos
sexos. Sin embargo, a pesar de que se establecieron figuras, sobre
todo, para la mujer, por los datos que arrojan los documentos que
analizamos, consideramos que el modelo que se siguió no fue esta-
blecido para todas las personas de igual manera. Así, por ejemplo,
lo de ser consideradas en una eterna minoría de edad y, por lo tanto,
como seres sin posibilidades de emancipación, necesitadas de estar
siempre bajo la protección de un varón, era un supuesto que se rom-
pía por una consideración de clase. Esto pudo haber funcionado para
las clases económicamente desahogadas, pero para las mujeres que
no tenían qué comer o forma de alimentar a sus pequeños hijos, esta
norma no se ajustó; si eran abandonadas o viudas, sin el apoyo de
una familia preponderante, debían desempeñar el papel del hombre,
protegiendo y sosteniendo a su familia, lo cual las orilló a ejercer al-
gún oficio que les garantizara la subsistencia. Tales empleos variaban
desde el comercio de algún artículo elaborado por ellas mismas, el
préstamo de algún servicio o bien sobrevivir desarrollando sus co-
nocimientos como curandera e intentando doblegar las fuerzas de
la naturaleza dando algún consejo e impactando los sentidos de sus
adeptos como hechicera o bruja.
El abuso físico del hombre hacia la mujer corresponde a la supuesta
inferioridad física y mental de esta, que a su vez refuerza la dependencia
como una necesidad, según se puede constatar a través de las denuncias
por maltrato de los maridos que contienen los acervos de los archivos
y que fue motivo en diversos procesos para «consultar» y «solicitar»
servicios de mujeres que se dedicaban a las prácticas mágicas.
En la época colonial se consideraba que el hombre era superior
a la mujer, quien debía ser casta y trabajadora para tener un marido.
MAGIA Y ESTRUCTURAS PUNITIVAS EN PROCESOS 85

Ya casada, estaba obligada a ser buena administradora del hogar,


educadora de los hijos, obediente para evitar el maltrato del marido
y cumplidora con el débito conyugal. El hombre, marcado como
superior en todos los aspectos, debía ser fuerte, trabajador, buen jinete
y con suerte en los juegos, proveedor y protector de la mujer y de los
hijos, a quienes consideraba de su propiedad.
Pero, por otra parte, es interesante la opinión de François Giraud,
que a nuestro parecer rompe con algunos esquemas. Este autor señala
que la mujer novohispana (sobre todo la indígena) tuvo a cuestas dos
desventajas: el predominio masculino en el grupo de los conquistado-
res, de donde se desprende una imagen doblemente desfavorable, el
hecho de ser mujer y ser indígena (hijas de los vencidos). La segunda
desventaja es la que trae aparejada la imagen en el conquistador de la
mujer mediterránea, de quien pensaban era subordinada e irresponsa-
ble (una imagen de la mujer española) (Becerra 1982: 74-75).
Por lo anterior, debemos señalar que de esta manera nos explicamos
que las relaciones entre la mujer y el varón fueron vínculos de poder
ejercido en un mayor número por el varón, quien llegaba a la prepo-
tencia y maltrato hacia las mujeres en el ámbito doméstico. La mujer
tenía dos caminos para equilibrar esta situación: la religión y la magia,
siendo la magia una esperanza para revertir el orden establecido.
En este orden de ideas, la magia se convierte para las mujeres en un
tipo de poder que controla la expectativa del otro, el tiempo del otro,
llenando las perspectivas de poder de un grupo social que tuvo opor-
tunidad de asomarse a la cotidianeidad de una vida.

Entre Dios y el demonio: la beata

La comunidad cristiana se desarrolló en un orden social con reglas y


normas acordes a la letra evangélica que inundaban la vida cotidiana.
El hombre y la mujer tenían designados ciertos roles de tipo social,
sexual, cultural, familiar. Bajo estos parámetros se medían las accio-
nes y actitudes del ser humano dentro del grupo social sujeto a tales
dogmas.
De acuerdo con la escatología cristiana, el rol de la mujer en la tie-
rra quedó estereotipado a partir de las letras bíblicas. A la mujer, con
el pretexto de la desobediencia a Dios, se le consideraba como guía
86 GRACIELA RODRÍGUEZ CASTAÑÓN

del camino al infierno, debido a que «desvió» al hombre del sendero


recto. Estos conceptos acuñados por reconocidos teólogos a partir de
la interpretación de los evangelios se trasladaron a la vida religiosa, ne-
gando a la mujer la participación y la decisión directas en espacios de
la Iglesia, como el sacerdocio y la predicación. Los varones, a diferen-
cia de las mujeres, pudieron aspirar a convertirse en guías de rebaños
y suministrar los sacramentos.
En la vida cotidiana ocurrió algo semejante: dentro de la familia, la
sociedad, el ámbito político y la actividad económica, se marcaron lími-
tes entre ambos sexos, de manera que el deber ser femenino y mascu-
lino quedaban ontológicamente opuestos. Dentro de la normatividad
religiosa y social para el territorio novohispano, la vida femenina se re-
mitió a dos caminos aprobados: el convento y el matrimonio. Aunque,
además, para aquellas mujeres que no podían ingresar a un convento
porque no lo hubiera –en Zacatecas, por ejemplo, no se estableció uno
sino hasta entrado el siglo xix– existió una opción que la Iglesia permi-
tió, impulsó y, paradójicamente, condenó. La elección de llevar una vida
recogida y cercana a Dios para las mujeres casadas, viudas o solteras
tuvo su desarrollo en la existencia de beatas, quienes ofrecían sacrifi-
cios como la abstinencia sexual o los ayunos, y dedicaban espacios a la
oración; eventualmente, experimentaban raptos, visiones y revelaciones
místicas producidas por su búsqueda de comunión con Dios.
Hombres y mujeres, como producto del discurso católico, se en-
contraban en una constante lucha entre Dios y el demonio, entre el
bien y el mal, entre el deber ser y el ser. La obsesión del pecado y la
culpa los hacía librar batallas para vencer al mal, tratando de alcanzar
una vida de virtud.
Esa vida católica, honesta y moderada era la esperada por los es-
quemas de comportamiento que desarrollaban monjas y sacerdotes,
quienes junto con las vidas de los santos servían como fuente de inspi-
ración para las mujeres laicas. Esta forma de culto era fomentada por
la Iglesia, ya que para el siglo xviii había reconsiderado algunos de sus
puntos, disponiendo frente a las dificultades para alcanzar la santidad,
la virtud. Esto ganó terreno en la instrucción social, y hombres y mu-
jeres laicos persiguieron el cielo mediante la virtud de su comporta-
miento, renunciando al mundo y dedicándose a Dios.
Las beatas aparecen ya desde la Edad Media. Se dio este nombre a
las mujeres que portaban un hábito religioso, profesaban el celibato y
MAGIA Y ESTRUCTURAS PUNITIVAS EN PROCESOS 87

se dedicaban a la oración y a las obras de caridad, por lo que eran re-


conocidas entre la gente común como «santas vivas». Algunas de ellas
vivían en congregaciones, otras se asociaban a conventículos y algunas
otras vivían en sus casas ejerciendo de manera particular sin el cobijo
institucional (Rubial García 1999: 30).
María de Jesús García de Aguilar fue una de estas beatas, la única
zacatecana que registró el tribunal del Santo Oficio de la Inquisición
por el delito de «alumbrada», en el año de 1744. De origen criollo, al
iniciarse el proceso contaba con 37 años, y había estado bajo la guía
espiritual de los padres de la Compañía de Jesús desde los siete u ocho
años. Tras siglo y medio de haberse instalado en Zacatecas (Recéndez
Guerrero 2000)1, la labor evangélica de los jesuitas comenzaba a dar
sus frutos. La instrucción jesuita se caracterizó por un especial interés
pedagógico, y las beatas representaban un modelo que les ayudaba a
promover devociones y cultos. Recuérdese que para el siglo xviii se
había asimilado un cambio en la mentalidad de la Iglesia católica ante
la santidad, iniciado en 1623, cuando se fijaron límites en los proce-
sos de canonización, la posibilidad del milagro parecía perder fuerza
para dejar espacio al ejercicio de las virtudes entre los fieles. En esta
corriente se encontraba la Compañía de Jesús, que impulsaba entre sus
feligreses el anhelo por interiorizar las prácticas religiosas y, con ello,
lograr una vida virtuosa.
De acuerdo con la declaración de María de Jesús (que en realidad es
una narración de una supuesta plática con Cristo), a la edad de 17 o 18
años comenzó a tener visiones en las que se le presentaba Jesucristo.
Sin embargo, pensando que podía ser cosa del demonio, las rehuía,
hasta que se lo manifestó a uno de los padres de la Compañía, quien
concluyó que era un buen espíritu. Según sus palabras, Jesucristo le
pidió que escribiera las cosas de su alma y ella comenzó a hacerlo re-
dactando un total de 39 cuadernos (AGN, Inq., 1744, vol. 820, exp. 15,
fol. 318r-v)2. Estos cuadernillos fueron entregados al Santo Oficio y,
tal vez, se decidió hacerlos desaparecer quemándolos en algún auto de
fe, ya que no han sido encontrados.

1. Después de un primer acercamiento en el año de 1574, la Compañía de Jesús se


instaló en Zacatecas en el año de 1589, hasta su expulsión de la orden de España y
de todos sus territorios en 1767.
2. María de Jesús dice en su declaración ser criolla, aunque en la averiguación se
maneja su origen español.
88 GRACIELA RODRÍGUEZ CASTAÑÓN

Los pocos datos registrados en el expediente inquisitorial imposi-


bilitan conocer más sobre esta mujer que, al parecer, brindaba esperan-
za, fe, caridad y consuelo a los zacatecanos que se acercaban para pedir
consejo y ayuda, quienes la tenían como profetisa por su supuesto
conocimiento del alma y la conciencia. Se sabe, por la declaración del
padre confesor, Juan de Dios García de Pruneda, que sus escritos es-
taban dedicados a los Siete Sellos del libro de san Juan, el Apocalipsis,
además de redactar otros textos espiritualmente útiles para la humani-
dad. También se conoce que vivían de ella y de su caridad tres herma-
nos que se encontraban también bajo la guía espiritual jesuita (AGN,
Inq., 1744, vol. 820, exp. 15, fol. 297v).
Hay varias causas por las que una mujer de una ciudad minera en el
siglo xviii pudo decidir engrosar las filas de los imitadores de las vidas
de los santos: la primera, por decisión propia de renunciar al mundo
terreno y dedicarse en cuerpo y alma a Dios; la segunda tiene que ver
con la fuerte influencia religiosa que imperaba en una sociedad regida
por la Iglesia; la tercera, consecuencia de la segunda y aunque parezca
inverosímil, se la debemos al demonio, sin cuya influencia muchos
hombres y mujeres no hubieran dedicado su vida a Dios; la cuarta,
como un medio de reconocimiento y poder social; y la quinta, porque
representaba una forma de subsistencia.
El tribunal del Santo Oficio de la Inquisición analizaba con cuida-
do los delitos derivados de la vida de beatas, y es que era difícil deter-
minar el origen de los prodigios que las rodeaban, incluso si estos eran
genuinos, porque oscilaban entre lo divino y lo supersticioso. Estas
actitudes, si bien podían causar alguna desviación, también fomenta-
ban la fe y religiosidad en la comunidad cristiana y hasta las personas
comunes podían convertirse en una especie de santo o santa en la tie-
rra, en un símbolo de la presencia divina.
La legislación inquisitorial había empezado a obrar en consecuen-
cia, publicando edictos que permitió establecer los parámetros para
procesar dichas manifestaciones, catalogando a los alumbrados3 como

3. Los alumbrados fueron un movimiento heterodoxo que tuvo su origen en España


en el siglo xvi, y que significó una nueva vía espiritual para alcanzar la unión con
Dios. Los alumbrados se sentían iluminados por la luz de Dios y en un estado de
gracia y alto grado de perfección. Dentro de este pensamiento se dieron tres co-
rrientes: los «alumbrados recogidos», los «alumbrados dejados» y los «alumbra-
dos apocalípticos». Los «dejados» fueron los acusados de herejía por el tribunal
MAGIA Y ESTRUCTURAS PUNITIVAS EN PROCESOS 89

una secta que afirmaba que a través del amor de Dios se llegaba a un
estado de perfección en que se podían cometer acciones pecaminosas
sin pecar. Quienes seguían esta doctrina evangelizaban promoviendo
la oración mental, que permitía una mayor comunicación con Dios, la
comunión frecuente, el menosprecio hacia la Iglesia como institución
y la libre interpretación de la Sagrada Escritura, entre otros aspectos
(Quezada 2000: 282-283)4.
El expediente de María de Jesús nos muestra que la Inquisición
daba seguimiento a las actividades denunciadas con olor a herejía aun-
que no todas se sujetaran a la tipología del delito perseguido. Mientras
que para algunos funcionarios del santo tribunal ella era culpable de
alumbrada, para el comisario del Santo Oficio de Celaya, después de
haberla examinado, no existía error formal (AGN, Inq., 1745, vol. 820,
exp. 15, fol. 317r-v)5.
A María de Jesús se le acusó de alumbrada por haber creído llegar
a un estado superior o sobrenatural al recibir comunicación con Jesu-
cristo. Sin embargo, el proceso se sobreseyó aunque su actitud tocara
algunos puntos considerados heréticos, como «la interiorización de la
espiritualidad cristiana», que de acuerdo a la opinión de historiadores
y estudiosos del tema esta es una de las principales características del
«alumbradismo», o el creer que el Espíritu Santo iluminaba su conoci-
miento de la Escritura. Uno de los puntos a su favor fue que ella decía
tener contacto con Jesucristo, mientras que los alumbrados concen-
traba su devoción en Dios padre y en el Espíritu Santo, no mostrando
fervor al Hijo (Alcalá 2000: 125-148).

Inquisitorial, representaban la interpretación evangélica por inspiración personal


y afirmaban que era la misericordia de Dios la que los sostenía, por esto la de-
signación de «dejados». El desarrollo de este pensamiento se nutrió de la escuela
neoplatónica de Alejandría, de los gnósticos, agapetas, priscilianos, de los albigen-
ses y de la obra de Erasmo, ante quien se inclinaron una vez que fue prohibido el
luteranismo (Lagarriga Atias 2000: 263-276; Rodríguez Delgado 2000: 277-279).
4. Nueva España fue heredera del «alumbradismo» de Extremadura, pues sus ca-
racterísticas no se comparan con la continuación doctrinal de la génesis del mo-
vimiento en Toledo, por ejemplo, su tendencia fue hacia las manifestaciones su-
puestamente sobrenaturales considerándolas indicios del amor de Dios, como los
raptos, temblores, ardores, desmayos, etc.
5. En los casi tres siglos de dominación española, el tribunal inquisitorial levantó
95 acusaciones, en las que imperaban los delitos de ilusos y alumbrados. De estas
acusaciones, solo dos terminaron con la pena de muerte en la hoguera por herejía
alumbradista: las de Pedro García Arias y Juan Ponce (Rubial García 1999: 235).
90 GRACIELA RODRÍGUEZ CASTAÑÓN

Este personaje zacatecano es también ejemplo de los mecanismos


de recepción y adaptación de los modelos de santidad que la Iglesia
manejaba, pero al mismo tiempo de las imágenes que el pueblo nece-
sitaba para reafirmar una fe que, no importando como realizaban la
adaptación, era utilizada para sus propios fines y necesidades.
Las beatas cumplieron con una función social, proporcionaron a
sus seguidores fe y esperanza; esperanza de solución a sus problemas
y fe en un mundo inmerso en lo extraordinario, lo maravilloso, lo so-
brenatural, lo mágico, donde brotaban los prodigios que cohesionaba
la fe cristiana, en el que las beatas se reconocían y también a través de
ellas se observaba el discurso de la Iglesia.
El proceso quedó interrumpido en la averiguación, ya que no se le
pudo comprobar que perteneciera a alguna secta de alumbrados o que
cometiera acciones pecaminosas en el nombre de Dios.
En general, el corpus doctrinal de las herejías se fue conformando,
como otros delitos de la Nueva España, bajo la casuística: mientras a
algunos se les consideraba verdaderos santos a otros se les formaba pro-
ceso por herejes, como en otros ámbitos delictivos era posible que, de-
pendiendo del caso y de persona, se le diera reconocimiento o condena.

La curandera

Los sacerdotes y sabios indígenas fueron reconocidos como curande-


ros, brujos, hechiceros y adivinos por el tribunal del Santo Oficio de
la Inquisición tras la conquista española, ya que continuaron dando
apoyo espiritual a la población autóctona aun y cuando perdieron el
liderazgo formal en sus pueblos. Los indígenas que poseían conoci-
mientos de medicina —por ejemplo, diagnosticaban las enfermedades
que involucraban elementos mágico-religiosos con una aplicación de
remedios— se acompañaban de un complejo ceremonial (Uchmany
1989: 352-353).
Es importante señalar que, tanto en América como en algunas otras
culturas, era creencia común cuando las personas presentaban algún
problema de salud, que este se debía a causas externas como la he-
chicería y la brujería. El procedimiento que se siguió, por un lado,
consistía en localizar al causante del mal, es decir, el maleficio; y, por
otro, determinar la parte afectada del cuerpo mediante un diagnóstico
MAGIA Y ESTRUCTURAS PUNITIVAS EN PROCESOS 91

que se hacía de dos maneras: el curandero ingería plantas alucinógenas


que le permitía localizar el maleficio y la parte afectada en el enfermo
(esta era la más común); o se realizaba la adivinación mediante maíces
o habas (Uchmany 1989: 352-353)6.
Las costumbres y prácticas tradicionales del viejo mundo en mate-
ria mágica, como las oraciones, ensalmos, conjuros o veneración a las
figuras religiosas, fueron incorporadas por los indígenas dentro de sus
rituales mágico-religiosos.
En Zacatecas, como en cualquier otro lugar de la colonia, se pre-
sentaban serios problemas de salud por su propia condición de ciudad
minera en desarrollo, además de por las fuertes epidemias que azota-
ban a la población7. Las prácticas de curanderismo eran más comunes
de lo que creemos; el registro del Santo Oficio solo era una mínima
representación de las pulsiones de la realidad.
Para resolver el problema de salud en la Nueva España, existía un
esquema de especialistas en medicina, organizados jerárquicamente
de la siguiente manera: el médico, el cirujano, el sangrador-barbero,
el boticario y la partera (Quezada 2000: 15). Sin embargo, podemos
observar que el curandero quedaba al margen de este esquema, por lo
que sufrió más persecuciones, lo cual podemos constatar a través de
los expedientes. La figura de la curandera en la mayoría de los casos se
remitía al de apoyo del curandero y, por ende, también era perseguida.

6. Al respecto de la adivinación mediante habas se sabe que los egipcios pensaban


que en ellas habitaban los malos espíritus y las almas de los muertos; los romanos
las relacionaban con los ritos funerarios; en la Nueva España el sortilegio con ha-
bas era una práctica muy común, sobre todo, entre las mujeres. Con ellas se creía
conocer el porvenir y responder interrogantes de la vida cotidiana: estas suertes
iban acompañadas del conjuro de las habas (Campos 1999: 95).
7. En el transcurso del siglo xviii, Zacatecas fue azotada por fuertes epidemias como
las que ocurrieron en 1714, 1727, 1734, 1736-1738 con el matlazahuatl, tifus y có-
lera; en 1761-1766, tifus y viruela; 1768-1769, 1772, 1779, tifus; 1779, 1787, viruela
(de acuerdo con García González a fines de 1779 y principios de 1780 fallecieron
alrededor de 7.000 niños por viruela); 1797, 1799, viruela; y luego estas fueron acen-
tuadas por la conjunción de crisis minera y agrícola, como la de 1759-1760, cuando
la población zacatecana ascendía a más de 50.000 habitantes de los que murieron
de 25.000 a 40.000. Los años de crisis generalizada en la colonia entre 1785-1786
también afectaron a la economía y población de Zacatecas y demás reales como
Sombrerete, Nieves o Mazapil. Hacia los años de 1808-1810 tuvieron lugar crisis
de subsistencia por hambrunas, debidas a las malas cosechas, de lo que resulta una
revuelta en Sombrerete y en toda la región de Zacatecas se dio la suspensión parcial
o total del trabajo en las minas (Langue 1999: 62-64; García González 2000: 53).
92 GRACIELA RODRÍGUEZ CASTAÑÓN

La relación de la práctica médica de la curandera se daba más bien con


los grupos bajos de la sociedad, que eran quienes no tenían posibili-
dades económicas para acudir a un médico; además, se debe tener en
cuenta la escasez de estos especialistas.
Los curanderos eran las personas que no obtuvieron la acredita-
ción mediante título o examen por el Real Tribunal del Protomedi-
cato, pero que eran especialistas básicamente empíricos que poseían
y manipulaban un complejo cúmulo de conocimientos indios, espa-
ñoles y negros, dentro de un contexto cultural que correspondía a los
grupos marginados cuyo comportamiento estaba reglamentado por la
tradición y la colectividad (Quezada 2000: 17-18, 27-28). La persona-
lidad del curandero estaba marcada por la magia, al creer que estable-
cía contacto con seres y fuerzas sobrenaturales; así también por creer
que su conocimiento médico, capacidad para curar y enfermar se en-
contraban en la predestinación, formación tradicional y la revelación,
por lo que se le asoció con el demonio (Quezada 2000: 12-21)8. Esta
personalidad se reafirmaba con el acompañamiento de la figura feme-
nina, que era su brazo ejecutor la mayoría de las veces.
También era importante el poder sugestivo del curandero, hechicero,
sacerdote (reminiscencia prehispánica) o mago. Dentro de los grupos
sociales existen hombres que mantienen alguna distinción entre los
demás que les permite ser identificados bajo este rango, por ejemplo,

8. Quezada define en una de sus fases al curandero con una doble capacidad, la de
curar y la de enfermar. Sin embargo, consideramos que el curandero, aunque
tenga conocimientos sobre las plantas o supersticiones que pueden enfermar a
la gente, no lo hacen frecuentemente, se dedican más bien a curar, de ahí su con-
notación. En los expedientes que estudiamos los curanderos son procesados por
curaciones supersticiosas, en ningún caso por provocar enfermedades. Quezada
concluye que: a) el curandero tiene una doble capacidad para curar, dado su co-
nocimiento empírico sobre las plantas y la parte mística; b) el curanderismo se
basa en una terapia psicosomática y la profunda relación que se establece entre
el «médico» y el paciente; c) el curanderismo viene a resolver no solo la demanda
de salud, sino también el problema económico del grupo marginado; d) señala
que las autoridades coloniales persiguen y castigan las prácticas supersticiosas,
sin lograrlo, tratan de separar de la curación la parte mística de su contraparte
empírica; e) el curanderismo permite esclarecer cómo se transformaron y rela-
cionaron las prácticas de diversas procedencias en un proceso sincrético, dentro
de un marco social determinado, que permiten explicar su vigencia, permanen-
cia, función y contradicciones.
MAGIA Y ESTRUCTURAS PUNITIVAS EN PROCESOS 93

puede ser alguna característica física sobresaliente9, que tenga sueños,


visiones o alucinaciones, e incluso que su poder sugestivo sea tal que
llegue a crear un estado semihipnótico, sobre todo en el grupo. También
lo son quienes conocen las características de las plantas o los venenos
de los animales, y pueden curar con ellos, o quienes, gracias a sus
conocimientos empíricos de observación de las estrellas, afirman poder
adivinar el futuro, etc. Todo ello les hace tener cierto estatus dentro
del grupo. Castiglioni señala que el ambiente, la sugestión colectiva,
son parte importante en la aparición de la figura del curandero, quien
también se convierte en la voz de un pueblo, en su esperanza.
Para que existan los curanderos debe haber un doble vector: por
un lado, el curandero mismo que cree en su propio poder, la confianza
en el poder personal, o la confianza en factores sobrenaturales que lo
dotan de este poder; y, por otro, la sugestión de la gente, de las masas,
la fascinación colectiva que anima y aumenta el poder del curandero10.
La figura de la curandera emerge y estuvo presente para resolver
problemas de salud en Zacatecas, ganando reconocimiento y cierto
poder social, así como una forma de subsistencia. Por medio de los
expedientes inquisitoriales sabemos que, hacia el año de 1713, Antonia
de Ábrego, de estrato «loba» (AGN, Inq., 1713, vol. 746, exp. s.n.)11
acompañaba a un indio llamado Joan Sánchez, quienes realizaban
curaciones. En 1730 se levantó denuncia contra una mujer conocida
como «Dominga» por curandera (AGN, Inq., 1730, vol. 848, exp. s.n.).

9. Una creencia supersticiosa tradicional en la Europa de entonces era que si un niño


nacía con la placenta (nacer «con la camisa») o era el séptimo varón de la familia,
tendría ciertos poderes mágicos y taumatúrgicos.
10. Arturo Castiglioni, señala que un hombre con conciencia crítica no podría ser
curandero, porque para serlo debe haber una ausencia de tal espíritu crítico. Sin
embargo, en cierta medida, los curanderos también fueron tolerados, por haber
pocos especialistas examinados. En 1799 fue emitido un bando en el que se señala-
ba que no existía prohibición de que en los lugares donde habitaban indios fueran
auxiliados los enfermos por curanderos. Dicha orden también fue válida para los
negros y las castas; de esta manera se legalizaba una práctica consuetudinaria que
se había mantenido por siglos, la prohibición se restringía para los lugares donde
habitaban españoles (Castiglioni 1993).
11. De acuerdo con los planteamientos de Emilia Recéndez, quienes poseían el cono-
cimiento que posibilitaba la curación era el hombre, siendo transmitido oralmente
entre ellos. La presencia de la mujer se justifica solo como ayudante o aprendiz, lo
cual queda claro en los expedientes que sobre curanderismo estudiamos (Recén-
dez Guerrero 2006: 194).
94 GRACIELA RODRÍGUEZ CASTAÑÓN

Y en 1733 se le siguió proceso a Manuela Riveros, castiza, y Roque de


los Santos, indio, por realizar curaciones (AGN, Inq., 1733, vol. 848,
exp. s.n.).
Joan Sánchez, indio, junto con su mujer como asistente, Antonia
de Ábrego, loba, hacían curaciones en Zacatecas bailando y cantando
toda la noche con un arco y flecha en la mano frente al altar de la Vir-
gen de la Concepción (AGN, Inq., 1713, vol. 746, exp. s.n., fol. 1r).
El tribunal procesó y castigó por curanderismo a españoles, ne-
gros y castas, dejando fuera de su jurisdicción a los indios, que eran
juzgados por un tribunal paralelo: el Juzgado General de Indios o,
en su defecto, por la jurisdicción ordinaria de los obispos. Las penas
a que condenaba el Santo Oficio por este delito eran las siguientes:
purgación canónica, abjuración –que podía ser de levi o de vehemen-
ti–, penas pecuniarias, privación de oficios y cargos, cárcel perpetua y
relajación al brazo seglar. Los indios en cambio no podían sufrir penas
pecuniarias, pero sí azotes, trabajo forzado, mutilación y privación
de la vida. Los que confesaban voluntariamente su delito recibían la
misericordia con que se procedía con ellos.

La partera

La figura de la partera también subsistía sin haber adquirido la acre-


ditación por el Real Tribunal del Protomedicato, pero bajo la mirada
benevolente de las autoridades inquisitoriales, llegando a adquirir re-
conocimiento entre la población y guardando siempre un lugar pre-
ponderante al brindar sus conocimientos para traer criaturas al mun-
do. Sin embargo, igual que la figura de la curandera, oscilaba entre
la delgada línea de lo permitido y lo prohibido al usar, para mejor
resultado de su trabajo, de oraciones y plantas mágicas que pudieran
ayudar a las parturientas; además, las supersticiones las ayudaban a
sobrevivir como si de un oficio se tratara.
Así llega hasta nosotros Francisca Delgado, siguiendo a un hombre
que le había prometido matrimonio, con la ilusión frustrada de contraer
nuevas nupcias; una mujer viuda, mulata libre, alta, quien a sus cincuenta
años se dedicaba a realizar filtros amorosos, una celestina novohispana,
que subsistía a través de los conocimientos que la vida le había otorgado
(AGN, 1669, vol., 513, exp. 1 y 2). Las personas que necesitaban de
MAGIA Y ESTRUCTURAS PUNITIVAS EN PROCESOS 95

su ayuda sabían dónde encontrarla: en una casa ubicada en la calle del


hospital de San Juan de Dios. Así lo hizo María Pimentel, a quien le
dio una raíz envuelta en listones para que un hombre con quien tenía
relación se casara con ella. De igual forma, a Mariana Meneses le dio
unos polvos para que los pusiera en la comida de un hombre y este la
quisiera y se casara con ella. También recurrió a ella Pedro de Arzola,
quien la solicitó para casarse con una mujer, pero aunque realizó ciertas
supersticiones con una jícara de agua y motas de algodón, ni a Pedro
ni a ningún testigo contenido en este expediente le hicieron efecto los
artilugios que Francisca realizara para que los quisieran.
La sentencia para Francisca después de confesar sus culpas fue que
sería sacada en «auto público de fe», con insignias de penitente, vela
de cera en las manos, soga al pescuezo, una coroza de embustera en la
cabeza, se le leería sentencia con méritos, que abjurara de levi, escu-
chara misa, se le daría 200 azotes y sería confinada en un hospital para
que sirviera a los pobres por seis años. Después de quince días debía
confesar mentalmente sus culpas, haciéndolo también en uno de los
días de cada Pascua de los dos primeros años posteriores a la sentencia,
así como todos los domingos en la iglesia del hospital donde sirviere;
estando obligada también a visitar cinco altares, rezando en cada uno
la estación ordinaria y ayunar todos los sábados de los dichos dos años
pidiendo al Señor que le perdonara sus culpas. Una vez cumplido todo
lo anterior sería desterrada de la villa de Zacatecas veinte leguas a la
redonda por cuatro años.

La hechicera

La figura de la hechicería es un fenómeno presente en todas las épocas


y sociedades, un intento por dominar la naturaleza para producir re-
sultados generalmente benéficos. Se concibe como un conjunto de ar-
quetipos mágicos que pueden o no estar sistematizados bajo un ritual,
con el fin de tratar de modificar el orden natural de las cosas.
Dentro de las prácticas mágicas, el tema amatorio ocupa un lugar
preponderante y recurrido en un mundo lleno de emociones y deseos
propios. Por ejemplo, para sentirse queridas, poder ganar la volun-
tad de los hombres y dulcificar su carácter, algunas mujeres realizaban
ciertos actos supersticiosos como dar de comer la natura, o sea, los
96 GRACIELA RODRÍGUEZ CASTAÑÓN

genitales, de una vaca, seca y molida en chocolate o vino (AGN, Inq.,


1617, vol. 318, exp. 5H. Vs.)12. También se sabe del uso de polvos de
zopilote para que el marido dejara de maltratar a la mujer (AGN, Inq.,
1624, vol. 303, exp. 75); incluso había quien usaba raíces de plantas
alucinógenas como el peyote adornadas con listones o talladas a seme-
janza de los rostros que pretendían se unieran para que las quisieran
bien y no las dejaran (AGN, Inq., 1618, vol. 317, exp. 12)13.
Con el sincretismo también se originó la utilización de plantas en
el arte culinario hechiceril, siendo así que D.ª Constanza de Esqui-
vel, esposa de Miguel Jerónimo, alcaide de la cárcel pública de la villa
de Llerena, fue procesada por hechicera en 1582 por utilizar palabras
supersticiosas, invocar al demonio y realizar hechizos sobre algunas
personas mediante el peyote. Su condena fue el pago de cien pesos de
oro común, como multa por palabras y adivinanzas, cuya mitad fue a
dar a la cámara del rey y con la otra mitad contribuyó para las obras
públicas (AGN, Inq., 1582, vol. 131, exp. 13).
Este proceso nos da la pauta tanto como para conocer la equipa-
ración del delito como para conocer el proceder del tribunal del San-
to Oficio de la Inquisición. No podemos saber si Constanza solo era
portadora de un sincretismo manifiesto que se venía cocinando me-
diante supersticiones del viejo y nuevo mundo mediante el empleo de
plantas con un sentido amatorio o si realmente había de por medio una
invocación al demonio.
Al respecto, el Manual de los inquisidores señala que el adivino o
vidente simple es el que practica la quiromancia o cualquier otro mé-
todo que revele algo del presente u oculto, y que esto no compete a la
Inquisición. Sin embargo, también indica que los adivinos o videntes
heréticos son los que para predecir el futuro o penetrar en el secreto
de los corazones rinden al diablo veneración o adoración (Eimeric y
Peña 1983: 78).
Es en este momento del proceso en el que el tribunal inquisitorial
mediante su comisario en Zacatecas realizaría una investigación y, de
acuerdo con las testificaciones y la calificación de los doctos a su servicio,

12. Felicitas de Pungarin, de 25 años, originaria de Pamplona. El comisario de Zaca-


tecas, fray Lope Izquierdo solicitó que fuera desterrada.
13. Proceso contra Isabel de Bonilla, mulata, casada, porque usaba de hierbas (raíces)
y las daba para que la quisieran bien y no la dejaran. En este expediente declara
contra ella D. Juan Tolosa Moctezuma.
MAGIA Y ESTRUCTURAS PUNITIVAS EN PROCESOS 97

podría decidir si existía herejía o eran simples supersticiones. En este


caso todo hacía indicar la culpabilidad de las indiciadas, que fueron
recluidas en las cárceles secretas y sentenciadas a una pena pecuniaria.
La Inquisición se encargaba de fijar los parámetros para el castigo
de la brujería y la hechicería. Esta última era equiparable a la supersti-
ción por ser una práctica atribuida al desconocimiento de la religión,
sin mediar pacto demoniaco ni la apostasía de renegar de Dios, mien-
tras que la brujería se castigaba como una de las más graves herejías
por mediar pacto explícito con el demonio y rendirle culto.
El Manual de los inquisidores señaló como sospechosos de herejía
a quienes suministraban filtros de amor. En dicho manual, Francisco
Peña hace una acotación sobre la constante utilización de estos filtros,
y trata de racionalizar el hecho mágico señalando que no hay nada
en la composición de estas pociones capaz de forzar al amor, la libre
voluntad del hombre (Eimeric y Peña 1983: 83).

La bruja

La práctica de la brujería remite al pacto con el demonio, estar a su


servicio y renegar de Dios. Mientras que el cimiento de la hechicería
es el poder para cambiar el entorno de una vida cotidiana de manera
empírica, a la brujería le da sustento toda una teoría demonológica
en la que se establece la relación diabólica y las brujas mediando un
maleficio sobrenatural.
En el siglo xvi las opiniones vertidas en el Malleus maleficarum
dieron mayor sustento a la creencia en las brujas porque explicaba que
«la brujería no existe sólo en la imaginación de los hombres, sino en
los hechos; y que en verdad y en realidad pueden producirse numero-
sos encantamientos con el permiso de Dios» (Kramer y Sprenger 2006:
138-139)14. La brujería llevó implícito el pacto demoniaco, la herejía y
la maldad. Respecto a esta última, los teólogos de la época sostuvieron
que el pecado que se comete con malicia es peor que aquel que ocurre
por ignorancia.

14. El primer toque oficial para la caza de brujas fue la bula Summis Desiderantes
Affectibus, del papa Inocencio VIII.
98 GRACIELA RODRÍGUEZ CASTAÑÓN

El Malleus maleficarum también señala que existen tres tipos de


brujas: las que curan y dañan; las que dañan pero no pueden curar;
y las que curan, pero, por algún extraño arreglo con el diablo, no
pueden dañar. Las brujas pueden, entre otros, realizar los siguientes
artilugios:

—Matan, devoran y ofrendan niños al demonio (no bautizados, por


esto las madre siempre cuidaban a sus pequeños y en ocasiones les ponían
unas tijeras abiertas simulando una cruz bajo su cuna, para que las brujas
se espantaran o hicieran daño con ellas cuando llegaban a por un niño).
—Causan granizo, grandes tempestades y rayos.
—Pueden transportarse por el aire, tanto con el cuerpo como imagi-
nariamente.
—Pueden perturbar a jueces y magistrados para que no las juzguen.
—Pueden mantener y hacer mantener a otros, silencio en la tortura.
—Pueden revelar cosas ocultas y ciertos acontecimientos futuros, por
información de los demonios.
—Pueden inclinar la mente de los hombres hacia un amor u odio des-
mesurados.
—Pueden declinar la potencia para copular y provocan abortos.
—Pueden embrujar a hombres y animales con solo mirarlos (Eimeric
y Peña 1983: 220-224).

Existen semejanzas de los elementos brujeriles en todo el mundo.


Los más repetitivos e importantes, de acuerdo con las descripciones
de los propios censores, y los aspectos mitológicos que aparecen con
mayor frecuencia son:

—Las brujas generalmente son hembras entradas en años.


—Se reúnen en conventículos por la noche, en la fiesta del sabbat, de-
jando sus cuerpos o cambiando de forma.
—Chupan la sangre de las víctimas o devoran sus órganos.
—Comen niños o causan su muerte, llevando a veces la carne a las
asambleas.
—Viajan montadas en escobas u otros objetos, vuelan desnudas por
los aires.
—Usan ungüentos para cambiar de forma.
—Practican danzas.
—Mantienen espíritus familiares.
—Se entregan a orgías.
—Abjuran de Dios y pactan con el diablo (Russell 1998: 32).
MAGIA Y ESTRUCTURAS PUNITIVAS EN PROCESOS 99

En el siguiente caso se pueden percibir los elementos descritos.


Tuvo lugar en la villa de Llerena, real de minas de Sombrerete, Zacate-
cas, donde se denunciaron a tres personas por sospecha de tener pacto
con el demonio, decirse públicamente brujas y realizar brujerías en el
año de 1666. En su declaración como testigo, Sebastián Ximénez, sas-
tre, señala que un día, por la noche, le pareció ver en la plaza, a distan-
cia, a una mujer con quien tenía trato ilícito llamada Felipa Canchola,
y a quien trató de agredir (no se señala por qué), huyendo esta y trans-
formándose en vaca ante su mirada atónita. Otros testigos también
aseguraban que Felipa y María eran brujas y realizaban tales prácticas
junto con Alonso Flores, hijo de María, quienes en compañía de un
hombre negro salían de noche e iban a un corral a donde había ganado
cabrío, y allí bailaban y adoraban a un chivato rosillo que también sa-
lía bailando de entre los demás chivos y le besaban el trasero. Asimis-
mo, viajaban a diferentes partes de Zacatecas convertidas en palomas
y, para que la gente con quienes vivían no se dieran cuenta, ponían
huesos de muerto debajo de la cabecera de la cama (AGN, Inq., 1666,
vol. 482, exp. 3; vol. 605, exps. 7, 13 y 17).
Al respecto, el Malleus maleficarum señala que el diablo puede en-
gañar la imaginación humana de manera que el hombre realmente se-
meje un animal y se alude al ejemplo que da san Agustín en su Summa
y al tercer capítulo del «Libro de los gentiles», que señala que Circe
transformó en cerdos a los compañeros de Ulises y que estos encan-
tos se produjeron por ilusión más que por un prodigio real. Respecto
al poder de volar, durante el siglo ix el Canon episcopi señalaba que
ciertas mujeres supuestamente pervertidas por Satán creían que por
las noches cabalgaban en ciertas bestias con Diana, la diosa pagana, y
que en el intemporal silencio de la noche recorrían largas distancias,
por lo que recomendaba que los sacerdotes debían explicar al pueblo
que todo esto era falso. Sin embargo, cinco siglos después, los autores
del Malleus maleficarum sostuvieron que las brujas, asesoradas por el
diablo, elaboraban un ungüento con el cuerpo de los niños que habían
matado antes del bautismo y lo untaban a una silla o trozo de madero
y que así eran levantadas por el aire a cualquier hora del día de mane-
ra visible o invisible, según fuera su deseo. Otra manera de volar era
siendo transportadas sobre cuerpos que parecieran animales, aunque,
según se consideró, eran en realidad demonios. En otras ocasiones los
traslados ocurrían simplemente por el poder del diablo.
100 GRACIELA RODRÍGUEZ CASTAÑÓN

Los calificadores del Santo Oficio de la Inquisición en México se-


ñalaron que el caso de Felipa Canchola era «superstición clara y hecho
constante que la probaba bruja, de pacto expreso con el demonio y
vehementemente sospechosa en la fe». Luego, el fiscal pidió manda-
miento de prisión contra Felipa con embargo de todos sus bienes y
que fuera puesta en las cárceles secretas.
Al comisario del Santo Oficio de la Inquisición en Zacatecas, Diego
de Herrera y Arteaga, le tocó una de las etapas más difíciles, no porque
en este momento hubiera mayor número de personas que practicaran
las artes mágicas, sino porque el fenómeno se acrecentó por la caza
y quema de brujas en Europa, lo que contribuyó a la persecución de
todos los actos con sabor a herejía en la colonia, y por ende se tuvo
mayor vigilancia, de acuerdo a los registros inquisitoriales durante el
siglo xvii (AGN, Inq., 1629, vol. 363, exp. 30).
En 1632, Pascual de Rocha Bello, mercader, vecino de la Ciudad
de México, que por su oficio viajaba constantemente a la ciudad de
Zacatecas, denunció a María de la Vega, residente en tal ciudad por
maléfica y hechicera, ya que lo «ligó», es decir, le causó impotencia
mediante brujería, además de no poder tener relaciones sexuales, su
salud iba en detrimento (AGN, Inq., 1632, vol. 376, exp. 8). En 1650
fue denunciada Juana de Rivera por Ana de Salazar, vecina de esta
ciudad y natural del real de minas del Fresnillo, porque teniendo a
un hombre llamado Alonso de Riveros, español, no podía tener re-
laciones sexuales con él, pero después de preparar un bebedizo con
una receta que una partera vieja le aconsejó pudo hacerlo (AGN,
Inq., 1650, vol. 435, exp. 240, fols. 1-2)15.
Al respecto, el Malleus maleficarum señala que el demonio in-
terfiere en la capacidad genital no en forma intrínseca, mediante
una lastimadura del órgano, sino de manera extrínseca, inutilizán-
dolo. También debe apuntarse que la impotencia del aparato re-
productor masculino no es el único encantamiento posible, sino
que a menudo se impide a la mujer que pueda concebir (Kramer y
Sprenger 2006: 140-141).
En Zacatecas también hubo quien realizara ciertos pactos con el
demonio a cambio de favores. Por ejemplo, en 1812, Feliciana Gutié-
rrez, de estrato social «loba», a los 40 años realizó algunos maleficios

15. El brebaje consistía en tostar y moler la cresta de un gallo y darla diluida en vino.
MAGIA Y ESTRUCTURAS PUNITIVAS EN PROCESOS 101

en los que debía decir «mi alma es del diablo» para que surtieran ma-
yor efecto y se los dio a su hija Marcela Pinales, para su marido y
suegros que la maltrataban. Al marido le dio una hierba en infusión
que este bebió y le produjo sangrado por la nariz y a los suegros les
vertió unos polvos en la comida con el resultado de que enfermaron
inmediatamente (AGN, Inq., 1812, vol. 1454, exp. 9).
La principal diferencia entre la brujería y la hechicería es que en la
primera media pacto o acuerdo entre las brujas y el demonio, además
de rendirle culto a cambio de poderes y protección, lo cual lleva a
la apostasía16. Además, la brujería persigue el perjuicio del hombre,
mientras que en la hechicería lo que se pretende es el bien para el otro
obteniendo la cura de alguna enfermedad, la obtención de la buena
suerte, etc. (Pieters 2006: 184-190).
En el Real del Fresnillo, durante 1816, Casilda Morillo, mulata
que practicaba artes mágicas para la población, fue visitada por María
Roberta Pérez, española, casada, de 23 años, originaria de la Villa de
Jerez, quien le pidió que le hiciera escritura al diablo de su alma, para
que su marido, quien le daba mala vida, la tratara bien, y como tam-
bién tenía sospechas de que la engañaba, pretendía que con una hierba
mágica que le proporcionaba el diablo iría y regresaría a Zacatecas
para espiarlo (AGN, Inq., 1816, vol. 1460, exp. 7).
Un pacto con el demonio se podía hacer de dos maneras: de forma
expresa o tácita; en el primero, mediaba un documento con la rúbrica
entintada de sangre al calce de quien lo ejecutaba; el otro se asumía sin
que mediara documento, simplemente con pedirlo.
Las brujas, para profesar ser sus seguidoras, cocinaban y comían
niños (acto importante para la iniciación) y reunidas convocaban al
demonio ante quien la nueva integrante abjuraba de la religión cris-
tiana y de la eucaristía, y se comprometía a pisar la cruz siempre que
pudiese hacerlo secretamente (Kramer y Sprenger 2006: 223-224). El
Malleus maleficarum señala que a las brujas se les debía castigar con
la excomunión, la confiscación de sus bienes y la muerte (Kramer y
Sprenger 2006: 180-181).

16. Un apóstata es un cristiano que niega una verdad de fe y, por obvias razones, se
separa totalmente de la Iglesia y de la fe católica, renunciando a la Iglesia de Cristo
y comulgando con la del diablo; se le tratará como hereje e infiel y de esta manera
se le procesará (Eimeric y Peña 1983: 97-98).
102 GRACIELA RODRÍGUEZ CASTAÑÓN

Mientras que el Manual de los inquisidores señala que el que invoca


al demonio rindiéndole culto de latría o dulía sería tratado como here-
je, si se arrepintiera y abjurara sería emparedado, y si no se arrepintiera
ni quisiera abjurar se entregaría al brazo secular, es decir, sería ejecuta-
do (Eimeric y Peña 1983: 82-83).
Pero la cultura popular sigue otro rumbo distinto del discurso in-
telectual. Así, el pueblo se convertirá en la aplicación práctica de las
teorías escritas, no porque lo haya aprendido de los libros, tal vez no
conceptualice la palabra demonio con toda su carga, pero sí podrá dis-
tinguir que la hechicera utiliza materiales empíricos y la bruja danza
con el demonio o se unta ungüentos para volar.
La norma de Dios se expandió por el tiempo y se quedó a regir en mu-
chos lugares mediante la institución creada para enfrentar peligros cons-
tantes como la desunión religiosa y monárquica mediante la herejía: el
tribunal de la fe, dando inicio al juego del cumplimiento y la transgresión.
En este pequeño grupo social se trasluce el sentimiento de poder, el
poder desde la institución, la comisaría, pero también en ese grupo de
mujeres que tienden a sobresalir por su peculiaridad, por su necesidad
de hacerse ver y escuchar en una sociedad estratificada y con pocas
posibilidades de una presencia notoria. En este confuso horizonte,
las mujeres se convirtieron en transgresoras recibiendo su castigo por
una desviación de conducta, por practicar las artes ocultas y, al mis-
mo tiempo, exponiendo un entramado en el que, apegado al dogma
católico y en el nombre de Dios, se realizaban compendios de magia
mediante los que se juzgaba y condenaba.

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las Artes.
El tormento de la carne.
La supervivencia del judaísmo.
Historias de circuncisión femenina
Esther Cohen Dabbah

Para Adela, sobrina querida,


que me orientó en estos menesteres.

La historia de los marranos1 se convierte


entonces en la historia trágica y a menudo
sombreada de esquizofrenia de hombres y
mujeres que en lo externo aceptan ser como
los demás mientras rechazan ardientemente
tal idea en su fuero interno (Alberro 1988).

Todo acto violento contra una comunidad, como lo fue la expulsión


de los judíos de España en 1492, conlleva una serie de transformacio-
nes en la conducta y en las mentes de quienes lo padecen. Sin llegar
a los extremos de lo que significó el exterminio nazi y sus secuelas,
entre ellas, las que se manifiestan en una política racial de aquellos que
fueron víctimas de ese mismo impacto, me detengo con sorpresa ante
la práctica, no solo bipolar sino «desviada», por decir lo menos, del
fenómeno converso y criptojudío en la Nueva España. ¿Hasta dónde,

1. Los novohispanos consideraban a los judíos en tres categorías: conversos (judíos


que adoptaron, en apariencia, la fe cristiana), marranos (término despectivo con
el que se refieren a judíos que se unieron al cristianismo solo con la intención de
salvar sus vidas) y criptojudíos (judíos que optaron por vivir la fe en secreto).
Podría decirse, en realidad, que los tres términos se refieren a una misma manifes-
tación de los conversos <http://www.enlacejudio.com/2012/08/04/creencias-de-
los-criptojudios-en-la-nueva-espana/> (consultado: 17 de mayo de 2017).
106 ESTHER COHEN DABBAH

sería la pregunta, puede llegar un grupo social aislado en su «esqui-


zofrenia» para mantener viva una tradición prohibida e irremediable-
mente al borde del abismo, es decir, una práctica en plena decadencia?
Las respuestas son múltiples y responden en términos generales a la
situación histórica de persecución y deshonra a la que los criptojudíos
han sido sometidos.
Hablemos de la sociedad novohispana, del conglomerado que se
funde en una colectividad que bien podría llamarse híbrida; heredera
de una cultura prehispánica arraigada a fondo entre sus indios y gol-
peada por la furia descarnada del conquistador español, quien final-
mente logrará internarse hasta las entrañas de esa grandiosa naturaleza
indígena, con una diversidad étnica de incalculable riqueza; hablemos
del mestizaje como puntual desenlace de esa mezcla de tantas formas
de pensamiento, conductas y creencias, que hace de la Nueva Espa-
ña, en particular, de la Ciudad de México, el espacio más cosmopolita
de América. La llegada a este país de los judíos conversos, particu-
larmente de aquellos portugueses que lograron escapar en un primer
momento del imperio español y que, más tarde, con la unión de las
dos coronas, vislumbran en el Nuevo Mundo la posibilidad de ejercer
libremente su credo sin persecución del Santo Oficio, amplía aún más
esa diversidad cultural que confirma de nuevo el carácter heterogéneo
y universal de una nueva sociedad en ciernes. Su arribo a México a
principios del siglo xvi y la laxitud de la Inquisición en esos momen-
tos, da a los conversos llegados de España y Portugal, y de todos los
confines donde fueron a refugiarse después de 1492, un respiro frente
al ambiente persecutorio del que huían.
Sin embargo, este «paraíso» terrenal no durará mucho. Como se-
ñala Solange Alberro: «La presencia en Nueva España de instancias
inquisitoriales se remonta a los días que siguen a la conquista (1522)
y se mantiene hasta 1819 […]» (1988: 21). No obstante, es solo a par-
tir del establecimiento del Santo Oficio en 1571, cuando el fuego co-
mienza a expandir sus llamas hacia amplios sectores y prácticas de la
población. Hubo, es cierto, una temprana época en la que los llamados
marranos y criptojudíos gozaron de una dichosa armonía, pero esta
no durará mucho. «Los principios del siglo xvii asisten a la vez a un
fuerte incremento económico y a un aumento de la actividad inquisi-
torial» (1988: 160), insiste Alberro. Este periodo asistirá, en particular,
a la cancelación de casi todo ejercicio de prácticas rituales que remitan
EL TORMENTO DE LA CARNE 107

al judaísmo. Este momento histórico verá sucumbir, finalmente, ese


criptojudaísmo que con tanta fuerza defendieron sus fieles.
El siglo xvii será testigo, lenta pero certeramente, a fuerza de tor-
tura y fuego, de la asimilación prácticamente total de las prácticas y
la fe judías; a partir de 1614 una ola de represión contra judaizantes
marcará el principio del fin de ritos milenarios trasplantados desde el
imperio donde se vivieron trece siglos de tolerancia entre cristianos,
musulmanes y judíos. La sospecha, la delación y el miedo, sobre todo
el miedo, marcarán, como sucedió en Europa (Cohen 2005), el com-
portamiento de varias esferas de la población tanto conversa, cripto-
judía, como cristiana. Se tratará de sobrevivir al castigo y al martirio
del cuerpo, pero también de conservar las propias doctrinas, la fe en la,
denominada por sus inquisidores, «aberrante ley de Moissen». A par-
tir de este siglo, los ritos judaicos, médula de la religión y pensamiento
judíos, comenzarán a cambiar de piel, las líneas de sus rostros se irán
desvaneciendo en la oscuridad y sus creyentes sufrirán una descompo-
sición que los arrojará, a final de cuentas, a la hoguera y, por encima de
todo, a su propio desvarío. Porque si bien los devotos de esta religión
se reconocen como herederos del Libro, no es sino en el rito donde se
cumple su razón de ser. No basta una Biblia si esta no viene acompa-
ñada de prácticas cotidianas concretas, de ritos específicos que sellen
el pacto con Yahveh, su dios.
Así, el rito del sabbat, el encendido de las velas, la limpieza del
linaje, el rito de los muertos y sus deudos, el ayuno del perdón, el Gran
Día, como se le conoce en las actas inquisitoriales, la alimentación y,
de manera muy específica, la circuncisión de los varones, se convierten
en los verdaderos enemigos que se han de vencer: acabar con el rito
es liquidar una creencia maligna que ha llegado para contaminar la
auténtica evangelización de los indios. Por ello, una buena parte de
los juicios novohispanos encontrados en el Archivo General de la
Nación (AGN) contra judaizantes recurren al castigo debido a causas
que nada tienen de «herejía», pero sí de vida cotidiana ritual, como
el lavado de sábanas en vísperas del sabbat, el huevo que los deudos
comen después de la muerte de los padres, al amortajamiento de los
cuerpos, a los días de ayuno, al evitar comer carne de cerdo, a las
velas que se encienden cada viernes por la noche, etc. Pero también, y
como se verá en los casos que trataremos, la rigurosa endogamia que
criptojudíos practican para no pervertir la ley de Moisés. No sorprende
108 ESTHER COHEN DABBAH

hallar matrimonios entre primos o entre parientes muy cercanos. De


hecho, estos hábitos perdurarán, particularmente, en comunidades
sefarditas, hasta mediados del siglo pasado. Si bien es cierto que todo
rito está sometido al paso del tiempo, al transcurrir de la historia y sus
avatares, en este espacio quiero mostrar la forma en que la tortura y la
persecución pueden llevar a prácticas aberrantes, como es el caso que
aquí trataré: la circuncisión femenina.
Me detengo aquí por un momento para señalar algunas caracterís-
ticas de ambas religiones, que hicieron de la judía una víctima factible
de ser reconocida como tal. La religión cristiana está basada en un
principio de «fe» y certificada en una imaginería que hace del fiel un
hermanado de la imagen de un Cristo sufriente que se ofrece en sacri-
ficio para salvar a la humanidad. La religión judía, por el contrario,
está cimentada en los ritos cotidianos que son, en efecto, los que dan
identidad a sus fieles. Por decirlo de alguna manera, el judío puede
no creer en Dios, lo que no puede es dejar de circuncidar a sus varo-
nes o conmemorar el Día del Perdón2. «El judío», escribe Georges
Friedman, «no puede afirmar como el cristiano creyente, que es la fe
la que salva. La vida judía es consustancial a la religión judía. Nuestra
religión no tiene dogmas y es nada sin las prácticas que la estructuran.
Suprimir o simplemente endulzar las mitzvot (preceptos), es vaciar, es
arruinar nuestra religión» (Friedman 1968: 240; cursivas mías). La fe,
tal y como la entiende el mundo cristiano, no tiene esa importancia en
el culto judío; quizás, y esta peculiaridad se ha señalado ampliamente,
el hecho de que la imagen no participe del espectro divino de los ju-
díos (como se sabe, este es un «ser» abstracto que prohíbe cualquier
representación) hace de él un dios espectral cuyo rostro puede solo
atisbarse en la escritura sagrada, ya que en ella y solo en ella, la divini-
dad se despliega, aunque veladamente, al mundo. De ahí que Yahveh
responda al llamado de Moisés de ver su rostro, diciendo: «Pero mi
rostro no podrás verlo; porque no puede verme el hombre y seguir vi-
viendo» (Éxodo 33: 22). Es en este sentido como un dios «sin rostro»
precisa algo más que una fe y exige una práctica ritual.

2. «San Pablo predicó, polemizando con los fariseos, que la verdadera salvación no
provendría del cumplimiento servil de los ritos, sino que ésta sólo se conseguiría
mediante una conducta moralmente virtuosa, es decir, comportándose sincera-
mente caritativo, detestando el mal y adhiriéndose al bien; así como a través de la
fe en Cristo y en su resurrección» (Cohen s.f.: 29).
EL TORMENTO DE LA CARNE 109

En un ensayo inédito de Eduardo Cohen (1939-1995), llamado


«Una comunidad ritualista», el pintor y ensayista escribe: «Cuando
se opta por llevar a un primer plano el ritual como verdadero índice
de religiosidad, la religión mantiene aún cierto vigor vivencial. El rito,
independientemente de su apoliticidad, implica un tipo de entrega in-
condicional. Desde un punto de vista existencial, el rito satisface de
varias maneras la necesidad de dar significado al mundo porque, sobre
todo, su fuerza estriba paradójicamente, en su carácter de experiencia
no intelectual. Y si bien es cierto que el ritualismo difícilmente puede
producir una vocación universalista, sí, en cambio, es probable que
suelde más firmemente a quien practica con su comunidad» (s.f.: 14).
Es así y desde esta perspectiva «religiosa», como el abandono del
rito anuncia ya su ruina; de ahí que las comunidades judías, en momen-
tos precisos de la historia, insistan en no alejarse de este, en la medida
en que es el rito el rasgo único que ratifica su vínculo con la sociedad.
Por esta razón, y dado el carácter frágil de la fe sin sus rasgos rituales,
el criptojudío novohispano intentará por todos los medios posibles
mantener, aunque sea en un mínimo tenor, ese perfil ritual que le da
una identidad frente al mundo al que se enfrenta. De hecho, lo que la
Inquisición violenta es la posibilidad de pertenencia a un pasado mile-
nario que se remonta a más de dos mil años de existencia, trastocando
de manera irreversible todo orden ritual. Hacia finales de la década de
1640-1650, el criptojudaísmo como tal y aunque en su forma «esqui-
zofrénica», desaparecerá casi por completo y terminará por fusionarse
y confundirse con esa marea de identidades novohispanas. Los autos
de fe de 1646, 1647, 1648 y 1649 pueden leerse, entonces, como los
últimos suspiros de la sociedad criptojudía novohispana3.

3. Si bien el año 1650 marca una «derrota» del criptojudaísmo, habría que tomar
en cuenta que seguirán existiendo casos aislados de circuncisión femenina. Me
refiero concretamente al juicio de María de Zárate y de su marido Francisco Bo-
tello. En su libro, La Inquisición en México. Racismo inquisitorial (El singular
caso de María de Zárate), Boleslao Lewin relata el juicio completo a esta mujer,
acusada de llevar las marcas de su circuncisión en el hombro izquierdo. «Cuando
el proceso ya estaba adelantado, el 27 de noviembre de 1657, se presentó el fiscal
para decir, que según se había comprobado en los procesos de la “Complicidad”,
los judaizantes, por particular ceremonia usaron en lugar de circuncisión que en
dicha Ley se mandaba hacer a los varones en el prepucio, sacar a las hembras un
bocado de carne del hombro o en la parte superior de la espaldilla, y que puede
haber sucedido con la dicha rea y que esté señalada en la dicha forma, por ser de
110 ESTHER COHEN DABBAH

En última instancia, y reflexionando a fondo, ¿no son acaso los ri-


tos cotidianos –dentro o fuera de cualquier religión– los que nos pro-
tegen y amparan de la crueldad de la vida? ¿Qué sería de una sociedad
sin esos ritos cotidianos que estructuran nuestras vidas y que nos dan
cobijo? Sin el rito, cualquiera que este sea, la muerte, esa soberana que
rige y se levanta gloriosa ante nuestros ojos, terminaría desde nuestra
más tierna infancia con el mínimo impulso de vida; sin él, solo sería-
mos seres condenados a Tánatos. Sin los ritos, el mundo dejaría de ser
mundo y el hombre se arrojaría, impotente, a los umbrales del abismo.
Somos, en pocas palabras, seres habitados por ritos de sobreviven-
cia: son ellos y solo ellos, los que estructuran nuestra existencia, los
que, llevándonos de la mano, vigilan y administran, a veces sin saberlo,
nuestro aliento de vida. De ahí que, en su momento, fuera irrefutable
la posibilidad de cancelarlos.
Ahora bien, ¿qué sucede en la década (1640-1650) que marca la
disolución del criptojudaísmo? Habría que destacar que el escenario
represivo pone en juego la mentalidad agobiada de aquellos prac-
ticantes que ven en la deformación y el delirio la fuente última de
su existencia. Cuando el espacio de las formas rituales, generadoras
de identidad, desaparecen, brotan de improviso formas totalmente
opuestas a los principios rituales del judaísmo. Es entonces, en esa
década de ocaso, cuando una pequeña comunidad de criptojudíos
portugueses se pierde en las tinieblas de su propia desesperanza al
pretender mantener a toda costa el pacto de la circuncisión, aunque
esta sea, esta vez, en el cuerpo de la mujer.
Como se sabe, Dios manda circuncidar al hijo de Abraham para
sellar su pacto con el «pueblo elegido»; es esta la traza (la trace),
como diría Derrida (Bennington y Derrida 1994), que sella de manera
definitiva al sexo masculino con lo divino, y es el falo el único que da
cuenta de este vínculo. En él se inscribe el nombre de dios, de ahí que
dentro de esta tradición, el género masculino se convierta en el sexual

mujer de Francisco Botello» (1971: 39). En el juicio a esta mujer, los jueces se
refieren explícitamente a los casos de Duarte de León y de sus hijas, Antonia y
Clara Núñez, «retajadas» por el primero (1971: 157) y, de igual manera, se afirma:
«[…] cortándoles con un cuchillo muy bien afilado en la espaldilla u hombro iz-
quierdo a esta rea y a sus hermanas un pedazo de carne que asiéndole sobre brasas
encendidas… se comían el dicho su padre y las demás personas que asistían a este
judaico sacrificio» (1971: 159).
EL TORMENTO DE LA CARNE 111

portavoz de la divinidad. Pero, ¿qué pasa con la «desmarcación»


femenina cuyo signo es la apertura al mundo y cuyo cuerpo se
mantiene al margen de cualquier incisión divina? ¿No fue acaso ese
cuerpo desmarcado el que llevó a miles de brujas a la hoguera durante
el Renacimiento? En la desmarcación femenina, entre otras causas, la
bruja renacentista la contuvo todas. Por ello fue llevada a la hoguera,
por ello se convirtió en el chivo expiatorio de tanta barbarie. Hablando
de nuevo del criptojudaísmo, resulta extraño, entonces, pensar que la
maternidad sea la fuente de la descendencia judía, mientras que el dios
judío privilegia al sexo masculino imprimiendo en él su nombre.
Por ello, cortar el hombro derecho o izquierdo de una mujer como
señal de pertenencia al grupo es, en todo sentido, una desviación del
culto; esa cicatriz «cincuncidada» transgrede toda norma y lleva a la
tradición judía a su quiebre, esta vez definitivo. Balbuceos y raptos de
quienes se ven a un paso de la hoguera; lamentos de quienes perciben
la muerte del cuerpo, sí, pero sobre todo, los últimos estertores de una
religión en la que moraron durante siglos. El auto de fe de 1646 es el
primer aviso de esta agonía:

Corre sin freno la malicia a perderse, y, ciega, se precipita por ruido-


sos despeños de obstinación. La perfidia judaica, antiguamente rebelde al
Imperio Divino, nunca obligada de milagrosos beneficios, siempre ocasio-
nada de sí misma a indignas ingratitudes, hoy fecunda madre de sacrilegios
inauditos, en todas partes madrastra cruel de la gente que protervamente
engaña, ¿hasta dónde no ha llegado con la impiedad y con el atrevimiento?
(García 1974: 141; cursivas mías).

¿A qué tipo de sacrilegios puede referirse el auto de fe? Si partimos


de nuestro interés en la llamada circuncisión femenina, un sacrilegio
bien podría aludir a la práctica ritual llevada a cabo, particularmente,
por una familia, la de Duarte de León Jaramillo y su esposa Isabel
Núñez, provenientes de Portugal. No me atrevo a afirmar con certeza
que el resto del grupo de familias a las que remite el auto de 1646, y
que llegaron a la Nueva España junto con los primeros, cumplieran
con el mismo ritual; lo que es cierto es que nombres como Francisco
Núñez, Gaspar Váez Sevilla, Isabel de Rivera, Margarita de Rivera,
Simón Fernández de Torres, Tomás Núñez de Peralta o Tomé Gó-
mez, judaizantes llevados a juicio en los tribunales inquisitoriales de
ese periodo son acusados de ser practicantes de la ley de Moisés en sus
112 ESTHER COHEN DABBAH

diversas manifestaciones cotidianas. Si bien los casos más destacados


son los de la familia de Duarte de León, Genaro García da cuenta de
una gran cantidad de circuncisiones femeninas durante ese periodo.
Lo mismo sucede con el auto de fe de 1647, en el que aparecen los
juicios a judaizantes tales como Beatriz Henríquez, Tomás Méndez,
Fernando Rodríguez, Francisco de León Jaramillo, Simón de León, hi-
jos de Duarte de León Jaramillo, principal ejecutor de este inusitado
ritual, así como Tomás Méndez. Para el año 1648, el auto de fe se vuelve
mucho más crudo y a partir de él se perfilan ya las últimas bocanadas
de la criptojudería. Es precisamente aquí donde se lleva a juicio a buena
parte de la familia Duarte de León-Isabel Núñez. Es Francisco de León
Jaramillo quien encabeza la lista, judaizante e hijo de Duarte de León,
Ana, Antonia y Clara Núñez hijas de Isabel Núñez y Duarte de León.
Después de una búsqueda exhaustiva en el AGN de la Ciudad de
México, logré encontrar el juicio a Isabel Núñez, donde la causa de su
encarcelamiento radica justamente en la cicatriz en el hombro que la
delata como miembro de la comunidad criptojudía que, no pudiendo
circuncidar a sus varones para evitar su persecución, conciben la idea
de hacerlo en el hombro de las mujeres. El caso más mencionado es
el de esta familia portuguesa que ya desde el auto de 1647 es acusada
por su propio hijo, Simón de León, de prácticas crueles e indignas. Me
permito citar in extenso esa parte del juicio.

[Fol. 29v]
[Letra 1]
Señal que le fue halla-{2} da a Isabel Núñez {3} de circuncisión en {4} el
hombro izquierdo {5} a la declaración {6} de Juan de Correa Ci-{7} rujano
de este Santo Oficio {8}
[Letra 2]
Yo Eugenio de Saravia, secretario del secreto del Santo Oficio {1} de
la Inquisición de esta Nueva España, certificó que{2}, sábado cuatro días
del mes de mayo de mil Y{3}seiscientos y cuarenta y siete años, estando
en{4}su audiencia de la mañana los señores inquisidores{5}Don Franco de
Estrada y Escobedo, Don Juan Sáenz de{6}Manozca y Licenciado Don
Bernabé de la Higuera y{7} Amarilla, y por ordinario de este Arzobispa-
do, el dicho{8}señor Inquisidor Manozca, mandaron traer de las cárceles
{9} secretas a Simón de León, preso en ellas para ejecutar{10} en su persona
los votos de tortura in caput alienum{11} a que fue condenado en dos días
de el dicho mes de mayo.{12} Y habiéndosele hecho la monición caritativa
pro-{13} nunciado la sentencia y notificándosele, empezó{14} a confesar.
EL TORMENTO DE LA CARNE 113

Y entre otras cosas que dijo y confesó. {15}Dijo contra Duarte de León e
Isabel Núñez {16} sus padres, lo siguiente: {17} Y que no se acuerda cuanto
tiempo a, pero se a-{18} cuerda que fue antes que le enseñasen sus padres
{19} la ley de Moysen. Que un día <no> se acuerda cual, se{20}encerraron
en la despensa los dichos su padre{21}y madre, y yendo este confesante a
pedirle para{22}papel al dicho su padre, y llegándose a la puerta, llamó{23}
este confesante y abrió el dicho su padre, y vio que la{24}dicha su ma-
dre decía: ¡ay! Quejándose, poniendo la {25} mano sobre el hombro y que
cómo el dicho su padre {26} cortó en aquel lugar a sus hermanas la carne.
{27}Presume cortaría en el mismo lugar a su madre. {28}Y que se con firma
el que fue esto así. Porque habiendo {29} aporreado un día el dicho su padre
a su madre, {30}4

4. Véase la primera imagen para consultar este folio.


114 ESTHER COHEN DABBAH

[Fol. 30v]
Le dijo su hermana Clara al dicho su padre {1} en su cara que era un
perro judío, y que si había {2} hecho a la dicha su madre lo mismo que a
las demás {3} cortándoles la carne. {4}Y habiendo dicho otras cosas que
no hacen al {5} propósito. Fue mandado llevar a la capilla {6} y los dichos
señores inquisidores fueron de parecer que Juan {7} Correa cirujano de
este Santo Oficio viese. Luego yncontinente{8} a la dicha Isabel Núñez si
tenía la dicha señal para{9}Verificación de la verdad de lo que ha confesado
el dicho,{10}Simón de León. Y Habiendo sido mandado en-{11}trar en la
dicha audiencia el dicho Juan Correa le fue{12} mandado que, so cargo del
juramento que tiene{13}fecho, viese a la dicha Isabel Núñez si tenía alguna
{14} señal en alguno de los dos hombros derecho o izquierdo.{15}

Y habiendo vasado juntamente conmigo el dicho {16} secretario del se-


creto y con Pedro de cargas, ayudante{17} de las cárceles secretas. A la en
que estaba la dicha {18} Isabel Núñez, que es en el cuarto nuevo, y ha-
biéndola{19}visto con todo cuidado a la luz del patio y servido a la{20} di-
cha audiencia, dijo que había visto a la dicha Isabel{21} Núñez y la había
EL TORMENTO DE LA CARNE 115

hallado en el hombro derecho{22}tres dedos arriba de la juntura del hueso


una seña{23}trasversal que viene del hombro al pecho, poco menos{24}de un
medio real en ovalo que párese haberse{25}hecho con instrumento cortante
y cicatriz{26} en la circunferencia de toda la dicha señal que{27}demuestra
haberse cortado el cutis y carne haciendo{28} cóncavo, y que como quien ha
visto las señales{29}que tienen sus hijas Antonia Y Ana Núñez{30}5

[Fol. 30 r]
la juzga por de la misma calidad, y que no {1}es antigua y al parecer de
poco más de cinco años. {2} Y que esto es lo que siente, según su leal saber
{3} y entender, y so cargo del juramento que tiene {4} fecho. Y lo firmo. Y
con tanto fue mandado salir {5} del audiencia= el médico Juan de Correas.
Ante mi Eugenio {6} de Saravia {7} Concuerda con su original que está en
el proceso del {8} dicho Simón de León a que me refiero. De que Doy fe.
{9} Firma El licenciado Eugenio de Saravia. {10}///.

