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ANÁLISIS DE POEMAS DE MONICA GONTOVNIK

Por: Mayerlis Martínez Terán

BAILA LA POLILLA, HABLA EL FUEGO


 
Es muy conocida la atracción que sienten las polillas por la luz. No sólo por la natural,
sino también por aquella que brota de los bombillos. De allí la presencia de la polilla y
el fuego en el título: dos elementos que se atraen, aunque no sin consecuencias para el
más débil. Se habla en el primer verso de una transformación. El sujeto femenino, que
se intuye en la voz del poema, deslumbra por su aparente grandeza a un (a) admirador
(a). En consecuencia se “hace pequeña”, se pone a la altura del (a) otro (a) para que la
comunicación sea posible:
Dame una imagen, digo
Mientras me achico (metáfora)
Me hago pequeña
Para que te acerques

Luego pareciera venir un pequeño diálogo (la escena es confusa), pues el segundo
parece ser un parlamento del interlocutor del hablante lírico, cuyo elemento pareciera
ser el fuego. Pero el acercamiento es prudente, cuidadoso:
 
Suave y frágil una polilla, dices:
El fuego  me asusta
 
Aquí aparece el tema de la danza, una invitación a dar el paso siguiente en el camino
de la conquista, a sincronizar los pasos en un mismo ritmo; a ponerse de acuerdo:
 
 
Baila conmigo
en los vacíos que el calor
No alcanza a quemar
Parpadea tus alas (sinestesia)
Delicadas armas que cuentan canciones (sinestesia)
Y huelen a heridas aún abiertas (sinestesia)
 
Huelen a heridas aún abiertas: se trata de alguien que ha sufrido, probablemente, por
causa del amor. El mensaje entonces es este: date una nueva oportunidad conmigo;
deja el pasado atrás. Naturalmente, no se puede prometer que esta vez todo saldrá
bien. La disposición está, pero en todo caso se trata de la relación entre dos elementos,
que, por su naturaleza, tienden a lastimarse. Por un lado está la fragilidad de la polilla,
y por el otro la voracidad del fuego:

Las polillas mantienen el poder del vuelo


Aunque el fuego las ciegue.
El fuego solo puede esperar (metáfora)
Que termine todo mientras se consume

Entonces te pregunto qué escoges

Ser aquel que vuela libremente hacia el


peligro
O aquella que siendo fuego
No puede escapar a su naturaleza
ANTÍGONA EN LA VICTORIA

Este poema está dividido en dos partes, ambas de nueve versos. En la primera
predomina un tono trágico; en la segunda se destaca el poder curativo de la danza.
“Antígona”, como se sabe, es una de las tragedias más célebres de Sófocles. En ella
se ve a la hija de Edipo condenada a morir por desobedecer la orden de su tío Creonte
de no darle sepultura a su hermano Polinices. Si tuviéramos que buscar un adjetivo
para definir a Antígona ese sería rebelde. Y detrás de esa rebeldía estaría oculto un
sentimiento de libertad. En la primera estrofa (4 versos) puede evidenciarse, entonces,
un tono melancólico, a través de la identificación del hablante lírico con Antígona:

Antígona:
Mi mente obsesa abraza (personificación)
Tu fantasma gordo y pálido
Que se alimenta de mi tristeza
 
 El fantasma de Antígona es gordo porque, lejos de ser considerado como un simple
personaje literario, aparece robustecido ante la mirada del hablante lírico. Su palidez,
por otro lado, es la misma de aquellos que no tienen ninguna razón para reír. En la
tradición griega de antaño los fantasmas se alimentaban de sangre, pero Antígona ha
encontrado otra sustancia nutricia: la tristeza del sujeto que lo invoca a través de la
poesía.
 
En la parte siguiente (una estrofa de cuatro versos, y un verso independiente) se
acentúa  la idea del sufrimiento:
 
Pierdo la piel de a gotas (Sinestesia)
Completando en mis hombros
El círculo perfecto que te carga (metáfora)
Si aterrada te nombro
Cadáver.
 
