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Literatura
No obstante estos antecedentes, será durante la segunda mitad del siglo XIX y hasta el primer
cuarto del siglo XX cuando surjan las mejores novelas sobre mujeres infieles, novelas que
estarán dotadas de gran carga dramática y excepcional calidad literaria. La letra escarlata
(1850), de Nathaniel Hawthorne; Madame Bovary (1856) de Gustave Flaubert; Anna Karenina
(1877), de León Tolstói; La Regenta (1884), Clarín; Effi Briest (1894), de Theodor Fontane; El
velo pintado (1925), de W. Somerset Maugham; La señora Dalloway (1925), de Virginia Woolf;
El amante de Lady Chatterley (1928), de D. H. Lawrence constituyen buenos ejemplos de la
psicología femenina respecto al tema del triángulo amoroso. En el teatro español Valle Inclán
aborda la cuestión con evidente vis cómica y satirizante en el esperpento Los cuernos de don
Friolera (1921). A estas obras quizá debería añadirse como precursora Wuthering Heights
(1847), de Emily Brontë, a pesar de que el amor entre Heathcliff y Katherine no tiene más
expresión carnal que un apasionado beso casi a pie de tumba.
El modelo de heroína que se dibuja en todas estas novelas es el de una mujer casada por
razones independientes del afecto que descubre el amor en brazos de un hombre que no es su
marido. Las infieles literarias son mujeres pertenecientes a la buena sociedad, caracterizadas
por su belleza, cultura y refinamiento. Estas adúlteras hacen una elección consciente, pues
todas ellas se sienten con derecho a vivir un amor que les ha sido negado por un matrimonio
impuesto, como era habitual hasta la época victoriana. Este amor será inaceptable en un
marco histórico y social caracterizado por la represión religiosa y legislativa.
Esta concepción negativa de la mujer, de la que se salva la Virgen María, madre del hijo de
Dios, y unas cuantas mujeres escogidas, viene reflejada en varias frases bíblicas. Un ejemplo lo
tenemos en el Eclesiastés 7:26: «Yo he hallado más amarga que la muerte la mujer, la cual es
redes, y lazos su corazón; sus manos como ligaduras. El que agrada a Dios escapará de ella;
mas el pecador será preso en ella». San Pablo, en su primera carta a Timoteo, dice a propósito
de las mujeres: «Yo no permito que la mujer enseñe ni que ejerza autoridad sobre el hombre,
sino que permanezca callada». La teología medieval tampoco contempla con buenos ojos a la
mujer. San Tertuliano, San Agustín, Santo Tomás de Aquino o Martín Lutero la consideran,
como Platón y Aristóteles, inferior al hombre.
Desde la antigüedad las leyes han sancionado de una manera contundente el adulterio
femenino. En el Derecho Romano la infidelidad de la mujer se consideraba una ofensa grave
contra las instituciones de la propiedad y la herencia, especialmente cuando era cometida por
mujeres de clase alta. Las penas podían ser patrimoniales o la muerte de adúltera y amante a
manos del propio esposo o del padre. La venganza de sangre se mantiene en el Derecho
castellano medieval, en el Fuero Juzgo (siglo VIII), las Partidas (siglo XIII) y las Leyes de Toro
(1505). El propio esposo podía ser penado si consentía el adulterio. Una alternativa a la
venganza de sangre eran las «cartas de perdón de cuernos», documentos de carácter notarial
que permitían restablecer el honor del marido burlado.
En desagravio al sistema español decir que la situación no era muy distinta en las leyes
francesa, belga e italiana de la época. En algunos países centroeuropeos se mantuvieron penas
de multa hasta casi los años noventa del pasado siglo mientras que en otras culturas (las
anglosajonas, escandinavas y en la Europa del Este) desapareció como tal.