5. Véase la segunda imagen para consultar este folio (cursivas mías).


116 ESTHER COHEN DABBAH

El testimonio de Simón de León, hijo de Duarte de León e Isabel


Núñez es transparente; en su defensa, acusa al padre de haber circun-
cidado tanto a su madre como a su hermana Clara. La descripción
detallada del hijo nos sumerge en el rito que por obvias razones se
llevaba a cabo en la oscuridad, donde nadie pudiera presenciar tal ri-
tual. Simón de León describe con toda minuciosidad la forma en que
Duarte de León circuncida a su mujer y cómo ella se duele del corte.
Estamos hablando del año 1647, o sea, de la década de la desgracia
criptojudía. A lo largo de este y otros juicios, podemos ir viendo
la descomposición del mundo criptojudío que no solo circuncida a
sus mujeres como forma de continuar el rito, sino que llega a nive-
les jamás vistos dentro de la tradición judía. Desafortunadamente,
los archivos que van más allá de la descripción del corte ritual en
el hombro de la mujer no se encuentran dentro del AGN, y sería
necesario realizar una nueva investigación para encontrar el destino
de los archivos inéditos que describe Genaro García en su libro ya
citado. Por lo pronto, registremos la confesión de Simón de León,
para certificar esta inédita práctica que llevó a estos criptojudíos a la
hoguera. Debo decir que no he logrado encontrar los motivos que
hicieron del hombro femenino el espacio simbólico del vínculo divi-
no. Lo cierto es que son las mujeres quienes padecerán los tormentos
de la carne para salvar, aparentemente, una religión de la que habían
sido oficialmente «desmarcadas». Sus cuerpos serán las víctimas de
ese fervor del converso ante el umbral de la muerte.
Si el corte en el hombro femenino ejerce ya una violencia no vista
en el cuerpo de la mujer judía, el canibalismo, abiertamente prohi-
bido dentro del judaísmo, entra a desempeñar un papel decisivo en
estos casos donde la carne desprendida del hombro es sometida a una
cocción para alimentar tanto al padre, Duarte de León, como al resto
de la familia. Los siguientes ejemplos están tomados del libro Docu-
mentos inéditos y muy raros de la historia de Nueva España, escrito
por Genaro García a principios del siglo xx. Desafortunadamente, no
he logrado ubicar el destino de estos archivos descritos por Genaro
García; sin embargo, el autor, reconocido por su excelente trabajo de
investigación, nos ofrece abundantes casos donde la mujer es sometida
a tales rituales, sin tener la posibilidad de defenderse. He aquí algunos
ejemplos que nos ofrece García:
EL TORMENTO DE LA CARNE 117

Y ya reducida y después de presa su madre, la cogió su padre a puer-


tas cerradas en un almacén, en un viernes, presentes Francisco de León y
Antonia Núñez, sus hermanos, y la desnudó hasta la cintura, diciéndola
que callara y no gritara, porque por no tener una señal su madre, la habían
traído presa; y sentándose sobre una caja blanca, de pescado, teniendo
puesto el sombrero, como rabino, la metió entre las piernas, estando esta
criatura parada, y llegándose su hermana Antonia Núñez, por un lado, la
tapó con las manos, los ojos y boca, y con un cuchillo nuevo la cortó su
padre de sobre el hombro izquierdo un pedazo de carne, de buen tamaño,
que cogió y echándole sal, lo soasó en unas brasas que estaban en un tiesto,
y el inhumano judío se lo comió: abominable y nunca visto, oído ni leído
sacrificio y nueva invención de circuncisión; mandándola con amenazas
que callara y no dijera nada […] (García 1974: 228).

Este acto también se repite en el testimonio de Antonia Núñez, hija


menor de Duarte de León e Isabel Núñez:

Asimesmo la señaló su padre en el hombro izquierdo, diciéndola que


la quería señalar en aquella parte, porque era ceremonia de su ley, y suce-
dió lo propio de soasar la carne, que era del grandor y tamaño de medio
real, que la cortó y comérsela según se refiere en la causa de su hermana,
Ana Nuñez (García 1974: 222).

Y también en el testimonio de Clara Núñez, igualmente hija de


Duarte de León, donde se da mayor información del aberrante ritual:

[…] rigor la hacían guardar los sábados, que ni aun lavar la cabeza la deja-
ban. Y la señaló en el hombro izquierdo, como a las dos hermanas suyas,
cortándole un pedazo de carne Y con tanto (García 1974: 237).
Otro modo de hazer a las mugeres christianas renegadas: la ceremonia
es diferente porque no consiste en mas que hazerlas lavar y después hazen
el zala en una camara, o aposento y les cortan los cabellos de la cabeza por
delante un poco, rapándole todo el celebro, o colodrillo que no queda por
aquella parte cabello: luego le ponen su nombre morisco, o turquesco,
y con esto quedan renegadas. Y otra ceremonia tienen algunas mugeres
observantes que practican en su ley según confecion de alguna en este tri-
bunal por bautismo, o circuncision entrarla en siete tinas de agua caliente,
y otras en siete de agua fría: Otra usan nueva y esquisita que encima del
hombro isquierdo con un cuchillo nuevo se les corta un vocado en circulo
y despues de quitado se lo comen asado como se refirio en el auto de fe
que se celebro en el año del quarenta y ocho en esta ciudad (Duarte de
León) (García-Molina 1998: 401-402).
118 ESTHER COHEN DABBAH

No existen, hasta este momento de la historia judía, casos en los


que el canibalismo como tal aparezca como parte de la tradición.
Muy por el contrario, se trata para el judío de una violación a los
principales preceptos de la Torah: «Guárdate sólo de comer la san-
gre, porque la sangre es vida, y no debes comer la vida con la carne.
No la comerás, la derramarás en tierra como agua» (Deuteronomio
12: 23-24). Si este precepto fundamenta varios rituales alimenticios
dentro del judaísmo, leyes fundadoras de una ética de la alimenta-
ción, tan importante para esta religión, comer la carne de una mujer
ultrajada, incluyendo su sangre, representa una de las mayores des-
viaciones del culto. Querer salvar al judaísmo del fuego mediante el
agravio del cuerpo femenino, es ya caer en la barbarie.
Si bien esta práctica ritual queda como una ofensa al culto judío,
resulta interesante acercarnos al texto de Raphael Patai The Seed of
Abraham (Jews and Arabs in Contact and in Conflict) en el que el
autor se refiere a la forma en que tanto judíos como árabes com-
partían rituales mágicos aceptados desde hacía siglos por la mística
judía. Hay uno, entre ellos, que llama especialmente la atención en
la medida en que bien podría remitirse a los casos de canibalismo
practicado por algunas familias novohispanas. Es así como el autor
describe con lujo de detalle los casos en que el prepucio de los cir-
cuncidados alimenta las bocas de mujeres estériles, así como de mu-
jeres que desean proteger a sus hijos. Citemos:

Westermarck reports that among the Ait Warain Berbers it often happe-
ned that at the circumcision of a boy, his mother, immediately after the ope-
ration, swallowed the foreskin with some water. This was done because of
the belief that if she did so her son would never be found out if he commit-
ted theft, adultery with another man’s wife, or any other crime (159). […]
I find it most interesting that both alternative customs, that of swallowing
the foreskins and of stringing them up and preserving them, existed among
both Muslims and Jews, but that the motivations for doing so were so diffe-
rent. Among the Muslims it meant insurance against being caught if the boy
in later life engaged in criminal acts, or the augmentation of love for him, or
the protection of the circumciser against claims of negligence. Among the
Jews it meant the achievement of fertility for barren women, and a proof of
great religious merit for the circumciser (Patal 1987: 161).

Ciertamente, el texto arriba citado da muestras de un cierto «cani-


balismo» practicado con fines benéficos o curativos. No obstante, esta
EL TORMENTO DE LA CARNE 119

práctica llevada a cabo por judíos y musulmanes no va más allá de una


superstición y una magia practicada por místicos que, aunque la histo-
ria no ha reivindicado del todo como grandes pensadores de los ritos
judíos, no ha sido comprobado que recurrieran a prácticas desviadas
de la auténtica tradición. Pero, me pregunto, ¿cuál sería esa tradición
cuando esta queda siempre sujeta a transformaciones, desviaciones o
alteraciones históricas siempre y cuando no transgredan un código
ético marcado desde las Escrituras? De acuerdo con la ley halágica,
nada habría de barbarie en alimentarse de un residuo de la circuncisión
masculina con el fin de fertilizar a mujeres estériles. Sin embargo, esto
nada tiene que ver con la ferocidad con la que los propios judíos sacri-
ficaron a sus mujeres en la Nueva España y mucho menos con el salva-
jismo de alimentarse con su propia carne. Si miramos a fondo, el corte
infligido a las mujeres no es un corte superficial, sino la extirpación de
un «bocado de carne» para cocinarlo y alimentar con él a sus víctimas.
Es verdad que toda tradición implica de principio una respuesta
de su receptor; recibir una tradición no es nunca un acto pasivo, viene
siempre acompañado por cambios, transformaciones incluso traicio-
nes que, sin embargo, no violan las leyes éticas básicas del judaísmo.
Lo que vemos en los juicios de los Duarte-Núñez no es la continuidad
del rito y la tradición hebreas, sino su mutilación. Se trata de una for-
ma, la más aberrante posible, de persistencia del rito; más aún, arrancar
un pedazo de carne del hombro de una mujer y llevárselo a la boca
significa la deformación absoluta de la ritualidad judía, que rompe con
toda ética, fundamento del judaísmo en términos de Lévinas, para caer
en el más tórrido de los avernos. Y ejercer esta violencia en el cuerpo
desgarrado de una mujer no es más que justificar una y otra vez el lu-
gar que ellas ocuparon en la sociedad novohispana. Es más que sabido
que al mismo tiempo de la persecución de judaizantes, se estaba lle-
vando a cabo una violencia en contra de las indias, ultrajadas, violadas
o asesinadas por sus conquistadores. El término «evangelización» es
un simple eufemismo para ocultar el lado más oscuro de la conquista.
La violencia no es una excepción a la regla, sino el privilegio del con-
quistador y, por supuesto, de sus inquisidores.
Regresando al tema que nos ha ocupado en este ensayo, me gus-
taría retomar el concepto de Gershom Scholem, defensor de la tradi-
ción/traición de la tradición. Para él, la cábala, o sea, una buena parte
de la tradición mística, justifica la innovación en términos históricos:
120 ESTHER COHEN DABBAH

no somos los mismos que vivieron la revelación divina, ni seremos


los últimos. Por ello surge la necesidad de adaptar los preceptos a las
leyes de la historia y de la tradición misma. Y esto trae a cuento un
bellísimo relato, contado por el mismo Scholem en su libro Las prin-
cipales tendencias de la mística judía donde cuenta, en pocas pala-
bras, el inevitable cambio de los rituales que, a pesar de todo, siguen
estructurando a una comunidad:

Cuando el Baal Shem tenía ante sí una tarea difícil, solía ir a un cierto
lugar del bosque, encendía un fuego, meditaba y rezaba, y lo que él había
decidido hacer, se llevaba a buen fin. Cuando, una generación más tarde,
el Magguid de Meseritz se enfrentaba a la misma tarea, iba al mismo lugar
del bosque y decía: «Ya no podemos encender el fuego, pero aún podemos
decir las plegarias y aquello que quería se volvía realidad». Nuevamente
una generación más tarde, rabí Moshé Leib de Sassov tuvo que realizar
esta tarea. También fue al bosque y dijo: «Ya no podemos encender el fue-
go, ni conocemos las meditaciones secretas que corresponden a la plegaria,
pero sí conocemos el lugar en el bosque y dijo: “Ya no podemos encender
el fuego, ni conocemos las meditaciones secretas que corresponden a las
plegarias, pero sí conocemos el lugar, y ha de ser suficiente, y fue suficien-
te”». Pero pasada otra generación, cuando se pidió a rabí Israel de Rishin
que realizara la tarea, se sentó en el sillón dorado de su castillo y dijo: «No
podemos encender el fuego, no podemos decir las plegarias, no reconoce-
mos el lugar, pero podemos contar la historia acerca de cómo se hizo todo
esto». Y –agrega el narrador– la historia que él contó tuvo el mismo efecto
que las acciones de los otros tres (Scholem 1996: 283).

Cada vez que leo este relato, pienso en los años que viví cuando mi
padre aún conocía el bosque, encendía el fuego y recitaba las plegarias
secretas. Ahora, en la indigencia en la que nos encontramos, la única
esperanza, el último aliento que me queda, es el recuerdo, memoria; a
falta del rito original, ese sueño de hombres perfumados que cantaban
las plegarias y encendían el fuego no se ha borrado de mi memoria.
Queda también el relato que, me pregunto, ¿es acaso suficiente?
A siglos de distancia la pregunta sigue teniendo pertinencia para
recuperar, como muestra la memoriosa historia del judaísmo, estas
prácticas rituales en la Nueva España de las que apenas conservamos
documentos. Estos rituales ilustran, por un lado, la represión que la
Santa Inquisición ejerció sobre toda la población de América; en parti-
cular, con los colectivos más frágiles: los indios y los judíos conversos.
EL TORMENTO DE LA CARNE 121

Por el otro, la violencia ejercida sobre la mujer como sujeto del rito de
circuncisión: una marca que se inscribe a falta de un «lugar» privile-
giado en la sociedad; ellas sucumben ante quienes actuaron, como los
conquistadores españoles, a modo y semejanza. Ante la ausencia de un
falo circuncidado, la mujer, una vez más en la historia, ha debido pagar
con el tormento de su propia carne.

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Proceso contra Isabel Núñez, mujer de Duarte de León, por observan-
te de la ley de Moysen (AGN, Inq. 61, vol. 401).
Scholem, Gershom (1996): Las grandes tendencias de la mística ju-
día. «El hasidismo: la última etapa». Ciudad de México: Fondo de
Cultura Económica.
Toro, Alfonso (comp.) (1982): Los judíos en la Nueva España. Ciu-
dad de México: Fondo de Cultura Económica/Archivo General de
la Nación.
Una bruja mulata: documento extra
ordinem de la Inquisición mexicana1

María Jesús Torquemada

Una mujer mestiza se ve perseguida, juzgada y sentenciada por el


Santo Oficio mexicano a causa de sus actividades supersticiosas. La
particularidad del presente trabajo consiste en el hecho de haberse
mencionado a su personaje principal de forma tangencial al hilo de
algunas publicaciones que analizan procesos inquisitoriales similares
protagonizados por otras sortílegas. Sin embargo, los autos procesa-
les contra esta mulata no fueron hasta ahora objeto de análisis por
separado, seguramente al haber sido adquiridos hace tiempo por una
universidad estadounidense. Ello habría implicado que tales expedien-
tes quedaran apartados del circuito por el que habitualmente transitan
quienes se han venido dedicando al estudio de los documentos de la
Inquisición mexicana.

Introducción

La historia de la Inquisición continúa siendo un elemento esencial


para comprender la yuxtaposición existente entre la cultura cristiana
y otras que ya existían en el Nuevo Mundo antes del descubrimiento
de América. El aparato inquisitorial se creó para controlar las activi-

1. Este trabajo ha sido realizado en el marco del Proyecto de Investigación «Lite-


ratura del crimen: doctrina jurídica y crónica social (siglos xvi-xx)» (DER2015-
64627-P), financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad.
124 MARÍA JESÚS TORQUEMADA

dades de los denominados «cristianos nuevos», siempre bajo sospecha


de que su conversión no hubiera sido sincera.
Esa mentalidad inquisitorial, que se extendió por Europa mucho
antes de la llegada de Colón a las Indias, iba dirigida a la erradicación
de diversas herejías que germinaron en el viejo continente. En el caso
concreto de la Inquisición española, la amenaza inicial consistía en el
criptojudaísmo y en el mahometismo encubiertos, pero después, tras
el descubrimiento y la conquista del Nuevo Mundo, los tribunales in-
quisitoriales fueron exportados al territorio indiano para salir al paso
de la amenaza protestante y otras prácticas que mezclaban la religión
cristiana con el paganismo preexistente y profundamente arraigado en
muchas sociedades indígenas.
Los expedientes relativos a los procesos inquisitoriales mexicanos
que al presente se custodian en la Bancroft Library de California alu-
den a un importante número de reos que fueron acusados de crímenes
relacionados con las prácticas esotéricas, etiquetadas con las denomi-
naciones de «brujería y superstición».
Además del valor que revisten como fuentes jurídicas casi siempre
inéditas, los citados documentos tienen el mérito añadido de servir
como ilustración de las culturas indígenas, pues en pocas ocasiones la
tradición documental sobre la que se han reconstruido esas civiliza-
ciones reviste la minuciosidad con que las describen los documentos
inquisitoriales, de manera que estos dejan traslucir al hilo de los dife-
rentes estadios procesales la mentalidad de quienes participaban en las
prácticas que en ellos se plasman.
Esos documentos a veces se hallan incompletos, en ocasiones por-
que se incoaron sin que llegara a pronunciarse sentencia firme y de-
finitiva a causa de diversos motivos. En otros casos sencillamente se
han extraviado o destruido algunas de las hojas que componían los
expedientes, circunstancia fácil de determinar al aparecer citados esos
papeles a lo largo de los autos sin que se conserven dentro de las co-
rrespondientes carpetas.
La mayoría de los documentos gozan de la asombrosa homoge-
neidad que caracteriza la documentación procesal inquisitorial. En los
encabezamientos se hace una breve alusión a la identidad del sujeto
encausado, su procedencia, el delito por el cual se lo juzga, etc.
En los documentos de la sumaria, que contienen las bases para la
instrucción del expediente, el Santo Oficio se ceñía escrupulosamente
UNA BRUJA MULATA 125

a las normas marcadas por una tradición procesal no siempre puesta


por escrito, sino en ocasiones de tipo consuetudinario, pero en cual-
quier caso respetada. Tanto es así que se puede afirmar haber sido el
procedimiento judicial del Santo Oficio un sistema bastante más ga-
rantista para los acusados que el proceso penal ordinario (Gacto Fer-
nández 1986: 175-194).
Disponían los tribunales inquisitoriales de manuales y tratados que
les formaban sobre los trámites que debían llevar a cabo para instruir
y, llegado el caso, sentenciar cada proceso, destacando a tal efecto la
obra del inquisidor aragonés Nicolás Eymeric titulada Directorium
inquisitorum, anterior al nacimiento de la Inquisición española, al ha-
ber sido publicada en el siglo xiv2.
El principal objetivo del presente trabajo consiste en añadir otra
pieza al siempre incompleto y complicado rompecabezas formado por
los distintos procesos inquisitoriales que tuvieron lugar ante el tribu-
nal de México.
Dada la ingente actividad desplegada por el Santo Oficio mexicano
a lo largo del periodo que se extiende entre 1571 y 1820 muchas son las
mujeres que hubieron de comparecer como acusadas ante dicho tribu-
nal inquisitorial. Si las diferentes sedes del Santo Oficio peninsular ha-
bían hecho su aparición con el fin de reprimir las herejías de los falsos
conversos procedentes del judaísmo y el mahometismo, la creación de
los tribunales americanos obedecía más bien a la necesidad de frenar y
neutralizar las creencias ancestrales de los indígenas recién bautizados.
A pesar de que los predicadores desplazados a las Américas llevaron
a cabo denodados esfuerzos para suprimir las prácticas tradicionales
de los aborígenes, casi siempre impregnadas del pensamiento mágico-
simbólico característico de aquellas culturas, las gentes originarias del
Nuevo Mundo hallaron la forma de entremezclar las creencias adqui-
ridas tras el nuevo bautismo con las heredadas de sus mayores, cons-
truyendo un todo compacto en que ambos credos, lejos de repelerse,
se complementaban e imbricaban de forma casi milimétrica. De ese
modo, el paso de los años daría lugar a una sociedad que oscilaba entre
el catolicismo y el paganismo haciendo gala de un admirable equilibrio
entre tradiciones diversas.

2. Hubo numerosas ediciones de esta obra, publicada por vez primera alrededor de
1356.
126 MARÍA JESÚS TORQUEMADA

Las mujeres eran las principales protagonistas en ese escenario, pues-


to que tanto en la vieja Europa como en las Indias la sociedad les había
concedido desde tiempos remotos la categoría de vínculos incontesta-
bles entre los hombres y las fuerzas supraterrenales. Si bien es cierto
que la tradición cultural judeocristiana y patriarcal había investido a los
varones de la dignidad sacerdotal, las mujeres seguirían siendo extraofi-
cialmente administradoras preferentes de la magia heterodoxa, es decir,
de la que no resultaba incluida en la categoría de milagro.
Dentro de una sociedad variopinta en cuanto a la extracción y la
raza de los individuos que la componían, no es extraño que las prácti-
cas supersticiosas se extendieran como la pólvora. Ese fue uno de los
mayores escollos con los cuales tropezó la Inquisición mexicana a la
hora de hacer que prevaleciera la recta doctrina católica, a juzgar por el
alto porcentaje de procesos que se sustanciaron ante ese Santo Oficio
bajo acusación de actividades relacionadas con la magia prohibida y
las supersticiones.
La inexorable maquinaria inquisitorial, utilizando su peculiar modo
de actuación tendente a fomentar las denuncias entre convecinos e in-
cluso entre parientes, finalmente conseguía desvelar y desentrañar las
tramas supersticiosas existentes generalmente en todas y cada una de
las poblaciones novohispanas. Normalmente eran las mujeres quie-
nes capitaneaban y nutrían las filas de tales colectivos heréticos y, en
muchos casos, tales prácticas se constituían en un medio de vida para
quienes tomaban parte en ellas.
A fuerza de tirar del hilo, los inquisidores conseguían hacerse con
la madeja que se escondía tras lo que parecían actuaciones aisladas.
Tanto en los tribunales peninsulares como en los americanos las mu-
jeres acusadas de brujería y supersticiones intentaban exculparse ante
el santo tribunal acusando a otras comadres y convecinas, de forma
que, al cabo de cierto tiempo, dado que se trataba de poblaciones y
territorios no demasiado populosos, resultaba relativamente fácil de-
tener a todo el conventículo de personas involucradas en las prácticas
sortílegas. Casi todos esos individuos formaban parte de un grupo que
llevaba a cabo esos actos heterodoxos y llegarían a ser reos de inqui-
sición, abocados a que se les incoaran los correspondientes procesos
para esclarecer y depurar responsabilidades, de modo que los autos
relativos a sus presuntos delitos se sustanciaban con poca diferencia
de tiempo entre unos y otros.
UNA BRUJA MULATA 127

Sería prolijo traer a colación el numeroso elenco de trabajos de-


dicados a los procesos inquisitoriales contra brujos y hechiceros en
la Nueva España, pues muchos son los expedientes que se conservan
sobre el particular. En todos ellos se ha subrayado la importancia del
elemento racial3. Es importante resaltar que en los territorios america-
nos se entremezclaron las prácticas mágicas de tres continentes: Euro-
pa, América y África.
Rara vez las mujeres de raza blanca fueron reas del Santo Oficio
con motivo del ejercicio de la magia supersticiosa, pues tales activida-
des quedaban, por tácito consenso, reservadas a las etnias indígenas o
de procedencia africana. A ellas se dirigían quienes deseaban obtener
por vía del prodigio lo que la vida cotidiana les negaba. Salud, dinero o
amor eran bienes profusamente demandados por aquellos que acudían
a solicitar los servicios de esas personas, generalmente mujeres. Estas
se desenvolvían, por lo general, en ambientes sociales de marginalidad
donde todos sabían de sus correrías y escarceos con el mundo de lo
paranormal, pero solo era objeto de denuncia su heterodoxia cuando
alguien se sentía defraudado en sus expectativas o en los casos de com-
petencia mutua y desleal entre sortílegas.
Todas esas mujeres que se repartían los territorios y, en consecuen-
cia, la potencial clientela, mantenían entre sí un difícil equilibrio que
se traducía a veces en la amistad que genera la existencia de mutuos
intereses, mientras que en ocasiones esa camaradería se transforma-
ba en odio según las circunstancias. En ese punto donde estallaba el
conflicto, el entramado subterráneo que subsistía en medio de cierto
ambiente de secretismo salía a la luz, quedando a merced de las auto-
ridades públicas, obligadas a su persecución y represión, máxime de
los inquisidores, que tenían especialmente encomendada la tarea de
erradicar todo aquello que pareciera sapiens haeresim, cual es el caso
de las prácticas y creencias relacionadas con la magia supersticiosa, tan
nociva para el recto adoctrinamiento de la población indígena en las
verdades de la fe católica.

3. Podemos mencionar, a modo de ejemplos y por orden cronológico durante las


décadas más recientes, los trabajos publicados por Sepúlveda (1983), Scheffler
(1985), Cárdenas (1997), Velasco Vargas y Hernández Miranda (1997), Lewis
(2003), Guerrero Galván (2007) y Flores, Masera et alii (2011).
128 MARÍA JESÚS TORQUEMADA

En 1652 el Santo Oficio desarticuló una trama de hechicería y sor-


tilegios en Puebla de los Ángeles y toda la región circundante. La ma-
yoría de los autos incoados contra las sortílegas y hechiceras involu-
cradas se hallan en el Archivo General de la Nación mexicana. Muchos
han sido los estudiosos que han acometido la tarea de desentrañar los
procesos por brujería y magia heterodoxa obrantes en el mencionado
repositorio documental. Sin embargo, no se han tratado por separado
los correspondientes a la mulata panadera María de Rivera. Si bien
aparece mencionada como una abanderada de la red de delincuentes
al hilo de diversos procesos donde los documentos se hacen eco de
haber sido juzgada y condenada por la Inquisición mexicana, sus au-
tos permanecían ocultos a los ojos de los investigadores al hallarse
fuera de México. Azares del destino los han trasladado hasta el estado
de California, donde se hallan custodiados en la Bancroft Library del
campus de Berkeley.
Esos documentos pueden servir en cierta medida de ayuda a la hora
de reconstruir el mosaico del universo femenino que latía en la Nueva
España al margen de la legalidad, grupo decidido a preservar algu-
nas tradiciones indígenas entre las que se encontraban la atribución a
las mujeres de las facultades sanadoras del cuerpo y del espíritu, todo
ello a través del conocimiento exhaustivo de hierbas y otras sustancias
presentes en la naturaleza. Sus actividades formaban parte de la vida
íntima y cotidiana en los lugares donde residían.
Las ceremonias llevadas a cabo por la hechicera mulata protagonis-
ta de estas páginas no difieren en lo esencial de las que desarrollaban
otras congéneres y convecinas también dedicadas a las prácticas sortí-
legas, por lo cual puede considerarse su expediente inquisitorial como
el cliché que se repite insistentemente en tantos otros casos juzgados y
sentenciados por el Santo Oficio. Este personaje aparece mencionado
en los autos inquisitoriales que se siguieron contra otras componentes
de la trama. Una tal Mónica de la Cruz, famosa hechicera de Cholula,
fue encausada por el Santo Oficio mexicano junto con algunas correli-
gionarias como Isabel de Montoya o Margarita de Palacios. Muy poco
tiempo antes ya había sido juzgada y condenada por ese Santo Oficio
María de Rivera, quien, deseosa de que no se la volviera a inculpar y
en consonancia con el colaboracionismo que desplegaban los que ha-
bían sido ya previamente encausados por la Inquisición, declaró como
testigo contra Mónica de la Cruz.
UNA BRUJA MULATA 129

Varios autores que han centrado su atención en los procesos in-


quisitoriales sobre brujería en México mencionan a Rivera siempre
tangencialmente y en conexión con la mencionada Mónica de la Cruz,
pero nunca haciendo alusión a su propio expediente4.

Los autos (García Marín 1989)

En la primera página del expediente (BANC, Mss 96/95m, R. 1, n.º 10)5


fechado en 1652 e incoado el 17 de febrero en la ciudad de Puebla de
los Ángeles, se hicieron constar los distintos elementos identificativos
del proceso. Se abrían así los autos contra María de Rivera, mulata li-
bre, natural y vecina de la citada población, de profesión panadera. Se
le acusaba de ser hechicera.
Uno de los pocos datos específicos que diferencian los encabe-
zamientos de los procesos inquisitoriales americanos respecto a los
peninsulares consiste en la precisión acerca de la circunstancia social

4. Norma Angélica Castillo Palma (2005a) nos desvela diferentes datos sobre el
grupo de sortílegas que actuaban en Puebla de los Ángeles por aquel entonces.
Tanto Mónica de la Cruz como nuestra protagonista María de Rivera y otras
comadres, por ejemplo, Isabel de Montoya, fueron presas y juzgadas por el San-
to Oficio durante el mismo año. Las páginas 179-182 las dedica la mencionada
autora al tema de «Las mulatas e indias en la hechicería sexual». La página 180,
nota 25, alude a que María de Rivera, mujer de 50 años a la sazón y previamente
condenada por el Santo Oficio, declaró como testigo contra su antigua comadre
Mónica de la Cruz. En la página 181 se refiere la autora de nuevo a María de
Rivera en relación con el expediente inquisitorial de Mónica de la Cruz, donde
aparece mencionada por otra testigo como cómplice de la misma. También Cas-
tillo Palma (2005b) alude de forma tangencial a la protagonista de estas páginas,
siempre en relación con el proceso contra Mónica de la Cruz, en la página 135,
nota 34, en los mismos términos de la obra previamente citada. El expediente
inquisitorial de Mónica de la Cruz también aparece parcialmente insertado por
Castillo Palma (2000). En los autos de ese proceso María de Rivera fue citada
por la rea Mónica de la Cruz en varias ocasiones al hilo de su confesión (capítu-
los 4, 16 y 18) así como por otra sortílega involucrada en la misma trama, Juana
de Sossa. También compareció como testigo María de Rivera en el proceso de
ese mismo año, 1652, contra otra hechicera de Puebla de los Ángeles llamada
Margarita de Palacios, asunto del que se ha ocupado Celene García Ávila (2009).
En las páginas 53 y 56 se pone de manifiesto que el testimonio de la Rivera era
muy valioso como gran conocedora de conjuros y oraciones supersticiosas.
5. Proceso del tribunal inquisitorial de México contra la mulata María de Rivera. El
expediente completo consta de 133 folios.
130 MARÍA JESÚS TORQUEMADA

relativa a la raza y la condición de libre o esclavo que ostentaba el reo,


pues en el último caso había que involucrar a los propietarios.
En esta ocasión se trata de una mujer mulata libre que ha sido de-
nunciada ante el Santo Oficio por llevar a cabo determinados sorti-
legios. No sabemos exactamente cómo llegaron a oídos del tribunal
mexicano las actividades sospechosas de herejía desarrolladas por la
reo. Sin embargo, es bien conocido que las hechiceras de cada loca-
lidad se delataban unas a otras con el fin de resultar gratas a los ojos
de la Inquisición una vez que el Santo Oficio destapaba una trama de
curanderas y sortílegas supersticiosas.
Los inquisidores mexicanos, durante su audiencia matutina de un
viernes 23 de febrero de 1552, determinaron la prisión de la mulata
para que se le abriera causa ante el Santo Oficio.

En la Ciudad de Mexico viernes 23 dias del mes de febrero de 1552 […]


estando en su audiencia de la mañana […] (luego constan los tres inquisi-
dores) son de voto y parecer […] Maria de Ribera Mulata […] y traída a
las carceles secretas se siga… causa conforme a las leyes e instrucciones del
Santo Oficio (BANC, Mss. 96/95m, R. 1, n.º 10).

Dado que los hechos achacables a la reo habían ocurrido en ciudad


diferente de la sede del tribunal, los inquisidores ordenaron prender a
María de Rivera (o Ribera) a través de un mandamiento dirigido a Juan
Bautista Elorriaga, canónigo y comisario inquisitorial en la ciudad de
Puebla. Ese era el modus operandi habitual, puesto que los diferentes
tribunales del Santo Oficio disponían de oficiales y ministros repartidos
por las diferentes poblaciones de sus correspondientes distritos. Todos
esos subalternos estaban en contacto permanente con la sede, sita en la
capital, y dispuestos a cumplir las órdenes procedentes de la misma.
Ante la posibilidad de que la susodicha María pudiera tener cono-
cimiento de que se hallaba perseguida por la Inquisición y decidiera
refugiarse en lugar sagrado, sistema que se consideraba por aquel en-
tonces como idóneo para burlar a la justicia, el propio mandamiento
inquisitorial que se cursaba al comisario del Santo Oficio en Puebla
neutralizaba esa presunta inmunidad.

Nos los Inquisidores contra la heretica pravedad y apostasía en esta


ciudad y Arzobispado de Mexico estados y provincias de Nueva España,
por autoridad apostolica:
UNA BRUJA MULATA 131

Mandamos a vos el Dor. D. Juan Bautista de Elorriaga, Canónigo de


esta Sta. Iglesia de la Puebla y Comisario de Este Santo Oficio en esa ciu-
dad, que luego que recibais este mandamiento, prendais el cuerpo de Ma-
ria de Ribera, mulata vecina de dicha ciudad a donde quiera que estuviere
y la hallaredes aunque sea en Yglesia, Monasterio u otro lugar sagrado…
y assi presa y a buen recaudo la embiareis con guarda de satisfaccion a
las carceles secretas de este dicho Santo Oficio para que sea entregada al
alcaide de ellas (BANC, Mss. 96/95m, R. 1, n.º 10).

De ese modo, la presa sería enviada sin dilación a las cárceles de la


Inquisición en la Ciudad de México. Dicho mandamiento de prisión
contenía instrucciones precisas acerca de lo que debía hacerse con la
reo una vez capturada, con orden de que fuera remitida sin demora a
las cárceles inquisitoriales. Una vez allí, el secretario de la Inquisición,
oficial encargado de levantar acta formal de cuantas actuaciones tuvie-
ran lugar en el seno del tribunal (Torquemada 1997: 15-94), levantaría
acta de su llegada, quedando responsable de su custodia el alcaide de
las «cárceles secretas», que así se denominaban las del Santo Oficio.
La responsabilidad del alcaide se extendía, por mandato específico
de los inquisidores, a ocuparse personalmente de la presa, quedando
advertido de no descuidar su custodia ni ponerla en otras manos sin
expresa orden del tribunal.

[…] para que sea entregada al alcaide dellas el qual Mandamos la reciba de
la persona que la truxere por ante uno de los Secretarios del Secreto del,
para que la tenga presa y a dicho buen recaudo, y no la de presa ni en fiado
sin nuestra licencia y mandado (BANC, Mss. 96/95m, R. 1, n.º 10).

El paso siguiente consistiría, como era de rigor y según el estilo


del Santo Oficio, en la confiscación y el embargo de los bienes que se
hallaren en poder de María de Rivera, pues los reos de la Inquisición
se mantenían a sus propias expensas mientras se hallaban en prisión.
La reo, según el procedimiento habitual, era invitada a designar una
persona de su confianza para que asistiera junto con el secretario in-
quisitorial a la elaboración del inventario de bienes que servirían para
su sustento en tan apurado trance. Una vez llevado a cabo el inventa-
rio de todos los bienes, se pondrían estos en manos de un tercero que
fuera de la confianza del comisario inquisitorial, tercero que debía, a
su vez, entregar fianza y acuse de recibo.
132 MARÍA JESÚS TORQUEMADA

Para liquidar los bienes de los que se hallaban presos por el San-
to Oficio, se llevaba a cabo subasta pública de los mismos, teniendo
en cuenta que se debía empezar por los que perjudicaran menos al
conjunto de la masa patrimonial de los acusados. Todos esos requeri-
mientos se hacían constar en el mandamiento de prisión remitido por
los inquisidores. Se trataba de un cliché que se repetía en los diferen-
tes autos sustanciados por el crimen de herejía, fuera cual fuere esta.
Sin embargo, la experiencia demostraba la frecuente insolvencia de los
presos inquisitoriales para salir al paso de los gastos que se derivaban
de su prendimiento, traslado a las cárceles del Santo Oficio y manu-
tención subsiguiente.

Y la embargareis todos sus bienes haciendo Ymbentario dellos con


asistencia de una persona que para este efecto ella a de nombrar siendo por
vos Requerida y los pondreis en deposito en persona lega llana y abonada
a vuestra satisfaccion de que a de otorgar deposito en forma y de dichos
vienes bendereis en publica almoneda los que os parecieren menos perju-
diciales hasta en cantidad de cinquenta pesos de oro […] (BANC, Mss.
96/95m, R. 1, n.º 10).

Por ello el propio documento que se cursaba ordenando los di-


ferentes pasos que se habían de seguir, señalaba otra solución eco-
nómica que evitaría la impunidad de los reos insolventes. Se involu-
craba para ello a las autoridades tanto civiles como eclesiásticas, que
debían aportar, bajo pena de excomunión, los medios para salir al
paso de tales gastos.

[…] y si para cumplir y executar este nuestro mandamiento tubieredes ne-


cesidad de favor y ayuda, exortamos y requerimos y siendo nesesario em-
birtud de Santa Obediencia y so pena de excomunión Mayor lata sententia
trina canonica monitione premisa y de quinientos ducados de castilla para
gastos extraordinarios deste Stº Ofº Mandamos a todos cualesquiera Jue-
zes y Justicias assi eclesiásticas como seculares destos Reinos […] (BANC,
Mss. 96/95m, R. 1, n.º 10).

Esa misiva en que se ordenaba el prendimiento de la reo y su puesta


a disposición ante los inquisidores mexicanos no difiere de otras desti-
nadas a idéntico fin. La gigantesca burocracia inquisitorial se limitaba
a repetir una y otra vez los mismos clichés, con el fin de ahorrar a sus
UNA BRUJA MULATA 133

ministros y oficiales la aún más tediosa tarea de improvisar y redactar


los diferentes documentos procesales.
En efecto, sin que conste en autos la forma en que fue localizada,
la mulata fue presa por el alguacil del Santo Oficio acompañado de un
familiar de la Inquisición.
De ese modo se ponía en marcha la inexorable maquinaria inquisi-
torial y así fue como María de Rivera, el 27 de mayo de 1652, fue en-
tregada por Juan de Elorriaga, canónigo en Puebla, que recibió el en-
cargo desde la capital, a través de un tal José Montes, que fue quien la
acompañó hasta la Ciudad de México. Una vez llegados y sin dilación,
según preceptuaban las órdenes inquisitoriales, fue puesta a disposi-
ción del alcaide de las cárceles secretas de la Inquisición en la susodi-
cha población, siendo luego trasladada a su celda, sin duda vecina a las
de otras correligionarias que estaban sufriendo procesos simultáneos
por el mismo tipo de delitos.

En la Ciudad de Mexico, bentisiete de mayo de mil seiscientos y sin-


quenta y dos años Joseph Montes entrego a Pedro de Almonacer Salazar,
alcaide delas carceles secretas la persona de Maria de Ribera que se la en-
tregó en la Ciudad de los angeles el canónigo Dr. D. Juan Bautista de Elo-
rriaga, Comisario de este Santo Oficio y della que tengo rexivo en forma
(BANC, Mss. 96/95m, R. 1, n.º 10).

Una particularidad de los procesos que se siguieron ante el Santo


Oficio mexicano consiste en el hecho de reflejarse en autos el docu-
mento en que se señalan algunas formalidades simultáneas a la recep-
ción física de los reos en las cárceles inquisitoriales6. En primer lugar los
presos eran registrados en su persona y bienes, para detectar cualquier
objeto que estuviera prohibido en prisión. En el caso de los delitos de
brujería y supersticiones esta diligencia era especialmente importante,
pues las sortílegas solían esconder amuletos y objetos presuntamente
mágicos entre sus ropas o en su propio cuerpo. Luego se estipulaba,
siempre siguiendo las instrucciones de los inquisidores, la cantidad de
dinero que se iba a destinar para la manutención de los reclusos. En
el caso de María de Rivera se le adjudicaron dos reales y medio al día,
cantidad frecuentemente prevista para supuestos similares.

6 Era lo que en autos figuraba como el documento de «Cala, cata y ración» (BANC,
Mss. 96/95m, R. 1, n.º 10).
134 MARÍA JESÚS TORQUEMADA

[…] cala y cata yncontinenti, antes de entrar en la carcel secreta la dicha


Maria de Ribera se cató y miró su persona y no traia cosa alguna de las
prohibidas, que se le amoneste y se le prevenga de la modestia y fervor con
que debe estar en la carcel (BANC, Mss. 96/95m, R. 1, n.º 10).

Seguramente, uno de los trances más difíciles por los que atravesaba
cualquier persona que cayera en las garras inquisitoriales era el interro-
gatorio a que eran sometidos los reos inmediatamente después de ser
puestos en prisión. A varias preguntas de mero trámite, pues los inqui-
sidores solían conocer las respuestas de antemano, preguntas acerca de
la identidad del reo, genealogía, su edad, procedencia, profesión, etc., se
añadía una que revestía especial perversión a causa de las consecuencias
que pudieran derivarse para sí o para otros de la respuesta ofrecida por
los acusados. Era la relativa a los motivos por los cuales creía el reo
haber sido prendido por el Santo Oficio. La indefensión que generaba
en las personas la inseguridad acerca de cuáles podrían ser las razones
de su prendimiento llevaba a los inquisidores, en no pocas ocasiones, a
descubrir otras posibles actividades delictivas diferentes de las que ha-
bían motivado la prisión de los acusados. Ello por no abundar en las
consecuencias que las respuestas podrían acarrear para terceras personas
que resultarían involucradas o acusadas en el desesperado intento de los
reos por parecer colaboracionistas con la Inquisición.
En consonancia con el estilo procesal del Santo Oficio, María de
Rivera fue convocada para la primera audiencia ante el tribunal a fina-
les del mes de mayo de ese mismo año de 1652. Era la norma que tras
la primera declaración los inquisidores llevaran a cabo varias «moni-
ciones», advertencias dirigidas a obtener la confesión de la reo. Ante la
negativa de esta tras la primera monición, el proceso seguiría por los
cauces habituales.

En la ciudad de Mexico treinta y un días del mes de Mayo de mil seis-


cientos y sinquenta y dos años estando en su audiencia de la tarde los
Sres. Inquisidores Doctores D. Francisco de Estrada y Escovedo, D. Juan
Saenz de Muñozca y Licenciado D. Bernave de la Higuera y Amarilla
mandaron traer a ella de las carceles secretas a una mujer presa en ellas de
la qual siendo que lo fue resevido juramento en forma devida de derecho
so cargo del qual prometió desir verdad asi en esta audiencia como en las
demás que con ella se tuvieren hasta la conclusión de su causa (BANC,
Mss. 96/95m, R. 1, n.º 10).
UNA BRUJA MULATA 135

Así fue como los tres inquisidores mexicanos, reunidos en su se-


sión vespertina, ordenaron sacar a la reo de las cárceles secretas en que
se hallaba recluida. Una vez en presencia de los mismos le hicieron
prestar juramento de decir la verdad acerca de todas las preguntas que
se le formulasen, tanto en esa primera audiencia como en todas las
sucesivas. El juramento también alcanzaba al compromiso de man-
tener en secreto todas las actuaciones en las que tomara parte hasta la
finalización de su causa: «Y que guardara secretto de todo lo que viere
y entendiere y con ella pasare sobre su negocio y causa» (BANC, Mss.
96/95m, R. 1, n.º 10).
Aunque los componentes del tribunal ya se habían informado
acerca de las circunstancias personales de María de Rivera, las forma-
lidades procesales exigían volver a formular al comienzo de la prime-
ra audiencia y, ya bajo juramento formal, algunas preguntas relativas
a la propia identidad de la reo: debía declarar su nombre, lugar de
nacimiento, edad y oficio, así como el tiempo que llevaba presa en las
cárceles inquisitoriales. Por primera vez se expresa en el expediente la
edad de la reclusa y su estado civil. Dijo tener más de cincuenta años,
sin poder especificar más. Era frecuente que este tipo de personas
ignorasen el año preciso de su nacimiento. También afirmó hallarse
soltera. Declaró, además, ser hija de un portugués llamado Antonio
Gomes, a quien no conoció por haber regresado a Portugal cuando
ella era muy niña. Dijo ignorar dónde se hallaba en ese momento.
Sobre su madre declaró ser esta una esclava llamada María Muñoz,
cuyo propietario era un vecino de Puebla de los Ángeles. Una más,
en suma, de las tortuosas historias y de los tristes desarraigos que
generalmente marcaban los comienzos de esta y otras mujeres que
terminarían ejercitándose en las artes propias de la hechicería para
ganarse la vida. La edad y la propia soltería eran elementos que no
jugaban a favor de la encausada, pues esas circunstancias coincidían
con las que comúnmente se observaban entre las sortílegas heréticas
que terminaban siendo condenadas por la Inquisición.
El último paso consistía en interrogar a los acusados acerca de los
motivos por los que sospechaban haber sido llevados ante el Santo
Oficio. En ese punto, María de Rivera reconoce imaginar que su cau-
tiverio se debía a ciertas prácticas que llevaba a cabo utilizando plantas
y sustancias, de modo que suponía estar en prisión por hacer sahu-
merios de romero y usar semillas de ruda además de polvos de azufre
136 MARÍA JESÚS TORQUEMADA

para hacer ungüentos. Había diversos catálogos de objetos común-


mente utilizados entre los curanderos supersticiosos que eran general-
mente considerados como indicio de pacto con el diablo. El azufre era
uno de los que entrañaban mayor «olor a herejía»7.
Toda la información así obtenida durante la audiencia de la reo fue
trasladada al fiscal inquisitorial, para que este, a la vista de lo que se
sometía a su consideración, procediera a la acusación formal. El cargo
de fiscal del Santo Oficio en aquel momento era desempeñado por el
licenciado Tomás López de Erenchun. Este era también secretario del
Secreto en el tribunal de México. No era frecuente que se unieran en
la misma persona las calidades de fiscal y de secretario, pues lo habi-
tual es que se exigieran diferentes requisitos para el ejercicio de uno
y otro cargo, requisitos que a veces eran incompatibles entre sí. Cabe
imaginar, a la vista de las palabras con que se expresa el documento
examinado, que quizá el secretario ejercía las funciones de fiscal de
manera transitoria, por ausencia o enfermedad del titular: «El licencia-
do Thomas Lopez de Erenchun secretario de este Santo Oficio que al
presente hago officio de fiscal del […] acuso criminalmente a Maria de
Rivera […]» (BANC, Mss. 96/95m, R. 1, n.º 10).
A la vista de los hechos que se presentaban como achacables a la
mulata María, López de Erenchun decidió acusarla criminalmente. En
la propia acusación, el fiscal nos informa de que la reo era panadera de
oficio en Puebla de los Ángeles y de que era soltera. También añadió
a lo anterior que la mulata era ya conocida por sus andanzas y sortile-
gios, así como que formaba parte de una extensa trama de hechiceras.

[…] famosa hechicera y maestra de otras, usando de yerbas, sahumerios y


otros embustes… diciendo algunas palabras mescladas con supersticiones
en orden a tener fortuna y otros fines particulares (BANC, Mss. 96/95m,
R. 1, n.º 10).

Además, le achacaba hallarse en connivencia con otras personas,


sin duda aludiendo a las demás sortílegas de Puebla integrantes del

7. El azufre era una sustancia altamente sapiens haeresim, es decir, según la termino-
logía inquisitorial, fuertemente sospechosa de ser utilizada por una persona que
hubiera llevado a cabo un pacto diabólico. Todavía en la actualidad se utiliza la
expresión «oler a azufre» en el sentido de apreciarse indicios de alguna influencia
maligna o demoniaca en ciertos asuntos.
UNA BRUJA MULATA 137

mismo conventículo y que fueron juzgadas casi simultáneamente:


«[…] tratando y comunicando con otras personas que sabían y hu-
saban las cosas referidas» (BANC, Mss. 96/95m, R. 1, n.º 10). Pero
lo más grave era que el propio fiscal apreciaba serios indicios de que
la mulata María había llevado a cabo un pacto con el demonio: «[…]
teniendo, según se debe creer, pacto con el demonio […]» (BANC,
Mss. 96/95m, R. 1, n.º 10). En eso consistía la herejía perfecta de la
brujería, que convertía a cualquiera que fuera sospechoso de ella en
reo de inquisición.
Entre tanto, siguiendo las noticias que iban llegando al tribunal
acerca de las actividades llevadas a cabo por María de Rivera, noti-
cias obtenidas a través de testimonios prestados por personas de su
entorno que se habían visto involucradas de alguna manera en las
prácticas supersticiosas, los inquisidores iban cubriendo los diferen-
tes estadios del proceso necesarios para poder llegar a la culminación
del mismo. En cuanto a los hechos y dichos concretos que habían
conducido a la mulata María ante la Inquisición, hay que poner de
manifiesto la enorme similitud entre estos y los que se usaban a la
sazón para idénticos efectos en cualquier otro territorio de la mo-
narquía española (Torquemada 1997: 15-94). Hierbas, huesos de di-
funto, cabellos de personas y animales, diversos fluidos corporales,
oraciones a ciertos santos que habían sido grandes pecadores en vida,
etc., se constituían en el núcleo principal de los sortilegios heréticos
realizados aquende y allende los mares. Los testigos interrogados,
en muchos casos «clientes» de las sortílegas, también coincidían ple-
namente en cuanto a su actitud cuando se hallaban deponiendo ante
los inquisidores. Procuraban hacer ver al tribunal que ellos se vieron
inmersos en la trama de sortilegios contra su voluntad y que, en rea-
lidad, siempre habían considerado que los presuntos poderes de las
hechiceras no eran sino meros embustes y supercherías que parecían
tener tintes pecaminosos, lo cual era sistemáticamente negado por las
sortílegas, con el fin de no espantar a sus parroquianos.

La pregunto que si havia vuelto a hacer la diligencia que la havia


enseñado. Y dicha persona la respondió que no la havia hecho por pare-
cerle como le parecía que era cosa del diablo, a que esta rea la respondió
que bien se podía hacer que no era cossa mala (BANC, Mss. 96/95m, R.
1, n.º 10).
138 MARÍA JESÚS TORQUEMADA

A medida que los inquisidores iban estrechando el cerco alrede-


dor de los testigos, estos se mostraban más dispuestos a cooperar
con el fin de apartar cualquier sospecha de herejía que pudiera pesar
sobre ellos por hallarse involucrados en las prácticas supersticiosas,
razón por la cual le proporcionaban al tribunal cumplida informa-
ción acerca de las ceremonias y oraciones que usaba la reo para llevar
a cabo sus hechizos.
La mulata María estaba especializada en los sortilegios amatorios.
En una ocasión aconsejó a una de sus clientas que, con el fin de lo-
grar el amor de la persona que deseaba, saliera al corral durante la
hora de la siesta y arrancara algunas cerdas de la crin del caballo en
que llegara su amado. Si el caballo era negro o morcillo, tanto mejor,
pues los animales de color oscuro o negro eran los preferidos por
las hechiceras, pero también los más sospechosos de pacto diabó-
lico a los ojos de los inquisidores. Además, debería estar pendiente
de cuando el susodicho caballo defecara, pues habría de recoger un
poco de estiércol del animal y ponerlo al sol. La sortílega aconsejaba
que, al tiempo de llevar a cabo cada uno de los actos mencionados, la
persona que realizaba el sortilegio debía pronunciar una oración que
tenía alto contenido herético, según los inquisidores, por mencionar
conjuntamente al diablo de manera encubierta y a santa Marta de
forma explícita.

En el nombre del Señor de la Calle


Señor compadre donde quiera que estuviere fulano (ahí se insertaba el
nombre del amado) no lo dejes parar ni sosegar para que me venga a bus-
car y para ver si esto es verdad mandame una señal: ladre un perro, cante
un gallo o passe un caballo (BANC, Mss. 96/95m, R. 1, n.º 10, fol. 33).

Varios son los elementos que hacen entrever la herejía en esa ora-
ción. En primer lugar el color del caballo. El uso de cabellos también
resultaba altamente sospechoso. La expresión «señor de la calle» o la
palabra «compadre» no son más que formas eufemísticas de aludir al
demonio. Por último, la alusión a santa Marta, que fuera gran pecado-
ra en vida, se repite a lo largo y ancho de toda la geografía hispánica
del hechizo herético. Lo mismo sucedía, por ejemplo, con santa Elena.
Esas santas solían ser invocadas en calidad de mediadoras entre el dia-
blo y los sortílegos, casi siempre cuando realizaban hechizos amorosos:
UNA BRUJA MULATA 139

Marta Martilla
comadre la mala
que le ruegue al Señor de la Calle
que donde estuviere Juan
no lo deje parar ni sosegar
hasta que me venga a buscar
(BANC, Mss. 96/95m, R. 1, n.º 10).

Los inquisidores eran expertos en tales argucias utilizadas para


enmascarar la invocación al diablo: «[…] entendiendo por conpadre
al demonio […] con quien communicaba en mala amistad» (BANC,
Mss. 96/95m, R. 1, n.º 10). El sortilegio tenía su continuación ya en
presencia del hombre amado, al que se debería hacer tomar alguna
sustancia preferiblemente enmascarada en otra dulce. Esa ingesta pro-
duciría el prodigio de que el varón le entregara su amor a la mujer que
se la ofreciese: «darle un poco de chocolate, con que no se le volveria
a ir y la querria mucho y se casaria con ella» (BANC, Mss. 96/95m, R.
1, n.º 10). Otras oraciones que aparecen reproducidas en el expediente
contienen también veladas alusiones al demonio, quien también apa-
recía en algunos sortilegios bajo la forma de la serpiente que tentó a
Adán y Eva en el Paraíso:

Señora Sancta Marta


en el monte Tabor entrastes
con la gran sierpe encontrastes
con el hisopo del agua bendita la arrojaste
con el cordon la amarrastes […]
(BANC, Mss. 96/95m, R. 1, n.º 10).

Apremiada por los inquisidores, María de Rivera recitó otros rezos


sospechosos ante los ojos del tribunal. Todos ellos giraban en torno a
las consabidas y ampliamente extendidas supersticiones relacionadas
con santa Marta, el diablo cojuelo, las señales enviadas por el demonio
a través de ciertos sonidos una vez invocado para dar respuesta a las
preguntas de los sortílegos, etc. Todas ellas iban encaminadas a conseguir
amor y dinero para quienes acudían a recibir esas ventajas por medios
esotéricos, además de proporcionarles a las mujeres maltratadas por sus
maridos un medio para amansar la furia de estos. Así pues, esas rimas
con efectos mágicos, como puede observarse, se practicaban de forma
140 MARÍA JESÚS TORQUEMADA

bidireccional, de manera que no solo servían para lograr atraer al amado


o mantener intacta la affectio maritalis, sino también para neutralizar
su cólera cuando se producían conflictos de pareja, consiguiéndose
que la mujer pudiera sofocar la ira de los hombres, siempre a través de
la magia y de los consabidos santos mediadores, puesto que durante el
Antiguo Régimen no era imaginable que las féminas dominaran sobre
los varones por otros medios.
Lo que se trasluce en todas esas prácticas no es sino un conjunto de
intentos desesperados por parte de algunas desdichadas para remediar
diferentes males endémicos en sociedades profundamente machistas,
donde las féminas no solían disponer de independencia económica,
dependiendo del varón para sobrevivir, de modo que procuraban por
todos los medios conservar el afecto de los que les proporcionaban su
sustento y el de la prole.
Prueba de que las oraciones supersticiosas traspasaban fronteras y
océanos la tenemos en otra de las que circulaban entre las sortílegas
mexicanas y que hacía alusión a ciertos accidentes geográficos de la
península ibérica. Esos rezos también aparecen en los territorios del
sur peninsular, como lo demuestran las actas de algunos procesos in-
quisitoriales que se sustanciaron ante el tribunal de Sevilla8.

En el monte Pirineo
cuatro palos de Ebano están
al uno llamaras
y a tu mandado vendrá
(BANC, Mss. 96/95m, R. 1, n.º 10).

Los inquisidores sabían a través de testigos que la oración que hace


alusión a los montes Pirineos fue recitada por la mulata en varias oca-
siones y le preguntaron a María de Rivera cuál era la finalidad con que
se rezaba. Esta dijo haberla aprendido de otra correligionaria cuyo
nombre, sin duda, proporcionaría al tribunal como muestra de buena
voluntad y en señal de arrepentimiento.

8. Véase también la oración pronunciada por la reo Francisca de Morales, cuya causa se
sustanció en la Inquisición sevillana tras ser prendida en 1738: «A los montes Piri-
neos fuiste, tres varas cogiste, una le diste a Barrabás, otra a Satanás, y otra al Diablo
Cojuelo, y págame a mí como yo te pago a ti» (Torquemada 2000: 124, nota 63).
UNA BRUJA MULATA 141

Otro de los cargos que constaban en contra de la reo era la declara-


ción de algunos testigos acerca de que la sortílega aconsejaba a su clien-
tela no confesarse de las ceremonias, oraciones y conjuros en que parti-
cipaban. Era una circunstancia frecuente en este tipo de delitos, siendo
señal inequívoca a los ojos de los inquisidores de que la acusada despre-
ciaba el sacramento de la penitencia, cuando en realidad todas las hechi-
ceras prevenían a quienes acudían solicitando sus peculiares servicios de
que no lo trasladaran a los sacerdotes confesores con el fin de evitar caer
en las manos de la Inquisición, pues estos estaban obligados a poner los
medios para que tales hechos llegaran al conocimiento del Santo Oficio.
A la lista interminable de oraciones mágico-amorosas pertenecien-
tes al repertorio de la mulata hechicera se añadía alguna otra que tam-
bién consta en autos y que se rezaba con frecuencia a tales efectos.

Con dos te miro


con dos te ato
a sangre te bebo
y el corazón te mato
(BANC, Mss. 96/95m, R. 1, n.º 10).

Hasta aquí aparece el repertorio de oraciones cuyo contenido mo-


ral no necesariamente resultaba censurable, pues el objetivo persegui-
do puede considerarse bueno, cual es el de lograr el acercamiento de
dos personas en el plano amoroso. Pero también la mulata era capaz
de practicar sortilegios maléficos, como resulta de otra declaración
que aparece al hilo del proceso. En el ambiente de comadres general-
mente pobres y desasistidas de los hombres, la promiscuidad de estos
conllevaba los celos de las que eran abandonadas. Esas mujeres fre-
cuentemente acudían a las hechiceras para lograr dañar a quienes les
arrebataban el afecto de los hombres, solicitando de ellas alguna póci-
ma o conjuro capaz de neutralizar a la mujer adversaria. En el caso de
María, ya hemos mencionado el uso que hacía de sustancias sospecho-
sas de pacto con el demonio a tales efectos, cual es el caso del azufre9.

9. En este caso no se trata de una oración, sino de un ritual consistente en mezclar un


poco de azufre con agua y sal. La mezcla debía ser vertida ante la puerta de la casa
donde habitara la maleficiada al tiempo que se pronunciaban las siguientes pala-
bras: «como esta es agua se te vuelva todo sal y agua; puta» (BANC, Mss. 96/95m,
R. 1, n.º 10, fol. 36v).
142 MARÍA JESÚS TORQUEMADA

En el caso de los sortilegios amorosos se entremezclaba con fre-


cuencia el elemento económico, pues muchos de los rituales y ora-
ciones solicitados por las mujeres víctimas del desamor implicaban el
ruego de que los hombres les proporcionaran dinero, siendo habitual-
mente el patrocinio de un varón su único medio de subsistencia.

Marta Martilla
Señor Compadre
y la Comadre
Me embie dinero
y al hombre que quiero bien
y para ver si es verdad
que ladren los perros, y cante un gallo
y el diablo cojuelo hara esto por mi
(BANC, Mss 96/95m, R. 1, n.º 10, fol. 37).

Si a todo lo anteriormente mencionado le añadimos las alusiones al


«diablo cojuelo», los inquisidores contarían con todos los elementos
para sospechar seriamente que María de Rivera había llevado a cabo
un pacto con el demonio10.
Todos los testimonios vertidos en el proceso de esta mulata resulta-
ban contestes, es decir, concordaban los unos con los otros, de manera
que el tribunal inquisitorial al cabo de poco tiempo ya se había forma-
do una idea muy aproximada de cuáles eran las fechorías de la acusada.
Además, el Santo Oficio estaba más que familiarizado con todas esas
supercherías desde antiguo, de modo que sustanciar estos procesos no
revestía especial dificultad. De los expedientes se desprende una cierta
rutina casi tediosa para el tribunal inquisitorial.

10. La alusión al «diablo cojuelo» es una constante en los sortilegios que se practica-
ban a lo largo y ancho de los territorios asimilados al sistema jurídico castellano
entre los siglos xvi y xviii, especialmente en los hechizos amorosos destinados a
lograr el amor de los varones. Las sortílegas recurrían frecuentemente a ese perso-
naje por resultar el más inocuo y menos demoniaco de todos los diablos, siempre
según la creencia más extendida en aquella sociedad. Más que un demonio se lo
consideraba como un espíritu burlón y travieso. Su cojera, según se pensaba, era
debida a que fue el primer ángel caído del cielo, de manera que el resto de sus
camaradas soberbios aterrizaron sobre él y le causaron su minusvalía, lo cual no
impedía que fuera gran aficionado a la música y la danza.
UNA BRUJA MULATA 143

Todos los hechos y dichos constan en los documentos procesales


recogidos por los inquisidores durante la fase de instrucción de la su-
maria, tanto a partir de las declaraciones llevadas a cabo por la propia
reo como de los testimonios vertidos por los diferentes testigos que
intervinieron en la causa, testigos que fueron llamados luego a ratifi-
carse en sus declaraciones, como era de rigor. Según el estilo procesal
del Santo Oficio, se nombró abogado para la defensa de María de
Rivera, si bien conviene advertir que los abogados que actuaban en
el proceso inquisitorial centraban su actividad en convencer a los
acusados para que confesaran sus crímenes más que en defender su
inocencia. Se sucederían así durante un tiempo más audiencias con-
cedidas a la reo y más testimonios que iban siendo recabados por los
inquisidores. Una vez llevada a cabo la publicación de testigos, que
tenía como principal finalidad la recusación de los mismos por parte
de los acusados cuando pudieran ser manifiestamente enemigos de
estos, se les concedía a los reos la posibilidad de hacer las alegaciones
que considerasen oportunas. Todo ello culminaba con la acusación
del fiscal del Santo Oficio, si bien podían seguir recabándose nuevos
testimonios si ello se consideraba conveniente.
En el caso de María de Rivera, como en tantos otros similares, las
pruebas recogidas fueron consideradas insuficientes por los inquisi-
dores del tribunal mexicano. No habían logrado obtener de la reo la
prueba más contundente, cual era la confesión de los crímenes que
se sospechaba había cometido. En esa circunstancia procedía someter
a María a interrogatorio durante una sesión de tortura con el fin de
que finalmente confesara, cosa que no se logró según consta en su
expediente: «Un inquisidor, el Ordinario y los tres consultores vota-
ron ponerla a quistión de tormento, en lo que permanecio negativa»
(BANC, Mss. 96/95m, R. 1, n.º 10, fol. 115r y 115v). No expresan los
documentos cuál fue el tormento que se le aplicó a esta mulata.
El proceso contra María de Rivera entraba así en su fase final. Una
vez que los inquisidores consideraban concluido el periodo proba-
torio se procedía a la llamada «consulta de fe», formalidad previa a
la publicación de la sentencia. Durante la misma, el obispo del lugar
juntamente con los consultores del Santo Oficio, sin hallarse presente
el fiscal, examinaban todas las actuaciones llevadas a cabo durante el
proceso, dando su opinión todos y cada uno de ellos. En primer lu-
gar actuaban los consultores, quienes dictaminaban acerca del carácter
144 MARÍA JESÚS TORQUEMADA

herético de cuanto se sometía a su consideración. Después votaba el


ordinario del lugar. Este podía votar u omitir su voto si lo consideraba
oportuno. Por último votaban los inquisidores (Fernández Jiménez
1999: 119-140). Después, procedía votar la causa en definitiva, lo que
suponía hacer una propuesta de resolución. Fue acordado cursar una
orden para que la sortílega saliese desde el tribunal en forma de peni-
tente con insignias de hechicera un día festivo hacia la iglesia de Santo
Domingo sita en la Ciudad de México. También se proponía que abju-
rase de vehementi, lo cual implicaba que se la consideraba fuertemente
sospechosa de herejía a tenor de las pruebas obtenidas durante el pro-
ceso. A continuación constan los consabidos castigos corporales y de
privación de libertad clásicos para el delito de brujería, tales como los
doscientos azotes, así como el destierro que alejara a la sortílega de los
lugares en que delinquió y sus proximidades, además de tres años de
trabajos forzados en un hospital de la capital mexicana, con amenaza
añadida de que esa pena sería doblada caso de quebrantarse, pues era
bastante frecuente que los sentenciados se dieran a la fuga mientras
servían en ese tipo de establecimientos.

[…] Que saliera en forma de penitente con insignias de hechicera en día


festivo a la iglesia de Santo Domingo, abjurase de vehementi […] dos-
cientos azotes […] destierro perpetuo de Puebla y 6 leguas en contorno
[…] Tres años de servicio en un hospital de la ciudad de Mexico y que
no lo quebrante pena de serle doblada la pena (BANC, Mss. 96/95m,
R. 1, n.º 10).

En ese punto procedía dictar sentencia definitiva. La de María de


Rivera está fechada el 16 de febrero de 1653. En el caso de esta he-
chicera mulata se optó por la denominada «sentencia con méritos»,
lo cual suponía insertar en el documento que la contenía una extensa
motivación relativa a los hechos que habían conducido al tribunal a
la condena correspondiente. Se trataba, en suma, de una especie de
resumen de los cargos que pesaban contra la reo y que el tribunal con-
sideraba debidamente probados.

Visto por nos los Inquisidores apostolicos contra la herética pravedad


y apostasía, siendo famosa hechicera, y para ello teniendo pacto expreso
con el demonio, à quien llamaba su compadre, y regalava con darle de ce-
nar pan y queso fresco, obrando por su medio cosas que causaban admira-
UNA BRUJA MULATA 145

ción con yervas, rayces, polvos y saumerios con ciertas oraciones con que
invocaba al demonio para atraer las voluntades de los hombres: sacando y
estafando dineros y otras cosas de las personas a quien daba lo referido, y
lo que mayor gravedad contenía, persuadiendo a sus complices no se con-
fessassen sacramentalmente de las cosas que con ella les passaban, sino que
las reserbassen para el articulo de la muerte: o que congiessen algun sancto
Christo y de rodillas se confessassen de dichas cosas, siguiendo en esto
las heregias del perverso y maldito heresiarca Martin Lutero, y de otros
hereges que niegan la confesión sacramental […] usando un corazón de
cera rodeado con hebras de seda verde con alfileres clavados […] (BANC,
Mss. 96/95m, R. 1, n.º 10, fol. 117r y 117v).

