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Stephen Hawking y Dios

Tomás Alfaro Drake | t.alfaro@ufv.es

Stephen Hawking se trae, desde hace años, sus más y sus menos con
Dios. Hace unos cuantos, en su “Breve historia del tiempo” decidió que
cuando se descubriese la teoría del todo, al fin conoceríamos la mente
de Dios. Dios quedaría reducido a unas ecuaciones.

Ahora, en su nuevo libro “The grand design”, lo reduce a un Dios


innecesario e inútil. Habrá que ver lo que dice de verdad su nuevo libro,
porque de momento sólo sabemos algunas cosas de su contenido por la
prensa que, en general, no suele ser muy precisa en lo que dice. Pero
dado que lo de decir que Dios no existe es una cosa que vende
periódicos y libros, las sirenas se han puesto a cantar. Aunque en estos
días ya ha habido, tanto en prensa como en la red, muchas respuestas a
las afirmaciones que la prensa pone en boca de Stephen Hawking, creo
que lo que escribo a continuación no es redundante.

Si mañana me invitasen a una charla de Vicente del Bosque acerca de la


estrategia para dirigir un equipo de futbol, iría encantado. Pero si al final
de la charla, del Bosque acabase diciendo que con lo dicho quedaba
demostrado que el juego del ajedrez era innecesario, me parecería una
solemne estupidez. Pues algo así es lo que ha hecho Stephen Hawking.

Con un agravante. Es difícil que, ante ese final de conferencia por parte
de del Bosque, nadie diese crédito a su última frase. Sin embargo, el
mundo actual, que ha endiosado a la ciencia, escucha a los científicos
como si fuesen el oráculo de Delfos, hablen de lo que hablen. Hawking
sabe perfectamente que el campo de la ciencia se limita a lo que se
puede contar, pesar o medir y, al final, reducirlo a relaciones
matemáticas. Debiera saber que Dios cae fuera de esa categoría y que,
por tanto, la ciencia no puede decir nada sobre ello, porque le es ajeno.
Esto es lo que le han venido a decir la mayoría de sus colegas, si
exceptuamos algún que otro ateo militante del estilo de Richard Dawkins.
Y que, por lo tanto, no es posible demostrar ni la existencia ni la no
existencia de Dios desde la ciencia. Naturalmente, Hawking es libre de
expresar su opinión, pero hacerlo en un libro que se supone de ciencia, y
hacerlo hablando ex cátedra, es jugar a propósito con el equívoco. Es,
por tanto, una falta de honestidad.

Básicamente y por no hacer este escrito demasiado largo, me centraré


en lo que parece ser el argumento central del libro de Hawking. Parece
que en él asegura que, dado cómo son las leyes de la física, el universo
pudo salir espontáneamente de la nada. El problema lógico que invalida
su razonamiento es que antes de que existiera el universo, tampoco
existían las leyes de la física. Su error –bastante burdo, por cierto–
estriba en poner el carro antes que los bueyes, el efecto antes que la
causa. Pero, admitamos por un momento que no fuese así. Que las leyes
del universo preexistieran a éste. La pregunta es todavía más imposible
de contestar. ¿Quién o qué hizo que hubiese unas leyes que hiciesen
posible que apareciese un universo como éste de la nada?

La lógica más elemental exige que haya un ser, algo o alguien, que
idease esas leyes tan magníficas. Que el universo apareció de la nada es
algo que el dogma cristiano, no sólo admite, sino que defiende. Como
defiende, con toda la lógica del mundo que ese ser, al que llama Dios,
fuese el que crease el universo. Pero cuando dice que lo creó de la nada,
no especifica cómo lo hizo, o si lo dice, lo dice, el cómo, de manera
simbólica. Por tanto, si las leyes de la física preexistieran al universo,
bien pudieron ser las herramientas de las que Dios se valió para crearlo.
Por otro lado, unas leyes tan precisas como para ser capaces de dar
lugar a un universo tan maravilloso como es éste, nos tienen que hacer
pensar que están hechas con una finalidad.

Pero sólo las personas pueden dar una finalidad a las cosas. Si mañana
un tiesto se cae de una ventana y me mata, nadie en su sano juicio diría
que el tiesto tenía la intención de partirme la crisma.  Pero si unos
hombres de una isla que nunca ha conocido la civilización encontrasen
en su playa un coche y, a fuerza de experimentar descubriesen su forma
de funcionamiento, sería irrisorio que dijeran que fuese su forma de
funcionar la que ha hecho el coche. Sabrían que alguien, no algo, lo
había hecho y no dudarían de que lo había hecho con un propósito.

Pues igual de cómica es la historia que nos cuenta Hawking abusando a


sabiendas de su prestigio científico ante un público que ha deificado la
ciencia como si su campo de actuación fuese toda la realidad. Creo que
dos frases, de Albert Einstein la primera y de Edwin Schrödinger la
segunda, ambos mejores científicos que Hawking, pueden ilustrar lo que
digo:

“... como un niño que entra en una biblioteca inmensa cuyas


paredes están cubiertas de libros escritos en muchas lenguas
distintas. Entiende que alguien ha de haberlos escrito, pero no
sabe ni quién ni cómo. Tampoco comprende los idiomas. Pero
observa un orden claro en su clasificación, un plan misterioso que
se le escapa, pero que sospecha vagamente. Esa es, en mi
opinión, la actitud de la mente humana frente a Dios, incluso la de
las personas más inteligentes” (Einstein).

“La imagen científica del mundo es muy deficiente.


Proporciona una gran cantidad de información sobre hechos,
reduce toda la existencia a un orden maravillosamente consistente,
pero guarda un silencio sepulcral sobre [...] todo lo que realmente
nos importa. [...]... no sabe nada de lo bello o de lo feo, de lo bueno
o de lo malo, de Dios y la eternidad. A veces la ciencia pretende
dar una respuesta a estas cuestiones, pero sus respuestas son a
menudo tan tontas que nos inclinamos a no tomarlas en serio [...].
La ciencia es incapaz de explicar mínimamente por qué la música
puede deleitarnos, o por qué y cómo una antigua canción puede
hacer que se nos salten las lágrimas” (Schrödinger).

En fin, que éste es un intento de Hawking, como tantos otros de tantos


ateos militantes que en el mundo han sido, de negar la existencia de un
Dios que, sea por el motivo que sea, les molesta. No entiendo muy bien
los motivos de los activistas del ateísmo que se empeñan en demostrar
que algo no existe. Pero lo que no creo que sea honesto es usar para
ello argumentos no científicos y carentes de la más elemental lógica, que
se aprovechan de un prestigio en el campo científico, disfrazándolos de
tales. No puedo dejar de hacerme una pregunta: ¿Tendrían, Hawking o
Dawkins tanto prestigio populista si se hubiesen dedicado a su oficio de
hacer ciencia como tantos otros científicos, creyentes y no creyentes?
¿Venderían tantos libros? ¿Tendrían ese tirón mediático? Seguro que no.
Lejos de mí afirmar que esto sea lo que les mueva, pero… suena
plausible.

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