Está en la página 1de 45

IDENTIDAD Y MISIÓN DEL

SACERDOTE
CABEZA Y CONSTRUCTOR DE
LA COMUNIÓN
¿Qué es el sacerdote?

¿Cuál es su identidad?
la epístola a los Hebreos nos traza una buena
pista al presentar la figura del sumo sacerdote que
culmina en Jesucristo:
• «porque todo Sumo Sacerdote es
tomado de entre los hombres y está
puesto en favor de los hombres en lo
que se refiere a Dios para ofrecer
dones y sacrificios por los pecados»
(Hb 5,1).
Ante todo, pues, veremos que
el sacerdote es tomado. O,
dicho de otro modo, es llamado.
No se llama él a sí mismo, no
inventa él su camino. Su
identidad y misión nacen de una
vocación.
En segundo lugar, habrá que
reflexionar sobre el sentido y la
finalidad de esa llamada. El
sacerdote es tomado para ser puesto
en favor de los hombres.

Pero no como puede serlo un ingeniero


o un guardián del orden público. Él
está para servir a los hombres en lo
que se refiere a Dios.
Se trata de alguien que ha sido
tomado de entre los hombres.
Un hombre como los demás,
con las grandezas y miserias de
todo hombre.
• Al considerar la distancia que separa la
realidad humana de quien ha sido
"tomado", y el ideal para el cual ha sido
"puesto", entenderemos bien la necesidad
de ayudarle eficazmente a formarse, y
comprenderemos mejor la forma hacia la
cual deberán tender todos sus esfuerzos,
y los nuestros... «hasta que Cristo tome
forma definitiva en vosotros» (Gal 4,19).
Llamado por Dios
• Lo primero que debemos comprender y
recordar siempre que pensamos en los
candidatos al sacerdocio y en su
formación sacerdotal es que han sido
"tomados" por Dios. Ellos han llamado a
las puertas del sacerdocio de modo
consciente y libre, pero en realidad no
están ahí por propia iniciativa. «Nadie se
apropia tal dignidad, sino el llamado por
Dios» (Hb 5,4).
La vocación no se hace, ni depende del gusto
propio, o de la propia sensibilidad. Tampoco
depende de la invitación o del ejemplo atrayente de
otros hombres. Ni se reduce a una jugada del azar.

• La vocación es una iniciativa de Dios; es una llamada


objetiva y real de Cristo. En cada uno de los que
perciben la llamada al sacerdocio se repite la historia de
aquellos discípulos a quienes Cristo afirmó de modo
rotundo: «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que
yo os he elegido a vosotros» (Jn 15,16). Efectivamente,
algún día, de diversos modos, cada uno de ellos oyó
una voz interior que le decía: «Sigueme» (Mc 10,21).
• Toda la historia de la salvación habla de
un misterioso modo de proceder divino:
Dios llama a Abrahán para fundar un
pueblo nuevo; llama a Moisés para liberar
a Israel de las manos egipcias; llama a los
profetas para que sean heraldos de la
verdad, testigos de la voluntad de Dios;
llama a María para ser Madre del
Salvador.
• Después Jesús de Nazaret, el Verbo
Encarnado, llamó a unos cuantos
hombres «para que estuvieran con él
y para enviarlos a predicar» (Mc.
3,14). Y a lo largo de la historia del
nuevo Pueblo de Dios, Cristo ha
seguido escogiendo y llamando
colaboradores que prolonguen su
presencia salvadora en el mundo.
• No es una elección funcional y fría. Es una
declaración de amor . Cristo eligió a un grupo,
con total libertad: «Llamó a los que él quiso»
(Mc 3,13). Y los escogió poniendo en ellos su
mirada de amor. A aquel joven rico que cumplía
los mandamientos pero quería algo más «Jesús,
fijando en él su mirada, le amó y le dijo: Ven y
sígueme» (Mc. 10,21). A los que le siguieron
hasta el final les declaró en el Cenáculo: «Como
el Padre me amó, yo también os he amado a
vosotros» (Jn. 15,9). Aunque son sus discípulos,
ya no les llama siervos, sino amigos (cf. Jn.
15,15).
Cuando Cristo se fija en un hombre para
llamarlo a seguirle en el camino
sacerdotal, le hace oír su voz a través de
toda una serie de luces y reclamos que va
dejando caer, gota a gota, silenciosa y
amorosamente, en lo íntimo de su
conciencia y de su corazón.
A veces una palabra dicha a un joven o
una simple pregunta, una lectura o un
buen testimonio le sirven a Dios, para
insinuar su declaración de amor.
Naturalmente, él, en su designio eterno,
habrá pensado ya en la idoneidad del
elegido; en ese conjunto de cualidades
necesarias para responder plenamente a
la vocación.
La acogida oficial de la Iglesia pondrá un
sello de garantía e invocará la fidelidad de
Dios a sus promesas: Dios que ha
comenzado en ti la obra buena, él mismo
la lleve a término
• Pero esta declaración de amor requiere
una respuesta de amor por parte del
elegido. Dios al llamar respeta en su
integridad al hombre. Dios habla
claramente pero no acosa ni violenta. Él
sugiere, crea inquietudes, prepara el alma
del joven, llama suavemente, en lo más
profundo de la conciencia, pero quiere que
el alma responda con plena libertad y con
amor auténtico.
¿Para qué quiere Dios un sacerdote que le sigue
obligatoriamente, "profesionalmente", pero sin
amor?