Ese documento resulta enormemente interesante porque contiene


de forma condensada todas las prácticas censurables que resultaban
probadas según el criterio del tribunal.
Ya se ha mencionado que el dato primordial que rastreaban todos
los inquisidores cuando se les planteaban delitos relativos a las prác-
ticas supersticiosas era la posible existencia de pacto con el demonio.
En el caso de María tal circunstancia se dio por probada a partir de
indicios tales como el hecho de que se acumularon los testimonios
según los cuales la mulata profesaba una especie de demonolatría bas-
tante extendida entre las sortílegas, consistente en acciones tales como
custodiar en su domicilio algún objeto o animal que representaba al
diablo, dedicándole diariamente ofrendas o alimentos. Además, usaba
la mulata los consabidos polvos, sahumerios, plantas y otras sustan-
cias comúnmente utilizadas en los sortilegios mientras se invocaba al
demonio. Otros objetos no eran menos sospechosos del carácter he-
rético que revestían sus hechizos, como el «corazón de cera». En este
caso, el tribunal inquisitorial hizo hincapié en el hecho de incurrir la
sortílega en otra importante herejía que discurre paralelamente a la
brujería. Varios testigos declararon que no habían acudido a confesar
los hechos en que participaban con la mulata por haberlos persuadido
esta de que reservaran la confesión de los mismos para cuando se les
administrara la extremaunción, o que lo hicieran sin la presencia de
un sacerdote, simplemente arrodillándose y sujetando una imagen de
Cristo mientras declaraban sus culpas. Ello estaba claramente tipifica-
do como luteranismo, de modo que a todos los otros cargos se añadían
algunos propios de la herejía protestante, pues esa desviación herética
rechaza la confesión sacramental.
146 MARÍA JESÚS TORQUEMADA

Es muy probable que esta, como otras hechiceras, ignorase en qué


consistía la herejía protestante en lo relativo al sacramento de la peni-
tencia, recomendando a sus parroquianos evitasen relatar sus hechos
al confesor con el único fin de mantenerlos en secreto, pues era fácil
que a través del sacerdote llegaran a oídos de la Inquisición. Sin em-
bargo, el tribunal inquisitorial no podía ignorarlos, aunque sus miem-
bros tuvieran la íntima convicción de que la reo muy probablemente
desconocía quiénes eran Lutero y el resto de los heresiarcas a los que
alude el expediente. Además, a los cargos que constaban contra la mu-
lata se añadía el de obrar de mala fe con el fin de engañar y conseguir
así dinero y otros bienes materiales11.
Después de haberse puesto de acuerdo los miembros del tribunal
inquisitorial, fue evacuada la correspondiente sentencia con sus «mé-
ritos» y el consiguiente fallo. No siempre se conserva el documento
literal, pero afortunadamente el expediente consultado inserta el te-
nor literal de dicho fallo con los castigos que le fueron impuestos a la
mulata María. La sentencia reviste las características propias de otras
firmadas por el tribunal mexicano en similares circunstancias. Convie-
ne recordar que cuando el Santo Oficio deseaba desplegar su potente
propaganda de adoctrinamiento social, ordenaba la preparación de un
auto de fe en algún lugar abierto y céntrico de la población donde
radicaba la sede de cada tribunal. Se trataba de una gran ceremonia a
la que salían con ropajes de penitente todos los sentenciados por los
inquisidores del distrito encargado de su organización. En esas oca-
siones las sentencias les eran leídas a los reos durante la propia cele-
bración del auto. Empero, la frecuencia de semejante puesta en escena
fue espaciándose en el tiempo cada vez más debido a diversos motivos,
siendo el más importante de ellos el enorme coste material de los autos
de fe. Lo habitual a esas alturas del siglo xvii en que tuvo lugar el pro-
ceso de la mulata María era que la sentencia les fuera leída a los reos en
el interior de un templo, donde debían ser conducidos por las propias

11. «[…] para atraer la voluntad de los hombres: sacando y estafando dineros y otras
cosas de las personas a quien daba lo referido» (BANC, Mss. 96/95m, R. 1, n.º
10). Consta también en el expediente que solía reclamar, a cambio de sus servicios,
«cuatro pesos y dos gallinas negras». Ese dato también revestía tintes demoniacos
a los ojos de los inquisidores, pues existía la común creencia de que el diablo podía
adoptar la forma de animales, prefiriendo para ello el negro. Todavía subsiste de
manera muy extendida la superstición relativa a los gatos de ese color.
UNA BRUJA MULATA 147

autoridades inquisitoriales, todo ello siguiendo unas ciertas formali-


dades que, al igual que en el auto de fe, también revestían las caracte-
rísticas de una cierta representación teatral. Los inquisidores actuaban
en nombre de Dios y a él se encomendaban cuando sentenciaban a
los herejes. De ahí que todas las sentencias inquisitoriales aparezcan
encabezadas con la expresión Cristi Nomine Invocato (BANC, Mss.
96/95m, R. 1, n.º 10, fol. 129v) u otras similares. El fallo se redacta-
ba siempre siguiendo un modelo cuyo encabezamiento se redactaba
en términos paternalistas, haciendo gala el tribunal de una presunta
benevolencia hacia los sentenciados, quienes, a la vista de los castigos
que prescribía la sentencia, debían sentirse afortunados por gozar de
la indulgencia de quienes los habían juzgado.

Fallamos, atentos los autos y meritos del dicho proceso que si el rigor
del derecho hubiéramos de seguir, pudiéramos condenar a la dicha Maria
de Rivera en grandes graves penas, mas queriéndolas moderar con equidad
y misericordia por algunas causas y justos respetos que a ello nos mueven
(BANC, Mss. 96/95m, R. 1, n.º 10, fol. 129v).

Después de esa fórmula se insertaban las penas propiamente di-


chas. En este caso tampoco difiere la sentencia de las demás que se
redactaban para supuestos similares, sea en los territorios americanos
o en los peninsulares. Los castigos que contenían las sentencias pro-
nunciadas por cargos relativos a la brujería o las supersticiones eran,
como sucedía con otros crímenes de herejía, bastante variopintos en
cuanto a su naturaleza. Se entremezclaban los de carácter espiritual y
los de naturaleza temporal. Seguro que ninguno de ellos sorprendió a
la condenada, sabedora, al igual que otras de sus correligionarias, de
la suerte que le aguardaba después de la lectura de su sentencia. Todo
se llevaba a cabo con arreglo a un ceremonial que se repetía para los
casos de quienes eran sentenciados por ese tipo de delitos. En ese pun-
to comenzaba la exhibición cara al público de la justicia inquisitorial.
El mismo día en que se pronunciaba la sentencia la reo tuvo que
salir hacia la iglesia de Santo Domingo, sita en la capital mexicana.
Una vez llegada al templo con los ropajes propios de los penitentes
sentenciados y castigados por el Santo Oficio, es decir, vistiendo el
sambenito y la coroza, estaba obligada a permanecer con una soga al
cuello mientras sujetaba una vela de color verde.
148 MARÍA JESÚS TORQUEMADA

En pena y penitencia de lo por ella fecho, dicho y cometido la debemos


mandar y mandamos que hoy dia de la pronunciacion de esta nuestra Sen-
tencia Salga a la Iglesia del Convento del Sr. Santo Domingo desta ciudad
estando en ella en forma de penitente con una vela de cera verde en las
manos y una soga al pescuezo y con una coroza con insignias de hechicera,
donde le sea leida esta nuestra Sentencia. Y por la vehemente sospecha que
contra ella del dicho proçeso resulta, la mandamos abjurar y que abjure
públicamente de vehementi los errores que por el dicho proceso ha sido
testificada y acusada, y de que queda y esta vehementemente sospechosa,
y toda otra cualquier especie de heregia. Y que fecho esto sea sacada en
una bestia de alvarda desnuda de la cinta arriba con las dichas soga y co-
roza, y traída por las calles publicas acostumbradas de esta Ciudad y con
boz de pregonero que publique su delicto le sean dados duçientos azotes;
y la condenamos en destierro perpetuo preciso de la ciudad de la Puebla
de los Angeles y sus lugares en contorno y de tres años de servicio en el
hospital que le señalaremos en esta Ciudad, y no lo quebrante so pena de
serle doblado el tiempo de dichos tres años de servicio por la primera vez.
Y por esta nuestra sentencia difinitiva juzgando assi lo pronunciamos
y mandamos en estos escritos y por ellos.

A continuación firman los tres inquisidores y el ordinario, tal


como era preceptivo: «Dada y pronunciada fue esta Sª por los Seño-
res Ynquisidores y Ordinario que en ella firmaron sus nombres estan-
do en la Yglesia de Santo Domingo desta Ciudad de Mexico a 16 dias
del mes de febrero de 1653» (BANC, Mss. 96/95m, R. 1, n.º 10, fols.
129v y 130r)12. Todo ello era inmediatamente reconocido por quienes
asistían al acto como las llamadas «insignias» de los brujos y hechice-
ros13. A continuación, la sentencia proclama haber resultado María de
Rivera «vehementemente sospechosa» de herejía, lo cual implicaba
necesariamente, a tenor de la normativa y la tradición inquisitorial, la
imposición de una serie de castigos (García-Molina 1999). En primer
lugar se ordenaba a la sentenciada que abjurase públicamente de sus
creencias y prácticas. Los sospechosos de herejía podían generalmente
serlo de levi, cuando no existía demasiada evidencia acerca del carácter

12. A continuación firman la sentencia los inquisidores, que a la sazón eran el Dr.
Francisco de Estrada y Escovedo, el licenciado Bernabé de la Iguera y el Dr. Juan
Saenz de Mañozca, así como el ordinario, Dr. Nicolás del Puerto.
13. Francisco de Goya representó magistralmente en su grabado titulado Aquellos
polbos el momento en que el secretario de la Inquisición le está leyendo la senten-
cia inquisitorial a una hechicera.
UNA BRUJA MULATA 149

herético de sus actos, o de vehementi, siempre que de las pruebas obteni-


das en el proceso se pudiera inducir que las acciones llevadas a cabo por
el reo revestían un alto grado de herejía. Este era el caso de María de Ri-
vera. La abjuración suponía abandonar formalmente la herejía de la cual
se le acusaba, siendo el paso primero e imprescindible para considerar
que su arrepentimiento era sincero. María, tras serle leída su sentencia, se
vería obligada a llevar a cabo la ceremonia de abjuración, que solía rea-
lizarse en el interior de una iglesia, destacando en ella la lectura solemne
de una fórmula creada a tales efectos. Al acabar ese acto, María de Rivera
sería reconciliada, es decir, recibida de nuevo en el seno de la Iglesia, per-
donándosele la excomunión a la que era acreedora en calidad de hereje
formal14. Después de mencionar la sentencia esa penitencia espiritual,
pasaba el documento a dictaminar otros castigos de carácter temporal.
Tendría la reo que sufrir la exposición a la pública vergüenza en el
modo acostumbrado para los reos de la Inquisición, lo cual suponía
ser paseada sobre una bestia de albarda desnuda de cintura para arriba
con la soga al cuello y la coroza sobre la cabeza, sujetando un cirio de
color verde entre las manos. Existía en todas las sedes de los tribunales
inquisitoriales un itinerario acostumbrado para ese tipo de castigo, re-
corrido que incluía las calles más céntricas y populosas. Mientras Ma-
ría de Rivera desfilaba de semejante guisa, un pregonero iría voceando
su delito por las calles acostumbradas de México.

[...] y que fecho esto [se refiere a la abjuración] sea sacada en una bestia de
albarda desnuda de la cinta arriva con las dichas soga y coroza, y traída por
las dichas calles publicas acostumbradas de esta ciudad y con boz de pre-
gonero que publique su delito (BANC, Mss. 96/95m, R. 1, n.º 10, fol. 130).

Otro castigo clásico reservado desde antiguo por los inquisidores


para el delito de brujería y supersticiones era la pena de azotes15.

14. «Forma abiurandi haeresi quando delatus est suspectus vehementer: “Nos inqui-
sidores, etc.; estando vos legalmente convicta de tales y tales culpas, que consti-
tuyen vehementísimos indicios de herejía, y habiendo vos seguido el saludable
consejo de hacer abjuración, os otorgamos la absolución de la excomunión en que
habíais incurrido”» (Eymeric 1595: pars 3, cap. IX, pp. 493-494).
15. En ello estaban de acuerdo los diversos tratadistas. Citaremos como ejemplo las
obras de De la Cantera (1589: 513, n.º 6): «De sortilegiis: Ubi conclussi poenam
ese arbitrariam, mitrando in actu publico fidei, et flagelando»; Carena (1668: 359):
«Fustigantur mulierculae viles sortilegae».
150 MARÍA JESÚS TORQUEMADA

La mulata María fue condenada a recibir doscientos16. Por desgracia


para la sentenciada, al dolor de los golpes habría que añadir el opro-
bio de serle también aplicados los susodichos latigazos mientras per-
manecía desnuda de cintura para arriba. Con el tiempo, ya en el siglo
xviii y con el fin de evitar el escándalo –más, probablemente, que
por razones humanitarias–, las mujeres castigadas por la Inquisición
seguirían sufriendo el vergonzante paseo a la grupa de una caballería
y continuarían recibiendo los correspondientes azotes, pero ya lo
harían totalmente vestidas.
Las penas impuestas por el Santo Oficio no estaban exentas de un
carácter preventivo. Cuando una mujer había sido condenada por
ejercer la brujería y las supersticiones, era frecuente que reincidiera
en sus delitos, principalmente porque esas actividades constituían su
medio de subsistencia. Por otro lado, era complicado ejercer esos ofi-
cios fuera del entorno donde la hechicera se había generado una cierta
fama a lo largo de su vida. Por ello, las sentencias inquisitoriales que
se dictaban para castigar por este tipo de delitos contenían invaria-
blemente la pena de destierro. Ese destierro se solía decretar en dos
sentidos: por una parte se prohibía que esas mujeres pudieran volver a
habitar en los lugares donde habían llevado a cabo sus fechorías. Por
otro lado, quedaba proscrita su presencia en las poblaciones muy po-
pulosas o importantes, donde fácilmente podrían pasar desapercibidas
si reiniciaban sus actividades delictivas. Tampoco se expresa en este
caso el periodo de tiempo que duraría el destierro, tiempo que solía
extenderse a lo largo de ocho años en muchas sentencias inquisitoria-
les evacuadas para los delitos de sortilegios. Solamente se alude en el
texto de la sentencia al «destierro perpetuo», pero esa expresión no
debe entenderse literalmente. Para que los desterrados no se acercaran
siquiera a los lugares prohibidos, se establecía un radio de prohibición,
radio que solía oscilar entre las seis y las ocho leguas alrededor de la
población. Figuran seis en el documento objeto de estudio17.

16. Al respecto, conviene señalar que el número de azotes para este tipo de delitos
oscilaba entre uno y dos centenares, siendo más común que las sentencias prescri-
bieran doscientos. Lo cierto es que en un considerable número de ocasiones los
parientes y valedores de los reos conseguían sobornar al verdugo que los aplicaba
con el fin de que no extremara la fuerza con el látigo.
17. «En lo que se refiere al ámbito temporal, el destierro podía ser perpetuo o por
tiempo determinado. Si bien ambos conceptos eran relativos, pues el Santo Oficio
UNA BRUJA MULATA 151

En este punto observamos en la sentencia dictada para María de


Rivera otra diferencia con respecto a las que se pronunciaban para
desterrar a los reos de Inquisición en los territorios peninsulares. Fal-
ta, como es lógico, la mención relativa a la prohibición de establecerse
en la corte, omnipresente en las sentencias contra las hechiceras de la
península. Solo se ordenaba que permaneciera alejada de la ciudad de
Puebla y del territorio circundante a la misma: «Y la condenamos en
destierro perpetuo preciso de la ciudad de la Puebla… y seis leguas en
contorno» (BANC, Mss. 96/95m, R. 1, n.º 10, fol. 130).
Dado que las sentencias inquisitoriales podían insertar un amplio
elenco de castigos temporales y espirituales, en el presente caso se
añadía a las anteriores condenas la de servir durante tres años en un
hospital de la Ciudad de México. Modalidad de trabajos forzados
que redundaba en una forma de añadir cierta funcionalidad social a la
pena. Caso de abandonar esa tarea sin permiso de los inquisidores, se
le doblaría el tiempo de servicio en el hospital: «Y la condenamos…
en tres años de servicio en el hospital que le señalaren en esta ciudad
y no lo quebrante so pena de serle doblado el tiempo de dichos tres
años de servicio por la primera vez» (BANC, Mss. 96/95m, R. 1, n.º
10, fol. 130). También esta es una constante en las sentencias por el
delito de sortilegios, tanto en América como en los tribunales penin-
sulares, no solo para las mujeres, sino también para los varones cuan-
do sufrían alguna incapacidad física que les impedía cumplir penas
más severas (Torquemada 2000)18.
Al final del expediente relativo a María de Rivera se hace constar
lacónicamente haberse llevado a cabo la ceremonia de abjuración pre-
vista en la sentencia y también haberse ejecutado la pena de azotes en
presencia del alguacil mayor y de algunos familiares y ministros del
tribunal mexicano.

siempre podía reducir o agravar la pena cuando lo estimara oportuno, puesto que,
como ya se sabe, el tribunal desconocía el principio de cosa juzgada» (García-
Molina 1999: 346).
18. Consta en sus expedientes que fueron condenados a servir en hospitales los reos
Micaela Meléndez (p. 81), María de Reina (p. 172) y Salvador Ortiz (p. 222). A
este último se le conmutó, a causa de enfermedad, la pena de prisión durante cinco
años en el presidio de Orán por la de servicios en el hospital de la prisión los mis-
mos cinco años.
152 MARÍA JESÚS TORQUEMADA

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«¡Ay qué bonito es volar a las dos
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Aquelarres y transmutación en el
enclave de Nombre de Dios, Nueva
España, 1666-1679
José Enciso Contreras
José Juan Espinosa Zúñiga

Un difuso asunto de brujas

A principios de la década de 1660, los pobladores de Nombre de Dios,


el enclave más alejado del reino de la Nueva España, extrañamente
remetido entre las fronteras de Nueva Galicia y Nueva Vizcaya, mur-
muraban acerca de una serie de acontecimientos que tenían a todo el
pueblo consternado. Alrededor de una docena de lugareños se reunía
en casa del vicario de la villa y sostenía animadas tertulias en las que
la comidilla solía ser algunos de sus convecinos, hombres y mujeres,
tachándolos de brujos. Aquellas habladurías, siempre en aumento, se
extenderían por un buen tiempo, de tal forma que en 1666 se publicó
en la villa un edicto inquisitorial que invitaba a los parroquianos a de-
nunciar a todo sospechoso de brujería. Esto motivó que varios de los
habituales contertulios acudieran ante el comisario del Santo Oficio
en Sombrerete, quien, basándose en las denuncias, decidió incoar un
proceso que a su vez se prolongaría por más de una década1, en cuyos

1. Archivo General de la Nación de México, fondo Inquisición, Proceso y causa cri-


minal de fe contra doña María de Valenzuela, vecina de la villa del Nombre de
Dios, por hechicera o bruja, exp. 7, vol. 605. Proceso y causa criminal contra Alonso
Flores de Rivera, por brujerías en unión de su mujer, exp. 13, vol. 605. Causa cri-
minal contra Felipa Conchola, mestiza, doña María de Valenzuela y otras vecinas
de la villa del Nombre de Dios, por sospechosas de pacto con el demonio y decir
públicamente ser brujas, exp. 17, vol. 605. Proceso contra doña María de Valenzue-
la, española, por bruja que se volvía paloma y volaba de Sombrerete a Zacatecas y
156 JOSÉ ENCISO CONTRERAS Y JOSÉ JUAN ESPINOSA ZÚÑIGA

expedientes se contó con los testimonios de más de diez personas, lo


que permitió descubrir una supuesta red de hechiceras y brujas de dis-
tintas edades, sexo y niveles sociales.
Con toda independencia de si las mujeres y hombres que fueron de-
nunciados pudieron o no haber realizado los hechos que se les endilga-
ron, hemos tratado de responder al por qué los testigos declararon en
determinado sentido y por qué fueron cuestionados de esa manera por
los pesquisidores; hemos apoyado nuestra búsqueda de respuestas tanto
en el pensamiento mágico de la época como en los datos empíricos que
fueron emergiendo al seguir el hilo de cada expediente. También nos
hemos cuestionado acerca de la estrecha semejanza entre las prácticas
brujescas de la Europa medieval y renacentista, y las que se describen en
este proceso, tomando en cuenta además que la supuesta bruja principal
era española. Del mismo modo, trataremos de señalar mínimamente el
latente sincretismo del pensamiento mágico mesoamericano en las prác-
ticas de aquellas mujeres y hombres, visible en la utilización de plantas
endémicas de la región en sus menjurjes y encantamientos.

De Nombre de Dios a Sombrerete, sin escalas

Mientras el beneficio de plata fue abundante, las poblaciones mineras


de la Nueva Vizcaya y principalmente sus vecinas del norte de la Nue-
va Galicia fueron intensamente transitadas por comerciantes, arrieros y
aventureros en busca de riquezas (Enciso Contreras 2004: 99). En tiem-
pos de crisis los niveles de vida descendían al igual que el tamaño de las

bailaba con un cabrito y después le besa el trasero, exp. 3, vol. 482. Los eventos que
hemos decidido estudiar no están íntegramente contenidos en un expediente, sino
en cuatro, que fueron instruidos por cuerda separada entre 1666 y 1679. Actual-
mente se encuentran resguardados por el Archivo General de la Nación de Méxi-
co, en el fondo Inquisición, cosidos en dos gruesos volúmenes. Sería fragmentaria
la comprensión de lo acaecido en Nombre de Dios para quien consulte un solo
expediente, puesto que todos se complementan entre sí. Por ejemplo, si en el ex-
pediente 17 está contenida la declaración del primer denunciante de los hechos
brujescos, Miguel de Costilla, en el expediente 7 se encuentra su ratificación y en
el 3, el acta del libro de entierros donde consta su muerte. Este patrón no se aplica
para todos los expedientes ni para todos los testigos, exigiendo toda la atención
del investigador en la búsqueda de la información referente a determinado sujeto
o evento. En adelante referiremos el archivo por sus siglas AGN, y citaremos el
número de expediente y el número de foja que corresponda.
AQUELARRES Y TRANSMUTACIÓN 157

poblaciones, propiciándose incluso la desaparición de algunas2. Desde


luego que en los reales de minas del entorno de Zacatecas la vida era
un tanto digamos que disipada; a menudo actividades no muy devotas
ganaban terreno en la cotidianidad como la delincuencia, la prostitución
y toda clase de supersticiones. Aunque no fueron determinantes abso-
lutos, podemos referir como causa de esta actitud transgresora a la in-
termitente pobreza de la mayoría de los habitantes de aquellos pueblos,
junto a otros factores como la extendida superstición y el pensamien-
to mágico alimentado por esta, con afluentes tanto de origen europeo,
como el heredado de tiempos precolombinos; podemos agregar a todo
ello el contexto natural de flora y fauna que proveía lo necesario para
efectuar prácticas heterodoxas3. En consecuencia, el número de proce-
sos instaurados por el Santo Oficio contra mujeres y hombres de la re-
gión fue abundante (Alberro 1988: 410-414).
A diferencia de los pueblos vecinos que se dedicaban a la explota-
ción de minas, en su nacimiento Nombre de Dios se pobló para se-
guridad de los caminos debido a que el área era un cruce peligroso
donde hacían frontera la gobernación de la Nueva Vizcaya y los reinos
de Nueva Galicia, y Nueva España. Se piensa, aunque el asunto no
queda lo suficientemente claro, que la primera población europea en
asentarse allí fueron los franciscanos, que dirigidos por Gerónimo de
Mendoza comenzaron en 1554 a congregar indios en ese lugar, con-
siderado desde entonces con potencial agrícola y ganadero (Saravia
1986: 171); no obstante, es aceptado que la fundación oficial data de
1563 (Porras Muñoz 1980: 29)4, integrándose en su comarca inicial las
haciendas de los valles de Súchil y Poanas. Dos años más tarde se fun-
dó un convento franciscano en Nombre de Dios (Porras Muñoz 1980:
211), y en 1563 se le asignó ayuntamiento y el título de villa (Gerhard
1986: 209-210); complementariamente, el vecino presidio de Santa Ca-
tarina era el encargado del resguardo militar de los valles de Poanas

2. Tal es el caso de San Martín, pueblo minero de la provincia de Zacatecas que a


mediados del siglo xvi gozó de gran productividad, pero que a finales de siglo ya
había caído en franco declive (Mota y Escobar 1940: 177).
3. Como el «peyote», planta utilizada por grupos asentados en la región desde tiem-
pos precolombinos, para fines mágicos y terapéuticos.
4. Aunque la fecha de fundación oficial de la villa ha sido objeto de controversias,
don Guillermo Porras ha encontrado la documentación necesaria para demostrar
este año. Por su parte, don Atanasio proponía 1562 (Saravia 1986: 172).
158 JOSÉ ENCISO CONTRERAS Y JOSÉ JUAN ESPINOSA ZÚÑIGA

y de Súchil, áreas constantemente asediadas por asaltantes nómadas


hasta bien entrado el siglo xvii; otras razones hacían de esta zona una
región inhóspita, en palabras de los coetáneos, Nombre de Dios era
«un horno donde habitaban mil sabandijas ponzoñosas» (Mota y Es-
cobar 1940: 179) y sin embargo, como ya se adelantaba, su clima era
propicio para la siembra de trigo y la crianza de ganado, labores a las
que estaban dedicados la mayoría de sus vecinos5.
Por lo demás, la estratégica ubicación de Nombre de Dios suscitó
la disputa entre los tres mencionados gobiernos por su jurisdicción,
situación arreglada provisionalmente en 1579 cuando el virrey nom-
bró un alcalde mayor para administrar la remota villa y las 16 leguas
alrededor de esta (Gerhard 1986: 210). Así que el control político del
pueblo por parte de las autoridades de la Nueva España se dio desde
tiempos tempranos y tuvo en sus orígenes las fricciones o «desabridos
disgustos», entre la audiencia de Guadalajara y el gobernador Fran-
cisco de Ibarra. Pese a todo, la cuestión no parecía estar finiquitada
a finales del siglo xvi, cuando el Consejo de Indias seguía solicitando
al virrey conde de Monterrey información sobre la jurisdicción de la
villa6, y con intermitencias esta disputa se prolongó durante el siglo
xvii. En síntesis: durante largo periodo las autoridades de Nombre de
Dios fueron designadas desde la lejana capital del virreinato, configu-
rándose así el remoto enclave.
En sus primeros tiempos el mayor peligro para el progreso de la
villa lo representaban los indios chichimecas, bravos nómadas que
hostilizaban el Camino de Tierra Adentro (Mota y Escobar 1940: 179)

5. Sancho Jiménez, de los primeros vecinos de Nombre de Dios, con casa en la plaza
principal, se dedicaba a las labores agrícolas y al comercio. Puede verse su patri-
monio consistente en estancias de ganado mayor, partes de minas, casas y sola-
res, también herramientas, ganado y menaje de casa, así como buena dotación de
armas ofensivas y defensivas, por lo que pudiera ofrecerse. Archivo General de
Indias, Contratación 202 B, nº 23. Autos de bienes de difuntos de Sancho Jiménez,
fallecido en Sain. Abril de 1564.
6. Archivo General de Indias de Sevilla, Sección Audiencia de Guadalajara, legajo
230, libro 2. Al virrey de la Nueva España, que envíe relación con su parecer sobre
qué se ha entendido convendría declarar en la villa del Nombre de Dios, que está
en medio de las gobernaciones de la Nueva Galicia y Nueva Vizcaya, que al pre-
sente lo es de su jurisdicción, lo fuese de la audiencia de la dicha Nueva Galicia o
gobernación de la Nueva Vizcaya. Concertada. Azeca, 4 de mayo de 1596 (en ade-
lante este archivo será referido por las siglas AGI, seguido del título de la sección,
número de legajo, ramo o documento, en su caso).
AQUELARRES Y TRANSMUTACIÓN 159

y que serían gradualmente asimilados mediante el paulatino asenta-


miento de grupos «mansos» sedentarios del centro de México como
tlaxcaltecas y mexicas. En la década de 1570 las ofensivas chichimecas
se recrudecieron ostensiblemente en esa zona del norte de Nueva Ga-
licia y sur de la Nueva Vizcaya (García-Abásolo González 1979: 26 y
27)7, pero teniendo en cuenta que en 1572 los ingresos por diezmos
del obispado de Guadalajara se calculaban en 9.806 pesos de oro de
minas, y que los provenientes del beneficio de Nombre de Dios –que
también incluía el valle de Poanas–, ascendían a la nada despreciable
suma de 1.300 pesos de oro de minas, es decir, el 13,3% de la recauda-
ción (Enciso Contreras 2010: 81-83), no puede decirse que la Guerra
Chichimeca ocasionara crisis severa en la villa por esa época.

Beneficios y habitantes de la diócesis de Guadalajara con


diezmos valuados en 500 pesos de oro de minas o más en 1572

Beneficio diezmos españoles indios


Guadalajara 2.270 _ _
Nombre de Dios y Poanas 1.300 20 1.000
Compostela 1.180 10 1.000
Los Lagos 728 20 _
Juchipila 540 0 400
Las Nieves 513 20 _
Zacatecas 500 300 1.500
Teocaltiche 500 20 600
Enciso Contreras, José: Cedulario de oficio de la Audiencia de la Nueva Galicia
(1554-1680). Tomo I (1554-1584).

7. El autor anota que «[...] fue otra de las épocas duras para los pobladores de la
jurisdicción de Llerena; tenemos noticia de la formación de una alianza entre los
indios de los pueblos de San Andrés, Nombre de Dios, el Valle de Poana y algu-
nos otros, encabezados por el principal de San Andrés, don Alonso, cuyos frutos
fueron numerosas muertes de españoles e indios pacíficos […] El alcalde mayor de
Llerena, Juan de Avellaneda, nombró capitán a Pedro de Ibarra, que salió al frente
de 15 soldados para castigar a los que habían dado muerte en El Calabazal, a diez
kilómetros de la villa, a diez indios que se dirigían a prestar servicio en las estan-
cias del valle de Súchil y a los españoles Alonso Martín Abreu y otros muchos. En
Atotonilco, pueblo cercano a Nombre de Dios –jurisdicción de Nueva España–
mataron al guardián del convento de San Francisco fray Juan Cerrado, al alcalde
ordinario Gaspar Rodríguez de Valdepeñas, a Pedro Ortiz y a gran cantidad de
indios, incendiando la iglesia y asolando el pueblo por completo».
160 JOSÉ ENCISO CONTRERAS Y JOSÉ JUAN ESPINOSA ZÚÑIGA

Ya en 1608 aquella villa de labradores y ganaderos se gobernaba


por un alcalde mayor y capitán a guerra designado por el virrey; por
dos alcaldes ordinarios, un alguacil mayor, cuatro regidores, un al-
férez real y un escribano público y del cabildo. También existía un
cabildo de indios con tres alcaldes, varios regidores y topiles (Torres
de Mendoza 1969: 241-242). En ese año una descripción del entonces
alcalde mayor informaba que en una traza desordenada alrededor de
una plaza grande había 18 casas de españoles, 30 de indios, una igle-
sia mayor y un monasterio de san Francisco, además de las casas del
ayuntamiento. Vivían alrededor de 57 vecinos españoles, 45 casados
y 10 doncellas, sin contar los niños; además dos o tres mulatos libres
y dos o tres mulatas casadas con españoles y otras tantas con indios.
Se agregaban entre cinco o seis negros esclavos de españoles, nueve
esclavas y una negra libre. Los indios que vivían en la villa no pasaban
de cien. «En general los vecinos son labradores, pocos oficiales; sastres
hay tres» (Torres de Mendoza 1969: 211 y 219).

Diezmos de la Diócesis de Durango con al momento de su


fundación en 1620 (pesos de oro de minas)

Diezmatorio diezmos
Durango 5.100
Santa Bárbara 3.200
Nombre de Dios, valle de Súchil y Poanas 2.275
Haciendas de Parras y Patos 2.000
Valle de la Magdalena 1.500
Río Grande y haciendas 700
Cuencamé 400
Sinaloa, Topia y San Andrés 320
Sombrerete y Chalchihuites 286
Culiacán 230
Porras Muñoz, Guillermo: Iglesia y estado en Nueva Vizcaya.

La economía de esta región no marchaba del todo mal en esta época


y, sin descartar altibajos posteriores, junto con los diezmos de las pa-
rroquias de Poanas y el valle de Súchil, los de Nombre de Dios seguían
siendo muy codiciados por el obispado de Guadalajara hacia 16368.

8. AGI, Audiencia de Guadalajara, legajo 230, libro 2. Al virrey de la Nueva España,


AQUELARRES Y TRANSMUTACIÓN 161

Setenta kilómetros al sur de la villa se encontraba el real de minas


de Sombrerete o villa de Llerena, que después de Zacatecas era el cen-
tro político y económico más importante del septentrión junto a pue-
blos vecinos como Chalchihuites, San Martín, San Miguel, así como
el propio Nombre de Dios y Durango, la capital de la desmesurada
gobernación neovizcaína. La población de Sombrerete a principios del
siglo xvii rondaría los quinientos españoles y mil indios, dedicados a
labores de minas y al comercio, principalmente. El tráfico entre Som-
brerete y Nombre de Dios era habitual y en el expediente que nos
ocupa hay constancia de cómo algunos vecinos de la primera villa se
trasladaban a vivir a la segunda y viceversa.
Por su parte, Sombrerete se encontraba, como hasta la fecha, a
una distancia de alrededor de 150 kilómetros al norte de las minas de
Zacatecas. Aunque Sombrerete y Nombre de Dios quedaban incluidos
en la jurisdicción del obispado de Durango, que se había fundado en 1621
(Gerhard 1996: 33), las causas inquisitoriales tenían que llevarse ante el
comisario establecido en Sombrerete, puesto que el ámbito de autoridad
del Santo Oficio era diferente al de los cleros regular y secular9, así que con
toda independencia de lo anterior el cura de Nombre de Dios podía actuar
en su villa como juez eclesiástico tratándose de procesos contra indígenas.
La razón por la cual Nombre de Dios no fuera sede de un comisario
del Santo Oficio se debía a su baja densidad poblacional, problema
que inclusive ocasionó perdiera su calidad de villa, desapareciendo su

informe lo que se le ofreciere sobre que el cabildo eclesiástico de Guadalajara pide


se reduzca a menos número los prebendados de aquella iglesia, Madrid, 11 de fe-
brero de 1636.
9. La sede del distrito jurisdiccional del Santo Oficio se instaló en la Ciudad de Mé-
xico, y abarcaba aproximadamente dos millones de kilómetros cuadrados. Sujetos
a esta jurisdicción se instalaron comisarías en el interior del reino, donde jueces de
instrucción (comisarios) desahogaban las primeras fases del proceso inquisitorial.
La competencia del comisario instalado en la ciudad de Zacatecas comprendía en
un inicio, además del Real de Minas de Fresnillo, Bolaños, Guadalupe de los Zaca-
tecas, villa de Llerena (Sombrerete), Jerez de la Frontera, pueblo de San Joseph,
real y minas de San Pedro de los Chalchihuites, villa de Aguascalientes y real de
Mazapil. En cuanto a los demás lugares comprendidos dentro de la jurisdicción
política de Zacatecas (localidades de menor importancia poblacional y económi-
ca), el tribunal estaba presente por medio de religiosos que desempeñaban la ta-
rea de jueces de instrucción, debido a que la institución debía conocer todas las
denuncias en materia de fe, sin importar que estas se hubieran presentado en los
lugares más recónditos del reino (Guerrero Galván 2010: 115 y 116).
162 JOSÉ ENCISO CONTRERAS Y JOSÉ JUAN ESPINOSA ZÚÑIGA

cabildo hacia 1631, debido a que no contaba con los veinte vecinos con
casa poblada que se exigían para tal privilegio (Garza Limón 1999: 15).
Pese a esto, a Nombre de Dios se le siguió llamando villa por propios
y extraños, como lo atestiguan las fojas del proceso inquisitorial que
hemos analizado. La escasa población de Nombre de Dios, junto a que
no poseyera comisario, son hechos de notable importancia en el proceso
que nos ocupa, puesto que como veremos influyeron sobre los pocos
avecindados y en la dilación del trámite procesal.
El paisaje de la población lo completaban numerosos corrales ane-
xos a casas de adobe, útiles para la crianza de ganado, que como se
recordará fue una de las principales actividades en el poblado desde
su origen10. Se podían ver en derredor del pueblo numerosas parcelas
de cultivo, principalmente «tierras de pan coger», que así se conocía
a las dedicadas al cultivo de trigo, laboradas por población indígena
e irrigadas por un «arroyo de agua perpetuo» que corría próximo a
la población (Mota y Escobar 1940: 179-180). A mediados del siglo
xvii la vocación agrícola y ganadera estaba más que consolidada en
la región: seguía siendo un pueblo de campesinos. Desde el primer
tercio del siglo xvii, Nombre de Dios y su comarca, integrada con los
valles de Súchil y Poanas, eran predominantemente indígena, muchos
indios tepehuanes estaban asentados en los cuatro barrios que había
en la villa y en el pueblo aledaño de Malpaís. Los grupos étnicos y
sus mezclas no siempre estuvieron bien avenidos entre sí ni con los
españoles (Quiñones Hernández 2008: 195-196 y ss.). Las diversas
castas tradicionales de la región constituían el segundo estrato en im-
portancia, seguido de la población española que, está de más decirlo,
controlaban política, económica y culturalmente la zona (Quiñones
Hernández 2009: 132-133). El comercio de la villa, en manos de tres
mercaderes «de pequeños caudales» dependía de la venta de trigo y
harina a los reales de minas comarcanos, especialmente a Zacatecas,
desde donde a la vuelta traían mercaderías pera distribuir localmente
(Torres de Mendoza 1969: 241).

10. La vocación agrícola y ganadera de Nombre de Dios se manifestó tempranamente


y definiría la vida de sus moradores en los años por venir. Desde 1564, a pocos
años de la fundación del poblado, Sancho Jiménez, vecino de la plaza principal,
murió en el camino a Zacatecas. En el inventario de sus bienes destacan las he-
rramientas y bártulos propios de ambas actividades, sin descartar las eventuales
incursiones en el comercio y la minería (Enciso Contreras 2000: 137 y ss.).
AQUELARRES Y TRANSMUTACIÓN 163

Brujas en los confines del mundo

La presencia de la Iglesia en la región fue muy señalada. Ya en las pri-


meras décadas del siglo xvii estaban plenamente establecidos conven-
tos franciscanos en Zacatecas, Sombrerete, Nombre de Dios y Chal-
chihuites11. A mediados del siglo xvii, Nombre de Dios era un caserío
apenas destacable en los registros cartográficos de la época y seguía
siendo el enclave más alejado incluido en la gobernación de la Nueva
España. Como una pequeña mancha en un inmenso territorio ocre y
semiárido, la villa se asentó con calles algo desordenadas alrededor de
una plaza principal en la que se ubicaba el edificio desde donde gober-
naban los agentes del rey y donde alguna vez hubo ayuntamiento. En
cambio había dos iglesias, la de San Francisco del Malpaís, a cargo del
convento de la provincia franciscana de Zacatecas, y la de la parroquia
de San Pedro del Nombre de Dios perteneciente a la diócesis de Du-
rango (Gerhard 1986: 210); por si esto fuera poco se contaba con dos
ermitas, una de la Veracruz y la otra de Nuestra Señora. A principios
del siglo xvii la iglesia mayor amenazaba con derrumbarse y estaba
siendo reparada por el cabildo y los vecinos. En esa misma época solo
vivían dos franciscanos y el guardián en el convento (Torres de Men-
doza 1969: 245-246).
Por su parte, la Inquisición no expidió muchas distinciones de fa-
miliar del Santo Oficio en la región, antes al contrario, fueron muy
escasas durante los siglos xvi y xvii: en 1581 obtuvo el cargo Juan
de Soto, vecino de Sombrerete, y en 1595 lo recibió Arias de Vargas,
vecino de Nombre de Dios12. En opinión de Porras Muñoz, la Inqui-

11. «La conversión de los zacatecos no fue empresa fácil, y no es raro encontrar en
estos pueblos sólo un reducido número de indios, de quienes uno no está seguro si
se trata de los pobladores que trajeron los misioneros o de los zacatecos a los que
habían cristianizado los frailes. Más hacia el norte, en el presente estado de Du-
rango, la expansión de la provincia de Zacatecas fue tan grande que llegó a formar
una custodia, la de Parral» (Morales 1993: 232).
12. Realmente, la de familiar del Santo Oficio no fue una distinción muy codiciada en
la Nueva Vizcaya durante los siglos xvi y xvii, adicionalmente a los descritos, he-
mos encontrado escasos antecedentes, como los de Francisco Bernal de la Parra y
Alonso Hernández Castellanos, vecinos de Durango, en 1600 y 1614, respectiva-
mente. D. Juan Ignacio de la Vera Sotomayor y D. Juan Ignacio de la Vega Mariño
de Lovera, vecinos de El Parral, lo obtuvieron en 1693 y 1696, respectivamente
(Fernández de Recas 1956: 44, 45, 87, 133 y 135).
164 JOSÉ ENCISO CONTRERAS Y JOSÉ JUAN ESPINOSA ZÚÑIGA

sición comenzó sus actividades en el norte de México, precisamente en


Nombre de Dios, cuando en 1566, como parte de sus funciones otor-
gadas por el obispo de la Nueva Galicia, como guardián del convento
franciscano de Nombre de Dios, fray Pedro de Espinareda, actuando
como «juez de lo espiritual» nombró notario a Miguel Gallegos, y al
año siguiente instruyó causa en contra de Guiyén Bernal, saboyano,
por infidente (Porras Muñoz 1980: 385). En opinión de Porras, «[…]
en la Nueva Vizcaya el Santo Oficio quedó bajo la jurisdicción ordina-
ria y nunca tuvo causas sensacionales ni gran actividad como ocurrió
en otras provincias» (Porras Muñoz 1980: 385); y quizá el caso que en
estas páginas se relata sea una de las excepciones que confirman esta
regla de Porras, porque no se puede afirmar que el diablo en forma de
chivo, bailando con sus adoradores en los corrales de una población,
no tuviera algo de sensacional.

Entre brujas y brujos

Entre las menos de treinta familias de españoles que a mediados de si-


glo xvii vivían en Nombre de Dios, sobresalían los Flores Rivera, quie-
nes contaban entre sus integrantes con militares de cierto renombre,
respetables clérigos y funcionarios de gobierno (Garza Limón 1999:
16; y Quiñonez Hernández 2008: 205). Y justamente era Pedro Flores
de Rivera, vicario del pueblo en 1662, aquel cura muy sociable de 46
años –de quien hablábamos al comienzo de este texto–, el cotidiano
anfitrión del grupo de vecinos y parientes que se reunían en su casa
para hablar sobre las novedades de la villa. La plática y conversación
fue práctica por demás apreciada en el mundo novohispano y el medio
más importante de comunicación interpersonal, tenida en mucho es-
pecialmente en los ambientes alejados de las grandes urbes, en el medio
rural y los caminos polvorientos. El aburrimiento que sobrevenía con
el aislamiento y la monótona existencia de los remotos poblados don-
de no abundaban los libros o actividades de entretenimiento, procura-
ba combatirse con las charlas, que llegaba a convertirse en una verda-
dera necesidad13, y en las que podrían recrearse todo tipo de historias,

13. La conversación sería un arte sumamente practicado en Occidente en el proceso


cultural de instauración de la Ilustración (Craveri 2004: 18-19).
AQUELARRES Y TRANSMUTACIÓN 165

fábulas, chismes y noticias reales o inventadas. Buenos conversado-


res o personas decidoras solían tener amplios círculos de amistades
y muy demandada era su compañía. Decía Voltaire que «al calor de
inagotables conversaciones en las largas tardes de invierno, la nobleza
medieval [francesa] encerrada en sus castillos recreaba brujas, magos y
aparecidos deambulando por los pueblos y sus bosques» (Porras Mu-
ñoz 1980: 383). Algo parecido ocurría en el septentrión novohispano.
En las tertulias del cura Flores se hablaba por ese tiempo de un he-
cho acontecido en la plaza del pueblo una noche de luna llena. Sucedía
que un sastre llamado Sebastián Jiménez había venido manteniendo
ilícita amistad con una mestiza llamada Felipa Canchola. Como suele
acontecer a cualquier pareja, la de estos amasios pasaba por un mo-
mento digamos que difícil, así que, en dicho lugar, el sastre agredió a la
Canchola. La cosa pudiera haber quedado ahí, pero llegó al escándalo
cuando comenzó a decirse públicamente que la mujer había huido de
su agresor convertida nada menos que en vaca; otras versiones asaz
malintencionadas sostenían que transformada en animal había apo-
rreado al sastre, quien en su lecho de muerte se negó a perdonar a
Felipa, jurando y perjurando que era bruja y que no la había calumnia-
do al decirlo a todo el mundo. No podemos descartar que este pleito
callejero fuera el origen de las murmuraciones en contra de la mestiza,
aunque tenemos razones para suponer que su fama de bruja era ya
moneda corriente en la villa. Las acusaciones iban en varios sentidos.
Sin contar con la transmutación descrita, asimismo se le involucraba
en la celebración de aquelarres, es decir, de reunirse por las noches
junto a otros vecinos de su calaña en un corral donde bailaban con un
chivato al que adoraban y besaban en el trasero14. Otro cargo sobre
aquella mujer era el de volar, asunto muy mal visto por aquel entonces.
Ciertos testigos juraron haberla visto surcando los cielos transforma-
da en paloma en compañía de otras nacaradas aves, recorriendo dila-
tadísimas distancias, por lo menos desde esa villa hasta la mismísima
ciudad de Zacatecas. Según las deposiciones, el solo nombre de «Je-
sús» las hacía caer hasta los suelos cuando se atrevían a pronunciarlo.

14. Según la declaración de un tal Miguel de Ontiveros, otras veces los bailes se or-
ganizaban en el campo, y en una de estas ocasiones a Felipa se le ordenó «besar al
chivato en el culo», a lo que ella respondió diciendo «¡Jesús!» por lo que desapa-
reció al instante el baile y ella cayó desmayada (exp. 3, fol. 138).
166 JOSÉ ENCISO CONTRERAS Y JOSÉ JUAN ESPINOSA ZÚÑIGA

Desde luego que lo que se hablaba al respecto en casa del vicario


y en general en todo el pueblo eran meros rumores hasta el momento
en que llegaron a ser confirmados por la propia Felipa, quien –y esto
es algo que no hemos podido explicarnos– el año a que nos referimos
vivía en la propia vivienda del vicario, presumiblemente dedicada a
labores domésticas y al cuidado de una niña que había en la casa, y lo
que resulta más raro aún es que a menudo participaba en la tertulia del
cura Flores. Extrañamente todo parecía indicar que el cura no tenía
ningún empacho en convivir y hasta cohabitar con una sospechosa
de estos vuelos. Además, Canchola era bocona, presumía sin ningún
rubor ante los escandalizados oyentes de su poder para transformarse
en distintos animales, entrar en casas sin ser vista y salir de la suya sin
que nadie de los durmientes moradores se percatara de ello porque
colocaba sigilosamente al efecto huesos de muerto bajo las almohadas,
logrando inducirles un sueño tan profundo como la muerte.
Más insólito aún que la situación de Felipa era el que varios testigos
en la causa también acusaron a María de Valenzuela, española, quien
era nada menos que cuñada del propio cura Flores, pues estaba casada
con su hermano Diego. Agravando la situación, María era señalada
como la bruja principal, la guía y maestra de una gavilla de entusiastas
seguidores y seguidoras suyas y de su propio hijo, Alonso, a quienes
instruía en prácticas de naturaleza diabólica. Aquella panda de servi-
dores del diablo estaba compuesta en su mayoría por habitantes de
Nombre de Dios, quienes «jugaban como locales»: además de los tres
ya nombrados, se les unían Inés Flores de Rivera –también parienta
del cura– y Juan y Lucía Velásquez –acusados de mascar copal y hacer
candelas–, y un negro anónimo a quien se le endilgaba el participar en
los aquelarres. Los fuereños señalados por los testigos eran la mulata
María de Angulo, residente en la ciudad de Durango, de quien se dijo
volaba transmutándose en paloma y participaba en los aquelarres. De
Sombrerete se mencionó a Beatriz de Andrade, de quien se dijo había
heredado al grupo de Nombre de Dios, ciertos botes conteniendo bár-
tulos para hechizos y brujerías.
Si la circulación de todas estas consejas se hubiera circunscrito es-
trictamente al ámbito de la villa de Nombre de Dios o, en el peor de los
casos, extendido hasta los valles de Súchil y Poanas, o quizás incluso
hasta Sombrerete y Guadiana, las cosas no hubieran pasado a mayores.
Al igual que muchos casos similares seguirán en el cajón de la cifra negra
AQUELARRES Y TRANSMUTACIÓN 167

inquisitorial, como sabroso chisme local de pleito de familia y maledi-


cencia que hubiese sido comentado en las décadas posteriores y hasta
allí nomás. Pero las cosas se salieron de control y todo aquel cotilleo fue
llevado hasta el tribunal del Santo Oficio de la Ciudad de México15. Las
circunstancias de esto que decimos no quedan claras en los expedientes,
tan solo el hecho de que al enterarse el tribunal actuó en consecuencia
instaurando un procedimiento que se extendería por casi tres lustros sin
llegar a esclarecer nada en absoluto, jurídicamente hablando.

Labores de un comisario en remota provincia

En la primavera de 1666 un edicto de fe redactado por el Santo Oficio


de México exigió a los habitantes de Nombre de Dios acudir ante el
comisario más cercano y denunciar a todas las personas sospechosas
de practicar brujería. Aunque la publicación seguramente careció de
la solemnidad con que se hacía en las grandes ciudades, sus resultados
fueron igual de eficaces. A lo largo del mes de mayo un activo José
Antonio de Valdés, comisario del Santo Oficio en Sombrerete, tomó
declaración a una docena de testigos que acudieron «sin ser llamados»
hasta la comisaría para denunciar los rumores de brujas en la región.
Aunque no hemos podido localizar el edicto de marras hay evidencia de
la existencia de este y debió tratarse de un documento particular contra
María de Valenzuela y Felipa Canchola, según la declaración de uno
de los testigos16. Una vez finalizadas las declaraciones y ratificaciones

15. A propósito del proceso, quien se pregunte cómo las autoridades inquisitoriales
de México –los únicos facultados para dictar un edicto de fe– se enteraron de
los hechos brujescos en la remota jurisdicción de Nombre de Dios, tendrá que
conformarse con la sospecha de que existía alguna correspondencia aún no des-
cubierta, elaborada por algún clérigo o familiar de la región, y que llegó hasta las
salas de México. Como haya sucedido, el edicto surtió efecto probando su eficacia
como mecanismo para el combate de las heterodoxias, pues temerosos por la te-
rrible amenaza de excomunión para quienes solaparan cualquier acto herético, los
crédulos vecinos acudieron ante el comisario para descargar su conciencia.
16. Durante la segunda entrevista que se le hizo a Agustín Quirarte en 1679, el comisario
Valdés le preguntó si recordaba haber depuesto ante algún juez sobre cosas tocantes
a la fe, a lo que este respondió que «se acuerda haber dicho su dicho ante el padre
reverendo fray Antonio de Valdés, comisario del Santo Oficio en la villa de Llerena,
en publicación de edictos contra Felipa de Santiago Canchola y contra doña María de
Valenzuela por correr voz de que se ejercitaban en oficio de brujas» (exp. 3, fol. 141).
168 JOSÉ ENCISO CONTRERAS Y JOSÉ JUAN ESPINOSA ZÚÑIGA

el día 30 de mayo, sin demora el comisario de Valdés recorrió siete


leguas hasta Nombre de Dios para entrevistar a los vecinos cuyos
nombres habían resultado en los dichos de los querellantes. Entre el
día primero y el tres de junio, auxiliado por el franciscano Francisco
de la Maza –quien solícito hizo las veces de notario–, tomó declaración
y ratificación a tres personas, entre ellas al vicario del pueblo, Pedro
Flores de Rivera, quien sorprendentemente no había acudido a
Sombrerete en obediencia al edicto de fe, teniendo en cuenta que él era
el anfitrión de las reuniones donde se recreaban sabrosamente todos
los casos de brujas, y a la que era tan asidua la propia Canchola, una de
las principales imputadas. Las diligencias en la villa debieron haberse
suscitado sin contratiempos de no ser por una desavenencia con el
clero secular. Según una queja por correspondencia del comisario
Valdés enviada más tarde a los inquisidores de México, en una de
las obligadas visitas en que el claridoso obispo de Durango (Porras
Muñoz 1980: 153) Juan de Gorospe y Aguirre, se detuvo en Nombre
de Dios, dio expresas órdenes al cura de la villa para que impidiera que
Valdés diera lectura de los edictos de Inquisición en ese pueblo17, ya
que supuestamente el comisario había invadido su jurisdicción en el
pasado (exp. 17, fol. 566)18. Fuera de esta minucia burocrática lo que
realmente salta a la vista es que inexplicablemente el comisario evitó
citar a ninguno de los directamente acusados.
Ya lo hemos señalado anteriormente, el proceso no finalizó el año
de su inicio, sino que se extendió por trece largos años debido entre
otras cosas a que el impulso procesal fue suspendido por largo tiempo
sin explicación alguna. Parece que una especie de azoro social habría
sobrevenido en la villa y su región tras la lectura del edicto y las pri-
meras averiguaciones del comisario de Sombrerete, el que de alguna
forma supo encontrar la manera de dejar las cosas como estaban sin

17. Los comisarios «tenían por misión proceder a la lectura de los edictos de fe, realizar
visitas de distrito y recibir las denuncias y las testificaciones» (Alberro 1988: 50).
18 La mayoría de las disputas entre las autoridades surgían en el ejercicio profesional,
aunque no faltaron problemas de índole personal como los celos por la preemi-
nencia de unos y otros en actos públicos como los autos de fe, celebraciones reli-
giosas y actos conmemorativos. No obstante, la oposición del aprensivo obispo,
por declaraciones de testigos sabemos que el edicto se conoció tanto en la villa de
Nombre de Dios como en sus alrededores. Los problemas entre los oficiales del
Santo Oficio y los del clero regular y secular fueron bastante frecuentes durante el
periodo virreinal, casi siempre motivados por disputas de jurisdicción.
AQUELARRES Y TRANSMUTACIÓN 169

afectar a nadie ni molestar a los Flores de Rivera, habida cuenta de que


estos habían sido incapaces de controlar la rumorología local, ponien-
do a la familia y a la villa entera en la temible mira del Santo Oficio.
Casi se salían todos con la suya si no fuera porque doce años más tar-
de, cuando todo parecía olvidado, el 26 de noviembre de 1678, el tri-
bunal ordenó a Antonio de Valdés que continuara las averiguaciones
de los procesos suspendidos, procediendo a recibir más testimonios y,
en caso de que algunos testes hubiesen muerto, debería anexarse a los
autos la debida constancia parroquial de su defunción.
El comisario de Valdés era ya un hombre de edad avanzada, mas
pese a ello y a lo fatigoso y supuestamente peligroso del camino volvió
a trasladarse a Nombre de Dios, entrevistando y ratificando a dos mu-
jeres españolas que no habían declarado en 1666. Durante esta segun-
da averiguación, luego de haberse reunido con tres de los trece testigos
originales, el clérigo se enteró de la muerte de Felipa Canchola. Por su
parte, el vicario Pedro Flores de Rivera –pieza clave en aquel enredo–,
seguía vivo y probablemente tertuliando con el mismo entusiasmo en
1679; durante su ratificación hizo declaración precisa sobre la mayoría
de los rumores que habían dado pie al escándalo hacía más de una dé-
cada. Sorprende la claridad de la memoria del párroco, lo que sugiere
una de las tres cosas siguientes: a) que los hechos aún eran tema de
conversación para los habitantes de la villa, cosa bastante improbable;
b) que las hazañas de su difunta criada y su cuñada y sobrino seguían
latentes en su prodigiosa memoria; o c) que mantenía y recreaba en su
mentalidad de cura un discurso simbólico bastante clásico acerca de la
brujería que por sabido y transmitido entre los de su oficio, no tenía
por qué variar demasiado. Expuso que

Joseph de Salcido, presbítero difunto, le había dicho que Felipa


de Santiago Canchola, que es ya difunta, era bruja o hechicera porque
queriéndola aporrear un hombre llamado Sebastián Jiménez, que es ya
difunto, se volvió vaca la dicha Felipa de Canchola […] Dijo que la dicha
Felipa [a su vez] dijo que doña María de Valenzuela le enseñaba a volar y
que ella y la dicha doña María de Valenzuela y otra persona salían de noche
e iban a un corral donde había ganado cabrío e iban y adoraban un chivato
rosillo19 que salía bailando de los demás; y así mismo le dijo la dicha Felipa

19. Se utiliza el término «rosillo» para referirse al pelaje de animal, entre negro, blanco
y castaño.
170 JOSÉ ENCISO CONTRERAS Y JOSÉ JUAN ESPINOSA ZÚÑIGA

de Canchola que una noche vinieron a su casa de este declarante ella y doña
María de Valenzuela volando, y que la dicha Felipa de Canchola se quedó
debajo de un mezquite que está frontero de su casa y la dicha doña María
entró dentro, pero que este declarante no vio a ninguna, y que así mismo dijo
a este declarante la dicha Felipa de Santiago Canchola que cuando querían
salir a estos ejercicios ella y la dicha doña María de Valenzuela ponían a los
de casa un envoltorio debajo de la almohada para no ser sentidas porque los
adormecía y no despertaban hasta que se lo quitaban […] (exp. 3, fol. 146).

Por las declaraciones de los testigos podemos deducir que los ru-
mores tenían su origen en tres dichos principales: uno era el de la pro-
pia Felipa Canchola, quien siempre se dio a sí misma notoria publici-
dad de sus andanzas como bruja. Los otros dos fueron los de Francisca
Flores y del sastre Sebastián Jiménez, antiguo amante de la Canchola,
los que al parecer fueron los únicos en toda la villa de Nombre de Dios
que presenciaron vuelos y transformaciones de la susodicha. Todos
los demás testimonios fueron «de oídas», y frecuentemente se había
obtenido la información de personas ya fallecidas y a las que por lo
tanto no podía confrontárseles, como el cura Joseph de Salcido y el
sastre Sebastián Jiménez. Por otro lado, poco se sabe de la muerte de
Canchola, asunto que debiera haber preocupado en buena lógica al
comisario. El notario Alonso López Bravo, delegado por el comisario
para averiguar en los archivos parroquiales sobre la defunción de los
testigos, logró saber que Felipa había muerto muy pobre, probable-
mente como lo fue durante toda su vida, habiendo recibido entierro
de limosna, es decir, gratuitamente. Se tuvo en cuenta que Felipa se fue
de este mundo sin que jamás le fuese comunicada su pena por abjura-
ción de vehementi que en septiembre de 1669 la junta de calificadores
le había asignado en la lejana Ciudad de México20; es probable que
el párroco del pueblo la enterrara con el ritual católico como si nada
hubiera pasado, lo cual nos mueve a otra reflexión consistente en que
ni la fama de la Felipa, ni sus frecuentes autoimputaciones, jactancia

20. La junta de calificadores estableció unánimemente que Felipa «era supersticiosa


clara y hecho constante que la prueba bruja de pacto expreso con el demonio y
vehemente sospechosa en la fe» (exp. 17, fol. 568; exp. 7, fol. 403). Hay que se-
ñalar que, aunque la abjuración no era considerada una pena para la Inquisición
medieval, esta regla evolucionó en la práctica considerándose una pena más que
solía traer aparejada casi siempre el destierro, la flagelación pública o la condena a
galeras (García-Molina 1999: 552- 553, 559- 563; y Pérez 2009: 137).
AQUELARRES Y TRANSMUTACIÓN 171

y, desde luego, ni las inquietantes afirmaciones de Francisca Flores y


Sebastián Jiménez llegaron nunca a tener entre los parroquianos y el
párroco el suficiente peso de veracidad, como para que se impidiera –y
con más razón por ser de gorra– su cristiana sepultura.
En cuanto a María de Valenzuela y las demás mujeres y hombres
acusados, podemos añadir que salieron bien librados de la rigurosi-
dad del tribunal, pues no recibieron más persecución, y ni hablar de
un castigo condigno a las terribles imputaciones pendientes sobre sus
cabezas. Para acabar pronto, la Valenzuela y su hijo Alonso ni siquiera
fueron molestados con un citatorio.
Nada se dijo tampoco sobre jactancias que hubiera hecho la pre-
sunta bruja maestra María de Valenzuela, no era como la imprudente
Felipa, quien parecía querer acaparar los reflectores valiéndose de su
mala fama, actitud que seguramente determinó la gravedad de su si-
tuación al resultar más perjudicada que sus compañeras de ronda en el
plano judicial, a quienes de cualquier manera el tribunal de la Ciudad
de México no les impuso una pena. Nótese que el total de sospecho-
sos alcanzan la docena, pero que no a todos se les formó un proceso
individual, como sí se hizo con María de Valenzuela, Felipa Canchola
y Alonso Flores de Rivera, seguramente por el pretendido protagonis-
mo de los aquelarres, transmutaciones y vuelos nocturnos.
Como colofón de este apartado habrá que señalar que las declara-
ciones y ratificaciones tomadas por el comisario de Valdés y los dis-
tintos notarios que lo auxiliaron, adolecen de distintos formalismos
de rigor sobre los que el Santo Oficio se apoyaba en sus respectivas
actuaciones judiciales. Por estos descuidos desconocemos la edad,
oficio y calidad de algunos de los acusados y testigos, por ejemplo,
datos que permitirían obtener más claridad sobre los hechos. Tam-
bién es muy extraño y francamente sospechoso el hecho de que no
se haya entrevistado a los principales denunciados, garrafal omisión
por la que el propio tribunal reprendió en su momento al comisa-
rio. Sin embargo, a estas aparentes ineficiencias de Valdés, habrá que
traer a colación en su descargo algunas circunstancias, por ejemplo,
el peligro que enfrentaba el comisario a causa de indígenas chichime-
cas que en la década de 1660 violentaban los caminos o los achaques
de salud propios de un hombre entrado en años. Finalmente, nin-
guno de los acusados pareció haber causado daño a nadie, cosa rara
para unas brujas que se preciaran de genuinas.
172 JOSÉ ENCISO CONTRERAS Y JOSÉ JUAN ESPINOSA ZÚÑIGA

¿Qué pasaría realmente?

Antes que otra cosa digamos acerca de estos hechos que se narran,
debe establecerse la línea que separe la llamada verdad histórica de
la verdad procesal. La primera consistiría en el conocimiento de los
hechos tal y como efectivamente ocurrieron, pero como podrá en-
tenderse los elementos que aparecen en los expedientes son dema-
siado fragmentarios como para tener una visión histórica completa.
Por otra parte, estos no son tan dispersos como para no poder re-
construir la verdad procesal, es decir, los hechos descritos tal y como
constan en los expedientes, siendo esta versión construida no sola-
mente por los dichos de los acusados, sino también por los acusado-
res e incluso –de manera principalísima–, por los curas y las propias
autoridades del Santo Oficio, las que solían aportar más elementos
que los demás sujetos procesales para la reconstrucción más o menos
coherente de esta verdad procesal, en la medida que eran los posee-
dores, cultivadores y generadores de la doctrina, en este caso sobre
brujería, partiendo de la recreación de estereotipos bastante sobados
en la actividad inquisitorial:

[…] muchas personas, especialmente mujeres fáciles y dadas a las supers-


ticiones, con más grave ofensa de Nuestro Señor, no dudan en dar cierta
manera de adoración al Demonio para fin de saber de las cosas que desean,
ofreciéndole cierta manera de sacrificio, encendiendo candelas y queman-
do incienso y otros olores y perfumes y usando de ciertas unciones en sus
cuerpos le invocan y adoran con nombre de ángel de luz […] para lo cual
las dichas mujeres se salen otras veces al campo de día y a deshoras de la
noche y toman ciertas bebidas de hierbas y raíces con que se enajenan y
entorpecen los sentidos […] (Jiménez Rueda 1946: 198-199).

Esta interpretación de los hechos se comprueba al momento de co-


tejar los dichos de los testigos interrogados por el comisario Valdés,
los cuales son asombrosamente parecidos por no decir idénticos, cues-
tión que se explica sencillamente por ser el propio comisario quien
lo redactaba teniendo enfrente al teste. Solo de esta forma podemos
señalar que las reuniones de brujas en la villa de Nombre de Dios y sus
alrededores, eran réplicas casi exactas de sus homólogas trasatlánticas,
al no carecer más que de algunos pocos de los elementos asociados al
sabbat europeo.
AQUELARRES Y TRANSMUTACIÓN 173

De ninguna manera debe descartarse la existencia de prácticas di-


gamos que heterodoxas en la comunidad de Nombre de Dios que se
aborda en este estudio, que por lo demás tenían antecedentes de sobra
en la región (Enciso Contreras 2015: 114 y ss.), y seguirían presentán-
dose en la Nueva Vizcaya, particularmente en Nombre de Dios y en
Durango. De los 373 expedientes inquisitoriales que Luis Quiñones
ha encontrado referentes a la Nueva Vizcaya, algo más del 7% corres-
ponden a herejías, hechicería y brujería (Quiñones Hernández 2009:
121-132). A su vez, Julio Jiménez Rueda sugirió que en España no
hubo «espectaculares noches de sabbat» como sí aconteció en otras
regiones europeas (Jiménez Rueda 1946: 1999), sin embargo, el dato
solo parece referirse al periodo medieval, puesto que en los siguientes
siglos el ritual fue habitualmente denunciado por toda la península
ibérica, especialmente durante el siglo xvii (Caro Baroja 1969; Bordes
2006; y Blázquez 1990).
En otros términos, hechicería, brujería y aquelarres eran mitos
muy taquilleros para el control social y bien arraigados en el imagi-
nario popular y en el pensamiento mágico hispano, tanto peninsular
como indiano, y no solamente se trataba de un asunto explicable por
la ignorancia y la marginación de los sectores sociales más desfavoreci-
dos, todavía en el Siglo de las Luces el asunto fascinaba marcadamente,
cuando no colonizaba, la mentalidad de las élites21. En este sentido, las
denuncias sobre sabbats o aquelarres22 como los celebrados en la villa
de Nombre de Dios, no son tan raras como se creía en territorios his-
pánicos, ni espacialmente, ni mucho menos en su contenido simbólico.

21. Citemos como ejemplo a la duquesa de Osuna, quien encargó a Francisco de


Goya la elaboración de escenas sobre brujería del corte de Brujos en el aire (1797-
1798), El gran cabrón o El aquelarre, quizá motivada por la fascinación que sentía
acerca de estos temas de gran arraigo popular. En una serie de aproximadamente
doce estampas del artista arremeten contra clérigos, inquisidores y frailes. Consi-
dera a la Inquisición como la principal responsable del fomento a la superstición.
«El hecho de que la Iglesia persiga a las brujas, no hace más que confirmar sus
existencia» (Hagen 2003: 36).
22. Siguiendo a Caro Baroja, se han dado muchas etimologías eruditas sobre la pa-
labra sabbat, buscándole conexiones con cultos paganos como, por ejemplo, el
sabazius que se realizaba en honor Dionisio. Sin embargo, para el español, el sa-
bbat tiene como origen la ceremonia hebraica, puesto que en la época, los ritos y
creencias de los judíos eran considerados como signos de perversión (Caro Baroja
1969: 120).
174 JOSÉ ENCISO CONTRERAS Y JOSÉ JUAN ESPINOSA ZÚÑIGA

Las eventuales prácticas de María de Valenzuela y sus compañeras


de juerga tienen origen muchos siglos atrás. Los registros señalan al
sur de Francia, durante las declaraciones que entre 1330 y 1340 hicie-
ron Ana María de Georgel y una tal Catalina, como el primer lugar
donde se documentó el sabbat. Aquellas tolosanas acusadas de bruje-
ría confesaron ante los inquisidores que previo pacto con el príncipe
de las tinieblas, se reunían por las noches junto a otras mujeres alrede-
dor de un macho cabrío al que adoraban, para después adquirir cono-
cimientos que este les concedía (Caro Baroja 1969: 115-119). Aunque
el macho cabrío ya se asociaba con el diablo por lo menos desde el
siglo ix, como una alusión a los excesos sexuales de sátiros, silvanos y
faunos de la Antigüedad (Caro Baroja 1969: 109-132; y Muchembled
2006: 121), la adoración nocturna que hacían las «brujas» al animal en
alejados bosques o recónditos parajes, en estricto sentido, son elemen-
tos del imaginario medieval (Caro Baroja 1969: 48-85). En paralelo a
un extendido folklore demonológico, la doctrina inquisitorial confor-
mó el prototipo del aquelarre agrupando tres elementos constitutivos:
reuniones nocturnas, la presencia del diablo –comúnmente en forma
de cabrón o gato– y la adoración al maligno por parte de las brujas y
brujos que acudían a las reuniones. Comúnmente los aquelarres solían
estar precedidos por los vuelos de las brujas que acudían montadas
sobre escobas, demonios en forma de animales e incluso sillas, como
lo señala el controvertido Malleus maleficarum.
En el medio rural de aquellas épocas y mucho nos tememos que
hasta la actualidad, como lo afirma Julio Caro Baroja, todo aquello que
existe nominativamente en el ámbito del lenguaje existe forzosamente
en el mundo real. «Así, si existe el nombre de “brujas” es porque las
hay, si se habla de sus vuelos es porque éstos tienen lugar en el aire
que respiramos, y si se cuentan sus transformaciones en animales es
porque se las ha visto […] bajo la forma de ellos» (Caro Baroja 1969:
85). Las brujas poseían el poder de volar y, según los inquisidores me-
dievales, para ese efecto utilizaban ungüentos hechos a base de niños
no bautizados machacados, cuestión que evoca a los ungüentos que
se supone fueron a recoger a Sombrerete María de Valenzuela y otras
mujeres ante la inminente muerte de su colega Beatriz de Andrade.
Por otra parte, es un hecho bastante explorado que el culto al dia-
blo efectivamente se presentó en la Nueva España con alguna frecuen-
cia, alcanzando en ocasiones proporciones asombrosas por la manera
AQUELARRES Y TRANSMUTACIÓN 175

en que se expresaba hasta arquitectónicamente (Terán Bonilla 1999).


