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2. Tema
El tema del poema se puede enunciar así: reflexión pesimista sobre la condición humana, interrogando
infructuosamente a Dios, pero no se hallan respuestas, lo que aumenta la angustia existencial.
4. Estructura interna
-El primer apartado (dos primeras estrofas, vv. 1-8) expone, y casi narra, la esforzada búsqueda del
sentido de la vida por parte del yo poético. Lo hace cuando se siente al borde de la muerte, o cuando
entiende que esta es el elemento determinante de su existencia. Grita a Dios, pero solo obtiene como
respuesta silencio y sombras inquietantes.
-El segundo apartado (tercera estrofa, vv. 9-11) concreta y amplía las acciones del yo poético buscando
respuestas en Dios en torno a su vida. Aquel sigue mudo, pero castiga con acciones horribles al hombre:
le corta las manos, le arranca los ojos y lo priva de agua.
-El tercer apartado (cuarta estrofa, vv. 9-12) posee un carácter conclusivo y definitivo: el verbo en
presente de indicativo ya indica sobre la validez atemporal del enunciado. Ser hombre es doloroso,
amargo y convivir con la eterna sensación de huida, aunque sin saber a dónde. Pudimos ser algo
maravilloso, pero estamos encadenados a nuestra temporalidad.
El poema que ahora comentamos, “Hombre”, presenta un contenido existencial visible a primera vista,
bajo una luz reflexiva, honda y dramática. Podría dividirse en tres partes:
En las dos primeras estrofas el poeta presenta su asunto: se siente morir, busca a Dios y no lo encuentra
por ningún lado. Se siente en una situación límite (“al borde del abismo”, v. 2), pues se enfrenta a la
muerte. Grita buscando a Dios, pero solo le llega el silencio retumbante, que “ahoga mi voz” en un
ambiente fantasmagórico y desolador, un “vacío inerte”. El yo poético está rodeado del vacío más
siniestro. En la segunda estrofa admite que puede morir, por eso quiere tener a Dios a su lado, a quien
invoca dos veces en oraciones exclamativas de tono desesperado. Sin embargo, no pierde la esperanza de
que, en algún momento, Dios lo escuche. Por eso sigue su lucha “hablando solo” y “arañando sombras”,
dos maneras de insistir en su soledad radical, acaso solo poblada de fantasmas siniestros.
En la tercera estrofa Dios despierta, pero de un modo terrible: descarga tres golpes crueles y demoledores
contra el yo poético: le cercena las manos, le arranca los ojos y le niega el agua que aplaque su sed.
En la última estrofa, de carácter conclusivo, se infiere en qué consiste la naturaleza humana: horror a
raudales (“a manos llenas”, v. 12), vivir en una especie de agonía huyendo de la muerte y de las angustias.
El verso final expresa una paradoja tremenda: el hombre es un ángel, pero sin posibilidades de volar,
porque grandes cadenas lo amarran al suelo. Podemos imaginar lo que podríamos hacer y descubrir, pero
no lo podemos hacer, pues nuestra naturaleza nos lo veda.
Llama la atención la poca presencia de adjetivación inerte, solo, eternos, fugitivos con clara connotación
negativa. En cuanto a los sustantivos, predomina el campo semántico de la muerte: muerte, vacío,
abismo, horror y los concretos: ojos, mano, manos . Los sustantivos: Dios y hombre son el eje del poema.
En el primer cuarteto narra cómo el yo poético se enfrenta “cuerpo a cuerpo” (v. 1), como en una batalla
bélica sin cuartel, a la muerte. Pero va perdiendo la batalla y se siente próximo al fin, lo que se expresa
con la metáfora “al borde del abismo” (v. 2). Son dos giros coloquiales o frases hechas, de hondo y
sorprende impacto lector, pues están descontextualizadas, es decir, usadas fuera de su entorno semántico
normal y esperable. Llama a voces a Dios, pero solo halla un “vacío inerte” (v. 4), metáfora del silencio
sideral que lo rodea. Esta vaciedad total se hace más dramática con la paradoja sinestésica “silencio,
retumbando” (v. 3). Todavía, aparece otra metáfora sinestésica que aporta dramatismo y frustración es
“ahoga mi voz” (v. 4), referido a la respuesta divina. El encabalgamiento abrupto de los versos 2-3
aumenta la sensación de soledad, lucha y caos; lo mismo ocurre con el suave de los versos 3-4.