• Por eso la conciencia de la vocación debe abrirse


camino en el corazón del joven que la escucha, debe
entrar en la profundidad del pensamiento, del
sentimiento, de la voluntad del sujeto, para llegar a influir
en su comportamiento moral
• Cada vocación es un auténtico diálogo de amistad entre
Cristo Redentor y un hombre que él, desde siempre y
por amor, ha "tomado" de entre los hombres.
Puesto en favor de los hombres...
• Cuando Dios llama a un hombre lo hace
para una misión específica, para pedir una
colaboración determinada en sus
designios de salvación.
• Un servicio que tiene su propia
especificidad en las cosas que se refieren
a Dios, y que se realiza especialmente en
el servicio sacramental.
Jesucristo intercede ante el Padre por sus
hermanos los hombres, y como Dios que es, trae
del cielo la salvación y la gracia. Jesucristo es,
pues, el Sacerdote de la Nueva Alianza.

«único Mediador entre Dios y los hombres»


(1 Tm 2,5; cf. Hb 8,6),
• Los demás, todos los sacerdotes del
nuevo Pueblo de Dios, no son sino
prolongaciones de su único sacerdocio,
del cual participan sacramentalmente,
porque él así lo dispuso.

En el cenáculo les dio el poder de ofrecer el


sacrificio de su mismo cuerpo y sangre,
exactamente como él acababa de hacer; y
para subrayar esa identificación les pidió:
«Haced esto en recuerdo mío» (Lc 22,19).
• Les dio el poder, más tarde, de perdonar
los pecados, una facultad que sólo Dios
podía atribuirse y que él había
demostrado poseer al curar a un paralítico
(cf. Lc 5,21-24).
• Cuando encarga a Pedro el ministerio
pastoral le deja bien claro que se trata de
asumir y continuar el pastoreo del
Maestro: «Apacienta mis corderos» (Jn
21,17).
• Cuando vivía sobre la tierra Jesús ofreció
en sí mismo el rostro definitivo del
presbítero, realizando un sacerdocio
ministerial del que los apóstoles fueron los
primeros en ser investidos. Sacerdocio
que está destinado a durar, a reproducirse
incesantemente en todos los períodos de
la historia.
El presbítero del tercer milenio
será el continuador de los
presbíteros que, en los milenios
precedentes, han animado la vida
de la Iglesia. También hoy la
vocación sacerdotal continuará
siendo la llamada a vivir el único y
permanente sacerdocio de Cristo.
La misión de Jesús de Nazaret se nos presenta como un
prisma variado y precioso: curó enfermos, predicó en
sinagogas y plazas, perdonó los pecados de adúlteras y
publícanos, transformó corazones egoístas, recriminó
las desviaciones y los abusos de los falsos guías del
pueblo, reunió y forjó un grupo íntimo de
colaboradores... y, finalmente ofreció su propia vida
como víctima de Redención. Pero, en realidad, todo
nacía de una única profunda intención:
ser glorificador del Padre y salvador de los
hombres.
Como Cristo, el sacerdote tendrá que
viajar, predicar, atender enfermos, ayudar
a los necesitados, celebrar el culto divino,
organizar y administrar... Pero sabe que,
como Cristo, debe hacerlo todo, desde el
acto más sublime de la celebración de la
eucaristía hasta el más pequeño del resto
del día, viviendo su vocación sacerdotal
como salvador de las almas y glorificador
de Dios, por Jesucristo, en Jesucristo y
con Jesucristo.
Sacerdocio ministerial, carácter
sacramental
• Es cierto que todos los bautizados
participan del sacerdocio de Cristo:
«Vosotros sois linaje elegido, sacerdocio
real, nación santa, pueblo adquirido» (1
Pe 2,9). Nos lo recordó claramente el
Vaticano II. Pero el mismo Concilio anota
que el sacerdocio común y el ministerial,
aunque están ordenados uno al otro, son
diferentes esencialmente y no sólo de
grado
• Porque el mismo Señor, con el fin de que
los fieles formaran un solo cuerpo, en el
que no todos los miembros desempeñan
la misma función (cf. Rm. 12,4), de entre
los mismos fieles instituyó a algunos por
ministros, que en la sociedad de los
creyentes poseyeran la sagrada potestad
del orden.
• Esa diferencia "esencial" es determinada por el
carácter sacerdotal. Todo carácter sacramenta!
hace que el proyecto que Dios elabora para una
existencia humana no se quede simplemente en
su voluntad, sino que, imborrable, se imprima en
el ser íntimo de la persona. Así, este proyecto
puede realizarse no como algo impuesto, sino
desde el interior del cristiano. Gracias al
carácter sacerdotal, la identidad del presbítero
no es un trazado que lo configura desde fuera,