Perder la piel a gotas: morir lentamente. Y otra vez aparece el sentimiento de
hermandad entre Antígona y el hablante lírico en el tercer verso, así como el terror y la
presencia de la muerte. Profundo y desgarrador sentimiento de soledad.
 
El tono del poema cambia en la parte que viene a continuación. Es, como se anticipaba
en un comienzo, un elogio a la danza. Si en un momento todo era oscuridad, ahora
vuelve a incorporarse gracias a la danza. El hablante lírico ya no se dirige a Antígona,
sino que se reafirma en su propio equilibrio con el uso de la primera persona del
singular:
La victoria:

Cuando danzo
mi cuerpo se retoma
fragmentándose ante la mirada (metáfora)
de los demás
recojo el rompecabezas (metáfora)
mientras en el laberinto (metáfora)
insisten en perdurar
todas las respuestas
 
Las preguntas insisten en perdurar, por otro lado, porque con el baile no se han
resuelto todos los problemas de la vida. Antígona y el hablante lírico, pues, terminan
por convertirse en una sola. La idea del suicidio está conjurada por el momento gracias
al poder revitalizante de  la música y la danza.
MILJAMA

Miljama es el nombre hebreo que se le da que se da a la guerra en el Antiguo


Testamento. Este poema, pues, habla de una batalla: la del tiempo que todo lo
consume contra el espíritu que lucha por permanecer; la del cuerpo que se afirma a
través del goce contra la actitud trágica que se desprende de la conciencia plena sobre
la brevedad de la vida. De hecho, el término “batalla se hace explícito en la primera
estrofa”:
La batalla de flores
Es mi memoria
Disfrazada de marimonda

Ahora bien, en el primer verso de la estrofa citada, la palabra “batalla” tiene una
connotación diferente. Despojada de su definición habitual, la metáfora completa
(“batalla de flores”) alude al desfile con que se la da apertura al Carnaval de
Barranquilla, pero el tercer verso no da lugar a las ambigüedades:

Disfrazada de marimonda

La estrofa completa, pues, estaría referida a una actitud cómica ante la vida. Es como
si el hablante lírico dijera, como los versos de aquella canción de Celia Cruz, que la
vida es un carnaval, y que no vale la pena vivir con un lamento constante a flor de piel.

La derrota de La vida sobre La muerte, vuelve a aparecer en la segunda estrofa (ocho


versos), pero no en cualquier parte sino en el trópico (las palmeras son las plantas por
excelencia del trópico). El movimiento de pies en la efervescencia de la danza (que
bien podría ser un ritmo de cumbia), y el movimiento de caderas terminan por triunfar
sobre La muerte, tal como se aprecia en los tres últimos versos:

Mis pies descalzos creen danzar


Sobre palmeras sin rostro
Que se mueven como la muerte esquiva
Usurpando metáforas
Desplazando mis caderas
Desarmando con la luz de la vela
Ese sonido que detiene la respiración
Ese ruido que impide todo movimiento (8)

Además parecería cumplirse aquella afirmación de Antonio Benítez Rojo cuando dice
que en el caribe no existe el apocalipsis, que la tragedia está conjurada por el carnaval.

La tercera estrofa (6 versos) es más reveladora de esto que se ha venido diciendo. La


muerte aparece personificada, desacralizada, sin zapatos y mezclándose con la
multitud. Su guadaña ya no puede hacernos daño; la eternidad está en el goce puro y
auténtico, tal como se revela en los tres últimos versos.

La muerte también descalza (Personificación y metáfora)


Guarda su guadaña mentirosa
Se escabulle entre la multitud
Permitiendo el goce que
Desde hace milenos
Ningún disfraz tapa (6)

Los dos versos siguientes podrían entenderse como una referencia a la brevedad de la
vida. El tiempo no aparece trasformado ya en un reloj de arena, sino en una vela. A
medida que la cera se derrite, se va acabando nuestro tiempo sobre la tierra.

El canto es una sola línea


Que dura lo que la llama permite
Pero el último verso es mucho más contundente: sabemos que somos mortales ¿por
qué sufrir entonces por algo que no tiene remedio? Finjamos entonces no ver el punto
final; finjamos que somos inmortales

Se finge no verle el punto final.

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