El segundo cuarteto se abre con un apóstrofe dirigida a la divinidad; se vuelve a repetir (v. 7) para
enfatizar más la situación angustiosa del yo poético. Aquí la sensación predominante es la de
desesperación. El yo poético admite que puede morir, pero, casi como venganza, desea que Dios esté
despierto en ese momento. La expresión “noche a noche” (v. 6), netamente coloquial, advierte de las
tinieblas que rodean al sujeto poético. No le queda más remedio que admitir que “estoy hablando solo”
(vv. 7-8). Cierra esta estrofa una metáfora dramática: está “Arañando sombras para verte” (v. 8). Al
borde de la desesperación, se esfuerza por contactar con Dios, bien por la palabra, bien por la visión, pero
sólo ve “sombras”, es decir, reflejos inaprensibles de una realidad oculta. En esta estrofa se localizan tres
encabalgamientos abruptos, por lo que la sensación de ruptura caótica y de angustia furiosa va en
aumento.
La tercera estrofa, el primer terceto, presenta tres construcciones paralelísticas, una por verso. Son dos
acciones realizadas por el yo poético, correspondiente a los dos primeros versos; el tercer verso expresa
una sensación, la de la sed, que no solo es atendida por la divinidad, sino que la agrava al darle a beber
sal. En el primer verso levanta la mano y es cortada; en el segundo, abre los ojos y son arrancados. El
contenido sangriento y horroroso saltan a la vista. Dentro de cada verso se observa también una antítesis
entre cada mitad del verso: alzar / cercenar (v. 9), abrir / sajar (v. 10) y tener sed / volverse sal las arenas
(v. 11). Aumentan la sensación de violencia y crueldad por parte de la divinidad hacia el hombre,
representado metonímicamente por el yo poético. Dios, además de no escuchar, es cruel y sádico, parece
poder deducirse. Ahora ya no aparecen encabalgamientos, ni en la siguiente estrofa. Es el momento de las
afirmaciones duras y terribles. Destacan los hipérbatos del verso 11.
El último terceto posee un carácter conclusivo y sintético muy claro. De todo lo anterior se deduce que ser
hombre equivale a “horror a manos llenas” (v. 12); es una metonimia que incide en el sufrimiento que el
hombre ha de padecer en vida. El siguiente verso forma una oración completa: “Ser –y no ser— eternos,
fugitivos.” (v. 13). La elipsis (falta el sujeto) y el asíndeton siguiente (falta la conjunción copulativa “y”)
comprimen extraordinariamente la significación de esta oración, en sí una paradoja: el hombre es, al
mismo tiempo, eterno y fugitivo, es decir, huye de algo permanentemente (y acaso esta huida siga en la
vida de ultratumba), aunque sin saber de qué. Se cierra el poema con una metáfora: el hombre puede ser
eterno y celestial como un ángel, pero está amarrado al duro suelo porque sus alas son cadenas y una
paradoja final muy cruel (sus alas están hechas de cadenas), por lo que nunca podrá volar, metáfora de la
felicidad; sólo puede imaginar cómo sería si fuera libre, lo que aumenta su sufrimiento.
6. Conclusión
Blas de Otero es un magnífico poeta. Representa muy bien el ambiente cultural de posguerra española,
dominado por el existencialismo pesimista, en un primer momento; y por la literatura social, con
intención política, en un segundo momento. Su poesía rebosa autenticidad, expresividad y frescura,
gracias, entre otras cosas, a su empleo del lenguaje coloquial traspuesto a un nivel poético y a
construcciones sintácticas sorprendentes . Lo alcanza, muchas veces, como se ve en este poema, con la
creación de encabalgamientos abruptos, hipérbatos desconcertantes y manipulación de frases hechas,
giros coloquiales y modismos.
El poema “Hombre” es de una belleza y un contenido estremecedores. Se trata de una reflexión sobre la
condición humana, siempre con la muerte acechante. Por eso se acerca a Dios, pero no encuentra
respuestas satisfactorias, solo más dolor. El fondo y la forma del poema se conjuntan perfectamente para
expresar angustia, dolor y sufrimiento. El verso final, “¡Ángel con grandes alas de cadenas!” explica muy
bien la influencia del existencialismo en Blas de Otero. Estamos ante una visión angustiosa de la vida,
una percepción amarga de las contradicciones del propio vivir.