Sin embargo, los datos que constan en los expedientes aquí estudiados
permiten sostener que la mayor parte de los elementos simbólicos que
caracterizan a los aquelarres de Nombre de Dios fueron aportados por
los propios declarantes, mas nunca directamente por los imputados,
los que jamás fueron confrontados procesalmente. Incluso es posible
afirmar, reiteramos, que tanto el comisario de Sombrerete como el vi-
cario de Nombre de Dios y el presbítero Joseph de Salcido, contri-
buyeron notablemente a la construcción de esta versión neovizcaína
del mito. La construcción de este y otros mitos fue actividad que hizo
correr mucha tinta en las Indias, ya ni qué decir de las innúmeras con-
versaciones de los novohispanos. Luis Weckmann ha realizado un mi-
nucioso recorrido sobre el fomento –muy conveniente políticamente
hablando– del mito diabólico en la Nueva España, al que en sus mani-
festaciones clásicas los curas y frailes cronistas le enjaretaban las más
variadas apariencias zoomórficas (1984: 213 y ss.).
Por los testimonios vertidos en los expedientes estudiados solo sa-
bemos que ciertas mujeres salían engalanadas –es decir, muy arregla-
das y adornadas– de su casa y volaban juntas por las noches transfor-
madas en palomas hasta alcanzar ciertos parajes a las afueras de la villa,
entonces se reunían junto a un macho cabrío al que besaban el culo. En
otras ocasiones el mismo cabrón se desprendía de su rebaño bailando,
saliendo al encuentro de sus adoradores. Otra versión consistía en que
algunas ocasiones al ir surcando los aires y pronunciar la palabra «Je-
sús» las brujas caían de sus vuelos. La misma palabra pronunciada en
mal momento, echaba a perder la diversión de la concurrencia porque
se dispersaban los bailes en que se entretenían, quedando desmayados
los circunstantes (exp. 17, fol. 553; exp. 3, fols. 137- 138).
Al no haberse entrevistado a las directamente imputadas de bruje-
ría, es decir, a la Valenzuela y a la Canchola, por extrañas razones que
se desconocen hasta el día de hoy, no alcanzamos a saber lo que se lle-
gaba a decir en aquellas reuniones, o si al estilo de algunos aquelarres
europeos las mujeres bailaban desnudas y copulaban con el diablo,
porque de lo actuado en la causa no se desprende esta circunstancia.
En caso contrario, de un hecho pongamos aquí que tan colorido como
este hubiera quedado la debida constancia en los autos del comisario,
pero no fue así; en su lugar, solamente sabemos que todos procuraban
asistir al sabbat muy prendiditos, con sus mejores galas.
176 JOSÉ ENCISO CONTRERAS Y JOSÉ JUAN ESPINOSA ZÚÑIGA

Habrá que comentar de paso que nada hay en los expedientes que
revele la inclusión de elementos materiales humanos o simbólicos,
de signos de carácter indígena de no ser por algunas personas –Inés
Flores de Rivera y Juan Velásquez– a quienes se acusaba de masticar
copal, material de origen vegetal que era utilizado por los mexicas,
según los informantes de Sahagún, en la ritualística precolombina (Sa-
hagún 1992: 37 y ss.). Fuera de ello todos los elementos son clásicos de
las tradiciones folclóricas europeas, como los mismos aquelarres que
fueron publicitados y condenados sin demora en América por medio
de tratados, sermones, documentos pontificios y todo un vasto saber
divulgado a gran escala por las consejas y la imprenta.

Comentarios finales

Son impresionantes las semejanzas entre las prácticas brujeriles des-


critas en los expedientes aquí analizados y las descripciones de los
manuales inquisitoriales, confeccionados a lo largo de siglos por la
represión en contra de la brujería. El célebre Malleus maleficarum,
obra escrita por dos inquisidores dominicos durante el siglo xv23,
advertía sobre el peligro que representaban las brujas para el cristia-
nismo y la humanidad. Ellas eran capaces de causar desastres natu-
rales como sequías e inundaciones, dominar la voluntad de hombres
y mujeres, destruir familias con ataques mágicos y, aún más repren-
sible, profanar las enseñanzas de la Iglesia católica. Por una supuesta
debilidad en la fe, el libro considera a la brujería como un oficio de
mujeres, quienes adoraban al diablo en las profundidades oscuras de
los espesos bosques europeos, presentándole niños para sacrificios,
bailando y fornicando con él (Sprenger y Kramer 1976: 100-101).
El martillo de las brujas –como también se le denominó a la obra
de Sprenger y Kramer–, apuntaba que el diablo solía presentarse a
sus servidores en forma de un macho cabrío, junto al que bailaban
besándole el trasero como una especie de iniciación o de manifiesta
sumisión, tal y como supuestamente lo hicieran María de Valenzuela
y sus aprendices de Nombre de Dios.

23. Junto al Directoruim inquisitorium de Nicolau Eimeric, el Malleus es la obra que


utilizaron los inquisidores, entre otras cosas porque les proporcionó conocimiento
jurídico, teológico y vivencial para la persecución de las distintas formas de herejía.
AQUELARRES Y TRANSMUTACIÓN 177

Creemos que si este proceso quedó trunco fue responsabilidad


tanto de los inquisidores de la Ciudad de México como del comisario
de Sombrerete. Queda claro que Antonio de Valdés no promovió las
pesquisas necesarias a las que estaba obligado, pues nunca entrevis-
tó a los acusados de brujería y se conformó que los testimonios de
personas en su mayoría fueran de oídas. El tribunal de México jus-
tificaba su demora en no haber recibido declaraciones primordiales
como la de Pedro Flores de Rivera, anfitrión de las reuniones donde
se daban los supuestos hechos brujeriles de Nombre de Dios (exp. 7,
fol. 401), pero tampoco dictó las medidas necesarias para dar celeri-
dad y eficacia al proceso.
Posiblemente, la aparente ineficiencia del comisario se debía a sus
achaques físicos y a las difíciles condiciones que tenía que enfren-
tar un comisario en la región, aunque nos inclinamos a explicarla
por circunstancias políticas, ya que dos de los principales acusados
eran familiares directos de las autoridades eclesiásticas en Nombre
de Dios, además de que pertenecían a una de las familias más pro-
minentes en la localidad. Trabajos historiográficos como el de Luis
René Guerrero Galván han averiguado que, durante los momentos
más críticos del tribunal, los comisarios en provincia tuvieron que
negociar con las distintas autoridades locales como una medida de
supervivencia (Guerrero Galván 2010). No suena descabellado con-
jeturar pues que un anciano y achacoso comisario hubiera preferido
mantener relaciones pacíficas con vecinos poderosos, antes de hacer-
les la guerra con enredosos juicios.

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la Nueva España, que envíe relación con su parecer sobre qué se
ha entendido convendría declarar en la villa del Nombre de Dios,
que está en medio de las gobernaciones de la Nueva Galicia y Nue-
va Vizcaya, que al presente lo es de su jurisdicción, lo fuese de la
audiencia de la dicha Nueva Galicia o gobernación de la Nueva
Vizcaya. Concertada. Azeca, 4 de mayo de 1596.
178 JOSÉ ENCISO CONTRERAS Y JOSÉ JUAN ESPINOSA ZÚÑIGA

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Chinas, milagreras, negras y beatas:
ejemplos de la vida cotidiana religiosa
ante la Inquisición de México en los
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Robin Ann Rice

Introducción

Los jerarcas religiosos novohispanos del siglo xvii eran tolerantes con
las manifestaciones religiosas exuberantes y prácticas supersticiosas
de la vida cotidiana espiritual del pueblo. En algunos casos, sin mali-
cia, los mismos clérigos animaban estas costumbres o las practicaban
también ellos mismos. Hernán Cortes pidió a Carlos V que enviara
frailes franciscanos para convertir a los indígenas a la fe cristiana. Así
sucedió, y en 1524, llegaron los primeros doce franciscanos reclutados
en Extremadura. Pareciera que los indígenas se convirtieron fácilmen-
te, pero se escondían ídolos en cuevas, hubo todavía incidencias de
sacrificio humano y seguían extrayendo sangre de las piernas, lenguas
y orejas de jóvenes para ofrecer a los ídolos (Cervantes 1994: 12-14).
La pervivencia en el siglo xvii de la superstición y la aceptación
universal de la magia blanca, tiene que ver tanto con la cultura in-
dígena como con los inmigrantes españoles y más tardíamente, los
negros africanos. Todos estos factores se amalgamaron para crear
una sociedad creyente en la magia, supersticiones, curas, maravillas y
prodigios inusitados. Mientras el resto de Europa pasaba por la que
Weckmann denomina la «crisis decisiva del mundo gótico» (1996:
26), el Renacimiento no echó raíces ni en España ni en América: «En
la mayor parte de los países europeos […] representa una gradual
secularización de la cultura, un neoclasicismo y un homocentrismo
182 ROBIN ANN RICE

vestidos con espléndidos ropajes de humanismo» (1996: 26). Ade-


más, la religión difundida no era el cristianismo de los intelectuales,
sino la popular y local importada de lugares como Castilla. Los san-
tos castellanos eran patronos residentes en sus comunidades, perci-
bidos tal como los dioses tutelares mesoamericanos. El cristianis-
mo también incluía prácticas «mágicas». Nigromantes, hechiceros y
conjuradores de nubes compitieron directamente con párrocos en la
Castilla moderna temprana. Los archivos de la Inquisición demues-
tran que muchos de ellos eran clérigos o religiosos y se involucraron
en prácticas tales como el combate contra langostas por medio de
juicios de excomunión o hacían competencias con magos para ver
quién perseguía mejor a las nubes (Cervantes 1994: 58).
Es de admirarse que estas prácticas pudieran prosperar sin la inter-
vención de la Inquisición de México. Obviamente, hubo procesados y
condenas, pero existen casos muy sonados de personas que ejercieron
actos muy pletóricos de magia, milagros y otras actividades muy ima-
ginativas sin la más mínima preocupación por parte de las autoridades.
Tanto fue así, que descripciones de muchos de los milagros se asenta-
ron por escrito y estos textos recibieron las aprobaciones de las más
altas autoridades eclesiásticas. Incluso, en algunos casos, miembros del
Santo Oficio dieron sus pareceres positivos.
Mi tesis es que, gracias a una confluencia de tradiciones españolas
medievales, indígenas y negras, en algunos casos, mujeres asentadas
en la Nueva España practicaron una especie de magia blanca y tuvie-
ron creencias supersticiosas en parte debidas a las costumbres popu-
lares religiosas auspiciadas por los clérigos. Por medio del análisis
del caso de Catarina de San Juan y sus devaneos con la religiosidad
popular, el caso de D.ª María de Poblete y los panecitos de santa
Teresa, y otros casos que demuestran las idiosincrasias del fervor
popular, quiero probar que las autoridades religiosas del siglo xvii
novohispano demostraron cierta laxitud con la magia blanca, inclu-
so, fue bien tolerada y animada, a veces, por altos jerarcas eclesiás-
ticos. En muchas ocasiones, cuando tomaron cartas en los asuntos,
fue para mantener las redes de poder intactas. Al contrario, cuando
no intervinieron en asuntos sospechosos o heterodoxos, fue porque
quizás la persona en duda tenía vínculos con protagonistas religiosos
o políticos poderosos.
CHINAS, MILAGRERAS, NEGRAS Y BEATAS 183

Peculiaridades del aparato de la Inquisición


en la Nueva España

En primer lugar, los burócratas inquisitoriales americanos no fueron


los más lúcidos y muchos llegaron por motivos equivocados: «la ju-
ventud o la mediocridad de un currículum insignificante, la falta de
porvenir en la metrópoli y en Italia, una pesada familia que mante-
ner, el deseo de una fortuna o promoción rápida y relativamente fácil,
constituían factores determinantes para que se resolviesen a tomar el
camino del exilio a las Indias» (Alberro 1988: 31). Cuando el visitador
Pedro de Medina Rico vio la nula experiencia y la incompetencia de
los inquisidores en la Nueva España dictaminó que eran los de me-
nor perfil y dado que sus antecesores también eran insignificantes, no
pudieron aprender de ellos sino malas costumbres fruto de sus «inte-
ligencias torcidas» (cit. en Alberro 1988: 33). Eran voraces e hicieron
caso omiso de su obligación de entregar todo lo confiscado de los ricos
judaizantes a la Suprema. El visitador Medina Rico documentó los
agravios cometidos por los inquisidores en la repartición de «fardos
de almizcle llegados de Filipinas, joyas y piedras preciosas, encajes,
sedas de China, objetos valiosos, cajas ricamente labradas y ropa fina
perteneciente a los reos» (Alberro 1988: 44).
En efecto, los inquisidores eran sobornables y acaudalados, po-
drían hacer un arreglo económico con los burócratas para resarcir sus
faltas religiosas y morales. Muchos inquisidores se cuidaban de no im-
plicar a la alta jerarquía eclesiástica porque los mismos inquisidores
tenían vidas disolutas: el inquisidor Estrada y Escobedo y el notario
Eugenio de Saravia tenían relaciones con las hermanas judaizantes Ra-
faela y Micaela Enríquez entre otras; el inquisidor Bernabé de la Hi-
guera y Amarilia «[v]ivía públicamente amancebado con dos esclavas,
una africana y otra mulata»; y el anciano inquisidor Argos tenía un
salón de juegos (Alberro 1988: 47-48). Muchas veces, los familiares
de los inquisidores se comportaban tan mal como los funcionarios. Se
hicieron mercaderes y hubo denuncias en contra de muchos por «con-
trabando, hechos de violencia, malas costumbres, origen sospechosos
de algunos, acusados por ser cristianos nuevos, moriscos, incluso in-
dígenas, falta de prestigio para unos cuantos, así el de las minas de
Ramos, “fábula y risa de dicho pueblo”» (Alberro 1988: 57).
184 ROBIN ANN RICE

La Inquisición tenía una función social de control y normaliza-


ción más que religiosa. Apaciguaba las «tensiones y pulsiones indivi-
duales y colectivas bajo la forma de denuncias» (Alberro 1988: 150-
151). Los individuos y los grupos se pacificaban con las denuncias
porque estas servían como una catarsis. La Inquisición normalmente
las guardaba bajo los montones de papeles que recolectaban y los
grupos acusatorios se aplacaban y, por esto, se puede decir que la
función encubierta de estas denuncias era la de contribuir a la «esta-
bilización social» (Alberro 1988: 150); tal era su ocupación primor-
dial. Como asevera Solange Alberro, no hay una separación entre
la Iglesia y el Estado: todo es política (1988: 152) y normalmente lo
político prevaleció sobre lo religioso.
Pese el gran aparato de la Inquisición de México, pese sus modos
disipados de vivir y de enriquecerse, pese su desobediencia a veces
a la Corona, ni siquiera se redimió en cuanto a la cantidad de pro-
cesos llevados a cabo: entre 1571 y 1700, el promedio por año de
procesos formados por este monstruo burocrático fue de 15, núme-
ro muy debajo de las cifras de los tribunales de Zaragoza, Valencia,
Granada, etc. (Alberro 1988: 168). En la Nueva España, los procesos
más numerosos correspondieron a delitos de poca monta: «reniegos,
blasfemias, palabras y acciones escandalosas», seguidos por los de
infracciones de índole sexual y en tercer lugar a la herejía (Alberro
1988: 169). La Inquisición no tenía «lo que tradicionalmente movi-
lizó lo mejor de sus energías y ejerció agudizándolas, sus competen-
cias en la búsqueda minuciosa y refinada de la falla y del error: el he-
reje» (Alberro 1988: 170). Los herejes novohispanos practicaban una
herejía baladí sin premeditación, sin ciencia, sin bases teológicas y
seguramente importada de Europa, una especie de transculturación
no meditada: «Éstos florecen con profusión cabalmente tropical, nu-
triéndose ampliamente de las relaciones de dominación propias de la
situación colonial, […] a la sombra de una regulación institucional e
ideológica precaria» (Alberro 1988: 171).
En resumen, el aparato novohispano de la Inquisición no actuaba,
reaccionaba por inercia. El sistema era corrupto y muchas veces las de-
nuncias se archivaron sin hacer la más mínima investigación. Muchos
de los inquisidores eran ineptos y llegaron a América para poder vivir
de la rapiña. Vivían con costumbres muy relajadas y no querían causar
ruido con la persecución de personas con sus mismos estilos de vida.
CHINAS, MILAGRERAS, NEGRAS Y BEATAS 185

Los casos que persiguieron a veces eran políticos, fuera de su jurisdic-


ción, y no desistieron aun cuando venía ordenado desde la Corona. En
ocasiones, «se extraviaron» edictos que habían llegado de España o no
procesaban personas que gozaban de relaciones con entes poderosos.

Milagros, hechizos y otras actividades heterodoxas


en la Nueva España del siglo xvii

Los religiosos que sospecharon de las prácticas mágicas indígenas usa-


ron técnicas parecidas a las que criticaban. Jacinto de la Serna, autor
del famoso libro Manual de ministros de indios para el conocimiento
de sus idolatrías y extirpación de ellas, escrito en 1656, era egresado
de la Universidad de México y había sido rector de la misma en tres
ocasiones. Cuando supo que un indígena había curado a una mujer,
atribuyó sus poderes a un pacto con el demonio. Sin embargo, él mis-
mo usa una cura similar con su sirvienta indígena Agustina. Tomó un
pedazo de un hueso del venerable Gregorio López y se lo dio con un
poco de agua a Agustina. La mujer se recuperó y De la Serna usó la
proeza para demostrar dos milagros, uno de los cuales dejó patente sus
creencias supersticiosas: primero, que la había curado, y, segundo, que
la mujer había estado hechizada (Cervantes 1994: 59).
No hay diferencias entre los métodos curativos de los religiosos
y los de los indígenas, de hecho, compitieron entre sí. La utilidad
mágica de ciertos objetos se aceptó «científicamente». Parte de la
confusión brotó de una creencia vigente hasta inicios del siglo xviii
de la existencia de analogías entre diferentes partes de la creación que
justificó, gracias a estas clasificaciones, a que un grupo de médicos de
la Puebla de los Ángeles pidió permiso a la Inquisición para intentar
curar un caso de epilepsia por medio del uso de las calaveras de unos
hombres ahorcados. Efectivamente, el rechazo a la magia indígena
surgió porque era muy poderosa y eficaz y, por lo tanto, muy peli-
grosa. Recurrir a la magia era una práctica aceptada por las dos cultu-
ras y comprendida y puesta en práctica de una manera muy parecida.
Los europeos y africanos que llegaban al Nuevo Mundo necesitaban
más y más a los indígenas para poder comprender las fuerzas espi-
rituales de su nuevo hábitat. Pronto, los inmigrantes reconocieron
las habilidades superiores de los indígenas en cuestiones mágicas y
186 ROBIN ANN RICE

les dieron papeles protagónicos en sus actividades de índole supers-


ticiosa y, por esto, se ve un aumento en el número de ellos incluidos
en juicios inquisitoriales. Los inquisidores incluyeron más y más a
los indígenas en los juicios por sus conocimientos sofisticados de las
prácticas mágicas (Cervantes 1994: 59-60).
El vacío dejado por el declive de los chamanes era llenado por los
ermitaños, ascetas y venerables que empezaron a colmar la literatura
hagiográfica novohispana a partir del siglo xvi. Su prestigio dependió
de su prodigiosidad y toda clase de personas empezó a buscarlos como
antes habían recurrido a templos y curanderos paganos. Algunos
autores como Fernando Cervantes hablan del carácter no-cristiano
del catolicismo novohispano (1994: 62). El culto de los santos, sus
reliquias y sus milagros, cultivados por Gregorio de Tours en la Edad
Media llegaron al Nuevo Mundo y se fusionaron fácilmente con las
tradiciones mesoamericanas (1994: 62). Para subrayar este punto,
podemos mencionar a Weckmann, que aseveró: «los españoles,
de manera harto medieval, pudieron transmitir al Nuevo Mundo
instituciones y valores arquetípicos de la Edad Media todavía en plena
vigencia. El otoño de la Edad Media se produjo –si acaso– en el siglo
xvii americano» (1996: 27).
Un hecho de la existencia cotidiana de los sujetos novohispanos
que pudiera sorprender a los receptores contemporáneos es la natu-
ralidad con la cual consideraron su contacto con el demonio. El de-
monio era una figura que interfería constantemente en la vida de cual-
quier persona de la época. Bajo la influencia de los franciscanos de
la modernidad temprana, el concepto del demonio y lo demoniaco
cambió radicalmente desde los tiempos medievales. El demonio me-
dieval era un personaje subordinado a Dios y no tenía poderes sin su
aquiescencia. No obstante, a la vez, era un agente libre e independiente
que hacía el mal por voluntad propia. El demonio de los franciscanos
había perdido toda su libertad e independencia y, por ende, no tenía
responsabilidad de sus actos. Era un mensajero de Dios que, dentro
de este contexto, se había vuelto un tirano caprichoso y omnipotente
(Cervantes 1994: 132).
Con la llegada y el aumento en importancia de los jesuitas, domi-
nicos y agustinos, los franciscanos perdieron su predominancia en el
campo espiritual. Por esto, según sugiere Solange Alberro, como una
manera de reposicionarse, los franciscanos insistían obsesivamente
CHINAS, MILAGRERAS, NEGRAS Y BEATAS 187

en la importancia de tomar en serio las posesiones diabólicas (Cer-


vantes 1994: 133). Algo muy importante con respecto a esta teoría
demonológica franciscana es que, pese a ser muy estrafalaria, se vol-
vió ortodoxa y prueba de esto es que no rechistó la Inquisición ante
tales teorías que propagaron abiertamente (Cervantes 1994: 133),
actitud que perduró hasta la última década del siglo xvii. Tanto era
así que la Inquisición estaba dispuesta a investigar meticulosamente
una epidemia de posesiones demoniacas en Querétaro. El cambio de
actitud era a causa del miedo por parte de la Inquisición de una frivo-
lización del demonio como había detectado en los demonizados de
Querétaro. La Inquisición tomaba muy en serio tanto la magia como
el demonio y su cambio de actitud hacia estos casos a finales del siglo
era para darles el respeto merecido.

Catarina de San Juan

La magia era preciada y tolerada por personas muy graves, y una es-
pecie de «magia blanca» se practicaba sin levantar sospechas de la In-
quisición. Un personaje muy reconocido en el siglo xvii fue la esclava,
raptada de la India, Catarina de San Juan (¿1609?-1688). La hagio-
grafía escrita sobre ella por su confesor, Alonso Ramos, titulada Los
prodigios de la omnipotencia y milagros de la gracia en la vida de la
venerable sierva de Dios, Catarina de San Juan, es una fuente impor-
tantísima de las prácticas cotidianas de la magia, las supersticiones y la
demostración de que el demonio era un personaje habitual en la vida
diaria de personas selectas. No era una señal del mal, en absoluto, era
una manifestación de la predilección que tenía Dios por el sujeto, va-
lor inculcado por los franciscanos.
Un ejemplo de la fantasía novohispana es el caso de un hueso de
unicornio que conservaba el primer confesor de Catarina en la Puebla
de los Ángeles, el franciscano descalzo, fray Juan Bautista. Cuando
murió su confesor, se lo dio en herencia a Catarina, que lo usaba para
curaciones. La mujer lo raspaba para que cayera un poco de polvo en
un vaso de agua que daba a curar a distintas personas enfermas. Ya
fallecida Catarina, D. Manuel de Monzárabe, un señor principal de la
Puebla de los Ángeles tuvo el uso del hueso y lo conservó como reli-
quia por sus poderes milagrosos.
188 ROBIN ANN RICE

Catarina de San Juan era un caso muy especial porque todos los
documentos relacionados con sus hazañas parecen ser retóricamente
encauzados a certificar una causa de beatificación. Tanto fue así que
después de su muerte, se certificaron muchos milagros que se efectua-
ron por medio de la invocación de su nombre. En 1690, en la ciudad
de San Luis Potosí, una niña de 11 años se había enfermado de per-
lesía. En conjunción con unos religiosos, el padre de la niña juró que
«nos determinamos a mandar decir una misa a la Madre de Dios, para
que mediante la intercesión de esta sierva del Señor [Catarina de San
Juan], experimentase mi casa este consuelo con la salud de la enferma»
(AGN, Inq. 1692, fol. 118). Hubo una mejoría instantánea: «dijese la
misa según y cómo se había prometido y, acabando de decirse, le re-
conoció tan grande y repentina mejoría en la enferma que pudo venir
y vino por su pie desde la dicha iglesia hasta la casa de mi morada»
(AGN, Inq. 1692, fol. 118).
Otro confiable confesor que vivía a trescientas leguas de la Ciudad
de México, reportó el siguiente milagro al padre Ramos. Durante su
vida y después de su muerte, Catarina apareció varias veces en espíritu
y en lo natural a una señora. Siempre venía vestida regiamente y en
hábito de la Compañía de Jesús, dato curioso porque habría sido un
vestido confeccionado especialmente para ella, pues la Compañía no
tenía religiosas. Le relató que, cuando había muerto, la acompañaron
al paraíso la Virgen María, san Ignacio, san Francisco Javier y Estanis-
lao de Kostka, entre muchos otros santos. Parece que la cosmografía
espiritual indicaba que el purgatorio quedaba de paso para llegar al
paraíso, así que Catarina sacó cuarenta almas del purgatorio y las llevó
consigo al paraíso, según su reporte.
Catarina tenía una amiga en espíritu de nombre Juana de Irazoqui.
El padre Ramos había planeado escribir una hagiografía también sobre
ella. El día en que se murió Catarina, Juana estaba con ella y en las
horas antes de su muerte, vio a Catarina transformada:

[…] en forma de un árbol de grandes ramas pero con pocas hojas, como
que se iba secando, si bien advirtió que en el tronco, hasta comenzar a
nacer y extenderse las ramas, que tendría de longitud como de cuatro o
seis varas, se descubrían siete blancos o claraboyas de cristal, por donde
salían otras tantas refulgentes luces que esclarecían la sala donde se hallaba
la dicha alma en compañía del misterioso árbol, que la pareció, estaba asis-
tido y cercado de un gran número de bienaventurados, con ademanes de
CHINAS, MILAGRERAS, NEGRAS Y BEATAS 189

quienes le guardaban y asistían vigilantes, esta visión permaneció hasta la


hora en que la sierva de Dios, Catarina de San Juan dio su espíritu al Señor,
que fue como a las cuatro de la mañana y día 5 de Enero de 1688 (AGN,
Inq., 1692, fol. 126).

Además de las visiones de este tipo que reportan en el libro, hay


unas noticias que llegaron al padre Ramos de última hora para ayudar
en la recopilación de los milagros ejercidos por la mujer.
Por ejemplo, una persona muy principal, el padre Juan Fernández
Cabero, de la Compañía de Jesús y rector del colegio de San Pedro y
San Pablo de la Ciudad de México en el momento de la redacción del
tercer tomo, 1692, informó sobre otros milagros que pudieran quizás
ayudar en la preparación de la causa. En uno de ellos, Catarina dio
una amonestación al padre por parte de Dios. Resulta que el religio-
so había escrito varios textos satíricos sobre personas conocidas por
entretenimiento propio. Un día, se le acercó la mujer y le dijo: «Te
vi escribiendo y me dijo el Señor, te dijese estas palabras que yo no
entiendo, tú las entenderás pues eres sabio: “Diliges proximum tuum,
sicut te ipsum” que en nuestro lenguaje, quieren decir: amarás a tu
prójimo como a ti mismo» (AGN, Inq., 1692, fol. 127). Varios de los
actos milagrosos que efectuó Catarina eran jocosos, un aspecto más
que demuestra que la magia y los eventos supernaturales formaron
parte de la vida cotidiana.
Los tres tomos hagiográficos sobre Catarina, intitulados Los pro-
digios de la omnipotencia y milagros de la gracia en la vida de la ve-
nerable sierva de Dios Catarina de San Juan son otro testimonio de
lo expuesto por Solange Alberro. El autor de los tres tomos, Alonso
Ramos, fue un jesuita que había disfrutado de puestos importantes
durante la mayor parte de su vida en la Nueva España. Los tomos
tuvieron aprobaciones y censuras de personajes ilustres que incluían
arzobispos, virreyes, inquisidores, provinciales de órdenes religiosas
y autoridades intelectuales eclesiásticas. No obstante, los tomos con-
forman un compendio de magia, milagros, actos prodigiosos y con-
tactos con lo sobrenatural que nada más podrían haber sucedido en
el siglo xvii novohispano. Comprueba el punto de Alberro que todo
era política. El reino de la Nueva España quería una santa como había
conseguido el reino de Perú y los jesuitas eran los cultivadores por ex-
celencia de mujeres prodigiosas. La Santa Inquisición no se opuso en
190 ROBIN ANN RICE

su día a aprobar los libros. Poco después, Ramos tuvo problemas con
el provincial de los jesuitas en España por su apoyo a Juan de Palafox y
Mendoza, y, repentinamente, salió un edicto «extraviado» prohibien-
do la circulación de los tomos. El edicto había llegado en 1692 pero
se extravió hasta 1695, año en que Ramos tuvo contrariedades con el
provincial. Los jesuitas encerraron a Ramos en una celda por más de
18 años sin impedimentos por parte de la Inquisición.

Los panecitos milagrosos

Una familia de personas distinguidas en la Ciudad de México está re-


lacionada con otro encadenamiento de milagros que se vuelven más
y más burdos con el paso de los años y el suceso se convirtió en un
escándalo. Se trata de la deformación de una costumbre pía por parte
de las hermanas de las carmelitas descalzas de la ciudad de la Puebla de
los Ángeles de hacer panecillos en que imprimían la imagen de santa
Teresa o con el nombre de Jesús (Tenorio 2001: 12), y que posterior-
mente mandaban a bendecir. Estos panecitos se usaron para resolver
favorablemente casos difíciles: enfermedades y otras penurias. En el
ambiente milagrero del siglo xvii novohispano había una demanda
muy grande de estos panecillos y para poder dar abasto a los pedidos,
empezaron a fabricarlos en el convento de Regina Caeli de la Ciudad
de México a mediados de aquel siglo. Cuando estos panes benditos se
desmigajaron, recolectaron las migas y lo distribuyeron como reme-
dio a los enfermos, pues, si los panecillos enteros eran prodigiosos,
también sus restos funcionarían en cierto grado. En 1648, la familia
Poblete, y más específicamente, María de Poblete, empezó a «experi-
mentar» con los restos benditos de estos panecillos. Su marido estaba
enfermo y para curarlo, molió las migajas de pan y echó los polvos en
un vaso de agua que le instó a tomar. Pero, en el proceso de hacer este
intento de curación, los polvos se reintegraron milagrosamente para
formar un panecillo completo (Tenorio 2001: 12-14).
Como en otros casos novohispanos, personas de alto rango ecle-
siástico documentaron y aprobaron los milagros. En la época, se inclu-
yó el relato en tres documentos importantes y hasta Juan de Palafox y
Mendoza envió un panecillo a España (Tenorio 2001: 15-26). Espec-
tacular es el hecho de que personajes de la talla de Antonio Núñez de
CHINAS, MILAGRERAS, NEGRAS Y BEATAS 191

Miranda, exconfesor de sor Juana Inés de la Cruz, fray Payo Enríquez


de Ribera, a la vez arzobispo y virrey de la Nueva España, entre otros
personajes prominentes, apoyaran al milagro. Tanto fue así que, en
1677, fray Payo «ratificó la resolución de la junta y se declaró la auten-
ticidad del milagro» (Tenorio 2001: 43) impulsado por los padres car-
melitas. La junta se había compuesto por «personas piadosas, doctas
y graves, de las facultades de Sagrada Theología y Sagrados Cánones
y de Philosophía, así del estado Eclesiástico Secular como de Sagradas
Religiones» (Tenorio 2001: 44).
Todo marchaba bien hasta que el padre dominico fray Francisco
Sánchez tuvo unos «percances» con María de Poblete y puso una de-
manda en la que no cuestionaba la gran autoridad de personas tan ilus-
tres que habían apoyado al milagro, sino que ponía en tela de juicio los
testimonios que usaron las autoridades para calificar y promulgar el
milagro. Fray Francisco quería disfrutar de los beneficios del milagro
y fue a la capilla de D.ª María para participar con otros entusiastas en
el evento, pero se quedó defraudado cuando vio que después de haber
echado los polvos de los panecillos estampados y molidos, la mujer
se quedó sola en la capilla y, también, notó que los polvos echados
permanecieron en el fondo de la jarra y que otros panecillos salieron.
En pocas palabras, el milagro no era una reintegración de los pane-
cillos molidos sino que salieron nuevos panecillos. Posiblemente, el
fraile haya mostrado su escepticismo en la primera visita porque el
día siguiente cuando asistió de nuevo con un amigo importante, fray
Alonso Sandín, que había sido catedrático de Prima en la Universidad
de Santo Tomás en Manila, D.ª María le dijo a fray Francisco que «el
suyo no iba a salir porque era de Santa Rosa», algo que negó el francis-
cano (Tenorio 2001: 77). El inconveniente fue que este día, los testigos
no salieron de la capilla y, de igual manera, los panecillos tampoco se
reintegraron porque, según la anfitriona: «la santa estaba “abuchorna-
da”: “es una bellaca y nos hace muchas burlas”» (Tenorio 2001: 78).
Fray Francisco estaba indignado, pero regresó el día siguiente
para comprobar de nuevo el milagro. Mientras los polvos estaban
en los jarros y los padres estaban sentados en los bancos y María
«se fue derecho a los jarros, y volviéndonos las espaldas, los cubrió
totalmente y los destapó y tapó deteniéndose bastante tiempo, que es
sólo lo que se pudo percibir por el ruido de las tapaderas y meneos
de sus hombros» (Tenorio 2001: 78) y luego, avisó a los padres que
192 ROBIN ANN RICE

ya estaban listos los panecillos que encontraron en un mal y lamen-


table estado: «mojados y desmoronados» (Tenorio 2001: 79). Con
el paso del tiempo, el franciscano se volvió más y más desconfiado,
pues, además de ver la suciedad de los jarros y el lugar en donde
se realizaba el milagro, su manera de «machacar» los panecillos, su
vocinglería y su sospecha de que la señora traía los nuevos panes en
«la faltriquera o seno», le animaron a elaborar toda una serie de ob-
jeciones sobre el milagro (Tenorio 2001: 79-90).
Se presentaron dos denuncias al Santo Oficio y aparecieron perso-
nas que dieron testimonios en contra de la autenticidad del milagro.
Uno comentó que traía los panecillos «entre los lienzos de las ropas»
(Tenorio 2001: 94) y otro que se escuchaban los ruidos que hacían los
panecillos en la bolsa y luego la vieron sacar unos de la bolsa y acercar-
se al altar. Con el paso del tiempo, María se volvió más y más irascible
y descuidada. Por ejemplo, usaba el agua con los polvos restantes del
milagro para regar las plantas. A ella le gustaba, por supuesto, estar
sola en el oratorio para poder hacer de las suyas. Una vez, diversos re-
ligiosos carmelitas estaban rezando mientras quiso «echar» los pane-
cillos. No podía proceder bien con el «milagro» durante su presencia
y por esto, les regañó por estar tanto tiempo allí y les dijo que la Santa
«no quería tanto rezo» (Tenorio 2001: 109). Durante el proceso, un
religioso se preguntó sobre la motivación que habría tenido la mujer
por seguir todos estos años con la molestia de echar los panecillos, y
concluyó que era para recibir las limosnas que daban las visitas, por-
que María era muy pobre (Tenorio 2001: 115).
María de Poblete se lucró con los panecillos durante casi 40 años
(1648-1686). Si no hubiera sido tan descuidada, quizás nunca habrían
descubierto su sospechosa metodología. Dejó de cuidar su estilo y em-
pezó a hacer maniobras demasiado descaradas ante todos los asistentes
a la oratoria. Por ejemplo, a plena vista, sacaba ruidosamente unos
panecillos de su faltriquera y se acercaba al altar para echar los panes
en los jarritos. Se había vuelto enojadiza y, a veces, cuando no salían
los panecitos porque María sabía que las personas le estaban observan-
do, insultaba a santa Teresa llamándole «bellaca». Era pobre y no le
quedaba otra que seguir con el trajín de los panes para poder recibir li-
mosnas, pero había desaparecido cualquier semblanza de decoro: todo
estaba sucio, los panecitos con inscripciones complicadas salían con
otras imágenes, se movía por la oratoria efectuando el milagro como si
CHINAS, MILAGRERAS, NEGRAS Y BEATAS 193

fuera una cocina, una vez que sacaba los panecitos, usaba el agua con
los polvos para regar sus plantas o para escombrar. Al final de su vida,
seguramente por la gran influencia de su hermano, Juan de Poblete
que «fue racionero y deán de la catedral de México, cura de la parro-
quia de Santa Catarina Mártir, chantre de la catedral de Valladolid y
decano de la facultad de teología de la Real Universidad de México»
(Tenorio 2001: 13) y por las personas doctas que habían promovido
su milagro, después de 1685 «no hubo más declaración de acciones en
relación con el proceso» (Tenorio 2001: 122). El caso de los panecitos
no fue extraordinario; hay muchos ejemplos documentados por auto-
ridades de la alta jerarquía eclesiástica novohispana de milagros que
rayaban en chamanismo o magia blanca y, por la lentitud deliberada de
las acciones de la Inquisición, nunca hubo repercusiones.

Otros casos peculiares en la Nueva España

Oratorios

Como María de Poblete, Rosa de Escalante, una española de 17 años de


edad también usaba un espacio en su domicilio para hacer rituales que
se convirtieron en manifestaciones poco ortodoxas de la religiosidad
popular. El caso de Rosa de Escalante es particularmente interesante
porque involucra a una mujer común y corriente de la Nueva España.
La mujer vivía con su hermana, Margarita de Narana, y organizaba
ciertas fiestas en el oratorio de su casa, todos los domingos de tres de
la tarde hasta las ocho de la noche. Parece que este tipo de fiestas en los
oratorios caseros era tan común que el Santo Oficio denominó estos
jolgorios como «oratorios» y se convirtieron en un problema social y
religioso. Muchos de los hombres que asistieron a las reuniones fun-
gieron como burócratas del gobierno y, en general, la concurrencia era
de gente bien, con buena fama, católicos devotos. Durante la prima-
vera de 1691, las hermanas organizaron diversos oratorios en que, con
mucha reverencia, Rosa ponía una estatua de san Antonio sobre un
altar específicamente construido para el evento. Hecho esto, se arro-
dillaba inmediatamente ante Juan de Galdo, funcionario del virrey, y
después de echarle un escapulario de san Antonio, bailaba con el jo-
ven. Después de cierto tiempo, le quitaba el escapulario, momento en
194 ROBIN ANN RICE

que los demás asistentes empezaban a bailar; tras una tarde de entrete-
nimiento, tomaban dulces y chocolates. Estas juergas se empezaron a
llamar «la fiesta de Rosa» (Curcio-Nagy 1999: 254-255).
Linda Curcio-Nagy hace hincapié en que estos oratorios segura-
mente eran bastante comunes, porque hubo edictos contra los mismos
tan pronto como 1626 y más promulgaciones en 1643, 1684 y 1704,
quizás relacionadas con un aumento en el mestizaje y una ampliación,
por parte de la Inquisición, de sus investigaciones sobre hechicería y
fiestas populares como los oratorios (1999: 255). Los oratorios no eran
un fenómeno únicamente de los españoles o criollos. En 1647 una mu-
jer mestiza, de nombre Petrona, hizo uno en que asistieron «muchos
mulatos, negros, y mestizos [que] bailaban» (Curcio-Nagy 1999: 256).
Veneraban a san Antonio, cuya efigie fue llevada a misa en la catedral y
después, a la iglesia del Colegio de las Niñas. En la fiesta de Petrona, la
gente bailó por mucho tiempo y tomó vino (Curcio-Nagy 1999: 256),
así que era más subida de tono que la de Rosa. Los ritos aumentaban
la identidad comunitaria de los participantes y servían como elemento
integrador, un tipo de catarsis y una manera en que los devotos po-
drían relacionarse con lo divino sin la intervención de la Iglesia (Cur-
cio-Nagy 1999: 257-259).
Es verdaderamente revelador que la hechicería parece ser un híbrido
de ritos y objetos religiosos, y versiones distorsionadas de ellos. Hubo
una pervivencia del catolicismo folclórico que la Iglesia empezó a consi-
derar como heterodoxo. Por ejemplo, la devoción tanto en España como
en América tenía una tradición de localismo y autonomía, y esta devo-
ción creó autogestión al nivel individual e inculcó redes de solidaridad
entre los creyentes. La tradición oratoria se transmitió y se practicó por
mujeres laicas y reunió a otros devotos sin pedir el permiso o los con-
sejos de las autoridades. Además, Rosa y Petrona oficiaron las ceremo-
nias, algo sancionado por la Inquisición. Los escapularios empezaron a
ser considerados objetos de poderes mágicos y se volvieron talismanes.
Conjuntamente con otros actos de hechicería, tales como la adivinación
o la clarividencia, el uso de pociones, polvos, efigies y talismanes para
afectar las vidas individuales o positivamente o negativamente, se ligaron
con los oratorios y su uso popular y poco digno de san Antonio en las
celebraciones (Curcio-Nagy 1999: 260-261). San Antonio se transformó
en el santo que podía propiciar el amor y el día 13 de junio, se echaba
una clara de huevo en un vaso de agua para leer el futuro dentro de la
CHINAS, MILAGRERAS, NEGRAS Y BEATAS 195

formación que se hacía en ella. No existía una clara separación entre el


hecho de recurrir a los santos o el de recurrir a la magia: dentro de la
jerarquía santoral, existía una correspondencia entre los padecimientos
y los santos más proclives para su alivio (Curcio-Nagy 1999: 262).
Los oratorios eran singulares porque los organizaban y los con-
trolaban mujeres, pese a que los invitados eran tanto hombres como
mujeres. En el caso de Rosa, quizás por los rituales que se describen,
ella buscaba un marido y el patrocinio de san Antonio y el escapula-
rio eran maneras de asegurar sus posibilidades. En el caso de Petrona,
ella ya estaba casada, así que quizás esperaba que san Antonio pudiera
ayudarle embarazarse o interferir en el maltrato, tal vez, de su marido.
Los oratorios formaban parte de la tradición de los altares particulares,
familiares, pero el Santo Oficio disuadía a los feligreses de participar o
de organizar eventos de esta índole. La Santa Inquisición procesó nada
más que un 6% de todos los casos que le llegaron entre 1571 y 1700,
por fortuna para Rosa y Petrona (Curcio-Nagy 1999: 262-268); ellas
nunca sufrieron verdaderas repercusiones por sus actos.

Beatas

Las beatas eran una manifestación femenina insólita. Mujeres pías,


célibes que vivían solas o en pequeños grupos pudieron esquivar el
estricto control de una jurisdicción monacal y dedicarse a obras de
caridad o a la enseñanza sin tantas restricciones. Hay menciones des-
pectivas a las beatas en la Nueva España, pero el modelo se inició en la
Edad Media en los Países Bajos, Francia y el norte de Alemania, donde
había mujeres relacionadas con las beguinas y las hermanas de la «vida
común» en el norte de los Países Bajos (Zarri 2001: 181). La costumbre
se diseminó a Italia y en el siglo xvi se refieren a este tipo de vida como
«la tercera vía»: un tercer estado en que las mujeres tuvieron otra alter-
nativa para vivir que no fuera el matrimonio o la vida conventual. La
tercera vía se refiere a una vida femenina en solitario o en comunidad
que implicaba un celibato voluntario y resolvía la dicotomía entre la
vida activa y la contemplativa, pues las beatas podían pertenecer a las
dos. En Italia, una soltera no adquiría una identidad social propia si no
se asimilaba a la vida semimonacal, y la práctica era vehementemente
auspiciada por san Ignacio de Loyola (Zarri 2001: 181-183).
196 ROBIN ANN RICE

Marina de San Miguel era una beata novohispana y los problemas


que tuvo con la Inquisición representan, según las autoridades, quizás
los peligros inherentes de una vida religiosa femenina sin supervisión.
Española de nacimiento, Marina sentía una gran atracción desde joven
por los asuntos religiosos, y cuando tenía 16 años hizo voto de cas-
tidad. La decisión de optar por la vida de beata era lógica. La tercera
vía era una opción respetable para las mujeres que no contaban con
una dote suficiente para pretender una vida monacal o matrimonial.
Además, gozaban de una relativa libertad: los votos variaban mucho y
las condiciones de vida, también. La beata podría optar por la convi-
vencia en un beaterio o en una casa propia y gozaba de una vida acti-
va combinada con la contemplativa. Cuando Marina buscó opciones
para una vida religiosa viable, no había muchas alternativas: en 1560, la
Ciudad de México tenía La Concepción, un convento que requería de
una dote elevada. Pero, los beaterios habían existido desde los primero
años de la colonia y ayudaban en la evangelización de los indígenas.
Para 1560, las beatas eran una presencia importante e incluía una gran
gama de devotas con votos varios, distintos grupos étnicos y de clase
social que ejercían diversas ocupaciones (Holler 1999: 213-214). En el
caso de Marina, vivía en su propia casa, pero otras vivían en casas de
patrones. El caso de la amiga de Marina, una beata negra de nombre
María de los Ángeles, que sirvió a las monjas de Santa Clara, ejempli-
fica que la vida de la beata era una opción accesible y atractiva a un
grupo heterogéneo de mujeres (Holler 1999: 213-214).
Marina vivió con su hermana Luisa y laboraban en tareas como
costura y enseñanza de niños. Marina compró una casa enfrente de la
de Juan Núñez de León, hombre con un buen puesto burocrático y
que se convirtió en su patrón y hermano espiritual. Ella tenía espacio
para rentar cuartos y gozaba de servidumbre, además, era devota y sa-
bía leer y escribir, pero lo que le daba más orgullo era su independen-
cia económica. La comunidad la admiraba y, además de dar consuelo
espiritual, servía como una especie de psicóloga para aliviar la melan-
colía y la desesperación de los que se lo pedían. Marina empezó a ex-
perimentar trances, temblores y momentos de estar fuera de sí, todos
los cuales atribuyó al favor de Dios. Algo típico de la época, la mujer
tenía muchos amigos y discípulos espirituales que se describen como
una cooperación diádica: por un lado, las mujeres eran recipientes de
dirección, apoyo y protección de sus patrocinadores masculinos. Por
CHINAS, MILAGRERAS, NEGRAS Y BEATAS 197

el otro lado, los hombres tuvieron acceso a un mundo apasionante de


revelación directa y el patrocinio divino de sus propios empeños y
creencias (Holler 1999: 216-218).
Entonces, después de una vida tan singular como mujer que ha-
bía osado seguir la tercera vía, ¿por qué en 1599, con 54 años de
edad, apareció y confesó ante la Inquisición de México? Resulta que
descubrieron una red de crímenes religiosos organizados por here-
jes alumbrados que operaba entre Puebla y la Ciudad de México.
Muchos de los alumbrados acusados eran inmigrantes de Córdoba
y Sevilla, donde el iluminismo había surgido al inicio del siglo (Ho-
ller 1999: 221-222). Como en el caso de otras beatas y religiosas que
he estudiado, una vez que los sujetos habían recibido una respuesta
positiva por parte de sus coetáneos religiosos, empezaban a exagerar
tanto sus actitudes iluministas (trances, ensimismamientos, temblo-
res) como sus palabras (revelaciones, consejos heréticos, adivina-
ciones). En otras palabras, las religiosas empiezan paulatinamente a
exagerar y a acercarse más y más al precipicio de la herejía gracias a
la retroalimentación positiva que reciben de sus amigos.
Marina admitió haber sostenido relaciones sexuales con distin-
tas personas y haber tenido pensamientos impuros. También confe-
só que sus visiones habían sido falsas. Como castigo, precedida por
un pregonero que describía sus crímenes, la llevaron por la ciudad,
amordazada y sobre un caballo, con su torso desnudo. Le dieron
cien latigazos y pasó el resto de su vida trabajando en el Hospital de
las Bubas (Holler 1999: 227). Si la idea era castigar la conducta lasci-
va de la mujer, ¿cuánta lascivia habría provocado a los espectadores
masculinos que llenaron las calles ver a la mujer desnuda y amorda-
zada? Hasta cierto momento de su vida, Marina era un caso de éxito.
Autodidacta, compró una casa y sobrevivió por medio de su costura
y sus enseñanzas. Por un tiempo, era reverenciada y respetada. Re-
presenta nada más un ejemplo de cómo vivían algunas mujeres en
la modernidad temprana que no podían insertarse ni en el sistema
domestico tradicional ni en una vida monástica típica (Holler 1999:
228). El término «beata» se usaba en el léxico común del siglo xvii de
una manera bromista y peyorativa. Sin embargo, estas mujeres que
usaban un hábito blanco e intentaban forjar su propia identidad so-
cial representan un área de estudio poco explorado. El caso de Mari-
na es espectacular porque terminó en desgracia y en escándalo, pero
198 ROBIN ANN RICE

las mujeres de la «tercera vía» formaron un sustrato representativo


de un grupo silenciado que se negó a insertarse en las vidas conven-
cionales disponibles en la modernidad temprana.

Un caso de blasfemia

En el siglo xvi, el trabajo más arduo realizado por la Inquisición de


México fue la búsqueda y la prosecución de la bigamia y la blasfemia.
Entre 1590 y 1620, entre todas las prosecuciones de esclavos, el 80%
de ellas fue por blasfemia (McKnight 1999: 229). Además, las circuns-
tancias de las blasfemias seguían un patrón: pronunciaban las palabras
blasfemas durante una paliza por haber intentado escaparse. Tomada
así, la blasfemia era una reacción visceral a un castigo físico insopor-
table y seguramente, las palabras no eran premeditadas. En la Nueva
España, la blasfemia era más grave si se podía clasificar como herética,
una distinción que transmutó el asunto en manipulable y sujeto a qué
tan rebelde consideraban el sujeto y si querían aumentar su castigo
más para reprehender un carácter insubordinado. Los inquisidores se
esforzaron para comprobar que la blasfemia de esclavos era de tipo
herética –que era mucho más grave que la blasfemia simple– como una
medida de control de la sociedad esclava (McKnight 1999: 230-233).
Según Solange Alberro, ser un blasfemo o decir blasfemias podría re-
presentar «un rechazo global de la ideología del grupo dominante que
determina todos los aspectos de la cultura europea impuesta, la con-
cepción del más allá, el orden temporal, la estructura social y familiar,
la mora y la vida diaria; la blasfemia viene a ser un resumen simbólico
de ello» (cit. en McKnight 1999: 233-234).
Hubo un esfuerzo grande por controlar cualquier síntoma de in-
domabilidad en los esclavos: estos superaban en número a los eu-
ropeos en una proporción de tres a uno, así que un levantamiento
era un peligro real. En la Nueva España, los negros se rebelaron o
planearon sublevaciones en 1537, 1546, 1570, 1608, 1609, 1611, 1612
y 1670 (McKnight 1999: 234-235). Las negras también participaban
de esta rebeldía. Este momento de insubordinación de los esclavos
coincidió con el aumento de casos de blasfemia como resultado de
las golpizas que recibían por sus actos subversivos. Efectivamente,
la blasfemia se relacionó directamente con el castigo de un esclavo
CHINAS, MILAGRERAS, NEGRAS Y BEATAS 199

rebelde. La sociedad blanca y la Inquisición utilizaron la persecución


de la blasfemia como un control del espíritu sedicioso de los subyu-
gados (McKnight 1999: 235-236).
Kathryn Joy McKnight documentó un caso de blasfemia que ejem-
plifica las circunstancias habituales del acto y cómo sirvieron para ate-
morizar a otros esclavos que quisieran oponerse al trato inhumano de
sus amos. La flagelación resultante intentó reafirmar el papel de pro-
pietarios por parte de los amos y restablecer el orden social degradado.
El caso sucedió en 1609 cuando María Blanca, una negra congolesa,
propiedad de D. Antonio de Saavedra, fue recapturada después de un
intento de huir del trato cruel de D.ª Catalina, la esposa de Saavedra.
Según el caso, mientras la vapuleaban otras mujeres que trabajaban
con los Saavedra y la esposa de Saavedra le pegaba en la cara con su
zapato, María renunció a Dios y a todos sus santos. Las dos mujeres
que ayudaban en el castigo comentaron en su testimonio que, nor-
malmente, María era buena cristiana y que no estaba borracha cuando
abjuró de Dios (McKnight 1999: 237-238).
En su propio testimonio, María se describió como esclava congo-
lesa, mientras la mulata que sirvió de testigo, la había descrito como
«bozal» y «ladina», otra demostración del concepto confuso y ambi-
guo que había de personas marginales. En muchas ocasiones utilizan
cualquier término que hayan escuchado previamente para describir a
personas no blancas. María narró que renunció a Dios y a todos sus
santos porque cuatro personas le estaban castigando físicamente: dos
indias tapisques, una mestiza y otra mulata, la esposa del amo y el
amo, y que le pegaron hasta que se cansaron. Algo crucial que reportó
fue el castigo cruel que recibió, que demostró una pena tan violenta
que resultaba desproporcionada con el crimen de haber escapado y,
además, era una muestra de un amo irresponsable con sus esclavos.
María desplazó la culpa a sus amos: por sus errores ella escapó y, por
el exceso de violencia que ejercieron en la expiación, la impulsaron a
cometer blasfemia. En parte, tenía razón. En efecto, la ley estipulaba
que los amos se refrenaran en las sanciones crueles y excesivas. María
pidió un cambio de amos, pero le fue denegado. Le aplicaron la pena
típica de una misa penitencial, la abjuración de levi y una golpiza. Para
asustar a la población de esclavos, la amordazaron y, semidesnuda y
sobre una bestia de carga, tuvo que recitar una larga y penosa abjura-
ción. La Inquisición la usó como ejemplo para asustar a la comunidad
200 ROBIN ANN RICE

de esclavos y para apaciguar la ansiedad de los blancos, que sabían


que en cualquier momento podían ser aplastados por una revuelta de
aquellos (McKnight 1999: 243-248).

Conclusiones

La cultura religiosa de la modernidad temprana novohispana combi-


naba la religiosidad popular y folclórica con ciertos excesos que surgie-
ron de los mismos religiosos que llegaron colmados de prácticas coti-
dianas heredadas de la Edad Media. Los curanderos, la magia blanca, los
santos patronos con poderes especiales son extensiones de un dominio
antes controlado por los chamanes prehispánicos. La mentalidad mágica
de Castilla se combinó con la nueva cultura americana despojada de un
Renacimiento y un positivismo filosófico que nunca vivieron. Los reli-
giosos recompensaron los milagros y la santidad porque habían creado
una empresa en el Nuevo Mundo y los réditos se dieron en la forma de
almas convertidas y una santa proclamada. Catarina de San Juan es un
ejemplo de esta sociedad tan ávida de ver y reconocer actos portentosos.
Su hagiografía es el texto más voluminoso jamás publicado en la Nueva
España. Personas importantísimas los aprobaron y recomendaron. Pese
a sus hazañas exageradas y sobrenaturales, los habitantes de la Puebla de
los Ángeles la consideraron una santa. Después de su muerte, prohibie-
ron su hagiografía y el redactor, un famoso y respetado jesuita, Alonso
Ramos, se involucró en un problema que provocó la ira de la Inquisi-
ción y del más alto jerarca de la Compañía de Jesús.
La Santa Inquisición de México era un aparato aletargado, corrup-
to e inepto. Los burócratas llegaban con el deseo de hacer fortuna
y los procesos de índole política siempre superaron los de religión.
Esto se ve en el caso de María de Poblete, cuyo hermano, un religioso
importantísimo en la Ciudad de México, la amparó por casi cuarenta
años de una investigación de la Inquisición. Los pobladores, incluso
religiosos prestigiosos, llegaron a su casa para ver los milagros burdos
y transparentemente falsos. Pero, la mujer vivía de estos trucos y va-
ciló la Inquisición en procesarla por no querer tener problemas con
su eminente hermano. Además, personas principales habían dado su
testimonio sobre la magnificencia de los milagros.
CHINAS, MILAGRERAS, NEGRAS Y BEATAS 201

Hubo exteriorizaciones devotas de otras formas para crear iden-


tidades y ejercer la libertad en la vida cotidiana. Hubo oratorios que
eran ostentaciones privadas de prácticas populares religiosas. Normal-
mente, las mujeres organizaban estos eventos, que se pueden consi-
derar una afirmación del individuo para interactuar con Dios pese a
los actos algo heterodoxos que se realizaban en estos jolgorios. Otra
forma de religiosidad poco estudiada es la «tercera vía», un estilo de
vida practicado por las beatas. Vestidas de blanco, estas mujeres no se
subyugaron al matrimonio y tampoco a la vida monacal. Mientras en
algunos lugares de la Europa moderna temprana, tenían algo de presti-
gio, en la Nueva España, las beatas no lograron su merecida reputación
quizás por casos presentados ante la Inquisición como el de Marina.
Las mujeres negras no parecen haber sufrido más casos de blasfemia
que los negros, pero esto es debido a un control generalizado usado
por la Inquisición para dominar a la gran población de esclavos. Para
poder ejercer su autoridad y castigarlos, cuando los esclavos se esca-
paban y eran recapturados, durante las golpizas, era común que pro-
firieran blasfemias. Pese a ser muchas veces ofensas menores, a veces
aumentaron las dimensiones de las mismas hasta alcanzar el grado de
blasfemia herética y en tales casos se les usaba como chivos expiatorios
para hostigar y amenazar a los otros esclavos.
La época moderna temprana novohispana fue un momento único
en el que predominaba un pensamiento con los rezagos de la Edad
Media, y México no había llegado al umbral de una verdadera mo-
dernidad. Atada a un sistema de castas aun siendo toda la población
mestiza; de supersticiones pese a ser producto del Concilio de Trento,
la Nueva España era una idiosincrasia que conservaba una mentalidad
mágica lejos de la metrópoli que la hostigaba y la encerraba en el labe-
rinto de la Inquisición.

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«Córtote ruda para mi ventura»:
las palabras entre el cielo y el infierno
Mariana Masera

La sociedad novohispana fue culturalmente compleja, como lo mues-


tra la diversidad de expresiones que se cantaron, bailaron, recitaron
o leyeron en sus diferentes espacios. Entre ellas se destacan dos ma-
nifestaciones que generaron numerosos discursos y que abarcaron a
todos los estamentos por igual: la magia y lo erótico. Dado el carácter
transgresor de ambas, fueron perseguidas y tratadas de controlar por
el Santo Oficio, donde quedaron registrados abundantes testimonios
entre sus papeles. Los discursos mágicos y sus prácticas formaron par-
te del imaginario cultural1 de la colonia como otras manifestaciones
marginales al poder, distintas y complementarias a la cultura oficial.
Estas constituyeron un lenguaje por medio del cual se compartieron
saberes entre las diferentes castas:

Las prácticas mágicas son un “lenguaje”, un sistema simbólico com-


pleto, con una lógica interna de funcionamiento, que se rige por sus pro-
pias reglas, su propia “gramática” y de acuerdo a sus propios mecanismos,
y actúa donde otros saberes son ineficaces (Ceballos Gómez 2001: 52).

1. Me parece pertinente utilizar la definición de imaginario cultural de Ceballos Gó-


mez: «se podrían definir los imaginarios culturales como el bagaje mental con
el cual una cultura, un grupo social o un conjunto de individuos se acercan a lo
“real”, y por medio de los cuales clasifican, distinguen, interpretan y caracterizan
el mundo y a las personas que los rodean» (2001: 52).
204 MARIANA MASERA

La palabra susurrada: los conjuros2

El extenso territorio de la Nueva España con su exuberancia y su


impenetrabilidad significaba un reto para la Inquisición, un mundo
complejo culturalmente por la diversidad de etnias que lo poblaron,
así como por los azotes de las numerosas epidemias, «un mundo que
hervía de aventureros rapaces o dementes, de sobrevivientes, fugitivos
y rebeldes de toda calaña, la espuma de los tormentosos siglos xvi y
xvii del viejo continente» (Alberro 1998: 28-29). Ante esta realidad, el
Santo Oficio, más que realizar las funciones de un aparato de control y
de represión con las que se asocia frecuentemente, se revela como una
entidad que «polariza las tensiones y pulsiones individuales y colecti-
vas bajo la forma de denuncias» (Alberro 1988: 150).
Entre las actividades más comunes tanto para los hombres como
para las mujeres se hallan las prácticas mágicas en sus distintas moda-
lidades y con variopintas finalidades, como mejorar su salud, hallar
objetos perdidos, saber el futuro, pero, sobre todas las preocupacio-
nes, predominaron las pasiones, los asuntos eróticos. Se lee en los di-
ferentes procesos cómo se intentaba a través de los rituales mágicos
conseguir amantes, apaciguar al marido, seducir a las mujeres, etcétera.
La proliferación de estos casos sin duda fue un rasgo diferenciador de
la Nueva España:

Si las prácticas de magia y hechicería, los delitos religiosos menores,


son aquí levemente más numerosos que en España, la escasez de herejes
y la abundancia de bígamos y de confesores solicitantes –lo erótico se

2. Gonzalo Aguirre Beltrán pormenoriza las fechas de algunos procesos que mues-
tran la preocupación por la Inquisición de catalogar y prohibir los discursos
mágicos: «En 1608 hizo memoria de los ensalmos y oraciones en uso y en 1619-
1620 recogió, en 63 fojas, oraciones contra la muerte súpita y contra todo mal.
En los procesos que instauró, antes y después de esas fechas, contra peninsula-
res, moriscos y mulatas blancas, procedentes del mediodía español, el volumen
principal de las diligencias está ocupado por la fiel trascripción de oraciones de
toda índole destinadas a la atracción y a la ligadura amorosas, al diagnóstico
de las dolencias y a la producción o curación de maleficios. Los instrumentos
usados en la práctica mágica y los procedimientos para manipularlos, en modo
alguno merecen la atención preferente que se da a la exacta relación de los conju-
ros o palabras que, en ocasiones, constituyen el mecanismo único de la acción»
(Aguirre Beltrán 1992: 249-250).
LAS PALABRAS ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO 205

sustituye por lo herético–, pintan un cuadro de colores mucho menos


sombríos y con figuras mucho más pintorescas que en la península. Así,
la herejía en el continente americano, fue una flor exótica mientras las
transgresiones a la moral sexual que enseñaba la iglesia, brotaron natu-
ralmente, cual respuesta al mundo colonial, a las relaciones de domina-
ción (Alberro 1998: 197).

Las prácticas mágicas sobresalen como un modo de relación entre


las diferentes castas en los procesos inquisitoriales de los siglos xvii y
xviii, como he comentado en otras partes. Estas permiten no solo la
interacción entre los individuos, sino también el intercambio de cono-
cimientos:

Las prácticas mágicas […] hacen parte de los sistemas simbólicos, son
aparatos cognitivos, sistemas de conocimiento, que proporcionan formas
distintas de acercarse al mundo y de construir y constituir «lo real», así
como de intervenir sobre el mundo (Ceballos Gómez 2001: 51).

Del estudio de las manifestaciones populares de la Nueva Es-


paña, se distingue a las mujeres entre los transmisores y usuarios
de la magia más frecuentes, quienes, asociadas con otras, recurren
a oraciones, conjuros y ensalmos acompañados de diversos rituales
«caseros». Se puede señalar a dos tipos de usuarias de acuerdo con el
nivel de los saberes y su actividad en las prácticas: el primero sería el
de las «especialistas», quienes enseñan; el segundo, sería el de las be-
neficiarias, «menos profesionalizadas», quienes aprenden solamente
aquello que necesitan.
Un ejemplo de ello se observa en las narraciones compiladas en el
libro Relatos populares de la Inquisición novohispana: rito, magia y
otras supersticiones, siglos xvii-xviii (Flores, Masera et alii 2010), don-
de existen algunas mujeres capaces de aprender verdaderos «manuales
mágicos» de transmisión oral, principalmente, aunque a veces impli-
que la escritura de una papel o el soporte escrito de una oración:

[…] textos en los que, mientras se enumeran las acciones mágicas y ri-
tuales a realizar para determinado fin –buscar un objeto perdido, ligar
amantes, etc.–, se narran también algunos hechos y el énfasis está tanto en
la descripción como en la enumeración y, generalmente, son casos cuyo
protagonista es una mujer que participa activamente (Flores, Masera et
alii 2010: 37).
206 MARIANA MASERA

El conocimiento de las mujeres comprendía no solo la adquisición


de los textos, sino que también incluía la memorización de los gestos,
las condiciones y un sinnúmero de elementos que se agregan en cada
ejecución. Una información compleja que se transmitía de forma oral
y con eficiencia la mayor parte de las veces.
Las palabras susurrantes interesaron sobremanera al Santo Oficio,
quien en su afán de controlar estas acciones y de normarlas, registró
en sus procesos, intermediados por el escribano, un sinnúmero de
voces que llegan hasta nosotros3. En ellos se demuestra la impor-
tancia de la tradición oral para aprender textos y saberes asociados a
diferentes rituales4.

3. Como he señalado en otra parte (Masera 2012), la manera más intensa de rela-
cionarse entre las culturas fueron justamente estas prácticas mágicas. Una etnia
buscaba a la otra pensando que el saber de aquella quizás podría ofrecerle un
contacto con lo sobrenatural que resolvería sus necesidades (Caro Baroja 1992:
I, 63). Además, la magia y la religión, de acuerdo con José Manuel Pedrosa: «[…]
constituyen, en efecto, una especie de fluido cultural cuyas fronteras comunes
y demarcaciones internas han sido tradicionalmente definidas, más que por los
criterios de un único y empírico pensamiento racional –que por definición, les
sería antagónico–, por los intereses –tan arbitrarios como variables– de los gru-
pos que en cada época y en cada lugar han controlado el poder espiritual: grupos
que, al discriminar entre lo mágico y lo religiosos, ponían barreras también entre
lo vergonzoso y lo prestigioso, lo heterodoxo y lo ortodoxo, lo marginal y lo
institucional, y hasta lo ilegal y lo legal, creando con ello un grupo –el suyo– le-
gitimado por lo religiosos, y otro grupo –el de los insumisos a su control espiri-
tual– desligitimado por lo mágico, lo supersticioso y lo herético, entendido todo
ello como anti religioso» (2000: 14).
4. El sigilo y el secreto eran necesarios para proseguir con la transmisión de sus co-
nocimientos, sabiendo de antemano el peligro de la delación ante el Santo Oficio.
Un recurso notorio en el discurso de la hechicera, cuando trata de convencer a la
usuaria de que se aleje de la confesión, es el empleo del mismo formato de discurso
que utiliza en las demás «recetas», ya que le indica qué tiene que hacer, cuándo
y cómo para no tener que confesarse, como se aprecia en el siguiente proceso:
«Y que tratando cierta persona de confessarse, y procurar el remedio de su alma
arrepentida de las maldades que por consejo de esta rea y otras havía cometido,
queriendo confesarse de sus delictos, yendo en busca del confessor que la encami-
nasse a salir del mal estado en que estaba, esta perniciossa muger, no contenta con
el daño que le havía hecho, procuró de su parte impedir el remedio de su alma,
aconsejando como aconsejó a dicha persona que en ninguna manera confessasse
al confesor las cossas que con ella y otras personas le havían passado, poniéndole
para ello muchos miedos, y diziéndola que confessar dichos delictos a la ora de la
muerte o referirlos en su casa y a solas ante un Christo, y confessar otros pecados
al confessor bastaba» (Flores, Masera et alii 2010: 107-108).
LAS PALABRAS ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO 207

Los conjuros, los ensalmos, y las oraciones son las formas pre-
dilectas para comunicarse con los entes sobrenaturales a quienes se
les harán los requerimientos. Los seres aludidos, mayoritariamente,
pertenecen a los tres espacios que integran el más allá del imaginario
de la Nueva España desde la cultura oficial, como son el cielo, el
purgatorio y el infierno.

La concepción sobre el más allá que se dio en la Nueva España muestra


la riqueza devocional, cultural y artística de aquella sociedad y aporta nue-
vos conocimientos acerca del fenómeno religioso y de la vida cotidiana. El
estudio de las construcciones simbólicas resulta asimismo importante para
entender las relaciones sociales, las manifestaciones culturales y artísticas;
las instituciones, la economía e incluso la política (Von Wobeser 2015: 7).

La organización tripartita del más allá ocurre también en la palabra


mágica, pues este contiene sus propias reglas y habitantes, a los que
solo se puede acceder a través de un discurso marcado por palabras
específicas y ritmos distintos5. De acuerdo con José Manuel Pedrosa
una oración podría definirse como:

[…] un discurso que una persona dirige a una divinidad, santo o personaje
sagrado con el objeto de obtener un favor o una gracia moralmente posi-
tivas. La oración suele estar impregnada de una actitud de sumisión y de
reverencia, suele reflejar un tipo de pensamiento religioso más o menos
ortodoxo, y suele ser fomentada, por las instituciones religiosas dominan-
tes (Pedrosa 2000: 10).

Mientras que «un conjuro sería, en cambio, un discurso que una


persona dirige a un personaje sagrado o demoníaco con el objeto de
exigirle o de obligarle a la concesión de un favor mágico, que puede
ser (aunque no siempre) moralmente negativo o perjudicial para otras
personas» (Pedrosa 2000: 10)6.