Los países de religión musulmana siguen sancionando penalmente el adulterio femenino, con
muchas variaciones en cuanto a las penas aparejadas. En muchos se persigue de oficio (Libia,
Bharein, Quatar, Kuwait, Emiratos Árabes, Yemen o Mauritania) y en tres de ellos, Arabia
Saudí, Irán y Sudán, sigue vigente la pena de muerte para la mujer adúltera, saco en el que se
incluye incluso la mujer objeto de abusos o violaciones. Por este motivo merece darse un
especial valor a la literatura árabe escrita por mujeres que, sin abordar específicamente el
tema del adulterio femenino, ha intentado muchas veces romper los temas considerados
tradicionalmente tabú, como sexo y religión. La egipcia Latifah al-Zayyat se erigió durante los
sesenta en todo un referente literario, al igual que la radical Nawal al-Saadawi. Hay que
mencionar también nombres como el de la siria Ghada al-Samman, Salwa al-Neimi o Fadila al-
Faruk. Internet ha traído el nacimiento de toda una generación de escritoras que se ocupan de
los problemas afectivos de la mujer y se enfrentan a los sectores más conservadores, que
reclaman una vuelta a la censura.
Con todo, los cambios en los roles femeninos hacen que en el siglo XXI la cuestión del adulterio
como tema literario se plantee en otros términos. A diferencia de las heroínas decimonónicas,
la infiel literaria actual es una mujer independiente desde una perspectiva económica,
atractiva y de éxito que busca sobre todo la satisfacción de su libido, sofocada por una vida
conyugal que tiende a la monotonía o que viene marcada por el desafecto. También puede ser
consecuencia del deseo de aventura, de la búsqueda de emociones nuevas para recuperar la
ilusión de vivir o el reencuentro con un antiguo amante (v.gr. Linda en Adultery, que se vuelve
a encontrar con Jacob König, con quien había tenido un romance adolescente). La solución al
conflicto suele ser invariablemente perjudicial para la mujer. El hombre infiel, por lo general un
individuo narcisista y egocéntrico, sale por lo general bien parado.
La historia de la literatura occidental nos muestra, por lo tanto, que la infidelidad siempre
tendrá peores consecuencias para la mujer, que devendrá en catástrofe no solo para ella
misma sino también para su círculo inmediato, especialmente para los hijos, a diferencia de lo
que sucede cuando el hombre es infiel –piénsese por ejemplo en Helena de Troya frente
Odiseo, quien vive grandes aventuras amorosas durante su viaje de regreso a Ítaca y que, lejos
de ser objeto de reproche moral, es admirado por saber disfrutar de toda clase de placeres–.
A pesar de que el modelo patriarcal heredado de la época de los griegos está en crisis, en la
actualidad la mujer sigue obteniendo, literaria y socialmente, un reproche moral mayor que el
del hombre cuando se involucra en un triángulo amoroso. Se la responsabiliza, se la culpabiliza
y se la estigmatiza, como también al cónyuge «burlado». Es llamativo que en muchas novelas,
como en la vida, con frecuencia la mujer no asume el papel de seductora sino de seducida –a
veces por verdaderos depredadores, maestros en el arte de la seducción–. Un caso muy
explícito es el de Anna Karenina. El conde Vronsky, un galán muy apreciado entre el público
femenino, persiste en su galanteo hasta que Anna decide dejar de lado todas las convenciones
sociales y abandonar a su marido, a quien desde luego no ama, para vivir abiertamente su
historia de amor. La pareja, sin embargo, no será aceptada por la sociedad rusa, que proyecta
sobre Anna todo su rencor. Una de sus mayores detractoras será la princesa Betsy
Trubetskaya. La princesa margina a Anna como adúltera, a pesar que ella misma le confesó
haber sido infiel a su esposo varias veces, naturalmente de forma encubierta, una muestra de
la hipocresía de la sociedad rusa. Vronsky, sin embargo, queda exonerado y puede reanudar su
vida social con total impunidad, lo que será el principio del fin de Anna.
La reprobación social hacia la mujer se extiende incluso al cónyuge que conoce la relación
extramatrimonial de la infiel y la consiente o perdona, un tema que se aborda con maestría en
el film de los setenta La hija de Ryan. Como explicación a este fenómeno apunta Coelho en
Adultery: «los hombres engañan porque está en su sistema genético. La mujer lo hace porque
no tiene la suficiente dignidad, y además de dar su cuerpo siempre termina entregando un
poco de su corazón. Un verdadero crimen. Un robo. Peor que asaltar un banco, porque si
alguna vez ella es descubierta (y siempre lo es), causará un daño irreparable a la familia. Para
los hombres, es sólo un ‘error estúpido’. Para las mujeres, es un asesinato espiritual de todos
las que la rodean de cariño y que la apoyan como madre y esposa».
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