sino una fuerza viva que se injerta en la
intimidad de la persona haciéndose inseparable
de su propio ser.
• El signo que el carácter deja en el alma
del sacerdote lo convierte en propiedad
especial de Dios. Es de Dios y para Dios a
título exclusivo. Queda compenetrado con
Dios. Esto no sólo por el movimiento que
lanza al hombre a Dios, sino también en
cuanto que, en él, Dios sale al encuentro
de la humanidad para salvarla.
Alter Christus
• El carácter sacerdotal es signo, además,
de configuración con Jesucristo. Por eso,
cuando se dice que el sacerdote es alter
Christus no se afirma que le representa
por una delegación externa, sino que la
figura de Cristo sacerdote ha sido impresa
en su alma.
Pablo VI
• No dudó en exclamar: «En virtud del
sacramento del orden, os habéis hecho
partícipes del sacerdocio de Cristo hasta
tal extremo que vosotros no solamente
representáis a Cristo, no sólo ejercéis su
ministerio, sino que vivís a Cristo; Cristo
vive en vosotros
En su ser como en su actuar
• Esta configuración abarca la persona del sacerdote
tanto en su ser como en su actuar. El carácter marca al
ministro para que pueda hacer las veces de Cristo y
obrar in persona Christi, como cabeza
• Podemos decir que por medio del sacerdote, Jesús
renueva su sacrificio, perdona los pecados, y administra
su gracia en los demás sacramentos
• por medio del sacerdote sigue anunciándonos su Buena
Nueva; por medio del sacerdote sigue guiando y
cuidando su propio rebaño
Importancia decisiva
• Esta verdad ha tenido siempre en la
Iglesia una importancia decisiva. Si no
tienes fe en esto (en el sacerdote), toda tu
esperanza es vana. Si Dios no obra a
través de él, tú no has sido bautizado, ni
participas en los misterios, ni has sido
bendecido es decir, no eres cristiano.
Raíz de la misión del sacerdote
• Ha sido escogido para estar en favor de
los hombres en lo que se refiere a Dios...
como lo estuvo Cristo; más aún, como
prolongación viva del servicio de Cristo. El
carácter ha sellado su ser configurándolo
a Jesucristo, para que prolongue en su
actuar la misión misma del Maestro.
Profeta, sacerdote y rey
• La misión de Cristo es unitaria, pero se
despliega en tres diversas y
complementarias funciones: la función de
enseñar, la de ofrecer el culto y la de guiar
al pueblo
• También el sacerdote realiza, por tanto, su
misión como profeta, sacerdote y rey.
Anuncio de la Buena Nueva
• Jesucristo, en cuanto profeta, dedicó su ministerio al
anuncio de la Buena Nueva (cf. Mc. 1,39), y envió a sus
discípulos a hacer otro tanto (cf. Lc. 9,6) ése fue su
último encargo: «Id por todo el mundo y proclamad la
Buena Nueva a toda la creación» (Mc. 16,15).
• Desde entonces los discípulos comprendieron que eran
"enviados", "apóstoles" de la Palabra que se había
hecho carne. Entendieron que la consagración
sacerdotal recibida en el cenáculo estaba
inseparablemente unida a su deber evangelizador.
También hoy el sacerdote de Cristo se siente apremiado
por ese deber, y escucha en su interior la exclamación de
Pablo:
• «¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!» (1 Co 9,16).
También él se sabe enviado, apóstol. Apóstol del Reino
de Jesucristo en el mundo. La predicación y extensión
del Reino de Cristo constituye el ideal que inspira,
estimula, dirige y conforma todos sus actos. Su único
anhelo: que Jesucristo reine en el corazón de los
hombres, en el seno de los hogares, en la vida de la
sociedad. Su amor al Reino, se concreta en su amor
sincero a la Iglesia fundada por el Maestro, presencia y
promesa a la vez del Reino de Cristo
• Desde el momento en que el sacerdote palpa que Dios
le encomienda esa misión, sabe que su vida queda
definitivamente comprometida en ella.
• El ímpetu del amor de Cristo a los hombres es
una fuerza incontenible en el corazón
sacerdotal. Es una pasión que unifica toda su
vida. Por eso todo, aún una situación
circunstancial o cualquier relación humana, le
sirve de ocasión para anunciar a Cristo. No tiene
tiempo para sí ni para perder. La misión le urge.
Es consciente de que las almas fueron
compradas al precio de la sangre de Cristo.
Esto, para el sacerdote que de verdad ama a
Cristo y está identificado plenamente con él y
con la misión profética que él le ha
encomendado, no es retórica, sino una vivencia
profundamente existencial.
Su misión profética no podía separarse de su
función sacramental.