5. Sobre el más allá como un espacio necesario en las diferentes culturas comenta el
geógrafo Paul Claval: «The idea that it is important to know what happens be-
yond the familiar horizons has always haunted the conscience of human groups.
It had been systematically pursued by Western societies […] in order to integrate
really faraway areas into our World, possibilities of visiting them and communi-
cating with their inhabitants have to be created» (Claval 2004: 324).
6. José Manuel Pedrosa define al ensalmo como «un discurso que una persona dirige
a una divinidad, santo o personaje sagrado con el objeto de obtener una curación
208 MARIANA MASERA

La diferencia entre ambos se basa en el tono con el que el usuario


se dirige a la entidad sobrenatural, dado que «el conjuro suele tener un
tono imperativo y autoritario, mientras que la oración y el ensalmo
suelen mostrar sumisión, reverencia e incluso súplica para obtener los
favores del sujeto mágico-sagrado invocado» (Pedrosa 2000: 10). El
conjuro sería una manifestación que «refleja creencias más apegadas a
lo mágico y que se sitúan en los márgenes o fuera de la norma impues-
ta por la religión dominante» (Pedrosa 2000: 10).
Los conjuros y las oraciones también pueden clasificarse según su
soporte en orales o escritos, en estos últimos, el soporte se convierte
en parte del hecho mágico, ya que se transportan los papeles como
talismanes: un ejemplo de ello sería la difundida oración al Santo Se-
pulcro y los conjuros orales serían aquellos cuyo soporte es la voz7.
En cuanto al contenido y de acuerdo con la clasificación propuesta
por Roper, los conjuros se pueden dividir dos categorías. La primera la
conforman aquellos narrativos, que contienen generalmente una his-
toriola8 y consiste en el recitado de varios versos:

mágica o milagrosa de una enfermedad propia o de otra persona. Se puede afirmar


que el ensalmo se caracteriza básicamente por su funcionalidad curativa o sana-
dora de alguna enfermedad, por la fuerte presencia de elementos o de motivos
mágicos, y por el hecho de que el ensalmador se sitúe como intermediario entre la
divinidad y la persona que precisa curación» (Pedrosa 2000: 10).
7. Esta clasificación fue realizada por Jonathan Roper para los textos ingleses, como
señala el autor: «A verbal charm, or in this study simply a charm, is a traditional
form of words thought to have a direct effect in the world, usually of a protec-
ting, healing, kind. These forms are often formulaic in character and repetitive in
structure, possessing a high degree of sound-patterning. They are intended, when
performed by a legitimate person (often using special accompanying actions and
accessories) to bring about change in the world in which we live (e.g. to heal someo-
ne, to cause someone to fall in love with another, to encourage a cow to give milk,
to make rain fall, etc.), or to serve an apotropaic function (eg. to protect someone,
to prevent something bad from happening), or to discover some information (such
as the location of stolen property or the direction of someone’s affections) When
delivered orally, such a charm is termed an oral charm. A written charm is a similar
traditional form of words to an oral charm found in written form. The words may,
for instance, be written on paper and worn as a talisman, or they may be engraved
on an object, such, for example, as a nail. A non verbal charm is a traditional series
of wordless actions, often the same or similar to those actions which accompany
verbal charms, intended to have similars effects» (2005: 15).
8. Sobre este aspecto señala Roper que «Jorgen Podemann Sorensen has remarked
that the historiola “formulates a rule that will exert an authority of its own on the
event to Follow”» (2005: 91).
LAS PALABRAS ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO 209

Bienabenturada Santa Marta,


por el monte Tarabam (que le parese deçía ansí),
entrastes, con la fiera sierpe encontratastes,
con el ysopo de la agua bendita la rosiastes,
com vuestra preçiosa sinta la ligastes,
a la gente del pueblo la entregastes
mansa, y leda, y queda
(Flores, Masera et alii 2010: 5).

La segunda categoría la integran los conjuros breves, que se dicen


de una sola vez, hechos como de una pieza, donde la repetición de
sonidos y el ritmo lo invaden todo.

Córtote, ruda, para mi bentura;


ruda, te corto para mi bentura
(Flores, Masera et alii, 2010: 45)

Todos estos textos, como ha dicho Díez Borque, deben ser consi-
derados como una forma poética alternativa:

[…] creo que podemos considerar conjuros, ensalmos, algún tipo de


oraciones, por sus temas, funcionalidad, ideología, sentido y pragmatis-
mo como una forma de la marginalidad poética del Barroco y, a la vez,
por su retórica y poética, por la forma de pervivencia y comunicación,
como una manifestación especial de la oralidad y tradicionalidad poéti-
cas (Díez Borque 1985: 50).

A pesar de que tengamos estas definiciones iniciales las fronteras


entre los términos es muy resbaladiza y muchas veces los textos pue-
den convivir en distintas versiones tanto orales como escritas con dis-
tintas funciones.

El cielo y el purgatorio

Serafina de Espinoza, una muchacha española de 17 años en 1617, acu-


de en Puebla a denunciar a Teresa de Paz, quien le había enseñado
hacía un año, diez oraciones y los rituales que las acompañaban, como
se aprecia en el siguiente fragmento del proceso:
210 MARIANA MASERA

En la ciudad de los Ángeles, en dies días del mes de henero de mill


y seiscientos y dies y siete años, a las nuebe de la mañana, ante el padre,
doctor Pedro García de Heredia, canónigo de la Sagrada Escriptura de la
catedral de Tlaxcala y comissario del Santo Oficio de la Santa Inquisición,
en su obispado, pareció sin ser llamada, y habiendo jurado en forma, una
muger española que dixo llamarse doña Seferina de Espinoza, vecina de
esta ciudad, y estante en la casa de las recojidas desta ciudad, muger de
Juan Merino, vecino desta ciudad y que no tiene oficio. Y dixo ser de edad
de dies y siete años, la cual dice y declara, por descargo de su consciencia,
que abrá un año, poco más o menos, que estando esta delatora en las di-
chas recojidas halló allí a una mujer que actualmente está llamada Theresa
de Pas, mujer de Juan de Cabesas (que es tratante en cacao que entiende
esta dicha delatora vive en Guatemala), la cual Teresa de Pas enpeñó a esta
delatora unas oraçiones que, a lo que se quiere acordar, son dies (Flores,
Masera et alii 2010: 81).

La mención de que la informante estuvo en la Casa de Recogidas,


lugar de reclusión para aquellas mujeres «caídas», tanto en hechos cri-
minales como en la prostitución, nos habla ya de un espacio transgre-
sor donde se encontraron el grupo de mujeres. Serafina llama indistin-
tamente oraciones o conjuros a los textos aprendidos9.
El corpus de Serafina consta de trece textos, aunque ella dice diez,
de las que solo recuerda algunas. Aquí las enumero como las va ci-
tando en el proceso: «Llagas abiertas / coral compartido, Tres Reyes,
el Alma sola, a Cristo, a Cristo crucificado, a La Virgen y San Juan,
otra de San Juan, a Santa Elena10, a San Juan el Verde, a San Chistoval,

9. A partir del siglo xvi, las autoridades vieron con preocupación la delincuencia, la
mendicidad y la prostitución de las mujeres y esto dio como resultado la creación
tanto en España como en las colonias de lugares de reclusión de mujeres o la «casa
de recogida para mujeres arrepentidas, cuyos fines eran esencialmente los de servir
como correccional o reformatorio de aquellas que habían tenido en la vida pocas
oportunidades, dedicándose por ello especialmente a la prostitución o a la mendi-
cidad. En dichos centros se pretendía regenerar y recuperar para la sociedad a estas
mujeres por medio del trabajo y la oración, con una férrea disciplina. No existie-
ron, sin embargo, criterios fijos que delimitaran la clase de ellas que en aquellos
centros habrían de admitirse, variando, pues, de unas fundaciones a otras» (Pérez
Baltasar 1985: 13-14).
10. La oración a santa Elena es mencionada por Caro Baroja en su estudio sobre el
caso de D.ª Antonia de Acosta Mexía donde explicita que se emplea para una mu-
jer cuyos amores son frustrados, de acuerdo con el autor: «A veces la afligida era
una mujer que se sentía ya deshonrada, como Francisca de Torres, amante engaña-
da del licenciado León, en cuyo caso la hechicera empleó la larguísima “oración”,
LAS PALABRAS ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO 211

a Sancta Marta, a San Antonio de Padua, a Santa Verónica, al “Niño


perdido”, a San Pedro».11 Además escucha las oraciones al «a el escudo
san Jorje» y «a la capa de Abraam».
Comencemos con los seres sobrenaturales ubicados en el cielo, el
primer texto que recuerda la denunciante es un conjuro de tipo breve
dedicado a las llagas de Cristo que dice:

Llagas abiertas, coral compartido,


Virgen de las Angustias,
otórgame esto que os pido
(Flores, Masera et alii, 2010: 2)12.

Además, añade Seferina, que este debía decirse «coxiendo dos


palmas, en cada mano la suia, y poniendo las manos sobre las rodi-
llas» y señala que «Y si avía de suseder lo que pedían, se cuesaban
las dichas palmas». El texto es complementado por el gesto donde se
puede observar la respuesta a la petición de acuerdo con las posicio-
nes de las palmas.

clásica también en el saber brujeril» (Caro Baroja 1992: II, 116). Asimismo, esta
oración es realizada por un hombre para poder ver en sueños el resultado, como
en el proceso de Amador Velasco en 1576: «y rezó la oración de Santa Elena para
que se le revelase en sueños el resultado» (Caro Baroja 1992: I, 309). La oración
canónica de santa Elena aparece en un pliego del editor Vanegas Arroyo de 1908:
«Alabada seas Elena / cantemos con gran fervor/ mitiga pues nuestra pena/ y
nuestro amargo dolor// Alabamos con anhelo/ tu virtudes y tu amor/ por eso
ganaste el cielo/ y el cariño del Señor. // Hoy con fervoroso acento / tus virtudes
ensalzamos/ y con anhelo y contento / tu santo nombre invocamos// Con gloria
al cielo subiste/ por el infinito amor / que con el alma tuviste / al Divino Reden-
tor//Oh gloriosa Santa Elena/ quítanos las aflicciones/ y que siempre en gracia
plena/ estén nuestros corazones.// Alabada seas Elena/ cantemos con devoción/
y en mis conflictos y penas/ válgame tu intercesión» (Base de datos Impresos Po-
pulares Iberoamericanos).
11. Ropper afirma que los conjuros «are narrative healing charms, consisting in a short
narrative, or narrative, describing (often apocryphal) episodes in the lives of Jesus
and the saints, followed by the magical formulas or conjuration. The historiola is
very much a micro-narrative, sometimes less than a sentence in length. It is this
section where Biblical characters or saints appear, often encountering or conducting
a dialogue with one another. David Frankfurter notes that historiolas “most often
are employed in healing spells (as opposed to love or curse spells)” and suggests this
may be because illness “require[s] more dramatic invocations of divine power than
[are] possible with mere directives, prayers or commands» (2005: 91).
12. Véanse las supervivencias en oraciones portuguesas en Flores, Masera et alii (2010: 60).
212 MARIANA MASERA

La segunda oración que menciona, que puede considerarse por su


forma como un conjuro es dedicado a los Tres Reyes Santos. Este se
caracteriza por tener una enumeración caótica y una historiola, ade-
más de la petición:

Dios os salve Reies Sanctos,


sanctos y bienabenturados,
de el Espíritu Santo juistis alumbrados;
de la estrella santa, juistis guiados;
a Jesús de Nazaret, juistis a buscar;
dentro en Belém, le juistis a hallar;
tres dones le juistis a llebar:
oro, insiensio y mirra.
Así como esto es verdad,
me otorguéis esto
que os quiero pedir y demandar
(Flores, Masera et alii 2010:
«Llagas abiertas, coral compartido», 3).

Después de registrar la oración, añade el escribano, «Y que esta


oraçión hizo esta delatora porque se biera fuera de un pleito que trata
de dirimir el matrimonio con el dicho su marido. Y la resó nuebe días
[...], porque así diçen que se a de haser»13.
La cuarta oración, también asociada con los seres celestiales se
realizaba ante un Cristo, pero Serafina no se acuerda del texto, solo
puede recordar los gestos asociados: «acabando de comer, la hizo
incada de rodillas con una candela ensendida. Y que la dicha oraçión
es de rodillas y un credo en pie. Y que ansí como acabasse, saliera allá
fuera a ver lo que oýa y no se acuerda de lo que oyó» (Flores, Masera
et alii 2010: 85).

13. Este conjuro denominado de la estrella, como he mencionado en otra parte, apare-
ce en Tirant Lo Blanc [...] «en la nit, la primera stela que veuràs, agenolla’t en terra,
e diràs tres paternostres e tres avemaries en reverència deis tres reys d’Orient, que.
ls placía voler-te recaptar gracia ab lo gloriós Déu Jesús e ab la sua sacratíssima
Mare, que així com ells foren guiats e guardats, anant vetlant, dormint e estant, de
les mans del rey Herodes, que.ls placía voler-te recaptar gracia que sies liberada
de vergonya e infamia, e que totes les tues coses sien prosperades e aumentadas en
tôt bé. E sies certa que obtendràs tot lo que vulles. E no.m torbes de ma devoció»
(cap. 260 apud Beltrán 2001: 417; Cfr. Flores, Masera et alii: 2010: 60).
LAS PALABRAS ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO 213

Más adelante, la quinta oración es a tres entes que son el crucifijo,


la Virgen y san Juan. En esta se puede apreciar la minuciosidad de los
gestos que comprendía, así como a la hora que se había rezado:

La quinta es ante otro crucifijo y Nuestra Señora y san Juan, que esta
delatora a vido resar esta oraçión a unas mugeres (que no la resó por ella
y no se acuerda quién eran), con tres pedasielos de candelilla. Y que si
quedabam todos los tres pedasos: en uno asia Nuestra Señora, y el otro
asia nuestro Señor y el otro asia san Juan (la cual oraçión resaban con tres
belas ensendidas) y que estos pedasos se ensendían y se ponían cada uno a
los pies de nuestro Señor y nuestra Señora y san Juan. Y que si se acababa
el que estaba a los pies de Nuestra Señora, berían lo que le pedían aunque
tarde; y si se quedaba en la de nuestro Señor, que sería tarde o nunca; y que
no se acuerda de la oraçión que era, más de que le parese resó esta delatora
credos y salbes, y que resó esta oraçión de rodillas a las dies del día, con
ella, la dicha Agustina Garçía (Flores, Masera et alii 2010: 82).

Durante las sesiones de las mujeres entre cuyos fines se hallaban


los problemas eróticos no podía faltar un conjuro a san Antonio de
Padua, que es el santo patrón de Portugal y es muy conocido como
el «santo de los milagros». Este conjuro es del tipo que contiene una
«historiola» donde para dar más potencia al rezo se cuenta parte de
la historia del santo –verdadera o falsa–, existe un diálogo que se ma-
nifiesta en discurso directo y finalmente la fórmula petitoria. Todas
estas características son compartidas por un gran grupo de conjuros
asociados a la religión cristiana (Puig 2013).

Bien abenturado San Antonio de Padua14,


en Padua nasistis,
en Portugal fuistes criado,
a el estudio andubistis,

14. La versión que más se parece a la que hemos registrado esta recogida por Rodríguez
Marín: «San Antonio de Padua, / que en Padua nacistes, / en Portugal te criastes,
/ en el púrpito donde Dios predicó predicastes. / Estando predicando el sermón
/ te bino un angel con la embajá / que a tu padre lo iban a’justiciá. / Por él fistes,
/ el brebiario perdistes, / la Birgen te se presentó, / tres dones te dio. / -Antonio,
Antonio, Antonio, / buélbete atrás, / qu’el brebiario tú lo hayarás. / Lo olbidado
será recordao, / lo perdío hayao, / lo ausente presente. / Santo mío, / que aparezca
lo perdío» (2005: n.º 1057). Ahí mismo se pueden consultar más versiones. Juan
Rodríguez Pastor (1996) ha compilado numerosas oraciones sobre san Antonio.
Véanse también mis trabajos Flores, Masera et alii (2010) y Masera (2012).
214 MARIANA MASERA

para predicador aprendistis,


el primero sermón que hisistis
se os fue revelado que
a buestro padre llebavan a orcar .
Del púlpito baxastes y a Padua bolbistis,
de la orca y falso testimonio buestro padre librastis,
y a la buelta que bolbistis
buestro sancto breviario perdistis.
Al Verbo divino lo halló,
tres boses os dio:
«Hijo Antón, hijo Antón, hijo Antón,
bes aquí tu breviario,
que en él estoy sentado
y en tu corasón sellado».
Ansí como esto es verdad,
me otorguéis esto que os pido
(Flores, Masera, et alii 2010: 83).

La oración la dijo Serafina nueve veces y menciona «la resó esta


delatora nuebe beses. Y que le parese era incada de rodillas, a prima
noche». En esta versión no sabemos si se refiere al santo para encon-
trar objetos perdidos o para ayudarla en algún otro trance.
En la actualidad existen numerosas oraciones a san Antonio de Pa-
dua en las diferentes regiones panhispánicas y portuguesas, por ejem-
plo se puede mencionar aquellas que se rezan a la medianoche para
que el santo obre algún milagro:

Antonio, Antonio de Padua,


que en Portugal naciste
en Lisboa te criaste,
donde predicó nuestro Señor Jesucristo predicaste;
estando predicando, una voz del cielo oíste:
«Antonio, que a tu padre lo van a ahorcar».
Del púlpito te elevaste,
el santo breviario perdiste,
otra voz del cielo oíste:
«Antonio, vuélvete atrás
y el santo breviario encontrarás».
Tres dones el Señor te dio:
encontrar lo perdido,
LAS PALABRAS ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO 215

acercar lo lejano
y librar al preso.
Por este mérito,
santo mío, te suplico
me concedas lo que te pido.
Señas te pido,
señas me darás:
puertas abrir y cerrar,
niños llorar,
gallos cantar,
perros ladrar,
hombres con candela para arriba y para abajo pasar.
Estas señas son garantías de la concesión
(Nogales 1907: 145-167; apud Rodríguez Pastor 1996).

Otro aspecto del santo que es muy socorrido es su virtud para


encontrar maridos. Sobre este aspecto también hay numerosas ora-
ciones, coplas, y cantares que perviven en la tradición panhispánica
con tonos diversos15. En México, por ejemplo, en la imprenta popu-
lar Vanegas Arroyo, en el siglo xix existen pliegos de las oraciones
al santo de carácter más culto y textos de carácter burlesco en las
hojas volantes donde se puede apreciar esta referencia al santo como
casamentero. Estas son unas décimas burlescas de las cuales solo cito
un fragmento:

San Antonio bendito


Yo te suplico llorando
Que me des buen esposo
Porque ya me estoy pasando

San Antonio bendecido,


Santo de mi devoción
Por tu santa intercesión
Dame, por dios un marido.

15. Algunas de las coplas que aparecen sobre el tema de San Antonio como casamen-
tero son las siguientes: «San Antonio bendito, / tres cosas te pido: / salud, suerte/
y un buen marido» ; «¡San Antonio bendito! / Tres cosas te pido:/ salvación y
dinero / y un buen marido./–Ya te lo he dado / jugador de cartas/ y enamorado»
(Rodríguez Padrón 1996: 87).
216 MARIANA MASERA

Sea viejo, manco o tullido


Que me quiera en todo caso
Y si no un soldado raso
O un recluta de cuartel;
Para casarme con él
¡que me paso! Que me paso!
(Hoja volante, Vanegas Arroyo, Base de datos
Impresos Populares Iberoamericanos).

Otro texto recitado por Serafina es la oración a la «santa Berónica»,


que es de carácter nocturno:

Berónica, sancta y digna,


que a las tinieblas diste luz,
consuela mi ánima triste
por las tres caídas que diste,
llebando a cuestas la cruz16.

Una oración que se niega a aprender Serafina es una dedicada a santa


Elena cuyo fin era obtener el amor de un hombre que no fuera el marido:

Y la dicha Agustina García le dijo a esta delatora que no la avía de


resar por su marido, sino por otro hombre, si lo tenía, que bería cómo se
acordaba della. Y no la quiso resar. Y que la sancta Elena le avía de dar al
hombre en el corazón con un clabo, y que la dicha Agustina García la avía
resado por un hombre que ella tenía (Flores, Masera et alii 2010: 82).

El recuerdo de Serafina sobre que la santa le «daría a un hombre


con un clavo» nos permite identificar esta oración con una que se reza
actualmente «para atraer al amor deseado»:

Santa Elena, Reina fuiste


Y al calvario llegaste,
Tres clavos trajiste,

16. Esta oración, de carácter nocturno y tradicional, sobrevive en otra versión en Lo-
grosán (Cáceres): «Verónica santa y divina, / rostro de mi redentor, / pintada de
un paño de lino / que relumbra más que el sol, / más que el sol y las estrellas. /
Quien esta oración dijera tres veces al acostar, / verá la Virgen María / tres veces al
expirar» (Pedrosa 1992: 159).
LAS PALABRAS ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO 217

Uno lo tiraste al mar,


El otro se lo clavaste a tu hijo,
El que te queda no te lo pido dado
Sino prestado para clavárselo
a (decir nombre de la persona amada)
Para que venga a mí, amante y cariñoso,
Fiel como un perro,
Manso como un cordero,
Caliente como un chivato,
Que venga, que venga,
Que nadie lo detenga.
Ven, Ven, Ven.
Yo soy la única persona que te llama
Ven, Ven, Ven17.

En el corpus de Serafina se integran también dos oraciones a san


Juan. La primera «la resan nuebe noches, a las onse de la noche, in-
cados de rodillas con candelas o sin ellas». Además, continúa que «en
acabándola de resar, echaba la dicha Teresa de la Paz unos huebos en
agua puniéndose en una bentana. Y deçía la susodicha a esta delatora
que señalara lo que le pedía». El texto es el siguiente:

Dios te salbe San Juan bendito,


antes sancto, que a çido
gran propheta esclareçido,
de mi Dios gran pregonero,
tu me seas mi medianero
deste don que a mi Dios pido
(Flores, Masera et alii 2010: 82).

La suerte del huevo fue muy común en todo el territorio peninsu-


lar y las colonias entre las diferentes castas, como se aprecia en algunos
casos de la Inquisición españoles18:

17. La referencia corresponde a un sitio donde se han incluido las oraciones impresas
que se venden en diferentes lugares <http://oracionesmagicasypoderosa.blogspot.
mx/2015/02/oracion-milagrosa-santa-elena-para.html> (consultado: 18 de mayo de 2017).
18. Se considera muy común hoy en la tradición panhispánica. Esta consistía en: «Se echa-
ba el huevo en un vaso con agua y por la mañana, según la figura que aparecía, se
adivinaban hechos futuros», como había señalado en 1623 Juana de Aguilera, quien
218 MARIANA MASERA

Los deseos de las jóvenes por encontrar marido y saber cómo iba a ser se
desbordaban en esa noche. Por lo general, se utilizaba un huevo, con el que
se realizaban diferentes prácticas. Por ejemplo, en Madrid compían un huevo
de gallina en una escudilla repleta de agua y según la forma que tomase al
juntarse con el líquido deducían el oficio que tenía.[…] En tierras de Cuenca,
extensibles a gran parte de Castilla, también se echaba un huevo en un orinal
y se tapaba. En un altar casero, previamente preparado, se colocaba junto con
dos velas y la pretendiente a boda se hincabade rodillas y comenzaba a rezar
hasta que las velas se apagasen. Inmediatamente se asomaba a la ventana y
allí permanecía hasta que veía pasar un bulto, tras lo cual se acostaba. Al día
siguiente, tan pronto se ponía el sol se exponía el orinal a sus rayos y en él se
veñia el sujeto con que iba a casarse (Blázquez Miguel 1989: 166-167).

San Juan el Verde es otra oración mencionada por Seferina y de la


que solo recuerda un fragmento, se asocia con numerosas cancioncitas
de los siglos xv a xvii. El ritual, como la anterior, se asocia con la reve-
lación entre sueños de lo que hubiera pedido.

Y que también le enseñó la dicha Teresa de Paz a Agustina Garçía otra


oraçión de san Juan El verde se acuerda, pero se acuerda que le deçía que
entre sueños le revelara lo que avía de suceder, y que se acuerda de algunas
palabras que la oraçión deçía, que son: «En aguas claras y en flores, y que
si no le avía de otorgar lo que le pedía, se lo revelara, en campos secos y en
aguas turbias» (Flores, Masera et alii 2010: 82).

«San Juan el Verde» también aparece recogido en el Corpus de la an-


tigua lírica popular hispánica siglo xv a xvii de Margit Frenk, en cancion-
citas tomadas del teatro o de los refraneros19. Por ejemplo, en el Auto da
Festa de Gil Vicente, siglo xvi, los personajes «Cantam esta cantiga»:

«lo había hecho la noche de San Juan con otras monjas» (Splendiani 1997: II, 75).
19. No podemos dejar de mencionar un ensalmo novohispano dicho por un hombre
para curar las mordidas de los perros: «Y dijo llamarse don Bartolomé Antonio
de Arjona, natural de la ciudad de Lucena, en los reynos de españa, y vezino
de la de Salvatierra, de estado casado con María Ruiz de la Vega, española, de
edad de cinquenta y ocho años. Y dijo que, haviéndose ido a confesar el día de
ayer al colegio de San Pedro y San Pablo para ganar el jubileo de la Puríssima,
y comunicado a su confesor un ensalmo con que solía ensalmar a los heridos
y mordidos de perros, éste le dijo volviese a las dos de la tarde con lo qual, el
declarante vino a presentarse a este santo ofizio para salir de una vez de dudas.
Y que, después que oyó los edictos de este tribunal, nunca a usado de dicho
ensalmo. Y que el ensalmo de que usaba era este: ‘En el nombre de la Santíssima
Trinidad (haziendo la cruz), Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas distintas
LAS PALABRAS ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO 219

San Ju[an] Verde passó por aquí:


¡quán garridico lo vi venir!
(NC 1240 A)20.

Todavía hoy la mención a «San Juan el Verde» se registra en las


cancioncitas que se cantan en el Corpus Christi en Llanes (España):

Corpus Christi dímelo


San Juan el Verde, ¿dónde quedó?

Como es santi tan querido,


San Juan el Verde, ¿dónde quedó?
con la gracia precedido,
San Juan el Verde, ¿dónde quedó?
Corpus Christi, dímelo
(Piñero 1998).

Hasta aquí hemos citado tan solo una parte del corpus que apren-
dió Serafina durante su estancia en las Recogidas. En este encontramos
oraciones, conjuros que son aprendidas con sus rituales: cuándo, cómo

y un solo Dios verdadero. De tal manera que Dios Padre es Dios, el Hijo es
Dios y el Espíritu Santo es Dios, y con todo lo [cual] no son tres dioses sino un
solo Dios verdadero. Y haziendo la señal de la cruz tres vezes, dezía: “Ponga
la Virgen santíssima primero su santíssima mano que yo la mía. Y después,
haziendo la señal de la cruz, también dezía: Dos ángeles iban por un camino,
a Jesucristo encontraron y les dijo Jesucristo: –¿Dónde vais, ángeles míos? –
Señor, a buscar yerbas para las heridas curar. Y les dijo Jesucristo: –Volveos,
ángeles míos, que curaréis y ensalmaréis con las palabras de mi ensalmo”. Y así
como esto es verdad, Fulano (diziendo el nombre de la criatura), se te ataje la
sangre o te se quite tu mal, en nombre de la Santíssima Trinidad (Repitiendo
esto tres vezes)» (Flores, Masera et alii 2010: 205). El formato de este ensalmo
es común y en Inglaterra han sido recogidos por Johnatan Roper: «Although
the narrative is brief, it has space enough to name the characters and, often,
their location, to describe the illness that the sufferer has an how it was
overcome» (Roper 2005: 91).
20. Otras versiones de esta oración que aparecen en el Nuevo Corpus son: «Y en el
Auto do inverno los personajes “ataviados en folia, dizendo esta cantiga”: Quem
diz que nam hé este/ sam Joam o Verde?» (NC 1239 A). En Lope de Vega la en-
contramos en la obra Santiago el Verde: «¿Quién dice que no es éste / Santiago el
Verde?» (NC 1239 B). En Núñez, Orozco y Correas hallamos versiones de esta
cancioncita: «–¿Sant Juan el Verde passó por aquí? / –Más ha de un año que nunca
le vi» (NC 1240 B).
220 MARIANA MASERA

y para qué deben ser dichas. Estos textos y paratextos que se asocian
con el amor, los objetos perdidos, la necesidad de saber el futuro nos
muestran formas de discursos orales y oralizados que son comunes a
la gente, formas de aprender y aprehender, cuyos contenidos forman
parte de un imaginario que trasciende los siglos.
Otras oraciones celestiales son las dedicadas al «gran poder de Dios
y a la Purificación de la Virgen María» que pronuncia la mulata Do-
minga, denunciada ante el Santo Oficio también por una muchacha
española de 20 años, a quien entre otras cosas le había enseñado unas
oraciones «para que quando una perssona estuviesse enojada con otra,
en diciendo dicha oración, se le quitase el enojo»:

El gran poder de Dios


y la purificación
de la siempre Virgen María,
y la Santísima Trinidad
una y conforme
su voluntad con la mía21.

Volvelde el coraçón en bien,


Jesuchristo de piedad,
pues sois verdadero Dios
y Santísima Trinidad.

21. Algunas versiones de esta oración aparecen compiladas en varios sitios. Citaré
dos ejemplos. La primera en prosa: «El Gran Poder de Dios me valga la fortaleza
de la fe de Jesucristo, me acompañe. La purificación es conmigo. El consistorio
de la santísima trinidad quebrante la fortaleza de mis enemigos, para que no me
hagan más ni a mí ni a todo nosotros ni a mis bienhechores, Jesucristo redentor,
que al mundo desde la cruz venciste. Vence a mis enemigos por la muerte que
tuviste amen» <http://orandoadios.jimdo.com/inicio/invocación-al-gran-poder-
de-dios/> (consultado: 15 de diciembre de 2016). Una versión de esta oración en
verso sugiere que se rece «cuando se ha perdido todo y hay que volver a empezar:
Que el Gran Poder de Dios me valga, / me acompañe su gran fuerza / y la fe que
necdsito para creer, / cuando todo está perdido / y es necesario volver a empezar. /
Que el Gran Poder de Dios me valga / la Virgen María y el patriarca San José. // El
Gran Poder de Dios me valga, / la fortaleza de fe, me acompañe, / la purificación
sea conmigo, / para que todo lo malo se acabe, / y yo vuelva a renacer. // Que me
de salud, fortaleza y paciencia, / y que yo con mi trabajo, / me pueda recuperar
/ de todo lo que he perdido / y volver a tener paz. / Jesús y la Santa Cruz vayan
delate de mí,/ abriéndome los caminos, para que aparten todos los males/ que ven-
gan en contra de mí» <http://oracionesyconjurosdinero.blogspot.mx/2015/07/
oracion-al-gran-poder-de-dios-para.html> (consultado: 15 de diciembre de 2016).
LAS PALABRAS ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO 221

El gran poder de Dios te tenga,


la Santísima Trinidad te presenta,
el Espiritu Santo me defienda.

En el purgatorio22

Serafina aprendió también oraciones de seres del purgatorio, como


es la del «Alma sola», que aunque no la cita era muy difundida. De
acuerdo a lo registrado esta se debe decir «todos los días, treinta y tres
credos depositados en el costado de Christo. Y la dicha Theresa de
Pas le conjuraba esta oración, poniéndose en una ventana entre onse y
dose de la noche». Aunque en este caso no tenemos el texto podemos
pensar que se parecería mucho al siguiente conjuro que aparece en un
proceso del mismo año 1617, pero acontece en la Ciudad México, cuya
estructura repetitiva y paralelística recuerda a los conjuros más breves:

¡Ánima, ánima, ánima!


Traédme a Garci Pérez.
¡Luego, luego, luego!
Que no tenga quietud ni reposo
Hasta que venga.
Que no tenga quietud ni reposo
Hasta que venga.
Que no duram ni coma ni tenga reposso
Hasta que venga a verse conmigo.
¡Presto, presto, presto!
(Campos 2005: 28).

En la oración se pide también el desasosiego del ser amado, estado


que se incluye en las penas del infierno y que es muy común entre las
peticiones de los conjuros (véase más adelante).

22. Sobre la creencia en el purgatorio en la Nueva España, como indica Gisela Von
Wobeser: «Un segundo periodo de mayor duración empieza en 1585 y concluye
hacia 1700 con la subida al trono de los Borbones. […] En este periodo se comien-
za a propagar la existencia del purgatorio, a raíz de las resoluciones del Concilio
de Trento, puestas en práctica por el Tercer Concilio Provincial Mexicano, cele-
brado en 1585» (2015: 8).
222 MARIANA MASERA

Las representaciones de las almas variaban de acuerdo en qué lugar


del más allá se encontraran. A las del purgatorio y del infierno se las
pintaba desnudas: mientras que a las primeras se les tapaban los geni-
tales, a la segunda se las pintaba desnudas completamente; en contraste
las almas del paraíso iban vestidas (Von Wobeser 2015: 19). La devo-
ción fue muy popular en la Nueva España: «Con el tiempo la devoción
a las ánimas del purgatorio se convirtió en una de las más populares de
Nueva España. Aparte de creer que ayudaban a las ánimas, les atribu-
yeron milagros como curar enfermos, prevenir enfermedades, detener
a soldados enemigos y proveer de dinero a sacerdotes necesitados»
(Von Wobeser 2015: 105).
Una imagen muy socorrida de las ánimas purgantes era la que las
mostraba saliendo de entre las llamas. La persistencia de esta devoción
la podemos comprobar en los impresos de Vanegas Arroyo, donde se
conserva la misma iconografía.

En el infierno

El infierno es otro de los espacios que suministra a los seres sobre-


naturales, como en el caso de Mónica Cruz, una mulata de oficio ta-
malera, quien fue acusada en Puebla de ser «maestra en hacer y dar
hechizos», como se aprecia en la siguiente acusación:

El licenciado thomás lópez de herrenchun, secretario de este Santo Ofi-


cio y al presente hago oficio de fiscal dél, en la mejor forma que aya lugar
en derecho, premisas sus solemnidades, acusso criminalmente a Mónica de
la cruz, mulata o castiza, soltera, vecina de la ciudad de la Puebla de los Án-
geles, residente en la ciudad de Cholula, de oficio tamalera, pressa en las
cárçeles secretas de este Santo oficio, que está presente. […] siendo como la
susodicha es famossa hechizera, ussado de yerbas, sahumerios supersticio-
nes y otros embustes, diciendo ciertas palabras, y comunicando a otras per-
sonas que savían y ussaban de las cossas referidas, procurando con semejante
engaño sacar y robar dineros o cossa que lo valiesse, teniendo como tendría
(según es de presumir) pacto expresso con el demonio, cometiendo otros
muchos delictos de que en general la acusso (Flores, Masera et alii 2010: 105).

La mulata Mónica entre las múltiples actividades, utiliza el conjuro


de Marta, donde se pide ayuda a seres malignos «como el compadre»,
nombre que se da al demonio, y el diablo cojuelo:
LAS PALABRAS ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO 223

[…] desseosa de saber si cierto hombre quien por mal fin comunicaba esta
muger, y para saber si la quería o no, y en orden, assismimo, a tener ventu-
ra y dinero, dixo y refirió la dicha Mónica, las palabras y oración siguiente,
usando de ella y refiriéndola en muchas ocaciones, no sólo para los fines
dichos, sino también para otras de que ésta trataba, y es como sigue:

Marta Martilla23,
señor Compadre y la Comadre
me ymbíe dineros,
y al hombre que quisiere bien.
Y para ver si es verdad,
Y el diablo cojuelo hará esto por mí.

Las quales palabras no sólo decía la Mónica, como está dicho, sino
también la oía decir a cierta persona, como con efecto se la oyó en muchas
ocasiones (Flores, Masera et alii 2010: 49-50).

En este caso se aprecia en la acusación muy detallada todas las en-


señanzas que realizaba Mónica a diferentes usuarios que podían con-
sistir en la realización de amuletos, en decir conjuros o participar, de
acuerdo con el inquisidor, en celebraciones con el demonio. Un caudal
muy variado y que revela que la acusada era una activa «especialista»
que intervenía en numerosas situaciones donde podía explayar su co-
nocimiento a los beneficiarios.
Las preocupaciones sobre el poder dominar al sexo opuesto para el
beneficio propio también era frecuente en los hombres, como pode-
mos ver en el conjuro registrado en Chinameca, en El Salvador (1801),
«para rendir a las mujeres» [sic] que aprendió Pedro Trinidad Crespo
de otro hombre llamado José:

[…] y allí […] un tal José, de edad como de cuarenta años y de quien
ignora el apellido, le propuso enseñarle varias oraciones para rendir las
mugeres, de las quales, por menos mala, aprendió la siguiente, llena de
blasfemias24.

23. Véase para las oraciones y conjuros de santa Marta los trabajos de Noemí Que-
zada (1973 y 1974), y de Araceli Campos Moreno (1999), en donde se aprecia la
popularidad que tuvieron en Nueva España.
24. Este texto pertenece al Cancionero popular novohispano que realizamos Mariana
Masera, Caterina Camastra y Anastasia Krutitskaya y que está en prensa.
224 MARIANA MASERA

Este conjuro es totalmente infernal por las imágenes y estados que


describe. Por una parte, se pide que el ser amado no tenga sosiego, que
era una de las penas del infierno, como señala Gisela Von Wobeser
(2015: 125)25. Además, la ayuda solicitada no solo es al mismo diablo,
sino a las legiones de los demonios, que son también personajes que
pueblan el imaginario del infierno26:

Aborresco a Dios y amo al Diablo,


quiero al Diablo y olvido a Dios.
Todas las legiones de demonios,
ayúdenme a vencer este imposible.
¡O signo, o vara alta!
Pues heres yerva de guachichino,
pues heres yerva de granada,
pues heres yerva de maraya
ayúdame con siete legiones de demonios y Lucifer,
pues heres yerva encantada,
de polvos de yervas encantadoras
que se encante el corazón de esta muger.
¡Hea!, siete legiones de demonios aquí conmigo,
ayúdenme a vencer el corazón de esta muger
para que quando esta muger hile
no se acuerde de hilar por acordarse de mí,
para que quando esta muger coma
se olvide de la comida y que se acuerde de mí,
para que acostada no duerma por acordarse [de] mí.
¡Hea!, siete legiones de demonios con Lucifer, júntense aquí
y ayúdenme a vencer el corazón de esta muger,
para que en qualquier hora que se levante o ande
no se acuerde de otra cosa por acordarse de mí,

25. Cecilia López Ridaura, en su comunicación en Lyra Minima VIII, en Urueña, en


2016, ha mostrado que es un rasgo característico de un grupo de conjuros amorosos.
26. De acuerdo con Gisella Von Wobeser: «Los demonios, en plural, funcionaban
como sus secuaces y actuaban bajo sus órdenes. A ellos se les atribuía hacer malda-
des en la tierra, influir negativamente en la naturaleza, tentar a los hombres, llevar
las almas de los caídos hacia el infierno y aplicar las penas a los condenados. Se
creía que eran numerosísimos y formaban legiones, semejantes a las de los ángeles,
pero mientras que los ángeles siempre eran inferiores a la deidad, los demonios
formaban parte esencial de lo demoniaco. Por eso cada uno de los demonios, a su
vez, encarnaba al Diablo» (2015: 133).
LAS PALABRAS ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO 225

por las siete legiones de demonios y Lucifer,


que andan siempre conmigo
para vencer quantos imposibles huviere.

La perduración de las legiones de demonios que persiguen a los


pecadores se preserva en el imaginario durante todo el siglo xix como
lo podemos ver en otra hoja volante de Vanegas Arroyo, donde una
legión de demonios persigue a un ebrio.
Los casos aquí expuestos demuestran la existencia de una forma de
compartir saberes complejos por medio de la palabra oral que tejían
profundas redes culturales, ya que involucraban lenguaje y gestos de
distintas procedencias, además de la recurrencia a elementos locales
para la realización de amuletos, y cuyos usuarios fueron todos los ha-
bitantes de la Nueva España, con mucha frecuencia las mujeres. Entre
los especialistas y los beneficiarios produjeron un susurro constante
que llenó todos los espacios y cuyo murmullo no pudieron dejar de
oír y tratar de frenar los inquisidores. Además construyeron un ima-
ginario más allá de las fronteras que pervivió durante siglos.
La permanencia de los conjuros y oraciones a través del tiempo nos
remite a una tradición:

[…] antiquísima y resistentísima-multisecular, multicultural, multilin-


güística– […] descubriendo que lo que alguna vez se consideró antagónico
–lo mágico y lo religioso– era en realidad complementario –o sea, mágico
religioso– y que lo que en algún tiempo se creyó que dividía y enfrentaba
–la no ortodoxa magia frente a la religión institucional–, podía con mucha
razón y con mucha más justicia haberse considerado como un patrimonio
que unía y acercaba, por encima de épocas, fronteras y tradiciones (Pe-
drosa 2000: 16)27.

27. La condena de Mónica de la Cruz fue la siguiente: «Haviendo visto el pro-


cesso y causa criminal tocante a Mónica de la Cruz, mestiza natural de la ciu-
dad de la Puebla de los Ángeles, soltera, y residente de la ciudad de Cholula,
en el obispado de la Puebla, pressa en las cárceles secretas, y en conformidad,
fueron de voto y parecer, saliesse en forma de penitente con una coroza e insignias
de hechicera en día festivo a la iglesia de Santo Domingo, de esta ciudad. [Y la
condenaron también a doscientos azotes, y a destierro perpetuo de la ciudad de
la Puebla de los Ángeles a “seis leguas en contorno”, y a tres años deservicio en el
hospital» (Flores, Masera et alii 2010).
226 MARIANA MASERA

Los habitantes de la Nueva España aprendieron las palabras espe-


ciales para hablar con los seres sobrenaturales que poblaron su imagi-
nario, así organizaron sus demandas entre el cielo y el infierno, como
sus propias esperanzas.

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Guatemala, 1706: el caso de
las dos brujas que se metían de noche en
el cuento de El sueño del tesoro
(ATU 1645A)1
José Manuel Pedrosa

Una joven denuncia como brujas a la mujer en cuya casa vivía,


y a su hermana en Guatemala, en 1706

Una noche, durmiendo en compañía de dicha Antonia de Santiago, sintió


ruido que dispertó a esta denunciante, por lo qual encendió candela y vio
durmiendo a dicha Antonia, voca arriva, y vió que el ruido lo hacía un
pájaro más grande que chumapipi2 o gallina de la tierra3, que a manera
de pavo, pero tenía este los pies amarillos. Y asustada de verle dispertar a
dicha Antonia, la halló muerta, y después vio que el dicho pájaro se entró
en la voca de dicha Antonia y no salió más. Pero dicha Antonia al instante
volvió en sí, y dixo a esta denunciante que para qué avía encendido cande-
la, y que no dixera nada.
De aí a unos días vino a dicho pueblo [...] su hermana Sebastiana Santia-
go, y las vio juntar muchas cáscaras de güevo, no sabe para qué y se entraron
las dos hermanas en un aposento, a quienes halló esta denunciante dormidas
voca arriba. Y estándolas viendo, vio venir dos pájaros: el ya dicho y otro de
la mesma especie, pero el pico de oro, y entró uno en cada una, y disperta-
ron diciendo a esta denunciante que no era nada y que no lo dixese a nadie.
Antes de ver estos pájaros, avía notado y visto esta denunciante que
amanecían junto a las camas de dichas mugeres, vestidos de raso y seda ya
hechos, cucharas de plata y de carei, y otras cosas, y no veía quién traía esto.

1. Agradezco su ayuda y orientación a José Luis Garrosa, Gerardo Fernández Juá-


rez, María Jaén, Sofía González y Davide Ermacora.
2. Chumapipi, chumpipe: «variante de Chompipe. Nombre con que se conoce, vul-
garmente, al guajolote o pavo común, en Centro América y hasta Chiapas y cier-
tos puntos del interior. Chumpipe comúnmente en Guatemala» (Mej.).
3. Gallina de la tierra: «pavo, guajolote».
230 JOSÉ MANUEL PEDROSA

Después de aver visto a dichos pájaros, atribuye a que ellos traerían


dichas cosas a dichas mugeres, las quales tienen cinco caxas y quatro escri-
torios llenos destas cosas, y que usan de dichos vestidos para ir a la iglesia.
Dize también que dichas personas son mugeres del mal vivir, y aunque
son casadas no hazen vida con sus maridos. Y que dicha Sebastiana está
casada con Manuel de Molina, español, de oficio platero, que está en esta
ciudad, y dicha Antonia está casada con Julián López, indio del pueblo de
Güegüetenango4.
Una y otra no hazen vida con dichos maridos, ya mucho tiempo que
están divididos. Y que esta es la verdad por juramento que tiene hecho;
que no le mueve pasión ni la voluntad, sino el descargo de su conciencia.
Encargada el secreto, en forma prometido, por no saber firmar, lo fir-
mó dicho comisario. Bachiller Pedro López de Ramales [rúbrica]5.

¿Qué rencores ocultos albergaría el corazón de la —suponemos


que— joven Simona de los Santos cuando formuló tan fantástica de-
nuncia contra Antonia de Santiago, en cuya casa guatemalteca estaba
recogida, y contra la hermana de esta, Sebastiana de Santiago? ¿Sería
alguna pariente menor y maltratada? ¿Alguna criada explotada y con
cuentas que saldar o que vengar? ¿Alguna novicia de burdel, si es ver-
dad lo que alega de que sus señoras eran «mugeres del mal vivir, y
aunque son casadas no hazen vida con sus maridos»?
No lo sabemos, aunque los indicios dan pábulo a cualquiera de
tales posibilidades. El texto de la denuncia es, por desgracia, breve
y escueto, con detalles fascinantes, pero que no alcanzan a saciar, ni
mucho menos, los interrogantes y la curiosidad que despiertan. Y el
expediente no tiene alegaciones ni apéndices que nos iluminen acerca
de todo lo que allí se dijo y sucedió. Lo que daríamos por conocer
las defensas y contraargumentos de las dos hermanas que fueron de-
nunciadas —a traición, porque el detalle de que a la denunciante le
estuviese permitido dormir en su dormitorio y contemplarlas durante
el sueño denotaba alguna familiaridad o confianza— por la persona
que vivía bajo su mismo techo. Y lo que daríamos por tener noticia,

4. La ciudad de Huehuetenango, cabecera del departamento del mismo nombre, en


el noroeste de Guatemala, fue fundada por Gonzalo de Alvarado en 1524, tras la
conquista de Zaculeu, la antigua capital de los mames.
5. «En Guatemala, en el año de 1706, Simona de los Santos denuncia a las hermanas
Santiago, dos hechiceras que criaron a la denunciante», en Relatos (2010: 198). El
documento forma parte del AGN, Inq., vol. 735, exp. 16, fols. 149r-151v. Véase
además «Hechos mágicos de las hermanas Santiago», en Catálogo 1992: n.º 2258.
GUATEMALA, 1706: EL CASO DE LAS DOS BRUJAS 231

de paso, de los razonamientos de la sentencia que se verían obligados


a pronunciar los tribunos de la Inquisición novohispana.
¿Sería posible que los miembros de aquella institución diesen una
respuesta racional a una denuncia de aspecto tan irracional como aque-
lla? Sabemos que, en los inicios del siglo xviii en que se dio el caso, las
sentencias en las causas por brujería de los inquisidores hispanos y no-
vohispanos se hallaban regidas, en grado creciente, por el escepticismo
y por la voluntad de refutación de las creencias en brujas. En especial
cuando las delaciones eran tan imaginativas y los delitos tan inciertos
como los que fueron reprochados en este caso. Lo más probable es
que la causa abierta contra las hermanas de Santiago quedase rápida y
contundentemente archivada, y que fuese la entrometida y malévola
Simona la parte perdedora del juicio y, a buen seguro, del techo bajo el
que hasta entonces había vivido.
Pecaríamos, en cualquier caso, de ingenuos o de desinformados si
aceptásemos que la denuncia de Simona de Santiago fue un discurso
irracional o inventado o arbitrario. Nada más lejos de eso. Sus alegatos
contra las hermanas Antonia y Sebastiana de Santiago no fueron más
que una trasposición —habilísima, cuidadísima— de un argumento
que resulta bien conocido para muchos folcloristas y para muchos his-
toriadores y críticos de la literatura. Y quién sabe si no les resultaría
familiar también a los inquisidores que se vieron obligados a atender
a él, puesto que de algún sitio —del medio ambiente oral, seguramen-
te— tenía que haberlo sacado ella.
Denunciar que, mientras dormían y se quedaban como muertas, a
las dos hermanas les salían por la boca ciertas aves que se perdían en la
noche, y que volvían a entrar en sus cuerpos al punto del despertar, y
que gracias a la acción de tales animalitos gozaban ellas de «vestidos de
raso y seda ya hechos, cucharas de plata y de carei, y otras cosas» que
tienen en «cinco caxas y quatro escritorios llenos destas cosas, y que
usan de dichos vestidos para ir a la iglesia» —detalles sabrosísimos, si
creemos en la posibilidad de que fuesen prostitutas—, era, lisa y llana-
mente, reciclar el viejísimo e internacional cuento del durmiente por
cuya boca o nariz sale, durante el sueño, alguna bestezuela —mosca,
abeja, mariposa, serpiente, lagarto, etc.— que en su deambular noctur-
no se topa con un tesoro cuya localización es desvelada al durmiente
cuando el animal regresa a su cuerpo para que despierte y pueda apro-
piarse de tales riquezas.
232 JOSÉ MANUEL PEDROSA

En la versión más antigua que del cuento conocemos, la latina que


fue resumida por Pablo Diácono antes del año 795, el durmiente era
Guntram o Gontrán (ca. 528-592), rey y santo de los burgundios.
Por eso se ha dado muchas veces al cuento el título de Leyenda de
Guntram, Cuento de Guntram o Guntramsage; y el personaje que,
en aquella venerable versión, contemplaba al animalito —«de su boca
salió un pequeño animal con forma de reptil»— y descubría la exis-
tencia del tesoro era un escudero fiel e innominado. En la versión sor-
prendentemente rediviva en la Guatemala de 1706, por obra y gracia
de una criada verbalmente incontinente, las durmientes eran dos —las
presumibles prostitutas Antonia y Sebastiana de Santiago—, y quien
decía contemplar la salida y la entrada del animalito y constatar la exis-
tencia del tesoro era su escasamente leal pupila, Simona de los Santos.
¿Caben más sorprendentes analogías, y más expresivas oposiciones?
Excepcional arte de fabular, en fin, el de aquella joven Simona que
no tuvo el menor empacho en vestir a sus amas con el traje de per-
sonajes de cuento y en contar un relato maravilloso —muy poco ca-
muflado— ante los jueces de la Inquisición, recurriendo a todos los
actualizadores de persona, tiempo, espacio y escenario posibles, para
que todo aquel edificio narrativo tuviese visos de verosimilitud.
No sabemos qué es lo que el destino depararía a aquella inventora
y actriz portentosa, que si hubiese vivido en época y circunstancias
más amables, hubiese podido ser, quizás, autora ilustre de literatura
fantástica. Lo que sí sabemos es que a ella le debemos el conocimiento
de un relato de brujas que tiene, entre muchos otros, el mérito de ser
la primera versión documentada en América del cuento internacional
de La compra del sueño del tesoro (Dream of Treasure Bought, ATU
1645A) —enseguida desentrañaremos lo que eso significa—, y de ser
el precedente del genial narrador —chileno, puesto que el cuento solo
ha sido atestiguado, si nos ceñimos a América, en Guatemala y en Chi-
le— y de la rarísima versión que vamos enseguida a conocer.

Los cuentos del cantor

Santos Rubio (La Puntilla, Pirque, 4 de diciembre de 1938-San Juan,


Pirque, 24 de mayo de 2011) está considerado como uno de los mú-
sicos y poetas populares más importantes de los que ha habido en
GUATEMALA, 1706: EL CASO DE LAS DOS BRUJAS 233

Chile y en toda la América hispana. Vástago de una familia en la que


no escasearon, desde generaciones atrás, los grandes músicos herede-
ros y cultivadores de tradiciones inmemoriales (su hermano Alfonso
fue también notable payador), ciego desde poco después de nacer,
Santos Rubio fue un guitarronero excepcional, que conocía todos
los secretos del tradicional guitarrón chileno de veinticinco cuerdas
y cantaba con voz inimitable un repertorio riquísimo de versos a lo
divino y a lo humano.
Descolló, por otro lado, como músico de arpa, acordeón, guitarra
y más instrumentos. Fue, además, un cantor y payador inspiradísimo,
capaz de improvisar en décimas muy sofisticadas, y de mantener épi-
cos desafíos verbales, que duraban horas, con otros payadores. Sobre
todo en sus últimos años dedicó mucho tiempo a la pedagogía del fol-
clore y a formar a niños, jóvenes y músicos que acudían a beneficiarse
de su magisterio desde lugares diversos de su país.
Su arte, o sus varios artes, los aprendió en el seno del hogar, y en las
reuniones, velorios de angelitos, fiestas privadas y públicas, tabernas y
viajes que emprendía para cantar en un lugar o en otro. Sus maestros
los encontró en la conversación de los mayores y de los coetáneos,
más que en ninguna escuela formal; y en los pueblos y caminos más
que en las ciudades. Fue un juglar que vivió durante toda su vida de lo
que ganaba con un arte que prodigó ante auditorios casi siempre cam-
pesinos y humildes, al margen por lo general de los grandes escenarios.
No tuvo la enorme repercusión internacional que sonrió a su amiga
Violeta Parra, o que tuvieron sus también amigos Víctor Jara y Pedro
Yáñez, con quienes grabó el disco Cantos por travesura en 1973. Pero
de entre todos los músicos y poetas populares del Chile de su tiempo,
está considerado el que mejor recogió y transmitió las esencias de lo
popular. Su nombre se ha hecho mítico entre los amantes de la música,
la poesía y la cultura tradicional chilena.
Se conservan de él, por desgracia, no muchos documentos sonoros
y audiovisuales, aunque todos y cada uno de ellos tengan un valor
inmenso. Algunos pueden ser escuchados y contemplados en internet,
donde también es posible acceder a un reportaje de su emotivo fune-
ral, que convocó a cientos de payadores y músicos de todo el país.
Tuve el privilegio de conocer a Santos Rubio durante el Sexto
Encuentro-Festival Iberoamericano de la Décima y el Verso Im-
provisado que se celebró en Las Palmas de Gran Canaria entre los
234 JOSÉ MANUEL PEDROSA

días 6 y 11 de octubre de 1998, auspiciado por la Universidad de


aquella ciudad, bajo la experta dirección de Maximiano Trapero.
Aquel encuentro-festival fue, posiblemente, la ocasión en la que
más y mejores músicos y poetas improvisadores de toda la geogra-
fía hispánica, con el añadido de muchos estudiosos de ese arte, ha-
brán sido reunidos a lo largo de la historia. Sobre todos descollaba
el octogenario Jesús Orta Ruiz, el Indio Naborí, el mítico improvi-
sador cubano que se hallaba retirado desde hacía décadas, y al que
el festival rindió homenaje.
Se ha conservado, por fortuna, el registro sonoro de las sesiones
del festival que se desarrollaron en el Teatro Pérez Galdós de las
Palmas; y se ha publicado un libro de actas que recoge las ponencias
que un gran número de especialistas en poesía oral improvisada pro-
nunciaron en las jornadas de estudios que acompañaron al encuen-
tro-festival; ese volumen está acompañado por otro que edita una
antología de la transcripción de los versos improvisados que fueron
cantados en aquellos días. Las páginas de ambos volúmenes desgra-
nan el elenco y algunas de las intervenciones de los cantores y estu-
diosos que se congregaron en Las Palmas en aquellos días.
El caso es que tuve entonces la oportunidad de convivir —com-
partíamos hotel, restaurantes, excursiones, actuaciones y ocios, des-
de la mañana hasta a la noche— y de conversar largamente con San-
tos Rubio y con otros grandes improvisadores que por allí había. Y
pude grabar, en cintas de casete, algunas de nuestras conversaciones.
En ratos perdidos aproveché para registrar unas cuantas de sus na-
rraciones en prosa, pues enseguida me di cuenta de que el repertorio
de Santos no se limitaba, ni mucho menos, a los géneros en verso;
de ese modo pude preservar algunos de los cuentos, de rareza muy
excepcional, que retenía en su memoria.
Pude, por aquellos mismos días, registrar otra colección de cuen-
tos, realmente sensacional, que me comunicó la insigne improvisa-
dora cubana Tomasita Quiala. Del mismo modo, tuve la suerte de
grabar algunas de las ingeniosísimas improvisaciones en verso que
—con gran asombro de los camareros y de los comensales de las me-
sas vecinas— manaron a raudales durante las comidas y las cenas de
aquellos días, pues ningún momento era desaprovechado por aquella
insólita troupe de artistas de la palabra y de la música para desafiarse
en décimas.
GUATEMALA, 1706: EL CASO DE LAS DOS BRUJAS 235

Las grabaciones que hice de Santos Rubio, de Tomasita Quiala y


de otros tienen una calidad técnica bastante deficiente, pues fueron
registradas de manera muy informal, en cintas de casete, en ocasio-
nes improvisadas y en lugares casi siempre muy ruidosos, como el
salón del hotel en el que nos alojábamos, o las terrazas de diversos
bares. Su transcripción ha sido una labor, por eso, muy lenta y llena
de dificultades.
Cuando intentaban regresar a Chile, haciendo escala en Madrid,
Santos Rubio y otros dos grandes payadores chilenos en cuya com-
pañía él viajaba —Viviana Chávez y Santiago «Chago» Morales—
tuvieron problemas con su billete de avión, y salieron del apuro que-
dándose varios días —creo recordar que dos o tres— en mi casa de
Madrid. Allí pude grabar más cuentos y más cantos. Ahora, cuando
aquellos días quedan ya tan lejanos, me arrepiento de no haber apro-
vechado mejor la ocasión y de no haber grabado, cuando todo resul-
taba tan propicio, muchos más.
Tengo el propósito de dar a conocer, en una serie de trabajos, el
conjunto de los cuentos y de los cantos que me comunicó Santos
Rubio en aquellos días. Por el momento, ofrezco el adelanto de un
relato que se corresponde con el tipo cuentístico conocido como La
compra del sueño del tesoro (Dream of Treasure Bought), que tiene
el número ATU 1645A en el catálogo internacional de cuentos de
Uther. El mismo que Simona de los Santos recicló, en la Guatemala
de 1706, con el retorcido fin de denunciar como brujas a sus dos
amas, las hermanas Antonia y Sebastiana de Santiago. Las versiones
de este tipo de relato son rarísimas en la tradición oral panhispánica
e internacional, lo que empezará a dar la medida de la memoria y del
arte narrativo descomunales del artista chileno.
En el próximo de esa serie de artículos que proyecto transcribiré
y estudiaré una versión interesantísima, que lleva también la impron-
ta del arte verbal singularísimo de Santos Rubio, de un cuento que
tiene alguna relación con el que ahora estudio, por cuanto ambos
son muy raros en la tradición oral hispánica y abordan el viejísi-
mo tópico folclórico de la búsqueda de tesoros escondidos: será una
versión del relato conocido internacionalmente como Quienes en-
cuentran un tesoro se matan unos a otros (Treasure Finders Murder
One Another), titulado también a veces El tesoro fatal, que tiene el
número ATU 763 en el catálogo de Uther.
236 JOSÉ MANUEL PEDROSA

La compra del sueño del tesoro (ATU 165A):


la versión de Santos Rubio

El primero de los cuentos de Santos Rubio que voy a transcribir y estu-


diar es el que tiene el número ATU 1645A en el catálogo internacional
de cuentos de Uther. Uno de sus motivos folclóricos esenciales es el que
tiene los números E721 (Soul Journeys from the Body), E733 (Soul in
Form of Reptile) y E733.1 (Soul in Form of Serpent) en el índice de mo-
tivos de Thompson. El título que se le suele dar al tipo cuentístico ATU
1645A es Dream of Treasure Bought (La compra del sueño del tesoro),
pese a que, en mi opinión, el motivo de la compra del sueño es bastante
periférico y solo se da en una cantidad muy localizada de versiones. A
mí me parecería más adecuado un título del tipo de El alma sale del
cuerpo del durmiente y descubre un tesoro. El resumen que acompaña
al enunciado del tipo dentro del catálogo internacional de Uther es este.
La traducción es mía, igual que lo será la traducción de otros resúmenes:

ATU 1645A. La compra del sueño del tesoro. Un rey se queda dormido
debajo de un árbol. Un criado observa que un animal sale de su boca, va
hacia un arroyo e intenta cruzarlo. El criado coloca su espada atravesando
el arroyo, y el animal corre por encima y se mete en una abertura que hay
en la montaña. Después, el animal vuelve a meterse dentro de la boca del
rey durmiente.
El rey se despierta y cuenta que ha soñado que pasó por encima de un
arroyo sobre un puente de hierro, y que entró en una montaña y encontró
allí un gran tesoro. El criado le dice al rey lo que él observó. El rey explora
dentro de la montaña y descubre el gran tesoro, que dona a la iglesia.
En muchas variantes, alguien compra el sueño y encuentra el tesoro.

De acuerdo con el catálogo de Uther, se trata de un cuento que


está «documentado en Europa en la primera Edad Media por Paulo el
Diacono en la Historia Longobardorum, III, 34; véase además Petrus
de Natalibus, Catalogus sanctorum et gestorum corum, IV, 8; y Gesta
romanorum, núm. 172». Acerca de sus variantes hay —señala Uther—
trabajos y entradas de catálogo de Chauvin, Wesselski, Schwarzbaum,
Tubach, Lixfeld, Almqvist, Lecouteux, Uther, Chesnutt y Schmidt.
Y se han recogido, además, versiones orales más modernas, desde el
siglo xix hasta la actualidad, en Estonia, Noruega, Islandia, Irlanda,
Francia, Alemania, Ladinia, Hungría, Grecia, Polonia, Arabia Saudí,
GUATEMALA, 1706: EL CASO DE LAS DOS BRUJAS 237

Irán, China, Corea, Japón y Chile. Habría que añadir ahora, claro, la
guatemalteca de 1706.
Antes de adentrarnos en el análisis comparatista, conozcamos la ver-
sión chilena que me comunicó Santos Rubio en octubre de 1998. Con-
viene señalar que no incorpora el motivo de la compraventa del sueño
afortunado, por lo que el título de La compra del sueño del tesoro, tan
acuñado en los catálogos internacionales, no le cuadra del todo bien:

Por ejemplo, ¿usté sabe algo de los sueños? Por ejemplo, usted sueña,
¿cierto? Y ve, cuando sueña con alguien, ve a la gente. Y yo me encuentro
con ellos también. También sueño, y…
¿Y sabe usté por qué se produce eso? Porque el espíritu que nosotros
tenemos sale a vagar de noche. Sí. Por la boca. Por la boca.
Usté ha soñao, por ejemplo, si se acuesta con sed, ¿ha soñao tomando
agua? Tomando agüita, ¿sí?, ¿eh? A veces, en la vertiente, ¿no es cierto?
Una vez me contaba a mí mi padrino de confirmación, Delfín Con-
treras, dice que él… Eran dos hermanos que trabajaban, que trabajaban.
Y cuando… Y todo el tiempo tenían como costumbre, después que al-
morzaban, se tendían, por decir unos diez o veinte minutos. Y enseguida
trabajaban otra vez.
Cuando dice que un día estaba durmiendo uno de los hermanos y, de
repente, empezó como a saltar, así, a saltar todo el cuerpo en el suelo y…
Y a él le dio susto.
Cuando ve que desde dentro de la boca sale una… una mariposita, una
palomita… Pues ya sabe, ¿no? Y él la ve que sale volando así, y la sigue.
Y cuando llega a una quebrada donde venía agua. Y la mariposita pero
ya, ¿cómo?, quiere adentrarse al agua.
Entonces llega él, el otro, que siguió a la mariposita. Habían unas matas
así como de maqui. Y corta una varilla larga, y se la atraviesa a la mariposita,
haciéndole como un puente. Y la mariposita entiende, y se mete al agua.
Toma agua y sale volando. Y pasa por el lado de él.
Y él se viene. Y estaba el hermano así con la boca abierta, así de es-
paldas. Y la mariposita llega y se mete adentro. Se estrujó. Y él despierta.
—Oye, dejame, que me he quedé dormío, hombre. Pero profunda-
mente, así, pero profundamente. Y he tenío un sueño.
Le dijo el otro:
—Un sueño. ¿Y qué soñastes, hermano? —le dijo.
—Soñé lejos que me metía por una quebrada así. Me cogió una sed, y
voy allá.
—¿Cómo?
—A tomar agua —le dijo—. Y me encuentro con un gigante. Y el gigan-
te —le dijo— corta una vara, gües, así. Y porque tenía toda la fuerza. Y me
la pone en el río. Y me hace un puente. Y yo me meto por ahí y tomo agua.
238 JOSÉ MANUEL PEDROSA

—Ya —dijo el otro—.


Pero esto no siguió más. Al otro día, la misma historia otra vez. Cuan-
do dice que se acuesta otra vez y se queda dormío. Y se vuelve a repetir
toda la historia.
Y cuando estaban ya muy…, se va otra vez detrás de la mariposa él. Y
se encuentra con que la mariposita tenía sed otra vez. Y el agua.
Y ahí dice que él va, como había dejao a la varillita ahí, y la toma. Y le
hace el puente, toma agüita y se para en una piedrecita que servía así como
una, como una misa, una mesita así.
Y estuvo harto rato parado. Seguía. Y se va otra vez. Y él la siguió otra
vez. La siguió y se mete otra vez. Cuando espertó:
—Qué lejos he ido. He vuelto a tener el mismo sueño.
—¿Sí?
—Sí —le dijo—.
—¿Y qué soñaste ahora, najo?
—¿Sabes qué soñé? Lejos otra vez tomando agua. Y el gigante me vol-
vió a tirar la vara otra vez —le dijo—, y… Pero fue la misma de ayer —le
dijo—, porque como la dejó ahí…
Dice:
—A mí —le dijo— que alguien me decía, yo me paré en una piedra
—dijo—. Y en esa piedra me cayó una, me cayó un entierro —le dijo—.
Ay, porque entierro no es lo mismo que mina, ¿eh? ¿Sabía? Ya. Eso
pueden ser entierros que dejaron nuestros antepasados ná más. Y eso se
saca todo. Fuera poco, fuera poco en comparación con la mina.
Entonces cuando dice que al otro día él pensaba en la noche, pensaba,
cómo le dijera lo que yo he visto.
Decía el otro que no soñaba ná.
Cuando al otro día le dijo:
—Ya. Almorcemos.
—Almorcemos.
Almorzaron. Dice el otro:
—Oye, ¿qué te parece —le dijo— que vamos a dar una vuelta pa allá?
—No, no hay nada, no. ¿Qué vamos a ir a hacer pa allá?
—Vamos, andar pa allá.
Y le costó convencerlo. Y él en los dos sueños que había tenido le
había dicho que adonde él tomaba el agua era igual que la quebrada que
estaba cerca donde trabajaban ellos.
—Vamo a andar pa allá.
—Vamo.
Salieron. Dicen que llegaron ahí. Miraron, miraron.
—Oye, es igual con la quebrada de cuando yo soñé tomando agua. Y la
piedra de cuando estuvistes parao ayer. Igual a esta que está aquí.
Pues le dijo:
—Mira, oyes, igual —dijo.—Movamos esta piedra.
GUATEMALA, 1706: EL CASO DE LAS DOS BRUJAS 239

—Estás loco. ¿Cuándo vamos a moverla?


—Con los chuzos finitos —dijo—.
—No. ¿Cuándo vamos a moverla?
—Ahí esta piedra está enterrá. Aquí ha estao enterrao. Va a estar na
enterrarle.
—Vámonos.
—Voy a buscar las herramientas, después nos venimos.
—Dale —le dijo—, vamos.
Se empiezan a hacerle caletas pa apalancarla así. Cuando la tenían har-
to llegan y la levantan, y la dan vuelta. Y aparecen unas tinajas de greda
llenas con cosas de oro, oro, oro, oro, oro, oro, oro, oro.
Sacaron eso. Y se fueron.
Y él asustao.
—No te asustís —le dijo el otro.
Pero él le dijo:
—¿Y por qué a ti se te ocurrió —le dijo— que hiciéramos esto?
—Porque lo tuyo —le dijo— fue un sueño. Pero esto te lo dieron todo.
Dijo:
—¿Cómo supiste tú?
—Mira —le dijo—, tú te acostaste. Cuando tú soñaste lejos la primera
vez, te salió algo de adentro aquí —le dijo—. Una mariposa. Y yo la se-
guí —dijo— porque empezaste a saltar, a saltar, a saltar —le dijo así— el
cuerpo, como que te daban convulsiones. Y yo te seguí —le dijo—. Y tú
quisiste entrar allí a la quebrá. Y yo corté una varilla. Así que —dijo— el
gigante era yo. Y la varillita es esa que tú viste. Y ayer cuando vi. Y ayer
—le dijo— te paraste en esa piedra. Y como que revoloteaba lejos la mari-
posa, y miraba a todas partes así —le dijo—.
—Pues lejos fui. Ahora te he entendido.
Y se fueron de ahí. Se fueron. Porque dicen que hay que pasar un río
para poder gastar la plata. Hay que pasarlo, atravesarlo. Porque si no, es la
perdición de todo: se hace sal y agua. No lo sé. Se, se evapora.

La versión chilena rememorada por Santos Rubio del cuento ATU


1645A es excepcional por varias razones. Primero, porque es la tercera
que ha sido documentada en la tradición oral panhispánica: la primera
es la que recogió el expediente inquisitorial instruido en Guatemala en
1706; la segunda fue anotada también en Chile y publicada por Ramón
A. Laval en 1923 (n.º 37)6. Jamás se ha registrado este tipo cuentístico,
que sepamos, en ninguna otra tradición de lengua española.

6. Quien primero catalogó el cuento de Laval (aunque lo hizo con el número


**1648B) fue Hansen (1957).
240 JOSÉ MANUEL PEDROSA

La dispersión geográfica que hasta ahora conocíamos apunta a que


es un cuento propio más bien de las tradiciones narrativas del norte y
del oriente de Europa, y también de Asia. En las páginas de este artí-
culo yo añadiré algún texto africano, que abre horizontes nuevos a lo
que conocemos de su difusión.
La versión de Santos Rubio tiene, por añadidura, una extensión y
una complejidad superiores a las de la gran mayoría de las demás ver-
siones, antiguas y modernas, que tenemos atestiguadas.

El cuento en las colecciones de exampla medievales

La de Santos Rubio es, desde luego, una versión mucho más prolija y
circunstanciada que la que quedó integrada en la Historia gentis lon-
gobardorum que fue escrita por Pablo Diácono, en latín, antes del año
795. Su protagonista era, en aquella antiquísima versión, el rey y santo
Guntram o Gontrán (ca. 528-592) de los burgundios. En su honor, el
cuento ATU 1645A es identificado en ocasiones, por los estudiosos de
la narrativa tradicional, como Leyenda de Guntram, Cuento de Gun-
tram o Guntramsage:

Cómo el rey Autario envió embajadores a Gontrán, y sobre la maravi-


llosa visión de este.
Por lo demás, este Gontrán de quien hemos hablado era un rey pací-
fico y destacado en todo tipo de bondades. Nos place introducir breve-
mente en esta nuestra historia un hecho suyo muy admirable, sobre todo
porque sabemos que no lo incluye la Historia de los francos.
En una ocasión en que este había ido a cazar al bosque y sus compañe-
ros, como suele suceder, se habían dispersado en sus carreras, se quedó con
uno solo de los suyos muy leal y, presa de un sueño muy pesado, se durmió
con la cabeza echada sobre las rodillas de aquel leal servidor. De su boca
salió un pequeño animal con forma de reptil, que se puso a intentar cru-
zar un arroyuelo que corría al lado. Entonces este hombre en cuyo regazo
descansaba sacó su espada de la vaina y, tras ponerla sobre aquel arroyuelo,
el reptil de que hemos hablado cruzó sobre ella a la otra parte. Y luego de
introducirse en una cavidad de un monte que había no lejos de allí y regresar
un rato después, volvió a cruzar el mencionado riachuelo sobre la espada y
se metió de nuevo en la boca de Gontrán, de donde había salido.
Después de esto, Gontrán se despertó de su sueño y refirió haber tenido
una asombrosa visión. En efecto, contó que en sus sueños le había parecido
haber cruzado un río por un puente de hierro y haberse metido bajo un
GUATEMALA, 1706: EL CASO DE LAS DOS BRUJAS 241

monte donde había visto gran cantidad de oro. Por su parte, aquel en cuyo
regazo había tenido la cabeza mientras dormía le contó punto por punto lo
que de aquello había visto. ¿Y para qué más? Se excavó aquel lugar y se ha-
llaron tesoros incalculables que habían sido depositados allí desde antiguo.
Con aquel oro dicho rey hizo después un ciborio macizo de asombro-
sa magnitud y gran peso y, tras adornarlo con muchas gemas de gran valor,
lo quiso enviar al Sepulcro del Señor en Jerusalén. Pero como no pudo, lo
hizo poner sobre el cuerpo del bienaventurado mártir Marcelo, que está
enterrado en la ciudad de Châlon, donde estaba la capital de su reino, y allí
está hasta el día de hoy. Y en ninguna parte hay obra alguna hecha de oro
que se le pueda comparar (Diácono, 2006: III, 34, 136-137).

La versión latina de los Gesta romanorum, que cabe fechar en tor-


no a 1342, bien conocida también por los estudiosos, es bastante más
sintética, igualmente, que la de Santos Rubio, aunque se halla inserta
dentro de una narración muy prolija, que tiene las proporciones y
las ambiciones, casi, de una novella breve. De hecho, el relato de
los Gesta romanorum tiene paralelos en las colecciones de exempla
de Beauvais y de Gobbi, y también en el cantar de gesta de Amis et
Amiles, en el ciclo narrativo de Amicus et Amelius, en el de los Siete
sabios de Roma y en el Recull de exemplis —tomo estos datos de
la edición de los Gesta romanorum que voy a citar—. En cualquier
caso, el motivo del alma que sale en forma de animal de la boca de
un durmiente, y cuyo vagar hasta dar con un tesoro es contemplado
por algún testigo asombrado, es propio, dentro de esta gran familia
de relatos, de la versión de los Gesta romanorum.
La historia-marco nos presenta a dos caballeros, Guido y Tirio,
excelentes amigos, que marcharon a luchar en las Cruzadas y allí es-
tuvieron hasta que los avatares de la guerra los separaron. Tirio se es-
tableció en la Dacia, donde fue primero muy querido por su rey, pero
después sufrió envidias y calumnias que hicieron que fuese despojado
de sus bienes y expulsado de la corte. Fue entonces cuando,

[…] un día, mientras paseaba triste en medio de su soledad, Guido salió a


su encuentro bajo la apariencia de un peregrino. Al verlo, Tirio no lo reco-
noció aunque Guido sí lo hizo al instante, pero como no quería revelarle
quién era, le dijo:
—Queridísimo, ¿de dónde eres?
—Soy de tierras lejanas —respondió este—, pero he vivido durante mu-
chos años en este reino. Tenía un compañero que marchó a Tierra Santa,
pero no tengo absolutamente ninguna noticia sobre si está vivo o muerto.
242 JOSÉ MANUEL PEDROSA

—Por el amor de tu compañero —replicó Guido—, permíteme des-


cansar en tu regazo para dormir un poco, pues estoy cansado del camino.
Él asintió y, mientras Guido dormía en su regazo, Tirio vio su boca
abierta y salir de ella una comadreja blanca que se adentraba en un monte
que había junto a él. Después de pasar allí un cierto espacio de tiempo,
regresó y volvió a introducirse en su boca.
Sucedido esto, Guido se despertó del sueño y le dijo:
—Queridísimo, he tenido un sueño admirable. Me parecía que una
comadreja salía de mí y penetraba en aquel monte y de nuevo volvió a
entrar en mi boca.
—Queridísimo —dijo Tirio—, tal como lo has contemplado en tu sue-
ño, así lo he visto yo con mis propios ojos, aunque ignoro totalmente qué
hacía la comadreja en ese monte.
—Ambos entraremos en el monte —sugirió Guido—, y quizás encon-
tremos algo útil.
Entraron en el monte y he aquí que encontraron un dragón muerto
con el vientre lleno de oro y, sobre él, una espada resplandeciente; sobre
la espada estaba esta inscripción: «Con esta espada Guido vencerá al ene-
migo de Tirio».
Guido, al encontrar el dragón, se puso muy contento y dijo a Tirio:
—Queridísimo, te doy todo el tesoro, pero quiero quedarme con la
espada.
—¡Oh, señor! —respondió Tirio—, no he hecho merecimientos ante
vos como para que me deis tal regalo.
—Levanta tus ojos y mira —repuso Guido—. Yo soy Guido, tu com-
pañero.
Aquel, al oír esto, le miró fijamente y al instante lo reconoció, cayó a
tierra de alegría y llorando amargamente le dijo:
—Me es suficiente para vivir el haberte podido ver de nuevo.
—¡Levántate rápidamente! —insistió Guido—. Mi llegada debe pro-
ducirte más alegría que llanto. Lucharé por ti contra tu enemigo y ambos
regresaremos con honor a Inglaterra, pero cuida ante todo no decir a nadie
quién soy yo (Gesta romanorum 2004: 335-336).

La acción se enreda a partir de este punto en una serie de batallas


contra los traidores que habían maltratado a su amigo, de peripecias
caballerescas varias y de escenas del retorno de Guido a su país, que no
vienen al hilo de nuestra argumentación de ahora.
Entre la versión de Pablo Diácono del siglo viii y la de los Gesta
romanorum del xiv se inscribe otra que había sido pasada por alto has-
ta ahora —creo— en algunos catálogos de cuentos: la de la latina Vita
Dagoberti, o Vida de san Dagoberto, que algunos críticos han fechado
GUATEMALA, 1706: EL CASO DE LAS DOS BRUJAS 243

en el siglo ix, y otros han retrasado a dos siglos después. Su desenlace


es, por cierto, mucho más tenebroso que el de las demás versiones que
hemos conocido hasta ahora. He aquí su resumen:

El itinerario de la vida terrenal de Dagoberto se cierra cuando decide


cazar en el pagus de Woevre, en un lugar que se llama Scortias. En deter-
minado momento se separa de sus compañeros, que persiguen un ciervo,
mientras que él se sienta junto a una fuente con su ahijado adolescente.
Se queda dormido y en sueños se ve a sí mismo caminando sobre un
prado bonito pero fangoso. Atraviesa un puente de hierro brillante mien-
tras tiembla, y entra en un hermoso edificio en el que contempla un in-
menso tesoro con vasos de oro y de plata. Luego vuelve a pasar de nuevo
por el puente.
Al despertar cuenta esta visión a su ahijado quien, a su vez, le cuenta
lo que vio durante su sueño. Una mariposa salió de la boca del rey y quiso
cruzar un arroyo. El adolescente entonces sacó la espada (del rey) de la
vaina y la colocó sobre el curso de agua. La mariposa, después de haber
atravesado el agua, entró en un robledal que había en la otra orilla. Des-
pués de haberlo explorado volvió por la misma ruta y volvió a entrar en la
boca del rey. El adolescente dice que cree que la mariposa representaba el
espíritu del rey. Este cree que se trata de una visión espiritual a continua-
ción, y después se vuelve a dormir.
Su ahijado, que había interpretado de manera terrenal el sueño, saca la
espada y mata a su señor. Y buscó en vano un tesoro bajo el roble y por
los alrededores. De modo que Dagoberto sufrió el martirió y ascendió al
paraíso, mientras que el adolescente murió y se precipitó en el infierno.
El autor de la Vida explica a continuación que la visión de Dagoberto
representaba el Más Allá: el prado agradable pero fangoso era este mun-
do, bello pero lleno de pecados; el puente de hierro brillante que estaba
en el camino que cruzó Dagoberto era el martirio preciso para entrar en
el edificio donde están los bienes de la vida eterna (Carozzi 1984: 228,
traducción mía).

Conocemos otra versión que fue integrada dentro de la enorme co-


lección de exempla morales en francés (no en latín) que lleva el título
de Ci nous dit y fue compuesta por un religioso anónimo de alguna
orden mendicante de la región de Soissons entre los años 1313 y 1330
aproximadamente. He aquí su resumen:

Un rey limosnero encuentra un tesoro


Un rey entregó a los pobres todos sus bienes, hasta el extremo de que a
él no le quedó ni el mobiliario propio de un rey. Vio en sueños un pequeño
244 JOSÉ MANUEL PEDROSA

animalito que le hizo descubrir un tesoro dentro de una montaña; y el


caballero junto al que dormía vio claramente la misma cosa. Conforme
a las indicaciones de este sueño, excavaron y encontraron un tesoro tan
grande que valía más que todo su reino. Desde entonces dio limosnas más
abundantes, pero fue rico durante toda su vida. Dios le hizo este favor
porque él alimentaba a sus pobres (Thesaurus Exemplorum Medii Aevi
1979-1986: 522, 1-5, traducción mía).

Una versión más que ha pasado por lo general desapercibida


para los catalogadores de cuentos y que es, posiblemente, la más
interesante que nos ha legado la Edad Media europea, es francesa
y quedó atestiguada, otra vez, en francés. Fue documentada en la
tradición oral del pueblo de Montaillou y de sus alrededores, en las
estribaciones de los Pirineos, en los años que van desde los finales
del siglo xiii a los iniciales del xiv, y tiene una frescura y una cer-
canía al discurso y al imaginario mágico del vulgo que no se hacían
tan patentes en las demás versiones medievales, más dóciles a los
registros y clichés del exemplum clerical. La reproduzco junto con
las glosas de su clarividente recuperador, el eximio historiador Em-
manuel Le Roy Ladurie:

El hombre no tiene solo un alma que, salvo excepción, es considerada


inmortal. Hay que tener en cuenta también su espíritu; este, en el momen-
to de los sueños, puede escaparse del cuerpo del durmiente en que reside.
Montaillou en general, y Pierre Maury [un humilde pastor del pueblo
en particular] en particular, están fascinados por los problemas del sueño
y por el exemplum del lagarto, tal como lo contó Philippe de Alayrac,
de Custaussa. Este exemplum, no sin variantes, había sido recitado por
los narradores de la Edad Media durante muchos siglos; debía finalmente
surgir en las riberas del Ariège, en los diálogos de pastores:
Había una vez —dice Philippe Alayrac— dos creyentes que se encon-
traban junto a un río. Uno de ellos se durmió. El otro permaneció des-
pierto; de la boca del durmiente vio salir un ser semejante a un lagarto.
De pronto, ese lagarto, aprovechando una tabla (¿o una pajita?) que se
extendía de una orilla a otra, pasó el río. En la otra orilla había el cráneo
descarnado de un asno. Y el lagarto entraba y salía corriendo por los ori-
ficios que atravesaban aquel cráneo. Luego, volvía hasta la boca del dur-
miente volviendo a pasar el río por encima de la tabla. Hizo aquello una
vez o dos. Al verlo, el hombre que velaba usó de un ardid: esperó a que
el lagarto pasase al otro lado del río y se acercase a la cabeza del asno. ¡Y
quitó la tabla! El lagarto abandonó la cabeza del asno y volvió a la orilla.
¡Imposible pasar! ¡La tabla se había ido!
GUATEMALA, 1706: EL CASO DE LAS DOS BRUJAS 245

De pronto, el cuerpo del durmiente se agitaba mucho, pero sin lograr


despertarse pese a los esfuerzos que desplegaba el despierto para sacarle
de su sueño. Por fin, el que estaba despierto volvió a poner la tabla sobre
el río. El lagarto pudo entonces volver sobre sus pasos y reintegrarse al
cuerpo del durmiente pasando por su boca. Al punto este se despertó, y
contó el sueño que acaba de tener a su amigo:
—He soñado —dijo— que pasaba un río sobre una tabla; luego entra-
ba en un gran palacio con muchas torres y habitaciones, y cuando quise
volver al punto de donde había salido, ¡no había tabla! Imposible pasar:
me habría ahogado en el río. De ahí mi agitación (en mi sueño). Hasta que
volvieron a poner la tabla, y pude volver.
Los dos creyentes se maravillaron mucho por aquella aventura, y fue-
ron a contársela a un perfecto, que les dio la clave del misterio; el alma
—les dijo— vive permanentemente en el cuerpo del hombre; por el con-
trario, el espíritu del hombre entra y sale del cuerpo humano, igual que el
lagarto que va de la boca del durmiente a la cabeza del asno, y viceversa
(III, 152).
Así, según algunos, el hombre tiene su espíritu-lagarto personal, que
preside su vida despierta, libre de escaparse durante el sueño y durante
las ensoñaciones. El hombre posee también un alma, con forma de doble;
después de la muerte, ese alma vendrá a velar, de creer al folclore, el sueño
de los allegados del difunto (Le Roy Ladurie 1981: 578-579).

Más acerca de las tradiciones orales modernas

Ya he hecho notar que, en toda la amplísima geografía internacional


que se expresa en español, la cosecha del cuento ATU 1645A ha re-
sultado hasta ahora muy exigua: solo conocemos los registros de la
versión elaborada en la Guatemala de 1706 por la criada Simona de los
Santos, para que sirviese como acusación por brujería contra sus amas
Antonia y Sebastiana de Santiago; de la chilena publicada por Ramón
A. Laval en 1923; y de la también chilena registrada por mí a Santos
Rubio en 1998. No se pueden hacer siquiera conjeturas en torno a la
época, la procedencia y las circunstancias en que llegaría y arraigaría
el cuento en Guatemala y en Chile —¿llegado de España?, ¿de alguna
otra tradición cercana o lejana?—, puesto que no disponemos de la
menor información extratextual que nos ilumine al respecto.
Eso sí: a las versiones indexadas en el catálogo internacional de tipos
cuentísticos de Uther —recordemos: de Estonia, Noruega, Islandia,
Irlanda, Francia, Alemania, Ladinia, Hungría, Grecia, Polonia, Arabia
246 JOSÉ MANUEL PEDROSA

Saudí, Irán, China, Corea, Japón y Chile— se les pueden sumar, toda-
vía, unas cuantas más, que nos permitirán adquirir una comprensión
más amplia —aunque todavía muy parcial, indudablemente— de la
dispersión tradicional que ha debido de tener el relato. He seleccio-
nado varias: algunas nórdicas, otra de los bereberes de Argelia, y una
más de los circasianos del Cáucaso. Estas dos últimas tradiciones, la
magrebí y la caucásica, quedan muy lejos de las que eran tenidas, hasta
ahora, por ecologías privilegiadas del cuento. Entre las versiones nór-
dicas y las no europeas reproduciré una versión danesa y una versión
neerlandesa cuyo hallazgo no es mérito mío, sino del gran historiador
de las religiones Jan N. Bremmer.
A ningún iniciado en la cuestión se le oculta que en las tradiciones
del norte de Europa el cuento ATU 1645A ha tenido un arraigo singu-
larmente intenso, acaso porque se trata de un área en que las creencias
y las prácticas etnomédicas de tipo chamánico —en las que el viaje del
alma fuera del cuerpo, tan reminiscente del motivo principal de nues-
tro cuento, resulta un ingrediente narrativo esencial—, han tenido una
presencia muy viva hasta casi hoy. Lo cual no significa que estemos ante
una narración que podamos calificar de chamánica sin más: cabría decir,
en todo caso, que comparte algunos motivos clave con relatos que ilus-
tran, en áreas determinadas, creencias y experiencias de tipo chamánico.
La documentación especialmente abundante de versiones nórdicas
tiene seguramente mucho que ver, además, con el hecho de que es esa
un área vigorosamente explorada por muchas promociones de folclo-
ristas, desde el siglo xix a esta parte.
Entre las versiones indexadas en el catálogo de Uther brillan, sin
duda, las que estudió Hannjost Lixfeld (1972). No voy a repetir nada
de lo que señaló Lixfeld en aquel trabajo ya clásico, pero sí diré que
a mí me parecen muy reveladoras, además, las glosas y versiones re-
cuperadas, al hilo de su análisis del concepto de Dream-Soul, por el
folclorista noruego Bengt G. Alver en 1989:

Hoy la noción del alma que abandona el cuerpo es rara [en la tradición
popular noruega], pero la noción de sueños que se convierten en realidad
es bastante común. Es difícil verificar esta clase de información, porque la
memoria que queda del sueño puede estar contaminada por la experiencia.
En la tradición noruega hay una leyenda acerca del alma que sueña.
Puesto que es una leyenda migratoria, su valor como reflejo de los con-
ceptos noruegos acerca del alma que sueña es limitado (Christiansen 1958,
GUATEMALA, 1706: EL CASO DE LAS DOS BRUJAS 247

tipo 4000). Es la llamada Leyenda de Guntram, por causa de que su va-


riante más antigua, recordada por Paulo Diácono, un historiador que mu-
rió en 797, está asociada a Guntram, rey de los burgundios […]
Esta variante viene de Gudbrandsdal [Noruega]:
Hay una creencia antigua acerca del alma que dice que es algo más
cuando se sueña. De modo que, en Lesso, se cree que cada persona tiene la
compañía de un pequeño animal que se llama vord.
Pues sucedió que dos cazadores de renos salieron a cazar. Como estaba
anocheciendo, se echaron a dormir y a esperar a los renos, porque, anti-
guamente, cuando había gran abundancia de renos, nadie se preocupaba
de ir muy lejos a buscarlos, sino que esperaban a que ellos acudiesen.
Después de que hubiesen dormido un rato, uno de los hombres se
levantó e intentó despertar al otro. Pero no pudo despertarlo, pese a que
disparó un tiro por encima de él.
Después se dio cuenta de que había un ratoncito que buscaba acercar-
se, yendo para adelante y para atrás sobre un arroyo, como si no pudiera
atravesarlo. Bueno, pues al final llegó donde estaban ellos y brincó sobre
la cabeza del durmiente. Entonces se desvaneció y, en ese mismo momen-
to el hombre se despertó.
Dijo que había soñado que había estado intentando cruzar un río.
De la tradición de los samis (lapones) viene esta variante que ha con-
servado el motivo original del tesoro:
Tres hombres pretenden alcanzar el Polo Norte, pero son detenidos
por el hielo. Cuando el viento empezó a soplar, en el hielo se abrieron
huecos, lo que les permitió llegar al mar abierto, donde se dieron cuenta de
que habían llegado a la costa de Rusia. Así que volvieron a casa.
Durante el viaje se echaron a dormir, y uno de los hombres soñó que
había dinero escondido cerca. Otro hombre estaba despierto, y vio algo
que parecía un abejorro saliendo de la nariz del durmiente y volando hacia
el bosque. Lo siguió de cerca. El abejorro se quedó un rato en el bosque y
luego volvió y entró por los agujeros de la nariz del durmiente.
Por la mañana se levantaron, y el hombre dijo a sus compañeros:
—He soñado que había un montón de monedas de oro en el bosque.
El otro hombre no dijo nada. Llegó la hora de partir.
Entonces, el hombre que había observado al abejorro, dijo:
—Yo no me voy todavía de aquí. Vosotros podéis continuar, pero yo
no me quiero ir hoy.
Cuando los otros se fueron, él fue al bosque y empezó a cavar en el lugar
donde había visto a la abeja. Encontró un montón de monedas y de objetos de
plata, tantos que alcanzaban un peso considerable. Caminó todo el día. Des-
pués, se echó a dormir. Soñó que un hombre venía adonde estaba él y le decía:
—Has hecho mal en no decirle esto al hombre de cuya nariz viste que
salía la abeja. Debes darle a él una parte del dinero. Si no lo haces, termi-
narás muy mal.
248 JOSÉ MANUEL PEDROSA

Él se levantó, y pensó:
—Yo no puedo ni pensar en darle a él una parte del dinero.
Otra vez caminó durante largo tiempo, y cuando oscureció, se echó a
dormir. De nuevo el hombre se le apareció en sueños y le dijo:
—Deberías dar la mitad a tu compañero, porque lo que viste era la
fortuna de aquel hombre.
Cuando él regresó a casa, le dijo a aquel hombre lo que había visto, y
por qué se había quedado detrás, y le dio la mitad del tesoro. Fue a dormir
otra vez aquella noche, y soñó que una vieja llegaba hasta él y le decía:
—Si no le hubieras dado al otro la mitad del tesoro, te hubieras vuelto
idiota y habrías arruinado tu vida.
En Noruega, la noción de que el alma asume la forma de un animalito
y deja el cuerpo durante el sueño no está operativa en la tradición de las
creencias y, con toda probabilidad, no fue parte de la tradición común.
Pero, por otro lado, la creencia de que el alma sale a viajar mientras la
persona todavía está dormida sí existe, y se manifiesta en el modo en que
la gente se relaciona con las personas que duermen.
Hay ciertos tabúes que previenen contra el despertar a los durmien-
tes, especialmente si son niños. Un cambio de posición puede confundir
el alma, de modo que no podría volver a entrar dentro de la persona. La
superstición de que uno no debe despertar a un sonámbulo tiene sus raíces
en esta idea.
La razón que se aduce es que el sonámbulo puede volverse loco si es
despertado de manera abrupta; pero no es preciso ir hasta tan atrás para
descubrir la idea de que un despertar brusco podría impedir que el alma
volviese a la persona, lo cual podría causar la pérdida de su alter-ego (1989:
123-125, traduzco de Alver)7.

Jan N. Bremmer, el gran historiador holandés de las religiones,


prestó demorada atención al cuento ATU 1645A en su libro The Early
Greek Concept of the Soul (1983). En su opinión,

[…] un análisis profundo de la literatura antigua en lengua sajona y alto ale-


mán demuestra claramente que a comienzos de la Edad Media el concepto

7. Hay más bibliografía del norte de Europa acerca de nuestro cuento. Sveinsson (2003:
190) declara —la traducción es mía— que «en Islandia se decía que el hamremmi [una
especie de doble de forma confusa] salía de la gente si estaba bautizada, pero ahora
quedan ya pocas leyendas al respecto. El relato conocido como El rey de las monedas
de plata tiene difusión en Islandia y en más lugares. Es una variante de la leyenda inter-
nacional 4000, The Soul of a Sleeping Person Wanders on its Own, conocida también
como The Guntram Legend, y tiene afinidades con la vieja creencia islandesa acerca
del fylgja, el alma externa». Otro título que debe ser tenido en cuenta sobre la tradi-
ción nórdica de sueños y almas externadas es el de Grambo (1973: 417-425).
GUATEMALA, 1706: EL CASO DE LAS DOS BRUJAS 249

de alma pervivía aún en Europa occidental. Este concepto halló expresión


en numerosas versiones de un modelo de cuento popular en el cual el alma
abandona el cuerpo en forma de homúnculo o de pequeño animal, para
regresar a él más tarde. Existen versiones de este cuento desde el siglo viii
d.C. hasta tiempos modernos, provenientes en la mayoría de los casos de las
áreas más remotas y rurales de Europa occidental. Este hecho sugiere que en
dichas áreas el concepto dualístico del alma se mantuvo vivo, mientras en las
ciudades la élite pasó a adoptar un concepto unitario del alma8.

Bremmer recuperó, en su monografía, esta versión danesa del cuento:

Hace tiempo, durante el acopio del heno, un grupo de gente se tum-


bó una tarde sobre un montón de hierba para dormir. Entre ellos se en-
contraba una muchacha que tuvo un extraño sueño. A corta distancia, un
hombre con una pala cavaba cerca de un arroyo. De pronto, apareció un
ratón blanco diminuto.
El ratón quería cruzar el cauce de agua y se mostró muy afligido por-
que no encontraba ningún punto por donde vadearlo. Al darse cuenta de
la confusión del ratón, el hombre tendió su pala por encima del cauce y
el ratón cruzó el arroyo. Después pensó que nunca antes había visto un
ratón tan bonito como este, de modo que decidió seguirlo y observar lo
que hacía.
El ratoncito se deslizó con cautela bajo una piedra de gran tamaño y
allí permaneció escondido durante un tiempo; más tarde, volvió a salir
de su escondite y se dirigió al arroyo siguiendo el mismo camino por el
que había venido. El hombre recogió la pala con la que había ayudado al
ratón a cruzar de nuevo el arroyo y lo siguió hasta un montón de hierba,
donde desapareció. Sin embargo, creyó ver cómo éste se introducía en la
boca de la muchacha que allí estaba durmiendo. En ese mismo momento,
la muchacha se despertó y dijo:
—Oh, qué extraño sueño he tenido. Pensé que llegaba a un bosque que
no tenía fin, hasta que me encontré ante un gran río. No podía hallar nin-
gún lugar por donde vadearlo, pero finalmente llegué a un extraño puente,
que estaba hecho primero de hierro y después de madera. Por él crucé sin
sufrir ningún daño y alcancé un gran castillo de piedra gris, al que entré
por una puerta muy pequeña. No se veía a nadie en su interior, pero había
grandes cantidades de oro y plata por todas partes. Después de inspeccio-
nar todas las habitaciones, decidí volver a casa y lo hice cruzando el mismo
puente que ahora estaba puesto del revés.

8. Bremmer (2002: 95-99) dedicó a nuestro cuento el capítulo «El alma errante en la
tradición popular de Europa occidental». Por la traducción española es por la que
le cito. Esta cita es de la p. 95. El cuento danés que reproduciré a continuación está
en las pp. 95-96, y el holandés en las pp. 96-97.
250 JOSÉ MANUEL PEDROSA

El hombre contó a la muchacha lo que había visto y ambos pensaron


que el tesoro debía de tener algún significado. Juntos levantaron la piedra
y encontraron tanta plata y oro que nunca más volvieron a ser pobres9.

La versión neerlandesa traída a colación por Bremmer es la siguiente:

Hace más de cien años, en una granja llamada Blijendaal, a las afueras
de St. Annaland, vivía un granjero con sus dos hijas. Las muchachas no
eran muy bellas, pero un muchacho del campo que venía de Brabante, Jan
Marinusse, pretendía a una de ellas. En la noche de un sábado, en torno a
las ocho, se dirigió a la granja para cortejar a la muchacha. Tras haber esta-
do sentados juntos durante un rato en una habitación, la muchacha sintió
sueño y el muchacho le dijo:
—Apoya la cabeza en mi hombro.
Esto es lo que ella hizo, quedándose enseguida dormida. De pronto,
el muchacho vio cómo un abejorro salía de la boca de la muchacha y se
alejaba volando. Pensó que su novia era una bruja y sintió temor. Por ese
motivo, tomó su pañuelo y le tapó con él la cara. Una vez que la mucha-
cha hubo dormido por espacio de veinte minutos, el abejorro volvió. La
muchacha entonces dio muestras de que le faltaba el aliento, hasta que la
cara se le puso azul; entonces el muchacho, temeroso de que se ahogara, le
retiró el pañuelo de la cara. El abejorro se introdujo inmediatamente en su
boca, desapareció en su cuerpo y la muchacha se despertó10.

La siguiente versión del cuento ATU 1645A que vamos a conocer nos
conducirá hasta una latitud muy alejada de la nórdica. En concreto, hasta
el oasis de Ouargla, en el sur de Argelia, en el que se asienta una población
de cultura bereber. Allí encontramos documentada la primera versión
africana —quién sabe cuántas más habrá latentes en aquel continente, a la
espera de ser registradas por los folcloristas— que nos será posible sumar
al corpus de las versiones conocidas del cuento ATU 1645A:

Los dos ladrones


Ocurrió que...
Dios da crédito al bien, no al mal.
El bien para mí, el mal para él...

9. La fuente danesa declarada por Bremmer es «H. F. Feilberg, Sjaeletro (Copenha-


gue 1914), 51 s».
10. La fuente holandesa declarada por Bremmer es «J. R. W. Sinninghe y M. Sinning-
he, Zeeuwsch Sagenboek (Zutphen, Holanda 1933) 118 s. Cito la primera parte del
cuento solamente, ya que las posteriores aventuras de Jan no tienen interés aquí».
GUATEMALA, 1706: EL CASO DE LAS DOS BRUJAS 251

En los viejos tiempos, había dos amigos ladrones que no tenían mucho
dinero. Una vez provistos de víveres y de agua, salieron a buscar trabajo.
Por la noche se acostaron con la bella estrella.
Uno de los dos tuvo un sueño: había encontrado un agujero que tenía
dentro un tesoro. Su compañero, despertándose, vio que una mosca salía
de la nariz de su amigo y se metía por un agujero. Luego, el que había
soñado se levantó y contó lo que había visto:
—He encontrado un agujero lleno de un tesoro.
El otro le dijo:
—Seguro que ha sido así, pues he visto a una mosca salir de tu nariz y
meterse por ese agujero.
—¡Vamos! —dijo entonces su compañero— ¡cavemos en ese hoyo!
Lo encontraron repleto de luises de oro. Uno de los dos, después de
bajar, llenó un saco hasta la mitad, diciéndose a sí mismo: «Si lo lleno hasta
el borde, se lo va a llevar él y me abandonará».
Entonces llenó el saco hasta la mitad, y después se metió dentro de él.
El que estaba arriba tira del saco, lo carga sobre su espalda y se lo lleva
corriendo. Más tarde, tras haber llegado bastante lejos, se dijo a sí mismo:
«¡Por Dios, me tengo que sosegar!».
Entonces, el otro salió del saco y dijo:
—¡Heme aquí, soy yo!
Su compañero le dijo:
—¡Oh, mi querido amigo, no huyamos!
Cuando llegó la noche, el que había cargado el saco se durmió, y el otro
se quedó velando. En mitad de la noche, el que velaba cargó con el saco y se
alejó. Más tarde, tras haber llegado bastante lejos, se siente muy cansado. El
otro, al levantarse, se pone a buscarlo. Sube a una colina, y se pone a rebuz-
nar como un asno. El otro, al oír aquello, se dice: «Bondad divina, Dios me
envía un asno; me voy a servir de él para el transporte del saco».
Al subir a la colina, descubre a su compañero. Le dice entonces:
—Inútil es engañarnos entre nosotros.
Se dirigen a la ciudad vecina. Y uno de los dos se casa. Esconden su
fortuna. Una noche, uno de los ladrones le dice a su mujer:
—Mañana por la mañana, al levantarte, di a la gente: «Mi marido ha
muerto».
Cuando llega la mañana, recién levantada la mujer, se pone a dar ala-
ridos y a llorar:
—¡Mi marido ha muerto!
Ella no deja de vociferar y de llorar. El otro ladrón, al oír aquello, le
pregunta:
—¿Qué tienes, mujer?
—Mi marido está muerto —responde la mujer—.
—¿No te ha dicho sus últimas voluntades? —pregunta el otro ladrón—
¿No te dijo que yo mismo debía hacer su lavado fúnebre y ponerle el sudario?
252 JOSÉ MANUEL PEDROSA

—No —respondió ella—, no me hizo indicaciones.


—A mí sí —dijo el hombre—.
Entonces calienta agua en un recipiente, lava al muerto, y le pone el
sudario clavándole las espinas de palmera (que sirven de alfileres) en la
carne a través de la mortaja. Pero él, él resiste. Lo llevan al cementerio, lo
entierran, y construyen la tumba.
Cada noche, la mujer iba allí a llevarle su cena y le procuraba una ga-
rrafa de agua con un plato de cuscús. Él comía, bebía, y ella le traía el plato
y la garrafa, y después se marchaba. Al día siguiente le volvía a llevar lo
mismo. Pero al día siguiente el otro ladrón la ve salir hacia el cementerio,
llevando la comida y la bebida, con el objeto de después entregarlas.
Al día siguiente, de buena mañana, este ladrón le lleva un buen plato de
cuscús y de carne. El otro come y se llena bien el vientre. El primero dice
(imitando a la mujer):
—No me queda más dinero.
—Corre —respondió el marido— cava cerca del asno y encontrarás
el dinero.
El otro se lleva el plato y se va. Se encuentra por el camino a la mujer
que iba a llevar la comida a su marido.
Éste le dice:
—Pero si ya me la has traído.
—No —dice—, no te la he traído.
—¡Ah!, ¡es ese hijo del pecado quien me la ha traído!
Sale de su tumba y se pone a correr hasta la casa. Encuentra a su amigo
en el momento en que éste carga con el saco y le dice:
—¡Ah! Había oído decir que estabas muerto.
—No estoy muerto —dice el otro— ¿es por los bienes de este mundo
por lo que tú te comportas así?
Partieron la fortuna en dos y se fueron con sus bienes cada uno por su lado.
Lo que he omitido, que Dios me lo perdone11.

La última versión del cuento ATU 1645A que vamos a conocer


nos llevará hasta otras tierras exóticas de un continente distinto. En
concreto, hasta la tradición oral de los circasianos del Cáucaso, que
está considerada particularmente conservadora, en cuanto a temas y
registros, por folcloristas y mitólogos:
Khotkhoshdemyr, el nieto de Tlepsh por parte de hija, fue conducido
ante su abuelo para que se quedase con él y aprendiese a ser herrero.
Tlepsh acostumbraba a enseñar a los jóvenes a hacer labores de orfe-
brería y a colocarlos después con familias.

11. La versión original del cuento fue publicada en Delheure (1989: n.º 21). Fue tra-
ducida al español y estudiada en Pedrosa y Moraga (2001: 173-175).
GUATEMALA, 1706: EL CASO DE LAS DOS BRUJAS 253

Un día habían trabajado durante bastante tiempo, y Tlepsh se había


cansado mucho, así que se acostó en la misma herrería y se echó una siesta.
Khotkhoshdemyr se quedó levantado contemplando a Tlepsh, sin saber
muy bien qué hacer. En aquel momento, una mosca salió de la nariz de
Tlepsh, revoloteó frente a su cara, deambuló por su pecho, y ascendió por
sus pies. Cruzó el suelo y fue por el hierro que había en lo alto de la barra
que sostenía un recipiente con agua, y entonces se dirigió hacia el carbón
que estaba apilado en la esquina y desapareció. En cuanto la mosca hubo
desaparecido por la esquina, Tlepsh comenzó a dormir con más calma.
Un buen rato después, Khotkhoshdemyr vio que la mosca volvía, des-
andando exactamente el camino que había hecho antes. Cuando la mosca
llegó hasta el hierro que había en lo alto de la barra, alcanzó y levantó la
pieza que estaba encima. En el mismo instante en que hizo esto, Tlepsh se
mostró muy inquieto en su sueño. Durante un momento se quedó Kho-
tkhoshdemyr contemplando el desasosiego de Tlepsh y de la mosca, cosa
que le producía gran asombro; y luego volvió a colocar el hierro en su sitio.
Cuando la mosca comprobó que el hierro estaba otra vez en su sitio,
se dirigió a Tlepsh, ascendió por la punta de su pie, subió por su pierna,
cruzó su pecho, y volvió a entrar por su nariz.
En ese mismo momento se despertó Tlepsh, con la respiración entrecor-
tada, y dijo: «¡Oh, Dios mío! Mientras dormía, tuve un sueño interesante».
Khotkhoshdemyr dijo: «¡Que Dios lo haga favorable! ¡Cuéntamelo!».
«Yo me dirigía hacía algún lugar y cruzaba un cierto puente de hie-
rro. Seguí marchando un rato, y entonces la tierra se abrió y entré en una
cueva. En la cueva estaba enterrado un tesoro de oro. Miré al oro y dije:
“Volveré y se lo diré a la gente, y les dejaré llevarse a casa todo este oro”.
Mientras regresaba, encontré un abismo lleno de agua en el lugar en el
que antes estaba el puente, pero el puente de hierro ya no estaba sobre
el abismo, y yo me quedé muy preocupado; pero los carpinteros y los
herreros llegaron y reconstruyeron súbitamente el puente. Tras cruzarlo,
me desperté», dijo Tlepsh.
Khotkhoshdemyr contó a su madre lo de la mosca y lo del sueño de Tlepsh.
«Cuando mi padre termine de enseñarte el oficio, él construirá para ti
una herrería y dispondrá que tú te establezcas con tu propia familia. No
hagas caso. Tú debes decirle: “Cree en mi palabra, yo me he acostumbrado
por completo a esta herrería. Nunca podría acostumbrarme a trabajar en
ninguna nueva herrería”. Entonces, él te dejará su herrería para ti. En ese
momento nosotros iremos adonde fue la mosca y adonde está el oro en-
terrado, y lo sacaremos afuera», dijo la madre, y con estos sabios consejos
iluminó a Khotkhoshdemyr.
Khotkhoshdemyr hizo lo que su madre le había dicho.
Cuentan que cuando Tlepsh murió, Khotkhoshdemyr sacó mucho
dinero de debajo de la herrería, y que se hizo muy rico (Colarusso 2002:
n.º 37, traducción mía).
254 JOSÉ MANUEL PEDROSA

¿Y qué es lo que sucede si el alma encuentra obstáculos para


retornar al cuerpo?

Pues pueden suceder, en casos como ese, cosas diversas, y con solucio-
nes distintas. Algunas tan elementales y de tan fácil remedio como esta
de la que da cuenta la tradición oral de Nicaragua:

Mi mamá por las noches colocaba en la mesa, junto a la cama, un vaso


con agua. Porque ella nos decía que, cuando dormíamos, nuestra alma salía a
volar con figura de palomas. Y, si no encontraba agua cerca, volaba más largo.
Podría pasarle algo, y no volvería al cuerpo. Y amaneceríamos sin
alma, es decir, muertos (Colarusso 2002: n.º 37, traducción mía).

Puede, también, que sucesos de ese tipo susciten relatos, enfoques,


poéticas inesperados, con ribetes incluso novelescos. Como se aprecia
en este que, en el intersticio que queda entre la realidad, el sueño y la
ficción —con el agravante de las interpretaciones distintas que cada
una de las dos voces intervinientes se empeña en hacer del suceso—, se
cuenta que acaeció en el Perú de hace tres siglos y medio:

Durante la visita de 1662, el licenciado Juan Sarmiento de Vivero, entre


las muchas denuncias que le trajo doña Rafaela de los Ríos, una española
residente en la doctrina de Sayán, se ocupó de averiguar el extraño suceso
que se refería a un indio llamado Francisco Felipe, natural de la doctrina
de Auquimarca. Según los rumores que propagaban sus vecinos, había
sido materialmente arrebatado por una guaca [un lugar apartado, a ve-
ces asociado a ruinas, cuevas o subterráneos, que se considera sede de los
muertos y de los espíritus del mal], y su alma, antes de regresar de nuevo al
cuerpo, permaneció en ella durante tres días mientras su cuerpo aguardaba
junto al río: «…del susto había estado enfermo y descolorido…».
Todo empezó un día que su cura el licenciado Diego Palma le envió a
pescar:
«Se fue a pescar al río y que sacó dos pescados al parecer grandes, pero
eran pequeños. Y que luego se juntó muchos pejes donde estaba pescando
y estaban pataleando para arriba. Y entonces tuvo miedo y empezó a tem-
blar y rezó cuatro oraciones» (fol. 18v).
Asustado por el prodigio, Francisco Felipe abandonó apresuradamen-
te el lugar y continuó remontando el río en dirección a su tierra. Después
de haber caminado un trecho, decidió detenerse en un paraje donde se
veían unas ruinas. Una vez dispuestos los aparejos, se dispuso a aguantar
a que picaran los peces. Se echó a dormir junto a las piedras, con la mano
puesta en el carrillo:
GUATEMALA, 1706: EL CASO DE LAS DOS BRUJAS 255

«Y luego llegaron un negro y un mestizo con sus monteras en la ca-


beza y llevaron su alma, y su cuerpo quedó allí, y le llevaron por un ca-
mino que había hierba como lachay, a donde había mucha gente, plateros
y herreros. Y estaban comiendo en una mesa un hombre y la mesa era de
candela y la silla…» (fol. 19).
La versión de Francisco Felipe no se ajusta exactamente a las habladu-
rías que ya propagaban sus vecinos; de hecho, la denuncia de doña Rafaela
era muy diferente:
«… que había su cuerpo quedado a orilla de un río y su alma había
entrado en una huaca donde estaba una mesa muy grande de oro y plata y
platos de lo mismo. Y muchos hombres sentados comiendo, y que así se
había visto aquello había temblado de pies y manos. Y que los que estaban
sentados a la mesa lo mandaron entrar a la sala, porque estaba en la puerta,
y que dijeron: “este se ha de quedar aquí”.
Y que le salvó un fraile franciscano, y en esto del frayle franciscano va-
rió porque después dijo que un negro. Y que el frayle le dio con el cordón
y le dijo: “¡anda, vete! vete a tu casa hijo”.
Y que el rey que estaba sentado a la mesa le dijo “¡no! déjenlo aquí”. Y
que el frayle volvió y dijo: “Señor, déjelo usted que este es un pobrecillo
y no sabe nada» (fol. IV).
Doña Rafaela ofreció al visitador un relato del sueño mucho más de-
tallado que la propia declaración del protagonista, lo que implica que su
versión de los hechos había sido reelaborada. Según ella, el indio había
entrado en la guaca por su propia voluntad y sin haber sido víctima de un
rapto como él aseguraba. Otro «añadido» que nos sorprende, es la insis-
tencia en destacar la intervención de un franciscano intercediendo por el
alma del miserable ante el rey-demonio, un juicio de valor muy apropiado
para tan piadosa señora.
El origen de su preocupación se debía a la trascendencia que los sue-
ños tenían para la sociedad cristiana. Era el modo de proceder que tuvo
Dios en la antigüedad y aún solía tener para revelar sus misterios. Pero el
mundo onírico también es un medio utilizado por el diablo. Las imágenes
que proyecta el testimonio de doña Rafaela evocan la caverna, el infra-
mundo, el infierno, morada del Demonio, inevitablemente asociado a la
guaca. Francisco Felipe describe un paisaje muy diferente. A través de un
espacio abierto sus captores, un negro y un mestizo, le conducen por un
camino entre la hierba, donde transita mucha gente: son herreros y pla-
teros, oficios del reino de Vulcano. El recorrido sumerge al protagonista
en el infierno hasta la secuencia final de encuentro con el Demonio, para
asistir al banquete en un escenario de fuego (Sánchez 1991: IV-V )12.

12. Véase, además, el comentario de este relato que hace Fernández Juárez (2012:
74-75).
256 JOSÉ MANUEL PEDROSA

Documento de fabulosa exuberancia narrativa y de trabada articu-


lación ideológica, que combina el relato que el indio Francisco Felipe
(que dio voz a los dominados) y la española Rafaela de los Ríos (que
dio voz a los dominadores) hicieron, cada uno por su lado, del supues-
to «rapto» del alma del que había sido víctima el primero tras dormirse
en el campo, en las cercanías de la cueva que alojaba los tesoros —«una
mesa muy grande de oro y plata y platos de lo mismo…»— que guar-
daban el demonio y sus estrafalarios acólitos.
Acostumbrados como estábamos a los relatos en neutra y fría
tercera persona acerca del viaje del alma fuera del cuerpo y de su
contemplación de los tesoros ocultos en algún lugar reservado —en
alguna cueva dentro de una montaña, muchas veces—, asomarnos a
esta otra tradición y a esta descripción tan viva, emotiva y colorea-
da, en una primera persona (la del indio) que se ve refutada por otra
voz (la de la dama española) que quiere arrogarse la facultad no ya
de interpretar, sino incluso de erigirse en portavoz de la experiencia
del indio, brinda una experiencia fascinante y aleccionadora desde
el punto de vista del análisis literario e ideológico. Y también, in-
cluso, del político. Por primera vez desde que se inició nuestro iti-
nerario tras el cuento ATU 1645A, alguien nos explica, entrando en
fastuosos detalles, qué es lo que vio dentro de la cueva del tesoro.
Una novedad excepcional.
La precisión, por otro lado, de que el alma del indio, «antes
de regresar de nuevo al cuerpo, permaneció en ella [en la cueva]
durante tres días mientras su cuerpo aguardaba junto al río», nos
coloca ante una variante muy imaginativa e hiperbólica de la norma
que era común en los demás relatos que hemos conocido: que la
expedición del alma fuera del cuerpo tuviese la duración que tiene
un simple sueño nocturno.
La insólita intercesión del extraño fraile franciscano que forma
parte de la corte del diablo y que ruega a su señor que permita regresar
a su cuerpo el alma del indio resulta, por lo demás, extraordinariamen-
te sugestiva. Porque su auxilio puede, en cierto modo, ser funcional-
mente equiparado con el auxilio que los ayudantes que asomaban en
los demás cuentos —testigos, como el franciscano, del externamiento
del alma— prestaban al alma errante —construyendo un puente sobre
una corriente de agua, en muchos de los relatos— para que pudiera re-
ingresar en el cuerpo del durmiente. Es llamativo que la cueva llena de
GUATEMALA, 1706: EL CASO DE LAS DOS BRUJAS 257

riquezas sea identificada con el reino del diablo. En el imaginario po-


pular de muchos lugares los tesoros ocultos son propiedad, en efecto,
del diablo. Pero pocas veces habían, los relatos tradicionales, dejado
constancia tan explícita y tan sugerente de ello.
El desenlace de este relato nos reserva otra lección que tiene una
obvia lectura ideológica. Mientras los reyes, caballeros e incluso los
simples paisanos de los demás cuentos no solo alcanzaban a contem-
plar el tesoro, sino que también llegaban, al final, a apropiarse de él, en
el cuento peruano es posible la contemplación pero no la apropiación.
La razón no puede ser más lógica, en el marco de la sociedad en la que
se desarrolla el relato: al indio le estaba permitido soñar, pero no le
estaba permitido, de ninguna manera, poseer.
No es este el espacio más adecuado para hacer un análisis deta-
llado del relato peruano de 1662, cuya complejidad y originalidad
reclaman que se le preste atención monográfica en algún otro lugar.
Pero sí para apuntar que, en toda la América hispana, están vivos in-
numerables creencias, relatos y rituales sanadores que atañen a almas
que salen, de manera voluntaria o no, de sus cuerpos, y que pue-
den encontrar, en muchos casos, impedimentos para regresar y para
hacer que la persona recupere la consciencia, el entendimiento o la
salud: en definitiva, para que su parte espiritual y su parte corporal
vuelvan a formar una unidad.
En ocasiones se asocia, este complejo de creencias y de ritos, a un
tipo de patología que ha sido denominada, en términos muy generales,
«susto» —se suele pensar que, cuando una persona recibe un susto
o sobresalto inopinado, causado en ocasiones por la visión de algún
ente sobrenatural, su alma o su entendimiento salen despedidos de su
cuerpo, y se ven en dificultades para regresar a él—; una dolencia que
tiene un sinnúmero de nombres y de atributos en cada tradición étnica
e incluso en cada tradición local, y cuya fenomenología es muy difícil
resumir en pocas líneas13.
Puede que la fábula peruana de 1662 no sea una versión legítima
y rigurosa —aunque sí muestra tener bastantes genes comunes— del

13. Sobre el susto y otras patologías y emociones asociadas existe una bibliografía gi-
gantesca. Detallo aquí unos pocos títulos, y remito a las amplias bibliografías que
cada uno despliega: Rösing (1993); Rubel (1995); Fernández Juárez (2004); Neila
Boyer (2006); y Pedrosa (2016: 32-53).
258 JOSÉ MANUEL PEDROSA

tipo cuentístico ATU 1645A, La compra del tesoro soñado, porque


su argumento se halla muy enriquecido y muy orientado hacia otros
polos narrativos que parecen pugnar con ese. Pero sí merece la pena
subrayar su originalidad y su relevancia, igual que conviene relacio-
narlo con la versión guatemalteca de 1706 por la que comenzamos a
tirar de nuestro largo hilo. Ambas son muestras muy aleccionadoras
de cómo los motivos e incluso los tipos folclóricos pueden, si median
narradores hábiles e imaginativos, descender al suelo de la historia,
quedar encarnados en personas de carne y hueso, y asumir sorpren-
dentes trazas o ínfulas de verosimilitud. Ambas son, además, indicios
o reverberaciones del fabuloso tesoro narrativo que es muy posible
que siga mayormente oculto en los legajos de la Inquisición panhis-
pánica, esperando ojos escrutadores a los que sorprender con su calei-
doscopio de voces, tonos y recreaciones.
Si el relato peruano de 1662 que acabamos de conocer resultaba
tan sorprendente como exótico, el que vamos ahora a leer, sacado del
Soushenji, una compilación de relatos chinos de los inicios del siglo iv,
nos llenará de más admiración aún. Pese a su escenografía totalmente
singular y a sus muchos elementos discrepantes, tampoco falta aquí la
intervención de agentes externos —los testigos que «retiraron la man-
ta» que impedía el paso— que se movilizaron para que el alma viajera
pudiera reingresar en su cuerpo.

Noticia de una tribu


En tiempos de la dinastía Qin, existió en el sur del Imperio la tribu de
los cabezas posadas, unos hombres cuyas cabezas podían volar. Su nom-
bre deriva de una expresión, «posar insectos», con la que se referían a uno
de sus rituales.
Pues bien, ya en tiempos del reino de Wu se dio el caso de un general
llamado Zhu que tenía una sirvienta cuya cabeza, en cuanto caía dormida
por la noche, echaba a volar; y ya fuera por la gatera o por cualquier alto
ventanillo abierto, salía y entraba de la casa usando las orejas a modo de
alas, para regresar siempre justo antes del amanecer.
Creyéndolo anormal, prendieron teas cierta noche ya bien tarde, en-
traron a observarla en su aposento y lo que vieron en la cama fue un cuer-
po sin cabeza, ligeramente frío y que mantenía una levísima respiración;
lo envolvieron en una manta y se quedaron a esperar. Y ocurrió entonces
que, cuando la cabeza regresó justo antes del amanecer, como solía, y fue
a acoplarse con el cuerpo, chocó contra la manta y cayó por tierra, donde
la vieron rodar lanzando hondos suspiros de impotencia y desesperanza,
GUATEMALA, 1706: EL CASO DE LAS DOS BRUJAS 259

mientras el cuerpo respiraba con tan creciente rapidez y parecía tan próxi-
mo a la muerte que retiraron la manta: la cabeza se elevó entonces del
suelo y fue a posarse sobre su cuello, y enseguida el cuerpo entero empezó
a respirar con calma y paz.
Tan anormal le pareció a Zhu todo aquello y tanto se asustó de la sir-
vienta que la despidió. Tiempo después, sin embargo, examinado bien el
caso, comprendió que nada había antinatural en ella. De hecho, no era
infrecuente que los militares destinados a las provincias del sur topasen
con personas de esta especie, personas a las que veían morir irremisible-
mente por no poder juntarse sus cabezas con sus cuellos, aunque el único
impedimento fuera un cacillo de cobre interpuesto (Gan Bao 2000: 9-10).

«Ausencia y retorno del alma»

«Absence and Recall of the Soul» es el título que James George Frazer
dio a uno de los capítulos más relevantes y recordados, el XVIII:2,
de la refundición de The Golden Bough que publicó en 192214. Pasó
revista, en aquellas páginas famosas —con su característica desme-
sura comparatista, y con su también característica tendencia a la
simplificación y al manejo de fuentes documentales cuestionables,
que además no declaraba— a las creencias que han sido atestigua-
das en tiempos y en espacios muy diversos acerca de los viajes del
alma fuera del cuerpo. Célebes, Borneo, Java, Brasil, las Guayanas,
Transilvania, India, Birmania, China, Congo, fueron algunas de las
escalas que hizo en su desordenado itinerario, mientras desplegaba
ante nosotros un batiburrillo de creencias y de prácticas rituales que
tenían algo que ver, aunque desde orillas muy diversas e irregulares,
con el tópico del alma viajera.
En tiempos más recientes, y con un rigor infinitamente superior, his-
toriadores como Jan N. Bremmer —a quien ya nos hemos referido—
han establecido nexos mucho más convincentes entre, por ejemplo, las
viejas concepciones griegas clásicas acerca del viaje del alma y las que
han sido atestiguadas en las tradiciones folclóricas europeas de muchos
siglos después. Bremmer (2002: 95-99) ha editado completas, de hecho,
una versión danesa y una holandesa —que he reproducido en las pági-
nas anteriores— del cuento ATU 1645A, sobre las que ha hecho comen-
tarios atinados. Mircea Eliade, en su tratado clásico acerca del chamanis-

14. Puede ser leído en la versión española de Frazer (1981: 219-230).


260 JOSÉ MANUEL PEDROSA

mo, no recuperó ni analizó versiones concretas de nuestro cuento, pero


sí reunió informaciones muy profusas, que se hallan dispersas por todo
el libro, acerca de las creencias sobre el externamiento y el retorno del
alma al cuerpo del chamán, y sobre el difícil tránsito que suele tener que
hacer a través de un puente. Sus informaciones pueden resultar relevan-
tes a la hora de abordar el análisis y la interpretación de nuestros relatos.
No pocos críticos han insistido en que el cuento ATU 1645A, el
que tiene asignado el título de La compra del sueño del tesoro en los
catálogos de cuentos —aunque vuelvo a defender que le convendría
más el de El alma sale del cuerpo del durmiente y descubre un tesoro—
es reflejo de antiguas creencias y prácticas que tienen relación con las
religiones chamánicas15. Yo no comparto ese juicio, entre otras cosas
porque el concepto de chamanismo es muy abierto y difuso, y no pue-
de ser reducido a una simple cuestión de narrativa: pienso que los mo-
tivos del alma externada y de su accidentado proceso de reingreso en
el cuerpo tienen las suficientes entidad propia y autonomía narrativa
como para que puedan acoplarse a relatos muy diversos, tengan algo
que ver o no con experiencias de sesgo chamánico.
Otros autores han propuesto, también, interpretaciones que no tie-
nen demasiado en cuenta la cuestión del chamanismo. El historiador
de la medicina Luis R. Menéndez Bueyes ha defendido, al hilo de la
antiquísima versión que puso por escrito Pablo Diácono, una inter-
pretación mucho más apegada a lo empírico:

¡Aunque esta noticia forma parte de una narración de carácter fantásti-


co sobre la aparición de un tesoro, lo que se describe posiblemente es una
infectación por helmintos basada en episodios que la experiencia diaria
proporcionaba con enfermos contagiados por estos parásitos tan comu-
nes. Tal vez ascariosis, causada por Ascaris lumbricoides, el más largo de
los nematodos intestinales, que alcanza hasta 40 cm., con unos 5 mm. de
grosor, y que se trasmite a través de la tierra contaminada con heces fecales
(Menéndez Bueyes 2012: 232)16.

15. Eso es lo que defiende, por ejemplo, Klaniczay (2002: 69), cuando lo define como
«una leyenda con matices chamánicos».
16. En una nota, el autor intenta conciliar la dimensión fabulística del relato con la
interpretación etnomédica que él sugiere: «Nota 53. La vinculación de serpientes
y lagartos con el hallazgo de tesoros ocultos (arquetipo del guardián del tesoro) se
encuentra muy enraizada en numerosas tradiciones populares (muy notablemente
en la mitad septentrional de España), llegando hasta nuestros días. El caso rela-
GUATEMALA, 1706: EL CASO DE LAS DOS BRUJAS 261

Al hilo de esto, no será ocioso señalar que existen, en muchas tra-


diciones folclóricas de todo el mundo, creencias acerca de animales
invasores —reptiles sobre todo—, capaces de entrar y salir del cuerpo
humano —por arriba o por abajo, y aprovechando ocasionalmente el
momento del sueño, del bostezo, del estornudo, del baño, de la excre-
ción, de la menstruación, de algún descuido— que tienen una relación
tangencial con los tópicos que estamos nosotros analizando (Delpech
1993; Pedrosa 2010). Davide Ermacora ha escrito una cantidad con-
siderable de artículos que analizan con erudición y agudeza todo ese
complejo de creencias y relatos. En alguno de ellos ha evaluado, ade-
más, su posible relación con el cuento ATU 1645A y su presunto vín-
culo con el imaginario chamánico (Ermacora 2015)17.
Lo cierto es que, aunque Frazer lo argumentase de modo muy
rudimentario, no le faltaba la razón cuando subrayó que la creen-
cia de que el alma o el espíritu —o cualquiera de los innumerables
avatares y nombres que pueden recibir— es capaz de salir del cuer-
po durante el sueño, para después intentar regresar a él, tiene una
difusión que se acerca a lo universal. Sumados a todas las versiones
conocidas del cuento ATU 1645A, los relatos nicaragüense, peruano
y chino de los siglos xxi, xvii y iv que he reproducido en el epígrafe
anterior —y que están relacionados de manera periférica con ese tipo
cuentístico— son botones de muestra aleatorios, entre los muchos
que podrían ser aducidos, de narraciones que están en una órbita
lejana pero conexa. En el Tíbet (Lakhi 2009), Nepal (Ramble 2010),
Filipinas (Tan 1987), Colombia (Reichel-Dolmatoff 1997), México
(Guiteras Holmes 1996; Ruiz Velasco 2010; y Ruiz Velasco Márquez

tado por Pablo sería uno de los ejemplos más antiguos que se han documentado
de dicha tradición: García Figuerola, 2012: 60-61. En cualquier caso, la narración
es suficientemente significativa como para poder entrever la mezcla de elementos
fantásticos (tesoro) y reales (parásito intestinal)».
17. En Ermacora (2013-2014: 161-194) es donde el etnógrafo italiano analiza las cues-
tiones relativas al cuento ATU 1645A y al chamanismo. Acaso convenga puntua-
lizar, porque es relato que analiza también Ermacora y porque alude a un animal
que entra por la boca en el cuerpo humano, aunque en condiciones y con fines
muy distintos a los de nuestro cuento ATU 1645A, que hay otro cuento, el ATU
285B*, The Snake in the Man’s Stomach (La serpiente en el estómago del hombre),
que tiene este resumen: «Un hombre (o mujer) se duerme debajo del árbol con la
boca abierta. Una serpiente se mete a hurtadillas dentro de su cuerpo, y él enfer-
ma. En algunas variantes la serpiente abandona el cuerpo con sus crías. A veces la
serpiente es sacada del cuerpo con leche (o con agua)».
262 JOSÉ MANUEL PEDROSA

y Alvarado Tejeda 2010) y en un sinfín de países más podríamos


encontrar confirmación abrumadora de todas esas creencias, narra-
ciones y ritos acerca de almas viajeras, de dificultades de retorno al
cuerpo y de dolencias derivadas de ello18.
Ahora es el momento solo de subrayar que nuestro seguimiento
del devenir del cuento ATU 1645A, y del complejo cultural que se
le asocia nos ha colocado en una atalaya inmejorable para consta-
tar algunos de los rasgos poéticos e ideológicos más perdurables y
representativos de los que definen el género del cuento tradicional.
Su estabilidad argumental a prueba, como estamos constatando, de
distancias de tiempo, de espacio, de lengua, de religión, de ideología,
no deja nunca de asombrar. Para cualquiera es evidente que los mil
doscientos años transcurridos —con el hito intermedio de la versión
guatemalteca de 1706— entre la anotación de la versión latina de Pa-
blo Diácono y el registro de la versión chilena de Santos Rubio no
han servido para desdibujar, ni mucho menos, el irrenunciable aire
de familia que los vincula. Del mismo modo, y aunque cada una de
las versiones que hemos documentado en cuatro continentes y en
muchas culturas funciona de modo distinto en cada marco social,
cultural y poético, y se sustancia en variantes textuales irrepetibles,
todas muestran analogías obvias e indiscutibles con respecto a los
demás miembros de su familia tipológica.
Los avatares de nuestro cuento se vinculan además, a través de
sus motivos constituyentes, en especial —aunque no solo— a tra-
vés de E721 (Soul Journeys from the Body), con otras tipologías
de relatos, que conectan a su vez con una panoplia gigantesca de
creencias y de rituales mágico-religiosos, de los que difícilmente
podrá dar cuenta cabal el instrumental crítico de la filología, sin el
auxilio de los de la antropología, la ciencia de las religiones, la et-
nopsicología, etc. Más asignaturas pendientes, que deberán quedar
para futuras exploraciones.

18. Sobre almas que van y vienen del cuerpo durante el sueño y sobre otras creencias
y rituales relacionados con los sueños místicos, véanse además estos títulos esen-
ciales y recientes: Klaniczay (2012); Sleep Around the World (2013); y Keskiaho
(2015).
GUATEMALA, 1706: EL CASO DE LAS DOS BRUJAS 263

Cooperación, competencia y tesoros escondidos

Una clave más, que conviene que quede cuando menos apuntada,
es que nuestros relatos plantean, como casi siempre se trasluce en
el lenguaje de los cuentos tradicionales —y muy en especial en el de
los cuentos acerca de tesoros ocultos (Suárez López y Álvarez Peña
2001)—, la cuestión de la cooperación que es necesaria para obtener
un bien que beneficie a todos, y de la crisis que perjudicaría al conjun-
to de la comunidad en el caso de que no se produjera esa cooperación.
Nuestro durmiente cuya alma viajera contempla un tesoro acaba re-
partiéndolo, en muchas versiones, con el amigo que le ayuda a que el
alma sortee los obstáculos sembrados en el itinerario de vuelta, de lo
cual sale beneficiada la solidaridad entre las personas y la prosperidad
económica de la comunidad a la que los dos se reintegrarán cuando
retornen a la civilización. Un ejemplo limpio y convencional, en de-
finitiva, de alianza entre héroe y auxiliar que suman fuerzas para la
consecución de un bien común.
Pero cuando, en alguna versión, uno de los personajes traiciona
al otro para apropiarse del tesoro, su castigo es inexorable. Recor-
demos que en la versión de los Gesta romanorum, Guido entregaba
a su amigo Tirio la totalidad del tesoro, en lo que constituía una
exhibición insuperable de generosidad. Sin embargo, en la versión
de la Vita Dagoberti o Vida de san Dagoberto, el ahijado asesinaba
traidoramente a su señor, el santo que se había quedado dormido,
para arrebatarle las riquezas que había hallado durante el sueño. La
recompensa para Dagoberto fue el cielo, mientras que para el ahijado
egoísta quedó el infierno.
La versión documentada en la Guatemala de 1706 adquiere, dentro
de este marco, una dimensión muy singular, que se enfanga en una so-
ciología tan cruda como mísera, encajada en una escenografía prostibu-
laria insólita en el refinado concierto de las demás versiones. Simona de
los Santos, la joven que denunció por brujas a sus dos amas, las presun-
tas rameras Antonia y Sebastiana de Santiago, debía de ser, si hacemos
caso del rencor que la embargaba, una criada explotada y quién sabe
si de algún otro modo maltratada. En su relato de denuncia ante los
inquisidores, se inventó que las dos hermanas ocultaban dentro de sus
cuerpos unos pájaros equívocos, uno con los «pies amarillos» y otro
con el «pico de oro» —sublimaciones obvias del oro— y que eran due-
264 JOSÉ MANUEL PEDROSA

ñas de una gran cantidad de «vestidos de raso y seda ya hechos, cucharas


de plata y de carei, y otras cosas» que tienen en «cinco caxas y quatro
escritorios llenos destas cosas, y que usan de dichos vestidos para ir a la
iglesia». Está latente, en esa acusación, el rencor y la envidia contra unas
amas que no comparten posesiones, ganancias o tesoros con quienes les
ayudan a ganarlas; un conflicto de clase en toda regla, por más que se
presente soterrado o envuelto en metáforas del color del oro.
Las admoniciones que subyacen en las dos modalidades, la positiva
y la negativa, de desenlace están en la línea de las que, de manera explí-
cita o de manera subliminal, destilan otros tipos de cuentos acerca de
tesoros escondidos. Así, los relatos del tipo ATU 1645, The Treasure
at Home (El tesoro en casa) (Pedrosa 1998: 127-157), premian la coo-
peración entre los dos sujetos que sueñan y comparten sus visiones
acerca del tesoro que al final es encontrado. Recuérdese el resumen
que ofrece el catálogo de Uther:

Un hombre sueña que si va a una ciudad distante encontrará un teso-


ro escondido en cierto puente. Al no encontrar ningún tesoro, cuenta su
sueño a otro hombre que dice que él también ha soñado con un tesoro que
está en un lugar cuya descripción resulta coincidir con la casa del primero.
Cuando este regresa a su casa, encuentra el tesoro.

Hay otro cuento, el ATU 840, The Punishment of Men (El castigo
de los hombres) —que Uther señaló que estaba conectado con nues-
tro cuento ATU 1645A—, en el que no asoma ningún tesoro material,
aunque su clave es el tesoro espiritual del conocimiento y de la ética. Su
apología de la solidaridad dentro del grupo no puede ser más vigorosa:

Cuando un padre y su hijo (o dos viajeros) pasan la noche en una casa,


el hijo es incapaz de dormir. Contempla cómo suceden cosas maravillosas:
una serpiente sale de la boca de un hombre que duerme y se mete dentro
de la boca de su esposa; la cabeza de un hombre es arrancada por un hacha,
etc. Por la mañana el dueño de la casa explica que esos son castigos de la
humanidad (explica que las visiones fueron causadas por la falta de armo-
nía y las peleas entre la familia).

La insolidaridad y el intento de fraude son, en cambio, dramática-


mente castigados en el cuento ATU 834, The Poor Brother’s Treasure
(El tesoro del hermano pobre):
GUATEMALA, 1706: EL CASO DE LAS DOS BRUJAS 265

Una persona (esposa, hermano, hermana, muchacha, hombre, pariente,


un rico, un perezoso, un vecino, un amigo, un criado) cuenta su sueño a
otra persona (esposa, hermano, hermana, pariente, un pobre, un vecino, un
amigo, un criado) diciéndole que en cierto lugar está enterrado un tesoro
(o ha encontrado un tesoro). La segunda persona intenta sacar el tesoro
del lugar indicado, o una tercera persona (un ladrón, un vecino) espía la
conversación y excava allí. Pero en vez del tesoro la persona desentierra
solo un perro muerto (o un gato muerto, o sapos, escarabajos, una olla
de hormigas, una olla de serpientes, una olla de brasas ardientes, una olla
de estiércol, un esqueleto). Enfadado y decepcionado, él o ella arroja el
animal (o la olla) a la casa (o la cama, a través de la ventana, a través del
techo) del soñador, y todo queda transformado en oro (o en plata, o en
dinero).