• La función sacerdotal de Jesucristo, culminada


al ofrecerse a sí mismo como Víctima Pascual
(cf. 1 Co. 5,7), es prolongada también por el
ministerio sacerdotal. Los primeros sacerdotes
de la Nueva Alianza, a quienes el Maestro
confió sus sacramentos (cf. Lc. 22,19; Jn.
20,23), comprendieron que su misión profética
no podía separarse de su función sacramental.
Por eso los miembros de la primera
comunidad

«acudían asiduamente a la enseñanza de los


apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y
a las oraciones» (Hch 2,42).
Lo que el sacerdote anuncia, lo celebra y realiza
en la liturgia, especialmente cuando confecciona
el sacrificio eucarístico en la persona de Cristo y
lo ofrece en nombre de todo el pueblo a Dios.
La salvación en Cristo predicada sin descanso es
actualizada en el perdón de los pecados y en los
demás sacramentos.

El sacerdote sabe que no es un simple "funcionario" de


lo sagrado, sino «ministro y dispensador de los misterios
de Dios» (1 Co 4,1). Cuando celebra los sacramentos lo
hace, no como quien ha recibido un encargo que le es,
en el fondo, ajeno; sino como quien realiza una acción
para la cual ha quedado configurado su mismo ser. Al
ofrecer el sacrificio del altar sabe que debe ofrecerse a
sí mismo junto con él; y ese ofrecimiento determina el
tono de su oblación total, a lo largo de los quehaceres
de cada Jornada.
El sacerdote es también pastor.
• Su participación en la función real de
Cristo le lleva a identificarse plenamente
con el Buen Pastor (cf. Jn 10,11-16). Por
la unción y el mandato apostólico queda
instituido como guía de una porción del
rebaño de Cristo; rebaño que él convoca,
preside, dirige, une y organiza en el
nombre de Jesús.
La caridad.

• Eso implica que ha sido llamado a ejercer


una autoridad. Pero su autoridad no es
otra que la del Hijo del hombre «que no
vino para ser servido, sino para servir» (Mt
20,28). El oficio de pastor pide corazón de
pastor. La virtud más importante del buen
pastores la misma del Buen Pastor: la
caridad.
Puesto que Dios es amor
• Con la ordenación se confiere al joven una gracia
especial de caridad, porque la vida del sacerdote tiene
sentido sólo como actuación de esa virtud. Los
cristianos esperan del sacerdote que sea hombre de
Dios y hombre de caridad. Puesto que Dios es amor, el
sacerdote nunca podrá separar el servicio de Dios del
amor a los hermanos; el sacerdote, al comprometerse
en el servicio del reino de Dios, se empeña en el camino
de la caridad
La caridad, atributo esencial del mismo Dios (cf. 1
Jn. 4,8) viene a ser como el alma del sacerdocio
que lo representa entre los hombres

• Pero el amor florece solamente en el terreno de


la humildad. Sin ella la autoridad dejará de ser
servicio, ministerio. El corazón soberbio
dondequiera que esté colocado es ruin,
recalcitrante, amargo, cruel. Un sacerdote
soberbio es una antítesis del Cristo evangélico:
no acerca, sino que aun sin percibirlo, aleja a
las almas de Dios.

También podría gustarte