En los cuentos del tipo ATU 763, Treasure Finders Murder One
Another (Quienes encuentran un tesoro se matan unos a otros) (Pedrosa
1998 y 2000), el castigo de los avariciosos resulta mucho más cruento:

Tres (o dos, o más) hombres (cazadores, amigos, hermanos) encuen-


tran (o roban) un tesoro. Cuando uno de ellos va a la ciudad a buscar al-
guna comida, los otros planean matarlo para no compartir el tesoro con él.
Los que se quedaron en el lugar matan (apuñalan hasta la muerte, asfixian)
al que se había ido, apenas regresa, pero mueren a continuación, porque
aquel había envenenado el pan (o el vino).

Hay cuentos, en fin, como el ATU 1645B, Dream of Marking the


Treasure (El sueño de marcar el tesoro), en que solo hay operativo un
personaje, lo que priva a otros sujetos y a la comunidad de la expecta-
tiva del reparto del tesoro. El desenlace no puede ser, en consecuencia,
más irónico ni más decepcionante:

Un hombre sueña que encuentra un tesoro (o le dicen dónde hay un


tesoro enterrado). Es demasiado pesado para que él lo cargue, de modo
que pone una marca sobre el lugar, con su propio excremento. Por la ma-
ñana encuentra que solo el final de su cuento se había cumplido: había
defecado sobre su cama.

Los relatos acerca de tesoros ocultos y hallados por alguien, en


sueños o no, se nos revelan, en conclusión, como metáforas de las
dos actitudes éticas —la cooperación y la competición— desde las
que el ser humano tiene la posibilidad de funcionar en la vida en
266 JOSÉ MANUEL PEDROSA

comunidad. Monografías futuras nos permitirán seguir avanzando en


su desciframiento, que es, también, el desciframiento de algunas de las
claves más profundas y perdurables de nuestros deseos y decepciones.
En tanto llegan esas próximas indagaciones, no será ocioso insistir
en la enorme relevancia y originalidad que, en lo literario, lo socio-
lógico, lo antropológico, tiene la denuncia que Simona de los Santos
presentó contra sus amas Antonia y Sebastiana de Santiago ante el tri-
bunal de la Inquisición de Guatemala en el año de 1706. Las alegacio-
nes de que las dos hermanas eran «mugeres del mal vivir, y aunque son
casadas no hazen vida con sus maridos», además de brujas capaces de
hacerse con tesoros buscando con pájaros mágicos y nocturnos que
ocultaban durante el día dentro de sus cuerpos, nos remite a tópicos
mayores de las creencias relativas a la brujería —su asociación ocasio-
nal con la prostitución—, y a tópicos mayores del folclore —la asocia-
ción de la denuncia de Simona con el cuento folclórico ATU 1645A—.
Pero el relato de la criada guatemalteca que se levantó, quién sabe
tras cuántas y cuáles injurias, contra sus amas, sin dejar de reunir tales
rasgos —lo cual es algo en sí mismo muy notable—, va mucho más
allá: es un experimento literario e ideológico insólito, que reclama a
la narradora y a sus interlocutores (entre los que nos encontramos) el
esfuerzo de ver la realidad bajo el prisma de lo maravilloso y de recon-
figurar la historia dentro del encaje del folclore heredado; es, además,
la descripción, sublimada con pájaros de color de oro y tesoros noc-
turnos, de una guerra sin solución de la insolidaridad contra la inso-
lidaridad, de los más pobres y humillados —Simona— contra los que
eran un punto menos pobres y humillados —Antonia y Sebastiana—;
y es, en fin —ya era el momento de decirlo, y de desvelar por qué he-
mos convocado aquí tantos relatos con protagonistas masculinos—,
una declaración que destila crudeza de la posición de inferioridad que
la literatura y la cultura de las sociedades tradicionales han forzado a
ocupar, tantas veces, a la mujer.
Todos los avatares —menos uno— del cuento ATU 1645A y de
algunas narraciones de su órbita que han pasado ante nuestros ojos
estaban protagonizados por varones, la inmensa mayoría de los cuales
eran reyes, nobles o santos; ninguno se prostituía, y solo uno —el
peruano, cuyo caso no fue sacado de fuentes literarias, sino de legajos
inquisitoriales— fue marginado por pobre e indio, y acusado de bru-
jo. Frente a todo ese bloque, y para una vez que tocó a un plantel de
GUATEMALA, 1706: EL CASO DE LAS DOS BRUJAS 267

mujeres —Simona, Antonia, Sebastiana— transustanciarse en sus per-


sonajes, el cuento las recluyó, sin remisión, en la categoría de pobres,
brujas y «mugeres del mal vivir».

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Los fetiches de María Guadalupe,
un caso de la inquisición novohispana
en Michoacán en el siglo xviii1
Cecilia López Ridaura

La Inquisición, en su afán de vigilar y castigar los comportamientos


desviados de la ortodoxia católica, registró por escrito –y guardó ce-
losamente– esas mismas prácticas que condenaba, permitiendo que
los testimonios de hombres y mujeres involucrados en alguno de los
asuntos de que se ocupaba el Santo Oficio llegaran a nosotros. Par-
ticularmente interesantes son los expedientes que giran en torno a la
brujería, la hechicería, la superstición; en ellos se reflejan los temores
y, sobre todo, los deseos de una comunidad; lo que la gente cuenta
sobre estos temas nos permite adentrarnos en el imaginario de una
colectividad. No solo eso: en el flujo de discursos entre las autoridades
y de los interrogados podemos ver el contraste entre dos sistemas de
creencias que en el fondo son las mismas.
Las investigaciones sobre el tema basadas en fuentes inquisitoriales
han producido ya una ingente cantidad de estudios desde las más va-
riadas disciplinas y con distintos objetivos que van desde la Historia
en mayúscula –con sus múltiples ramificaciones: historia universal,
nacional, local, cultural, de las ideas, de la Inquisición, etcétera–, hasta

1. El proyecto de investigación del que sale el presente trabajo cuenta con auspicio
del Programa de Apoyo a Proyectos de Investigación, Innovación y Tecnología
(PAPIIT) de la UNAM, que lleva por título «Brujería y hechicería en el siglo
xviii en Michoacán. Revisión y edición crítica de los expedientes inquisitoriales»;
está registrado con la clave IA 401315. El objetivo principal de este proyecto es
realizar un catálogo razonado de todos los expedientes sobre brujería, hechicería
y superstición que se encuentran en el Archivo Casa Morelos.
274 CECILIA LÓPEZ RIDAURA

el estudio de la actuación del Santo Oficio en un lugar en particular,


frente a un delito, en un caso, contra un personaje.
El presente trabajo se enfoca en el caso de una mulata llamada
María Guadalupe, que en 1760 fue denunciada ante el comisario
del Santo Oficio de San Miguel el Grande (actualmente San Miguel
Allende, Guanajuato, México) acusada de dedicarse a maleficiar me-
diante fetiches a todo aquel que se metiera con ella. El caso tiene, al
menos, dos atractivos: por un lado, los testimonios contienen diver-
sos tópicos y motivos propios de los relatos populares, como teso-
ros enterrados, maleficios, pactos con el demonio, vuelos nocturnos,
etc., lo que lo hace sumamente interesante para los estudios de la
literatura; por otro lado, cosido al expediente encontramos uno de
los fetiches elaborados por esta mujer: se trata de un muñequito de
manta de unos 17 cm de alto que, bajo la camisa, en el vientre, tiene
una maraña de cabellos. Los rasgos de la cara están bordados tosca-
mente con estambre negro2.
El proceso seguido a María Guadalupe se encuentra en el Archi-
vo Histórico Casa Morelos, en Morelia, Michoacán. Este archivo está
ubicado en una casona construida en 1758 que fue, efectivamente, pro-
piedad del prócer de la independencia de México, José María Morelos
y Pavón. Originalmente el edificio era del juzgado de Testamentarías.
En 1801 lo compró Morelos y le agregó un piso para alojar a su herma-
na Antonia. La casa estuvo habitada por los descendientes del caudillo
hasta 1949, aunque desde 1910 la había comprado la Secretaría de Ha-
cienda y desde 1933 se declaró monumento nacional; el resguardo del
inmueble se le asignó al Instituto Nacional de Antropología e Historia
(INAH), que lo habilitó como museo. Poco antes, en 1931, el acervo
documental del antiguo obispado de Michoacán, que estaba reunido
en la catedral de Morelia, se depositó en esta casa3.
Este archivo, dentro del fondo diocesano, sección «Justicia», tiene
una serie llamada «Inquisición» que –según el libro Índices documen-
tales del Archivo Histórico Casa de Morelos de Carlos Juárez Prieto–
se compone de 164 expedientes contenidos en once cajas, casi todos
del siglo xviii (solo cuatro son del siglo xix). De estos expedientes,

2. Un resumen de este caso puede verse en Argueta et alii (1985).


3. Información tomada de la página de Conaculta <http://sic.gob.mx/ficha.
php?table=museo&table_id=1037> (consultado: 12 de marzo de 2017).
LOS FETICHES DE MARÍA GUADALUPE 275

59 se relacionan con brujería o hechicería (1998: 307-341). Estos ex-


pedientes tratan sobre casos que tuvieron lugar en el obispado de Mi-
choacán, que se fundó en 1536, diez años después de la conquista de la
ciudad de Tzintzuntzan. Para el siglo xviii el obispado comprendía los
actuales estados de Michoacán, Guanajuato, San Luis Potosí, Guerre-
ro y Colima, y parte de Jalisco. La sede episcopal estaba en la ciudad
de Valladolid, hoy Morelia, Michoacán.
La mayor parte de estos expedientes están clasificados como «au-
tos» y comprenden las diligencias que se siguieron en cada caso. Oca-
sionalmente, como en el caso de María Guadalupe, se documenta todo
el proceso llevado a cabo por la Inquisición en la Ciudad de México.
El caso que nos interesa es el expediente 57 contenido en la caja
1.248 y consta de 72 folios4. Se puede dividir en dos etapas: una entre
1760 y 1761, y otra de 1767 a 1769. La primera etapa consiste en la
denuncia y los interrogatorios a los directamente implicados. La se-
gunda etapa corresponde principalmente a la actuación del tribunal en
la Ciudad de México.
El expediente se abre con una portada que dice: «San Miguel el
Grande, año de 1760. El señor inquisidor fiscal del Santo Oficio de
México contra María Guadalupe, mulata, y María Isavel. Por maléfi-
cas», seguido de una extraña nota de la que no se ha podido deducir el
sentido: «toca a estos autos un tompiate». Aunque en los documentos
que siguen se menciona alguna vez a una María Isabel, este nombre
es uno más entre los que se enlistan de las mujeres que practicaban la
brujería y la hechicería con María Guadalupe; probablemente a ella y
a las demás se les incoó proceso aparte, pero no se ha podido localizar
algún rastro de ello. A continuación se detalla el caso de María Guada-
lupe, una bruja novohispana.
En la mañana del 21 de agosto de 1760, el administrador de la ha-
cienda de San Antonio del Blanquillo5, Joseph Molina, un mestizo de

4. En adelante las referencias al expediente se indicarán únicamente con el número de


folio, entre paréntesis.
5. La hacienda de San Antonio del Blanquillo, ahora abandonada, está ubicada en el
municipio de San Felipe, Guanajuato, cerca del límite con el estado de San Luis
Potosí. La hacienda fue comprada por el famoso mercader Pedro Sánchez de Tagle
(1661-1723), segundo marqués de Altamira. A su muerte, es probable que haya
pasado a las manos de su yerno, Francisco de Valdivieso (1683-1749), conde de
San Pedro de Álamo y casado en segundas nupcias con la marquesa de San Miguel
276 CECILIA LÓPEZ RIDAURA

37 años, viudo, se presentó ante el comisario del Santo Oficio en la villa


de San Miguel el Grande. «Movido de la repugnancia y golpe que le han
hecho las cosas que ha sabido» (fol. 4r), refirió al comisario que dos años
antes había oído decir que en un cerro que en la hacienda llaman el cerro
de Patagalana había un tesoro escondido. Para averiguar qué tan cier-
to era, mandó a un sirviente de la hacienda, el mulato Joseph Antonio
Rosales Pichardo para que fuera a investigar. No obtuvo información
porque el tal Rosales estuvo a partir de entonces «como alucinado» (fol.
4r). Por esos días se le acercó una muchacha de la hacienda, María de
Jesús, mulata de 14 años, y le contó que ella sabía dónde estaba ente-
rrado el dinero porque se lo había dicho su madre, María Guadalupe.
En su denuncia, Joseph Molina se queja de que Joseph Rosales y María
de Jesús estuvieron jugando con él y sus ansias por encontrar el tesoro:
el primero se hacía el mudo y la segunda le aseguraba que no le podría
decir nada más porque su madre se lo había prohibido.
María de Jesús se fue a vivir a casa del administrador para que este
le enseñara la doctrina católica y ahí le contó más cosas sobre las ac-
tividades de su madre. Le dijo, por ejemplo, que la enfermedad que
Molina padecía desde algún tiempo atrás se la había provocado María
Guadalupe con un muñeco que lo representaba. No solo eso: su madre
tenía una gran cantidad de muñecos llenos de espinas y crucificados
que representaban a otros tantos hombres y mujeres que por esos lares
estaban padeciendo diversas enfermedades. La muchacha le llevó dos
de ellos que correspondían a dos personas que ya habían fallecido.
El administrador Molina encerró a Joseph Rosales en una galera
bajo llave para castigarlo, pero María de Jesús dijo que eso no era un
problema para su madre, que había estado yendo a visitarlo. Luego
sabría Molina, por boca de Rosales y confirmado por la propia María
Guadalupe, que el tesoro estaba encantado:

[…] y que el encanto estaba en que en un hollo de el cerro havían puesto


una piedra grande, y sobre la piedra una tabla tapada con tierra para que

de Aguayo. En la época que nos ocupa el dueño era su hijo, el tercer conde de San
Pedro del Álamo (Goyas Mejía 2011: 65). El obispo de Michoacán en esos años
era Pedro Anselmo Sánchez de Tagle, sobrino de Pedro Sánchez de Tagle y, por lo
tanto, pariente de los dueños de la hacienda. El obispo y su sobrino habían sido
fiscales del Santo Oficio en México, el primero de 1728 a 1747 y el segundo, Juan
Francisco Tagle Bustamante, de 1749 a 1753 (Medina 2010: 385-386).
LOS FETICHES DE MARÍA GUADALUPE 277

así no diera el que denuncia con la boca donde el dinero estaba. Y entre
la tabla y la piedra puesto un animal pinto y un muñeco de un negro con
vidrios como el que trajo entre los muñecos, que es como el encantador o
guarda de el lugar de el dinero (fol. 5r).

La muchacha quería que su madre se fuera a confesar con el cura


para salvación de su alma y María Guadalupe decía que estaría dis-
puesta a hacerlo si no fuera porque su marido no estaba enterado de
nada y ella temía las represalias que pudiera tomar contra ella en caso
de saber que se dedicaba a esas actividades.
Joseph Molina, en esa primera deposición, le dijo al comisario del
Santo Oficio, Juan Manuel de Villegas, que, de hecho, iba acompañado
tanto de María de Jesús como de Joseph Rosales para que dieran testi-
monio de lo que él estaba denunciando, y que María Guadalupe había
aceptado ir después a hacer lo propio.
A la mañana siguiente se presentó la muchacha ante el comisario.
Su testimonio es un verdadero catálogo de prácticas hechiceriles. Afir-
mó que comparecía en nombre de su madre y de ella misma para decir
que desde que tenía unos cuatro años se dio cuenta de que su madre
hacía cosas malas, pues en ese entonces supo que María Guadalupe y
sus amigas tenían maleficiada a una mujer llamada María Apolonia,
que sufría de intensos dolores provocados mediante una muñeca con
espinas que le habían hecho. Cuando María de Jesús tenía ocho años,
su madre y dos de sus amigas –su vecina María Isabel y una india lla-
mada María Teresa– «le dieron una bebida a la que vio que le echaron
la hierva de santa maría6 y pellote la que, bebiéndola, se volvió loca y
andaba como en el aire» (fol. 6r-v). El uso de narcóticos por parte de

6. Son muchas las plantas que tienen este nombre, entre ellas, el mismo peyote. Dice
Gonzalo Aguirre Beltrán qua a veces se hace una distinción entre el peyote macho
y el peyote hembra; basado en lo que declaran los interrogados en los archivos
inquisitoriales, unas veces, cuando se trata de la raíz o la cabeza de la planta es
masculino y se le llama también rosa de san Nicolás; en cambio, la parte femenina
de la planta es la flor y a esa se le llama santa maría o rosa maría. En otros casos,
más bien se basa en el poder psicoactivo de la planta: cuando el peyote está madu-
ro es masculino, cuando la planta es joven, es femenina (cfr. Aguirre Beltrán 1992:
142-144). Por otro lado, también a la mariguana (Cannabis sativa) se le conoce
con el nombre de santa maría, rosa maría o santa rosa (BDMTM, «marihuana»,
s.v.). El hecho de que en este caso se hable de una yerba y se mencione además del
peyote, induce a pensar que se están refiriendo a la mariguana.
278 CECILIA LÓPEZ RIDAURA

las brujas está bastante estudiado7. En Europa, a la brujería se asocian


plantas como la mandrágora, la belladona, el beleño; en la Nueva Es-
paña, las plantas alucinógenas de la farmacopea prehispánica pronto
tomaron su lugar: el peyote, el ololiuhqui, el toloache, etc.
Cuenta también María de Jesús que estas mujeres la llevaron a
una cueva que estaba en la hacienda y que ahí, ella oyó que la llama-
ban por su nombre. Su madre le explicó que quien la llamaba era un
muñeco puesto en cruz que tenía encantada la cueva. En esa misma
cueva, luego de que su madre «hizo unas señas con las manos» la
tierra se abrió y aparecieron muchas luces; su madre le dijo que
eso era porque ahí estaba enterrado el dinero. Esas luces eran las
mismas brujas, según relata María de Jesús. Dijo que su madre se
juntaba con muchas mujeres, más de veinte, en la cueva y transfor-
madas en luces verdosas se levantaban del suelo y se iban hacia los
sitios en que había dinero escondido. En los relatos de brujas del
México actual, es común identificarlas como luces o bolas de fuego
que sobrevuelan los cerros8. Describe la muchacha cómo es que su
madre realiza esa transformación:

Dice que en su cassa se juntaron con su madre otras sinco; y que po-
niéndose todas alrededor de el fogón con los dedos se sacaban los ojos y
los echavan en un plato blanco, y este lo ponían junto al tenamastle9 de
la pared o piedra sobre quien ponen el comal y que cogiendo una untura
amarilla (como la vio) se untaban por el pecho y pesqueso y baxo de los
brazos. Y diziendo estas palabras: «sin Dios y Santa María», daban el
volido y se desaparecían, y veía en el cerro las luces donde se juntaban
otras varias. Y que para que su marido de Guadalupe, y padre de la que
denuncia, no las sintiese y se durmiese hasta bien tarde, le ponían en la
cabezera su trabuco y espada en cruz, con lo que quedaba como una
piedra (fol. 7r-v).

7. Véase, por ejemplo, el minucioso estudio de Gómez Fernández (1999); así como el
libro de Mérida Jiménez (2006), que dedica parte del tercer capítulo al tema, entre
muchos otros.
8. Dice Alfredo López Austin que en el mundo náhuatl prehispánico existía un tipo
de brujo o mago llamado tlahuipuchtli, que significa «el sahumador luminoso»;
este personaje andaba por la noche en las montañas echando fuego por la boca, lo
que explicaría la difusión de la idea de las brujas luminosas en México (1967: 93).
9. Tenamastle o tenamaste: «Entre los indígenas y gente pobre cada una de las tres
piedras que componen el fogón y sobre las cuales se coloca la olla, el comal, etc.
para cocinar o cocer» (Mej. s.v.).
LOS FETICHES DE MARÍA GUADALUPE 279

Lourdes Samohano ha registrado varios casos con similitudes importantes


con el de María Guadalupe, donde se habla de brujas convertidas en luciérna-
gas. También habla de lo que hacen las mujeres casadas para que sus maridos
no descubran sus malas artes (2013: 70). Uno de los casos que menciona Sa-
mohano y que aparece también en el libro Relatos populares de la Inquisición
novohispana de Enrique Flores y Mariana Masera10 parece sacado del mismo
molde que este: es también la hija, Juana Teresa Gómez, la que denuncia a su
madre, María Gómez, de ser bruja. A esta mujer, un gato le quita toda la carne
del cuerpo y los ojos los pone debajo de un tenamaste; luego, dice «de villa
en villa, sin Dios ni Santa María», se convierte en una lucecita verde y se va
volando (Samohano 2013: 57-58; y Flores, Masera et alii 2010: 254).
Con respecto a los muñecos, dice María de Jesús que su madre tie-
ne varios y, entre ellos, tres que corresponden a tres hombres que ya
murieron. Aclara que la razón por la que no le pudieron dar a Joseph
Molina información sobre el tesoro enterrado fue porque su madre ha-
bía hecho dos muñecos, uno para Rosales y otro para ella, con la boca
cosida y con pellejos de víbora con el fin de que no pudieran revelar
su secreto. Por eso, cuando María de Jesús trató de guiar a Molina a la
cueva no la encontró y no pudo pronunciar una sola palabra. También
había hecho María Guadalupe otro muñeco para Joseph Molina al que
le puso una hebra de oro al cuello, con lo que parecía significar que a
la víctima lo podían manejar y engañar gracias a su ambición.
María de Jesús termina su declaración diciendo que es su misma
madre quien la envía con la intención de pedir misericordia por sus
errores y volver al buen camino, imposibilitada como está de hacerlo
personalmente por temor a su marido.
Ese mismo día, por la tarde, llaman a testificar a Joseph Antonio
Rosales Pichardo11. Él es un mulato de 28 años, casado, arriero de la
misma hacienda de San Antonio del Blanquillo. Su larga deposición
está llena de historias insólitas; no es de extrañar que Joseph Molina
lo considerara «alucinado». Entre otras cosas cuenta que, cuando el

10. En el mismo libro hay otros relatos que hablan de brujas en forma de luces o bolas
de fuego: «Globos de fuego» y «La bruja brillosa» (Flores, Masera et alii 2010:
225-226).
11. En su declaración dice llamarse solo Joseph Antonio Pichardo, pero es el mismo
Joseph Rosales que aparece en la primera declaración de Joseph Molina. María
Guadalupe se refiere a él como Joseph Antonio el Reynero, porque era originario
del Nuevo Reino de León.
280 CECILIA LÓPEZ RIDAURA

administrador Molina le pidió que averiguara sobre el dinero ente-


rrado en el cerro, decidió hacerlo por «modos diabólicos» (fol. 8v)
para lo que molió una peonía y se la bebió; entonces «le pareció que
se le revolvía todo el mundo, y que le daban vueltas por todas partes
y vio cerca de sí un vulto como de hombre (el que le causó temor) y
este lo llevó de la mano, y lo fue guiando hasta el cerro, y asomándose
por la abertura que havía en la cueva, vio un montón de dinero» (fol.
8v). Después de decirle a Molina lo que había visto, decidió ir a Gua-
najuato a la iglesia del Señor de Villaseca a pedir que se le concediera
sacar ese dinero. Cuando volvió de su peregrinación, se «puso en mala
amistad» con María Guadalupe y decidieron engañar a Molina para
que no se les adelantara en sacar el tesoro. Como vio Molina que lo
estaban engañando y que, además, Rosales había estado contando en
Guanajuato sobre el asunto del tesoro, en represalia lo encerró en una
galera, encadenado con grilletes. Ahí lo tuvo cinco meses. Dice Ro-
sales que a los dos meses de estar encerrado llamó al demonio para
que lo sacara; pero la que se le apareció fue María Guadalupe con un
muñeco en las manos. Al parecer ella lo visitó en muchas ocasiones y
platicaban sobre cómo encantar el cerro para que Joseph Molina no
sacara el tesoro antes que ellos. Nunca queda claro por qué ellos no
podían simplemente o por medios mágicos sacar el dinero, pero en los
relatos sobre tesoros, frecuentemente aparecen condiciones que impi-
den a alguien acceder a un tesoro encontrado12. Una noche, cuenta el
declarante, sin saber cómo, María Guadalupe lo llevó al cerro y ahí,
entre los dos, hicieron un encanto con un muñeco y otras cosas para
que nadie pudiera sacar el tesoro. La noche siguiente, María Guada-
lupe volvió a transportar a Rosales al cerro y ahí presenció una suerte
de aquelarre en el que había unas veinte mujeres con luces verdes en
las manos y que volaban. No se especifica, pero el muñeco que María
Guadalupe llevaba en las manos cuando se le aparecía a Rosales en su
prisión, probablemente representaba al mismo Rosales y era por me-
dio del fetiche como la mujer podría sacarlo y meterlo en la galera a su
voluntad. María Guadalupe también sacaba ocasionalmente a Rosales
de la prisión para que le diera el sol.

12. Son innumerables los estudios sobre tesoros malditos. Remito al trabajo de Pe-
drosa (1998: 195-193), que contiene un análisis y numerosas referencias bibliográ-
ficas sobre el tema.
LOS FETICHES DE MARÍA GUADALUPE 281

Joseph Manuel Rosales Pichardo afirma que tiene visiones en las


que puede ver lo que sucede en otros lugares porque Dominga, una
de las amigas de María Guadalupe, le untó los ojos con la yerba rosa
maría y le dijo que a esa yerba le podía pedir lo que quisiera y que ella
se lo concedería.
Con respecto a los muñecos de María Guadalupe, dice Rosales que
un día se apareció dentro de su celda otra de las brujas amigas de María
Guadalupe, Felipa, que fue a visitarlo para decirle que le habían hecho
un muñeco con la boca cosida y que por eso es que no podía hablar
más del asunto del dinero. Le dijo también que tenían otro muñeco
junto al humo del fogón para que todo aquel que se acercara a buscar
el dinero se ahogara. También tienen otro muñeco que representa a
Joseph Molina, que tiene puesto «un hilo de sincho en la barriga, para
que en toda su vida se abrigase con eso pues no tendría ni hallaría
con qué mantenerse, y que en los volsicos le pusieron al muñeco unos
pellexos de bíbora en representación de que ese fuese el dinero que
conseguiese del que vuscaba en el cerro» (fol. 9v).
Por último dice que María Guadalupe ha tratado de matar varias
veces a Joseph Molina, el administrador, por diversos medios, tanto so-
brenaturales como naturales. En una nota escrita al margen de la decla-
ración de Rosales Pichardo en 1767 se hace constar que, según Joseph
Molina, poco después de haber hecho su deposición en San Miguel el
Grande, Rosales le dijo que «se iba de la tierra porque ya no quería me-
terse en más enrredos y engaños» (fol. 9r). Nunca se volvió a saber de él.
El 27 de agosto declaró María Guadalupe. En su deposición se con-
signa que es una mulata de más de cuarenta años, casada con Joseph de
Salas y que vive en San Antonio del Blanquillo. Dice que ha recorrido
las veinte leguas que separan la hacienda del Blanquillo de San Miguel
el Grande para denunciarse y pedir misericordia al tribunal; que está
arrepentida de sus errores y que desea vivir como cristiana; que sus hi-
jas, principalmente María de Jesús, la han persuadido para comparecer
ante el comisario. Cuenta María Guadalupe que un día, en 1750, unas
amigas suyas la convencieron para que bebiera rosa maría con peyote.
Por la declaración de su hija sabemos que la niña estaba con ella y que
también le dieron la bebida. Cuando se la tomó, sintió como que esta-
ba en el aire o borracha; luego ella misma se preparaba la bebida. Dice
que varias veces sus amigas le untaron los ojos con rosa maría y cebo,
pero no afirma, como Rosales, que eso le permitiera tener visiones.
282 CECILIA LÓPEZ RIDAURA

La declaración de María Guadalupe responde mayormente al este-


reotipo brujeril europeo. Contó que el demonio se le ha aparecido al
menos en tres ocasiones: una en forma de perro, la segunda como un
cabrito que jugaba con ella y la tercera como un guajolote que la ron-
daba. En otra ocasión lo vio como hombre con los pies de gallo que la
incitaba a tener relaciones sexuales. Ella dice que no aceptó, pero que
el demonio no la dejaba en paz; incluso, en una época en que ella había
decidido dejar las cosas de brujería, el demonio se metía en su cama y
la agarraba de la cintura para apartarla de su marido.
María Guadalupe confirma lo relatado por su hija en lo referente al
vuelo, especificando que antes de volar se sacaban unas a otras los ojos
con los dedos y en los huecos que quedaban se aplicaban un ungüen-
to hecho con azufre y cardenillo. Ya en el cerro les salía del cuerpo,
principalmente del pecho, una llama que crecía y decrecía según los
brincos que daban. Dijo que cuando se juntaban en el cerro veían al
demonio en forma ya de perro, de cabrito o de guajolote, y le besa-
ban el rabo. La mujer no menciona nada de los tesoros; dice más bien
que volaban de una hacienda a la otra, al parecer sin ningún objetivo,
excepto una vez que a Dominga se le antojó un recién nacido de una
hacienda cercana al Blanquillo. Fueron volando y entraron a la casa
donde dormía el bebé; ya lo tenían agarrado de un pie cuando los pa-
dres de la criatura se despertaron y el marido le preguntó a su mujer si
había puesto la escoba, la mostaza y el romero para proteger a su hijo
de las brujas. La mujer contestó que sí y eso, aparentemente, hizo que
las brujas se fueran sin hacerle daño. María Guadalupe, por su par-
te, volaba hasta la galera donde se hallaba encerrado Joseph Rosales.
Según ella, era su amante el que le hablaba del tesoro y le decía que,
cuando lo sacara, le compraría unos vestidos, «a lo que no asintió por
recelos de su marido, a quien le hiziera fuerza verla con ropa que él no
le havía dado» (fol. 12v). De nuevo sale a relucir el temor que le tenía
María Guadalupe a su marido. Este, evidentemente iba armado, ya que
cuando menciona María Guadalupe lo que hace para que él no se en-
tere de sus andanzas, se habla de un trabuco y un cuchillo, propiedad
del señor, que su esposa ponía en forma de cruz. Con esto, el marido
no despertaba hasta que ella regresaba a su casa, con el canto del gallo.
Su única referencia al tesoro tiene que ver con el encanto que, con-
fiesa, hizo para que nadie más lo hallara. Su descripción difiere un
poco de lo que contó Joseph Rosales, porque ella dice que eran dos
LOS FETICHES DE MARÍA GUADALUPE 283

muñecos los que utilizó para hacerlo: uno con unos vidrios en los ojos
que colocó bajo una piedra, y otro en cruz, invisible para todos menos
para las brujas, al que tenían por su dios y al que adoraban sabiendo
que era el maligno.
También refiere el maleficio que le hicieron al padre franciscano fray
Bernardino Laviano, del que «se aficionaron de su cara» (fol. 12v), ma-
leficio que ya habían mencionado los tres declarantes anteriores. Dice
que hicieron un muñeco que lo representaba y le clavaron muchas es-
pinas para que muriera del dolor. También habla del muñeco que hizo
para Joseph Molina, al que se refiere como «su amo» a pesar de que ella
no era una esclava. Como los muñecos no habían funcionado como
querían, Dominga fue a buscar a un hombre llamado Cristóbal, apoda-
do Tobalino, para que las ayudara en esta pretensión. Tobalino le dio
a Dominga un ungüento amarillo para que se lo aplicaran al sacerdote
con el pretexto de aliviarlo de sus dolores. También les dio azogue para
que se lo echaran en la comida o en la bebida tanto al padre como al
administrador de la hacienda, que con esto, le aseguró el hombre, les
provocaría un garrotillo que los mataría. Otra de las brujas, la mulata
María Juliana, fue la encargada de echar el azogue al padre, mientras
que la mestiza María Pascuala hizo lo propio con Molina. Ninguna
de las dos tuvo éxito porque el veneno no cayó en la comida, sino en
el suelo y los dos hombres se salvaron. Dice que el muñeco que tiene
junto al humo del fogón también es para matar a Joseph Molina, quien,
además, era su compadre. Termina María Guadalupe su declaración
asegurando que desea dejar las malas artes y satisfacer a Dios, por lo
que está dispuesta a hacer lo que le manden para lograrlo.
Al día siguiente, el 28 de agosto de 1760, el comisario de San Mi-
guel el Grande, Juan Manuel de Villegas, envió con el notario Joseph
Ramos, una carta a las autoridades inquisitoriales en la Ciudad de Mé-
xico pidiendo instrucciones. Con ella manda las diligencias practicadas
advirtiendo que, por la prisa de mandarlas, no van ratificadas. Joseph
Ramos también llevaba los muñecos que habían podido confiscarle a
María Guadalupe. El comisario pide a los inquisidores que le asignen el
caso al cura de la villa de San Felipe porque San Miguel el Grande está a
más de veinte leguas de distancia y eso dificulta el seguimiento del caso.
Al parecer, los inquisidores en la Ciudad de México no respondie-
ron nada y el caso quedó estancado durante un año. Entre el 24 de ju-
lio y el 6 de agosto de 1761, el alcalde de San Felipe, Miguel Martín de
284 CECILIA LÓPEZ RIDAURA

Arguijo, escribió tres perentorias notas al administrador Joseph Mo-


lina exigiendo sin dilación su presencia y la de otras personas por ser
«assí correspondiente a la administración de justicia» (fol. 24r). Entre
las personas nombradas está María Guadalupe. No queda muy claro
para qué asunto se expidieron estos citatorios, pero es evidente que
provocaron revuelo en la villa y que atemorizaron a la mulata, por lo
que el 6 de agosto de 1761 se presentó, acompañada de su hija María de
Jesús ante el cura de la villa, fray Joseph María de Morales, a decir que
aunque se había denunciado un año antes en San Miguel el Grande, no
había pasado nada, por lo que ahora

[…] volvía a denunciarse porque le instaba, lo uno, el que su marido no


supiera que estaba incursa en este delicto, porque sin duda le quitará la
vida; lo otro, porque deceaba el beneficio de la absolución; lo otro, por-
que todas las cómplices andaban alborotadas estrañando el que ella no las
acompañasse, y temía no la enfermaran, y aun lo da ya por hecho, respecto
a haberle resultado unas hinchasones (que mostró) en las piernas y brazos.
Y, por último, se temía no la hisieran volber a reinsidir, como ha vuelto, de
miedo. Y últimamente porque el alcalde andaba llamando a muchos para
este fin (fol. 22v).

La carta donde fray Joseph María Morales relata este encuentro


con María Guadalupe llegó a la Inquisición de México el 21 de agosto.
En las notas marginales consta que los inquisidores pidieron buscar
los registros de aquella denuncia de agosto de 1760 y no encontraron
nada, por lo que le escriben al comisario de San Miguel el Grande, Juan
Manuel de Villegas, preguntándole por este caso y si está relacionado
con otro del que recientemente envió información. Villegas contesta el
19 de septiembre diciendo que recuerda haber recibido a la madre y a
la hija (aunque no recuerda sus nombres) y que envió las diligencias y
los muñecos a México; dice que no se relaciona con el otro caso13. La
última nota al margen escrita por el secretario de la Inquisición en la
carta de respuesta de Villegas dice:

Y vistos los antezedentes que son la consulta fecha por fray Joseph
María de Morales y las diligencias que envió este comisario, recividas en

13. El caso al que se refiere es una acusación, también por hechicería, contra María
Josepha Canales o de la Canal, casada con Joseph Degollado, del que no se ha
podido localizar el expediente.
LOS FETICHES DE MARÍA GUADALUPE 285

26 de septiembre de 1760, que paran en la mesa del señor ynquisidor fiscal,


dixo el señor ynquisidor Arias que se acumule dicha consulta a las referi-
das diligencias, las que se debuelban al señor ynquisidor fiscal (fol. 28r).

Aquí termina esta primera parte del caso de María Guadalupe.


Al parecer, todo lo hecho en estos dos años se traspapeló en la In-
quisición de México, porque en la misma hoja de la primera carta de
Villegas del 28 de agosto de 1760 hay una nota de 1767, cuando se
retoma el caso, que dice que no hay registro en los libros a nombre
de María Guadalupe. Eso explicaría que el caso se haya mantenido
suspenso durante seis años.
Probablemente el caso se hubiera abandonado para siempre si no
fuera porque el 20 de abril de 1767 se presentó ante el comisario Ville-
gas un mulato de 40 años, viudo, sirviente de la hacienda de San An-
tonio del Blanquillo, llamado Joseph Javier Gómez, para decir que en
enero de ese año, viviendo en la casa de María Guadalupe, una noche
oyó ruido de guajolotes y que vio que la mujer metía en un pozo un
cabo de vela encendido al revés y luego lo tapaba con una piedra y una
penca de nopal. Cuando la mulata se retiró, el hombre se acercó a ver
qué era aquello y encontró en el hoyo un muñeco hecho de trapos con
una maraña de cabellos y espinas clavadas en la cabeza y en los muslos.
A la mañana siguiente Joseph Javier le entregó el muñeco al adminis-
trador Joseph Molina, quien lo mandó a México a llevar unos carne-
ros. Como declaró Joseph Molina al comisario Villegas –ante quien se
presentó, siendo llamado, el 21 de abril– cuando el sirviente le entregó
el muñeco y viendo que tenía las espinas clavadas en los lugares en los
que llevaba algún tiempo sintiendo dolores, sospechó que se trataba
de nuevo de un maleficio que le hacía María Guadalupe, su comadre,
a la que fue a enfrentar para reclamarle su acto. Ella, después de haber
negado tener algo que ver con el muñeco, confesó que sí era para hacer
un maleficio pero no para su compadre sino para un hombre de la villa
de León. Dijo estar muy arrepentida de seguir con sus prácticas, afirmó
que no era culpa suya haber reincidido sino de sus amigas que la insta-
ban y ella no podía negarse, y prometió dejar todo si no la denunciaba;
como prueba de su sincero arrepentimiento, prometió entregarle a Mo-
lina todos los muñecos e instrumentos que tenía en su poder en cuanto
regresara de un viaje que tenía que hacer. Cuando declara Molina, en
abril de ese año, ella no ha vuelto aún. Joseph Molina asegura que desde
286 CECILIA LÓPEZ RIDAURA

antes de aquella primera denuncia de 1760 él nunca ha dejado de acon-


sejarla y presionarla para que abandone al demonio y vuelva a Dios,
pero, dice, «me son en vano, porque aunque se vense a fuerza de mucho
desirle y da muestra de no prosiguir, es por aquel instante, y a poco se
le olvida. Esto ella mesma me lo ha declarado» (fol. 36v).
Tres días después de cada declaración, el 23 y 24 de abril de 1767
respectivamente, Joseph Javier Gómez y Joseph Molina ratifican su
declaración, pero este último agrega en ella que la primera reincidencia
de María Guadalupe luego de las declaraciones de 1760 fue maleficiar
y matar a su hija María de Jesús, por haberla impulsado a denunciarse.
La muchacha murió el 12 de agosto de 1761, tan solo seis días después
de haber acompañado a su madre a confesarse con el cura fray Joseph
María de Morales.
El 26 de abril de 1767 el comisario Juan Manuel de Villegas envía
las declaraciones y ratificaciones de Gómez y Molina a la Inquisición
de México diciendo que las hizo él solo porque no tiene notario, ya
que los dos con los que cuenta están ausentes de la villa. En los docu-
mentos, en este punto se abre un nuevo expediente que en la portada
dice: «San Miguel el Grande, año de 1767. El señor inquisidor de este
Santo Oficio contra María Guadalupe, mulata libre, natural y vecina
de la Villa de San Felipe. Por hechicera». A esta portada está cosido
el fetiche (fol. 31r).
Los inquisidores consideran que las diligencias practicadas por
Juan Manuel de Villegas, tanto las primeras como las últimas, no es-
tán hechas «conforme a estilo y práctica de este Santo Tribunal»: las
primeras por no estar ratificadas y las segundas por no estar hechas
ante un notario; estas últimas, además, están ratificadas solo por el
comisario y no ante dos «honestas y religiosas personas» como se in-
dica en el numeral VIII de la Cartilla de comisarios del Santo Oficio
de la Inquisición de México14. Deciden devolver todo a Villegas para
que las vuelva a hacer con la formalidad requerida. El comisario res-
ponde a los inquisidores diciendo que es falso que las primeras decla-
raciones no se hubieran ratificado ante honestas y religiosas personas

14. Se puede consultar un ejemplar en la página web del Archivo General de la Na-
ción <http://www.agn.gob.mx/guiageneral/Imagenes/index1.php?CodigoRefer
encia=MX09017AGNCL01FO005IVUI5544UC067&Tipo=H> (consultado: 16
de agosto de 2017).
LOS FETICHES DE MARÍA GUADALUPE 287

pero, como se recordará, en su primera carta él mismo dice que no se


ratificaron por la prisa con la que se enviaron. Repite la sugerencia que
había hecho en su primera carta respecto a que las diligencias las debía
continuar alguien en San Felipe ya que por la distancia entre esa villa
y San Miguel el Grande, es difícil darle seguimiento a lo que le piden.
Los inquisidores nombran entonces a un comisario para llevar a
cabo estas diligencias en San Felipe: fray Francisco de Araujo, guar-
dián del convento de San Francisco en la villa de San Felipe, al que se
le confiere la facultad de nombrar un notario para el caso; el asignado
es fray Antonio Maldonado, predicador del mismo convento. No deja
de ser curioso cómo se validarán estos nombramientos según las ins-
trucciones que enviaron los inquisidores:

El padre guardián del combento de San Francisco de la villa de San


Phelipe, luego que reciba esta pondrá al pie el autto de admisión y obe-
decimiento y a su continuación pondrá la diligencia de nombramiento de
notario para esta causa (que deberá ser un religioso de su satisfacción, para
lo qual le damos facultad) y admitido, le recivirá juramento de fidelidad
y secreto de modo que conste, y por ante él lo hará después el guardián
nuestro comisario para proceder a las diligencias del servicio de Dios que
se dirán (fol. 39r).

Las instrucciones que mandan los inquisidores al nuevo comisario


nombrado son muy claras: con la información de los documentos an-
teriores y la cartilla de comisarios que le dieron, deberá citar al admi-
nistrador Joseph Molina y, luego de tomarle juramento, le preguntará
si se acuerda de haber hecho alguna vez alguna deposición sobre asun-
tos tocantes al Santo Oficio. Luego el comisario hará que le diga todo
lo que sabe de María Guadalupe, tanto lo que declaró en 1760 como lo
dicho cuando fue citado en 1761. A continuación el comisario deberá
interrogarlo para obtener más información o para precisar lo que dijo
en las declaraciones anteriores. El comisario deberá hacer lo mismo
con Joseph Javier Gómez y luego ratificar ambas deposiciones ante
dos religiosos previamente juramentados que sirvan de testigos. He-
cho esto y ante las mismas honestas y religiosas personas, el comisario
deberá ratificar a los demás que declararon primero: María de Jesús,
Joseph Rosales Pichardo y María Guadalupe. Al terminar, deberá en-
viar todos los documentos a la Ciudad de México luego de asentar la
opinión y el crédito que le merecen los declarantes (fol. 39r-v).
288 CECILIA LÓPEZ RIDAURA

Varios días el nuevo comisario estuvo tratando de hacer que


compareciera Joseph Molina. En dos hojas dobladas por la mitad
que están mucho antes en el expediente (fols. 19 y 20) el mayordo-
mo explica que no ha atendido al llamado del comisario en primer
lugar por haber estado fuera de casa; en segundo lugar, por haber
estado enfermo; y en tercero, porque no quiere acercarse a la villa
por temor a los muchos acreedores a los que les debe dinero y lo
tienen amenazado. Sin embargo, viendo que no tiene más remedio
que presentarse, acepta ir y se presenta el 16 de julio de 1767 en el
convento de San Francisco. El mismo día, por la tarde, se presenta
Joseph Javier Gómez. Ambos dicen en sustancia lo declarado an-
tes; pero cabe resaltar que Gómez, en esta ocasión es un poco más
preciso sobre la razón que tuvo para espiar a María Guadalupe la
noche en que le descubrió el muñeco. Dice que vio un guajolote
encima de la casa y a deshora de la noche y que por eso se puso a
espiar y vio que María Guadalupe se levantaba de su cama y se iba
para la milpa. Ahí la vio sacar el muñeco –que debe ser el mismo
que está cosido al expediente– y apretarle las espinas. La mención
del guajolote por parte de Gómez se inscribe en todo un sistema
que relaciona a las brujas novohispanas con este animal. Se podría
considerar que el guajolote es el equivalente al gato negro de la
tradición europea: un animal que acompaña a la bruja o en el que
la bruja misma se transforma15. La visión de un guajolote aunada a
la mala fama de María Guadalupe hacen que Joseph Gómez decida
espiarla para ver qué hace con los resultados ya dichos.
Cuatro días después, tal y como indica la cartilla de comisarios,
Joseph Molina y Joseph Javier fueron ratificados ante dos presbíteros
de los que, curiosamente, no constan las firmas al final del documento,
como debería ser. Normalmente, dado que estas ratificaciones se hacen
unos días después de la declaración, estas no contienen nada adicional
a la declaración. Sin embargo, ambos declarantes añaden datos impor-
tantes. Molina agrega a sus ya extensas declaraciones anteriores que

15. Son numerosos en México los ejemplos en los que se habla de la bruja transfor-
mada en guajolote. Roberto Martínez González dice que probablemente se deba
a que este animal está asociado tanto a la sexualidad como a la feminidad, caracte-
rísticas ambas de la bruja europea. El mismo autor afirma que en las leyendas de
sierra norte de Puebla y en muchas de las de Tlaxcala, es el guajolote el animal en
el que se transforman las brujas (2011: 386).
LOS FETICHES DE MARÍA GUADALUPE 289

había olvidado decir que otra de las reincidencias de María Guadalupe


era un plan que había hecho para que su hija María de Jesús sedujera
al padre fray Bernardino Laviano, con el que habían ido a confesar-
se luego de las denuncias de 1760. La intención de María Guadalupe
era que el padre se acostara con su hija –para lo que la llevaba «bien
compuesta y aderezada»– de manera que lo pudieran acusar después
de solicitación y que así «primero iría el padre a la Santa Inquisición
que no ellas» (fol. 44r-v). También agregó Molina que sus dolencias
han sido continuas excepto durante algún tiempo en el que el padre
Pedro Ygnacio de Olvera convenció a María Guadalupe para que sa-
nara a su compadre y ella le dio una bola y tres palitos diciéndole que
al destruirlos, Molina dejaría de padecer, con lo que este se convenció
de que sus dolores eran provocados por la mulata. Finalmente, relata
Molina cómo luego de la primera denuncia de 1760 decidió acudir al
padre Bernardino Laviano, aquel que las mujeres trataron de malefi-
ciar, para que fuera a conjurar el cerro:

Charitativamente fue el referido padre a executar el conjuro, y sa-


biéndolo Joseph Rosales Pichardo, a quien tenía enserrado en un ga-
lera, le dixo no dexara ir a el padre, porque le tenían puesto un arte en
una peña del mismo cerro, para que a la hora que se determinara ir, res-
balara, callera, y se matara. Y el padre fue sabidor porque el declarante
se lo relacionó y que, con todo, armado del poder de Dios, se resolvió
ha ir. Y que llegando a los recintos del cerro, se puso la estola y tomó
la agua bendita y comensó a suvir, según delcaró el padre, con grandís-
simo trabajo porque en donde pisaba, se le meneaban tanto las piedras
y aun el suelo firme, que no se atrevió, sin reselo, ha dar paso adelante
por temor de no pereser; pero, con todo, llegó al paraje en donde hizo
su conjuro, y haviéndolo concluido, se vaxó del cerro sin algún trabajo,
pero con la estola puesta. Y hallándose en la ladera del mismo cerro,
considerando estar ya seguro, se quitó la estola y al primer paso que
dio, se calló, pero ya sin peligro. Que esto fue lo que vio el que declara,
y también que se lo comunicó el padre (fol. 14v).

Aunque dice que la solicitud de conjurar el cerro es por serle re-


pugnante a la fe y por estar el demonio involucrado en las actividades
de las mujeres, no hay que olvidar que desde el principio lo que Mo-
lina quería era obtener el tesoro. Ya en la segunda parte del proceso
no se vuelve a mencionar el asunto. En cuanto a Joseph Javier Gómez,
este añadió a su ratificación que
290 CECILIA LÓPEZ RIDAURA

[…] avrá un año, poco más o menos, que le dixo la dicha María Guadalupe
que estaba mui triste, desconsolada, aburrida, desesperada y sin saber qué
hacer, porque se le llegaba un plaso, pero no le dixo qué plaso era, y que
ojalá y viniera una legión de demonios y se la llevara. Y que aviendo oído
esto el que habla, la quiso meter por camino dándole buenos consejos y
que se encomendara a Dios para que la librara de aquella tentación. Y que
con todo le volvió a repetir que estaba desesperada y que no tenía reme-
dio, que ojalá y se la hurtara el que habla y la retirara a estrañas tierras
donde más no se acordaran de ella ni la viera la gente. Y que aviéndola
visto en este estado y que no valían sus consejos, sin condesender a su
ruego se fue y la dexó (fol. 45r).

¿Arrepentimiento? ¿Miedo? Una constante en las deposiciones


tanto de María Guadalupe como de sus denunciantes es el temor a
su marido: estaba más dispuesta a confesarse y pedir misericordia al
santo tribunal a arriesgarse a que su marido supiera sus actividades;
su desesperación podría deberse a que el marido se había enterado de
los que todos en la hacienda sabían que su mujer era una bruja. El 29
de julio de 1767 María Guadalupe se presentó a ratificar sus primeras
declaraciones ante Araujo. A su declaración agrega aún peores accio-
nes de las confesadas siete años antes. A pesar de decir una y otra vez
que está arrepentida y que no lo volverá a hacer, insiste en que todo
lo dicho es verdad y describe con gran detalle sus maldades. Dice que
luego de haber ido a San Miguel en agosto de 1760, salió «con ánimo
de ser buena, de confessarse, y seguir a Dios, [pero] hubo la fatalidad
de dexarse engañar del demonio y de sus compañeras en otras cosas
peores y más feas, que son las que, en esta ocación, añade y declara,
llena de horror de haverlas cometido, por ser mui graves, atroses y de
tanta malicia» (fols. 15v-16r). No es para menos, confesó que en dos
ocasiones ha ido a la iglesia, por órdenes del demonio, y que al comul-
gar se guardó la hostia en la boca para luego sacarla, envolverla en un
papel y quemarla. Dice que el demonio le había dicho que hiciera esto
para nunca regresar a la fe católica; al parecer funcionaba porque por
más promesas que hizo, siempre, como dejó constancia Molina, rein-
cidía. Confiesa también que mató a su hija:

Dice más: que ella fue la causa total de la muerte de su hija María de
Jesús y que la mató por que la dicha defunta le daba buenos consejos, y
porque le contaba a su amo todo lo que miraba en ella, y también por-
que fue la primera que la empesó ha denunciar. Y que el modo con que
LOS FETICHES DE MARÍA GUADALUPE 291

le quitó la vida fue haciendo una muñeca a quien le fingió una barriga
que le iba creciendo a la hija, de manera que se jusgara moría de parto y
por que se pensara mal de ella contra su crédito y el de su amo Molina,
a quien ella misma le achacaba la barriga, quando no havía habido tal. Y
que también le dio a beber tres llervas que le dio un moso de la hacienda,
nombrado Joseph Antonio Pichardo, conoscido por el Reinero, y com-
pañero de sus maldades. Y que este muchos años ha que no parese y se
fue de la tierra (fol. 16r).

También habla del plan para seducir al padre Laviano y describe


cómo pensaba hacerlo: le pidió dinero al padre para que luego su hija,
al írselo a pagar, se quedara a solas con él y lo sedujera. El plan se
arruinó porque el fraile, aunque le dio el dinero, no las quiso confesar
y mandó a madre e hija de vuelta a su casa. Confesó los vuelos noc-
turnos y a las compañeras que iban con ella, agregando a tres más de
las que había dicho al principio. Esta vez dice que el demonio se le ha
presentado varias veces en forma de hombre con los pies de gallo y

[…] que la provocó terriblemente al pecado de la carne, y que de hecho


tuvo acto carnal con ella, y que en esta misma ocación declara que se ate-
morisó demaciado. Y que después de haver pecado, le dio el enemigo qua-
tro pesos, que tomó; y que haviéndose ido a su casa halló que no eran de
plata, sino como de barro o, cuando más, de cobre, y que entonses los tiró.
Y que después de este trabajo, que poco ha le susedió, le ha hablado el de-
monio muchas vezes poniéndosele delante en varias figuras, y que en una
le hiso que le vesara el rabo. Y que la última vez que le habló fue después
de pasada la cuaresma de este año (fol. 17r).

Aseguró que el demonio la había golpeado por haber ido a confe-


sarse. Con este relato se terminan de conformar los atributos típicos
de la bruja europea; aunque desligados y confesados poco a poco, Ma-
ría Guadalupe ha maleficiado, ha volado, ha asistido a aquelarres, ha
atacado a niños, ha ofendido el sacramento de la eucaristía y ha ado-
rado al demonio, le ha entregado –al menos– su cuerpo y le ha besado
el rabo.
Luego de haber tomado declaración al padre fray Ignacio de Ol-
vera, que confirmó lo que Molina había dicho sobre su enfermedad,
el 30 de junio de 1767, el comisario fray Francisco de Araujo dio por
concluidas las diligencias y, tal como se lo habían pedido, anotó su
opinión sobre los declarantes. De Molina dice que «es hombre de bien,
292 CECILIA LÓPEZ RIDAURA

christiano viejo, de costumbres arregladas, y que a lo que dice y hace


se le da crédito»; pero que, fuera del padre Olvera, todos los demás
son «gente del campo, nascida y criada en los incultos retiros de él y
con verdad silvestre, de cortos alcanses y sujeta a muchos errores e
ingnorancias las más vezes» (fol. 47v).
En la Ciudad de México, el fiscal pidió que se sacaran los dichos
y hechos de María Guadalupe para mandarlos analizar por los califi-
cadores del Santo Oficio. El documento enumera 19 que se enlistan a
continuación:

Dichos y hechos que se sacan para calificar contra cierta muger de


calidad mulata:
 1. Primeramente, consta por su declarazión que la dieron a bever la
rosa maría con peyote y que luego que la bevió se halló como en el
aire o emborrachada, y que esta bebida la hizo ella misma y la tomó
voluntariamente en otra ocasión.
 2. Que en dos ocasiones la untaron en los ojos la rosa maría con sebo.
 3. Que en tres ocasiones se la apareció el demonio en figura de perro,
de cabrito y de guajolote, y que quando lo vio como cabrito, le
hacía la rueda parándosela en el pecho como retosando con ella
con los pitones. Que otra vez lo vio en figura de hombre, aunque
con los pies de gallo, y la incitava a cosas torpes de dormir con ella,
aunque no lo consintió. Que en otras dos ocasiones, estando ella
con su marido, después de haver renunciado y estando resuelta a
buscar su remedio, lo sintió en la cama agarrándola de la cintura,
como que la apartava de su marido.
 4. Que por quatro noches seguidas se juntaron esta y otras en su casa,
y estando alrededor del fogón, se sacaron con los dedos los ojos,
y echándolos en un plato blanco, lo pusieron con los ojos bajo del
tenamastle viejo, y que untándose los cóncabos de los ojos con un-
tura amarilla que hacían de azufre y cardenillo, y todas las coiuntu-
ras del cuerpo, y diciendo estas palabras: «sin Dios y Santa María»,
se ivan bolando y se juntavan en un cerro, saliéndoles del cuerpo y
principalmente del pecho una llama que crecía y se minorava según
los brincos que daban de una parte a otra. Y que desde el cerro se
repartían y se ivan a un parage que distava más de dos leguas, y de
allí pasavan a otro que hai como tres leguas, y desde este a otro de
quatro leguas y medía. Y que andaban bolando de este modo hasta
el canto de los gallos, que se recogía cada una a su casa, después de
haverse puesto unas a otras los ojos que havían dejado en el plato.
 5. Que haviendo ido a chupar una criatura de 15 días que estava dis-
tante como tres leguas, y entrado en la casa con otras, la tiró del
pie. Y siendo sentidas de sus padres y preguntado el marido a su
LOS FETICHES DE MARÍA GUADALUPE 293

muger si havía puesto la escoba, la mostaza y el romero para que no


entraran brujas, y respondiéndole que sí, tiraron ambos a defender
a su criatura, y ellas se fueron sin maleficiarla. Que ella sola se untó
en dos ocasiones para bolar y lo hizo.
 6. Que quando se juntavan en el cerro veían al demonio en figura de
alguno de los tres animales referidos, y que todas le besavan el rabo.
 7. Que estando preso cierto hombre, lo fue a visitar en tres ocaciones
–preparándose con sacarse los ojos y untarse, y bolando ella, se la
abrían las puertas–, con el que platicava de un tesoro que estava
enterrado en un cerro, el que la decía que lo sacarían y la vestiría, a
lo que no asintió por rezelos de su marido.
 8. Que en las dos ocasiones que bevió la rosa maría y peiote y que fue al
cerro, se abrió la tierra y vio mucho dinero, aunque no lo tocó, pero
que encantaron el cerro para que otro no lo encontrara poniendo
bajo de una piedra grande un muñeco con vidrios en los ojos.
 9. Que sobre una peña colocaron en cruz un muñeco y que solo a este
lo tenían por su Dios, siendo el maligno, a quien adoravan como si
fuese cosa divina.
10.  Que para que su marido no la sintiese salir, así que quedava dor-
mido, le ponía a la cabezera su cuchillo y trabuco en cruz, y no
despertava hasta que ella quitava esta figura.
11.  Que a tres hombres quitaron la vida con varios hechizos y supers-
ticiones formando tres muñecos clavados de espinas; que los tuvie-
ron así hasta que murieron.
12.  Que entre ella y otra hicieron un muñeco clavado de espinas que
representava a cierto sugeto por que se aficionaron de su cara, con
el fin de acabar con su vida llenándolo de dolores.
13.  Que hicieron otro que representase otro sugeto clavado todo de
espinas, que havía estado padeciendo algunos tiempos.
14.  Consta asimismo que, posteriormente, haviendo oído ruido como
de guajolote en casa de esta muger, un hombre estuvo espiándola
diversas noches, y en una de ellas vio que llevó sola un cabo de vela
encendido al revés, lo metió en un hoyo, lo tapó con una piedra y
puso encima una penca de nopal. Y que haviéndose ido ella, pasó a
reconocer el hoyo y halló en él un muñeco de trapos con una ma-
raña de cabellos y diversas espinas de visnaga clavadas en la cabeza
y otros miembros del mono, y el cabo de vela que lo quemó.
15.  Que reconvenida esta muger por un hombre que sospechava lo te-
nía hechizado por haverlo ella dicho y estar con dolores en donde
el muñeco tenía las espinas, aunque al principio lo negó, confesó
luego haverlo ella hecho y pidió perdón, ofreciendo dejar la creen-
cia que tenía en el demonio y bolverse a Dios, y que en prueba de
ello entregaría otros instrumentos que paravan en su poder, lo que
no se ha verificado.
294 CECILIA LÓPEZ RIDAURA

16.  Que el muñeco lo havía hecho ella, aunque no para enfermar a este
hombre, sino a otro, y que para eso lo tenía enterrado.
17.  Que el haver perseverado en su mala vida, aunque la havía largado
delatándose sola, no consistía en ella, sino en las compañeras que
la instavan.
18.  Que haviéndola amonestado repetidas veces para que se apartara
de su mala vida, aunque por aquel instante dava muestras de no
querer proseguir en ella, a poco tiempo lo olvidava.
19.  Y, por último, es tenida y reputada públicamente por hechizera
(fols. 50r-52r).

No se menciona ni la muerte de la hija, ni que al final efectivamente


cohabitó con el demonio, ni que quemó las hostias, ni que había tra-
tado de corromper a un sacerdote, ni que había denunciado a muchas
otras compañeras suyas incursas en los mismos delitos, puntos todos
que hubieran apoyado aún más su carácter de bruja.
Los calificadores, según la práctica habitual del Santo Oficio, revi-
saron punto por punto estos «dichos y hechos». Comienzan su reporte
con una larga –tres folios escritos por ambos lados con letra pequeña y
apretada– y erudita disertación para definir conceptos como la supers-
tición, el sortilegio, el pacto con el demonio y la herejía, para lo que se
apoyan –y citan constantemente– en autoridades como el Cursus theo-
logiae moralis del Colegio de los Salamanticenses; el Tractatus de Officio
Sanctissimae Inquisitionis et modo procedenti in causas fidei de Cesare
Carena; el tratado de Jean Bodin De magnum daemonomania libri IV;
las Consulttationes novissimas canonicas de Jacobo Pignatelli; el tratado
de Agostino Matteucci Cautela confessarii pro foro sacramental; el Opus
morale in praecepta decalogi de Tomás Sánchez; y la Reprovacion de las
supersticiones y hechizerias de Pedro Ciruelo. Plantean seis supuestos:

 1. Que la superstición es el género supremo dentro del cual se con-


tienen la idolatría, la adivinación, la magia y la vana observancia, y
que el sortilegio es un tipo de superstición (fol. 53r-v).
 2. Que el pacto diabólico incluye necesariamente al sortilegio (fols.
53v-54r).
 3. Que todo sortilegio hecho con pacto con el demonio es heretical
(fol. 54r).
 4. Que también el que hace pacto implícito con el demonio es sospe-
choso de herejía y, por lo tanto, pertenece al Santo Oficio (fol. 54r).
 5. Que hay varios tipos de sortilegio: adivinatorio, amatorio y malé-
fico (fol. 54v).
LOS FETICHES DE MARÍA GUADALUPE 295

 6. Que de los que practican los sortilegios son más las mujeres que
los hombres y que se conocen más con el nombre de hechiceros y
brujos que con el de magos o sortílegos (fol. 54v).

Planteados estos supuestos, comienzan con la calificación de los


puntos para lo que también se basan en tratados de demonología,
teología y autoridades de la Iglesia16. Del primero dicen que si sabía
los efectos que le provocaría la ingesta del peyote y la rosa maría
y aun así lo bebió, esto la hace mágica supersticiosa, sacrílega, he-
chicera con pacto explícito con el demonio y, por lo tanto, rea del
Santo Oficio. Del segundo punto, los calificadores consideran que
si el motivo de untarse los ojos con rosa maría y sebo fue para te-
ner visiones adivinatorias, eso la hace mágica supersticiosa, sortílega,
hechicera con pacto con el demonio; pero que si la untura era para
facilitar que se pudiera luego sacar los ojos, también. En el tercer
punto, dicen los calificadores que si el demonio se les apareció con
esas figuras, siendo que no es más que espíritu, es porque fue invoca-
do y para aparecerse adquiere figuras como la del chivo, que es como
regularmente lo adoran las brujas, lo que la hace mágica supersticio-
sa, sortílega, etc. y rea del Santo Oficio. Sobre el punto cuarto, los
calificadores dudan de su veracidad: dicen que les parece muy difícil
que luego que los ojos han estado a la intemperie en un plato, fríos
y secos, puedan volver a ponérselos y que funcionen igual que an-
tes. También les provoca cierta extrañeza que regresando ciegas en la
madrugada a las mujeres no se les caigan los ojos al tratar de ponér-
selos o, peor, que no los confundan ya que el solo tacto no debe ser
suficiente para que cada una reconozca sus propios ojos (fol. 56r).
Por lo mismo dudan de los puntos 6, 7 y 8 porque, sin ojos, ¿cómo
hacían para «ver» al demonio, para besarle el rabo, para llegar hasta
donde estaba el hombre encerrado y para ver el tesoro enterrado en
el cerro?; hacer todo eso implica o que es mentira (y entonces es per-
jura) o que el demonio les sugiere esas ensoñaciones17 lo que la hace
mágica supersticiosa, sortílega, hechicera con pacto con el demonio

16. Las Quaestiones de quodlibet de Santo Tomás; el Hispani episcopi abulensis de


Alfonso Tostado; los Commentarius in quatour evangelia de Cornelius a Lapide;
la Biblia, etc. además de los antes citados.
17. Para más información sobre san Agustín y la tesis del ensueño, véase Caro Baroja
(2003: 76-77, 95).
296 CECILIA LÓPEZ RIDAURA

y rea del Santo Oficio. Para calificar el punto 9, referente al vuelo,


los calificadores se extienden en una larga discusión sobre la realidad
de este fenómeno, discusión que ocupó muchos de los tratados de
magia durante el auge de la brujería europea, con lo que agregan el
epíteto «bruja estrige» a los de mágica supersticiosa, sortílega, etc.
Por decir «sin Dios ni Santa María» al volar, la califican de blasfema
y por el asunto de chupar a la criatura, como «saga»; por haber he-
cho los maleficios con los muñecos, como «venéfica o maléfica» y
por haber matado a tres hombres como «lamia». El beso en el rabo
la convierte en idólatra y por lo del padre Laviano (punto 12), en
sortílega amatoria. Por último, por haber pedido perdón a quien no
había maleficiado (puntos 15 y 16) y por haber reincidido luego de
mostrarse arrepentida, la califican de embustera. Todo esto la hace,
concluyen los calificadores, vehementer de hęresi suspecta y, por lo
tanto, rea del Santo Oficio.
Tres meses les tomó a los calificadores elaborar este texto que envia-
ron a los inquisidores el 25 de noviembre de 1767 y el 7 de diciembre
el fiscal Amestoy pide a los inquisidores Dr. Cristóbal Fierro y Torres
y Lic. Julián Vicente de Andia el mandamiento de prisión. Inexplica-
blemente, el otorgamiento de este documento se demora nueve meses,
hasta septiembre de 1768. Finalmente, el 10 de septiembre se despachó
el mandamiento de prisión con embargo de bienes al comisario de San
Miguel el Grande, Juan Manuel de Villegas.
Ya antes habíamos visto que Villegas no recordaba bien el caso de
María Guadalupe y que en varias ocasiones pidió que pasara a la vi-
lla de San Felipe, más cerca de la hacienda donde vivía la mulata, lo
que dio lugar a las diligencias practicadas por Araujo y Maldonado.
Nuevamente, el comisario se hace el desentendido y devuelve el man-
damiento de prisión el 23 de octubre diciendo que en esa villa no hay
ninguna María Guadalupe mulata acusada ante el Santo Oficio y que
solo recordaba haber mandado algunas diligencias sobre una mujer
de San Felipe («distante de esta [villa] más de veinte leguas», insiste el
comisario); no obstante, dice Villegas, «si ella es la que se solisitta, pro-
curaré con el maior disimulo y secreto el que se aprehenda, y executar
lo más que previene Vuestra Señoría en la comissión, teniendo bienes
que, si es la que pienso, en esto no abrá que hazer por ser pobre» (fol.
65v). Los inquisidores contestan que se trata de esa misma mujer y le
ordenan que ejecute lo que le piden.
LOS FETICHES DE MARÍA GUADALUPE 297

Demasiado tarde. María Guadalupe murió repentinamente el 11


de junio de 1768. Para entonces, según su partida de defunción, ya
era viuda: su marido debe haber muerto entre julio de 1767 y junio
de 1768. Nunca sabremos si ella lo mató, pero no cabe duda de que
hubiera sido capaz de hacerlo.
Ante esta noticia, el fiscal Amestoy dice que, a pesar de lo prolijo
de la calificación hecha por los padres Juan de Pozos y Vicente Garri-
do, esta «no se halla con aquella claridad conducente para que el fiscal
vea si es de seguirse esta causa contra la memoria y fama de la referida
María Guadalupe» (fol. 67r), por lo que solicita a los inquisidores se
mande a calificar de nuevo. Todo el expediente le fue enviado entonces
al calificador fray Francisco Larrea. El nuevo calificador, ahora sí, tiene
toda la información, y no solo los dichos y hechos que se entresacaron
de los documentos, por lo que sí califica la muerte de la hija y la inten-
ción de María Guadalupe de desacreditar su buen nombre haciendo que
pareciera que murió de parto, siendo doncella; también se ocupa del
trato carnal con el demonio –el calificador considera que con este acto
«pecó contra religión por el comercio con el demonio; contra castidad
por el sexto mandamiento; contra justicia porque fue adúltera, y con-
tra naturaleza, por ser de distinta especie el cómplice» (fol. 69v)– y del
grave sacrilegio de quemar las hostias. Su escrito es igualmente erudito
y documentado; se apoya sobre todo en el Manual de calificadores del
Santo Oficio, pero recurre también al Malleus maleficarum de Kramer
y Sprenger, y a santo Tomás, para decir que María Guadalupe es vehe-
mentemente sospechosa de herejía. El calificador se refiere a ella como
«iniquísima rea», «perversísima rea», «maldita mujer», «esta infame»,
«mala hembra», «afrenta de todo el sexo»; sin embargo, al final de su
calificación dice que, según el Manual, para declarar a alguien hereje se
requiere la pertinacia en el error, que entiende como un «assenso inte-
rior con su entendimiento de una proposición contraria a la fee» (fol.
70r). Es decir, para declarar a María Guadalupe hereje formal no bastan
sus dichos y hechos por más terribles que sean; se tendría que demos-
trar, sin que quepa la menor duda, que entendiendo en lo más profundo
de su corazón que ofendía a Dios, ella se obstinara en no creer en él. El
calificador dice que esto no se puede probar ya que «la poca inteligen-
cia o práctica» (fol. 70v) del comisario que la interrogó hizo que no le
preguntara cosas como si ella al quemar las hostias estaba consciente
de que quemaba el mismísimo cuerpo de Cristo, si creía que era lícito
298 CECILIA LÓPEZ RIDAURA

ofender los sacramentos, si dejó alguna vez de creer en la santa fe y lo


que enseña la santa madre Iglesia católica. Sin las respuestas a esas pre-
guntas, solo Dios podía saber si era o no hereje, y, si Dios por sus justos
juicios le pidió el alma antes de que pudiera contestarlas y demostrarse
que era hereje formal, «no debe ser juzgada por los hombres como tal,
pues murió con el derecho a su fama» (fol. 70v). El calificador entregó
su escrito el 22 de febrero de 1769.
El último folio del expediente es un documento del inquisidor Vi-
cente diciendo que, en vista de la calificación de Larrea y que el fiscal
Amestoy pedía se atendiera a su dictamen,

[…] en atención a no haverse verificado el caso de que se llegase a justificar


la intención de unos hechos que son tan difíciles de probar, y mucho más
de poder constituir reos de modo que, según el alma de las instrucciones,
se les deva seguir la causa contra su memoria y fama, especialmente quan-
do los expresados delitos se cometen por sujetos brutos e incapases de
saver lo que es heregía ni sus penas, como era la difunta María Guadalupe,
devía declarar y declaraba no deverse seguir esta causa contra la memoria
y fama de la expresada María Guadalupe, y mandaba y mandó que se pon-
ga en su lugar y lo firmó (fol. 71v-72r).

Con esto terminó el caso de María Guadalupe. No es frecuente que


las denuncias de brujería y hechicería en la Inquisición novohispana
pasen de la denuncia, algunos interrogatorios y una reprimenda a los
acusados. Probablemente el que a María Guadalupe se le haya seguido
el proceso hasta sus últimas consecuencias fue por la gran acumula-
ción de delitos típicos de la brujería europea: prácticamente no falta
ninguno; o al minucioso trabajo de los calificadores, que demuestran
que cada uno de sus actos está plenamente descrito en la literatura es-
pecializada lo que hace de ella la bruja perfecta. Por su parte, aunque si
bien María Guadalupe usaba de muchos de los instrumentos típicos de
la brujería universal, su especialidad eran los fetiches, que usaba para
conseguir los más diversos fines: matar, hacer callar, guardar el teso-
ro, simular un embarazo, probablemente transportar a alguien, para
rendirle adoración. Ella jamás negó alguno de los delitos que se le atri-
buyeron o los que ella misma confesó; aunque varias veces manifestó
su formal deseo de dejar sus malas prácticas, al parecer, como diría la
Cañizares de Cervantes, se quedó «con la curiosidad de ser bruja, que
es un vicio dificultosísimo de dejar».
LOS FETICHES DE MARÍA GUADALUPE 299

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La escritura como martirio
y la enfermedad como delirio.
El caso de sor María Coleta
en el siglo xviii novohispano
Anel Hernández Sotelo

Las diligencias inquisitoriales

El 22 de noviembre de 1771, Joseph Xavier de Cubas Bao denunció


por escrito ante el tribunal del Santo Oficio de la Inquisición de Mé-
xico que

[…] cierto presbítero que se dice ser provisor del obispado de Oaxaca ha-
bía contado a ciertas personas que en aquel obispado vivía cierta religiosa,
a quien él había confesado, que era de vida portentosa pues predecía mu-
chas cosas, tenía señaladas las cinco llagas y que un Domingo de Ramos,
apareciéndosele nuestro señor Jesucristo, le regaló una palma de la cual
el mismo presbítero repartió varios fragmentos a la familia del contador
de la Real Aduana, de que usaron como reliquias hasta que el bachiller
Manuel Muñoz se los quitó diciendo que iba a quemarlos (AGN, Inq.,
1172/12996/7/, exp. 7, fol. 76)1.

Un año después, Cubas Bao ratificó ante el tribunal su denuncia es-


crita y añadió que el dicho provisor esparcía en la localidad la especie
de que la misma religiosa había profetizado a dos padres de la Com-
pañía de Jesús que habrían de ser expulsados por el monarca hispano

1. Aprovecho la oportunidad para aclarar que, dada la riqueza del documento com-
pleto, el análisis aquí planteado cubre solamente la parte del proceso inquisitorial
y de las primeras treinta y cinco cartas de María Coleta integradas al expediente.
También comunico al lector que la ortografía y los signos de puntuación de este
documento y de los impresos antiguos que se citan han sido modernizados.
302 ANEL HERNÁNDEZ SOTELO

y que, luego de la expulsión, la monja había predicho el regreso de los


jesuitas a «estos reinos». Además agregó que, hablando con su esposa,
el provisor le refirió que dicha religiosa profetizó la muerte del «señor
obispo», a pesar de que los médicos aseguraron que sus dolencias eran
«de poco cuidado», por lo que la religiosa solicitó entregar un papel al
obispo «previniéndole del peligro en que se hallaba y que con afecto,
habiéndolo así ejecutado y leído dicho papel, el señor obispo enfermó,
se dispuso para morir y, con efecto, sucedió el haber muerto de aquella
enfermedad» (AGN, Inq., 1172/12996/7/, exp. 7, fols. 77v-78r).
Así, en 1774 el Santo Oficio comenzó a realizar las diligencias in-
quisitoriales correspondientes contra sor María Coleta de San Joseph,
capuchina del convento del Dulcísimo Corazón de Jesús de Oaxaca,
por alumbrada y herética, y contra Andrés Quintana, su guía espiritual
y arcediano y provisor de la Santa Iglesia de Oaxaca. Entre los cuarenta
y cinco testificantes en el proceso inquisitorial estuvieron hombres que
ostentaban cargos vinculados al funcionamiento de la Real Hacienda de
la Nueva España: el citado Joseph Xavier de Cubas Bao, guardia mayor
de los reales ramos de alcabalas, pólvora y pulque; Joachin Xavier de
Uría, contador de la Real Aduana; Francisco Xavier de Uría, oficial de
la contaduría general del tabaco; y Manuel de Uría, oficial tercero en la
Real Aduana. Este hecho evidencia que el caso de María Coleta gozó de
una inusitada fama entre la élite burocrática-administrativa novohispa-
na, gracias a la divulgación que de su santidad, sus prodigios y sus re-
velaciones hacía el arcediano Andrés Quintana al visitar continuamente
a los miembros de esta élite, como se desprende de la documentación.
Asimismo, se solicitó la testificación del dominico fray Pedro Ri-
vas, quien señaló que en una ocasión encontró en la calle a Andrés
Quintana y este aprovechó para referirle la vida ejemplar de María
Coleta y la existencia de sus estigmas. Añadió que hacia 1773, estando
de visita en casa de un tal Agüero, este le refirió que

[…] en la puerta de la [iglesia de la] Concepción, predicando misión un


religioso agustino a quien no conocía, después del estrago ocasionado de
temblores de Guatemala había dicho en el púlpito que una religiosa capu-
china había escrito al señor obispo diciéndole que igual ruina que había
padecido Guatemala amenazaba a la ciudad de Oaxaca por sus culpas. Y
que preguntando el declarante a la madre Coleta que quién había escrito
semejante especie, sorprendida le respondió que ella la había escrito por
orden y mandato de su confesor el padre don Ángel Briones, pero no para
LA ESCRITURA COMO MARTIRIO Y LA ENFERMEDAD 303

que se publicara. Y que esto lo supo de la madre Josepha Galana, religiosa


de la Concepción, quien dijo que no lo había oído ella sino las muchachas
que estaban en el coro (AGN, Inq., 1172/12996/7/, exp. 7, fols. 103v-104r).

El dominico contó que a oídos de su provincial, el padre fray Juan


Cavallero, llegaron noticias de que «había bajado del cielo una palma a
la madre Coleta y que esta se la envió a [Andrés] Quintana» quien, par-
tiéndola en pedazos, la repartía como reliquia. Entonces, fray Pedro de
Rivas «haciéndole fuerza, reconvino a dicha madre Coleta, quien le dijo
que esa palma era la que daban el Domingo de Ramos». Declaró tam-
bién que estando «en el pueblo de Ocotlán» escuchó que María Coleta
había enviado unos frijoles a Andrés Quintana pero que «se le olvidaron
el comerlos por lo que se acedaron y se los echaron a las gallinas». Sin
embargo, un mozo envió a religiosa un recado de agradecimiento, al que
Coleta respondió que no se podía decir que habían estado muy buenos
los frijoles «cuando no los probaron sino que se los echaron a las galli-
nas». Al parecer, por este y otros rumores, el mismo dominico prohibió a
María Coleta que «comunicara su espíritu» con Andrés Quintana, «por
motivo de que no anduviesen por acá fuera las especies […] sobrenatu-
rales, siendo naturales» (AGN, Inq., 1172/12996/7/, exp. 7, fol. 104 r-v).
Llamado a testificar fray Juan Cavallero, provincial de San Hipólito
de la Orden de Predicadores, expuso que en la región se rumoraba que
no solo María Coleta tenía fama de ser «favorecida de Dios con mara-
villas», pues había oído que «a otra madre la había hecho nuestro señor
Jesucristo el singular favor de imprimirle sus sagradas llagas». El provin-
cial expuso también que «habrá siete u ocho años», durante el levanta-
miento de «Zachilla», había oído contar que un indio atacó al provisor
Andrés Quintana, que en el mismo instante del ataque, Dios le reveló el
acontecimiento a María Coleta «y que por súplicas de la referida madre
lo libró Dios del peligro», si bien el provincial asentó que el portento «se
dijo antes de que volviera a la ciudad dicho provisor». Además, Juan Ca-
vallero contó, que siete u ocho años atrás, Juan Antonio Quero le hizo
saber que Quintana aseguraba que «los incendios del amor divino en que
se decía arder la madre Coleta, el agua que bebía cada día por templarlos,
y que se calentaba en la que se bañaba [eran] más seráficos que los de
santa Catarina de Sena [sic]». Finalmente, el provincial advirtió que las
enfermedades de la capuchina habían sido continuas, «llegando cuatro
o cinco veces a estar en peligro de muerte, de modo que en algunas se
304 ANEL HERNÁNDEZ SOTELO

le había administrado el santo sacramento de la extremaunción a toda


prisa», siendo su afección más grave «lo mucho que padecía en la cabeza»
(AGN, Inq., 1172/12996/7/, exp. 7, fols. 105r-107r).
Más importante –si cabe– fue el requerimiento que la Inquisición
realizó a personajes vinculados con el gremio de la salud. En el proceso
fueron testigos el cirujano Joseph López, quien señaló que había oído
«por pública voz y fama [que María Coleta] tenía estampadas las llagas
de nuestro señor […] pero que habiéndola sangrado y pulsado, no le des-
cubrió señal alguna […] y que con la misma generalidad había oído que
bañándose la dicha María Coleta en agua fría, se calentaba» (AGN, Inq.,
1172/12996/7/, exp. 7, fol. 93v); el barbero Juan Antonio Guzmán, quien
declaró que «habría catorce años que necesitaba la madre Coleta, religiosa
capuchina, de una sangría en una noche en que le solicitaron con mucha
eficacia […] teniendo opinión de ser muy virtuosa la religiosa» (AGN,
Inq., 1172/12996/7/, exp. 7, fol. 94r); y el médico Juan Vasconcelos, quien
asentó que por voz de Andrés Quintana supo que la monja capuchina
«había tenido estampadas las llagas de nuestro señor Jesucristo y que él
la había asistido en sus accidentes y no le vio señal alguna porque no le
ha visto las palmas de las manos», además de considerar que la religiosa
calentaba el agua fría al bañarse «a causa de adolecer de un marasmo es-
corbútico» (AGN, Inq., 1172/12996/7/, exp. 7, fol. 95 r-v).
Luego de entrevistar al resto de los declarantes, con toda seguridad
los inquisidores se alarmaron de la resonancia que, por espacio de casi
una década, habían tenido las visiones, revelaciones y profecías de María
Coleta y el papel de Andrés Quintana como legitimador y divulgador de
las mismas. Entre los quinientos veinte folios que componen el expedien-
te, se encuentran las transcripciones de una serie de cartas que la religiosa
escribió a sus diferentes confesores entre 1751 y 1775, correspondientes a
la primera fecha que aparece en una de las cartas y al año del fallecimiento
de la religiosa, aunque para Carolina Aguilar las epístolas fueron escritas
entre 1751 y 1752. Sin embargo, la causa se suspendió debido a la muerte
de la religiosa, acaecida el 17 de diciembre de 17752.

2. Es probable que el proceso inquisitorial contra la capuchina María Coleta de San


Joseph sea uno de los más ricos testimonios del lenguaje femenino en la clausu-
ra monástica a mediados del siglo xviii novohispano, como lo dejan ver algunos
estudiosos del caso (Aguilar García 2013; Gonzalbo Aizpuru 2002; Guerra 2013;
Ibsen 1999; y Rubial García 2004).
LA ESCRITURA COMO MARTIRIO Y LA ENFERMEDAD 305

La orfandad física y representativa en los conventos


de capuchinas novohispanas

El convento de capuchinas de Oaxaca al que pertenecía María Coleta


fue fundado en 1744. Este convento oaxaqueño, con titularidad del
Dulcísimo Corazón de Jesús y cuya iglesia estuvo dedicada a san José,
fue el primero de dos monasterios de capuchinas construidos en la
región, dado que «San José estuvo dedicado a la educación de mujeres
españolas, en contraposición al convento de Santa María de los Ánge-
les (o de los Siete Príncipes) orientado a las indias caciques de Oaxaca»
(Aguilar García 2013: 194). Sin embargo, Lázaro Iriarte menciona so-
lamente la existencia del convento de capuchinas de 1744, agregando
que «fue llamado de capuchinas indias, por ser uno de los que, como el
de Valladolid, estaban destinados a nutrirse de vocaciones indígenas»
(Iriarte 1996: 71).
En realidad, como quiere Carolina Aguilar, existieron dos con-
ventos oaxaqueños de capuchinas. El primero, fundado en 1744 para
recogimiento y educación de mujeres españolas, se levantó gracias al
envío de cuatro religiosas del convento capuchino de Nuestra Señora
del Pilar de Guatemala (fundado en 1725) a la ciudad de Oaxaca en
1743 (Juarros 1808: vol. 1, 187) y fue dispuesto en lo que «con anterio-
ridad había sido un templo jesuita, reconstruido a causa de los daños
producidos por varios sismos» (Aguilar García 2013: 194). El segun-
do convento oaxaqueño de capuchinas fue «patrocinado y costeado
por los caciques del valle de Oaxaca [y] se inauguró en 1782 tras una
engorrosa tramitación que se prolongó durante casi cuarenta años»
(Martínez Cuesta 1995: 590). Este monasterio fue organizado siguien-
do el esquema del convento de Corpus Christi para nobles indias de la
Ciudad de México, fundado entre 1720 y 1724 con el apoyo del virrey
Baltasar de Zúñiga, marqués de Valero, y de la franciscana descalza sor
Petra de San Francisco (Rocha Cortés 2004; y Sarabia Viejo 1997). Al
parecer, desde entonces las religiosas descalzas de este primer monas-
terio de indias cacicas fueron conocidas popularmente con el califica-
tivo de «capuchinas», como queda evidenciado en el sermón dedicado
a las honras fúnebres de la fundadora de Corpus Christi, impreso en
1727, en donde el jesuita Juan Antonio de Oviedo la llamó «fundadora
del religiosísimo convento de capuchinas indias de Corpus Christi».
Asimismo, Oviedo expresó su admiración ante la «severísima regla de
306 ANEL HERNÁNDEZ SOTELO

las capuchinas» que observaban las indias, «en quienes parece nativa
la tosquedad y rudeza» (López 1727). Así, el calificativo «capuchina»
en territorio novohispano significó más una actitud penitencial vincu-
lada con la descalcez monacal franciscana, que la real adscripción de
las religiosas a la orden de clarisas capuchinas, pues esta congregación
femenina no llegó a la Nueva España sino hasta 16663.
Cabe destacar que, desde su fundación en 1538, las monjas capu-
chinas tuvieron serios problemas con los frailes capuchinos, debido
a que estos fueron obligados desde la Santa Sede a confesar a las reli-
giosas, a pesar de que en sus constituciones les estaba prohibido ad-
ministrar este sacramento a seglares y monjas (Constituciones de los
Frayles Menores Capuchinos 1644; Murcia 1645). Así, amparándose
en diferentes documentos pontificios, en 1625 los frailes recibieron de
Urbano VIII un breve «dando facultad a los ordinarios para asignar a
las capuchinas confesores extraordinarios, como una mínima atención
a las comunidades» (Iriarte 1996: 114)4, por lo que, desde entonces, la
filiación entre monjas y frailes capuchinos fue casi inexistente, redu-
ciéndose a la obligación del ministro general capuchino de otorgar las
patentes fundacionales de los cenobios femeninos. Sin embargo, es ne-
cesario señalar que en casos muy particulares los capuchinos solicita-
ron licencias para confesar seglares y monjas, en virtud de necesidades
bien específicas (Hernández Sotelo 2017).

3. Hacia 1654 Isabel de la Barrera, viuda del capitán Simón de Haro, donó diez mil
pesos para la construcción de un convento de capuchinas en la Ciudad de México,
consagrado al beato Felipe de Jesús. Las religiosas que ocuparían el convento se-
rían capuchinas de Toledo. Sin embargo, en 1659, Isabel Barrera murió, con lo que
la fundación se pospuso hasta 1665, cuando don Francisco de Villareal se dispuso
a cumplir con los deseos de la fallecida. Estuvieron en el convento de la Concep-
ción (fundado antes por Isabel de la Barrera) hasta que terminaron las obras de su
propio convento. En mayo de 1666 fundaron el convento de san Felipe de Jesús y
Pobres Capuchinas de México (Diccionario universal de historia y geografía 1853,
vol. 2: 138-140).
4. «Por el nombre de Ordinario se entienden en derecho, además del Romano Pon-
tífice, los Obispos diocesanos y todos aquellos que, aun interinamente, han sido
nombrados para regir una Iglesia particular o una comunidad a ella equiparada
[…] y también quienes en ellas tienen potestad ejecutiva ordinaria, es decir, los
Vicarios generales y episcopales; así también, respecto a sus miembros, los Supe-
riores mayores de institutos religiosos clericales de derecho pontificio y de so-
ciedades clericales de vida apostólica de derecho pontificio, que tienen, al menos,
potestad ejecutiva ordinaria» (Reyes Vizcaíno).
LA ESCRITURA COMO MARTIRIO Y LA ENFERMEDAD 307

El estado de orfandad espiritual, manifiesto ya en los primeros


cenobios de capuchinas fundados en Granada (1588) y en Barcelo-
na (1599), fue mucho mayor entre las capuchinas americanas porque
mientras las capuchinas europeas tenían noticias vívidas del instituto
regular que observaban sus hermanos de religión, «la mayoría de las
capuchinas americanas jamás habían visto al fraile francisano barbado,
con hábito tosco, estrecho y puntiagudo, que era el capuchino». Y es
que, por instrucciones del Consejo de Castilla, desde finales del siglo
xvi hasta el primer cuarto del siglo xix, los capuchinos estaban inha-
bilitados para cruzar el océano y fundar conventos, seminarios y casas
de estudio (Pobladura 1964; Hernández Sotelo 2010a; y Hernández
Sotelo 2010b). A lo sumo, se permitió que algunos capuchos realiza-
ran el viaje para desarrollar misiones temporales, principalmente en el
virreinato de Nueva Granada, aunque la Nueva España fue territorio
vedado a los religiosos incluso para los trabajos de misión.
El primer contacto directo de la sociedad novohispana con los frai-
les capuchinos se verificó entre 1763 y 1767, cuando fray Francisco de
Ajofrín y fray Fermín de Olite fueron comisionados en el cobro de una
deuda pagadera a la congregación de Propaganda Fide y en la recolec-
ción de limosnas para la misión capuchina del Tíbet (Lorenzen 2013)5.
Durante su estancia, Ajofrín escribió su famoso Diario del viaje a la
Nueva España y, utilizando el recurso del anagrama en el nombre del
autor (Pobladura 1966), hizo imprimir en México su Carta familiar de
un sacerdote (1765), que conoció una reimpresión madrileña en 1772
con algunos añadidos aclaratorios sobre nombres o lugares que en la

5. Grosso modo, las causas por las que Felipe V permitió la entrada de capuchinos a
la Nueva España se explican así: Carlos II murió sin haber pagado completamente
una deuda al hispano-genovés Giovanni Domenico Spinola por lo que, en 1734,
sus descendientes decidieron «donar la deuda» de la Corona española a la congre-
gación de Propaganda Fide. En 1738 Felipe V hizo un acuerdo con las instancias
vaticanas, gracias al cual la «deuda Spinola» quedó transferida al virreinato de la
Nueva España. En el mismo año, Propaganda Fide comenzó a enviar a religiosos
capuchinos italianos y españoles para que la cobrasen al pueblo novohispano y
recolectasen limosnas. El proyecto estuvo vigente desde 1738 hasta 1791, año en
que Fermín de Olite murió. Aprovechamos para aclarar que en el artículo el autor
se refiere al ministro general capuchino como «Pedro de Colindres», aunque el
nombre de este fraile fue Pablo de Colindres. Por otro lado, recomendamos am-
pliamente el análisis que Lorenzen hace sobre el proceder del capuchino Fermín
de Olite, quien encontró en la comisión que se le impuso la justificación perfecta
para solicitar ascensos profesionales y favores especiales del Vaticano.
308 ANEL HERNÁNDEZ SOTELO

versión mexicana se sobreentendían. El objetivo de escribir y publicar


esta obra en México era, indudablemente, dar a conocer el «sagrado»
instituto capuchino en la Nueva España, donde se les confundía con
otras ramas franciscanas, especialmente con los franciscanos descalzos
de la provincia de San Diego de México, quienes fueron conocidos
popularmente como «dieguiños». Por su Diario —que no fue impreso
sino hasta el siglo xx— sabemos que Ajofrín visitó el convento del
Dulcísimo Corazón de Jesús de capuchinas de Oaxaca (Ajofrín 1986)
y quizá fue entonces cuando, por la reja del convento o en el torno,
las capuchinas oaxaqueñas tuvieron contacto por vez primera con uno
de sus hermanos de religión. Es probable que el fraile Ajofrín haya
recibido cuestionamientos sobre la desvinculación de los frailes ca-
puchinos con las monjas capuchinas novohispanas, pues en la Carta
familiar asentó que

todas las capuchinas, excepto algunas, están sujetas al ordinario, por tener
los padres ley expresa que les prohíbe su gobierno [por lo que] verdad es
que los capuchinos son santos y las capuchinas santas; y no sé si en esta
santidad habrá influido la referida separación e independencia; solo sí me
acuerdo haber oído a mis mayores, con la sencillez propia de aquellos
tiempos, este proverbio: «Entre Santa y Santo, pared de cal y canto» (Ajo-
frín 1772: 33-34).

Esta singular situación determinó que el tema del capuchino


como «guía espiritual» de religiosas no preocupara en demasía a los
frailes, dada la escasez de obras de su cuño sobre el asunto. Sin em-
bargo, sabemos que Francisco de Ajofrín obtuvo licencias especiales
para confesar monjas en la península ibérica por lo que, en el ocaso
de su vida, decidió escribir su Tratado teológico-místico-moral sobre
el confesor extraordinario de monjas (1789). Fiel a los principios de
su orden, el libro no es propiamente un manual de confesión sino
un amplio texto en el que el autor argumenta que, frente al confesor
adscrito a una congregación religiosa, el confesor extraordinario de
monjas resultaba más útil en la sanación espiritual porque mientras
el primero «esclavizaba» a las religiosas con el «yugo» de su orden,
con el confesor extraordinario las monjas obtenían la «apreciable li-
bertad de elegir confesor a su gusto» (Ajofrín 1789: 89-90). En res-
puesta a los razonamientos del capuchino, el franciscano observante
LA ESCRITURA COMO MARTIRIO Y LA ENFERMEDAD 309

Joseph Fernández Reconco imprimió su Justa defensa de los prelados


(1794), en donde se lee:

No ha mucho tiempo que llegó a mis manos la explicación de la Bula


Pastoralis curae, que dio a la luz el reverendo padre fray Francisco de Ajo-
frín, y pensando hallar en ella una obra digna de su autor, que sin agravio
de alguno aspirase al logro de los tres fines que se proponen en su título
y prólogo del consuelo de monjas, dirección de los prelados que las go-
biernan e instrucción de los confesores que las dirigen, hallé cuestiones
odiosas, quejas, acusaciones, declamaciones y amenazas contra los regu-
lares, así prelados como súbditos, que gobiernan y dirigen [a] esas monjas
[…] No extrañaríamos que escribiesen contra los regulares los impíos que
sienten mal de los institutos de las sagradas religiones, pero se hace into-
lerable que un regular ensangriente su pluma contra sus hermanos, que
habitan como él en las Casas del Señor (Fernández Reconco 1794: I-II).

Así las cosas, no nos equivocamos al subrayar que las capuchinas


novohispanas, además de carecer de un confesor propio de su instituto
religioso, adolecieron también del referente penitencial –del capuchi-
no en presencia– al que debían aspirar siendo religiosas emanadas de
la orden de frailes menores capuchinos.

María Coleta y el border thinking

Cuando comenzaron las indagaciones inquisitoriales en su contra,


María Coleta era una mujer madura. En 1773 Sebastián Pareja, canó-
nigo de Oaxaca, dijo que la religiosa tenía entonces más de 46 años,
mientras que el provincial dominico, Juan Cavallero, declaró que su
edad era de 49 o 50 años, por lo que es probable que Coleta hubiera
nacido entre 1727 y 1731. Si, hipotéticamente, la capuchina comenzó
a escribir desde 1751 –primera fecha declarada en sus misivas–, resulta
probable que se dedicara a este ejercicio por espacio de más de veinte
años. Durante este tiempo, sor María fue asistida al menos por seis
confesores: los seculares Ángel Briones y Pedro Nolasco, los orato-
rianos Guillermo Mier y Cristóbal Cabrera, el dominico Pedro Rivas
quien fuera, en algún momento, «confesor extraordinario de dicho
convento de las capuchinas» (AGNM, Inq., 1172/12996/7/, exp. 7, fol.
88v ) y, últimamente, el arcediano Andrés Quintana. Cabe la posibili-
dad de que María Coleta fuese, en algún momento, confesada también
310 ANEL HERNÁNDEZ SOTELO

por jesuitas, dada la relación entre estos y las religiosas capuchinas


(Lavrin 2014). Estos datos nos permiten suponer que, ante la falta de
una identidad propiamente capuchina, debida al estado de orfandad
espiritual y representativa en el que fueron erectos los conventos ame-
ricanos de capuchinas, las directrices confesionales que recibió Ma-
ría Coleta sobre las experiencias paranormales en su vida monástica
no fueron homogéneas, pues desde el siglo xvii surgieron verdaderas
contiendas teológicas y morales entre clérigos regulares y seculares
«sobre la confesión penitencial [que] llevó a poner en duda la noción
de «ley natural y a conceder un valor creciente a la conciencia indivi-
dual y a la responsabilidad personal» (Delumeau 1997: 148).
Aunque se ha dicho que el convento de capuchinas del Dulcísimo
Corazón de Jesús, al que estuvo adscrita sor María, recibía solo voca-
ciones de españolas, es probable que la religiosa haya tenido otros orí-
genes raciales porque, a nivel semántico, existen en sus cartas algunas
peculiaridades discursivas, como el uso de diminutivos («padrecito»,
«crucecitas», «apuntito», «cajetitas», «tabaqueritos»), más propias del
lenguaje mestizo. Y es que, hacia 1810, la población oaxaqueña estaba
constituida por 37.694 españoles y criollos, 31.444 mestizos (inclui-
das las castas) y 526.466 indígenas, aproximadamente (Malvido 2006:
128), lo que nos hace suponer que durante la segunda mitad del siglo
xviii las estadísticas poblacionales no fueron significativas porcentual-
mente. En este sentido, es importante recordar que el convento de
indias capuchinas de Santa María de los Ángeles, inaugurado en 1782,
había sido proyectado por los caciques indígenas de Oaxaca desde la
década de 1740; lo que nos permite intuir que, así como en el ceno-
bio de indias de Corpus Christi de México fueron aceptadas «cuatro
novicias españolas procedentes de San Juan de la Penitencia» (Saravia
Viejo 1997: 184), pudo suceder que frente a la densidad de población
autóctona y a la demanda de un monasterio femenino para indígenas,
las capuchinas del Corazón de Jesús hubiesen reclutado vocaciones
entre indias y mestizas nobles de la región.
En este sentido, el «ser» de María Coleta y la «representación» es-
critural que hizo de sí misma, pueden estudiarse desde el border thi-
nking («paradigma otro» para las traducciones al castellano) propues-
to por Mignolo6. Así, sor María Coleta de San Joseph representaba

6. «El “paradigma otro” es diverso, no tiene un autor de referencia, ni un origen co-


LA ESCRITURA COMO MARTIRIO Y LA ENFERMEDAD 311

una «universalidad abstracta»: la de la monja capuchina que recibía


los ardores de Dios, las llagas de Cristo y los dones de profecía, gra-
cias a su santidad. Sin embargo, la religiosa carecía de «un autor de
referencia» dada la histórica ignorancia sobre la ontología capuchina
en América, la necia oposición de los frailes capuchinos a responsabi-
lizarse de la vida espiritual de las monjas y de la administración con-
ventual, y la heterogeneidad del discurso masculino sobre el modo
de llevar a buen puerto el sacramento de la confesión y los ejercicios
penitenciales. Esta «universalidad abstracta» que hizo famosa a sor
María durante dos décadas, sin que por ello tuviese problemas con el
Santo Oficio, fue disfrazada de una curiosa «novedad»: María Coleta
fue asimilada con una religiosa embaucadora que había vivido ¡ha-
cía casi doscientos años! En efecto, el delator Joseph de Cubas Bao
confesó que decidió contar los hechos debido a que «los prodigios
referidos de la enunciada religiosa tenían tanta analogía con los que
en España se publicaban como dos siglos había de María de la Visi-
tación, priora de la Anunciata de Lisboa, [considerados] falsos y fin-
gidos por el santo tribunal de aquella Corte en 1588» (AGNM, Inq.,
1172/12996/7/, exp. 7, fol. 74v)7. Así fue como la especificidad de sor
María –su verdadera «otredad» frente a la «universalidad abstracta»–
quedó invisibilizada y, por ende, colonizada.

mún. Lo que el paradigma otro tiene en común es “el conector”, lo que comparten
quienes han vivido o aprendido en el cuerpo el trauma, la inconsciente falta de
respeto, la ignorancia –por quien puede hablar de derechos humanos y de convi-
vialidad– de cómo se siente en el cuerpo el ninguneo que los valores de progreso,
de bienestar, de bien-ser, han impuesto a la mayoría […]. La “otredad” del para-
digma de pensamiento que aquí bosquejo es, precisamente, la de llevar implícita la
negación de la “novedad” y de la “universalidad abstracta” del proyecto moderno
que continúa invisibilizando la colonialidad» (Mignolo 2011: 20).
7. María de la Visitación, religiosa dominica conocida popularmente como «la
monja de Lisboa», experimentaba éxtasis, raptos, visiones, levitaciones y tenía
impresos los estigmas. Tras la anexión de Portugal por Felipe II en 1582, realizó
diversas protestas en las que públicamente declaraba que «el reino de Portugal
no pertenece a Felipe II, rey de España, sino a la familia de Braganza. Si el rey
de España no restituye el trono que injustamente ha usurpado, Dios le castigará
severamente». La Inquisición investigó a la monja e informó «que sus famosos
estigmas no eran sino pinchazos que ella misma se había causado, y que su halo
había sido creado hábilmente por medio de luces y espejos». En 1588 fue decla-
rada culpable por embustería y condenada a exiliarse en Brasil por el resto de sus
días (Kagan 1991: 23-24).
312 ANEL HERNÁNDEZ SOTELO

Aunque nos es imposible determinar cuál de sus confesores la con-


minó a escribir sus experiencias paranormales en un primer momento,
sabemos que María Coleta recibió el encargo como un martirio, es
decir, como «tormento que se padece en defensa de la verdadera re-
ligión», pero también como «las aflicciones, infelicidades y penas de
la vida» (Terreros y Pando 1787: vol. 2, 537). Ya en su primera carta
se queja amargamente de que «es tanta la repugnancia que tengo al
escribir que no quisiera jamás coger pluma, y más para estas cosas […]
porque aunque le escriba a vuestra merced, no es como yo le pudiera
hablar […] sino que tengo yo un genio que de mi misma tengo ver-
güenza» (AGNM, Inq., 1172/12996/7/, exp. 7, fol. 116). Más adelante,
la capuchina lamentaba que «me hallo más atajada para escribir, no por
otro motivo más que el de mis grandes temores que cada día son ma-
yores, y a la presente como nunca, no me olvide por amor de Dios que
soy una pobre necesitada» (AGNM, Inq., 1172/12996/7/, exp. 7, fol.
121). En otra ocasión afirmó que «no podía escribir porque tenía malo
el ojo» pero durante el «recreo» se sentó «junto al Niño que siempre
ponen en una mesita» y, al solicitarle algunos favores, aquel le contestó
que antes de rogar debía escribir. Y «estando todavía con aquellas re-
pugnancias […], con una violencia se me ponía delante santa Teresa [y]
me decía que tan claro como decía sus cosas que le pasaban a los con-
fesores, que así lo había yo de hacer» (AGNM, Inq., 1172/12996/7/,
exp. 7, fols. 118v-119r). Tiempo después se le presentó san José y, «con
seriedad», le preguntó sobre sus avances escriturales. Ella le contestó
«ya voy a escribir» y experimentó «un temor grandísimo de ver [tanta]
aspereza» (AGNM, Inq., 1172/12996/7/, exp. 7, fol.119v).
Es probable que los confesores de Coleta la persuadieran de
que sus padecimientos –tanto espirituales como físicos– serían
remediados con el acto de escribir, pues declaraba que «conozco por
una parte que […] necesito [escribir a menudo] y la imposibilidad
que aquí hay para eso» (AGNM, Inq., 1172/12996/7/, exp. 7, fol.
123v). La imposibilidad de escribir a la que alude la capuchina estaba
determinada por la falta de papel. Así, María Coleta refiere que un
día sintió que le «echaban los brazos por el pescuezo» mientras oía
una voz que le decía «dile a tu padre que todo es mío lo que te está
pasando […] pues a Dios tienes», por lo que al final de su misiva le
rogaba al confesor: «Por amor de Dios, padrecito, que me envíe un
poquito de papel que yo no se lo pido» (AGNM, Inq., 1172/12996/7/,
LA ESCRITURA COMO MARTIRIO Y LA ENFERMEDAD 313

exp. 7, fol. 120v). Era Dios mismo, y no la religiosa, quien solicitaba


el papel para curar sus achaques espirituales dada la irregularidad con
la que los confesores visitaban el cenobio. Es necesario considerar que
la escritura monástica estaba restringida al mandato del confesor y a
la aprobación de la abadesa quien, en última instancia, leía las cartas
antes de hacerlas circular extramuros del convento. El torno era
propiamente el lugar de circulación de las epístolas, siendo el lugar
de reunión entre María Coleta y su confesor en turno. Este colocaba
ahí algunos libros religiosos y un cuadernillo, mismo que la religiosa
devolvía intercalando sus papeles manuscritos entre las hojas.
Si la escritura era, entonces, el remedio para las dolencias de la re-
ligiosa, ¿cómo entender las repugnancias, vergüenzas y temores que
le causaba el acto de escribir? María Coleta escribía continuamente
que las palabras no le alcanzaban para referir lo que veía, lo que oía
y lo que sentía, así como tampoco podía determinar si estos sucesos
extraordinarios eran efecto de la presencia de Dios o de los engaños
demoniacos, de ahí la vergüenza y el temor que le producía escribir
«tantos disparates». Aunque agradecía a su director espiritual «los
consuelos que me da en decirme que en todo lo que le tengo comuni-
cado, no ha habido engaño», comentaba, sin embargo, que «no cesan
ni un instante mis temores, ni cesarán hasta morir» (AGNM, Inq.,
1172/12996/7/, exp. 7, fol. 135). Y es que la religiosa confesaba tam-
bién que «bien conozco que todos estos disparates pudieran ser de la
cabeza» (AGNM, Inq., 1172/12996/7/, exp. 7, fol. 153).
En efecto, las más de las veces María se nos revela como una mujer
que padece dolores insufribles, lo que explica las constantes referencias
a la enfermería del convento. Escribía la religiosa que no podía hincarse
para orar, ni aun estar sentada, debido a los horribles dolores de cintura
que padecía y que, «porque continuamente tengo el dolor de cerebro y
la ca[beza] sumamente delicada, […] cualquier ruidecito» era ocasión
para impedirle rezar siquiera un pater noster. A veces sentía «escozor
como si tuviera alguna llaga [y] aunque hablo, ando y hago otras cosas,
es con tanta violencia como si ardieran brasas […], parece que ni piso
la tierra [y] todas las cosas que veo y oigo me parecen cosas de sueño»
(AGNM, Inq., 1172/12996/7/, exp. 7, fol. 137v). La consecuencia de
estos padecimientos eran el insomnio y la anorexia, mismos que la de-
jaban «sumamente desflaquicida [sic]» (AGNM, Inq., 1172/12996/7/,
exp. 7, fol. 123v) y con sensación de inquietud, angustia y «sequedad»
314 ANEL HERNÁNDEZ SOTELO

en el alma. Pero, aun con el dolor inscrito en el cuerpo, María escribía


por mandato de su confesor, a pesar de lo repugnante que le resultaba
en estas circunstancias cumplir con tal encargo.
Sin embargo, la obediencia poco le servía para atenuar las «seque-
dades» de su alma y los dolores de su cuerpo, pues se quejaba con-
tinuamente de que no recibía el sacramento de la confesión con pe-
riodicidad, resultando de esto la imposibilidad de comulgar. En una
carta escribió: «lo dejo a su consideración, padre mío […] no cesan mis
ojos de llorar [porque] como no han venido a confesar, me he estado
hasta hoy jueves sin comulgar» (AGNM, Inq., 1172/12996/7/, exp. 7,
fol. 117v). En otra misiva se le lee desesperada: «como no he podido
comulgar, por haber estado mala, estaba haciendo diligencia de comul-
gar espiritualmente y, como tenía la cabeza que parecía loca, procuré
pensar mucho y dije, ya Su Majestad sabe el cómo estoy [y] me pareció
que estaban junto a mí [y] cogieron una y me comulgaron» (AGNM,
Inq., 1172/12996/7/, exp. 7, fol. 127v). Así, a sus padecimientos físicos
hay que añadir la ansiedad que le producían el desamparo del sacer-
dote confesor responsable de la comunidad y la involuntaria absten-
ción de recibir a Dios por medio de la hostia, así como la continua
inquietud de «tener la cabeza que parecía loca». Porque es necesario
agregar que sor María no concebía sus padecimientos como señales de
experiencias místicas, al menos en un primer momento. En una de sus
cartas, la capuchina da cuenta a su confesor de que

ahora estoy en la enfermería, y aunque se salga la comunidad para irse al


refectorio, me quedo yo en el coro, y después me voy a la enfermería, y así
prosigo en mortificaciones interiores, porque exterior no hago ninguna,
solo los días pasados cuando se lo envié a decir a vuestra merced, pero
como vi que aunque lo hice me puse peor […], quedo aguardando a ver si
vuestra merced me manda que haga algo, que deseo obedecerle (AGNM,
Inq., 1172/12996/7/, exp. 7, fol. 117r).

Es probable, entonces, que el confesor haya sugerido alguna peniten-


cia a sor María, a pesar de su estado de salud y de la poca atención espiri-
tual que la religiosa recibía de aquel. Esta mortificación estaba vinculada
con la ingesta de agua porque, en la misma misiva, la religiosa escribe que

[…] antes de tomar el desayuno tomo tres tragos de agua, porque se sue-
le haber acabado la misa y tengo todavía la forma en la boca, y por eso,
LA ESCRITURA COMO MARTIRIO Y LA ENFERMEDAD 315

antes del desayuno, tomo agua; pero si le pareciere a vuestra merced que
no la tome, no la tomaré. Cuando me parece que es más por apetito que
por lo que he dicho, entonces no la tomo desde la hora que me levanto
hasta cuando me duermo. No le dejo hacer a mi cuerpo su gusto, porque
aunque falte en agua, no fue como mi sed me lo pedía (AGNM, Inq.,
1172/12996/7/, exp. 7, fol. 117r).

En otra ocasión la capuchina apuntó: «le digo la pura verda[d], que


sí la he tomado […], ahora, salvo la voluntad de vuestra merced […],
aunque padezca por no tomarla, no la tomaré». Pero el desacato tenía
justificación: «como ya vuestra merced supo que estuve tan mala, me
mand[ó el mé]dico que tome agua, y la más fresca que hubiera […],
que fuera de nieve». Por eso, María Coleta suplicaba a su confesor
que le mandara «mortificaciones que conozca puedo hacer» (AGNM,
Inq., 1172/12996/7/, exp. 7, fol. 123v). Sin embargo, sus súplicas no
fueron escuchadas pues, más adelante, cerró otro misiva con esta pos-
data: «Padre mío: el agua no la he vuelto a tomar, aunque apure mucho
la sed» (AGNM, Inq., 1172/12996/7/, exp. 7, fol. 124r).
Así, sor María Coleta no era una mística, no pretendía serlo y no
podía serlo. Su dimensión penitencial estaba en los dolores que le pro-
ducían las enfermedades que padecía, en el espanto que le causaban
sus escuchas y visiones, en el mandato «repugnante» que la obligaba
a escribir «disparates» y en la tragedia que suponía la ausencia del re-
presentante institucional de Dios en su convento, tragedia permanente
que hemos de remontar a los tiempos de María Lorenza Llonc, funda-
dora de las capuchinas durante en la primera mitad del siglo xvi.
Mientras la mala calidad de su salud le impedía cumplir con rezos,
ayunos y mortificaciones propios de la vida conventual y el irrespon-
sable gobierno espiritual del convento le dificultaba recibir el sacra-
mento más importante para una «esposa de Cristo», el de la comu-
nión, María Coleta escribía: «estoy como peleando con Su Majestad,
cuando siento que me dice alguna palabrita, la repugnancia que tengo
de escucharla, no porque la dejo de escuchar, que aunque yo no quie-
ro, no hay como atajarla. Pues, más bien, otras cosas no oigo cuando
me están parlando, aunque estén pegadas conmigo, y solo los veo me-
near la boca» (AGNM, Inq., 1172/12996/7/, exp. 7, fol. 125r). Frente a
las interpretaciones del confesor sobre los favores que Dios hacía a sor
María, hemos de considerar ahora el discurso médico. Sabemos que,
circunstancialmente, María recibía atención médica, pues escribió:
316 ANEL HERNÁNDEZ SOTELO

Por ahora estoy tan bonita de la cabeza, no he faltado de la oración,


esta semana me abren otras dos [¿fuentes?] y solo lo hago porque mi ma-
dre abadesa tiene esperanza que quizás con eso me aliviaré, pero a mi har-
to escrúpulo se me hace que me estén haciendo medicamentos […] porque
ninguno me hace, ni tengo fe, más que a Dios que con solo querer, lo hace
todo (AGNM, Inq., 1172/12996/7/, exp. 7, fol. 134r).

Si bien, no conocemos el diagnóstico por el que era medicada ni a


qué tipo de medicamentos se refería, recordemos que el doctor Juan
Vasconcelos asentó frente al tribunal que había tratado a la monja «en
sus accidentes» y que consideraba que la religiosa calentaba el agua fría
al bañarse debido a que sufría de «marasmo escorbútico». ¿Qué quería
decir Vasconcelos con este diagnóstico clínico?
Se consideraba «marasmo» al tercer grado de la «fiebre hectica». Esta
era «una fiebre fija y clavada en nuestro cuerpo, y principalmente en el
corazón, que jamás se inquieta o altera, sino por algún accidente extrínse-
co, como es por comer y beber demasiado, tener ira o causas semejantes,
pasión de alma, estar sobre los libros estudiando y discurriendo después
de haber comido, y cenado, &c.». El marasmo, siendo el grado más peli-
groso de la fiebre hectica, se manifestaba «cuando se consume la sustancia
del pellejo de todas las partes del cuerpo y, en llegar a este estado, se tiene
por incurable, y sin remedio alguno» (Vidos y Miro 1698: 307-308). Por
otra parte, el «escorbuto», conocido como «el sumo y superior grado de la
afección hipocondriaca», era caracterizado por «debilidades de piernas y
muslos, impotencia de andar, lasitudes espontáneas, gravativa molestia de
todas las partes inferiores, angustia en el pecho, difícil respiración, el pulso
débil o intermitente, frecuentes deliquios, sopores, debilidades de particu-
lares miembros y de todo el cuerpo, palidez en el rostro». Con el aumento
de la enfermedad, a estos síntomas había que añadir fiebres «erráticas»
y «dolores crueles [que] suelen fijarse en lo membranoso de la cabeza»;
destilación de sangre en las encías y caída de dientes y muelas, «de que se
sigue un fetor [sic] y grave olencia [sic] extraña»; orinas «rubicundas por
la copia de salinos azufres disueltos con el suero»; manchas en la piel que
«terminan en grangrenismo [sic]» y «convulsiones, vértigos, vómitos, ho-
rrorcillos [sic], vigilias» (Virrey y Mange 1739: vol. 2, 279-281)8.

8. Significativamente, este médico añadió al final de su Palma febril una disertación


físico-moral sobre las enfermedades que solían manifestar los penitenciarios en
el confesionario mediante «aprehensiones, y obscenosos [sic] objetos, que en en-
LA ESCRITURA COMO MARTIRIO Y LA ENFERMEDAD 317

¿Estos síntomas explicaban las experiencias paranormales de Co-


leta? ¿Eran los estados febriles y las cefaleas las causas de tales expe-
riencias, o debemos pensar que las visiones, revelaciones y escuchas
de la monja se relacionaban con las lecturas que su confesor le reco-
mendaba? ¿Fue María Coleta una embaucadora, una falsa mística o
una alumbrada, o una mujer con padecimientos físicos y psicológicos?
No lo sabemos. Lo que sí es evidente es que mientras para el «médi-
co de las almas» la cura espiritual de sor María estaba en la escritura
obligatoria como paliativo a la esporádica presencia del sacerdote en el
confesionario y en la mortificación de abstenerse de beber agua; para
el «médico de los cuerpos» la patología del marasmo escorbútico se
trataba mediante purgaciones, sangrías, polvos, infusiones y píldoras,
además de que se recomendaba el cese de cualquier trabajo intelectual.
De ahí que los remedios del primero resultaban perniciosos para la
curación propuesta por el segundo y viceversa.

La experiencia religiosa femenina como espacio


de poder masculino

El caso de sor María Coleta es una ventana para comprender el dis-


curso de la santidad femenina en Oaxaca durante la segunda mitad
del siglo xviii como un constructo cuyos orígenes se encuentran en
una doble negación: por un lado, los capuchinos negaron la heredad

trambos sexos, no infrecuentemente se les ocurren a los que exaltados los fermen-
tos obsceno-lascivos […] inciden en los delirosos [sic] preternaturales afectos».
Las causas médicas de estos afectos descompuestos estaban en el furor uterinus
en las mujeres, y en el salacitas nimia, que tenía su origen en los testículos. Am-
bos padecimientos estaban vinculados con el «delirio venéreo», también conocido
como «demencia venérea», cuyos síntomas podían ser la manía y la melancolía, si
no había calentura en el paciente, y el frenesí, caracterizado por «jocosidades, ri-
diculeces, y por lúcidos intervalos con calentura». La curación debía hacerse con-
junta entre el médico y el confesor. El confesor, como médico espiritual, proponía
al paciente buenos consejos relacionados con los misterios de la fe, mientras que
el médico recetaba «horchatas frescas, compuestas de almendras dulces, cuatro
semillas frías con seis onzas de agua de achicorias, y media dracma de sal de plo-
mo (generosísimo absorbente del específico ácido prepolente [sic] en todo delirio
venéreo)», paseos con personas que movieren la imaginación del enfermo a «cosas
decentes, y honestas» y «hacer dos medias sangrías de tobillos, a fin de divertir el
conflujo [sic] de sangre, y espíritus de la cabeza, dejando recobrar a la naturaleza
de una, a otra sangría» (Virrey y Mange 1739: vol. 2, 286-312).
318 ANEL HERNÁNDEZ SOTELO

ontológica que les pertenecía a las monjas capuchinas al contender y


lograr la separación y la independencia de ambos institutos; por otro,
al impedir el paso de los capuchinos a la Nueva España, el Consejo de
Castilla les negó a las religiosas el referente visual del fraile capuchino
al que debían imitar. Con toda seguridad, esta peculiar situación fue
determinante para que los diferentes confesores de sor María utiliza-
ran sus vivencias en pos de beneficios propios, relacionados con el po-
der de hacerse representar como los intermediarios entre la supuesta
santidad de Coleta y el mundo secular.
En este sentido, el caso del arcediano Andrés Quintana –último
confesor de la capuchina– resulta paradigmático porque, quizá de
viva voz de la amanuense, supo de la existencia de los papeles que
ella había manuscrito décadas atrás por mandato de otros confesores.
Aunque queda por averiguar cómo obtuvo Quintana esas cartas que
luego el Santo Oficio de la Inquisición transcribió, parece cierto que
el arcediano se limitó a continuar con la dinámica epistolar impuesta
a la religiosa por los confesores que le antecedieron y continuó con la
divulgación que aquellos habían hecho de la santidad y los prodigios
de Coleta, aun a sabiendas de que su mermada salud podía ser la causa
de sus extrañas vivencias. ¿Qué beneficios obtenían los confesores con
estas prácticas? El beneficio del poder simbólico que, en última instan-
cia, es poder político, al asumirse como los intérpretes de los modelos
religiosos que, «al igual que los mitos, trascienden toda evidencia dis-
ponible, proyectan el futuro y escapan al presente» (Dupre 1999: 183),
pero también como los intermediarios entre la «angustiante devoción»
femenina y la «tiránica sanción» de Dios respecto a esa devoción. En
esta lógica, el discurso médico quedaba desestimado indefectiblemen-
te porque ponía en tela de juicio las maravillas que Dios obraba en el
cuerpo y en la mente de la capuchina.
Desde la teoría del border thinking, Coleta se encontraba en me-
dio de dos discursos masculinos (el «religioso» y el «científico») cuyo
«conector» era su propia escritura. Como autora, pero también como
mujer, sor María se hallaba en una posición «transdiscursiva» en tanto
que su obra producía asimismo «la posibilidad y la regla de formación
de otros textos» (Foucault 2015: 33). Así se comprende, por una parte,
la imposición que recibió la capuchina de escribir sus «disparates» y,
por otra, la recreación masculina de sus experiencias paranormales y
sus sufrimientos corporales.
LA ESCRITURA COMO MARTIRIO Y LA ENFERMEDAD 319

Ahora bien, ¿cuál fue la función social que se cumplía con el es-
parcimiento del rumor sobre la santidad de la capuchina? No creemos
equivocarnos al sugerir que los confesores propusieron el modelo de
santidad de María Coleta como un «escapismo al presente» si conside-
ramos que la dinámica social novohispana de mediados del siglo xviii
estuvo marcada por rebeliones y motines causados, generalmente, por
el hartazgo que indígenas, mestizos y castas manifestaron hacia la so-
breexplotación laboral, pero también hacia el racismo y el clasismo
(Proctor 2010); por la imperiosa necesidad de los criollos de colocarse
en la cúpula del poder político; por el regalismo de la casa de Borbón,
que aspiraba «a un mayor rigor moral frente al laxismo de los jesuitas
[y a] una sumisión de la Iglesia al estado» (Pérez 2006: 343) y que
tuvo como consecuencia la expulsión de la Compañía de Jesús de los
reinos hispanos; y, particularmente en la Nueva España, por la imple-
mentación de las Reformas Borbónicas desde 1765 mediante la figura
del visitador José de Gálvez, quien impuso «el monopolio del estado
sobre el tabaco, el aguardiente, los naipes y el papel sellado; moder-
nizó y aumentó la tributación; desarrolló la industria y el comercio»,
obteniendo en 1771 «la dirección general de los asuntos coloniales
con el título de ministro universal de las Indias, que conservó hasta
1787» (Pérez 2006: 357; consúltese también: Béligard 2015: 105-156;
Río 2000: 111-138; y Yuste 1991: 119-134). A este mapa hay que aña-
dir las singularidades de la intendencia de Oaxaca, siendo una de las
que mayor número de indígenas presentaba después de la Intendencia
de México y de la de Puebla. En Oaxaca, desde finales del siglo xvi la
política de extirpación de idolatrías por parte del clero secular fue aún
más frecuente que en México (Tavárez Bermúdez 2012: 187-220); ade-
más, las fluctuaciones económicas en la región dieron como resultado
diversas rebeliones desde 1700 hasta 1794 (Beltrán 2004: 496-506).
Así, los rumores sobre las revelaciones de sor María distendían, de
alguna manera, el malestar social generalizado en la región oaxaqueña,
pero también servían como distractor de las corruptelas hacendarias
novohispanas pues, como dijimos, fue entre la élite burocrática-admi-
nistrativa en donde la apropiación y recreación del discurso de Coleta
se hizo más fuerte. Desde 1746 José Antonio de Villaseñor y Sánchez
denunciaba que las jurisdicciones de alcaldes mayores, vinculadas con
la administración general de la Nueva España,
320 ANEL HERNÁNDEZ SOTELO

[…] son tantas y tan dilatadas […] y tan grande el número de los tributa-
rios [que] ni las recaudaciones se pueden hacer con el mayor lucimiento;
ni el ramo se puede afianzar con la mayor seguridad; porque como se ver-
san tantos sujetos en las entradas y salidas a gobernar cada jurisdicción, no
es dable que los fiadores de tanto número sean todos idóneos y solventes
[…] y así raros son lo que pueden afianzar el ramo con seguridad (Villase-
ñor y Sánchez 2005: 161).

Finalmente, si la escritura es «un espacio donde el sujeto que es-


cribe no deja de desaparecer» (Foucault 2015: 14), el caso inquisitorial
en contra de sor María Coleta nos empuja a volcar la mirada sobre la
«otredad» que representaba en sus dolencias y en sus letras. Sobre es-
tas últimas, no cabe más que traer aquí una larga, pero ilustrativa cita,
sobre las implicaciones subjetivas en la producción escritural de «lo
sagrado» durante la época moderna:

En una primera lectura existe la tentación, nada absurda por cierto, de


plantear todo el diálogo vidente-divinidad como un texto al modo del tea-
tro; una comedia en escenarios íntimos y sobrenaturales. Estilísticamente,
y añadiendo el decorado de las visiones, la interpretación no resulta tan re-
torcida como a primera vista pudiera parecer, pero hay algo, en el trasfondo
de estos textos con largos parlamentos sobrenaturales, que establece una
barrera técnicamente decisiva: los autores de teatro saben que el público
sabe que los diálogos y los personajes son ficción, más o menos verosímil
y aquí, por el contrario, lo que los autores quieren que los lectores sepan
es que las voces y los mensajes son Dios-Dios (o la Virgen, o los Santos o
los Ángeles) y que cuanto en ellos se contenga son contenidos de la pre-
ocupación, el juicio, el fervor amoroso, las amenazas o la doctrina irrefu-
table de Dios. No es un juego de figuras de teatro ni palabras de teatro, es
la demostración de que la cúspide de la pirámide del poder y el referente
absoluto de la sabiduría están con el o la visionaria. En realidad (y ahora la
metáfora sería más verosímil) todo cuanto en los escritos visionarios se lea
es Dios puesto que él garantiza que la obra de las videntes no es más que el
resultado de un autómata que Dios ha «construido» y hace hablar-escribir-
pregonar, por decisión hermética (Álvarez Santaló 2012: 298-299).

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Sobre los autores

Esther Cohen Dabbah, licenciada y maestra en Letras Modernas


(Inglesas) por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM (México),
doctora en Filosofía por la misma Facultad. Especialista en Semiótica
por la Universidad de Bolonia (Italia), investigadora titular C de TC
Definitivo en el Instituto de Investigaciones Filológicas, Centro de
Poética de la UNAM. Ha publicado numerosos ensayos, así como
traducciones, en revistas especializadas tanto nacionales como extran-
jeras. Es profesora de postgrado y licenciatura de la Facultad de Filosofía
y Letras de la UNAM. Fue coordinadora del Centro de Poética del
IIFL-UNAM. Ha impartido cursos y conferencias en el país como en
diversas partes del extranjero (Francia, Italia, Argentina). Actualmente
dirige la Revista semestral Acta Poética del Centro de Poética. Entre
sus publicaciones destacan: La palabra inconclusa (2008, trad. al francés
2007), El silencio del nombre (1999, trad. al francés 2007), Con el diablo
en el cuerpo. Filósofos y brujas en el Renacimiento (2003, trad. al francés
2004, trad. al italiano 2005, 2006), Los narradores de Auschwitz (2006,
trad. al francés 2010), El silencio del nombre (2015) y Walter Benjamin.
Resistencias minúsculas (2015). Recientemente, ha editado el Glosario
Walter Benjamin: Conceptos y figuras (2016), que recoge textos de acadé-
micos internacionales alrededor del pensamiento de Walter Benjamin.

José Enciso Contreras, licenciado en Derecho por la Facultad de


Derecho de la Universidad Autónoma de Zacatecas (1987); becario
del CONACyT y de la ANUIES para estudios de posgrado en el
326 SOBRE LOS AUTORES

extranjero (1991-1993); doctor en Historia del Derecho por la Univer-


sidad de Alicante; en 2001 fue docente invitado por la misma universidad
alicantina; en 2001, por la Universidad de Sevilla y la Escuela de Estudios
Hispano Americanos de dicha ciudad. De igual forma, en 2003, impartió
cursos en la Universidad Nacional de Cuyo, en Mendoza (Argentina).
Autor de los libros: Pinacoteca del Poder Judicial del Estado de Zacatecas,
Tribunal Superior de Justicia del Estado de Zacatecas (1996). Coordi-
nador de A la mitad del foro, poemas de abogados zacatecanos de los siglos
xix y xx (1997), Epistolario de Zacatecas, 1549-1599 (1996), Cedulario
de Zacatecas, 1554-1595 (1998), Ordenanzas de Zacatecas del siglo xvi y
otros documentos normativos neo-gallegos (1998), Taxco en el siglo xvi,
sociedad normatividad en un real de minas novohispano (1999), Zacatecas
para propios y extraños, gruía histórica rápida (2000), Zacatecas en el siglo
xvi. Derecho y sociedad colonial (2000), Testamentos y autos de bienes de
difuntos de Zacatecas (1550-1604) (2000), Procesos criminales ejemplares
del Zacatecas colonial (2005), La Piña, tejido del paraíso (2005), entre
otros. Trabaja las siguientes líneas de investigación: 1) historia de las insti-
tuciones mineras y reales de minas de los siglos xvi, xvii y xviii; 2) historia
del Derecho Indiano; 3) historia del libro; 4) historia de la justicia; 5)
historia colonial andina; 6) paleografía y diplomática indianas.

José Juan Espinosa Zúñiga, becario del CONACyT para formación


de estudiantes de licenciatura. Ha realizado estancias de investigación
en el AGN y en el AHEZ; autor del artículo «Abogados zacate-
canos de los siglos xviii y xix», que se publicó en la revista Actua-
lidad Judicial del TSJEZ. Está por culminar su maestría en Historia
en la Universidad Autónoma de Zacatecas con el tema «Inquisición y
mujeres en la Nueva España, siglos xvi-xvii».

Anel Hernández Sotelo, doctora y maestra en Humanidades por


la Universidad Carlos III (Madrid), licenciada en Historia por la
Escuela Nacional de Antropología e Historia, investigadora postdoc-
toral en el Centro de Estudios de las Tradiciones de El Colegio de
Michoacán, certificada en Teoría Crítica por el Instituto de Estudios
Críticos 17 (México), miembro del Sistema Nacional de Investiga-
dores (nivel I) desde 2013 a la fecha. Sus líneas generales de inves-
tigación son: historia e historiografía de la orden de frailes menores
capuchinos durante la época moderna; estudios sobre cultura escrita
SOBRE LOS AUTORES 327

en Iberoamérica (prácticas de intertextualidad discursiva y figurativa);


humanidades digitales e insurrección de los saberes en el mundo
contemporáneo. Entre sus publicaciones destaca su libro Una historia
de barbas y capuchas. La deconstrucción de la figura de san Francisco
por los frailes capuchinos. Siglos xvii y xviii.

Cecilia López Ridaura, licenciada en Lengua y Literatura Hispá-


nicas, maestra en Letras Españolas y doctora en Letras, todo ello
por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, actualmente es
profesora a tiempo completo en la licenciatura en Literatura Inter-
cultural y encargada del programa editorial de la Escuela Nacional de
Estudios Superiores (ENES), Morelia/UNAM. Sus principales líneas
de investigación son las literaturas populares y la brujería novohispana.
Participó en la elaboración del libro Relatos populares de la Inquisición
novohispana. Rito, magia y otras «supersticiones», siglos xvii y xviii, con
Enrique Flores y Mariana Masera (coords.) (2010); así como en distintas
monografías y revistas académicas entre las que se encuentra la Revista
de Literaturas Populares dirigida por Margit Frenk.

Mariana Masera, doctora en Letras por la Universidad de Londres


en el Queen Mary and Westfield College, investigadora del Centro
de Poética del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM,
imparte clases en el postgrado y la licenciatura de la Facultad de Filosofía
y Letras, así como en la licenciatura en Literatura Intercultural de la
Escuela Nacional de Estudios Superiores (ENES), Morelia/UNAM.
Actualmente es coordinadora de la Unidad de Investigación sobre
Representaciones Culturales y Sociales de la ENES, Morelia/UNAM.
Sus temas de investigación son la literatura medieval, la literatura
novohispana popular y la literatura oral. Ha impartido conferencias en
España, Argentina, Alemania, Portugal e Inglaterra. Ha sido responsable
de numerosos proyectos colectivos nacionales e internacionales como
«Literaturas y culturas populares de la Nueva España» y de «Impresos
populares mexicanos (1880-1917): rescate y edición crítica». Entre sus
publicaciones se encuentran los libros, como autora y editora, «Que no
puedo dormir sola, non»: La voz femenina en la antigua lírica popular
hispánica (2001), Bailar, saltar y brincar: apuntes sobre el cancionero
tradicional hispánico (2014), Mapas del cielo y de la tierra. Espacio y terri-
torio en la palabra oral (2014) y Poéticas de la oralidad (2014).
328 SOBRE LOS AUTORES

Paola Monreal, estudiante de la licenciatura en Lengua y Literatura


Hispanoamericanas de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí.
Escribe una tesis sobre la configuración de la bruja como personaje,
tanto en leyendas actuales como en procesos inquisitoriales en el San
Luis Potosí del siglo xvii, bajo la dirección del profesor Manuel Pérez.

Yadira Munguía, doctora en Literatura Hispanoamericana por la


Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, maestra en Literatura
Mexicana por la misma institución, maestra en Historia de México
por la Universidad de Guadalajara (Jalisco), especialista en Antro-
pología y Ética por la Universidad Panamericana y licenciada en
Letras Hispánicas por la Universidad de Guadalajara (Jalisco). Ejerce
como profesora titular a tiempo completo en la Universidad Paname-
ricana, campus Guadalajara (Jalisco). Sus líneas de investigación son
la literatura novohispana y del Siglo de Oro español, obras literarias
conventuales ibéricas de los siglos xvi al xviii, con referencia primordial
en sor Juana Inés de la Cruz. Ha publicado diversos artículos de inves-
tigación literaria en revistas nacionales e internacionales, así como
capítulos de libros en diversas compilaciones de temática novohispana.
Actualmente realiza investigación acerca de literatura femenina ibérica
y novohispana de los siglos xvi al xviii.

Alberto Ortiz, docente investigador del doctorado en Estudios


Novohispanos y la licenciatura en Letras de la Universidad Autónoma
de Zacatecas. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores y perfil
PRODEP. Sus líneas de investigación incluyen propuestas teóricas
para analizar la figura del mal en las obras literarias. Como autor ha
publicado los siguientes libros alrededor de la tradición mágica en
Europa y América: Feijoo y la tradición discursiva en contra de las
supersticiones (2006), Tratado de la superstición occidental (2009),
Diablo novohispano. Discursos contra la superstición y la idolatría en
el Nuevo Mundo (2012), El aquelarre. Mito, literatura y maravilla
(2015), El diablo. Interpretaciones del mal figurado según la cultura
occidental (2016) y Ficciones del mal. Teoría básica de la «Demono-
logía literaria» para el estudio del personaje maligno (2018).

José Manuel Pedrosa, profesor de Literatura Comparada en la


Universidad de Alcalá. Autor de numerosos artículos y libros sobre
SOBRE LOS AUTORES 329

literatura oral, literatura comparada y antropología cultural. Entre sus


últimos libros están Heródoto y la soprano que cruzó el mar con el
hombro tatuado (2016); y Dante y Boccaccio entre brujas caníbales: el
cuento de El corazón devorado en África y Europa (2016).

Manuel Pérez, doctor en Literatura Hispánica por El Colegio de


México y doctor en Filología Española por la Universidad de Zaragoza.
Es autor de varios libros sobre retórica y literatura coloniales, así
como de algunas ediciones de textos novohispanos. Profesor-inves-
tigador de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, nivel I en el
Sistema Nacional de Investigadores.
 
Robin Ann Rice, doctora en Filología Hispánica de la Universidad de
Navarra, catedrática-investigadora a tiempo completo en el decanato
de Artes y Humanidades de la Universidad Popular Autónoma del
Estado de Puebla (UPAEP) y miembro del Sistema Nacional de Inves-
tigadores. Sus líneas de investigación son la literatura del Siglo de Oro
novohispano y español, literatura marginal y escritoras y escritos sobre
mujeres en el siglo xvii. Ha publicado libros y artículos sobre sor Juana
Inés de la Cruz, Isabel de la Encarnación, Catarina de San Juan, Feliciana
Enríquez de Guzmán, María de Zayas, Mariana de Carbajal, Vélez de
Guevara, Lope de Vega, Cervantes, entre otros.

Graciela Rodríguez Castañón, licenciada en Derecho, maestra en


Historia y doctora en Humanidades y Artes. En la actualidad es docente-
investigadora de la Unidad Académica de Historia de la Universidad
Autónoma de Zacatecas. Su línea de investigación se ha enfocado en
los aspectos históricos de la cultura novohispana, los procesos inqui-
sitoriales y los conflictos derivados de las prácticas mágicas durante la
Colonia. Entre sus publicaciones destaca el libro Transgresión mágica e
inquisición novohispana en Zacatecas (2014) y su colaboración en Magia
y Siglo de Oro. La relación entre la tradición discursiva antisupersticiosa
y la literatura en español de los siglos xvi y xvii (2007).

María Jesús Torquemada, profesora titular en la Facultad de Derecho


de la Universidad Complutense de Madrid. Algunas de sus líneas de
investigación son las siguientes: derecho local castellano, legislación
medioambiental en la Edad Media, la Inquisición española, la historia
330 SOBRE LOS AUTORES

de la censura, el delito de magia y brujería, estudios sobre género, etc.


Entre sus publicaciones cuenta con los siguientes libros: La Protección
ecológica en la Castilla bajomedieval (1997); Palabra de hereje (1998), en
coautoría con Juan Antonio Alejandre; La Inquisición y el diablo (2000);
La inmigración en España durante las primeras etapas del Franquismo
(2009); Derecho y Medio Ambiente en la Baja Edad Media castellana
(2009); Tres estampas sobre la mujer en la Historia del Derecho (2013),
en coautoría con María José Muñoz; La Lucha por el agua en una región
madrileña: antiguos documentos y ordenanzas para El Real de Manza-
nares (2014); y Manual de Historia del Derecho, en coautoría con María
José Collantes de Terán y Miguel Pino Abad (2015).

María Jesús Zamora Calvo, profesora titular de Literatura Española


en la Universidad Autónoma de Madrid. Sus líneas de investigación se
encaminan hacia el estudio de los tratados de magia y los manuales de
inquisidor (siglos xvi y xvii), el cuento inserto en este tipo de libros y
las TIC y la investigación literaria. Entre otros, es autora de los libros
Ensueños de razón. El cuento inserto en tratados de magia (siglos xvi y
xvii) (2005) y Artes maleficorum. Brujas, magos y demonios en el Siglo
de Oro (2016); editora de los volúmenes Espejo de brujas. Mujeres trans-
gresoras a través de la historia (2012), Japón y España: acercamientos y
desencuentros (siglos xvi y xvii) (2012), La mujer ante el espejo: estudios
corporales (2013), «Un alarido entre cristales»: Ensayos y lecturas
sobre Antonio Gamoneda (2014), Brujas de cine (2016) y Mulieres
inquisitionis. La mujer frente a la Inquisición en España (2017). En
la actualidad lidera el grupo de investigación «Mentalidades mágicas
y discursos antisupersticiosos (siglos xvi, xvii y xviii)» en la Univer-
sidad Autónoma de Madrid y es investigadora principal del proyecto
«La mujer frente a la Inquisición española y novohispana» (FEM2016-
78192-P) Proyectos I+D de Excelencia-MINECO/AEI/FEDER-UE.

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